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Biblioteca Plan Ceibal

Para mi nieta Lila,


quien tuvo la feliz idea
de venir al mundo acompañada
de los personajes de este libro.

© Miguel Malmierca
e-mail:lagunamalrev@hotmail.com
Ilustraciones: Horacio Gatto
Ediciones A.U.L.I
Colección Protagonistas
Asociación Uruguaya de Literatura Infantil - juvenil
Av. Juan Bautista Alberdi 6257
Montevideo (11500)
auli84@yahoo.com.ar
ISBN: 978-9974-xxxxxxxxxx

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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La tempestad llegó sin avisar. La majada corrió a refugiarse


en el monte. En la confusión, un cordero mamón se perdió entre las
pasturas y quedó solo debajo de un coronilla.

Al día siguiente, el hombre salió a recorrer el campo para evaluar


los destrozos y vio entre los pastos una manchita blanca. Al
acercarse advirtió que se trataba de un corderito. Se bajó del caballo,
lo levantó, lo puso atravesado en el recado, montó y se lo llevó para
las casas. En la cocina mojó su mano en un tarro de leche, arrimó los
dedos a la boca del cordero y cuando el pequeño animal sintió el
olorcito de la leche, comenzó a chupar. El hombre se ingenió para
armar una mamadera con chupete y se la dio.

Lo llevó a un jardín y le dijo:

–Desde hoy te vas a llamar Felipe –y salió a buscar a su perro


corbata y lo puso junto al cordero–. Este es Lobo, va a ser tu amigo
y va a vivir contigo.

Desde ese día Felipe y Lobo fueron inseparables, dormían en una


casilla, uno al calor del otro, jugaban, paseaban y comían juntos.
Pasó el tiempo y aquel corderito creció y creció hasta convertirse
en un carnero. Una mañana vino el veterinario a recortar las uñas
de los caballos, a las que llaman vasos, y cuando estaba revisando a
Lola, la burra, Felipe y Lobo se acercaron a curiosear.

El veterinario, al ver el carnero, le comentó al hombre: –Qué


buen ejemplar, debería presentarlo en la Rural.
–Es bueno, pero habría que prepararlo y no tengo tiempo para eso.
Cuando quedaron solos, Lobo se dirigió a Lola: –¿Vio lo que
dijo el médico?, parece que Felipe tiene condiciones.

–Lobo, no diga bobadas, Felipe es un buen amigo, pero es un

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carnero sin clase. –Lola, mire que es porfiada, ¿no escuchó al doc-
tor? Ése, sabe y sabe.

–Yo seré porfiada, pero usted es un perro que se cree todo lo


que el hombre dice –y se alejó alardeando de sus vasos recién recor-
tados.

Esa noche, cuando fueron a dormir, Lobo preguntó a Felipe:

–¿No te gustaría desfilar en la Rural?


–Lobo, vos estás loco. Mirame, soy un carnero guacho, ignorante,
desprolijo, que nunca salió de este potrero y además no
depende de mí ir a una exposición–. Y se puso a dormir, mientras
Lobo pensaba en la conversación del veterinario.
Al otro día el perro fue al chiquero. Matilde mordisqueaba un
choclito y, ante la consulta sobre lanares que le hizo el perro, res-
pondió:

–Lobo, yo de ovejas no entiendo nada, pero si quiere consulte


a un zorro amigo mío, vive en el cerro y se llama Carmelito, es
ingenioso y sabido, pregúntele. Diga que va de mi parte.

–¡Carmelito, Carmelito! –gritaba Lobo en el cerro. El zorro


temeroso de los ladridos, se metió al fondo de su cueva.
–Carmelito, no se esconda, sé que vive por aquí. Vengo de parte
de Matilde. Quiero hacerle una consulta y sepa que hoy no vengo
con ganas de correr zorros.

–Usted no tendrá ganas de correr zorros, pero yo no tengo ganas


de probar dientes– fue la respuesta.
Al ver que la voz del zorro procedía de la cueva, Lobo se acercó
y desde la puerta casi suplicó: –Carmelito, me llamo Lobo y quiero
hacerle una consulta respecto a un carnero amigo. Le juro por las

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pulgas que tengo, que no vengo a hacerle daño.

–¿El cordero lo acompaña vivo o se lo está comiendo? –preguntó


desconfiado.

–Mire Carmelito, soy perro de palabra y si digo que no voy a


lastimarlo, cumplo. Le propongo que le pregunte a Matilde por mí
y mañana nos juntamos a conversar.

–Muy bien –dijo Carmelito–, estamos de acuerdo. Sólo le pido


que no le vaya a contar al hombre el paradero de esta cueva.

–Quédese tranquilo, no se preocupe, creo que nos vamos a


llevar bien.

Lobo regresó al otro día y, ante su asombro, Carmelito lo esperaba


echado en la entrada en compañía de una zorrina.

–Buenas, soy Lobo –dijo cautelosamente–, si me permite señora


zorrina, si no le molesta, vengo a conversar con Carmelito.

–Me llamo Luisita, soy amiga de Carmelito y si usted viene con


buenas intenciones, no tema.
Palabra va, palabra viene, entraron en confianza y se echaron
a conversar, compartiendo unos trozos de carne que Lobo había
traído. El perro les explicó su deseo de llevar a Felipe a la Exposición
Rural de San Carlos. Cuando terminó de hablar, Carmelito y Luisita
se miraron y al mismo tiempo afirmaron:

–Es un absurdo, usted es un iluso, lo que pretende es imposible,


no tenemos contacto con el hombre y no sabemos nada de
exposiciones en la Rural.

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–Sé que el tema es difícil, por eso vine a consultar –continuó


Lobo–. Sepan que deseo buscar la forma de lograr lo que propongo.
Felipe tuvo una vida muy solitaria, abandonado por sus padres du-
rante
una tormenta, el hombre lo salvó, yo lo crié y le enseñé lo mejor
que pude, conociendo mis limitaciones de perro. Es como un hijo
para mí, quiero ayudarlo y que se sienta orgulloso de ser quién es.

–Luisita –dijo Carmelito–, voy a buscar a Martina y usted, si le pa-


rece, traiga a Don Joaquín y veremos si, entre todos, se nos ocurre
algo.

Intercambio de ideas

En la tarde, luego de las presentaciones, Lobo volvió a exponer


su inquietud y las causas.

–Don perro, digo Don Lobo –habló Martina–, lo felicito porque


a pesar de sus defectos, viene con buenas intenciones.

–¿Qué defectos? – ladró el perro.

–Para empezar usted le da de comer a una cantidad de pulgas


haraganas que lo único que hacen es molestar a más de un compa-
ñero
y tiene, además, la mala costumbre de correr a cuanto vecino
se acerca a su territorio.

–Esos no son defectos, yo le doy de comer a las pulgas por


obligación, ellas se me suben sin invitación, me las saco, pero en
cuanto me descuido me vuelven a invadir. En cuanto a correr, sepa
liebre confianzuda, que esa es mi obligación, para eso me tiene el
hombre.

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–Muchachos –interrumpió Carmelito–, estas acusaciones


y disculpas no llevan a nada. Vamos a resolver la inquietud
de–+++++++++++ Lobo.

–Personalmente, opino que no podemos actuar. Ninguno de


los presentes conoce la Rural y menos sabemos de desfiles y pre-
mios. Esas son cosas de hombres

Todos estuvieron de acuerdo hasta que Luisita, alejada del grupo


porque su fragancia hacía toser y rascarse la nariz al perro, dijo:

–Sé quiénes nos pueden asesorar.


Todos la miraron atentamente y Luisita continuó:

–Severino Escobar, el caballo, ha ido a todas las exposiciones


llevando al hombre y en el gallinero viven dos gallinas que vinieron
de ese lugar.

–¿Qué les parece si hablo con ellos y nos volvemos a reunir para
estudiar la información? –propuso Don Joaquín.
Estuvieron de acuerdo y dieron por terminada la reunión.

Consultas y más consultas

Don Joaquín voló al gallinero y le preguntó a Jacinto por las gallinas


que habían estado en la exposición. El gallo llamó a Catalina
y Etelvina, dos gallinas coloradas.

–Chicas, Don Joaquín anda necesitando cierta información de


la Rural.

–Estuvimos en ese lugar y fuimos maltratadas –dijeron encocora-


das–. La Rural está llena de malas personas, nos metieron en

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unos sucios jaulones y nos pusieron a la venta como si fuéramos


delincuentes. Un atropello.

–Un verdadero atropello –repitió Etelvina–. Por suerte el hombre


nos compró y estamos con Jacinto, que es todo un caballero.
Ante los halagos el gallo cantó pavoneándose por el gallinero.
Don Joaquín agradeció la información, que no era de mucha
utilidad y voló para ver a Severino Escobar.
El caballo pastaba y cuando vio al tero que se posaba a su lado,
relinchó:

–Hola, Don Joaquín, qué buena visita.


El tero explicó el motivo y Severino comentó:

–La feria es muy divertida, me reúno con los caballos y me


entero de todo lo que pasa en la zona. La última vez, encontré a un
primo lejano, Festivo Robaina, y me contó que tuvo mala suerte.
Lo agarró un hombre que, con el fin de domarlo, lo molió a rebenca-
zos. Mejoró de los dolores, pero seguía disgustado, esperaba
la oportunidad de ver al hombre distraído, para acomodarle una
patada de la que se iba a acordar toda la vida. Pero vamos al tema,
la Rural tiene, entre otros fines, hacer una exposición para elegir a
los mejores vecinos, los más lindos, los más apuestos y los mejores
capacitados para tener hijos, a los que van a trasmitir sus buenas
cualidades. Creo que el hombre a eso le llama eléctrica, genética
o algo parecido –concluyó el caballo–. Para hacer la selección, los
hacen desfilar, pararse derechitos, los revisan, los comparan y luego
eligen a los que consideran mejor dotados. El premio consiste en
unas cintas coloridas y felicitan al hombre que los cuida. Si usted
quiere saber más, vea a Margarita Domínguez, porque fue premiada
en una exposición.

Y Don Joaquín visitó a Margarita Domínguez, la vaca lechera,

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que estaba rumiando el pasto que había comido.


Don Joaquín no se fijó donde se posaba y tuvo la mala suerte de
hacerlo encima de una bosta recién expelida por la vaca, ensucián-
dose las patas. Remontó vuelo y se lavó en el arroyo.

Al regreso miró bien dónde pisaba y la vaca con ironía aconsejó:

–Don Joaquín, usted aterriza en cualquier lado. Hay que tener


más cuidado.

–No tiene importancia, fue un percance de vuelo– contestó


el tero disimulando su enojo–. Vengo a que me asesore sobre la
Exposición Rural, pensamos que Felipe se puede presentar.

–Don Joaquín, sepa que yo he sido premiada en la Rural de San


Carlos, por lo tanto conozco bien el tema –alardeó Margarita–. La
cosa no es fácil, mucha competencia y hay que estar bien preparado.
Se desfila ante mucha gente, con la cabeza alta y sin asustarse por
ruidos y movimientos extraños a los que no estamos acostumbrados.
Hay que seguir las instrucciones que da el hombre que lo guía.

–Ajá.

–Le diría que es muy difícil y no lo veo a Felipe con condiciones,


pero, intentar no cuesta.

–Muchas gracias, Margarita.

–Que tenga suerte Don Joaquín, y no se olvide de mirar bien


donde se posa.
Al otro día, hubo nueva reunión en la cueva de Carmelito.

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Segunda reunión

Don Joaquín informó a los compañeros sus averiguaciones.


Lobo contó que, después de hablar toda la noche con Felipe, logró
convencerlo.

–Si lo ayudaban, va a colaborar.

–¡Qué bueno, otra aventura, otra vez todos juntos y con este
perro pulguiento que nos va a ayudar! Perdone Lobo, se me escapó
lo de pulguiento, fue sin querer –gritó Martina.

–Apróntese, orejas, una vez que ayudemos a Felipe, le voy a dar


una corrida que nunca más se va a olvidar –se rió Lobo y los demás
acompañaron a Luisita, que propuso:

–Tenemos que empezar por enseñarle a caminar a Felipe, luego


le damos una buena lavada y por último hay que convencer al hom-
bre de que lo presente en la exposición.

–Muy fácil lo que propone –interrumpió Carmelito–, ¿pero


cómo vamos a convencer al hombre si no tenemos diálogo?

–No empecemos a poner obstáculos, primero lo primero, ya se


nos va a ocurrir algo –dijo malhumorada Martina.
Los compañeros, previo rezongo por los gritos, decidieron seguir
adelante.

Preparación de Felipe

Don Joaquín informó al carnero que empezarían la preparación


y las clases para caminar correctamente. Felipe, Luisita y Carmelito
fueron a ver a Margarita, quien dio los primeros consejos:

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–Felipe, lo primero es concentrarse en el desfile. Olvídese del


público, del ruido y de todo lo que pudiera distraerlo. Levante bien
alta la cabeza y mire al hombre que lo va a guiar. Debe imaginar
que está solo, en medio de una linda pradera –y agregó: –Vamos a
hacer una prueba, piense en lo que le dije, concéntrese y comience
a caminar.

Felipe desfiló, pero ¡era un desastre!, cabeza baja, lomo encorvado


y al menor ruidito saltaba asustado.

–Esto va a ser difícil, los lanares son muy asustadizos y distraídos

–fue el comentario general.

–Muchachos –aconsejó Margarita– no se desanimen todo es


cuestión de práctica, deben hacerlo caminar todos los días hasta que
agarre ritmo.

–Muchas gracias Margarita, a partir de hoy comenzaremos un


curso intensivo.
En la tarde buscaron un lugar plano y Carmelito dio las primeras
instrucciones: –Felipe, mire donde está parado Don Joaquín, vaya
derecho hacia él, después da la vuelta y viene hasta donde estoy.
Las caminatas se repitieron tres días, hasta que sus instructores
decidieron que esa etapa estaba cumplida.

–Felipe, ahora vamos a concentrarnos en caminar con la cabeza


alta y sin arquear el lomo.
Y Felipe caminó toda una mañana, pero no había forma de que
levantara la cabeza y caminara con el lomo derecho.

–Muchachos tengo la solución –sugirió Martina que acababa


de llegar– y les mostró una rama que tenía una horqueta.

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–Buena idea, Martina, probemos.

Llamaron a Felipe, le pusieron la horqueta debajo de la pera


y apoyaron el otro extremo del palo en su pecho, luego Martina se
subió en el lomo para que lo bajara al caminar.

–Desfile Felipe –le gritó Carmelito– venga hacia mí.


El truco resultó y el carnero hizo su primera caminata acorde
con lo previsto. Al segundo día le sacaron la horqueta y Martina
no se subió a su lomo. Al tercer día llegaron a la conclusión de que
Felipe lo había logrado.

–Vamos ahora a practicar lo más difícil. Recuerde, Felipe, no


debe distraerse ni asustarse durante su desfile.
–Acuérdese de lo que le enseñó Margarita, concéntrese, olvídese
de lo que tiene alrededor, piense en algo lindo, piense en nosotros

–agregó Luisita.

El carnero sonrió, comenzó a caminar con la cabeza alta, el


lomo derecho, pero cuando Lobo ladró: “¡Cuidado con las víboras!”,
se detuvo.

–No, no, no –gritó Carmelito– debe olvidar lo que oye o rodea,


su meta es mirar hacia delante y no torcer la cabeza.

–Empecemos de nuevo.
–¡Socorro, me ataca una comadreja! –gritó Luisita esta vez.
Pero Felipe siguió derecho sin mirar; Carmelito trajo a las abejas,
que zumbaban por todos lados, y Felipe derechito. Martina alertó:

“–Cuidado, va a pisar un hormiguero”. Y Felipe siguió con la cabeza


en alto mirando hacia delante. Por último Don Joaquín gritó:

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“–Corran, corran que vienen los chanchos jabalíes” –y ahí sí, Felipe
salió disparando.

–Bueno, bueno, por ser el segundo intento, ha sido un éxito,


continuaremos mañana –dijo Carmelito.
Practicaron dos días más, haciendo toda clase de ruidos, sin
que Felipe se distrajera, dieron por concluido el entrenamiento y
pasaron a la etapa de prolijear al carnero.
Carmelito, Luisita, Martina y Lobo sacaron los abrojos y palitos
que Felipe tenía enredados en sus vellones. Don Joaquín con su pico
fue desenredando la hebras de sus patas mientras Martina recortaba
la lana que estaba muy entreverada.

Cuando terminaron, lo llevaron al arroyo y, entre todos, a diente,


pico y algunas rasqueteadas con espina de la cruz, lo bañaron.
Felipe, agotado, salió del arroyo, pero...¡ parecía otro!
Mientras el carnero se secaba al sol, se sentaron a descansar y
Carmelito comentó: –¡Qué barbaridad, qué cantidad de lana tiene
el amigo y cuánta mugre juntó con el tiempo!

Martina acotó: –Don Lobo, lo felicito por la brillante idea, la


próxima vez, vaya usted a desfilar a la Rural.

–Lo mejor es que después de todo este trabajo –comentó Luisita–,


no sé cómo vamos a convencer al hombre para que lo presente
en la exposición.
Martina comenzó a gritar y ante la mirada enojada de los presentes,
terminó musitando: –Mañana veremos qué se nos ocurre.

Al otro día Lobo llegó contento, porque hablando con Lola, se


les había ocurrido una idea que valía la pena intentar. Decidieron
que se podría probar. La pondrían en práctica esa misma tarde.
Lola, al saber que habían aprobado su idea, se metió en el parque

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y cuando vio que el hombre salía, bajó la cabeza y comenzó a


renguear. El hombre se acercó, la revisó y la burra se quejó.
Volvió a entrar a la casa, al rato salió y la ató a un árbol, para
que no caminara. Lobo se echó al lado de ella. Al mediodía llegó
el veterinario para revisar a Lola. En ese momento, Carmelito y
Luisita le dijeron a Felipe:

–Haga lo que le dijimos, camine por delante de Lola y los hombres.


