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PSICOANÁLISIS Y DISCAPACIDAD – Elsa Coriat

Revista Imago (N° 102) Agosto 2006.

La primera vez que me invitaron a dar una conferencia sobre Psicoanálisis y Discapacidad, fue en 1994. Sintiéndome un
poco ajena a semejante título, comencé diciendo lo siguiente: “Lo mejor será que empecemos por ponernos de acuerdo
acerca de qué es lo que la palabra discapacidad significa. Lo propongo porque, al no ser un concepto ni definido ni
utilizado por ninguna teoría científica, se presta a ser soporte de todos los malentendidos de la lengua. Esta vez tampoco
nos puede ayudar mucho el diccionario: en él no figura, lo cual quiere decir que es un vocablo acuñado en las últimas
décadas, de muy reciente aparición, a pesar de que en la actualidad todo el mundo lo utilice. Lo que el diccionario sí dice es
que dis es un ‘prefijo que denota negación o contrariedad’ y que una de las acepciones de capacidad es ‘aptitud o
suficiencia para alguna cosa’. El uso cotidiano de discapacidad coincide plenamente con este sentido, refiriéndose a que
algo falla en la capacidad de funcionamiento de una persona, ya sea en el nivel motriz, sensorial o mental ”1.

Ha pasado poco más de una década y ya hay toda una generación que ni sabe que el significante discapacidad, tan
extendido hoy día en nuestro medio, es así de nuevito en nuestra lengua. 
Sin embargo –y a pesar de su novedad– tantos han sido los cambios culturales al respecto que la manera de definirlo ya está
desactualizada. ¿Por qué digo esto? Porque el diccionario dice “discapacidad: f. Cualidad de discapacitado” y
“discapacitado, da: adj. Dicho de una persona: Que tiene impedida o entorpecida alguna de las actividades cotidianas
consideradas normales, por alteración de sus funciones intelectuales o físicas” –o sea que la significación reposa sobre
“discapacitado”–, mientras que en el momento actual se está comenzando a utilizar “persona con discapacidad” como
preferible a “discapacitado”.  
Las modificaciones en la lengua provienen de los esfuerzos realizados por distintos organismos e instituciones que buscan
apartar los prejuicios que nos habitan frente a los individuos con determinados problemas. Los cambios de nomenclatura,
por un lado, acompañan y contribuyen a las profundas transformaciones sociales y culturales que se han producido en el
campo de lo que ahora se llama discapacidad y, por otro, se convierten en los nuevos odres que transportan el vino ya
agriado de los viejos prejuicios. 

De todas formas, se avanza: no es lo mismo relacionarse con una persona con discapacidad que con un discapacitado o,
previamente, con un minusválido, o con un incapacitado o un pobrecito o... sin nombre.  
El significante “discapacidad” le es tan ajeno al psicoanálisis como el significante “normalidad”; incluso un poco más, ya
que cuando necesitamos recurrir a este último podemos relacionarlo con la norma, en tanto hermana menor de la Ley,
(aunque no siempre funcione así). Pero al significante “discapacidad” no tenemos manera de integrarlo más que...
analizándolo y, aún así, tiene fallas intrínsecas: es una bolsa de gatos que reúne contenidos demasiado disímiles. 
Formo parte de un equipo interdisciplinario que trabaja en la clínica de niños con problemas del desarrollo. Cada tanto pasa
algún estudiante o profesional por nuestra institución que nos pregunta: “Ustedes trabajan con síndrome de Down ¿no?”,
también pueden preguntarnos si trabajamos con parálisis cerebral, o con lo que sea; en todos los casos respondemos “No.
Nosotros trabajamos con niños, niños que pueden tener distintos diagnósticos o todo tipo de problemas”. Es completamente
diferente tomar como paciente a un niño que a un síndrome de Down. 

El primer paso de la operatoria clínica pasa por ubicar, de la manera más precisa posible, el diagnóstico médico, pero con
esto viene entrelazado el escuchar qué lugar ocupa este niño para sus padres y la situación actual de su armado psíquico. El
segundo paso será devolver a los padres aquello que pudo ser ubicado y escuchado, cuáles son los problemas detectados y
qué caminos podemos proponer para su tratamiento; pero en esta devolución se hace presente que, antes que nada, estamos
hablando de un niño, que un niño no es (ni se hace) sin sus padres, y que lo que este niño llegue a ser y a hacer dependerá
más del lugar que se le dé que de las limitaciones que pueda imponerle su problema orgánico. 

