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00A-Completo Antología 28 Nov
00A-Completo Antología 28 Nov
con la colaboración de
Jaime Ortega Reyna, Víctor Hugo Pacheco Chávez,
Edith M. Caballero Borja y Oscar García Garnica
Cuidado de la edición:
Diseño de portada:
ISBN:
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales
A manera de prólogo.................................................................................................. 11
José Guadalupe Gandarilla Salgado
i. el estado en su historia
a) El imperio incaico
b) Mesoamérica
c) El periodo colonial
E scribimos estas páginas en el marco de una de las más profundas, sino es que
la más profunda, crisis que ha experimentado el capitalismo en el último si-
glo; verdadera hecatombe que ya no solo compromete el curso de la economía (en
términos de crecimiento, empleo y salarios, pobreza y distribución de la riqueza,
desigualdad y enriquecimiento, inversión, consumo, presupuestos, tributación,
servicios financieros y banca), sino que ha envuelto en dinámicas muy complejas
ámbitos (sociales y políticos) que la han instalado con rasgos y características muy
delicadas en diversos planos, todos ellos significativos en la proyección y redefinición
de tendencias que inciden en el curso actual de las Américas y el Caribe. La región
en su conjunto pareciera moverse en un despliegue conflictivo que no es entera-
mente nuevo, y que debiera ser iluminado por una lectura histórica de largo plazo.
Lo que hoy se expresa como renovado protagonismo del imperio estadounidense
sobre nuestra comarca del mundo bajo la iniciativa de la Alianza para el Pacífico no
es sino una especie de rehabilitación post mórtem del fracasado proyecto del alca
(Área de Libre Comercio de las Américas), y una reacción a la consolidación que a
trechos va alcanzando el ideario bolivariano de independencia e integración regional,
con ya visibles y protagónicas entidades (alba, unasur, celac, mercosur
ampliado, etc.) desde las que se habla cara a cara al imperio que, desde mediados
del siglo xix, entró en relevo del antiguo conquistador.
Escribimos también estas páginas a unas semanas de haberse conmemorado
el cuarenta y un aniversario del golpe de Estado perpetrado en contra del pueblo
chileno y que quebró la vida de Salvador Allende e instaló manu militare de por
[11]
medio la doctrina del neoliberalismo como pretendido pensamiento único que es-
tructurase a los fundamentalistas de mercado. El golpe militar de 1973 que cobró
tantas víctimas corresponde a un programa de agresión y desestabilización (para
botón de muestra, el llamado Plan Cóndor) de toda aquella propuesta de gobierno
que signifique una amenaza para los intereses de Washington y sus aliados locales.
En su forma más contemporánea, este tipo de intrusión para la ruptura del orden
democrático constitucional, se inició con el desmantelamiento del gobierno legí-
timamente electo de Jacobo Árbenz, en Guatemala en el año de 1954, evento que
ejerció un fuerte impacto para otro personaje universal como lo es Ernesto “Che”
Guevara, a quien estos sucesos le alcanzaron a su paso por aquellas tierras. A casi
seis décadas de dicha conmoción intervencionista permanece abierta esa fórmula,
que busca imposibilitar un ejercicio pleno de soberanía y autodeterminación nacio-
nal, hoy opera actualizada bajo esa especie de mutación civil, legal o parlamentaria
que están experimentando lo que antes se exhibían y ejercían como “golpe militar
efectivo” y “régimen de ocupación”: en la última etapa, sus precedentes inmediatos
se miran desde aquel Golpe de Estado perpetrado en el Haití de Jean-Bertrand
Aristide en 2004, o en formas algo encubiertas y “menos escandalosas”, como fue
el caso de José Manuel Zelaya en Honduras, en 2009; y el más reciente en contra
de Fernando Lugo en Paraguay (2012). Tales ejercicios de desestabilización no
tienen por qué asimilarse como una tentativa cancelada, la historia no consiente una
desatención de esa naturaleza, no olvidemos que la vía golpista que se alienta desde
Washington se intentó instrumentar, por fortuna, sin éxito, contra Hugo Chávez
(2002), Evo Morales (2008) y Rafael Correa (2010).
Tal nivel de prepotencia en estos últimos casos (y que el affaire Snowden y el
episodio de retención del avión presidencial del Jefe de Estado boliviano, obligado
a aterrizar en Viena, Austria, hace unos cuantos meses, no hacen sino confirmar)
no es gratuito, pues pudiera ser que, en tierras latinoamericanas, se lleguen a
consolidar los primeros atisbos de oposición al neoliberalismo en determinadas
políticas y cambios estratégicos que anuncian modos novedosos para salir de él,
para superar una condicionalidad que fue elevada a principio constitucional. En
algunos de los polos privilegiados en la acumulación de capital, aquellos en que más
racializado se había tornado el ejercicio del poder y la dominación, donde más se
había avanzado en la instrumentación del Consenso de Washington y en la política
de desinstitucionalización de los Estados, cuyo resultado fue acompañar la profun-
12
dización del neoliberalismo con la crisis estatal prolongada, ha sido justamente ahí,
en este conjunto de países donde se han erigido y levantado los mayores campos de
resistencia —su espacio privilegiado corresponde a cierta zona geo-cultural de la
región andina—. Salir de tal atolladero, que resume el saldo de debacle neoliberal,
ha exigido una recomposición de los acuerdos constituyentes sobre bases novedo-
sas, y por ello muy complejas, pues los entramados sociales de la resistencia y sus
alcances territoriales han correspondido a una mayor consolidación, lo que da a
este proceso de cambio un contenido inédito que renueva incluso la discusión de
lo que por revolución actualmente debemos entender. Venezuela también se distan-
cia del predominio neoliberal bajo aquella política que, hacia el futuro inmediato,
enarbola en su propuesta programática del llamado “Socialismo del siglo xxi”. Las
otras modalidades de recambio en el ejercicio de gobierno se inscriben de mejor
modo en lo que algunos autores clasifican como recomposiciones neopopulistas
(Argentina, Brasil, tal vez hasta Uruguay). Hay que decirlo con firmeza, tal vez
el llegar a situarse más allá del neoliberalismo y del capitalismo en crisis, pudiera
estar aconteciendo en nuestra región como un aporte de alcance universal y que
puede llegar a conformarse como un proyecto de mejor entendimiento regional o
bajo modalidades de acompañamiento e integración que no coloquen en el margen
(como ha sido hasta ahora) sino en un lugar muy significativo nuestra condición
sociocultural plurinacional y los aportes que desde nuestra región se han hecho ya
no sólo para el reconocimiento de la diversidad, en sus distintos planos, sino para
la construcción y el fortalecimiento de la interculturalidad, como base e indicación
simbólica de largo aliento de “nuestro modo de ser en el mundo”, y de la forma en
que éste comparece a la hora de actualizarse en sus gestas históricas.
Sin duda, entonces, que lo más avanzando de dichos procesos que se encaminan
hacia la posibilidad de autoafirmación, de una segunda independencia (una vez que
la primera no fue efectiva para abandonar la colonialidad), como emancipación de
la gran nación latinoamericana, está ocurriendo actualmente en Bolivia, Ecuador y
Venezuela, pero es en Bolivia en que las enseñanzas, para el resto de la región y para
los movimientos políticos de resistencia y lucha por construir y consolidar poder, son
de lo más significativas no sólo en sus logros sino en lo que expresan los conflictos,
dificultades y contradicciones. Lo que ocurre en Bolivia es una revolución cuyos
alcances son apenas perceptibles y asumidos con dificultad si los encaramos con el
andamiaje conceptual a que nos habían acostumbrado aquéllos que recurrían a una
13
teoría sobre la emancipación humana, que presumía tal nivel de generalidad, que la
hacía aplicable en todo tiempo y lugar, en todo espacio-tiempo. Hoy, eso ya no es
posible, si estamos ante la concurrencia de una revolución que trastoca los modos
en que ésta venía siendo avizorada, esa revolución, que está ocurriendo en nuestra
realidad contemporánea, reclama también una revolución en las teorías críticas de
que disponemos, una resignificación de sus conceptos y categorías y la creación de
otros, novedosos, cuando ello haga falta.
Lo que en el fondo del debate se halla, sobre lo vigente o no de la(s) teoría(s)
crítica(s) de la sociedad, no toca solamente a la noción de criticidad, sino al sujeto
de esa crítica. Sujeto que no se encuentra, en exclusiva, donde la anterior teoría
pretendía buscarlo (el trabajador de fábrica, la clase obrera organizada, el partido
proletario), y que no habría de encontrarlo justamente porque el sujeto revoluciona-
rio es el que hace la revolución, y ya en lo que tuvo que decirnos el siglo xx sobre
este asunto, fue suficientemente ilustrativo como para quitarnos la expectativa de
que la revolución ocurriese en Europa y al modo canónico en que se imaginaba
debiera ocurrir, esta se dio, cuando hubo de darse, en las “extremidades del cuerpo
social capitalista”, en socialidades periféricas de predominancia campesina y bajo
articulaciones nacional-populares e indígenas.
Para el caso de nuestra época estos procesos de adquisición de conciencia y
de incremento en las composiciones de clase llamadas a revolucionar la sociedad
acontecen en los intersticios o márgenes que el autómata capitalista en su profun-
dización, ampliación o intensificación abre como nuevos campos de lucha: sujetos
que se activan en respuesta al agravio que les indigna y les moviliza por demandas
sectoriales, por reivindicaciones de alcance local, de pueblos y culturas originarios,
de afectación ambiental, de autonomías políticas, de autogestión económica, de
autodeterminación soberana, de bloques históricos nacionales, y estatalidad popular
emergente, neohegemónica y anti-imperialista.
El sujeto no desapareció o fue abatido; siempre fue otro, “el otro” para una
cultura política y una teoría crítica incapaz o no habituada para reconocer la otre-
dad. Hoy, el pedido a ese sujeto, el llamado a que se haga presente, lo verá estallar,
desde una cierta postura política inmanentista, o en la “múltiple monadología” (que
en su aceleración es capaz de detener en el tiempo ahora, la homogeneidad de un
orden rapaz que en tiempo lineal o real esquilma por diversos frentes y coloca en
inseguridad la existencia de propios y extraños) o en “multitudes territorializadas”
14
15
16
1
“No robes, no mientas, no seas perezoso”
2
“Arte de criar y educar seres humanos”
3
Puede traducirse como “yo merecedor”.
17
4
De ahí el llamado de Pablo González Casanova a estudiar la conquista en su sentido más am-
plio, puesto que ésta puede asumir las formas de “‘pacificación’, guerra colonial, ‘piratería’, guerra
contra el indio, intervención extranjera, cuartelazo, golpe militar, guerra de contrainsurgencia, o
la que ha sido llamada ‘guerra interna’, ésta es la que hacen hoy los ejércitos contra sus propios
pueblos” (González Casanova, 1993: 59).
18
19
En el caso de los trabajos que integran la tercera parte de esta antología, estos
se ofrecen como acercamientos conceptuales a la luz de lo que los procesos actuales
están planteando como exigencia de tematización, cada uno de ellos ilumina un
nuevo sentido de lo político y en algunos casos, de manera puntual aportan a la
posibilidad de pensar el proceso boliviano como de algún modo u otro relacionado
con un cometido revolucionario, proceso, el que vive esta nación, cuyos alcances
se miden también con relación a la posibilidad de edificar un inédito sentido de
estatalidad.
Si en el tiempo de la larga duración histórica, para el caso de nuestra América,
la cuestión estatal se articula como la contracara de la inconclusa, incompleta o
interrumpida revolución, en la más inmediata coyuntura, en aquellos espacios en
donde esto acontece, los alcances de su espesor revolucionario se miden por las
posibilidades de dar forma soberana a una tendencia que haga de “la política” una
expresión de las bases más genuinas de la nación (en las que reside “lo político”),
esto es, que arrebate la representación (elitista y separada) de lo que por soberanía
se entiende a aquellos grupos (criollos, en antaño, oligarcas, gorilas militares y
luego tecnócratas neoliberales) que se apoderaron de ella y la hicieron Estado y la
devuelvan a sus legítimos usufructuarios (la comunidad política de raíz diversa,
que por ello es plurinacional y comunitaria). Si los primeros edificaron remedos
de estados nación, teatralizaciones trágicas de lo que fueron simulacros sociales de
democracia y nacionalización, los segundos aspiran a constituir condensaciones
institucionales sobre la base de la soberanía popular y que, entonces sí, en el sis-
tema interestatal, hagan valer al poder popular como soberanía nacional, y a su
interior, a la democracia como nuevo compromiso histórico, al que le unifica la
lucha en contra del colonialismo interno y de la colonialidad global. Si la política
de lo estatal hizo de la revolución su antípoda, por cercenarla en su incompletitud,
hoy lo político de la revolución no puede hacer de lo estatal su opuesto, ya que
precisa de ello en su completitud para el sostenimiento de las tendencias que dan
verdadero sentido a la nación (ante el embate incólume y sostenido de los grupos y
espacios de poder, internos y externos, que ven reducidos sus privilegios, prebendas
y rendimientos económicos). Hay una especie de ecuación; entre más exprese este
tipo de estatalidad emergente a la sustancia de la nación mayor es el desafío para
el poder global establecido, pues simboliza una modalidad de desacato al orden, y
20
le arrebata a éste uno de sus instrumentos para preservarse, cuando no más bien le
sustrae una interminable y segura fuente para la acumulación de capital.
El magma social que compone al estado ha operado en nuestra América como
esa especie de freno que al modo de dique institucional y territorialmente trazado
impone una lógica de olvido o invisibilización a lo que en posibilidad pudo edificar:
repúblicas sociales en que de mejor manera, genuina, constituyera a sus tendencias de
unificación el ejercicio de una politización plena por ser democrática y efectivamente
nacionalizadora. Esto hace parte de una tendencia más general del capitalismo que
hace de “lo político”, al decir de René Zavaleta, en el trabajo que aquí se publica,
algo “menos societario y más estatal”, y en los momentos que a este dispositivo
le aproximan a situaciones de “excepcionalidad permanente” (como parece ser el
caso en puntos neurálgicos de la región latinoamericana para la reproducción del
capitalismo mundial, y al modo como comparece ésta su dimensión constitutiva,
como intereses nacionales de los Estados Unidos y sus aliados globales) hacen de
lo estatal algo más privado que público y más securitario que asegurador, porque
han hecho de lo político algo policial. Esto, al parecer ya lo tenía claro Rosa Luxem-
burgo cuando argumentaba que era la lucha de los socialistas la que promovía
una vía democrática del sistema, pues si no existiese esa tendencia reivindicativa y
emancipadora de pueblos, clases y naciones, el capitalismo, con mayor naturalidad
y regularidad, sucumbiría a su propensión autoritaria, e históricamente el fascismo
ha sido una forma en que ello ha concurrido.
Si en el caso de Marx la dialéctica de unidad y diferencia se expresa en la célula
económica por excelencia, en cuanto forma de comparecer el ente bajo la moder-
nidad, esto es, la mercancía que es tiempo de trabajo socialmente necesario, como
sustancia de los valores (lo que les unifica) y cuerpo material como contenido de
satisfacción de necesidades, valores para el uso (lo que les diferencia), de manera
analógica se puede pensar al Estado como forma general, como expresión de una
pretendida universalidad. La dialéctica de unidad y diferencia, expresa unidad
cuando la pluralidad societal ejerce su fuerza social hacia el Estado, y dicha ener-
gía social les unifica en cuanto el Estado expresa la sustancia de la nación (como
momento constitutivo y bloque histórico), es diferencia cuando en el Estado no se
mira la pluriversalidad de lo societal, sino que predomina no el interés general o
el bien común, sino los particularismos y el interés de la ganancia y de los grupos
21
22
Referencias bibliográficas
23
a) El imperio incaico
*
En Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570), Madrid, Alianza Editorial,
1976, pp. 95-134.
1
A. Metraux, Les Incas, 1962, p. 3.
2
Cfr. Louis Baudin, L’Empire socialiste des Inka, Paris, 1928.
3
Cfr. Carlos Núñez Anavitarte, Teorías del desarrollo incasico, interpretación esclavista patriarcal
de su proceso histórico natural, Cuzco, 1955.
4
Cfr., una primera interpretación de J. V. Murra, en “The historic tribes of Ecuador”, Handbook
of South American Indias, Washington, vol. ii, 1940, p. 785-821.
5
A. Metraux, op. cit., p. 98: “…el así llamado Estado socialista se asemeja mucho a una mo-
narquía de tipo asiático”.
[27]
Se habla así del “colectivismo” de la sociedad inca; pero es preciso no olvidar que
este colectivismo tiene como foco de aplicación la comunidad rural (ayllu), y que
reposa sobre los vínculos primitivos de parentesco entre sus miembros. Reagrupadas
en unidades más vastas, tribus o reinos de extensión variable, los ayllus entraron con
sus tradiciones y sus dinastías propias, en épocas diversas, en la organización política
formada por los incas a medida que progresaban sus conquistas. Estas impusieron
a la multiplicidad de ayllus un sistema centralizador que en la mayoría de los casos
respetaba las particularidades locales. Existe ciertamente un “modelo” inca, una
organización consciente y racionalizada de la sociedad; pero se trata de un plan ideal
más que de una realidad. Partiendo de la antigua organización de los ayllus, los incas
proyectaron sus propias categorías e intentaron armonizar las instituciones preincai-
cas con su esquema unificador. Es evidente que no elaboraron su “modelo” como
pura abstracción, y que se inspiraron en los principios de cooperación vigentes en
las comunidades, aunque adaptándolos en su propio beneficio. Como consecuencia,
no nos hallamos en presencia de una sociedad homogénea, sino ante una superposi-
ción de, por lo menos, dos tipos de instituciones: se reorientan las particularidades
locales, pero no siempre resultan integradas dentro de la unidad teórica del Imperio.
Reciprocidad y redistribución
6
Cfr. Karl Polanyi y otros, Trade and Markets in the early Empires, Glencoe, 1956, p. 250-256.
Recordemos el “Ensayo sobre el don” de Marcel Mauss. A John V. Murra corresponde el inmenso
mérito de haber aplicado por primera vez estas categorías al Imperio inca en su tesis inédita: The
economic organization of the Inca State, Chicago, 1956.
7
Puede parecer arbitrario definir de antemano nuestras categorías analíticas, cuando debieran
emerger de una descripción empírica. Pero en el presente resumen del “estado de la cuestión”, el
orden de la exposición no es el de la investigación.
28
La producción
El Estado, por una parte, y la comunidad rural, por la otra, imponen su huella a la
economía inca desde el nivel de la producción. En efecto, la ecología y la tecnología
no bastan para dar cuenta del proceso productivo, que superpone (al menos) dos
sistemas, que se definen no sólo en términos geográficos, sino también en términos
sociales y cronológicos. El análisis de las fuerzas productivas en el Imperio inca es
inseparable del de las relaciones de producción.10
Geográficamente, el Perú se nos aparece como un país de contrastes: desde el
nivel del mar hasta las más grandes alturas habitadas, une el desierto desnudo y
la selva frondosa, el calor permanente y la nieve eterna. En este conjunto suelen
8
Karl Polanyi, op. cit., p. 252-253.
9
Karl Polanyi, op. cit., p. 254. Esta “redistribución” puede ser sólo parcial, en beneficio de un
grupo privilegiado (aquí, el de los incas y los jefes locales).
10
Este parágrafo se inspira en el artículo de John V. Murra, “Rite and crop in the Inca State”,
en Culture in History, Nueva York, 1960, p. 394-407. Cfr. del mismo autor, The economic organization
of the Inca State, Chicago, 1956 (tesis inédita), capítulo I: “Agriculture”, p. 9-52.
29
30
11
Cfr. J. V. Murra, “Rite and crop in the Inca State”, p. 394-397.
12
Ibíd., p. 401.
31
el estimulo para la utilización del guano: el abono permitía evitar los barbechos.13
Sobre la puna, en cambio, el cultivo de la patata dependía únicamente del agua de
lluvia, y los campos exigían un reposo periódico; en efecto, en la zona del altiplano
los ríos corren hacia abajo y la irrigación resulta difícil; a pesar de la resistencia del
tubérculo, la cosecha es siempre aleatoria.
En resumen, la vida económica en el Imperio inca se define por la coexistencia
de dos sistemas de producción. El primero, fundado sobre el cultivo de patata (y
la crianza de las llamas),14 se desarrolla sobre el altiplano (puna) después de largos
siglos de adaptación al medio natural; este tipo autóctono de producción suministra
a los indios su alimentación básica; lo practican en el cuadro de la comunidad rural,
el ayllu; es un sistema de subsistencia. El segundo, fundado sobre el cultivo de maíz
(originario de las regiones calientes), se desarrolla en la zona media (quechua) más
tardíamente, gracias a una política de grandes obras; es un sistema estatal, orientado
hacia la creación de un excedente. El Imperio inca no introdujo ninguna técnica
nueva en los Andes, pero impuso formas sociales y políticas al proceso de produc-
ción que modificaron su sentido y su escala; integró los elementos preexistentes en
una nueva estructura.
La propiedad
13
Ibíd., p. 398-399.
14
En la América precolombina el área de los Andes disfruta de una ventaja única gracias a la
domesticación de las llamas y las alpacas. La llama sirve como animal de transporte (en un mundo
que ignora el uso de la rueda): lleva una carga de veinticinco kilos para etapas de unos 15 km. La
alpaca suministra abundante lana. El consumo de carne parece reservado a los “nobles”, pero se
imponen aquí los matices regionales.
15
Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios reales. Obras completas, Madrid, 1960, Tomo ii. P. 150.
16
Como en otras muchas sociedades y, en particular, la feudal de Europa occidental.
32
17
Fernando de Santillán, Relación del origen, descendencia, política y gobierno de los Incas, Colección
de libros y documentos referentes a la historia del Perú, Lima, 1927, p. 44-45.
18
B. Cobo, Historia del Nuevo Mundo, biblioteca de Autores Españoles, Madrid, 1956, tomo
ii, p. 120.
19
J. H. Rowe, “Inca Culture at the time of Spanish Conquest”, Handbook of South American
Indians, Washington, 1946, tomo ii, p. 225.
20
Cfr. Felipe Guaman Poma de Ayala, Nueva Crónica y Buen Gobierno, París, 1936, p. 842-843:
“Que la ley y horden de los indios que an tenido y lo tienen desde el primer yndi que dios puso en
33
ayni) toma diferentes formas;21 el trabajo provisto por un aliado puede ser retribuido
inmediatamente por medio de un “don” de alimento, de ropas u otros bienes; puede
también jugar el papel de una “deuda” que se reembolsará más tarde con un trabajo
equivalente. Esta cooperación de los miembros del ayllu a las tierras del Inca y del
Sol, para cultivarlas al ritmo de cantos y danzas de carácter religioso.
Se plantea una cuestión decisiva: ¿Cuál es la extensión relativa de las tierras
del Inca, del Sol y de la comunidad? ¿Significa la división tripartita un reparto en
tercios iguales?22 Cobo plantea el problema sin resolverlo.23En cuanto a Polo, éste
asegura que el dominio estatal era mucho más extenso que las tierras de las otras
dos categorías;24 este juicio es seguramente válido para la región del Cuzco, pero
no para las otras provincias. Así, Castro y Ortega Morejón nos dan indicaciones
precisas, aunque parciales, sobre el valle de Chincha.25 Según su descripción, en
una guaranga —unidad de mil tributarios— se reservaban al Inca “diez hanegas”.
Supongamos que la fanega equivale a un tupu, es decir, a la superficie atribuida a
cada tributario.26 Si admitimos esta hipótesis, parece que en la guaranga las tierras
comunales representan por lo menos mil franjas (porque los contribuyentes pueden
este mundo… hasta agora la ley de misericordia de ayudarsea unos y a otro aci como a rico como
a pobre en comunidad de travajar las sementeras de todas las especies de comidas… y se ayudan
unos y otros para que tengan de comer todos cin interés de plata como españoles… el que haze
minca tiene obligación de dalle de almosar y de comer a mediodía, de comer y beber a la tarde…”
21
Cfr. F. Bourricaud, Changemensts a Puno. Étude de sociologie andine, París, 1962, p. 111-113.
22
B. Cobo, op. cit., p. 120: “No se ha podido averiguar si estas partes en cada pueblo y provincia,
eran iguales”.
23
Indica solamente que los graneros del Inca eran en todas partes más grandes que los del Sol:
supone así que las tierras del primero eran por lo general más extensas que las del segundo. Cfr.
Ibíd., tomo II, p. 124.
24
J. Polo de Ondegardo, Informaciones acerca de la religión y gobierno de los Incas, Colección de libros
y documentos referentes a la historia del Perú, Lima, 1916, p. 59-60.
25
Fray Cristóbal de Castro, Diego de Ortega Morejón, Relación y declaración del modo que este
valle de Chincha y sus comarcas se gobernaban antes de que hubiese incas y después que los hubo hasta que
los cristianos entraron en esta tierra (1558), Colección de documentos inéditos para la historia de España,
Madrid, 1867, tomo L, Cfr. p. 217.
26
Véase Sally Falk Moore, Power and property in Inca Peru, New York, 1958, p. 37. La superficie
del tupu varía con la fertilidad del suelo. En Chucuito, el tupu alcanza tres fanegas: incluso admitiendo
esta equivalencia, la parte del Inca sigue siendo mínima por lo que respecta al valle de Chincha.
34
***
Hemos presentado el esquema clásico, tripartito, de la propiedad en el mundo inca.
Pero los hechos son más complejos; es indiscutible que existió también la propiedad
privada, individual. Con dos tipos de beneficiarlos, por una parte, el Inca y, por
otra, los jefes locales y provinciales, es decir, los curacas.
Consideremos las tierras llamadas del Inca; entre ellas es preciso distinguir
tres categorías diferentes. Las tierras de la primera categoría se cultivan en co-
mún, como hemos visto, por los miembros del ayllu, y su producto es almacenado
para las necesidades del Estado. Las tierras de la segunda categoría pertenecen
colectivamente a las panacas, es decir, a los linajes de origen real. Por último, las
tierras de la tercera categoría son propiedad del Inca en un sentido individual. Así
es como, en el valle de Chincha, algunas tierras son llamadas del primer Inca, del
segundo, etc.29 Cerca del Cuzco, ciertas tierras particularmente extensas pertenecen
a las momias de los emperadores; no son cultivadas por tributarios (cuyo tiempo
de trabajo está limitado en el año), sino por “servidores perpetuos”, los yanas;30
su producto asegura, además de la subsistencia de estos últimos, el culto del Inca
muerto y el mantenimiento de sus descendientes.31
Vista hecha a la provincia de Chucuito por Garci Diez de San Miguel en el año 1567, editado por
28
Waldemar Espinosa Soriano, Lima, 1964, Cfr. f. 41 r. Para los curacas, véase el parágrafo siguiente.
29
Castro y Ortega Morejón, op. cit., p. 217.
30
Cieza de León, Segunda parte de la Crónica del Perú, Madrid, 1880, p. 69.
31
Acerca de estas categorías, véase María Rostworowski de Díez Canseco, “Nuevos datos sobre ten-
dencia de tierras reales en el Incario”, Revista del Museo Nacional, Lima, tomo xxx; 1962, p. 130-159.
35
32
Cfr. J. M. Rowe, Handbook, tomo ii, p. 261.
33
Cfr. Cobo, op. cit., tomo ii, p. 124-126. El cronista menciona solamente los dones concedidos
por el Inca a los curacas (trajes de cumbi, joyas, piedras preciosas, etc.).
34
Cfr. Ortiz de Zúñiga, Garci Diez y la mayoría de los cronistas (Santillán, Falcón, Polo, etc.).
35
Cobo, op. cit., tomo ii, p. 121.
36
Castro y Ortega Morejón, op. cit., p. 218.
37
Garci Diez, op. cit., f. 9 r. Ver también f. 45 r.: “don Martín Cari tiene en este pueblo chácaras”
y f. 57 v.: “las tierras tiene señaladas”.
38
Ibíd., f 15 r. y 15 v.
39
Y 20 tupus en la otra mitad Hurin, en razón de su muy grande ancianidad. Cfr. Garci Diez,
op. cit., f. 52 v.
36
jefe de Hurin Ilave, 15 tupus; Francisco Nina Chambilla y Baltasar Paca, curacas
de Hanan Juli, 30 tupus cada uno; Felipe Chui y Carlos Calisaya, curacas de Hurin
Juli, 20 y 15 tupus; Ambrosi Tira y Carlos Viesa, curacas de Ayanca Juli, 15 tupus
cada uno.40 Un caso particular nos es presentado en las Relaciones geográficas; en
ciertos valles cálidos del norte, los curacas poseían toda la tierra y la dividían en
parcelas cultivadas por colonos, que les debían una parte de la cosecha. Nuestra
fuente subraya el carácter excepcional de esta situación: en otras partes prevalece
el sistema comunitario.41 El ejemplo confirma la distinción general entre tierras de
curacas y tierras de los ayllus.
Es más, según Santillán, es el curaca de la provincia quien, durante la conquista
inca, toma ciertos dotes de las comunidades para ofrecerlos al emperador y al Sol.42
¿Con qué derecho hacía esta donación el jefe local? ¿Es que antes de la conquista
inca detentaba un derecho absoluto sobre los terrenos de las comunidades? Y el
Inca ¿heredó después de la conquista ese derecho de los curacas? Si admitimos
tales hipótesis, la organización del Estado inca estaría calcada de la vigente para la
provincia preincaica. El curaca se encuentra en adelante desposeído de su derecho
eminente, pero conserva sus tierras familiares.43 La existencia de Chacras personales
del Inca confirma este paralelismo.
***
El modo de apropiación de las otras riquezas presenta los mismos caracteres que
la apropiación de la tierra. Tomemos el ejemplo del ganado; encontramos aquí la
imagen clásica de la división tripartita entre el Inca, el Sol y las comunidades. Sin
embargo, Santillán precisa que el derecho eminente del Inca, establecido después
40
Ibíd., f. 46 r., f. 52 v., f. 54 v., f. 57 v., f. 59 v.
41
Relaciones geográficas de Indias-Perú, Madrid, 1956, tomo ii, p. 43 (San Miguel de Pura): “En
algunos valles de yungas tenían por propias las tierras y heredades que había los caciques, las daban
a indios por manera de arrendamientos, para que acudiesen con cierta parte de lo que en las dichas
tierras cogiesen; y no había indio particular que tuviese propiedad de la tierra: esto en los valles de
los llanos y yungas, como está dicho”.
42
Santillán, op. cit., p. 45.
43
Sería necesario distinguir, además, entre tierras de función y tierras familiares.
37
44
Santillán, op. cit., p. 45.
45
Cfr. J. V. Murra, “Rebaños y pastores en la economía de tahuantisuyy”, en Revista peruana
de cultura, 1964, p. 76-101.
46
Cfr. Garci Diez, op. cit., f. 11 r.
47
Ibíd., f. 180 r.
48
Ibíd., f. 32 r., f. 85 v.
49
Ibíd., f. 85v.
50
Ibíd., f. 60 r.: es preciso añadir 8,200 cabezas para la parte Ayanca Juli.
51
Garci Diez, op. cit., fol. 47 v.: “Generalmente todos tienen ganado de la tierra, y cien cabezas
y más y a cincuenta y veinte y diez y tres y dos y por esta horden y que algunos indios no tienen
ganado aun muy poquitos”.
52
Garci Diez, op. cit., f. 9 r 9 v.
53
Acerca de este punto véase S. F. Moore, op. cit., p. 39-40.
38
***
El tributo
La economía inca no conoce la moneda. Sin embargo, los bienes circulan a través
del Imperio, aunque sea de modo limitado; en principio, por medio del trueque y,
fundamentalmente, a través del tributo.
En efecto, los cultivos varían de acuerdo con la altitud, y los campesinos de las
montañas cambian sus productos por aquellos de los valles inferiores; sabemos
que la complementariedad entre tierras bajas y altas fundamenta una “economía
vertical”.56 Así es como los habitantes de Chuicuito, sobre el lago Titicaca, cambian
54
Cobo, op. cit., tomo ii, p. 141.
55
S. F. Moore, op. cit., p. 40.
56
Cfr. J. V. Murra, “Rite and crop in the Inca State”, op. cit., p. 393-407.
39
57
Charqui: carne de llama seca.
58
Chuño: patatas secadas
59
Chucuito se encuentra aproximadamente a 250 km, de la costa en línea recta.
60
Cobo, op. cit, p. 73:
61
Poo, op. cit., p. 73: “Ningún contribuyo de cosa que coexiste de la chácara o roca que le cauia
para sembrar de la comunidad y de la quel poseyese por propia”. Lo mismo Cobo, op. cit, tomo ii,
p. 199: “Todo el tributo que pagaban era servicio personal, trabajando corporalmente”. Ejemplo
concreto en Iñigo Ortiz de Zúñiga, “Visita fecha por mandato de Su Magestad”, en Revista del
Archivo Nacional del Perú, 1925, p. 24: “dándole maíz que se lo ponían en Guánuco el Viejo, y la otra
mitad en el Cuzco, que era lo que se cogía en este valle en tierras del inga, que ellos beneficiaban,
é que de sus tierras le daban ninguna cosas” (el subrayado es nuestro).
62
Recordemos que un grupo de 100 jefes de familia corresponde teóricamente al ayllu.
63
Cobo, op. cit., tomo ii, p. 119.
40
1. El trabajo colectivo de la tierra. Los campos del Inca y de los curacas solo
tienen valor si sus poseedores disponen de una fuerza de trabajo. Esta
fuerza es la suministrada, en principio, por el conjunto de la comunidad:
los miembros del ayllu van juntos a las tierras del Inca para cultivarlas en
común. Su trabajo se acompaña de cantos y danzas de carácter religioso,
y se integra en una visión global del mundo.64 Lo mismo sucede con las
tierras del curaca.65 Así se ponen al servicio del Estado y de su aparato
administrativo los vínculos de solidaridad de los miembros del ayllu. El
producto de los campos del Inca es almacenando en los graneros locales
o provinciales.66 Parece que curacas, por lo menos los más importantes,
poseían también sus graneros.67
2. La mita, servicio personal y periódico. El Estado recluta un cierto número
de tributarios para el ejército y los grandes trabajos (construcción de carre-
teras, puentes, templos, etc.), según las necesidades y durante un tiempo
limitado. Los miembros del ayllu, de acuerdo con las reglas de la solidari-
dad, cultivan los campos de los tributarios ausentes.68 Los grandes trabajos
estatales suscitaron la admiración de los cronistas, y los historiadores han
insistido mucho sobre la mita cumplida a favor del Inca. Pero también los
curacas se beneficiaban de esta forma de tributo, bien para sus necesidades
domésticas, bien para el cultivo de sus campos y el cuidado de sus rebaños.
64
Cfr. Garcilaso de la Vega, op. cit., tomo xi, p. 150-151. Cfr. también Cobo, op. cit., tomo ii, p.
121: “Al tiempo que se hacían estas sementeras o beneficiaban los campos, cesaban todas las demás
labores y oficios, de manera que todos los tributarios juntos, sin faltar ninguno, entendían en ellas”.
65
Garci Diez, op. cit., f. 46 r.: “Fueron preguntados que servicio y tributo dan al presente a don
Flipe Cauana su cacique dijeron que entre todos los indios de su parcialidad le hacen en cada un
año veinte topos de tierra de sembradura…”
Lo mismo en Juli: “Preguntadnos qué servicio y tributo dan a don Francisco Nina Chambilla y
a don Baltasar Paca sus caciques dijeron que hacen siembras y benefician a cada uno de los dichos
dos caciques treinta topos de tierras de papas y quinua y cañagua y ponen los caciques la simiente
y que para hacer estas semejanzas se juntan todos los indios y mujeres y muchachos por hacerlo
presto que les dan muy bien de comer papas y chuño y carne y coca y chicha los días que trabajo
en ellas” (f. 57 v).
66
Cobo, op. cit., tomo ii, p. 124-126.
67
Véase S. F. Moore, op. cit., p. 27-33.
68
Cobo, op. cit., tomo ii, p. 121.
41
Así es como en Chucuito 60 indios sirven cada año a Martín Cari, mientras
que 30 sirven a Martín Cusi.69 Y, como en el caso del trabajo comunitario,
los mitayos son alimentados y recompensados por el Inca o el Curaca.
3. El tributo textil. Tejidos y ropas juegan un papel particular en el estado
Inca. J. V. Murra ha destacado la importancia de su función, no sólo eco-
nómica sino también religiosa y mágica; son quemados o enterrados en los
sacrificios que celebran en honor de los dioses y los huacas.70 Al llegar, los
españoles se asombraron de las enormes reservas textiles que contenían
los graneros del Estado. De hecho, cada familia71 hila y teje para el Inca el
importe del tributo, que varía según las fuentes.72 Pero es siempre el Inca
quien suministra la materia prima para hacerla tratar: los tributarios no se
ven agravados en el producto de la comunidad, sino que aquí, igualmente,
sólo deben su fuerza de trabajo. En la región de Huánuco, al norte del
Imperio, los rebaños de llamas son poco numerosos y los campesinos
cultivan el algodón; pero, según los informantes de Ortiz de Zúñiga, las
comunidades debían como tributo tejidos de lana, cuya materia prima les
era entregada por el Inca.73 Las mismas relaciones se repiten entre los cam-
pesinos y los curacas; éstos perciben igualmente productos textiles, también
suministrando al conjunto de la comunidad, o bien sólo a las mitayos que
servían anualmente al Curaca.74 Según el ejemplo de Martín Cari, parece
que existen ambas posibilidades.75
69
Garcí Díez, op. cit., f. 9 r y 9 v.; f. 15 v. y 16 r.
70
Cfr. J. V. Murra, “La función del tejido en varios contextos sociales en el Estado inca”, Actas
y trabajos del 2º. Congreso Nacional de Historia del Perú, 1962, p. 215-240.
71
Este tributo recae ante todo sobre la mujer, aunque el hombre participe en la operación del tejido.
72
Cfr. los análisis de J. V. Murra en La función del tejido.
73
Iñigo Ortiz de Zúñiga, Visita de la provincia de León de Huánuco en 1562, editado por J. V. Mu-
rra, Huánuco, 1967, f. 16 r.: “Tributaban al ynga ropa de cumbi y para hacer les daba el ynga lana”.
74
Cfr. J. V. Murra, “La función del tejido en varios contextos sociales del Estado inca”, en Actas
y trabajos del Segundo Congreso Nacional de Historia del Perú, Vol. ii, Lima, 1958.
75
Garci Diez, op. cit., f. gr.-9v.
42
76
Francisco Falcón, Representación hecha en Concilio Provincial, Colección de libros y documentos
referentes a la Historia del Perú, Lima, 1918, p. 154: “Así mesmo hacía el Inga merced a los caciques
de darles lo que aunque no hubiese necesidad pudiese repartir la ropa y otras cosas que había en los
depósitos o parte della, para dar contento a los indios de la provincia. Y finalmente todo cuanto los indios
trabajaban se venía a convertir en su provecho y además desto recibían gran bien en que los ministros
del Inga tenían gran cuenta en hacer que los indios se ocupasen en exercicios de su provecho y de
la república y comunidad de la tierra…” (el subrayado es del autor).
77
Cfr. S. F. Moore, op. cit., p. 53.
78
Recordemos que en cada provincia sus habitantes llevan obligatoriamente ropas de una forma
o de un color peculiar (especialmente el peinado es característico), detalle que permite reconocer
fácilmente a quienes se desplazan.
43
***
Sin embargo, subsiste un problema planteado por el grupo social de los yanas:
¿debemos considerarlos, con Cieza de León , como “servidores perpetuos”?79 Su
condición parece hereditaria, mientras que la mitad del miembro del ayllu es sólo
temporal. Las tareas que cumple son diversas. Sirven al Inca en sus palacios y sus
templos. A veces se les confían cargos administrativos importantes. Son también
los yanas quienes cultivan las tierras personales del Inca. Por último, juegan un
papel económico importante en la economía del pastoreo: ciertamente, la mita de
los miembros del ayllu asegura, entre otras cosas, la custodia de los rebaños del
Estado o del Sol, esta tarea está también a cargo de servidores especializados.80
La institución de los yanas se encuentra repetida al nivel de los curacas. Al igual
que el Inca, los curacas disponen de servicios perpetuos para los trabajos domés-
ticos o para el cuidado de los rebaños. Martín Cari declara que la comunidad de
Juli dio antaño a sus antepasados diez indios, cuya descendencia ha permanecido a
su servicio, de suerte que en el momento de la encuesta poseía sesenta servidores,
comprendidos mujeres y niños.81 Los antepasados de Martín Cusi también habían
recibido yanas de la comunidad de Acora, pero habían quedado sin descendencia.82
79
Cieza de León, op. cit., p. 69.
80
J. V. Murra, “Rebaños y pastores en el Tahuantinsuyu”, en op. cit., p. 92-93.
81
Garci Diez, op. cit., 9 v. y f. 58 r.
82
Ibíd., f. 48 v.
44
83
Ibíd., f. 52 r., y 52 v.
84
Ibíd., f. 46 r. y 59 v.
85
Cfr. C. Núñez Anavitarte, Teorías del desarrollo incásico: interpretación esclavista patriarcal de su
proceso histórico natural, Cuzco, 1955.
86
Cfr. J. V. Murra, en Garci Diez, op. cit., p. 439.
87
Garci Diez, op. cit., f. 52 v. y f. 53 r.
88
Ibíd., f. 53 r.: “Cada uno de ellos tiene su casa de por sí aunque sirve a este que declara y a
los que sirven bien les da algunas ovejas”.
89
Puede tratarse, simplemente, de “colonos” desligados del ayllu, pero que conservan vínculos
con la comunidad para beneficiarse de la complementariedad vertical de los recursos económicos.
Tal es el caso, por ejemplo, de los indios de macha (al norte de Potosí), que viven en la puna pero
poseen tierras en el valle, donde cultivan maíz, ají, etc. y continúan turnándose para la mita (Ar-
chivos Nacionales de Bolivia, Sucre, E C 1579, núm. 46: “Juicio entre los indios Macha y Alonso
45
La organización socio-política
Díaz sobre las tierras de Casibamba). Por el contrario, los indios “Ycallungas” de Sipe Sipe (en la
región de Cochabamba) se vieron completamente desligados de su lugar de origen (Ica y Chincha,
sobre la costa) y, en tiempos de Huayna Capac, desplazados a muchos cientos de kilómetros: “…
las tierras de ycallunga… las an poseído sembrado e cultivado los yndios yungas plateros de sipe
sipe porque este testigo oyo dezir que se las auia dado el ynga… que sebian al ynga mascara hijo
de guaina capa…e que eran mitimaes de chicha…” (Archivos Nacionales de Bolivia, Sucre, E C
1584, núm. 72, f. 23 r.). En ciertos casos (¿acaso en el de los “Ycallungas”?) los mitimaes provienen
de poblaciones recientemente vencidas o rebeldes; la deportación constituye entonces un castigo y
una precaución política.
90
Cfr. J. V. Murra, Rebaños y pastores, p. 93.
46
Dualismo y cuatripartición
91
Según Poma, op. cit., f. 982.
92
En la figura (número 1) la disposición de los cuadrantes resulta calcada sobre la de Poma en
su mapamundi (op. cit., ff. 983-984). En cuanto a los números atribuidos a los cuadrantes (i, ii,
iii y iv), están tomados de R. T. Zuidema, The Caque System of Cuzco. The social organization of the
capital of the Incas, Leiden, 1964, xviii, p. 265. Cfr. igualmente nuestro artículo “Structuralisme et
histoire: á propos de l’organization sociale du Cuzco”, Annales E. S. C., enero-febrero, 1966, p. 71-
94, donde hemos presentado un resumen de esta obra. Nos limitamos aquí a recordar los principios
numéricos de organización, esbozando apenas las estructuras a las cuales da lugar su combinación.
47
por los representantes de las cuatro provincias del Imperio y de las dos mitades
del Cuzco. El cronista coloca al representante del Chinchaysuyu inmediatamente
a la derecha del Inca, acompañado del consejero de Hanan Cuzco, y al del Anti-
suyu a la derecha igualmente, pero un poco detrás, mientras que el consejero del
Collasuyu se sienta a la izquierda del Inca, acompañado del consejero de Hurin
Cuzco, y el del Cuntisuyu, así con el Cuzco para aparecer como pivote y centro de
la organización espacial.
***
La división dualista implica una significación religiosa93 y, sobre todo, ordena los
vínculos de parentesco. Según R. T. Zuidema, los barrios del Cuzco correspondían
a clases matrimoniales y deban lugar a un sistema de intercambio generalizado.94
Esta última hipótesis puede parecer frágil,95 pero es evidente que los vínculos de
parentesco, sea cual fuere su modelo teórico, se desarrollan en el interior del sis-
tema de los cuadrantes, reagrupados en mitades. Ahora bien, como hemos visto,
los vínculos de parentesco fundamentan las relaciones de reciprocidad; dicho de
otro modo, esas relaciones coexisten con la organización dualista. No es, pues,
sorprendente que el dualismo y la cuatripartición se repitan en la mayoría de las
comunidades y grupos étnicos que constituyen la base del Imperio. Los cronistas
señalan frecuentemente que el Inca había generalizado esta forma de institución.96
Citemos sólo dos ejemplos bien atestiguados por nuestras fuentes.
Las Relaciones geográficas describen la organización de la provincia llamada de
los Collaguas, en el Perú meridional,97 que comprende dos poblaciones distintas.
93
Cfr. R. T. Zuidema, op. cit., p. 166-170.
94
R. T. Zuidema no emplea la terminología de Cl. Lévi-Strauss, pero describe un sistema
semejante, especialmente en el capítulo V, p. 114-170.
95
Es probable que un sistema limitado sea más conforme con los hechos, tanto más cuanto que
el ayllu constituye un grupo de parentesco endógamo.
96
Cfr. por ejemplo J. de Matienzo, Gobierno del Perú (1567), París, 1967, p. 20. Por lo demás,
el dualismo se encuentra también en numerosas sociedades de la América tropical (por ejemplo,
entre los bororo).
97
R. G. I., tomo i, p. 330 (edición 1965).
48
Los Collaguas propiamente dichos y los Cauana. De acuerdo con sus propias
tradiciones, ambos grupos provienen de una montaña (el Collaguata para los
primeros y el Gualcagualca para los segundos) y vencieron a las poblaciones
primitivas que les precedieron. Los Collaguas comprenden dos grupos; por
una parte, los Yanqui Collaguas y, por otra, los Lare Collaguas. Cada grupo se
divide, a su vez, en dos mitades, Hanansaya y Hurinsaya, y cada mitad tiene, por
su parte, dos curacas. Es decir, que cada uno de estos grupos posee una orga-
nización en cuatro cuadrantes reagrupados en dos mitades. Lo mismo sucede
con la población cuana, igualmente dividida en Hanansaya y Hurinsaya, con dos
curacas para cada mitad.
El ejemplo de la provincia de Chucuito, donde es menos rigurosa la simetría,
aclara notablemente el funcionamiento del sistema dualista.98 La región incluye
siete pueblos, de los cuales Chucuito, donde es políticamente el principal. Martín
Cari, curaca de la mitad Hanan de Chucuito, es reconocido al mismo tiempo com
curaca principal de toda la provincia; Martín Cusi, curaca de la mitad Hurin de
Chucuito, es el curaca segundo de la provincia. Otros cinco pueblos (Acora, Ilave,
Pomata, Yunguyo, Zepita) se dividen igualmente en mitades. Hanan y Hurin, y
cada una de estas mitades obedece a un curaca. La organización de Juli es particular;
la parte Hurin está aquí escindida en dos, de manera que el conjunto del pueblo
incluye tres grupos, cada uno de ellos sometido a dos curacas. Martín Cari recauda
el tributo de la mitad Hanan de Chucuito (que cuenta con 17 ayllus; 10 de población
aymara, 5 de uros99 y dos artesanos); pero también exige tributo a las mitades de
Hanan de cada uno de los otros seis pueblos. Simétricamente, Martin Cusi exige
tributo a la mitad Hurin de Chucuito (que cuenta igualmente con 17 ayllus) y a las
mitades Hurin de los otros pueblos de la provincia. Por último, los curacas de rango
inferior recaudan también tributo en el territorio que dirigen. Queda un problema:
¿divide también la organización dualista a los ayllus? La encuesta de Garci Diez
nos dice que los ayllus de uros y los ayllus de artesanos comprenden mitades, pero
nada establece acerca de los ayllus aymaras.100
98
Cfr. J. V. Murra, en Garcí Díez, op. cit., p. 426.
99
Garci Diez, op. cit., f. 6 r.
100
J. V. Murra, en Garci Diez, op. cit., p. 427.
49
La tripartición
101
R. T. Zuidema, op. cit., p. 64.
102
Ibíd., p. 40-42.
103
Ibíd., p. 1-2.
104
Ibíd., p. 1. cfr. Polo de Ondergardo, Relación de los adoratorios de los Indios de los quatro caminos
(caques) que salían del Cuzco, compilado por B. Cobo, en Historia del Nuevo Mundo (1653), edición
1965, tomo II, libro xiii, capitulo v, p. 58; capítulos xiii-xvi, p. 169-186.
105
El grupo IV es, sin embargo, más complejo porque interviene la organización decimal. Cfr.
R. T. Zuidema, p. 3.
50
Puesto que cada ayllu debía contar con 300 indios, es probable que se repitiese
en su interior la tripartición. Ahora bien, sabemos que los collaguas, como el Cuzco,
conocen una organización dualista rigurosa; reencontramos, por tanto, el mismo
tipo de combinación. Por otra parte, los números 100 y 300 nos dan una indicación
suplementaria y señalan un vínculo con la organización decimal.
La organización decimal
106
R. T. Zuidema, op. cit., p. 43-44.
107
R. G. I., tomo I, p. 330 (edición 1965).
108
Quipo: cuerdecitas con nudos que sirven para la numeración.
109
Según Ake Wedin (El sistema decimal en el imperio incaico, Madrid, 1965) la organización
militar. Sin embargo, hay fuentes seguras (como la Vista de Huánuco) que indican una aplicación
administrativa. Aunque el sur del Imperio parece escapar a este tipo de organización.
51
Toda la población del Imperio se reparte en grupos de 10, 50, 100, 500, 1.000,
10.000 y 40.000 tributarios. Cada una de estas unidades está bajo la autoridad de un
curaca. Sabemos que el Inca se encuentra en la cumbre de la jerarquía, asistido por
los cuatro apos, jefes de las cuatro grandes divisiones del Imperio. En el interior de
esas cuatro divisiones, un grupo de 40,000 tributarios constituye teóricamente una
“provincia”, dirigida por un gobernador, el tukrikuk, designado por el emperador
y miembro también de la casta de los Incas. Los demás curacas, bajo sus órdenes,
provienen de los linajes locales. El ayllu coincide teóricamente con un grupo de
100 tributarios. Recordemos que los “nobles” de la jerarquía decimal, desde los
jefes de 40,000 a los jefes de 100, se encuentran exentos del trabajo manual y del
tributo. Más exactamente, su tarea consiste en administrar, y deben hacer al Inca
dones anuales de objetos preciosos. Pero en los últimos grados, los jefes de 50 y de 10
están obligados al trabajo y al tributo; son una especie de capataces, miembros de las
comunidades. ¿Coincide, efectivamente, este cuadro decimal con las unidades reales
(ayllus, provincias, etc.)? Los cronistas indican que la administración inca intentaba
mantener una concordancia aproximativa por medio de transferencias y nuevos
repartos; con todo, es posible que la realidad fuese más móvil que el modelo teórico.
Este cuadro esquemático plantea un problema decisivo: ¿en qué medida pre-
domina la centralización estatal o el peso de los poderes locales?
Jefes de guerra, cobradores de tributo, administradores, jueces y constructores;
las atribuciones de los curacas parecen múltiples. De hecho, la importancia de sus
funciones es proporcional al número de tributarios que administran: un gobernador
de provincia manda sobre ejércitos, palacios y vastos dominios; un jefe de ayllu se
limita a la función se simple juez de paz. Consideremos el derecho de condenar a
muerte; sólo lo tiene el gobernador de provincia; los curacas únicamente pueden
sentenciar a esta pena con su asentimiento.110 Además, los poderes de los jefes locales
se recortan unos a otros: un curaca de rango superior controla la administración
de un curaca de rango inferior.
Esta constante supervisión de los miembros de la jerarquía, así como el pre-
dominio del gobernador provincial nombrado por el Inca, son datos que abogan
a favor de la tesis de una extrema centralización. Añadamos que la organización
decimal viene servida por funcionarios emanados directamente del Inca; éste envía
110
Cfr. Ortiz de Zúñiga, op. cit., F. 15 v.
52
tokoyrikok, inspectores “que ven todo”, para supervisar a los curacas, verificar las
cuentas e informarse de los delitos. Y es probable que los gobernadores dispongan
de un personal análogo para controlar a los jefes de rango inferior. Desde esta pers-
pectiva puede interpretarse la institución de los mitimaes: en las regiones a las que
son transferidos, dependen directamente del gobernador y siguen siendo distintos
por su lengua, sus ropas y sus costumbres; su función consiste en supervisar las
poblaciones conquistadas y evitar toda rebelión.
Pero, a la inversa, ¿por qué ese control permanente, ese temor a rebeliones, si
no es a causa del mantenimiento de las disparidades dentro del Imperio y como
reflejo de la importancia de los curacas en la esfera local? Ciertamente, el poder
de estos se redujo. Pero es preciso no olvidar un elemento esencial de su fuerza:
el carácter hereditario del cargo. La sucesión adopta formas variables según los
lugares: o bien el curaca elige como sucesor a aquel de sus hijos que le encuentra
más apto para desempeñar tal cargo, o bien la sucesión recae en un hermano del
curaca y luego, de nuevo, como en el caso precedente, en un hijo de éste. Pero el
poder local se perpetúa, siempre, de sólidos linajes.
Por otra parte, la naturaleza misma del tributo restringe la fuerza teóricamente
ilimitada del Inca. En efecto, las tierras estatales poseen límites determinados, y si
bien el emperador recibe el producto de su cosecha, no está en su poder aumentarla;
sólo puede decidir las modalidades de su consumo. El sistema de la mita parece más
elástico, y el Inca decide con mayor facilidad el número de hombres que le servirán
directamente cada año; pero es preciso proveer de alimentos y útiles de trabajo a
los trabajadores, y las posibilidades dependen de las reservas acumuladas en los
graneros del Estado. Ahora bien, el tributo se recauda siempre por mediación del
curaca. Por tanto, aunque la centralización inca perezca incontestable como modelo
o proyecto, su alcance real resulta más limitado.111
En definitiva, hay una especie de equilibrio entre poderes locales y centralización
estatal. No conviene tampoco interpretar sistemáticamente las relaciones del Inca con
los curacas en términos de conflicto; aquí juegan también los principios de recipro-
cidad y redistribución. Cada año, durante la fiesta del Raymi, los gobernadores de
provincias y los curacas más importantes van a visitar al Inca en el Cuzco. Entregan
el tributo, rinden cuentas de su administración y hacen dones al emperador: oro,
111
Véase el análisis de S. F. Moore, op. cit., p. 66-72.
53
plata y piezas de orfebrería. A cambio, el Inca les ofrece mujeres, yanas y vestidos
de cumbi.112 El emperador ponía especial cuidado en que “los que venían del Co-
llao recibieran cosas traídas de los Andes, y a los de Cuntisuyu les daba artículos
que prevenían de otras regiones, cosas que faltaban en sus tierras. Lo que unos le
habían dado, lo entregaba a los otros, de modo que la mayor parte de lo que había
sido traído se consumía entre ellos, y con esos productos les hacía una fiesta y se
regocijaba con ellos”.113 De este modo, la circulación de bienes verificada a través
del Inca asegura una comunidad de intereses entre éste y los curacas. Un tercer
sistema de dones y contradones completa el esquema precedentemente esbozado,
y el conjunto forma una estructura perfectamente equilibrada.
La fiesta del Capac Inti Raymi es también una fiesta religiosa, la del Sol, dios del
Imperio. La organización de la sociedad repite la organización del universo: al Inca,
señor de los hombres, centro del Tahuantisuyu y personaje sagrado, corresponde
112
Los curacas no tenían derecho a llevar estas ropas de cumbi de no haberles sido ofrecidas
por el Inca.
113
Discursos de la sucesión y gobierno de los Incas, citado por A. Métraux, op. cit., p. 40.
54
el culto de Inti, Sol protector, fuente de vida y dios principal del panteón indígena.
Se entiende que, conforme avanzaba sus conquistas, por razones políticas —pero
también teológicas—, los emperadores difundiesen el culto solar, superponiéndolo
al de las huacas locales. Es verdad que Pachacuti favoreció el culto de Viracocha;
es el dios creador que, una vez terminada su obra y llegado al oeste, al borde del
mar, desapareció anunciando se retorno. Es posible que también aquí haya inter-
venido una analogía entre el Inca legislador y el dios civilizador. Pero recordemos
que el Sol y Viracocha son dioses complementarios, que traducen las categorías
del pensamiento inca y entran en un sistema de correlaciones y oposiciones; al Sol
se vinculan lo de Arriba, al cielo, el fuego, la sierra; a Viracocha, los de Abajo, la
tierra, el agua, la costa.114 Más generalmente, la mitología, la cosmogonía y las
dimensiones del espacio y del tiempo contribuyen a formar una visión global del
mundo, dentro de la cual se sitúan los individuos, los lugares y los acontecimientos.
Hemos visto que la organización de la sociedad se basa en la distribución del
espacio; pero la tripartición, la cuatripartición y la división decimal encuentran,
por su parte, su justificación en la historia mítica. En efecto, los Incas surgieron
de tres cavernas situadas en Paccaritambo, al sudoeste del Cuzco. De la caverna
central salieron cuatro hermanos, Ayar Manco, Ayar Cachi, Ayar Uchu y Ayar
Auca, acompañados de sus hermanas-esposas. Diez linajes surgieron de las caver-
nas laterales.115 Ahora bien, diez Incas de entre los trece de la historia tradicional
fundaron panacas; marcan así con su signo las cuatro partes del Cuzco,116 las clases
de edad, etc. Así, el espacio, la sociedad y la historia mítica se encadenan en un
conjunto de estructuras articuladas unas con otras.
114
Cfr. R. T. Zuidema, op. cit., p. 165-170.
115
Cfr. A. Métraux, op. cit., p. 39.
116
R. T. Zuidema, op. cit., p. 51, 129-154, 215-218.
55
“sedes”: una principal, al norte y otra secundaria, al sur. El año comienza cuando
el sol se instala en su sede meridional, durante el solsticio de verano, en diciembre;
reposa allí tres días y luego emprende su camino por la izquierda, es decir, por
el oeste. Llega a su sede septentrional durante el solsticio de invierno, en junio;
allí reposa tres días igualmente, y luego reemprende su camino hacia el sur por la
derecha, es decir, por el este, hasta llegar a su sede, meridional. Inmediatamente
recomienza el ciclo.117 El sol describe un círculo a lo largo del año en el sentido de
las agujas de un reloj. R. T. Zuidema, analizando las relaciones entre el calendario
indígena y la distribución del espacio, aventura la hipótesis de una correspondencia
directa entre el sistema de los ceques y las divisiones del tiempo;118 pero al precio de
demostraciones poco seguras.119 De hecho, las correspondencias aparecen al nivel
117
Poma, op. cit., f. 260: “…y mirauanal salir y apuntar del rrayo del sol de la mañana como
viene por su rroedo volteando como rreloxo entienden de ello y no le engaña un punto de rreloxo
de ellos que seys meses boltea a lo derecho y otros seys a lo isquierdo buelbe y aci comienca…”; f.
884: “…y anci al andar del rruedo del sol de uerano enbierno desde el mes que comiensa de enero
dize el filosofo que un dia se acienta en su cilla y senoria el sol en aquel grado principal y rreyna
y apodera dalli y aci mismo el mes de agosto el dia de san juan bauptista se asienta en otra cilla en
la primera cilla de la llegada en la segunda cilla no se menea daquella cilla en este su dia principal
descansa senoria y rreyna de allí ese grado el tercero dia se menea y se aparexa todo su biaxe un
minuto muy poco por eso se dice que se aparexa su biaje y de ese grado ua caminando cada dia
sin descansar como media hora hacia la mano esquierda mirando a la mar e norte de la montaña
los seys meses desde el mes primero de enero capazraym: camayquilla febrero paucaruaray hatum
pocoyquilla marzo pacha pocoyquilla abril incaraymi: camayquilla mayo atun casqui aymoray quilla
junio huacaycusqui quilla julio chacra conacuy quilla —de este mes de agosto comienza otra vez
desde la silla principal de la silla segunda principal que estas dos cillas y casas tiene muy apoderado
que cada más tiene cada su cilla en cada grado del cielo el sol y la luna ua ciquiendo como muger
y rreyna de las estrellas cigue al hombre que au apuntando y rreloxo de los meses del año agosto
chacra yapuy quilla setienbre coya raymi quilla utubre uma raymi: quilla nouiembre aya marcay
quilla desiembre capac ynti raymi: quilla— se acaua todo el mes al rruedo del andar del sol comen-
zando otra pues de enero en este dicho mes se cienta en su cilla como dicho es y aci va cada año…”.
118
Cfr. R. T. Zuidema, “El calendario inca”. Actas y memorias, XXXVI Congreso Internacional de
Americanistas, Sevilla, 1966, p. 25-30. La figura (3) está inspirada en el cuadro presentado por R.
T. Zuidema en la p. 28 de su artículo.
119
Ibíd., p. 27: “En conclusión podemos decir que no hay prueba segura que las huacas indican
los días del año”; p. 30: “En lo dicho anteriormente ya no he podido explicar el sistema de los ceques
como ordenaciones religiosa y social”.
56
de los principios que dominan la disposición de los meses del año. En efecto, los
nombres indicados por Poma permiten reagrupar los meses en cuatro grupos de
tres, esto es, en cuatro estaciones. Dentro de estas últimas, los meses se ordenan con
arreglo a una jerarquía, definiéndose cada uno de acuerdo con los tres conceptos
(Collana, Payan, Cayao) que rigen el sistema de los ceques.120 La jerarquía se lee
en el sentido de las agujas de un reloj para la primera mitad del año y en sentido
inverso para la segunda mitad, de tal manera que las dos últimas estaciones reflejan
las dos primeras como en un espejo.
Reencontramos así, en la estructura del calendario indígena, los principios que
ordenan la distribución del espacio: un dualismo fundamental (las dos mitades del
año), una división perpendicular superpuesta que determina la cuatripartición (las
cuatro estaciones).121 La primera mitad del año, el verano que comienza en la sede
principal del sol, ocupa una posición superior (en abril se celebra la fiesta del Inca),
mientras la segunda mitad, el invierno, que comienza en la sede secundaria del sol,
ocupa una posición inferior (en septiembre se celebra la fiesta de la Coya, esposa del
Inca).122 Las dos mitades del año se articulan en los solsticios, celebrados por dos
fiestas del sol: el Capac Inti Raymi, o fiesta principal, durante el solsticio de verano,
y la Inti Raymi, o fiesta secundaria, durante el solsticio de invierno. Dicho de otro
modo, las dos sedes del sol, polos y pivotes, alrededor de los cuales se ordena el
calendario, corresponden a un centro desdoblado, que en cierto modo se proyecta
a la periferia; desdoblamiento lógico, ya que existen, efectivamente, dos solsticios.
***
120
Cfr. R. Zuidema, The Ceque System of Cuzco, y N. Wachtel, op. cit.
121
El principio tripartito que interviene en el interior de cada estación, no aparece claramente
incluido (al menos en Poma) dentro de la organización del espacio.
122
La fiesta de la Coya es también fiesta de la Luna, aunque podemos añadir, para las dos
mitades del año, otras parejas de oposiciones: sol/luna y masculino/femenino (f. 884. “… y la luna
ua siguiendo como mujer y rreyna de las estrellas cigue al hombre…”).
123
Cfr. A. Métraux, op. cit., p. 37-38.
57
Huari significa autóctono, antiguo; Viracocha designa al dios creador y civilizador, cuyo
124
nombre fue dado después a los españoles; runa designa los hombres.
125
Hombres del desierto, o del desorden, de la confusión.
58
126
Auca designaba del desierto, o del desorden, de la confusión.
59
llevan prendas tejidas (producto de la cultura). Hemos visto el prestigio del tejido
en las civilizaciones andinas; no es, sin duda casual que Poma destaque entre todas
las invenciones de la tercera edad el descubrimiento del hilado.127 Otros aspectos
confirman, asimismo, la heterogeneidad de las diferentes épocas; el cronista indica
que los indios de la primera edad fueron después considerados como dioses, y re-
agrupaba en otra parte las dos primeras épocas refiriendo las creencias y tradiciones
según las cuales los indios eran por entonces gigantes. El conjunto de estos datos
permite pensar en una división que opone las cuatro primeras edades en grupos de
dos; por una parte, las dos primeras, situadas bajo el signo de un ser sobrehumano
(dios o gigante), “primitivo” (ambas épocas llevan el calificativo de hauri) y vir-
tuoso; por otra parte, las dos edades siguientes, situadas bajo el signo de la norma
humana, de la cultura (concebida en primer lugar como técnica) y del desorden o
de la guerra (épocas llamadas purun y auca).
Por consiguiente, las edades de Poma parecen ordenadas por otros principios
además de la simple sucesión diacrónica. En esta perspectiva, ciertas observaciones
del cronista, que por sí solas podrían parecer gratuitas, cobran sentido cuando las
integramos dentro de un sistema. Los indios de la primera época buscaban refu-
gio en las grutas; por el contrario, los de la segunda edad aprendieron a construir
pequeñas casas, los pucullos. El primer abrigo presenta un aspecto subterráneo,
mientras el segundo se sitúa al nivel del suelo: este escalonamiento sugiere que las
categorías de lo de Arriba y de lo de Abajo rigen también el esquema temporal.
La geografía de las edades siguientes confirma esta hipótesis; en efecto, Poma
indica que los indios de la tercera edad poblaron las tierras bajas (y construyeron
casas de piedras), mientras que los de la cuarta edad se refugiaron en las tierras
altas (donde edificaron fortalezas, los pucaras). Los dos extremos temporales, la
primera edad y la cuarta, corresponden así a los dos extremos geográficos. Dicho
de otro modo, todo sucede como si la evolución del pasado hacia el presente sig-
nificase al mismo tiempo una elevación de Abajo hacia Arriba. La oposición entre
los dos grupos de edades (1 más 2, por una parte, y 3 más 4, por otra) depende,
entonces, también de las categorías espaciales y define una jerarquía en la cual las
dos edades más antiguas ocupan una posición superior. Pero esta primera división
127
Cfr. Poma, op. cit., f. 57.
60
es recortada por una segunda, en el interior de cada grupo de dos edades y bajo la
misma relación, de tal suerte que 2 (edad más reciente) es a 1 (edad más antigua)
como 4 (edad más reciente) es a 3 (edad más antigua). En definitiva, las cuatro
edades y los cuatro cuadrantes del Imperio presentan, desde el punto de vista de
su disposición interna, una homología de estructura. Tanto en la representación
del tiempo como en la del espacio encontramos un número reducido de esquemas
mentales, oposiciones lógicas o principios numéricos comunes a ambas dimensiones:
división dualista y cuatripartita, categorías de lo de Arriba y lo de Abajo, conceptos
de cultura y naturaleza.128 Las categorías espaciales y temporales dependen, pues,
de una misma red fundamental, como lo confirman también los datos lingüísticos:
en quechua, las nociones de espacio y tiempo se designan como un mismo término,
pacha, que significa a la vez (según el contexto) la tierra, el mundo, etc., o la época,
la estación, etc.
Hagamos notar, sin embargo, que la homología entre el espacio y el tiempo
no aparece al nivel de las unidades aisladas, sino al de los principios generales de
organización. Parece vano, por ejemplo, buscar una equivalencia rigurosa entre las
cuatro primeras edades y cada una de las cuartas partes del Imperio; estas últimas
no nacen unas de otras, sino que surgen todas juntas al mismo tiempo (siguiendo
una ley estructural) durante la cuarta edad. Por otra parte, y mientras que la distri-
bución espacial despliega en la sincronía, el esquema de las cinco edades conserva
un movimiento diacrónico no obstante ordenarse con arreglo a las normas de la
red fundamental. ¿Hay un conflicto entre las dos perspectivas? Aunque las repre-
sentaciones espaciales y temporales no se transforman reciproca e indistintamente,
se articulan, en cambio, por medio de algunos elementos, que aseguran una cierta
frecuencia entre las dos dimensiones. Es así como el primer cuadrante, Chinchasuyu,
establece su dominio sobre las otras partes durante la cuarta edad, iniciando, pero
después de una evolución, el ajuste entre una de las divisiones del espacio y una
de las épocas de la historia. Este enlace se cumple con la quinta edad, cuando los
Incas establecen su capital en el Cuzco; una segunda articulación, definitiva, asocia
Este encuentro del espacio y del tiempo resulta encarnado por los propios Incas: los cinco
128
primeros (cronológicamente) pertenecen a Huri Cuzco (Bajo Cuzco), los siguientes a Hanan Cuzco
(Alto Cuzco); la jerarquía establece para los Incas difuntos que el más reciente ocupe el primer
lugar, y el más antiguo el último.
61
la última época y el centro real del mundo; es entonces cuando confluyen sincronía
y diacronía. Los esquemas organizadores del espacio y el tiempo no integran el
movimiento histórico mediante la conversación de una dimensión en otra, sino a
través de su convergencia. Si el espacio y el tiempo acaban correspondiéndose,
sólo es en la extremidad representada por el Cuzco con los Incas, quedando de
alguna manera abierto el sistema por la otra extremidad. Esta apertura del sistema
constituye el requisito para la integración de la diacronía, conservando al mismo
tiempo su dinamismo, porque el mismo procedimiento que permite a Poma abrir
su sistema a la duración (mediante la proyección del quinto elemento final de los
otros cuatro) le ofrece el modo de relacionar el tiempo con el espacio (asociando el
quinto elemento al centro del mundo). Procedimiento económico y coherente que
permite suponer (rechazando, por vía de hipótesis, la tradición cíclica a una época
anterior) que el pensamiento inca, confrontado con el mismo problema del tiempo,
se había comprometido en un idéntico esfuerzo de totalización: producto de una
sociedad que ya había hecho —o empezaba— la elección de la historia.
En resumen, la distribución del espacio obedece a una cuatripartición ordena-
da alrededor de un centro; el calendario se somete a otro tipo de cuatripartición,
articulada alrededor de dos polos, o sea, un centro desdoblado y proyectado a la
periferia; finalmente, las cinco edades se suceden en el tiempo, bien sea cíclico o
histórico. Dicho de otro modo, por la puesta en práctica de los mismos sistemas,
aunque cada vez con una orientación diferente, el espacio, el calendario y las edades
(al menos según la tradición de Poma) aseguran el paso progresivo de la sincronía
a la periocidad y de la periocidad a la diacronía. Hemos expuesto el enlace, a través
de una extremidad, del espacio y el tiempo; en cuanto al calendario, una de sus
funciones consistía indudablemente, si no en resolver, por lo menos en mediatizar
la tensión interna del sistema. En efecto, es probable que también entre los incas la
conjunción y la disyunción del pasado y del presente fueran simbolizadas por ritos
históricos.129 Es así como describe Poma el culto rendido a los muertos durante el
mes Aya marcay quilla, que corresponde a noviembre. El propio nombre del mes
resume la fiesta;130 los indios solían entonces sacar a los difuntos de sus sepulturas
Sobre esta función de los ritos históricos. Cfr. Claude Lévi-Strauss, La Pensée suvage, París,
129
1962, p. 313-314.
130
Poma, op. cit., ff. 256-257. Aya: muerto, cadáver; Macay: cargar, transportar; quilla: mes.
62
Un modelo andino
131
Ibíd., f. 257: “en este mes sacan los defuntos de sus bobedas que llaman pucullo y le dan de
comer y veuer y le bisten de sus bestidos rricos y le ponen en unas andas y andan con ellas en casa
en casa y por las calles y por la plasa y despues tornan ametella en sus pucullos…”.
132
C. Lévi-Strauus, op. cit., p. 315.
63
64
primitivas, fundadas sobre el culto de los huacas (lugares sagrados, como montañas,
grutas o lagos). Una vez desaparecido el inca, sobrevivirá ese animismo más que la
religión del Sol o del Viricocha. Aunque esta última, a causa de la homogeneidad
cultural de las sociedades andinas, tampoco aparece como un injerto radicalmente
extraño. La asimilación del sistema religioso inca fue probablemente más fácil que
la aplicación de su sistema político. Dicho de otro modo, aun cuando las institu-
ciones impuestas por los incas permaneciesen parcialmente en un terreno ideal, la
ideología justificativa de su poder constituye en sí un hecho real y vivido. No puede
discutirse que la organización del Imperio desembocó a la larga en la explotación
de los campesinos por una clase privilegiada (la de los curacas y los Incas); pero es
importante, en la perspectiva de nuestro estudio, que esta explotación no haya sido
vivida como tal por aquellos que la sufrían y que, al contrario, hallase su sentido
en una visión coherente del mundo.
***
Convenía presentar un cuadro del Estado que la Conquista iba a destruir y hemos
intentado volver a situar las diversas instituciones de la sociedad inca en su contexto
65
global. Pero, por lo mismo, nuestro cuadro reviste un aspecto más estático que diná-
mico. También es preciso recordar que el Imperio inca constituye el resultado de una
larga evolución que puede resumirse, antes de la Conquista, bajo dos enunciados:
66
Bibliografía
67
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——— “El calendario inca. Actas y memorias”, en XXXVI Congreso Internacional de
Americanistas, Sevilla, 1966.