Felipe apareció en el parque y muy ceremoniosamente desfiló,
con la cabeza levantada.
El doctor, al verlo, le comentó al hombre: –Qué buen estado
tiene ese carnero, si fuera mío, como le dije, lo presentaría en la
Rural.

–La verdad es que nunca lo había visto así, vamos a revisarlo


–propuso el hombre mirándolo.

El veterinario abrió los vellones para comprobar la calidad y


espesor de la lana, le tocó la cabeza, revisó las patas y después de
observarlo por un ratito expresó:

–¡Excelente! preséntelo.
Lobo corrió hacia donde estaban escondidos sus compañeros y
ladró: –¡Lo logramos, lo logramos! – y empezaron a saltar de ale-
gría.

Despedida

Comenzó la preparación final de Felipe. Todos los días un hombre


lo hacía desfilar, dándole instrucciones con una vara y guiándolo
con una cuerda.
Lo bañaron, lo cepillaron, le recortaron y lustraron las pezuñas,
lo pusieron a galpón y le mejoraron la comida.

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Lobo y sus amigos seguían de lejos los preparativos y la noche


anterior a la exposición, de madrugada, se acercaron al galpón para
desearle suerte:

–Amigo estoy muy orgulloso de lo que has hecho, te deseo lo


mejor– expresó Lobo primero.

–Gracias Lobo, esto te lo debo a ti, voy a tratar de no defraudarte.

–Recuerde los consejos Felipe, concéntrese y piense en nosotros

–aconsejó Carmelito.

–No me afloje compañero –aseguró Martina– lo queremos


mucho.

–Hermano, si quiere lo perfumo para que luzca mejor –sugirió


Luisita riéndose .

–Yo lo acompañaría –comentó Don Joaquín–, pero nunca volé


tan lejos y tengo miedo de no saber regresar, pero estoy seguro de
que todo va a salir bien.
Felipe se arrimó a sus compañeros y les dijo:

–Me crié guacho, me salvó un hombre y un gran amigo me educó,


si ahora soy alguien, es por ustedes. Voy a tratar de honrarlos.
A la mañana siguiente el hombre con su sombrero y sus botas
nuevas, ensilló a Severino y cuando vino el camioncito, subió a Feli-
pe y lo protegió con unas varas, para que no se lastimara en el viaje.

–Lobo, te quedas, caminá para las casas –dijo el hombre cuando


Lobo pretendió subir y de esta manera, camión, hombre y caballo se
fueron alejando camino a la Rural.

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Desde el cerro los amigos se despedían en silencio, cuando desde


la portera sintieron un largo y sentido balido.

La rural

Al llegar a la Rural, Felipe no salía de su asombro, nunca había


visto tantos hombres juntos, tanta actividad.
Lo hicieron bajar del camión y entrar a un corral.
Tímidamente saludó a sus vecinos, los carneros, que lo ignoraron.
Se acordó de los consejos de sus amigos y decidió:

–Aquí estoy solo, todo depende de mí, así que basta de apoyarme
en los demás, vamos a ver de lo que soy capaz.
Llegó el día del desfile, Felipe lavado y peinado, ingresó a la
pista llevando un collar con un número. Caminaba orgullosamente,
pensando en sus amigos y en aquella pradera que Margarita le había
hecho imaginar. Ignoraba a los pretenciosos carneros que lo acom-
pañaban en el desfile.
Pasaron varias veces por la pista, luego se acercó un hombre
que los revisó y comparó, abría los vellones para ver la calidad de la
lana, les palpaba el cuerpo, los miraba detenidamente y luego de un
largo estudio, hizo una anotación, se dirigió a Felipe y dándole una
palmada en el lomo anunció:

–¡Reservado gran campeón!

Le trajeron una cucarda, que es una flor hecha con cintas de


colores y se la pusieron al costado de su cabeza. El hombre que lo
llevó a la exposición se acercó y le dio un abrazo como nunca le
había dado.
Felipe baló bien fuerte como para que lo pudieran oír desde el
campo. Se retiraron de la pista y esperaron en el corral que llegara el
camioncito. Felipe estaba subiendo a la caja del vehículo cuando escuchó:

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–Le compro el carnero. ¿Cuánto pide? Póngale precio.


Felipe se dio cuenta del peligro. Si lo vendían no regresaría al
campo, no vería más a Lobo y sus amigos, nuevamente comenzaría
una vida solitaria. Severino, el caballo, al escuchar la oferta giró la
cabeza y apesadumbrado exclamó:

–Hermano, la verdad es que no pensamos que podría pasar


esto, todos colaboramos con buenas intenciones...
El hombre pensó, miró a Felipe, miró al hombre que le había
hecho el ofrecimiento y después de un ratito, ante las miradas ansio-
sas de Felipe y Severino respondió:

–Mire compañero, sepa que este carnero no se vende, es muy


importante para mí, le tengo mucho aprecio, disculpe. Gracias por
su interés –y dio la orden al conductor para que arrancara.
En el campo el vecindario los estaba esperando, y al ver que
Felipe lucía en su cabeza una cucarda colorida, comenzaron a mani-
festar su alegría. Se escuchaban aullidos, ladridos, mugidos, hasta
Jacinto comenzó a cantar como si estuviera amaneciendo.

El hombre trató de comprender qué pasaba sin darse cuenta.


Desensilló, dejó libre al carnero y fue para las casas.
Esa noche Felipe y Lobo recibieron la visita de los vecinos. Lo
felicitaban, estaban orgullosos de tener nuevamente un compañero
premiado en la Exposición Rural de la zona.
Felipe emocionado por el recibimiento dijo:

–Amigazos, si no fuera por este querido perro que me crió y por


ustedes que me apoyaron, no hubiera hecho lo que hice. Gracias a
ustedes ahora tengo una familia y he recuperado la confianza. Algún
día espero poder retribuirles este cariño que desinteresadamente me
han dado y poder martirizarlos con baños y clases de caminatas. Los
cepillaré con tunas del cerro hasta que queden lustrosos.

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Y todos se dieron un largo y emocionado abrazo.


Al otro día, el hombre le dijo al carnero:

–Compañero, llegó la hora de ponerse a trabajar, le voy a presentar


a su majada.
Lo llevó al campo y lo liberó. Las ovejas lo recibieron alegremente
y entre risas y felicitaciones se fueron juntos a pastar a la pradera.
Lobo, orgulloso, sonreía en silencio al ver aquella majada que
se paseaba libremente, conducida por Felipe.
En la cueva los amigos cenaban y comentaban:

–Lo hemos vuelto a hacer, juntos lo hemos logrado.

–¿Me permitirían un gritito? –Martina preguntó temerosamente.


Todos aceptaron y la liebre, dando un salto, gritó bien fuerte
para que se sintiera en todo el campo:

–¡Bien Felipe! ¡Bravo!

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CAZADORES
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En su recorrida habitual, el carancho Romero Martínez


advirtió dos vehículos detenidos en la costa de Laguna del Sauce. Se
acercó y vio que de un camioncito bajaban perros y del otro, unos
hombres sacaban y acomodaban rifles y escopetas.

–¡Cazadores! –gritó el Pardo Martínez y volando dio un alerta


general a los vecinos.
El tero Don Joaquín fue a ver a Lobo, el perro, para que advirtiera
al hombre, pero el hombre se había ido de viaje y solo había
dos cuidadores a cargo del campo. Iría de inmediato a avisarles lo
que ocurría.
Al llegar cerca del fogón de los peones, oyó que ya estaban al
tanto del campamento instalado y uno le decía al otro:

–Vigilemos el ganado y la majada, pero ni nos acerquemos al


campamento, no sea que nos metan un chumbo.

–De acuerdo –y siguieron tomando mate.


Cada vecino explicaba a sus hijos acerca de la situación aconsejando
que no se alejaran de la casa, estuvieran bien atentos a ruidos
extraños, que si veían luces no las miraran, porque podrían encandi-
larlos y eso era muy peligroso. Quedaba prohibido acercarse al
campamento.

En la tarde se oyeron movimientos de perros y algunos tiros y,


en la noche, risas y cantos. Al otro día continuaron los disparos y
comenzaron a llegar malas noticias, las perdices conocidas como las
hermanas Barragán, estaban desaparecidas. A Eufenio, el zorrino
primo de Julián, lo lastimaron los perros, pero pudo escapar. Unos
gansos que nadaban en la laguna, habían sido chumbeados, pero
se desconocía si estaban heridos.

Lobo observó que los cuidadores recorrían el campo pero sin acer-

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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carse a la laguna. Cuando Carmelito apareció en la casa de Don Joa-


quín, le contó que venía de Laguna del Sauce. Con su esposa Silvina
fueron a visitar a sus padres y en ese momento empezaron los tiros,
corrieron a refugiarse, pero uno de los perros mordió a Silvina. Aho-
ra se reponía.

–Don Joaquín, esto se está complicando, deberíamos reunir a


los vecinos y ver cómo podemos protegernos.
El tero y Doña Cata convocaron a la reunión que se realizó en
el galponcito donde se guardaban los fardos.
Cada vecino informó los daños causados por los cazadores y sus
perros. La opinión general coincidió en que debían esconderse o
emigrar hasta que los acampantes se fueran. Nadie quería enfrentar
a los hombres, lo consideraban muy peligroso. Después de varios
cambios de opinión, decidieron que cada uno debía cuidarse a sí
mismo.

Don Joaquín, Martina, Carmelito, Luisita y Lobo se quedaron


conversando.

–¿Qué les parece si hacemos venir a las cruceras para que envene-
nen
a los cazadores y los perros? –propuso Martina muy disgustada.

–Calma Martina, calma –interrumpió Luisita– no sea atropellada.


Las cruceras son muy peligrosas.

–Muy bueno, me gustó lo de atropellada y yo agregaría liebre


atolondrada e irresponsable, ja, ja –rió Lobo.

–No alardee Don pulgas, que usted también tiene lo suyo

–dijo Martina ofendida–. ¿Por qué no les cuenta cuando Jacinto lo

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encontró comiendo huevos en el gallinero y lo corrió a picotazos?


Usted lloraba como un cachorro.

–No le permito. Martina es flor de mentirosa, yo no lloraba y


Jacinto quedó con algunas plumas de menos en su cola.

–Déjense de pavadas y vamos a ver qué hacemos con los cazadores

–agregó Luisita.

Se hizo un silencio que Carmelito quebró:

–En esto estamos solos, nadie quiere arriesgarse, o hacemos


algo o nos mudamos hasta que pase el peligro.
En eso se escuchó un murmullo:

–Perro llorón.
–Liebre mentirosa.
–Basta de pelearse –gritó Luisita– escuchen.

–Emigrar es peligroso –sugirió Don Joaquín– no sabemos los


peligros de otra zona, propongo que los que emigren sean los caza-
dores.

Y antes de iniciar una acción diferente, hay que estudiar el


campamento y ver qué posibilidades existen de echarlos.

–Me ofrezco para una inspección, sólo necesitaría que el Pardo


Martínez me guiara desde el aire.

–Está bien, Martina– afirmó Don Joaquín, usted vaya hacia la


laguna y yo me ocupo del resto.

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Inspecciones y reuniones

Martina se arrimó al campamento, guiada por el Pardo Martinez


que evitaba los peligros.
Cuando estuvo cerca, observó que los hombres del campamento
conversaban junto al fogón. Cuatro perros mordisqueaban
unos huesos, los vehículos y las carpas estaban dentro del monte de
cipreses calvos, las escopetas descansaban en una mesa de mimbre,
en parte tapadas por una lona.
A Martina se le ocurrió una idea, tomó distancia y gritó:

–Atención, perros sarnosos, váyanse a molestar a otro lado,


vagabundos, no deben de tener ni dientes.
Los perros asombrados se pararon y, al sentir los insultos, salieron
corriendo a la liebre, que ya estaba a una distancia imposible
de alcanzar.
El carancho desde el aire gritaba:

–¡Liebre inconsciente, después se queja cuando tiene dificultades!


Martina llegó riéndose a la cueva de Carmelito.

–Soy imbatible, no hay perro que me alcance, los dejé a todos


perdidos entre los pajonales.

–Continúe alardeando y mintiendo, que un día la voy a correr


y le voy a sacar las ganas de mentir – farfulló Lobo.

–Bueno Lobo, no empiece, vamos a escuchar el informe de


Martina –interrumpió Carmelito.
La liebre contó lo que vio y cómo insultó a los perros. Sus
oyentes le dijeron a coro que era una irresponsable.

–Sí, y agregaría inmadura –continuó Lobo, pero se calló de

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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inmediato ante las miradas enojadas de sus compañeros.


Don Joaquín propuso:

–Creo que tendríamos que empezar por molestar a los acampantes.


Hablemos con la abeja Hilaria, que vaya con sus hermanas
y le zumben alrededor de sus cabezas, amenazándolos con picarlos.
Después les pedimos a las hormigas, que invadan los alimentos y se
lleven todo lo que puedan y por último, cuando estén dormidos,
Julián y Luisita les dan un baño a las carpas.
A la mañana siguiente Don Joaquín informó que el Pardo Martínez
observó que, si bien los hombres estaban un poco molestos,
prepararon de nuevo sus armas para salir a cazar.

–Debemos pensar otra estrategia –confesó Carmelito desilusionado.

Acuerdo entre amigos

–Hay que actuar de forma más agresiva –propuso Martina.

–Actuar directamente contra los cazadores es muy peligroso,


somos débiles

–agregó Don Joaquín dirigiéndose a sus compañeros.

–Después de pensarlo fríamente, he decidido quedarme –aclaró


Carmelito–. Este es mi territorio, lastimaron a mi esposa Silvina y
por tanto estoy de acuerdo con Martina.

–Mi deber es defender este campo, así que cuenten conmigo


para lo que resuelvan –afirmó Lobo.

–Veo que están todos de acuerdo en hacer algo más que molestar
a los cazadores, por tanto quiero exponerles una idea –expresó Lui-

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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sita–, creo que con la ayuda de otro vecino, la podremos realizar.

–Sabemos que es imposible actuar directamente, pero sí valernos


de un elemento: el fuego.
Todos la miraron con asombro; Carmelito, un poco ofuscado,
comentó:

–Para mí que estos cazadores los han trastornado: una propone


traer cruceras, otro abandonar el hogar y ahora usted sugiere que
juguemos con fuego. Ay, Luisita, está un poco desubicada.

–A mí no me agarran para eso, yo soy valiente pero no boba


–agregó Martina.

Lobo, burlándose, acotó:

–Está bien Luisita, muy fácil, Don Joaquín va a la casa del hombre,
roba una cajita de esos palos pequeños que hacen fuego, vamos
al campamento, decimos a los hombres que nos disculpen porque
vamos a prender fuego a las carpas. Yo abro la cajita, Carmelito ras-
ca el palito y entre todos quemamos el campamento. ¡Qué buena
idea!
Se produjo un largo silencio. Unos miraban el suelo, Lobo se
rascó la cabeza, Martina jugaba con un palito.

–Son unos necios, ni me dejaron explicar mi plan –gritó enojada


Luisita–. Ya sé que con fuego no se juega y menos nosotros que le
tenemos pánico, pero si le buscamos la vuelta, lograremos que esos
intrusos se vayan. No resolví aún los detalles del plan, esperaba su-
gerencias.

–Explíquenos, Luisita –pidió Don Joaquín mansamente.

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–Mi idea es muy simple, nos acercamos al campamento, armamos


una fogata cuando estén durmiendo y quemamos las escopetas
que dejan encima de la mesa tapadas con una lona.

–Buen plan, vamos al campamento como si fuéramos a una


fiestita. ¿Me quiere explicar cómo eludimos los perros, cómo nos
acercamos a la mesa y cómo prendemos el fuego? –ironizó Lobo.

–Ya lo sé –gritó Martina– prendemos fuego a la cola de Carmelito


que corre y se sienta encima de las armas.

–No, mejor Lobo lleva una antorcha en la boca, entra saludando


a sus colegas, deposita la antorcha debajo de las armas, se
arrodilla y se pone a rezar –acotó Carmelito.
Luisita, muy enojada por las burlas, se paró y levantando la cola
respondió:

–¡Son unos impertinentes, no me dejan hablar! Hagan silencio,


voy a explicar mi plan y al primero que interrumpa, lo baño.
Asustados, se dispusieron a escuchar.

–Lo primero que tenemos que hacer es juntar pastos secos y


ramitas para prender fuego –indicó Luisita–. Para eso le podemos
pedir a las hormigas que arrimen el material, mientras Martina y
Carmelito llevan pasto seco. Acomodamos todo debajo de la mesa y,
cuando ellos estén durmiendo, le prendemos fuego. Como no
podemos dejar que nos vean, se me ocurrió pedirle a Margarito
Puentes, el tatú, que nos construya un túnel.
Sus oyentes comprendieron enseguida el plan de Luisita. Lo
aprobaron y pidieron disculpas a la amiga que tenía una idea tan
ingeniosa.
Don Joaquín, al ver que todos estaban de acuerdo, distribuyó
las tareas:

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Luisita puede ir a consultar a Margarito sobre la construcción


del túnel; yo hablo con las hormigas, Carmelito y Martina pueden
llevar pasto hasta el campamento. Lo difícil es prender el fuego,

¿quién se ofrece?

Todos miraron para arriba, desentendiéndose del tema.

–Yo me encargo –dijo Lobo– ya se me va ocurrir cómo lo hago,


además voy a traer una latita de aceite que hay en el galpón del
tractor, eso va ayudar a alimentar el fuego.
En ese momento se oyó un ruidito y todos guardaron silencio.
Luisita levantó la cola al notar que unos pastos se estaban movien-
do. Por allí apareció la cabeza de una tortuga. Dirigiéndose al grupo,
tímidamente dijo:

–Disculpen mi interrupción, mi nombre es Marta y vengo a


ofrecerme para colaborar con ustedes. Los cazadores me hicieron
mucho daño y quiero que se vayan. Mi esposo Basilio ha desapareci-
do, lo he buscado por todas partes y nadie sabe sobre su paradero.
Ayer volvieron a desaparecer más perdices y los cazadores destroza-
ron la casa del hornero al tomarla como blanco para practicar. Esto
debe terminar, así que estoy a la orden.

