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«HACER SIEMPRE Y EN TODO LO MEJOR»,

SOBRE TODO, LO MEJOR PARA LOS DEMÁS


El martes 21 octubre de 1862, inspirado por el Espíritu, el padre José María Vilaseca emitía el Voto
de Amor, que bien podemos resumir en los siguientes versos:
De mi muerte en la hora tan dichosa,
¿Qué quisiera haber hecho a mi Señor?
Yo no dudo que serán mis deseos
haber obrado lo que es lo mejor.

[…]

Esto es un voto
que, con clamor,
me diga siempre:
¡Haz lo mejor!”

En abril de aquel mismo año, el fundador de la Familia Josefina había estado al borde de la muerte
por haber enfermado de tifo mientras daba ejercicios espirituales. Los médicos lo desahuciaron y en
la tarde del lunes 14 de abril le administraron la unción de los enfermos. Sin embargo, pudo
sobrevivir, y durante el tiempo de su convalecencia, entre abril y octubre, maduró su decisión de
entregarse por completo a Dios por medio del voto de hacer siempre y en todo lo mejor.
A partir de aquí el padre Vilaseca cimentó su vida en la firme determinación de que fuera lo que
fuera, costara lo que costara, siempre y en todo momento y con todas sus acciones, cumpliría
solamente la voluntad de Dios: haría siempre y en todo lo mejor.
Ciertamente, este voto es una necesidad para quien «ha llegado a un grado de madurez espiritual y
un alto grado de perfección cristiana» 1, lo cual también implica que tal modo de obrar será mejor
cuanto la persona goce de una mejor relación con Dios puesto que, después de haberse desprendido,
despojado, desapegado, de sí misma, en todo buscará realizar solamente aquello que Dios, su amado
amigo, quiere y que, además, por su íntima relación con Él, tendrá las luces necesarias para
realizarlo.
Ahora bien, ¿cómo puede un voto realizado por alguien tan maduro y avanzado en la espiritualidad
cristiana iluminar nuestra vida?
Naturalmente, nadie está obligado a prometer a Dios una actitud tan aventurada y tan ardua como
realizar siempre lo mejor, sobre todo si se toma en cuenta la limitación humana de conocer con
certeza científica qué es lo que Dios pueda pedirnos en cada momento específico de nuestra vida.
Por ello, hemos de fijarnos en aquello que anima esta decisión, su razón de ser, que no es otra cosa
que un «impulso de amor»2 que busca la unión profunda con Dios y la «configuración-
conformación con Jesús»3, es decir hacer lo mismo que hizo Jesús, quien en todo actuó con
sencillez, humildad y buscando el bien de los demás. Y en este punto es muy ilustrativo notar el
«fuerte el surgimiento apostólico del p. Vilaseca después de haber hecho este voto; basta con echar
un vistazo a todo el movimiento apostólico al que dio vida con el Propagador y demás
1
Sánchez, H., Itinerario espiritual vilasecano, p. 445, México, 2015.
2
Daza, A. Hacer siempre lo mejor, V, 6, a. (Sin fecha).
3
Ibíd., V, 6.
publicaciones, con el colegio clerical, con las fundaciones josefinas, con su arriesgada fundación de
casas y su persistencia para ir un día a misionar» 4.
Entonces, hacer siempre y en todo lo mejor nos debe llevar a servir a Dios por medio de aquello que
represente el bien para el hermano, lo cual implicará que en muchas ocasiones deberemos elegir
también lo que es más difícil para nosotros en un movimiento de renuncia al propio yo.
Así, entre dos o más opciones, ¿qué es lo mejor en cada situación concreta? Aquello que nos lleve
al bien de los demás, lo cual, como ya dijimos, no pocas veces será lo más difícil. De hecho, este
criterio del bien de los demás se hace palpable en la decisión del padre Vilaseca de continuar con
sus obras josefinas y separarse de la Congregación de la Misión, puesto que sus superiores le habían
pedido abandonar sus fundaciones. Sin embargo, tiempo después, el padre Vilaseca expresaba al
respecto: «lo que entonces se me exigía era evidentemente un acto de injusticia para con los
Josefinos y Josefinas, y esto no podía yo hacerlo en conciencia».5
Es, pues, gracias a esta determinación de hacer siempre y en todo lo mejor que los josefinos y
josefinas comenzamos a tener vida propia en la Iglesia. ¡Quién sabe que hubiera sucedido si el
padre Vilaseca no hubiera puesto a los demás en el centro de sus acciones!
Jesús mismo vivió, trabajó y se entregó por los demás. Vilaseca también vivió, trabajó y a sus hijos
nos entregó su vida. Que todos los josefinos, misioneros, hermanas y laicos, podamos también
hacer siempre y en todo lo mejor, sobre todo, lo mejor para nuestros hermanos.

4
Ibíd. VI.
5
Vilaseca, J.M. Pequeña historia, cap. XII, 1891.

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