68
[71]
El nuestro, como los territorios de casi todos los países del mundo, han visto
transitar, surgir y desaparecer en él, a lo largo de milenios, una gran cantidad de
sociedades particulares que podemos llamar, en términos genéricos, pueblos. Pero, a
diferencia de lo que ocurrió en otras partes, aquí hay una continuidad cultural que
hizo posible el surgimiento y desarrollo de una civilización propia.
Según la información disponible, hace por lo menos 30 mil años que el hombre
habita en las tierras que hoy son México. Los primeros grupos se ocupaban en la
cacería y la recolección de productos silvestres. Unos parecen haberse dedicado a
cazar las grandes especies de la fauna desaparecida, como el mamut, el mastodonte,
el camello y el caballo, en tanto que otros, probablemente por las condiciones del
medio en el que se movían, cazaban o pescaban especies menores y dependían más
de la recolección. La gran fauna desapareció del territorio mexicano aproximada-
mente 7 mil años antes de nuestra era, tal vez debido a cambios climáticos que le
impidieron sobrevivir. De aquellas bandas se han encontrado restos fósiles, utensilios
de piedra y algunas armas directamente asociadas con esqueletos de los grandes
animales que mataban. Eran grupos nómadas que requerían de un territorio muy
amplio para asegurar la subsistencia y vivían en cuevas y abrigos temporales que
abandonaban a poco tiempo de ocuparlos.
La reducción de la fauna y la mayor dependencia de la recolección influyeron
seguramente en el inicio de un proceso fundamental: la domesticación y el posterior
cultivo de las plantas. La civilización mesoamericana surge como resultado de la
invención de la agricultura. Éste fue un proceso largo, no una transformación ins-
tantánea. La agricultura se inicia en las cuencas y los valles semiáridos del centro de
México entre 7 500 y 5 000 años antes de nuestra era. En ese periodo comienzan
a domesticarse el frijol, la calabaza, el huautli o alegría, el chile, el miltomate, el
guaje, el aguacate y, por supuesto, el maíz. El cultivo del maíz constituye el logro
fundamental y queda ligado de manera indisoluble a la civilización mesoamericana.
Su domesticación produjo el máximo cambio morfológico ocurrido en cualquier
planta cultivada; su adaptación permitió su cultivo en una gama de climas y alti-
tudes que es la más amplia en comparación con todas las demás plantas cultivadas
de importancia. Debe recordarse que el maíz sólo sobrevive por la intervención
del hombre, ya que la mazorca no dispone de ningún mecanismo para dispersar
72
las semillas de manera natural: es, de hecho, una criatura del hombre. Del hombre
mesoamericano. Y éste, a su vez, es el hombre de maíz, como lo relata poéticamente
el Pop Wuj, «Libro de los Acontecimientos» de los mayas kichés:
así fue como hallaron el alimento y fue lo que emplearon para el cuerpo de la gente
construida, de la gente formada; la sangre fue líquida, la sangre de la gente, maíz
empleó el Creado, el Varón Creado (...) Luego tomaron en cuenta la construcción y
formación de nuestra primera madre y padre, era de maíz amarillo y blanco el cuerpo,
de alimento eran las piernas y brazos de la gente, de nuestros primeros padres; eran
cuatro gentes construidas, de sólo alimento eran sus cuerpos. (Versión de Adrián I.
Chávez).
73
periodo preclásico o formativo que abarca del año 2000 antes de nuestra era al año
200 d.C., aproximadamente. Entre 800 y 200 a. C., ocurre el auge de la cultura
olmeca, surgen probablemente las primeras inscripciones, se establece el calendario
que perfeccionarán más adelante los diversos pueblos mesoamericanos y se tallan
esculturas monumentales que hoy nos asombran por la calidad técnica de su factura
y por su armonía plástica.
La influencia de la cultura madre se hace evidente por diversos rumbos. En
el norte de Veracruz se desarrolla la cultura llamada Remojadas, cuya tradición la
continuarán más tarde los totonacas; en Oaxaca da comienzo la cultura zapoteca
y en la península de Yucatán, al parecer como resultado también de la influencia
olmeca, se sientan las bases iniciales de lo que será la cultura maya, cuyo perfil
inconfundible quedará definido al finalizar este periodo. En los valles centrales,
durante la misma época, se desarrolla en ciertos sitios una agricultura intensiva
que hace uso de terrazas artificiales, canales, represas y chinampas, posibles gra-
cias al surgimiento de una forma de organización social que los arqueólogos han
denominado señoríos teocráticos. Al finalizar el preclásico están sentadas las bases
de la civilización mesoamericana, cuyas principales culturas cristalizarán a partir
de ese momento.
Al iniciarse el periodo clásico, hacia el año 200 de nuestra se inicia también
la cultura teotihuacana, que se expandió ampliamente durante los cinco siglos
siguientes y cuya influencia posterior continúa hasta la llegada de los españoles.
Teotihuacán, en el momento de su esplendor, era quizás la ciudad más poblada del
mundo, gracias a la agricultura intensiva que se practicaba en los valles centrales del
altiplano y a los tributos que recibía de pueblos sometidos a su hegemonía. Desde
entonces, los valles centrales adquirieron la importancia que han mantenido hasta
la fecha como eje político y económico de un vasto territorio que en algunas épocas
rebasaba las actuales fronteras de México.
El poder de los valles centrales como punto de articulación descansaba inicial-
mente en el aprovechamiento óptimo de las características del medio natural, me-
diante el uso de tecnologías agrícolas mesoamericanas y el desarrollo de formas de
organización social que permitían el control de una población numerosa y dispersa.
Sin instrumentos de metal sin arado sin usar la rueda ni disponer de animales de
tiro, se practicó una agricultura intensiva de alto rendimiento con el empleo de mano
de obra relativamente reducida. Se aprovecharon los lagos de la cuenca de México
74
75
¿Dónde quedó nuestra lengua? ¿Qué nos ha sucedido? Nos hemos perdido. ¿Dónde
nos habrían engañado? Era una nuestra lengua cuando venimos de Tulan, sólo una era
nuestra subsistencia, nuestro origen; no es bueno lo que nos ha sucedido —dijeron
entonces las tribus bajo los árboles, bajo los bejucos.
76
77
del sol. De tal manera que la distinción entre Mesoamérica y los pueblos que ha-
bitaban al norte, aunque es real y es útil para comprender la situación global del
México precolonial, no debe entenderse como una barrera que aislara dos mundos
radicalmente diferentes, sino como un límite variable de la zona tropical en la que
las condiciones climáticas, ante todo la magnitud de la precipitación pluvial, per-
mitían una vida dependiente de la agricultura, a partir de la tecnología disponible.
Esto, naturalmente, implica diferencias en muchos órdenes de la cultura; pero no
entraña aislamiento ni falta de relación cultural: la experiencia de los cazadores y
recolectores del norte, no es ajena a la civilización mesoamericana.
La conformación actual de México, (su diferenciación regional; los contrastes
entre norte y sur, altiplano y costas; la preeminencia de los altos valles centrales)
si bien descansa en una diversidad geográfica de rotunda presencia, es ante todo
el resultado de una historia cultural milenaria, cuya huella profunda no ha sido
borrada por los cambios de los últimos 500 años. Ellos no niegan la trascendencia
de esos cambios; solamente destaca el hecho de que las transformaciones ocurridas
no son exclusivamente resultado de los procesos desencadenados a partir de la inva-
sión europea, como si tales procesos se implantaran en un vacío cultural, sino que
siempre son producto de la acción de esas fuerzas nuevas sobre conjuntos humanos
que poseen una herencia cultural elaborada durante muchos siglos en esos mismos
sitios, lo que les permite reaccionar a su vez en distintas formas.
Lo que importa subrayar es el hecho de que la milenaria presencia del hombre
en el actual territorio mexicano produjo una civilización. Esto tiene implicaciones
de profunda importancia. Por una parte, indica que las diversas culturas que
existieron en el pasado precolonial y las que, transformadas, existen hoy como
continuación de aquéllas, tienen un origen común, son resultado de un proceso
civilizatorio único, lo que les otorga unidad básica más allá de cuales quiera dife-
rencias y particularidades. Por otra parte, al hablar de civilización se está haciendo
referencia a un nivel de desarrollo cultural (en el sentido más amplio e inclusivo
del término) lo suficientemente alto y complejo como para servir de base común
y orientación fundamental a los proyectos históricos de todos los pueblos que
comparten esa civilización. No se trata, entonces, de un simple agregado, más o
menos abundante, de rasgos culturales aislados, sino de un plan general de vida
que le da trascendencia y sentido a los actos del hombre, que ubica a éste de una
cierta manera en relación con la naturaleza y el universo, que le da coherencia a
78
sus propósitos y a sus valores, que le permite cambiar incesantemente según los
avatares de la historia sin desvirtuar el sentido profundo de su civilización, pero sí
actualizándola. Es como un marco mayor, más estable, más permanente, aunque
de ninguna manera inmutable, en el que se encuadran diversas culturas y, diversas
historias se hacen comprensibles. Eso, nada menos: una civilización, es lo que
crearon y nos legaron cientos de generaciones sucesivas que trabajaron, pensaron
y soñaron aquí durante milenios.
Los testimonios de ese largo proceso civilizatorio nos rodean por todos los
rumbos: siempre tenemos frente a nosotros un vestigio material, una manera de
sentir y de hacer ciertas cosas, un nombre, un alimento, un rostro, que nos reiteran
la continuidad dinámica de lo que aquí se ha creado a lo largo de muchos siglos.
No son objetos, seres ni hechos mudos: persistimos tercamente en no escucharlos.
La naturaleza humanizada
Apenas hay paisaje virgen en México. Siempre se encuentran los rastros del quehacer
humano, del antiguo transitar del hombre por estas tierras. Millares de viejos sitios
de habitación abandonados, desde las imponentes ruinas de las grandes ciudades
hasta los vestigios más discretos de pequeñas aldeas bajo montículos que parecen
naturales. Muchos poblados mexicanos de hoy, han sido habitados continuamente
desde siglos antes de la invasión europea. Hay antiguos canales en desuso; hay to-
davía chinampas, unas en producción y otras convertidas en atractivo turístico; en
las zonas montañosas del centro y sur del país, al amanecer o cuando cae la tarde,
puede verse el trazo de las terrazas que permitían cultivar laderas muy empinadas;
sin demasiado esfuerzo se pueden recorrer grandes tramos de los caminos por
los que anduvieron los mayas hace mil años. Hay obras hidráulicas de magnitud
sorprendente, como el sistema de irrigación de Tezcutzingo, cercano a Texcoco;
cientos de cuevas y manantiales conservan evidencias de ritos ancestrales, algunos
de los cuales todavía se practican regularmente; tepalcates, navajas de obsidiana,
fragmentos de figuras de piedra o barro, dispersos por todos los rincones del país,
atestiguan la relación del hombre con esta naturaleza desde un pasado remoto. Ese
hacer incesante ha cambiado nuestro paisaje, a veces en forma espectacular, más
comúnmente de manera sutil, lenta pero constante.
79
80
81
en fin; las muy diversas maneras en que los pueblos de México se relacionan con
la naturaleza, la aprovechan y la transforman cotidianamente, son rasgos que en
su gran mayoría han resultado de una interrelación muchas veces milenaria de los
hombres con la naturaleza. En esa interrelación ha habido cambios, que parecen
acelerarse en los tiempos modernos; pero hay también la continuidad profunda
que nos hace parte de un proceso civilizatorio que se ha desarrollado aquí, en esta
tierra, con esta naturaleza. No se trata simplemente de que ocupemos hoy el mismo
territorio en el que antiguamente floreció una civilización original. La relación con
la naturaleza y todo lo que implica, se presenta en la actualidad como un problema
central de cuya adecuada solución depende, en gran medida, el futuro de México;
las múltiples formas en que los mexicanos recurrimos a elementos de la civilización
mesoamericana para establecer una relación armónica y benéfica con la naturaleza
que nos rodea, revelan algo mucho más complejo y rico que lo que aparenta a pri-
mera vista: no es la simple «supervivencia» de tecnologías aisladas, obsoletas que
existen solamente por causa —o como causa— del atraso; y no es así, porque la
persistencia de esas tecnologías está vinculada a un acervo de conocimientos que
son resultado de experiencias acumuladas y sistematizadas durante siglos, y que
son consistentes con maneras propias de ver el mundo y entender la naturaleza,
con esquemas de valores profundamente arraigados, con formas particulares de
organización social y con el universo correspondiente de la vida cotidiana. Es decir:
son parte de una cultura viva.
Nombrar: crear
Los mexicanos que no dominamos alguna lengua indígena hemos perdido la posi-
bilidad de entender mucho del sentido de nuestro paisaje: memorizamos nombres
de cerros, de ríos, de pueblos y de árboles, de cuevas y accidentes geográficos, pero
no captamos el mensaje de esos nombres. Aquí, toda la geografía tiene nombre.
Los toponímicos en lenguas indias, han sido adoptados como denominación oficial
en una buena proporción, pese a la insistencia de la corona española y el México
republicano en introducir nuevos nombres que aseguraran la memoria eterna de
los símbolos del momento: santos y vírgenes, terruños ultramarinos, próceres de
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El rostro negado
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es entonces la diferencia?, ¿en qué descansa el hecho de que unos sean indios y
otros ya no lo sean? A reserva de proponer una respuesta más detallada, baste por
ahora señalar que el proceso de desindianización iniciado hace casi cinco siglos ha
logrado, mediante mecanismos casi siempre compulsivos, que grandes capas de la
población mesoamericana, renuncien a identificarse como integrantes de una co-
lectividad india delimitada, que se considera a sí misma heredera de un patrimonio
cultural específico y asume el derecho exclusivo de tomar decisiones en relación
con todos los componentes de ese acervo cultural (recursos naturales, formas de
organización social, conocimientos, sistemas simbólicos, motivaciones, etc.). Ésa
es la culminación del proceso de desindianización que, como se anotó, no implica
necesariamente la interrupción de una tradición cultural, aunque si restringe los
ámbitos en que es posible la continuidad y dificulta el desarrollo de la cultura propia.
Queda por mencionar el problema de la correlación entre rasgos somáticos de
filiación europea y grupos social y económicamente privilegiados. Por supuesto,
queda eliminada cualquier explicación que involucre nociones de superioridad e
inferioridad «natural» entre grupos con características somáticas diferentes, es decir,
entre grupos raciales: la historia ha tenido a su cargo descartar esas ideas, a veces
en forma sangrienta y dolorosa. La propia historia nos auxilia para encontrar el
hilo de la madeja: es otra vez el momento colonial que organiza la sociedad a partir
de una división jerárquica en la que ciertos rasgos somáticos se usan socialmente
para ubicar, en principio, a los grupos y a los individuos. Las viejas estructuras de
dominación y sus ideologías respectivas continúan vigentes en muchos ámbitos de
nuestra realidad actual. Los privilegios de los grupos que heredaron y detentan
riqueza y poder, tienden a justificarse como resultado necesario de una superiori-
dad natural visible en las diferencias raciales. El neo colonialismo y la dependencia
frente a nuevas metrópolis que pregonan su filiación occidental, cristiana y blanca,
refuerzan las ideologías racistas que adoptan esos grupos, más allá del discurso
que pretende ocultarlas. Los ideales de belleza física, el lenguaje discriminador, las
aspiraciones y el comportamiento cotidiano de esos grupos, muestran sin tapujos
su trasfondo racista.
En este racismo hay mucho más que una preferencia por ciertos rasgos y
tonalidades. La discriminación de lo indio, su negación como parte principal de
«nosotros», tiene que ver más con el rechazo de la cultura india que con el recha-
zo de la piel bronceada. Se pretende ocultar e ignorar el rostro indio de México,
88
Apéndice bibliográfico
La civilización mesoamericana precolonial
89
90
[91]
el problema de si existieron vínculos entre estas dos altas culturas, cada una de las
cuales ejerció una influencia tan duradera.
Un desarrollo que con propiedad se puede llamar explosivo siguió a las primeras
altas culturas. El descubrimiento material más importante fue el de la agricultura
intensiva, con el potencial que deriva de la irrigación. En algunas partes de Meso-
américa y de la región andina se llevaron a cabo importantes obras de irrigación que
sentaron las bases para un rápido aumento de población y para nuevos desarrollos,
para construir ciudades y crear un Estado. ¿Fue ese descubrimiento de la agricul-
tura intensiva la base de las altas culturas que siguieron? Así fue con certeza en una
primera parte tanto de Mesoamérica como de la región andina.
La aparición de los primeros centros ceremoniales, tanto en Mesoamérica
como en la región andina, fue seguida por un periodo de casi mil años al que los
historiadores y etnólogos caracterizan como clásico.
La mayoría de los historiadores concuerdan en dos características de ese periodo:
es el más largo y el más estable de la historia de las culturas americanas, y es el que
presenta los mayores logros intelectuales y artísticos: la escritura, el calendario, las
matemáticas mayas, las grandes pirámides y templos de Teotihuacán, la cerámica
mochica, la escultura de Tiahuanaco.
El desarrollo social difiere de una a otra región. En los Andes se desarrollaron
muchas estructuras estatales que tenían pocas ciudades o ninguna. Por importantes
que fueran, ninguno de esos estados fue capaz de imponerse a los demás. En Meso-
américa sí se desarrollaron grandes, entre las cuales la más importante, Teotihuacán,
parece haber ejercido la hegemonía durante un larg periodo.
En la segunda mitad del primer milenio antes de Cristo, todas esas mágnificas
culturas clásicas vieron su prematuro final: las ciudades de los mayas fueron aban-
donadas, Teotihuacán fue devastada y la costa norte de Perú, junto con la mayor
parte de los Andes, fue ocupada por conquistadores extranjeros. La desaparición
de estas culturas constituye uno de los problemas irresueltos más discutidos y más
complejos que plantean las antiguas culturas americanas. ¿Existe después de todo
un denominador común?
No todas las causas de decadencia son iguales. En Mesoamérica hay ciertos
indicios de que durante este periodo se dejó sentir ya una discrepancia que se ma-
nifestaría claramente en el periodo histórico: me refiero a la discrepancia entre la
población en constante crecimiento y el aumento de las exigencias de la nobleza,
92
por una parte, y el crecimiento mucho menos veloz de la producción agrícola, las
manufacturas y el comercio. Si además consideramos que la nobleza estaba integrada
por sacerdotes, no es improbable que las revueltas tomaran el carácter de cismas
religiosos, por una oposición cada vez mayor a las también mayores demandas ma-
teriales de la Iglesia de Estado. Luego, cuando los invasores extranjeros llegaron,
esos cismas y las luchas intestinas deben de haberles allanado el camino.
La región andina escapó a esta primera causa de decadencia. Las enormes
instalaciones de riego y los vastos rebaños de llamas pueden haber evitado la grave
distancia entre el aumento de la población y los alimentos disponibles. Los signos
de tensión interna son aquí mucho menos evidentes, aunque hay ciertos datos de un
conflicto incipiente entre la nobleza sacerdotal y la nobleza secular. Aquí desempeñó
un papel decisivo el avance de un pueblo que gozaba de una situación estratégica
particularmente favorable dentro de la región andina. El hecho común a ambas
regiones es que en el periodo posclásico se dedicó a finalidades seculares una parte
mucho mayor que nunca antes de la riqueza de la sociedad. La nobleza era para
entonces predominantemente secular.
En la época de las grandes conquistas que siguió a las culturas clásicas del periodo
de Huari-Tiahuanaco, en la región andina, y de los toltecas, en Mesoamérica, la
metalurgia continuó desarrollándose en la región andina (bronce) y el metal hizo
su súbita aparición en Mesoamérica. Esto no tuvo en ambos casos más que una
importancia limitada, y no los mismos resultados revolucionarios que produjo en
el Viejo Mundo.
En el importante campo del aumento de la producción de alimentos, los pueblos
conquistadores no lograron gran cosa. En la época de Huari-Tiahuanaco, muchos
trabajos de irrigación de la costa peruana parecen incluso haberse convertido en
ruinas, y en Mesoamérica los toltecas hicieron muy poco para aumentar la produc-
ción alimentaria. Esto puede haber contribuido a acortar la vida de ambos imperios.
Tras su declinación, se produjeron en la región andina y en Mesoamérica pro-
cesos de diferente carácter. El imperio tolteca se redujo literalmente a átomos y fue
sustituido por innumerables ciudades y ciudades-Estado pequeñas y medianas. En
Perú, en cambio, surgieron y florecieron estados grandes y poderosos, que contenían,
en contraste con el periodo clásico, ciudades extensas.
Sobre estos cimientos distintos se inició en ambas regiones, a mediados del siglo
xv, un brusco ascenso hacia el imperio.
93
94
obras de riego, disminuyó también. Graves diferencias surgieron entre las ciudades
aliadas de Tenochtitlán y Texcoco, y se crearon tensiones, dentro de Tenochtitlán,
entre la aristocracia hereditaria y la meritocracia. En el imperio inca, se produjo in-
cluso una guerra civil entre Huáscar y Atahualpa, rivales que competían por el trono.
En los dos casos, la crisis reflejaba también la personalidad de los gobernantes:
Moctezuma y Atahualpa no eran sino pálidos reflejos de los padres fundadores de
sus respectivos imperios. Intentaron compensar su debilidad personal y los crecientes
problemas ya fuera proclamando o imponiendo el concepto de gobernantes divinos.
Esas tensiones deben de haber colaborado significativamente a preparar el camino
para los conquistadores españoles.
A pesar de tan notables similitudes, es imposible ignorar las tremendas dife-
rencias que existieron entre los dos imperios en diversos campos: en el grado de
integración, en la organización social de los pueblos conquistadores, en la fuerza
o debilidad de la organización clánica, en la capacidad de los dirigentes imperiales
para resolver el problema alimentario y, finalmente aunque no menos importante,
en el papel que desempeñó el comercio.
Las diferencias en el renglón de la integración del Estado fueron radicales.
Mientras los incas establecieron un rígido sistema de administración en todo su
imperio, llevaron a cabo gigantescos movimientos de población, impulsaron las
obras públicas, trazaron una red de caminos y lograron una integración religiosa y
lingüística, en los territorios conquistados por los aztecas apenas hubo signo alguno
de todo esto. No había administración estatal, sino sólo recaudadores de tributos.
En la mayoría de los territorios invadidos apenas se construyeron grandes edificios
o caminos, no hubo integración religiosa ni lingüística, ni un registro de toda la
población como entre los incas.
Sólo en el valle de México hubo inicios de una integración similar a la de los
incas: allí, la división de una gran parte de la población en grupos de trabajadores
tributarios, una administración jurídica centralizada y la realización de grandes
proyectos aumentaron la producción de alimentos y facilitaron las comunicaciones.
La diversidad reinante en el resto del territorio fue resultado tanto de los grados
diferentes de fuerza que existían entre conquistadores y conquistados como de la
variedad de condiciones ecológicas.
Antes de sus conquistas, los incas eran un grupo menor y menos poderoso que
las ciudades de la Triple Alianza y se enfrentaban a estados mucho más poderosos e
95
96
El hecho de que los aztecas no quisieran ni pudieran llevar a cabo una integración
a gran escala de su imperio tuvo duraderas consecuencias. Si los pueblos sometidos
no podían ser convencidos de incorporarse por conveniencia, era necesario emplear
el terror puro y simple. En este sentido, los sacrificios humanos cumplían una
finalidad no sólo religiosa, sino también política. Tampoco es sorprendente que el
imperio azteca empleara medidas mucho más arbitrarias que el inca. Los ejércitos
incas se mantenían a cierta distancia de los poblados y se abastecían de las reservas
del Estado. Las tropas aztecas atravesaban todas las poblaciones y podían saquear a
discreción. Los servicios que los pueblos conquistados por el imperio inca tenían que
proporcionar se fijaban tomando en cuenta su riqueza y sus recursos, y no estaban
sujetos a modificaciones. El tributo que exigían los aztecas se calculaba arbitra-
riamente y podía aumentar en cualquier momento. El hecho de que los incas sólo
exigieran servicios, mientras los aztecas pedían verdadero tributo, significó que en
tiempos de escasez las demandas a que estaban sometidos los pueblos conquistados
de Mesoamérica eran mucho más onerosas que en la región andina.
Por lo menos en teoría, los habitantes del imperio inca podían presentar ante la
autoridad central sus quejas contra la administración. No hay noticias en Mesoamérica
de quejas acerca de los muchos excesos de los recaudadores aztecas. Los prisioneros
de guerra capturados por los incas, con excepción de unos pocos líderes que fueron
ejecutados, eran liberados y devueltos a sus pueblos. Los prisioneros de guerra de
los aztecas enfrentaban in evitablemente muerte sacrificial.
En estas comparaciones no hay que dejar que el péndulo oscile demasiado contra
Mesoamérica, donde nunca tuvieron lugar deportaciones ni frecuentes requisas de
mujeres que practicaban los incas.
La diferencia en el grado de integración de ambos imperios tuvo muy para-
dójicas consecuencias. En cierta medida, se expresó en el magnífico desarrollo de
Tenochtitlán, ciudad que recibía la mayor parte de la riqueza que fluía desde los
territorios conquistados, mientras los ingresos de los incas iban destinados a todos
los puntos de su imperio. Por ello no es sorprendente que los edificios de la metró-
poli azteca superaran con mucho a los de Cuzco y que sus rasgos de gran ciudad
fueran mucho más marcados que los de la capital de los incas.
Esas diferencias en el grado de integración de los dos imperios implicaban, sin
embargo, claras desventajas militares para los aztecas. El gran sistema de caminos
que comunicaba el imperio inca, los almacenes instalados en todas partes y, sobre
97
todo, el uso de los pueblos conquistados en el servicio militar tuvieron como re-
sultado una fuerza de choque acrecentada con cada nueva conquista. Lo contrario
sucedía entre los aztecas. Dado que las guerras siempre se originaban en el valle
de México, la fuerza de choque del ejército, sin caminos ni depósitos de provisio-
nes, disminuía conforme se alejaban del centro. Cuanto mayor el imperio, menos
accesibles las regiones vecinas.
Este contraste explica por qué los incas controlaban toda la región de alta
cultura en la zona andina, mientras los aztecas no pudieron conquistar territorios
distantes como el de los tarascos, que con taba con una población mucho menor
que el territorio que sí dominaban. Además, como los aztecas tenían que pelear
ellos mismos, requerían muchos más guerreros de élite que los incas y contaban
con un número limitado de tropas en el campo de batalla. Desde el punto de vista
militar, la experiencia de combate de cada guerrero era probablemente más decisiva
entre ellos que entre los simples soldados incas, que eran, ante todo, campesinos.
Estos con trastes se volvieron muy nítidos en las batallas que libraron los españoles
contra unos y otros.
Ya se ha dicho que entre los incas como entre los aztecas el viejo orden tribal
igualitario estaba socavado, y empezaba a surgir una nobleza privilegiada, dotada
de tierras en propiedad privada, y que en la base de la pirámide social estaban
apareciendo los siervos y los esclavos. Pero la forma, el contenido y la intensidad
de estos procesos difieren ampliamente de una cultura a otra.
La nobleza inca representaba en principio una burocracia estatal. Casi todos sus
miembros tenían alguna función en la gran maquinaria administrativa del imperio.
Entre los aztecas esto sólo ocurría con una parte de la nobleza, ya que gran número
de sus miembros sólo tenían por función la guerra.
En consecuencia, la nobleza inca dependía políticamente del Estado mucho
más que la nobleza azteca. Otro tanto ocurría en la esfera económica. El noble
azteca podía en cierta medida enajenar su tierra, podía vender sus productos y
adquirir esclavos en el mercado. La situación era distinta en el imperio inca: la
tierra era inalienable y la venta de sus productos apenas posible. La nobleza inca
era, en cambio, un grupo mucho más privilegiado y cerrado que la azteca. Tanto
en México como en Cuzco un noble que cometiera un delito era llevado ante un
tribunal especial. Sin embargo, los procesos judiciales diferían. En Cuzco los cas-
tigos no eran particularmente severos y con frecuencia consistían sólo en ser puesto
98
en la picota; en México, el castigo era mucho más duro: por el mismo delito por
el que un plebeyo sólo recibía una reprimenda, un noble podía ser ejecutado. Ser
admitido en la nobleza como recompensa por servicios prestados era mucho más
fácil en las ciudades de la Triple Alianza, hasta fines del siglo XV, que en la región
andina. En que los aztecas, unas cuantas hazañas de guerra y tomar unos pocos
prisioneros, bastaba para ser elevado a la nobleza. Entre los incas, sólo se lograba
mediante servicios excepcionalmente arduos: las diferencias sociales parecen haber
sido más tajantes en ciertos aspectos. Por eso sorprende descubrir que las tradiciones
de orden comunal entre la nobleza inca estaban mucho más desarrolladas que entre
los aztecas. Un noble inca que recibía sus propias tierras continuaba perteneciendo
a su clan, y los miembros de su familia se ocupaban colectivamente de esas tierras.
Ocurría lo contrario entre los aztecas, pues el miembro de la nobleza se apartaba
de la organización del clan: para él, la organización efectiva era la sociedad militar,
que no presentaba características de parentesco.
¿Cómo explicar estas diferencias radicales? Tal vez su causa más poderosa fue
la proporción numéricamente distinta que constituían los incas y las ciudades de la
Triple Alianza frente a la población total de sus imperios. Después de las conquistas
de los incas, toda la población de Cuzco, hasta el último hombre, fue elevada a la
nobleza. De hecho, dado que esa población era demasiado reducida para satisfacer
la demanda de funcionarios del Estado, otras tribus vecinas recibieron un estatus
similar. Eso explicaría los límites tajantes impuestos a la estratificación social des-
cendente entre los incas. En cambio, los habitantes de las ciudades de la Triple
Alianza eran muy numerosos y el imperio estaba demasiado poco organizado e
integrado para permitir que ascendieran a todos a la nobleza. Sólo la vieja nobleza
y la meritocracia lograron ascender. La población restante se beneficio muy poco
de las conquistas. No sorprende que la aristocracia inca hiciera sentir su lugar a
incertidumbre sus privilegios y su poder a sus subordinados, que eran después de
todo miembros sometidos de pueblos ajenos. La nobleza azteca tenía que pisar con
más cuidado, porque un sector importante de sus subordinados eran, en primer
lugar, miembros de su propio pueblo.
El ascenso colectivo de la población inca al estamento de nobleza probablemente
explica la supervivencia del parentesco dentro de ella, dado que todo el ayllu as-
cendía a la vez. Entre los aztecas, en cambio, eran siempre individuos, que debían
entonces retirarse del calpulli.
99
Por grandes que fueran las diferencias entre los nobles, las que existían en las
capas inferiores de la escala social eran aun mayores.
El clan inca era igualitario. No había diferencias marcadas entre ricos y pobres
dentro del ayllu campesino. Si existían, casi siempre se eliminaban mediante los
nuevos repartos de tierras que se hacían periódicamente. La agricultura era una
actividad colectiva y el clan cuidaba de los pobres, los enfermos, los huérfanos y
los incapacitados para trabajar.
El clan azteca era muy distinto. No se hacían nuevos repartos de tierra; ricos y
pobres eran miembros del mismo calpulli, e incluso podían existir condiciones de
servidumbre y esclavitud dentro de él. La única limitación era la inalienabilidad de
la tierra de los miembros del calpulli. Apenas existen referencias, en lo que toca al
calpulli mexicano, sobre trabajo comunal o asistencia social a los pobres o discapa-
citados. Más abajo, las diferencias eran aun mayores: el número de siervos en las
tierras altas andinas se calcula en uno por ciento. Entre los aztecas, la cifra es de
treinta por ciento, a la que hay que añadir cinco por ciento de esclavos. Esta es una
inmensa diferencia, que da una imagen completamente distinta de las dos sociedades.
Otras de las diferencias notables entre los dos imperios es la posición de los
artesanos y el papel del comercio. En Mesoamérica una gran porción de artesanos
era independiente. En el imperio inca, dependían generalmente del Estado, de
las curacas locales o de la Iglesia, y operaban a su servicio. En Mesoamérica eran
enormes mercados y grandes y poderosos gremios de comerciantes que tenían un
papel decisivo en el comercio. En el imperio inca sólo había pequeños mercados
locales y una limitada forma de trueque: no hay referencias a los comerciantes.
Aunque llegaran a confirmarse unas cuantas hipótesis nuevas sobre la existencia
de pequeños grupos de mercaderes, probablemente es correcto afirmar que no
desempeñaron un papel destacado en el imperio inca. El intercambio de mercan-
cías estaba casi por completo en manos del Estado. En Mesoamérica existía una
autentica moneda en forma de granos de cacao, pero no hay mención de nada
semejante en el imperio inca.
No disponemos de una explicación sencilla y abarcadora de todas estas grandes
diferencias. La diversidad ecológica, que siempre estimula el comercio, se daba en
ambas regiones. En el imperio inca era tal vez incluso más pronunciada, porque
si bien el maíz se cultivaba en toda Mesoamérica, había partes de las tierras altas
andinas donde ese muy necesario producto no se podía cultivar.
100
¿Hubo una división del trabajo mayor entre los artesanos y campesinos de Meso-
américa que en la región andina? En ambas regiones, el pueblo era en principio
autosuficiente. Los campesinos producían lo que necesitaban y la mayor parte del
trabajo artesanal se dedicaba a los productos de lujo. En la medida en que el trabajo
artesanal fue también utilitario y estuvo dirigido a las necesidades practicas, esto era
más evidente en la región andina que en Mesoamérica. En los Andes, el bronce ya
existía y la metalurgia desempeñaba un papel mucho mayor en las artesanías y en
la guerra que en Mesoamérica.
¿Eran las comunicaciones más fáciles en Mesoamérica que en los Andes? No lo
eran. Llegar a las tierras altas desde tierras bajas era mucho más fácil en la región
andina. En Mesoamérica no existía nada comparable a los grandes caminos que
crearon los incas. Además en Mesoamérica faltaban los animales de tiro, mientras
que en Perú contaron con la llama ya desde tiempos prehispánicos: de hecho fue
la única región del continente que hubo animales de tiro.
Si nos basáramos en esos criterios, podríamos suponer que en la región andina
existió un comercio floreciente muy superior al de Mesoamérica. Sin embargo,
ocurrió lo contrario.
La principal razón de este fenómeno puede residir en la extensión conquistada.
Los incas dominaban las áreas de producción de materias primas más variadas y
más importantes de su región. Fueran llamas o metales, maíz, cacao o algodón,
todo se producía dentro del imperio. La situación era distinta en Mesoamérica,
donde importantes zonas de producción de materias primas se veían forzadas,
nolens, volens, a comerciar.
También fue importante el hecho de que el imperio inca estuviera mucho más
íntimamente integrado que el de los aztecas. Los incas podían hacer pleno uso de
los productos excedentes de cada provincia. Esto era mucho más difícil para los
aztecas, debido a los diversos grados de control e integración dentro del imperio.
Asimismo, hay que recordar que los incas estaban sustancialmente interesados en
una «redistribución» de materias primas a la población, mientras los aztecas no
querían ni podían implementar esa política.
¿Se agotan con esto las interrogantes? ¿Fueron esas diferencias sólo producto del
periodo inca, o existían ya en el periodo preincaico? Sólo podemos responder con
hipótesis, por lo demás no muy concretas. No sabemos si tal vez existieron grandes
gremios de comerciantes antes de la llegada de los incas; en los pocos datos con
101
que contamos sobre los grandes estados que ellos derrocaron, no se menciona a
los comerciantes. ¿Desaparecieron, o no fue muy significativa su existencia en ese
periodo? Nadie puede decirlo.
Sin embargo, dos factores podrían explicar por qué mucho antes de la forma-
ción de los grandes imperios del continente americano el comercio se desarrolló
con mayor fuerza en Mesoamérica que en la región andina. Uno fue sin duda la
pobreza de materias primas del altiplano mesoamericano, en comparación con
las tierras bajas. Un segundo factor posible fue la práctica andina consistente en
enviar colonos a zonas distantes, separados de su «madre patria» por otros estados
intermedios, a cultivar materias primas que sólo podían florecer en condiciones
climáticas distintas. No sólo grandes estados, como Chucuito, sostenían colonias
en los trópicos, muy lejos de su región de origen, sino también estados mucho más
pequeños y menos poderosos, como Huánuco, con apenas diez mil habitantes. En
el periodo inca, la pax incaica y el largo brazo de la burocracia inca garantizaban el
acceso a esos territorios. ¿Cómo habían sido las cosas, sin embargo, en el periodo
preincaico, cuando no había un poder central que garantizara esa seguridad de
acceso? Ese tipo de colonización existió al parecer mucho antes de que llegaran los
incas, y probablemente la reciprocidad desempeñaba un papel importante. Los
habitantes de los altos podían enviar colonos a las tierras bajas tropicales, a culti-
var maíz o coca, y a cambio los habitantes de los trópicos enviaban a sus colonos
a las tierras altas, donde cultivaban tipos de papa que sólo se dan a gran altura,
o criaban llamas. Esas actividades de colonización y recolonización del periodo
preincaico pueden arrojar una luz nueva sobre las medidas de colonización y
deportación que practicaban los incas: no eran ni remotamente tan nuevas como
muchos historiadores han pensado, sino que al parecer se basaban en una tradición
de la región andina.
Este tipo de sistema, en que no se intercambiaban mercancías, sino tierras anexa-
das, suscitó una cierta autarquía por parte de cada estado y redujo el comercio al
mínimo. Tal sistema nunca existió en Mesoamérica y es allí apenas concebible, ya
que estaba ausente el prerrequisito decisivo: el incentivo recíproco. En las tierras
bajas había muchas materias primas que atraían a los habitantes del altiplano; pero
no ocurría otro tanto en el altiplano.
Dado que no era posible en Mesoamérica obtener los productos tropicales de-
seados mediante colonos o intercambio de tierras como en la región andina, sólo
102
quedaban dos métodos posibles: uno era conquistar las regiones tropicales. No
sorprende que una y otra vez, mucho antes que en la región andina, los ejércitos
del altiplano penetraran en las tierras bajas de México. El segundo método fue el
comercio, que desempeñó un papel decisivo desde el inicio de la primera cultura
superior de Mesoamérica.
No hay que suponer, sin embargo, que no había comercio en el Perú preincaico,
porque indudablemente lo había, aunque a escala mucho menor que en Mesoamé-
rica, y su forma más simple permitía a las autoridades estatales intervenir mucho
más. En el “reino” chimú, en Perú, el gobernante podía simplemente acopiar maíz
o algodón en sus graneros y ordenar a sus subalternos que los vendieran en una
región vecina de las tierras altas, a cambio de otros productos. En el altiplano de
México el comercio era mucho más complicado; no se trataba sencillamente de
acumular materias primas para vender, ya que casi no las había. Eran necesarias
mercancías del tipo de la cerámica, producidas en las ciudades por los artesanos, para
obtener materias primas de regiones más distantes, que luego eran manufacturadas
en las ciudades según el gusto de los futuros compradores. Muy a menudo estos
productos eran de nuevo llevados de regreso, a través de territorios enemigos, hasta
los consumidores. Muchas de las tradiciones de los habitantes de Mesoamérica
hablan de los aventurados viajes de los comerciantes disfrazados, que se abrían paso
arduamente a través de extensos territorios enemigos. En esos viajes comerciales,
la iniciativa de los comerciantes desempeñaba un papel especial. Aun si al principio
comerciaban por orden del Estado, pronto tuvieron un grado creciente de autonomía
y reclamaron en la sociedad un lugar que correspondía a su importancia.
La influencia de los comerciantes en Mesoamérica se vio fortalecida porque,
antes de que los aztecas se convirtieran en imperio, predominaba allí una ciudad-
Estado, mientras que no se ha encontrado el estado normal y extenso en muchas
partes de los Andes.
En una ciudad-Estado, la influencia del gobernante es menor y la de los grupos
sociales urbanos es mayor. Basta pensar en la ciudad de Tlatelolco, en el altiplano
de México, donde hasta su conquista por los aztecas, el verdadero poder era ejer-
cido no por el Huey Tlatoani (Gran Orador), sino por los comerciantes, quienes
tomaban todas las decisiones: el bienestar y la prosperidad de la ciudad dependían
de quienes traían a ella los mayores ingresos. Una situación similar debe de haber
existido en muchas otras regiones mesoamericanas.
103
Resta mencionar una última diferencia decisiva entre los imperios azteca e
inca. Tal vez lo que se puede considerar el problema más vital para la gente de
estas regiones fue solucionado por los incas, pero no por los aztecas. Se trata de
las hambrunas. Constantemente se señala que entre los incas este problema está
resuelto y que, en tiempos de catástrofe natural, las autoridades locales o centrales
acudían al rescate. Las cosas eran muy distintas en el valle de México donde, en el
momento culmínate del imperio azteca, en 1505, se declaró una de las hambrunas
más devastadoras de la historia de Mesoamérica.
No es difícil de explicar tal divergencia: las grandes obras de irrigación instaladas
en toda la zona andina, las terrazas y las obras de drenaje que emprendieron los incas
en todas las regiones que conquistaron, serían causa suficiente. Si se toma en cuenta
la existencia de la llama, que en tiempos de hambruna servía como alimento y no
sólo como medio de transporte, así como las importantes medidas de colonización
que, sin duda, procuraban cierto equilibrio entre ecología y población, es posible
hacerse una idea de la diferencia entre las dos regiones.
Si todo esto ha de reducirse a un común denominador, es necesario considerar un
factor por encima de los demás: los incas tuvieron en todos los territorios dominados
tanto el papel del que da, como el papel del que quita. La proporción entre uno y
otro sin duda vario en las distintas épocas y no fue siempre igual en las diversas
provincias. Se quitó más de lo que se dio en las provincias ecuatorianas y en las tierras
altas del lago Titicaca. Sin embargo, siempre fue una porción fundamentalmente
distinta que entre los aztecas, que casi exclusivamente quitaban —excepto en el
valle de México—, y sólo daban en medida muy limitada. No sorprende por tanto
que las reacciones ante la Conquista española por parte de los pueblos dominados
de la región andina y los de Mesoamérica fueran tan completamente distintas.
Al examinar las antiguas civilizaciones americanas, surge naturalmente la cues-
tión de si existió una correlación entre el grado de integración estatal y el desarrollo
de los imperios, por una parte, y el desarrollo de la tecnología, la ciencia y el arte,
por otra. No cabe duda de que hubo íntimas relaciones entre el desarrollo imperial
y la tecnología para la producción de alimentos: tanto entre los incas como entre
los aztecas, esa producción alcanzó niveles sin precedentes.
También existió una inequívoca correlación entre el desarrollo imperial, la inte-
gración estatal y la aparición de las grandes obras de riego. Todavía es materia de
discusión si éstas fueron la causa o el efecto de la integración estatal. Finalmente
104
105
[109]
En el siglo xvi se hacía distinción entre españoles, indios y negros, pero los mestizos
tenían todos los derechos del padre. Pronto, ya a fines del siglo xvi, por razones polí-
ticas —el temor a las sublevaciones— comenzaron las restricciones en sus derechos.
A medida que la sociedad colonial se fue estructurando y adquiriendo contornos
precisos, fue dando más importancia a la pureza de sangre y adoptó, sobre la base
de esta pureza, un sentido jerárquico y aristocrático, que no se completó al parecer
hasta el siglo xviii. El régimen colonial español designó entonces los resultados de
la mezcla de razas con el nombre de castas y la legislación indiana precisó claramente
los derechos y deberes de cada una de ellas. La legislación asignaba a las personas
Ángel Rosenblat, La población indígena de América desde 1492 hasta la actualidad, Buenos Aires,
1
1945, p. 68. Véase también Juan de Solórzano y Pereira, Política indiana, cinco tomos, Buenos Aires-
Madrid, 1930; Eduardo Arcila Farías, Economía colonial de Venezuela, México, 1946; Diego Luis
Molinari, La trata de negros, Buenos Aires, 1944, p. 40-42; Luis E. Valcárcel, Mirador indio, Lima,
1941, p. 144 y 150; José Torre Revello, Las clases sociales. La ciudad y la campaña, en Historia de la
Nación Argentina vol. IV, sección 1, Buenos Aires, 1940, p. 353; Roberto Mac-Lean y Estenós,
Negros en el Perú, en «Letras», N° 30, Lima, 1947, p. 5-43; Jorge Juan y Antonio Ulloa, Noticias
secretas de América, t. 1 y 2, Madrid, 1918; Enrique Ruiz Guiñazú, La magistratura indiana, Buenos
Aires, 1916, p. 264 y 265; C. Parra Pérez, El régimen español en Venezuela, Madrid, 1932, p. 53.
110
La casta indígena
2
Ángel Rosenblat, op. cit., p. 265.
3
Véase José María Ots Capdequi, Instituciones, Barcelona, 1959; Guillermo Lohmann Villena,
El corregidor de indios en el Perú bajo los Austrias, Madrid, 1957.
4
Ángel Rosenblat, op. cit., p. 264-272; Antonio Gerbi, Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo,
Lima, 1946. Hay una edición ampliada, México, 1960.
5
Cfr. Solórzano, op. cit.; Richard Konetzef, Colección de documentos para la formación social His-
panoamericana, Madrid, 153, tomo I.
6
José María Ots Capdequí, op. cit., p. 60.
111
Su trabajo tanto en el agro como en otras ramas de la actividad productiva era obli-
gatorio. Sin embargo, eran considerados “en términos de derecho como personas
menores, necesitadas de la tutela y protección jurídica”.7 La pretendida minoría
de edad de los indios no fue óbice, sin embargo, para que se les prohibiera poseer
armas y andar a caballo.
De las cargas que pesaban sobre la casta india hablaremos más adelante. De
sus derechos específicos no hay nada que decir, salvo que podían elegir sus propios
funcionarios, llamados alcaldes y regidores, que en cierta medida, constituían un
poder rival al de los caciques. Acerca de las atribuciones de los alcaldes indios, dice
una ley de la Recopilación de 1680:
Tendrán jurisdicción los indios alcaldes solamente para requerir, prender y traer a
los delincuentes a la cárcel del pueblo de españoles de aquel distrito; pero podrán
castigar con un día de prisión, y seis u ocho azotes al indio que faltare a la misa el
día de la fiesta o se embriagare o hiciere otra bita semejante, y si fuere embriaguez
de muchos e ha de castigar con más rigor.8
José María Ots Capdequí, Instituciones sociales de la América Española en el período colonial, La
7
Plata, 1934, p. 54 y 65. Véase también la de Silvio Zavala, Servidumbre natural y libertad cristiana
según los tratadistas españoles de los siglos xvi y xvii, Buenos Aires, 1944.
8
Ley 16, Tít. 3, lib. 6.
112
Fueron tantos los atropellos cometidos por los españoles en los comienzos de la
conquista y tan convincentes y enérgicas las reclamaciones del P. Las Casas en
defensa de los aborígenes del Nuevo Mundo, que él mismo fue nombrado primer
Protector de Indios. Naturalmente, la función de Protector no fue delimitada ri-
gurosamente desde el comienzo. Como otras veces, esto sucedió con el correr del
tiempo y a medida que se evidenciaban los defectos de esa institución y los abusos
de quienes la ejercían.
En el Perú, los primeros Protectores fueron los obispos. Pero desde 1554 fueron
encargados de esta misión los fiscales de las Audiencias, “y por último se transfi-
rió dicho patrocinio a unos funcionarios especiales, que desde la época del virrey
Toledo recibieron el título de Protectores Generales de los Indios, establecidos en
Lima, Ica, Jauja, Huancavelica, Huamanga, Castrovirreina, Cuzco, Carabaya,
Vilcabamba, Arequipa, Arica, Trujillo, Cajamarca y Huánuco. Actuarían a modo de
procuradores de los nativos en los pleitos en que éstos fueron parte y que hubieren
de ventilarse en segunda instancia ante los corregidores de españoles”.
A partir de 1643 —prosigue el autor precedentemente citado— se instituyó en
la Audiencia de Lima el cargo de Protector de los indios con carácter autónomo y
como magistrado independiente, pudiendo vestir toga como los demás integrantes
del tribunal. Su misión consistía en actuar de defensor nato de los indígenas de
todo el distrito de la Audiencia, no sólo en calidad de procurador de sus pleitos
sustanciados ante ella, sino sobre todo, amparándolos en caso de queja contra los
corregidores acogiendo sus demandas para reducción del monto de los tributos y,
en resolución tendiendo su manto protector sobre los nativos para evitar toda ofensa
o agravio que se pretendiera inferirles.9
De no encontrar tremendos escollos en su camino, y de cumplir concienzuda-
mente con su tarea, mucho hubieran podido hacer estos funcionarios en favor de
los indígenas. Lamentablemente, no justificaron las esperanzas que despertó su
establecimiento ni hicieron honor al nombre del primer Protector, fray Bartolomé
de la Casas.
9
Guillermo Lohmann Villena, op. cit., p. 330.
113
El ayllu
El cacique
La posición del curaca, en la acepción española cacique, fue, sin duda, muy sin-
gular en la vida social de la colonia. En principio, era descendiente de la antigua
aristocracia gentilicia y conservaba con la anuencia de los nuevos gobernantes mu-
chos de sus privilegios también después de la Conquista, cuando su raza ya había
perdido el poder político.12 Pese a la degradación general de los indios, debido a
Véase J. Alden Mason, Las antiguas culturas del Perú, Trad. de Margarita Villegas, México,
10
1962, p. 166.
11
Bautista Saavedra, El ayllu, La Paz, 1903, p. 53.
12
José María Ots Capdequí, op. cit., 1934; José María Ots Capdequí, Manual del derecho español
en las Indias, Buenos Aires, 1943, t. I; Roberto Levillier, Don Francisco Toledo. Supremo organizador
114
del Perú, Buenos Aires, 1935, T. i, p. 246-268; Ibíd., Buenos Aires, 1940, t. ii, p. lxxi-lxxiv;
Ainsworth Means, Ciertos aspectos de la rebelión de Tupac-Amaru II (780-1781), en “Peruanidad”,
Lima, 1942, vol. ii, No. 7, p. 607; Richard Konetzke, Colección de documentos para la historia de la
formación social de Hispanoamérica, Tomo I, Madrid, 1953.
13
Roberto Levillier, op. cit., t. i, p. 262.
14
Guillermo Lohmann Villena, op. cit., p. 260.
15
Roberto Levillier, Op.Cit., p. 340 y ss. Publicación dirigida por Roberto Levillier. Véase
Lohmann Villena, op. cit.
16
Lohmann Villena, Ibíd., p. 342; José María Ots Capdequí, Manual de historia del derecho
español en las Indias, Buenos Aires, T. I, p. 293.
17
Guillermo Feliú Cruz y Carlos Monge Alfaro, Las encomiendas según tasas y ordenanzas, Buenos
Aires, 1941, p. 104 y 105.
115
españoles. Así, por ejemplo, en las ordenanzas de Villagra de 1561, sobre el trabajo
de los indios en las minas de Chile, se dice:
Los caciques y sus mujeres no deben ser obligados a trabajar en la ex-tracción del
oro, sino únicamente en la vigilancia de sus indios. Mando que los caciques y los
señores de los indios que anduvieren en dichas minas, a ellos y a sus mujeres, se les dé
la ración de las comidas dobladas y no los compelan a trabajar personalmente a sacar
oro, más de que tengan cargo de mandar sus indios e mirar que sean bien tratados e
se les dé lo necesario, so pena de 20 pesos.18
Aun cuando no compartimos la opinión que sobre los cacique, tienen Levillier20
y Ainsworth Means, en particular este último afirma que los “curacas eran hombres
educados e intelectuales, por lo que, naturalmente, tenían muy poca simpatía hacia
los campesinos huraños y analfabetos”,21 tampoco podemos aceptar el criterio de los
indigenistas entusiastas acerca del idealismo conmovedor de los curacas en todas
las circunstancias. Francamente, nos causa extrañeza tener que subrayar que el
cacique, sustentando el poder, la riqueza, y caracterizándose también por su mayor
desenvolvimiento cultural, disponía de los medios más perfectos para llevar a cabo
la explotación. ¿Y cuándo y dónde, preguntamos, no sucedía tal cosa en condiciones
Guillermo Feliú Cruz y Carlos Monge Alfaro, Las encomiendas según tasas y ordenanzas, Buenos
18
116
22
José María Ots Capdequí, op. cit., 1943, p. 30.
117
Obrajes
23
Un documento inédito de la Sección Manuscritos de la Biblioteca Nacional (No. 2158) habla
así de ese cacique intruso:
“En esta capital residía un indio gobernador apellidado Lupa, tan conocido por sus acciones, que
tenía la predominación principal; de manera que el corregidor que con él profesaba armonía salía
bien servido de su provincia, y el que no, lo consumía hasta dar con él en tierra. Por lo que siendo
tan soberano en sus hechos, le concurrieran todos los individuos tributarios un medio real por año,
con lo que hacía erario para defender las causas provinciales, por cuyo motivo justo o injusto tenía
comprada la justicia. Destemplóse la armonía de voluntades, y cansados de esta injusticia concurren-
cia los más hábiles, hicieron acuerdo sobre la sujeta materia, siendo cabezas de este cuerpo los cuatro
hermanos, apellidados Kataris, y el mayor, Tomás, con poder bastante tomó a su cargo la defensa”.
24
Véase Solórzano y Pereira, op. cit., t. i, p. 232 y ss.
118
Y para que los dichos indios sepan -dice el reglamento- a lo que han de estar
obligados y asimismo los dueños de los dichos obrajes mando que un traslado de
estas mis ordenanzas esté fijado y firmado de escribano en cada uno de los dichos
obrajes.25
A fin de ofrecer al lector una prueba de lo que fueron los obrajes, vamos a poner
fin a este breve parágrafo con una cita de la famosa obra de Jorge Juan y Antonio
Ulloa. Los sabios españoles, que visitaron el continente americano en la cuarta
década del siglo xviii, dicen:
Para formar perfecto juicio de lo que son obrajes es preciso considerarlos como una
galera que nunca cesa de navegar, y continuamente rema en calma alejándosele tanto
del puerto que no consigue nunca llegar a él, aunque su gente trabaja sin cesar con
el fin de tener algún descanso. El gobierno de estos obrajes, el trabajo que hacen en
ellos los indio, a quienes toca esta suerte verdaderamente desgraciada, y el riguroso
castigo que experimentan aquellos infelices, excede todo cuanto nos es posible referir.26
La reducción
25
Roberto Levillier, op. cit., p. 406.
26
Jorge Juan y Antonio Ulloa, op. cit., t. i, p. 298. Se transcribe según Feliú Cruz y Monge
Alfaro, op. cit., p. 62. Véase también Emilio Romero, op. cit., p. 135-139.
119
en este sentido por la autoridad. Pero aconteció también algo distinto: al fundarse
las reducciones los españoles tuvieron oportunidad de adueñarse de las dilatadas
tierras indígenas que habían escapado al despojo inicial.27
Un autor ecuatoriano caracteriza las reducciones de la siguiente manera:
La mita
27
Arturo Urquidi Morales, La comunidad indígena, p. 68, Cochabamba, 1941.
28
Oscar Efrén Reyes, Breve historia general del Ecuador, p. 383, Quito, 1938.
29
Roberto Levillier, op. cit., 1935, T. i, p. 249.
30
Miguel Ángel Vergara, Estudios sobre historia eclesiástica de Jujuy, Tucumán, p. 16.
120
Para armonizar el principio jurídico de la libertad de los indios con las exigencias
apremiantes que imponía la falta de brazos para las distintas clases de labores, se
adoptó dentro del sistema de repartimientos la institución llamada de la mita, por
virtud de la cual los indios de las distintas comarcas que vivían libremente, dentro
siempre de un régimen de tutela, y sin más obligación pecuniaria que el pago del
tributo, estaban además obligados a trabajar un número determinado de días al año
—1,5 en la mita de servicio doméstico, 3 ó 4 meses en la mita pastoril, 10 meses
en la mita minera— al servicio de los colonizadores españoles que los necesitaban,
percibiendo por ello los salarios correspondientes.
De estos repartimientos para mita estaban excluidos legalmente los indios que
vivían trabajando en el cultivo de las tierras que les habían sido repartidas y los
especializados en el ejercicio de algún oficio —como el de carpintero, albañil, sastre,
herrero, zapatero, etc.
El sorteo para entrar en el servicio de la mita se hacía con intervención de los
caciques de la localidad, castigándose a éstos si no cumplían fielmente y con justicia
su cometido.
En punto al número de indios que debían prestar este servicio de mita se determi-
naba que en el Perú no excediera del siete por ciento, y en Nueva España del cuatro.31
Esto en cuanto a la faz jurídica. Pero el problema real de la mita no es sólo
jurídico, sino también social. Se trata de la cuestión del trabajo forzado de los
indios en la minería. Ya en 1549, en vista de los estragos que ocasionaba la mita en
la población indígena, Carlos V se vio obligado a prohibirla.32 Pero rápidamente
fue de nuevo instituida y, pese a los clamores en contra de ella, siguió subsistiendo
mientras duró el régimen colonial. Nada menos que el tan célebre y respetado
jurisconsulto español del siglo xvii Juan de Solórzano Pereyra se expresa contra
la mita en los siguientes términos condenatorios:
5. Y que en el fuero eclesiástico, por ser como de muerte, y por su gran crueldad,
nunca se haya admitido, ni practicada por ser la Iglesia madre de piedad y equidad,
como lo observa Gerónimo Zannetino.
31
José María Ots Capdequi, op. cit., 1943, t. i, p. 372 y 373. Véase también Instituciones sociales,
p. 22-26, Feliú Cruz y Monge Alfaro, op. cit., y Ainsworth Means, op. cit.
32
José María Ots Capdequi, op. cit., 1934, p. 26, y Manual, T. i, p. 377.
121
6. Y aún en el fuero secular se practica también raras veces entre cristianos […]
11. Y pues no se halla tal precepto, que mande o persuada esta compulsión de los
indios a las mitas y a sus peligros, parece que ningún interés se debe admitir, como no
se permitiera, el mandarlos matar: pues pacífica el derecho el matar a uno o ponerle
en parte y lugar donde muera o lo maten.33
Uno de los virreyes peruanos del siglo xvii, el conde de Alba, al sostener que la
mita debe ser extinguida, afirma “que las piedras (de Potosí y sus minerales están
bañados con sangre de indios, y que si se exprimiera el dinero que de ellos se saca
había de brotar más sangre que plata”.34 Y he aquí lo más notable: el cruel Visitador
general José Antonio de Areche, que con tanta saña procedió contra los esclavos
indígenas rebelados bajo la dirección de Túpac Amaru, en una carta particular del
17 de diciembre de 1777 dice de la mita, entre otras cosas, que “no hay corazón
bastante robusto que pueda ir a ver el cómo se despiden forzados indios de sus
casas para siempre, pues si salen ciento, apenas vuelven veinte”.35 Es altamente
sintomático que un año antes de escribir Areche esas líneas, el cuatro de octubre
de 1776, don José Gabriel Túpac Amaru, que ya por aquel entonces prepara in-
tensamente su magna empresa, presenta al escribano del Cuzco José Palacios un
poder de los caciques de su provincia que lo nombran con el objeto de que prosiga
en la Capital “la causa que tienen pendiente en el Real y Superior Gobierno de estos
Reinos, sobre que se liberten los naturales de su ayllus de la pensión de la mita que
se despacha al Real Asiento de la Villa imperial de Potosí”.36
Con motivo de las gestiones de Túpac Amaru, iniciadas en el Cuzco y prose-
guidas en Lima, el Visitador general, en su dictamen del 23 de septiembre, dice:
Conf. Ricardo Levene, Vida y escritos de Victorián Villava, Apéndice, p. xli, Buenos Aires, 1946.
34
35
Véase M. Danvila y Collado, Reinado de Carlos iii, Tomo v, Madrid, 1890, p. 419 y 420.
36
Documentos sobre la gestión del cacique Tupac Amaru ante la Audiencia de Lima, “Letras”, órgano
de la Facultad de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, tercer cuatrimestre de
1946, p. 452-466.
37
Luis Antonio Eguiguren, Leyendas y curiosidades de la historia del Perú, Lima, 1946, p. 11.
122
La mita y los malos tratamientos que reciben los indios son cansas parciales y acaso
algo más para que los naturales vayan cada día a menos, para que no tengamos tantos
como tuvimos, y para que no prospere su estirpe tanto como quieren las leyes y los
ilustrados gobiernos de nuestra nación.38
Al cacique que representa se le dirá que su escrito no trae la instrucción verían que
era necesaria para hacer el recurso de la relevación de la Mita que pretende; y que así
se retire a sus pueblos por ahora, esperando allí la providencia, que, no obstante, dará
desde su destino el Señor Superintendente de la Mita, a quien se remite por el correo,
como que será la más arreglada a la distancia de estos indios, tocándoles dar gente,
y a las demás razones con que desean libertarse de ir a trabajar a la mina de Potosí.39
Excelentísimo Señor:
Don José Tupac Amaro, cacique de los pueblos de Surimana, Pampamarca y Tun-
gasuca de la provincia de Canas y Canchis (alias) Tinta, en nombre de los caciques
de los demás pueblos de la dicha provincia, y en virtud de sus poderes que en debida
38
Ibíd., p. 12.
39
Ibíd., p. 13.
40
Ibíd., p. 14.
41
Véase Archivo de la Casa de la Moneda, Potosí. Orden del virrey Amat del 16 de octubre de 1765
Carmelo Viñas Mey, El derecho obrero en la colonización española, en “Humanidades”, La Plata, 1924,
T. viii, p. 35; José María Valega, Historia del Virreinato del Perú, Lima, 1939, p. 192.
123
forma presenta, puesto a los pies de V. E. con su mayor rendimiento, dice: Que el
suplicante, por lo respectivo a sus pueblos, hizo a V. E. la más humilde representación
a beneficio de aquéllos indios que le son sujetos, por los imponderables trabajos que
padecen con la mita de Potosí en una distancia de más de 200 leguas, y lo que es
más el gravísimo daño de la extinción de los pueblos en el visible experimental me-
noscabo de sus indios, que obligados con sus mujeres y sus hijos hacen una dolorosa
despedida de su patria y de sus parientes, porque la rigidez y la escabrosidad de los
caminos los mata, los aniquila el extraño temperamento y pesado trabajo de Potosí,
o su indigencia no les da arbitrio para regresar a sus pueblos cuando la calamidad
no ha acabado antes con su vida.
Los demás pueblos de la Provincia padecen igual infeliz suerte, y todos claman
por el alivio de una insoportable pensión que siempre ha sido grande; pero en los
primeros tiempos era multiplicado sin comparación el número de indios y podían
turnar las mitas con alguna tregua y con algún descanso. Sucedía entonces lo que hoy
sucede, pero de diversa manera. Entonces morían los indios y desertaban, pero los
pueblos estaban numerosos, y se hacía menos sensible; hoy en la extrema decadencia
en que se hallan, llega a tocar el imposible cumplimiento de la mita, porque no hay
indios que las sirvan, y es necesario que vuelvan los mismos, o que los caciques alla-
nen la voluntad de otros forasteros para que la completen pagándoles de su dinero
el importe que se ajusta.
Entonces iban, por escasez, de gente a trabajar en unas minas ricas, y a sacar
sus metales en beneficio público, y hacían el servicio del Rey como sus humildes
vasallos en asunto de tanta importancia a la Real Corona y al Reino; hoy llenos de
miserias van a servir a los que sólo tienen el nombre de mineros, que en deficiencia
de metales hacen granjería de la mita, alquilando a otros los indios de su reparti-
miento u ocupándolos en escoger metales de la broza, que llaman aventurar, en que
después de ser, prolijo trabajo les obligan a cumplir con la tarea del mismo modo
que si estuviesen prontos los metales para cargalos de manera que la tarea de un día
apenas la pueden ganar en tres.
La intención de S. M. benignamente manifestada en sus multiplicadas leyes y
ordenanzas no es otra que la del buen tratamiento y conservación de los indios. Aun
en el punto de mitas se hace preferente en Su Real piedad comparada la utilidad de
la saca de los metales y extracción de sus riquezas, porque poco importan éstas, si
la opinión de los indios las podía hacer poco duraderas, porque faltando aquéllos
faltarían también éstas. La necesidad hizo oportuno, y de menos inconveniente, el
auxilio de la Mita, ínterin poblado el cerro de Potosí podía proveerse de trabajadores
124
125
lo espiritual y temporal, y que los que fueren al servicio de aquellas minas fuera del
asiento se les pague la ida y vuelta.
En la ordenanza 2 se repite al capítulo 2 el encargo de que los mineros compren
esclavos, todo con respecto al alivio de los indios; en el capítulo 4 y el 8 se manda
que se hagan poblaciones cerca de los asientos de minas para que de esta suerte se
haga más ligero el peso de las mitas y repartimientos y se excuse traerlos de fuera. En
el capítulo 5 se manda que la mita y repartimiento no puede exceder de la séptima
parte que hubiere en cada pueblo al tiempo de dicho repartimiento, porque no se
debe atender tanto a las más o menos saca de plata y oro como a la conservación de
los indios; y últimamente el capítulo 13 que se castigue a los caciques que enviaren
en la segunda mita a los indios que fueron en la primera.
Estas ordenanzas son concordantes con las leyes del libro 6.712 de la Reco-
pilación de Indias. Según ellas en todas sus circunstancias se hace de justicia la
pretensión de la provincia de Canas y Canchis: la principalísima razón es por la
decadencia de los indios, que reducidos a número lastimoso no pueden tener des-
canso, y contra las mismas ordenanzas van a la segunda mita los que fueron a la
primera, porque de otra suerte no puede cumplirse. No se puede en la actualidad
verificar la mita en la séptima como se podrá probar con poca diferencia respecto
de indios originarios y en la competente edad para poder sostener el trabajo de la
mita, que debe deducirse según su número .al tiempo del repartimiento conforme
a la ordenanza.
El corregidor de dicha provincia que ve y experimenta la disminución y la di-
ficultad que cuesta hacer enterar a los caciques dicha mita no dejará de informarle,
siempre que se tenga por necesario. La distancia es un inconveniente gravísimo. Más
de doscientas leguas de jornada de ida y otras tantas de vuelta ocupan gravemente la
consideración de lástima y hacen demostrables el inconveniente de la desolación de
los pueblos como la experiencia lo califica. Despídense, o para morir o para no volver
más a su patria, venden sus chozas y sus muebles con unos pasajes dolorosos por la contracción
de la voluntad que tiene el indio a su pueblo, a sus muebles y a sus animales. Cargan con sus
mujeres y con sus hijos, y ya con sólo un indio mitayo sale del pueblo una familia entera que
podía propagarlo, así entran en un camino de más de doscientas leguas de asperezas, de ríos,
de cordillera, de puna, que si a la ida lo pasan mal a la vuelta lo pasan peor, si ellos, como
regularmente sucede, no cautelan el trabajo con quedarse y no volver.
Si en tiempo en que era indispensable la mita por la inopia de trabajadores se
atendía más la conservación de los indios, es hoy superior a la razón cuando las
labores son menos, y es abundantísimo el número de trabajadores de que ha crecido
126
el asiento de Potosí, para que aun cuando esta distantísima provincia estuviese tan
indigente de indios se le revelase de dicha mita, conforme al expreso, literal contexto
de dichas Reales Ordenanzas, que contraídas al caso presente deben los mineros
trabajar sus minas con los muchos indios que se han reducido y situado en el cerro
de Potosí, que voluntariamente se alquilan, cesando así el inconveniente de la falta de
operarios que hizo forzosa en los primeros tiempos la mita; bien conocen los mineros
esta razón, pero quieren los mitayos, porque los tratan más que a esclavos, porque los
hacen trabajar excesivamente al rigor del castigo, porque les pagan menos y porque al pre-
texto de los privilegios de mineros y con aparentar perjuicios en la extracción de los metales
conservan la mita para abusar del trabajo de los indios, aunque éstos se mueran y aunque
las provincias se aniquilen en daño y menoscabo de los Reales Haberes de S.M. en
los innumerables tributarios que pierde. Tan poseídos están los mineros de la pronta
contribución de la mita, que teniendo obligación de pagar la ida y la vuelta de los
mitayos que llaman leguaje, en nada menos piensan que en cumplida, tanto que por
este Superior Gobierno, en decreto de 25 de agosto de 1768, se mandó, a pedimento
de los indios de la provincia de Lampa, entre otras cosas, que el señor gobernador
de Potosí hiciese que los mineros pagasen a los mitayos el leguaje. Esto no se consi-
gue, y los miserables indios emprenden un dilatado camino sin este auxilio que les
es debido, de manera que aun en el caso que estuviesen los indios en aquel aumento
que antes, siempre sería de justicia que se les pagase el leguaje, y se les prestase el
auxilio de la jornada de ida y vuelta, sin lo cual no podrían incidir en culpa, si por
falta de esta contribución dejaban de rendir la mita, y en cuyos términos, A. V. E.
pide y suplica, que habiendo por presentado dichos poderes e instrumentos, se sirva
declarar: Que los indios de la expresada provincia de Canas y Canchis no están obligados a
la mita de Potosí, por la decadencia en que se hallan y demás justas causas que lleva
el suplicante expuestas. Pide merced que con justicia espera alcanzar de la poderosa
mano de V. S. –José Cabriel Tupac Amaro.
Ningún resultado concreto obtuvo Túpac Amaru de sus gestiones ante los más
encumbrados funcionarios españoles, y a éstos les incomodaba su presencia en los
centros vitales de la colonia. De manera que, no sólo después de la gestión ante
Areche se le ordenó que se retirara a sus pueblos y allí esperara la decisión, sino
también después de su representación ante el virrey. Efectivamente, a fines de 1778
regresa Túpac Amaru a su provincia, pero no para esperar la decisión española con
127
las manos cruzadas, sino para intensificar la labor rebelde, una de cuyas manifes-
taciones fue precisamente la gestión a favor de los mitayos.
42
Fernando Benítez, La vida criolla en el siglo xvi, México, 1953, p. 208 y 209.
128
43
Francisco A. Loayza, Juan Santos, p. 176.
44
Luis Antonio Eguiguren, Hojas para la historia de la emancipación del Perú, Lima, 1959, p. 277.
129
La manera de situarse frente al ser indígena dentro del sistema colonial, y frente a
los hechos que de él dimanaban, aun en obras objetivamente encaradas, está teñida
de puntos de vista ideológicos y de inclinaciones emocionales. Naturalmente, lleva
también esa impronta lo que nosotros hemos dicho, basados en amplias pruebas
documentales, acerca de la miserable existencia de la casta india, y aun cuando
hicimos todo el esfuerzo posible por alcanzar la verdad, sin dejarnos guiar por
preferencias personales. Es de mucho interés señalar que todos los documentos
sobre el tema —con una unidad asombrosa— destacan iguales iniquidades en el
modo de tratar a los naturales. En lo que no concuerdan, es en sus motivos o en
la ausencia de ellos. Es decir, no se debate la gravedad de los hechos denunciados,
o sólo algunos matices poco significativos, lo que se discute es la posibilidad o
imposibilidad de un tipo de relaciones distinto del establecido. Lo sintomático es
que ya en la época colonial, a fin de justificar la sevicia practicada con los indios,
se traían a colación sus presuntas taras congénitas; y a fin de negarlas se enume-
raban sus cualidades. Se trata indudablemente de un problema angular: de ser el
indio un animal bípedo, sería difícil o imposible usar con él otros métodos que los
practicados, por ejemplo, por los corregidores, Además, y en nuestro caso esto es
de fundamental importancia, no cabría esperar de su parte reacciones idénticas a
130
las de los hombres “racionales”. Como la rebelión de Túpac Amaru fue una res-
puesta viril y multitudinaria al oprobio indígena, ella constituye un mentís sonoro
a semejantes teorías y a las que pretenden suscribir las nociones elementales de
justicia o equidad a una época determinada. A fin de darle un relieve mayor a lo
que acabamos de afirmar, vamos a citar dos opiniones divergentes acerca del ser
indígena. En la primera de ellas se ve con toda nitidez el desprecio que siente el
blanco —al menos su mayoría— hacia el indio. He aquí lo que, en su parte inicial
(que para nuestra finalidad basta) el testimonio documental aludido dice:
131
Se dice ser flojos [los indios] en el trabajo y, por consiguiente, entregados al ocio,
supersticioso y sin religión. Lo primero es falsísimo, porque son industriosos y pro-
pensos a la agricultura y artes mecánicas; lo que se advierte en las mismas provincias
y tengo observado con particular atención en muchas de ellas. Esto puede Vuestra
Excelencia reconocer en los indios que habitan en esta capital [Lima] y sus contor-
nos. Aquí, dentro del recinto de las murallas hay más de 2.500 indios ocupados en
los oficios de sastres, zapateros, botoneros, sireros, borderos, carpinteros y albañiles,
todos estos proceden en sus ejercicios con exactitud, sin faltar en un ápice en sus
tratos y contratos, con honradez y vergüenza. No se ven vagos ni errantes por las
calles, como los negros y otras gentes vulgares, siendo muy inclinados y obedientes
al servicio de la causa pública y ocurriendo al llamamiento de sus jefes y jueces con
sumisión y respeto. Estas cualidades no se pueden negar, sino por los ciegos, que ni
ven la luz ni distinguen los colores, siendo también cierto que hay entre los políticos
[?] algunos escépticos que no reconocen aun las primeras verdades, bien entendido
que estos indios son forasteros de las provincias inmediatas y aun de las remotas, que
han venido huyendo de las tiranías y opresiones que experimentan de los corregidores
y de otras personas. Todas estas propiedades penden únicamente de que su trabajo se
convierte en su beneficio y de que gocen de la libertad y fueros que prescriben las leyes.
