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De marchas, broncas y futuro o la canción de la eterna protesta

Por Julio Cartei

Cuando en la década del 70 éramos jóvenes y habíamos heredado un país


todavía con clase media que podía mostrarse sin sentimiento de culpa,
cuando no había índices condenatorios ni reclamos cada vez más sectoriales
y que se entienden cada vez menos, creíamos tener el paraíso al alcance de la
mano. Alguna juventud pretendió aferrarlo a través del puño cerrado;
muchos otros, la inmensa mayoría, sólo confiaba en el estudio, el trabajo, los
sueños y las ambiciones personales. Ambos grupos se vieron afectados,
directa o indirectamente, por las consecuencias de aquella creencia,
producto de un contexto que no fue precisamente favorable a aquella
ilusión. Desde arriba dividían el panorama entre subversivos, virtuosos y
desorientados.

Mientras tanto, el mundo asistía al empuje de una naciente arte que


intentaba llevarse todo por delante, con la rebeldía, la reflexión y el amor
como armas. El rock representaba todo esa vitalidad de una generación que
quería dejar atrás el horror que sus padres habían sabido ganarse casi desde
el cambio mismo del siglo XX.

Así, memoria más, memoria menos, todos nosotros podemos armar una
larga lista de bandas y cantantes que acompañaron nuestras tristezas,
nuestras angustias, nuestras incertidumbres existenciales mientras
lidiábamos con eso que se entiende por proyecto de vida.

En esta oportunidad, quisiera referirme a dos temas del llamado rock


nacional que, desde una óptica bastante directa, reflejan todas esas
inquietudes, esos sinsabores, esos temores. Son de autoría de Miguel Cantilo,
integrante del dúo Pedro y Pablo y del grupo Punch. Cultivaron el folk-rock y
la canción de protesta, que supo estar de moda en los 60 en Europa y Estados
Unidos, y que permitía pegarle duro, a través de no tan complicadas
metáforas, a los poderosos del momento y de todo momento por otra parte:
militares, políticos, empresarios y hasta otros artistas a los que no se
consideraba comprometidos. Las dos composiciones están separadas por
más de diez años, pero enfocan un abanico de situaciones que intentaron
reflejar esas inquietudes.

La Marcha de la Bronca, editada en 1970, hacía referencia a esos poderes


encarnados en su influencia cotidiana: la policía, la sociedad careta o
hipócrita (doble discurso o doble moral, diríamos hoy), las instituciones –así,
en general- represivas y toda aquella manifestación de opresión en contra de
la libertad de expresión en cualquiera de sus formatos, sobre todo teniendo
en cuenta el largo recorrido histórico de nuestro golpeado país: años de
gobiernos de facto, violencia armada vía guerrilla, vía alianzas clandestinas
estatales y finalmente vía fuerzas armadas.

La canción tiene algunas referencias bastante llamativas: “bronca sin fusiles y


sin bombas” en alusión directa a los dos bandos que protagonizaron esas
horas de plomo y fuego; “ríen satisfechos al haber comprado sus derechos”,
las ventajas de aquellos que se benefician de los privilegios disfrazándolos
legalmente. El resto es directo, sin vueltas. Finalmente, deja un lugarcito para
la salida emotiva y muy humana: la esperanza y la fe, que también fueron
elementos fundantes del rock.

La canción fue por un tiempo como un himno. La cantidad de obras de igual o


mayor factura y jerarquía que se escuchaban simultáneamente hizo tal vez
que no perdurara como tal: otras fueron reemplazando ese destino con la
misma o mayor suerte.

Gente del Futuro, editada en 1982, es la otra pieza musical que alude a
nuestro destino tanto individual como colectivo, aunque con un abordaje
más general. Desde el título menciona a las personas responsables, en mayor
o menor grado, de cuestiones que son vitales atender más allá de la
apariencia de corrección que tengan y que, como hoy sabemos, ocultan
consecuencias o efectos colaterales que cuando se ven son difíciles de
resolver: el descuido del ambiente, los efectos colaterales de la ciencia y la
tecnología –tanto en su influencia material como espiritual, alertando sobre
la salud de un mundo y los individuos- y hasta el arte, con su condición de
testigo y guardián de todo ese proceso, que por supuesto es el rock: explícita
alusión a la canción de protesta, preguntando dónde se encuentra hoy
justamente cuando de nuevo hace falta que esté, que dé su testimonio.

La canción se hace preguntas y planteos desde los supuestos avances


también sociales que se habían alcanzado luego de la segunda gran guerra y
que al poco tiempo empezaron a mostrar sus carencias, sus miserias, sus
bajezas. El planteo de la canción apunta a eso: a que tenemos un montón de
cosas a favor y en los hechos, en los resultados, no se ven. Por lo menos para
las mayorías, las que siempre quedan postergadas. No es entonces solo un
eterno reclamo o lamento por la condición humana, sino uno basado en una
puntual actualidad: toda una generación llamando la atención y los poderes
sin escuchar.

De todas maneras, deja nuevamente un lugarcito para lo emocional y lo


humano: la fiesta, intentando recuperar ese espíritu del rock que también es
alegría.

Ambas canciones figuran en el listado de las 100 composiciones más


emblemáticas del rock que se hizo con motivo de cumplirse cuarenta años
del nacimiento de esa expresión artística nacional. Más allá de la tabla de
posiciones y de los lugares que ocupen, los temas fueron representativos y
creo que muestran lúcidamente un particular momento de nuestra sociedad.
Más allá de algunas regrabaciones y reediciones de estos temas, que de
alguna manera los mantuvo vigentes, cuando algún artista joven se anime a
realizar alguna renovada versión dará el primer paso para convertirlos en
clásicos. Creo que se lo merecen. Por lo que tienen de artístico y por lo que
nos hicieron sentir.

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