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LOS INCAS.

to n o i.

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LA DESTRUCCION

D E L IM P E R IO D E L P E R U

EDICION HECHA CON E L M A t O Í l E S ME K O Y CORftECCtON*


Á V I S T A DE LA P OB UC AD A EN PAUIS

P · O # F # DE c »

Antiguo oficial-general, autor d e l D iario erudito de


Lima y del Telégrafo de Buenos-A ires * y de la G ra­
mática Sinóptica; director principal de la nueva ofi-
ciña de interpretación general de lenguas > etc.

U LTIM A ED IC IO N *

TO M O I.

BARCELONA,
IMPRENTA. DE JU A N O L IV E R E S,
CALLE DE E S C U D I L L E I S , N . 25.

1 8 3 .7 .
A L B E Y D E S I E C IA .

S eror ,

E homenage d e l reconocim iento


ste
no será rep u tad o p o r v i l adulación.
E s á la S u e cia, á ese pais ven tu roso
que os h izo d e p o sitario de su lib e rta d ;
á la S u e cia, donde en lu g a r de las
facciones y lo s h o rro re s de la anar­
quia , reina al presente la tra n q u ili­
dad , la con cord ia y la suave a u to ri­
dad de las le y e s ; á ese p u e b lo , m u ­
cho tiem po hace d iv id id o p o r intereses
estrangeros, y repentinam ente esclare­
cid o sobre lo s suyos p ro p io s , reunido,
T omo I. 1
vr CARTA
vuelto en sí, libre en fin de las trabrs
y de Jos pasados é ignominiosos yerros
que cautivaron su virtud y su fuerza;
es á él, Señor, que toca hacer vues­
tro elogio.
Yo espero consignar en los fas­
tos de vuestros augustos aliados, esta
grande y primera época del reinado
de V. M. , es decir, esta revolución
evidentemente necesaria á la felicidad
de sus estados , pues que ella se ejecutó
de común acuerdo, sin violencia de una
parte, y sin resistencia de la otra. Pe­
ro este testimonio que yo daré al li­
bertador, ai bienhechor de la Suecia,
no será publicado mas que despues de
mi muerte , cuando la tumba , inacce­
sible á lodo interés humano , afianzará
mi sinceridad.
Hoy señor, es de mi propia glo­
ria que me ocupo, y suplico á V. M.
permita que esta obra salga á luz
bajo sus auspicios, como un mo­
numento público de las bondadej
DEDICATORIA. vil
con que se ha dignado honrarme.
Mas, ¿ que es lo que yo digo ? ¿es á
m í, Señor, esa mi vanagloria que de­
bo pensar en este momento tan críti­
co? La mitad del mundo oprimido,
devastado por el fanatismo religioso,
este es el cuadro que presento d los
ojos de V. M .; yo renuevo , vuelvo á
abrir la mas grande llaga que el puñal
de los persecutores ha hecho á la espe­
cie humana ; yo mismo , s í, yo denun­
cio á la religión el crimen mas horren­
do que el íalso zelo ha perpetrado en
su nombre, crimen tan grande, que
nunca se aparta de mi memoria.
La humanidad, Señor, la humani­
dad misma , ultrajada , hollada por su
mas cruel enemigo , esta es la que ten­
go el honor de presentar hoy á V. M .,
implorando la protección de un rey
sensible y justo, y la de todos los
buenos reyes , de los reyes que os ase­
mejan. Los atentados que causa el fa­
natismo son muy diferentes de los que
v i‘i CARTA
sometemos al rigor de las leyes, por­
que donde él existe no pueden estas ser
buenas. Todos los crímenes llevan
consigo el castigo ó el oprobio ; pero
los que produce el fanatismo tienen en
sí mismos un carácter terrible que im­
pone miedo á la autoridad , á la opi­
nión, y aun hasta á la fuerza misma:
un santo respeto le libra muchas ve­
ces de la pena, y siempre de la ver­
güenza ; su atrocidad misma inspira
un religioso terror; de forma que , si
los fanáticos son alguna vez castigados,
entonces son mas reverenciados del
pueblo. En efecto , el fanatismo es te­
nido por un ángel estermiaador; eje­
cutor de las venganzas del cielo , él no
reconoce ni ley ni rey sobre la tierra.
Al trono, opone el altar; á los re­
y es, habla á nombre de un Dios;
á los clamores, á los tristes ayes de la
naturaleza y de la humanidad .afligida,
responde por escomuniones; y en­
tonces todo cae á sus pies, porque el
D ED IC A TO R IA . ix
horror que inspira á todos enmude­
ce. Tirano de las almas y de los cuer­
pos, ahoga los sentimientos y la
razón natural ¿ persigue á la ver­
güenza, á la piedad, á los escrúpulos
de conciencia; no hay ni oprobio ni
suplicio capaz de intimidarle: para
él todo es gloria, todo triunfo. ¿ Que
oponerle en la tierra ? Pueblos y reyes,
todo, todo se confunde y prosterna á
los pies de aquel que no distingue en
medio de los hombres mas que sus es­
clavos y víctimas. Es, sobre todo, á los
reyes á quien se dirige j ya sea para
formar sus ministros, ya para hacer
de ellos los ejemplos mas espanto­
sos de sus furores ; porque en tanto les
respeta, cuanto ellos le respetan á él.
Así se les ha visto cien veces servirle
por ternorde que su enojo volviese con­
tra ellos: dejábanle devorar su vícti­
ma , y aun le entregaban millares de
hombres para apaciguarle. ¡ Que ene­
migo , Señor, que monstruo inas cruel
X CARTA
para los soberanos y padrea de les
pueblos, que el que devora sus hijos
en medio de sus brazos, sin que se
atrevan siquiera á oponerle ninguna
resistencia!
Luego toca á los reyes unirse desde
una estremidad del mundo á la otra ,
para sufocarle en su nacimiento, ó
antes si es posible, juntamente que á
la superstición, que es su simiente y
su alimento.
Vuestra magestad lia nacido para
servir de ejemplo jeneroso á vuestros
semejantes; jamas ella podrá ser nunca
ni mas útil ni mas grande al mundo ,
que convidando á los demas reyes
á apoyar, con una protección magná­
nima , los escritores que defienden las
generaciones futuras contra las seduc­
ciones y los furores del fanatismo, y
que propagan en el alma esta luz ver­
daderamente celeste estos grandes prin­
cipios de humanidad y de concordia
universal, estas máximas, en íin, de
DEDICATORIA- Xl

indulgencia y de am or, de las cuales


la religión, así como la naturaleza , ha
hecho el apéndice de sus leyes, y la
esencia de su moral.

Es con el mas profundo respeto,

SEÑOR,

DE UESTRA M A G ESTA Pj

E l m aí h u m ild e j ma»
obediente servidor.

MARMOJíTEL.
PJBCMLQGO

T odaslas naciones ban poseído hombres


perversos y fanáticos; han tenido su época
de ignorancia y sus ataqaes de furor. Las
mas estimables son aquellas quetuviéron ca­
rácter para confesarlos : los españoles, dig­
nos de este nombre, han mostrado este no­
ble orgullo.
Jamas la historia nos ha trazado una cosa
mas sensible, ni mas escandalosa, qne las
desgracias del Nuevo Mundo escritas por el
padre Las Casas (1). Este apóstol de las In­
dias, este prelado virtuoso, este testigo ocu­
lar, cuja sinceridad le ha hecho ce'lehre, com­
para los indios á los corderos, j los espa­
ñoles á los tigres, á los lobos y á los leones

( i ) Descubierta de Iaslndias O ccidentales, publi­


cada en España en i5 ! {i, traducida en francés, é im ­
presa en Paris en i687.
x ir rn^Loao.
acarados por nna hambre rabiosa (1). Todo
]o que dice en su obra lo Labia dicho ¿ los
r e y e s y ai consejo de Castilla, en medio de
una corte vendida á los infames que
acusaba. Nadie se La atrevido á murmu­
rar de su zelo, y antes ai contrario, to­
dos le han respetado; prueba bien constante
deque los crímenes que denunciaba, ni eran
permitidos porel príncipe,ni aprobados por
la nación.
Todo ei mundo sabe que la voluntad de
Isabel, de Fernando, de Ximenes y de Car­
los V, fue constantemente de no irritar los
indios, y esto se prueba con todas las orde­
nanzas y reglamentos hechos en su favor (2).1

(1) C ristóbal Colon Lacla la m ism a justicia á los


i i. dios. « Juro , decia á F ernando en una <le sus cor­
tas, jtjro á V» M. que no existe en el m undo un pue­
blo mas suave.
( 2 ) Lo que menos os perdono, le decia Tsabel á
Cristóbal C o lo n , es de haber privado de su libertad
n un gran núm ero de in d io s, á pesar de que os lo ha­
bía prohibido m uy espresamente.
E l reglamento de X im enes decia: que los indios se­
rian separados de los españoles; que se les emplearla
útilm en te, pero sin rig o r: que se formasen diferen­
tes pueblos; que se les morcase á coda fam ilia una
porción de tierra que cultivar para su beneficio, á con­
dición que pagasen un pequeño tributo im puesto con
m ucha equidad*
PRÓ LO G O . x*
En cuanto á estos crímenes, de cuja man­
cha la España se ha lavado, no solo por la
acción generosa de confesarlos, sino vitupe­
rándolos, se va á ver que en cualquiera otra
parte que se hubiesen presentado las mismas
circunstancias, hubieran también encontrado
hombres capaces de ios mismos escesos*
Los pueblos de la zona templada, t r a s ­
plantados entre los trópicos, no pueden resis­
tir á trabajos fuertes, bajo un sol abrasador.
Era necesario renunciar á la conquista del
Níuevo Mondo, ó limitarse á un comercio pa­
cífico con los indios, tí obligarlos por fuerza
á trabajar en las minas y al cultivo de los
campos*
X^ara renunciar á la conquista, hubiera
sido necesario una sabiduría que jamas han
tenido los pueblos, y que los reyes poseen
muy raramente* Limitarse á un libre cambio
de socorros recíprocos li ubicra sido lo mas
justo; nuevas necesidades y nuevos placeres
hubieran hecho del indio un hombre mas