Los indios que existen extramuros de la ciudad se destinan en labradores, sien-
do los únicos que con más esmero se dedican al cultivo de los árboles, hortalizas y
legumbres, haciendo compañía con los españoles dueños de las tierras; y así, por su
diligencia e industria, se consiguen conocidos adelantamientos. Otros están ocupados
en pescadores y son los que únicamente abastecen la ciudad de semejante manutención.
Fuera de haber yo ejercido el empleo de corregidor de la provincia de Quispicanchi,
posteriormente lo fui de la ciudad de Trujillo (que se libró por milagro de la tormenta
de los repartimientos). Tiene ésta en sus términos once pueblos de indios, con curas
beneficiados de Su Majestad. Reconocí eran laboriosos en la agricultura, como en
la pesca y herrería. Viven regalados y muy obedientes a la voz del Rey, sin que se
les advierta vicio general de embriaguez ni otros defectos. No tuve en el tiempo de
mi gobierno demanda ni querella alguna y sólo me acuerdo haber tenido preso a un
indio del pueblo de Moche por pocas horas. No puedo menos que referir a Vuestra
Excelencia lo que me pasó con los indios del puerto y pueblo de Guanchaco que
132
carece de agua dulce, que queriendo el cura introducirla, como era fácil, se negaron
a esta solicitud mediante la que podrían lograr este beneficio y fecundar juntamente
unos dilatados campos que por este defecto no se cultivan. Persuadiólos el cura en
mi presencia con varias razones, y ellos decían que no querían ser labradores sino
pescadores. Discurriendo yo mover— los, pasé a esforzar los pensamientos del cura
que me parecieron favorables, y entonces me respondieron que en tal acontecimiento
ni serían labradores ni pescadores, pues aquellos campos estériles serían haciendas de
los españoles, mediante lo que perderían el pueblo y el terreno. Quedé bastantemente
enternecido al oír concepto semejante, y también vine a reconocer cuán advertidos
están los indios de su infelicidad.45
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135
Chilam-Balam
L a conquista del resto del territorio que habría de llamarse la Nueva España
halló tanta oposición por parte de sus legítimos habitantes como en la capital
mexica, sin el heroísmo épico con rasgos negros de tragedia que la caracteriza.
En Yucatán, en toda la zona mayence, nada tan revelador de la catástrofe que
significó la llegada de los dzules, los extranjeros, como las expresiones diáfanas de
algunos párrafos, mezclados con otros misteriosos, mágicos y altamente poéticos,
de las crónicas y de los Chilam Balam:
11 Ahua se llama el Katun en que cesaron de llamarse mayas los hombres mayas.
Cristianos se llaman todos, súbditos de San Pedro de Roma y de su Magestad
el Rey.
El 11 Ahua es el que comienza la cuenta porque es el que transcurría cuando
llegaron los extranjeros que vinieron de oriente cuando llegaron los que trajeron
el cristianismo que hizo terminar el poder en el oriente y llorar al cielo y llenar de
pesadumbre el pan de maíz del Katun.
Así les fue dicho a los Grandes Itzaes, Brujos-del-Agua: “Iréis a alimentarlos [a
los de color claro, a los hombres barbudos]; vestiréis sus ropas hablaréis su lenguaje.
¡Pero sus tratos serán de discordia!”.
[137]
1
Crónica de Chac-Xubul-Chen.
138
Porque los muy cristianos llegaron aquí con el verdadero Dios; pero ése fue el
principio de la miseria nuestra, el principio del tributo, el principio de la limosna,
la causa de que saliera la discordia oculta, el principio de las peleas con armas de
fuego, el principio de los atropellos, el principio de los despojos de todo, el principio
de la esclavitud por las deudas, el principio de las deudas pagadas a las espaldas, el
principio de la continua reyerta, el principio del padecimiento. Fue el principio de la
obra de los españoles y los padres, el principio de usarse los caciques, los maestros
de escuela, los fiscales. ¡Qué porque eran niños pequeños los muchachos de los
pueblos, y mientras, se les martirizaba! ¡Infelices los pobrecitos! Los pobrecitos no
protestaban contra el que a su sabor los martirizaba, el Anticristo sobre la tierra, tigre
de los pueblos, chupador del pobre indio. Pero llegará el día en que lleguen hasta
Dios las lágrimas de sus ojos y baje la justicia de Dios de un golpe sobre el mundo.2
Nos cristianizaron,
pero nos hacen pasar de unos a otros
como animales.
La queja constante contra el tributo salta del papel de los libros mágicos a la
realidad de la acción violenta: “Los indios de Valladolid se conjuraron para matar
a los españoles cuando se dividían a cobrar sus tributos y en un día mataron a diez
y siete”.3 Esto ocurría en 1546.
En 1527, los Montejo padre e hijo iniciaron la conquista y diez años más tarde
se resistía todavía Champotón en contra de ella. En 1531, estuvieron los dos apunto
de perder la vida en Campeche. En Chichén el cacique Naabon Cupul muere en
un intento de liberar de la sujeción que le imponía Montejo hijo, pero su muerte
provoca un levantamiento general que obliga al jefe invasor a abandonar el campo.
Para conseguirlo se vale de una estratagema. Atan un perro al bandajo de una cam-
pana y dejan a distancia suficiente, para que el animal no pueda alcanzarlo, un buen
pedazo de pan. El repiquete constante de la campana impresiona a los indígenas
que lo interpretan como preparativos de ataque por parte del campo español. Al
darse cuenta del engaño salen en todas direcciones en busca de los fugitivos a los
que da alcance un grupo que, esperado por los de a caballo, sufre en sus cuerpos la
2
El libro de los libros de Chilam Balam.
3
Landa, Relación de las cosas de Yucatán.
139
eficacia de las lanzas. Uno de los indígenas, cogiendo fuertemente a un caballo por
una pata, “lo derribó como si fuese un carnero”. Pese a semejante demostración de
fuerza puede el enemigo llegar a Dzilan, cuyo cacique pacificado hace acompañar a
los invasores por jóvenes señores de su familia hasta dejarlos en Campeche, donde
pueden embarcar rumbo a Veracruz. Sorprende leer que los españoles acompañantes
van uno a caballo y dos “en collera” y que a su regreso, después de haber dejado
sanos y salvos a los españoles, el de a caballo cayó muerto.
Ah Canul, provincia siempre hostil al invasor, no fue sometida hasta 1541. En
1546, todas las provincias orientales se levantaron en armas: los copules, los tacees, los
chiquincheles, decididos a no “dexar a vida como fuese cosa que oliese a españoles”,
4
mataron a dieciocho conquistadores y a cuatrocientos naborías (criados indígenas
al servicio del conquistador).
La oposición maya está salpicada de anécdotas sobre rasgos de valor de cuyos
protagonistas se ignoran los nombres pues los cronistas antiguos tenían la costumbre
de olvidar consignar los de los héroes autóctonos. Una de ellas cuenta la mortal
amistad entre dos hombres pertenecientes a los dos campos enemigos: ballestero
determinad en que el español se finge distraído, le tira el maya una flecha en la mano
que le sube el brazo arriba separándole “las canillas una de la otra”, la respuesta del
herido fue un disparo de ballesta en pleno pecho del indígena, el cual sintiéndose
morir, “porque no dijesen que un español le había muerto, cortó un bejuco, que es
como mimbre aunque mucho más largo, y se ahorcó con él a la vista de todos. De
estas valentías hay muchos ejemplos”, dice el obispo Landa.
Los motivos de tanta y tan feroz animadversión —si fuera necesario buscarlos
en las víctimas del oprobio de una conquista— los da el propio Landa al explicar
uno de tantos actos inútiles y gratuitos de sádica crueldad: en un pueblo llamado
Varey “ahorcaron a dos indias, una doncella y la otra recién casada, no porque
tuvieran culpa sino porque eran muy hermosas y temían que se revolviera el real
de los españoles sobre ellas y para que mirasen los indios que a los españoles no
les importaban las mujeres”. Incongruencia aparte, olvidábanse aparentemente de
hasta qué punto les era caro “el buen servicio de mesa y hembras”.5
4
Landa, op. cit.
5
Juan de Ocampo, Los caciques heroicos.
140
Jacinto Canek
La oposición latente año tras año, estalló a mediados del siglo xviii, con la su-
blevación incitada por Jacinto Uc de los Santos Canek. Educado en un convento
franciscano, adquirió conocimientos sobre la historia de su país muy superiores a
los de la mayoría de sus contemporáneos. Poseedor de la cultura europea al mismo
tiempo que del mágico mundo maya de sus antepasados en el que todavía vivían sus
coterráneos, acude a él para convencerlos. Sugestionados, creyendo en los poderes
omnímodos del iluminado defensor de los derechos de los suyos, lo coronan rey.
Le ponen un manto azul de una virgen y su corona. Su nombre de ungido lleva los
apellidos de Uc Canek, Chichán Moctezuma, y le rinden pleitesía representantes
de muchos pueblos. Eso fue la parte teatral. En el fondo una tenaz convicción,
una profunda indignación ante la situación a que habían quedado reducidos sus
hermanos de raza y religión, debió de angustiarle durante años e incitarle al afán
6
Landa, op. cit.
141
7
Vicente Cobarrubias, Las rebeliones indígenas en la Nueva España, México, sep, 1945.
142
8
Villaguitierre Soto-Mayor, op. cit.
143
Entonces tuvo lugar una escena espantosa. Hombres, mujeres y niños; príncipes,
sacerdotes y vasallos; todos los habitantes de la isla, en fin, corrieron desatentados
a la playa y se arrojaron a la laguna, sin calcular si tendrían fuerzas suficientes para
ganar la orilla opuesta.9
9
Eligio Ancona, Lib. iv, cap. x.
144
Tecum Umán
Los más importantes centros de población de los mayas quiché se hallaban situados
en las altas mesetas de la cordillera guatemalteca.
Cuando Pedro de Alvarado, en 1524, entró en aquellas regiones impulsado por
su afán de oro y de poder, el primer aviso de que sus moradores no deseaban verlo
pasar adelante fueron los caminos obstruidos por grandes árboles recién cortados.
Después, anchas trincheras abiertas en el suelo, con puntiagudos palos clavados
en el fondo en los que no pocos caballos con sus caballeros quedaron ensartados
en ellos, les habían de seguir, advirtiendo del anhelo de independencia del pueblo
quiché. En todo momento, una tenaz oposición armada y, tras la sujeción, las re-
beliones sostenidas con un valor suicida al que no arredraban los feroces castigos
del conquistador.
Tecum Umán, jefe supremo del ejército quiché, secundado por Tepepul, salió
al encuentro de los invasores en Quetzaltenango. Los hechos heroicos del caudillo
los relata la leyenda:
El capitán Tecún-Tecum, nieto de Quicab, cacique… con diez mil indios, todos con
sus arcos y flechas, hondas, lanzas y otras armas… y el capitán Tecum, antes de salir
de su pueblo y delante de los caciques, mostró su valor y su ánimo y luego se puso alas
con que volaba y por los dos brazos y piernas venía lleno de plumería y traía puesta
una corona, y en los pechos traía una esmeralda muy grande que parecía espejo, y
otra caía en la frente y otra en la espalda. Venía muy galán. El cual capitán volaba
como águila, era gran principal y gran nagual…
Y luego empezaron a pelear los españoles con los diez mil indios que traía este
capitán Tecúm consigo… Pelearon tres horas y mataron los españoles a muchos
indios, y esto sucedió en Pachah.
Y luego el capitán Tecum alzó el vuelo, que venía hecho águila, lleno de plumas
que nacían de sí mismo, no eran postizas. Traía alas que también nadan de su cuer-
po y traía tres coronas puestas, una era de oro, otra de perlas y otra de diamantes y
esmeraldas. El cual capitán Tecum venía de intento a matar al Tonadiú que venía a
caballo y le dio al caballo por darle al Adelantado y le quitó la cabeza al caballo con una
lanza. No era la lanza de hierro sino de espejuelos y por encanto hizo esto el capitán.
Y como no había muerto el Adelantado sino el caballo, tornó a alzar el vuelo para
arriba, para desde allí venir a matar al Adelantado. Entonces el Adelantado lo aguardó
con su lanza y lo atravesó por el medio a ese capitán Tecum.
145
Luego acudieron dos perros, no tenían pelo ninguno, eran pelones, cogieron estos
perros a este dicho indio para hacerla pedazos. Y como vida el Adelantado que
era muy galán este indio y que traía estas tres coronas de oro, plata, diamantes y
esmeraldas y de perlas, llegó a defenderlo de los perros, y lo estuvo mirando muy
despacio. Venía lleno de quetzales y plumas muy lindas, que por esto le quedó
el nombre de Quetzaltenango, porque aquí es donde sucedió la muerte de este
capitán Tecum.10
un águila que se vestía de hermosas y dilatadas plumas verdes, volaba con estraño y
singular estruendo sobre el ejército... la hirió [Alvarado] tan diestro que vino muerta
a la campaña, donde la acometieron dos perros que eran del general Don Pedro de
Alvarado…
Viendo tendido aquel extraño y maravilloso pájaro en el campo, se volvió Alvarado
a los que le seguían más inmediatos, y les dijo: “no vi en lo de México más extraño
quetzal” …desde este suceso se llamó [el pueblo] Quetzaltenango, que quiere decir
“cerro del quetzal”.
Hallaron en esta ocasión muerto al rey Tecum, con el mismo golpe y herida de
lanza que recibió el pájaro: este nombre Tecum era el propio de el Rey, que el apellido
del linaje es Sequechul.11
Al final de la batalla “la matanza de los quichés a manos de los españoles y mexi-
canos fue espantosa. Tantos fueron los muertos que, según la tradición, se tiñeron
de sangre las aguas de un río hacia Olintepeque, al extremo del campo de batalla,
y por eso le dieron desde entonces el nombre de Quiquel [sangre]”.12
A los cuatro días de muerto Tecum, un nuevo ejército en el que figuraba la
mayor parte de los caciques quichés apareció con ánimos de vengar la muerte del
“águila”. La caballería los pisoteó y los soldados los atravesaron a lanzazos. El
10
Conquista de los Quichés, en El reverso de la Conquista, pp. 99 ss.
11
Fuentes y Guzmán, Historia de Guatemala o Recordación Florida. Lib. ii, cap. i.
12
Adrian Recinos, Pedro de Alvarado, pp. 17.
146
propio Alvarado escribió: “Aqueste día se mató y prendió mucha gente, muchos
de los cuales eran capitanes y señores y personas señaladas”.
De allí avanza la conquista hacia Utatlán, capital quiché fortificada, rodeada de
barrancas profundas. Receloso el conquistador prende sin ningún motivo aparente
a los dos principales jefes del lugar, Oxib Queh y Beleheb- Tzii a los que: “para el
bien y sosiego de esta tierra, yo los quemé y mandé quemar la ciudad y poner por
los cimientos porque es tan peligrosa y fuerte…” explica el propio autor del crimen.
No tenía compasión por la gente el corazón de Tonatiuh durante la guerra.13
Se dedicó a asolar la tierra de los quichés el conquistador; la pasó toda a sangre
y fuego hasta obligar a los sobrevivientes a implorar paz y perdón. Todos los prisio-
neros fueron herrados y vendidos como esclavos. Con esto quedó el pueblo quiché
sometido, y el quinto mandado al rey. Los hijos de los caciques Tecum y Tepepul
que habían sido encarcelados, fueron liberados e irrisoriamente nombrados jefes
de lo que quedaba de su pueblo, con los cargos nominales que habían ocupado
sus padres.
El avance hacia Iximché, llamado Quauhtemallan (Guatemala) por los nahoas,
va jalonado de luchas sangrientas también. En las orillas del lago Atitlán esperaban
los zutujiles en son de guerra. Enterado Alvarado manda mensajeros de paz que
reciben, como respuesta despectiva, la muerte. En el lago hay una fortaleza bien
defendida que el español vence después de dos ataques con la ayuda de los jefes
cakchiqueles sometidos. En Izcuintepeque ya no pierde el tiempo en avisos ni re-
querimientos: entra de repente, mata, quema, saquea y somete a los caciques. Esta
acción le habrá de valer grandes acusaciones durante el proceso que se le formó en
México en 1529. Los caciques indígenas de las regiones vecinas iban presentando
sumisión y reconociendo al nuevo amo, impulsados por el terror que hacían patente
con la huida de sus pueblos, a las pocas horas de haber recibido en ellos con regalos
a la tropa conquistadora y a su jefe, como ocurrió a lo largo de todo el camino hasta
bien tierras adentro del actual El Salvador. A la salida de Taxisco la retaguardia del
ejército fue atacada por los indígenas del lugar que se apoderaron de gran parte de
la carga que llevaban los esclavos, lo que les ocasionó notable pérdida. Pese a que
Alvarado en cuanto se enteró envió por dos veces consecutivas a sus capitanes al
13
Anales de los Cakchiqueles.
147
castigo, no pudieron recuperar nada de lo que les había sido sustraído, y cuando,
en última instancia, mandó unos mensajeros escogidos entre los sometidos, éstos
simplemente no regresaron. Con tan permanente oposición, llegaron ·los conquis-
tadores hasta la costa del Mar del Sur, donde en un llano cercano al actual puerto
de Acajutla en la República de El Salvador, les estaba aguardando un ejército
aguerrido. Al verlo, Alvarado, seguro del poder ignorado de los caballos, fingió
volverse atrás para que lo siguieran, alejándolos así de un monte donde hubieran
podido refugiarse y exponiéndolos en pleno llano a su acción inmisericorde. Dice él
mismo: “…me vinieron siguiendo hasta llegar a las colas de los caballos… di vuelta
sobre ellos y fue tan grande el destrozo que en ellos hicimos que en poco tiempo
no había ninguno de todos los que salieron vivos porque venían tan armados que
el que se caía en el suelo no se podía levantar y son sus armas unos cosetes de tres
dedos de algodón… a mi… me dieron un flechazo que me pasaron la pierna… y me
quedó más corta que la otra bien cuadro dedos”.14 Heridos todos, apenas repuestos
siguieron camino para encontrar un nuevo ejército, tan decidido que hace exclamar
al propio Alvarado: “yo estuve espantado de los indios que así osaron esperar”.
También allí “se hizo gran matanza y castigo”, también allí corrieron los caballos
contra los cuerpos desnudos cuando se vio que la tierra que de lejos parecía cena-
gosa era por lo contrario dura. Pero los autóctonos fueron aprendiendo a fuerza
de quebrantos, y cambiaron de táctica. Dejaron de esperar al invasor formados en
compacto y vulnerable ejército; en cuanto se acercaba huían ellos, abandonaban sus
pueblos inseguros por refugios más confiables, por lo general lugares escarpados
difícilmente asequibles a caballo.
En Cuzcatlán, abandonado, manda Alvarado llamar a los señores y la respuesta
fue que si algo quería fuera él a buscarlos, que los hallaría dispuestos para la lucha.
Entonces el conquistador de nuevo opta por la legalidad, que tiene más a mano:
instruye proceso contra los señores en rebeldía y los condena a pena de muerte…
por traidores. No se les encuentra por más que se les busca, y los conquistadores
prefieren el regreso a Guatemala a la lucha contra unos seres inalcanzables. El re-
sultado final del gran avance a regiones tan lejanas fue un gran número de muertos
y heridos, muchas tierras asoladas, todo el país en pie de guerra y el odio vivo en
los corazones.
14
Alvarado, Relación…
148
La rebelión Cakchiquel
15
Adrián Recinos, Pedro de Alvarado.
149
los bejucos”, hasta que se rindieron al invasor. Les esperaba todavía la construcción
de los navíos con los que Alvarado pensaba conquistar vastas tierras ribereñas del
mar del Sur: “Mató infinitas gentes con hacer navíos; llevaba de la mar del norte
a la del sur, ciento y treinta leguas, los indios cargados con anclas de tres y cuatro
quintales que se les metían las más dellas por las espaldas y lomos, y llevó de esta
manera mucha artillería en los hombros de los tristes desnudos: yo vi muchos
cargados de artillería por los caminos angustiados… dos armadas hizo de muchos
navíos cada una, con las cuales abrasó como si fuera fuego del cielo todas aquellas
tierras”, dice el gran justiciero de los indios.16
Honduras: Lempira
16
Las Casas, Destrucción, p. 57.
17
Oviedo, Historias, Lib. xli, cap. i.
150
los requerimientos de paz contestó siempre “con palabras arrogantes, más que de
indio”. Viendo los invasores que en buena lid no habían de lograr vencerlo, Alonso
de Cáceres que dirigía las tropas españolas ideó una acción vergonzosa que le había
de valer que su nombre quedara tristemente consignado en la Historia: “…ordenó
que un soldado se pusiese a caballo, tan cerca que un arcabuz le pudiese alcanzar de
puntería, y que éste le hablase, amonestándole, que admitiese la amistad que se le
ofrecía, y que otro soldado, estando en las ancas, con el arcabuz le tirase: y ordenado
de esta manera, el soldado trabó su plática y se dixo sus consejos y persuasiones, y
el cacique le respondía: Que la guerra no había de cansar a los soldados ni espan-
tarlos, y que el que más pudiese, vencería. Entonces “…el soldado de las ancas le
apuntó cuando vió la ocasión y le dió en la frente… cayó Lempira rodando por la
sierra abaxo… Con esta muerte de Lempira, que el día antes anduvo muy triste,
se levantó gran alboroto y confusión entre los indios, aunque muchos huyendo, se
despeñaron por aquellas sierras, y otros luego se rindieron”.18
Con esta acción ominosa contra el patriota que “no quería conocer otro señor,
ni saber otra ley, ni tener otras costumbres de las que tenía”, se pacificó el país.
En el resto de México la oposición sale al encuentro de la conquista en todas
partes: en el Pánuco, donde adquiere tales proporciones que quedan explícitas en
el monto del castigo infligido por Sandoval: cuatrocientos caciques muertos en la
hoguera como escarmiento. El hecho mereció grandes elogios de Cortés.
En Tehuantepec, donde las exacciones de un alcalde provocaron, por agotamiento
de la paciencia de sus moradores, un motín que adquirió enormes proporciones
al unírseles los hombres y mujeres del mercado. Llegaron a dar muerte al alcalde
voraz e incendiar su casa. La rebelión se extendió por gran parte del actual Estado
de Oaxaca, lo que preocupó seriamente al gobierno de la Nueva España. Se pre-
paraba un ejército para ir a sofocarla cuando se les adelantó el obispo de Oaxaca,
quien por persuasión logró calmados y reducidos, lo que probablemente no hubiesen
conseguido las armas.
En la Nueva Galicia, donde Nuño de Guzmán sembró la desolación y la muerte
y Alvarado halló la suya al ir a reprimir uno de los múltiples movimientos de rechazo
de la población indígena.
18
Antonio de Herrera, Década vi, Lib. iii, cap. xix
151
En el norte del país, donde hasta mucho más tarde, siendo ya México indepen-
diente, se registran movimientos indígenas de oposición.
Bibliografía
152
P ara algunos, la propia civilización parecía estar llegando a su fin en 1781. Para
otros, era como la alborada de un nuevo día, cuando hombres y mujeres podrían
vivir libremente y con dignidad. Ese año, el movimiento anticolonial más poderoso
en la historia del dominio español en las Américas barría el territorio de los Andes
del Sur. Para los españoles y la élite colonial así cómo para los insurgentes indios
era un tiempo decisivo, que sólo podía equipararse con la conquista del continente
en el siglo dieciséis. Ahora, los líderes indígenas imaginaban una contra-conquista,
una “nueva conquista” en sus propias manos; los funcionarios coloniales, de igual
modo, veían sus campañas de represión como “una nueva conquista” o “reconquis-
ta” del reino.1 Uno de los dos teatros principales de la violenta guerra civil andina
* Extractado del libro Cuando sólo reinasen los indios. La política aymara en la era de la insurgencia,
La Paz, Muela del Diablo, 2006.
1
El Dirigente qhichwa Diego Quispe el Jóven la describió como “la nueva conquista por el
Señor Gobernador Don José Gabriel Tupac Amaro Inga” (Archivo General de Indias [agi] Bue-
nos Aires 319, “Cuaderno No 4”v, folio 39). Ignacio Flores, designado como gobernador militar
del Distrito de Charcas durante la insurrección, descubrió la guerra como una “nueva conquista”
añadiendo que “seguramente es más difícil el reducir ahora estas provincias, que el habérselas
ganado bajo los Incas, porque los Incas, porque los indios han perdido su antigua simplicidad”
(agi Charcas 595, Carta de Ignacio Flores a Vértiz, La Paz, 9/vii/1871 [7 fols.], folios 5- 5v).
El Dr. Diego de la Riva, Protector de Indios de La Paz (un procurador colonial encargado de la
representación legal de los indios), habló de “reconquistar aquellos naturales” (Archivo de La Paz
[alp] ec 1781c. 101e.14).
[153]
a principios de los años 1780 estaba en La Paz (hoy Bolivia), una región situada
alrededor de la orilla sur de la cuenca del lago Titicaca en el corazón de la población
indígena aymara hablante. En la medida en que es una exploración de la política de
las comunidades indígenas y campesinas, este estudio busca recuperar e iluminar
la historia del pueblo aymara de La Paz en la era que produjo esta trascendental
insurrección pan-andina.
Desde los años 1720 y 1730, la región andina había sido escenario de creciente
turbulencia. Los conflictos locales estallaban con cada vez mayor frecuencia a lo
largo y ancho del área rural. Las prácticas comerciales explotadoras de los corregi-
dores españoles no solo imponían penurias a las comunidades; también desataban
una vigorosa oposición. Las protestas indígenas llegaron copiosamente hacia las
cortes. El sentimiento anticolonial halló expresión en profecías, conspiraciones y
revueltas ocasionales. En los años 1770, después de que los funcionarios del estado
borbónico impusieran un conjunto de medidas impopulares (incluyendo la elevación
de impuestos y un control más estricto del comercio), la sociedad andina llegó a
una coyuntura explosiva.
En 1780 estalló una cadena de revueltas en las ciudades del altiplano, los valles
y la costa, como expresión del descontento indígena, mestizo y criollo frente a las
reformas borbónicas2. En las serranías cercanas a Potosí, la legendaria fuente de la
riqueza argentífera española, las luchas comunales locales se convirtieron en una
insurgencia regional armada, bajo la dirección de un campesino aymara hablante,
Tomas Katari. En el Cusco, la capital del territorio Inka en tiempos precoloniales,
Jose Gabriel Condorcanqui Tupac Amaru, un cacique o gobernador comunal de
sangre noble, se puso al frente como directo descendiente del último soberano
nativo ejecutado por el Virrey Toledo en el siglo dieciséis. Tupac Amaru hizo un
llamado a la expulsión de todos los europeos del suelo peruano y a un profundo
reordenamiento social. El poderoso movimiento que lo consideraba como a su
líder simbólico logró la liberación de una amplia región de las serranías y el alti-
plano andino, en un área geográfica que abarca hoy el sur del Perú y Bolivia. Sus
Los mestizos eran gente considerada de ascendencia “mixta” española e indígena. Los criollos
2
eran españoles nacidos en las Américas, a diferencia de aquellos nacidos en la península ibérica o
peninsulares. Ver capítulo 2, nota 6 para una discusión más a fondo de los términos que denotan
identidad colectiva.
154
3
En la mayoría de los casos, he optado por no poner al día la ortografía de los nombres de
personas y lugares que se mencionana en las fuentes coloniales. El caos de los tres grande líderes
de la insurgencia, sin embargo, merece una consideración especial. Como sus nombres se traslapan
y su ortografía común hoy en día es muy variable, cualquier opción puede ser sólo parcialmente
satisfactoria. Sobre la base de los sistemas ortográficos del idioma aymara, “Katari” se usa cada
vez más en Bolivia, en lugar de la versión española “Catari”. Utilizo esta ortografía para referirme
tanto a los líderes del norte de Potosí (Tomas Katari y sus hermanos) como a los de La Paz (Tupaj
Katari). Si la similitud nominal entre ellos parece confusa a veces, quizás ese haya sido después de
todo, el intento de Tupaj Katari cuando adoptó el mismo apellido que Tomás Katari. “Tupaj” es
una forma contemporánea boliviana, basada en la ortografía aymara, que en las fuentes coloniales se
escribía “Tupa” o “Thupa” y por lo tanto, la utilizo para el caso del líder de La Paz. Ya que “Tupac”
es más común en el Perú, me refiero al líder cusqueño como “Tupac Amaru”. Nótese también que
la palabra “Inka” es cada vez más común en su uso en lugar de la forma colonial “Inca” o “Inga”.
155
poderes numinosos del paisaje ni de las capas de historia humana que sustentaron.
En 1548 se fundó la villa española de La Paz, en un espacio que los diversos gru-
pos étnicos nativos hablantes de aymara, qhichwa y pukina llamaban Choqueyapu.
La Paz sirvió desde entonces como el nexo comercial mas importante entre
Cusco y Potosí. Fue también el centro del asentamiento español y del control
político colonial en un espacio altoandino ocupado mayoritariamente por gente
que los españoles llamaron “indios”. Pero ahora, luego de dos siglos y medio de
dominio colonial, la ciudad estaba asediada y el poderío español estaba al borde
de la destrucción.
El campamento aymara era escenario de un constante ajetreo. Llegaban espías
trayendo informes acerca de los acontecimientos en la ciudad, y mensajeros trayendo
noticias y cartas de las provincias del norte y del sur. Los combatientes iban y venían
de las comunidades del altiplano, y estaban organizados en veinticuatro cabildos. A
la cabeza de esta organización, y ejerciendo autoridad política, militar y espiritual,
se hallaba el temible Tupaj Katari, cuyo nombre significa “serpiente resplandes-
ciente” en castellano. Debajo de un amplio toldo, Katari presidía las reuniones de
su tribunal militar y celebraba una misa diaria a cargo del clero cautivo español.
Los cadáveres de sus enemigos y traidores eran colgados en horcas alrededor de
la ciudad, como un espantoso signo de justicia.
Una multitud de indígenas subía y bajaba por las abruptas laderas de la cuenca,
algunos con mulas o llamas cargando armas o provisiones. Desde las alturas de El
Alto, la ciudad española que se veia al fondo del valle era un diminuto conglomerado
de casas de adobe y teja, calles rectangulares y paredes con barricadas que se habían
construido para defender la ciudad. Fuera de estos muros, todas las haciendas es-
pañolas habían sido abandonadas. Las parroquias indígenas circundantes se habían
convertido en campos de batalla asolados donde ocurrían choques y escaramuzas
entre los ejércitos contendientes.
Dentro de las paredes de la ciudad se había refugiado una decreciente población
de europeos, criollos, mestizos y sus dependientes indígenas que resistían el ataque,
el hambre, las enfermedades y la desmoralización. Por las noches los indios armaban
un constante alboroto para mantener perturbado al enemigo. Las familias se vieron
reducidas a comer carne de caballo, mula, perro, gato, incluso cueros de animales,
rezando a la Virgen para pedir socorro. Las campanas de las iglesias tocaban un
intermitente son mortuorio.
156
En sus dos fases, el cerco de La Paz duró un total de 184 días. Solo a fines
de 1781, y con dificultades, las tropas realistas contrainsurgentes enviadas desde
Buenos Aires consiguieron finalmente levantar el cerco y someter a las principales
fuerzas insurgentes. Katari fue capturado y descuartizado en una ceremonia bru-
tal, llevada a cabo en nombre de dios y del rey de España, ante una congregación
masiva de aturdidos indios de toda la región circunlacustre. En 1782 se llevaron
a cabo nuevas campañas de pacificación, para apagar los focos de resistencia que
habían quedado. Las fuerzas coloniales continuaron aplastando los nuevos signos
de actividad rebelde en todo el reino del Perú. Al finalizar la guerra, continuaron
las demandas locales, las amenazas, movilizaciones y una serie de pruebas de fuerza
a medida que las comunidades, las élites locales y el estado borbónico intentaron
redefinir las relaciones de poder coloniales.
4
Ver Palmer (1959, 1964); Hobsbawm (1962) y Langley (1966).
157
Sobre la revolución haitiana, ver James (1963) y Fick (1990). Ver Trouillot (1995) sobre lo
5
158
159
160
subsistencia o las exacciones locales, o bien protestas contra las reformas estatales
borbónicas, que se dieron en forma relativamente extendida en America Latina
colonial. Sin embargo, los Andes también se convirtieron en el sitio de moviliza-
ciones anticoloniales audaces y originales, que fueron raras en otras regiones de
America Latina antes de la independencia.6 Por lo tanto, el caso andino de fines
del periodo colonial es particularmente propicio para el estudio de la cultura y la
participación política campesina, así como de la política anticolonial insurgente los
pueblos indígenas de esta región.7 Lo que quiero explorar, sin embargo, no son solo
6
La historiografía latinoamericana sobre rebeliones rurales es voluntariosa y la literatura sobre la
resistencia a fines de la colonia y en las guerras de la independencia es en sí misma extremadamente
rica. En términos generales, sin embargo, estos trabajos no han logrado proporcionarnos una visión
completa o íntima de la de la política anticolonial a nivel local entre los sujetos subalternos. Con
algunas excepciones notables (por ejemplo Fick 1990; Ferrer 1999; Van Young 2001), todavía el
trabajo sobre los movimientos de la independencia se concentran más en los proyectos y el liderazgo
criollos que en la iniciativa histórica y política de los sectores subalternos o su consecuencia colectiva.
La más amplia revisión de la literatura sobre rebeliones en la historia de América Latina es la de
Coatsworth (1988). Ver también Mc Farlane (1992, 1995) sobre rebeliones en la América española
en los diecisiete y dieciocho. La clásica revuelta comunal es descrita en Taylor (1979) para México.
Otros estudios sobre la región mexicana son los de Katz (1988) y Van Young (1992). Las reformas
borbónicas y la resistencia que provocaron en Nueva Granada y los Andes han sido tratadas en J:
Fisher (1990). Otros estudios sobre Nueva Granada incluye a Mc Farlane (1984) y Phelan (1978)
et al. y Loy (1981) sobre la importante revuelta Comunera de 1781. La bibliografía andina será
discutida con más detalle en adelante. Un conjunto de referencias iniciales en los Andes para este
período incluiría a Flores Galindo (1976); O’Phelan (1988); Sala i Vila (1996B); Walker (1996)
y Serulnikov (1998).
7
Mi enfoque en la política campesina comparte afinidades con diferentes corrientes de la his-
toriografía y la ciencia social. Los estudios campesinos, que combinan perspectivas de la economía
política de la historiografía, han producido sofisticados análisis sobre la rebelión campesina. También
ha habido importantes críticas por parte de los estudios campesinos sobre la resistencia agraria. Es
una crítica a los principales postulados de la literatura acerca de los campesinos como actores políticos,
Stern (1978b, 3-25) propuso un conjunto de sugerencias metodológicas cuyo valor se confirma en
nuestro estudio sobre La Paz. Los miembros de la comunidad campesina son tratados aquí como
agentes políticos que se mueven y negocian en un marco de relaciones de poder más amplias, aún
cuando no se involucren en acciones colectivas abiertas o violentas. Este trabajo muestra también
que la conciencia campesina no puede ser entendida como una visión estrecha, misoneista defen-
siva o “prepolítica” sino que expresa creativamente una serie de visiones culturalmente específicas.
161
las confrontaciones directas con adversarios externos, sino también la textura interna
de la sociedad indígena y el modo en que dio forma a dichas confrontaciones. Estos
espacios interiores de la política e historias políticas íntimas interesan por sí mismas,
ya que, después de todo, absorbieron la mayor parte de las energías políticas del
pueblo aymara. Al mismo tiempo, esta dinámica interna se relaciona a su vez con
Nuestro estudio presta particular atención a la compleja y central dimensión de la etnicidad, que
por lo general ha sido soslayada en el estudio comparativo de los movimientos campesinos. También
considera los ciclos largos y los múltiples niveles de la coyuntura que ayudan a situar los episodios
del conflicto. En una reflexión crítica sobre “la cuestión agraria” y la literatura que ha producido
en América Latina, Roseberry (1993) apunta al mismo tema identificado por Stern: la naturaleza
de la práctica y la conciencia política campesina como el problema central de su análisis.
Dentro de los estudios campesinos, el trabajo fundamental de Scott (1976, 1985, 1990) sobre
las economías morales, la resistencia cotidiana y el discurso político campesino ha sido incorporado
en este estudio, aunque es válido notar aquí una limitación de su enfoque para el caso andino del
siglo dieciocho. Al moverse más allá de las visiones limitadas de la ciencia social que circunscri-
bían la política campesina a las intermitentes revueltas y relaciones formales con fuerzas políticas
nacionales (estados y partidos políticos), Scott privilegió más bien los actos de resistencia cotidia-
nos, informales, aislados pequeños y encubiertos. Buscaba reivindicar la “resistencia sin protesta
y sin organización”, y argumentó que tal resistencia era mucho más efectiva que la movilización
colectiva que corre el riesgo de ser reprimida desde arriba. Esta tendencia en el propio trabajo de
Scott minimiza el ámbito más amplio de la iniciativa histórica y política campesina, subestimando
un aspecto importante de la experiencia de la comunidad campesina. Este problema surge de una
noción ahistórica y estática de que los campesinos ocupan una posición permanente de “debilidad”
con respecto al grupo dominante. El caso del siglo dieciocho en La Paz, nos da un ejemplo notable
de cómo las relaciones de poder se transforman históricamente en formas que pueden ser favorables
a los campesinos, quienes pueden optar por tomar la iniciativa en acciones abiertas y concertadas,
y aun sobrepasar pactos previamente negociados con sus jefes o con el estado. Este punto se ilustra
específicamente comparando la resistencia al pago de los diezmos en los Andes coloniales, donde
la movilización colectiva vino a jugar un rol preponderante, con los casos de Francia del período
moderno temprano y Malasia contemporánea, donde donde la tributación religiosa fue lentamente
erosionada debido al trabajo a desgrano y la opción pasiva del campesinado. Ver Barragán y Thomson
(1993) y Scott (1987). Se han hecho también importantes contribuciones desde la escuela india de
los Estudios de Subalternidad. En particular, las reflexiones metodológicas de Guha sobre el dis-
curso contrainsurgente y su enfoque paradigmático sobre la conciencia insurgente (1988, 1999) han
influido en nuestro análisis. Finalmente dentro de la historiografía, Roberto Choque, Silvia Rivera
y una generación de jóvenes historiadores aymaras han estado a la cabeza de una escritura “desde
162
las negociaciones y conflictos con fuerzas externas, así como con el conjunto de
procesos causales que dieron forma al mundo andino colonial.8
Este es un estudio que abarca una época más que un episodio. Me interesa el
contexto histórico de larga duración dentro del cual ocurrió la insurrección y dentro
del cual debe ser entendida. A estas alturas, los eventos de la guerra civil han sido
ya establecidos con precisión, incluso para las regiones menos prominentes dentro
del territorio insurrecto, y por lo tanto, mi enfoque se aproxima a otros análisis de
larga duración sobre la rebelión y la resistencia campesina indígena, más que a
narrativas coyunturales de la insurrección.
Estos trabajos sobre la larga duración, sin embargo, han tendido a ir en dos
direcciones: hacia una visión panorámica del territorio andino como un todo, o bien
hacia un análisis materialista, económico y estructuralista de los factores causales
que llevaron a la ruptura insurreccional de 1780-1781. Mi propósito, que considero
complementario a estas contribuciones, es el de explorar una historia menos cono-
cida a nivel local y regional, centrada en las esferas políticas y culturales internas
de la sociedad indígena.9
Esta investigación tiene como eje de análisis dos temas. El primero es que
considero que en las comunidades del sur de los Andes estaba ocurriendo una
163
des campesinas, los estudios andinos no han desarrollado un análisis político que sea profundo y
explicito de la comunidad como un todo, su dinámica interna y sus transformaciones estructurales
a lo largo del tiempo. Una importante contribución temprana fue la de Fuenzalida (1970). Ver
también Bonilla et al. (1987).
164
Un tema fundamental dentro de los estudios andinos y relevantes para esta argumentación es la
11
165
de los caudales”. Observó que los combatientes indígenas de 1781 hablaron an-
ticipadamente del momento cuando “solo reinasen los indios”.12 Esas visiones de
emancipación y autodeterminación habían tenido antecedentes en La Paz, aunque
la historiografía precedente no ha logrado registrarlas. A medida que los conflictos
locales aumentaban en frecuencia e intensidad durante el siglo dieciocho, ocasio-
nalmente estallaron movimientos que desafiaron directamente el doble fundamento
del orden político colonial: la soberanía española y la subordinación indígena. Estas
visiones coincidían también en variable medida con los proyectos de los insurgentes
coloniales en otras regiones de los Andes del sur en 1780-1781: el movimiento de
Chayanta liderado por Tomás Katari, el levantamiento del Cusco bajo liderazgo Inka
y las movilizaciones de Oruro, que llevaron a una breve alianza entre comunidades
indígenas y criollos urbanos. Pero al estudiar la gama de proyectos anticoloniales que
fueron gestados en La Paz y el sur de los Andes entre 1780 y 1781, podemos iden-
tificar los perfiles comunes y variables de la imaginación política de los insurgentes
indígenas, así como las visiones específicamente campesinas de la utopía andina.
Tupaj Katari, un comunario campesino que surgió para coordinar el cerco a La
Paz y las fuerzas aymaras de la región en 1781, es recordado a través de imágenes
polares, ya sea como un héroe audaz y carismático o como un bruto vicioso y sombrío.
Quisiera reconsiderar la identidad y el liderazgo de Katari para poder apreciar su
verdadera complejidad y creatividad política. Al mismo tiempo, la reflexión sobre
sus estrategias de liderazgo, su uso del poder espiritual y la performance simbólica
de su masculinidad nos puede servir como una clave inicial para comprender la
cultura política de la insurgencia aymara que encabezó. Así como la feroz conducta
guerrera de Katari se pone a menudo en contraste con la noble figura del Inka
Tupac Amaru, la fase de la guerra en La Paz se suele distinguir por lo general de
la fase más temprana del Cusco por su radicalismo, sus antagonismos raciales y su
violencia, así como por la poderosa expresión de fuerzas comunitarias de base en su
interior. Me ocupare de las formas en las que el movimiento de Katari se conectó
políticamente y fue moldeado por otras insurgencias regionales, las formas en que
se diferenció de ellas, así como el modo en que su dinámica puede clarificar los
perfiles más generales de la insurgencia en el sur andino.
12
agi Buenos Aires 319, “Cuaderno No. 4”, folios 60v, 77.
166
167
Sobre esta definición operativa y para un breve esbozo histórico y lingüístico del pueblo ay-
13
mara, ver Albó (1988, 22-34). Para mayores datos sobre la identidad aymara contemporánea, ver
Albó (1979b); y Albó et al. (1981-1987).
14
Bouysse (1987), Saignes (1986).
168
15
Albó (1988: 22-34).
16
Para una variedad de fuentes e interpretaciones respecto al resurgimiento de los movimientos
políticos de base étnica aymara, ver Rivera (1984); Hurtado (1986); Albó (1987, 1991a, 1991b,
1993); Cárdenas (1988); Pacheco (1992); Calla (1993); Tapia (1995) y Ticona (2000).
169
sus modos rastreros y especialmente por la manera humilde en que saludan a los
blancos. Pero conociéndolos con más profundidad, no puede pasar inadvertida la
ferocidad innata de su carácter”.17
Tal visión no era exclusiva de los antropólogos extranjeros visitantes. Bautista
Saavedra, el criminalista boliviano, autor de un tratado sobre el ayllu, y luego pre-
sidente de la República, expresó una impresión similar, aunque podría parecerle
“sentimental” a Bandelier: “Se puede decir que por vía de la selección han ido
aguzándosele estas armas de defensa [los instintos de la desconfianza y la astucia]
contra las depredaciones brutales de los peninsulares y los abusos y explotaciones
del cura, del militar y del corregidor [autoridad cantonal]. De aquí es que cuando el
indio esta en contacto con el blanco, aparenta una sumisión abyecta, porque conoce
su impotencia; pero cuando se encuentra en superioridad evidente, es altanero, terco,
atrevido. Si han estallado sus odios y rencores, entonces se transforma en una fiera
temible de faz descompuesta e inyectados ojos.18
Los comentarios de Bandelier y Saavedra tienen el típico toque del pensamiento
dominante en América Latina a principios del siglo xx, especialmente porque se
hacían eco del discurso científico más reciente sobre la raza. Y sin embargo, las
nociones de ambos etnógrafos sobre el lado siniestro del carácter aymara derivaban
en gran medida de la experiencia histórica de las élites en los levantamientos de
La Paz. Ambos escribieron después de la masacre de Mohoza, cuando los indios
mataron a un contingente de soldados criollos durante la guerra civil de 1899.
Ambos también estaban conscientes de la insurrección que había tenido lugar un
siglo atrás. La violencia política del siglo dieciocho dejó su marca en la mente de las
elites y de los etnógrafos, y el discurso colonial acerca del salvajismo de los aymaras
que surgió en 1781 ha persistido, a través de recreaciones racistas modernas, a lo
largo del siglo xx. Una critica de estos clichés acerca del carácter aymara, que
surgen en las fuentes coloniales y perduran en una parte de la historiografía de la
insurrección, nos permitirá clarificar cómo y por qué los campesinos aymaras se
involucraron en rebeliones y actos de violencia en el siglo dieciocho. El estudio de
Bandelier (1910: 19, 34-35). Cfr. Forbes (1870: 199, 227) y La Barre ([1948] 1969). Bolton
17
(1973, 1976) buscó la causa de la agresividad percibida en los aymaras en una condición de salud,
la hipoglicemia.
18
Saavedra (1903:174-175). Cfr. Paredes (1906: 110-112).
170
La época de la insurgencia
A partir de los años 1970, la etnografía y la etnohistória aymaras han adquirido un signifi-
19
cativo dinamismo y han abandonado en gran medida los anteriores discursos sobre el carácter del
aymara. El trabajo de estos autores será discutido y citado a lo largo de este libro, pero para una
introducción amplia, ver sus contribuciones y trabajos en Albó (1988). La literatura que se refiere
a la democracia aymara se citara en el capítulo 8. Jóvenes antropólogos e historiadores aymaras,
muchos de los cuales estuvieron asociados con el Taller de Historia Oral Andina (1984, 1986),
están desarrollando las pioneras contribuciones de Silvia Rivera (1978, 1984, 1991, 1993) y las de
una primera generación de académicos aymaras como R. Choque (1979, 1986, 1988, 1991, 1992,
1992, 1993a, 1993b, 1996 [con Ticona]). Ver, por ejemplo, Huanca (1984); C. Mamani (1989,
1991); Santos (1989); M.E. Choque (1992, 1995); Ticona et al. (1995); Fernandez (1996, 2000);
Ticona y Albó (1997); Ticona (2000); y M.E. Choque y C. Mamani (2001).
171
O’Phelan (1988). Stern (1987a). Coincidiendo con Rowe (1954) y O’Phelan, Stern (1987ª:
20
72, 82) reconoce que la presencia de brotes insurreccionales anteriores permite una extensión del
período hasta los años 1730.
21
Ver al respecto Barragan y Thomson (1993) para un estudio en el que se periodiza el creciente
conflicto sobre diezmos en Charcas colonial.
22
R. Arze (1979).
172
Para mediados del siglo dieciocho, el territorio del Alto Perú, correspondiente al
distrito administrativo de la audiencia colonial de Charcas con sede en La Plata,
estaba recuperándose de un largo periodo de declinación demográfica y económica.
Aunque el crecimiento en la mayoría de las regiones era limitado, La Paz mostraba
un mayor dinamismo relativo, como un punto clave en el circuito comercial sur
andino y como la principal región productora de hoja de coca, sobrepasando al
Cusco. Un informe de las Cajas Reales en 1774 mostraba gran entusiasmo por las
fortunas regionales: “De verdad el efecto de la coca es un género tan apreciable y
de tan recomendables circunstancias en el modo y giro que de él lleva el comercio
que acaso no habrá otro igual en todo el mundo... Los vecinos de La Paz que
particularmente se han dedicado al cultivo de esta hoja tienen un gran fondo de
comercio en ella que hace la opulencia de esta ciudad”.23 En este periodo, La Paz
casi igualaba a Potosí como la fuente regional más importante de ingresos del Alto
Perú, y la superaba como ciudad de mayor población en el distrito. Para fines del
siglo, La Paz competía con el Cusco y Lima como la fuente más importante de
tributo para la Corona, y contaba con la mayor población indígena de los Andes.24
Situada en el extremo norte de la Audiencia de Charcas, La Paz estuvo bajo la
jurisdicción del Virreinato del Perú hasta 1776, cuando la Audiencia de Charcas
fue reasignada al recientemente creado Virreinato de Buenos Aires. (Para esta ex-
posición de la región de estudio, ver los mapas.) En la esfera eclesiástica, La Paz
constituía un obispado sujeto a la autoridad superior del Arzobispado de La Plata,
23
Archivo General de la Nación, Buenos Aires (agn) ix 5-5-3, “Plan de la División de la
Provincia de Sicasica”, 1779, folios 5, 7v-8. Sobre la importante producción y circulación de coca
en los Yungas de La Paz, ver Lema (1988).
Sobre la demografía y economía de la región de La Paz durante el periodo colonial tardío,
ver Klein (1993). Para mayor información sobre la economía y la sociedad del siglo dieciocho en
Charcas en general, ver Santa María (1977, 1989); Tandeter (1992, 1995). Sobre la ciudad de La
Paz a fines del periodo colonial, ver Barragin (1990); Crespo et al. (1975).
24
Sobre la demografía y economía de la región de La Paz durante el periodo colonial tardío,
ver Klein (1993). Para mayor información sobre la economía y la sociedad del siglo dieciocho en
Charcas en general, ver Santa María (1977, 1989); Tandeter (1992, 1995). Sobre la ciudad de La
Paz a fines del periodo colonial, ver Barragin (1990); Crespo et al. (1975).
173
que limitaba al norte con el Obispado del Cusco. A principios de los años 1780,
las autoridades borbónicas introdujeron un nuevo sistema territorial y adminis-
trativo. La región de La Paz, que antes no tenia un estatus propio como región
administrativa, se convirtió en intendencia. Las provincias de la región, antes
llamadas “corregimientos”, a partir de entonces se denominaron “partidos”; y el
gobernador o magistrado provincial, que ejercía autoridad suprema en lo militar,
político y judicial en la jurisdicción de la provincia, cambió de “corregidor” a
“subdelegado”.
Mas allá de las divisiones y jurisdicciones administrativas formales, que co-
menzaron a cambiar a paso acelerado desde fines de la década de los años 1770,
la unidad social, económica y política de La Paz colonial se reflejó también en la
geografía del movimiento aymara liderizado por Tupaj Katari en 1781. El 14 de
noviembre de ese año, en una ejecución ritual que se llevó a cabo en la plaza del
Santuario de Peñas, las extremidades de Tupaj Katari fueron atadas con gruesas
sogas a las colas de cuatro caballos que se lanzaron a la carrera en direcciones opues-
tas, descuartizando su cuerpo. Como una aterradora demostración de la justicia
española y para reafirmar simbólicamente el poderío de la corona a lo largo de la
región, la cabeza y miembros de Katari fueron distribuidos para su exhibición en
lugares prominentes en las áreas donde su influjo había sido mayor25. Su cabeza se
trasladó a la capital regional y se colgó en el rollo en la plaza central de la ciudad y
en la puerta que iba al cerro Quilliquilli, donde Katari había colocado sus propias
horcas para colgar a enemigos cautivos.
El brazo derecho de Katari fue exhibido en el centro de la plaza de Ayoayo, su
hogar y base política original, y luego se trasladó a Sicasica, su marka de nacimiento
y capital de la provincia colonial del mismo nombre. Situada hacia el sur y el este
de la ciudad de La Paz, Sicasica era una de las más grandes y ricas provincias de
los Andes coloniales. Se extendía desde el altiplano, en el trajinado camino real
La distribución descrita fue ordenada en la sentencia dictada por Francisco Tadéo Diez de
25
Medina, Oidor de la Audiencia. El escribano Esteban de Loza da una versión ligeramente dife-
rente, pero la transcripción de la sentencia de Diez de Medina parece ser una fuente autorizada.
Ver agn ix 7-4-2, “Testimonios de confesiones del reo Julian Apaza y sentencia que se pronunció
contra el”, folios 36-36v. Cf. agi Charcas 595, “Diario que formo yo Esteban de Loza, escribano
de Su Magestad”, folios 20-20v.
174
entre el Cusco y Potosí, hasta los valles subtropicales de gran riqueza agrícola que
incluían las zonas productoras de coca de los Yungas. El tamaño de la provincia
y las dificultades de gobernarla —no solo logísticas sino políticas, ya que las co-
munidades de Sicasica demostraron ser notoriamente insubordinadas— fueron
la causa para que los funcionarios coloniales la dividieran en dos después de los
disturbios de los años 1770.
La pierna derecha de Katari fue enviada al pueblo de Chulumani, que se había
convertido en capital de la nueva provincia de Yungas o Chulumani en 1779. Yungas
era una región que atraía fuerza de trabajo indígena estacional para la cosecha de la
coca así como migrantes permanentes en busca de pequeñas dotaciones de tierra,
como colonos de las prósperas haciendas productoras de coca. Las comunidades
libres de los Yungas se involucraron en un vigoroso proceso de trueque y comercio
175
176
177
178
26
Para mi información sobre las provincias Sicasica y Chulumani, ver el capítulo 4; Lema
(1988); Klein (1993).
Choque ha escrito extensamente sobre Pacajes, desde tiempos precoloniales pasta el siglo veinte.
Para el periodo colonial, ver Choque (1993).
27
Choque ha escrito extensamente sobre Pacajes, desde tiempos precoloniales pasta el siglo
veinte. Para el periodo colonial, ver Choque (1993).
28
Sobre Larecaja colonial, ver Saignes (1985b); Thomson (1999a).
179
Málaga Medina (1974), Spalding (1984: 214-216), Gade (1991), Saignes (1991), Penry
29
180
abusos de otros sujetos coloniales, con el fin de asegurar su apropiación del tributo,
de vital importancia para la corona.
Dado el propósito evangelizador de los pueblos de reducción, los curas fueron
los únicos españoles a quienes se permitió legalmente residir en ellos. Aunque a
menudo se quejaban de la escasa asistencia a misa en las ceremonias dominicales,
ellos se ocupaban de supervisar un calendario anual de festividades cristianas en
las cuales participaban plenamente las comunidades. Los curas jugaban papeles
importantes en la vida local, tanto en el plano político y económico como espiritual.
Buscaron tomar plena ventaja de los recursos y la fuerza de trabajo de las comu-
nidades, y a menudo se vieron involucrados en disputas con otros notables locales
como el cacique, el corregidor o sus agentes, u otros vecinos de los pueblos.30
El estado extraía dos principales tipos de tributo de las comunidades. En primer
lugar, estaba el pago en dinero por parte de las familias propietarias de tierra. Con
el propósito de recolectar tributos, los funcionarios estatales llevaban registros o
padrones que definían a los miembros de la comunidad conforme a un conjunto de
categorías tributarias: los originarios, que eran nativos de la comunidad y poseían
tierras por herencia; los agregados, que tenían tierras pero cuyos vínculos con la
comunidad eran más flexibles; y los forasteros, que era gente recién asentada en la
comunidad y venida de otras partes. Luego de prolongados, complejos y resistidos
intentos de reforma en el sistema tributario colonial desde fines del siglo diecisiete,
hacia fines del siglo dieciocho los indios de todas estas categorías pagaban un tributo
al estado con base en un prorrateo entre las familias.31
La segunda forma de extracción estatal era la mit’a, un sistema de turnos rota-
tivos de trabajo forzado para el trabajo en las distantes minas de plata de Potosí.
Los miembros de la comunidad cumplían normalmente sus obligaciones en la mit’a
haciendo el largo camino a las minas y trabajando en su turno anual de servicio
durante tres ocasiones a lo largo de sus vidas. El servicio de la mit’a era tan agotador
y aborrecible que muchos indios optaron por abandonar sus comunidades antes
que ser enrolados como mit’ayos. Sin embargo, por lo general, aunque el tributo
31
El sistema tributario colonial y las respuestas frente a el han sido objeto de una extensa
historiografía. Para el Alto Perú, ver Sánchez Albornóz (1978); Saignes (1985c, 1987a); Larson
(1988); Klein (1993); y Cfr. Wightman (1990) para el Cusco.
181
significaba una gran carga para ellos y la mit’a era especialmente onerosa, los indios
contribuyeron al soberano español en el entendido de que la corona, a su turno,
garantizaría la protección de sus tierras y las condiciones para la reproducción de
sus comunidades. Tristan Platt ha conceptualizado esta relación como un pacto
colonial de reciprocidad que tenia muchas continuidades con los arreglos entre
comunidades y estado en el periodo de dominación Inka.32
Debido a la reestructuración que llevó a cabo el Virrey Toledo en el siglo die-
ciséis, las comunidades indígenas de La Paz carecían por completo de los niveles
más altos de organización segmentaria que caracterizaron a los señoríos étnicos
precoloniales. A nivel local, retuvieron el dualismo y los niveles jerárquicos que
eran típicos de la organización social andina. El nivel más alto de organización
coincidía con el pueblo de indios (marka) y su jurisdicción. Esta unidad, a su vez,
se dividía en dos mitades o parcialidades, que por lo general se designaban como
Anansaya y Urinsaya, cada una de las cuales tenia su propio gobernador o cacique
(un nombre taíno usado por los españoles para designar a las autoridades étnicas
que en qhichwa se conocían como kuraga y en aymara como mallku). Cada mitad se
componía de un conglomerado de unidades locales llamadas ayllus, representadas
por sus propias autoridades o jilaqatas. El ayllu local consistía de un conjunto de
caseríos o estancias, conformadas por hogares indígenas estrechamente unidos por
relaciones de parentesco.33
En este estudio, el uso del termino “comunidad” sigue la práctica de los propios
indios en la documentación colonial. En el castellano de la época, ellos hablaban
de “comunidad” (o “común”) de tal modo que el término retenía la resonancia
multivalente de la organización social segmentaria. Se aplicaba, dependiendo del
contexto referencial, tanto al ayllu local como a la parcialidad o a las unidades a las
que pertenecía a nivel de pueblo. En la etnografía y la etnohistoria andinas, admi-
tiendo variaciones de tiempo y espacio, es común la referencia a los principios y a
la estructura general de este sistema de organización del ayllu. Algunas evidencias
indican que, fuera del contexto colonial más formal que por lo general es donde se
produjo la documentación de que hoy disponemos, los indios del siglo dieciocho en
32
Platt (1982).
33
Cfr. Saignes (1991).
182
Rasnake (1988: 49-53) nota la gran diversidad de definiciones del ayllu en la literatura y
34
proporciona una definición operacional para el caso de Yura. El concepto de “comunidad” y las
unidades de análisis utilizadas para entender la organización social andina han sido escudriñados
por Segundo Moreno y Salomón (1991).
183
35
Ver la lista de archivos consultados al final del texto.
184
36
El estudio modelo de una historia local de larga duración en los Andes es Huarochiri de
Spalding (1984).
37
De acuerdo a los registros tributarios de 1797, los residentes de Guarina eran nueve mil
de los sesenta mil habitantes de la provincia Omasuyos (agn xiii 17-9-1, Libro 2, folio 1084).
Un informe parroquial más temprano había calculado aproximadamente doce mil residentes.
Ver Archivo de la Catedral de La Paz (ac), Tomo 52, “Expediente sobre la demarcación de las
doctrines de Guarina, Laja, Pucarani”, (1766) [1776], folios 112-146. Para el testimonio del
cura, ver el folio 138v.
185
sol brillante, la blancura de las formaciones nubosas, los tonos oscuros de una
atmósfera cubierta y tempestuosa.
Las corrientes y praderas de los alrededores del lago no sólo favorecían la
agricultura sino proporcionaban fértiles pastizales para grandes hatos de ganado.
Los Urus descendían de una temprana población hablante de pukina en las orillas
del lago, y se especializaron en la pesca y en la recolección de otros recursos lacus-
tres. En el siglo dieciocho, más que nunca antes, Guarina se hallaba atravesada
por rutas de comercio en pequeña escala que conectaban el pueblo con la hoyada
urbana de La Paz, las provincias del Bajo Perú al norte, y las tierras de valle que
se desprendían de la ladera oriental de la cordillera de los Andes. No es solo en
términos demográficos o económicos, sin embargo, que la sociedad del periodo
colonial tardío intensificaba su movimiento. También en otros sentidos, los latidos
del pulso vital local se aceleraban a creciente ritmo.
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191
192
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Introducción
* en Heraclio Bonilla (Comp.), Los conquistados. 1492 y la población indígena de las Américas,
Colombia, Flacso-Ecuador/Libri Mundi/Tercer Mundo Editores, 1992. pp. 127-146.
[195]
riza, como efecto de la expoliación de sus tierras y del pongueaje, por la adopción
de algunos mecanismos de resistencia o de lucha; tales como la utilización de los
documentos coloniales, el empleo de caciques apoderados y el de los preceptores
dedicados a la alfabetización de niños y jóvenes en las comunidades con el objeto
de que aprendan a leer y escribir, especialmente para leer los documentos.
Para ello, se considera la organización de la “Sociedad República del Qullasu-
yu” que se encargó del proceso educativo indígena con el objetivo de transmutar
la sociedad boliviana. Como indicadores de la última parte de este trabajo, se hace
referencia a los últimos enfrentamientos de los aymaras despojados de sus tierras
por los hacendados, hasta que lograron organizar el primer congreso indigenal en
1945. Luego, se aborda brevemente las rebeliones más violentas en las regiones
de La Paz y Cochabamba, sucesos ocurridos después de la muerte del presidente
Villarroel. Las mismas sirvieron a los aymaras y a otros, como acciones decisivas
para lograr algunos objetivos conseguidos con la revolución de 1952 y la reforma
agraria de 1953, especialmente con la liquidación del sistema de haciendas. Por
último, es necesario referirse al rescate de la figura de Túpac Katari para el proceso
de la lucha katarista actual contra el colonialismo interno.
Los aymaras antes de ser sometidos al dominio inca (1450), sin duda, fueron libres
(Murra 1988: 51)1 y estaban organizados en varios estados regionales o señoríos.
Una vez incorporados al dominio inca, algunos grupos aymaras pronto se con-
virtieron en soldados de los inkas: Yupanqui, Túpac Yupanqui, Wayna Qhapaq y
Wáskar. Así, durante la última etapa de la expansión inkaica, los charka, karakara,
chuy y chicha participaban en la conquista de chachapoyas, cayampis, cañaris, quitos,
quillacincas, guayaquiles y popayanis (Espinoza, 1969). Algunos de esos grupos
fueron trasladados a Copacabana en calidad de mitimaes (Ramos, 1976: 43). La
presencia inka en Copacabana indudablemente fue muy importante para sentar su
dominio en el Qullasuyu. Túpac Yupanqui con la ayuda de uno de los ancianos del
John Murra es un especialista en los estudios del siglo xvi y conocedor de la organización
1
del Estado inca. Sus obras más importantes son: Formaciones económicas y políticas del mundo andino,
Lima, iep, 1975. La organización económica del Estado Inca, México, Siglo xxi, 1978.
196
Silvia Rivera y Tristan Platt en 1978 estudian un documento inédito referente al cacicazgo
2
de Caquingora, uno de los pueblos importantes de Pakaxa. Posteriormente, Rivera realiza una
investigación sobre “Pacajes y el control vertical de la ecología: historia y proyecciones actuales de
un modo de utilización del espacio”.
197
sublevó a los indios de Aconcagua como un nuevo acto de rechazo a los invasores.
Como represalia, Almagro, una vez que hubo identificado a Felipillo como autor
de esa conspiración, lo hizo descuartizar (Busto, 1978: 117). Estos hechos entre
los aymaras o quechuas debió despertar su odio o repudio a los españoles, consi-
derándolos como feroces y desde ese momento para ellos empezaba la historia de
su t’aqisinpacha (tiempo de sufrimiento).
En esos momentos, se produce el levantamiento de Manku Inka contra la invasión
española y éste envía un destacamento a la región de Cochabamba con Tisoc Inka a
la cabeza, contra Chalco Yupanqui, por considerar su participación en la expedición
de Almagro a Chile como un acto de traición, así que ordena su asesinato que se
cumple en el lugar denominado Pocona (Santos, 1987: 18).3 Desde luego, la recon-
quista inka, a la cabeza de los llamados neoinkas, no sería tan fácil ya que duraría
unos cuarenta años. Entretanto, en la región Qulla-Pakaxa, en el río Desaguadero,
Hernando y Gonzalo Pizarro, auxiliados por los Qulla, tuvieron un enfrentamiento
con los Lupaqa que apoyaban a Manku Inka. Poco después, los mencionados Pizarro
tuvieron otro enfrentamiento más serio con los charkas en el valle de Cochabamba.
En resumen, los aymaras que procuraron enfrentarse en forma desigual con
los españoles como señal de rechazo, no tuvieron suerte ya que su enfrentamiento
chocó no solamente con los soldados hispanos, sino también con numerosos indios
colaboracionistas.
El coloniaje
La reducción de poblaciones indígenas y los cambios
socioeconómicos entre los aymaras
Las afirmaciones de Roberto Santos sobre la personalidad de Chalco Yupanqui están basadas
3
en un documento inédito descrito como “Memorial de los méritos y títulos de la familia de don
Joseph Fernández Guarache, descendiente de Capac Yupanqui, de Viracocha Inca. Mayta Capac
y además monarcas del Cuzco” que se conserva en la biblioteca de la Universidad Mayor de San
Andrés (A. B. umsa, M. 191, f. 59, 1805). Además, el autor tiene otros estudios importantes
sobre incas en Copacabana.
198
cambiados por otros como consecuencia de las guerras civiles entre los conquistado-
res, especialmente entre pizarristas y almagristas. La rebelión de los encomenderos
contra las leyes nuevas que suprimían la encomienda dejó seguramente muchas
huellas entre los aymaras. Esas luchas fueron vividas por los aymaras, obligados
a prestar su apoyo a ambos bandos en sus enfrentamientos y a soportar las conse-
cuencias de la represión del vencedor. Esos sucesos después serían recordados por
los afectados en sus reclamos ante las autoridades coloniales.
Después de las guerras civiles y la muerte de Túpak Amaru I, se consolida la
conquista española en la región aymara, principalmente con la visita general del
virrey Toledo. La política de reducción de poblaciones indígenas (ayllus) fue el
punto de partida para la dominación colonial sobre los nativos aymaras. Las pobla-
ciones originarias aymaras fueron reducidas por Toledo en pueblos o repartimientos
dependientes de los encomenderos o de la propia corona de España y sujetos a sus
caciques. Los antiguos kurakas o mallkus convertidos en caciques, como efecto
de ello, empezaron a sentir la disminución de su poder local y esta situación fue
manifiesta en todo el mundo andino, por qué no decirlo, con mucho impacto en-
tre los aymaras. Aunque en muchas comunidades (markas) los caciques aymaras
tenían el rol de gobernador (gobierno de sus súbditos), esto ya no era comparable
con lo anterior a la conquista española. Así, los kurakas de Charka se quejaban que
sufrían la total disminución del poder que tenían anteriormente sobre sus “súbditos
y vasallos” (Espinoza, 1969: 16).
Los cambios que se operaban en la organización social, económica y política entre
la dominación inkaica y la llegada de los españoles, tienen primordial importancia
para comprender la desigualdad socioeconómica colonial, especialmente con el
surgimiento de la pobreza entre las comunidades aymaras. Muchos aymaras tenían
tierras repartidas por el inka en los diferentes ambientes ecológicos, principalmente
en los valles. Con la política de reducción, los aymaras se vieron perjudicados y
tuvieron que hacer varios reclamos ante el propio Toledo. Así, los charkas recla-
maban sus tierras repartidas por Wayna Qhapaq en el valle de Cochabamba. De
esa forma, con la conquista española, los aymaras se encontraron afectados en sus
intereses económicos y políticos especialmente.
Para los aymaras, el coloniaje como proceso social, económico, cultural, polí-
tico e ideológico, ha significado una experiencia dura, no simplemente como un
proceso de aculturación (pérdida de sus valores), sino también por la apropiación
199
200
201
La mita y el tributo, dos obligaciones impuestas por el Estado español a los in-
dígenas, repercutieron negativamente desde el principio de su aplicación en las
comunidades aymaras, sumiendo a la mayor parte de los llamados originarios en
la pobreza. No solamente afectó a los contribuyentes, sino también a los propios
caciques obligados a responder por la pérdida de tributarios o por la baja de la re-
caudación de tributos y la falta de mitayos. De ese modo, los tributarios originarios,
además de contribuir con mayor porcentaje de tributo, estaban sometidos al yugo
de la mita minera. Tales obligaciones ocasionaban cada vez más la disminución de
originarios en algunos pueblos aymaras. Por ejemplo, en la Provincia de Pakaxa,
el número de tributarios originarios en 1701 estaba muy por debajo del número
de forasteros.
La mita minera debió ser la peor desgracia para los aymaras obligados a prestar
ese servicio en las minas de Potosí. La séptima parte de la población originaria
(la gruesa) de las 16 provincias señaladas (Porco, Chayanta, Cochabamba, Paria,
Chicha y Tarija, Carangas, Sicasica, Pacajes, Omasuyos, Paucarcolla, Chucuito,
Cabana y Cavanilla, Asángaro y Asilo, Canas y Canche, Quispicanches), a la cual
le tocaba su turno, estaba obligada a concurrir al servicio de la mita en tres turnos
al año. Cada mitayo que hacía su turno (mita) en el trabajo del cerro de Potosí, iba
acompañado por su esposa, con una, dos o tres llamas cargadas de víveres para su
sustento. Para aquellos mitayos cuyos pueblos se encontraban lejos de Potosí, la
mita de cuatro meses con sus viajes de ida y vuelta podía durar cerca de un año.
Está comprobado que muchos originarios, para resistir a la concurrencia de la mita
minera, tuvieron que buscar alguna forma de evadirla. Generalmente, se ausentaban
de su comunidad en el momento que les tocaba la mita o trataban de convertirse en
yanaconas de algún hacendado español, y en algunos casos especiales, se vendían
en calidad de marajaqi el año que les tocaba la mita. Como consecuencia de ello,
muchos caciques se quejaban de no tener indios y no aceptaban el cargo de capitán
enterador de mitayos de su pueblo. Algunos caciques justificaban sus viajes de
comercio o empleo de indios originarios, en sus actividades privadas o personales,
porque de esa manera podían pagar la disminución de tributarios o mitayos.
La otra carga impuesta a los indígenas era el tributo. Los colonizadores por
merced recibieron una cantidad de indios contribuyentes. Éstos estaban obligados
202
Carlos Ponce Sanjinés es el primero en publicar un trabajo sobre Tiwanaku colonial titulado
4
203
La tierra siempre fue el mayor problema para los pueblos sujetos a los meca-
nismos de la dominación del Estado español. Las comunidades aymaras fueron
sometidas periódicamente a la composición y venta de tierras. Muchas veces el
abandono de algún miembro de la comunidad generalmente era ocasionado por la
carga tributaría o por el yugo de la mita. La ausencia de originarios significaba el
abandono de tierras de la comunidad, lo cual a veces con la composición ocasionaba
la enajenación de una o varias partes de la comunidad a favor de las personas de
origen español o criollo y de esta manera el territorio comunal se reducía. Como
efecto de la composición y venta de tierras, surgieron las haciendas o estancias de
propiedad privada de los españoles (curas y criollos) entre las comunidades ayma-
ras. La defensa de las tierras de la comunidad indígena dependía en gran parte del
dinero o del esfuerzo de los propios caciques. Se sabe que muchas comunidades
compraron sus tierras de la corona de España a través de la misma composición y
venta de tierras.
Algunas de las comunidades que no tenían la cantidad de dinero requerida para
la defensa o compra de tierras perdieron parte o la totalidad de las mismas. Sobre
el rescate o la pérdida de tierras de la comunidad aymara, como consecuencia del
mecanismo de la composición y venta de tierras, existen muchos ejemplos. Mencio-
namos solamente dos de ellos: como primer ejemplo se encuentra el cacique Gabriel
Fernández Guarachi, conocido por su buena posición económica en la Provincia de
Pakaxa. El mismo, en 1673, sostenía haber gastado unos 12.000 pesos con motivo
de las composiciones y pleitos, sobre todo por defender la integridad territorial de
la comunidad de Jesús de Machaqa. El segundo ejemplo se refiere al cacique de
Viacha, Esteban Mercado, quien en 1717 permitió enajenar, como consecuencia de
la “composición”, una parte de su comunidad representada en haciendas y tierras,
entre las cuales aparece Chonchocoro (Choque Canqui, s. f.).5
El autor tiene un estudio sobre Viacha colonial: situación de tributarios y caciques. También
5
éste constituye parte integrante del estudio sobre Pakaxa: cacicazgo aymara, en preparación. Tiene
otros trabajos: La masacre de Jesús de Machaca, La Paz, Edición Chitakolla, 1986; Los contenidos
ideológicos y políticos de las rebeliones indígenas de la pre-revolución (inédito); “La escuela indígena: La
Paz, 1905-1938”, en Educación Indígena: ¿ciudadanía o colonización?, recopilación de artículos de
varios autores, La Paz, Ayuwiyiri, 1992.