–Doña tortuga, digo Doña Marta, es usted bienvenida –respondió


Martina apurada– desde hoy se queda a dormir en mi casa,
cerca del arroyito. No se preocupe, entre todos los vamos a echar.

Margarito Puentes

Luisita, cumpliendo con su cometido, se dirigió a la casa del


tatú más querido de la zona. –Margarito, Margarito –llamó a la
puerta de su cueva–, no

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tenga miedo, soy Luisita. ¿Puedo pasar?

–Adelante amiga. No me asomo por lo de los tiros, sabe, desde


ayer trabajo en hacer un túnel más largo, por si aparecen los perros.
Hay que andar con cuidado–. Y agregó: –Entre Luisita, siga el túnel
hasta la primera desviación, doble a la derecha, después a la izquier-
da y derecho al fondo.

Pero enseguida corrigió: –Espere Luisita, me confundí, tome


primero a la izquierda y luego nuevamente a la izquierda. La verdad
es que no sé como voy a salir de este laberinto que construí.
Luisita avanzaba pensando que el tatú era muy desconfiado y
medio distraído.

–Hay que tener una paciencia con los vecinos, aquí no se ve


nada y el túnel está mal construido, me he golpeado la cabeza como
tres veces, mañana voy a tener tres chichones.
Después de varias idas y venidas gritó: –Margarito, estoy llegando,
¿dónde está? No lo veo.

–Aquí al fondo, pase, pase, cuidado con la cabeza.


Tarde llegó el avisó y Luisita se dio de frente contra la raíz de
un árbol.

–¿En qué la puedo ayudar?


–Margarito, para empezar, ¿tiene algo para curarme?, creo que
me lastimé una oreja.

–No amiga, acá no, sabe, porque me estoy escondiendo, sabe y


la verdad es que hice tanto túnel que ya no sé dónde estoy, sabe.

–No tiene importancia, Margarito. El motivo de mi visita es


que necesitamos de sus servicios para construir un túnel.

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Luisita le explicó el plan, pero necesitó de un largo rato para


convencer al tatú.

–Está bien, voy a arriesgarme, pero es muy peligroso, sabe,


mucho perro, sabe. Avíseme cuando tenga que ir, sabe.

–Gracias Margarito, ahora voy a ver cómo salgo de aquí.

–Luisita, a medida que vaya saliendo, marque el camino. Yo


estoy un poco confundido y tengo miedo de perderme.

Después de varios nuevos chichones, Luisita logró salir y se fue


rezongando mientras pensaba: “Este Margarito es un desprolijo, si
no fuera porque lo necesitamos, no lo llamaría ni para hacer un
pocito. Tengo la cabeza deshecha.”

Operación fuego

Las hormigas trabajaban de noche cuando nadie las veía. Margarito


Puentes comenzó a construir el túnel que se inició en un
pajonal y terminaría debajo de la mesa del campamento. Martina
y Carmelito esparcían la tierra para que no se notara el trabajo del
tatú. La “Operación fuego” estaba en marcha.
Terminado el túnel, que llevó todo el día, arrimaron pastos
secos, ramitas y cortezas de árbol.
Lobo trajo un tarrito con aceite para echarlo encima del pasto e
informó que se sentaría en el fogón de los cuidadores y cuando viera
que tiraban un palito encendido, de esos que el hombre pone en la
boca, chupa y después larga el humo, lo levantaría con un frasco y lo
traería corriendo al túnel, para que lo llevaran hasta el pasto ubica-
do debajo de la mesa. Llegó Marta, la tortuga, con información de
último momento: los cazadores entraron en las carpas, aprontándo-
se para dormir. Había os perros atados y dos perros sueltos.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Las armas estaban encima de la mesa.

–Es la hora, comencemos –ordenó Carmelito–. Margarito, abra


el túnel con mucho cuidado, sin hacer ruido; Lobo, vaya en busca
del palito con fuego; Luisita, cuando esté abierto el túnel, lleve el
pasto que le vamos a alcanzar y lo acomoda encima de las pajitas
que llevaron las hormigas. Luego vuelque el aceite sobre el pasto y
Don Joaquín vigile desde el aire y nos pone en alerta ante el menor
peligro. Buena suerte –terminó con un suspiro.
Margarito abrió silenciosamente el túnel, asomó la cabeza,
constató que el campamento estaba dormido y le susurró a Luisita
que podía comenzar su trabajo.

La zorrina, después de varios viajes, acomodó el pasto de acuerdo


con lo convenido y le echó el aceite. Volvió al pajonal e informó
que estaba todo pronto.

Se pusieron a esperar a Lobo. Carmelito le dijo a Margarito


Puentes y a Marta que se fueran, pues eran de tranco lento y, si
había que salir corriendo, estarían en peligro.
Salió la luna, Lobo no aparecía. Se empezaron a poner nerviosos.
Después de una larga y ansiosa espera, apareció el perro.

–Demoré, el palito era corto y no lo podía introducir en el


frasco, tuve miedo de quemarme, pero al final lo logré. Acosté el
frasco en el suelo y lo empujé hasta meterlo dentro.

–Luisita, ahora le toca a usted.

–Déjenme a mí –se interpuso Martina–, soy más ágil y tengo


boca más grande –y se metió en el túnel con el frasco.
La liebre, cautelosa, se asomó en la boca del túnel y vio que
todo estaba en silencio, los perros dormían. Salió y volcó el frasco

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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sobre el pasto mojado de aceite, pero notó que del palito no salía
humo y olvidándose de donde estaba gritó: –¡ESTÁ APAGADO!
Todo sucedió de golpe: Un perro levantó las orejas y comenzó
a olfatear el aire. El tero dio el alerta y se oyó un tiro. Don Joaquín
cayó mientras Carmelito, Luisita y Lobo gritaban para alejar a los
perros de la liebre.

Al ver que Don Joaquín caía, Martina se enfureció y sin pensar


en el peligro, corrió hacia el fogón gritando: –¡Es mi amigo, es mi
amigo y nadie lo lastima!
Tomó un palo del fogón que estaba encendido y lo echó encima
del pasto seco. Se metió en el túnel y fue a ayudar a sus amigos. Con
Lobo corrieron en dirección distinta a la de Carmelito y Luisita
para distraer la atención. Desorientados los perros se alejaron del
campamento.

El cazador que había disparado el arma, no se fijó en el humito


que salía de debajo de la mesa y se metió en su carpa rezongando:

–Estos perros bochincheros, habría que dejarlos atados, nos


van a enloquecer toda la noche con sus correrías.

Se levantó una brisa que avivó la brasa; nació una llamita que,
alimentada por el aceite, pasó a llama, luego a llamarada y la mesa
de mimbre comenzó a arder. Una caja de municiones, que estaba
sobre ella, tomó calor y los cartuchos empezaron a explotar. Los
hombres, al sentir las explosiones, salieron de sus carpas pero, al
ver que podrían ser heridos por los chumbos que volaban en todas
direcciones, volvieron a refugiarse en ellas.
Las llamas invadieron la lona que tapaba las armas; las escopetas
que estaban aceitadas, comenzaron a calentarse y al poco rato todo
era hoguera y estruendo.
Al terminar las explosiones los hombres buscaron salvar los vehícu-

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los del incendio. Reventó un farol a mantilla lleno de querosén


y cundió el pánico.
Cuando el fuego se redujo, los acampantes apagaron las brasas
con agua de la laguna y revisaron las pérdidas que incluyeron parte
de sus armas, todos los comestibles, una carpa y dos mochilas.
Desolados, tiznados y cansados prendieron los motores, subieron
los perros y se marcharon.
Los amigos se lamentaban por lo sucedido a Don Joaquín.
Carmelito amargado dijo: –Qué injusticia, yo no sé qué hacía ese
hombre levantado, de pronto fue a buscar algo al auto, vaya uno a
saber.

Lobo dirigiéndose a Martina afirmó: –Orejas, fuiste muy valiente,


tengo que disculparme, eres una liebre leal y sincera.

– Al ver caer a Don Joaquín, no pensé en nada, sólo quería


justificar todo nuestro esfuerzo –contestó Martina afligida.
Quedaron en silencio, tristes. Lobo apoyando su hocico en el
suelo comenzó a lamentarse y acotó: –Es verdad soy un llorón.

–¡No se van a librar tan fácilmente de mí! –se escuchó desde el


aire. Y Don Joaquín volando desordenadamente aterrizó de cabeza
delante del grupo.

–Me dieron en la cola y perdí el timón, caí en el agua. ¿A qué


no adivinan quién me salvó? El matrimonio Salinas, sí señor, Marta
y Basilio Salinas, las mejores tortugas que he conocido. Basilio, el
esposo desaparecido, se había refugiado en otro pajonal, por eso no
lo encontraban.
Los amigos no salían de su asombro, habían pensado en lo peor
cuando el tero cayó. Al verlo ileso corrieron hacia él, lo rodearon y
abrazaron mientras que el tero gritaba:
–No aprieten que todavía tengo la cola dolorida.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Al otro día se reunieron en la cueva de Carmelito a disfrutar de


un banquete con los alimentos que trajeron los vecinos en agradeci-
miento por preocuparse por ellos.

El único que no asistió fue Margarito Puentes, porque después


de terminar su trabajo se metió en sus túneles y no pudo encontrar
la salida.
Durante la cena, orgullosos, comentaron lo ocurrido, se rieron
de ellos mismos, se olvidaron de los reproches y reforzaron su amis-
tad. Al despedirse, Lobo se arrimó a Martina y le dijo en voz baja:

–Orejas, eres valiente, pero entre nosotros confesá que también un


poquito mentirosa, irresponsable y atolondrada.
Marina lo miró, le dio un beso en el hocico y contestó:

–Puede ser, pero reconozco que Don Pulgas no es un llorón,


sino un gran amigo sentimental.

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MATILDE

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Nadie lo esperaba, hasta el hombre estaba sorprendido,


Matilde había desaparecido.
Encontraron el portón del chiquero abierto, revisaron los alrededo-
res y ¡nada!

El hombre estaba convencido que se trataría de un ladrón de


dos patas. El vecindario opinaba que algo malo le había pasado,
porque si hubiera querido huir, lo habría comentado con algún
vecino.

Carmelito y Martina salieron a correr, y cuando se detuvieron


a descansar el zorro dijo: –Para mí se la llevaron a la fuerza, Matilde
estaba gordita y apetitosa.

–Es un misterio, esperemos que no le haya pasado algo irreparable

–acotó Martina.

Don Joaquín visitó a Jacinto, que cuidaba su gallinero, y la


desaparición de Matilde fue el tema del día.
Una gallina, echada en el techo, oyó el diálogo, bajó y compartió
su reflexión:

–La otra noche sentí ruidos extraños en el chiquero, parecía


una conversación entre chanchos. Se lo conté a las gallinas pero
como nadie me creía, no hablé más.
La gallina volvió a su nido y Jacinto le murmuró al tero:

–No le haga caso, esta gallina tiene fama de mentirosa. Inventa


historias para hacerse la importante. La otra vez dijo que había esta-
do casada con el gallo campeón de la Exposición Rural y al tiempo
nos enteramos que provenía de un criadero clandestino que había
en la ciudad de San Carlos.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Después de compartir unos sabrosos granos de maíz, Don Joaquín


dio por terminada la visita.
Los zorrinos Luisita y Julián salieron a cazar de noche y, al llegar
cerca del chiquero, entraron a ver si Matilde había dejado algo de
ración. Dieron cuenta de los restos que encontraron y luego descu-
brieron que en un rincón había unos pelos lacios y duros, parecidos
a los de su amiga. Luisita Se acercó y extrañada dijo:

–Julián, no pertenecen a Matilde, vamos a llevárselas a Carmelito


a ver qué opina –y allá se fueron al cerro.

–Hola Carmelito, ¿qué está comiendo?


–Aunque no lo crean, una papa que encontré tirada.
–Puaj, qué asco, usted come cualquier cosa, déjese de macanas
y vaya a cazar una buena pava de monte –sugirió Luisita.

–Como se nota que ustedes no pasan necesidades. Cuando hay


hambre todo es bueno para llenar la barriga. Además, las pavas son
duras con muchas plumas y puro hueso, corren rápido, son difíciles
de cazar y, en cambio, esta papa no corre.

–¿Qué opina de estas cerdas? –preguntó Luisita mostrándole


los pelos duros.
El zorro olfateó, miró detenidamente, volvió a olfatear y preocupado
respondió:

–Chancho, pero cuidado, chancho jabalí. ¿Dónde las encontraron?


–En el chiquero –contestaron inquietos los zorrinos.
–Mal asunto –agregó Carmelito–. ¿No será que han vuelto los
Medina y se llevaron a Matilde? La otra vez, hicieron el intento y la
salvamos.

–Vamos a volver al chiquero a investigar y después le contamos

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–dijeron los zorrinos, iniciando el regreso cerro abajo.


A la mañana siguiente Luisita pasó por lo de Don Joaquín y le
dijo que avisara a Lobo y a Martina que fueran a la cueva de Carme-
lito.

Allí los recibió Silvina, la esposa de Carmelito, y los convidó


con galletas de campo.

–Coman, coman que las acabo de traer del galpón. Las encontré
en una bolsa de arpillera; se ve que el hombre las olvidó al
desensillar. Están fresquitas.

–Muchachos –dijo Luisita mostrándoles las cerdas, tengo la sospe-


cha que los chanchos jabalíes han vuelto y se llevaron a Matilde.
Con Julián encontramos huellas, las seguimos y terminan en la ruta.

–No puedo opinar –dijo Lobo–, nunca vi un chancho jabalí.


Me contaron de los Medina, pero en esa época el puesto de guardián
lo ocupaba otro perro llamado Tiburcio.
Comentaron lo mal que estaría pasando Matilde con esos salvajes.

–Esperemos que se pueda escapar y vuelva al vecindario –deseó


Don Joaquín.
Al otro día apareció Marucho Silva, un perro cimarrón del
campo lindero, que vino a jugar con Lobo. Narró que hubo tremen-
do alboroto pues dos chanchos jabalíes comieron una oveja. Él los
había corrido con otros perros, aunque les extrañó que anduvieran
con una chancha a rastras.
Lobo agradeció la información y fue a contarle a sus amigos.

–¿Qué podemos hacer? –preguntó Carmelito.


Luisita opinó que había que tener cuidado, esos delincuentes
podían invadir el vecindario nuevamente. Ante el menor indicio,

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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los vecinos deberían avisar a Don Joaquín para difundir la noticia y


tomar medidas.
Lobo se ofreció a investigar para asegurarse de que la chancha
era Matilde.

–Me voy a lo de Marucho y le pido que me lleve a los pajonales


para ver si descubrimos algo más.

–Don Pulgas, tenga mucho cuidado –dijo Martina–, los chanchos


salvajes no son para un perro delicado como usted y no estoy
dispuesta a perder un amigo.

–Gracias por sus consejos y sepa que lo único delicado que


tengo, son los dientes, que están ansiosos por masticar una liebre
trompeta.

–Qué gracioso, trompeta será usted, ya adivino que cuando vea


un jabalí sus patas van a levantar polvo, pero del susto que se va a
pegar, perro pulguiento.
Y entre risas, galletas y cuentos de jabalíes pasaron la tarde.

Investigacion nocturna

Esa noche Lobo cruzó la ruta y fue a la casa de su amigo Marucho


Silva. Salieron de recorrida por los pajonales y después de un rato
olfatearon rastros de jabalí. Marucho le dijo a Lobo en voz baja:

–Cuidado, no haga ruido, no debemos acercarnos mucho, porque


no sabemos cuántos son. Si nos descubren le puedo asegurar
que fuimos perros, porque tiene unos colmillos que cortan el aire.
En ese momento vieron entre los pastos dos jabalíes muy ocupados
llevando una chancha a rastras. Lobo musitó: –¡Matilde!
Los chanchos se detuvieron, recorrieron con su hocico el aire

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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del pajonal y siguieron caminando. Marucho rezongó a Lobo: –¡In-


consciente!, le dije que tuviera cuidado, nos salvamos de casualidad,
no sabe lo que son esos delincuentes cuando atacan.
Lobo se disculpó y cuando los chanchos se alejaron, volvió al
vecindario y contó la triste noticia.
Se hizo un largo silencio que rompió Carmelito: –Nada podemos
hacer, son unas bestias salvajes, la única esperanza para Matilde
es escaparse.

–Carmelito, eso es imposible –dijo Luisita– si no la ayudamos,


será difícil escapar.

–Se me ocurre una idea –dijo tímidamente Lobo.


–Mire que es cachorrón y bobón –gritó Martina–, si tiene una
idea expóngala, el tiempo urge, Matilde peligra a cada momento
que pasa.

–Si existe una liebre bobona es usted, orejuda, nunca se le


ocurre nada y lo único que sabe hacer es correr y comer zanahorias

–retrucó Lobo mientras Don Joaquín interrumpía el entredicho:

–Bueno, Lobo, cuéntenos su idea y usted, Martina, deje de gritar


que nos aturde. Aprenda a hablar en voz baja. Lo escuchamos.
El perro se acomodó disfrutando del rezongo que recibió su
amiga y rascándose la cabeza con su pata trasera, miró a Martina y
dijo:

–No son pulgas, me pica la cabeza –y comenzó a explicar–.


Nosotros solos no podemos rescatar a Matilde. Necesitamos espe-
cialistas. Me ofrezco para consultar a Salustiano Carbajales, un
mastín que se dedica a la caza del jabalí. Tiene una jauría integrada
por hermanos y primos que acompañan al hombre a cazar. Han

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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ganado varios premios en los concursos de caza de Aiguá.