E n una asamblea <le teólogos y legistas cjue se tuvo en


B urgos, el rey Fernando el católico declaró que los
habitantes del Nuevo Mundo eran libres, y que como
tales se les debía tratar. V. M- dijo Las C asas, m an­
dó lo mismo en 102 3 y en 1029, despues de grandes
d e b a te s ,y se tomó la misma resolución.
XTi PRÓLO GO ,
activo , y la suavidad hubiera obtenido de él
lo que no ha podido Ja violencia. Pero siem­
pre el poderoso ha despreciado al débil; Ja
igualdad le choca; domina, manda y genere
recibir sin dar. Así que cuando uno llegaba á
las Indias, no pensaba mas que en enriquecerse,
y el cambio era un medio muy lento para
satisfacer su impaciente avaricia. La equi­
dad natural les decía , pero en vano: «Si
vosotros mismos no podéis sacar del cen­
tro de esta tierra inculta las producciones,
los metales, las riquezas que ella encierra,
abandonadla, voivedos á España , sed pobres,
pero no inhumanos.»Perversos y avaros, que­
rían poseer esclavos y tesoros. Los portu­
gueses habian ya hallado el triste y odioso
recurso de los negros,’ que los españoles
ignoraban aun. Los indios, naturalmente dé­
biles, acostumbrados á vivir' con poco, sin
deseos,casi sin necesidades, y flojos á causa
de la ociosidad, creían imposible poder re­
sistir á los trabajos que los imponían : su pa­
ciencia se cansaba y aun acababa al tiempo
mismo que las fuerzas; la fuga, Unico medio
que tenían, los libraba de la opresión, y por
consecuencia fuó necesario esclavizarlos. lie
aquí ios primeros pasos de la tiranía.
Se trata ahora de examinar por cuantos gra­
dos pasó este país antes de llegar á estos es-
PRÓLOGO- xvit
eesos de horror que han hecho gemir
ia naturaleza misma; y para subir á su ori­
gen , es necesario no olvidar que el viejo mun­
do, sumergido aun en las tinieblas de ia ig­
norancia y superstición, estaba tan asombra­
do de la descubierta del nuevo, que no po­
dia figurarse lo que él era, ni á que se pare-
cia. Se disputaba en las universidades si los
indios eran monos il hombres, y fue necesa­
rio una bula de Roma para decidir la cues­
tión.
Es preciso no olvidar, tampoco, que los
españoles que acompañaron á Cristóbal Co­
lon en la espedicion eran de la hez del pue­
blo, la canalla (1). La miseria, la avaricia,
la disolución, el desorden, un valor tau de­
sesperado, y sin brida como sin pudor,
mezclado de orgullo y de bajeza, formaban
el carácter de 'esta soldadesca, indigna de ser
vir ni enarbolar las banderas de una nación
noble y generosa. A la cabeza de esta turba
iban voluntarios sin disciplina y sin costum­
bres, que no conocían otro honor que el va­
lor, otro derecho que la espada, ni otro ob­
jeto digno de sus servicios que el pillage; de
forma que á estos hombres fue á quien el
almirante Colon tuvo la imprudencia de

Y la aumentaron con m alhechores.


wvm PROLOGO.
abandonar ios pueblos que se le rendían.
Los habitantes de Ota-Iti (i) habían reci­
bido como á dioses á los españoles. Encan­
tados ai verlos, apresurándose en darles gus­
to , venian á ofrecerles sus bienes con una ale­
gría sincera, y su respeto por ellos tenía al­
guna cosa de sagrado. No dependía de nadie,
sino de los españoles, de haber sido siempre
adorados; pero Colon quiso ir en persona
à dar parte á la corte de España de la impor­
tancia de sus sucesos. Se marchó (2), y de­
jó en la isla, en medio de los indios, una
tropa de facinerosos que se ampararon, por
fuerza, de sus hijas y mugeres, y abusaron
de ellas en su presencia; de modo que, á
fuerza de indignidades, los indios se armaron
de on coraje desesperado, y todos los espa­
ñoles fueron asesinados.
Colon supo á su vuelta esta catástrofe; él
había sido justo y debió perdonarlo; pero no,
se vengó con una perfidia. Armó asechanzas
al cacique (5) que había librado la isla de se-1

( 1 ) L a isla española, llam ada Santo D om ingo hoy.


( 2 ) Tuvo m iedo que uno de sus segundos llam ado
Pinzón , que se bahía separado de el con un navio ,
no llegase el prim ero á España á dur noticia de la des-
cubietta y atribuirse el mérito-
(3J E l cacique se llam aba Caonabo. E l navio en que
PRÓ LO G O .
rjejnnícs monstruos, y le hizo embarcar oa-
r¿ -¿spaña. Toda la isla se amotinó; pero una
multitud de hombres desnudos, sin discipli­
na y sin armas, no pudo resistir á hombres
calientes, aguerridos y bien equipados; de
forma que la mayor parte de los isleños fue­
ron degollados, y el resto huyó ó sufrió el
yugo de los vencedores. Fue allí que Colon
ensenó á los españoles á hacer perseguir y
devorar los indios por perros hambrientos
que hablan ejercitado á esta caza (1).
Los indios vencidos gimieron algun tiem-

sc hallaba embarcado y cinco otros que estaban pron­


tos para partir fueron hechos pedazos y sumergidos por
una horrible tem pestad, antes de salir del puerto.
( i ) Les saltaban a l pezeurzocon horribles aullidos,
los sofocaban al instante v /os hacían pedazos. Las C a­
sas dice; ¿Se puede im aginar que los historiadores se
han complacido en hacer un elogio pomposo de uno
de estos perros, llam ado B ezerrillo, q u ien , por su
ferocidad c instinto de distinguir un indio de nn es­
pañol , entraba á la parte con los soldados, y se le daba
la m ism a porcina que á cada uno de ellos, no sola­
mente en víveres, sino en o r o , esclavos , etc.? Los
otros perros no tenían mas que el medio su eld o ; pero
se alim entaban de la carne de los indios que devora**
ban. Se ha visto, dice Las Casas, españoles tan inhu­
manos que daban niños á comer á sus perros domos*
ricos. Cojum estos niños por las dos piernas, 7 lo*
descuartizaban.
XX PR Ó L O G O ,
po bajo las claras leyes que ios vencedores
les habían impuesto ; en fin , fatigados, dis­
gustados, huyeron á las montañas. Los espa*
ñoles los persiguieron, y mataron un gran
número; pero esta carnicería no remediaba
en nada á la urgente necesidad en que se ha­
llaban.
Distribuyeron entre los españoles las tier­
ras , y forzaron los indios propietarios y pa­
cíficos poseedores de ellas, á cultivarlas por
sus manos; el embarazo fue grande. Colon
quiso disminuirlo; la severidad sublevó una
gran parte de sus soldados, y los culpados,
como es costumbre, denigraron su acusador
y le perdieron en la corte.
El que reemplazó á Colon (1), y que le
envió á España cargado de yerros, porque
había querido reprimir el desorden, se guar­
dó muy bien de imitarle. Vió, desde luego, que
el solo medio de adherirse unos hombres ene-
*

migos de disciplina, era el de abrir las


puertas al desorden y al latrocinio, crimen
del cual sacaría el mayor provecho: tal
fué su conducta.
Del yugo á la servidumbre el paso no es
muy difícil , y este tirano lo supo superar.

( i) Francisco ele Bovadilla.


PhÓ LO G O . 1X1

Los desgraciados isleños, de quienes se hi­


zo el padrón, fueron divididos en clases, y
distribuidos como un ganado entre las pose­
siones españolas, á fin de trabajar en las
minas y cultivar los campos ; sometidos á
la roas terrible esclavitud, casi todos pere­
cían , y la isla marchaba á grandes pasos á su
despoblación. La corte, instruida de ia cruel
insensibilidad del gobernador, le hizo volver
á España; y por uno de esos acontecimientos
que mirarnos corno castigo de la divinidad y
venganza del cielo, sucedió que, apenas ha­
bla puesto un pie ai navio, pereció á vista de
la isla. Veinte y un navios cargados de una
inmensa cantidad de oro que había hecho sa­
car de las minas, fueron sumergidos con ¿1.
Jamas el Océano, dice la historia, Inbia tra­
gado tantas riquezas, y yo añadiré, ni mas
infame mortal.
Su sucesor (1) fue mas diestro , aunque no
menos inhumano. Había vuelto la libertad á
los isleños; y desde entonces los trabajos de
las minas y su producto cesaron. El nuevo
tirano escribió á Isabel, ¡os calumnió, los hi­
zo un crimen de haber huido á ia llegada de
los españoles, y que preferían ser yagamun-
% H

yi ) Tsicolas Ovando.
T omo 1
o
%Xïl PR Ó LO G O '
d o s , q u e v i v i r c o n c r i s t i a n o s q u e Ies e n s e ñ a b a n
s u r e l i g i ó n ; c o m o si e s t u v i e s e n o b l i g a d o s , oh*
serv a Las C a sa s , d e a d iv in a r q u e ex istia u n a
nueva ley.
La reina cayó en el lazo ; ig n o rab a
q u e c u a n d o los isle ñ o s b u l a n d e los espa­
ñoles, e ra p o rq u e m ira b an a e sto s, com o á
s u s m as c ru e le s tir a n o s ; n o sabia tam p o co q u e
p a r a s e rv ir c ir a i e n c u e n tr o d e estos am o s
b á r b a r o s , tenían q u e a b a n d o n a r sus ch o zas ,
su s m u g e r e s , su s hijos y sus b ie n e s, y p re ­
s e n ta rs e a i p a n t o q u e se les i n d i c a b a , a t r a ­
vesando desiertos in m e n s o s , esp aesto s á p e ­
r e c e r d e h a m b r e y d e fatig a* I s a b e l m a n d ó
q u e se Ies o b l i g a s e á v i v i r e n s o c i e d a d y c o m -
p a ñ ia d e los e s p a ñ o l e s , y q u e c a d a u n o d e
sus caciques e s ta r ia o b lig a d o á co n trib u ir
c o n u n c ie rto n ú m e r o d e h o m b r e s p a r a los
tra b a jo s á q u e se les d estin a se .
E s to b astó á los tira n o s s u b a lte r n o s p a ra
asegurar su im p u n id ad , para sorprender
ó rd e n e s v a g a s , q u e s ir v e n e n caso d e n e c e ­
s i d a d d e s a l v a g u a r d i a al c r i m e n , e s t o e s , c o ­
m o si lo h u b i e s e n a u t o r i z a d o * E l g o b e r n a d o r ,
despues de h a b e rs e d e s h e c h o , p o r la m as
i n f a m e p e r f i d i a d e l s o l o p u e b l o d e la i s l a q n e
h u b ie ra podido d e fe n d e rse (1 ), los dem as