204
205
206
207
rios del nuevo Estado fueron los criollos y los mestizos. El control estatal sobre
las comunidades indígenas se estructuró con base en el nuevo ordenamiento de
la división política del Estado boliviano en departamentos, provincias y cantones.
Las comunidades aymaras entre 1825 y 1905, al igual que otras comunidades
indígenas, fueron marginadas de la educación y de derechos políticos o ciudadanos
(ser elector y elegidos) y del servicio militar como conscripto. Por tanto, no eran
considerados como ciudadanos del nuevo Estado boliviano. En el lado peruano,
la situación aymara era más o menos la misma. Aunque las leyes lo declararon ciu-
dadano éstas no se cumplieron, porque no había “indio libre” que reclamara sus
derechos ciudadanos (Kapsoli, 1980: 24-25).
La peor desgracia que soportó el aymara durante la república fue el ataque de
la oligarquía criolla-gamonal a su comunidad originaria con despojo de sus tierras
(en Bolivia y Perú), además de ser sometido a una serie de servicios personales,
principalmente al pongueaje y postillonaje. El pongueaje fue institucionalizado
a nivel público y privado, es decir empleado para el servicio personal en las en-
tidades administrativas y en las haciendas privadas. Las comunidades aymaras
experimentaron durante el período republicano una lucha incansable contra la
expoliación de sus tierras y la legislación agraria, a veces recurriendo a la violencia
(sublevación) para defender sus tierras comunitarias. A pesar de ello, en Bolivia
desde el gobierno de Melgarejo (1866-1870) hasta 1930 muchas comunidades
indígenas fueron convertidas en haciendas privadas, más que todo como efecto
de la ley de exvinculación de la comunidad indígena (1874). Así, sus miembros
fueron convertidos en peones o colonos de los nuevos dueños de haciendas. Con el
tiempo, los colonos de haciendas tuvieron que entrar a la lucha contra sus patrones,
especialmente después de la Guerra del Chaco. Prácticamente a partir de 1945, las
luchas aymaras y quechuas derivaron en violencias que a su vez fueron respondidas
con las represiones de los gobiernos de turno.
208
6
En estos últimos años surgieron numerosos estudiosos sobre el tema de tierras de la región
del Puno. Entre ellos está Augusto Ramos Zambrano que tiene dos obras importantes: Puno en
la rebelión de Túpac Amaru, Puno, Universidad Nacional Técnica del Altiplano, 1962. El referido
trabajo sobre la rebelión aymara de Huancané (1923-1924), se publicó en 1984. El trabajo de
Marcela Calisto, publicado en Allpanchis 37, tiene mérito porque muestra la resistencia cotidiana
de los aymaras de Puno contra las autoridades y el abuso.
209
vender sus tierras sin transformar las condiciones sociales y económicas existentes
y creó tensiones que condujeron al conflicto abierto” (Calisto, 1991: 173-174).
Entonces, surgieron una serie de sublevaciones. Entre ellas, la rebelión de Huan-
cané (1923-1924) fue indudablemente la consecuencia del despojo de tierras a las
comunidades aymaras, por parte de algunos hacendados y de la explotación y la
servidumbre (Ramos Zambrano, 1984). Los conflictos entre indígenas y terrate-
nientes tuvieron que impactar entre los políticos. Después del derrocamiento del
gobierno oligárquico en 1919 por Augusto Leguía, el nuevo gobierno en 1920
estableció “la existencia legal de las comunidades indígenas” y después en 1922 se
creó el “Patrono de la Raza Indígena” (Calisto, 1991: 182), institución que serviría
para asumir su defensa.
Después del triunfo de los liberales sobre el gobierno de Fernández Alonso, con la
ayuda de las masas indígenas encabezadas por Zárate Willka en 1899, el segundo
gobierno liberal decretó el establecimiento de la “escuela indigenal” en 1905, des-
pués de ocho décadas de la vida republicana, como primer paso hacia la integración
del indígena a la ciudadanía boliviana. El funcionamiento de escuelas indigenales
(pese a ser aculturantes) para el aymara indudablemente fue uno de los mecanis-
mos de lucha hacia su liberación y la transformación de la sociedad boliviana. En
el vecino país, Perú, los aymaras de Puno, en 1921, reclamaban el establecimiento
de escuelas indígenas, manifestando: “Queremos educarnos y educar a nuestros
hijos. Necesitamos escuelas y más escuelas hasta en los últimos rincones de nuestros
ayllus” (Kapsoli, 1984: 29).
Al poco tiempo de iniciado el funcionamiento de escuelas indigenales, surgió
un grupo de preceptores indígenas a la cabeza del destacado preceptor indígena
Eduardo Leandro Nina Quispe, quien fundó la “Sociedad República del Qu-
llasuyu” (1930) como un paso hacia la transmutación social de Bolivia. Así, se
produjo un rescate de la memoria histórica del proceso incario del Tawantinsuyu
210
desde el Qullasuyu, como uno de los suyos correspondiente a la parte andina del
actual territorio boliviano. En la república del Perú, en esos momentos, también
se produjo el movimiento reivindicatorio del Tawantinsuyu.
Para Nina Quispe, no existía problema con la parte oriental, puesto que de
hecho tenía representantes indígenas del oriente boliviano en la “Sociedad Re-
pública del Qullasuyu” que integraba la representación indígena de diferentes
comunidades, provincias y departamentos de Bolivia. El objetivo principal que
perseguía Nina Quispe a través de esa organización era la transmutación de Bo-
livia, es decir “la renovación de Bolivia”. Desde luego, ese objetivo se lograría a
través de la educación indigenal y rescate de valores prehispánicos, como el uso
de la Wiphala.
211
El proceso de la invasión hispana y del coloniaje entre los aymaras está reprodu-
cido en los diferentes momentos de su lucha contra los ataques de la oligarquía
criolla-gamonal.
Para los aymaras, la revolución de 1952 fue el punto de partida para recuperar
sus tierras de las manos de los llamados terratenientes con la liquidación del sistema
de haciendas, especialmente a través de la afectación de las tipificadas como latifun-
dios incluyendo las haciendas de origen colonial. Es cierto que para los aymaras,
el proceso de quinientos años de resistencia o lucha, fue no solamente contra la
dominación española, sino también contra la agresión colonial interna (Mamani,
1991).7 A partir de la década de los años setenta, las manifestaciones públicas de los
aymaras fueron contrarias a toda forma de colonialismo originado con la invasión
española (Hurtado, 1986: 304). El año 1971 marca la concientización aymara de ese
proceso, con las primeras organizaciones kataristas (estudiantiles y campesinas). Las
figuras de Túpak Katari, Bartolina Sisa y Gregoria Apaza empiezan a imprimirse
en el sentimiento colectivo aymara. En ese periodo, el sindicalismo fue aprovechado
eficazmente para la concientización katarista, especialmente a nivel nacional.
Conclusión
Carlos Mamani a través del referido trabajo muestra el proceso de expoliación de tierras comu-
7
nitarias durante la república, lo cual se considera como una nueva forma de agresión colonial interna.
212
Biblografía
213
214
Al final de este ensayo presento una extensa bibliografía sobre estudios de rebeliones indígenas
1
y campesinas acaecidas en la época colonial y siglo xix. El análisis historiográfico se centra a partir
[215]
de la década de los sesenta, sin embargo en la bibliografía hay siete títulos de la década de los cin-
cuenta y once de los cuarenta para atrás, debido a que se trata de algunos clásicos de épocas pasadas.
216
2
Leticia Reina, Las rebeliones campesinas en México. (1819-1906).
217
Gastón García Cantú, “Rebeliones campesinas”, en El socialismo en México. Siglo xix, México,
3
218
González y González (1956).4 Los trabajos que se ubican dentro de esta tradición
estudiaron las revueltas agrarias del siglo xix —de todo el país o de una región
determinada— a partir de las políticas agrarias, realizaron una revisión sistemática
de las leyes de desamortización, las cuales se consideraron el eje conductor del
análisis y la causa fundamental de las luchas agrarias. Como ejemplo tenemos los
estudios de Jean Meyer (1973 y 1979), así como el de José Velasco Toro (1979).5
Por su parte, la historiografía norteamericana desarrolló, desde la década de
los setenta, una historia social muy destacada. Robert Wasserstrom (1978) y John
Tutino (1980) fueron de los primeros autores en explicar las rebeliones campesinas
no sólo en función de la legislación agraria o del despojo de tierras comunales,
sino en relación con los cambios ocurridos en la estructura agraria de la región.6
A medida que pasa el tiempo, cada vez se van incorporando mayores elementos
de análisis. En unos artículos presentados en una mesa de trabajo organizada por
Friedrich Katz en Nueva York hace más de diez años, autores como John Hart y
John Tutino siguieron considerando importante el despojo de tierras comunales,
pero también describieron el proceso de pauperización de la comunidad y, sobre
todo, analizaron las transformado introducidas por la élite agraria,7 lo que consideran
4
Luis González y González, “El subsuelo indígena”, en Daniel Cossío Villegas, Historia de
México. La República restaurada, la vida social, vol. iii, pp. 149-446; Moisés González Navarro,
“Instituciones indígenas en México independiente”, en Métodos y resultados de la política indigenista
en México, Vol. 6, pp. 113-69.
5
Jean Meyer, Problemas campesinos y revueltas agrarias (1885-1910) y “Los movimientos cam-
pesinos en el occidente de México en el siglo xix”; José Velasco Toro, “Indigenismo y rebelión
totonaca de Papantla, 1885-1896”, pp. 81-105; Gerardo Sánchez D., “Movimientos políticos y
revueltas campesinas”.
6
Robert Wasserstrom, “A caste war that never was: The Tzeltal conspiracy of 1848”, pp. 73-
85; John Tutino, “Rebelión indígena en Tehuantepec”, pp. 89-101; posteriormente también ha
habido otros autores que han trabajado en este sentido, por ejemplo: Águeda Jiménez Pelayo, “Los
conflictos por tierras de comunidades indígenas: El caso de Teocaltiche 1961-1794”, pp. 21-42;
Leticia Reina, “De las reformas borbónicas a las leyes de Reforma”, pp. 181-268; Mario Aldama
Rendón, La rebelión agraria de Manuel Lozada: 1873.
7
John M. Hart, “La guerra de los campesinos del sureste mexicano en los años 1840: Con-
flicto en una sociedad transicional”, pp. 225-241; John Tutino, “Cambio social agrario y rebelión
campesina en el México decimonónico: el caso de Chalco”, pp. 94-135.
219
como el origen de las rebeliones campesinas. Esta corriente examina las relaciones
entre indígenas o campesinos y otros grupos sociales, en donde Tutino propone
que la gran propiedad y la comunidad entran en una relación de dependencia;
Evelyn Hu-DeHart, en su extraordinario libro Yaqui Resistance and Survival. The
Struggle for Land and Autonomy 1821-1910 (1984), agrega que las estrategias de
sobrevivencia de la comunidad están determinadas por los nuevos ajustes que va
teniendo el grupo étnico frente a los cambios externos.
Esta manera diferente —aguda y cercana a la localidad— de enfocar los es-
tudios históricos y etnohistóricos de las rebeliones, sacaron a la luz una novedosa
información sobre los cambios ocurridos en el ámbito social, es decir, el contexto
social, económico y político regional en el que se desarrollaron las rebeliones. Tam-
bién se ha analizado la relación establecida entre el grupo social que se resiste a los
cambios y el que se los impone, pero hasta entonces no habían rendido cuenta de
la organización o de los cambios en el interior del grupo hostilizado.
Otra corriente de estudios surgió a partir del marxismo. García Mora, en su
tesis de 1975, lo utiliza como concepción teórica y analiza la causa de las luchas
campesinas por el choque de dos sistemas económicos; el campesino local y el capi-
talista nacional. Según este enfoque, la disputa produce antagonismos de clases que
se agudizan, para transformarse repetidamente en motines, tumultos, alzamientos,
levantamientos y sublevaciones; que si aparentemente son atribuibles a causas di-
versas, en el fondo son claras manifestaciones de la lucha de clases.8
G. Ivanov, parafraseando a Lenin, decía en su clásico artículo “sublevaciones
populares mexicanas de la segunda mitad del siglo xvii” (1965) que la historia está
llena de esfuerzos ininterrumpidos de las clases oprimidas por derribar la opresión.9
En esta línea, algunos estudiosos han planteado que las crisis del sistema y los
cambios estructurales provocaron la lucha permanente entre explotados (indígenas
y campesinos) y explotadores (encomenderos, hacendados, alcaldes). Por lo mismo
—señala Enrique Semo—, las luchas tomaron un carácter muy diverso y complejo
debido a la gran heterogeneidad de las relaciones de producción existentes y a la
presencia de profundos problemas sociales.10
8
José Carlos García Mora, El conflicto agrario-religioso en una comunidad de la Sierra Tarasca.
9
G. Ivanov, “Sublevaciones populares mexicanas de la segunda mitad del siglo xvii”, pp. 33-68.
10
Enrique Semo, “Las luchas populares en la Nueva España (1600-1763)”, pp. 301-16.
220
Desde esta perspectiva, se planteaba que las luchas campesinas son la expre-
sión de la lucha de clases, pero a medida que avanzó la investigación documental
también se pudieron sustentar otros elementos de análisis, como el hecho de que
hay momentos históricos en los que se crean alianzas coyunturales con grupos so-
ciales no campesinos. Los rebeldes se alían con grupos de militares o caciques que
se disputan el poder regional, o defienden el federalismo, los fueros y la religión
o cuestionan el sistema económico y político de la nación, porque vislumbran la
posibilidad de conseguir sus objetivos.11 Esta alianza entre diferentes sectores de
la sociedad produjo amplios movimientos regionales en defensa de la federación
o de otros proyectos alternativos de nación. Sobre este problema se ha propuesto
una diferenciación metodológica entre lo que es propiamente un movimiento
campesino y lo que es un movimiento agrario regional.12 Dentro de esta corriente
se definió al campesino, en términos muy generales, como la clase trabajadora y
explotada del campo, ya posea o no la tierra. Esta delimitación fue necesaria por-
que, dada la complejidad que llegaron a tener algunos movimientos regionales y
la participación de muy diferentes grupos sociales, se corría el riesgo de extender
el término de campesino a todos los pobladores del campo que participaban en un
conflicto. Moreno García lanzó esta crítica a algunos autores en 1979 y advirtió
el peligro de caer en definiciones funcionalistas que poco ayudan a comprender y
desentrañar el problema.13
El análisis marxista ha agregado, entre otros esquemas teóricos, al capital-
mercado como elemento determinante para definir al campesinado en función de
las relaciones de propiedad y de trabajo. Es decir, el estudio del mercado de la tierra
y de la fuerza de trabajo han permitido separar al campesinado de otros sectores de
clase que participan conjuntamente en el mismo conflicto regional.
Con diferentes enfoques, tanto la historia liberal como el marxismo se han
interesado por la tenencia de la tierra y los conflictos que han generado su pose-
sión. Mientras la primera estudia los cambios en la tenencia de la tierra como la
causa de las rebeliones campesinas, la segunda no piensa en la posesión de la tierra
13
Heriberto Moreno García, “Comentario a la ponencia de Jean Meyer sobre los movimientos
campesinos en el occidente de México en el siglo xix”, pp. 13-6.
221
como el motor de la lucha, sino plantea que las relaciones sociales imperantes en
un momento dado son las que generan el problema de la tenencia de la tierra. Es
decir, que la desigualdad en la tenencia es producto y reflejo de la desigualdad en
las relaciones sociales.
En general, hasta la década de los ochenta, la mayoría de los estudios abordaban
el tema de las rebeliones campesinas como el conflicto producido por los cambios,
ya sea en la tenencia de la tierra, ya en las relaciones sociales o ya en la agricultura
misma, y habían hecho énfasis en los cambios impuestos a la comunidad indígena
o campesina por un sector de la sociedad (españoles, criollos o mestizos). Este
planteamiento llevó a una visión dual de la realidad rural y a una sola dirección
de los cambios, a pesar de que el marxismo considera los cambios y las diferentes
respuestas violentas de las comunidades como un proceso dialéctico. Es decir, que
los cambios impuestos por la sociedad dominante provocan rebeliones indígenas y
éstas, a su vez, transforman los sistemas coercitivos. Pues aunque esto ya lo señalaba
Ivanov en 1965 —para las rebeliones en México— nos sino hasta mucho tiempo
después cuando se hace explícito y documentado. Por ejemplo, Dawn Fogle Deaton
en su trabajo sobre la protesta rural en Jalisco, dice: “Por mi parte, creo que las
revueltas no sólo fueron el resultado de cambios políticos y económicos sino que
también contribuyeron a ellos”.14
Hasta esta época, la mayoría de los investigadores había estudiado las rebeliones
como la resultante del encuentro entre dos sistemas productivos diferentes que en-
tran en contradicción. Esto es cierto, pero también lo es que existen otras relaciones
sociales, económicas y políticas muy complejas y necesarias para la reproducción de
ambos sistemas e, incluso, determinantes en algunos momentos para la sobrevivencia
de algunas regiones. Sólo algunos estudios de caso, como las tesis doctorales de
John Tutino, Eric Van Young o William Taylor, de fines de la década de los setenta,
empezaron a explicar la complementariedad e incluso la dependencia de los dos
sistemas, lo cual no quiere decir que haya relaciones de igualdad entre las partes.
Por tanto, el problema de la concepción dual de la sociedad rural no dejaba de ser
una visión desde afuera del grupo rebelde.
Ivanov, op. cit.; Dawn Fogle Deaton, “La protesta social rural durante el siglo xix en Jalisco”,
14
pp. 97-118.
222
Estudios regionales
15
Mario Aldana Rendón, La rebelión agraria de Manuel Lozada: 1873; Felipe Castro Gutiérrez,
Los movimientos de 1766-1767 en Michoacán; Dawn Fogle Deaton, op. cit.; Michael T. Ducey, “Tierras
comunales y rebeliones en el norte de Veracruz antes del Porfiriato, 1821-1880: El proyecto liberal
frustrado”, pp. 209-30; Sergio Florescano M., “El proceso de destrucción de la propiedad comunal
de la tierra y rebeliones indígenas en Veracruz, 1826-1910”, pp. 5-18; René González de Lama,
“Los papeles de Díaz Manfort: una revuelta popular en Misatla (Veracruz), 1885-1886, pp. 475-
521; Ana María Huerta, Insurrecciones rurales en el estado de Puebla, 1868-1870; Águeda Jiménez
Pelayo, op. cit., pp. 21-42; José Luis Mirafuentes Galván, “Legitimidad política y subversión en el
noreste de México. Los intentos del indio José Carlos Rubalcaba de coronarse José Carlos V, rey
de Los Naturales de la Nueva Vizcaya”, pp. 3-22; Adriana Nevada Chávez Hita, Esclavos negros
en las haciendas azucareras de Córdoba, Veracruz, 1690-1830, cap. III; Thomas H. Naylor, y Polzer
Charles W., The Presidio and the milita on the northen frontier of new Spain; Álvaro Ochoa, “Miguel
223
Estudios antropológicos
Por lo general hasta hace algunos años, la historiografía de las rebeliones indígenas
y campesinas había proporcionado mayor conocimiento sobre la organización polí-
tica nacional —y en particular sobre la nueva sociedad rural mestiza en gestación
durante el siglo xix— que sobre la reorganización interna o permanencia de la
comunidad indígena o campesina. El nuevo acercamiento de la historia y de la
antropología así como la consulta de nuevas fuentes documentales han empezado
a rendir cuentas sobre el análisis histórico de la comunidad indígena decimonónica,
las transformaciones en sus instituciones y cómo éstas se adaptaron a los cambios
impuestos por la sociedad dominante. Los estudios antropológicos que empezaron
a analizar los movimientos campesinos de liberación nacional de Asia, África y
América tuvieron gran influencia sobre las investigaciones históricas de la organi-
zación social y militar comunitaria en momentos de conflicto con el exterior y sus
motivaciones internas para rebelarse.
Uno de los primeros estudios histórico-antropológicos, anterior a la situación
antes mencionada, lo constituye el excelente libro de Aguirre Beltrán sobre El señorío
de Cuauhtochco. Ya en 1940, el autor planteaba que la lucha de los pueblos por la
conquista de la tierra es su historia misma. A partir de este razonamiento estudió
la organización de la comunidad indígena tanto en su vida cotidiana, como en sus
momentos de conflicto con el exterior. Describió el proceso productivo, las fiestas
y el sistema de cargos en función de la resistencia pasiva y activa de los pueblos y
su adaptación a la sociedad global cambiante.
Por su parte, la antropología norteamericana también ha intentado el análisis
histórico de la cultura indígena y la función que ésta tiene en las rebeliones. Por
ejemplo, Edward H. Spicer (1962) realizó una amplia descripción de la organiza-
ción social y política autóctona de diferentes grupos étnicos del norte de México y
del suroeste de Estados Unidos, pero no explica si la organización étnica era una
de la Trinidad Regalado y la lucha por la tierra”, pp. 109-18; Renato Revelo Lecouona, La Guerra
de liberación del pueblo maya: 1519-1855; Gerardo Sánchez D., op. cit.; Frans J. Shryer, “Peasants
and the law: a history of land tenure and conflic in the Huasteca”, pp. 283-354; Guy Thomson,
“Agrarian Conflict in the Municipality of Cutzalán (Sierra de Puebla): The Rice and Fallo d Pala
Agustín Dieguillo 1861-1894”, pp. 205-58.
224
16
Edward H. Spicer, Cycles of Conquest: The impact of Spain, Mexico and the United Estate son the
Indians of the Southwest, 1533-1960.
17
Paul Friedrich, Agrarian Revolt in a Mexican Village.
225
226
por defender sus tierras (conflicto con el exterior), esto sirve para disminuir las
tensiones sociales generadas por la tendencia creciente a la diferenciación económica
del grupo. Es entonces cuando se refuerza la identidad comunal y se apuntala la
autoridad de la élite del pueblo mediante el conflicto con el exterior. Este tipo de
análisis fue un gran aporte que ayudó al arranque de la reflexión sobre la dinámica
interna de la comunidad.
La antropología marxista ha aplicado algunos de los conceptos antes mencio-
nados al estudio de la resistencia y la lucha indígenas, pero éstos tienen un matiz
diferente. En la obra de Antonio García de León, Resistencia y utopía (1984) se
analizan los conflictos y los cambios como “los momentos en que la violencia
avanza lo suficiente como para dejar al descubierto, al menos momentáneamente,
los espectros vivos de la estructura profunda de un mundo que no ha roto con
las divisiones étnicas y las clases sociales en lenta formación”.20 En este sentido,
su análisis permite dirigir la mirada hacia aquellas estructuras de la comunidad
indígena, de las cuales no se ha encontrado todavía suficiente documentación,
pero que están en el inconsciente colectivo de los pueblos, y que él encontró en el
recuerdo de los testigos.
La confluencia del marxismo y de la antropología estructuralista ha resucito
la visión dual de dos sistemas económicos y culturales diferentes: lo indio y lo no
indio. Aunque diversas corrientes de la historia y de la antropología han analizado las
relaciones entre los dos sistemas, éstos no dejaban de interpretarse como dicotómicos
y excluyentes. En el análisis de García de León, los dos sistemas aparecen como
diferentes, pero necesarios. Afirma que la supervivencia y la resistencia ancestral no
sólo se explican “por los mecanismos de autodefensa (solidaridad o cohesión), sino
también por la precoz organización de los espacios productivos, una organización
que condenó a las regiones montañosas erosionadas [...] a ser reserva de mano de
obra o regiones de refugio [...] que tienen como razón de ser el trabajo asalariado
estacional fuera de ahí”.21 De tal suerte que se genera una simbiosis entre finca
y comunidad, donde el peonaje y el trabajo asalariado favorecen la reproducción
tanto de la comunidad, como también la de la sociedad global.
20
Antonio García de León, Resistencia y utopía, p. 14.
21
Ibid., p. 126.
227
Yucatán”, p. 611.
23
Fredrich, op. cit.; García Mora, op. cit., 1975.
24
José de Jesús Montoya Briones, “Manuel Lozada, ¿líder mesiánico?”, pp. 587-91.
25
Bertha Domínguez y Ángel Cerruti, “Milenarismo y mesianismo en la Guerra de Castas”,
pp. 111-8.
26
García de León, op. cit., 1985. En los últimos años se ha manifestado un fuerte interés por
el estudio del aspecto religioso de las rebeliones, y en general por la religión de grupos étnicos,
especialmente el de los mayas, chamulas, zinacatecos, tzeltales, tzotziles. Por ejemplo, tenemos los
trabajos de Melchor Campos García, “El paganismo maya como resistencia a la evangelización y
colonización española, 1546-1761”, pp. 111-34; Felipe Castro Gutiérrez, op. cit.; y sobre la reli-
gión y el clero hay muy buenos exponentes como: Victoria Bricker, El cristo indígena, el rey nativo.
228
Historia integral
Sustrato histórico de la mitología del ritual de los mayas; Murdo Mac Leod, “La espada de la Iglesia:
excomunión y la evolución de la lucha por el control político y económico en Chiapas colonial,
1545-1700”, pp. 199-214.
229
la historia social como síntesis que integra los resultados de la historia demográ-
fica, la económica, la del poder y la de las mentalidades. Es decir, la historia total
entendida como la historia de las sociedades. En este sentido, García de León hace
una historia regional total de larga duración.
La larga duración
230
231
(1989); Reina, “De las reformas borbónicas a las Leyes de Reforma”; del noroeste,
Mirafuentes, “Legitimidad política y subversión en el noroeste de México…”; y
Michoacán en el centro; Ochoa, “Miguel de la Trinidad Regalado y la lucha por
la tierra”. Otros nuevos estudios son de Veracruz, Nevada, Esclavos negros en las
haciendas azucareras…; la Huasteca, Shryer, “Peasant and the law…”; y Escobar,
Los pueblos indios en la Huasteca hidalguense y veracruzana…; Jalisco, Aldana, “La
cuestión agraria en la costa de Jalisco”; y la frontera norte, Naylor, The Presidio and
the Milita…, por nombrar algunos.
Asimismo, es muy importante señalar que bajo esta perspectiva del análisis de
larga duración ha aparecido otro tipo de trabajo que, al profundizar en el estudio
de la organización social indígena, no dan tanta importancia a la rebelión (lèase
enfrentamiento armado), como a otras formas de lucha “sorda” y cotidiana, a saber:
la persistencia, la supervivencia, la resistencia. Es el caso de los estupendos libros
de Nancy Farris y Mario Ruz, quienes analizan, en realidades concretas, conceptos
como supervivencia, resistencia, adaptación o persistencia (tal como el trabajo de
Figueroa); todo ello a partir de la dinámica social en toda su complejidad.27 Es decir,
la historiografía sobre rebeliones cada día se hace más compleja conceptualmente
y tiende más a combinar el análisis diacrónico con el sincrónico, donde el conflicto
violento entre grupos sociales sólo constituye una parte y un momento del devenir
histórico de un grupo indígena o campesino en pos de la sobrevivencia y adaptación
a los cambios internos y externos impuestos por la dinámica y política nacionales.
Análisis generales
Nancy M. Farris, La sociedad maya bajo el dominio colonial. La empresa colectiva de la supervi-
27
vencia; Mario H. Ruz, Savia indígena, floración ladina. Apuntes para una historia de las fincas comitecas
(siglo xviii y xix).
232
28
Fredrich Katz (comp.), “Introducción: Las revueltas rurales en México”, en Revuelta, rebelión
t revolución. La lucha rural en México del siglo xvi al siglo xix, pp. 9-26. Para otras tempranas inter-
pretaciones generales, se puede consultar: Reina, Las rebeliones campesinas en México. (1818-1906);
Severo Martínez Peláez, Motines de indios. La violencia colonial en Centroamérica y Chiapas.
29
John Tutino, “Historias del México agrario”.
233
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30
Ibid., p. 211.
234
235
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239
* Tristán Marof terminó de escribir este pequeño libro en Saint-Jean de Luz, 1924. Fue pu-
blicado en Bruselas en 1926.
1
No robes, no mientas, no seas perezoso.
[243]
No se puede formar un pueblo sin duda, sin antes asentar las bases materiales
sobre las que deben flotar las demás ramas de la sociedad. Haber querido hacer
de un pueblo sencillo y labrador que no conocía el valor del dinero, que hasta hoy
no le da todo su aprecio, —que ignora los gestos individualistas, que suponen una
raza especial y acostumbrada a estos ejercicios por los siglos, digo, querer hacer
de este pueblo indio de América un pueblo europeo, y, darle todos sus hábitos, ha
sido el grande error de los políticos desde hace una centena de años.
La civilización de los Incas, que comprendía la raza y la psicología de los ha-
bitantes, no entregaba la organización al capricho de un individuo ni permitía el
desbarajuste. Organizadores juiciosos y autorizados se encargaban de reglamentar
todo. Desde que nacía el individuo tenía su pan y su porvenir asegurados. Gente de
conciencia hacia saber sus deberes a cada habitante acostumbrándolo con dulzura a
un trabajo honesto y sencillo. Los organizadores que no eran individualistas ponían
tal pasión e interés por el conjunto no vistos ni igualados hasta hoy día.
Esta civilización en efecto no sólo era previsora sino también de fraternidad y de
alta moral. Su código es simple y elocuente. Con tres palabras se ha dicho ya todo
el evangelio. Cualquier sociedad moderna se enorgullecería de poseerlo. Cuando
decían: “ama llulla, ama sua, ama keclla”, lo decían de corazón y lo practicaban.
Civilización que no hacía literatura de la moral y que castigaba con penas se-
veras a los perezosos, a los falsos y a los ladrones, es de un ejemplo sorprendente
en la historia. El espíritu se maravilla al saber que todo se podía disculpar a un
hombre menos el que fuese perezoso. De la pereza brotan los demás vicios decían
los antiguos y tenían razón. Por esto los Incas recomendaban a sus gobernadores
que tuvieran siempre ocupados a sus súbditos con trabajos útiles para provecho
del espíritu y del cuerpo. Hay que admirarlos sin reservas en esto. Legislan y
organizan el trabajo de tal manera que en su Imperio no se conoce la miseria ni el
dolor del hambre. Tampoco descuidan la salud del alma, porque si a los Incas en su
aspecto exterior los historiadores los pintan duros, justos, impasibles, también los
describen poetas. De poesía y arte estaba impregnado el Imperio. Cuando se habla
con un quichua se romantiza y hasta el trabajo era para ellos una nota romántica.
Su dulzura y afabilidad son proverbiales.
Cuando se recuerda esta época que apenas algunos siglos la aleja del presente o
que las crónicas vivientes en noches de plata evocan grandes siluetas, sin querer la
mano se aproxima a la visera, la imaginación se exalta y un respeto profundo nos
244
La idea comunista
245
Cuando uno lee las crónicas de aquellos tiempos fantásticos se asombra de que
la especie humana hubiese llegado a un grado tan avanzado de perfeccionamiento
económico y moral. Sin querer brota el entusiasmo y las manos tiemblan junto con
el corazón. Ellos no fueron caudillos brutales ni engendraron el desorden y la aven-
tura. Prudentes y cavilosos les interesaba antes que la pequeña gloria o el penacho
que envanece la suerte de todos. Filósofos optimistas sólo creían en la tierra y la
amaban tiernamente, en tanto que sus pensamientos iban a la organización metódica
de un grupo, de una centena, del último de la comunidad. Hombres prácticos sabían
que el hombre vive de pan antes que de nada, y sus esfuerzos fueron a resolver este
problema que no fue difícil en una tierra fecunda y prodiga como una madre. El resto,
las ideas de arte, la astronomía, la poesía, etc. fueron brotando de la dulzura de la raza
y de la magnificencia de la naturaleza. Y los que hacían poesía y arte, eran cabezas
salidas y capaces cuya natural y aventajada inclinación estaba mantenida por el Estado.
Toda la aspiración incaica, tanto por prestigio como por buen gobierno, se esfuer-
za de dar al Estado toda su potencia. En un tiempo simplista ese Estado soberano
lo constituye el Inca. Del Estado son pues, las tierras, los animales, los pastizales, el
oro, la plata, las piedras preciosas. El Inca reparte celosamente todos los productos
y garantiza la existencia económica del Imperio, administrándolo por medio de una
contabilidad rigurosa. Todo llega a su conocimiento. Sabe cuántos habitantes tiene
una comarca, cuántos nacen en un año, cuántos han fallecido. Una casta especial
de empleados le pone al corriente de los más ínfimos detalles.
El historiador no tiene mucho que contar sobre los Incas de hechos guerreros
sino de grandes actos de administración. Sus mismas conquistas no tienen otro fin
que el de esparcir el bienestar económico entre las tribus bárbaras. Sus capitanes
hacen la guerra sin la idea de la rapiña y del robo. El acto de conquista es secunda-
rio. Cuando hacen la guerra organizan y no se aprovechan del vencido. Tampoco
lo subyugan y esclavizan. Perdonan a los prisioneros y los visten a su costa. Dejan
gobernarse a los pueblos conquistados por sus antiguos capitanes pero insinúan los
métodos incaicos. Nos cuenta el historiador Luis Paz, en su historia del Alto Perú,
que cuando los Incas conquistaron a los araucanos, después de sangrientos y duros
combates, los encontraron en tal estado de miseria y de barbarie que el Inca no
pudo contenerse de llorar. Los habitantes no sabían sino contar hasta diez, vivían
desnudos y se mantenían de la caza y de la pesca. El Inca ordena inmediatamente
que se den vestidos a los prisioneros y se instruya al pueblo en la agricultura. Esta
246
“Que entienda Su Majestad Católica —dice el español Lesama, uno de los primeros con-
2
quistadores en su testamento, confesión hecha al padre de la Calancha—, que los dichos Incas los
tenían gobernados de tal manera que en todos ellos no había un ladrón, ni un hombre vicioso, ni
holgazán, ni una mujer adúltera ni mala; ni se permitía entre ellos gente de mal vivir en lo moral,
que los hombres tenían sus ocupaciones honestas y provechosas.”
“I así cuando vieron que había entre nosotros ladrones y hombres que incitaban a pecado a sus
mujeres e hijas, no tuvieron en poco y han venido a tal rotura en ofensa de Dios estos naturales por
el mal ejemplo que les hemos dado en todo que aquel extremo de no hacer cosa mal se ha convertido
en que hoy ninguna o pocas hacen buenas.”
247
con sus inventos, sus máquinas, su avaricia y su sordidez, aunque nos rehusemos a
creer vive también entre nosotros. Por otra parte la democracia aunque falsamente
interpretada nos separa del camino. Dueños de la vida republicana son en el hecho
los pequeños burgueses enemigos natos del indígena —que hicieron la revolución
libertadora siguieron afortunadamente a Bolívar. Pero para esta casta, cualquier
reforma en el sentido de nivelar las condiciones sociales y económicas del nativo
indígena sería un contrasentido. Y la verdad es que los indígenas tienen derecho a
esta reforma porque constituyen en ciertas repúblicas de América hasta el ochenta
por ciento de la población, trabajan duramente y sin embargo viven en la esclavitud
y la miseria. Por esto se imponen los remedios heroicos.
Mientras existan gobiernos de semi-ilustrados feroces que en resumen pien-
san que la libertad económica se reduce al discurso lírico y al madrigal oportuno,
demagogos teóricos y materiales, que han resuelto el problema de la república
cogiendo para sí las tajadas más suculentas, el asunto está perdido. Desde Castelli,
cuando vino con una expedición argentina, hasta hoy, se está clamando en una
forma sentimental por la igualdad y la educación del indio. El presidente Morales
se titulaba también protector de la clase indígena y otros presidentes han tenido
la ingenuidad o la mala fe de pretender mejorar su triste condición con decretos
que no se cumplen o que son imposibles por la pobreza del erario. Entonces lo
que se debe hacer es descartar el fenómeno político y abandonarlo a la burguesía
¡Qué le importa al pueblo indígena una elección plebiscitaria! La clase proletaria
debe pretender simplemente su igualdad económica. Todo lo que se haga en este
sentido es honesto y justo. El continente americano es el continente hecho para el
socialismo donde tiene que dar sus más óptimos frutos. La tierra, el ambiente, el
origen común, la falta de alcurnia y de prejuicios fatales, lo predicen. Aquí llegaron
a nuestra tierra, europeos desnudos y sin zapatos a comer nuestro pan. Deben saber
todos que el único privilegio en el nuevo mundo es la honestidad y el único crimen la
pereza; que ni los que nacen con talento pueden jactarse de este privilegio que no se
compra pero que distribuye la naturaleza para el bien y el perfeccionamiento social.
Sin embargo no es difícil liquidar prejuicios, tonterías e intereses creados, en
buena armonía. El espíritu batallador y formidable del nuevo continente no puede
cruzarse de brazos esperando tranquilamente la evolución material. El espíritu y
la conveniencia deben precipitar la era socialista sin hacerse ilusiones de que un
desarrollo de capitalismo sería antes necesario. Y aquí quiero detenerme dos mi-
248
nutos. El desarrollo del capitalismo en los nuevos estados no los conducirá sino
a entregarlos atados de manos y pies a los yanquis. Tal como progresan nuestras
sociedades, faltas de capital nacional, sin iniciativa particular, pidiendo a gritos fe-
roces capitales extranjeros como necesidades urgentes, cuando vienen esos capitales
enargollan los brazos y concluyen por destruir su soberanía. Por eso sostengo que
la revolución americana no debe esperar el florecimiento capitalista sino atrapar el
capital nacional en cada punto y procurar armónicamente el desarrollo propio al
mismo tiempo que su potencia.
El capital de América son las minas, los petróleos, los miles de brazos, la in-
teligencia puesta al servicio del Estado. Lo demás no se presta más que a tontas
leyendas de soberanía, cuando en el fondo todos los países de América, considerados
desde el punto de vista europeo no pasan de ser coloniales, sin personería política.
Que sea este lugar, ya que en este instante no existe prensa independiente en España, para
3
protestar contra la arbitraria intervención del gobierno chileno por medio de su Cónsul en Barcelona,
para impedir la circulación y difusión de mi libro “El Ingenuo Continente”. Que sea este el lugar
para protestar contra el editor Maucci, viejo judío, conocidísimo de sobra por su fácil sumisión y
su servil complacencia al contacto de las onzas de oro, editor vergonzoso, cuya fortuna la debe a la
explotación miserable de escritores pobres, esperando el momento oportuno para iniciar el juicio legal.
249
250
sin poseerla. Es decir, vida feliz de un veinte por ciento de la población a costa y
sacrificio del resto. Y debe saber el pueblo otra mentira, que cuando hablan de él
sentimentalizan y hasta mezclan el nombre de patria. Yo le decía a un amigo esta
verdad incontestable ¿Cómo es posible hablar de una patria grande con el noventa
por ciento de la población analfabeta y sin propiedad? Porque para que el patriota
sentimentalice es preciso que su tierra propia le recuerde ternezas, le nutra y le dé
abundancia a él y a su familia. Hablar de patria sin poseer un metro de terreno,
ignorante sometido al patrón y al cura, es como poetizar delante de una vitrina
viendo un lindo vestido sin tener lo medios de comprarlo, desear una mujer que se
ama y no poseerla o soñar que se come suculentas viandas.
Estos odios regionales y exclusivistas han formado núcleos que se combaten, se
odian y se desafían sin causa fundamental y disculpable. Chile injustamente se arbitra
toda la costa del Pacífico sin dar una salida al mar a Bolivia, combate la justicia del
Perú y desafía la honestidad de toda la América. La política incolora mediocre de la
Argentina, que, en cierta medida es responsable de la situación del pacífico por no
haber sabido intervenir a tiempo, y que se mantiene aún hoy en expectativa, debe
ser modificada por los espíritu nuevos. ¿Qué sería en efecto de esta nación, dónde
siempre han brotado tendencias generosas sino se convierte al socialismo? Tal como
vive la Argentina, —y aunque nos duela decirlo—, no da sino la impresión penosa
de una enorme república territorial, sin forma y sin color definidos, sin pretensiones
políticas y que sólo se concreta a exportar miles y miles de toneladas de trigo por
cuenta y riesgo de casas extranjeras —como la casa Dreyfus, cuyo nombre tiene
un olorcillo hebreo— mientras que sus vecinos le tiran el rabo y su diplomacia
compadrita se divierte. No, de ninguna manera. La Argentina por su situación
geográfica, su importancia en la América, su futuro, está llamada a jugar un rol de
primera clase al frente mismo del Chile militarista que no aceptará hasta el último
trance ningún movimiento hacia un socialismo integral. Y es contra este país donde
infortunadamente dominan los conservadores, ya sea con máscara o sin ella, que la
América debe estar prevenida y aliarse en defensa común. Si Chile no existiera en
Sudamérica, habría paz y mil veces el gran ideal de unión americana podía ser una
realidad. Pero las pretensiones chilenas, su ridículo prusianismo en la vaina de una
espada vieja y una tierra pobre, su misma insignificancia y que nunca los políticos
conservadores han tenido el talento de comprender, su mediocracia manifiesta, tanto
en sus hombres públicos como en sus capitanes, que siempre han vivido ausentes
251
Organización social
Una gran comunidad organizada, es el gran sueño de los nuevos hombres de hoy.
Una comunidad donde el hombre de la mano al hombre en amplio gesto leal,
donde todo el mundo se hable fraternalmente y sin doblez, donde los asociados se
abastezca y trabajen sin ser tributarios de Europa o de EEUU.
Este ensayo se puede y es preciso hacer en Bolivia. Ninguna nación en América
es tan vigorosa, tan repleta de riquezas y tiene un pasado comunista como ella. Y
no perderá nada la experiencia en volver a la vida antigua y feliz que fue desviada
por la conquista. Muchos siglos antes, estas provincias fueron administradas por los
Incas con el mejor de los éxitos. El Collasuyo resultó magnífico para sus planes y
triunfó hace siglos la idea y la realización comunista en América. Se hicieron todas
las pruebas, se organizó el pueblo en familias, en centurias y grandes comunidades
Una sensacional noticia trae la prensa de estos días haciéndonos saber que los obreros del norte
4
de Chile, han sido fusilados en masa, al pretender apropiarse de las minas de salitre. Agrega el cable,
que 500 trabajadores más o menos, cayeron en el combate, y siete profesores de ideas comunistas
fuero destituidos. Este acontecimiento que inicia la revolución social americana en el pacífico, no
hace sino granjearme con el pueblo chileno, el cual comienza a comprender su verdadero rol. En
Chile hay pues dos mentalidades y dos pueblos que todo el mundo o debe ignorar: el chileno con-
servador, gregario y enemigo de América, y el pueblo obrero que desea la fraternidad americana.
252
agrícolas bajo el ojo vigilante del eje central. El pueblo así organizado nunca
protestó del régimen al que estaba sometido, al contrario, los adeptos crecían, y el
comunismo previsor daba sus más óptimos frutos. Los pequeños y grandes deta-
lles, la vida de familia, la confraternidad, los viajes, las posadas para los viajeros,
los templos al sol, el arte y la ciencia, todo estaba previsto y regulado. Siguiendo a
Mr. Rouma en su loable folleto L’Empire des Incas et son communisme autocratique,
esto para satisfacer a los liberales belgas, además de que a M. Rouma, casado con
mujer rica y rentista, le es un poco peligroso usar del elogio desmesurado a los
Incas, naturalmente sin poner sus reparos sobre el sistema comunista. Por eso el
subtítulo es significativo. Ya sabe el lector de qué se trata. Un comunismo perfecto
pero autocrático. De todas maneras el buen entendedor comprenderá, cuando
Mr. Rouma, satisfaciendo su sed de erudito, llega a escribir este párrafo: “No se
puede negar que una administración que llega a suprimir radicalmente la miseria
y el hambre, que reduce los crimines y delitos a un mínimum que ninguna nación
civilizada moderna jamás ha alcanzado, que hace reinar el orden y la seguridad,
que asegura una justicia imparcial, que ignora la existencia del parasitismo so-
cial de perezosos, de malos ricos, de especuladores, etc. constituye un fenómeno
único en el mundo y merece nuestra más completa admiración.”5 Después de
dicho esto y obedeciendo a su naturaleza petite bourgeoise, muy entusiasta por los
principios liberales y los privilegios, —liberal de chalet y de ateneo— añade,
que, sin embargo, esta bella civilización era igual a un mecanismo movido por
un eje central donde no existía el individuo ni la libertad. ¡Cuántas naciones
que viven en el desorden y la anarquía no desearían estar movidas por un solo
mecanismo central que vigila, organiza y da la felicidad! ¿El enorme Imperio
Británico cuya organización manifiesta y seriedad nunca desmentida, no es acaso
un gran mecanismo moderno? ¿El pueblo alemán disciplinado no ha pretendido
conquistar el mundo? ¿Los romanos no constituyen un gran pedazo de historia?
Dejemos la libertad a las naciones débiles, desorganizadas y que están carcomidas
por una filosofía infeliz.
Los quichuas, grandes estadistas, comprendían que este mecanismo riguroso
de estado era precisamente lo que les garantizaba la abundancia y la paz, pues sin
5
L’Empire des Incas, pag. 67.
253
este orden en su vida y esa prudencia en sus actos, hubieran regresado a la fuente
primitiva donde el crimen y la miseria eran cosas frecuentes.6
La libertad en el hecho y en la práctica era mejor comprendida que hoy. El
quichua después de cumplir sus obligaciones, -un travail pas trop pénible —agrega
Mr. Rouma— podía reposar o distraer su espíritu. Tenía eternamente el campo
verde y jocundo y por cualquier parte que fuese siempre había una puerta abierta
y una mano amiga y fraternal. La actual civilización con todas sus máquinas y sus
inventos, no nos ha traído por una parte, que la comodidad a muy caro precio, y
por otra, el hombre lobo, el lobo de la finanza y de la industria, que tiene una sed
de vileza y de negrería insaciable. Este hombre singular, que por el derecho, la
civilización y la justicia, hace guerras feroces y se mata entre sí. Que en homenaje
a la libertad asesina razas indefensas y se reparte los yacimientos de petróleo y las
minas; que ha dividido la sociedad actual en dos clases definidas que se odian.
¡Famosa civilización de occidente! Yo he recorrido todos los estados de Europa y
he vivido varios años en uno de los países más industrializados, en la Gran Bretaña,
y he visto por mis propios ojos, largas filas de obreros vestidos de harapos, algunos
sin zapatos, negros por el carbón, agotados por el trabajo, bajo una tienda de lona
y mantenidos apenas con un pedazo de pan y una taza de té. En este país potente,
he visto cómo los obreros viven ocho en una pieza, sin condiciones de higiene, sin
ropa de cama, sin fuego en el invierno, en la más astrosa miseria. Y otras cosas
peores he presenciado en este país industrial de lores y esclavos.7
Querer derrumbar el comunismo incaico con el argumento que pretenden infa-
lible los liberales o los demócratas millonarios, es no comprender lo que significa la
fraternidad cuando se la practica de corazón y se le da toda su realidad y su valor.
Cuando llegó el libertador a la raya del Alto-Perú, el cacique Choquehuanka le dirigió este
6
discurso en lengua aimara «Quiso Dios de salvajes formar un gran Imperio y creó Manco Capac;
pecó su raza y mandó Pizarro. Después de tres siglos de expiación ha tenido piedad y os ha creado a
vos. Sóis pues el hombre de un designio providencial. (Markhan-Historia del Peril). Por lo menos
Choquehuanka estuvo más discreto y menos servil que Serrano y Olañeta, los doctores de la nueva
república que se iba a fundar.
7
El “Daily Express” envió hace varios meses un corresponsal suyo a Glasgow para que le in-
formase de las terribles condiciones en las que viven los obreros escoceses. El periodista ha escrito
páginas amargas y trágicas, llamando con razón a Glasgow el “cáncer del Imperio Británico”.
254
255
256
lance un “manifiesto de reconciliación nacional”, que los que se reconcilian son los
políticos y de víctima hace el pueblo. Ni seguir al imprescindible general después
de un golpe de estado. Todos los sistemas se han ensayado ya en el país y hemos
tenido más de media docena de constituciones a cual más brillantes. Y el mal está
en pie, la intranquilidad y el motín, divisan siempre por encima de nuestras cabezas
al mismo tiempo que la miseria, lo cual es absurdo en un país rico. Y el caso no es
éste, de cambiar de constituciones ni de sancionar leyes amplias para el bien del
país, ni de inundar de decretos que no se cumplen. Es preciso decirlo con entera
franqueza ya que ha llegado el instante. Aunque suba al poder el mejor hombre, el
más laborioso, el más honesto, la situación del país no se arreglará en un ápice. El
mismo Cristo político, subiendo a la presidencia, para gobernar Bolivia, tendría
que decretar sitios perpetuos y rodearse de una trahilla de esbirros. Pero Cristo
empecinado en enseñar la bondad y la pureza por medios pacíficos renunciaría
el cargo a los tres segundos. Por bueno y confiado el mariscal Sucre, recibió una
descarga de sus propios soldados colombianos; a pesar de su astucia fue engañado
el general Santa Cruz, por peruanos, chilenos y alto peruanos, y el dictador Linares
una mañana despertó sin la presidencia por la traición del argentino Fernández,
su ministro. Pero hay gente de buena fe, ignorante de la evolución económica, que
piensa cándidamente que las cosas se arreglan nada más que con hacer una elección
de hombres honestos. Y muy honestos fueron el anciano Frías, el mismo Arce, el
general Campero que llegaba algunas veces por pundonor a la ingenuidad, y sin
embargo tuvieron que sofocar una cincuentena de cuartelazos y el pueblo vivió
como siempre pobre y pisando sus riquezas. Estos hombres pese a su honradez
y a su talento no pudieron remediar la situación y vivieron eternamente en una
brasa de fuego. Y es que, burgueses como eran, no podían concebir que la refor-
ma económica era el primer paso a dar. Viviéndose dentro de un ambiente político
miserable, sin ninguna aspiración global ni superior, era inútil pensar en organizar
económicamente el país, dotar a los habitantes de tierras propias y apuntar las miras
del Estado hacia las minas. Ninguno de ellos, ni uno solo, aplicó a la república
un vasto plan económico ni trató de resolver las miserias ambientes con trabajos
prácticos. Manco-Capac cuando apareció en el Cuzco buscando una nueva tierra
para fundar su famoso Imperio, no se libró a especulaciones recreativas ni se fijó
de que parte se encontraba la libertad; él con mano vigorosa y convicción de águila
señaló a los habitantes la tierra y al Estado le impuso una gran moral.
257
La producción de estaño, dice el informe oficial del Director de Aduanas, señor Pedro Da-
8
lence, constituye el 72% de la exportación boliviana en 1913 y agrega: que la mayor exportación
corresponde al señor Patiño. En dicho año la exportación fue de 93 millones 721.593.49. Hay que
advertir que de 1913 a 1923 ha subido a 163 millones 283.365. Vale decir que casi se ha doblado,
correspondiendo siempre al estaño la mayor explotación. ¡Calcúlense las ganancias!
258
259
Un país que tiene recursos de toda clase, cuyo suelo produce todo lo que la natu-
raleza pródiga ha puesto en los tres reinos; un país que se puede abastecer por sí
mismo y que no necesita ni de un clavo de Europa, y que sin embargo lo recibe
todo, que ni aún el lienzo para camisas se fábrica, ni las armas para defenderse, es
un país inferior, perezoso o ignorante. Y por tanto Bolivia, no está en ninguno de
estos casos. El pueblo boliviano en sus clases populares, en su elemento indígena,
es eminentemente trabajador. El indio se levanta con el sol y siembra su campo o
apasenta sus ganados, mientras su mujer incansablemente teje y cocina en compañía
de sus hijos. El indio no necesita de la civilización occidental en un ápice y podría
vivir ignorándola unos cuantos siglos más. Se basta y sobra a sí mismo. Con sus
manos se proporciona el alimento y se viste. Pero no solamente esto, si no que viste
al patrón y le da sustento, en tanto que él se bate en motines o emprende cruzadas
de derecho o fabrica cuartetas con gran satisfacción de la sociedad.
El pasado es interesante. Se descubrió la América y detrás llegaron los conquis-
tadores. Se fundaron ciudades y se las repletó “a la española” —de funcionarios,
gente de corte y de cogulla, y se tuvo el descuido de no instalar en ningún sitio talle-
res, siendo el título de artesano estimado como deshonroso y para gentes innobles.
260
261
262
único grupo salen los políticos afortunados que dominan el país gozan a sus anchas.
Huelga decir que todo partido político nacionalista que combata a los yanquis está
destinado en la práctica al fracaso.
Otro caso sui generis es el enriquecimiento artificial de la Argentina con capital
extranjero. En este país, “gaucho argentino” es sinónimo de mendicante. El nati-
vo sin ilustración, generoso y confiado, hace tiempo que ha sido engullido por el
capitalismo rapaz e insaciable. De su condición romántica y halagadora de gaucho
altivo y dueño de su caballo, ha tenido que someterse a la ley férrea del progreso...
que autoriza el despojo del infeliz para dar paso al civilizado “compadrito”...
No hay que hacerse ilusiones. Lo único que existe en este tiempo es el capital en
sus diferentes manifestaciones. Las guerras, los embustes, el derecho, la civilización,
la justicia. etc. los grandes fraudes con manto de púrpura se hacen a base de pueblos
retardados y ricos, que no conocen su riqueza si no el día que son despojados o
aplastados por el capital, Más terrible que ejércitos victoriosos —porque conquista
y aprieta 1a cintura sin ruido y pacíficamente—, más terrible que todas las calami-
dades. Manuel Ugarte, valeroso escritor argentino que ha tornado el apostolado
de América con tanto desprendimiento como nobleza, explica a las mil maravillas,
las devastaciones del capital en su magnifico libro El Destino de un Continente.
Para que la Argentina pueda llamarse independiente y soberana tienen que pasar
antes tres y más generaciones que críen afecto al suelo y a sus intereses. Cuando la
Argentina se convierta al socialismo y organice su producción agrícola en beneficio
de todos sus ciudadanos, entonces podráse hablar de la Argentina rica. Mientras
tanto es paradójico. ¿Cómo es posible que en la tierra del trigo falte pan a los propios
argentinos? ¿Por qué la carne que se exporta sea un artículo del cual muchas familias
carecen? ¿Cómo es esto? Yo he visto por mis propios ojos cosas estupendas que sólo
pasan en el continente ingenuo. Hace varios años corrían las locomotoras quemando
el maíz y porque la fruta no bajase de precio se echaban al río barcas cargadas de
naranjas que venían del Paraguay. Pero la gente rica sonríe. Los descendientes de
ingleses y americanos enriquecidos cantan el himno nacional. ¡Gran tierra, salud!
En el fondo la Argentina pertenece a la finanza internacional. No se mueve un
negocio sin consultar a Europa o a los EEUU. Los directorios están en París, en
Berlín, Londres, Nueva York. De allí vienen las órdenes o son sugeridas y es pre-
ciso guardar buenas relaciones. Por esto su papel incoloro en política internacional.
En fin, la riqueza de la Argentina es inagotable porque es agrícola. Siempre habrá
263
tiempo en esta república para organizar y arreglar cuentas. Pero en repúblicas que
cuentan solamente con sus minas, que dependen de lo fortuito y del azar, es peligroso
entregarse en brazos del capital. El ejemplo patente del caucho en el Noroeste de
Bolivia, de las quinas, nos da la razón. Mientras hubo explotación allí, el capital no
se movió. Se hicieron rápidas fortunas y se derrochó largamente. Y cuando vino la
baja de la goma, aún no estaba construida ni una sola ciudad, ni siquiera un camino
ni una escuela ni un mísero museo. La riqueza fantástica paso volando como en un
cuento del oriente. Otra vez esas tierras vírgenes están repletas de enfermedades. La
obra civilizadora se redujo a esto: a llenar la bolsa de cuatro magnates que después
de hacer fortuna se retiraron a gozar de su dinero a Europa. El Estado no ganó un
dedo. Los ejemplos podrían multiplicarse. Exactamente pasó con la riqueza de las
quinas y esto mismo pasará, con los petróleos y las minas. Aún podríamos añadir
una conclusión dolorosa a todo esto y es que, las dos guerras con Chile y con el
Brasil, han tenido su causa fundamental económica que nadie desconoce, en las
riquezas del salitre y de la goma, y que salimos a defenderlas en el último trance
cuando todo ya estaba conquistado por el extranjero.
Y es que estas riquezas volantes y cuantiosas no debe confiar el Estado a nadie,
que cuando otorga concesiones no hace sino estafar a la colectividad y destruir el
porvenir económico del país. Enajena a título gratuito fortunas volantes que por
esencia pertenecen a todos los habitantes y no a muy pocos escogidos. Los hombres
previsores de otros países y celosos de sus intereses no hacen concesiones de este
género de riqueza a capitales extranjeros sin ningún compromiso. Les marcan
un límite o les impiden su acceso. En el Japón esta prohibido que un extranjero
adquiera propiedad raíz lo mismo que en Haití. En la Gran Bretaña nunca se ha
visto el caso de que las minas de carbón pertenezcan a extranjeros. Más pruden-
temente han procedido los colombianos con sus minas de esmeraldas haciéndolas
propiedad nacional y administrándolas directamente. Algo más. En estos últimos
tiempos, la idea de nacionalizar las minas, los ferrocarriles, los petróleos, se esta
haciendo una necesidad imperativa como un medio de garantizar la villa proletaria
y establecer una balanza de justicia. En Inglaterra, nadie duda de que el futuro
sea la nacionalización de las minas. En Turquía, Kemal es partidario decidido de
esto. En México, se lucha ardientemente. En Rusia, la gran república socialista,
es una realidad.
264
9
Los que husmean la casa del señor Patiño y están bien informados hacen circular tendencio-
sas noticias que en todo caso es del interés del señor Patiño desvanecerlas. Según estas noticias, el
multimillonario, por “consejo de sus abogados”, habría hecho una venta parcial o general de sus
minas a una institución yanqui, o en otros términos, habría depositado todos sus derechos en dicha
institución financiera, de tal manera que, si alguna vez el gobierno boliviano quisiera intentar apro-
piarse de sus minas, se presenten los yanquis como reclamantes a título de depositarios. Es preciso
estar advertidos de esta maniobra y señalar que el propietario legal de hecho es el Estado, quien
puede estar de acuerdo con la venta o rechazarla por comprometer sus intereses. Pero si es verdad
la noticia del depósito, el pueblo boliviano no debe ignorar que un compatriota suyo lo entrega
amarrado del cuello a los yanquis. Ya pueden venir las intervenciones y complicaciones, y el señor
Patiño y sus abogados, frotarse las manos en París.
265
Un poco de economía
En Bolivia no se puede hablar sino con cierto misterio de dos cosas: de la filosofía
que es la materia más difícil del programa universitario porque se enseña a mucha-
chos inexpertos de catorce años y de la finanza política que sólo esté reservada a
ciertos magos que se aprovechan a sus anchas para engañar a los ingenuos y sacar
provecho de sus conocimientos absolutos. Basta es un camino de éxito volverse
de la noche a la mañana, por arte de encanto, “financista”, y aspirar la cartera de
hacienda, secretaría de estado la más difícil a elegir, y que, en resumidas cuentas, no
se sabe a quién confiarla, porque en el ambiente sólo hay genios políticos de fogoso
verbo y doncellas tímidas. El caso no tiene remedio y es preciso llamar a los magos
para que resuelvan la felicidad del país. Se instalan en los ministerios y a pesar de
la varita mágica que poseen, la nación permanece lo mismo. Naturalmente grandes
discursos y muchas promesas. Después de algún tiempo, el pueblo no ve otra cosa
que la continuación de la infelicidad pública y la prosperidad de los magos, que
esto último es una condición sine qua non del invento de ser “financista”. Claro que
no me refiero a los grandes ricos, que son “financistas” de hecho y de derecho,
consagrados por la opinión.
No quiero pues que el lector me considere ni “financista” ni mago, excepcionales
cualidades que no tengo, pues lo único que hago con este pequeño trabajo es someter
a su reflexión la reivindicación económica como un razonamiento que esté al alcance
de todos los hombres honrados. Cuando me refiero al estado económico del país,
hablo con datos tomados de documentos oficiales y esto no ha sido sino un trabajo
mecánico que requiere un poco de buena voluntad y de paciencia. Sólo que al final he
terminado por encantarme. He buscado en vano el misterio en el cual se escudan los
“financistas” y encuentro una claridad y una sencillez meridianas. La buena finanza
del país se reduce a esto: a darse cuenta de lo que se tiene entre manos, a administrar
honestamente las rentas nacionales y a procurar aumentarlas. Este aumento no lo
veo en otra parte por el instante, que en la nacionalización de las minas.
Presupuesto
El estado económico del país según la memoria del ministerio de hacienda, pre-
sentada al Congreso de 1924 es el siguiente:
266
Deuda pública
267
Comercio internacional
Como todos los altos, la producción boliviana va en aumento. En 1917, por ejem-
plo, exportamos 27.777.780 kg. de estaño y hoy día se llega al promedio de 50 mil
toneladas. El principal producto de nuestra exportación lo constituye el estaño,
como todos lo saben, sin que por esto dejemos de exportar grandes cantidades de
plata, antimonio, cobre, plomo y una buena porción de oro.
Pero lo que salta a primera vista en nuestro comercio internacional, es que nues-
tra exportación guarde una desproporción enorme con nuestra importación. En
otros términos, que esta desproporción se convierta en desequilibrio escandaloso
sin beneficio para el país ni para el Estado.
Para dar una idea de los cientos de millones que seguramente no han vuelto al
país, transcribimos continuación un cuadro oficial de las importaciones, exporta-
ciones y las diferencias que han quedado en el extranjero:
268
(*) Este año, 1921, constituye una excepción, apareciendo la diferencia de importación, mayor
que la de exportación. La suma total de diferencias que se ve, en el cuadro, se ha hecho sin contar
este año.
269
La memoria continúa:
Uno de los minerales que año por año va tomando proporciones de consideración
es el plomo. Desde 1914 hasta 1923 su exportación ha llegado a 43.880 toneladas
270
con el valor comercial de Bs. 1.1.966.442. Vale decir 4.388 toneladas por año y más
de Bs. 1.100.000 de valor.
Su extracción ha sido libre. (Sic) Es decir que cuando no existe alguna ley que
grave su exportación se la hace por toneladas, con beneficio neto. El Estado debe
festejar que su exportación vaya de año en año creciendo, de esta manera el país se
convertirá en una disimulada colonia industrial de una docena de industriales o ya
se ha convertido. El Estado en este caso no juega sino el papel nada decoroso de
perro flaco a quien le está encomendado hacer el guardián por una pitanza que se le
tira de mala gana o simplemente como en el caso del plomo, nada. ¡Apoyemos una
vez más las magnificas leyes liberales que nos obligan a regalar nuestros productos
en obsequio de la civilización!
Continúa la memoria:
Bancos
Los cuatro Bancos que existen en el país tienen los siguientes capitales: Banco de
la Nación 22.000.000 de bolivianos. Ya se sabe que el Estado es su principal accio-
nista, pues de las 174.000 acciones en que se encuentra dividido, posee 114.738. El
10
No me privo de transcribir lo que encuentro en el folleto del Sr. René Gutiérrez, profesor de
finanzas: “Si estudiamos las utilidades liquidas declaradas de las empresas mineras y los impuestos
erogados en 1919, llegamos a observar casos de pago increíblemente injustos y hasta disparatados. Ya
vimos que la cuota del impuesto, según la ley de 1919 era uniforme del 8%; pues bien: la Compañía
Llallagua pagó en ese año el 3% de su utilidad liquida; la casa Soux no abone absolutamente nada
sobre su utilidad líquida que sube a más de medio millón de bolivianos; el Sr. Patiño erogó el 4%; los
Srs. Penny Duncan el 3%; la Compañía Huanchaca cerca del 7%. Ciertamente que esta diversidad
en las cuotas no era justa ni razonable, encontrándose en desacuerdo con el espíritu mismo de la ley
que prescribía gravar con una tasa uniforme (la del 8%) las utilidades líquidas. Y añade, lamentando
la situación “¿Es concebible que una empresa minera (la Corocoro do Bolivia) después de obtener
un beneficio liquido de Bs. 471.079 abone al Cisco la suma de Bs. 37.423.63, cuando la casa Soux
cuya ganancia fue de Bs. 509.645 08 no contribuye con un solo centavo al erario nacional?”.
271
El deseo de progreso
11
Memoria del Ministro de hacienda Sr. Víctor Navajas al Congreso 1924.
272
treinta millones y una deuda de 139. ¡Qué se resuelva el caso con milagros! Pero
la realidad no nos ofrece que los números, las cifras hablan, acogotan, no le dejan
pensar. Se enredan a los pies. Y si añadimos a esto que no tenemos aún rieles pro-
pios, ni caminos suficientes para iniciar el comercio de los productos bolivianos,
venimos a la evidencia dolorosa de comprobar que la manteca de Nueva York hace
competencia con ventaja a la manteca del país, pues mientras nuestra manteca viene
en veinte días de provincial, a Sucre y Potosí, la manteca de Nueva York llega a
Bolivia en 14 días. Tenemos bosques y aun nos vienen maderas de Chile y de los
países escandinavos. (Decididamente Chile, ha resuelto inundarnos con sus produc-
tos al amparo de leyes protectoras magníficas). Pero no solamente Chile; el arroz
nos viene por toneladas de Italia. Del Perú, recibimos alcohol, azúcar, harinas. Y
sin embargo tenemos estos mismos productos en el país y el honor nacional sigue
sosteniendo que el azúcar de Santa Cruz es la mejor del mundo, que el café de
Yungas es el más famoso de los cafés. ¿Pero dónde están esos productos? ¿En qué
mercado se expenden? Y la verdad es que tenemos estos artículos famosos y otros
más pero ¡ay! no los cultivamos ni los explotamos o la distancia se concreta: a que
los conozcamos de nombre.12 Entonces, ¿de qué sirve que la naturaleza nos haya
12
No dejan de impresionar los conceptos emitidos por el periodista Jaime Molins en una en-
trevista de La Razón de Buenos Aires, cuando habla de la situación mediterránea de Bolivia y de su
penuria industrial, y que él la resuelve de buena fe por cierto, incitando a la expansión económica
argentina. El remedio no puede ser más brillante, pero debe recordar el Sr. Molins, que las famosas
conservas, los artefactos eléctricos, los sombreros, la ferretería, le vienen a la Argentina, fabricados
de Europa, o por lo menos la materia prima. Por otra parte, en Argentina como país industrial y
manufacturero, no puede proclamar su independencia económica. Transcribo lo que dice Molins
y comprendo perfectamente su intención: “La carestía de la vida en Bolivia es un fenómeno propio
de su mediterraneidad. Sin puertos, entregada en sus rutas hacia el mar, al arbitrio de empresas
ferroviarias que son verdaderos tentáculos; alejada por la distancia de su oriente maravilloso hasta
donde no ha llegado aún la conquista del riel, Bolivia es un país de importación, avituallado y
conquistado comercialmente por el extraño.” “Las harinas para su consumo las recibe de Chile, de
Estados Unidos o del Brasil; sus azúcares del Perú, de Cuba y hasta de Colombia; su tejidos, sus
maquinarias, sus artículos manufacturados, de Estados Unidos, de Inglaterra, de Italia, de Alemania,
de Francia. País que por su condición minera consume en forma considerable carnes preparadas, no
recibe de nuestros frigoríficos una sola lata de conservas.” “Mientras los Estados Unidos importan
al rededor de seis millones de pesos por concepto de tejidos generales y casimires, Gran Bretaña
por cuatro millones, Italia, Bélgica y Alemania por uno, la República Argentina apenas alcanza a
273
El Estado material
Los ingenuos, aquellos que el cerro pardo de la provincia, no les deja ver toda la
verdad, los que nunca han traspasado la cumbre para ver la realidad o el propio
interés, los que toda la vida sueñan despiertos o simplemente, ignoran los terribles
complots que teje el capital a diario, piensan que la soberanía del Estado reside
en el grito tumultuoso o la frase hueca parlamentaria o en el artículo desbordante
de necedad y aturdimiento. A un paso, el iluso que franquea la frontera patria,
se rompe la cabeza. Más allá de las fronteras indecisas que tiene Bolivia ya no se
habla de ella con respeto porque simplemente es pobre, porque no tiene camino,
porque su gente vivo iletrada, porque sus servicios administrativos se encuentran
400.000 pesos bolivianos comprendiendo toda la gama de tejeduría. Chile solamente durante el
año 1922 (que es el último año de la estadística revisada y estampada) ha puesto en Bolivia harinas
por valor de 3.500.000 pesos bolivianos, mientras la República Argentina se ha significado con un
valor por igual producto no mayor de 350.000 pesos de la misma moneda”, etc, etc.
274
mal atendidos, y en fin, porque su infeliz presupuesto no le permite llenar las mas
elementales necesidades. ¿Qué se puede hacer en efecto con 30 millones de presu-
puesto en un país cuatro veces más grande que Francia? Un Estado que necesita
de fábricas, de rieles, de intercambio, cuyo objetivo principal es la instrucción del
país y su desarrollo agrícola, esté obligado a proveerse de un enorme capital inicial
propio que le proporcione seguras ganancias y que le dé una fortaleza tal que su
soberanía no sea discutida ni moral ni materialmente. El Estado es material por
esencia. Construir un Estado a base de discursos y proclamas, vuelvo a decir, es
“arar en el océano” según Bolívar y pretender andar con los pies descalzos en el
mar. Hoy día los ojos atónitos del pueblo, no se prestan para esta clase de milagros.
El remedio
Hay que volver a repetir aunque aburramos al lector. Y que se aburra, que esto no
son majaderías. Hay que repetir que el único camino que nos queda es recurrir a
remedios heroicos. Por un lado tenemos este cuadro: si aumentamos los impuestos
de importación y que según la memoria de hacienda dan el 50% de las entradas, no
haremos otra cosa que elevar el artículo extranjero a precios imposibles, sin tener
aún fabricas nacionales. Elevarlo sería hacerlo incomprable e ir directamente contra
las clases pobres que constituye la mayoría. Gravar los impuestos de exportación
tal como se procede hoy día, sería un remedio efímero y vacilante que en el mejor
de los casos no nos daría más de una docena de millones. Gravar la agricultura, un
contrasentido, puesto que los artículos de consumo no se exportan. Buscar otros
impuestos me parece dudoso, dada nuestra escasa economía y nuestro incipiente
desarrollo. El remedio está al frente y es el inicio que nos llevará a la grandeza y a
la potencia: la explotación de las minas por cuenta del Estado.
275
276
277
Capital nacional
Nuestro capital presente son las minas que actualmente nos dan una exportación
de miles de ciento sesenta millones de pesos en la hora presente, exportación que
será diez veces mayor cuando trabajemos todos los yacimientos mineros y se es-
tablezcan nuevas vías. La riqueza está pues en nuestras manos y no necesitamos
sino consagrarnos al trabajo y organizar nuestras fuerzas activas. El problema se
resuelve así: todo el rendimiento al Estado, distribución de la economía nacional
siguiendo un plan científico:
1. Caminos;
2. Instrucción técnica;
3. Desarrollo de la agricultura;
4. Población por todos los medios, y colonias.
Ya veremos cómo se puede obtener el más completo éxito siguiendo cada uno
de estos puntos. Lo principal es tener fe en la obra futura y poner toda la voluntad
e inteligencia al servicio de ella. Es de todo punto indispensable ligar el norte con
el sur, el este y oeste bolivianos, por caminos prácticos que consulten la economía y
278
no el interés político. Es preferible comenzar por hacer buenas carreteras que son
fáciles y menos costosas que los caminos de hierro, los cuales vendrán a su tiempo.
Pero como nuestro país es montañoso y poco accesible, es de mayor utilidad grandes
carreteras ramificadas donde puedan penetrar toda clase de vehículos y transpor-
tar los diferentes productos. Así el norte que carece de riqueza agrícola, puede
surtirse del sur y del oriente boliviano. El intercambio continuo, la fraternización
de la gente que no se conoce aún bien y tiene cándidos prejuicios de provincia, irá
matando acerbas rivalidades, mezquinos egoísmos e imbéciles prerrogativas de
campanario. Todo reposará en la mutua cooperación económica y personal. Abiertas
las grandes rutas y que tienen que reunirse en un eje central, es fácil pensar —y
cuando la abundancia sea un hecho—, reemplazarlas por ferrocarriles eléctricos,
aprovechando las innumerables caídas de agua que actualmente se las ve sin ningún
valor. Lo principal, es construir caminos que unan las capitales de departamento
con las provincias y que los productos de la campaña puedan trasladarse a las
minas y allí donde hacen falta. Por lo pronto, cada departamento, podrá comenzar
modestamente a estrechar sus organismos aún los más diminutos y organizar su
población en grupos. Cuando se haya resuelto la cuestión de caminos —que es la
más importante y la que dará vitalidad a la obra socialista— se debe pensar en im-
plantar la gran industria, aprovechando de las condiciones y ventajas de cada zona.
La instrucción, tiene que acompañar todas estas empresas en la medida de lo
posible, y tenemos que inventar un nuevo método originalísimo que se acomode a
nuestra psicología y al carácter del nativo. Nada de escuelas teóricas. La república
no necesita de gente culta a la burguesa. Es preciso fundar “escuelas talleres” y
formar obreros. Valerse del cine, del teatro, de la lectura, en fin de todos los medios.
