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Identidad. Lupicio Iñíguez
Identidad. Lupicio Iñíguez
UN RECORRIDO
CONCEPTUAL
Lupicinio Íñiguez
Unitat de Psicologia Social
Departament de Psicologia de la Salut i de Psicologia Social
Facultat de Psicologia
Universitat Autònoma de Barcelona
08193 Bellaterra (Barcelona)
Dirección electrónica: Lupicinio.iniguez@uab.es
Preprint de:
Crespo, E. (Ed.) (2001) La constitución social de la subjetividad. Madrid:
Catarata. pp.: 209-225
1
Es preciso introducir una advertencia terminológica. Existen dos palabras,
identidad y ‘self’, cuyo uso es a veces indistinto y a veces absolutamente
diferencial. ‘Identidad’está relacionada con la producción psicológica y social
más convencional y ‘self’ con las orientaciones más novedosas. En este
sentido ‘identidad’ refiere algo sustancial y ‘self’ algo más relacional y
contingente. En lo posible usaré cada una de ellas para marcoar su contexto
de producción. Imitando un recurso de Bruno Latour, escribiré, no obstante,
*identidad para ir añadiendo nuevo sentido tanto a ‘identidad’como a ‘self ‘.
En este primer apartado, presentaré siguiendo en parte a Cabruja (1996), a
Pujal (1996) y a Sampson (1991), un itinerario tentativo del tratamiento de la
identidad y el ‘self’ en la Psicología y la Psicología social, básicamente, con
algunas incursiones en áreas próximas. Un detalle no siempre coincidente pero
sí más exhaustivo puede encontrarse en las obras referidas. Lo he estructurado
siguiendo una lógica de menor a mayor esencialización del conceptos
identidad/self y de mayor a menor naturalización.
Así, del mismo modo que actuamos de acuerdo con lo que las personas o las
cosas significan para nosotros/as, nuestra identidad se va conformando
distintivamente de acuerdo con aquellos valores o creencias que vamos
incorporando en nuestra definición. Es en este sentido que se afirma que
somos y actuamos de acuerdo con aquello que narramos sobre nosotros
mismos y eso más que de acuerdo con una hipotética determinación natural u
objetiva.
Ni más ni menos, aceptar este punto de vista socio-histórico implica asumir que
la identidad/self es una teoría cultural, un conjunto de creencias sobre lo que es
ser una persona. En una feliz expresión de Harré (1985:262): “ser un self no es
ser cierta clase de ser, sino estar en posesión de una cierta clase de teoría”.
Diferentes culturas generan distintas teorías (Heelas y Lock, 1981; Gertz, 1973)
y la nuestra tiene una que describe a la persona como continente de algo
interior de carácter mental. La teoría encierra también supuestos sobre las
conexiones entre ese interior y el comportamiento explícito, a veces de tipo
causal y siempre primando la coherencia, por ejemplo. En efecto, en nuestra
cultura es esperable una consistencia entre los sentimientos internos y los
comportamientos, pero otras han definido una enorme independencia entre
ambos. Para nosotros hay una clara y definida frontera entre el yo y el no-yo,
coincidente con los límites de nuestro cuerpos, pero otras han generado límites
más borrosos o, directamente, no ven tal distinción.
Aunque solo fuera por eso, el argumento ya vendría a debilitar cualquier sostén
a una concepción de la identidad como determinada, sustentada o guiada por
un sustrato natural-biológico. Pero es que además, por esas mismas
propiedades de los seres humanos, sólo a través del lenguaje podemos entrar
en contacto con la experiencia individual y/o social que llamamos identidad con
la carga de ser nosotros y nosotras mismas como investigadores/as elementos
idénticamente producidos.
a) uno estrictamente lógico, es decir, algo (no tendría por qué referirse
necesariamente a la persona) o alguien relacionado consigo mismo
Pues bien, la *identidad puede ser vista como formando parte del mismo
proceso: cada “cierre operacional” en el sentido de la autopoiesis, cada
identidad individual lo es en tanto que producto colectivo definido en la
multiplicidad de acciones conjuntas que establecen la inteligibilidad de ser una
persona. En cada acción, se realiza para un sistema social dado, la concepción
de identidad pero, al tiempo, la transforma. No sabemos, como ya se ha dicho,
en cuanto pero sí que sin su contribución tal experiencia sería imposible. Esas
concepciones son discursos, es decir, prácticas que producen relaciones: la
posición y el rol, las normas que lo guían, las condiciones que hacen posible su
experiencia subjetiva, individual si se quiere, están estructuradas por la
comprensión conjunta que el discurso posibilita. No es por ello estático, sino e
sentido estricto dinámico, cambiante.
*IDENTIDAD
Memoria colectiva
+
Discurso
+
Elaboración conjunta de significados
Ana GARAY
Departament de Psicología de la Salut i de Psicología Social
2002
Mead se preocupa por entender cómo los seres humanos devienen seres
sociales y al mismo tiempo cómo construyen la sociedad. En congruencia con
esta preocupación, los fenómenos más importantes que va a estudiar son el
self como self social y la construcción social de la realidad. Pero esta
pretensión no es algo puramente especulativo puesto que en plena sintonía
con los intereses del pragmatismo, tanto Mead como otros interaccionistas
están sensibilizados hacia diferentes cuestiones sociales como son la reforma
social o el estudio del entorno urbano de la ciudad. Podría decirse que están
más interesados por el desarrollo y utilización del conocimiento social que por
los propios problemas disciplinarios (una característica no siempre fácil de
encontrar en otras orientaciones psicosociales).
