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UNA MIRADA HISTÓRICA PARA PLANTEAR EL DEBATE ACTUAL

Arq. José María ZINGONI

“El urbanismo es una práctica profesional y social, un saber hacer que a su vez tiene
dimensiones técnicas, artísticas y políticas, y por lo tanto, está también vinculado a
todas las disciplinas aplicadas que desde esas dimensiones se han acercado a la
ciudad”.
Inés Sánchez de Madariaga

Es importante hacer una primera aproximación al concepto de urbanismo que nos permita
introducirnos en la temática y sobre todo en lo que veremos a lo largo del primer año.
Existen muchas definiciones que podríamos hacer, muchas de las cuales adquieren
significados diferentes porque se han hecho en contextos distintos a lo largo de la historia.
Pero hagamos algo más sencillo, ¿a qué otras palabras asociamos el término de
urbanismo? Cada cual puede hacer este ejercicio, por lo pronto, para mí, la asocio con:
ciudad, arquitectura, planificación, lugar, historia, sociedad, público, patrimonio, identidad y
seguramente algunas más.
Nuestra mirada, la del urbanismo, es también particular. Debemos tener en claro para qué
enseñamos -o para qué aprendemos- urbanismo. El enfoque que estamos presentando se
fundamenta en entregar conceptos y herramientas que les permita abrir una línea de
trabajo, que puedan insertarse en el ámbito público y privado. Como veremos, la
planificación urbana es una disciplina específica cuyo campo del conocimiento es muy
amplio. La materia está planteada para introducirlos en la complejidad de los asuntos
urbanos de tal forma que les permita, como arquitectos, interactuar en equipos
interdisciplinarios. A su vez, esperamos que sea del interés de muchos de ustedes para que
den un paso más y continúen sus estudios y formación profesional en el campo del
urbanismo. Como verán, nuestras ciudades, nuestras sociedades, requieren de
profesionales idóneos, capacitados, con habilidades específicas, pero sobre todo con la
actitud y compromiso necesario para resolver problemas que son de la gente.
El esquema propuesto hace hincapié en los desafíos que tenemos en el urbanismo del
presente. El abordaje que haremos es tan conceptual como práctico, hay un énfasis en lo
conceptual, pero también en las experiencias realizadas. Tendrán herramientas teóricas y
metodológicas para que puedan orientar sus acciones, pero a la vez veremos lo que les
sucede a las ciudades y que están haciendo para orientar su desarrollo.
Como en otras disciplinas, cuando nos toca definir el urbanismo hay posturas distintas que
hacen énfasis en diferentes aspectos. Si hiciéramos una lectura histórica de lo que se
entiende por tal, veríamos el énfasis puesto en diferentes temas. El tiempo actual,
pareciera, nos brinda una perspectiva amplia, integradora, que rescata los valores de las
principales líneas que se han dado durante el siglo XX y nos pone de frente un desafío
mayor: mantener el equilibrio sobre lo que cada una aporta.

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“El urbanismo actual, como cualquier otra actividad profesional, es el resultado de la evolución de un
conjunto de prácticas, métodos y teorías, que se han sucedido, solapado o convivido de diversas
maneras según los períodos y según los lugares.”1

En el análisis del conjunto de teorías y prácticas, nuestra autora de base para esta clase
trata de encontrar la génesis que nos permita sintetizar y comprender la cuestión. Sin
embargo, antes de hacerlo debemos dejar sentada la primera definición: la ciudad es un
objeto complejo y multidimensional, por lo que requiere de distintas formas de análisis y de
acercamientos, entendiendo conceptos, teorías y metodologías diferentes que, aun así,
serán incompletas e inciertas al momento de recomponer la globalidad del conocimiento
esperado.
Reconocemos en nuestra historia reciente 3 grandes tradiciones en lo urbano:

 El urbanismo como una dimensión estética y artística;


 El urbanismo técnico científico proveniente de las ciencias sociales y de la técnica; y
 El urbanismo como ideología proveniente de la filosofía política.
A veces, desde la permanencia o adhesión a algunas de ellas se termina negando o
subestimando las otras. El presente nos brinda ejemplos de la importancia de ahondar en
los tres aspectos, mostrando la sinergia poderosa que puede generarse desde una
concepción integral.
Estas tres grandes tradiciones se corresponden con tres manifestaciones básicas del
urbanismo: el diseño urbano, la planificación como instrumento racional y la acción política
desde el ámbito público.
La primera de ellas, el diseño urbano, “mira la ciudad como forma física susceptible de
composición formal y de apreciación estética”, se proyecta claramente desde el
renacimiento hasta el presente. La segunda entiende al urbanismo como racionalidad
científico-técnica, tanto en sus análisis como en sus respuestas. La tercera (...) “considera
al urbanismo como medio de reforma social, se inicia con el utopismo decimonónico y llega
hasta las experiencias actuales de apertura de los sistemas urbanísticos a la participación”.
Lejos de lo que se pueda creer, estos tres grandes enfoques están más relacionados de lo
que se supone. Como adelantamos, en el presente se comienza a entender la sinergia que
tiene para la transformación de la ciudad trabajar articuladamente desde los tres campos.
Sin embargo, analicemos cada uno por separado para poder comprender algunas
características de cada uno de ellos:

El urbanismo como problema estético-formal


Es la concepción más ligada a la arquitectura (aunque no exclusivamente). Podemos decir
que comienza en el Renacimiento, aunque encontramos algunos ejemplos en períodos
anteriores. El “arte urbano” es una actividad diferenciada de los modos de construir ciudad.
Dichos modos son el resultado de una reproducción costumbrista de determinadas
prácticas sociales, jurídicas, administrativas, religiosas o políticas. El arte urbano, por el
contrario, es concebido por artistas que configuran un espacio culto, con una finalidad
estética explícita, además de un carácter teórico.

1 SÁNCHEZ de MADARIAGA, I. (2008). Esquinas inteligentes, La ciudad y el urbanismo moderno. editorial


Alianza Forma, Madrid.
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Alberti, autor de De re aedificatoria -publicado en 1485-, inaugura toda una tradición de
tratadistas que teorizan sobre la arquitectura y la ciudad. Arquitectura y urbanismo, según
Alberti, son una misma cosa; existe una fuerte e íntima relación entre el espacio interior y el
exterior. Tanto en la arquitectura como en la ordenación de una parte de la ciudad se trata
de concebir y vincular de forma coherente los elementos de la totalidad.
Al arte urbano le aplican nociones de proporción, regularidad, simetría y perspectiva de los
edificios, pero también a las plazas y a los elementos que relacionan los edificios y los
espacios: arquerías, columnatas, portadas, arcos, jardines, obeliscos, etc. En el arte urbano
de los inicios confluyen intervenciones barrocas como las de Bernini o Borromini, con
realizaciones francesas geométricas como los jardines de Versalles.
La Revolución Industrial pone fin a la primera parte del arte urbano y supone también la
desaparición de los modos tradicionales de construcción de la ciudad. La industrialización
trae consigo un nuevo orden de prioridades que hace prevalecer la finalidad práctica sobre
la estética. Mientras, la propia evolución del arte urbano degenera hacia el academicismo, a
medida que privilegia el placer visual frente al equilibrio entre funcionalidad, estructura y
belleza (la histórica definición de Vitruvio), convirtiéndose en un sistema formal de reglas
rígidas y anacrónicas que no responden a las condiciones de su tiempo.
La ciudad industrial trae consigo nuevos problemas y otros que, por la dimensión del
crecimiento poblacional y la impresión de nuevos medios de transporte, comienzan a ser
visibles. La necesidad de encontrar respuesta a estos problemas abrirá el camino a una
transformación urbana distinta, pero que no será desde esta concepción.
Sin embargo, el movimiento moderno tampoco se alejó tanto de esta mirada estética del
urbanismo. La famosa frase de Louis Sullivan “la forma sigue a la función”, si bien cambia
las prioridades, la preocupación por la forma no desaparece. Algunos trabajos como del de
Daniel Burham para Chicago (1909) muestran un planteo urbano que mantiene el rigor de la
composición, aunque desprovisto de las reglas académicas.
No obstante, los CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna) dejan de lado
los problemas formales de la ciudad y se ocupan más de los aspectos funcionales y
administrativos. La tensión entre estos conceptos aparece tanto en los discursos como en
los hechos.
Desde 1950 aparecen críticas que buscan recuperar la dimensión formal y estética del
urbanismo y una década más tarde aparecen distintas posiciones que buscan reconocer la
existencia de una arquitectura urbana.
En otra línea, Lewis Mumford y Pierre Lavedan, definen a la ciudad de manera más amplia,
con un énfasis en lo cultura. Comienzan así una serie de investigaciones sobre la
morfología y los tejidos urbanos, como una forma pragmática de descubrir reglas válidas
que guíen al proyecto urbano. La “tipología” como concepto pasa a ser una de las
principales reflexiones para el análisis. Más allá de las diferentes definiciones, el concepto
de tipología remite a una relación entre el espacio libre y el construido:
“La forma de los trazados urbanos, de las calles y los espacios públicos, está entretejida con la forma,
el tamaño y el volumen de la edificación, con las relaciones de la edificación con la parcela, la

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manzana y el trazado viario. La morfología del espacio urbano es la otra cara de la moneda que
configura la tipología edificatoria.”2