( i) E l pueblo de X aragua.
PRO LO G O . i·iin
fu éro n o p rim id o s (1); y pereció un m im e ro
t a n c o n s : c l e r a b l e e n la s m i n a s d e C i b a o , q u e
s u pals n a ta l se t r a n s f o r m o en d esierto .
E s t o f u e , p o r d e c i r l o a s í el m o d e l o d e c o n ­
d u c t a d e to d o s ios españoles e n el N u e v o
M u n d o ; d e f o r m a q u e el e j e m p l o se liizo u n a
co stu m b re, y d e la c o s t u m b r e u n d e r e c h o
p a r a e s te r m in a r to d o viviente.
Y c o m o e n e s t o s p a í s e s , así q r . e e n ^ c u a l -
q n iera o t r o s , e l f u e r t e d o m i n a a¡ d é b i l , y
p a r a o b t e n e r el o r o s e lia d e r r a m a d o s a n g r e ,
r e s u l t a q u e la p e r e z a y la c o n c u p i s c e n c i a
h a n e s c l a v i z a d o los p u e b l o s q u e e r a n i n c l i n a ­
d o s n a t u r a l m e n t e al r e p o s o , p a r a f o r z a r l o s á
los tra b a jo s m as d u r o s : estas son v e r d a d e s ,
p e r o v e rd a d e s m u y a m a rg a s. E n e fe c to , todo
«1 m u n d o s a b e q u e e) a m o r d e la s r i q u e z a s
y la o c i o s i d a d s o n e l o r i g e n d é l o s f a c i n e r o s o s ,
y deqae á g r a n d e s d is ta n c ia s , las ley es están
s i n a p o y o , l a a u t o r i d a d s i u f u e r z a , Ia d is c i-

(L) ios que O vando halda puesto á la cabeza de


sus tro p a s, con orden de que quitasen interinam ente
ei poder á los isleños para que no los inquietasen , los
redujeron a ú n a tan crítica situ ació n , q u e estos des­
graciados se m etian en ei cuerpo sus propias flechas,
las sacaban, las m ordían de rabia, las hacían pedazos,
y arrojaban las artillas á la cara de los españoles,
con cuyo insulto se creían vengados. 'Herrero).
xxiT PRO LO G O ,
p lt n a sin v ig o r; y que á lo s r e y e s se
les e n g a ñ a m a c h o m a s f á c ilm e n te e s ta n d o
lejos, p u es q u e , á fu e rz a d e m e n tir a s y s o r ­
p r e s a s , se o b tie n e ó r d e n e s , d e las q u e se h o r ­
r o r i z a r í a n , si p u d ie s e n v e r el m a l u so .
P e r o lo q u e n o se p o d r á c r e e r , a u n d e
lo s h o m b r e s m a s p e r v e r s o s , e s lo q u e s e v a
á le e r. M u c h a s veces se m e h a c a íd o la p l u ­
m a d e l a m a n o a l m o m e n t o de e s c r i b i r l o ; p e ­
r o s u p lic o al le c to r d e h a c e r , c o m o y o h e h e ­
c h o , u n poco d e e s fu e rz o ; m e im p o rta q u e
e l o bjeto d e m í o b r a sea b ie n c o n o c id o , a n ­
tes de e x p o n e r su p la n .
E s B arto lo m é d e las C asas q u e cu en ta lo
que ha v isto , y q u e h ab la a l co n sejo d e
In d ia s d e esta s u e r t e .
« Los e sp a ñ o le s, su b id o s so b re herm osos
« cab allo s, a rm a d o s d e lanzas y espadas,
a d esp reciab an a lta m e n te u n o s en em ig o s tan
« m a l e q u ip a d o s; h acían c o n ello s te rrib le s
« c a rn ic e ría s ; a b r ía n el v ie n tre á las m u g e re s
« q u e estab an p re ñ a d a s p ara h acer perecer
« c o n ellas el f r u to d e su s e n t r a ñ a s ; a p o s ta -
« h a n e n tr e ellos á q alen d escu artizaría un
« h o m b r e c o n m a s d e s tre z a d e u n solo g o lp e
« d e e sp a d a , ó q u ie n le s e p a r a r ia m e jo r l a ca­
te b e z a de los h o m b r o s ; arrancaban e a fin
« los n iñ o s d e los b r a z o s d e s o s m a d r e s , y
« los e s t r e l l a b a a c o n t r a lo s p e ñ a s c o s .
PRÓLOGO. ïx y
e Para dar muerte á los principales de es-
« tos pueblos, construían un pequeño cadal-
« so , sostenido de horcas, donde estendiau
« la víctima, amarrada de pies y manos; metian
« el fuego, y la hadan morir lentamente; de
« forma que estos desgraciados exalaban su
a alma con horribles alaridos, rabiosos y de-
« sesperados. Yo vi un dia cuatro ó cinco de
« los mas ilustres de aquellos isleños que ios
« quemaban de este modo; pero, como los ala-
« rijos terribles que daban , en fuerza de loa
«tormentos, incomodaban á un capitán es-
« pañol, y le impedían dormir, mandó que
«los abogasen inmediatamente. Un oficial,
«cuyo nombre callo, y cuyos parientes son
«muy conocidos en Sevilla, los puso una
u mordaza, para impedirlos gritar, y por
« tener también el gusto de hacerles quemar
« á su presencia , hasta que espirasen en
a estos cruelísimos tormentos. Yo he sido
«testigo ocular de todos estos horrores, y
« de una infinidad de otros que paso ahora
« en silencio. »
El tomo de donde he estraido estas abo-4

minaciones, no es otra cosa que una colec­


ción de semejantes crímenes; y cuando se ha
leído lo que pasó en la isla española , se sabe
todo cuanto ha pasado en Méjico y en Pertí.
¿Quien ha sido la causa de tantos horro-
xxYi PRÓLOGO,
res, de los qne la naturaleza misma está es­
pantada? El fanatismo: él es el solo capaz,
y á nadie sino á él le pertenece.
Por el fanatismo, entiendo el espíritu de
intolerancia y de persecución ; el espíritu de
odio y de venganza, bajo el protesto de de­
fender la cansa de un dios que se le cree en­
fadado, y de quien son formados sus minis­
tros. Este espíritu reinaba en España, y se
había estendido hasta América, por medio
de los primeros conquistadores. Pero, como
si se hubiese temido que se calmasen, hicie­
ron un dogma de sns máximas y un precep­
to de sus furores. Lo que desde el principio
no fue mas que opinión, lo redujeron á un siste*
ma. Un papa puso el sello de su poder apos­
tólico , cuyo dominio no tenia entonces lími­
tes, trazó una línea de un polo al otro, y de
su autoridad privada, distribuyó el Nuevo
Mundo entre dos potencias esclusivamente
(1). .Reservó para el Portugal todo el Orien­
t e ^ dio el Occidente á la España, autori­
zando á los reyes de estos países á someter­
los con ayuda de la divina clemencia, y de

( i ) Se sabe que Francisco I pedia siempre el tes­


tam ento fie Adam en el cual el rey de Francia 'según
el tenor del aitículo i° ) estaba escluido de la herencia
del*Kueyo M undo.
PROLOGO. *xvii
traer á la í é de Cristo los habitantes de todas
las Indias y tierra firme qac se hallasen de
aquel lado. La bula (1) es del año de 1493,
y la primera del pontificado de Alejandro vi.
Mas veamos cuales el sistema establecido
sobre esta base, y entonces resultará que de
todos los crímenes cometidos por los B e r ­
n i a s y el de esta bula faé el mas grande.
Obtenido ya el derecho de someter á los
indios, enviaron de España á América una
fórmula para intimarlos á que se rindiesen
(2). En esta fórmula, aprobada y dictada,
sin duda, por los doctores en teología, se
decía que Dios habia dado el gobierno y
soberanía del mundo á un hombre llamado
P e d r o , que significa g r a n d e y a d m i r a b l e ,
porque el es padre y guardián de todos los
hombres ; que ios que vivian en su tiempo le
obedecían, y le habian reconocido por señor
de todo el mundo; que en virtud del mismo
título, uno de sus socesores habia hecho do-

( i) Decretum est indultum A lexan dri Sexti, super


expeditionem in barbaros novi orbis quos indios vo­
cant-
(a) E l prim ero que empicó esta formula fue Alfon­
so de Ojeda en i 5 í o - Ha servido, dice H errera, á to ­
das las otras ocasiones en que los castellanos han que­
rido abrirse la puerta en cualquier otro país.
KXY1U PRÓ LO G O ,
nación á los rejes de Castilla de estas islas y
tierra firme del mar Océano; que todos los
poebios á quienes esta donación había sido
notificada, se habían sometido al poder de
estos rejes, y habian abrazado et cristianis­
mo con mucho gusto, sin condiciones ni re­
compensas. « Si hacéis otro tauto, anadia el
« español que hablaba en esta fórmula, os
« encontrareis muy bien, como casi todos los
c habitantes de otras islas se han encontra-
«do. Pero, al contrario, si no lo hacéis,
« ó si, con malicia, tardáis en ejecutarlo , os
s declaro y aseguro que, con la ajuda de
< Dios, os haré una guerra á muerte; os ata-
u caré por todos lados y con todas mis fuer-
« zas; os pondré bajo el yugo de obediencia
« del rey y de la religión ; me empararé de
« vuestras mugeres y vuestros hijos, los ba­
tí re esclavos, ios venderé ó los ocuparé con­
te forme á la voluntad del re y ; me apoderaré
«de vuestros bienes, y os haré todo el mal
a posible. Os trataré como á vasallos rebeldes,
« y al mismo tiempo protesto que todas las
«muertes y males que de ello resultasen ,
« serán por vuestra culpa y no por Ja del rey,
«ni la mía, ni de los señores que me han
« acompañado. »
De este modo se redujo á un sistema el
derecho de esclavizar, de oprimu* y de es-
PROLOGO. X \ [X

term inar los isleños; y siempre qne este ne­


gocio se trataba Cu presencia do los rejes
de Kspaña, el consejo o y ó al mismo tiempo
reclamar, en nombre dei cielo ^ los derechos
de la naturaleza, por buenos teólogos, v por
otros oponer á estos derechos el ínteres de
la l'é , es decir, el ejemplo de los hebreos,
griegos y romanos, y hasta la autoridad de
Aristóteles, quien, según ellos, decía: qoe
los indios hablan nacido para ser esclavos
de los castellanos (1).