El maestro debe cultivar la tierra, seguir el arado, comer con sus discípulos, amarlos
como verdaderos hijos y enseñarles todo lo que pueda ser útil y aprovechable en
la vida. El objeto, es educar técnicamente a la juventud, y combatir el parasitismo
vergonzoso de las profesiones liberales. He aquí la base del nuevo método. Guerra
sin cuartel a las universidades dogmáticas y absurdas, que hasta este instante sólo
han producido doctores revolucionarios, sacerdotes explotadores, literatos de todo
color y doncellas en eterna búsqueda del novio.
Abordados estos puntos con audacia y nada hay que temer. Los renovadores
están al frente de un pueblo, construyendo los andamiajes de su felicidad futura y
no divagando en un ateneo. Es la realidad la que tenemos en las manos y es preciso
279
13
Montaigne Cap. iii del libro a “Ensayos”.
280
seguro de las generaciones futuras. En diez años a lo más, es posible calcular que los
caminos de oriente queden concluidos. Es decir, la gran ruta que vaya del altiplano
hasta el Beni. Y otra, que una Cochabamba con Santa Cruz, y de allí se ramifique
hacia el este; esta importante ciudad de Santa Cruz que ha sido tan bellamente
predestinada por Humboldt y de la que dice Ciro Bayo con mucha razón “langui-
dece y se siente pobre como Midas entre sus tesoros.” Y añade a renglón seguido:
“tierras sin caminos son como un cuerpo humano sin arterias: una estatua de barro.”
Los republicanos ineptos desde hace cien años, sólo se dedicaron a repletar sus
cerebros infantiles de ideas libertarias y multiplicar informes cuerpos de univer-
sidades teóricas, porque se tenía ansia de togados pero no de progreso industrial
ni científico.
Tienen que volver a crearse las grandes comunidades de Chiquitos y Mojos,
pero con estructura moderna, sin permitir de nuevo el experimento católico que no
hizo otra cosa que formar entidades productivas sin provecho, “El indio dirigido
por los curas, no aprende otra cosa que a rezar como un loro unas oraciones que
no entiende y sus conocimientos industriales han quedado los mismos que cuando
la expulsión de los jesuitas, porque estos últimos no entendieron que la levadura
de la civilización estuviese reducida a la enseñanza de catecismo sino que junto con él
ponían en las manos de los indios, el arado y la cuna, la sierra y el escoplo, el telar
y el huso y después de los oficios religiosos se ponían a trabajar entre sus neófitos.”
—volviendo a citar a Ciro Bayo, escritor que recorrió a caballo todas estas regiones.
Pero no solamente las rutas hasta el último confín del Beni tienen que exten-
derse sino también las que vayan de Santa Cruz a Puerto Suárez y de Tarija a la
frontera paraguaya. Hay que destinar los esfuerzos de la clase trabajadora a hacer
comprender esta verdad, que sin caminos somos una entidad paralítica que no po-
demos siquiera mirar por encima de nuestras colinas. La prosperidad y la potencia
nos tienen que venir por los cuatro puntos cardinales, pero en auto, en locomotora,
en avión, no a pie.
Sin estas grandes arterias que recorran el territorio, organizadas y con especiales
alojamientos y comodidades para los viajeros, no podemos dominar la economía y
la soberanía de nuestra inmensa república. Y si no podemos, es preciso renunciar
a poseer una extensión considerable, superior a nuestras esfuerzos y a nuestra vi-
gilancia. Pero no habrá un solo boliviano que no acuda al trabajo y que no piense
en la grandeza de su obra.
281
Estás vías hacia el oriente boliviano, tienen igualmente otro objetivo, y es que, a
medida que ingresemos hacia las partes ignoradas, encontraremos nuevos campos y
tierras vírgenes que guardan tesoros de toda especie, en los cuales tienen que fun-
darse, tal como en Chiquitos, ciudades donde vayan a descansar y buscar el reposo
los mineros; ciudades construidas bajo un plan científico y absolutamente socialista.
La comunidad fraternal en una tierra virgen y plena de recursos no es una
utopía. Es preciso comenzar bien y no sufrir las experiencias dolorosas de un
largo siglo capitalista como lógicamente sucedería si continuamos con el régimen
presente. Pero entonces las cosas cambiarán de aspecto y la lucha tendrá que ser
ruda y sangrienta como acontece actualmente en Europa y en los países avanzados
económicamente. Nuestra raza, nuestro pasado, es esencialmente comunista, y
observadores sagaces como Mr. Rouma, escribe que los bolivianos, trabajan con
mayor entusiasmo en grupos que individualmente. Por mi parte, cito un ejemplo.
Una vez, recuerdo que un grupo de albañiles, construía un edificio público a la
aproximación de una fiesta cívica. Como era una construcción que beneficiaria a
la comunidad el municipio llamó a la abnegación a este gremio y naturalmente el
trabajo fue sin paga. Trabajaron con tanto ardor, alentados a instantes por una banda
de música que tuvieron grande éxito, obra que no se habría concluido quizás en
mucho tiempo si se deja a la iniciativa privada. Ni para que añadir a este ejemplo,
el hecho comprobado y que lo sabe todo el mundo, que los indígenas trabajan en
grupos, cenando en común y cooperándose mutuamente. ¡Pero ay no en beneficio
de ellos sino del patrón!
282
14
El famoso maestro del Libertador, Simón Rodríguez, después de largos altos de ausencia,
dice el historiador Mancini, volvió a América, y esta vez traía en la cabeza proyectos comunistas
para implantarlos en el nuevo continente, donde según él reinarían la felicidad y la paz. Bolívar
le dio carta amplia y lo nombró director de instrucción en la nueva república, pero diversas cir-
cunstancias, entre otras, el espíritu de la época y condiciones económicas, impidieron la realización
de sus proyectos. Para el triunfo del verdadero comunismo, no basta la reforma de una parte, ni
apoderarse de las fábricas o de las minas: es preciso variar armónicamente el sentido completo de
la vida de una sociedad. Todos los experimentos por grados, o las tendencias medias, no conducen
sino al descrédito de la doctrina, al desaliento y al fracaso.
283
284
La revolución económica que se realice en el país tiene que ser de mayor impor-
tancia que todos los acontecimientos acaecidos hasta hoy día, y quizás supere a la
revolución emancipadora. Las dos encierran diferentes aspectos. La una, se nutrió
de filosofía libertaria de Rousseau, fue realizada por la pequeña burguesía criolla,
descendiente de españoles, y no tuvo tanta importancia ni provecho para el pueblo
285
286
287
que mirara con simpatía nuestro movimiento y vendrán a compartir con nosotros
el sacrificio y el peligro.
La idea comunista es más grande de lo que se cree en el continente americano
a pesar de que aún sólo existen reducidas agrupaciones. Pero la masa de todos los
partidos políticos, por naturaleza, por temperamento, por conveniencia, es emi-
nentemente comunista. El mismo pueblo chileno, por espíritu de clase, tiene que
plegarse a lado nuestro. El chileno gregario y torpe del 79 ha debido convencerse
que la guerra de rapiña no le produjo nada. Las generaciones del guerrero, siguen
viviendo como antes, pobres y miserables. La guerra que tuvo el fin de apoderarse
del salitre boliviano y peruano, solo benefició a una costa que, al día siguiente del
éxito, comenzó a dilapidar las ganancias a manos llenas, sin preocuparse de la
situación desastrosa en el futuro ni del curso forzoso de su moneda que hasta hoy
día es un problema. El Chile militarista está atado del cuello a los cuatrocientos
millones de deuda externa y a los empréstitos que tiene que idearse para mantener
su preponderancia en el pacífico. Situación dura y terrible que el tonto orgullo del
partido conservador se niega a ver, engaña y falsea al pueblo cuando no lo fusila.1.
Los ochenta mil obreros de las pampas salitreras que no tienen ningún interés
en sostener una casta de parásitos, los intelectuales y profesores, deben reflexionar
sobre la paz y felicidad de nuestra América. Felizmente hay una esperanza que se
hace grande y palpita en la juventud chilena. La revolución social en Chile es un
hecho. Pero es preciso resolver antes que nada un punto. Arreglar decorosamente
la cuestión del pacifico, destrozar el militarismo chileno y pensar no en una sola
patria sino en toda la América. El laudo Coolidge tan absurdo como insubstancial
no resuelve la cuestión. Los Estados Unidos no podían dar de ninguna manera la
Como una leve ironía y sin ánimo de ofender el nacionalismo chileno, ni la bandera de una
15
sola estrella —la del 79— transcribo lo que dice el escritor francés, Lafond, a pesar de su inne-
gable amabilidad para los países que ha visitado. Refiriéndose a Iquique y a Antofagasta, escribe
en francés, que yo traduzco: Estas son ciudades esencialmente cosmopolitas. Ingleses, americanos
del norte, alemanes e italianos son en gran número. Su situación es tal, que habría tendencia a
considerar estas dos ciudades como dos colonias extranjeras en territorio chileno. Y refiriéndose
a la exportación concluye con una verdad, la verdad que estamos repitiendo respecto de nuestras
minas bolivianas: “Esto es un hecho deplorable, pues la inmensa riqueza salitrera que engendra la
pampa, resbala toda al extranjero, no dejando otro provecho al propietario que la flaca propina de
derechos de exportación.” (Le Chili. “Au pays du Nitrate” - Georges Lafond).
288
solución cabal. Coolidge en el fondo debe haberse frotado las manos por la opor-
tunidad magnifica de imponer al continente su influencia moral. Los chilenos y
peruanos a su turno cantan victoria piadosamente, cantarán también cuando la
expansión americana desembarque en sus costas. Porque es una verdad amarga
e inexorable, que los Estados Unidos extenderán su influencia hasta el Cabo de
Hornos si no hacemos nosotros nada para oponernos a su paso. Verdad tan vieja y
cuaternaria, que ya el Duque de Aranda la advertía en un memorial al rey Carlos
iii a raíz de la independencia de estas colonias, de Inglaterra.16
En la Argentina se levanta el partido internacional y crece día a día a pesar de
las iras del negro Carlés, nacionalista de última hora e interesado de la grandeza
argentina. Pero este pobre Carlés, que no ha podido colmar sus aspiraciones de
dictador, se ha conformado a dictar menús suculentos a la alta sociedad argentina
y aconsejar modas femeninas, en compañía del poeta Lugones, otra buena pieza
de fanfarronería. Una ola de pueblo, barrera con todas estas mulaterías políticas.
La clase obrera uruguaya estará integra con nosotros.
El Uruguay pequeñito y enclavado entre dos potencies americanas, sin ejércitos
formidables ni café brasileño, sin jactancia de grandeza argentina ni de ridículo
prusianismo chileno, desafía al yanqui y se pone resueltamente a lado de los pequeños
países americanos. Porque es desafiar, en este tiempo de aplanamiento general, de
besuqueo diplomático y protocolario, salir hablando del derecho y justicia que asiste
a los pueblos de la América Central, que gimen bajo la bota del yanqui.
Y por último, la intervención americana, arbitraria como suposición, sería un
acontecimiento que francamente conmovería a todo el continente. Porque si un
soldado de la unión pone sus plantas en Bolivia, la soberanía del continente estaría
perdida para siempre. Pero la astucia yanqui, su política calculadora, no cometerá
imprudencias. Por flacos intereses no se precipitará a una intervención de aventura
y que, en resumidas cuentas, le costaría más que los intereses que tiene en Bolivia.
Con todo, la situación por crítica que se presente, se salvará por el valor y la
decisión del pueblo boliviano, y por esta circunstancia fortuita, que la naturaleza
ha derramado todos los recursos en Bolivia. Nos sobramos a nosotros mismos
y aunque soportásemos un bloqueo prolongado, estando bien organizados en el
16
“Bolívar y la emancipación de las colonias americanas”. J. Mancini.
289
interior, podemos vivir ignorando el resto del mundo. Además, para venir hasta
nosotros, por el lado del pacífico, es preciso desafiar al desierto, trasmontar altísi-
mas montañas, y no sólo estar expuesto al tiro del fusil emboscado sino al aire que
aniquila y al hambre. Durante quince años, los que hoy nos llamamos bolivianos,
estuvimos peleando en guerrilla encarnizada contra el español, sin la ayuda de nadie.
No es este el lugar de decir que los ejércitos expedicionarios argentinos enviados
al Alto-Perú fueron al desastre.
Nacionalizadas las minas, el primer esfuerzo debe concentrarse a defenderlas
por las arenas. Hay que desconfiar de todas las promesas y sólo contar con nosotros
mismos, con nuestra audacia y una disciplina de hierro.
Los adversarios
Los reformistas, los políticos de aldea cuya ceguera incurable les impide ver la
felicidad general, reacios hasta el último trance a toda renovación, pero de los pri-
meros en aprovecharse de todos los éxitos; estos abogados con visos de ciencia, con
campanillas y prestigio, pero que ignoran la evolución económica, tienen que opo-
nerse a la revolución sin duda; como hace cien años se opusieron a los bellos gestos
del precursor Miranda, el único cerebro americano de entonces que comprendía
claramente los acontecimientos de la época y deseaba darles un curso grandioso;
como hace cien años negaron o eclipsaron el talento de Simón Rodríguez, el genial
pedagogo, que inspiró y sembró ambición en el adolescente Simón Bolívar, y hasta
se puede decir sin temor, le sugestionó la idea de la independencia americana;
reformistas por esencia, gente de pequeños alcances, amigos de la constitución
republicana, aunque dispuestos a darle de patadas cada tres días, intelectuales que
se aprovechan de los restos de otros y que digieren mal lo que leen, todos estos, en
unión de los curas, de los abogados y capitalistas, se opondrían encarnizadamente a
la revolución social. Nos discutirán largamente, legándonos le evolución y la ciencia.
Opondrán a nuestro razonamiento, su timidez, y por fin concluirán ofreciéndonos
conciliaciones y términos medios que empeoran y no salvan el problema. Y sólo hay
una respuesta que dar: la necesidad de la revolución. Y aquí no hacemos teoría. La
nacionalización de las minas en Bolivia, como en todo Sudamérica, es una urgente
necesidad. Porque escuchar a estos intelectuales es desterrar la felicidad de la re-
290
pública al año dos mil quinientos, cuando nuestras minas se encuentren exangües
y nuestros petróleos agotados y de una parte a otra del continente, el inexorable tío
Sam, circule en su afán de negocios y de esclavos.
Por dos caminos evidentemente marcha la sociedad; por la evolución o por la
revolución. Pero la evolución es muy posible cuando se ha hecho la gran curva del
capitalismo y la sociedad está madura para el socialismo. Ni aún así los prejuicios
y privilegios se liquidan armónicamente. Es preciso que una fuerza ruda arranque
de las manos de los privilegiados todos los atributos. La fórmula de Lenin sobre
este punto es de una realidad tangible: “las armas en la mano.” En América, si no
hemos llegado a un estado tal de capitalismo que, el régimen social se imponga
como una reacción a las máquinas y al industrialismo, en cambio estamos en la
vergonzosa condición de colonial económicas de Europa y de EEUU aunque nos
alabemos de soberanía. Además como he dicho, es preciso adelantarse a la conquista
del capital yanqui. Introducido el yanqui en nuestra vida económica no se movería
jamás. Influiría de tal modo, que ningún boliviano podría elevar el dedo.17
Nuestras riquezas marcharían al extranjero sin ningún provecho nacional, ni más
ni menos que lo que pasaba cuando la colonia. Y la verdad es que, los trabajadores
de las minas son eternamente bolivianos, porque nunca vendrán extraños a soportar
el frío a cuatro mil metros de altura ni a trabajar en las míseras condiciones actuales.
Esto es lo triste. Es decir que, el trabajo de miles y miles de bolivianos que agotan
su vida en las minas o revientan en cinco años de labor, sirva para proporcionar
fortuna a unos cuantos. De lo que se trata precisamente es de salvar nuestras minas
que hoy se cotizan y constituyen capital. Puede que por un azar de la industria no
se de al estaño el múltiple uso que se le da hoy día. Está dentro de lo posible una
fuerte crisis minera o nuevos descubrimientos en el mundo. Nuestras riquezas
gomíferas en el Noroeste se fueron volando Londres. Nuestras quinas ya no se
cultivan. Que reflexionen los bolivianos. De lo que se trata, es de emplear ese dinero
su popularidad y ávidos de mando, los que dirigen sus países, otros son los dictadores solapados
y tenaces que, con astucia y habilidad, les predicen un destino y los enargollan a su carro : en el
Perú., Cumberland; en Bolivia, Mac-Novan Whitacker, directores del Equitable Trust Company;
en el Ecuador, Hort; en Panamá, Warwick; en San Salvador, Renvick, Metropolitan Trust Co; en
Haiti, John Mac Ilheny; en Nicaragua, Cliffon Vann, Bank Brown Brothers.
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292
293
si la vida se nutre para ascender hacia un plano superior. Sobre nuestras cenizas
y nuestro desprendimiento, nuestros hijos, nuestros hermanos, —porque todo
el mundo es hermano— mirarán con ojos asombrados la obra de grandeza y de
armonía que hemos construido. Por eso, este pequeño librito, inspirado al calor de
una abnegación absoluta, no podrá tener mejor título que la “Justicia del Inca”,
aquella lejana y severa justicia que imponía fríamente la fraternidad y la abundancia.
294
1.
N o es nada fácil reconstruir la ideología de una clase ni, menos aún, su expresión
nacionalista. Lo poco escrito en América Latina sobre algunos tópicos afines
tropieza con dificultades inevitables y, en algunos casos, se mueve en el terreno de
la imprecisión y de los sobreentendidos discutibles. La escasa elaboración de la
metodología es una de las vallas que obstruyen el tratamiento afortunado de esta
temática.
La clase tiene sus portavoces, pero no todo lo que éstos puedan decir corresponde
a lo generalmente aceptado por ella. La clase tiene su concepción del mundo y de la
dinámica de la sociedad, pero no todo lo que transmita al conjunto de la población
en la forma de una ideología nacionalista forma parte de su propia concepción del
mundo.
Tampoco todo lo que circula ostensiblemente en una sociedad, por los canales
más institucionalizados, es necesariamente producto de la elaboración de una clase
dominante. Lo que en rigor podríamos llamar ideología nacionalista correspon-
diente a una clase dominante es, al fin y al cabo, un instrumento de dominación y,
a menudo, de lucha frente a otras clases. Su contenido puede coincidir, en alguna
etapa, con la cosmovisión de algunos sectores populares amplios, pero no tiene ni
su misma raíz ni su misma lógica.
* Cuadernos Políticos, número 3, México, D.F., editorial Era, enero-marzo de 1975, pp. 6-18.
[295]
296
Sobre casi todo el territorio nacional se extendió desde fines del siglo xix el tipo
de propiedad rural que sustentó a la oligarquía uruguaya. Cuando la estructura
productiva fue evolucionando, las chacras de algunas zonas como Canelones dieron
nacimiento a una incipiente clase media de productores de cereales, pero el suelo
de muchas de esas chacras seguía siendo de propiedad de oligarcas latifundistas.
Sólo sobre la zona pampeana avanzó la propiedad de la oligarquía argentina.
Pero aun dentro de esa zona, fue el suelo de la provincia de Buenos Aires —y, muy
en particular, el que tenía pastos blandos de invernada— donde echó sus raíces esa
clase, bonaerense para mayor precisión.
Fue la ubérrima capa vegetal del Valle Central de Chile el asiento inicial —y
siempre el principal— de la oligarquía rural. Cuando cae la Araucania, algunas de
las tierras nuevas también le pertenecerán.
En los tres países, la frontera económico-social dentro de la cual surgirá la
estructura nacional de clases había quedado trazada hacia fines del siglo xix. Fue
297
obra, en parte, de la iniciativa empresarial; en parte, del despojo con la activa com-
plicidad del Estado. En los tres países, la ley y los cuerpos represivos tuvieron que
limitar la posesión tradicional del suelo y los movimientos del hombre rural para
que éste se viera forzado a transformarse en mano de obra asalariada de la nueva
empresa rural. Pero la magnitud de la población original despojada fue mayor en
Chile, porque gran parte del suelo pampeano y de las cuchillas orientales tenían,
cuando se produjo la gran expansión de la nueva frontera, muy baja densidad
demográfica. La población de más antigua raigambre rural y mayor densidad en
Argentina se encontraba fuera de la zona pampeana —en el noreste, antesala de la
gran familia quechua—; mientras en la Banda Oriental jamás había habido, ni en
la prehistoria, una densidad siquiera mediana.
Como consecuencia, la población que se transformó en flotante fue relativamen-
te más numerosa en el Valle Central y en la Araucania chilenos que en la pampa
húmeda y las cuchillas orientales.
La nueva producción rural en Uruguay y Argentina fue extensiva. Poquísima
mano de obra se necesitó para producir lana; un poco más, vacunos; un poco
más, cereales; un poco más, vegetales para el consumo de los núcleos urbanos.
En cambio, la agricultura de riego del Valle Central y, particularmente, la cultura
de la vid y la industria semirrural del vino fueron mucho más intensivas. En el
perímetro de la nueva producción, los sectores rurales populares eran relativamente
más numerosos en Chile que en Argentina y Uruguay. La consecuencia fue, en
términos relativos, que la nueva economía produjo más pobres en el campo chileno
que en el rioplatense.
Pero no está allí todo el origen de las diferencias en el nivel de vida. Chile fue
gran productor minero desde la Colonia y siguió siéndolo durante los siglos de la
República. Los productos principales que volcó en el mercado mundial fueron de
origen minero: carbón, salitre, cobre, en sucesión cronológica de importancia que
no excluye la simultaneidad de la producción. La zona pampeana y las cuchillas
orientales produjeron carne vacuna, lana y cereales para vender en Europa. De esos
productos, la carne y el cereal, altamente refinados por hibridación, son alimentos
de primera categoría, con los cuales se pagaba en parte el salario y se proveía a la
alimentación de toda la población de la zona, debido al bajo costo de producción.
Inclusive, la carne —aunque la de ganado criollo— no dejó de ser bien mostrenco
hasta ya entrado el siglo xx.
298
299
tienen una cohesión y una presencia de clase mucho mayores que la de la planicie
ondulante de la tierra oriental.
La guerra contra la población indígena del sur no sólo entregó tierras enormes
y valiosas a los propietarios de piel más blanca en Chile y Argentina, sino que puso
en movimiento dos mecanismos que nos interesa señalar: por una parte, amplió
las filas de la propia oligarquía, porque a ella se incorporaron pronto nuevos pro-
pietarios de tierra que se iban a beneficiar, directa o indirectamente, del saqueo en
perjuicio de la población indígena; por otra, delimitó ya definitivamente los inte-
reses de dos clases poderosas y las estimuló a idealizar la conquista del espacio útil
como destino inevitable de un conjunto, ya numeroso, de familias de otro origen
étnico, capaces de multiplicar las riquezas y organizar la sociedad toda. Nada de
esto hubo en Uruguay, porque las agrupaciones tribales de americanos cazadores
o con agricultura itinerante que encontraron los conquistadores españoles habían
desaparecido tempranamente del suelo oriental, ya sea por la muerte bajo el arcabuz
alevoso, o por emigración forzosa quién sabe si al sur o al norte.
Las guerras ayudan a definir a veces los contornos de la clase vencedora. Esto
ocurrió en Chile y en Argentina no sólo con la que se lanzó contra los indios, sino
con otras dos, proyectadas ambas casi simultáneamente contra naciones vecinas:
en Chile, la Guerra del Pacífico, entre 1879 y 1884, que permitió a ese país retener
Tarapacá y Arica a costa de Perú y el litoral boliviano sobre el Pacífico; en Argentina,
la Guerra de la Triple Alianza, que enfrentó a Brasil, Uruguay y Argentina contra
Paraguay desde 1865 hasta 1870. La oligarquía del Valle Central chileno pasó a
administrar la gran riqueza del salitre del norte árido, cuyo beneficiario principal
resultaron los intereses británicos. La oligarquía bonaerense no recibió, fuera del
negocio especulativo que acompañó a la guerra, ninguna fuente de ingresos impor-
tantes por la aventura militar en el Paraguay. Pero las dos guerras se incorporaron,
en forma de poema épico bastante grotesco, al argumento —repetido hasta el har-
tazgo en las escuelas primarias— de la ideología oligárquica en gestación. En Chile,
sirvió para comprobar la superioridad racial de los descendientes de vascos frente
a la gran masa indígena boliviano-peruana, con lo cual se daba por demostrado el
destino manifiesto de los que se llamaron a sí mismos “los británicos de América
del Sur”. En Argentina, el genocidio del pueblo paraguayo ingresó en el incipiente
credo nacional como glorificación de un destino de progreso.
300
Uruguay no padeció de este mal, porque su papel en la Triple Alianza fue muy
secundario y ningún grupo social intentó transformar la aventura militar indigna
en motivo de orgullo colectivo.
Si tratamos, en fin, de delimitar la personalidad de una oligarquía antes de
comprender su propuesta ideológica, nos es indispensable advertir que una clase
social nunca se comprende sin comprender a las otras que actúan dentro del mis-
mo sistema estratigráfico. Pero no podemos en este ensayo breve trazar el cuadro
integral de la relación de clases en cada caso nacional, sino apenas localizar algunos
factores que sí nos interesan más directamente para nuestro tema.
De las tres oligarquías, fueron la argentina y la uruguaya las que, al enriquecerse
a sí mismas, aseguraron al país un éxito económico mayor. De ese punto de partida
surge, precisamente, la formación de burguesías urbanas y clases medias que en
los dos países del Plata hacen menos visible el predominio, real, de las oligarquías
rurales en lo económico. A la inversa, de las tres oligarquías, fue la chilena la que
desarrolló mayor habilidad en el manejo político, del cual dependió siempre su status
económico, mientras que la uruguaya fue la más alejada de las decisiones políticas
inmediatas, y más, circunscrita a la administración de un tipo bastante elemental
de intereses empresariales.
La función que la clase le atribuye a la ideología nacionalista en estos tres casos
se reitera en lo esencial, que es la creación de un universo ideal de coincidencias,
suficientemente importantes éstas como para asegurar el destino nacional sin per-
turbaciones internas y dotadas, a la vez, de un poder de censura tal que permita
localizar con claridad al enemigo dentro de las propias filas. Ya veremos cómo se va
definiendo ese campo de coincidencias en cada país. Por ahora, advirtamos que ese
esfuerzo por construir una ideología nacional, aceptable para todas las clases, tiene
en los tres casos mayor complejidad que la que pueda encontrarse en sociedades
elementales precapitalistas, pero no llega a adquirir un nivel cultural realmente
complejo. Se queda en la categoría de programas muy generales, que no reivindican
nada excesivamente peligroso, ni afirman ningún valor excesivamente complejo.
Aclaremos que la meta que una clase trata de imponer a todas las otras puede ser
creación directa de algunos de sus miembros, o puede no serlo. Nos interesa saber
cómo ocurrió en la realidad, porque el episodio puede decirnos algo sobre el tipo
de control social que ejerce la clase dominante. Es muy probable que si hiciéramos
una compulsa del origen social de políticos e intelectuales de la época encontráramos
301
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pobres, fomentaron en ellas —más activamente que la iglesia católica— una ac-
titud de indiferencia frente a los conflictos sociales y de acatamiento a los valores
impuestos por las clases dominantes.
Como es en el perímetro del poder político donde las clases sociales terminan de
definir la propia personalidad y de distribuir los campos de acción y predominio,
tenemos necesariamente que evocar el cuadro político que corresponde a cada una
de las tres oligarquías y que se conecta muy directamente con la gestación del pro-
grama ideológico que tratan de proyectar sobre el conjunto de la sociedad.
Las tres se encuentran al comenzar el siglo xx en vías de consolidar su amplio
dominio de la estructura productiva nacional. Mantienen el control del aparato
de distribución de la propiedad rural, a pesar de que ya está operando en los tres
países el mercado inmobiliario y de que a los tres llegan ya corrientes de inmi-
grantes europeos ávidos por obtener la propiedad de la tierra. Las tres oligarquías
encontrarán procedimientos muy eficaces para limitar los efectos del mercado y
deslindar la parte del espacio rural en la cual se permitirá a los nuevos inmigrantes
que se transformen en propietarios del suelo. Con la temprana corriente urbani-
zante —subproducto de la forma y el ritmo de ocupación de la zona productiva,
así como del tipo de producción primaria que se desarrolla—, con la expansión
del incipiente mercado interno y con las nuevas funciones sociales que se atribuye
a los egresados del sistema educativo estatal, hacen su entrada los nuevos sectores
sociales: el asalariado manual urbano y rural, el pequeño empresariado urbano, una
extendida capa artesanal urbana, la clase media profesional, el mediano empresa-
riado rural, numeroso éste y con cierta importancia política en Argentina, aunque
presente también en Chile y Uruguay.
En los tres países, la proyección política de esos nuevos sectores comienza a
dibujarse tímidamente en la década de 1890 y es ya decisiva en la de 1920. Es como
consecuencia, en primera o segunda instancia, de esa reestructuración social que
llegan a la presidencia Arturo Alessandri en Chile en 1920, Hipólito Yrigoyen en
Argentina en 1916 y José Batlle y Ordóñez en Uruguay en 1903.
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dio del setenta se extendió, sobre todo por la vía de la escuela primaria, hasta muy
entrado el siglo xx, pero fue imposible hacerles desempeñar a los paraguayos, en
la imaginación popular argentina, el papel fantasmal de amenazantes. Del otro país
vecino, el Uruguay, ni hablar porque desde la Colonia las conexiones familiares,
el fácil acceso y la identidad total de aspecto físico, entonación y hábitos culturales
habían unido a los dos pueblos de modo indestructible. Brasil en cambio sí fue
el enemigo militar potencial y el punto de referencia óptimo porque se le decía
sumido en el atraso más generalizado, mientras que la Argentina de las vacas y el
trigo prosperaba a la luz del sol.
Uruguay, en cambio, no tuvo fronteras en función de las cuales definir su política
nacional. Su norma internacional incorporó tempranamente, como principio tradi-
cional, el equilibrio entre los dos vecinos más poderosos; pero la oligarquía nativa
no intentó transformar a los vecinos, ni le hubiera sido posible, en convocatoria para
la unidad de los intereses nacionales. Más bien hubo cierta indiferencia ante ellos.
El otro elemento de definición de lo nacional por exclusión en el credo oligár-
quico se presentó con un contenido racial. La oligarquía chilena se decía de origen
vasco y castellano, con abundante aporte de sangre germana y británica: piel blanca
y pelo rubio (aunque notoriamente había demasiados oligarcas y doctores con piel
cetrina y pelo negro). Lo indio era lo repudiable, lo contrapuesto al progreso y a la
civilización. El argumento apareció también con fuerza en Argentina en la segun-
da mitad del siglo xix y perduró, cuando menos, hasta la década del 30 del siglo
siguiente. El orgullo de constituir un país blanco, con origen europeo, impregnó
la enseñanza pública en Argentina durante varias generaciones e hizo olvidar que
desde Córdoba hacia el norte del país se nacía del color del cobre, las mejillas se
ensanchaban y los ojos se rasgaban.
Uruguay tuvo, también, su orgullo de ser blanco y europeo —de lo cual pudo
haberse jactado con mayor asidero en la realidad que Chile y Argentina— pero fue ése
un destello tan fugaz que no dejó más huella que alguna prosa periodística insustancial.
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grantes. Sólo cuando coinciden circunstancias históricas muy favorables —como una
prolongada expansión del sistema económico, una afortunada y rápida ocupación de
territorio con escaso precio de sangre— puede rendir frutos el procedimiento que
consiste en colocar bajo un denominador común a varios elementos heterogéneos.
Uno de esos elementos, presente durante varios decenios en los casos de Chi-
le y Argentina, sólo podía ser aceptado admitiendo la paradoja inexplicada que
acabamos de mencionar: los dos nacionalismos basaron el orgullo nacional en la
pertenencia a la raza blanca y la cultura occidental. Más asidero lógico tenía una
definición de este tipo en la zona pampeana, casi desierta cuando comenzaron a
llegar los inmigrantes europeos. Pero ni Argentina era sólo zona pampeana, ni en
Chile podían, con sensatez, proclamar su orgullo de pertenecer a la raza caucásica
pura esos muchos oligarcas, o admiradores de la oligarquía, portadores de caudalosa
sangre mestiza. Sin embargo, este ingrediente de 1ª ideología nacional oligárquica
actuó con mucha fuerza y tuvo expositores múltiples, capaces de lanzar cualquier
disparate histórico o teórico con inconmovible seriedad, a causa de lo cual recibían,
en Chile y Argentina, el aplauso de las academias y de la prensa periódica.
Una definición así de blanquismo europeizante se forjó también como rebus-
cado contraste contra el resto de América Latina, a la que se suponía pagando con
su atraso la tara racial de origen. Chile era entonces para los chilenos de cultura
oligárquica y Argentina para los argentinos bajo signo cultural similar, los modelos
del progreso tipo europeo, gobernados ambos por razas vigorosas y activas, que
sabían distinguir entre las técnicas civilizadas y la abulia de las razas vencidas por
la historia.
No deja de ser curioso que este elemento del credo nacional oligárquico en
Argentina haya dejado fuera del cuadro —como ya lo hemos observado— a
toda la población del noroeste; pero la verdad es que esa exclusión nunca se hizo
expresamente. Hubiera resultado contradictorio con el aura de integralidad y de
igualdad civil, que también fueron elementos formativos, a igual título, del credo
nacional. Al fin y al cabo, se trataba de una ideología construida para que todos,
sin excepción, se sintieran orgullosos de la pertenencia nacional.
La igualdad de oportunidades va unida a la convicción de que el país progresa
—y progresará— incesantemente. Los “británicos de América del Sur”, como la
oligarquía llamaba a los chilenos (por generosa extensión de su propio apelativo),
se equiparaban a esos argentinos de 1910, ninguno de los cuales debería —en
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que en ninguna otra parte del Continente Americano y en la más extrema medida.
En la gran ciudad gringa recostada sobre el Río de la Plata que era Montevideo
—el porcentaje de cuya población sobre el total de la población nacional fue, desde
principios del siglo, el más elevado de toda América—, la estructura social que se
levantaba parecía partir del cero absoluto. Los nuevos contingentes de inmigrantes
pobres que llegaban cada año se incorporaban a un clima de convivencia cosmopolita,
con una economía en expansión, un amplio seguro social, un Estado que repartía
empleo público abundante entre los que no podían, o no querían, encontrarlo en
el sector privado, una Iglesia debilitada y la ausencia casi total de aparato repre-
sivo. Además, en lo económico, operaba un mecanismo de compensación de las
limitaciones del mercado interno de trabajo que actuó con excepcional eficiencia
durante medio siglo y cuya importancia no ha sido observada por los economistas:
la ciudad de Buenos Aires, capital de un país que tenía diez veces más población
que la Banda Oriental y que se encontraba asimismo en la etapa más expansiva de
toda su propia historia, ofrecía empleo a los uruguayos, sin ninguna exigencia de
documentación y sin ningún impuesto sobre los ingresos, en la gama ocupacional
más amplia imaginable, desde el estacional hasta el permanente y desde camarero
de bar hasta funcionario de un ministerio y profesor universitario. Sobre ese sus-
trato fue apareciendo una escala de valores urbanos, mucho más consuetudinaria
que estatuida, sin asomo de acento épico ni convocatoria alguna para empresas de
titanismo. Una escala de valores en la cual la violencia estaba ausente (porque no
había aparato represivo y porque la prédica de la represión subjetiva era apenas una
voz entre tantas) y lo político se disolvía insistentemente en lo individual, en una
interminable conversación de individuo a individuo, que era el mecanismo básico de
las decisiones, tanto en la rueda del café como en el escalón superior del gobierno.
La zona de penumbra
Los valores —ya se sabe— no son absolutos, aunque una clase dominante aspire
siempre a transformar en absoluto los que ella cree, o herede, y que pueda aplicar
para su propia sustentación. Cambian de contenido y de objetivo, partir de un
planteamiento que parece el mismo. Además surgen otros, inesperadamente, en
los cruces de camino, en los episodios difíciles, en los conflictos agudos. Algunos
310
de éstos se pueden olvidar pronto; pero otros quedan y hay un manifiesto intento
por parte de la clase dominante de incorporarlos como elementos de definición de
lo nacional ante una realidad que ha cambiado, entrando por sendas más ambiguas
y oscuras. Al fin y al cabo, Chile y Argentina tuvieron luchas de clases intensas,
sindicatos revolucionarios, partidos obreros e intelectualidad de izquierda desde
fines del siglo xix. Uruguay tuvo algo de todo, pero en un contexto mucho menos
conflictivo.
No fueron numerosos los valores cambiantes que bien podríamos incluir en esa
zona de penumbra, pero sí resultaron altamente significativos, porque cada uno de
ellos, en su modo diverso de expresarse y hasta en el cambio operado en la situación
y la necesidad que le dieron origen, expresó la definición concreta de una clase en
conflicto ante una problemática también concreta.
Lo que aparece como valor nuevo —o, más bien, como replanteamiento ambi-
valente, sin negar lo anterior— es la reacción muy directa frente a la amenaza de
una masa anónima, que comenzaba a reclamar derechos en otro estilo sin compartir
a menudo los valores básicos de la nacionalidad según los enunciados del credo.
Una masa acompañada de intelectuales cuyas postulaciones se apartaban a veces
radicalmente de la ideología admitida, o bien exigían una reforma radical con
fundamentación tradicionalista.
Tanto en Chile como en Argentina, el exogrupo fue culpable de todo. Revivió así
el antiguo argumento en los conflictos entre comunidades. Pero en la argumentación
oligárquica el exogrupo fue un fantasma con especificidad mayor en Argentina que
en Chile: era en Argentina, en efeco, de formación más reciente y de ubicación
geográfica más fácil, como que se trataba de la masa de inmigrantes europeos pobres
que se acumulaba en la zona pampeana y, muy particularmente, en sus grandes
centros urbanos, desde Buenos Aires hasta Bahía Blanca en el sur, hasta Rosario
en el norte y hasta Córdoba en el oeste. Confundidos dentro de esa masa popular
iban también los intelectuales rebeldes —los anarquistas, los literatos pobres, los
agitadores de ideas extrañas, los socialistas organizadores de sindicatos y bibliotecas
plurilingües—, hijos los más de inmigrantes o inmigrantes ellos mismos; los menos,
bien argentinos por lejano origen familiar y hasta con apellidos aristocratizantes.
Cuando la culpabilidad se enfila hacia el exogrupo, lo foráneo pasa a ser lo
culpable y es así como ya estamos plenamente en esa zona de penumbra, en la
cual los valores oligárquicos van a cambiar de contenido y el gran credo nacional
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habla mal el idioma castellano y que, en algunos casos francamente extremos, hasta
tiene una religión diferente, o no adora más que al espíritu del mal.
Si en Argentina este vuelco hacia el ostracismo público de la antietnia quedó
ya bien definido en la década de 1920 fue porque, como hemos apuntado, la gran
masa popular de la zona pampeana provenía de otros países y, sobre todo después
de 1918, de los países europeos del Este, donde no se hablaban lenguas latinas, con
excepción de Rumania. En Chile, el proceso fue bastante menos agudo y es probable
que, en buena proporción, la reversión antietnia se haya dirigido principalmente
contra la numerosa población mapuche que había iniciado la emigración masiva
hacia el Valle Central e inclusive hacia el norte chico.
La reversión de valores no se justifica como derogación del gran principio, sino
como adecuación ante la inesperada perfidia (la Argentina admite de buena fe a
todos los extranjeros, pero ocurre que hay malos entre ellos que deben ser punidos
o expulsados), con lo cual —digamos, sin asomo de sarcasmo— la escala de va-
lores no se altera. Lo que ocurría era que el objetivo final, bien demarcadamente
oligárquico, había sido enunciado antes sólo a medias.
No resultó ése el único de los valores del credo nacional que mudó de rostro en
la penumbra de los conflictos entre clases. Debemos también señalar que fue en esa
década de 1920 cuando, a consecuencia de los mismos problemas, el liberalismo
comenzó a perder su prestigio. Había sido admitido como complemento filosófico
útil —y hasta elegante— mientras sólo podía interpretarse como el derecho de cada
quien a opinar lo que le diera la gana y el derecho de cada empresario a proceder
como quisiera sin que el Estado interfiriera. Pero comenzó a resultar inconveniente
cuando, en la década del 20, los que opinaban con mayor estridencia eran —nada
menos— los anarquistas, los sindicalistas y los socialistas; y, en la década del 30,
cuando la gran empresa privada de la época requirió la intervención del Estado
para salvarla de las consecuencias de la crisis internacional. El tránsito filosófico
del liberalismo positivista —y hasta agnóstico— del Centenario al antiliberalismo
a partir de 1925 (antiliberalismo reforzado por una reivindicación hispanista y
católica) no fue una abdicación de los objetivos del credo nacional de la oligarquía,
sino una readaptación de la postulación filosófica del mismo credo para hacerla más
coherente con los objetivos permanentes e intocables. Fue en núcleos numéricamente
reducidos de jóvenes doctores, hijos —o sobrinos— de la oligarquía, y de jefes
militares de definición política oligárquica donde se produjo la conversión de los
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E l análisis del conflictivo y contradictorio proceso que fue la formación del Es-
tado durante la segunda mitad del largo siglo xix mexicano frecuentemente
se ha centrado en una visión escrupulosa e idealizada que, en buena medida, pro-
viene de lo que éste dice de sí mismo y que enfoca la atención en el aparato legal e
institucional, la división de poderes, la construcción de la ciudadanía, las elecciones,
las formas de representación, los discursos, las ideas y otros aspectos del mundo
político formal que pueden inscribirse dentro del llamado “teatro del Estado”.1
Definir los conceptos de Estado y de nación ha provocado, a lo largo de siglos,
profundas controversias entre historiadores, antropólogos, juristas, sociólogos, po-
litólogos y otros especialistas de las ciencias sociales, así como entre las tendencias
ideológicas de cada disciplina. Sin adentrarse en esta polémica, aquí se asume un
concepto de Estado como un espacio de negociación continua entre los grupos
humanos, mismo que no está limitado a su identificación con los gobernantes, sus
aparatos burocráticos y militares, su ideología y sus obras.2 Dicha concepción se
sustenta en andamiajes teóricos que se han venido construyendo desde fines del siglo
* En Romana Falcón, Historia desde los márgenes. Senderos hacia el pasado de la sociedad mexicana,
México, El colegio de México, 2011, pp. 25-52.
1
Clifford Geertz, Negara: el Estado-teatro en el Bali del siglo xix, Barcelona, Paidós, 2000, pp.
15-25, 75-175.
2
Adolfo Gilly, “El príncipe enmascarado”, en R. Roux, El príncipe mexicano: subalternidad,
historia y Estado, México, Era, 2005, pp. ii-20.
[317]
Philip Abrams, “Notes on the difficulty of studying the State”, en Journal of Historical Socilogy
3
I, 1998, pp. 58-59, 63, 75-77. Véase también Philip Corrigan, “La formación del Estado”, en
G. M. Joseph y D. Nugent (Comps.), Aspectos cotidianos de la formación del Estado, México, era,
2000, pp. 22-26, y Derek Sayer, “Formas cotidianas de formación del Estado: algunos comentarios
disidentes acerca de la hegemonía”, en G. M. J Joseph y D. Nugent (Comps.), Aspectos cotidianos
de la formación del Estado, México, era, 2000, pp. 231-233.
318
James Scott, Weapons of the weak, everyday of peasant resistance, New Heaven, Yale University,
4
1985, pp. 28-47, y John Tutino, “Cambio social agrario y rebelión campesina en el México deci-
monónico. El caso de Chalco”, en F. Katz (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en
el México del siglo xvi al siglo xx, vol. I, México, era, 1990, pp. 94-135.
319
liberal: desde la Reforma de mediados del siglo xix hasta la Revolución mexicana
de 1910, incluyendo el breve Imperio encabezado por Maximiliano de Habsburgo
(1864-1867), la llamada República Restaurada, integrada por los gobiernos de
Benito Juárez (1867-1872) y el de Sebastián Lerdo (1872-1876) y la etapa, la más
extendida, que encabezó Porfirio Díaz (1876-1911).
Romana Falcón, “Jefes políticos y rebeliones campesinas: uso y abuso del poder en el Estado
5
320
Romana Falcón, “Desamortización a ras de suelo, ¿el lado oculto del despojo?: México en la
6
segunda mitad del siglo xix”, en M. E. Ponce y L. Pérez Rosales (coords.), El oficio de una vida.
Raymond Buve, un historiador mexicanista, México, Universidad Iberoamericana, 2009, pp. 59-86.
321
7
Friedrich Katz (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en el México del siglo xvi
al siglo xx, 2 vols., México, era, 1990, pp. 65-92, y F. Katz, J. D. Lloyd y L. E. Galván, Porfirio
Díaz frente al descontento popular regional, 1891-1893. Antología documental, México, Universidad
Iberoamericana, 1986, pp. 23-34.
8
Para el caso de Texcoco, Diana Birrichaga, “Administración de tierras y bienes comunales:
política, organización territorial y comunidad de los pueblos de Texcoco, 1812-1857”, tesis de doc-
torado en Historia, México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2003, pp. 299,
309-310; Daniela Marino, “La modernidad a juicio: los pueblos de Huixquilucan en la transición
jurídica (Estado de México, 1856-1911)”, tesis de doctorado en Historia, México, El Colegio de
México, centro de Estudios Históricos, 2006, pp. 176-232; y para el de Tepoztlán, Antonieta Pacheco,
“Vecindad y resistencia en Tepotzotlán, Estado de México de 1856 a inicios del siglo xx”, tesis de
doctorado en Historia, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, en proceso, cap. iv.
9
Marco Antonio Anaya, Rebelión y revolución en Chalco-Amecameca, Estado de México, 1821-1921,
2 vols., México, Universidad Autónoma de Chapingo, 1997, pp. 82-84.
10
Ibid., pp. 99-101, y Tutino, “Cambio social agrario…”, op. cit., pp. 110 y ss.
322
Particularmente aguda y duradera fue la disputa por la tierra, el control del agua
y, sobre todo, el uso del monte que enfrentó al pueblo San Francisco Acuautla —el
núcleo más resistente del movimiento de 1868— con la hacienda de Zoquiapan,
que había iniciado en los años cuarenta, cuando ésta comenzó la construcción de
un sistema de riego que llevó al pueblo a perder acceso y posesión —más que la
propiedad— de terrenos comunes., pastizales, bosques y agua. El caso se manten-
dría al rojo vivo por decenios.
Todas estas difíciles condiciones se combinaron con la difusión de ideas radica-
les. En 1866 Plotino Rhodakanaty, un inmigrante griego que habría de tener una
influencia definitoria en los movimientos radicales de campesinos y obreros de ésa
y otras regiones del país, estableció en Chalco una escuela “moderna y libre” que
propagó doctrinas socialistas, en especial las de Fourier. Esta ideología se entrelazó
con el afán de liberar a los campesinos, en especial a los peones, de sus condiciones
de esclavitud dentro de las haciendas. De ahí que ejercieran una influencia decisiva
entre los comuneros y trabajadores de las fincas, así como entre quienes habrían
de encabezar una de las primeras revueltas campesinas del siglo xix mexicano,
apoyándose abiertamente en ideas socialistas.11
El principal dirigente, Julio López Chávez, un campesino más de estos pueblos,
conocía íntimamente su malestar gracias a sus vivencias en calidad de comunero y
peón de hacienda. Nació en San Francisco Acuautla y como soldado liberal combatió
en la guerra de Reforma y contra la invasión francesa, donde adquirió una firme
convicción liberal y republicana. Tempranamente había establecido contacto con la
Escuela Libre de Chalco, donde aprendió las primeras letras así como postulados
de socialismo fourierista.12
A mediados de 1867, los indígenas de Acuautla, Coatepec y Chicoloapan em-
pezaron a preparar un levantamiento armado; en un principio fueron extremada-
mente cuidadosos con el régimen liberal y republicano, ya que sólo se proponían
romper lanzas con los terratenientes, “los verdaderos opresores del pueblo”. Poco
tardaron estos rebeldes en proclamar “la guerra a los ricos y reclamando reparto de
cierras a los pobres”. A fines de ese año, dirigieron al presidente Juárez la proclama
11
Este señalamiento es de Gastón García Cantú, El socialismo en México: siglo xix, México,
era, 1969, p. 57.
12
Anaya, Rebelión y revolución… op. cit., pp. 98-99; El Globo, 6 de marzo de 1868.
323
13
“República y Patria Mexicana”, El Monitor Republicano, 10 de marzo de 1868. Esta rebelión
cuenta con excelentes estudios como los que cito en orden alfabético: Anaya, Rebelión y revolución…,
op. cit.; García Cantú, El socialismo…, op. cit., Tutino, “Cambio social agrario…”, op. cit.; Ernesto
Vázquez, “¿Anarquismo en Chalco?”, en A. Tortolero (comp.), Entre lagos y volcanes. Chalco Ame-
cameca: pasado y presente. Siglo xix y xx, vol. I, México, El Colegio Mexiquense, 1993, También
sigo mi trabajo anterior: Falcón, México descalzo: estrategias de sobrevivencia frente a la modernidad
liberal, México, Plaza y Janés, 2002, pp. 251-287.
14
“Proclama del Cuartel General Defensores del Pueblo”, 2 de febrero de 1868, documento
reproducido en Reina, Las rebeliones campesinas…, op. cit., p. 71; Anaya, Rebelión y revolución…,
op. cit., p. 102.
15
Reina, Las rebeliones campesinas…, op. cit., p. 75.
16
García Cantú, El socialismo…, op. cit., pp. 56 y ss; Reina, Las rebeliones campesinas…, op. cit.,
pp. 119 y ss; Tutino, “Cambio social agrario…”, op. cit., pp. 94-134.
324
La rebelión caló no sólo entre los pueblos sino entre los trabajadores de las fincas
e influyó en una zona relativamente extensa que llegó a tener reverberaciones en
algunos pueblos de Texcoco.
El 20 de abril de 1868 apareció una proclama extraordinaria: el “Manifiesto a
todos los oprimidos y pobres de México y del Universo”, de sumo interés por su
perspectiva sobre el Estado, el sistema de dominio, de justicia y las condiciones
agrarias. En sus palabras, sus demandas de justicia agraria eran:
¿Por qué no tener el pedacito de tierra que labramos? ¿Con qué derecho se han apro-
piado algunos individuos, unos cuantos de la tierra que debería ser de todos? [...]
Queremos la cierra para sembrar en ella pacíficamente y recoger tranquilamente,
quitando desde luego el sistema de explotación [...].17
17
Anaya, Rebelión y revolución…, op. cit., pp. 116-121, Plotino Rhodakanaty tuvo alguna parti-
cipación en la rebelión de Chalco, por lo que fue arrestado en Huamantla.
18
“Petición y denegación de indulto”, 15 de septiembre de 1868, documento reproducido en
Reina, Las rebeliones campesinas…, op. cit., pp. 80-81.
325
19
Felipe Arturo Ávila, Los orígenes del zapatismo, México, El Colegio de México-ceh, unam-
iih, 2001; Birrichaga, “Administración…”, op. cit., pp. 292-299.
326
“Amparo de interpuesto ante el juzgado del Distrito del Estado de México, por los CC José
20
de los Santos y José Alberto contra el C. Alcalde Municipal de Zinacantepec, por violación de
garantías”, febrero-marzo, en Semanario Judicial de la Federación, 1a. Época, 1873, pp. 783-786.
327
21
Diario oficial, 5, 14 de noviembre de 1873; El diario de los Debates, 4 de noviembre de 1873,
p. 482.
22
Diario oficial, 14 de noviembre de 1873; El Diario de los Debates, 7 de noviembre de 1873; La
Ley, Toluca, 15 de noviembre de 1873. Dicho motín es analizado por Falcón, México descalzo…,
op. cit., pp. 157-166. Según Ortiz de la Peña, se habían violado los artículos 19, 20, 21, 23 y 29
constitucionales.
23
ahccj/Fondo Estado de México/sección I, Juzgado de Distrito Toluca. Serie Amparo,
Subserie Principal, exp. 4, 1875. Al tocar el hilo religioso, vuelve a resaltar el contrapunto entre
la región de Chalco y la de Toluca, Tenango y Tenancingo. A diferencia de lo que sucedía en ésta,
en la rebelión de Chalco hubo una franca oposición al papel desempeñado por la Iglesia, aunque
328
En 1894, también en esta región que bordea la ciudad de Toluca, tuvo lugar
un importante, aunque fugaz, levantamiento campesino que volvió a mostrar los
agravios relacionados con la Iglesia, pues fue encabezado, precisamente, por el cura
de la región: el padre Castañeda. La revuelta fue de corta vida: en la noche del
22 al 23 de enero el presbítero fue capturado y fusilado. Sin embargo, esta breve
insurrección rebasó la agenda religiosa pues, además de nutrirse de las tensiones
agrarias lugareñas, propuso también destacadas reformas a la estructura de gobierno.
En su Proclama de Zumpahuacán se “desconoce el gobierno de Porfirio Díaz y el
de sus secuaces” y se suspende la Constitución de 1857 con el fin de llamar a una
nueva Asamblea Nacional Constituyente que pudiera restablecer el marco legal
imperante o formular una nueva carta fundamental.24
El contrapunto entre estas regiones muestra cuán variadas y numerosas eran las
raíces del descontento de los grupos subalternos. Igualmente, su capacidad para
opinar y proponer desde reformas puntuales hasta grandes visiones sobre el rumbo
que querían para el país en su conjunto.
Resalta, aunque no sorprende, que las revueltas menores y los tumultos populares
no suelen contener grandes reflexiones generales sobre las aristas del sistema polí-
329
Véase el texto clásico de Ranajit Guha, “La prosa de la contra insurgencia”, en S. Duba,
26
Pasados postcoloniales. Colección de ensayos sobre la nueva historia y etnografía de la India, México, El
Colegio de México, 1999. También Dipesh Chakrabarty, Provincializing Europe. Postcolonial thought
and histrical difference, Princenton/New Jersey, Princenton University Press, 2000.
27
Una muestra típica es la queja que en 1865 elevaron los vecinos de Santa Catarina Ayotzingo,
distrito de Chalco, contra las autoridades municipales y la guardia del pueblo, a quienes acusaron
de haberlos atacado cuando celebran una reunión por la noche para conocer la situación de sus trá-
mites ante la junta protectora. Alegaron que las autoridades habían encarcelado injustamente a dos
vecinos, pues, al acercarse a la casa, habían creído que eran: “[…] sospechosos y […] les mando á
dicha guardia que los agarraran y esta les hecho de cañonazos y ellos se defendieron con una rama
de árbol […] encarecidamente pedimos que esta Excelentísima Junta pida en nuestro nombre a.
s. m. Y. el Emperador y a nuestra Emperatris Carlotita Yndulte á Tomas Alfaro y á Ma. Rosa y
les perdone a estos y a los demás que estaban juntos en aquella Casa [sic]. “Naturales originarios
y vecinos del Pueblo de Santa Catarina Ayotzingo a Presidente de la jpcm”, agn-jpcm, vol. 4,
exp. I, ff. I-13, 29 de octubre de 1865.
330
En los tonos más diversos, los trabajadores del campo y la ciudad exigieron que
las autoridades asumiesen esta obligación mínima que, en la práctica, se oponía a
la tónica liberal prevaleciente en todos los países de occidente. Su gobernantes es-
taban firmemente convencidos de que sería un error para el poder público asumir
un papel activo en la regulación del mercado y, peor aún, solucionar las demandas
provenientes de los grupos subalternos. Se pensaba entonces que si el Estado re-
gulaba las relaciones entre factores de producción, ocasionaría un daño al mercado
y a la misma evolución de la sociedad. A la larga, la interferencia gubernamental
produciría más males y desequilibrios que los beneficios que aparecieran a corto
plazo. En Irlanda, cuando vinieron las grandes hambrunas de la papa a mediados
del siglo xix, en que murieron decenas de miles de campesinos, las autoridades
decidieron intervenir poco.28
La perseverancia que tuvieron los grupos étnicos y los pueblos en sus demandas
de que las autoridades de todos los niveles actuasen más comprometidas con los
requerimientos de los campesinos pobres recuerda el viejo orden institucional no-
vohispano y muestra el apego popular a un régimen de carácter protector de viejo
cuño. Este tipo de relación paternalista revivió, vigorosamente, durante el segundo
Imperio, pues dicho régimen puso enorme empeño en crear dichos nexos con los
“menesterosos”. En 1865 creó una institución para oírlos y auxiliarlos: la Junta
Protectora de las Clases Menesterosas (jpcm), que encontró importante respuesta
en los pueblos del país.
Los archivos del gobierno están repletos de este tipo de reclamos por parte de
“indígenas”, pueblos, vecinos, “naturales”, comunidades y pobres del campo que
reclamaron ser cobijados bajo el manto paternalista imperial. Así lo hizo, en 1866,
San Francisco Acuautla cuando demandó a la jpcm por impedir al alcalde de
Ixtapaluca intentar hacer efectivo el pago de impuestos sobre terrenos de común
repartimiento, ya que los había amenazado con embargar
Falcón, Las naciones de una república: la cuestión indígena en las leyes y el Congreso mexicano, 1867-
28
331
[…] sus sementeras, y se teme que lleve adelante las ideas de gravar á clases tan
infelices, por estas circunstancias, sienten los que hablan molestar el ocupado animo de
VV. SS. pero no puedo excusarlo cuando aparece una temeridad y deseo de inferir perjuicios
á Clases industriosas dignas de toda protección.29
A pesar de que tan sólo unas semanas después, Faustino Chimalpopoca, el presi-
dente de la jpcm, aceptó esta petición y pidió suspender el cobro de los réditos “inde-
bidos”, las condiciones siguieron agravándose. Dos años más tarde, Acuautla —cuna
de Julio López— se constituiría en el corazón del gran levantamiento de Chalco.
El anhelo por un Estado interventor a favor de los miserables domina casi
todas las quejas por usurpación de tierras y aguas que presentaron los pueblos a la
jpcm. El pueblo de San Pedro Nexapa, también de Chalco, se quejó de cómo la
hacienda de Guadalupe no sólo les había arrebatado casi todas sus propiedades y
ahora pretendía invalidar la defensa que ellos hacían con base en sus títulos cente-
narios, sino que el punto culminante —y que obligaba a una acción inmediata de
la junta— era que la hacienda estaba solicitando “la desocupación del terreno que
tienen los infelices habitantes construidas sus miserables chozas”. Ello, ocasionaría
la destrucción total del pueblo y sus habitantes.30
La condición de desvalido se convirtió, durante el Imperio, en un talismán
legitimador que esgrimieron los actores colectivos. Tal es el caso de los habitantes
de Santa Catarina Ayotzingo, Chalco, que escribieron a los emperadores para poner
“en su conocimiento y en su alto acatamiento Sublime” el abuso del que habían
sido víctimas cuando el administrador de la finca de San José Axalco impidió a
unos canteros seguir labrando la piedra para el templo del pueblo de San Pablo
Mazalpan, tal y como estaban acostumbrados. También solicitaron que no se les
obligara a dividir las tierras de su pueblo. Dijeron formular sus peticiones en el
[…] nombre de S. M. y de nuestra Prinsesa [sic] que Dios N. S. los quede muchos
años para el amparo de los pobres indios desbalidos [sic] como nosotras y que hahora
agp-jpcm, vol. 5, exp. I, ff. 1-14, agosto de 1866. (Las cursivas son de la autora).
29
En el otoño de 1866 llevaron sus reclamos directamente ante el emperador. Sin embargo, no
30
parece haber cambiado nada de fondo, pues este pueblo fue el corazón de la rebelión que estallaría
un año después. “Carta de la junta local de la jpcm al presidente de la junta”, agn-jpcm, vol. 4,
exp. 9, ff. 64-67, 21 de septiembre de 1866.
332
[sic] que Dios nos ha dado padre Ocurrimos a cogernos bajo las alas de su protección
y bajo la sombra de SS. Magestades Imperiales […]
Por tanto suplicamos nos hoiga [sic] esta nuestra suplicatoria y nos acoja como
buen padre bajo la protección que con lo necesario juramos […]31
Pero fueron los insurrectos de Chalco quienes ofrecieron la constancia más clara
de esta exigencia a favor de un Estado que velase por las demandas de los pueblos.
Estos campesinos, como se señaló, pidieron al régimen liberal que los ayudara a
recuperar el usufructo y propiedad de tierras en común. Hicieron varios llamados
para que las autoridades tomaran un papel activo en estos graves conflictos. En
febrero de 1868 exigieron que les devolviesen sus propiedades
[…] sin derrocar al supremo gobierno que es el que nos debe proteger en nuestra empresa,
supuesto que para este fin lo hemos puesto, y que todos los que lo componen […]
están defendiendo la verdad y la razón de nuestra República Mexicana.32
Pero este tipo de demandas se estrellaban con las convicciones ideológicas pro-
fundas de quienes estaban en el pináculo del poder. De manera casi sistemática, y
31
“Solicitud de Santa Catarina Ayotzingo”, agn-jpcm, vol. i, exp. 18, ff. 358-370, 6 de junio
de 1865.
32
“Proclama: República y patria”, 23 de febrero de 1868, documento reproducido en Reina, Las
rebeliones campesinas…, ibid., pp. 75-76. (Las cursivas son de la autora).
33
“Los habitantes de Chalco…”, ibid., pp. 75-76.
333
tal y como había reaccionado ante otros pedidos de campesinos, artesanos y obreros,
el régimen de la República Restaurada no consideró adecuado dicho papel. Ante la
falta de arreglos, estos campesinos extendieron su llamado a “todos los oprimidos
de México y del Universo”.34 Aseguraron que querían:
34
Falcón, “El Estado liberal ante las rebeliones populares: México, 1867-1876”, Historia
Mexicana, vol. liv, núm. 4, abril-junio de 2005, pp. 973-1048.
35
“Manifiesto a todos los oprimidos”, documento reproducido en Anaya, Rebelión y revolución…,
op. cit., pp. 161-163.
36
Scott, Weapons of the weak…, op. cit., p. 66.
37
Véase un análisis sobre este tipo de argumentos de las clases populares en Falcón, “El arte
de la petición: titulares de obediencia y negación: México, segunda mitad del siglo xix”, Hispanic
American Historical Review, vol. 83, núm. 3, 2006.
334
Evitar las vías de hecho contra los propietarios de las haciendas, o tal vez una revo-
lución desastrosa, originada por la miseria que ocasiona la falta de terrenos que han
sido propiedad de los pueblos.
38
“Ocurso que los vecinos del pueblo de San Simonito, Tlacomulco dirigido al Congreso de la
Unión”, en Jean Meyer, Problemas campesinos y revueltas agrarias. 1821-1910, México, Secretaria
de Educación Pública, 1973, pp. 182-184.
39
“Indígenas de San Gaspar a gobernador”, ahem/caja 048.45, vol. 117, exps. 27 y 29, 22
de abril de 1882.
335
disposición aprobada por el propio Díaz para que en sus terrenos se instalase una
colonia industrial en donde se establecerían los obreros textiles de la Magdalena
Contreras que habías quedado sin trabajo. En un emotivo reclamo, los del pueblo
—quienes se presentaron como “notoriamente pobres” y pertenecientes “a la clase
indígena”— argumentaron que se trataba de sus tierras, poseídas “desde tiempo
inmemorial”, y propusieron que fuese en la propiedad de la hacienda vecina donde
se fundase la colonia. Pidieron al gobernador “interponer su valiosa autoridad ante
el C. Presidente para que no nos quiten los terrenos de que estamos en posesión”.
Además de construir una querella legal —alegaron que la Constitución garantizaba
que nadie podía ser despojado sin ser oído—, el meollo de su defensa estribó en el
deber que tenían los gobiernos de no afectar a los miserables:
¿Será posible que el Gobierno Gral., por preferir algunos C.C. arruine a otros,
arrebatándoles la posesión que tienen y mandándolos a la miseria, pues les quita en
un momento su patrimonio y el hogar en que trabajan, obligándolos a que anden
errantes sin tierra y sin hogar?
“Carta de los vecinos de San Pablo y San Antonio, Zumpahuacán al gobernador”, ahem/
40
336
Justicia
En México, al igual que en todos los países de occidente, el siglo xix fue de transi-
ción, en el que la justicia, antiguamente definida como la atribución y la capacidad
para hacer prevalecer lo “bueno”, lo “justo” y lo “humano”, fue siendo constreñida
y suplantada por una concepción equivalente a la simple aplicación de la ley, una
ley que, cada vez más, fue dictada de manera jerárquica y única por las instancias
de gobierno de los estados nacionales modernos. Se trató de un proceso complejo
y de gran significación en los nexos entre los gobernantes y la sociedad que, por
cuestión de espacio, será imposible explorar aquí.42
Antes de la ley moderna, que se fue implantando en todo occidente a lo largo
de este siglo, la determinación de lo que era considerado justo o injusto era un
proceso plural y tópico, es decir, que pretendía responder a las particularidades de
cada caso. Además de las leyes, se aplican otros mecanismos y argumentos para
fundar la justicia: equidad, bondad, tradición, caridad, religión, opinión de los
juristas, etcétera.
En México, como en tantos otros países, se mantuvieron parte de los meca-
nismos para resolver situaciones particulares de acuerdo a criterios que no cabían
estrictamente dentro del aparato legal y que iban más allá de la autoridad emanada
de las leyes modernas y los códigos. Poner en práctica las formas modernas y po-
sitivas de la justicia fue un proceso largo, contradictorio y lleno de jaloneos entre
42
Paolo Grossi, La mitología jurídica de la modernidad, Madrid, Trotta, 2003. Para el caso
mexicano ver los artículos de Jaime del Arenal, “El discurso en torno a la ley. El agotamiento de
lo privado como fuente del derecho en el México del siglo xix”, en B. Connaugthon, C. Illades y
Sonia Pérez (ed.), Construcción de la legitimidad política en México en el siglo xix, México, El Colegio
de Michoacán/uam/unam/El Colegio de México, 1999; María Victoría Chenaut, “Uso del de-
recho y pluralidades normativas en el medio rural”, en S. Zendejas y P. de Vries (eds.), Las disputas
por el México rural: transformaciones de prácticas, identidades y proyectos, Vol. 2, Zamora, México, El
Colegio de Michoacán, 1998.
337
los variados actores de la sociedad, así como entre los funcionarios de las diversas
ramas y escalones del sistema político institucional.
De ahí la persistencia, entre los grupos subalternos, de una cultura jurídica
que intentaba convencer con argumentos más que citar la ley y que recurría a la
autoridad más que a la norma escrita. Estos argumentos serían anticonstitucionales
pero no antijurídicos, pues se basaban en otras concepciones del derecho no menos
legítimas para numerosos actores del México Rural.
Debido a estas transiciones y a la inefectividad que mostraban muchas de las
instituciones judiciales, muchos pueblos acabarán convencidos de la inutilidad
de recurrir a esta rama del aparato gubernamental. De ello nos hablan, entre
muchos otros, los vecinos de San Juan Simonito en su disputa con la hacienda
propiedad de Limantour, quienes aseguraron que era, en buena medida, “por las
dificultades que ofrece nuestra legislación” que se habían consumado “despojos
impunemente y con escándalo del país entero”. La infructuosidad del sistema
era palmaria:
Es verdad que están al alcance de los pueblos las vías judiciales, pero es igualmente
cierto que los trámites son tan largos, los juicios tan dispendiosos y tan complicados
[…] que los litigios se emprendieran serían la ruina de los pueblos y los sumergirían
en la cruel desesperación.43
“Ocurso que los vecinos del pueblo de San Simonito, Tlacomulcoo dirigido al Congreso de
43
338
Continuaré con el caso ya tratado de los indígenas del pueblo de San Gaspar,
Tenancingo. En el ámbito de la justicia, resalta su queja de mayo de 1882 en contra
de las autoridades de Morelos por haberse inclinado en favor de la hacienda de
Cocoyotla en el conflicto por tierras que hacía mucho tenían. En vez de solicitar
que simplemente se pusiese en práctica determinada ley, buscaron convencer al
gobernador de la bondad de sus alegatos. Alegaron que se habían “atropellado
abiertamente los principios más obvios del derecho, justicia y equidad universales”,
pues las autoridades
[…] creen al dueño de Cocoyotla bajo su simpe dicho, sin prueba alguna, para
luego intimidarnos, sin siquiera citarnos ni oírnos, que le entreguemos terrenos que
nunca hemos usurpad y de que es pública y notoria nuestra inmemorial propiedad
y posesión.
45
“Indígenas de San Gaspar a gobernador”, ahem/caja 048, vol. 117, f. 29, 22 de abril de 1882.
339
[…] suspendan los hacendados todo aquel uso que han hecho de nuestros intereses
usurpados, como los montes, pastos, aguas y tierras de labor, hasta interin los tribu-
nales resuelvan justamente a quien pertenece el derecho de propiedad.46
Hemos recorrido todos los tribunales competentes para lograr el deslinde de nuestras
propiedades; en ello hemos pasado muchos años y gastado grandes cantidades de
dinero sin éxito alguno, pues jamás se ha dictado resolución judicial que nos saque
de la detestable tutela de los hacendados, porque éstos, señor, conocen las chicanas
del foro, cuentan con influencias ante los jueces y, si estas circunstancias no les bastan,
se permiten hasta el cohecho.47
“Naturales y vecinos del pueblo de San Francisco Acuautla a Juárez”, 6 de marzo de 1868,
46
340
Cuando murió Montiel en 1885, el Gran Círculo de Obreros tomó su idea de formar un
48
fondo con aportaciones de todos los campesinos para sus litigios. Véase el artículo de Montiel, así
como la información biográfica, en García Cantú, El socialismo en México…, op. cit., pp. 438-439.
341
49
“Proclama a los conciudadanos de Presbítero Felipe Castañeda”, 22 de enero de 1894; “In-
forme de Sección de Gobierno y Policía de Tenancingo”, 23 de enero de 1894; “Jefe político de
Tenancingo a secretaría General de Gobierno”, 1º. De febrero de 1894, todo en ahem/caja 074.4,
vol. 147, exp. 5, f. 133.
50
Anaya sugiere que la influencia de los furesistas fue posterior, Anaya, Rebelión y revolución…,
op. cit., pp. 116-121.
51
Idem.; Vázquez, “¿Anarquismo en…”, op. cit.
342
En suma, por lo menos los campesinos rebeldes más radicales también veían
hacía el futuro, hacía un régimen socialista en donde se aminoraran las injusticias,
la miseria y la explotación.
Reflexiones finales
“Manifiesto a todos los oprimidos”, reproducido en Anaya, Rebelión y revolución…, op. cit.,
52
p. 163.
343
344
Bibliografía
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en la segunda mitad del siglo xix”, en M. E. Ponce y L. Pérez Rosales (coords.),
345
346
347
L a historia del indio americano —al norte o al sur del río Bravo— está he-
cha de resistencias y levantamientos. Mientras escapa a las sierras, el indio
perseguido se resiste o se rebela. Sus respuestas defensivas y ofensivas rara vez se
distinguen claramente.
El indio transforma su comunidad en una estructura social preparada para resistir
en la larga guerra colonial. La comunidad india es mucho más que un refugio. Es
la base social para la producción, el comercio, la migración, la rebelión y la política.
El mercado y los centros de trabajo obligatorio o asalariado pueden estar distantes,
alejados de los campos de guerra o de rebelión. Aun así, la comunidad india es una
base estratégica para la resistencia o el levantamiento.
La estructura interna de la comunidad india contribuye a comprender su fuer-
za. La sobrevivencia de la comunidad india no puede, sin embargo, explicarse sin
relacionarla con la organización colonial del trabajo.
La organización colonial del trabajo —desde el capital mercantil hasta el trans-
nacional— preserva a la comunidad india como fuente de alimentos baratos y de
mano de obra barata. Esta doble función ayuda a comprender por qué la comunidad
india no ha sido totalmente aniquilada. La resistencia a través de la comunidad
es el origen de la reproducción de la población india bajo condiciones coloniales
y neocoloniales. La dialéctica de la resistencia se combina con la dialéctica de la
* Texto extraído de Pablo González Casanova y Marcos Roitman (coords.), Democracia y Estado
multiétnico en América Latina, México, La Jornada, unam-ceiich, 1996, pp. 23-36.
[349]
350
351
Los sectores medios en estas sociedades desempeñan varios papeles que reprodu-
cen y remodelan las desigualdades coloniales. Desempeñan el papel de mediadores
como gestores, árbitros, ideólogos. También desempeñan el papel asignado a las
fuerzas represivas. Pobres, como son muchos de ellos, tienen cierta jerarquía en el
neocolonialismo. Aun los soldados de fila se sienten superiores ante la población
civil india o aindiada.
Como en los antiguos gremios, los obreros industriales organizados, las capas
medias, y los “mediadores” alcanzan privilegios, inmunidades, excepciones y
derechos de que los campesinos más pobres y los indios no disfrutan. Cuando,
habiendo nacido como indios, han abandonado sus pueblos, aprendido español o
portugués y mejorado su condición miserable, sus nuevos papeles y posiciones los
hacen sentirse parte de un orden que les da un mejor lugar para trabajar y vivir,
uno menos lastimoso, y hasta más “honrado”.
Si el español o el indio que se hacen mexicano o boliviano vuelven invisible la
nueva situación colonial, los sectores medios la tornan confusa. Si las nacionali-
dades y las igualdades formales ocultan la situación colonial interna, los estratos
sociales y la movilidad social suprimen de la conciencia colectiva el perfil de las
desigualdades crecientes.
