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Este fin de semana se publicó la esperada nueva edición del 

Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V). Esta polémica y veterana
publicación, abalada por la Asociación Americana de Psiquiatría, describe los
síntomas de una amplia gama de enfermedades mentales y pretende ser una guía
para el diagnóstico. Tiene un abasto tan mundial que cualquier trastorno
mental nombrado en el DSM adquiere categoría de enfermedad mental
a ojos de muchos.
También el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos (NIMH) ha
apuntado de forma negativa al enfoque basado en los síntomas del DSM. La
institución afirma que sólo las pruebas de laboratorio deberían ser el único camino
racional para el diagnóstico de una enfermedad mental. Otras críticas
habituales, y otras centradas en el DSM V, es el hecho de ampliar el
umbral diagnóstico (sobre todo en niños), lo que en consecuencia
aumenta el nombre de diagnosticados (y medicalizados).
Enfoque cultural de dudoso éxito
La amplia aceptación internacional del DSM indica que esta clasificación es una
herramienta muy útil para identificar los trastornos mentales tal y como son
padecidos por los individuos de todo el mundo. No obstante, existen pruebas de
que los síntomas y el curso de un gran número de trastornos están
influidos por factores étnicos y culturales. No hay que olvidar, por tanto, que
las categorías diagnósticas incluidas en el manual son en muchos casos
construcciones culturales, no certezas globales.
En los síndromes ligados a la cultura, el paciente suele mostrar
síntomas que se reconocen como una enfermedad que afecta a una
sociedad o cultura específica. El síndrome cultural de Dhat (síndrome del
semen perdido) observado en partes de la India o el sur de Asia, que se caracteriza
por fatiga, ansiedad y culpa sobre todo en hombres, es un ejemplo bien
documentado de síndrome psicológico ligado a la cultura, como también lo es el
susto o la enfermedad del miedo, en América Latina.
Probablemente en un intento de aceptar esta obviedad, el término “síndrome
cultural” o “síndrome ligado a la cultura” fue incluido en la 4.ª edición
del DSM, con un listado de las afecciones más comunes incluidas en dicha
categoría. No obstante, el toque cultural de la guía deja aún mucho que desear,
según varios críticos expertos en la materia. El apartado describe cómo los aspectos
culturales afectan al contenido y a la forma de presentación del síntoma (p. ej.,
trastornos depresivos caracterizados por una preponderancia de síntomas somáticos
más que por tristeza), da a conocer también qué términos son preferidos para
definir el malestar y aporta información sobre la prevalencia del trastorno (cuando
es posible).
La polémica podría llegar ahora con algunas condiciones mentales que ahora mismo
tienen categoría propia pero que, puestas en consideración, podrían llegar a ser
consideradas culturales.
Una definición conflictiva
Para Charles C. Hughes, autor del artículo The Glossary of ‘Culture-Bound
Syndromes’ in DSM-IV: A Critique, existen varios problemas con el uso de la noción
de síndromes culturales. Ya de entrada, el simple hecho de definirlos
convierte a estos síndromes en exóticos y sui generis, como si unos
fueran los “normales” y el resto los “otros”. ¿Quién determina quién es
quién? Más allá de esta pregunta rocambolesca, la clave está en aceptar que estos
“otros” tienen síndromes culturales del mismo modo que los tienen los
“occidentales” o las regiones consideradas “por defecto” en el DSM. Partiendo de
esta premisa, los síndromes culturales no deberían desarrollarse como un apartado
en el manual, sino que cada categoría diagnóstica debería contener de una
consideración de todos los factores culturales intervinientes, tanto desde
el punto de vista del paciente como de quien hace el diagnóstico.
Con todo, una categorización basada en los síntomas como la que realiza el DSM
podría ser mucho más útil si tuviera más en cuenta las posibles categorías
diagnósticas locales más allá de las universales, y que estos factores culturales se
tuvieran en cuenta no como algo diferenciado, sino integrado. También aumentaría
su utilidad, probablemente, si se aceptara que los tratamientos para el trastorno
mental no son de aplicación universal. En resumen, los trastornos ligados a la
cultura necesitan tratamientos ligados a la cultura.

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