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La Santificación en Perspectiva Reformada
La Santificación en Perspectiva Reformada
La relación justificación – santificación no es, que en la primera Dios nos hiciera un favor a
nosotros y que en la segunda nosotros le devolviéramos un favor a él. Que en la primera le
tocara a Dios, y ahora nos tocara a nosotros. No, ambas vienen de parte de Dios. La
justificación es un regalo de Dios, 100% obra de él. La santificación igualmente es una obra y
regalo de Dios.
“pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se
cumpla su buena voluntad” (Fil. 2:13)
“Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser
—espíritu, alma y cuerpo— irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo”
(1 Tes.5:23).
La diferencia entre las dos es que en la justificación Dios obra en nosotros sin nosotros, y que
en la santificación él lo hace con nosotros. Pero, ambas vienen de parte de Dios. En la
justificación Dios perdona la culpa del pecado. En la santificación Dios lava la mancha del
pecado. Dos obras en su gran proyecto de la restauración de una humanidad caída. Dos obras
de gracia.
¿Por qué es tan importante enfatizar que la justificación y la santificación ambos están en el
contexto de la gracia? Porque lo que ocurre a menudo, es que se crea una construcción de
equilibrio entre las dos. Como si fuera blanco y negro, dulce y agrio. En la justificación
tendríamos el evangelio. En la santificación la parte dura de la vida. Una construcción de
equilibrio se reconoce por el uso de la conjunción “pero” para conectar las dos esferas. Sí,
Dios nos salva por gracia, pero también espera que nosotros andemos en buenas obras. En el
documento de nuestras hermanas:
“Cristo es el centro de nuestra salvación, pero el objetivo del tema es que las damas
de nuestra iglesia nos ocupemos más de la santidad, porque sin santidad, nadie vera al
señor.”
Una ilustración para aclararlo. En una casa se deben lavar los platos. La madre tiene una
empleada de servicio en la casa, y sus hijos. Para que la empleada de servicios haga el trabajo,
la madre le habla en imperativos: “lávame los platos”. Pero a sus hijos les declara su amor,
diariamente. Y sus hijos, viendo ese inmenso amor de mamá, y como consecuencia natural de
eso, un día comienzan a lavar los platos. (Aunque tengo que admitir que en mi casa no
funciona así. Con ninguna forma gramatical nuestros hijos se mueven a la cocina para ejecutar
tareas domésticas). ¿Qué es lo que le interesa más a esa madre? ¿Platos limpios? o ¿Ver a
hijos que demuestran haber visto y experimentado con todos sus sentidos el amor de mamá?
Para las ovejas esto implica que siempre deben escuchar de boca de los ministros, cuánto Dios
las ama. De esta forma van a vivir una vida santa, no motivadas por miedo, por sentido de
culpabilidad o por buscar mérito, sino por gracia, por agradecimiento. El amor de Dios por
ellas despierte el amor por él en las ovejas. Y por amarlo, aman su palabra y su ley. La ley no
es agria. Ella es dulce como la miel. Vivir en santidad no es la parte oscura de la vida. Es vivir
en la luz. No hay un contraste entre la justificación y la santificación. No hay un “pero”. La
conjunción redentora entre las dos es: “por tanto”. Dios me justifica, por tanto vivo por él. El
Catecismo lo dice de la siguiente manera:
“¿No produce esta doctrina personas despreocupadas e impías? No, porque es
imposible que los que por la verdadera fe hayan sido injertados en Cristo, no
produzcan frutos de gratitud.” (Catecismo, pr. y r. 64).
Qué alegría le da a Dios ver a sus hijos, lavados por él, viviendo en ese agradecimiento. A la
hora de la muerte esos hijos le van a decirle a Dios: “gracias Señor. Fuiste tú, quien me
perdonaste. Fuiste tú, quien me lavaste. Sólo a ti sea la gloria”.
La salvación es sólo por la fe. No vivo por mi propia fuerza, sino por recibir lo que Cristo
ganó por mí. La fe es mi mano vacía que toma lo que Cristo me da. No solamente el día de mi
conversión, sino toda la vida. En ningún momento un creyente se independiza de su salvador.
Hasta el día de su muerte va como un cojo, necesitando que Cristo lo mantenga caminando.
Los creyentes estamos unidos con Cristo en su muerte y en su resurrección. En unión con él
somos resucitados a una nueva vida. El Espíritu Santo hace visible eso en la vida de los
creyentes. Vivimos entre la resurrección, ascensión y pentecostés y la segunda venida de
Cristo. El tiempo que él utiliza para limpiar y adornar a su novia por su Espíritu. El tiempo en
que por su Espíritu él nos renueva a su imagen. El tiempo en que Cristo comienza a cosechar
en nosotros lo que él mismo sembró: el fruto del Espíritu.
¿Cómo se reconoce una persona santa? Es una persona que nunca habla de sí mismo, cuán
buena es, sino siempre de su salvador. Es una persona humilde. No juzga a los demás. Es
alegre. Experimenta el descanso en Cristo. Ofrece ese descanso también a los demás. Una
iglesia santa es una oasis de amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad,
humildad y dominio propio.
Que hablemos de la santificación en esa perspectiva. Que seamos cada día más reformados.
Más apegados a Cristo. Con más énfasis en los ‘sólo gracia’, ‘sólo a Dios la gloria’, ‘sólo fe’
y ‘sólo Cristo’. Que la actividad de nuestras hermanas contribuya a eso.