Las desigualdades coloniales existen aún entre los campesinos. Los que hablan
español o portugués —la lengua oficial— son miembros de la cultura y la comuni-
dad nacional dominante. A menudo tienen un estatus más alto que los campesinos
que se expresan en dialectos o en idiomas indígenas sin uso o aceptación oficial.
La categoría de “indios” —categoría colonial— no ha desaparecido con el paso
de los siglos. En algunos países todavía es una importante categoría social, aunque
padece serios obstáculos para expresarse como categoría política. Las diferencias
de las lenguas indígenas son a menudo un obstáculo insalvable para la mutua com-
prensión y asociación; a veces aun quienes hablan una misma lengua no pueden
entenderse ni asociarse por las variantes de vocabulario y pronunciación. Las dife-
rencias de intereses estrechos dividen constantemente a los miembros de la misma
cultura y de la misma condición colonial. La mayor parte de los indios muestra, en
la mayoría de los casos, un sentido “particularista” de pertenencia; como autoafir-
mación, se renueva y refuerza a través de luchas constantes por la tierra y el agua.
La lucha de clases interna y la estratificación se confabulan en contra de los
pueblos indios. Una burguesía desfigurada de indios caciques que continúan
352
353
354
355
356
357
puede entender, y quienes sufren esos problemas, como indios, no pueden luchar
correctamente por superarlos.
Las poblaciones coloniales que se organizan como minorías étnicas, se ven
impulsadas a unir sus organizaciones a las campesinas urbanas y obreras, mien-
tras mantienen y fortalecen su autonomía e identidad. Sin ocultarse a sí mismas
el vínculo que las une entre sí como pueblos colonizados, tienen que luchar con
la nación-Estado que se libera como un todo, y con los demás colonizados, que
luchan como pueblo trabajador o como movimien tos cívicos y políticos que buscan
nuevas formas de liberación, justicia y democracia. En este sentido, los negros, los
asiáticos y los indios se han unido y se unirán a las organizaciones nacionales y de
clase, formando parte de ellas en la base y entre los líderes, siempre que se respeten
sus autonomías y sus identidades. Cuando no lo hacen o no lo hagan debilitarán el
sentido anticolonial, popular, nacional y democrático de sus luchas, y el papel que
juegan y pueden jugar dentro de los movimientos progresistas del Sur y del norte
colonial del mundo. De la misma forma, el proyecto de un Estado-nación que busca
liberarse y enfrentar las condiciones de dependencia internacional y transnacional,
difícilmente alcanzará sus objetivos si no reconoce la autonomía e identidad de las
etnias de origen colonial como un derecho constitucional y constitutivo.
El desarrollo desigual del capitalismo y las diferentes combinaciones de los di-
versos modos de producción y explotación bajo el colonialismo explican las variadas
características de los pueblos colonizados. La presencia de dos o más categorías
de hombres —en el fondo colonizadores y colonizados— da origen al concepto
insuficiente de dos o más países dentro de un país: de “dos Brasiles”, de “muchos
Méxicos”. En apariencia lo que caracteriza a estas regiones es una “sociedad dual”, o
una “sociedad plural”. El fenómeno corresponde, en el fondo, al desarrollo desigual
de un capitalismo colonial y neocolonial que combina y reproduce diferentes modos
de producción y explotación internacional y transnacional con los de dominación
y explotación intranacional, todo en medio de una rica variedad de organizaciones
sociales y de patrones culturales hegemonizados hoy por el capital transnacional.
Si no se puede comprender la lucha de clases contra la explotación y la discrimi-
nación en América Latina sin un análisis concreto de la lucha colonial y neocolonial,
ni se puede comprender la lucha del pueblo indio sin ligarlo a la lucha del campesino,
a la lucha de los trabajadores asalariados y a las luchas del bajo pueblo, tampoco
se le puede comprender si no se incluye la lucha de los indios por su autonomía.
358
Los ideólogos que abogan por la democracia de bases populares sin considerar los
derechos legítimos de los indios a la autonomía cultural y étnica o pluriétnica, dentro
de un frente o gobierno popular “nacional” que articule sus propias organizaciones
internacionales y transnacionales, cometen un error tan serio como los ideólogos
que abogan por una lucha y organización india aislada del resto de los pueblos
colonizados y de las masas populares, urbanas y trabajadoras.
Si el error de ningunear el problema colonial deja sin resolver la cuestión de la
lucha de clases —o contra la explotación, la discriminación y la exclusión— en un
sistema global colonial, el error de querer librar una pura lucha india anticolonial
elude la cuestión de las formas de dominación y acumulación que prevalecen bajo el
capitalismo metropolitano y periférico. En ambos casos se plantea una lucha inexacta:
en uno, la de trabajadores que no incluyen a las poblaciones y a los trabajadores
colonizados; en otro, la de las poblaciones colonizadas separadas del resto de los
trabajadores y de los pueblos.
Es verdad que a menudo los líderes democráticos, populistas e incluso socialistas
y revolucionarios han olvidado a las etnias y organizaciones indias, pero la respuesta
correcta no es abogar por una lucha aislada de los “indios” contra los “ladinos” o
“mestizos”, sino luchar por el reconocimiento de la autonomía dentro del pueblo y
con el conjunto del pueblo, con el poder de todo el pueblo, en un proyecto humanista y
universalista que abarque a todos los hombres y no que los tribalice.
La tesis de una lucha india aislada ha sido defendida por muchos antropólogos
precisamente en el momento en que el neoliberalismo usó las diferencias de etnias y
razas para debilitar a los grandes movimientos de liberación nacional y continental.
Así, consciente o inconscientemente, los antropólogos que dijeron o dicen defender
al indio y lo indio a menudo han contribuido a que la contrarrevolución neoconser-
vadora y los movimientos neoliberales antipopulares aumenten las diferencias entre
los indios campesinos y los campesinos ladinos o mestizos, y a que se beneficien de la
lucha entre los indios pobres y los cholos o blancos pobres, a los que invitan a luchar por sí
mismos y totalmente separados contra un sistema muy complejo y desigual. De las
luchas por la “liberación nacional” con frecuencia se ha pasado a la autodestrucción
de las naciones con las luchas interétnicas, muchas de una inmensa crueldad, como
se ve no sólo en América Latina sino en África, Asia y en la propia Europa. Al
impulso de la “fuerza étnica” y los fundamentalismos fratricidas se ha añadido la
política del rational choice y la exacerbación autodestructiva de las luchas de todos
359
los pobres contra todos los pobres, en que el indio es el lobo del indio, o el ladino
pobre el lobo del pobre indio.
La solución correcta es patrocinar tantas organizaciones como sea posible entre
los indios, campesinos o trabajadores, respetando su relativa autonomía, su poder
popular y democrático y los problemas sociales y culturales específicos, mientras se
hacen todos los esfuerzos necesarios para que sus integrantes se unan consciente-
mente en un frente o coalición común, y en organizaciones comunes, que enfrenten
al complejo Estado colonial, neocolonial y transnacional con una alternativa aún
más amplia y variada que el Estado-nación popular, en un proyecto democrático
de organización de los pueblos: nacional, regional y universal.
Si la estructuración colonial del trabajo explica la naturaleza del Estado colonial
dependiente, también es importante para explicar el carácter de la liberación y de
la lucha nacional. En la formación de nuevos Estados democráticos, en la Amé-
rica Latina se plantea en un primer plan el respeto a la autonomía, al poder y a la
democracia de las etnias y comunidades indias o indígenas asociadas al conjunto del
pueblo y del Estado.
Mariátegui propuso hace más de 50 años un programa de acción a corto y largo
plazos que aún es válido. Además de la organización del indio como trabajador y de
su incorporación a las organizaciones obreras, Mariátegui propuso “la coordinación
de las comunidades indígenas por regiones”, “la defensa de la propiedad comuni-
taria”, la prosecución de actividades políticas y culturales en las comunidades para
vincularlas con los movimientos urbanos y sindicales. Pensaba Mariátegui que estas
medidas podrían conducir a la “autonomía política de la raza india” y a la “obliga-
ción de los indios de diversos países” de aliarse estrecha mente con los proletarios
contra los regímenes feudalesy capitalistas. Con todas las variantes históricas que
vivimos, su perspectiva es válida aún hoy para comprender y cambiar la realidad de
las oligarquías que con los señores de la tierra, los caciques, caudillos y burocracias
autoritarias imponen un colonialismo global, transnacional y neoliberal.
La historia de los “indios” y de los “campesinos” es una y la misma hasta los
tiempos presentes. Debería ser considerada como la historia de un Estado y una
sociedad donde el pueblo trabajador ha sido tratado como pueblo colonizado, desde
el capitalismo mercantil hasta el global, ya sea a causa de su “raza” o de su cultura, o
más allá de la “raza” y la cultura, como ocurre con los “blancos pobres” del Caribe,
o con los pobres de América Latina —más blancos que indios—, a quienes se trata
360
como colonizados, situación que afecta a toda la sociedad y el Estado, así como las
luchas nacionales y de clases.
Una situación que es colonial y global, y que hoy se renueva con las mediaciones
neocoloniales y transnacionales, está en la psicología y la cultura del poder autoritario
latinoamericano. Olvidarla con el argumento de que el colonialismo pertenece al
pasado, o es exclusivamente un fenómeno internacional, o de que el capitalismo
y la lucha de clases por sí solos explican los problemas de la sociedad y el Estado,
es clausurar la comprensión de la esencia de los problemas de la democracia y la
liberación latinoamericana.
Las poblaciones de origen colonial y neocolonial están en el centro de un fe-
nómeno complejo de opresión, exclusión, mediatización y de liberación y lucha
mediada de clases y de pueblos bajo el colonialismo internacional e interno de hoy.
Las metamorfosis del colonialismo y del capitalismo son la clave para la compren-
sión de un Estado y de una sociedad cuyas características principales se soslayan
en la medida en que se intenta explicarlos sin un recurso simultáneo a la historia y
actualidad del colonialismo y del capitalismo. El desconocimiento de esa historia
afecta cualquier intento de profundizar en el proyecto democrático.
Ni el Estado de América Latina puede comprenderse sin una sociedad multié-
tnica, ni la construcción democrática, popular y nacional podrá dejar de expresar
y representar a esa sociedad. La democracia participativa y representativa de
América Latina, para serlo realmente deberá incluir y representar a las antiguas
poblaciones de origen colonial y neocolonial como autonomía y como ciudadanía,
o no será democracia.
El fin de la política racista, y de toda categoría política basada en la raza, habrá
de coincidir con la representación de las culturas y las comunidades que han sido
sometidas y explotadas por el colonialismo, sin cuya presencia no se explica el ca-
rácter del Estado colonial, y sin cuya fuerza sería inexplicable el carácter popular
y democrático de cualquier Estado nacional.
El fin de la “discriminación” y de la “asimilación” coloniales y neocoloniales
coincidirá con el respeto estatal a las culturas de los pueblos y con la participación
activa de sus ciudadanos en las decisiones soberanas de los gobiernos.
El Estado colonial y neocolonial sólo desaparecerá cuando sus víctimas libera-
das participen en el nuevo Estado democrático y popular, ya sea porque represen-
ten —como indios— los intereses comunitarios, ya porque representen —como
361
ciudadanos— los del conjunto del pueblo; todo ello siempre que las etnias y los
pueblos tomen las decisiones principales dentro de una estrategia local, nacional e
internacional de poder democrático con bases populares y, más concretamente, de
poder del pueblo trabajador que se libera de la explotación internacional e interna
con un proyecto de pluralismo ideológico y religioso, y de democracia universal.
Bibliografía
362
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Warman, Arturo, et al., De eso que llaman antropología, México, Nuestro Tiempo, 1970.
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363
Introducción
T odo sabemos que los españoles primero, y después las élites criollas de las
repúblicas, colonizaron a los pueblos indígenas. En los proyectos de coloni-
zación el poder estatal —o con mayor precisión histórica, éste combinado con la
Iglesia— jugó un papel sumamente importante.
Pero, ¿hasta qué punto hay una historia al revés? Es decir, ¿hasta qué punto
se puede trazar y conceptualizar una contracorriente histórica, en la cual se ve el
esfuerzo de los pueblos indígenas por “colonizar al Estado” y desarrollarse dentro
del proyecto colonial? El argumento fundamental de este ensayo es que muchas
veces los indígenas jugaban en el terreno de los colonizadores para colonizar al
Estado “desde abajo”, y así transformar lo que pudo significar el Estado y la Iglesia.
El proceso de “colonización al revés” define varios aspectos fundamentales de la
historia indígena: la coexistencia, dinámica y conflictos, de la colonización “desde
arriba” y “desde abajo”; el peso tremendamente importante y contradictorio de la
mediación en la vida política indígena; y los tránsitos de estrategias de sobreviven-
cia orientadas hacia una “adaptación-en-resistencia”, como respuesta al Estado, a
estrategias de rebelión abierta a las autoridades estatales y a las élites.
* En Leticia Reina (coord.), Los retos de la etnicidad en los estados-nación del siglo xxi,
México, ciesas/ini/Miguel Ángel Porrúa, 2000, pp. 23-36.
[365]
En este ensayo ofreceré una periodización general de este proceso, para después
comentar sus implicaciones y así conceptual izar la relación Estado-nación y los retos
de la etnicidad desde la experiencia histórica indígena.1 Antes de entrar plenamente
a la periodización, hay que hacer dos advertencias: la primera es que la “coloniza-
ción al revés” es una metáfora antes que una descripción literal. Los indígenas no
colonizaron, en el sentido descriptivo, ni a España ni a las capas sociales americanas
que mandaban desde el Estado. Pero si bien las metáforas tienen sus límites en
cuanto a su descripción literal, también tienen su utilidad conceptual, como una
forma de pensar el significado de los hechos descriptivos. Los indígenas jugaron
en el terreno en sus colonizadores de forma imprevista, inventando nuevas reglas
del juego en el camino. No pasaron por la puerta oficial del paternalismo pidiendo
permiso y bondad de un protector de indios, limitándose a las reglas y al rincón al
que se les relegó. Más bien, en el proceso buscaron otra puerta y así invadieron y
colonizaron el terreno, cambiando las dinámicas de la sociedad y del poder.
La segunda advertencia tiene que ver con los límites territoriales y culturales
del esquema que plantearé. El marco del análisis se basa en la historia indígena de
Como esta es la síntesis de un ensayo, no voy a abundar en las notas al pie. El lector que quiera
1
ampliar las fuentes citadas que apoyan las líneas de análisis aquí planteadas puede consultar, para la
Colonia, Steve J. Stern, “Paradigms of Conquest: History, Historiography and Politics”, en Journal
of Latin Amerícan Studies, núm. 24, Quincen, supplem., 1992, pp. 1-34; Steve Stern, “Feudalism,
Capitalism, and the World-System in the Perspective of Latin América and the Caribbean”, en
American Historical Review, vol. 93, núm. 4, octubre de 1988, pp. 829-872. Para la República,
véase especialmente Florencia E. Mallon, Peasant and Nation: The Making of Postcolonial Mexico
and Peru, Berkeley, University of California Press, 1995; Leticia Reina (coord.), La reindianización
de América, siglo xix, México, ciesas-Siglo xxi Editores, 1997. Para visiones más amplias que
incluyen tanto el periodo republicano como la Colonia en un todo, y que da una idea más amplia
de las fuentes que apoyan estas líneas de análisis; para los casos de México y de los Andes, véase
Friedrich Katz (ed.), Riot, Rebellion, and Revolution: Rural Social Conflict in Mexico, Princeton, Prin-
ceton University Press. 1988; John Tutino, From Insurrection to Revolution in Mexico: Social Bases
of Agrarian Violence, 1750-1940, Princeton, Princeton University Press, 1986; Steve J. Stern (ed.),
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Ethnicity, Markets, and Migration in the Andes: At the Crossroads of History and Anthropology, Durham,
Duke University Press, 1995; Brooke Larson, Colonialism and Agrarian Transformation in Bolivia:
Cochabamba, 1550-1900, 2a. ed., Durham, Duke University Press, 1998.
366
Entre los siglos xvi y mediados del xx, hay tres grandes “olas” de colonización
que van “desde arriba” y “desde abajo”, a modo de “prólogo”.
El “prólogo” se refiere a la experiencia de la primera generación, o más con-
cretamente la primera y la segunda, de gente que vivió el proceso de la conquis-
ta española. Se trata de un momento histórico en el que muchas cosas no son
necesariamente claras: que los españoles estarán “por siempre”, que derrotarán
definitivamente a los indígenas enemigos y subordinarán a los indígenas aliados,
que lograrán crear un Estado y una Iglesia poderosos. Éstas son realidades que se
van forjando, descubriendo y procesando en el camino, no son certezas desde el
principio. El periodo de los primeros 20 a 30 años es un momento histórico lleno
de sorpresas, choques violentos y alianzas interétnicas (y hasta matrimoniales)
cuya complejidad supera la simple división entre “indios” y “españoles”. Además,
es el momento de crear poco a poco un nuevo Estado colonial con poder real, y en
este sentido, no pertenece estrictamente al problema de los estados consolidados e
institucionalizados que analizaremos aquí, y que se ha planteado como un enfoque
fundamental para nuestro simposio.
Sin embargo, hay dos herencias del “prólogo” cuyas consecuencias son funda-
mentales para nuestros propósitos. Primero, para las primeras generaciones había
una dialéctica de alianza y desencanto muy importante. En muchas regiones, la
367
Para ejemplos concretos, véase para México, Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la
2
conquista de la Nueva España, editado por Miguel León-Portilla, Madrid, Historia 16, 1984; James
Krippner-Martínez, “The Politics of Conquest: An Interpretation of the Relación de Michoacán”,
en Americas, vol. 47, núm. 2, octubre de 1990, pp. 177-198; Charles Gibson, Tlaxcala in the Sixteenth
Century, New Haven, Yale University Press, 1952; Inga Clendinnen, Ambivalent Conquests: Maya
and Spaniard in Yucatan, 1517-1570, Cambridge, Cambridge University Press, 1987; y para el
Perú, Steve J. Stern, Peru’s Indian Peoples and the Challenge of Spanish Conquest: Huamanga to 1640,
Madison, University of Wisconsin Press, 1982; Waldemar Espinoza Soriano, La destrucción del
imperio de los Incas, Lima, Retablo de Papel, 1973.
3
Para los casos mencionados de crisis y desencanto, véase Steve Stern, op. cit., 1982; Inga
Clendinnen, op. cit., Charles Gibson, op. cit.
368
4
Por supuesto, y especialmente en las primeras generaciones, muchas veces los empresarios de
las minas, obrajes, agricultura o ganadería eran también encomenderos, como mostró José Miranda
hace muchos años, Véase José Miranda, “La función económica del encomendero en los orígenes
del régimen colonial de Nueva España (1525.1531)”, en Anales del Instituto Nacional de Antropología
e Historia, 2, 1941-1946, pp. 421-462; cfr. Efrain Trelles, Lucas Martínez Vegazo: funcionamiento de
una encomienda peruana inicial, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1982; Rafael Varón
Gabai, La ilusión del poder: apogeo y decadencia de los Pizarro en la conquista del Perú, Lima, Instituto de
Estudios Peruanos, 1996. Pero no coincidían siempre esas funciones igualmente importantes. Para
los indios que trabajaban en las minas, obrajes o haciendas específicas, los dueños y administradores
de esas propiedades no siempre eran sus encomenderos.
369
Para el caso andino, véase Steve Stern, op. cit., 1982, esp. capítulo 5; Steve Stern, op. cit., 1988;
5
Peter J. Bakewell, Miners of the Red Mountain: Indian labor in Potosi, 1545-1650, Albuquerque, Uni-
versity of New Mexico Press, 1984; Brooke Larson y Olivia Harris, op. cit.; Ann M. Wightman,
Indigenous Migration and Social Change: The Forasteros of Cusco, 1570-1720, Durham, Duke University
Press, 1990; para el caso mexicano, son fundamentales los trabajos de William B. Taylor, Landlord
and Peasant in Colonial Oaxaca, Stanford, Stanford University Press, 1972; Drinking, Homicide and
Rebellion in Colonial Mexican Villages, Stanford, Stanford University Press, 1979; véase también
Cheryl English Martin, “Haciendas and Villages in Late Colonial Morelos”, en Hispanic Ameri-
can Historical Review, vol. 63, núm. 3, agosto de 1982, pp. 407-427; Alicia Hernández Chávez,
Anenecuilco: memoria y vida de un pueblo, México, El Colegio de México, 1991.
370
6
La importancia de la Iglesia en la mediación es obvia para cualquier historiador colonial; para
el periodo temprano, véase, por ejemplo, los trabajos de Krippner-Martínez y Clendinnen citados
en la nota 2 arriba; para un trabajo nuevo y sistemático, que hace énfasis en un periodo posterior,
véase William B. Taylor, Magistrates of the Sacred: Priests and Parishioners in Eighteenth-Century
Mexico, Stanford, Stanford University Press, 1996.
7
Steve Stern, “New Approaches to the Study of Peasant Rebellion and Consciousness: Im-
plications of the Andean Experience”, en Steve Stern, op. cit., 1987, pp. 3-25, esp. 9-11. Hay que
enfatizar que esta conceptualización fue fruto de un trabajo colectivo, coordinado entre todos los
autores del libro y todos los participantes en las discusiones y el simposio previos a su publicación.
371
8
Para ejemplos concretos, véase John V. Murra, “Aymara Lords and their European Agents
at Potosi”, en Nova Americana, I, Turín, 1978, pp. 231-243; Peter J. Bakewell, op. cit.; Steve Stern,
op. cit., 1982; Steve Stern, op. cit., 1988.
9
Especialmente iluminadores en este contexto son Enrique Tandeter, “La producción como
actividad popular: ladrones de minas en Potosí”, en Nova Americana, 4, 1981, pp. 43-65; y William
B. Taylor, op. cit., 1979, esp. capítulos 1 y 4.
372
Estas adaptaciones y nociones del derecho propio exigían algo más que reclamar
el derecho post facto. Necesitaban la iniciativa, una cierta invasión “desde abajo” de
las instituciones coloniales, especialmente del laberinto del Estado y sus redes de
autoridades y mediadores, tanto informales como formales. Esta colonización “al
revés” sobrepasó al monopolio español teórico sobre el diseño y las dinámicas de las
instituciones coloniales fundamentales como el Estado, la Iglesia y los mercados. A
principios del siglo xvii, el sistema colonial creado durante la primera gran ola de
colonización había sido parcialmente elaborado con estas iniciativas. Como vimos en
el caso de las mitas, las estrategias de “adaptación-en-resistencia”, como un proceso
de colonización parcial del sistema “desde abajo”, repercutió notablemente en las
“reglas del juego” de la Colonia.
Una segunda gran ola de colonización “desde arriba” se da en el siglo xviii. Se trata
de una especie de “reconquista” colonial. Frente a la competencia imperial europea
e inspirada también en las ideas de mayor racionalidad que tomaban peso durante
la Ilustración, el Estado colonial español trató de fortalecer su control geopolítico y
administrativo y aumentar sus ingresos a través de las Reformas Borbónicas. Como
se sabe, los intentos estatales de intensificar el control y las ganancias coloniales —
tanto en el imperio americano español como en los imperios de Inglaterra, Portugal
y Francia— provocaron verdaderas crisis en los sistemas coloniales y un importante
desmantelamiento durante medio siglo (ca. 1775-ca. 1825).10
A nivel general, esta nueva colonización fue acompañada por una migración
de peninsulares en aumento, que tomó peso y remodeló las redes de comercio e
inversión, gobierno y administración, parentesco y mediación, de la élite colonial
en América. En el fondo, vemos en esa época, un intento del Estado español pe-
ninsular por conquistar lo que había llegado a ser un Estado colonial criollo. En
el siglo xvii, en una etapa de debilitamiento y crisis fiscal del Estado español en
el contexto europeo, la elite criolla logró una cierta conquista del Estado colonial.
La mejor introducción general al tema y su relación con las guerras de independencia sigue
10
siendo John Lynch, The Spanish-Ameriam Revolutions, 1808-1826, Nueva York, Norton, 1973.
373
Véase John Leddy Phelan, The Kingdom of Quito in the Seventeenth Century: Bureaucratic Politics
11
in the Spanish Empire, Madison, University of Wisconsin Press, 1967; Kenneth J. Andrien, The
Kingdom of Quito, 1690-1830: The State and Regional Development, Nueva York, Cambridge Uni-
versity Press. 1985; Karen Vieira, Powers, Andean Journeys: Migration, Ethnogenesis, and the State in
Colonial Quito, Albuquerque, University of New Mexico Press. 1995; Kenneth J., Andrien, Crisis
and Decline: The. Viceroyalty of Perú in Ihe Seventeenth Century, Albuquerque. University of New
México Press, 1985; Wightman, op. cit.; Jeffrey A. Cole, The Potosi Mita, 1573-1700: Compulsory
Indian Labor in the Andes, Stanford, Stanford Universiry Press, 1985; y las fuentes citadas en nota 12.
12
Véase, además de John Lynch, op. cit., las obras siguientes: David A Brading. Miners and
Merchants in Bourbon Mexico, 1763-1810, Cambridge, Cambridge University Press, 1971; Brian
R. Hamnett, Politics and Trade in Southern Mexico, 1750-1821, Cambridge. Cambridge University
374
Press, 1971; Roots of Insurgency: Mexican Regions. 1750-1824, Cambridge, Cambridge University
Press, 1986; Mark Burkholder y D. S. Chandler, From Impotence to Authority: The Spanish Crown and
the American Audiencias, 1687-1808, Columbia, University of Missouri Press, 1977; John Leddy
Phelan, The People and the King: The Comunero Revolution in Colombia, 1781, Madison, University
of Wisconsin Press, 1978; Jurgen Golte, Repartos y rebeliones: Túpac Amaru y las contradicciones de la
economía colonial. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1980; Steve J. Stern, “The Age of Andean
Insurrection, 1742-1782: A Reappraisal”, en Steve Stern (ed.), op. cit., 1989, pp. 34-93. esp. 73-74;
Scarlett O’Phlelan Godoy, Un siglo de rebeliones anticoloniales: Perú y Bolivia, 1700-1783. Cusco,
Centro Bartolomé de las Casas, 1988; Charles Walker (ed.), Entre la retórica y la insurgencia: las
ideas y los movimientos sociales en los Andes, siglo xviii, Cusco, Centro Bartolomé de las Casas, 1995.
13
Para los Andes, véase especialmente Jurgen Golte, op. cit.; Steve Stern (ed.), op. cit., partes i y
ii; Scarlett O’Phelan, op. cit.; Charles Walker (ed.), op. cit.; Y Sinclair Thomson, “Colonial Crisis,
Community and Andean Self-Rule: Aymara Politics in the Age of Insurgency (Eighteenth-Century
La Paz)”, tesis doctoral, University of Wisconsin, 1996; para México, William B. Taylor, op. cit.,
1979; cfr. Tutino, op. cit.
375
quista, que fue una especie de “prólogo” importante, había un tránsito histórico,
desde la construcción indígena de una “adaptación-en-resistencia” con poca
necesidad de violencia colectiva, hasta una con mayores arrengas; en los casos
más extremos, la insurrección que buscaba una profunda transformación. Pero
dada la diversidad de regiones y experiencias indígenas concretas, también es
cierto que en lo particular y al interior de cada “ola” de colonización, estas tres
acciones definen un espectro de respuestas y fluctuaciones de los indígenas frente
al Estado y los colonizadores. Éste —desde una “adaptación-en-resistencia”
relativamente no-violenta en un polo, a una adaptación con mayor amenaza y
movilización de la violencia en medio del espectro, hasta la violencia insurreccional
en el otro polo— definió los dilemas políticos de los indígenas. El espectro de
posibilidades también aclara las presiones y las contradicciones que vivían los
mediadores, tanto indígenas como funcionarios estatales y gente no indígena. En
el fondo, eran los mediadores quienes tenían que coordinar y hacer factible cual-
quier “adaptación-en-resistencia”, y eran ellos quienes respondían a las presiones
“de arriba” y “de abajo”, de mudar a comunidades específicos de una ubicación
en el espectro, hacia otra.14
En cualquiera de los dos periodos tratados hasta ahora, si hubiera una especie de
“mensaje” implícito a través de las prácticas indígenas que iban a contracorriente,
sería lo siguiente: “Si no nos dejan colonizar al estado colonial desde abajo, y en este
contexto reclamar nuestros derechos, participación y pactos, tendremos que acudir
a la violencia local o a la utopía insurreccional”. En general, la amenaza de apelar
El ejemplo de Oaxaca y Tehuantepec en la década de los sesenta del siglo xvii sirve para
14
376
Véase especialmente Tristan Platt, Estado boliviano y ayllu andino, Lima, Instituto de Estu-
15
dios Peruanos, 1982; Florencia Mallon, op. cit.; Leticia Reina, Las rebeliones campesinas en México,
1819-1906, 3a. edición corregida y aumentada, México, Siglo xxi Editores, 1998; Leticia Reina
(coord.), op. cit.
377
Véase Tristan Platt, op. cit.; Mark Thurner, From Two Republics to One Divided: Contradictions
17
of Postcolonial Nationmaking in Andean Peru, Durham, Duke University Press, 1997; Jesús Sotelo
Inclán, Raíz y razón de Zapata, México, Etnos, 1943; Alicia Hernández Chávez, op. cit.
378
los recursos y la autonomía relativa local, con derecho a intervenir en las elecciones
políticas de los gobernadores regionales, y expectativas de ser beneficiados por las
obras públicas o proyectos educacionales del Estado. Las nuevas investigaciones
de Peter Guardino y Patrick MacNamara sobre Guerrero y Oaxaca apuntan en
la misma dirección.18
Así nació en la segunda mitad del siglo xix, una doble dinámica entre los
estados-nación liberales y los pueblos indígenas. En algunos casos; la dinámica de
enfrentamiento directo y violento predominaba y los indígenas terminaron como
“rebeldes anti-liberales”. En otros, se dio un juego más sutil, aunque no carente
de violencia, entre los esfuerzos por construir pactos y colonizar al Estado liberal
“desde abajo”, y el proyecto de construir un poder estatal capaz de controlar y
moldear al territorio nacional y sus pueblos “desde arriba”. Como Mallon y otros
han señalado muy bien, una de las ironías de esta segunda etapa es cómo los lí-
deres liberales nacionales, antes aliados con los indígenas; llegado el momento de
rechazar un liberalismo más popular, redefinieron a sus ex aliados populares como
si siempre hubieran sido “rebeldes”, gente bruta e incapaz de entender o participar
en el progreso liberal, y por eso condenada a la dinámica del enfrentamiento directo
y violento con el Estado.
Hacia finales de la tercera gran ola de colonización, en las décadas de los veinte y
treinta del siglo xx, el juego entre un proyecto liberal desde arriba y un liberalismo
más popular “desde abajo” se transformó en otros juegos, definidos por los grandes
trastornos políticos: la Revolución mexicana hasta el cardenismo, el impacto de
los nuevos movimientos sociales y de izquierda en Perú y Bolivia, la Guerra del
Chaco en. Bolivia, etcétera. Tanto los límites de espacio para este ensayo, como los
impuestos por la historiografía no nos permiten esbozar esta transformación. Pero
vale observar, como hipótesis, que lo que se ha dicho sobre el liberalismo en la
segunda mitad del siglo xix, probablemente se puede decir sobre el indigenismo
18
Florencia Mallon, op. cit; Peter F. Guardino, Peasants, Politics, and the Formation of Mexico’s
National State: Guerrero, 1800-1857, Stanford, Stanford University Press, 1996; Patrick McNamara,
tesis doctoral en proceso sobre Oaxaca en la Universidad de Wisconsin. Es muy estimulante, en
este contexto, pensar en la postura política de los ex soldados afro-cubanos después de la guerra
anticolonial de los años ochenta del siglo xix; véase Aline Helg, Our Righlful Share: The Afro-Cuban
Struggle for Equality, 1886-1912, Austin, University of Texas Press, 1995.
379
en las décadas de los veinte y treinta del xx. Frente al proyecto indigenista estatal
que era una especie de “colonización desde arriba”, los indígenas respondían no
solamente con la rebelión o la indiferencia, sino también con esfuerzos por redefinir
o influir “desde abajo” lo que pudo llegar a ser el proyecto indigenista.19
En estos juegos “desde arriba” y “desde abajo”, el papel de la mediación era
otra vez fundamental. El espectro de respuestas y propuestas indígenas a los pro-
yectos republicanos de Estado-nación definió una vida política indígena llena de
dilemas, decisiones y presiones contradictorias sobre la gente “de en medio”, sean
mediadores indígenas con vidas arraigadas en las comunidades, o los mediadores
de los ámbitos externos a la comunidad. De acuerdo con la nueva conceptualiza-
ción planteada por Gilbert Joseph y Daniel Nugent para el caso mexicano, de una
relación entre la cultura popular y el Estado, que es un proceso mutuo de formación
cotidiana, las capas mediadoras las constituían la gente en que se concentraban las
presiones que surgían de los proyectos “desde arriba” y “desde abajo”. Eran ellos
los que tenían que saber conciliar, interpretar, encender, descartar o reprimir frente
a las contradicciones y los malentendidos: teniendo en cuenta, además, sus propias
ambiciones y necesidades de sobrevivencia. En el fondo, fueron las presiones de
todos los ángulos, las que conformaron los estados-nación durante la tercera gran
“ola” de colonización de los pueblos indígenas.20
Conclusión
Véase, en este contexto, los nuevos trabajos de Mark Thurner, op. cit.; y María Soledad de la
19
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[387]
388
hacer “como si” fueran estados instaurados por el capital productivo, y no simples
asambleas de terratenientes y comerciantes al servicio del mismo.
Privadas de esa fase o momento clave en el que la reproducción capitalista de
la riqueza nacional pasa por la reproducción de la estructura técnica de sus medios
de producción —por su ampliación, fortalecimiento y renovación—, las repúblicas
que se asentaron sobre las poblaciones y los territorios de la América Latina han
mantenido una relación con el capital —con el “sujeto real” de la historia moderna,
salido de la enajenación de la subjetividad humana— que ha debido ser siempre
demasiado mediata o indirecta. Desde las “revoluciones de independencia” han
sido repúblicas dependientes de otros estados mayores, más cercanos a ese sujeto
determinante; situación que ha implicado una disminución substancial de su poder
real y, consecuentemente, de su soberanía. La vida política que se ha escenificado
en ellas ha sido así más simbólica que efectiva; casi nada de lo que se disputa en
su escenario tiene consecuencias verdaderamente decisivas o que vayan más allá
de lo cosmético. Dada su condición de dependencia económica, a las repúblicas
nacionales latinoamericanas sólo les está permitido traer al foro de su política las
disposiciones emanadas del capital una vez que éstas han sido ya filtradas e inter-
pretadas convenientemente en los estados donde él tiene su residencia preferida.
Han sido estados capitalistas adoptados sólo de lejos por el capital, entidades
ficticias, separadas de “la realidad”.1
De todos modos, la pregunta está ahí: los resultados de la fundación hace dos
siglos de los estados nacionales en los que viven actualmente los latinoamericanos
y que los definen en lo que son, ¿no justifican de manera suficiente los festejos que
tienen lugar este año? ¿Los argentinos, brasileños, mexicanos, ecuatorianos, etcé-
tera, no deben estar orgullosos de ser lo que son, o de ser simplemente “latinos”?
No cabe duda de que, incluso en medio de la pérdida de autoestima más abru-
madora es imposible vivir sin un cierto grado de autoafirmación, de satisfacción
consigo mismo y por tanto de “orgullo” de ser lo que se es, aunque esa satisfac-
lidad con que ciertos artistas o ciertos políticos han transitado de ida y vuelta del arte a la política;
ha habido novelistas que resultaron buenos gobernantes (Rómulo Gallegos), y revolucionarios que
fueron magníficos poetas (Pablo Neruda); así como otros que fueron buenos políticos cuando pintores
y buenos pintores cuando políticos. Nada ha sido realmente real, sino todo realmente maravilloso.
389
ción y ese “orgullo” deban esconderse tanto que resulten imperceptibles. Y decir
autoafirmación es lo mismo que decir reafirmación de identidad. Resulta por ello
pertinente preguntarse si esa identidad de la que los latinoamericanos pudieran
estar orgullosos y que tal vez quisieran festejar feliz e ingenuamente en este año no
sigue siendo tal vez precisamente la misma identidad embaucadora, aparentemente
armonizadora de contradicciones insalvables entre opresores y oprimidos, ideada
ad hoc por los impulsores de las repúblicas “poscoloniales” después del colapso
del Imperio Español y de las “revoluciones” o “guerras de independencia” que lo
acompañaron. Una identidad que, por lo demás, a juzgar por la retórica ostentosa-
mente bolivariana de los mass media que en estos días convocan a exaltarla, parece
fundirse en otra, de igual esencia que la anterior pero de alcances continentales: la
de una nación omniabarcante, la “nación latina”, que un espantoso mega-estado
capitalista latinoamericano, aún en ciernes, estaría por poner en pie. Y es que,
juzgado con más calma, el orgullo por esta identidad tendría que ser un orgullo
bastante quebrado; en efecto, se trata de una identidad afectada por dolencias que
la convierten también, y convincentemente, en un motivo de vergüenza, que des-
piertan el deseo de apartarse de ella.
La “Revolución” de Independencia, acontecimiento fundante de las repúblicas
latinoamericanas que se auto-festejan este año, vino a reeditar, “corregido y aumen-
tado” el abandono que el Despotismo Ilustrado trajo consigo de una práctica de
convivencia pese a todo incluyente que había prevalecido en las sociedades ameri-
canas durante todo el largo “siglo barroco”, la práctica del mestizaje; una práctica
que —pese a sufrir el marcado efecto jerarquizador de las instituciones monárquicas
a las que se sometía— tendía hacia un modo bastante abierto de integración de todo
el cuerpo social de los habitantes del continente americano.
Bienvenido por la mitad hispanizante de los criollos y rechazado por la otra, la
de los criollos aindiados, el Despotismo Ilustrado llegó, importado de la Francia
borbónica.
Con él se implantó en América la distinción entre “metrópolis” y “colonia” y se
consagró al modo de vida de la primera, con sus sucursales ultramarinas, como el
único “portador de civilización”; un modo de vida que, si quería ser consecuente,
debía primero distinguirse y apartarse de los modos de vida de la población natural
colonizada, para proceder luego a someterlos y aniquilarlos. Este abandono del
mestizaje en la práctica social, la introducción de un “apartheid latino” que, más allá
390
La “patria suave” de López Velarde —aquella que quienes hoy la devastan se dan el lujo hi-
2
pócrita de añorar— pese a lo pro-oligáquica que puede tener su apariencia idílica provinciana (con
391
todo y patrones “generosos” como el de Rancho Grande), resulta a fin de cuentas todo lo contrario.
Es corrosiva de la exclusión aceptada y consagrada. El erotismo promíscuo de la “nación natural”
que se asoma en ella, subrepticio pero omnibarcante, no reconoce ni las castas ni las clases que son
indispensables en las repúblicas de la “gente civilizada”, hace burla de su razón de ser.
392
ción de la totalidad orgánica de la población del continente americano, que era una
realidad incuestionable pese a las tan invocadas dificultades geográficas.
Enfrentadas ahora a los resultados catastróficos de su historia bicentenaria, lo
menos que sería de esperar de ellas es un ánimo de contrición y arrepentimiento.
Pero no sucede así, lo que practican es la “denegación”, la “transmutación del pecado
en virtud”. Esta ceguera autopromovida ante el sufrimiento que no era necesario
vivir pero que se vivió por culpa de ellas durante tanto tiempo las aleja de todo
comportamiento autocrítico y las lleva por el contrario a levantar arcos triunfales y
abrir concursos de apología histórica entre los letrados y los artistas.
Los de este 2010 son festejos que en medio de la autocomplacencia que apa-
rentan no pueden ocultar un cierto rasgo patético; son ceremonias que se delatan y
muestran en el fondo algo de conjuro contra una muerte anunciada. En medio de
la incertidumbre acerca de su futuro, las repúblicas oligárquicas latinoamericanas
buscan ahora la manera de restaurarse y recomponerse aunque sea cínicamente
haciendo más de lo mismo, malbaratando la migaja de soberanía que aún queda en
sus manos. Festejan su existencia bicentenaria y a un tiempo, sin confesarlo, usan
esos festejos como amuletos que les sirvan para ahuyentar la amenaza de desapa-
rición que pende sobre ellas.
El aparato institucional republicano fue diseñado en el siglo xix para organizar
la vida de los relativamente pocos propietarios de patrimonio, los únicos ciuda-
danos verdaderos o admitidos realmente en las repúblicas. Con la marcha de la
historia debió sin embargo ser utilizado políticamente para resolver una doble tarea
adicional: debía primero atender asuntos que correspondían a una “base social”
que las mismas repúblicas necesitaban ampliar y que lo conseguían abriéndose
dosificadamente a la población estructuralmente marginalizada pero sin afectar y
menos abandonar su inherente carácter oligárquico. Era un aparato condenado a
vivir en crisis permanente.
“Anti-gattopardiano”, suicida, el empecinamiento de estas repúblicas en practicar
un “colonialismo interno” —ignorando la tendencia histórica general que exigía
ampliar el sustento demográfico de la democracia— las llevó a dejar que su vida
política se angostara hasta el límite de la ilegitimidad, provocando así el colapso
de ese aparato.
Ampliado y remendado sin ton ni son, burocratizado y distorsionado al tener
que cumplir una tarea tan contradictoria, el aparato institucional vio agudizarse su
393
394
395
que son cada caso, y que les abre al mismo tiempo, sobre todo en la dura escuela
de la migración, al mestizaje cosmopolita.
La disposición a la autotransformación, la aceptación dialógica —no simple-
mente tolerante— de identidades ajenas, viene precisamente de la asunción de lo
contingente que hay en toda identidad, de su fundamentación en la pura voluntad
política, y no en algún encargo mítico ancestral, que por más terrenal que se pre-
sente termina por volverse sobrenatural y metafísico. Esta disposición es la que da
a la afirmación identitaria de las mayorías latinoamericanas —concentrada en algo
muy sutil, casi sólo una fidelidad arbitraria a una “preferencia de formas”—, el
dinamismo y la capacidad de metamorfosis que serían requeridos por una moder-
nidad imaginada más allá de su anquilosamiento capitalista.
396
[399]
400
la libertad desde el poder, como ocurrió en gran medida (aunque nada ocurre en
una completa medida) en Brasil? Una cosa es, por cierto, la autoconstitución del
zapatismo, campesinos que conquistan su propia tierra, y otra la descampesinización
vertical autoritaria y estatal, como la que ocurrió en el vaciamiento general de la
Argentina y parcial en el sur de Chile.
La violencia, por otro lado, es sin duda un acontecimiento interpelatorio de primer
orden, porque estar en la violencia es lo mismo que ponerse en estado de disposición.
Es la gran mortandad social el nudo de la articulación social, y no el mercado, que es
en cambio su consecuencia, en México, Cuba y quizá ahora también en Nicaragua.
Los episodios de un maximalismo triunfante de masas pueden, en contradicción con
esos casos, clausurar por tiempo poco menos que indefinido el margen de desarrollo
de las fuerzas productivas, y sobre todo de una de las más interesantes entre ellas,
que es el Estado. Parecería Haití, en efecto, el caso de una sociedad cristalizada en
torno a unas masas que quizá vencieron demasiado en torno a un programa atrasado,
que llevaron su programa radical hasta el fin, donde, en el fin, no había nada.
Tampoco es fácil, en absoluto, el metabolismo entre excedente y apropiación
estatal. El Perú del guano, que ya no era una colonia, es un ejemplo aún mejor que
Potosí para mostrar que el excedente puede ocurrir a tropel sin impactar los órdenes
estatales que lo ven pasar como impasibles. En contraparte, unidades nacionales
más bien modestas en su dimensión, sin duda lograron captar una parte interesante
del excedente que produjeron, como ocurrió en Uruguay y Costa Rica. Ya esto por
sí insinúa cierta vinculación entre lo democrático y la autodeterminación que, para
este efecto, se traduce en la capacidad de absorción local del excedente.
En líneas que son casi desconsideradamente gruesas, tal es la abundancia del
tema en América Latina un siglo y medio después de la enunciación de los Estados
nacionales. Es a la vez lo que muestra la dificultad de una exposición sistemática y
unificada del tema. En todo caso, ensayaremos la formulación de algunos módulos
más o menos genéricos sobre el tema.
Preguntarse si había o no una teoría marxista del Estado parecía, hace unos años,
una pregunta puntual. De entrada, ello mismo podía dar lugar a varios reparos. En
401
primer término, desde luego que era una falla del marxismo no tener una teoría al
respecto, dentro de la línea de que el Marx maduro se había interrumpido cuando
ingresaba a la exposición de su pensamiento sobre el Estado y las clases, etc. En
realidad, Marx habló toda su vida acerca de estos temas. Con todo, puesto que el
capitalismo en su fase actual tiende a hacerse menos societario y más estatal, sin
duda habría sido difícil que Marx previera la forma en que ocurrirían las cosas.
Por lo demás, el mundo sería sencillo si tuviéramos una respuesta —de Marx o
cualquiera— para todos los problemas, o aun para una línea determinada de ellos.
Por otros conceptos, dejando de lado esta suerte de resentimiento exegético hacia
Marx, que no es relevante, se debe cuestionar la proposición en su principio, es decir,
la medida en que es posible una teoría general del Estado en cuanto tal, o sea, un
modelo de regularidad para la superestructura en parámetros de reiterabilidad com-
parables al concreto de pensamiento que se supone que obtuvo Marx sobre el modo
de producción capitalista, es decir, el núcleo reiterable de su estructura primordial.
Un argumento en favor de la hipótesis de una teoría general sería sin duda el
que viene de aquellos aspectos de la producción, o base de la economía, que deter-
minan de un modo necesario ciertos aspectos de la superestructura. En la medida
en que eso existe, se cumple sin duda la idea de la correspondencia necesaria que
muchos marxistas dedujeron de la metáfora del Überbau. El hombre libre, por
ejemplo, debe ser libre a la vez en el mercado, en el dato productivo en sí y en todo
lo demás, porque no es una entidad escindible. Por tanto, la existencia de hombres
libres como unidad de composición del modo de producción capitalista es una
condición lo mismo en la base que en la superestructura.
De otro modo, nadie podría negar la relación que hay entre el ritmo de rotación
del capital y las grandes totalizaciones capitalistas, como la nación y el Estado mo-
derno, y aun entre el valor como forma general y la producción de sustancia estatal,
o, por último, entre el patrón de desdoblamiento de la plusvalía y la formación del
capitalista total. Algunos de estos aspectos han sido estudiados con lucidez por la
llamada “escuela lógica del capital”. No son para nada acotaciones secundarias. Con
todo, reconocido que hay aspectos de la superestructura que pertenecen al modelo
de regularidad del modo de producción capitalista, o sea la consideración de éste
como objeto teórico, es preciso hacer algunos recaudos necesarios.
En la base económica, por ejemplo, la reproducción es ampliada en su carácter,
o sea que no hay reproducción sin valorización. Eso no ocurre del mismo modo en
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Veamos cómo relacionar estos conceptos con las discusiones en América Latina. Por
desgracia se advierte cierta tendencia a buscar soluciones teóricas para obstáculos
teóricos, lo cual en principio parecería razonable si se tratara de actos teóricos cons-
truidos mirando lo factual. Eso, con todo, puede adquirir cierta lógica expositiva,
pero no se puede evitar la impresión de un comercio de categorías puras cerradas
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no que se le viera como un resumen literal de ella, lo cual sería sólo una tautología.
Hablamos por tanto de una síntesis, pero de una síntesis realizada desde un de-
terminado punto de vista, una síntesis calificada. Es extraño que estructuralistas
como Poulantzas retomaran la idea de la síntesis como espejo o reflejo. El Estado
sería así un proceso objetivo o conclusión, es decir que no se haría sujeto nunca.
Extraño, porque es un argumento que en su voluntad se dirigía precisamente con-
tra Lenin. Hay en esto una hesitación. Por un lado, la composición hegemónica
se resolvería a nivel de la sociedad civil; por otro, en los mismos llamados aparatos
del Estado. El Estado no haría sino recoger lo que saliera de ello. La elaboración
de la materia estatal en el plano de la sociedad civil es indiscutible, pero el Estado,
hay que decirlo, es Estado en la medida en que se reserva el privilegio de dar su
propio color o señal a ese mensaje. Por otro lado, si bien es verdad que el Estado
en cuanto aparato puede ser el escenario de las luchas de clases, eso se reserva sólo
para determinadas instancias. En definitiva, no ocurre sino en el Estado inestruc-
turado o aparente y en el llamado Estado estructural, es decir, el Estado propio del
“capitalismo organizado”. La impenetrabilidad de la burocracia a la lucha de clases
es, en cambio, la normalidad del Estado moderno. Volvemos siempre a lo mismo,
porque hablar en general no resuelve las cosas.
La aparición del Estado es con todo a lo Jano, porque es el único que comparte
la internidad de la sociedad y es a la vez la externidad de ella. En este orden de
cosas, hay que decir que el desprendimiento del Estado respecto de la sociedad es
un proceso de la historia, o sea algo que se ha obtenido a veces, y a veces no, o que
no se lo ha obtenido de un modo ocasional y patético. Sobra decir, por lo demás,
que un eventual aislamiento real entre la sociedad y el Estado es una contradictio
in adjecto, porque no producirá sino una mutua inutilidad. Es más bien un tipo de
relación intermitente. Por cuanto es algo externo a la sociedad, algo desprendido
o separado de ella (un aparato especial), no de- be aceptar sino las controversias
que ocurran dentro del margen de esa determinación esencial, que es la razón del
Estado o soberanía. Desde otro punto de vista, se trata de una determinación que se
parece a la relación que Bacon encontraba entre el hombre y la naturaleza, es decir,
que el Estado no puede determinar a la sociedad civil si no la sigue, que la califica,
pero dentro del seguimiento de su sentido. En esto, es un resultado de la sociedad.
En la gestación de la ecuación, el Estado mismo es un actor consciente (o
se propone serlo) dentro de la sociedad civil, sea como productor, como emisor
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ideológico y aun como facción, según el momento del desarrollo de esa relación.
El valor mismo es la igualdad o ecuación histórico-moral entre el bloque de la
dominación, cuyo centro es el Estado, y el trabajador productivo total. Lo que de
vendría metafísico sería en cambio suponer que el Estado en momento alguno deje
de ser un personaje central en el mercado; lo que difieren son sólo las mediaciones
o las políticas con que se mueve en el mercado. El Estado, en suma, es la atmós-
fera de la producción (lo cual no le impide participar como productor mismo, si
ello es necesario) y la precondición del mercado, aparte desde luego de ser el aval
extraeconómico de la producción y el mercado.
La visión estructuralista del Estado es así lo más parecido a una dominación legal
con administración burocrática. En realidad, este estado de separación limitado o
autonomía relativa es quizá el hallazgo conservador más importante de la historia
del capitalismo. Con todo, lo mismo que en el diseño sistémico a la manera de
Habermas, es algo perfecto en la medida en que su requisito o seguro se cumpla,
es decir, en la medida de su garantía externa, que es la legitimación u óptimo social.
Por consiguiente, la medida en que un estatuto dominante, más representativo o
menos representativo, puede contener a la vez la lógica de las clases subalternas,
es limitada en su carácter. Hay un momento en que las cosas mismas quieren per-
tenecer a alguien, en que todas ellas tributan al sentido esencial o ultima ratio de la
sociedad, que es lo que encarna el Estado.
En algunos casos se tiende a esbozar una caricatura para enseñar de inmediato
lo grotesca que es. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando se habla de Lenin y el
instrumentalismo. Es cierto que Lenin apenas si mencionó el problema de la au-
tonomía relativa, que es un nudo de cuestión, pero atribuirle una fusión necesaria
entre la clase dominante y el aparato o implicar que no entendía la fuerza de la
democracia en el Estado moderno supone no haber hojeado un libro tan rotundo
como Dos tácticas.
Lenin, por tanto, no era un instrumentalista, o al menos no lo era en general.
Sin embargo, el instrumentalismo como tal no es tampoco algo que carezca en ab-
soluto de consistencia. Al menos por un período en extremo prolongado como es la
acumulación originaria, o sea la organización de la supeditación real del trabajo en
el capital (fase que está lejos de haberse concluido en América Latina), el Estado
en efecto es instrumental por antonomasia.
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era por estatolatría que Hegel dio las premisas de lo que se ha llamado la escuela
“marxista-hegeliana”, sino porque el Estado prusiano ocurrió de esa manera. La
supremacía esporádica o de ciclo largo del Estado sobre la sociedad es un aconte-
cimiento frecuente por lo demás, y eso es desde el capitalismo de Estado en que
pensó Lenin y de la nep hasta la “derivación” en Keynes, desde los Miji hasta la
Alemania en que piensa Offe. El Estado, en suma, no es un mero resultado, sino que
contiene elementos más o menos amplios de conciencia, la capacidad de valuación
de la sociedad y de incursión sobre ella. Es capaz de ser activo en el mercado y su
transformación, al menos dentro de los límites de sus determinaciones constitutivas
o de su naturaleza de clase.
La manera abigarrada que tienen las cosas al entrelazarse propone por sí misma el
concepto de ecuación social o sistema político, que es una de las acepciones que daba
Gramsci al bloque histórico: el grado en que la sociedad existe hacia el Estado y lo
inverso, pero también las formas de su separación o extrañamiento. El análisis mismo
del Estado como aparato y como ultimidad clasista sugiere la forma de su relación
con la sociedad civil. Por razones propias de cada caso, hay ecuaciones en las que la
sociedad es más robusta y activa que el Estado, ecuaciones donde el Estado parece
preexistir y dominar sobre la sociedad, al menos durante períodos determinados, y
sistemas donde hay una relación de conformidad o ajuste. Esa relación supone un
movimiento, y por eso es tan absurdo hacer clasificaciones finales sobre ello. La
cualidad estatal, no estatal o intermedia de una instancia, depende de su momento.
En el estatuto actual, el sindicato en México, por ejemplo, es una mediación ca-
racterística, un filtro entre la sociedad y el Estado. Ocurría algo semejante con los
sindicatos del tiempo de Perón, en la Argentina. Si se tomara esta situación haciendo
un corte estático, debería concluirse, como quería Althusser: demasiado cooptados,
leales y sumergidos en el sentido del Estado, serían en la práctica verdaderos apa-
ratos ideológicos del Estado (y también políticos). Por su función, devienen en efecto
brazos del Estado, y sus dirigentes en funcionarios de éste. Pero eso no ocurre de
la misma manera en Bolivia, donde los sindicatos han existido siempre contra el
Estado, ni ocurre desde luego con los sindicatos argentinos después de Perón. Las
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es lo estatal. Aquí vale con todo lo que dijimos para la burguesía: un pueblo que debe
recibir la unidad del Estado es un pueblo que no ha sido capaz de sí mismo. Un
sindicato o un soviet, por ejemplo, en principio no son sino unidades organizativas;
que ellas actúen como mediaciones o que se hagan órganos estatales, y por último
órganos centrales del Estado, es un movimiento que depende de la generalidad de
su determinación, es decir, de los resultados de la lucha de clases. Lo mismo ocurre
con la escuela, el partido y la Iglesia. Es aquí donde puede verse hasta qué punto
la definición estática de estos escalones es la ruina del análisis político. Ahora bien,
en la medida en que se construya una relación de conformidad o reciprocidad entre
estos momentos es posible hablar de un óptimo social.
Esto pertenece a los sueños del orden, pero ha ocurrido a veces. Por ejemplo,
en Estados Unidos, a partir de la solución profunda de su dicotomía ideológica,
en la guerra civil y sobre todo después de la crisis del 29.
La ecuación social o bloque nos interesa entre tanto como un instante hacia dicho
óptimo, o sea, el grado en que no lo es. Si el óptimo se lograra siempre, hablaríamos
de una historia paralizada. Sea como sea, no hay duda de que la ecuación no es
una mera distribución sistemática. En ese esquema, pensamos en el de Habermas:
se sabe cómo funciona el compositum, pero no de dónde proviene su composición.
La ecuación o el bloque tienen entonces elementos verificables de historicidad
y azar, no es una estructura predicha. Es una obra de los hombres materialmente
determinados, algo que pudo haber sucedido de manera distinta a como sucedió.
Como en todo modelo superestructural, podemos obtener algunas series causales
o líneas de agregación, pero en último término la teoría del Estado, si es algo, es la
historia de cada Estado. Lo que importa, por tanto, es el recorrido de los hechos
en la edificación de cada Estado.
El momento constitutivo
La idea misma del bloque histórico o ecuación habla de la relación entre la socie-
dad civil y el Estado actuales, o sea, que dentro de una misma determinación final
las cosas pueden suceder sin embargo de distintas maneras, con repercusiones
grandes hacia delante. Entre tanto, lo que corresponde analizar es de dónde viene
este modo de ser de las cosas: las razones originarias. Hay un momento en que las
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cosas comienzan a ser lo que son, y es a eso a lo que llamamos el momento constitutivo
ancestral o arcano, o sea su causa remota, lo que Marc Bloch llamó la “imagen de
los orígenes”. Éste es el caso, por ejemplo, de la agricultura o domesticación del
hábitat en los Andes; lo es también, para el brazo señorial, la Conquista. Ambos son
momentos constitutivos clásicos; tenemos, por otro lado, el momento constitutivo
de la nación (porque una sociedad puede hacerse nacional o dejar de serlo) y, por
último, el momento constitutivo del Estado, o sea la forma de la dominación actual
y la capacidad de conversión o movimiento de la formación económico-social (tras
su lectura, la acción sobre ella).
Un momento constitutivo típico es sin duda la acumulación originaria. Debemos
distinguir en ella al menos tres etapas. Primero, la producción masiva de hombres
desprendidos, es decir, de individuos libres jurídicamente iguales, momento nega-
tivo —extrañamiento— de la acumulación que supone el vaciamiento del estado
de disponibilidad. Luego, la hora de la subsunción formal, que es la supeditación
real del trabajo al capital. Aquí es donde debe producirse la interpelación, esto es,
la supresión del vaciamiento desde determinado punto de vista o carácter. Es sin
duda el momento de la fundación del Estado. En tercer lugar, la subsunción real,
o sea la aplicación de la gnosis consciente, así como de la fuerza de masa y otras
fuerzas cualitativas más altas a los dos factores previos, capital como mando efectivo
y hombres libres en estado de masa.
En principio ésta no es sino una enumeración didascálica. Cobra con todo una
connotación más potente si se advierte que cada uno de estos episodios epocales
puede ocurrir con su propia densidad, repetirse y cumplirse diferenciándose, o
sea, que la historia del mundo es el advenimiento del individuo v. gr., pero tam-
bién cómo ocurrió ello in situ. Una cosa es que los hombres mismos rompan por
su propio impulso colectivo el yugo feudal, y otra que sean desprendidos por un
acto vertical, es decir, por algo que no viene de sí mismos. La exogeneidad de la
libertad produce sólo libertad formal.
Por otro lado, debe considerarse cuál es la forma burguesa que impone la supedi-
tación de esos hombres al mando del capital, esto es, el patrón del aburguesamiento.
Una cosa es entonces que la interpelación se produzca bajo el llamado del capital
comercial, o que ello ocurra bajo el capital industrial o protoindustrial; uno y otro,
como es sabido, tienen sus propias ideas sobre el capitalismo.
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Es obvio, sin embargo, que el excedente facilita las cosas y también las mediacio-
nes. Venezuela, por ejemplo, está cumpliendo, sobre la base de un excedente más o
menos prolongado, tareas que, como la descampesinización, no pudo llevar a cabo en
medio de las coyunturas de una historia terrible. Eso ha sido reemplazado por una
suerte de descampesinización prebendaria y apacible, que suena a extraña en com-
paración con las formas darwinistas de la urbanización latinoamericana corriente.
De otro modo, también es cierto que la mera posesión del excedente de ninguna
manera garantiza su explotación estatal, su conversión en materia estatal. En cambio,
se debe ver de cerca la capacidad actual de apoderamiento, de metamorfosis estatal
de los resultados posibles del excedente. Esto es ya el principio de la formulación
del núcleo autodeterminativo. El Perú, con el enorme excedente de su guano en el
siglo xix, no obstante ser una formación de momentos constitutivos muy esencial
(y quizá por ello mismo), mostró una incapacidad en verdad inexplicable para
retenerlo. Esto se contrapone con los ejemplos de Costa Rica y Uruguay o del
primer Chile (el anterior al salitre, que es el que tiene una brillante historia, que
después no hace más que decaer). Ellos, los casos, indican que el intríngulis está en
la capacidad de recepción y alocación interior del excedente, en la organización de
su retención y no en su mera existencia. Está claro, por lo demás, que es casi una
norma en América Latina la débil capacidad de retención del excedente.
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Argentina y Chile, por tanto, son como contraejemplos entre sí, pero no en todos
los aspectos. Es indudable, por ejemplo, que la independencia del Estado chileno,
su sello estructural (en el sentido de poder absorber los propios elementos contra-
hegemónicos), no completa su formación sino después de la Guerra del Pacífico,
coincidiendo con el excedente que produce esa conquista, el salitre y el cobre. En
esto coincide con la Argentina, donde también el período democrático representativo
se funda o se deriva del gran excedente, que es, como el Estado mismo, posterior
a Roca, y que dura hasta 1929, cuando empieza su terrible decadencia.
Una asociación hermética entre excedente y democracia parecería la fácil
deducción de estas peripecias, y eso se podrá ver confirmado con la cartografía
democrática del mundo que hace coincidir a los grandes captadores de excedente
mundial con las democracias representativas. Chile y Argentina en sumo habrían
sido democráticos cuando fueron abundantes, aunque es cierto que aun en este
razonamiento habría que convenir en la mayor antigüedad y la mayor perduración
de la democracia en Chile. No se trata de ignorar la función del excedente. El ex-
cedente con todo no es por sí mismo válido. Sería necio sin duda desconocer que
la escasez del producto induce al autoritarismo. Sin embargo, los meandros de la
agregación histórica deben ser evaluados.
Es de por sí jugoso el que en Chile se conciliaran con tanta facilidad el fenó-
meno democrático del Estado y su sustantividad oligárquica. La superioridad del
Estado sobre la sociedad es aquí incontrastable. Se puede ir más lejos. Decir, por
ejemplo, que a raíz del momento constitutivo que significó la Guerra de Arauco,
que duró varios siglos, la sociedad misma fue conformada por el Estado. El Estado
es aquí la premisa de todas las cosas. El fondo militarista, hispanista y oligárquico
o señoralista (peruano) de esta formación se revela como una suerte de ideología
nacional, ideología compartida debido a la profundidad del momento constitutivo
por oprimidos y opresores. Las “verdades nacionales” están tan cristalizadas que
las raíces de la derrota de la izquierda parten sin duda de su incapacidad de des-
prenderse de ellas. Compartiendo el fondo ideológico del Estado, no podía erigir
una propia cultura de rebelión. No obstante que, al menos en las superestructuras
organizativas, políticas e intelectuales, nadie se propuso jamás romper con el dogma
de Chile (porque era como romper con la historia de Chile, sacralizada por todo
el mundo), es evidente, por contraste, que la Unidad Popular y Allende como
caudillo mismo contenían elementos objetivos de autodeterminación de la masa,
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La nacionalización falaz
El caso argentino tiene poco que ver con esto. Si en Chile el Estado es todo (o casi
todo; Spengler dijo que era el Estado en forma) y la sociedad casi nada, en cambio
la ecuación argentina produce una suerte de distorsión entre una sociedad poderosa
y un sistema estatal sin duda ajeno a ella, de tal suerte que una parte y la otra no se
encuentran entre sí sino para negarse.
El problema aquí no radica en que el Estado niegue la sociedad, porque después
de todo dominar es también eso en parte, sino en que lo haga sin éxito. En el sentido
inverso, las cosas son un opuesto: la sociedad cancela al Estado.
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era sólo una trinchera avanzada detrás de la cual existía una cadena de fortalezas
y casamatas (etc.).1
Al margen de que se acepte o no la idea de la articulación como algo propio de
Occidente, no hay duda de que aquí Gramsci introduce un concepto capital para
el estudio del Estado, que es la cuestión de la ecuación u óptimo. Vamos a dejar
de lado situaciones tan activas como la del Estado aparente, o la subsunción de las
formas protoestatales en la sociedad civil, de tal manera que el Estado actúa como
facción, y en general todas las fases intermedias de no separación. Una cosa es,
en efecto, que el óptimo no se obtenga, como en el caso argentino, y otra que la
separación no haya existido.
En todo caso, identificar la existencia de una sociedad civil consistente o dura
con articulación capitalista y el mercado interior, en el que todos producen para los
otros y nadie para sí mismo, es válido en su contexto, pero no concluye la cuestión.
El mercado interno, es cierto, es el punto ritual de referencia tanto de la nación
como del Estado; pero es aún más importante conocer cómo aparece el mercado
interno, o más bien cómo se erige lo intersubjetivo, que es como la trama de cua-
lidad del mercado interno.
Además, hay formas de lo gelatinoso. Gelatinosa, por ejemplo, es una sociedad
incapaz de producir opinión pública, y lo es sin duda aquella en que no se dan las
condiciones para producir formas racional-comprobables del poder. El capitalismo
organizado produce sin excepción formas modernas de sociedad gelatinosa. En el
caso de ciertos países como Perú y Bolivia, el verdadero problema no está en la
gelatinosidad de lo social, sino en su osificación: la sociedad sigue sometida a la
profundidad de su momento constitutivo, porque sin duda lo más importante que
ha ocurrido en este hábitat es la agricultura, y la agricultura es el origen del Estado.
En la descripción de los ejemplos chileno y argentino vimos que, con todo, aunque
en los dos se da tal extrañamiento, los resultados son distintos de un modo insólito:
Antonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, política y el Estado moderno, México, Juan Pablos,
1
1975, p. 96.
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Porque es un país a la vez que una civilización, la historia estatal de México enseña
quizá mejor que cualquier otra lo aleatorio que es el análisis estatal al margen de la
lógica de la situación concreta. Si bien en México se pueden ver reformulaciones
sucesivas de la sociedad civil y del Estado, así como la adquisición y la pérdida de
la capacidad de lectura de la sociedad, el derroche de la irresistibilidad o la eficacia
del uso limitado de la lógica exitosa, la propia desactualización de una ideología
exitosa, en todo caso nos parece que el tema más fuerte que puede proporcionar una
experiencia tan poderosa como ésta es el que se refiere a las condiciones objetivas
de emergencia de una clase política, clase general. Esto es, un cuerpo racional
sometido a lealtades y con una suerte de constitución no escrita pero irresistible,
productora de normatividad.
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manera más clara aquí que en cualquier otra formación de América Latina, quizá
porque es un país más reconocible a lo largo del tiempo. De manera que, en la
sucesión de sus momentos constitutivos, hablamos más bien de reestructuraciones
de este fondo histórico que de un único y definitivo momento constitutivo.
Por otro lado, es difícil detectar amplios actos de constitución de la multitud,
que son a la vez sanciones radicales en la producción de individuos libres, como en
el zapatismo y el villismo, que son horas privilegiadas de la historia de América. La
propia forma de la guerra en ellos da lugar al lanzamiento masivo de jefes populares,
al desarrollo de la iniciativa revolucionaria de los individuos y a experiencias de
masa en cuanto a la decisión estatal. La propia transición ejidataria y la industriali-
zación como única respuesta posible a poderosos movimientos regionales, resumen
el programa que se impone como fuerza de los hechos, un programa que emerge
de los movimientos de la sociedad. Con todo, esto mismo produce un fenómeno
que también hará escuela en América Latina, que es la cuestión de las masas en
estado social de fatiga. En ambos casos, un vastísimo proceso de democratización
social, en el que sin duda la sociedad civil demuestra una superioridad escondida
pero brutal sobre el Estado político, en su forma oficial u obsoleta, da lugar sin
embargo no a la transformación de la subversión revolucionaria en Estado, sino
a su mediatización en el Estado, por medio de la aparición estructural de la clase
general o clase política. De hecho, puesto que los bandos en revuelta eran clases
incapaces de representarse a sí mismas, o sea, de obtener un programa orgánico
para toda la nación, dieron lugar a que surgiera este estrato, la clase general, que
es específico de México en América Latina, pero un requisito de la existencia de
todo Estado moderno. Ésta es la base material o social de la burocracia, y sin esa
base lo burocrático no es sino una pretensión.
La astucia del Estado se convierte a partir de entonces en una escuela o cultura,
y no hay duda de que las reglas estuvieron claras desde temprano en cuanto a que la
legitimación es el fin principal del Estado, y la supresión política, su alternativa. En
todo caso, tampoco la irresistibilidad se adquiere por la mera violencia; se necesita
que conste que la violencia tiene una validez estatal, o sea que es una irresistibilidad
con relación a fines. El testimonio de la violencia general y la adhesión al principio
legitimador se vieron alentados después de grandes desplazamientos demográficos
y de recomposición de las distribuciones sociales, como consecuencia de un pro-
ceso de industrialización bastante masivo. Su fruto fue sin duda, en lo inmediato
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* En Ruy Mauro Marini y Margara Millán (comps.), La Teoría Social Latinoamericana, textos
escogidos. La centralidad del marxismo, Tomo iii, México, fcpys-unam, 1955, pp. 89-99.
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verbal y hasta física, que puede implicar la utilización de bandas armadas, la burgue-
sía contrarrevolucionaria busca desmoralizar al movimiento popular y ganar fuerza,
sumando aliados y neutralizando sectores. Sin embargo, por tratarse de sociedades
basadas en la superexplotación del trabajo, en ningún caso ella tiene condiciones para
reunir fuerzas suficientes como para derrotar políticamente al movimiento popular,
no llega siquiera a la estructuración de un partido político; es interesante observar
que allí donde se utilizaron con más abundancia los métodos fascistas de lucha,
es decir, en Argentina, sectores de la izquierda niegan que se haya producido una
contrarrevolución fascista. Como quiera que sea, las fuerzas contrarrevolucionarias
no llegan jamás a un claro triunfo político, sino que necesitan usar la fuerza para
hacerse del Estado y emplearlo en su beneficio; el terrorismo de Estado, como
método de enfrentamiento con el movimiento popular, se intensifica precisamente
porque este movimiento se encuentra intacto y muchas veces aparentemente fuerte,
en el momento en que las fracciones contrarrevolucionarias logran subordinar ple-
namente el aparato estatal, no habiendo sufrido un proceso previo de derrotas, que
en el fascismo pudo llegar a expresarse, como en Alemania, en el plano electoral.
Esta característica de la contrarrevolución latinoamericana se deriva de la
imposibilidad en que se encuentra la burguesía monopólica de atraer a su campo sectores
significativos del movimiento popular. A diferencia del fascismo europeo, que fue
capaz de arrastrar a las amplias masas pequeñoburguesas y de morder incluso al
proletariado, ganando allí cierto grado de apoyo entre trabajadores desempleados
y hasta obreros en actividad, la burguesía monopólica en América Latina no puede
pretender reunir verdadera fuerza de masas, que le permita enfrentar políticamente,
en las urnas y en las calles, al movimiento popular. Por esto, se da como meta el
restablecimiento de las condiciones de funcionamiento del aparato estatal, aunque
sea temporalmente, para poder accionarlo en su provecho. Esto implica resoldar
la unidad burguesa, rehaciendo el bloque en el poder tal como se encontraba antes
de su fractura, y restablecer, aunque sea limitadamente, o sea, dividiéndola, sus
relaciones de alianza con la pequeña burguesía. Sobre esta base, el Estado puede
entrar a zanjar la lucha de clases, mediante la intervención abierta del instrumento
último de defensa del poder burgués: las Fuerzas Armadas. Son éstas, pues, el ver-
dadero objetivo de la política de desestabilización practicada por la burguesía y no, como
en el fascismo, la conquista de una fuerza política propia superior a la del movimiento
revolucionario. Y es por ello que encontramos en la contrarrevolución latinoameri-
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que entenderemos mejor si analizamos los factores que determinan esa situación.
Seguiré, en este análisis, los mismos pasos dados para el examen del origen y cris-
talización del proceso contrarrevolucionario en América Latina.
Si partimos del primer factor considerado: el imperialismo norteamericano,
constataremos inmediatamente que su situación es distinta de la que tenía en los
años sesenta. Tras el auge económico de aquel periodo, ha sobrevenido una crisis
económica, sin perspectivas de solución a la vista. En ese marco, la hegemonía
norteamericana en el campo capitalista ya no es incontrastable, como entonces,
sino que se ve enfrentada a las pretensiones que, en el plano económico y polí-
tico, levantan las demás potencias imperialistas, en particular Alemania Federal
y Japón. La crisis se ha reflejado, además, en el interior mismo de la sociedad
norteamericana, provocando una crisis ideológica y política que, mediante hechos
como Watergate, el hippismo y otros, han afectado la legitimidad del sistema de
dominación.
En otro plano, junto a un reforzamiento constante de la Unión Soviética, que
ha logrado mantener el equilibrio militar con Estados Unidos, se ha verificado
un notable avance de las fuerzas revolucionarias en diferentes partes del mundo.
El punto crítico de la crisis económica, a mediados de esta década, coincidió con
grandes victorias del movimiento revolucionario en África, particularmente Mo-
zambique y Angola, y en Asia, con la derrota espectacular de Estados Unidos en
Vietnam, al mismo tiempo que, en la misma Europa, las fuerzas populares lograban
significativos avances en Portugal, España, Italia y Grecia, e incluso en bastiones
imperialistas como Francia.