(T, En la famosa conferencia de B a rto lo m é de Las


Casas con don Juan de Quevedo, O b is p o de D arien ,
este osó declarar que los ¡rulios le h a b la n parecido to ­
dos nacidos para la esclavitud.
E l doctor Sepúlveda, ganado por to d o s los grandes
de la co rte, que tenían posesiones e n las In d ia s , pu­
blicó un tratado en que sostenia q u e to d a s los guerras
hechas por los espinóles en el llu ev o M u n d o , no sola­
m ente estaban perm itidas, sino q u e e ra n necesarias
p ira establecer allí la f e , y que lo s españoles tenían
derecho de subyugar los indios.
Los Casas, á quien habían puesto en disputa con
esta doctor fu rib u n d o , respondía : q u e los indios eran
capaces de recibir la fe, de h a b itu a rse á las buenas
costumbres y ejercer todas las v irtu d e s ; pero que era
necesario inclinarlos d ello con la p e rsu a sió n y buenos
ejem plos; é indicaba como m odelos los apóstoles y
m ártires. Pero Sepúlveda le opuso e l com pello in tra re,
esto es el D euteronom io, en donde se le e : cuando os
presentéis para atacar una plaza, o fre c e ré is desde lúe-
T omo I 5
xxx PROLOGO.
La naturaleza, en sus errores, puede al­
guna vez producir un monstruo semejante;
pero un ejército de hombres atroces por el
solo placer de serlo, unas columnas de hom­
bres tigres, pasando los límites de la natu­
raleza, esto no tiene ejemplo en la historia.
¿Los furiosos, degollando y quemando todo
un pueblo, invocaban á Dios y sus santos!
Plantaban trece patíbulos y ejecutaban trece
indios en honor, decían ellos, de Jesu-Cristo
y sus doce apóstoles! ¿Era esto impiedad ó
fanatismo ? No hay término medio, y todo el
mundo sabe que los españoles de aquellos
tiempos no eran sino unos impíos. He tenido
razón de atribuir al fanatismo todo cuanto la
iniquidad del corazón humano no hubiera
hecho sin é l; y aquel que no se halle con-i
vencido le preguntaré, ¿si los españoles es-»
tuviesen en guerra con los católicos, darían
sus cuerpos á los perros, tendrían cárnico
ría pública de los miembros de la iglesia dt
Jesu-Cristo ?
Los partidarios del fanatismo se esfuerzan
á confundirle con la religión, y este es su
g o ta paz á los habitantes; y si le aceptan y os abren
las puertas, no les haréis ningún m a l, y los recibiréis
como vuestros trib u tario s; p e ro , sise arm an para d e­
fenderse, los degollareis todos sin escepcion de m u­
je re s , viejos ni niños.
PR Ó L O G O . XXtl

sofisma eterno. Los verdaderos amigos de la


religión la separan del fanatismo, y procu­
ran alejarla de esta serpiente oculta y ali­
mentada en su corazón. Este es el objeto que
me anima.
Los que piensan que la victoria está deci­
dida enteramente, y que el fanatismo esffeó á
la agonía ; que los altares que oprimia no son
ya su asilo, verán mi obra como un remedio
supérfluo y tardio: ; Dios quiera que tengan
razón! Me creería indigno de defender se­
mejante causa, siempre que tuviese envidia
de los sucesos que baya obtenido antes de
mí, y el que obtendrá despues. Conozco
muy bien que el espíritu dominante de Eu­
ropa no lia sido nunca mas moderado; pe­
ro vuelvo á repetir lo que ya he dicho otras
veces, q u e e s n e c e s a r i o a p r o v e c h a r e l t i e m ­
p o y l a m a r e a , p a r a tr a b a ja r e n lo s m u e lle s
c u a n d o la s a g u a s so n b a ja s .
El objeto da esta obra es pues, lo digo
sin rebozo, el de contribuir, si puedo, á
hacer aborrecer mas y mas el fanatismo des-
w

tructor; impedir, tanto como pueda, que no


se le confunda jamas con una religión piado­
sa y caritativa, é inspirar para ella tanta
veneración y amor, como odio y execración
á su mas cruel enemigo.
He puesto sobre la escena, con referencia
X X X ll PROLOGO.
á la historia, ios fanáticos é hipócritas, y los
pongo en paralelo con ios verdaderos cristia­
nos. Bartolomé de Las Gasas es el modelo de
los que yo respeto ; es en él en quien he que­
rido representar la fé, la piedad, el zeio pa­
ro y tierno, y enñn, el espíritu del cristia­
nismo en toda su puteza. Fernando de Lu-
ques, Davila, Vicente de Valverde , Itiquel-
m e, son ejemplos del fanatismo que desfi­
gura el hombre y pervierte ' buen cristiano.
En ellos he colocado el zelo absurdo, atroz
é inhumano que la religión reprueba , y que,
si lo tomasen por ella, la haría hacerse abor­
recida. Hé aquí, creo, mi intención espues-
ta claramente, para convencer de mala fé á
los que fingirían no entenderme.
En cuanto á la forma de esta obra consi­
derada como una producción literaria , no se
como definirla. Hay muchas verdades para
que sea una novela, y no hay las necesa­
rias para formar una historia. Seguramente
no he tenido la pretencion de hacer un poe­
ma. En mi plan, la acción prit cipal no ocu­
pa mas que un pequeño espacio; todo es aná­
logo, aunque á una cierta distancia; es menos
el tegtdo de la fábula que el hilo de un simple
discurso, cuyo fondo es histórico, al que
mezclo algunas ficciones compatibles con lo
verdadero de los hechos.
PRÓ LO G O . XXXUl
No escribo para ana pequeña parte, sino
para todoel mondo, á quien deseo ser útil;
▼esto me servirá de escusa para con aque­
llos que me echen en cara mi obstinación en
decir verdades familiares, pero que no lo
son para el resto de la sociedad. También
es la razón la que me ha hecho ensayar á
esparcir algunas cosas agradables en mis nar­
raciones y eumi estilo; porque la primera
condición para ser útil, cuando se escribe, es
la de poder ser leído.
CAPÍTULO i .
S it u a c ió n po lít ic a del pein o d élo s in c a s* — F iest a

A L SOL EN E L EQUINOCCIO D E O T O K o * — S A L ID A D E L SOL

EN C L DIA D E SU F I E S T A . ----- l l l M F O A L SOL*

C uando el Perú florecía a u n , el im perio de M éji­


co estaba ya d estru id o ; pero , a la m uerte de uno de
los monarcas de a q u e l, el país fue dividido cutre sus
dos h ijo s, que gobernaron, el uno en C uzco, y el
Otro en Q uito. E l valeroso Hunscar, rey del C uzco,
estaba m uy irritad o por la repartición territe riu] que
le había quitado la mas rica de todas las provincias •
de form a , que él no m iraba á Átoliba como herm ano,
sino como á un usurpador desús derechos. Ko obstan­
t e , por veneración á la m em oiia del rey su p ad re,
contuvo su cólera y resen tim ien to , y en medio de una
pnz engañosa y m o m en tán ea, todo el im perio concur­
rió á la augusta cerem onia de la fiesta del Sol (i) .
E i día señ alad o 'p o r esta función sagrada fue el del

( i) A l equinoccio de setiem bre. E sta fie s ta s e lla -


¿a¿¿zCitua Raimi* E éaseG arcilaso, l i b l l , cop. 2a.
3 LO S INCAS*
Dios de los Incas, el S o l, que es cuando > alejándose
del novte> pasa bajo el e c u a d o r, y entonces, dicen
ellos , que reposa sobre las colum nas cíe sus tem plos.
Una alegría universal anunciaba este buen día ; pero
es especialmente en los valles deliciosos del reino de
Quito donde esta santa alegría es mas b rilla n te ; de
fotm a q u e , asi como entre todos los clim as del m u n ­
d o , ninguno goza del Sol una influencia mas propicia
que Q uito; así es, tam bién, que ningún pueblo le rin ­
de un mas solemne hom enage.
E l re y , los Incas y el pueblo, reunidos en el p ó rti­
co del te m p lo , donde su im agen es ad o rad a, esperan
la salida del Sol con un silencio religioso. Mas cuan­
do la estrella Venus , que los in d io s llam an e l a stro de
la b rilla n te cabellera ( a ) , y q u e ellos reverencian
como la favorita del S o l, da lo señal de a le r ta , y
anuncia La m añana; «apenassus plateados rayos cente­
llean sobre el orizonte, una agitación tan dulce com o
espontanease hace percibir por todos lados del tem plo*
Bien pronto el color azul desaparece del cielo; to rren ^
tes de púrpura y de o ro s e esparcen p o r todas partes;
la p ú rp u ra ,á s o tiem po , se desvanece ta m b ié n , el oro
solo queda é inunda en un instante todos los espacios
celestes , dejándolos ta n bellos com o una mn? b rilla n ­
te . Los in d io s, a te n ta m e n te , casi sin pestañear , ob­
servan esas graduaciones, y su espanto se aum enta á
cada nuevo m atiz, á cada u n ió n d e colores* E l n a c i­
m iento del dia se creerá por esto que es un prodigio
nuevo para los indios, pues que le esperan con tan ta
tim id e z , como si pudiese fa lta r, com o 6i fuese in ­
cierto.

(0 C hasca, cabelluda*
LOS IKCAS. 3
R epentinam ente un torrente de luz se une al o ri-
zonte ; el astro que la com unica se levanta mages-
tuoso, y la cima ti el C ayam buro ( i ) es coronada de sus
ravos.
v
E n este crítico m om ento es cuantioso abre el
tem p lo , y la im agen del S o l, en lám ina de o ro ,
colocada en ío in terio r del santuario, aparece resplan­
deciente d Ta vista del Dios que la toca con su inm or­
tal claridad. Entonces todos se postran , todos le ado­
r a n , y el pontífice (2 ), en m edio de los Incas y del
coro de las vírgenes sagradas, entona el him no solem ­
n e , el him no augusto, que en un m ism o instante es
repetido por m illones de voces , v que de m ontaña
en m ontaña se com unica, y retum ba desde Pam pam ar-
ca hasta el P o tis i, y aun mas lejos.