En uno de mis párrafos favoritos, dice Freud: “Porque hacemos resaltar la importancia de las impresiones infantiles, se nos
acusa de negar la que corresponde a los factores congénitos. Este reproche tiene su origen en la limitación de la necesidad
causal de los hombres, que, en abierta contradicción con la estructura general de la realidad, quisiera darse por satisfecha
con un único factor causal. Rehusamos establecer una oposición fundamental entre ambas series de factores etiológicos.
[...] El destino de un hombre está comandado por dos poderes, daimon y tyche.1 

El concurso de distintas disciplinas para dar cuenta de los distintos “factores etiológicos” que arman la combinatoria del
“destino” me parece imprescindible para el trabajo clínico a efectuarse con niños con problemas de desarrollo –me refiero a
pediatría, kinesiología, psicomotricidad, fonoaudiología, psicopedagogía, estimulación temprana, etc.– pero entre ellas, por
ahora, el psicoanálisis necesariamente ocupa un lugar clave. ¿Por qué? Porque la clínica de niños necesita tener en cuenta
que, a diferencia de un adulto, los pasos de su constitución como sujeto del deseo no están concluidos, y que esto implica
una transformación ética y operacional en la práctica de toda disciplina que trabaje con niños. En el seno del equipo en que
trabajo denominamos “ejes centrales para la clínica de niños” a los siguientes conceptos, pertenecientes todos ellos, excepto
el último, a la teoría psicoanalítica: constitución del sujeto, juego, transferencia, dirección de la cura e interdisciplina. 

El psicoanálisis puede dar cuenta de cómo la materialidad de la letra se imbrica con la materialidad de lo orgánico en el
surgimiento del deseo y la constitución del sujeto que lo implica. Las leyes que rigen esta imbricación –y léase aquí,
privilegiadamente, la ley de prohibición del incesto–, cuando el material orgánico viene con alguna falla más o menos
importante, no son diferentes a las habituales. 
Por otro lado, además de transformar la práctica de otras disciplinas, el psicoanálisis se hace necesario también –en tantos
casos, no en todos– como tratamiento específico, a cargo de un psicoanalista. 

Un niño con problemas del desarrollo, hoy, forma parte del gran conjunto de lo que se está llamando “personas con
discapacidad” pero, como decía, no nos dirigimos a la discapacidad, nos dirigimos al niño. 
Vale la pena subrayar que el campo de la discapacidad incluye no sólo a los adultos que, desde niños (ya sea desde su
nacimiento o desde muy temprano), tuvieron problemas en su desarrollo y que, en tanto tales, complicaron su constitución
como sujeto; incluye también a los jóvenes y adultos que, ya constituidos (si se puede decir así), pasaron por algún
accidente que dejó lesiones irreversibles. La problemática psíquica planteada es, sobre todo al comienzo, bien diferente;
después, si el análisis avanza, como en todos los casos, de lo que se trata es de ver cómo se las arregla cada uno con la falta
que nos hace humanos. 
Resumiendo: tanto para niños como para adultos la “discapacidad” en sí sólo podría impedir un análisis desde las
posibilidades del analista. 
[Antes de escribir “las posibilidades” (del analista) había escrito “los prejuicios o las resistencias” (del analista), pero
preferí atemperarlo para subrayar que me parece más ético y menos prejuicioso aquél que se da cuenta de sus propias
limitaciones que aquél que dice, de palabra: “Para mí es igual a cualquier otro paciente”, mientras que lo trata como si
fuera... discapacitado]. 
Si el psicoanálisis contribuyó a correr la línea que separaba “lo normal” de “lo patológico” tal vez pueda contribuir a que en
algún momento de nuestro recorrido cultural la imagen que la palabra “discapacitado” transporta sea plenamente absorbida
por la de “persona” (a secas) con tal problema o tal otro, es decir, sin desconocer el problema, pero no suponiéndole la
determinación del ser.  

1. Dinámica de la transferencia. 
2. “Psicoanálisis y discapacidad mental”, en El psicoanálisis en la clínica de bebés y niños pequeños de Elsa Coriat,
Capítulo XVI, De la Campana, La Plata, 1996

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