La comprensión de la ciudad común encuentra su herramienta teórica a partir de la


lingüística y la semiótica, y muy especialmente a partir de críticos que acompañan esta
rama del conocimiento con el análisis del arte y en particular de la arquitectura. Así como se
propone la legibilidad de un objeto, se comienza a reflexionar sobre la lectura del espacio
urbano. La semiología encuentra su principal razón en los espacios de poder, sin embrago
en la legibilidad de la realidad urbana común intervienen formas y usos que caracterizan
lugares y sociedades. Kevin Lynch es uno de los principales promotores de esta corriente.
Después de la Segunda Guerra Mundial, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra,
comienza a utilizarse el término “diseño urbano” para referenciarse al proceso de
concepción del orden espacial que permita controlar la forma de la ciudad, en particular del
espacio público.
“El diseño urbano se vincula también con la psicología de la percepción y con otras concepciones
filosóficas sobre la naturaleza e importancia del espacio público, entendido como espacio de la
comunidad política y social.”3

Tan pronto como se plantea la importancia del espacio público urbano, se reflexiona sobre
la disociación entre este espacio y el social, entre el urbis y el civitá. Esta diferencia la
establecieron los romanos al desmembrar el concepto de polis que tenían los griegos, el
cual conjugaba en un concepto una serie de condiciones físicas y sociales -tangibles e
intangibles- que daban cuenta de la polis y que tenían en la política la acción de gobernar
dicha polis. Los romanos, entendiendo que el término era complejo, lo separaron en urbis -
el artefacto físico- y civitá -las relaciones sociales. Esta división se mantuvo hasta nuestros
días, de hecho, se ha ido complejizando, pero el desmembramiento del término para un
análisis mayor no siempre ha ayudado a la comprensión de la complejidad del objeto.
La existencia del espacio público es indisociable de la existencia de prácticas sociales
colectivas pero su escala, función o accesibilidad no siempre permite que así sea. La
privatización del espacio público sea por invasión del mismo o por construcción de una
ciudad simulada, son problemas corrientes en el medio contemporáneo.
A finales del siglo XX y principios del XXI los esfuerzos por recuperar la forma urbana son
muchos y se multiplican.
“Lo que sí parece hoy asumido por la cultura urbanística es que el significado y el valor simbólico de
los espacios depende de códigos sociales establecidos, y no es algo inherente, exclusivo, a la forma
urbana. Es decir, la creación de espacios apropiables por la población exige la existencia de códigos
sociales compartidos por aquellos que construyen la ciudad y por quienes la viven, algo que para
muchos hoy no parece evidente.”4

El urbanismo como racionalidad científico-técnica


Es el pensamiento que fue predominante durante el siglo XX. La transformación de los
medios de producción, las concentraciones demográficas, la escala y gravedad de los

2 SÁNCHEZ..., op.cit.
3 SANCHEZ..., op.cit.
4 SANCHEZ..., op.cit.
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problemas urbanos aparecen en las ciudades industriales -hacinamiento, cogestión,
insalubridad, contaminación- hacen surgir, con la Revolución Industrial, una nueva práctica
urbanística con un fundamento teórico, una pretensión científica de validez universal y unos
objetivos utilitarios, permitiendo la elaboración de nuevos conceptos que son tomados de
distintos campos científicos como la matemática o la biología; términos como sistema,
agrupación, organismo, función, etc. Que hoy forman parte del vocabulario básico de
nuestra disciplina.5
La reducción del objeto de estudio a solo algunos aspectos fundamentales, propio de un
método científico, permite el estudio sistemático de un territorio urbano. Por ejemplo, con el
brote de cólera de 1854 en Londres, John SNOW -un médico- marcó sistemáticamente
sobre el plano de la ciudad la localización de las viviendas de la gente muerta. El estudio
marcó una importante concentración en torno a una toma de agua, por lo que el médico
llevo a las autoridades públicas la información pudiendo constatar la relación entre el
funcionamiento de la red de agua pública y la epidemia de cólera. El plano de John SNOW
seguramente es el antecedente más importante de un Sistema de Información Geo-
referenciada, adelantándose en el tiempo a demostrar la importancia de la relación de
variables en el espacio.
Este tipo de análisis llevo a una reflexión diferente en el análisis de la ciudad, incorporando
disciplinas que eran ajenas a la problemática de la construcción de lo urbano. Más aún,
esas disciplinas permitieron incorporar un bagaje conceptual muy diferente que amplio la
visión de la mirada urbanística.
Haussmann -quien ocupó por varios años un cargo equivalente al de intendente en París-,
mando a elaborar el primer plano de la ciudad con cotas de nivel y a estudiar los flujos de
circulación. Cerdá hizo lo propio en Barcelona, levantando su topografía y realizando un
estudio de la localización de la población obrera.
“El urbanismo de regularización, que busca adaptar o regularizar las ciudades existentes a las nuevas
exigencias de la sociedad capitalista e industrial, constituye una primera tendencia dentro del
urbanismo científico. Como el arte urbano, el urbanismo de regularización también tiene numerosos
e lustres antecedentes en formas de construcción de la ciudad en las que predominan los fines
pragmáticos o utilitarios. Una forma de construir y planificar ciudades, característica de actuaciones
de tanta envergadura como la retícula de Manhattan de 1811, concebida como marco homogéneo,
racional y pragmático que facilita la edificación y optimiza la inversión. Es también la forma
característica, sobre todo, de los centenares de fundaciones de ciudades por los españoles en
América durante casi tres siglos, de acuerdo con prácticas codificadas en uno de los documentos
urbanísticos más importantes de la historia, las Leyes de Indias. Unas prácticas urbanísticas, las de
las fundaciones en América, cuyos antecedentes se encuentran en las bastidas medievales, en los
castros militares romanos, en las ciudades de colonización de la Antigüedad y que, a su vez,
influyeron gradualmente en las ciudades fundadas en Norteamérica.”6