En este contexto, el imperialismo norteamericano ha debido hacer adecuaciones
en su estrategia, que se han expresado en la política de Carter. Éste ha asumido
el gobierno con el propósito explícito de restaurar la legitimidad del sistema de
dominación dentro de la sociedad norteamericana, echando mano de viejos mitos
que son caros a la ideología burguesa en ese país, como el de los derechos humanos,
y de medidas que tratan de hacer menos pesada la crisis para los distintos grupos
sociales del país. Igualmente, se ha dado por tarea sortear la crisis económica,
reafirmando la hegemonía norteamericana en el campo capitalista; aunque admita
que esa hegemonía debe ser compartida, en la línea de lo planteado por la Comisión
Trilateral, Estados Unidos pretende mantenerse como eje rector de la relación de
fuerzas a ser establecida entre las potencias imperialistas.
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Democracia y socialismo
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clase obrera se ha vuelto, en toda la región, el eje rector de las masas trabajadoras
de América Latina, que se pliegan progresivamente a su conducción y adoptan sus
formas de organización y de lucha. Paralelamente, aunque su influencia siga sien-
do grande en algunos países, el campesinado va cediendo lugar a un proletariado
agrícola numeroso y combativo, agrupado por lo general en centros urbanos, que
crea las condiciones objetivas para concretar la alianza obrero-campesina, mientras
la pequeña burguesía urbana se compone cada vez más de capas proletarizadas y,
en la mayoría de los casos, empobrecidas, que mantienen y acentúan la tendencia,
ya observada a principios de los sesenta, de desplazar sus alianzas de clase hacia
el campo popular.
La acción de esas amplias masas, al mismo tiempo que hace más necesaria la
puesta en práctica de nuevas fórmulas de dominación, que no pueden basarse ya
en la violencia pura y simple, complica la implementación del proyecto burgués-
imperialista, en la medida en que tienden a plantearse ante éste con creciente auto-
nomía, presionando en favor de concesiones no previstas, así como la ampliación y
profundización de las reformas propuestas. Situándose todavía marcadamente en
el plano de la lucha económica y democrática, las masas no han perdido empero
la memoria, particularmente en sus sectores más avanzados, del mensaje socialista
que, a través de la acción, la izquierda latinoamericana les llevó a lo largo de los
sesenta, así como de la presente década, lo que despierta el temor de la burguesía
y el imperialismo, haciéndolos aferrarse aún más a las garantías que les ofrece el
Estado de contrainsurgencia. En consecuencia, el proceso de institucionalización
se desarrolla de manera extremadamente compleja, bajo el embate de las presiones
de masas y los esfuerzos de la clase dominante por mantenerlo bajo control, lo
que le impone marchas y contramarchas y permite prever que su límite está dado
por la defensa a ultranza que hará de su aparato estatal, tal y como en esencia se
encuentra hoy estructurado.
En consecuencia, no hay ninguna razón para suponer que la lucha democrática
que libran hoy las masas populares latinoamericanas pueda extenderse indefinida-
mente, permitiendo que, a cierta altura, se produzca el paso natural y pacífico al
socialismo. Todo indica más bien que la lucha democrática y la lucha socialista se
entrelazarán para los trabajadores en un solo proceso, un proceso de duro y decidido
enfrentamiento con la burguesía y el imperialismo.
443
[445]
El Estado en Centroamérica
446
447
Esta falta de desarrollo estatal se nota muy visiblemente en dos lugares impor-
tantes. Los ejércitos de Centroamérica no son capaces de un reclutamiento militar
regular, siendo ellos la institución nacional más presente en la sociedad entera: el
reclutamiento todavía hoy se hace por secuestro, excepto en Nicaragua, donde el
gobierno sandinista terminó con este procedimiento. Se recluta por asalto a los
lugares, donde los jóvenes se juntan (salones de baile, cines, carnavales, cursos de
capacitación, etc.) y se los lleva por la fuerza a los cuarteles. Después de pasar varios
días, las familias son informadas. Si tienen influencias correspondientes, pueden
sacar a su hijo. Los otros vuelven después de haber realizado su servicio militar.
Con el cobro de impuestos ocurre algo parecido. No se cobran donde hay
ingresos, sino donde alguien por alguna razón tiene que sacar la bolsa o cuando
se le produce alguna situación de urgencia. Por eso la enorme importancia para
los ingresos del Estado del impuesto de compra-venta, de las tasas de aduana, de
salida del país y todo tipo de diligencias estatales, que sirven para obligar al ciuda-
dano a pagar. Sin embargo, los impuestos directos son muy pocos. Se cobra a los
asalariados, pero son casi inexistentes para los ingresos altos.
Sin embargo, hasta en esta situación de cobro de impuestos la evasión es la regla,
no la excepción. Así como los reclutas corren, para que el ejército no los encuentre,
los ingresos corren, para que el Estado no les cobre.
El Estado no es capaz de obligar, y la evasión no es perseguida con castigos
sensibles. Las leyes del Estado son para los que no tienen escape, pero de ninguna
manera tienen vigencia universal.
Ciertamente, en una situación de este tipo, el Estado solamente puede defen-
der el orden existente por la presencia del ejército, cuya alta importancia y cuya
represión de nuevo atestiguan el hecho de un Estado débil y poco desarrollado, y
no de un Estado fuerte.
El caso de Costa Rica es la excepción que confirma precisamente esta regla.
Costa Rica es el único país de Centroamérica donde la presencia de los aparatos
represivos es poco notable y donde hasta ahora ni existe un ejército. Sin embargo,
Costa Rica es a la vez el país que tiene más desarrollo estatal en la región. Se nota
eso en un sistema escolar que cubre todo el país y que ya tiene cierta diversifica-
ción, y un sistema de salud de carácter parecido. Con la banca nacionalizada existe
un instrumento que permite efectuar una política económica orientada por una
estrategia, cuyo resultado ha sido un desarrollo económico mucho más igualitario
448
entre campo y ciudad que en el resto de la región. Logró por tanto un alto grado de
legitimidad del orden existente, que descansa sobre el consenso. Por tanto, la nación
puede existir sin algún ejército relevante que supla con un régimen autoritario una
falta de desarrollo del Estado. Este hecho explica la larga tradición democrática
del país, cuya base ha sido un desarrollo equilibrado entre campo y ciudad, el
cumplimiento de funciones básicas del Estado en la definición de una estrategia
económica, de educación y de salud, y una distribución de ingresos mucho más
moderada que en el resto de la región.
En Centroamérica, como en general en América Latina, visiblemente los ejér-
citos devoran a sus países. Consumen destructivamente el excedente económico,
paralizando el desarrollo. El orden existente, que ellos estabilizan, es un orden sin
posibilidad de futuro, en el cual las oligarquías junto con los ejércitos destruyen
el futuro. Por eso, si Costa Rica ha logrado escapar hasta cierto grado de esta ten-
dencia, es porque logró evitar el surgimiento de un ejército y canalizar el excedente
económico mediante el desarrollo del Estado hacia las tareas del desarrollo.
Donde el Estado ha desarrollado sus funciones ampliamente, los aparatos
represivos tienen un papel más bien subsidiario y no dominante, mientras en los
casos de un desarrollo insuficiente del Estado estos aparatos se transformaron en
el poder dominante del Estado. De eso resulta la tendencia al Estado autoritario.
A falta de desarrollo del Estado en América Latina como en Centroamérica, la
prevalencia de las dictaduras militares asegura tradicionalmente la continuidad del
orden existente. Sin embargo en alto grado son los mismos ejércitos que estabilizan
el orden los que hacen imposible el desarrollo de los países. Al destruir el excedente
económico improductivamente, desvirtúan la posibilidad de un desarrollo futuro.
449
450
451
452
453
que aparecer la resistencia de la propia sociedad civil, que toma la forma de or-
ganizaciones populares de la más diversa índole, orientadas tanto a la protección
de los hombres como de la naturaleza. Estas organizaciones populares tienen una
función de racionalización del mercado, al protegerlo mediante su resistencia frente
a las fuerzas destructoras que produce. Pero esta, su función, no pueden cumplirla
las organizaciones populares si no pueden recurrir al Estado. El Estado en sus
funciones positivas es la instancia de poder que puede universalizar la actuación
de las organizaciones populares. Si esta universalización no ocurre, la resistencia
resulta tan fragmentaria como lo es la actuación humana dentro de los mercados.
Reproduce, por tanto, los efectos destructores del mercado sin poder corregirlos.
El Estado es la instancia de universalización de la resistencia frente a las distor-
siones que el mercado produce en las relaciones humanas y en la naturaleza. Por
tanto, la teoría de las funciones del Estado tiene que partir del conocimiento de las
distorsiones que el mercado produce. Eso explica por qué cualquier pensamiento en
términos de alguna institución perfecta es antiestatista. Efectivamente, si suponemos
que las relaciones sociales de producción funcionan perfectamente, no se descubre
jamás función del Estado alguna, excepto su función represiva, que sobrevive por
“egoísmos y estupidez” como lo concluye Berger.
Aparecen las funciones del Estado en dos líneas, es decir, como función de
promoción de la sociedad civil y como función de planificación de la economía.
En su función de promoción de la sociedad civil el Estado tiene que hacer
posible el desarrollo de la sociedad civil y abrirle las posibilidades. Aquí se trata
de asegurar primero legalmente la existencia de las organizaciones populares y el
ejercicio de su resistencia. Pero igualmente se trata de asegurar su capacidad eco-
nómica de existencia. Pero aparecen también funciones que solamente el Estado
puede cumplir, en cuanto determinadas actividades necesitan ser universalizadas y
la actividad privada resulta incapaz para lograrlo. Eso ocurre especialmente en el
campo de la educación y de la salud. Una atención universal de estas necesidades
parece imposible sin el surgimiento de un sistema público de alto nivel de salud y
educación.
En su función de planificación económica el Estado tiene que hacer posible y
promover un desarrollo económico y social capaz de asegurar la integración eco-
nómica y social de la población entera y su compatibilidad con la conservación de
la naturaleza. La necesidad del cumplimiento de esta función quizás es más visible
454
455
456
asumirla como deuda pública, lo que constituyó la subvención estatal más grande
de la historia del continente.
Sin embargo, estas mayores ganancias no llevan a mayor desarrollo. Más bien
lo estancan más. La empresa privada, sin un Estado vigoroso que le abra caminos
y que sustente actividades estatales de apoyo para fomentar la actividad produc-
tiva, resulta completamente insuficiente para conducir ella misma el proceso de
desarrollo. Cuanto más penetra la sociedad entera, menos desarrollo provoca.
Desempleo, pauperización y destrucción galopante de la naturaleza son el resulta-
do; no aparece crecimiento económico significante. Pero no solamente destruye el
desarrollo: destruye hasta la capacidad de acción racional del Estado y lo corrompe.
Lo corrompe por sacar siempre más provechos de la actividad estatal restante, y
produce tales problemas sociales que el propio aparato estatal tiene que actuar sin
tener los medios adecuados para hacerlo. Por tanto, la ineficacia de la empresa
privada para desarrollar estos países lleva a la inflación del Estado. Al no poder
efectuar una política económica del empleo y una política social de la distribución
de los ingresos, el Estado se transforma en única fuente de ingresos para aquellas
personas que no son empleadas por las empresas privadas. Como no saben dónde
ir, presionan sobre el Estado para conseguir algún empleo. Se trata de una prisión
que resulta precisamente de la ineficacia de la empresa privada para dar empleo
a la población. Eso es la inflación del Estado. Este, ahora, con sus funciones res-
tringidas, está obligado a contratar mucho más personal que efectivamente hace
falla para el cumplimiento de las funciones que le quedan. Por tanto, el Estado se
corrompe desde ambos lados: para la burguesía, como fuente de ingresos, muchas
veces ilícitos, y para el pueblo, como paliativo para el desempleo y la pauperización
(empieza a contratar personal, al cual no corresponden funciones, en cuyo cumpli-
miento podrían trabajar).
Esta corrupción, desmoralización e ineficiencia del Estado se transforman
posteriormente en argumento en favor de un desmantelamiento todavía mayor
del Estado y de la privatización de sus funciones. Sin embargo, la privatización
empeora la situación precisamente por el hecho de que el origen de la estagnación
es la propia empresa privada, con su incapacidad para originar por su cuenta y sin
recurrir al Estado una política de desarrollo adecuada, pero que se opone a una
acción racional del Estado para complementar su ineficacia. Eso desemboca en un
círculo sin fin, del cual aparentemente no hay salida.
457
458
1
La política de ajuste estructural, que hoy se lleva a cabo en el Tercer Mundo no es ningún
proyecto de desarrollo. Es el resultado de la renuncia a cualquier proyecto de desarrollo. En nuestro
lenguaje orwelliano, tal política es el resultado de la renuncia a hacer política, de nuevo política de
desarrollo. Guerra es paz, mentira es verdad.
2
Los países capitalistas desarrollados responden a este mismo problema por la creación de
un subsidio al desempleo, que forma una especie de colchón entre los desempleados y el Estado.
Sin embargo, este subsidio de desempleo tiene que cubrir las necesidades básicas. En los países
de América Latina los salarios cubren apenas las necesidades básicas. Un subsidio al desempleo
tendría que ser igual a los salarios, o muy poco inferior. En sociedades donde los salarios son sus-
tancialmente mayores que este mínimo, este subsidio es posible, porque no le quita al trabajador el
incentivo económico de buscar trabajo. En cambio, un subsidio, igual al salario, quita al trabajador
todo incentivo económico, por tanto no es posible. Eso explica por qué en América Latina casi no
existe tal subsidio. Además, cuando el desempleo llega hasta el 40% o 50% de la fuerza de trabajo, no
hay capacidad económica para pagarlo. Esto transforma el capitalismo periférico necesariamente en
capitalismo salvaje, en cuanto no logra establecer un modelo de desarrollo eficaz. O se tiene empleo,
o se cae en la miseria. El resultado es la formación del sector informal de la economía. Una política
de desarrollo eficaz, aunque no pueda, asegurar empleo formal a todos, tiene que fomentar entonces
estas actividades del sector informal. Sin este fomento el sector formal es un simple recipiente de la
miseria producida por la tendencia al desempleo creada por el automatismo del mercado.
459
460
* En Helena González y Heidulf Schmidt (coords.), Democracia para una nueva sociedad: modelo
para armar, Caracas, Venezuela, Editorial Nueva Sociedad, 1997, pp. 139-215.
1
Freedom House in the World: The Annual Survey of Political Reights and Civil Liberties 1990- 1996.
Freedom House, New York, 1996.
2
Es asociada a esta visión que se ha hecho famosa, como se sabe, la sesgada lectura fukuyamesca
del “fin de la historia”. Sobre esa cuestión, mi texto “La Historia recién comienza” (título original
“¿El fin de cuál historia?”), publicado en La República, Lima, Perú.
[461]
consistentemente en la escena del debate, a muchos les parece la única. Por eso, a
pesar de las sospechas sobre sus categorías, de lo extendido de un expreso desen-
canto con su discurso y su práctica, la mayor parte del debate y la crítica vienen del
liberalismo y vuelven a él. Esa posición histórica excepcional es, probablemente,
la que le permite, de una parte, arrogarse una suerte de marca registrada sobre los
conceptos de ciudadanía y democracia.3 Y de la otra, su confiado discurso sobre la
continuada expansión y consolidación de los respectivos fenómenos a la escala entera
del planeta. Su vasta literatura dice que cumplidos los procesos de transición a la
democracia estaría en curso su “consolidación”,4 aunque ciertamente admite que
están pendientes y no son de fácil solución los problemas de su “gobernabilidad”.5
E pur... si muove. En realidad, las experiencias de poder que el liberalismo
define como ciudadanía y democracia están ahora en cuestión y quizás en abierto
3
Esto no deja de ser curioso si se tiene en cuenta que liberalismo y democracia mantuvieron
en el debate y en la práctica políticos, y por no poco tiempo, relaciones más bien tensas, cuando
no abiertamente hostiles. Inclusive la democratización (universalización) del voto, en la propia
Europa es una conquista más bien reciente. Pero aquí no es pertinente, por el momento, ir más
allá en esa historia.
4
La literatura sobre ese tópico es numerosa, en particular desde O’Donn ll, G./Schmitter, P./
Whitehead, L.: Transitions from Authoritarian Rule: Tentative Conclusions about Uncertain Democracies,
Baltimore, Johns Hopkins, 1986. Principalmente, Baloyra, Enrique, Comparing New Democracies:
Transition and Consolidation I in Mediterranean Europe and the Southern Cone, Wesrview Press, Boul-
der, Co., 1987. Przeworski, Adam Democracy and the Market, Cambridge Universiry Press, 1991.
Mainwaring, S./O’Donnell, G. /Valenzuela, J., Issues in Democratic Consolidation: The New South
American Democracies in Comparative Perspective, Notre Dame Universiry Press, 1992. Una incisiva
revisión crítica de esa literatura es la de Desfor Edles, Laura, “Rethinking Democratic Transition. A
Culturalist Critique and the Spanish Case” en Theory and Society, nº 24, EEUU, Kluwer Academic
Publishers, pp. 355-384. La autora propone denominarla como la “escuela del pacto”.
5
La literatura sobre esta cuestión es numerosa y creciente. Véase principalmente, de Arbos,
X./Giner, S., La gobernabilidad: ciudadaníay democracia en la encrucijada mundial, Madrid, Siglo
xxi, 1933. Huntington, S., The Third ave. Democratization in the Late XX Century. Oklahoma
Universiry Press, 1984. Darhrendorf, Ralph, “Efectiveness and Legitimacy. On the Governabiliry
of Democracies”, en Political Quarterly, vol. LV, nº 4, 1980. Michel, Ragolski, “Mondialisation et
goubernabilités”, en Mondes en De’veloppement, nº 88, 1994. Rosenau, J.NI Czempiel, E.O., Gover-
nance without Government: Order and Change in World Politics. Cambridge, 1992. D., Williams/T.,
Young, “The World Bank and the Liberal Theory”, en Political Studies, nº 42.
462
6
El “Fujimorismo” es emblemático de esa especie política.
7
Una revisión de ellas en Neff, Jorge, “Redemocratization in Latin America or the Moder-
nization of Status Quo?”, en Canadian journal of Latin American and Caribbean Studies, 11, nº 21,
1986. Y del mismo autor Demilitarization and Democratic Transition in Latin America, Separata de
flacso, Quito, 1995.
463
464
10
Sobre la heterogeneidad de la modernidad y sus diferencias con la modernización, ver Qui-
jano, Aníbal, en Modernidad, identidad y utopía en América Latina, Lima, Perú, Sociedad y Política
Ediciones, 1988.
11
Prefiero usar “des-sacralización” en lugar de “secularización”, porque este último término
ha terminado, por el uso descuidado, abriendo un flanco, bien a la idea de que alguna entidad (un
fenómeno, un concepto) que ya no es considerada mágica, sagrada o divina, como antes, pero todo
lo demás en ella se mantiene y, sobre todo, excluye todo cuestionamiento. O bien a la reificación u
ontificación metafísica de entidades, precisamente, históricas. La idea de dessacralización de una
entidad, implica la admisión de su condición de producto de la acción histórica de las gentes, por
lo tanto la relatividad de la naturaleza de tal entidad y su provisoriedad en el tiempo.
465
No en una relación de “causa-efecto” entre los dos fenómenos, sino apoyándose recíproca
12
mente. Ver Quijano, Aníbal, “La modernidad, el capitalismo y América”, en illa, nº 10, enero,
Lima, Perú, 1991.
466
recogiera el sentido principal del nuevo patrón de poder y que encauzara dentro
de tal sentido la producción y el empleo del conocimiento.
Puesto que en ese mismo proceso se fue constituyendo el mundo del capitalismo,
abarcando casi todo el planeta entre fines del siglo xv y mediados del siglo xviii,
con él se constituyen también América, Europa, África y Asia. Pero Europa como
el centro de control de todo el proceso del mundo colonial del capitalismo, al cual
le fue impuesto el nuevo patrón de poder. Es, pues, sólo pertinente afirmar que tal
patrón de poder tiene carácter eurocéntrico.
13
El neologismo “colonialidad” que fue necesario acuñar para nombrar el concepto, lo usé
por primera vez en “Colonialidad y racionalidad/modernidad”. Se publicó originalmente en Perú
Indígena, nº 29, 1992, Lima, Perú. Además de ese texto, sobre la colonialidad del poder sugiero
ver también mi texto “Colonialidad, cultura y conocimiento en América Latina”, en prensa en la
International Sociological Asociation, isa, Lima, 1997, donde se consignan mis anteriores trabajos
acerca de esta cuestión.
14
Quijano, Aníbal, “Raza, etnia y nación: cuestiones abiertas”, en José Carlos Mariátegui y
Europa, Lima, Perú, Ed. Amauta, 1992.
467
trico de poder. Así, la “empresa”, primigenia y central institución del capital, fue
una forma típicamente colonial de organizar el control de trabajo y de los recursos
de producción. Sus funcionarios y asalariados en Europa. Sus siervos y esclavos
en las sociedades coloniales.
Empero, esa reclasificación social no solamente hizo posible esa colonial distri-
bución de la población del mundo capitalista en la organización del trabajo, sino
también en las instituciones públicas y privadas de control de la sociedad. Así,
mientras que las luchas contra el Imperio y el Papado redefinían en Europa los
espacios de dominación entre los dominadores locales, y comenzaban en tales espa-
cios los procesos que en algunos casos llegarían a la formación de Estados-nación,
en las regiones colonizadas también se redefinían los espacios de dominación bajo
el control de los dominadores europeos. Pero mientras allá se destruían Imperios,
aquí se instauraban e imponían otros, Imperios coloniales esta vez, y se bloqueaba,
en consecuencia, por varios siglos, todo proceso de nacionalización de sociedades
y Estados. Todavía más, la identificación nacional de las poblaciones europeas
pudo ser impulsada, incluso en situaciones de débil o deficitaria nacionalización
real de sus sociedades, precisamente en relación con las poblaciones colonizadas y
“racialmente” clasificadas.
Las consecuencias de esta clasificación de la gentes respecto del salario, del lugar
en la empresa y en las instituciones de control político, fueron decisivas también
para la distribución de esa población respecto de la cuestión de la modernidad y
de las ideas y exigencias sociales que la identifican. Las necesidades del mercado,
de individuar a las gentes, de igualarlas hasta el límite de esas necesidades, fueron
en Europa el piso de las luchas sociales y de las conquistas democráticas que pu-
dieron ser expresadas en la constitución d.e sociedades nacionales, de Estados que
expresaran esa nacionalización, y en consecuencia de ciudadanía y de libertades
públicas de los individuos. No pudo ser lo mismo, sino exactamente lo contrario,
en las sociedades sometidas a un poder imperial de nuevo cuño, con las poblaciones
clasificadas colonialmente en “razas inferiores”, distribuidas en formas de trabajo
no salariales y que, por lo tanto, junto con excluirlas del mercado y del contrato,
las excluían de toda forma de individuación y de las libertades consiguientes. La
modernidad, en cuyo proceso de gestación y constitución había participado todo
el mundo Nuevo del capitalismo, América en especial, apareció así como privile-
gio característico de Europa, como su creación propia y exclusiva. Y en el mundo
468
colonial, los “europeos” locales sólo pudieron, en particular desde el término del
siglo xviii, participar mentalmente en la modernidad. Es decir, intelectual e ima-
ginariamente.15
En Europa, mientras se constituía en el centro de control del mundo del capi-
talismo colonial, se inició temprano un matrimonio entre ese patrón de poder y la
producción y el empleo del conocimiento. Para lo que aquí importa, me limitaré
a resaltar dos rasgos resultantes de esa cama. De una parte, mientras en Europa
se desarrollaban las luchas contra el Papado y las monarquías absolutas por la
libertad en la producción de conocimientos y de manejo y expresión de ideas, era
exactamente eso lo que no era permitido a las “razas” colonizadas. Ellas fueron
expropiadas de sus culturas, de su libertad para vivirlas y desarrollarlas. Así, su
propio imaginario fue colonizado. En segundo lugar, sobre todo desde el siglo
xvii, la perspectiva cognitiva que se fue haciendo dominante fue la característica
visión dual y antinómica de la realidad, de exterioridad entre “sujeto” y “objeto”
de conocimiento, de unilinealidad y unidimensionalidad del razonamiento, de ad-
judicación de identidades ónticas originales a los “objetos”, el modo de constituir
unidades de sentido o “totalidades” en esos términos, en fin de todo eso que ahora
denominamos “racionalidad eurocéntrica”, pero que los “europeos” impusieron
sobre los dominados de Europa y del mundo colonial como la única racionalidad
posible, como La Razón. En esa perspectiva las “razas” no europeas, puesto que
“inferiores”, no podían ser consideradas “sujetos” de conocimiento, eran “objetos”
de conocimiento, además de objetos de explotación, dominación, discriminación. Las
“razas” colonizadas de ese modo, fueron forzadas a mirarse con el ojo del domina-
dor “blanco” y a admitir como propias las nuevas identidades negativas impuestas
por la colonialidad. Finalmente, mientras que en Europa se iba estableciendo la
familia burguesa, como diferenciada de la familia nobiliaria, con su característica
estructura, matrimonio entre individuos y no como miembros de una corporación
artesanal o de una fauna nobiliaria, monogamia y autoritarismo patriarcal, para las
“razas inferiores” de las sociedades colonizadas la familia burguesa fue durante
varios siglos una categoría imposible, sobre todo en el caso de los esclavos. Eso no
dejaba de tener sus ventajas, por cierto, pues permitió a las mujeres de esas “razas”
15
Quijano, Aníbal, Modernidad, identidad y utopía en América Latina, op. cit.
469
ser parte de relaciones más democráticas con los varones, de lejos más democrá-
ticas que en la familia burguesa, y sin duda más libres respecto de las decisiones
sobre su cuerpo, respecto de la moralina de la familia burguesa europea. Después
de todo, las recientes conquistas de las mujeres urbanas de “Occidente” tienden,
en sus vertientes menos burguesas, a esa libertad y democracia en las relaciones
entre los géneros.
En breve, las tres instituciones centrales del poder capitalista, la empresa,
el Estado-nación y la familia burguesa, que ordenaron las relaciones sociales,
culturales y políticas básicas en el trabajo, en el Estado y en la familia, fueron
constituidas en estrecha relación con las necesidades del patrón de poder funda-
do en la colonialidad. Por fuera de esas cuestiones, que requieren ser abiertas e
indagadas de nuevo, precisamente a la hora de crisis de tales instituciones, en el
marco de la “globalización” del poder, democracia y ciudadanía serían cuestiones
sólo muy parcial y distorsionadamente inteligibles. Esto es, inteligibles sólo de
manera eurocéntrica.
De todos modos, lo anterior ayuda a explicarse el peculiar derrotero histórico
de las relaciones de esas instituciones y del conjunto del patrón de poder, con las
ideas y las exigencias sociales que la modernidad anunciaba.
470
mero individualismo. Esto es, puede excluir la igualdad social de los individuos,
que son libres o pueden serlo, pero dentro de sociedades jerárquicas.
En la otra asociación, en cambio, la racionalidad no puede ser sino histórica,
esto es, no tiene lugar, ni sentido, si no están en cuestión, todo el tiempo, los fines
y la trayectoria de las acciones y su relación con los medios, los instrumentos y los
recursos para actuar. Y tales fines y trayectorias de las acciones están siempre en
cuestión porque remiten, todo el tiempo, a los fines, al sentido, a la trayectoria de
la humanidad entera o, en todo caso, de una sociedad determinada. Por eso se trata
de una racionalidad histórica. Esa racionalidad presupone, implica, necesariamente,
individuos no solamente libres (en el sentido de tener foro propio) sino socialmente
iguales. De otro modo, no sería posible que exista como una parte de relaciones
intersubjetivas y materiales entre las gentes. En esa racionalidad, las gentes requie-
ren de igual lugar en las relaciones sociales. Porque, a su vez, la igualdad social no
podría tener sentido sino junto con la solidaridad social. La racionalidad histórica
apunta no sólo a la individuación de las gentes en la sociedad, sino a la constitución
misma de ésta como relación entre individuos libres y socialmente iguales.16 Entre
la idea de la igualdad social, la libertad individual y la racionalidad histórica, la
asociación no es externa, ni contingente. Es sine qua non para cada una de ellas.
En esta específica perspectiva, la historia de la modernidad podría ser vista
también como una tensión conflictiva y permanente entre dos asociaciones o com-
plejos de ideas y de intereses. En un lado, el del capital, la del individualismo y la
racionalidad instrumental. En el otro, el del trabajo, la de la igualdad social y la ra-
cionalidad histórica. Antes de la modernidad esa oposición no existe, explícitamente,
en las relaciones intersubjetivas y quizás tampoco en la subjetividad individual de
la mayoría. Las jerarquías sociales proveían la autoridad y el conocimiento en las
relaciones sociales. Y los tres eran sagrados. Su legitimidad estaba fuera de cuestión.
La historia de la ciudadanía y de la democracia difícilmente podría ser entendi-
da sin percibirla tironeada entre esas dos asociaciones. Es por cierto demostrable
Acerca de estas cuestiones he adelantado algunas propuestas de debate en “La razón del
16
Estado”, en La modernidad en Los Andes, Urbano, H./Lauer, M. (comps.), Cusco, Perú 1990.
También Modernidad, identidad y utopía en América Latina, op. cit., en la “Introducción” a Textos
básicos, de José Carlos Mariátegui, México-Lima, fce 1991. También en “Colonialidad y mo-
dernidad/racionalidad”, op., cit.
471
que hasta aquí la hegemonía no ha dejado de estar bajo el control del primero de
aquellos complejos. Pero no lo es menos, que no solamente ha estado todo el tiempo
desafiada desde la asociación entre la igualdad social y la racionalidad histórica, sino
que, mucho más, la legitimidad de la idea de igualdad social nunca ha podido ser
negada, menos evacuada, en el discurso formal de la asociación dominante. Por el
contrario, desde la asociación dominante se insiste todo el tiempo en que es bajo su
dirección que se arribará, tarde o temprano, a la rada de la igualdad social . Esta
insistencia es, en verdad, su argumento principal de legitimación y de justificación
del sentido opuesto de su práctica histórica real. Y eso muestra con claridad que
esta asociación entre la idea de igualdad social y la racionalidad histórica, no es
meramente una aspiración utópica sino la expresión de un interés social material y
cada vez más extendido. Eso explica también porqué entre los intereses y agentes
sociales dominados, la legitimidad de esta contradictoria articulación entre los dos
complejos de ideas e intereses se pierde sólo en coyunturas de crisis de poder. ¿Po-
dría entenderse de otro modo lo contradictorio de la historia del discurso-práctica
de la ciudadanía y de la democracia en nuestro tiempo?
Hay un vasto y prolongado debate, cuyas vertientes principales son, conocidamente, el liberalismo y
el “materialismo histórico” pos-Marx. El liberalismo no ha perdido, sin embargo, su hegemonía. No
solo y no tanto, en realidad, desde fuera, sino también actuando desde el discurso de su adversario,
ya que el “materialismo histórico” terminó en la cama procusteana del liberalismo, en particular
472
473
Toda nación es hija del poder aunque se exprese en sus habitantes como una
identidad. La nación moderna no existe sino como Estado-nación, hasta hace poco
la institución pública central del poder en el mundo del capitalismo.
El Estado-nación moderno se fue constituyendo en Europa en el mismo cauce,
en el mismo movimiento histórico del mundo del capitalismo y como parte del
patrón eurocéntrico de poder. Grosso modo, pueden ser diferenciadas dos grandes
etapas: entre fines del siglo xv hasta fines del siglo xviii; desde entonces hasta hoy.
La primera etapa corresponde al proceso de enfrentamiento de los dominadores
de los nuevos intereses sociales con el Sacro Imperio Romano-Germánico (o su
virtual existencia) y el Papado, y la lucha por la definición de los espacios particulares
de dominación. La segunda, a la maduración y depuración del patrón de poder,
a la constitución de la ciudadanía y de la democracia, a la lucha por la definición
final y estabilización de los espacios de dominación frente a los imperios europeos
en crisis, en particular desde fines del siglo xix y primeras décadas del xx.
Fueron muchos —todavía son— los grupos dominantes o pretendientes a ser lo
que intentaron la “Construcción” (término de Bendix) de Estados-nación, dentro y
fuera de Europa. Muy pocos de ellos, o mejor muy pocos de los respectivos procesos
lograron reunir todas las condiciones y mantenerlas durante el tiempo necesario para
culminar. Pero en todos los casos, sin excepción histórica conocida, los procesos en
mayor o menor medida realmente exitosos fueron, precisamente, aquellos en los
cuales fue posible una durable articulación entre los dos contradictorios y conflictivos
complejos de ideas y de intereses individualismo/ racionalidad instrumental versus
igualdad social/racionalidad histórica bajo la necesaria hegemonía del primero.
¿Qué hizo posible el éxito en esos casos?
La explicación fundamental, esto es restricta a su núcleo central, es que en todos
esos casos fue llevada a cabo una distribución o redistribución democrática —con
toda la relatividad del concepto en una sociedad cuyos miembros tienen desigual
lugar en las relaciones de poder— del control de recursos de producción y de las
instituciones y mecanismos de poder político.
En otros términos, la nacionalización de sociedades y Estados consistió en pro-
cesos de democratización del control de recursos de producción, en el área privada,
y de mecanismos institucionales en el área pública. De ese modo, sin dejar de ser
desiguales los lugares y los roles de las gentes en las relaciones de poder, pudo ser
más o menos democrática la distribución entre ellas del control del poder, privado
474
Sobre América Latina ver Quijano, Aníbal, “Colonialidad del poder, ciudadanía y democracia
18
en América Latina”, en Amérique latine: démocratie et exclusion, París, Francia, L’Harmattan, 1994. Y
“América Latina en la economía mundial” en Problemas del Desarrollo, Instituto de Investigaciones
Económicas, vol. xxn, nº 95, oct-dic., México, unam, 1993.
475
el problema parece desplazarse hacia la propia Europa y sus relaciones con los
migrantes de las sociedades coloniales y la clasificación “racial” impuesta a ellas.
De todos modos, en los procesos exitosos de formación de naciones-Estado
modernos, pudo ser preservada la hegemonía de los intereses del capital, a través de
la institución de la ciudadanía, ceñida expresión de la asociación del individualismo
y la razón instrumental, debido a que pudo ser posible alojar también en esa misma
asociación la idea básica de la igualdad social de los individuos y de ese modo y
sobre esa base de realidad, la imagen virtual de una sociedad de iguales, es verdad
que sobre todo como meta histórica, como utopía, pero también a veces como real
exigencia social. Pues fue esa ciudadanía la base misma de esas exigencias de cada
vez más amplia y realmente democrática distribución de control de recursos de pro-
ducción, de acceso a bienes y servicios, de control de los mecanismos de decisiones
societales. La ciudadanía no agota la democracia, ni mucho menos. Pero implica
una. Y, sobre todo, funda las exigencias hacia una más amplia y más profunda.
La nación-Estado se convirtió por eso, ante todo, no solamente como imitación
de los atributos del dominador, en la aspiración universal de las gentes en todo el
mundo del capital. El patrón eurocéntrico de poder se convirtió en modelo para todas
las poblaciones. El eurocentrismo de la perspectiva cognitiva dominante empujó en
todas partes a buscar implantar las mismas instituciones, la misma homogeneidad.
Pero ha sido hasta aquí, el propio patrón eurocéntrico de poder, su raigal colonia-
lidad, lo que ha burlado casi en todas partes del mundo colonizado esa esperanza,
y el eurocentrismo del conocimiento impidió percibir el limitado, y en muchos
casos ciego, final de ese camino hacia la democratización de las relaciones entre las
gentes de este mundo. Casi dos siglos después de la “emancipación”, el proceso
está aún pendiente en América Latina, con uno o dos casos algo más avanzados
porque, precisamente, llevaron lejos la “homogenización” de su población por la
vía del exterminio de los “indios”.
Capital y Estado-nación
476
Por ejemplo, Hobsbawn, EJ., Natiom and Nationalism since 1780, NewYork, EEUU, Cam-
19
477
Desde la crisis mundial desatada a mediados de los años setenta, se hizo explícito
el agotamiento del matrimonio entre el capital y el Estado-nación. La entrada del
discurso de la globalización en pareja con el proceso de drástica reconcentración
del control de recursos de producción y del Estado, con sus efectos de polarización
social en todas partes, ha vuelto —explícitamente— del revés la “cuestión nacional”.
Ella consiste ahora, ante todo, en cómo transitar más rápidamente el proceso de
debilitamiento, reducción o desintegración del Estado-nación, para integrarse en
la “globalización”.
Ese nuevo discurso de lo nacional-estatal es, desde luego, apenas una indicación
de que —del mismo modo que al madurar la modernidad, en los siglos xvii-
xviii— está en curso una profunda reconfiguración del patrón de poder vigente.
Y ahora tienen lugar procesos equivalentes:
a) una reclasificación social de la población del mundo, a escala global otra vez;
b) la reconfiguración institucional correspondiente;
c) la redefinición del espacio de dominación;
d) la reelaboración de la perspectiva cognitiva.
478
479
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480
481
482
fernando coronil
[485]
486
487
488
entre palabras y acciones en el ámbito del Estado, a tal punto que este tema se ha
convertido en objeto de debates. Para algunos, su práctica siempre termina coin-
cidiendo con su retórica; para otros, su retórica oculta una práctica acomodaticia.
En todo caso —en éste y en todos los casos—, no se trata simplemente de un doble
discurso, de un divorcio entre palabra y realidad, pues el discurso tiene efectos
reales. Y uno de esos efectos es que hoy es difícil hacer política en América Latina,
aun para la derecha, sin poner al “pueblo” en el centro del discurso.
La derecha defiende el orden existente; su ideal de futuro es conocido. Las
izquierdas luchan por un orden nuevo y, por ello, inédito. En la medida en que la
utopía implica la creación de un orden nuevo en libertad e igualdad, éste no pue-
de ser definido de antemano. Al contrario, solo puede ser imaginado por medio
de lo que Marx llamó “la poesía del futuro”. Pero, aun si logramos que nuevas
imágenes orienten la acción política, observaremos que, como una lengua nueva
que aprendemos, esta poesía no será pura pues estará saturada por los acentos de
la vieja lengua; la historia nunca es inmaculada.
489
490
491
492
La guerra imperial de hoy es un infierno con muchos círculos. Es una guerra con
múltiples frentes, agentes y objetivos. Como dice el subcomandante Marcos, no es
493
la caliente Guerra Fría, que terminó en 1989, marcada por conflictos bélicos en el
Tercer Mundo de un planeta dividido en dos bloques de poder. Ésta es una guerra
a la vez nacional y transnacional, formal e informal. Es una guerra que consolida,
y al mismo tiempo trasciende, la división entre Estados y regiones. Involucra a
Estados-nación, como EEUU, y a “redes” de capital. Va dirigida contra otros
Estados-nación, como Iraq, pero también contra fuerzas o grupos transnacionales,
como “los terroristas”. Una de las perversidades de este sistema es que sus mayores
víctimas tal vez sean los desposeídos y excluidos, sin espacio digno en sus comu-
nidades ancestrales ni en el nuevo desorden mundial.
Hasta ahora, la guerra caliente se ha centrado en el Oriente Medio. Pero en
otros círculos infernales, la guerra llega por vía de la explotación, la pobreza y la
exclusión. Hoy hay tantos esclavos como los que cruzaron el Atlántico durante los
tres siglos del periodo colonial. La miseria, las epidemias y las hambrunas generan
más muertes que las guerras calientes, todas evitables con los recursos de los que
dispone la humanidad. Pero la preservación de un orden mundial basado en la
desigual producción y distribución de estos recursos no solo no impide, sino que
mantiene, la polarización mundial. EEUU, con solo 5% de la población del planeta,
consume la mitad de la gasolina y la cuarta parte de la energía mundial. Aunque
se erige como un modelo universal de civilización, es un modelo que no se puede
generalizar, pues se basa en la explotación y la exclusión de los otros y en un uso
insostenible y no generalizable de los recursos naturales. Las respuestas, entonces,
tienen que ser alternativas a este orden.
494
495
Estas tensiones anuncian un futuro distinto, pero no definen su contenido (lo pre-
figuran, no lo figuran). Su figura, su contenido, será el producto de luchas cuyos
resultados no podemos predecir. En algunos casos, el futuro se imagina como
transformación, como la disolución de las diferencias. En otros, se adivina como
la permanencia de las diferencias. Si bien el presente está preñado del futuro, su
desarrollo en libertad implica la imposibilidad de definirlo de antemano. Lo que
soñamos ver nos dirige hacia lo que aún no podemos ver.
Aunque es obvio, es necesario enfatizar que la creación de un mundo alternativo
depende de la labor de una gran diversidad de agentes. Sin pretender dar una
respuesta al problema de las alianzas y convergencias, éstas serán más posibles si
ocurren en democracia. En palabras de Boaventura de Sousa Santos, no se trata
de una alternativa a la democracia, sino de una democracia alternativa. Ésta tiene
que incluir la práctica permanente de la democracia como un legado de luchas
mundiales, un legado indispensable pero insuficiente. La modernidad es global
y heterogénea; incluye márgenes formados en un contrapunto permanente. La
democracia, como legado mundial de ese contrapunto, excluye privilegios epis-
témicos o políticos.
Es cierto que los representantes del Estado en las Américas expresan el sentir
de muchos. Pero ni viejos jefes de Estado como Fidel Castro ni nuevos como Luiz
Inácio Lula da Silva, Néstor Kirchner, Rafael Correa, Hugo Chávez, Michelle
Bachelet, Evo Morales y Daniel Ortega, o líderes de movimientos como Marcos,
pueden hablar o soñar por todos: cada proyecto, por más incluyente que sea, excluye
y limita, y da así pie a luchas continuas por una mayor igualdad y diversidad uni-
versal. Cada proyecto plantea preguntas difíciles. ¿Hay que mantener las diferencias
o hay que transformarlas?
¿Quiénes deciden y cómo lo hacen? ¿Cómo deben usarse los recursos? ¿Quién
decide qué hacer con el gas, el petróleo o el agua? ¿Quiénes definen los medios
democráticos para construir la democracia?
Podemos pensar un mundo donde quepan todos los mundos, en cualquier
idioma, con cualquier epistemología. Pero este mundo será mejor si está hecho
por muchos mundos, mundos hechos de sueños soñados en catres en los Andes y
en chinchorros en el Caribe, en aymara y en español, sin que nadie imponga qué
sueños soñar, hacia mundos en los que nadie tenga miedo a despertar.
496
Bibliografía
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de diplomatique, 8/1997, pp. 1 y 4-5, disponible en <www.monde-diplomatique.
fr/1997/08/marcos/8976.html>.
497
* En Boaventura de Sousa Santos, Refundación del Estado en América Latina. Perspectivas desde
una epitemología del sur, La Paz, Bolivia, Plural Editores/cesu-umss, 2010, pp. 53-92.
1
El Estado es uno de los dispositivos (conjunto institucional, normativo e ideológico) de la
modernidad occidental donde mejor se puede observar que los cambios aparentemente profundos y
rápidos ocultan muchas veces permanencias muy estables. El otro dispositivo es quizás la propiedad
privada. ¿Hubo algún cambio profundo en este dominio en los últimos trescientos años?
[499]
El Estado-comunidad-ilusoria
500
2
Vid. Boaventura Santos de Sousa y Mauricio García Villegas (eds.), El caleidoscopio de las justicias
en Colombia, Bogotá, Uniandes/Siglo del Hombre, 2001 y Boaventura de Sousa Santos, Sociología
jurídica crítica: para un nuevo sentido común en el derecho, Madrid, Trotta, 2009.
501
502
503
a) El constitucionalismo transformador
En los próximos párrafos sigo de cerca el brillante análisis del proceso constituyente boliviano
3
504
4
La experiencia del Pacto de Unidad fue sistematizada por Fernando Garcés, “El Pacto de
Unidad y el proceso de construcción de una propuesta de Constitución Política del Estado (Siste-
matización de la Experiencia)”: Ms, 2009.
5
Esta ceremonia indígena-originaria se realiza en enero de 2005 y fue replicada en enero de
2010 para el segundo mandato del reelecto Presidente Morales.
505
que causa.
7
Un caso más de interferencia en los trabajos de la Constituyente, actitud de entorpecimiento
que fue recurrente durante todo el proceso.
506
y representan lo que debe ser anulado o segregado. Una vez identificado el objeto
de desprecio, este se concreta en acciones: cosas que se dicen y cosas que se hacen:
8
Fernando Garcés, ¿Dónde quedó la interculturalidad? La interacción identitaria, política y sociorracial
en la Asamblea Constituyente o la politización de la pluralidad, La Paz, fes-ildis, 2009, [en prensa].
507
508
9
Raúl Prada, “Al Interior de la Asamblea Constituyente”. En Svampa Maristella; Pablo Stefa-
noni y Bruno Fornillo, Balance y perspectiva. Intelectuales en el primer gobierno de Evo Morales.
La Paz, Bolivia, Ediciones Le Monde Diplomatique «Le diplo». 2010, en Prensa.
10
Un excelente análisis del proceso constituyente puede leerse en Franklin Ramírez, “En lo
que el poder se rompa. El peso del 28”, Le Monde Diplomatique (versión boliviana), septiembre,
2008. Vid. Nanna Franziska Birk, “The Participatory Process of Ecuador’s Constituent Assembly
2007/2008” (tesis de maestría), Ámsterdam, Universiteit van Amsterdam, International School for
Humanities and Social Sciences, 2009. Sobre las cuestiones más controvertidas léase la reflexión
muy comprometida y muy lúcida de Alberto Acosta, que fue presidente de la Asamblea casi hasta
el final Alberto Acosta, Bitácora constituyente, Quito, Abya-Yala, 2008.
509
el país. Más de dos millones de ejemplares circulan en diversos puntos de la sociedad, lo que ha
abierto la ocasión para que los ciudadanos comunes se informen y debatan sobre los detalles de
la nueva Carta Magna. La Constitución vigente —aprobada en 1998 en un cuartel militar y sin
contar con el pronunciamiento popular— debe adquirirse en librerías especializadas” Franklin
Ramírez, op. cit., p. 8.
12
Este conflicto ayuda a explicar lo que pasara con el proyecto Yasuni itt mencionado adelante.
13
El referéndum sobre la convocatoria determinaba que en 8 meses la nueva Constitución estaría
redactada. A los 7 meses solamente 57 artículos estaban definitivamente aprobados. Acosta solicitó
al Presidente dos meses más para terminar la redacción. El Presidente, invocando el deterioro de la
imagen de la Asamblea en la opinión publica, forzó la renuncia de Acosta. Con el nuevo presidente,
y ciertamente sin la calidad del debate en el periodo anterior, la Asamblea aprobó 387 artículos en
tres semanas. El discurso de renuncia de Alberto Acosta es un documento impresionante por la
manera como sintetiza las novedades o rupturas históricas de la nueva Constitución. Acosta, op. cit.
510
La otra gran tensión, que creció con el decurso del proceso constituyente, ocurrió
con los sectores conservadores —con la fuerte presencia de la alta jerarquía de la
Iglesia Católica ligada al Opus Dei y el acoso mediático— en la medida que se die-
ron cuenta del rumbo que tomaba la orientación normativa de la Constitución y de
cuánto contrariaba a sus ideologías e intereses. La batalla electoral por el referéndum
sobre la nueva Constitución fue considerada, tanto por el Presidente Correa —que
lideró la campaña por la Constitución— como por la oposición conservadora como
“la madre de todas las batallas”. El 28 de septiembre de 2008 esa batalla terminó
con una inequívoca victoria del Presidente.
Entre las razones para las diferencias entre los dos procesos constituyentes
podemos subrayar las siguientes:
Primero, en Bolivia el nivel de conflictividad social en el periodo inmediata-
mente anterior al proceso constituyente fue muy superior que en Ecuador. Sobre
todo después de la “Guerra del Gas” (octubre de 2003), la derecha comenzó a
organizarse y encontró en la autonomía regional el eje central de su oposición. Era
una agenda muy fuerte porque la fuerza política de los departamentos de la “Media
Luna” (Santa Cruz, Pando, Beni y Tarija) era muy grande y muy superior a la de
Guayaquil en Ecuador, donde Alianza País (ap), una fuerza de izquierda, ganara
las elecciones (más del 60% de los votos), por primera vez en la historia del país.
Además, el reclamo autonómico en Bolivia representaba un dilema para el mas ya
que la autonomía y el autogobierno eran igualmente importantes banderas indíge-
nas, a pesar de que su orientación política estaba en las antípodas de la orientación
de la “Media Luna”.
Segundo, el control político de la Asamblea por parte de Alianza País en Ecuador
era muy superior al control político de la Asamblea por parte del mas en Bolivia.
En Ecuador AP tenía la gran mayoría de los asambleístas y no necesitaba sino de
la mayoría simple (mitad + 1) para aprobar los artículos y el texto final. Al contra-
rio, en Bolivia el mas tenía una mayoría menos significativa (51 %) y necesitaba
de una mayoría calificada (2/3 de los voto;) para aprobar el texto constitucional.
De hecho, uno de los primeros conflictos fue en tomo al reglamento general de
funcionamiento de la Asamblea y sobre todo acerca del modo de votación y apro-
bación. El mas, que pretendía la votación por mayoría simple, tuvo que ceder y
aceptar la mayoría calificada. Por otro lado, la Ley de Convocatoria a la Asamblea
Constituyente, de marzo de 2006, ya es producto de concesiones importantes por
511
parte del mas a la oposición. Por ejemplo, tuvo que renunciar a su propuesta inicial
de admitir la representación indígena nombrada por las autoridades indígenas (y
no por vía partidaria).
Tercero, la heterogeneidad social, política y cultural de la Asamblea Constituyente
fue bastante más grande en Bolivia que en Ecuador, un factor todavía más impor-
tante por el tamaño desigual de las dos asambleas (255 asambleístas en Bolivia y 130
en Ecuador). En el caso boliviano la presencia indígena —junto con campesinos y
sectores populares— fue protagónica en tanto que en el caso ecuatoriano fue redu-
cida (en gran medida, las demandas indígenas fueran impulsadas por asambleístas
no indígenas, en especial por el Presidente de la Asamblea).
A pesar de sus diferencias, los dos procesos constituyentes revelan con igual
nitidez las dificultades de realizar, dentro del marco democrático, transformaciones
políticas profundas e innovaciones institucionales que rompan con el horizonte
capitalista, colonialista, liberal y patriarcal de la modernidad occidental. Si miramos
más allá del laberinto de los incidentes, de los contratiempos, de la desinformación
hostil en los medios, de los personalismos dramatizados, verificamos que algunos
de los temas más controvertidos en los dos procesos constituyentes tuvieron algo
en común. Por ejemplo, el carácter plurinacional o simplemente intercultural del
Estado; el manejo de los recursos naturales y el ámbito del derecho de los pueblos
indígenas (consulta previa o consentimiento previo); la cuestión autonómica; los
límites de la jurisdicción indígena.
Pero incluso en temas comunes hubo diferencias de énfasis. En el caso de Bo-
livia, la cuestión autonómica fue particularmente polémica porque a través de ella
se discutía el control político y el control de los recursos naturales. En Ecuador
la victoria de Correa en Guayaquil desarmó a la oposición regional en la nueva
Constitución. Por otro lado, la cuestión autonómica había sido fuerte al inicio de
la década. Asimismo, hubo un importante debate sobre la descentralización, la
regionalización y las autonomías no sólo al interior de la Asamblea, sino también
entre el gobierno y los municipios, las prefecturas, las juntas parroquiales y las
organizaciones indígenas. En Ecuador, la especificidad mayor fueron las polé-
micas sobre temas que no eran constitucionales sino relativos a nueva legislación
(expedida por la Asamblea mediante mandatos constituyentes) tales como nueva
legislación tributaria, laboral y minera, particularmente en el caso de la última.
También fue polémico el tema del derecho humano al agua y la gestión del agua
512
b) El Estado plurinacional
14
Para el análisis de las diferencias entre los dos procesos constituyentes mucho contribuyeron
las comunicaciones personales con Agustín Grijalva (26 de febrero 2010), Fernando Garcés y
Franklin Ramírez (ambas de 27 de febrero de 2010).
15
Esta realidad está implícita en la formulación un tanto enigmática de René Zavaleta Mercado, “Las
masas en noviembre”, en René Zavaleta Mercado (ed.), Bolivia, hoy, México, Siglo xxi, 1983, p. 11.
16
Lo mismo pasa hoy en algunos países de África, donde la plurinacionalidad suele ser designada
como federalismo étnico. Vid. Okon Akiba (ed.), Constitutionalism and Society in Africa, Aldershot,
513
Ashgate Publishing, 2004, pp. 121- 155.; E.J. Keller, “Ethnic Federalism, Fiscal Reform, Deve-
lopment and Democracy in Ethiopia”, African Journal of Political Science, Vol. 7, Nº 1, 2002, pp.
33-34; Bruce Berman, Eyoh Dickson y Will Kymlicka, (eds.), Ethnicity and Democracy in Africa,
Oxford, J. Currey; Athens, Ohio University Press, 2004.
514
c) Proyecto de país
El sentido político de la refundación del Estado deriva del proyecto de país consa-
grado en la Constitución.17 Cuando, por ejemplo, las Constituciones de Ecuador
y Bolivia18 consagran el principio del buen vivir (Sunzak Kawsay o Suma Qamaña)
como paradigma normativo de la ordenación social y económica, o cuando la
17
En el caso de Ecuador tres libros importantes han sido organizados por Alberto Acosta y
Esperanza Martínez (eds.), Plurinacionalidad: democracia en la diversidad; El Buen Vivir: Una vía
para el Desarrollo; Derechos de la Naturaleza: el futuro es ahora, Quito, Abya-Yala, 2009. Son tres libros
de intervención política en los que con aportes varios se busca trazar los rasgos más importantes
del proyecto de país. Vid. Catherine Walsh, Juan García, “El pensar del emergente movimiento
afroecuatoriano. Reflexiones (des)de un proceso”, en Daniel Mato (ed.), Estudios y otras prácticas
intelectuales latinoamericanas en cultura y poder, Caracas, clacso y ceap, faces, Universidad
Central de Venezuela, 2009, pp. 317-326.
18
Constitución de Ecuador de 2008: “Articulo 275.- El régimen de desarrollo es el conjunto
organizado, sostenible y dinámico de los sistemas económicos, políticos, socio-culturales y am-
bientales, que garantizan la realización del buen vivir, del Sumak Kawsay. El Estado planificará el
desarrollo del país para garantizar el ejercicio de los derechos, la consecución de los objetivos del
régimen de desarrollo y los principios consagrados en la Constitución. La planificación propiciara
la equidad social y territorial, promoverá la concertación, y será participativa, descentralizada,
desconcentrada y transparente. El buen vivir requerirá que las personas, comunidades, pueblos y
nacionalidades gocen efectivamente de sus derechos, y ejerzan responsabilidades en el marco de la
interculturalidad, del respeto a sus diversidades, y de la convivencia armónica con la naturaleza”.
Constitución de Bolivia de 2009: “Articulo 306.- i. El modelo económico boliviano es plural
y esta orientado a mejorar la calidad de vida y el vivir bien de todas las bolivianas y los bolivianos.
ii. La economía plural está constituida por las formas de organización económica comunitaria,
estatal, privada y social cooperativa.
iii. La economía plural articula las diferentes formas de organización económica sobre los
principios de complementariedad, reciprocidad, solidaridad, redistribución, igualdad, seguridad
515
516
ii. El Estado se sustenta en los valores de unidad, igualdad, inclusión, dignidad, libertad, so-
lidaridad, reciprocidad, respeto, complementariedad, armonía, transparencia, equilibrio, igualdad
de oportunidades, equidad social y de género en la participación, bienestar común, responsabilidad,
justicia social, distribución y redistribución de los productos y bienes sociales, para vivir bien”.
23
Magdalena León muestra que el Sumak Kawsay habrá de convivir con economías regidas
por la acumulación y estará presente en formas de economía solidaria y de economía de cuidado
(protagonizada por mujeres en condiciones de subordinación).León, op. cit., p. 64.
24
Constitución Política del Estado Pluninacional de Bolivia: “Articulo 3.- La nación boliviana
está conformada por la totalidad de las bolivianas y los bolivianos, las naciones y pueblos indígena
originario campesinos, y las comunidades interculturales y afrobolivianas que en conjunto consti-
tuyen el pueblo boliviano”.
25
Tiene así razón Luis Tapia cuando afirma que “por eso pueden coexistir críticas a la idea de
Estado homogéneo con la demanda y proyecto de nacionalización que es tal vez la idea con más
517
d) Nueva institucionalidad
consenso hoy en Bolivia”. Luis Tapia, Una reflexión sobre la idea de un estado plurinacional, La Paz,
Oxfam Gran Bretaña, 2008, p. 67.
26
Los desafíos son enormes y están bien identificados y analizados en un estudio notable: El
estado del Estado en Bolivia, editado por José Luis Exeni, 2007. Dice Exeni, en el Informe Nacional
sobre Desarrollo Humano, sobre la complejidad de la nueva arquitectura político-institucional: “Aquí
radica quizás el mayor desafío y dificultad en términos de diseño de reglas formales e incorporación
de prácticas informales a fin de redefinir la cuestión democrática y la representación política no sólo
en su dimensión de autorización sino, en especial, en materia de control social y rendición de cuentas,
por un lado, y en la expresión de la diferencia y la representación de identidades múltiples, por otro”
José Luis Exeni, et al, Informe Nacional sobre Desarrollo Humano 2007, La Paz, pnud, 2007, p. 486.
27
En las Elecciones Generales del 6 de diciembre de 2009, en el marco de la nueva Constitución
Política del Estado, se eligió en Bolivia la Asamblea Legislativa Plurinacional (en reemplazo del
hasta ahora existente Congreso Nacional), compuesta por 36 senadores y 130 diputados, 7 de los
cuales se eligieron en circunscripciones especiales indígena originario campesinas.
518
28
El proceso político que, en el Régimen Electoral Transitorio, negociación tras negociación,
condujo a este número (inicialmente mayor) muestra la asimetría, en este caso a favor del sistema
eurocéntrico de representación política: o sea, los criterios de representación son menos plurina-
cionales que la plurinacionalidad representada.
29
El Articulo 197 de la Constitución boliviana establece que “el Tribunal Constitucional Pluri-
nacional estará integrado por Magistradas y Magistrados elegidos con criterios de plurinacionalidad,
con representación del sistema ordinario y del sistema indígena originario campesino”.
30
La justificación de esta decisión, tomada en faz de las deficiencias y omisiones del Régimen de
Transición, consta en el Oficio N° 002-cc-sg del 21 de octubre de 2008, publicado en el Registro
Oficial, N° 451, del 12 de octubre del 2008.
519
Una de la sentencias más notables de este nuevo periodo fue redactada por Nina Pacari y se
31
refiere a una acción por incumplimiento presentada por los representantes de la Universidad In-
tercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas “amawtay wasi” en contra del conesup
(Consejo Nacional de Educación Superior). La Universidad presentó una propuesta para abrir
tres programas en diferentes regiones del país que fue rehusada por el conesup con el argumen-
to de que la Universidad tenía su sede en Quito y que allí debían ser impartidos sus programas.
En su demanda a la Corte, la Universidad invocó que el conesup había considerado y tratado
a la universidad indígena como una universidad convencional y que con eso violaba los derechos
colectivos de los pueblos indígenas consagrados en la Constitución y en los tratados internaciona-
les, particularmente su derecho a establecer instituciones de educación en sus propios idiomas y
en consonancia con sus métodos culturales de enseñanza y aprendizaje. La Corte decidió a favor
de los demandantes con una argumentación de alto nivel jurídico y político-cultural centrada en
dos ejes fundamentales: la diferencia jurídico-política y la diferencia epistemológica o cognitiva.
Por un lado, las normas constitucionales e internacionales reconocen la especificidad cultural de
la educación indígena y por eso sus métodos no pueden quedar sometidos a un criterio extraño a
su realidad y cosmovisión. Por otro lado, el conocimiento es epistemológicamente distinto ya que,
al contrario del conocimiento científico occidental, no se produce en “centros” sino en las comu-
nidades mismas: “bajo una cosmovisión completamente diferente de la convencional, en donde la
persona va hasta un centro de estudios en busca de conocimiento, cuando, en estas realidades de los
pueblos indígenas, el conocimiento está en la naturaleza, en los mismos pueblos, en su entorno; en
consecuencia, el centro de estudios debe trasladarse hasta aquellos lugares para recibir y nutrirse,
juntamente con los mismos pueblos, de sus “saberes o conocimientos” (Caso N° 0027-09-AN, con
sentencia de 9 de diciembre de 2009). Una hoja de ruta para lo que debe ser una verdadera justicia
intercultural, en la mejor tradición de la justicia intercultural del Continente de que fue pionera la
Corte Constitucional de Colombia en la década de 1990.
520
¿Cómo cimentar una democracia de alta intensidad (a la boliviana) que logre asen-
tar institucionalmente, bajo el principio de autoridad compartida, el desafío de la
demodiversidad? ¿Cómo superar ese perverso triángulo latinoamericano de de-
mocracia electoral, desigualdad y pobreza? ¿Qué implica esto, en un horizonte de
experimentalismo constitucional, para la estructura y alcance del régimen político y,
en especial, de la institucionalidad electoral boliviana? Concretamente: ¿sobre qué
bases principistas y normativas habrá que situar el desarrollo legislativo permanente
del régimen electoral, en general, y del órgano electoral, en especial, a partir de la
pronta conformación de la Asamblea Legislativa Plurinacional?32
32
José Luis Exeni, “Un órgano electoral para la demodiversidad”, en vv.aa., Miradas: nuevo
texto constitucional, La Paz, Vicepresidencia del Estado e idea Internacional, 2010.
521
e) El pluralismo jurídico
33
Artículo 2 de la Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia “Dada la existencia
precolonial de las naciones y pueblos indígena originario campesinos y su dominio ancestral sobre
sus territorios, se garantiza su libre determinación en el marco de la unidad del Estado, que consiste
en su derecho a la autonomía, al autogobierno, a su cultura, al reconocimiento de sus instituciones
y a la consolidación de sus entidades territoriales”:
34
La distancia entre esta simetría liberal y la realidad jurídico-política de las sociedades está en
la base de dos de los debates centrales de la sociología del derecho. El debate sobre el pluralismo
jurídico: ¿cómo es posible conciliar la postulada unicidad del derecho (oficial) con la pluralidad real
de diferentes sistemas jurídicos (no-oficiales) en la sociedad? Y el debate sobre la autonomía del
derecho: ¿qué tipo de Estado subyace a la autonomía del derecho? ¿Autonomía en relación a que?
¿Cuáles son las condiciones políticas para que la autonomía del derecho no sea totalmente imposible
522
o totalmente fraudulenta? Vid. Santos, Sociología..., 2009, pp. 29-51; Raquel Yrigoyen, “Pluralismo
jurídico, derecho indígena y jurisdicción especial en los países andinos”, El Otro Derecho, Nº 30,
Variaciones sobre la justicia comunitaria, Bogotá, ilsa, pp. 171-196, 2004.
35
Se puede anticipar los difíciles desafíos de la interpretación intercultural del derecho, como
un ejemplo entre muchos, a partir de la noción de derecho de los guaraníes: Tekomboe Yiambae, que
significa “costumbres sin dueños”.
36
Santos, Sociología..., pp. 542-611.
523
524
37
En tiempos recientes la justicia indígena en Bolivia ha sido demonizada por los medios de
comunicación debido a la ocurrencia de algunos casos de justicia privada o de auto tutela ejercidos
con bastante violencia. Las autoridades indígenas han denunciado esas prácticas como ajenas a la
justicia indígena que antes de todo se caracteriza por la búsqueda de mecanismos de reintegración
social y de reparación del daño.
38
Articulo 190: “i. Las naciones y pueblos indígena originario campesinos ejercerán sus funciones
jurisdiccionales y de competencia a través de sus autoridades, y aplicarán sus principios, valores
culturales, normas y procedimientos propios.
ii. La jurisdicción indígena originaria campesina respeta el derecho a la vida, el derecho a la
defensa y demás derechos y garantías establecidos en la presente Constitución.
Articulo 191.- i. La jurisdicción indígena originario campesina se fundamenta en un vínculo parti-
cular de las personas que son miembros de la respectiva nación o pueblo indígena originario campesino.
ii. La jurisdicción indígena originario campesina se ejerce en los siguientes ámbitos de vigencia
personal, material y territorial:
1. Están sujetos a esta jurisdicción los miembros de la nación o pueblo indígena originario
campesino, sea que actúen como actores o demandado, denunciantes o querellantes, denunciados
o imputados, recurrentes o recurridos.
2. Esta jurisdicción conoce los asuntos indígena originario campesinos de conformidad a lo
establecido en una Ley de Deslinde Jurisdiccional.
3. Esta jurisdicción se aplica a las relaciones y hechos jurídicos que se realizan o cuyos efectos
se producen dentro de la jurisdicción de un pueblo indígena originario campesino.
Articulo 192.- i, Toda autoridad pública o persona acatara las decisiones de la .jurisdicción
indígena originaria campesina.
ii. Para el cumplimiento de las decisiones de la jurisdicción indígena originario campesina, sus
autoridades podrán solicitar el apoyo de los órganos competentes del Estado.
iii. EI Estado promoverá y fortalecerá la justicia indígena originaria campesina. La Ley de
Deslinde Jurisdiccional determinara los mecanismos de coordinación y cooperación entre la juris-
dicción indígena originaria campesina con la jurisdicción ordinaria y la jurisdicción agroambiental
y todas las jurisdicciones constitucionalmente reconocidas”.
39
Artículo 57: “Se reconoce y garantiza a las comunas, comunidades, pueblos y nacionalidades
indígenas de conformidad con la Constitución y los pactos, convenios, declaraciones y demás ins-
trumentos internacionales de derechos humanos, los siguientes derechos colectivos [...]”.
525
Articulo 171: “Las autoridades de las comunidades, pueblos y nacionalidades indígenas ejerce-
rán funciones jurisdiccionales, con base en sus tradiciones ancestrales y su derecho propio, dentro
de su ámbito territorial, con garantía de participación y decisión de las mujeres. Las autoridades
aplicarán normas y procedimientos propios para la solución de sus conflictos internos, y que no sean
contrarios a la Constitución y a los derechos humanos reconocidos en instrumentos internacionales”.
EI Estado garantizará que las decisiones de la jurisdicción indígena sean respetadas por las ins-
tituciones y autoridades públicas. Dichas decisiones estarán sujetas al control de constitucionalidad.
La ley establecerá los mecanismos de coordinación y cooperación entre la jurisdicción indígena y
la jurisdicción ordinaria.
40
Sobre la justicia indígena en la nueva Constitución de Ecuador vid. Agustín Grijalva, “El
Estado plurinacional e intercultural en la constitución ecuatoriana del 2008”, Ecuador Debate, Nº
75, diciembre, 2008, pp. 49-62.
526
f ) La nueva territorialidad
527
nombre del interés nacional (del cual hace parte, paradójicamente, el interés en la
promoción de las autonomías).41
En las elecciones departamentales y municipales de Bolivia realizadas el 4 de abril
de 2010 se ha dado un paso decisivo en la construcción del Estado Plurinacional a
través de las autonomías departamentales, regionales, municipales e indígenas. Se
eligieron por primera vez gobernadores y asambleas departamentales, además de la
elección de alcaldes y concejales municipales. El carácter plurinacional del Estado
estuvo expresado en la elección directa de 23 asambleístas departamentales de las
naciones y pueblos indígena originario campesinos que son minoría poblacional en
los respectivos Departamentos del país. Se trata del tercer avance concreto luego
de la elección (por voto), en diciembre de 2009, de siete diputados indígenas en
circunscripciones especiales y la aprobación en referéndum de la conformación de
once autonomías indígenas (de alcance municipal). Las naciones y pueblos indígenas
registraron ante el órgano electoral las normas y procedimientos propios mediante
los cuales eligieron, designaron o nominaron a sus asambleístas. La diversidad
de estas normas y procedimientos propios para la elección o designación de sus
representantes42 constituye una poderosa afirmación de la demodiversidad y de la
democracia intercultural.43
Los factores generativos de las autonomías son decisivos para determinar el
tipo de control que el Estado central puede legítimamente ejercer dentro de los
territorios autónomos. Como es sabido, las autonomías indígenas disponen de
un cuadro jurídico internacional,44 reconocido por los Estados plurinacionales,
que entre otras cosas regula el control de los recursos naturales y el reparto de los
beneficios de su explotación. En esto consiste el carácter intensamente contro-
vertido de las autonomías indígenas, sobre todo considerando que estos recursos
41
Un dirigente de la conamaq (Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasusyu) formuló
así la diferencia entre los diferentes tipos de autonomía: “la autonomía indígena es la sabiduría; la
autonomía departamental es el desarrollo” (Seminario sobre Autonomía Indígena, Cochabamba,
8 de octubre de 2009).
42
Vid. Boaventura Sousa Santos, Refundación del Estado en América Latina: Perspectivas desde una
epistemología del Sur, Buenos Alres, Editorial Antropofagia, 2010 pp. 174-178.
43
Comunicación personal con José Luis Exeni R. (8 de abril de 2010).
44
Convenio 169 de la oit y Declaración de las Naciones Unidas Sobre los Derechos de los
Pueblos Indígenas aprobada el 7 de septiembre de 2007.
528
Todos los cambios hasta ahora mencionados que derivan de la idea de Estado Plu-
rinacional obligan a una nueva organización del Estado en si mismo o sea en cuanto
conjunto de instituciones políticas y administrativo-burocráticas de gestión pública
y de planificación.45 Es verdaderamente a este nivel que se puede evaluar en que
medida el principio de la plurinacionalidad está presente en el nuevo pacto político
y en que medida este principio es relativizado y articulado con otros principios.
Una comparación sistemática de las dos Constituciones muestra que la plu-
rinacionalidad es mucho más vinculante en el caso de Bolivia que en el caso de
Ecuador, lo que se explica por los procesos políticos que estuvieron en la base de
las nuevas Constituciones. En Ecuador el principio de la plurinacionalidad está en
permanente tensión con el principio de la participación ciudadana, que es de hecho
el eje transversal más fuerte de la arquitectura constitucional, para comenzar por
la definición de los órganos de soberanía. En cuanto a la Constitución de Bolivia,
45
En las dos Constituciones (Bolivia y Ecuador) hay una cierta obsesión adjetivante en distinguir
el nuevo Estado de la matriz liberal moderna.
Constitución de Bolivia: “Art. i.- Bolivia se constituye en un Estado unitario social de derecho,
plurinacional, comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, intercultural, descentra-
lizado y con autónomas”.
Constitución de Ecuador: “Art. i.- El Ecuador es un Estado constitucional de derechos y
justicia social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico”.
529
46
Raúl Prada (comunicación personal, 3 de febrero de 2010).
530
y de planificación que rompa con los modelos del pasado y confiera materialidad
práctica al principio de la plurinacionalidad:
En Ecuador, los retos de la participación son vividos con igual intensidad pero con
un énfasis distinto. Aquí la participación ciudadana es el eje central en la búsqueda
de una planificación participativa. Asimismo, la presencia del principio de plurina-
cionalidad es clara. De hecho, el Plan Nacional de Desarrollo, que para el periodo
2007-2010 tuvo ese mismo nombre, fue renombrado como “Plan Nacional para el
Buen Vivir, 2009-2013: Construyendo un Estado Plurinacional e Intercultural”,
orientado a “que el nuevo periodo de gobierno refleje el cambio de paradigma”.48 Sin
47
El Anteproyecto de Ley de Organización del Órgano Ejecutivo, preparado por el Ministerio
de Economía y Finanzas (enero 2010), propone una reorganización orientada a garantizar que el
pluralismo institucional refleje los distintos pluralismos consagrados en la Constitución: económico,
socio-cultural, político, autonómico y jurídico.
48
Según René Ramírez, Secretario Nacional de Planificación y Desarrollo, la idea original fue
proponer una “moratoria al termino desarrollo” (comunicación personal, 8 de octubre 2009). El
hecho de que son grandes las tensiones dentro del Ejecutivo entre la vertiente desarrollista (suscrita
por el Presidente) y la vertiente “del buen vivir” esta expresada en la tapa de la publicación del Plan.
A pesar de que el título principal es lo que está en el texto, al tope de la tapa se dice: “República de
Ecuador Plan Nacional de Desarrollo”. Senplades, 2009, p. 10.
531
distintas. Al contrario, hay indicios de que, a pesar de los distintos discursos, las prácticas muestran
la misma tensión entre el desarrollismo y el vivir bien (como prefieren decir los bolivianos), como
veremos más adelante.
50
Ibid., 2009, p. 14.
532
h) La democracia intercultural
51
Constitución de Bolivia: “Articulo 11.- i. La Republica de Bolivia adopta para su gobierno
la forma-democrática participativa, representativa y comunitaria, con equivalencia de condiciones
entre hombres y mujeres.
533
ii. La democracia se ejerce de las siguientes formas, que serán desarrolladas por la ley:
1. Directa y participativa, por medio del referendo, la iniciativa legislativa ciudadana, la revo-
catoria de mandato, la asamblea, el cabildo y la consulta previa. Las asambleas y cabildos tendrán
carácter deliberativo conforme a Ley.
2. Representativa, por medio de la elección de representantes por voto universal, directo y
secreto, conforme a Ley.