Todos se miraron inquietos y Luisita preguntó: –¿Cómo hacemos
para acercarnos a esos mastines? En cuanto nos vean, nos
liquidan. Si logran liberar a Matilde, tenemos que ayudarla a volver
al chiquero, y ¿qué haremos con esos mastines cerca de nosotros?
–Déjenme hablar con Salustiano –pidió Lobo mientras terminaban
la reunión y se dirigía a ver al perro mastín.

Salustiano Carbajales

Salustiano, medio gigante, mandíbulas anchas, orejas y cola


recortadas, devoraba una pata de chancho. Al ver a Lobo levantó las
orejas y dio un feroz gruñido, marcando territorio.
Lobo ladró: –Salus, soy yo, Lobo, su amigo, no se preocupe que
ya almorcé, solo vengo a hacerle una consulta.
El mastín largó el hueso: –Disculpe Lobo, no lo reconocí, puede
acercarse y ya sabe que no me gusta que me llamen Salus, para
eso tengo nombre y es Salustiano. ¿Qué desea?
Lobo se echó guardando distancia en señal de respeto y le explicó
el motivo de su visita. Salustiano mordió un huesito y jugando
con él entre los filosos dientes preguntó: –¿Dónde vio a esos delin-
cuentes?

–En los pajonales de Marucho.


El perro mastín pensó un rato y volvió a preguntar: –¿Cuántos
chanchos me dijo que había?

–Los que tienen a mi amiga Matilde son dos.

–Mire Lobo, lo que usted propone se puede hacer, aunque


debo hablar con mis primos, pero se puede hacer. Y sepa que no
trabajamos gratis, por tanto, ¿qué puede ofrecer?
–Voy a consultar con mis amigos. –¿Qué amigos?

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–De eso le quería hablar, son un zorro, una zorrina, una liebre
y un tero.

–Qué bueno, tráigalos, hace tiempo que no como uno.

–No sea malo Salustiano, llevamos mucho juntos y solo buscamos


ayudar a una buena vecina.

–Está bien, Lobo, quería saber qué grado de amistad los unía.
Vaya tranquilo, pero me tienen que hacer una oferta, si no olvídese
de la chancha.

–Consultaré y usted converse con sus primos, nos vemos mañana,


Don Salus, perdón, digo Salustio.

–Mire que es perro bruto, le repito que mi nombre es Salustiano.


Lobo rápidamente se despidió y volvió a la cueva de Carmelito
para dar cuenta de las exigencias del mastín. Carmelito preguntó:

–¿Qué le vamos a ofrecer, si no tenemos ni para nosotros? Lo


único que le podemos dar es a Matilde, para que se la coma.
Todos rieron nerviosos.

–Creo que hay que decir la verdad –aseguró Martina–. Hoy por
mí, mañana por ti. Les ofrecemos amistad, refugio en caso de incen-
dios
o tempestades. Además, aclaramos que solo tienen que correr a
los jabalíes y asustarlos, nosotros nos encargamos de traer de vuelta
a la chancha. Lobo –exclamó socarrona– invoque su calidad de pe-
rro; no sea egoísta y ofrézcale unas pulgas de esas que le sobran.

–Está bien, veré qué puedo hacer.


A la siguiente mañana fue a lo de Salustiano que lo recibió

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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acompañado de otros dos mastines.

–Lobo, le presento a Carolino Carbajales, mi hermano y a


Rogelio Robaina, un primo. Les comenté acerca de su solicitud y
podemos hacer el trabajo. No necesitamos toda la jauría, con noso-
tros alcanza. Ahora, cuéntenos su ofrecimiento.
Lobo dio vueltas y vueltas ante las miradas asombradas de los
mastines, hasta que Salustiano ladró: –¡Déjese de rodeos y hable!

–Bueno, la verdad, la verdad de perro, es que no tenemos nada


para ofrecer, somos un zorro, una liebre, una zorrina, un tero y
el que habla, muy pobres. Muchas veces pasamos hambre, nuestro
único bien es la amistad y en nombre de ella pretendemos ayudar a
Matilde. Los perros se burlaron: –De amigos está lleno el mundo,
pero perros valientes somos pocos.

Carolino olfateó a Lobo y dirigiéndose a sus camaradas espetó:

–Hagamos el trabajo y en pago nos comemos este perro.


Rogelio agregó: –Mezclándolo con liebre, zorro y un toque de
tero, podríamos hacer un buen guiso. Acepto.

–Podríamos hacer eso y además comernos la mitad de la chancha,


con lo que sobra hacemos chorizos –continuó Salustiano.

–¡Ja, ja, ja!


Lobo comenzó a retirarse de cabeza y orejas gachas.

–Lamento haberlos molestado, fue una mala idea.


Los perros dejaron de reír.

–Venga Lobo, no se vaya, estábamos bromeando, solo lo vamos


a comer a usted –dijo Carolino y volvieron a tirarse al suelo con

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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sonoras carcajadas. Salustiano se puso serio:

–Bueno, muchachos, basta de bromas, vamos a darle una mano


a Lobo, es un perro que ha demostrado valentía al habernos enfren-
tado pidiéndonos ayuda sin tener algo a cambio.

–Ha hablado con la verdad –agregó el otro mastín– y demostró


ser leal con sus amigos.
Carolino y Rogelio se arrimaron a Lobo y dándole un hocicazo
le dijeron:

–Venga hermano, cómo no vamos a ayudar a otro perro, si no


lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará? Venga que con un pedazo de
su cola y las orejas nos arreglamos.
Luego lo abrazaron y planificaron la acción.

Los amigos se movilizan

Lobo volvió y le contó a sus amigos la conversación que tuvo


con los perros mastines. Tenían que ir de nochecita a la casa de
Marucho y desde allí a los pajonales en busca de la chancha.

Salió la expedición compuesta por Lobo, Martina, Don Joaquín,


Carmelito y Luisita. Se prepararon para cruzar la ruta. Lobo
explicó: –Debemos cruzar de a uno y ver que no venga ningún
vehículo. Si ven luces, no miren y no crucen.

–Para que habré venido –cuestionó Luisita–, soy muy lenta y


tengo miedo.

–Suba –invitó Lobo y se echó pegado a ella– y tenga cuidado


de que no se le escape ningún chorrito.
Luisita se subió y Lobo la cruzó en el lomo. Después fueron a

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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la casa de Marucho. Al ver a los mastines, por las dudas, todos se


sentaron detrás de Lobo. Salustiano y sus compañeros saludaron:

–Veamos qué tenemos aquí: –Hummmm, qué buena liebre.


Carolino agregó: –No hay que despreciar a esta zorra, la última
que me comí estaba deliciosa.

–Señores, ¿qué les parece? Yo me quedo con el tero y a la zorrina


la dejamos libre porque está muy adobada –agregó el tercer
mastín.
Luisita incorporándose levantó la cola y gritó:

–Si tocan a alguno de mis amigos, se las van a tener que ver
conmigo.
Los mastines la miraron y uno ladró: –Ja, ja tenemos aquí una
zorrina valiente. Por atrevida me parece que también la vamos a
tener que comer.
Los perros después de empujarse un rato y reírse de sus comenta-
rios, fruncieron el ceño y Salustiano, cambiando el tono de su
ladrido, dijo:

–Señores no teman, somos profesionales, esta noche no valen


las diferencias que puedan existir entre nosotros. En otro momento
corran, pero hoy estamos contratados y somos responsables en lo
que hacemos, así que basta de bromas. Vamos a trabajar.
Se dirigieron a los pajonales y los mastines, junto con Lobo y
Marucho, olfateaban buscando el rastro de los chanchos, mientras
los demás esperaban en una loma.

Después de un tiempo, Lobo se echó en un bajo a descansar y


no se dio cuenta de que desde atrás lo miraba un enorme chancho.
Sintió el olor, lo tenía encima y salió corriendo, pero el chancho lo
pisó y le lastimó una pata. Cuando el jabalí se estaba aprontando

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para cortarlo con sus colmillos, apareció uno de los mastines y co-
menzó a mostrarle los dientes.

De pronto resonó un grito feroz:

–¡Como que me llamo Rosendo

Medina, esta vez no me van a sacar la chancha! –y enfrentó


a Carolino Carbajales, tirándole peligrosas mordidas. Al oír el grito
llegaron los otros mastines y como eran duchos en ese tipo de com-
bate, lo rodearon y empezaron a morderle las patas. El chancho
supo que estaba perdido y disparó mientras lo perseguían dos masti-
nes. Salustiano volvió y le dijo a Marucho: –Aproveche a llevarse
la chancha que nosotros le vamos a dar una paliza a estos Medina.
Hace tiempo que se la tenemos jurada, no los hemos podido cazar
porque se meten en los bañados y son muy habilidosos.
Los amigos que esperaban en la loma, se asustaron cuando vieron
que de los pajonales salían tres sombras. Reconocieron a Lobo,
vieron que rengueaba y que junto a él venía Matilde llorando y más
sucia que de costumbre. Marucho vigilaba la retaguardia.
Acariciaron a Matilde y le dijeron que se tranquilizara, que
debían huir antes de que aparecieran los chanchos salvajes.

La comitiva emprendió el regreso en silencio, aunque Matilde


sollozaba: –Sólo a mí me pasan estas cosas. Chanchos asquerosos,
esa noche me amenazaron con comerme si no los seguía. Estaba tan
asustada que no me animé a gritar. Suerte que me vinieron a buscar,
si salimos de ésta, les hago una fiesta.
Próximo a la casa de Marucho, se encontraron con el otro jabalí.
Romualdo Medina los estaba esperando. Quedaron paralizados.
Carmelito gritó:

–Muchachos sonamos: o nos unimos o aquí terminan nuestros días.

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Marucho y Lobo ladraron:

–¡Al ataque! –y rodeando al chancho lo agarraron de las patas


traseras y antes de que se diera vuelta para lastimarlos, la chancha
avanzó furiosa gritando:

–Chancho sucio, aunque sea lo último que haga me las vas a


pagar –y tomando impulso se tiró encima del jabalí, que sin reaccio-
nar quedó aplastado debajo de Matilde.
Carmelito y Martina lo tiraron de las orejas y el jabalí ante el
peso de la chancha y con las patas traseras sujetas, quedó inmóvil.
Luisita se acercó y le bañó los ojos, el chancho quedó ciego. En ese
momento Don Joaquín gritó:

–Muchachos corran, el camino está libre y este Medina va a


tardar un rato en poder seguirlos. Lo soltaron y salieron corriendo.
Marucho sujetó a Luisita con la boca diciéndole: –No se asuste, sólo
quiero que huya.

El Medina quedó atontado, maldiciendo y caminando en redondo.


Cuando los amigos estaban lejos, oyeron la voz de Carolino
que ladraba:

–¡Qué sorpresa!, acabo de encontrar un chancho dando vueltas,


parece que está perdido. Voy a ayudarlo.
Carmelito gritaba: “Corran muchachos, corran, no se distraigan
y cuidado al cruzar la ruta.”

Todos cruzaron menos Matilde. Esperaron a la rezagada del


otro lado de la ruta y la chancha, dirigida por Don Joaquín, comenzó
lentamente a cruzar. Cuando estaba en el medio de la carretera
apareció un camión y Matilde, en vez de correr se paró mirando las
luces. Todos cerraron los ojos porque ya veían a la chancha atrope-

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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llada por el camión. De pronto: una bocina, una frenada y un bar-


quinazo. Cuando abrieron los ojos, Matilde estaba riéndose: –¡Qué
susto les di, esos no vuelven más por esta ruta! Nunca pensaron que
iban a chocar con una chancha tan delicada y valiente como yo.

Martina enojada gritó: –Matilde, usted no es una chancha delicada


es una chancha bruta e ignorante. Tendríamos que haberla
dejado a vivir con los Medina. ¡Se hace la graciosa ahora que pasó el
peligro, haga el favor!

Chiquero, dulce chiquero

Volvieron al vecindario. Marucho se despidió y Matilde quedó


retozando en el chiquero, su entrañable hogar. Cerraron bien
la puerta y Lobo dijo que se quedaba a vigilar, si veía algo raro le
avisaba a Don Joaquín.
Cuando el hombre fue al gallinero a dar de comer a las gallinas,
no podía creer lo que veía. La chancha dormía de barriga al sol.
La levantó, tomó un cepillo, una manguera y la bañó. Luego le
puso comida en el comedero y se fue cantando, porque la chancha
había regresado.

–¡Vaya a saber a dónde habrá ido! Quizás tiene algún novio


en la vuelta y lo visitó. Voy a ponerle un candado a la puerta del
chiquero, porque me la van a robar.
A los pocos días los amigos se reunieron en la cueva de Carmelito.
Lobo contó que supo por Marucho que los mastines corrieron
a los chanchos salvajes hasta acorralarlos en el cerro de Los Dos
Hermanos. Les dieron una paliza fenomenal y los hicieron prometer
que no volverían por estas zonas. Libres, doloridos y machucados
los chanchos se fueron en dirección a las sierras de Minas.
A los pocos días los cinco amigos fueron al chiquero, donde
Matilde los esperaba con la fiestita prometida. Ella bañada, limpio

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el chiquero y un enorme banquete. –Hoy no pueden decir que no


estoy linda –y agregó: –Chicos, es todo para ustedes. Si hay algo que
no les gusta me dicen. El vecindario trajo estos manjares para feste-
jar. Se sentaron a comer y disfrutar la aventura vivida. Matilde esta-
ba tan contenta que dos por tres se tiraba encima de un invitado y
entre todos la tenían que mover para que el agraciado no se ahogara
bajo su peso. Por último aseguró:

–Amigos, nunca olvidaré cómo se han arriesgado por mí. Siempre


los tendré en mi corazón y en mi gordura.
La fiesta continuó hasta altas horas de la noche.
Al despedirse Martina se detuvo y gritó:

–Matilde, quiero confesarle que con lo del camión ¡SE PASÓ!

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JORGE QUINTO Y ATAHUALPA


FERNÁNDEZ

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Una mañana apareció el hombre con un pavo blanco y


tres pavas y los dejó en el gallinero. Jacinto y las gallinas salieron a
observarlos.

–Pavo elegante, buena presencia, buena cola –comentaban–.


Las pavas más o menos, muy flacas, patudas y algo ordinarias, vaya
a saber de dónde vienen.

–Mi nombre es Jacinto –dijo el gallo acercándose– soy el que


dirige este gallinero. ¿Cuál es su gracia?
El pavo sacó pecho:

–Me llamo Atahualpa Fernández, pero suelen decirme Don


Atahualpa. Ellas son mis compañeras, las hermanas Píriz: Carmen-
cita, Pancracia y Domitila Píriz.

–Mucho gusto, señoras, sean bienvenidas. Lamento que el gallinero


con techo esté totalmente ocupado, así que van a tener que
dormir afuera.

–No se preocupe Jacinto, nos acomodaremos en cualquier


lado. Jacinto, curioso por saber con qué clase de aves estaba tratan-
do y de dónde procedían, preguntó: –¿Son de la zona?

–Venimos de un establecimiento cercano –respondió Atahualpa


orgulloso– se llama «El Madrugón», buena gente, buena comida,
pero usted sabe como son estas cosas, el gallinero se llenó, faltó
maíz y el hombre nos trajo a este campo y le pidió al patrón que nos
cuidara.

–Claro, claro, venga que les presentaré a las gallinas –y acercándose


a la bataraza que comandaba el gallinero, le cuchicheó:

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Buenos pavos, no son vagabundos ni salieron de un corralón


de la feria, tienen buena procedencia.

Después Jacinto explicó sus costumbres:

–A la salida del sol despierto a todos con mi canto, para que


cada uno empiece las tareas del día, ya sea poner huevos, arreglar
los nidos, prolijearse las plumas. Cuando viene la comida se reparte
en partes iguales, con la salvedad de que como primero. Y no admito
peleas. En la tarde, cuando baja el sol, aconsejo que vuelvan al galli-
nero, porque juntos estamos más protegidos.

–Muy bien, Jacinto, con nosotros no va a tener problemas,


somos pavos que sabemos respetar a los demás.
De esta manera empezó la vida de Atahualpa y las Píriz en el
campo de Laguna del Sauce.

Jorge Quinto

El parque de las casas era compartido por Lobo, el perro corbata,


una familia de pavos reales y un gallo de riña –llamado Gerónimo–
que compartía su vida con cuatro gallinas.

Lobo había averiguado que los pavos reales eran extranjeros, sus
ancestros provenían de un lugar muy lejano, India o algo parecido.
Eran aves finas, con grandes colas coloridas y caminar distinguido.
Eso sí, conocían poco el idioma.
Uno de los pavos, Jorge Quinto, andaba sin pava que lo acompaña-
ra. Dormía en lo alto de un árbol y su gran amigo era el perro.
Una mañana le informó: –Don Quinto, tenemos vecinos nuevos. El
hombre trajo un pavo y tres pavas blancas.

Jorge Quinto enderezó el cogote:

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–No diga Lobo, qué buena noticiada, en cualquier momanto,


digo momento, voy a ir a conocerlos, muy bueno, muy bueno.
Jorge Quinto acomodó sus plumas, abrió la cola para comprobar
que todo estaba en orden y se dirigió al gallinero. Quería causar
buena impresión. Jacinto lo recibió y presentó a los pavos blancos.

–Don Atahualpa Fernández, las señoras Carmencita, Pancracia


y Domitila Píriz, les presento al señor Jorge Quinto.
El pavo real saludó a cada uno y como se había puesto un poco
nervioso, comenzó a decir confusamente:

–Mucho gasto señor, mucho gosto señoras. Estoy a su servilleta,


perdón a su servicio.
Cuando vio a Domitila, quedó deslumbrado y ella se puso todo
lo colorada que se puede poner una pava. Conversaron de todo un
poco, hasta que Jorge Quinto afirmó:

–Bueno, debo irme, está por bajar la sal.