Por la importancia que reviste para nosotros la formación del urbanismo en la América
española, señalemos algunos aspectos relevantes de la regulación manifiesta en el código
que menciona la autora, es decir Las Leyes de Indias. Ese cuerpo jurídico comenzó a
escribirse con las órdenes que el mismo Colón trajo en su primer viaje y siguió

5 Cfr. SANCHEZ..., op.cit.


6 SÁNCHEZ..., op.cit.
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enriqueciéndose con cada campaña iniciada. En lo que respecta al urbanismo, la influencia
europea es bien destacada; principalmente el urbanismo medieval de Castilla, pero también
las ideas de castros militares romanos y la influencia de artistas e ingenieros renacentistas,
más que nada en torno a lo defensivo de las fortalezas y ciudades. El debate teórico no
estaba tan presente, pero si la influencia local que se fue dando conforme avanzó el plan de
la conquista. El espacio natural es de una dimensión totalmente desconocida por los
españoles y los habitantes también empezaron a influir con sus culturas, a pesar del fuerte
proceso de imposición de la cultura europea. Así, la praxis -secuencia de teoría y práctica-
convirtió el producto en un modelo diferente, distinto, propio de un lugar y una época. Es el
legado que nos dejaron, aun cuando nuestras ciudades han comenzado a construirse
después de la independencia, la persistencia cultural de un modelo que tuvo vigencia
durante más de cuatrocientos años se hace sentir hasta nuestros días.
Aun cuando las leyes se fueron dictando durante muchos años, es importante subrayar que,
en el año 1573, el Rey Felipe II presenta un conjunto de ellas muy bien articulado bajo el
nombre de Ordenanzas de Descubrimientos y Población, con claras precisiones sobre la
forma de la ciudad, el trazado de las calles y de la plaza, la localización de la iglesia, los
edificios de gobierno y el diseño de las casas. Pero este famoso texto apareció cuando gran
parte de las principales ciudades ya estaban fundadas.7
Si bien desde el inicio de la conquista el urbanismo fue un tema central, el término técnico
utilizado era “poblar” y alude al proceso de fundación y de población, con pautas claras
tanto para uno como para el otro, referencias al orden físico y social imperante e impuesto a
un territorio nuevo, en donde no necesariamente se trasponía lo conocido, sino que se
ajustaba a la empresa de conquista.
Dentro del término “poblar” se distinguen tres centros de escala urbana: i) los centros de
conquista, ii) las construcciones fortificadas, castillos o fortalezas y, iii) los poblados
propiamente dichos. La ciudad ejemplificó la transición de la conquista a la colonización,
mientras que la fortaleza y los centros de conquista respondieron a la etapa de
reconocimiento y penetración en el territorio. Básicamente, los poblados fueron centros de
servicio de actividad eminentemente agrícola-ganadera cuya escasa complejidad solo se
manifiesta en los edificios de gobierno. Como excepciones quedan aquellas ciudades que,
como complemento de un puerto fortificado o de un centro administrativo jerárquico,
asumieron también condiciones de centros comerciales.8
En el siglo XIX, Revolución Industrial mediante, el urbanismo de regulación se centra en dos
problemas específicos: la higiene y la circulación. El primero de ellos se fortalece con un
movimiento denominado de los higienistas, que en esa misma época impulsan médicos,
filántropos y reformadores sociales para mejorar las condiciones de vida de las clases
obreras y evitar las epidemias.
Haussmann crea sobre la trama medieval un nuevo sistema de redes de circulación de
personas, transporte, provisión de agua y evacuación de aguas servidas. Cerdá hace lo
propio en Barcelona con la planta nueva del ensanche, compartiendo rasgos comunes.

