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(Lección 5: ¿Por qué tuvo que morir Jesús?

70 ¿ Cómo nos saca Dios del remolino del mal?


Dios no se limita a contemplar cómo el hombre se destruye cada vez más a sí mismo y a la creación a
través de la reacción en cadena del pecado. Nos envía a Jesucristo, el Salvador y Redentor, que nos
arranca del poder del pecado.
[410-412,420-421]
«Nadie me puede ayudar»: esta formulación de la expe- riencia humana ya no es válida. Llegue a
donde llegue
el hombre a través de sus pecados, hasta allí ha enviado Dios Padre a su Hijo. La consecuencia del
pecado es la muerte (cf. Rom 6,23). La consecuencia del pecado es sin embargo también la maravillosa
solidaridad de Dios, que nos envía a Jesús como amigo y salvador. Por eso al pecado original se le llama
también fetix culpa: «Oh feliz culpa que mereció tal redentor» (Liturgia de la Vigilia Pascual).

76 ¿ Por qué se hizo Dios hombre en Jesús?


«Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo» (-> CREDOde Nicea-
Constantinopla). [456-460]
En Jesucristo, Dios ha reconciliado al mundo consigo y ha liberado a los hombres de la cautividad del
pecado. «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito» (Jn 3,16). En Jesús Dios
asumió nuestra carne humana mortal (-> ENCARNACIÓN), compartió nuestro destino terreno, nuestros
sufrimientos y nuestra muerte y se hizo en todo igual a nosotros, excepto en
el pecado.

87 ¿Por qué Jesús se dejó bautizar por Juan, aunque no tenía pecado?
Bautizar significa sumergir. En su bautismo, Jesús se sumergió en la historia de pecado de toda la
humani- dad. Con ello instituyó un signo. Para redimirnos de nuestros pecados sería sumergido un
día en la muerte, pero por el poder de su Padre sería despertado de nuevo a la vida. [535-537, 565]
Los pecadores —soldados, prostitutas, publícanos— saían al encuentro de Juan el Bautista, porque
buscaban «el bautismo de conversión para perdón de los pecados» (Le 3,3). En realidad, Jesús no
necesitaba este bautismo, pues él no tenía pecado. El hecho de que se sometiera
a este bautismo nos demuestra dos cosas. Jesús toma sobre sí nuestros pecados. Jesús ve su bautismo
como anticipación de su Pasión y su Resurrección. Ante este gesto de su disponibilidad a morir por
nosotros, se abre el cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado» (Le 3,22b).

94 ¿Sabía Jesús que iba a morir cuando entró en Jerusalén?


Sí. Jesús había anunciado en tres ocasiones su Pasión y su Muerte, antes de dirigirse consciente y
volun- tariamente (Le 9,51) al lugar de su Pasión y de su Resurrección. [557-560, 569-570]
96 ¿Por qué se condenó a un hombre de paz como Jesús a morir en la cruz?
Jesús colocó a su entorno ante una cuestión decisiva: o bien él actuaba con poder divino, o bien era
un impostor, un blasfemo, un infractor de la ley, y debía rendir cuentas por ello según la ley.
[574-576]
En muchos aspectos Jesús fue una provocación única para el judaismo tradicional de su tiempo.
Perdonaba pecados, lo que sólo puede hacer Dios; relativizaba el mandamiento del sábado; se hacía
sospechoso de blas- femia y se le reprochaba ser un falso profeta. Para todos estos delitos la ley
preveía la pena de muerte.

98 ¿ Quería Dios la muerte de su propio Hijo?


