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David Friedman – La maquinaria de la libertad

Intro:

Murray Rothbard, el principal valedor del anarcocapitalismo moderno, acusaba a


Friedman de no odiar al Estado, de analizar su existencia y su justificación desde una
perspectiva meramente académica, como si el Estado fuera un error intelectual y no
una banda mafiosa que pisotea sistemáticamente los derechos de los individuos y
mereciera nuestra condena moral[1]. Friedman le daba la razón, sin arrepentirse

El anarquismo de Friedman, pues, es un anarquismo sin monopolio público de la


fuerza, no un anarquismo sin ley y orden. Este matiz es fundamental, porque los
críticos que solo ven hombres de paja acusan a los anarcocapitalistas de ingenuos por
defender un sistema poblado por santos, donde todos cooperan y nadie utiliza la
fuerza. Friedman no habla de abolir el uso de la fuerza para combatir el crimen, sino de
privatizarlo y descentralizarlo. el planteamiento anarcocapitalista es que, si tiene que
haber coacción, es mejor dispersarla que concentrarla. Si está dispersa, tienes a dónde
acudir en caso de que una de las facciones cometa abusos. Si está concentrada, el
potentado tiene poder absoluto. Otras objeciones, no obstante, tienen más enjundia.
Tyler Cowen, por ejemplo, en su crítica a las tesis de Friedman sostenía que si las
agencias de protección pueden cooperar entre sí para resolver sus conflictos y
adherirse a determinados estándares legales también pueden cooperar entre sí para
formar un cártel que acabe deviniendo en Estado.

Que el anarcocapitalismo sea naturalmente estable no resuelve la cuestión de cómo


llegamos a él en primer lugar. Tampoco cabe sugerir una hipotética y expedita
transición de un Estado mínimo a una sociedad sin Estado, dando por resuelta la
cuestión de cómo llegamos al Estado mínimo partiendo del Leviatán actual. Sobre todo
porque hay buenas razones para pensar que el Estado mínimo es un escenario
inestable que tiende al Leviatán.

Libro:

Yo creo, como muchos dicen creer, que todo el mundo tiene derecho a vivir su
propia vida —allá cada uno—. De ahí deduzco, como muchos de izquierdas, que toda
censura debería ser eliminada. Y que deberían revocarse todas las leyes contra la droga
—marihuana, heroína o la cura para el cáncer de cualquier charlatán—, así como las
leyes que obligan a equipar los coches con cinturones de seguridad.

También me opongo a los aranceles, subsidios, avales de créditos, proyectos de


remodelación urbana o ayudas a la agricultura —en resumen, a todos los numerosos
programas que ayudan a los que no son pobres (a menudo los ricos) con el dinero
arrebatado a los contribuyentes (a menudo los pobres).
Soy un liberal smithiano[14] o, en terminología norteamericana contemporánea, un
conservador goldwateriano[15]. Solo que yo llevo mi devoción por el laissez-faire más
lejos que Goldwater.

“La idea principal del libertarismo es que a cada uno debería permitírsele vivir su
propia vida como le plazca. Nos oponemos frontalmente a la idea de que se deba
proteger por la fuerza a las personas de sí mismas.” (22).

El concepto de propiedad permite, al menos, una definición formal de «dejar vivir» y


«coaccionar». Que esta definición se corresponda con lo que la gente normalmente
quiere decir con esas palabras —que una sociedad libertaria sería libre— no es en
absoluto evidente.

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