7 Cfr. Centro de Estudios Históricos de Obras Públicas y Urbanismo (1989). La Ciudad Hispanoamericana, El
sueño de un orden. Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, España.
8 Cfr. ZINGONI, J. (2014). Formación e identidad del urbanismo americano. En: Gestión del Patrimonio Urbano,

Textos de cátedra, Volumen I, editorial de la Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca.
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“Distintas circunstancias como la posibilidad de contar con una ley urbana de avanzada (1850), el
alto nivel técnico de los ingenieros formados en la Escuela Politécnica, la resonancia cultural de todo
lo que ocurre en la capital francesa y, principalmente las cualidades del barón Haussmann –prefecto
del Sena desde 1853 a 1869-, convierten a las transformaciones de París en un hecho trascendente.
Por primera vez se dictan y aplican un conjunto de disposiciones técnico-administrativas que atañen
a una ciudad de más de un millón de habitantes.

Las obras realizadas por Haussmann en sus diecisiete años se pueden clasificar en obras viales,
construcciones de edificios dirigidos directamente desde el municipio, la creación de parques
públicos, la renovación de las viejas instalaciones y las modificaciones administrativas de la
capital.”.9

Estos nuevos profesionales -ingenieros y arquitectos- son los encargados de la


planificación, construcción y gestión de las nuevas infraestructuras y servicios urbanos,
incorporando los nuevos adelantos científicos y tecnológicos como la hidráulica y la
electricidad. Sin embargo, comenzando el siglo XXI, la falta de agua y saneamiento siguen
siendo uno de los principales problemas en el mundo.
Por otra parte, durante el período entreguerras, prosperó una corriente que como ya
mencionamos adoptó el nombre de “funcionalismo” y su principal exponente fue Louis
Sullivan. La relación entre los procesos de producción y la arquitectura es palpable. Le
Corbusier señala que la casa debe ser una máquina de vivir y Walter Gropius señala las
bondades de la estética de ciertos edificios de la Revolución Industrial. La Bauhaus
amplifica esta visión y crea el preludio para la concepción maquinista del primer movimiento
moderno.
“Los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM) se convierten en el principal foro de
debate del funcionalismo y proponen un marco de proyecto universal para el urbanismo, según el
cual el espacio se debe organizar de acuerdo con las principales actividades humanas, consideradas
como funciones: trabajo, vivienda, transporte, ocio. A cada una de estas funciones corresponde un
tratamiento urbano y arquitectónico específico, en un espacio urbano separado y diferenciado. La
calle tradicional, con su utilización múltiple y confusa, debe desaparecer y ser sustituida por autovías
que conectan entre sí los edificios -torres y bloques- situados en zonas verdes a modo de parques.

(...) La concepción de los CIAM, basada en una idea universalista del ‘hombre’, que no del ser
humano, independientemente de su edad, sexo, clase, origen o raza, genera unos espacios uniformes
y anónimos, faltos de la complejidad de la ciudad tradicional, que ya son objeto de crítica desde
dentro de los propios CIAM por Alison y Peter Smithson en el congreso de Hoddesdon en 1951. Una
crítica recogida por cada vez más arquitectos del propio movimiento moderno que se explicita en
sucesivos congresos hasta el de su disolución en Otterlo en 1959.”12

Entre los aportes de otras disciplinas al urbanismo destaca la aplicación del análisis
económico, especialmente la formulación de la teoría de la renta del suelo y de la
localización de actividades en el espacio urbano. Modelos con variables como población,
empleo, distancia y medios de comunicación, estudiados desde el siglo XIX hasta nuestros
días, han generado una gran cantidad de conocimiento de las realidades espaciales con
fuerte base empírica y descriptiva.