–¿Qué sal?
–Ese rojo que está en el suelo, perdone quiero decir cielo.
–Don Quinto, usted debe practicar más el idioma. Se dice sol,
no sal –dijo Jacinto riéndose.
–Es verdad, yo estar tratando, pero es muy difuso, no diferente,
tampoco.

Jacinto lo interrumpió: –Difícil, se dice difícil.

–Eso mismo, bueno los veo otro día, especialmente a usted


Domitila.
Don Atahualpa lo miró de cabeza torcida y dijo irónicamente:

–Don Quinto, vaya a estudiar idioma y como se decía en mis pagos,

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no mire ni toque lo que no es suyo. El pavo real se marchó y Ata-


hualpa le comentó a Jacinto:

–Ese Quinto, muchas plumas de colores, mucha palabra extranjera,


pero medio atrevido.

–No se preocupe, don Atahualpa, pavo extranjero no corre con


pavo de campo –sentenció Jacinto.

Encuentros

Jorge Quinto quedó prendado de Domitila Píriz. Pasaba el día


cantando hacia el gallinero, eso sí, con cierto disimulo para no lla-
mar la atención del pavo blanco.
Una tarde en que Atahualpa y las pavas habían salido a pasear,
pasaron debajo de la rama donde cantaba Jorge Quinto quien, al
verlos, bajó a saludar.

–Buenas tardes, Don Atahualpa. ¿Paseando ? Vengan que les


muestro el parque –y se puso a caminar al lado de Domitila.

Se encontraron con Gerónimo y el pavo presentó a los nuevos


vecinos. Mientras Gerónimo conversaba con Atahualpa, el pavo real
preguntó al pavo blanco: –¿Me permite Don Atahualpa llevar a la
señora Domitila a presentarle a mi amigo Lobo?
Al pavo, en pleno cambio de ideas con el gallo, lo tomó desprevenido
y no pudo negarse.
Se fueron alejando bajo la mirada nerviosa de Atahualpa y comenza-
ron a intimar, mezclando sonrisas y cariñosos balbuceos.

Lobo estaba durmiendo, pero abrió un ojo y se paró diciendo:

–¡Qué buena visita y que bien acompañado viene Don Quinto!

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Lobo, esta es una nueva vecina, la encantadora señora Domitila


Píriz. Al ver la alegría de Jorge Quinto con su compañera, el perro
alabó: –Es la pava más linda que he visto.

–Eso pienso yo, muy bonito, muy esquibita, digo exquisita.


En ese momento llegó Atahualpa y muy serio expresó:

–Usted debe ser Lobo, mucho gusto, me llamo Atahualpa, disculpe


que los interrumpa, pero nos tenemos que ir. Domitila, despídase,
no quiero hacer esperar a Jacinto –y marchó con las tres pavas.
Lobo vio que en el camino Domitila se ligaba un picotazo y
murmuró: –Don Quinto, me parece que ese pavo está celoso, tenga
cuidado porque olfateo dificultades.

–No se preocupe Lobo, estoy decidido a conquistar a esa delicada


pava. Como decía mi bisabuelo en India : «Si uno quiere
princesa en palacio, hay que luchar por ella. Nada detiene a un
Quinto cuando quiere formar familia. »

La pelea

Pasaron los días y Jorge Quinto comenzó a pasearse cerca del


gallinero. Dos por tres le dedicaba un canto a Domitila. Una mañana
entró decidido y le pidió a Jacinto que le permitiera hablar con
Don Atahualpa. El pavo lo estaba mirando y le dijo a las Píriz que se
alejaran. –Don Atahualpa –dijo Jorge Quinto acercándose y sacando
pecho– deseo intimar con Domitila, ella está de acuerdo, si usted lo
permite formaríamos una familia.
Atahualpa lo miró, abrió la cola en abanico, extendió el cogote
todo lo que podía y replicó:

–Mire, atrevido, me parece que en este gallinero sobra un pavo


y no soy yo, así que se va o lo saco a púazos.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Jorge Quinto abrió su impresionante cola y comenzó a caminar


en posición de combate.

–Usted será mucho valiente pero sepa que yo vengo de lijas,


digo de lejos donde me enseñaron a pelear por lo que uno desea y
cuando un Quinto se propone algo, lo logra.
Atahualpa no esperó más, saltó hacia Jorge Quinto y le aplicó
dos tremendos púazos en el cuerpo. Jorge Quinto reaccionó y tam-
bién saltó, pero Atahualpa era muy mañero, esquivó las patas que lo
atacaban y le dio tal picotazo al pavo real, que lo hizó caer al suelo.
Y aprovechando que su oponente estaba caído, se subió encima y lo
empezó a picotear por todo el cuerpo.

De pronto se oyó el grito de Jacinto :

–Basta, Atahualpa, le dije que aquí no admito peleas, deje de


inmediato de picotear a Jorge Quinto, si no, se retira de mi galline-
ro. El pavo se separó de cola abierta, pronto para un nuevo ataque.
Jacinto se acercó al pavo caído y le sugirió:

–Jorge Quinto, váyase y no vuelva. Si quiere pelear lo hace en


otro lado, pero no en mi gallinero.
El pavo real se levantó como pudo y rengueando, con la cabeza
lastimada, se fue despacito hacia el parque.
Pasaron los días y lentamente se repuso. Lobo lo lavaba a lambeta-
zos y Gerónimo le traía maíz para que repusiera fuerzas.

Tratando de huir

Una tarde, al ver que el pavo real estaba muy triste, Lobo le
dijo:

–¿Por qué no va a hablar con don Joaquín, que es un tero conocedor

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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de las cosas de la vida y le puede dar algunos consejos?


A Don Quinto le pareció buena idea y marchó a visitar al
tero.

–Buenas, Don Joaquín, Lobo le manda saludos. Necesito que


me acongoge.

–¿Cómo dice Don Quinto? No entiendo, ¿que lo qué?


–Consejo, consejo, necesito consejo.
–Ah, que lo aconseje, Ahora sí, ¿qué le sucede?

Don Quinto le contó su deseo de formar familia con Domitila,


que el pavo blanco no lo permitía, que ya había ligado una paliza y
no podía acercarse al gallinero.

–Mire, don Quinto, eso es cosa de pavos y yo como tero no


sé mucho, pero como ave, conozco el tema. Lo único que se me
ocurre, es que la pava huya del gallinero, se junte con usted y se
vayan bien lejos.

–Consejo bueno, pero no poder hacer, yo no poder ayudar a


huir, porque si me acerco, vuelvo a recibir paliza. Ese pavo es más
grande que yo y muy mañudo, digo mañero.
Don Joaquín miró al cielo y quedó meditando. De pronto se
paró y dijo:

–Espéreme aquí, voy a consultar a un amigo.


El tero voló hasta lo de Carmelito, le contó lo que ocurría y el
zorro contestó: –Yo puedo solucionar el problema, dígale a Martina
que los ayude a huir, me los trae aquí, me los como y problema
resuelto.

–Margarito, no me haga perder tiempo.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
Biblioteca Plan Ceibal

–Está bien, hable con Martina, ella los puede ayudar, yo no me


puedo acercar al gallinero, porque el hombre me está esperando y
usted sabe que soy alérgico.

–Eso ¿qué tiene que ver ?, salvo que sea alérgico a las gallinas,
cosa que no creo.

–No Don Joaquín, soy alérgico a los chumbos del hombre.

–Carmelito hoy se levantó gracioso, me voy a ver a Martina,


chau.

El tero se encontró con Martina y ante el problema que le plantea-


ban contestó rápidamente: –Qué suerte, estaba tan aburrida, ¡me
encantan las aventuras! Dígale al Quinto ese que esta noche le saco
a Domitila del gallinero, que me espere en el monte de eucaliptos.
Confío, Don Joaquín, que la pava justifique este operativo.
El tero volvió y trasmitió a Don Quinto lo combinado.
Esa noche la liebre se fue arrimando a donde estaban los pavos
durmiendo y distraídamente comenzó a cantar:

–Esta noche, tralalá, espérame plumas blancas, tralalá, ven


conmigo, tralalá y juntos podremos formar esa familia real, tralalá,
tralalá.

La pava escuchó sin comprender lo que la liebre intentaba decirle


y el pavo desconfiado amenazó:
–Liebre atolondrada, deje dormir, ¿por qué no va a otro lado a
cantar esas ridículas canciones?
La liebre no le hizo caso y repitió la canción, hasta que se cansó
y dijo:

–Canto lo que quiero y donde quiero, pedazo de pavo real.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Sepa que no soy pavo real –contestó Atahualpa ofendido– no


me confunda con ese pavo bichicome.
La liebre aprovechó y volvió a entonar: –Esta noche iré contigo,
pavo real, pavo real de mi vida, tralalá, tralalá.
Domitila levantó el pescuezo en señal de que había comprendido,
mientras Atahualpa gritaba: –Fuera, liebre escandalosa, o la
corro a picotazos.

Martina se alejó y cantando gritó: –Volveré, espérame, volveré,


tralalá, tralalá. Cuando la luna se fue a dormir, Martina regresó y le
habló bien bajito a Domitila: –Vaya al fondo del gallinero, en el rin-
cón hay un agujero en el alambrado, yo la espero allí, no haga ruido.
Cuando la pava se movió, Atahualpa abrió los ojos y preguntó:

–¿A dónde cree que va?


Domitila lo miró y sin demostrar los nervios que tenía aseguró:

–A tomar agua, ¿quiere venir?

–A esta hora no voy a ningún lado, porque me desvelo. Vaya,


pero cuando vuelva, no haga ruido, porque si me llego a despertar,
ligará un buen picotazo.

Domitila buscó el agujero y, al escapar, tropezó con una lata.


Atahualpa se despertó y al ver que la pava huía, gritaba amenazas,
pero la pava se perdió en la oscuridad.

Amanecía cuando se escuchó el canto de Jacinto y Martina nerviosa


dijo: –El gallo despertó a todo el mundo, vamos a escondernos,
no podemos ir ahora al monte donde está Jorge Quinto, venga.
Corrieron y se metieron en el chiquero.

El pavo blanco salió temprano a recorrer el campo en busca de

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Domitila. Al mediodía desistió desalentado, porque no la encontró


y, camino al gallinero, se le ocurrió revisar el chiquero.
Entró y encontró a Matilde, sola, recostada en la pared del
fondo de su casa.

–Matilde, ¿por casualidad vio a Domitila?


–Don Atahualpa, mire que es pavo, disculpe, sin ofender.

¿Cómo voy a ver a alguien, si yo no salgo de mi casa?


Matilde se puso nerviosa y se recostó más contra la pared y
detrás de ella estaban escondidas Martina y Domitila que, al sentirse
sofocadas por la chancha, emitieron un quejido.
El pavo desconfió y caminó hacia la chancha. Matilde desesperada
chilló: –¡No se acerque, Atahualpa, no se acerque que estoy
afiebrada, creo que tengo la peste!

–Está bien, esta bien, me voy porque tengo que seguir buscándola.
Cuando vieron que el pavo se había marchado, Matilde se retiró
de la pared y dijo: –Disculpen chicas me puse tan nerviosa, temía
que las descubrieran.

–Otra de esas y el pavo encuentra paté de liebre con pava –contestó


Martina. A la noche, Martina y Domitila se fueron al monte donde
las esperaba Jorge Quinto.
El pavo estaba fuera de sí, «¿qué pisó, que pisó? Estuve esperando
todo un día.»

–Tranquilícese, no hemos pisado nada –afirmó Martina mirando


el suelo–. ¿Qué le preocupa?

–No pisó, quise decir pasó. ¿Qué pasó que tardaron tanto?
Domitila le contó las aventuras vividas y cuando Don Quinto
se tranquilizó comenzaron a hablar sobre su futuro.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Surgió un problema: ninguno conocía la zona y no sabían a


dónde dirigirse. Martina se despidió anunciando que al otro día
mandaba a Don Joaquín para que los ayudara a fijar un destino.
Pero después de varios cambios de ideas con Don Joaquín, no llega-
ron a una solución.
Jorge Quinto estuvo callado, meditando, luego se paró y ceremonio-
samente dijo: –Domitila, Don Joaquín, he tomado una
decisión, sepan que un Quinto no huye, un Quinto pelea y un
Quinto tiene su propio territorio. Por favor, Don Joaquín, dígale a
Gerónimo que venga, lo necesito.

En la tarde apareció el gallo: –¿Qué pasa Don Quinto? Ha dejado


el gallinero revolucionado, se siente el cacareo desde lejos. El
pavo anda furioso revolviendo todo el campo.

–Gerónimo, lo necesito, usted es un gallo de riña, deseo que


me dé unas clases de combate.

–Don Quinto, ¿está seguro de lo que va a hacer ?

–Segurísimo, como que me llamo Jorge Quinto, hijo de Albert


Quinto y nieto de William Stefan Quinto.

–Bueno, si es así, venga conmigo –dijo el gallo impresionado


por tanto nombre.

Llevó al pavo fuera del monte, hizo unas marcas en el suelo y


comenzó el entrenamiento. –Don Quinto, siga estas instrucciones.
Primero, concéntrese, fije la mirada en su oponente. No debe salir
de estas marcas que puse en el suelo.
Segundo, estudie al oponente, deje que tire algún picotazo,
luego tírele usted alguno, para ver hacia dónde mueve la cabeza. No
mire la cola en forma de abanico, eso es para distraerlo.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Tercero, vigile las patas, cuando vea que el oponente se agacha


un poco, es que se prepara para saltar. En ese momento usted debe
dar un paso atrás. ¿Comprendió?

–Perfectísimamente, muy bueno, muy bueno.

–Vamos a practicar, cuidado que soy más chico que usted, nada
de púazos, solo amagues. ¿Estamos?

–Perfectísimamente, muy bueno, muy bueno.


Comenzaron a caminar en círculo y de pronto Gerónimo dio
un salto dándole un picotazo en el cogote. Dieron otra vuelta y
Gerónimo volvió a saltar tocándolo apenas con las púas, como para
que sintiera el golpe.

–Don Quinto, no me deje acercar tanto.

–Usted es muy rápido, muy bueno, muy bueno.


Otra vuelta y Don Quinto saltó y cayó arriba del gallo.

–Espere compañero, no se entusiasme que con su peso casi me


rompe un hueso.
Una vuelta más y el gallo volvió a picotear a Don Quinto que
gritó:

–Muy malo, muy malo, si continúa así me destreza, digo destroza


y no voy a poder pelear.
Así pasaron la tarde, hasta que Gerónimo dijo: –Por hoy basta,
mañana seguimos.
Lucharon dos días seguidos hasta que el gallo comunicó a Don
Quinto:

–Está pronto, ahora viene la verdad, baje al gallinero y conquiste

63
Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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su pava. –Si vamos a formar familia, lo hacemos desde ahora, yo voy


a su lado, como debe ser –argumentó Domitila arrimándose a Don
Quinto. Don Quinto acomodó las plumas, le dio un picotacito a Do-
mitila y comenzó a bajar del monte hacia el gallinero.

El combate final

En la zona corrió la voz de que Don Jorge Quinto venía hacia


el gallinero a enfrentar a Don Atahualpa Fernández. Mientras las
gallinas se alborotaban, Luisita, Carmelito, Martina, Don Joaquín y
Lobo desde el cerro observaban los hechos.
Jacinto vio venir a Don Quinto y se dirigió a Atahualpa:

–Conoce las normas, no quiero peleas en el gallinero, así que


¡al campo!

–No se preocupe, Jacinto, esto va a durar poco. Este pavo se


las da de distinguido, pero tiene corta vida –salió, abrió la cola en
abanico y se puso a esperar a su contrincante.
Cuando Atahualpa vio a Domitila compañando a Jorge Quinto
se puso furioso y los empezó a insultar.

Jorge Quinto siguió caminando muy orondo luciendo su cola


multicolor y en cuanto percibió que Atahualpa iba a saltar, dio un
paso atrás, como le había enseñado Gerónimo.
Se tiraron unos picotazos para estudiarse. Atahualpa comenzó
a caminar en círculo, de pronto saltó y tomó de sorpresa a Don
Quinto, quien recibió dos púazos que lastimaron su pecho.
Otra vuelta y un picotazo del pavo blanco lo alcanzó en el cogote.
En cuanto Atahualpa volvió a apoyarse en el suelo se dirigió
al público burlándose: –Miren bien, porque verán en instantes un
pavo cobarde, suplicando perdón.
Jorge Quinto, ni se molestó en pensar en los insultos de Atahualpa

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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y cuando advirtió que el pavo hacia movimientos con la cola


para distraerlo, saltó sobre él, aplicándole al mismo tiempo las dos
púas en el pecho y el pico en el cogote.
Las púas se hicieron sentir, el pavo cayó con Jorge Quinto encima
de él y el pico en posición de liquidarlo. Entonces, Atahualpa,
viéndose derrotado, en un lamento comenzó a decir: –Está bien
Don Quinto, suficiente, elija su territorio, llévese a Domitila, pero
por favor no me lastime.
Don Quinto solo pidió: –Prometa ante todos lo que esta diciendo.

–Prometo, prometo.

Jorge Quinto lo soltó, se acercó a Domitila, le dio un picotacito,


volvió al pavo que continuaba tirado, lo ayudó a levantarse y le
dijo: –Buena pelea, desde ahora, amigos.
Los pavos se retiraron del lugar de combate, Atahualpa volvió
al gallinero mientras Jorge Quinto se dirigió al parque acompañado
de Domitila.

Al encontrar a Lobo le dijo:

–Compañero, si no tiene inconveniente en compartir este parque,


aquí me quedo con Domitila a formar una familia.