CORO DE I.OS INCAS.

Atina del universo! tu que desde lo alto de los cie­


los no cesas de d erram ar en el sçno de la naturaleza,
por u u occano de lu z , el color, la vida y la fecundidad}
S ol, recibe los votos de tus hijos y de un pueblo que
tiene la dicha de adorarte.

ti pontífice , solo»

*j O Tcy , cuyo trono sublim e es de un resplandor


eterno! ¡co n que grave magestad , con que respeto 1

(1) Cayamburo ó Cayamburco > montQ/ia sim ada


a l n orte de Q uito.
(2) frl sacerdocio estaba siem pre en la fa m ilia
de los Incas. E l g ra n sacerdote del Sol debía ser
tiq ó hermano del r e y *y se llam aba vil lam a ó villa-
c u ra a , que qu iere d ecir oráculo.
4 LOS INCAS,
dom inas en e l vasto im perio de los aires! C u a n d o te
m uestras ta l cual eres, y q ue mueves tu d ia d e m a , que
arro jas rayos de lu z y chispas b rilla n tís im a s , tu eres
entonces el o rg u llo del cielo y e l am o r de la tie rra .
¿ En que h an venido á p a ra r esos resplandores q ue h a ­
cían desaparecer las som bras d e Ja n o c h e? ¿H a n p o ­
d id o ellos resistir á u n solo ra y o de tu g lo ria ? Si tu no
te apartases para cederles el p uerto, q u e d a ría n sepulta­
dos en el abism o d e tu lu z , y serian in ú tiles a l cielo
y a la tie rra .

COBO D E tk $ VÍRGENES.

¡ O d e licia s del m u n d o ! ¡D ichosas las esposas que


form an tu co rte cele stial! ( i ) ¡Q ue h erm o so estas
cu an d o te levantas! ¡ Q ue m agnificencia pones en el
ap arato de tu salida ! ¡ C uantos dulces encantos infunde
tu presencia « n todas p a r te s ! Las com pañeras d e tu
sueño c o rre n la s cortinas del pavcUcm d o n d e reposos»
y tu s p rim eras ojeadas d isip an la o b scu rid ad inm ensa
d e lo s cielo s. ¡ O ! ¡c u a n g ran d e debió ser e l gozo de

( i ) N o s q u ed a u n h im n o p e r u a n o d ir ig id o á u n a
v ir g e n c e le s tia l q u e , e n la m ito lo g ia d e l p a í s , h a ­
cia e l o fic io de la s H y a d e s- V a á verse en este him no
c u a l e r a e l e s tilo y e l c a r á c te r de la p o e sia de los
P e r u a n o s : B ella h i j a , tu p ica ro h erm an o acaba de
ro m p e r tu p eq u eñ a u rn a d o n d e estab an en cerrad o s el
re lá m p a g o , el tru e n o y e l ra y o , y de donde estos tres
vienen d e escaparse; p ero t ú , no d erram as jam as sobre
nosotros m as q ue b lan d a níeve’y ’dulce lluvia, pues tal es
e l cu id ad o q u e te h a confiado el q ue g o b ie rn a e l u n i­
verso*
LOS INCAS. 5
la n a tu ra le z a , c u a n d o ta 3a a lu m b ra ste * por la p rim e ­
ra vez! L ila se a c u e rd a , y jam as t e v e r á sin esperi -
m e n ta r aquel noble m o vim iento, a q u e lla ag itació n re­
p e n tin a y loable, que tien e una h i j a a m o ro sa a l reto r­
n o de u n padre a d o ra d o , v en c u v a au sen cia ella ha
gozado de m u y poca s a lu d , te n ie n d o u n to rm e n to
le n to .
E L P O N T Í F IC E 3 S o l o *

¡A lm a d el universo! E l vasto O c é a n o n o seria sin


tí m as q u e u n a enorm e m asa in m ó v il v helada* la tie rra
u n m o n tó n de aren a y de b a r r o , y e l a ire u n es­
pacio ten eb ro so . T u penetras 1 .$ e le m e n to s, y les co­
m u n icas tu calo r vivo y f e c u n d o ; e l a ir e p o r tí vie­
rte á s e r u n fluido s u til; las ondas a p a c ib le s y m ove­
d iz a s; la tie r r a , fértil y viviente ; to d o p o r tí se a n i­
m a , to d o se herm osea. Esos e le m e n to s q ue u n frío re­
poso ten ia en to rp ecid o s, p o r tí e m p re n d ie ro n su curso,
é hicieron una dichosa alian za , e l fu e g o se in tro d u cá
e n las o n d a s , y estas, a l p u n to e x ila d a s en v ap o res,
se filtran en el a i r e , el cual d e p o sita en e l seno de
la tie rra el germ en in estim ab le d e la fe c u n d id a d , y
ella p ro d u ce co n tin u am en te los fru to s de este a m o r
co n stan te y siem pre nuevo q ue tu s ra y o s h an ericen*
dido*

COROS D E LOS IN C AS.

¡ A lm a d et universo ! ¡O S o l ! ¿ e r e s tu s o lo , el a u ­
to r de todos los Lienes que nos h aces ? ¿ó n o eres m as
que el efecto de u na causa p rim e ra , de u na in te li­
g e n c ia , de u n a sustancia p u ra m e n te esp iritu al que te
m an d a á tí ? Si tu no obedeces á n a d i e , re c íb e lo s vo­
tos de nu estro rec o n o c im ie n to ; p e ro si eres el m i­
n istro ejecutor de la le y de u n e n te in v isib le y supre-
fí L O S JISCA S.
m o ( t ) , preséntale estos n u estro s v o to s, pues que él
d eb e aleg rarse d e ser a d o ra d o e n su m as b rilla n te im á-
gea.
EL PUEBLO-

¡A lm a d e l u n iv erso ! P a d re d e M an co , p a d re de
nuestros reyes. ¡ O S o l ! p ro te g e tu p u eb lo , y lias pros­
p e ra r tus hijos.

( j ) E s t e D io s desconocido se lla m a b a P a c b a -c a -
m a o , esto e s , el q ue a n im a e l m undo* L o s In c a s
h a b ía n co n serva d o su te m p lo y c u lto , e n e l v a lle de su
nom bre á \tr e s le g u a s de L i m a , d o n d e e r a a d o ra d o
a n tig u a me n le ; p e r o lo s in d io s m o d e rn o s no le q ue­
r ía n a d o r a r , p o r q u e d e c ía n q ue n o p o d ían d a r ado­
ració n á u n D ios que n o h a b ía n n u n c a v isto.
LOS INCAS. 7

CAPÍTULO II.

F ie s t a l l a m a d a d e l tía c im ieítto , c e l e r a d a e n b l m is ­

mo DÍA DE L A D T L S O L . — À T A L 1 B A , RBY DE QUITO ,

RECIBIA LOS £11 SOS EEC1ENNACIDOS BAJO L A T U T E L A DE

LAS L E Y E S .

E l p rim ero d e lo s In c a s, q u e fue fu n d ad o r d e l Cuz­


co , in s titu y ó , e n h o n o r del Sol , c u atro fiestas que
corresp o n d ían á los c u atro estaciones del año ( i ) , pe­
ro que reco rd ab an a l h o m b re unos objetos a u n m as
interesantes , á sab er: e l n a c im ie n to 9 e l m a trim o n io ,
la p a te rn id a d y la m uerte.
L a fiesta d el n acim ien to era la q ue se celebraba el
m ism o d ia q u e Ja d e l S o l, y e n ella se consagraba la
au to rid ad d e las le y e s , el estado de los ciudadanos , el
o rd en y la seguridad p ú b lica.
P rim e ra m e n te , v e in te c o rrillo s de jóvenes esposas,
fo rm ad o s a l re d e d o r d e l I n c a , le presentaban sus hi­
jo s re c íe n n a c id o s, cada u n o en u n a cesta. L1 m o n a r­
ca les echa la b en d ició n p atern al. H ijo s,le s d ic e , vues-1

(1) A u n q u e e n lo s c lim a s d e l P e r ú no son ca si


conocidas la s esta cio n es d e l a ñ o , no p o r esto se d e ja
de d iv id ir en los dos so lstic io s Y l° s dos equinoccios,
q u e io d o esto e q u iv a le d n u e s tr a s c u a tr o e sta c io ­
nes*
8 LOS IKCÁS.
tr o padre co m an , el h ijo del S o l, os b e n d ic e ; ¡ ojalá
q u e la vida os sea am ad a hasta la m u erte , para que
jam as podáis se n tir n i llo ra r el m om ento de vuestro
n a cim ie n to ! C reced para ayudarm e á haceros todo el
b ien que depende de m í , y á evitaros , ó a l m e n o s, á
m in o ra r los m ales q ue dependen de la naturaleza.
E n seguida , los depositarios de las leves a b re n e l
lib ro augusto. Este lib ro es com puesto de cordones de
m u ch o s colores (1)5 lo s nudos son lo s c ará ctere s, y
ellos bastan para espvesar laa le y e s, leyes que son tan.
sim ples com o las costum bres y los intereses de esos
pueblos. E l pontífice lee, y el p rin cip e y sus súbditos
en tien d en en su boca cuales son sus deberes y cuales
sus derechos.
L a p rim e ra d e estas leyes les p rescrib e el culto, q ue
n o es m as que u n trib u to solem ne d e a m o r y recono­
c im ie n to ; n a d a h ay q ue sea in h u m a n o , nada penoso;
o ra c io n e s , v o to s, alg u n as ofrendas p u ro s, fiestas d o n ­
d e la piedad se co n cilia con ei g o z o , ta l es ese c u lto .
L a segunda ley co n ciern e al m o n arca : ella le o rd e ­
n a ser equ itativo com o el S o l , que co m u n ica á todos
su l u z , sin escepcíon d e p erso n a; de e ste n d e r, com o
é l , su salu d ab le in flu e n c ia , y de c o m u n ic a r, p o r t o ­
das p a rte s , su beneficencia a c tiv a ; de v iajar en su im ­
p e rio , porque la tie rra florece bajo los pasos de u n
b u en re y ; de ser accesible y p o p u la r, á fin de q u e ,
e n su re in a d o , el h o m b re in ju sto n o d ig a : que me
im p o r ta n lo s cla m o res d e ld é b d , d e l p o b re > del o p ri­
m id o ; de n o escusnrse jam os de ver á los desgraciados
q u e le b u sc an ; p o rq u e > si él no q u iere v e rlo s, d a e l
ejem plo para q ue o tro s no los vean n i escuchen. E lla 1