9ZINGONI, J. (2016). Urbanismo, Arquitectura e Ingeniería en el siglo XIX. En: Gestión del Patrimonio Urbano,
Textos de cátedra, Volumen II, editorial de la Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca.
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Podemos destacar tres teorías que proporcionan explicación a la conformación y
crecimiento de las ciudades: la teoría de los sectores (Hoyt, 1939) que muestra cómo se
produce la concentración alrededor de los ejes de comunicación, la teoría de los centros
múltiples vinculados por ejes de transporte (Harris y Ulman, 1959), la teoría de la renta que
explica el valor del suelo en función de la localización de las actividades, los diferentes usos
y la distancia entre ellos (Alonso, 1964).También es importante la teoría de centros y
subcentros formulada por Christaller (1933) a partir del estudio de la red alemana de
ciudades, arrojando explicaciones sobre la jerarquía de centros y sus áreas de influencia.
La puesta en práctica del urbanismo científico-técnico se generalizó después de la Segunda
Guerra Mundial. La existencia de diversos instrumentos jurídico-técnicos comenzó a
ampliarse y a sistematizarse. La regulación de la actividad inmobiliaria desde lo público se
generalizó; controles sobre la alineación de fachadas, retiros, alturas, usos como también la
práctica de la expropiación, fueron técnicas incorporadas definitivamente a la gestión
municipal.
Sobre el urbanismo empieza a pesar la influencia de la matemática y de la cibernética. La
comprensión del concepto de sistema, como conjunto de elementos relacionados entre sí
con la posibilidad de que pequeños cambios impacten sobre transformaciones más
profundas, empiezan a explicar de una manera diferente las ciudades existentes y su
proceso de intervención.
La planificación empieza a explicarse más con diagramas que con planos detallados. Se
empieza a utilizar la técnica de escenarios, prediciendo las consecuencias de actuar o de
no hacerlo, para elegir la mejor alternativa. La planificación urbana se generaliza en la
década del ’60; grandes estructuras del Estado trabajan en ello a tal punto que en ciertos
países la disciplina llega al rango ministerial. Los planes se conciben como estudios de
diagnóstico muy profundos con técnicas diversas y a veces estudios tediosos. A pesar de
todos los esfuerzos, los equipos que se conforman, los estudios, proyectos y la
disponibilidad de la inversión, los resultados no son los esperados. Muchos planes quedan
en la forma de un libro o, en el mejor de los casos, en intervenciones parciales que se
demoran en el tiempo y terminan siendo superados por los problemas.
Esta situación pone de manifiesto la limitación de reducir la complejidad de la ciudad a unas
cuantas variables, aun cuando las mismas son vitales para una comprensión del fenómeno
urbano, la situación requiere de una mirada más completa. Esa mirada tecnocrática no tiene
en cuenta las dimensiones espaciales-temporales, ni estéticas, los comportamientos
individuales y colectivos, o las relaciones sociales y de poder. Parte de la esencia misma de
la complejidad es la concepción abierta, atenta y crítica sobre lo que puede venir, lo
inesperado. Como señala Edgar Morin, el paradigma de la simplificación domina nuestra
cultura; separa lo que está unido y unifica lo diverso. Lo vemos a diario en cualquier
organización municipal, dividida en cuantas secretarías y direcciones se le ocurra a un
dirigente, sin considerar los campos de los problemas ni de las acciones. La realidad es
otra, y tiene la complejidad de la vida cotidiana.
“Si la complejidad no es la clave del mundo, sino un desafío a afrontar, el pensamiento complejo no
es aquel que evita o suprime el desafío, sino aquel que ayuda a revelarlo e incluso, tal vez a
superarlo.

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La complejidad es el desafío, no la respuesta.”10

La complejidad de la mirada urbana está en la interrelación de diversos factores que


confluyen en el espacio físico construido: el soporte físico del lugar -el suelo, el agua y el
aire- el proceso de fundación y construcción -no siempre acorde a un criterio de
sustentabilidad- la provisión concreta de recursos naturales como ser el agua o la facilidad
de evacuación de las mismas, los riesgos contemplados -deslaves, inundaciones-, la
suficiente producción de suelo para habitar conforme un patrón sostenible, la adecuada
provisión de equipamientos urbanos, el modelo de movilidad, etc., son cuestiones básicas a
atender que hacen que la comprensión del objeto sea compleja.
Pero, más allá de ello, la realidad es dinámica y los mismos procesos de urbanización
generan desencadenamientos que no siempre son positivos. El valor económico del suelo
genera oportunidades de negocios en sitios en donde la acumulación no es lo deseable o
en lugares cuyas condiciones ambientales no son las adecuadas. Se necesita mucho
Estado para controlar ese Mercado, aun cuando los criterios de razonabilidad y de bien
común puedan ser bien explicitados. La dificultad para muchos vecinos de acceder a un
terreno o a una vivienda propia es un problema de grandes dimensiones. Pero cuando se
quiere intervenir en las condiciones de acceso -un crédito, por ejemplo- o se realizan
mejoras en un barrio para hacerlo más atractivo, el valor del suelo aumenta, haciendo más
difícil aun dicha accesibilidad.
La dinámica de la ciudad puede complejizar de muchas maneras el desarrollo urbano.
Supongamos que una ciudad intermedia vive un proceso en donde no aumenta su
población más allá de la reposición generacional. Uno puede suponer que con ese
escenario no necesita producir más ciudad, ni siquiera más vivienda. Sin embargo, dicha
ciudad puede vivir un proceso de relocalización de su población, la cual elije dejar
determinados barrios que cuentan con toda la infraestructura para trasladarse a zonas
nuevas que ofrecen otro estilo de vida, pero necesitan de mucha inversión. Más aun,
edificios que todavía tienen vida útil pueden ser demolidos porque la respuesta inmobiliaria
busca otras ofertas. Así, sin crecer en población, la ciudad puede experimentar una
situación de insatisfacción y de ineficiencia urbana significativa; áreas con servicios que se
quedan sin gente y se vuelven inseguras y áreas que comienzan a poblarse y necesitan de
mucha inversión. Dicha situación -imaginaria pero real- supone un gasto excesivo en ambas
zonas: la primera en seguridad y mantenimiento, la segunda en inversión.
Pero la complejidad va más allá de los aspectos científico-técnicos (que por sí solo
alcanzan para fundamentarla). La ciudad es una constante relación y juego de fuerzas de
intereses muy diferentes con actores que pugnan por conseguir un beneficio o créditos. Si
no se conoce el mapa de fuerzas y los actores que intervienen, difícil será poder encauzar
el desarrollo urbano.