–Amigo –replicó Lobo– es un honor, usted se lo ganó, vengan


a picotear un plato de maíz con Gerónimo que los espera.
Los amigos fueron en dirección a la casilla de Lobo y se echaron
a comer en paz. En el cerro, como siempre lo hacían, se reunieron
Don Joaquín, Martina, Luisita y Carmelito a comentar lo acontecido.
Después de largas conversaciones, llegaron a la misma conclusión:
el pavo real Don Jorge Quinto, hijo de Albert Quinto y nieto
de William Stefan Quinto, era un pavo muy respetable, realmente
un señor.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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LA CUEVA DE PRUDENCIO VILLALBA

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Prudencio Villalba era un veterano mano pelada, muy distraído,


que vivía en una cueva de Laguna del Sauce. Por el antifaz,
que la naturaleza había dibujado en su rostro, lo conocían por el
sobrenombre «Misterio».

Una noche, al regreso de una salida en busca de alimentos, notó


algo raro: las piedras de la entrada de su cueva habían sido movidas
y el silencio del ambiente hacía que todo fuera muy sospechoso.
Con cautela se asomó a la boca de su casa y oyó un siseo que
povenía del interior. Alarmado preguntó: –¿Quién está ahí?
Silencio.

–Sé que hay alguien, si no contesta, cierro la entrada con piedras


y no va a poder salir.
Nuevo silencio.
Prudencio comenzó a tapiar la entrada y, desde la cueva, una
voz fría y aguardentosa bisbiseó:

–Somos Urbano y Celedonia Ramírez, encontramos esta cueva


vacía y ahora nos pertenece. Por su antifaz sabemos que es el famoso
ladrón de gallinas, retírese, no moleste, de lo contrario salimos y lo
envenenamos.

–Imaginé que eran ustedes, par de cruceras arrastradas y venenosas

–farfulló Prudencio furioso–. Hace tiempo que las vigilo,


sospechaba de sus malas intenciones. Las voy a sacar a la fuerza,
les daré una paliza y las cortaré en pedacitos hasta dejarlas como
lombrices.

Y se puso a cavilar cómo haría para cumplir con su amenaza.


Reflexionó: «Es un asunto de cuevas, así que debo pedir ayuda a
otro cuevero» y resolvió consultar a Luisita.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Al llegar al ombú, donde vivía la zorrina, la llamó. Luisita reconoció


la voz de inmediato:

–Misterio, me agarra de casualidad, estaba por salir a cazar.


¿Qué necesita?

–Luisita, hace tiempo que las cruceras rondaban mi cueva y


hoy comprobé que la han invadido. ¿Qué me aconseja? ¿Qué puedo
hacer?

–Podría ayudarlo dándoles un baño con mi líquido, pero yo a


la cueva no entro, esas cruceras son ladinas y no les facilito. Para mí,
tiene que consultar a Margarito Puentes, es un cuevero profesional
y destacado en la materia.

–Gracias Luisita, cuando me pongo nervioso, olvido todo.


Saludos a su esposo Julián –y despacito se alejó, pero al momento
regresó y dijo:

–Disculpe, y…¿dónde vive Margarito?


–Cerca de la laguna.
–Disculpe, Luisita, y… ¿cómo se llama la laguna?

Luisita perdió la paciencia y gritó: –LAGUNA DEL SAUCE,


la que está allá abajo.

–Bueno, muchas gracias.


La zorrina quedó hablando sola: –Este mano pelada está medio
chocho, se olvida de todo, y además, es bobo.
En el camino encontró a Martina la liebre, que estaba comiendo
un repollo más grande que ella.

–Hola Prudencio, ¿ya cenó? Acérquese y lo convido.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Deje quieto, Martina, yo no como eso ni que estuviera desesperado


de hambre, prefiero comer cardo antes que esa olorosa
porquería.

–Ja, ja, suerte para mí. ¿Adónde se dirigía?

–Estoy en busca de ...–interrumpió sus palabras, se puso a pensar–.


Ay, me olvidé. ¿Cómo se llama el cuevero que estoy buscando?

–Déme alguna pista y lo ayudo.


–Busco a ese que vive bajo tierra.
–Ya sé, las hormigas –exclamó Martina.
–No, Martina, esas son muchas y yo busco a uno, ese que tiene
caparazón.

–No diga nada: el caracol.


–No Martina, tiene cola.

–Con cola, con cola… al que conozco, que vive en cueva, pero
no bajo tierra, es a mi amigo el zorro Carmelito.
–No, Martina, discúlpeme, soy olvidadizo, pero usted es bastante
bruta. Le repito que es uno solo, vive bajo tierra, tiene cola y
se llama Margarito.

–Yo seré bruta, pero usted es viejo y tonto. Si sabía el nombre,


¿por qué no lo dijo? – replicó la liebre desorientada.

–Simplemente porque me olvidé.

–Bueno, dejémoslo así. Vaya a la laguna y cuando vea un montón


de tierra recién sacada junto a una entrada de túnel, allí puede
encontrar a Margarito, el tatú.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Disculpe Martina, ¿cómo dijo que se llama el tatú?


Martina, aburrida y para no perder más tiempo informó: –Creo
que se llama Carmelo Ramos.
Prudencio comenzó a alejarse y comentó:

–Muy bien, pero pienso que está confundida, se llama Margarito


Puentes. Martina le tiró el repollo por la cabeza y el mano pelada
desapareció rápidamente.

Al llegar a la zona indicada Prudencio buscó y buscó, pero había


olvidado lo del montículo de tierra y no podía encontrar la casa de
Margarito. Cansado, se echó y al rato apareció pasito a paso Marta

Salinas, la tortuga:

–¿Cómo anda, Misterio?


–Muy bien, estoy buscando la residencia del tatú, no me acuerdo
el apellido pero su nombre es Margarito.

–Ah, se refiere a Margarito Puentes, lo conozco, venga conmigo


que lo llevo.
Comenzaron a caminar y el mano pelada preguntó a Marta:

–Disculpe, pero ¿a dónde va?


La tortuga se detuvo desconcertada: «Este Prudencio esta medio
bobo» y respondió: –Prudencio, estoy un poco apurada, usted
siga derecho hasta aquel montículo de tierra.

–Ah sí, la casa de Margarito Puentes –recordó Prudencio y


preguntó a Marta:

–¿Usted lo busca ? Venga, la acompaño.


La tortuga se dio vuelta y dijo: –Prudencio, me voy para casa

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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porque me espera Basilio en la laguna. Misterio pensó cómo se lla-


maría la laguna, mientras que la tortuga reflexionaba: «No sé cuán-
tos años tiene Prudencio, pero que es tonto es tonto, diría que hasta
un poquito abombado.»

Prudencio, llegó al montículo de tierra, encontró la puerta del


túnel y después de olfatear metió la cabeza:

–Amigo Margarito, soy yo, Prudencio Villalba, necesito hacerle


una consulta.

–Pase, pase –contestó una voz cavernosa– me viene bien porque


estoy medio confundido no sé bien en qué túnel estoy. Venga,
lo guiaré con mi voz.
Prudencio entró y fue avanzando guiado por la voz de Margarito
y después de muchas vueltas llegó hasta él.
–Perdone que no tenga nada para ofrecerle, hace rato me equivoqué
de túnel y no recuerdo dónde dejé la comida.

–No se preocupe Margarito, a mí a veces me pasa lo mismo –y


le contó su problema.
Margarito estudió el caso y sorpresivamente interrogó: –¿Su
cueva tiene una sola entrada?

–No, tiene dos, la otra es una salida de emergencia, por los


perros, sabe.

–Bien, muy bien –Margarito continuó pensando. Al rato dijo:


–Bien, puedo hacerle un trabajo que le va a solucionar su problema.
Vaya a ver a Carmelito y dígale que busque a Martina, los voy a
necesitar. También precisaré una cuerdita y esta noche iré por su
casa.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Entendí todo, pero voy a fijar la idea, si no me olvido.


El mano pelada empezó a repetir fuerte: –Carmelito, Martina,
cuerda, Carmelito, Martina, cuerda.
Después de un rato aseguró: –Estoy pronto, me voy a hacer los
mandados.

–Espere, espere Prudencio, salgo con usted, así me ayuda a


encontrar la salida, porque solo me resultará difícil.
Los dos cueveros empezaron a dar vuelta por los túneles y entre
que uno se confundía y el otro se olvidaba, pasaron toda la noche
recorriéndolos. Al asomarse y ver que era de día, Misterio preguntó
a su compañero: –¿Le molestaría si quedo a dormir en su cueva y
esta tardecita hago los mandados?

–Por supuesto que no, quédese nomás. Yo voy a dar una vuelta,
como algo y vuelvo.
Al anochecer el mano pelada fue a la cueva de Carmelito y
encontró cenando al zorro y su esposa Silvina.

–Hola, Prudencio, pase y cómase algo con nosotros.

–No se moleste, Carmelito, vengo solo a traer un mensaje, pues


tengo un problemita en mi cueva–. Se sentó y mientras contaba
lo que acontecía, fue comiendo y comiendo hasta que no quedó
nada.
Los zorros se miraron y Carmelito precisó: –Se nota que a usted
los problemas no le sacan el apetito.

–Disculpen, cuando me pongo nervioso, no sé lo que hago, me


olvido de todo y me viene hambre.

–No tiene importancia, diga el mensaje de Margarito.


Prudencio se paró como si fuera a hacer un discurso y dijo:

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Carmelito, Martina, cuerda.

–No entiendo. ¿Qué quiere decir?


Prudencio repitió: –Margarito, Martina, cuerda, es todo lo que
me acuerdo. Lo que sí le puedo decir es que Margarito viene para
aquí, quiere reunirse con usted y Martina, y además necesita una
cuerda.

–Ahora esta más claro el mensaje.


–¿Cuál mensaje?

Carmelito vio que el mano pelada no tenía la más remota idea


de lo que decía y sugirió: –Prudencio, espéreme aquí, que voy a
buscar a Martina.
Volvió con la liebre en el momento que llegaba Margarito.

–Bueno, muchachos –dijo el tatú–, los convoqué para ver si le


damos una pata, mejor dicho una mano a este amigo. Está nervioso
y no en condiciones de resolver su problema.
Martina acotó: –Para mí que está medio abom… –pero sintió
en la cara un coletazo de Carmelito, y se calló.
Margarito se acomodó en el suelo y aclaró: –Sepan que no
corremos peligro. Conozco bien a esos personajes que molestan a
Misterio y sé cómo esquivar una mordida.
Prudencio, alias Misterio, tartamudeó: –Qué qué qué barbaridad
lo que que que le pasó a ese pobre vecino.
Martina lo miró: –¿Qué pobre vecino?

–Ese que le invadieron la casa, para mí habría que sacar a los


intrusos a la fuerza y darles una paliza. Tendríamos que ayudarlo.
Se cruzaron varias miradas y Carmelito hizo una seña para que
disimularan. Cuando se pusieron de acuerdo, pidió: –Muchachos,
vamos a ver si el plan de Margarito resulta. Usted, Prudencio, qué-

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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dese conversando con Silvina, nosotros volvemos en un ratito.


Prudencio tímidamente preguntó: –Si no es un atrevimiento,
¿se puede saber a dónde van?
–No se preocupe, acompañe a Silvina y coma algo que ya regresa-
mos. Al escuchar que lo invitaban nuevamente a comer, expresó:

–Está bien, pero vuelvan pronto, no se olviden que tenemos


que ir a ayudar a ese amigo al que le invadieron la casa.

–Enseguida volveremos.

Margarito se pone a trabajar

Era una noche oscura, los tres compañeros se fueron acercando


a la cueva del mano pelada.
–Muchachos, aquí nos separamos, ustedes saben qué tienen
que hacer. Carmelito déme la piola.
Y Margarito comenzó a construir un túnel. Después de un rato
largo olfateó y olfateó hasta que estuvo seguro que estaba debajo de
la cueva de Prudencio. Salió y le hizo una seña a Carmelito para
avisar que su trabajo estaba terminado.
El zorro, parado en la entrada de la cueva, comenzó a vociferar:
–Salgan bandidas, ladronas, salgan que hoy tengo ganas de
comer víboras.
Cuando Martina oyó a Carmelito, empezó a gritar en la salida
de emergencia:
–Viejas sin colmillos, culebras inofensivas, salgan que les quiero
ver la cara de susto que tienen.
Las víboras, cambiaron ideas en voz baja: –Celedonia, no sé
quiénes son esos locos, pero no vamos a hacerle el gusto, quedémo-
nos
calladas, dejemos que se cansen y se vayan.
–Urbano y… ¿si se les da por entrar ?

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Celedonia, vos date vuelta y andá a una de las salidas y yo voy a


la otra. Al primer intento de entrar, los mordemos y envenenamos.

–Buenísimo Urbano, vos siempre con esa cabezota brillante.


Las víboras se acomodaron dentro de la cueva, una para cada
lado, en posición de ataque, vigilando las dos entradas.
Mientras los compañeros gritaban para distraer a las cruceras,
Margarito cavó su túnel hasta la superficie, o sea hasta el suelo de la
cueva. Con cuidado abrió un orificio y al ver que no había peligro,
pasó la piola envolviendo las colas de las víboras. Cuando comprobó
que habían quedado bien atadas, tapó el orificio, salió del túnel y
avisó a sus compañeros que ya había realizado lo convenido.
En ese momento Carmelito y Martina metieron un palo largo
dentro de la cueva, azuzando e irritando a las cruceras para que
salieran.

Las víboras, al ver el palo que pegaba en sus cabezas silbaron:

–¡Al ataque, vamos a envenenarlos!

Quisieron avanzar, pero algo las retenía, cuanto más avanzaba


una, la otra se sentía arrastrada hacia el interior de la cueva.
Urbano chilló desesperado: –Celedonia, alguien nos ató por la
cola. Deja que te arrastre y te hago salir de la cueva.

Celedonia contestó enojada: –Urbano, yo te arrastro, vos siempre


querés la mejor parte, salir y morder, y yo me quedo esperando.
No señor, esta vez mando yo–. Y comenzó a avanzar, arrastrando a
Urbano, que ante el rezongo de su esposa, se dejó llevar.
Al salir, las víboras intentaron soltarse, pero como no podían se
pusieron nerviosas y cada una tironeaba para su lado. Y cuanto más
lo hacían, más atadas quedaban.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Celedonia, ¿viste que yo tenía razón?, dejame avanzar, de alguna


forma te voy a liberar.

–No, Urbano, esta vez no vas a salir con la tuya.


Discutiendo, el matrimonio de Celedonia y Urbano Ramírez
iba ladera abajo y cuando se cansaba una crucera, empezaba la otra
ladera arriba. Así se pasaron toda la noche: ladera abajo, ladera arri-
ba. Los muchachos, echados en una loma, miraban el espectáculo
y muertos de risa advirtieron: –Tiren chicas, tiren que algún día van
a llegar a algún lugar.

Cuando observaron que las víboras se alejaban de la cueva, buscaron


al mano pelada y Margarito invitó: –Venga amigo, tenemos
una sorpresa para usted.
Lo llevaron a la cueva y, cuando vio que estaba libre de intrusos,
saltó de alegría y gritó: –Ahora me acuerdo para qué los había
reunido, gracias, esto sí que no lo olvidaré.
Cuentan los vecinos que en la zona de Laguna del Sauce, merodea
una víbora con dos cabezas, que tanto se arrastra para adelante
como para atrás.

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EMIGRANTES

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Era una tarde otoñal en Laguna del Sauce, los árboles comenzaban
a cambiar sus colores, se despedían, iban a dormir hasta
la próxima primavera.
Las tardes eran más frías y apacibles, una brisa fresca hacía caer
las hojas. Angélica y su esposo nadaban plácidamente en el tajamar,
cuando vieron que en el cielo una garza rosada daba vueltas y co-
menzaba a bajar.

Cuando se posó en la orilla preguntó:

–Estoy buscando a un ganso que se llama Fito. ¿Podrían informar-


me dónde lo puedo encontrar?

–Amiga, terminó su búsqueda, yo soy Fito.

–Qué bueno, me estaba preocupando, porque no lo encontraba.


Vengo de parte de su prima Donata, que vive en la otra orilla de la
laguna. Los gansos han decidido organizar una fiesta de despedida a
las aves que están por emigrar. Le solicitan que haga una invitación
general a las de esta zona.

–¿Cuándo y dónde es la reunión?

–El domingo, en un tajamar escondido que hay en el cerro; es


más seguro y será difícil que aparezcan allí personajes que no fueron
invitados.
Fito y Angélica recorrieron el barrio para hacer las invitaciones
y pidieron a Don Joaquín que colaborara.
El tero fue al gallinero donde Jacinto lo recibió amablemente y
se refirió a la fiesta.

–Qué bueno –contestó el gallo– allá estaremos. Cuente conmigo


y varias gallinas. No todas, porque es imposible dejar el gallinero

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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solo con tantos pollitos. El tero también fue a ver a Gerónimo y a


Jorge Quinto, les hizo la invitación y agradecidos confirmaron su
presencia. Mientras, Fito visitó al Pardo Martinez, el carancho y lo
encontró hablando solo, limpiándose las patas.

–Martínez, ¿qué anda haciendo?

–Aquí me ve, rezongando. Me paso el día limpiando el campo


y hoy aterricé en unos pajonales seguro de que era suelo firme y
¡era un pantano!, me enterré en el barro. Mire como quedé, soy
feo y ahora feo y embarrado. Creo que me voy a retirar de este
trabajo. Nunca tengo un día libre y siempre ando sucio levantando
desechos. Para colmo, dos por tres encuentro porquerías que no sé
de dónde salen o quién las tira.

–Bueno Martínez, no lo distraigo más, siga con sus patas, que la


verdad están mugrientas. Le vengo a hacer una invitación para…
El carancho lo interrumpió: –Ya estoy enterado, voy a ir aunque
a mí las despedidas no me agradan, soy llorón, sabe y después quedo
dos o tres días con nostalgia. Pero entiendo que debemos despedir a
esas compañeras que van a hacer un vuelo tan largo.