(1 ) Se lla m a b a n q u ip o s, y lo s q ue los g u a r d a ­
ban qui paca m es.
LOS IKCÁS. 9
le recom ienda u n a m o r generoso, u n sa n to respeto á
la verdad» que es la guia de la ju stic ia , y d e ten er
constantem ente u n desprecio h o rrib le á la m e n t i r a ,
cóm plice de la iniquidad* E lla leecso rta a c o n q u is ta r
lo s corazones, á d o m in a r á fuerza de b u en as o b ra s ,
á a h o rra r la sangre de los h o m b res , á u s a r de p r u ­
dencia , de a te n c ió n , de consideración y d e paciencia
co n lo s súbditos re b e ld e s, y d e clem en cia con los
vencidos.
L a m ism a le y concierne á la fam ilia r e a l: ella les
o b lig a á dar* el ejem plo de obediencia y d e z e lo ; á h a ­
c e r uso co n m odestia d e los privilegios d e su c alid ad ;
á n o ser orgullosos n i holgazanes, p o rq u e e l h o m b re
ocioso es in ú til en el m u n d o , y e l o rg u llo so le hace
padecer-
L a tercera im pone á los pueblos el m as p ro fu n d o ¿
inv io lab le respeto p o r la fam ilia del S o l; u n a obedien*
cia ciega y sin lim ite s hacia aquel de sus hijos que
re in a y m an d a en su n o m b re ; y u n a fe c to religioso
p o r el b ien com ún de su im perio.
D espues de esta ley venia la que co n so lid a lo s lazos
d e sangre y de m a trim o n io , y q u e , b a jo d e penas
g ra v ísim a s, a s e g ú ra la fe co n y u g al ( i ; y la a u to rid a d
p a te r n a l; dos cosas que son precisam ente lo s apoyos
d e las buenas costum bres.
L a le y sobre el rep artim ien to de la s tie rra s p rescri­
b ía al m ism o tiem p o el tr i b u to , á saber d e tres par­
tes iguales de terre n o cultivado , la u na pertenecía
a l S o l, la o tra ol In ca y la tercera a l p u e b lo . Ca­
d a fam ilia ten ia u na p o rc ió n ; a m ed id a q u e aquella
se au m en tab a, se le estendían los lím ites- E s so lo á es­
to s bienes que se red u cían las riquezas de un p u eb lo ven­

( i ) S o lo e l In c a p odia c a sa rse con v a i'ia s m u g e-


res j p o r es ten d er y p e r p e tu a r la f a m i l i a del S o l.
10 LOS IXCAS.
tu ro so . E l posee e n a b u n d a n c ia los m as precioso* m e­
tales ; pero los reserva p a ra d e co ra r sus tem p lo s y los
palacios de sus rey es. E l h o m b re en n acien d o es d o ­
ta d o p o r la p a tria (1)5 vive ric o de su tr a b a jo , y en
m u rie n d o , vuelve lo q ue h ab ia rec ib id o . Si e l p u e b lo ,
p a ra subsistir con u n a d u lc e com odidad , n o tie n e los
bienes necesarios , en to n ces lo s del Sol suplen esta
fa lta (2 ); p o rq u e esos bienes sagrados n o podían ser
engullidos p o r su c le ro : jam os quedaba en la s m anos
p u ras de los santos m in istro s del a lta r m as de lo que
ex ig ían las necesidades de la vida; no porque la ley pres­
crib iese e l u s o , sino p o rq u e e llo s, poseídos de u n a
p ied ad m odesta y sim p le , n o e n c o n tra b a n cosa tnas
b aja q u e e l fausto y la in c u r ia ; e ll o s , enfiu , hacían
prevalecer su d ig n id a d p o r su inocencia y v irtu d es.
L a le y sobre el trib u to n o ten ia lu g a r m as que sobre el
tra b a jo y la in d u s tria . Este trib u to se p«iga p rim e ra ­
m ente á la naturaleza, h asta te n e r cinco lu stro s cu m p li­
dos : e l h ijo ay u d a a l p a d re en todos sus tra b a jo s. Las
tie rra s de los h u é rfa n o s, las de las v iu d as, y las d e
los e n fe rm o s, las cu ltiv ab a el pueblo (3 '. E n tre el
n ú m ero d é la s enferm edades está co m p ren d id a la vejez :
los padres q u e te n ían e l d o lo r de so b rev iv ir á sus hijos
n o estaban jam as espuestos á alg u n a n e c e sid a d ; la le y
les consolaba siendo viejos. C u an d o el soldado estaba 1

(1) A cada n iñ o se le d a b a u n a p o r c ió n de te r ­
ren o ig u a l a l de su p a d r e , y á c a d a n in a la m ita d .
(2) L a la n a de lo s re b a ñ o s d e l S o l y de lo s d e l
In c a se d is tr ib u ía a l p u e b lo , y lo m ism o se h a c ia
d e l a lg o d ó n en lo s p a íse s donde la te m p e r a tu r a p e r -
m id a i r vestid o s m a s lig e r a m e n te .
( 3) Cuando e l p u eb lo se o cu p a b a de esto s tr a b a ­
j o s , se m a n te n ia á su costa»
LOS INCAS. ii
sobre la s arm as, se le cultivaba su tie r r a ; sus hijos g o ­
zaban los derechos en fav o r tic los h u érfan o s, sus m u­
je re s los de las v iu d as; y $Í él m oria en la g u e rra , el
estado m isino tom aba p o r ellos los cuidados de un pa-
v de u n esposo.
E l pueblo c u ltiv ab a , p rim e ra m e n t* , el terren o que
pertenecía al S o l; despues el de las viudas, el del huér­
fano v *1 d e l enferm o; seguidam ente cada uno se ocu-
paba d el suyo p ro p io , y las tierras del Inca te rm in a ­
b a n los tr a b a jo s , á los cuales los pueblos iban en m a ­
s a , y esta co n cu rren cia era pora el m o n arca u n dia
d e fiesta. A d o rn ad o com o los dias solem nes , él no ce­
saba de c a n ta r ( i) .
La tarea de los trab ajo s públicos estaba d istrib u id a
co n ta n ta eq u id ad q ue á n ad ie era pesada. N inguno
estaba dispensado , y todos cooperaban con un m ism o
relo. Los tem plos y los castillos, los puentes de m im ­
b res que atraviesan los rto s , las vi as públicas q ue se
« tie n d e n desde el c en tro del im perio hasta los fro n te­
ra s , to d o era m o n u m e n to s, n o de la esclav itu d , si­
n o de la obediencia y d e l a m o r m as lib re y p in o . Los
in d io s a n ad ian o tro tr ib u to , q ue era el cíe las arm as,
de las cuales fo rm ab an espantosos m ontones para el
servicio de la guerra , á s a b e r , d e bachos , porras,
lan zas , flechas , arcos y b ro q u e le s : ah ! vana defensa
c o n tra esos rayos europeos q ue vieron bien p ro n to b ri­
lla r .
T o d o cuanto co n cern ía n las costum bres estaba
pvescripto p o r las leyes , las cuales castigaban la pere­
za y la ociosidad {2) d e ln m ism a m anera que lo h a - 1

(1] E l re fra n ela esto s c a n to s e ra h ailii, q a eq u ie*


re d e c ir triu n fo .
(a ) E n tr e lo s p e r u a n o s , lo s ciegos r í o s minfos
T omo 1. /j
ta LOS IJÍCAS.
c ía n la s d e A te n a s ; d e fo rm a q u e h a c ie n d o ellas tr a ­
b a j a r , d e s te rra b a n la in d ig e n c ia ; y e l h o m b re a u n ­
q u e fo rz a d o á s e r ú t i l ♦ p o d ia , a l m e n o s , e sp e ra r ser
d ich o so . E stas sabias ley es p ro te g e n la h o n e stid a d , co­
m o u n a cosa in v io la b le y santa; la lib e r ta d in d iv id u al,
c o m o e l d e re c h o m as sag rad o de la n a tu ra le z a ; la ino­
c e n c ia , e l h o n o r, la tr a n q u ilid a d j b u e n a a rm o n ía e n ­
tre la s f a m i l i a s , c o m o d o n es d e l cielo q u e d e b ía n re ­
verenciarse-
L a le y e n fa v o r d e los h ijo s , aun d e aq u ello s q ue
e stá n en la e d ad del c a n d o r , e ra rig u ro sa c o n tra sus
p a d re s , pues q u e castig ab a á estos del v ic io q u e ha­
b ía n a lim e n ta d o o n o su fo caro n e n sus h ijo s ; p ero ja­
m as el c rim e n d e los pudres e ra tra n sc e n d e n ta l á n in ­
g u n o : e l h ijo d e l c u lp a b le c a stig a d o le reem plazaba
sin vergüenza y sin b a ld ó n , y se le m o stm b a este ejem ­
p lo ú n ic a m e n te p a ra q u e , e sta n d o in s tr u id o d e e l , su­
piese despues ev itarle*
P o r to d as p a rte s e l c a rá c te r d e la teocracia fue el
d e e x ag e rar e l rig o r d e las penas# E n u n pueblo la ­
b o r io s o , o cupado s ie m p r e , satisfech o d e su equidad
m is m a , seguro d e su d ic h a , sim p le y d u lc e , sin a m ­
b ició n , s in e n v id ia , ex en to d e n u estras necesidades
fan tástic a s y d e nuestros vicios refinados; am igo d e l ó r-
d e n , q u e n o es o tra cosa m a s q ue el bien p ú b lico d is­
trib u id o e n tre t o d o s ; aficionado p o r reco n o cim ien to
al g o b iern o ju sto y sabio , la h a b itu d á las buenas cos­
tu m b re s h ace la s leyes casi in ú tile s ; ellas e ra n preser*
vativas , y n u n c a v e n g ad o ra s.
He a q u í u n eje m p lo d e la le y te rrib le con cern ien te