El urbanismo como medio de transformación social


Si, como señalamos, la visión tradicional era que el urbis se concebía como el “artefacto” en
el cual se desarrollaban las múltiples actividades y relaciones de una sociedad, es lógico
entender que en algún momento alguien pensó en la inversa, es decir en la concepción de
una ciudad como transformadora de las mismas relaciones sociales.

10 MORÍN, E. (2014). Introducción al pensamiento complejo, editorial Gedisa, Barcelona.


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Los grandes problemas sociales desencadenados por la Revolución Industrial generan el
ambiente propicio para la búsqueda de una ciudad ideal, o al menos una en la que los
problemas del presente sean contenidos o solucionados. Esta idea de pensar utopías no es
novedosa y la encontramos en la historia desde Tomás Moro a nuestros días. De alguna
manera, la utopía urbana aparece como una propuesta que se opone a la ciudad real,
aunque también podemos decir que la complementa. La relación es innegable porque parte
como mínimo de identificar algo que no lo satisface.
El primer aporte significativo de nuestra era lo hace un grupo conocido como los utopistas
durante el siglo XIX. El modelo espacial de Howard, la ciudad jardín, constituye un proyecto
completo de sociedad que aborda las dimensiones política, social, económica y técnica.
Promueve la construcción de las primeras ciudades jardín inglesas, Lechtworth y
Hampstead. Con el fin de institucionalizar sus ideas crea la Garden City Association.
Howard propone la creación de muchas ciudades nuevas, limitadas a 32.000 personas en
400 hectáreas, rodeadas de un ambiente agrícola, con densidades altas y actividad
industrial descentralizada de los principales centros urbanos pero conectados a ellos por el
ferrocarril.
Robert Owen (1771-1858) es el primero y más significativo de los reformadores utópicos. Es
un personaje singular, autodidacta, dedicado al comercio y más tarde afortunado industrial y
político. Compra con sus socios una fábrica de hilados en Escocia –New Lanark- y hace de
ella un centro modelo, introduciendo en ella maquinaria de avanzada, horarios moderados,
buenos salarios y viviendas con buenas consideraciones higiénicas. Construye cerca de la
fábrica una escuela elemental y la primera guardería infantil de toda Inglaterra. Estas
mejoras no le impiden obtener grandes beneficios, convirtiéndose luego en uno de los
precursores de la legislación laboral, del movimiento cooperativo y de las organizaciones
sindicales.
Durante la segunda década del XIX, Owen elabora un modelo de convivencia ideal: un
pueblo para una comunidad restringida que trabaja colectivamente tanto en el campo como
en la fábrica, pudiendo autoabastecerse ya que el propio pueblo les proveé de todos los
servicios necesarios.
Se fija el número de habitantes, la extensión del terreno dedicada al cultivo, la organización
de la edificación y las obligaciones de la comunidad para con las autoridades locales. Owen
trata de trasladar a la práctica su plan, primero en Orbistán –Inglaterra-, luego en América.
En 1825 compra el pueblo de Harmony, en Indiana, instalándose allí con mil seguidores. Sin
embargo, no se consigue el paso de la teoría a la práctica y la iniciativa fracasa.
Charles Fourier (1771-1837) plantea que las acciones de los seres humanos derivan de la
atracción pasional y no del provecho económico. La vida y la propiedad deben ser estados
totalmente colectivizados, por lo tanto, plantea edificios adecuados a los cuales llama
“phalansteres”. Lo cotidiano transcurre como en una suerte de hotel; los ancianos en planta
baja, en el primer piso los niños y los adultos en los superiores. El edificio se concibe bajo
las formas de la arquitectura representativa francesa. El falansterio se intenta realizar varias
veces, en Francia, Argelia, América y Nueva Caledonia, aunque siempre sin éxito.
Etienne Cabet (1788-1856) publica en 1840 la descripción de una ciudad ideal –Icaria-
basada en una organización socialista de la propiedad y de la producción. También él,
como Fourier, hace una minuciosa descripción de la ciudad, pero la concibe como una gran
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metrópoli que reúne la belleza de todas las ciudades más célebres. El plano es rígidamente
geométrico, con calles a noventa grados y un río rectilíneo que corre por el centro. Todas
las calles son iguales, se toman precauciones para facilitar el tránsito, especialmente de los
peatones el cual se separa de los vehículos. La arquitectura de Icaria realiza
completamente los ideales del eclecticismo porque cada uno de los sesenta barrios
reproduce el carácter de las principales sesenta naciones, y las casas presentan
ornamentaciones de todas las líneas estilísticas.
Estas ideas inspiraron programas de nuevas ciudades en varios países. La
institucionalización de las técnicas urbanísticas permitió poner en práctica programas que
se inician en medios administrativos, políticos, legislativos y profesionales desde fines del
siglo XIX en los países de industrialización más temprana. Las primeras ordenanzas que
funden la técnica de zonificación con la de regulación de la edificación en un único
instrumento, se promulga en Frankfurt a fines del siglo XIX y en Nueva York en 1916. De
principios de siglo XX son las primeras leyes urbanísticas de numerosos países europeos.
Con los años, se van configurando dos puntos de vista respecto de cómo abordar
problemas como el hacinamiento y la miseria de las grandes ciudades. Estas dos posturas
ejemplifican el debate a lo largo del siglo XX entre dos concepciones antagónicas y que
define el papel del Estado en los asuntos urbanos. El primero considera el problema como
estructural y por lo tanto de carácter público y político; exige una acción colectiva a través
del Estado para controlar la especulación del suelo y la redistribución de la renta. El
segundo, considera al tema como una falla de mercado y por lo tanto como un problema
privado en el cual el Estado no debe inmiscuirse para no generar más interferencia.
Un siglo de teorías y experiencias son más que suficientes para abordar algunas
conclusiones sobre el tema. Durante décadas se ha sostenido que el Estado debe hacer las
reglas y el Mercado encargarse de la producción de la ciudad. La gran dificultad es que al
Estado y al Mercado le importan dos ciudades diferentes; el segundo pugna por producir la
ciudad en la que puede reproducir (multiplicar) el capital, mientras que al primero aquella en
la que tenga lugar para todos sus habitantes. Esta lógica en la cual el Estado se ha
desentendido a instancias del Mercado ha dejado crecer un mar de miseria a expensas de
pequeñas islas de buen urbanismo. Ya no hay lugar para el debate, el Estado debe
intervenir, pero debe orientar y promover a un Mercado que brinda servicios y empleos de
suma importancia.
También el surgimiento de una nueva sensibilidad ambiental supone el fin de la idea de que
los recursos naturales son susceptibles de explotación indefinida y con ellos cuestionan el
crecimiento urbano extensivo, especialmente la comprensión de la ciudad como
consumidora de recursos naturales y generadora de residuos y contaminación.
La creencia científica de los impactos negativos de las urbanizaciones empieza a crear una
opinión favorable al mayor control del crecimiento urbano y a un estilo de desarrollo más
sustentable.
El cuestionamiento a la planificación tecnocrática lleva también a comenzar experiencias de
participación de la población no experta en la comprensión de la realidad, la formulación de
propuestas y la concreción de obras y acciones. La participación refiere a un proceso de
institucionalización de los ciudadanos en la concreción de herramientas técnicas que antes
confundían su carácter con la limitación de la mirada del profesional o del tecnócrata.