No se llegó a la muerte violenta de Jesús por desgra- ciadas circunstancias externas. Jesús fue
«entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previs- to» (Hch 2,23). Para que nosotros,
hijos del pecado
y de la muerte, tengamos vida, el Padre del Cielo «a quien no conocía el pecado, lo hizo pecado en
favor nuestro» (2 Cor 5,21). La grandeza del sacrificio que Dios Padre pidió a su Hijo corresponde sin
embargo a la grandeza de la entrega de Cristo: «Y ¿qué diré?: 'Pa- dre, líbrame de esta hora'. Pero si
por esto he venido, para esta hora» (Jn 12,27). Por ambas partes se trata de un amor que se
demostró hasta el extremo en la Cruz. [599-609, 620]
Para librarnos de la muerte, Dios se lanzó a una misión arriesgada: introdujo en nuestro mundo de
muerte una «medicina de la inmortalidad» (san Ignacio de Antioquía): su Hijo Jesucristo. El Padre y el
Hijo eran aliados inseparables en esta misión, dispuestos y deseosos de asumir sobre sí lo máximo por
amor al hombre. Dios quería llevar a cabo un intercambio para salvarnos para siempre. Quería darnos
su vida eterna, para que gocemos de su alegría, y quería sufrir nuestra muerte, nuestra desesperación,
nuestro abandono, para estar en comunión con nosotros en todo. Para amarnos hasta el final y más
allá. La muerte de Cristo es la voluntad del Padre, pero no su última palabra. Desde que Cristo murió
por nosotros, podemos cambiar nuestra muerte por su vida.

99 ¿Qué sucedió en la Última Cena?


Jesús lavó los pies a sus discípulos la víspera de su muerte; instituyó la -> EUCARISTÍA e inauguró el
sacer- docio de la Nueva Alianza. [610-611]
Jesús mostró su amor hasta el extremo de tres maneras: Lavó los pies a sus discípulos y mostró que
está entre nosotros como el que sirve (cf. Le 22,27). Anticipó simbólicamente su muerte redentora,
pronunciando sobre los dones del pan y del vino estas palabras: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros» (Le 22,19s). De este modo instituyó la Sagrada -> EUCARISTÍA. Y al mandar a sus ->
APÓSTOLES: «Haced esto en memoria mía» (1 Cor 11,24b), los convirtió en sacerdotes de la Nueva
Alianza. •» 208-223

100 ¿ Tuvo Jesús miedo ante la muerte en el Huerto de los Olivos, la noche antes de morir?
Puesto que Jesús era verdaderamente hombre, expe- rimentó en el Huerto de los Olivos
verdaderamente el miedo humano ante la muerte. [612]
Con las mismas fuerzas humanas que tenemos todos nosotros Jesús tuvo que luchar por su
asentimiento interior a la voluntad del Padre de dar su vida para la vida del mundo. En su hora más
difícil, abandonado por todo el mundo e incluso por sus amigos, Jesús se decidió finalmente por un sí.
«Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad» (Mt 26,42)

101 ¿ Por qué tuvo Jesús que redimirnos precisamente en la Cruz?


La Cruz, en la que Jesús inocente fue ajusticiado cruel- mente, es el lugar de la máxima humillación y
abando- no. Cristo, nuestro Redentor, eligió la Cruz para cargar con la culpa del mundo y sufrir el
dolor del mundo. De este modo, mediante su amor perfecto, ha conducido de nuevo el mundo a
Dios. [613-617, 622-623]
Dios no nos podía mostrar su amor de un modo más penetrante que dejándose clavar en la Cruz en la
persona del Hijo. La cruz era el instrumento de ejecución más vergonzoso y más cruel de La
Antigüedad. Los ciudada- nos romanos no podían ser crucificados por grandes que hubieran sido sus
culpas. De este modo Dios penetra en lo más profundo del dolor humano. Desde entonces ya nadie
puede decir: «Dios no sabe Lo que yo sufro».

102 ¿Por qué debemos nosotros también aceptar el sufrimiento ennuestravidayasí«cargar


con la cruz» y con ello seguir a Jesús?
Los cristianos no tienen que buscar el dolor, pero cuando se enfrentan a un dolor que no se puede
evitar, éste puede cobrar sentido para ellos si unen su dolor al dolor de Cristo: «Cristo padeció por
vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas» (1 Pe 2,21). [618]
Jesús dijo: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me
siga» (Me 8,34). Los cristianos tienen la tarea de mitigar
el dolor en el mundo. Sin embargo siempre habrá dolor. En la fe podemos aceptar nuestro propio dolor
y compartir el ajeno. De este modo el dolor humano se hace uno con el amor redentor de Cristo y con
ello se hace parte de la fuerza divina que transforma el mundo hacia el bien.

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