3. Comunitaria, por medio de la elección, designación o nominación de autoridades y repre-
sentantes por normas y procedimientos propios de las naciones y pueblos indígenas originarios
campesinos, entre otros, conforme a Ley”.
52
Vid. Santos, Refundación..., loc. cit.
534
53
No es por otra razón que el citado Art. 11 de la Constitución de Bolivia, a la enumeración de
los tipos de democracia, añade la condicionante “con equivalencia de condiciones entre hombres
y mujeres”.
54
Este ejemplo no es académico. Es un caso real analiza do en nuestra investigación sobre el
pluralismo jurídico en Colombia y el papel de la Corte Constitucional en la traducción jurídica
intercultural Vid. Santos y García Villegas, op. cit., vol. 2.
535
Sobre la distinción entre hibridación empírica y conceptual vid. Marisol de la Cadena, “The
55
Racial-moral Politics of Place: Mestizas and Intellectuals in Turn-of-the century Peru”, en Rosario
Montoya, Jessie Jo Frazier y Janise Hurting (eds.), Gender’s Place: Feminist Antrhopologies of Latin
America, Nueva York, Palgrave/Macmillan, 2002. Marisol de la Cadena, “Are mestizos hybrids?
The Conceptual Politics of Andean identities”, Journal of Latin American Studies, vol. 37, Nº 2,
2005, pp. 259-284.
56
La misma pregunta se puede hacer en el caso de los mulatos y su identificación con los negros.
La categoría de afrodescendiente es hoy preferida por incluir a negros y mulatos.
57
En este contexto es muy revelador el texto de Fernando Garcés, basado en entrevistas a los
miembros de la Asamblea Constituyente (en prensa). En las entrevistas surge varias veces la idea
de que la gran mayoría de la población es mestiza (algunos hablan de 80% de la población) y no
indígena. Las variaciones en los más recientes censos de población en Bolivia muestran la variabilidad
del peso relativo de las diferentes identidades definidas por autoidentificación.
536
58
Charles R. Hale, “Mestizaje, Hibridity, and the cultural Politics of Difference in Post-
Revolutionary Latin America½, Journal of Latin American Anthropology, vol. 2, Nº 1, pp. 34-61.
59
Cecilia Salazar, “Presentación comentada del libro Conocer desde el Sur de Boaventura de Sousa
Santos”, La Paz, clacso/cides/plural, 2008.
537
Ese mestizaje de nuevo tipo es el gran proyecto político de Anzaldúa cuando afirma: “Lo
60
que quiero es contar con las tres culturas —la blanca, la mexicana y la india. Quiero la libertad de
poder tallar y cincelar mi propio rostro, cortar la hemorragia con cenizas, modelar mis propios dioses
desde mis entrañas. Y si ir a casa me es denegado entonces tendré que levantarme y reclamar mi
espacio, creando una nueva cultura —una cultura mestiza— con mi propia madera, mis propios
ladrillos y argamasa y mi propia arquitectura feminista”. Gloria Andalzúa, “Los movimientos de
rebeldía y las culturas que traicionan”, en Bell Hooks, et. al., Otras Inapropiables: feminismos desde
las fronteras, Madrid, Traficantes de Sueños, 2004, p. 79 [originalmente publicado en 1987]).
Vid. también Karakola Eskalera, “Diferentes diferencias y ciudadanías excluyentes: una revisión
feminista”, en Bell Hooks, op. cit., 2004.
538
Mi primer análisis de este tema se encuentra en Boaventura de Sousa Santos, Toward a New
61
Common Sense: Law, Science and Politics in the Paradigmatic Transition, Nueva York, Routledge,
1995, pp. 32-33.
539
Vid. el texto seminal de Anzaldúa, 1987; así como Kimberlé Crenshaw, Mapping the
62
Margins: Intersectionaly, Indentity Politics, and Violence agAlnst Women of Color”, Stanford
Law Review, vol. 43, Nº 6, julio, 1991, pp. 1241-1299; Kimberlé Crenshaw, “Playing Race
Cards: Constructing a Pro-active Defense of Affirmative Action”, National Black Law Journal,
Nº 16, 2000, pp. 196-214; Virginia Vargas, “Repensar América Latina desde los retos que traen
las diversidades feministas”; Comunicación a la v Conferencia Latinoamericana y Caribeña de
Ciencias Sociales, Cochabamba, 7-11 de octubre, 2009; Ochy Curiel, “Identidades esencialistas
o construcción de identidades políticas: el dilema de las feministas negras”, Otras Miradas, vol. 2,
Nº 2, 2002, pp. 96-113; Liliana Suárez-Navaz y Rosalva Aída Hernández (eds.), Descolonizando
el feminismo: teorías y prácticas desde los márgenes, Madrid, Cátedra, 2008; Sandra Harding, Sciences
from Below: Feminisms, Postcolonialities, and Modernities, Londres, Duke University Press, 2008 y
la bibliografía ahí citada.
540
Que las mujeres indígenas vivimos las muchas discriminaciones por ser mujer, por
ser indígena, por ser pobre, por ser campesina, etcétera... Que falta responsabilidad
del movimiento feminista para involucrar a las mujeres indígenas en pie de igualdad.
Somos la otra mirada del feminismo que buscamos transformar relaciones desiguales
y el sistema de dominación patriarcal... Que los planteamientos feministas respeten la
diversidad cultural en el discurso y en la práctica.64 Que es urgente la deconstrucción de
los planteamientos etnocéntricos del movimiento feminista y del discurso académico.65
63
Sueli Carneiro, “En negrecer al feminismo”, Les Pénélopes, (http://www.penelopes.org/
Espagnol/xarticle.php3?id_article=24, consultado el 9 de noviembre de 2009.
64
Esta afirmación, un tanto dolorida, de diferencia en relación a las hermanas mujeres no
contiene cierre étnico (etnocentrismo al reyes). Por el contrario, la misma Declaración incluye la
siguiente propuesta de alianza y de aprendizaje intercultural: “Reconociendo la urgente necesidad
de construir entre todas las mujeres indígenas, campesinas, feministas, lesbianas y todos los demás
movimientos cambios estructurales en nuestras sociedades nacionales que cada día nos despoja, mata
sistemáticamente y uniforma a todas por igual, y pulveriza, minimiza nuestra fuerza unida para luchar
y cambiar el sistema de dominación, exclusión y patriarcal que vivimos... [proponemos]... construir
alianzas a nivel de nuestros países con mujeres indígenas y no indígenas, mujeres campesinas, para
conocer sabré el feminismo y la mirada de las mujeres indígenas de acuerdo a nuestros ritmos y
tiempos para ir creando nuestros conceptos y definiciones”. Declaración de las Mujeres Indígenas
en XI Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, Tenochtitlán, México, 16-20 de marzo,
(http://indigenouswomensforum.org/Declaracion%20de%20Mujeres%20Ind%C2%Algenas.pdf,
consultado el 9 de noviembre de 2009).
65
Sobre las tensiones entre el feminismo indígena zapatista y el feminismo urbano mexicano
vid. Márgara Millán, Participación política de mujeres indígenas en América Latina: el movimiento
Zapatista en México, Santo Domingo, Instituto Internacional de Investigaciones y Capacitación de
las Naciones Unidas para la Promoción de la Mujer (instraw), 2006.
541
de los afrodescendientes. Según ella, las mujeres afrodescendientes han tenido más facilidad que
las mujeres indígenas en afirmar sus derechos en sus comunidades y movimientos Helen Safa,
“Challenging Mestizaje: A Gender Perspective on Indigenous and Afrodescendant Movements
in Latin America”, Critique of Anthropology, Nº 25, 2005, p. 308.
542
67
María Eugenia Choque Quispe, “Chacha warmi. Imaginarios y vivencias”, en El Alto, Cecilia
Enríquez (ed.), La Paz, Nuevo Periodismo Editores, 2009, p. 36.
68
Vargas, op. cit., p. 8.
543
Boaventura de Sousa Santos, Democratizing Democracy. Beyond the Capitalist Canon, Londres,
69
544
Los dos instrumentos centrales de la epistemología del Sur son la ecología de saberes
y la traducción intercultural.72 Estos instrumentos epistemológico-políticos permiten
reconocer la existencia de un debate civilizatorio y aceptar sus consecuencias en el
proceso de construcción de una democracia intercultural y de la refundación del
Estado. La gran dificultad de este debate radica en que presupone una educación
pública (ciudadana y comunitaria) adecuada, una educación que: 1) legitime y
valorice el debate; 2) forme los participantes en el debate para una cultura de
convivencia y de confrontación capaz de sustentar altos niveles de incertidumbre
y de riesgo; 3) prepare a la clase política convencional para la pérdida del control
del debate, ya que, el debate está en la sociedad en su conjunto o no pasa de ser
retórica política vacía; 4) cree un nuevo tipo de inconformismo y de rebeldía, que
sepa fluir entre la identidad de donde vienen las raíces y la des-identificación de
donde vienen las opciones, es decir, una rebeldía más competente que la que nos
trajo hasta aquí; 5) y, en resumen, sea orientada a la creación de un nuevo sentido
común intercultural, lo que implica otras mentalidades y subjetividades.73
La ecología de saberes y la traducción intercultural deben ser parte importante
de este amplio proceso educativo, lo que implica una transformación profunda
tanto de los sistemas oficiales de educación pública, como de lo que llamamos
educación popular y comunitaria. En otros trabajos he detallado, por ejemplo,
71
Itelvina Massioli, “Nuestro congreso Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones
Campesinas ya está en marcha”, alal/Minga Informativa, (http://movimientos.org/cloc/show_text.
php3?key=16161, consultado el 9 de noviembre de 2009).
72
Vid. Santos, Refundación..., 2010, pp. 17-51.
73
La sentencia de la Corte Constitucional de Ecuador sobre la Universidad Intercultural de
las Nacionalidades y Pueblos Indígenas (amawtay wasi) analizada en la nota 31 da preciosas
indicaciones sobre los marcos epistemológicos e institucionales de la educación intercultural.
545
los cambios que debería encarar la universidad tal como la conocemos hoy74 y he
propuesto la creación de una Universidad Popular de los Movimientos Sociales
(upms).75
La upms se orienta a superar la distinción entre teoría y práctica reuniendo
ambas a través de encuentros sistemáticos entre aquellos que se dedican princi-
palmente a la práctica del cambio social, y los que se dedican principalmente a la
producción teórica. Por una parte, pretende facilitar la autoeducación de activistas
y dirigentes comunitarios de movimientos sociales y organizaciones no guberna-
mentales, proporcionándoles marcos analíticos y teóricos adecuados. Estos marcos
les permitirán profundizar el entendimiento reflexivo de su propia práctica, sus
métodos y objetivos, mejorando su eficacia y consistencia. Por otra parte, pretende
facilitar la autoeducación de los científicos/estudiantes/artistas sociales progresistas
comprometidos con los nuevos procesos de transformación social, ofreciéndoles la
oportunidad de un diálogo directo con sus protagonistas. Esto hará posible iden-
tificar, y cuando sea posible eliminar, la discrepancia entre los marcos analíticos y
teóricos en los que fueron formados, y las necesidades y aspiraciones concretas que
surgen de nuevas prácticas transformadoras.
l) El Estado experimental
Vid. Boaventura de Sousa Santos, La universidad en el siglo xxi: para una reforma democrática
74
546
547
pueblo mantener por más tiempo el poder constituyente, por todo el tiempo en que la
experimentación tiene lugar y las revisiones son decididas. Se trata, en consecuencia,
de un proceso constituyente prolongado que genera una tensión continuada entre
lo constituido y lo constituyente.
Bibliografía
548
549
550
Referencia electrónica
http://www.universidadepopular.org/pages/es/inicio.php
551
* Conferencia “¿Qué sujeto se necesita para este proyecto histórico?, realizada en el Salón
Idelfonso Murguía de la Gobernación del Departamento de Oruro, en fecha 12 de marzo del
2011.
[553]
Creo que hay que partir aclarando su significado porque de otro modo va a ser
difícil entender lo que ocurre a nivel de los países. La globalización es simplemente
la expresión superior de la transnacionalización del capital, que se caracteriza por
un predominio absoluto del capital financiero, eso crea muchos problemas porque
mientras el capitalismo tenía relación directa con actividades productivas podía haber
una mayor capacidad de autocontrol de sus propias crisis internas, por ejemplo,
las propias crisis de sobreproducción. Pero cuando estamos en presencia de un
capitalismo financiero, especulativo, esa relación se pierde y comienzan a operar
mecanismos artificiales de reproducción del capital que es lo que se ha llamado
“burbuja financiera”. Lo interesante para destacar, es que el sistema capitalista
comienza a disociarse del territorio, comienza a disociarse propiamente de la acti-
vidad productiva y comienza a generar su propio mundo virtual, su propio mundo
de reproducción que no es congruente con lo que está pasando en la actividad
productiva. Eso por una parte genera un poder que se expresa en los bancos y que
se debe, a su vez, a relaciones de dependencia. La crisis norteamericana es muy
aguda por esa razón, ha perdido el control del capital financiero que para poder
reproducirse, ha iniciado actividades sin garantías de su propia reproducción, es lo
que se llamó “crisis desde la deudas hipotecarias” y que no se termina de resolver.
Pero lo que a mí me interesa rescatar con ustedes, es otro aspecto de la globali-
zación que tiene que ver con la competencia, es decir eso ya fue muy bien descrito
por la teoría clásica de El capital de Marx en adelante, durante muchos años hubo
una enorme acumulación sobre la tendencia del capital hacia la concentración y
centralización, que es lo que se está viviendo ahora. Si hay un momento histórico
donde la previsión de Marx sobre la tendencia del capital a la concentración cobre
mayor vigencia, se ve con claridad que es justo el momento en que a la luz del
pensamiento económico neoliberal se sostiene que la teoría económica marxista ha
fracasado, es entonces, cuanto más efectivamente su predicción se expresa.
La concentración del capital significa una expresión del mercado, de la com-
petencia, porque en la lógica del capital, éste se reproduce a través del lucro, de
la tasa de ganancia, pero la tasa de ganancia supone ganar mercados desplazando
a otros, ese desplazamiento de otros supone que el capital tenga la necesidad de
invertir sobre sí mismo para mejorar la calidad de su producción. A través de su
554
555
556
más delicadas porque la fruta se pudre muy rápidamente, hay una serie de factores,
hay que hacerlo en condiciones tecnológicas muy sofisticadas, como lo que se llama
“golpes de frío”, que sirven para congelar el proceso de maduración de la fruta
durante el periodo que lleva de sacar el producto del lugar de producción hasta el
lugar de colocación en el mercado final, y eso implica una inversión tecnológica.
Los empresarios hicieron ese esfuerzo además de fletar los barcos para llevar la
fruta a los puertos de Nueva York. ¿Qué sucede con los barcos? Si no se desembarca
el producto a tiempo la fruta se pudre en el barco. Estos empresarios no tenían el
control del puerto porque pertenecían a una de las pocas empresas transnacionales
que están encargadas del intercambio comercial. De esta manera las empresas
transnacionales controlan el proceso de colocación de la producción en el mercado
mundial. Se dice que es mundial, pero no lo es porque es un mercado controlado.
Los economistas están hablando ahora de “nichos de mercado” y el concepto
es muy apropiado porque en verdad son “nichos” porque, por ejemplo, en este
momento cuando hablamos de las materias primas y de los commodities tienen un
proceso de colocaciones controladas por mil mecanismos. Estos tres o cuatro hechos
son parte del contexto.
557
558
estabilidad, porque el precio lo fija el comprador que controla el mercado. Por eso,
menciono los esfuerzos de esa voluntad de integración tanto del mercosur y del
alba que no entran en contradicción.
Es en este contexto internacional donde hay que hacer consideración del pro-
yecto plurinacional. Quisiera comentar una relación entre proyecto de sociedad en
este contexto de la globalización y sujeto constructor del proyecto. Es decir, puedo
tener prefigurada una sociedad, y por tanto, un Estado, futuros, por ejemplo, en el
caso de la Constitución Política boliviana, está prefigurado el marco normativo de
lo que es un Estado y una sociedad plurinacional”, está ideológicamente definida.
Pero el problema está después de creada la condición institucional. A partir de la
Constitución Política surgen las siguientes preguntas: ¿qué sujeto puede potenciar
esas condiciones?, ¿cuál es el sujeto con mayor capacidad de construir un proyecto
plurinacional? Estas no son unas preguntas que se puedan responder solo en el
plano normativo o jurídico ni tampoco ideológico, esto implica plantearse el pro-
blema de los actores con capacidad de construir proyectos articuladores de carácter
plurinacional.
Esto nos lleva a hacernos otra pregunta, ¿cuáles son, más allá de lo político-
institucional, las condiciones políticas que se pueden conformar a partir de este
marco institucional que permita reconocer la capacidad para construir este proyecto?
Planteamos el problema de la siguiente manera: ¿cuáles son las políticas concretas
de potenciación de capacidades políticas de actores concretos que se pueden asumir
en el marco de la reforma constitucional?, ¿cómo potenciar a los actores diversos y
a la vez de potenciarlos reconocer sus límites? Porque si no conocemos sus límites,
son ideologizados, esto quiere decir que se les pediría algo que no pueden hacer.
Es muy presente en la historia de los procesos de cambios sociales en América
Latina la conformación de proyectos de sociedad con sujetos inexistentes en el
sentido que no tuvieron fuerza para impulsar ese mismo proyecto. La relación
del proyecto y el sujeto es fundamental, porque, en el plano ideológico y valórico
se puede inventar un proyecto de sociedad, se pude decir algo que parece justo
en términos sociales, económicos y culturales, pero su realización depende de la
existencia de un sujeto que lo lleve adelante.
Proponer un proyecto, es un discurso que me da una orientación a las decisiones
políticas en un largo período histórico, en su caso, construir una sociedad pluri-
nacional. Pero el otro problema que estoy planteando ya no es puramente ideoló-
559
560
potenciarlos?, ¿qué políticas de salud hay que asumir para potenciarlos?, ¿qué po-
líticas de movilización social hay que asumir para potenciarlos?, ¿qué políticas de
organización hay que asumir para potenciarlos?, ¿qué políticas de financiamiento
de actividades hay que asumir para potenciarlos?, ¿qué políticas de asesoramiento
técnico hay que asumir para potenciarlos?, ¿qué políticas de comercialización hay
que asumir para potenciarlos? Pues las políticas se diseñan para actores determinados
que justifican ser atendidos por esas políticas, en la medida que se los considera
como sujetos constructores de un proyecto plurisocietal nacional y no por el gusto
de darle asistencia o subsidio o en una lógica clientelista.
Estoy hablando de políticas de asistencia en las que esos sectores sociales son
concebidos como constructores de un proyecto plurinacional y que esa misma
exigencia política tiene que entender que esos actores sociales no necesariamente
van a comprender lo que es un proyecto de sociedad plurinacional sino es a través
de la realización de sus propios proyectos que pueden tener en su cotidianidad de
vida presente, tal vez algunos más y otros menos.
Es un proceso de maduración del actor como una especie de estímulo político
de múltiples políticas para que salga desde su necesidad, desde sus propias rei-
niciaciones, desde su mundo de vida, que es también su mundo de necesidades
económicas. Y, desde ese lugar, se vayan incorporando a un proyecto que los incluya
al proyecto de la sociedad plurinacional, en tanto, se transforma ese proyecto de
sociedad plurinacional en garantía, a su vez, en seguridad de ese mismo actor para
reproducirse en el futuro, sobre todo si se tiene un contexto internacional tan adverso.
O sea, una sociedad plurinacional no es simplemente un hecho de respeto a las
culturas, es una manera de encontrar la fuerza social múltiple en un país, para resistir
el bloqueo y la agresión internacional absoluta, bloqueo en términos de desinfor-
mación, de exclusión y también de agresión en la inversión externa, en los términos
de intercambio, por ejemplo, cuando se negocia los precios de las mercancías. Al
mismo tiempo, también está la relación con los bancos, porque cada vez son menos
los bancos de desarrollo y cumpliendo simplemente funciones de especulación,
parece como si fuera un banco disponible teóricamente pero que no está disponible.
Todas esas son formas de agresión para suplantar un gran proyecto internacional
mediante las grandes empresas extranjeras. Esto es algo que hay que tomar en
cuenta porque las empresas y bancos son actores reales junto a su capa intelectual
que manipulan el mundo de la simbología mediante los medios de comunicación.
561
Hay una experiencia en la que esto sucedió. Voy a dar el ejemplo de Chile, en la
Unidad Popular con Allende, estaba el Partido Comunista1 con su organización,
con sus demandas, con sus concepciones de sociedad, estaba también el Partido
El Partido Comunista de Chile tiene sus orígenes en el Partido Obrero Socialista (pos), fundado
1
el 4 de junio de 1912.
562
Socialista2 de inspiración marxista con militancia, con sus demandas, con sus con-
cepciones de sociedad, con su base electoral, los dos eran actores concretos, además
estaban los sindicatos, las sociedades mutualistas y movimientos culturales, desde
quiénes —y a través del liderazgo carismático de Allende—, surge un proyecto
de sociedad que fue madurando 10 años desde 1952 a 1964 que se llamó Unidad
Popular de Chile, del que se llegó a decir que era el proyecto de socialismo de
Chile. Se comenzó a construir todo un discurso ideológico, el proyecto se llamaba
sociedad nueva, que aparte de tener a los partidos y los grupos ya mencionados
tenía una masa no organizada que no era ni comunista ni socialista que podríamos
llamarla masa “Allendista”. ¿Qué pasó? Ese proyecto fue absorbido por los actores
reducidos a su escala, esa enorme potencialidad se tradujo en cifras electorales,
por lo tanto, a esa gran masa se terminó por transformarla en masa electoral, por
esa razón la fuerza social se redujo a la fuerza electoral y, a su vez, en una fuerza
electoral fragmentada en zonas de influencia electoral y entre los distintos actores
políticos. En consecuencia, el movimiento que representaba Allende no era la
sumatoria de esa masas electorales, no era la sumatoria del Partido Comunista
ni del Partido Socialista ni, mucho menos, del sindicato porque en esta realidad
no se dan sumatorias, aquí lo que se dan son condensaciones que, a veces por la
historia política del país, no están dadas por ninguna organización. Las coyuntu-
ras se expresan a través de figuras o de liderazgos carismáticos y en esta lógica de
atrapamiento de la influencia del liderazgo que era el de Allende, tenía esa masa
enorme que incluía a la de los partidos políticos como actores construidos a los que
se agregaba mucha más influencia al transformarse en campo de disputa electoral,
por lo que evidentemente se debilitó.
Lo que quiero señalar aquí es, que en lugar de darse el proceso de adecuaciones
de los actores a las necesidades del proyecto, se dio a la inversa, el proyecto se redujo
a lo que los actores podían hacer, con la idea de que la sumatoria de actores es el
equivalente de líder. Y, eso no es así, si a esto agregamos que esta falta de claridad
en términos de ajustar los actores constituidos, organizados, con discursos a los
requerimientos del nuevo proyecto de sociedad, el gran obstáculo —para que se
2
El Partido Socialista de Chile (ps) es un partido político chileno de izquierda fundado el 19 de
abril de 1933
563
diera ese ajuste, para que realmente se realice la construcción de ese proyecto—,
fue fundamentalmente ideológico, vinculado a grupos de presión y a la burocracia
partidista. En un palabra, predominaba la lógica de fragmentación social por encima
de lo que el momento histórico requería, que era absolutamente lo contrario, que
era una aglomeración de lo social y no una fragmentación porque el problema que
se estaba planteando era el de refundar a los actores, el de crear a los actores del
proyecto y no reducir el proyecto a los actores.
Esto se ha repetido en muchos países y, tal vez en demasiados, ahí es donde se
pierden oportunidades históricas cuando no se sabe distinguir la gran concepción
ideológica de una nueva sociedad con lo que aparece la menudencia ideológica
de los juegos de interés. Cuando lo ideológico, desplaza a la necesidad de una
constante revisión de su discurso ideológico, se presenta la necesidad de un cons-
tante problematizar. Esa es una responsabilidad política de los dirigentes. Y, si
los dirigentes no son capaces de problematizar su discurso ideológico, se pierden,
si los dirigentes no son capaces de problematizar su propia apuesta ideológica en
función de las coyunturas, en función de lo que es la realidad de la economía, la
diversidad de intereses, sino es capaz de problematizar para poder transformar
esas demandas en fuerzas reales que enriquezcan y se incorporen a todo el discurso
ideológico, es pues obsoleto. La gente termina en no creer en el discurso, aparece
el fenómeno de inventarse realidades.
Este cuestionamiento supone entender que cuando se construye un proyecto
de sociedad es un proceso muy dinámico, por tanto, supone dar cuenta en las dis-
tintas coyunturas para poder avanzar de acuerdo a lo que la historia lo hace como
posible, sino es así, hacemos un juego puramente de valores en el que terminamos
por inventarnos lo que en ese momento fue la clase obrera, el campesinado, los
pueblos indígenas, etcétera. Cuando uno hablaba, por ejemplo en el caso de Chile,
con un dirigente de una organización de base y preguntaba como ve el proceso (en
el caso de la Unidad Popular) y lo confrontaba con el discurso del dirigente del
comité central, o de la comisión política, eran dos discursos totalmente diferentes.
Mientras que el señor de arriba seguía enamorado de sí mismo, enamorado de su
propio discurso, en un narcisismo ideológico, que se da con mucha frecuencia, en
sus discursos se impulsaban ideas hasta el punto de un conflicto con la burguesía
en el terreno militar, en circunstancias en las que no se tenía fuerza militar, eso era
una irresponsabilidad política. Pero aparecía como congruente ideológicamente y
564
al contrario del dirigente de base3 que decía: no podemos ir como vamos, tenemos
que ir más lento, tenemos que darle al proceso otro ritmo, hay que resolverle el
problema a la gente, no podemos postergar indefinidamente sus necesidades. La
gente no está siempre eternamente dispuesta al sacrificio, eso hay que entenderlo
políticamente y, que la gente no esté dispuesta al sacrificio no es ser reaccionario,
es simplemente un acto de sobrevivencia.
Entonces hay que manejar el concepto de sobrevivencia, que pasa por el sistema
de necesidades en el marco de un gran discurso ideológico, para que la resolución
de sus necesidades no sea simplemente un acto de asistencia social sino que tenga
un sentido en términos ideológicos, es decir: “vamos a resolver el asunto de la
alimentación, de la vivienda, etcétera, pero de a poco dentro de mi capacidad y
en esta gran perspectiva del proyecto es que te estoy invitando a participar, pero
no con palabras, sino también, con políticas concretas que te van resolviendo los
problemas de necesidades”.
Hay que poner en movimiento la subjetividad, a partir de ahí, ir resolviendo
el sistema de necesidades en el marco del puente ideológico. Y esto planteó un
problema importante, que es: ¿cómo manejar el tiempo del discurso ideológico
atemporal y el corto tiempo de la vida de la gente? La gente ve los procesos no en
el gran tiempo de la historia como lo puede ver un ideólogo, lo ve todos los días,
lo importante es que las personas no vean al proceso en una lógica clientelista, en
una lógica de sobrevivencia sin perspectiva, sino que lea el proceso en su sistema
de necesidades a partir de las políticas que las están potenciado efectivamente pero
con la perspectiva del proyecto, en el horizonte del proyecto histórico. Y esta es una
lucha fundamental, pasa porque la gente vaya resolviendo sus necesidades en otro
horizonte valórico, que rompa ese horizonte valórico con el imaginario del discurso
conservador que se hereda y que se impone en algunos países a través de los medios
de comunicación. Ese imaginario impuesto por el capitalismo globalizado, pues,
3
El sentido común gramcsiano estaba en el dirigente de base, no arriba.
565
ahí se encuentra su fuerza porque le dice a la gente: “yo te doy para vivir”, “no te
preocupes me estoy preocupando de tu vida”.
Estos dos problemas son muy claros, ¿qué es cuidarse de los ideologismos? La
ideología es el gran rumbo, me da la gran dirección que me permite invitar a la gente
y movilizarla, pero no funcionaría si no existieran políticas concretas que midan
entre el horizonte valórico y la vida concreta de la gente.4 Y eso parece, como yo lo
escuchaba en aquella época, un planteamiento burgués reaccionario porque aquí lo
que cuenta es solamente la movilización de las masas. Considero que no es así, por-
que no tiene que estar reñido lo uno con lo otro, por ejemplo, en la revolución rusa:
¿qué es lo que le permitió a Lenin ganar?, ¿fue la conciencia política del proletariado
ruso o no fue? Lo que le permitió a Lenin ganar fue una cosa muy elemental, el
deseo de paz, deseo de terminar con la guerra y lo supo aprovechar, tanto así que
cuando manda a Trotsky para negociar la paz con los alemanes, Trotsky “ideólogo”
dice: No firmo la paz, pero acepto una suerte de suspensión de actividades milita-
res. Llega a Moscú y le presenta este mensaje a Lenin, quien es más pragmático
y Lenin dice: usted está demente, lo que hay que hacer es aceptar la paz porque la
necesitamos en este momento, lo demás es secundario. Este mismo Lenin nombra
a Trotsky para organizar el Ejército Rojo y, ¿con quién organiza el Ejército Rojo,
con lo hiper-ideológico? No, sino con los que saben organizar fuerzas armadas y se
hace acompañar con los oficiales zaristas que, con la inyección ideológica de Trotsky,
permiten aportar la técnica de organización del Ejército Rojo.
Si no sabemos manejar el equilibrio que hay entre la concepción ideológica
como gran concepción de horizonte y el vínculo de la vida de los grupos huma-
nos concretos con las políticas concretas —sean urbanos o rurales, sean mineros
o comerciantes—, termina por perderse la relación entre los sujetos que se están
invitando como constructores del gran proyecto de nueva sociedad. El proyecto
se queda sin sujetos y los sujetos que podrían haber sido potenciados en el marco
de ese gran proyecto de sociedad, vuelven reducidos a sus propios proyectos de
reproducciones porque ahí está su vida. El problema es muy complejo, yo lo traigo
desde la experiencia chilena, pero también se ha vivido en México y la experiencia
Cubana sería muy digna de analizar desde otra perspectiva.
Cuando hablo de la vida concreta de la gente, estoy hablando de los colectivos no de los
4
individuos.
566
567
568
también se están transformando. Por ejemplo, el grupo “X” como los mencionaba
que se están concibiendo como actores constructores del proyecto plurinacional, si
no entienden que a su vez el proyecto les está transformando para mejorar, eviden-
temente se trasforma en especie de un grupo de presión o en clientelista, entonces
caemos en una lógica colonial, esperando que el gobierno me resuelva mis demandas
y eso termina por socavar el proyecto.
El proyecto es el espacio de potenciación de los actores, de potencias tanto para
sus intereses como para el mejoramiento de sus propias actividades de producción,
de educación, etc. y así vayan en ese conjunto de actividades mejorando las condi-
ciones nacionales. Esto es fundamental, por el contexto desfavorable, este no es un
contexto del capitalismo nacional, no, aquí hay un capitalismo que no tiene país,
que no tiene territorio, que no tiene dueño, estamos en el contexto de bursatilización
del capital y debemos entender que tiene su propia lógica.
569
todos los días toma decisiones para darle concreción a esta visión de sociedad,
que en definitiva, es como la gran protección. Porque el proyecto está asociado a
esa gran protección, en tanto, en una sociedad plurinacional, lo que ustedes están
conformando posee una gran fuerza, es una multifuerza, son muchas fuerzas arti-
culadas que les permitan generar espacios de garantías de sus propios días, desde
sus propias diferencias que tienden de lo individual a lo grupal.
Ustedes han logrado lineamientos fundamentales que son iniciales, ustedes
mismos desde su propia experiencia diaria tanto grupal como individual, exigiendo
nuevas demandas, nuevos contenidos, a través de un enriquecimiento sucesivo.
Porque esa es la realidad de las cosas, los hombres y mujeres crecen en el proceso
de cambio, pero si nos alejamos de ese proceso de cambio o proceso de construcción
de proyecto plurinacional, no existiría más que en el discurso. Para que no pase
esto, tiene que ser realmente una construcción de prácticas y tienen que sentirlas
como propias. Por esa razón, las medidas de corto plazo existen para atender las
demandas, las inquietudes y las expectativas, así se puede ver la transformación de
las personas en conjunto, con proyecto.
Se trata, por lo tanto, de hermanar la concepción de sociedad en el plano valórico
y en el “¿Qué hacer?” de cada quién, en su ámbito de competencia que tiene que
resolver en términos concretos el médico, el ingeniero, el educador, etc. por ejemplo,
el educador no puede enfrentar a su estudiante con pura ideología, debe saber como
formarlo y eso supone traducir las concepciones de niño que supone la sociedad
futuro, pero esta concepción no es suficiente en sí misma, tiene que traducirse en
un discurso pedagógico congruente con esa exigencia valórica.5 Lo mismo el mé-
dico no atenderá a sus pacientes con pura ideología sino con conocimientos y una
práctica médica precisas, lo mismo el ingeniero, etc., de otro modo nos quedamos
en la estratósfera ideológica, que es lo que el orden imperial requiere.
En Bolivia, tienen un escenario dibujado: un conjunto de instituciones nacionales
en el plano normativo; tienen dibujada esa concepción de futuro, que además se
traduce en la conformación de posibilidades muy concretas llamadas autonomía;
tienen a su vez que recuperar memorias tecnológicas de los campesinos y los mine-
ros; tienen un enorme capital no sólo político sino también económico para poder
570
571
como una conquista cultural, hay como una derrota del colonialismo culturalmente
hablando, hay una reivindicación de la autonomía personal y eso es una conquista
política incalculable. Puede haber bloqueo, pueden haber errores económicos, pue-
de haber crisis financiera, puede haber déficit de divisas, puede haber carencia de
abastecimiento en algún momento, pero hay una gran conciencia que también es el
producto del proceso porque se pudo lograr trasformar a la persona no solamente
externamente sino internamente.
Eso les planteo a ustedes para construir en el proceso de la sociedad plurinacional,
es muy importante crear esa conciencia de la nueva sociedad en los niños y los ado-
lescentes. Y también crear esa conciencia en las minas, entre los cooperativistas, entre
las comunidades indígenas, entre todos los grupos que son actores-constructores,
así como en la educación de las nuevas generaciones, en ese mismo plano es que la
información envuelve a lo valórico de las necesidades vitales de los bolivianos de
hoy. Yo creo que la capacidad de trasformar al hombre con el proyecto es lo que
puede dar fuerza y darle la irreversibilidad a este proceso.
572
Las exigencias políticas del presente latinoamericano y mundial, ante el avance siempre
avasallantes de las prácticas del neoliberalismo del capitalismo globalizado determina
la necesidad del fortalecimiento del Estado federal o regional —económica, cultural, mi-
litar y políticamente— de los países poscoloniales o no centrales en vías de liberación,
mientras que una cierta extrema izquierda (en esto coincidente con el Estado mínimo
del mismo neoliberalismo económico) proyecta la “disolución del Estado” de manera
empírica y estratégica, lo que le lleva tácticamente a proponer cambiar el mundo
desde el nivel social sin intentar políticamente ejercer el poder delegado del Estado
(de un nuevo Estado), como medio de liberación nacional y popular. Sin embargo,
el fortalecimiento de un Estado democrático no se opone al postulado (como “idea
regulativa” crítica) de la “disolución del Estado” —si se entiende bien la cuestión.
Esto supone elaboración de teorías sobre el Estado que desvían la atención de las
urgencias políticas necesarias para la liberación de los pueblos en general, y especial-
mente latinoamericanos. Se trata entonces de teorías que distorsionan la estrategia
política, dividiendo fuerzas y proponiéndose proyectos que son en realidad “ilusiones
trascendentales”, como le denomina el Premio Libertador al Pensamiento Crítico
del 2005, Franz Hinkelammert.
* Conforma el segundo apartado del “Cap. ii. Democracia participativa, disolución del estado
y liderazgo político” del libro Dussel, Enrique. Carta a los indignados. México, la Jornada editores,
2011. Se publica con el permiso del autor.
[573]
Se trata de un tema central dada la importancia del ejercicio del poder político
en este momento crítico de América Latina y el mundo. Abordemos entonces la
“cuestión política”1 —y no sólo el problema del Estado— en el pensamiento del
gran crítico del siglo xix.
Partamos de la descripción que hace del tema István Mészáros,2 el célebre
alumno húngaro de G. Lukács. Desde el inicio de su obra Más allá del Capital el
pensador marxista cita un texto de Marx de la última página de La miseria de la
filosofía:
pp. 255ss.
3
“Bürgerlische Gesellschaft” significa tanto “sociedad burguesa” (por su etimología germana)
como “sociedad civil” (por su etimología latina), pero tienen actualmente una connotación com-
pletamente distinta. Escribir la palabra “burguesa” posee una semántica más crítica; “civil” tiene
una significación más neutra.
4
Habría que distinguir entre “poder” (Macht) y “violencia” o “coacción” (Gewalt), siendo que
en la traducción inglesa que cita Mészáros se traduce incorrectamente como “power” (Marx, 1975,
cw, vol. 6, p. 212, cit. Mészáros, 2006), lo que hace referencia a un contenido semántico que no
es exactamente lo que Marx está queriendo expresar, que podría traducirse mejor como “coacción”
o “violencia”, y no como “poder”.
5
Última página de La miseria de la filosofía (1847) (Marx, 1956, mew, 4, p. 182).
6
Mészáros, 2006, p. 559.
574
7
Ibid.
8
Es decir, lo que para Marx era un postulado fue interpretado ingenuamente como un proyecto
o momento empírico histórico futuro. Marx de todas maneras nunca fue muy claro y dejó abierta
la puerta al equívoco.
9
Véase Dussel, 1983, pp. 159-222.
10
“Hacia la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel”, Introducción (Marx, 1956, mew, 1,
p. 378).
11
Citando un texto de Hermes en la “Editorial del número 179 de la Gaceta de Colonia”, en
Marx, 1956, mew, 1, p. 90 (Marx, 1982, 1, p.224).
12
Véase mi trabajo “Sobre la juventud de Marx (1835-1844), en Dussel, 1983, pp. 159ss; y
en “Crítica de la Cristiandad y el origen de la cuestión del fetichismo”, en Dussel, 2007b, pp.38ss.
13
Introducción de “Hacia la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel”, en Marx, 1956, mew,
1, p. 379: “Die Kritik des Himmels verwandelt sich damit in die Kritik der Erde […], die Kritik
der Theologie in die Kritik der Politik”.
14
El título de este trabajo varía, ya que en los manuscritos mismos de Marx tiene dos títulos.
Citaremos del mew, 1, p. 201: Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie.
575
Mientras más poderoso sea el Estado, y en consecuencia más político resulte ser un
país, menos se inclinará a captar en el Principio [Prinzip] del Estado, y por lo tanto en
la actual organización de la sociedad […] el fundamento de los males sociales […]. La
Es decir, Marx ya piensa que el fundamento (o esencia en estricto sentido hegeliano) del Estado
16
576
19
Aquí Marx anota precisamente las limitaciones del liberalismo, que autonomiza completamente
el campo político del campo económico-social. Pero a Marx se le evaporará un tanto el campo político
como político, en aras de su determinación material, social, según la interpretación de Mészáros.
20
Marx está pensando en el comienzo de la Rechtsphilosophie de Hegel (§ 34: “Der […] freie
Wille”; Hegel, 1970, 7, p. 92), pero no imaginaba que la “Voluntad-de-vida” (Lebenswille) (de un
Schopenhauer o tal como los hemos propuesto materialmente en nuestra Política de la Liberación
(Dussel, 2009), vol. 2 [250ss] o en Dussel, 2006, Tesis 2) es el momento material por excelencia
(no formal) de la definición de poder político: la vida humana misma (como potentia).
21
Cayendo así en un “voluntarismo” que no considera la determinación objetiva social, eco-
nómica, material.
22
Marx, Introducción; en Marx, 1956 (mew), 1, p. 402; CW, p.199.
23
Mészáros, p.532.
24
Ibid., pp. 532-533.
25
Y aún cabría la pregunta: ¿Disolución del Estado en general como proyecto histórico-empírico
o como postulado?
577
Ésta era la diferencia con el anarquismo, como hemos indicado. Marx coincidía
con esta utopía de la participación directa en cuanto a postular la disolución del
Estado y la representación (como comienzo de la nueva situación de la verdadera
historia de la humanidad: la sociedad socialista), pero se diferenciaba por la es-
trategia y la táctica. El fin estratégico era el socialismo, y después de la revolución
desaparecía la política; la disolución del Estado era un medio; la táctica para lograr
dicho fin era esencialmente la movilización social, y la acción política puntual en el
momento revolucionario. Bakunin, en cambio, proponía en su esencia los medios
directos políticos para abolir el Estado,30 desentendiéndose de la crítica económica
y de la acción social:
28
Es decir, en la acción positiva y creadora pos-revolucionaria.
29
Marx, Introducción; en Marx, 1956 (mew), 1, p. 409; cw, 3, p. 206.
30
La social democracia posterior, como la de Bernstein, proponía utilizar la política (como
Bakunin), pero sin disolución del Estado (contra Marx), pero sin clara conciencia de la necesidad
de nuevo tipo de democracia participativa y de Estado. Además, inevitablemente en esa época, era un
política reformista, eurocéntrica o pro metropolitana (sin conciencia de las exigencias de liberación
del colonialismo y neocolonialismo del Sur del Planeta).
578
31
“Anotaciones sobre El Estado y la anarquía de Bakunin” (Diciembre 1874-enero 1875; Marx,
1956, CW, vol. 24, p. 518). Explica todavía Marx: “Una revolución social radical está ligada a
determinadas condiciones histórica del desarrollo económico” (Ibid.).
32
Mészáros, p. 542.
33
Ibid., p. 556.
34
Ibid., p. 569.
579
de Ernesto Laclau, pero, en nuestro caso, no intentando aceptar tampoco los equí-
vocos de la crítica de la social-democracia europea contra el dogmatismo marxista
ya en tiempos de Kautsky, porque en definitiva pretendían reformar el liberalismo.
Se trata más bien de partir de una construcción de nuevas categorías específicamente
políticas (no liberales o burguesas desde Hobbes en adelante) a la manera de como
Marx lo hizo con las económicas, desde el inicio más allá del capitalismo (de un
Adam Smith, por ejemplo).
Veamos, para aclarar aún más la cuestión, gracias al estudio de M. Abensour35
sobre lo político en Marx, los dos momentos claves de su vida intelectual. La tesis del
filósofo francés queda bien indicada en las líneas siguientes, y como primer momento:
Abensour, 2004.
35
37
Esta contradicción propuesta por Abensour, un tanto anaquista, es innecesaria y ambigua,
como veremos.
38
Ibid., p. 19. Por nuestra parte, como es evidente después de todo lo explicado, no se trata de
levantar la comunidad contra el Estado en general (sino contra el Estado fetichizado, totalizado,
despótico), sino de crear un nuevo Estado, más allá de la Modernidad, del liberalismo y del anarquismo
(aunque partiendo de la verdad de este último y desarrollándolo en una democracia participativa sin
dejar de articularla con su dimensión representativa, por su parte redefinida).
580
del campo político, lo mismo que la gestión que como administración del Estado
pos-revolucionario involucraba necesariamente acciones políticas constantes (des-
naturalizadas por dicha ambigüedad).
Hay entonces a) una constelación de textos de 1842 hasta la “crisis de 1843”,39
y de allí b) otro grupo de textos cuando comienza en el 1843-1844 la crítica a la
Filosofía del Derecho de Hegel —incluyendo entre otras obras a La cuestión ju-
día—. En los primeros textos (a), no comienza aún la crítica de la política, sino
más bien con la emancipación de la política de la teología, del Estado cristiano.40
En un segundo momento (b), en cambio, “la ley de gravitación del Estado no se
buscaría más en sí mismo, sino del lado de las condiciones materiales de la vida,
de la sociedad burguesa (civil), desde el aspecto de la estructura económica de la
sociedad”.41 La reflexión de Marx se centra entonces comparando los §§ 182-256
de la Sociedad burguesa (civil) (a los que hace referencia pero no comenta) a los §§
257-320 del Estado42 (los que comenta detenidamente). Marx pasará de concebir
al Estado como una totalidad orgánica que expresa la realización racional del ser
humano, “una metafísica de la subjetividad”,43 a una crisis escéptica de lo político
como tal, “denunciando la revolución política en favor de una forma más radical
de revolución”.44 Marx reflexiona:
39
Abensour, 2004, p. 37ss.
40
Véase el vol. 1 de nuestra Política de la Liberación (Dussel, 2007), [38-39]
41
Abensour, 2004, p. 77.
42
El manuscrito de Marx pareciera no estar completo, ya que sólo comenta los §§ 261-313.
Marx comenta sólo “El derecho político interno”. Como pertenecientes al mundo poscolonial nos
interesa particularmente “El derecho político externo” (§§ 321-360) que hemos comentado en el
vol. 1 de nuestra Política de la Liberación (Dussel, 2007) [188-191].
43
Abensour, 2004, p. 62.
44
Ibid., p. 67.
45
“Introducción…”; en Marx, 1956, mew, 1, p. 388 (Marx, 1982, 1, p. 499).
581
46
“Hacia una crítica…”; en Marx, 1956, mew, 1, p. 252 (Marx, 1982, 1, 362).
47
Ibid., p. 276-277 (pp. 385-386).
48
Ibid., p. 232 (p. 344).
49
Ibid. Lo que hemos denominado la Potestas.
582
Junto a Marx Moses Hess adoptaba casi la misma posición en 1843, aunque su
solución se inclinaba más hacia un anarquismo radical como negación del Estado y
la política. Inspirándose en Spinoza, Hess piensa así liberarse de toda servidumbre
política y religiosa. Marx opinará, por su parte, partiendo también de Spinoza, que
la cumplida realización democrática será en definitiva la superación del Estado,
como la plena actividad auto-instituyente permanente del pueblo consigo mismo.
En el momento final de un largo recorrido Marx vuelve al tema político a partir
del acontecimiento de la Comuna de París en 1871. Es así que en La guerra civil en
Francia.50 y en 1875 en la Crítica del programa de Gotha,51 Marx ya ha alcanzado su
posición definitiva respecto a nuestro tema. Ahora cuenta con un ejemplo histórico
que sin embargo no deja de presentarle complicaciones. Abensour escribe:
50
Marx, 1956, mew, 17, pp.491-610.
51
Marx, 1956, mew, 19, 11-32.
52
Abensour, 2004, p. 139.
53
Marx, 1968, pp. 102-103.
54
Ibid., p. 102.
583
¿Qué funciones sociales, análogas a las actuales funciones del Estado [burgués pre-
revolucionario], subsistirán entonces? […] El programa no se ocupa de esta última
ni del Estado futuro de la sociedad comunista.56
55
“Crítica al programa de Gotha”, en Marx, 1956, mew (Marx, 1970, p. 38).
56
Ibid., p. 38.
57
Parece que la “primera fase” es el momento de la “dictadura del proletariado” y no un momento
posterior. En este último caso tendríamos entonces cuatro tiempos diversos (y no solo tres). Para
Lenin “en la primera fase de la sociedad comunista (a la que suele darse el nombre de socialismo)
el derecho burgués no se suprime por completo” (Lenin, 1975, vol. 7, p. 91). En la “fase superior
de la sociedad comunista”, explica Lenin, “el Estado podrá extinguirse por completo” (Ibid., p.
93). Pero, es hoy esencial recordarlo, Lenin tiene claro que ante la “fase superior” nos encontramos
empíricamente ante “la imposibilidad de implantar [dicho] socialismo, en referencia precisamente
a la etapa o fase superior del comunismo, que nadie ha prometido implantar y ni siquiera ha pen-
sado en ello, pues, en general, es imposible implantarla” (Ibid., p. 94). Se trata, exactamente de un
postulado o una “idea regulativa” (a la manera del cuarto Kant): lógicamente pensable y empírica-
mente imposible, como hemos ya expuesto en nuestra Política de la Liberación (Dussel, 2009, vol.
2, [333ss]), y lo veremos todavía frecuentemente en la parte crítica (vol. 3).
584
58
Ibid., Marx, 1970, p. 24). Sería económicamente el “Reino de la libertad”, es decir, se pasa-
ría de las exigencias de la economía que sería suprimida o subsumida en el mundo creativo de la
creación cultural (¿la económica y la política se habrían transformado ambas en una estética? Lo
meditaremos en la próxima obra sobre la Estética de la Liberación.
59
Téngase en cuenta que la superación del Estado burgués o del sistema liberal y del capital o el
sistema capitalista quedan como momentos de un proyecto empíricamente realizable y necesario (no
son postulados). En la situación pos-revolucionaria debería instaurarse un nuevo Estado democrático
participativo-representativo de otro tipo e igualmente sistemas ecológico, económico y cultural
nuevos, no sólo más allá del capitalismo sino que sería quizá necesario también superar igualmente
al mero socialismo planificado racionalmente según el criterio de aumento de la producción medida
según criterios mercantiles. ¿No es acaso el socialismo una racionalización cartesiana, una expresión
extrema de la cuantificación fetichista del mítico progreso de la Modernidad europea? Por el contrario,
la disolución radical de todo Estado y de toda política sí es un postulado.
585
“el gobierno sobre las personas [la política] es sustituido por la administración de las
cosas y por la dirección de los procesos de la producción”.60 De esta manera, y como
ejemplo, la gestión administrativa (burocrática) de la comunidad política soviética en
el tiempo de la transición pos-revolucionaria, como en una gran empresa económica
productiva, fue la eliminación empírica (que había sido postulada)61 de la gestión
política en el socialismo real soviético. En vez de superar la política en general, se
eliminó simplemente la política democrática participativa y representativa que de-
bieron impulsarse, y en su lugar se instauró el burocratismo gerencial del Comité
Central. ¿No será, inesperadamente, el resultado de la compleja y muy sutil posición
de Marx en la cuestión de la superación postulada de la política y el Estado, que fue
reemplazada por una interpretación simplista de un cuasi-anarquismo político, que
exaltó lo social o lo económico olvidando la política democrática participativa de la
comunidad, de la “auto- determinación del pueblo (Volks)” (como apreciaba escribir
Marx) que producirá efectos negativos también inesperados?
En la parte crítica de la Política de la Liberación, que es el momento central de
la misma, deberemos continuar analógicamente la exposición de la política tal
como el genio constructivo epistémico de Marx cumplió metódicamente en la
producción de las categorías económicas críticas. Lo que él hizo en la economía
reproduzcámoslo analógicamente en la política, sabiendo que, por los supuestos
ontológicos de su teoría de la historia (y por la desvalorización relativa del campo
político), esta política (la nuestra) para Marx hubiera sido quizá improbable, pero
hoy estamos constreñidos a desarrollarla de todas maneras, ya que es necesaria no
sólo desde un punto de vista teórico, como lo indica I. Mészáros, sino principalmente
por razones políticas (para colaborar teóricamente post factum, como retaguardia, con
los procesos políticos revolucionarios novedosamente creativos del siglo xxi en
América Latina y el mundo.
La confusión teórica entre a) un postulado (la “disolución del Estado”, que
puede ser pensado lógicamente pero es imposible empíricamente) y b) un proyecto
píricamente la “ilusión trascendental”. Como el marino chino que orientándose en los mares por la
Estrella Polar (el postulado) intentara sin embargo querer llegar a la tal estrella. Esto último sería
empíricamente imposible, como imposible es la realización empírica del postulado.
586
62
Como la de Antonio Negri en su trilogía de Imperio (2000), Multitud (2004), y Commonwealth
(2009), donde no sólo niega la importancia del Estado nación, sino igualmente el concepto de
“pueblo”, al mismo tiempo que limita la estrategia y organización política prácticamente en el
campo social y sin partido político posible. Es, en la extrema izquierda un idealismo estratégico,
que opina la oportunidad de los “acontecimientos” desde la institucionalidad ciertamente ambigua
de las ong. Un buena y corta crítica en las “Observaciones finales” de Laclau, 2005, pp. 239ss.
Contra el inmanentismo de Negri, Laclau escribe: “The passage form one hegemonic formation,
or popular configuration, to another will always involve a radical break, a creation ex nihilo” (Ibid.,
p. 228). Esto lo trataremos extensamente en el vol. 3, la Crítica de nuestra Política de la Liberación.
Laclau se refiere al mito edípico, debió mejor indicar el mito mosaico: Odipo obedece la ley nece-
saria matando trágicamente a su padre; Moisés en cambio niega la ley faraónica, sino que rompe
con el sistema de esclavitud, se dirige a un nuevo orden fundado en una nueva ley. El jocobinismo
filosófico es mal consejero.
63
Como la de Juergen Habermas en el contexto de la Comunidad Europea, donde los Estados
federales tradicionales podrían perder un poco su importancia. Pero, a partir de la crisis financiera,
vuelven a aparecer decidiendo políticas económica con diferencias nacionales.
64
Como la de Robert Nozick (1974), que deja en manos del capital privado la solución de casi
todas las tareas del Estado, fracasando en el auxilio de New Orleans por ejemplo, muriendo sin
remedio aquellos estratos sociales que no pueden pagar su sobrevivencia
587
Bibliografía
588
Marx, Karl.-Engels, Friedrich., 1977, El libro rojo y negro, selección de textos por
Carlos Díaz, Júcar, Madrid.
Mészáros, István, 2006, Más allá del Capital, Vadell Hermanos Editores, Caracas.
Premio Libertador al Pensamiento Crítico.
589
P ropuse que esta charla girara en torno al concepto de Estado, pues hoy por
hoy representa una de mis obsesiones, no sólo académica —mantuve una
preocupación permanente en torno al tema, aunque siempre desde la perspectiva
de los movimientos sociales—, sino también porque eventualmente me encuentro
dentro de él —soy un funcionario público más— y tengo que esforzarme por sa-
ber qué estoy haciendo y a dónde estoy apuntando, además de intentar utilizar esa
experiencia temporal para escudriñar y brindar elementos que ayuden a entender
el funcionamiento de esta institución presente —de buena o mala manera en la
historia de los pueblos del mundo.
Sin embargo, aunque utilizaré varias categorías académicas de distintos autores
que leemos y estudiamos en la universidad (en las carreras de Filosofía, Sociología o
Ciencias Políticas), mi interés y objetivo principal es contribuir —desde mi experien-
cia— a develar el funcionamiento del Estado, en función del potenciamiento de la
sociedad, de sus capacidades organizativas, administrativas, regulatorias, económicas.
Hegel menciona una frase reveladora, el “misterio del Estado”, cuando introduce
su preocupación sobre este tema —Marx califica de manera parecida a la mercancía,
cuando explica cómo ésta se convierte en una entidad altamente misteriosa.1 Hay
[591]
cuanto valor de uso, nada de misterioso se oculta en ella, ya la consideremos desde el punto de vista
de que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas, o de que no adquiere esas propie-
dades sino en cuanto producto del trabajo humano (...) Lo misterioso de la forma mercantil consiste
sencillamente, pues, en que la misma refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo
como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de dichas
cosas, y, por ende, en que también refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo global,
como una relación social entre los objetos, existente al margen de los productores”. (Marx, Karl. El Capital,
Tomo i/Vol. 1. Siglo xxi editores. Biblioteca del pensamiento socialista. México. 1987, pp. 87-88).
2
Se considera al contractualismo como una corriente de la filosofía política y del derecho que
se originó en el siglo V a. C. No se trata de una doctrina política única o uniforme y en su versión
clásica se basa en la existencia de un pacto para la conformación de la sociedad civil y el Estado. Los
tres contractualistas clásicos más importantes son: Thomas Hobbes, John Locke y Jean-Jacques
Rousseau.
3
“La naturaleza (el arte con que Dios ha hecho y gobierna el mundo) está imitada de tal
modo, como en otras muchas cosas, por el arte del hombre, que éste puede crear un animal artificial.
Y siendo la vida un movimiento de miembros cuya iniciación se halla en alguna parte principal
de los mismos ¿por qué no podríamos decir que todos los autómatas (artefactos que se mueven a sí
mismos por medio de resortes y ruedas como lo hace un reloj) tienen una vida artificial? ¿Qué es en
realidad el corazón sino un resorte; y los nervios qué son, sino diversas fibras; y las articulaciones sino
varias ruedas que dan movimiento al cuerpo entero tal como el Artífice se lo propuso? El arte va aún
592
más lejos, imitando esta obra racional, que es la más excelsa de la Naturaleza: el hombre. En efecto:
gracias al arte se crea ese gran Leviatán que llamamos república o Estado (en latín civitas) que no es
sino un hombre artificial, aunque de mayor estatura y robustez que el natural para cuya protección
y defensa fue instituido; y en el cual la soberanía es un alma artificial que da vida y movimiento al
cuerpo entero; los magistrados y otros funcionarios de la judicatura y ejecución, nexos artificiales;
la recompensa y el castigo (mediante los cuales cada nexo y cada miembro vinculado a la sede de la
soberanía es inducido a ejecutar su deber) son los nervios que hacen lo mismo en el cuerpo natural;
la riqueza y la abundancia de todos los miembros particulares constituyen su potencia; la salus populi
(la salvación del pueblo) son sus negocios; los consejeros, que informan sobre cuantas cosas precisa
conocer, son la memoria; la equidad y las leyes, una razón y una voluntad artificiales; la concordia, es
la salud; la sedición, la enfermedad; la guerra civil, la muerte. Por último, los convenios mediante los
cuales las partes de este cuerpo político se crean, combinan y unen entre sí, aseméjanse a aquel fíat,
o hagamos al hombre, pronunciado por Dios en la Creación”. (Hobbes, Thomas. Leviatán. Biblioteca
del Político. inep ac. Versión Digital, p. 2).
4
“La voluntad constante de todos los miembros del Estado es la voluntad general; por ella son
ciudadanos libres (...) Si se descarta, pues, del pacto social lo que no es de esencia, encontraremos
que queda reducido a los términos siguientes: Cada uno pone en común su persona y todo su poder
bajo la suprema dirección de la voluntad general, y cada miembro considerado como parte indivisible
del todo. (...) La primera y más importante consecuencia de los principios establecidos, es la de que
la voluntad general puede únicamente dirigir las fuerzas del Estado de acuerdo con los fines de su
institución, que es el bien común; pues si la oposición de los intereses particulares ha hecho necesario
el establecimiento de sociedades, la conformidad de esos mismos intereses es lo que ha hecho posible
su existencia. Lo que hay de común en esos intereses es lo que constituye el vínculo social, porque
si no hubiera un punto en el que todos concordasen, ninguna sociedad podría existir. (...) cuando el
Estado, próximo a su ruina, sólo subsiste por una forma ilusoria y vana y el lazo social se ha roto
en todos los corazones; cuando el vil interés se reviste descaradamente con el manto sagrado del
bien público, entonces la voluntad general enmudece, todos, guiados por móviles secretos, opinan
593
como ciudadanos de un Estado que jamás hubiese existido, permitiendo que pasen subrepticiamente
bajo el nombre de leyes, decretos inicuos que tienen únicamente como objeto un interés particular”.
(Rousseau, Juan Jacobo. El Contrato Social o Principios de Derecho Político. Editado por elaleph.com.
1999, pp. 15, 23, 98 y 100-101. Disponible en www.elaleph.com).
594
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fuerza para disciplinar a los que no estuvieran de acuerdo con la lógica contractual
que permite atenuar la conflictividad y la guerra de todos contra todos.
“Precisamente por virtud de esta contradicción entre el interés particular y el interés común,
5
cobra este último, en cuanto Estado una forma propia e independiente, separada de los reales intereses
particulares y colectivos y, al mismo tiempo, una forma de comunidad ilusoria, pero siempre sobre
la base real de los vínculos existentes, dentro de cada conglomerado familiar y tribal, tales como la
carne y la sangre, la lengua, la división del trabajo en mayor escala y otros intereses y, sobre todo,
como más tarde habremos de desarrollar, a base de los intereses de las clases, ya condicionadas por
la división del trabajo, que se forman y diferencian en cada uno de estos conglomerados humanos
y entre las cuales hay siempre una que domina sobre todas las demás. De donde se desprende que
todas las luchas que se libran dentro del Estado, la lucha entre la democracia, la aristocracia y la
monarquía, la lucha por el derecho de sufragio, etc., no son sino las formas ilusorias bajo las que se
ventilan las luchas reales entre las diversas clases... Y se desprende, asimismo, que toda clase que
aspire a implantar su dominación, aunque ésta, como ocurre en el caso del proletariado, condicione
en absoluto la abolición de toda la forma de la sociedad anterior y de toda dominación en general,
tiene que empezar conquistando el poder político, para poder presentar, a su vez, su interés como
interés general, cosa que en el primer momento se ve obligada a hacer. Precisamente porque los
individuos sólo buscan su interés particular, que para ellos no coincide con su interés común, y
porque lo general es siempre la forma ilusoria de la comunidad, se hace valer esto ante su repre-
sentación como algo «ajeno» a ellos e «independiente» de ellos, como un interés «general» a su vez
especial y peculiar, o ellos mismos tienen necesariamente que moverse en esta escisión, como en la
democracia. Por otra parte, la lucha práctica de estos intereses particulares que constantemente y de
un modo real se oponen a los intereses comunes o que ilusoriamente se creen tales, impone como
596
algo necesario la interposición práctica y el refrenamiento por el interés «general» ilusorio bajo la
forma del Estado”. (Marx & Engels, La ideología alemana. Montevideo: Pueblos Unidos, 1959.
Trad. al castellano de W. Roces. Edición digitalizada por Marxists Internet Archive, septiembre
de 2011, p. 22).
597
598
6
“...hay que observar que en la noción general de Estado entran elementos que deben recondu-
cirse a la noción de sociedad civil (en el sentido, podría decirse, de que Estado = sociedad política
+ sociedad civil, o sea hegemonía acorazada de coerción). En una doctrina del Estado que conciba
a éste como capaz tendencialmente de agotamiento y de resolución de la sociedad regulada, el
599
absorbe las funciones unificadoras del Estado y en el que éste le va transfiriendo las
funciones de gobierno. El Estado deja gradualmente el monopolio de la coerción
y va igualando material y realmente a la sociedad.
El concepto de Estado integral gramsciano nos permite salir de la siguiente disyun-
tiva entre marxistas y anarquistas: si me incorporo al Estado soy reformista porque
estoy dentro de su maquinaria que me absorbe, pero si me alejo de él me vuelvo
impotente y testimonial (lo único que hago es dar el testimonio de mi pequeña
colectividad aislada, pero no influyo en el resto de la sociedad). Es una disyuntiva
que vivimos todos los que queremos cambiar el mundo de una u otra manera. El
Estado te puede dar eficacia, pero también te puede absorber. Y si te sales de él,
pierdes eficacia pero mantienes pureza.
Y así como el concepto de Marx de “comunidad ilusoria” nos ayuda a entender
la doble dimensionalidad del Estado: como conjunto de derechos y de monopolios
(como construcción de lo universal pero a partir de monopolios), el de Estado inte-
gral nos permite comprender el dilema de: por fuera o por dentro del Estado. Está
muy claro que el poder se construye desde la sociedad, pero el Estado es al fin y al
cabo un momento y no algo que está fuera de ella (definición gramsciana), es una
síntesis (una imagen) invertida, enajenada e ilusoria del orden social, por lo que el
poder —que se ha construido desde la sociedad— no se consolida aislándose del
Estado. Si se renuncia a él se está renunciando a la propia sociedad, aunque no
se puede olvidar que el Estado (como síntesis invertida de la sociedad) debe ser
transformado desde la propia sociedad.
No se puede optar unilateralmente entre sociedad o Estado porque están uni-
dos. Y si bien hay que inclinarse por la sociedad, se debe hacerlo transformando
al Estado, y si se logra transformarlo será porque la sociedad se ha apropiado de
la función estatal, más aún si permaneces como un funcionario estatal, es posible
que logres un buen gobierno, pero ya no estarás dentro de la revolución. Por otra
parte, si no transformas el poder del Estado y te quedas solamente del lado de la
600
Interpreto esa dinámica en Bolivia, a partir de una categoría hermosísima (en esa
misma línea de cómo se construye o forma el Estado) de René Zavaleta Mercado
—un gran sociólogo boliviano que vivió en el exilio y murió hace más de 30 años—,
de “Estado aparente”. Una categoría diferente a la de “comunidad ilusoria” de
Marx que hacía referencia al concepto moderno de Estado democrático, mientras
que el Estado aparente de Zavaleta puede aplicarse más a la realidad de Bolivia y
quizás a otros países de América Latina.
Estado aparente es aquel que ha renunciado a la universalidad y a la construcción
de la unidad, asumiendo deliberadamente la representación, organización y bene-
ficio de solamente algunos, dejando de lado y actuando en contra del resto. En el
caso de Bolivia, ese Estado aparente se desarrolló durante todo el periodo previo al
Presidente Evo Morales.
Desde su establecimiento como República, en 1825, el Estado boliviano se
formó en asedio y guerra permanente contra los indígenas. Las normas, jerar-
quías, representaciones, funcionarios, autoridades y el discurso del Estado estaban
organizados en una especie de feudo sellado bajo unas paredes gigantescas como
contención y resistencia frente a los indígenas, que se incorporaban a él a través
del silencio o de la guerra y no bajo la lógica de la inclusión. A pesar de que en
la sociedad boliviana los indígenas siempre fueron mayoría, nunca gobernaron el
país ni tuvieron presencia en instituciones como la Presidencia, la Vicepresidencia,
los ministerios, las Cortes Supremas, las gobernaciones o municipios. Pero eso se
rompe con Evo Morales, el primer Presidente indígena de Bolivia, y hoy tenemos
no sólo un Canciller, sino asambleístas, ministros y miembros de la Corte Suprema
indígenas; el mundo indígena ha irrumpido en el Estado rompiendo la lógica de
Estado aparente, (bajo la acción deliberada de los gobernantes y de su instituciona-
lidad de crear un apartheid social).
Sudáfrica, antes de Nelson Mandela, es otro ejemplo de Estado aparente, un
Estado de pocos donde los derechos, lo universal y la unidad eran solamente de
601
algunos, mientras que el resto eran estorbos para la convivencia y civilidad cons-
truida en cuatro paredes. Sin embargo, en el caso de Bolivia, el Estado fue aparente,
porque fue construido en contra de la indianidad y la cultura de la mayoría de los
pueblos indígenas, sino por otros dos motivos más que desarrollamos a continuación.
Si seguimos las interpretaciones de Hobbes, Hegel y Kant, el Estado tiene que
unificar a todos (que provienen de distintas clases, lugares y procedencias). Pero
si, como sucedió en Bolivia, el poder del Estado, y por tanto los derechos, la toma
de decisiones y los beneficios colectivos se centralizan y concentran en una región
o en un par de ciudades, dejando el resto (de las regiones, ciudades y el área rural)
al margen e incluso en manos del patrón terrateniente o hacendado que se asume
a sí mismo como Estado, nos encontramos frente a un Estado patrimonial, que es
también una forma de Estado aparente, bajo la lógica de la centralización territorial
del poder y por consiguiente del abandono territorial de las decisiones.
Cuando Bolivia enfrentó la guerra del Acre (en una zona amazónica al norte
del país), los soldados que partieron de La Paz para defender la región tardaron
un año en llegar. ¿Qué clase de Estado tarda un año en defender su territorio? Uno
aparente. Todo estaba concentrado en Sucre o La Paz, mientras que el resto de la
territorialidad era del hacendado, extranjero, gomero, siringuero, de todos menos
del Estado; no existía soberanía estatal territorial. Incluso hasta el día de hoy, en
pleno siglo xxi, es muy dificultoso llegar y desplegarse en buena parte de nuestra
Amazonía por falta de vías de acceso —solamente se puede llegar por avionetas—,
pero es algo que gradualmente estamos superando.
La tercera dimensión de la apariencia estatal está relacionada con la otra lógica
civilizatoria que marca lo indígena, porque lo indígena —en mi país y en otros de
América Latina y del mundo donde tiene presencia— no representa solamente
una población que porta una cultura diferente, que habla otro idioma y tiene otro
color de piel, sino también una manera de organizar el mundo, un modo de or-
ganizar las fuerzas productivas, técnicas y asociativas, las formas de producción
y conocimiento, la forma política, el sistema de autoridad, etc. Es decir, toda una
lógica civilizatoria (que va más allá del idioma y del color de la piel) que tiene que
ver con la construcción material y simbólica del mundo.
En Bolivia, las leyes y los códigos eran copia fiel de los que se tenían en Europa
o Estados Unidos. Las élites gobernantes no comprendían que teníamos una rea-
lidad distinta a esos países, tanto en organización, idioma y costumbres; siempre
602
despreciaron lo que era nuestro (lo real) y vieron al país simplemente como a su
fábrica o hacienda. Para ellos, lo deseable, valorable e imitable se movía bajo moldes
europeos o norteamericanos. Por eso, en una sociedad con fuerte presencia de co-
munidades indígenas y sindicatos obreros, el liberalismo y su lógica: un individuo,
un voto y el individuo por encima de lo común, fue apenas una construcción local,
más citadina y urbana, porque la lógica mayoritaria era más colectivista —más cor-
porativa, en el sentido moderno del término—, de cuerpos territoriales unificados
y donde —usando los conceptos de los contractualistas— no se había producido
la separación entre sociedad civil y sociedad política.
¿Cuánto de liberal tiene un sindicato como el del Presidente Evo en el Chapare
o de algún otro compañero en el altiplano, donde el derecho individual a la tierra
está subordinado al compromiso y responsabilidades del individuo con la propia
comunidad y el sindicato, de tal manera que incluso la autoridad de estos, está por
encima del título de propiedad que concede el Estado? Si uno no cumple las fun-
ciones de autoridad y de servicio comunal, no hay título de propiedad que valga,
la tierra puede ser sujeta a devolución.
¿De qué tipo de liberalismo se puede hablar allí donde lo que prevalece no es el
individuo aislado, sino el colectivo (común) local como fuerza suprema de autoridad
económica, política y judicial?
¿De qué tipo de lógica romana del derecho se puede hablar en una comunidad
agraria donde quien castiga o previene el delito no es el juez ni el fiscal, sino la
asamblea de la comunidad y la autoridad de justicia, que de manera rotativa se va
eligiendo cada año? Es pues otra civilización que si bien tiene sus vínculos y sus
trasvases con la lógica moderna, industriosa, liberal y urbana, también tiene sus
grandes diferencias.
Nosotros hacíamos leyes, tomábamos decisiones económicas y realizábamos
cálculos de inversión a partir de la lógica moderna liberal industriosa, que sola-
mente abarcaba el 30 por ciento de la población de Bolivia, mientras que el 70 por
ciento se movía bajo otras lógicas de organizar la economía, la vida, la justicia y el
entendimiento de lo político.
Por ejemplo, 15 días o un mes antes de las elecciones generales del 2005, ya
se sabía que el Presidente Evo iba a ganar en varios lugares del campo, no por las
encuestas sino porque el sindicato había decidido apoyarlo en una asamblea, como
un hecho corporativo comunal (de autoridad y estructura política en movimiento),
603
distinta a la lógica del voto como hecho ético individual, a la que buena parte de
nosotros estamos acostumbrados.
Entonces, tenemos una sociedad en la que solamente un pedazo es liberal mo-
derno e industrioso, mientras que otro es comunitario, sindical y asambleístico. Y
si el Estado no reconoce esa diversidad es un Estado aparente, como lo fue el de
Bolivia en el pasado, porque marginaba a los pueblos indígenas, centralizaba el
poder territorial en una parte (dejando vacío el resto del territorio) y desconocía en
su funcionamiento orgánico institucional otras lógicas organizativas de la justicia,
la política y la economía —que no son liberales, modernas ni premodernas—; esas
eran las tres dimensiones aparenciales del Estado.
Gran parte de la crisis estatal que Bolivia vivió entre los años 2000 al 2005 tiene
que ver con el afloramiento de las inconsistencias y debilidades del Estado aparente:
los indígenas irrumpen en la palestra política porque no estaban en el Estado; las
regiones que no eran tomadas en cuenta por el centralismo se hacen presentes con
su reivindicación territorial; las estructuras comunales, sindicales, agrarias y ur-
banas, que no habían sido reconocidas en el funcionamiento orgánico del Estado,
emergen con sus prácticas y hábitos organizativos.
El Estado Plurinacional es el intento, esfuerzo y creación colectiva boliviana que
busca resolver esas inconsistencias y desencuentros entre Estado aparente y sociedad
diversa, sociedad multicultural plurinacional y Estado monocultural (mono-nacio-
nal), Estado mono-organizativo y sociedad pluri-organizativa o pluri-civilizatoria.
La plurinacionalidad tiene esas dos vertientes como devenir. En primer lugar,
el reconocimiento de la diversidad cultural y lingüística de Bolivia (tenemos 36
naciones y 32 idiomas), y la construcción de la pluriculturalidad en el sistema edu-
cativo, la administración pública, las universidades, las Fuerzas Armadas, la Policía,
la narrativa histórica, etc. Y en segundo lugar, el de la sociedad pluri-civilizatoria
que somos, con lógicas distintas de organizar la economía, la política y la justicia.
De ahí por ejemplo, la existencia en el Estado Plurinacional de dos jurisdicciones
en el ámbito de la justicia: la ordinaria, del ámbito del fiscal, el juez y la apelación,
y la indígena originaria campesina, con un nivel constitucional de resolución de
controversias locales. Y también existe un mecanismo (la Ley de Deslinde Jurisdic-
cional) para resolver el entrecruzamiento entre ambas. Por ejemplo, para juzgar a
alguien que no es de la comunidad, pero ha cometido un delito en ella, se requiere
deslindar o establecer responsabilidades y la prevalencia de determinado orden
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