no e sta b a n e x e n to s d t l tr a b a jo , lo s niños m ism o* >


desde la e d a d d e cin co a ñ o s > e sta b a n o cu p a d o s en
e s p u lg a r e l a lg o d ó n y e n d e s g r a n a r e l tnais.
LOS INCAS. i3
á la v io lació n del voto de las vírgenes del Sol. ¡O !
¡ com o es posible q ue en un pueblo ta n m oderado y d u l­
ce, pudiese ex istir una ley ta n h orrorosa! E l fanatism o
n o cree jam as h a b e r b ien vengado el D ios de q u ien es
m in is tro : el fue q u ie n p ro n u n ció esta le y b á rb a ra en
u n pueblo el m as h u m an ó del m u n d o .
P o r espiar la culpa de u n a m o r sacrilego y apaci­
g u a r la cólera de u n d io szelo so 5 n o solam ente el fa­
n atism o quiso que la infeliz sacerd o tisa fuese e n te rra ­
d a viva [ 1 ), y e l seductor co n d en ad o al suplicio mas
ig n o m in io so , sino q ue tam b ién h a c ia en el crim en la
fam ilia de lo s culpables \ de form a q ue padres, m adres,
herm anos y h e rm a n a s , y b á sta lo s n iñ o s , todos debían
perecer en las lla m a s , y el sitio m ism o donde nacie­
ro n los dos im pios de hia co n v ertirse en desierto. Así
p u e s, cuando el pontifice pvonuncia esta se n te n c ia ,
c u an d o n o m b ra el c r im e n , y señ ala la p e n a , tie m ­
b la h o rro rizad o j su fren te p á lid a , sus cabellos b la n ­
cos e riz a d o s, y sus ojos clavados e n la t ie r r a , no osa
lev a n ta r su cabezo respetable para m ir a r a l cielo-
A cabada la le c tu ra d e las le y e s , e l m o n arca levanta
las m an 03, y d ic e : S ol ¡ó p ad re m ío ! si y o llegase á
violar tus santas le y e s, deja de ilu m in a r m e , y m an d a
a l m in istro d e tu c ó le r a , al te r r ib le Illa p a ( 2 ', de re­
d u c irm e á polvo , y q ue u n p ro fu n d o olvido m e borre

( i ) D ebe bien n o ta rse que la su p e rstic ió n e s ta ­


bleció u a m ism o su p licio en R o m a y e n e l C uzco, p a r a
c a s tig a r la m ism a c u lp a de J r a g ilid a d h u m a n a en
l a s vírgenes de V esta y la s d e l S o l.
(2} B a jo e l nom bre de Illnpa e sta b a n com pvehen-
didos el re lá m p a g o , e l tru e n o y e l r a y o , q ue los
in d io s lla m a b a n los ejecu to res de la ju s tic ia del
4 I O S IN C A S .
d é la m e m o ria d e los m o rta le s . P e ro , si y o so y fiel á ese
có d ig o sag rad o , h a z q u e m i p u e b lo , á rn¡ e je m p lo , m e
escuse el d o lo r de v e n g a rte p o r m í m i s m o , pues q ue
el m as tris te d e los d e b ere s d e u n m o n a rc a es el d e
c astig ar.
E n to n ces los I n c a s , lo s c ac iq u es, lo sju e c e s y los a n ­
cianos , re pre sen tantos d e l p u e b lo , re n o v a b a n su p ro ­
m esa de v iv ir y m o r ir fieles a l£ cu Ito y ley es d e l Sol#
Los vigilantes se p re se n ta n u n o á u n o . S u titu lo ( t )
a n u n c ia la im p o rta n c ia d e la s fu n cio n es d e su cargo;
estos son los enviados del p r ín c ip e , q u e , revestidos de
u n carácter tan in v io la b le c o m o el d e la m odestad
m is m a , van á las p ro v in c ia s á o b se rv a r la co n d u cta
d e lo s d ep o sitario s d e la s l e y e s , y ver si e l p u e b lo es­
t á ó n o a g ra v ia d o d e e llo s ; d e form a q u e a l d eb il á
q u ien el poderoso b a in ju r ia d o ú hecho alg u n a violen­
cia , a l in d ig e n te a b a n d o n a d o , a l h o m b re a flig id o ,
ello s p reg u n tan : ¿ c u a l es e l m o tiv o de tu q u e ja ? ¿ q u ie n
es la causa d e tu pena y d e tu lla n to ? S e g u id am en te
se a v a n z a n , y ju ra n d e la n te del Sol de ser ta n justos
corno él m ism o . E l In ca a b ra z a á los v ig ila n te s , y Ies
d ic e : T u to re s del p u e b lo , á vosotros es i q u ie n está
confiada su su erte v en tu ro sa. S o l , prosigue d ic ie n d o ,
recib e ju ra m e n to de lo s tu to re s del p u e b lo ; c a stíg a ­
m e si y o d e jo de p ro te g e r su re c titu d y su zo lo ; c a stí­
gam e si y o Les perd o n o su d e b ilid a d ó in iq u id a d .

'i ) C u c u i r i c o c , lo s q u e to d o lo ve.n»
LOS INCAS-

CAPÍTULO III.

A o o R A C IO * A L SOL E K $ 0 M BO IO OIA. — P R E S E N T A C IO N 0 6

TRES V IR G E N E S CONSAGRADAS A L SOL. — C O R A , LA

UNA DG ESTAS T n t S , SO S A C R IF IC A CONTRA SO T O L O N *

t a i >. — H olocausto A L SOL* — FESTIN PÚBLICO D M -

P C ES DB L A F I E S T A »

A las cerem onias espresadns e n e l capítulo an tece­


d e n te se siguieron otras n o m enos famosas* La ju v e n ­
tu d , escogida y form ada en coro d e ninas y n iñ o s ,
to d o s d e una h e rm o su ra estrem a , y cada u n o c o n
u n a g u irn ald a en la m ano , con las cuales a d o rn a n las
colum nas sag rad as, danzan al r e d e d o r , y cantan d u l­
císim os him n os de alobanza al Sol y á sus h ijo s. La
ropa de estas criatu ras ta n bellas era de un tisú lig e ­
ro , form ado d el velo delgado , b la n d o , su til y corto,
que sale d e un arb u sto f i ) que se cria en los valles d e ­
licio so s, y q u e es igual en b lan c u ra á la nieve de las
m o o ta ñ a s ; los cabos flotantes d e esta ropa a u m e n ta ­
b an á la h erm osura de la ju v en tu d de am bos sexos
todos los encantos del g u sto ; p e ro , en esos v e n tu ro ­
sos p a íse s,e l p u d o re s c o n n a tu ra l ; d e fo rm a q ue é l s ir ­
ve de velo ¿ la n atu raleza, y sin hacer u n m isterio de
nada* porque el m iste rio es h ijo del v icio; to d o es

(i) E l (jue p ro d u c e e l a lg o d ó n .
jC, LO S INCAS'
a llí c a n d o r, pues q u e , á lo s ojos d e l a inocencia, nadá
puede esta tem er»
C u an d o estos coros d a n z a n a l red e d o r d e los colum ­
n a s , ellos se e n tre la z a n con sus g u irn a ld a s , y esta ca­
d e n a m isteriosa sig n ific a las d u lzu ras d e q ue goza una
sociedad d o n d e la s ley es fo rm a n sus eslabones.
M as c u a n d o las c o lu m n as s e ilu m in a n , entonces
nuevos c án tico s d e a d o ra c ió n y d e jú b ilo resuenan eti
el te m p lo , y el I n c a , a rro d illa d o a l pie d e a q u e lla
d o n d e está relu cie n d o el tro n o d e oro de su p a d r e , d i­
c e : F u e n te in ag o tab le de to d o s lo s b ie n e s , ¡ ó S o l! ¡ó
p a d re m ió ! es Im p o sib le q ue tu s h ijo s te p u e d m ofre*
cer a lg u n a cosa q ue n o venga d e t í . L a o fre n d a m is ­
m a d e tu s beneficios es ta n in ú til á tu p rovecho com o
á tu gloria» P a ra c o n se rv a r e te rn a m en te tu saludable
lu z , n o tien es n e ce sid a d n i de los vapores d e n u estro s
ofertorios , n i d e los perfum es d e nuestros sacrificios*
L as cosechas a b u n d a n te s q u e tu c a lo r p ro d u c e , los
frutos q u e tu s royos sazonan ; lo s reb añ o s y m anados
á q u ien es tu regalas con el ju g o de y e rb a s y d e flo­
res , to d o , to d o es u n teso ro para n o so tro s. D is tri­
b u irlo s es p ro p ia m e n te im ita rte } pero el a n cian o e n ­
ferm o , la v iu d a y el h u é rfa n o , son ú n ic a m e n te lo s que
los recib en en tu n o m b re ; es e n e l seno d e estos in­
d iv id u o s desgraciados d o n d e , c o m o sobre u n a lta r
debem os d e p o sita r nuestros hom enages* M ira el t r i ­
b u to q u e voy á o fre c e rte co m o una c o rta s e ñ a l, pero
u n a p ru eb a solem ne d e m i re c o n o c im ie n to y a m o r ;
p o iq u e , e n cunnto á m í to c a , esto es un e m p e ñ o ; por
p a rte de los desgraciados es u n a o b lig a c ió n , y la ga­
ra n tia in v io lab le d e lo s derechos q u e e llo s tie n e n á
m is bondades*
A cabada esta o ra c ió n , el p u eb lo rin d e gracias al Sol,
p id ié n d o le q u e le d e sie m p re buenos rev es; y el m o ­
n a rc a , p reced id o d e l p o n tífice, de io s sacerdotes y de
LOS INCAS. 1 7