Para Mead es preciso que exista una estructura común a fin de que seamos
miembros de una comunidad. No podemos ser nosotros mismos a menos que
seamos también miembros de un grupo o comunidad. Por lo tanto, el proceso
por el cual surge la persona es un proceso social que involucra la interacción
de los individuos del grupo e involucra la pre-existencia del grupo. El otro
generalizado es a la comunidad o grupo social que proporciona al individuo su
unidad de persona. La organización de las actitudes comunes al grupo es lo
que compone a la persona organizada. Una persona lo es porque pertenece a
una comunidad, en la medida que ésta Le proporciona lo que son sus
principios, las actitudes reconocidas de todos los miembros de la comunidad
hacia lo que son los valores de esa comunidad.
Esto plantea la duda general en cuanto a si puede aparecer algo nuevo y cómo
explicarlo. La respuesta es que “Prácticamente, es claro, la novedad se da
constantemente, y el reconocimiento de ello recibe su expresión, en términos
más generales en el concepto de emergencia”. (Mead, 1934, p. 223). Ello se
aprecia en la utilización del lenguaje: lenguaje común existe, pero se hace un
distinto empleo del mismo en cada nuevo contacto entre personas; el elemento
de novedad de la reconstrucción se da gracias a la reacción de los individuos
hacia el grupo al cual pertenecen. De hecho, “El yo es la reacción del individuo
a la actitud de la comunidad, tal como dicha actitud aparece en su propia
conciencia. Es un cambio que no se encuentra presente en su experiencia
hasta que tienen lugar. El yo aparece en nuestra experiencia en la memoria.
Sólo después de haber actuado sabemos qué hemos hecho. Sólo después de
haber hablado sabemos lo que hemos dicho”. (Mead: 1934, p. 222). Para
Mead, por tanto, la innovación se localiza en la acción, no es anticipable, ni
reflexionable mas que a posteriori. “Sólo después de haber realizado el acto,
podemos apresarlo en nuestra memoria y ubicarlo en términos de lo que
hemos hecho” (Mead: 1934, p. 228). La fase de la experiencia que se
encuentra en el yo, la acción del yo no puede ser calculada y representa una
reconstrucción de la sociedad.
Así pues, esas dos fases que aparecen constantemente en sus desarrollos
teóricos son las fases importantes en la constitución de las personas. El “mí”
puede considerarse como dador de la forma del yo. La novedad aparece en la
acción del “yo”, pero la estructura, la forma de la persona, es convencional. El
control social es la expresión del mí en comparación con la expresión del yo.
Mead, como se ve, afirma, por tanto, que el espíritu jamás puede encontrar
expresión y jamás habría podido tener existencia sino en términos de un medio
social: una serie o pauta organizada de relaciones e interacciones sociales
(especialmente las de la comunicación por medio de gestos que funcionan
como símbolos significantes y que, de tal modo, crean un universo de
raciocinio) es necesariamente presupuesta por él e involucrada en su
naturaleza. La sociedad humana, pues, depende, para su forma de
organización distintiva, del desarrollo del lenguaje.
Según Frederic Munné (1989), las bases de las teorías del rol y el concepto en
sí mismo se construyen a lo largo del paso al siglo XX. Son especialmente
relevantes las contribuciones de los psicólogos del self (Mead, James,
Baldwin), de los sociólogos de las normas y pautas sociales (Summer,
Durkheim, Ross) y de filósofos como Dewey.
La teoría del rol está de tal modo relacionada con el interaccionismo simbólico
que es difícil a veces distinguilas. Stryker resalta sus semejanzas en la tercera
edición del Handbook of Social Psychology “La teoría del interaccionismo
simbólico y la teoría del rol comparten ciertos elementos importantes. Ambos
enfatizan la necesidad de analizar los fenómenos sociales desde las
perspectivas de los participantes en los procesos sociales, esto es, la
necesidad para el observador externo de traer dentro de los modelos
explicativos las experiencias subjetivas y actuaciones de auquellos que son
observados” (Stryker, 1985: 312).
Sin embargo, a las dos teorías les separan muchos supuestos básicos. “Para
las teorías del rol el ser humano es básicamente un actor que representa
papeles ante un auditorio, donde no faltan directores y puestas en escena”.
(Martín, 2001: 85). Tiene, pues, un concepto más pasivo del ser humano;
mientras que en el Interaccionismo simbólico, el ser humano es un sujeto
racional, activo y creador, conformado por reglas sociales que pueden
modificarse o redefinirse.
El concepto de rol ha sido muy fructífero. A parte de las teorías generales sobre
el rol, este concepto ha conocido una impresionante expansión. Los dos
momentos de mayor intensidad de los desarrollos sobre el rol son, según
Munné (1989) los años treinta, con posterioridad a la publicación de la obra
póstuma de Mead y los comienzos de los años cincuenta.
Ahora bien, la lectura del rol desde posiciones más psicosociales (Heine, 1973)
aportan una lectura del rol en la que junto a los determinantes “externos” como
las instituciones y las normas; se deslizan variables “internas” como la
adecuación misma del desempeño que supone elementos de subjetividad.
A pesar de estas críticas, podemos decir, como señala Munné (1989: 298)
“todo lo dicho sobre Goffman, no puede oscurecer la brillantez de sus
observaciones y lo penetrante de su análisis. Hay que reconocer que su
estudio de la vida cotidiana es único y era indispensable (… ) Goffman se
ocupa, con cierta humildad, de las rutinas más sencillas a las que, por
consabidas, nadie hasta él se había dignado, y atrevido, a prestarles atención.
Sin duda alguna, la obra de Goffman nos acerca al comportamiento habitual del
hombre de la calle que somos todos”