–Chau Martínez, el domingo lloramos juntos.


Don Joaquín pasó por lo de Carmelito y lo encontró dialogando
con Luisita.

–Hola compañeros, ustedes cuando no comen, conversan.


–Traigo información de primera y vengo a hacerles un pedido:
hay fiesta de aves y no están invitados.

–¿Cómo fiesta de aves y que no estamos invitados?

–Exactamente. ¿Qué dije? Fiesta de aves y ustedes no son ni

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zorro volador ni zorrina con alas, por tanto no están invitados.

–Don Joaquín, ¿dónde será esa interesante reunión? ¿Sabe la


panzada que nos podemos hacer?

–Ni lo sueñen. La fiesta se va a realizar en el tajamar escondido


del cerro y no permitirán la entrada a quien no sea ave.

–Don Joaquín, no macanee. Nosotros entramos a cualquier


lado, y más si sabemos que habrá abundancia de nuestro plato pre-
dilecto.

–Lamento muchachos, pero esta vez no puede ser, porque


como dije, también vengo a pedirles un favor. No sólo solicito que
no vayan, sino que vigilen los alrededores para que no aparezca un
comilón de aves.

–Don Joaquín, permítame tocarlo, yo creo que tiene fiebre o lo


picó una crucera. ¿Cómo se le ocurre que tenemos que privarnos de
un banquete y además vigilar la fiesta?

–Es lo que deseo, saben que nunca hago pedidos, pero se trata
de una fiesta, algunas aves emigran y las vecinas las quieren despe-
dir. No es mucho, será un favor de amigos.

–Creo, Don Joaquín, que tomó mucho sol y se le asoleó la


cabeza –agregó Luisita–. Convendría que se diera un baño en el
arroyo. Solicita algo absurdo, esos favores no se piden, y menos
cuando se trata de comida, me parece que a usted no le enseñaron
las leyes de la naturaleza.

Quedaron en silencio, que quebró la voz de Carmelito: –Está


bien, Luisita, vamos a ayudar a Don Joaquín, es un amigo. Es ver-

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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dad que nunca hace pedidos y no debemos olvidar que con los años
se ha puesto medio bobo–. Y dirigiéndose al tero dijo:

–Don Joaquín, no vamos a comer a nadie, pero ¿qué quiere que


hagamos?

–Muy sencillo –contestó el tero– recorren los alrededores del


tajamar y, si aparece algún delincuente con malas intenciones, sin
ofender a los presentes, lo corren de la zona y asunto terminado.

–Muy fácil –acotó Luisita– viene el primo de mi esposo, el


zorrino Eufenio, lo corro y me peleo con él para toda la vida, o
viene el tío de Silvina, Carmelito lo muerde y la familia nunca más
lo saluda. Haga el favor Don Joaquín, se le ocurre cada cosa.

–Está bien, hagan de cuenta que no pedí nada, ya me las voy


a arreglar, pero les aconsejo que no se arrimen al tajamar, no van a
poder pasar y además, me enojaré con ustedes.

–Pare, pare Don Joaquín, no se ponga así, estamos conversando,


déjeme pensar –dijo Carmelito.
Volvieron a guardar silencio y de pronto llegó Martina.

–Bueno, aquí tenemos a alguien que nos puede ayudar.


–¿Qué hay, qué aventura tenemos? –preguntó la liebre.

Carmelito informó lo que pedía Don Joaquín. Martina escuchó


atentamente, quedó un momentito seria, luego se tiró al suelo
y soltó unas carcajadas.

–Buenísimo, Don Joaquín, me parece fantástico, quiero ver a


estos dos personajes corriendo a los parientes que aparezcan, ja, ja.
Don Joaquín argumentó: –Si viene a meter lío, puede irse.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Está bien, voy a colaborar, quizás Carmelito puede disfrazarse


de perro, así no lo reconocen, ja, ja y a Luisita le ponemos unos
cuernos con ramas de árbol y la disfrazamos de chiva, ja, ja, ja.
Don Joaquín le dio flor de picotazo.
–Bueno no se enoje, Don Joaquín, hay que tomar la vida un
poco en broma, ja, ja. Les doy una idea, traen a Lobo y cuando
aparece alguien, se acercan con el perro y le explican lo que está
pasando. Si el visitante se hace el loco, Lobo los corre y asunto
arreglado.

–Eso está mejor, creo que así lo podemos hacer. Está bien Don
Joaquín, si Luisita está de acuerdo, sigamos adelante. Ya se nos va a
ocurrir algo.
Luisita dijo que sí y Martina burlándose gritó: –Yo los voy a
ayudar, pero después de la fiesta le contaré al vecindario el trabajito
que se mandaron el zorro y la zorrina renegados de sus camaradas,
ja, ja –y desapareció antes de que la agarraran.

Vigilancia

La mañana de la fiesta los amigos fueron al tajamar escondido,


para ponerse a las órdenes de Donata, la gansa organizadora. Aun-
que Carmelito y Luisita hicieron el camino bastante incómodos,
porque Martina y Lobo se burlaban de ellos.

–Apuren muchachos, si llegan tarde los van a poner en penitencia.

–No se distraigan, puede aparecer un zorro o un zorrino y van a


tener que correrlos a palos, y eso se va a comentar en toda la zona,
je,je.

–Carmelito, pídale al carancho Martínez que le vuelva a pelar


la cola, así nadie lo conoce.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Donata y don Joaquín los recibieron:

–Muchas gracias por su colaboración, ya contó Don Joaquín


que se ofrecieron voluntariamente y eso vale mucho, conociendo
sus instintos y costumbres alimentarias. Valoramos su actitud, son
profesionales.

La gansa continuó: –Ubíquense rodeando el tajamar, no muy


cerca, y el Pardo Martínez les avisará si aparece algún bandido. Ay,
perdón, me olvidé con quien estoy hablando, disculpen.

–Donata, cuente con nosotros, desde un principio estuvimos


dispuestos a colaborar, pero Don Joaquín se opuso.
Donata miró al tero: –¿Cómo es eso Don Joaquín, puso obstáculos
a la organización?
Don Joaquín quedó sin palabras, mientras Luisita y Carmelito
le hacían gestos y morisquetas.

–Bueno, vamos a trabajar –y los amigos se separaron para empezar


la vigilancia.
Después de mediodía, el Pardo Martinez avisó desde el cielo:
–Carmelito, un par de zorros vienen bajando del cerro.
Carmelito los interceptó y cuando los zorros lo vieron le pregunta-
ron: –¿Camarada, dónde es la reunión?, venimos hambrientos, ¿us-
ted ya comió o se une a nuestro banquete?

–Les aconsejo que se vayan, nos informaron mal, dijeron que


era una reunión de despedida, pero no por viaje de placer. Las aves
están apestadas y, si se acercan, se contagian. Me salvé porque me
advirtió Luisita, la zorrina.
Los zorros se sorprendieron: –Menos mal que nos encontramos
con usted, si no la quedamos. Muchas gracias por advertirnos.
Los zorros se retiraron a la carrera, cerro arriba.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Pasó un ratito y el Pardo Martinez volvió a gritar: –Zorro del


lado de Martina y zorrino del lado de Luisita.
Martina se echó de costado y rogaba: –Por favor que alguien
me coma, no aguanto este dolor.
El zorro se acercó relamiéndose, pero al ver que la liebre se
quejaba, preguntó: –¿Qué le sucede?

–Las aves se reunieron y pidieron a las víboras que no dejaran


acercar a nadie que no fuera pájaro, ellas en pago les dieron huevos.

–Ajá ¿y si me acerco?

–Si se acerca no tendrá suerte, debe haber más de treinta víboras


y no perdonan a nadie. Zorro, no sabe el dolor que tengo, no sea
malo, cómame por favor, solo quiero aclarar que estoy un poquito
envenenada y no sé cómo le caerá a su barriga.
El zorro dio media vuelta para retirarse, pero antes se dirigió a
Martina:

–Mire liebre, con gusto me la comería, pero no estoy en edad de


envenenarme. En cuanto a las aves, que se las coma otro. Ya me ha-
bían advertido que esta zona es medio complicada para comer algo.
Y el zorro se alejó rezongando, mientras que Luisita se enfrentaba
con el zorrino que venía muy decidido hacia el tajamar:

–Pare, compañero, no siga, esa reunión no es para nosotros, las


aves trajeron tres águilas moras para protegerse y ya se han comido
dos zorrinos, una liebre y medio zorro. Le aconsejo que dé vuelta y
se marche. Yo estoy esperando a mi esposo que fue a tomar agua y,
en cuanto regrese, nos vamos.
De esa forma los vigilantes fueron salvando su reputación, hasta
que apareció un tremendo gato montés y, al verlo, los tres amigos se
refugiaron en unos arbustos detrás de Lobo.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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El perro, que no conocía esa clase de gato, lo miró y le ladró:

–Ahora sí que completo el día, de mañana comí una liebre,


después cacé un zorrino y ahora tengo gato de postre.
El gato lo miró despectivamente y maulló:

–No será la primera vez que destruyo con mis uñas un perro
corbata y menos un perro pulguiento al que no se le ven los bigotes
del miedo que tiene.
Lobo no se achicó: –Venga, acérquese que le tengo un miedo
bárbaro, venga nomás, que con mi cinco hermanos nos vamos a
divertir masticando gato.

–¿Dónde están esos perros que no los veo?

–¿Quiere sentirlos? Espere un poco –Lobo miró a los arbustos,


ladró y le hizo una seña a Martina. Los amigos escondidos imitaron
los ladridos.

El gato montés paró las orejas, observó los arbustos y, no muy


convencido se alejó farfullando:

–Ustedes serán muchos, pero deben de estar bastante debiluchos,


porque esos ladridos son de perro enfermo. No me extrañaría que
estuvieran sarnosos. Me voy, pero conste que no me retiro por te-
mor, sino porque no quiero tener que darle una paliza a una manga
de perros maltrechos, para que luego anden comentando que soy un
abusador. Cuando el gato montés se marchó, los tres amigos salie-
ron de los arbustos suspirando: –De la que nos salvamos, si ese gato
ataca, se termina la vigilancia en el cerro, no queda nadie.
Desde el cielo oyeron al Pardo Martínez: –Compañeros, no se
pongan a conversar, continuemos la vigilancia.
Y al separarse cada uno ocupó su lugar.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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La fiesta

Fueron llegando los invitados: primero Fito, Angélica y algunos


gansos de la zona, luego Gerónimo con cuatro gallinas, Jorge
Quinto con su pava Domitila y seis perdices. Los esperaban Donata
y catorce gansos de la Laguna:

–Bienvenidos, qué gusto verlos.


Jorge Quinto saludó nervioso:

–Muy contenido, digo muy contanto, perdón quiero decir


muy contento, Donata, muy emocionudo, digo emocionado por
habernos invitado.
Fito le explicó a Donata que el pavo hablaba mal porque era
extranjero, pero eso sí, muy buen vecino.
Gerónimo, dio un tremendo cucurucú y picoteó algunos maíces
que Donata había esparcido para los invitados.
Jacinto llegó con doce gallinas que enseguida se pusieron a
cacarear con los invitados.
Más tarde vino un matrimonio de chajás, Donata los presentó en
forma general: –Los esposos Escobino Peláez y su señora Felicita
que viven en la laguna y nos han ayudado a organizar esta despedi-
da. Los chajás se manifestaron con su característico:

–Chajá, chajá

–y se integraron a la reunión.
Apareció Josesito el cardenal que, con un sabiá y dos zorzales, se
pusieron a cantar para realzar la fiesta. De pronto el cielo se cubrió
con una bandada de golondrinas, una formación de cisnes de cuello
negro y patos de laguna. Todos gritaron:

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Ahí vienen los viajeros, ahí vienen los viajeros. Y las aves se
posaron en el agua y en las ramas de los árboles que rodeaban el
tajamar y saludo va, saludo viene, se formalizó la reunión.
Las aves comían semillas que habían traído las hormigas y picotea-
ban bichitos del suelo.

De pronto se escucharon gritos y apareció una bandada de patos


que volaba en forma desorganizada haciendo ridículas piruetas.
A la orden de uno de los patos, se tiraron en picada y se zambulleron
en el tajamar, salpicando a los presentes.
Reinó el silencio.
Fito, que nadaba conversando con unos cisnes, alarmado miró a
los patos que salían del agua y dio un fuerte graznido: había recono-
cido que entre ellos estaban Reginaldo Fonseca, Toribio y Mariano
Fleitas. ¡¡¡Fonseca y sus secuaces!!!

–¡No puede ser! ¿Quién los invitó? Hace dos años fueron expulsados
del vecindario y ahora se atreven a volver.
Los patos continuaban con su jolgorio y empezaron a salpicar
con agua a todos los presentes.
Al ver a Fito, Reginaldo Fonseca vociferó burlonamente: –Hola
solterón, veo que ya conseguiste gansa flaca y… ¿qué otra macana
hiciste en nuestra ausencia?

–Parece que por aquí todo sigue aburrido, pero no se preocupen


que los vamos a divertir comenzando por una guerrilla de barro

–auguró Toribio Fleitas y empezaron a tirar barro.


Los patos que vinieron con ellos comentaban: –Qué divertidos
son Fonseca y sus amigos, se les ocurre cada cosa.
Continuó la reunión y los vecinos conversaban con los homenajea-
dos sobre el viaje que iniciarían.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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En la tardecita, los emigrantes empezaron a prepararse para su


largo viaje, estaban bastante molestos con las bromas de los patos
que no habían parado de gritar y hacer correrías, ensuciando la ori-
lla del tajamar.

Donata se levantó y pronunció su discurso:

–Queridos vecinos, gracias por haber venido. Hoy es un día muy


importante, pues despedimos a estos amigos que viajan para tierras
lejanas. Les deseamos buen viaje, que vuelen por cielos despejados y
que no encuentren tempestades o cazadores en su camino.
Mariano Fleitas interrumpió: –Esos viajeros son unos vivos, se
van al calor, a tomar sol, mientras que nosotros nos tenemos que
quedar en el frío. Toribio Fleitas agregó: –Si encuentran cazadores,
no se olviden cuando regresen, de traernos unos chumbos de regalo.

–Silencio por favor –dijo Donata y continuó: –Deseamos que


cada uno pueda cumplir sus deseos y lleguen sanos a destino, los
vamos a extrañar.

Reginaldo Fonseca refutó: –Mentira, mentira, no los vamos a


extrañar, porque ahora tendremos más comida, estos viajeros son
como lima nueva, se comen todo.
Los chajás se pararon, se acercaron a los patos y dijeron en voz baja:

–Se callan o los callamos a picotazos.


–Tranquilo viejo, era una broma –contestaron los patos salpicándo-
los con agua barrosa.

Donata continuó: –También preparamos una sorpresa–. Y las


gallinas con los gansos se formaron en la orilla, y bajo la dirección
de Jacinto y Fito comenzaron a cantar en coro.
La letra de la canción se refería a vuelos en paz, sin peligros y

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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deseo de formación de nuevas familias en sus próximos destinos.


Las aves, emocionadas, agradecían a medida que iban remontando
vuelo y en formación se iban alejando. El cielo se cubrió de
múltiples colores con las aves que emigraban.
Al quedar solo los vecinos, los patos continuaron molestando:

–Jacinto, muy bueno el coro de esas gallinas viejas que trajiste,


no así Fito que dirigió a esas gansas chuecas y desafinadas.
A todos se les terminó la paciencia.
Los chajás los sacaron a picotazos del tajamar, mientras Don
Joaquín fue a buscar a sus amigos que vigilaban los alrededores.

Cuando llegaron Carmelito y sus compañeros, Fito dijo: –Miren a


quiénes tenemos acá. Los recién llegados bramaron: –¡Fonseca y sus
secuaces!, tuvimos que soportarlos, los expulsamos y no aprendie-
ron la lección, debemos resolver qué hacemos con ellos.
Donata dijo: –Opino que los patos de laguna que acompañan a
estos maleducados se pueden ir, aunque no se portaron bien, fueron
incitados por estos Fonseca insoportables.

Aprobaron la moción de Donata que continuó: –En cuanto a


estos patos Marruecos, que han arruinado parte de la fiesta, propon-
go desplumarlos para que no puedan nadar ni volar, y se tengan que
ir caminando. Que la naturaleza decida qué va a hacer con ellos.
Carmelito y Luisita preguntaron: –¿Por qué no ahorramos
tiempo y los despachamos en la cena de esta noche?

Lobo intervino: –Aconsejo mandarlos a prisión. Les despluman


las alas para que no puedan volar, los llevamos al hábitat que tiene
el hombre y él los va a conservar hasta que los pueda cambiar en el
zoológico por otra clase de ave.
Estuvieron de acuerdo y Don Joaquín confirmó: –Bueno, Fonseca
y Fleitas, ya conocen su destino, van a ir al zoológico, allí les

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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van a sacar las ganas de molestar. Los patos, con las alas peladas, sin
decir palabra, fueron escoltados por todos los gansos y las gallinas
hasta el hábitat, donde Lobo se encargó de llamar al hombre quien,
al verlos, prestamente los encerró.
Martina comentó a sus compañeros: –La despedida estuvo
buena con esos coros de gallinas y gansos, los emigrantes se fueron
contentos, lástima que la vigilancia de Carmelito y Luisita fue muy
floja, y cuando les cuente a sus parientes qué hicieron, se van a tener
que mudar con Fonseca y sus secuaces.
Sin hablar Luisita tomó un palo, mientras Carmelito sujetaba a
Martina por las patas, para que no escapara.

–Era broma, era broma.

Los dos amigos se le tiraron encima y los tres comenzaron a


revolcarse por el suelo multiplicando risas.