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La noción de participación no cuestiona la representatividad política, sino que amplía la
base de involucramiento del vecino, usuario o actor social urbano. Sin embargo, podemos
distinguir dos corrientes diferentes: una que fundamenta la participación como un proceso
de aprendizaje social, la otra que la comprende como un proceso de movilización que
empodera a la comunidad y sus líderes, haciendo que disputen una nueva cota de poder.
Ambas son muy importantes de comprender e impulsar, lo importante es ver cada situación
en particular y la necesidad de mejorar dichas representaciones.
Los procesos de descentralización del Estado buscan también acercar el poder político a la
cuestión territorial y consecuentemente a la urbana. En este proceso hay que distinguir la
desconcentración de la descentralización; en la primera se delegan recursos sin poder, en
la segunda hay una cuota de autonomía que mejora los procesos de decisión. No obstante,
hay que tener cuidado con todo proceso que tienda a dividir al Estado en células pequeñas,
ya que las mismas pueden derivar en procesos ineficientes e ineficaces. La burocratización
de los procesos de gestión urbana es uno de los principales problemas que se enfrentan en
el desarrollo de una ciudad.

Bibliografía
CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE OBRAS PÚBLICAS Y URBANISMO (1989). La
Ciudad Hispanoamericana, El sueño de un orden. Ministerio de Obras Públicas y
Urbanismo, España.
GARCÍA, R. (2006). Sistemas complejos. Editorial Gedisa, Argentina.
MORÍN, E. (2014). Introducción al pensamiento complejo. Editorial Gedisa, Barcelona.
SÁNCHEZ de MADARIAGA, I. (2008). Esquinas inteligentes, La ciudad y el urbanismo
moderno. Editorial Alianza Forma, Madrid.
ZINGONI, J. (2014). Formación e identidad del urbanismo americano. En: Gestión del
Patrimonio Urbano, Textos de cátedra, Volumen I, editorial de la Universidad Nacional del
Sur, Bahía Blanca.

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