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EL INCENDIO

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Corría una brisa suave en Laguna del Sauce, los campos


amarilleaban por la seca, el aire pesado dominaba el ambiente.
Una diminuta columna de humo comenzó a elevarse en los
pajonales. Nadie le dio importancia, pero la brisa se transformó en
suave viento, el humo aumentó y, lo que era una pequeña llamita
alimentada por los pastos secos y el viento, comenzó a caminar y se
hizo fuego voraz que iba quemando todo lo que encontraba en su ca-
mino. Pájaros, zorros, zorrinos, víboras y cuanto vecino habitaba la
zona, comenzaron a huir abandonando sus hogares y pocas perte-
nencias.

Don Joaquín, al ver su nido perdido, voló con Doña Cata a


refugiarse en el gallinero.
Martina buscó a su amigo Carmelito y juntos se dirigieron a la
cima del cerro. La liebre le trasmitió al zorro su preocupación por la
zorrina Luisita y su esposo Julián, pues el fuego había alcanzado la
zona donde vivían.

–Carmelito, creo que no vamos a poder huir, el fuego nos rodea


y viene subiendo el cerro.

–Tranquila, Martina, ya se me va a ocurrir algo.


Observaban temerosos el incendio cuando escucharon un chillido
conocido, era el Pardo Martínez que sobrevolaba la zona.

–Muchachos, si se quedan allí, no tienen escapatoria, vayan


corriendo hasta aquel arbolito, les indicaré un sendero salvador.

–Por favor Martinez, vuele por lo de Luisita a ver si le puede


dar una mano –pidió Martina.

–Espérenme en el arbolito –contestó el carancho– si el humo lo


permite, voy hasta el ombú de Luisita.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Mientras, las llamas encerraban totalmente a Luisita impidiendo


su salvación. Estaba sola, Julián había ido a la laguna a visitar a su
primo Eufenio. “Estoy perdida –se lamentaba–, de ésta no me
escapo. Se acabó, adiós amigos, acuérdense de esta zorrina asada
que tanto los quiere.”

De pronto oyó:

–Luisita no tenga miedo, vengo a salvarla. Pero para sacarla de


ese infierno, tengo que cerrar mis garras alrededor de su cuerpo –y
el carancho se zambulló entre el humo, agarró a Luisita y se la llevó
volando.
Cuando lo vieron Carmelito y Martina expresaron su contento:

–Bien, Pardo Martínez, usted es un héroe, rescató a una amiga.


Luisita quejándose mostró su gratitud: –Gracias Martinez, pero
la próxima vez límese un poco esas garras, me ha dejado perforada
por todos lados.
El Pardo riéndose contestó: –¿Vio como las tengo?, las afilé
anteanoche–. Y dirigiéndose a los demás continuó: –Muchachos,
deben apurarse, porque el incendio avanza muy rápido. ¿Ven esos
pajonales? Detrás de ellos hay un sendero que los llevará hasta el
otro cerro. Caminen con cuidado, no se separen, ese territorio es
monte cerrado y no lo conozco. Buena suerte.
El carancho partió y Carmelito elogiaba su acción: –Qué buen
vecino, pensar que en una época pretendí comérmelo.

–Así le fue –confirmó Martina.


Y la risa los animó recordando el rabo que le había dejado el
Pardo Martinez.
El zorro comenzó a organizar la expedición: –Martina va adelante,
yo en el medio y Luisita atrás. Todos bien atentos, hagan uso de los
sentidos que la naturaleza nos dio. Al menor ruido, nos escondemos.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Esta noche decidiremos cuál será nuestro destino, hemos perdido


todo y nuestro territorio va a quedar destruido por mucho tiempo.
De esa manera empezaron una caminata a lo desconocido.
El cerro desconocido
Al llegar la noche, Carmelito olfateó carne y le dijo a sus compañe-
ros:

–Creo que es buen momento para comer algo y descansar.

Por el rastro encontraron los restos de una oveja. Cansados, se


echaron y se pusieron a comer. Martina, con cara de asco, dijo:
–Yo paso, me voy a comer unos pastos y veo si encuentro alguna
verdura.

–No se aleje mucho –recomendaron sus amigos.


Cuando regresó, conversaron sobre sus nuevos destinos. Martina
opinó: –Me puedo instalar en cualquier lado, no requiero casa
fija y como cualquier cosa. No soy exigente como ustedes que preci-
san carne. Aunque hoy han comido restos que estaban pasados,
olorosos, digamos podridos.

Carmelito sugirió: –Tendríamos que inspeccionar los alrededores,


porque la vegetación es muy cerrada y podría ofrecernos buen
lugar para vivir por un tiempo.

–No tengo problemas –aclaró Luisita– con mi líquido maravilloso


no corro peligro, pero considero que lo más prudente es irnos
a la Laguna, donde tenemos parientes que nos pueden acoger y no
hubo incendio.

–Eso está bueno –juzgó Martina–. ¿Pero cómo llegamos, si no


conocemos el camino y tenemos por delante este tremendo cerro?

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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–Paso a paso –dijo Carmelito– primero hay que decidir qué


haremos y luego cómo lo haremos. Apruebo la idea de Luisita, diga
usted Martina cuál es su decisión. Esperemos que no salga con algu-
na de esas bobadas que se le ocurren de vez en cuando.

–Bobadas son las que dicen ustedes: “No se aleje Martina, hable
despacio Martina, coma carne Martina”, como si yo fuera una liebre
tonta. Tengo más experiencia que ustedes dos juntos.
Y a continuación se paró y ceremoniosamente dijo:

–Yo, Martina, la única, la mejor de las liebres, he resuelto y


ordeno que me acompañen al seguro territorio de Laguna del Sauce.
Preparen la expedición que Martina, la única, la mejor, va a estudiar
la ruta que propongan y, si se me da la gana, la apruebo.
Los dos amigos se le tiraron arriba mordisqueándola.

–Paren, paren, hago lo que ustedes quieran.


Y cansados se durmieron, porque al amanecer comenzaría la
expedición.

La expedición

En cuanto el sol fue asomando, Carmelito manifestó: –Vamos


a subir al cerro para ubicarnos y determinar el camino. ¿Están de
acuerdo?

–Martina la única, la mejor dice: correctísimo señor Carmelito.


–No empecemos tan temprano –pidió el zorro.

Comenzaron el ascenso y a mitad del camino los sorprendió el


canto de un pájaro: –El cardenal Josesito –dijo Martina– vayamos
a su encuentro.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Al verlos Josesito confesó: –Al fin alguien conocido. Hace dos


días que vuelo sin orientación, no se imaginan lo que es aquello, el
fuego arrasó el barrio, solo se salvaron, porque cambió la dirección
del viento, las casas, los galpones, el chiquero y el gallinero. Todos
los vecinos se fueron, menos los que viven en cuevas, pero se ten-
drán que mudar porque no hay comida–. Tomó aire y prosiguió: –Al
ganado y a Felipe los llevaron con su majada al fondo del campo.
Lobo está a salvo en las casas y Don Joaquín y Doña Cata en el galli-
nero. –¡Qué desastre! –exclamó Carmelito–. ¿Se sabe cómo comen-
zó?

–Como siempre –parloteó Josesito– nadie sabe nada, tal vez fue
un descuido del hombre, un vidrio tirado, vaya uno a saber.

–¿Ustedes a dónde se dirigen?

–Hacia la laguna, allá tenemos parientes y amigos. ¿Quiere


venir?

–No, les agradezco, estoy esperando a unas palomas y nos vamos


a otro monte.
Se despidieron y continuaron su ascensión. Al llegar a la cima
escudriñaron el horizonte y descubrieron la laguna. A Luisita, que
había estado muy callada se le escapó: –¡Qué lejos y yo en mi esta-
do! Martina miró a Carmelito y dirigiéndose a la zorrina le preguntó:

–¿No me diga Luisita que está esperando familia?


Luisita afirmó tímidamente con la cabeza.

–¿Por qué no nos avisó? Desde ahora usted pasa al medio,


Carmelito va adelante y yo atrás, no podemos arriesgarnos a per der
futuros vecinos que necesitamos en la zona. Cualquier dolor o
cansancio nos avisa.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
Biblioteca Plan Ceibal

Después de considerar el estado de Luisita, decidieron ir más


despacio y tomar descansos más prolongados. Carmelito volvió a
olfatear un rastro de carne.

–Espérenme, creo que tenemos comida cerca, voy a investigar.


Estén atentos porque sentí un olor que no consigo identificar.
Al rato volvió y dijo: –Parece que alguien nos estuviera dejando
alimentos, acabo de encontrar otros restos de oveja junto a unas vie-
jas construcciones de piedra, creo que es un buen lugar para pasar
la noche. Y allí quedaron, entre muros medio derruidos, invadidos
por pastos. Martina recorrió la zona y alertó a sus amigos que aden-
tro de la construcción había un pozo profundo.
Se echaron a comer y Martina salió a buscar pastitos. Cuando se iba
alejando gritó: –Sí ya sé, “no se aleje Martina, tenga cuidado Marti-
na.”

Facundo y Dorotea

Facundo y Dorotea eran dos gatos monteses, que escaparon del


zoológico durante un tremendo temporal que azotó a la ciudad de
San Carlos.
Huyeron de noche, se refugiaron en el primer cerro que tenía
un monte cerrado y con el tiempo lo convirtieron en su territorio.
Precisamente en ese cerro estaban los tres amigos pasando la noche.
Dorotea era la esposa de Facundo, se habían conocido en el
zoológico, no tenían hijos y eran muy unidos. Cazaban juntos y no
permitían que nadie les usurpara su dominio.

–Facundo, alguien nos está comiendo los alimentos. Busquémoslo,


debemos darle un escarmiento. Vayamos a la cumbre, que
allí dejé otro sobrante de carne para mañana.

–Dorotea, no te preocupes, al que se atrevió a comer nuestros

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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alimentos, lo voy a cortar en pedacitos. Martina, que buscaba comi-


da en un pajonal, escuchó la conversación y corrió a prevenir a sus
compañeros: –Tenemos visitas, dos gatos monteses y están muy
enojados porque les comimos la carne. Vienen para acá, si no hace-
mos algo esta noche somos la cena de esos gatos monteses.
Los tres amigos se escondieron entre los pastos de la construcción.
Carmelito dijo: –Piensen algo rápido, no podemos pelear con
esos gatos, y menos en el estado que está Luisita.
Martina propuso: –Usemos el pozo, junten ramas y pastos y
preparamos una trampa, disimulamos el pozo, nos paramos del otro
lado y esperamos que nos ataquen.

–Está bueno, pero si el plan falla, no se salva nadie.

–¿Alguna otra sugerencia?

–Sí –dijo Carmelito– usted Luisita se queda de este lado del


pozo y si la cosa se pone peligrosa, por lo menos puede defenderse
con su líquido perfumado.
Armaron la trampa, Carmelito y Martina saltaron por encima
del pozo, Luisita se escondió entre las piedras y se pusieron a espe-
rar a los peligrosos gatos.

Dorotea fue la primera que olfateó a los enemigos: –Preparate


Facundo, siento olor a zorrino.
Los gatos caminaban agachados, sigilosamente, prontos a saltar.
Al llegar frente a la construcción, vieron al zorro y la liebre y
comenzaron a reírse.

–Miren quiénes eran los audaces que se comían nuestra comida,


un zorro atrevido, aventurero y ladrón y una liebre flaca que ni
el zorro quiere comérsela.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
Biblioteca Plan Ceibal

–Muy bien. ¿Tienen algo que decir para disculparse de su osadía?


Carmelito bramó: –Claro que tengo algo que decir, no les
tenemos miedo porque perdimos todo en el incendio y estamos
decididos a pelear por nuestro honor que es lo único que nos queda,
manga de gatitos sarnosos.
Martina no se quedó atrás: –Nunca había visto un par de bichos
tan feos, bigotes cortos, cola arrugada, piel desteñida y patas
sin uñas. Los gatos se prepararon para saltar y amenazaron: –In-
deseables, van a probar nuestras uñas y dientes y a comprobar que
están ante dos señores gatos monteses que no admiten insultos ni
invasiones –y Facundo saltó y para su asombro cayó en la trampa.
Dorotea, al ver que su esposo caía en el pozo, se detuvo en el
borde. Circunstancia que no estaba prevista, pues los amigos pensa-
ron que los gatos saltarían al mismo tiempo.

–Carmelito, este es nuestro fin, la gata salta y nos liquida, prepárese


para lo peor.

–Martina, no me voy a quedar quieto, voy a pelear. Me alegro


mucho de haberla conocido, ha sido un honor correrla por todo el
campo.
Del fondo del pozo se sintió el grito de Facundo:

–Doroteaaaa, no me abandone, solo no puedo salir. Deje por


ahora a esos bandidos, ponga la cola en el pozo, yo me agarro a ella
y usted me sube.

–Facundo, no creo que pueda, usted es muy pesado.

–Probemos, ponga la cola.


La gata giró, puso la cola en el pozo y Facundo la tomó.

–Tire Dorotea, tireeeee.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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La gata caminó con mucho esfuerzo arrastrando a su esposo


y pudo escuchar el grito de Luisita que salía de su escondite: –Por
Carmelito y Martina, por mis amigos –y se enfrentó a Dorotea y la
bañó. La gata no podía ver y desorientada por el olor, perdió el equi-
librio y cayó adentro del pozo arrastrada por el peso de su esposo.
El zorro y la liebre no salían de su estupor. Carmelito exclamó:

–¡Esa zorrina sí que es valiente, corramos antes de que esos


gatos salgan del pozo!

–No creo que puedan salir, el pozo es muy profundo –alardeó


Martina.

Los tres amigos corrieron ladera abajo. Cuando estaban a una


prudencial distancia, Martina manifestó:

–Sigan ustedes, olvidé algo, pero los alcanzo en un momento

–y trepó nuevamente el cerro. Al llegar a la cima, se acercó al pozo,


asomó la cabeza y gritó:

–Muchachos, mi nombre es Martina, ¿ustedes cómo se llaman?

Los gatos desconfiando de la liebre contestaron: –¿Y a usted


qué le importa?

–Me importa saber el nombre de los dueños de este territorio a


quienes les puedo dar una mano.

El gato estupefacto respondió: –Mi nombre es Facundo y Dorotea


es mi esposa y sepa que no tenemos miedo de quedarnos aquí
abajo. Martina sonrió y dijo: –Vamos muchachos, no sean tan orgu-
llosos, si me prometen que no nos perseguirán, los ayudo a salir.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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No me gusta dejar a nadie en las condiciones que están ustedes.

–Está bien, aceptamos, pero no le cuente a nadie lo que sucedió

–solicitaron los gatos–. Debemos conservar el respeto que nos


tienen en la zona.

–Hecho, nos comprometemos mutuamente –acotó Martina.


Martina buscó unas ramas largas y las arrojó dentro del pozo.
Los gatos se dijeron “con esto nos arreglamos”.

–Bueno muchachos, disculpen nuestra visita, estamos de paso


hacia la laguna. Gracias por la comida. Me deben una.

–Resultó buena liebre esa flaca Martina –dijo Dorotea y comenzaro-


na subir. Martina alcanzó a sus compañeros, Carmelito la miró y le
preguntó:

–¿Lo que olvidó era muy importante?


–Sí. Muy importante –contestó la liebre.

Carmelito le guiñó un ojo y le dijo: –Yo hubiera hecho lo mismo.


Por algo usted es mi amiga.
La laguna
Caminaron toda la mañana y el olfato les indicó que se estaban
acercando al agua. Oyeron el grito de Eufenio, el zorrino primo de
Julián:

–¡Qué alegría!, creíamos que no se habían salvado del incendio,

Julián estaba desesperado por ir a buscarla.


En eso apareció Julián y tirándose encima de Luisita se puso a
llorar. Luego de hacerse unos mimos de zorrino, Luisita le dijo a su

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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esposo: –Me cuidaron durante todo el camino. –Gracias, compañe-


ros. Deseo que ustedes también encuentren a sus parientes. Ha sido
un duro y largo incendio y vamos a demorar un tiempo en volver a
nuestro territorio.

Luisita abrazó a sus dos amigos que, al trotecito, fueron en


busca de Silvina, la esposa de Carmelito.
Al llegar cerca de la costa de la laguna, el zorro dijo:

–Si no me equivoco, creo que la casa es aquella que está en el


monte de cipreses calvos.
Al acercarse salió Silvina y se repitió la escena de los zorrinos.
Nuevos llantos, nuevos mimos, pero esta vez mimos de zorros.

–Bueno dijo Martina, me voy a buscar un pajonal, nos vemos


en unos días.
Silvina inmediatamente sujetó a la liebre de la cola diciéndole:

–Disculpe Martina, pero de la casa de mis padres no se va nadie


sin mi permiso. Usted es demasiado amiga para irse a vivir sola y
menos con el hambre de liebre que tenemos. Hasta que regresemos,
usted se queda a vivir con nosotros, con la única obligación de que
todos los días salga a correr con Carmelito.

Martina, reflexionó: –Si me quedo es por usted, porque a este


zorro no lo aguanto más, me tuvo todo el camino dando órdenes,
“Martina haga esto, Martina haga aquello, Martina no se aleje”.
La verdad es que no lo soporto más, y diciendo esto se acercó a
Carmelito y lo abrazó.

Los tres entraron a la casa que por un largo tiempo iba a ser su
hogar. Pasó el otoño, pasó el invierno y al llegar la primavera los
vecinos se acercaron a su entrañable territorio, dispuestos a recons-

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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truir sus hogares, reorganizar su vida y hacer revivir la zona de La-


guna del Sauce, en la que sus habitantes, cumpliendo con las leyes
de la naturaleza, con sus diferencias y sus instintos, habían aprendi-
do a convivir en paz.

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Cuentos de la Laguna del Sauce Tomo 2 • Miguel Malmierca
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Índice

FELIPE Y LOBO / 5

CAZADORES / 22

MATILDE / 37

JORGE QUINTO Y ATAHUALPA FERNÁNDEZ/ 52

LA CUEVA DE PRUDENCIO VILLALBA/ 67

EMIGRANTES / 78

EL INCENDIO/92

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