la s v írg e n es sagradas, va al tem p lo a o fre c e r a D ios


el sacrificio acostum brad0«
S obre el p ó rtico del te m p lo , se p re se n ta ro n a l p rín ­
cipe tre s jóvenes vírgenes escogidas, q ue sus p a d re s ve­
nían de c o n sa g ra r a l servicio del Sol. U n lig e ro velo
de algodón las ocultaba á los ojns de los p ro fa n o s , y
eran las tres tan herm osas que puede b ien d e cirse que
la naturaleza n o había jam as producido en a q u e llo s paí­
ses una b eld ad semejante* Los tre s In c a s, sus p a d r e s ,
las co n d u cían por su m a n o , y , á su l a d o , las m a­
d res sostenían el cabo de la c in tu ra , sig n o y prenda
sagrada de la vergüenza honesta y la c a stid a d q ue ella#
h ab ía n sab iam en te in spirado j co n serv ad o e n sus
h ijas.
E l r e y , saludándolas con u n aire religioso , las in tro ­
duce en el te m p lo ; les sigue el g ran s a c e rd o te , y a l
p u n to se c ie rra n las puertas. In m e d ia ta m e n te , las tres
vírgenes se presentan delante d e la im a g e n d e su es­
p o so , d o n d e el g ran sacerdote les co rre e l velo q u e las
cu b re. C aído este , ¡ a h í cuantos atractiv o s se presen­
ta n á la vez. E l m onarca m ism o se c re ia p e rd id o en
la corte del S o l, su podre ; e n efecto , c re y ó ver las
m ugeres celestiales con la sq u e ese D ios b ie n h e c h o r par*
te el cu idado d e d a r lu z al universo.
D os de estas herm osas bijas m o strab an su placer en
su ro stro ; y su co razó n , llen o de g lo ria , n o m ezclaba
a l dulce se n tim ien to d e u n a piedad p u r a y tierna
lo s afectos d e l m u n d o ; pero la te rc e ra , la m as bella
de to d a s , aunque tan cándida é in o cen te com o e lla s ,
m an ifestab a en sus ojos la m elancolía y la tristeza.
C o r a , asi se lla m a b a esta lin d ísim a in d ia n a , an tes de
p ro n u n c ia r e l voto que la separaba p a ra siem pre del
tra to d e los m o rta le s, to m a la s m an o s d e su p a d re ,
y besándolas con a r d o r , no hizo m ns q u e e c h a r u n tí­
m id o y m u y profundo suspiro ; p ero , a l in stan te , le-
i8 LOS IKCAS.
▼antan d o sus bellos ojos h á c ia su m a d re , se a rro ja en
•us b ra z o s, in u n d a su sen o d e lá g r im a s « y g rita tris -
tem en te: ¡a h ! m a d re m i a • Los pad res d e esta joven, e r e - ,
gos p o r u n a piedad c r u e l , n o v iero n e n lo s se n tim ie n -
tas d e su b ija o tra cosa q u e a q u e lla e m o c ió n t i e r ­
na y n a tu ra l que causa siem p re el p o stre r a D io s , la
ú ltim a despedida, com o ta m b ié n la o p re s ió n , la lu ch a
de u n corazón q ue se d esp ren d e d e c u a n to le es m as
am a d o en la tie r r a , de su p ad re y su m a d re ; en ta n ta
m an era que ella m ism a n o p o d ia a tr ib u ir este d o lo r que
a la fuerza <le lo s nudos d e san g re y a l p o d e r de la n a ­
turaleza m ism a. — ¡ O el m ns c a riñ o so y el m e jo r de
los p ad res! ¡ó m a d r e , m i! veces m a s a m a d a q u e m i
▼ ida.... ¡ Forzoso es no volveros á v e r! — E stos e ra n
entonces sus únicos se n tim ie n to s, y e l g ra n sacerdote,
q u e crey ó q u e su vocosion era p e rfec ta , la dejó c o n ­
su m a r su te m e ra rio v c ru e l destino»
N o o b stan te, resultó bien p ro n to u n a p ru eb a n a d a
equívoca d e su aversión á este e s ta d o : c u a n d o se les
hizo em endet la te y q u e im p o n e pen-is g ra v ísim a s;
la violación d el v o to , la s dos c o m p a ñ e ra s d e C o ra la
escucharon sin tu rb a ció n alg u n a ; p ero ella so la, p o r
un in stin to que la v aticin ab a sus d e sg ra c ia s, sin tió
que su corazón se h ab la resen tid o de d o lo r , y a l m o ­
m en to d esap areciero n 'lo s colores finísim os de su ros­
tro ; sus ojos se c u b riero n d e u na n u b e espesísim a,
sos labios rosados se volvieron p álid o s y convulsivos,
p ro n u n cian d o e! voto q u e su-corazón a b ju ra b a . Estos
presen tim ien to s, estos indicios v e h e m e n te s, estos sig­
nos dem ostrativos de la rep u g n an cia de ta n herm osa
doncella , no causó n in g n n electo n i á sus padres n i
a l pontífice; ellos a trib u y ero n torio esto á su debilidad*
y procuraron fortalecerla diciéiiclola , q ue ella se en­
c o n traría a l instante m u y c o n te n ta , ten ien d o á Oios
por esposo; y C ora siguió á sus com pañeras l>c<tta el
inviolable asilo d e las tsposas del S ol.
LOS INCAS. i 0

À1 in stin to fue a b ie rto el te m p lo , v los In c a s , m i­


n istro s d e los a lta re s, em pezaron el sacrificio.
lisie sacrificio era m u y m ó cen te y p u ro . Los sacri­
ficios de u n culto feroz que reg ab a con sangre h u m a ­
na tos bosques y valles in c u lto s, cu an d o una m ad re
arran cab a ella m ism a las c n tro ñ n sd e sus hijos sobre el
a lta r de un Icón , de u n tig re ó de u n b u itr e , no
te n ía n lu g a r alguno en este pais delicioso. L a o f re n ­
do ag rad ab le al Sol, e ra n las p rim icias d e los fru to s,
de las cosechos y d e los an im ales q ue la n a tu ra le ­
za ha d estin ad o para el a lim e n to del hom bre. U na
p eq ueñísim a parte de esta ofrendo se consum ia so­
b re el m ism o a lta r , y lo re sto n te se destinaba al festín
público q u e el Sol D ios daba á su am odo pueblo*
Bajo el p ó rtico form ado d e ojas de árboles, que
rodeaba el te m p lo , aparecía el rey $ los Ineos y los
caciques se d istrib u ion e n tre la m u ltitu d pora pre­
sid ir los mesas donde el pueblo estaba ya sentado»
L a prim era ero la de los viudas , de los huérfanos
y los an cian o s; á la cabecera de esto mesa estaba
el rey com o padre de los desgraciados ( i ) . T ito*
Z o ra i, p rín cip e h e re d e ro , se sentaba á la derecha de
su podre ; este ¡óvert , cuya bondad anunciaba u n o ri­
gen celestial había cum plido qu in ce o ñ o s, tres lus­
tros , que era la edad en que se hacia experiencia de
la v irtu d y el v alo r (%)• Su podre enam orado goza
el dulce placer de verle c ie c e r: joven aun el re y , de­
sea y espera o m toda confianza que le sustituya u n
sabio ó ai m enos u n virtuoso en su trono*

( t ' Uno de sus títu lo s e ra Iluaccha-caya , e l q m í•


g e de lo s p o b res •
(o .) A l o s d i e z y seis a ñ o s.

*
T omo í . o
20 LOS INCAS*

|W V V W \ W U W V \ ^

C A P ÍT U L O IV.

J t ’ECOS CELEBRES QÇE SEGUIAN AL Gf.AN FA SU N -

A l festín seguían lo s ju eg o s, y era en ellos donde


Jos Incas jóvenes, q ue d eb ía n d a r el p rim e r ejem plo
de v alo r y su frim ie n to , se eje re u n ió n en el a rte de
co m b atir.
L os príncipes jóvenes d ab an p rin c ip io p o r el juego
d e flecha y e l d a r d o , al son de o r e ja s ; y el vencedor
vé in m ed iatam en te c o rre r h a cia ¿1 su p a d r e , lleno d e
reg o cijo , que a b ra z á n d o le , Ic d i c e h i j o m ió , tu me
recu erd as m i ju v e n tu d , y h o n ra s m i vejez.
Despues se sigue el c o m b a te , y es en este espectá­
c u lo d o n d e se vé e je c u ta r todo cu an to la h a b itu d pue­
de d a r de m o v im ien to y d e fuerzo á la naturaleza h u ­
m an a. En efecto , a llí se yen los c o m b a tie n te s, ágiles
y ro b u sto s, ag arrarse fuertem ente los unos á los otros,
d esasase después, volver a tra s algunos in stan tes por to ­
m ar aliento, reso lla r y volver á la pelea, por afum arse y
red o b lar sus esfuerzos, d e form a q u e , encadenándose
con sus brazos vigorosos, s e le s veía unas veces inm ó­
v ile s , otras b am b o learse, y a cay en d o , ya lev an tán ­
dose, y a , en fin , forcejeando ta n obstinadam ente que
rogaban la yerva del sudor de q ue ellos estaban in u n ­
dados .
M ientras q u e el com bate está in d e c iso , lo s padres
LOS IKCAS. ai
n o t eueu sosiego algum ); sus corazones se a g ita n fu e r­
tem en te entre el tem o r y la esperanza. E n f i n , la vic­
to ria se declara ;p c ro los jueces despues de h a b e r d is ­
trib u id o los prem ios á los v e n c td o re s, n o o m ite n de
elogior el v alo r de los vencidos; pues q ue el elogio
es en las alm as grandes el germ en y el a lim e n to de
noble em ulación.
E l sensible y valeroso Z o r a i , el h ijo d e l re y y he*
redero d el im p e rio , era uno d e los d e l n ú m e ro d e
aq u ello s á quienes sus adversarios hab lan p u e sto á sus
p ie s, y aun forzado á a rro d illa rse ; él no g a n ó n in g ú n
p re m io , v llo rab a de vergüenza. U no de lo s jueces se
acerca á é !, y le dice por c o n so la rle : p r in c ip e , el Sol
nu estro padjc» es justo ; él da la fuerza y la m afia á
lo s que d rb en o b ed ecer, reservando la sa b id u ría v la
eq uidad al que debe m a n d a r. E l m o n a rc a , q ue escu­
chaba estas palabras del ju e z , le d ic e : A n c ia n o , d e ­
ja á m i hijo que se aflija y sonroje de ser m as débil
y menos d iestro que sus rivales. ¿ L e crees tu fo rm a­
d o únicam ente para sentarse en el tr o n o , y envegecer-
se en el reposo ?
E l joven p rín cip e entonces m ira con a ire c eñ u d o al
venerable an ciano q ue 1c había adulado , y se a rro d i­
lla delante de su padre*, q u ien abrazándole tie rn a m e n ­
t e , te d ic e : Hijo m ió , la m as justa y Ja m as im p erio ­
sa de las leyes es el ejemplo* T u no serás jam as servido
con m..s a m o r, m as a rd o r y m as 2eIo, q ue cu an d o , para
obedeceros , n o tengan mas que im itaro s.
Los co m b atien tes , despues de h a b e r descan sad o , se
preparan para el de la c a rre ra , que es su m as fatigosa
prueba. E l cam po de batalla era de cinco m il pasos,
e n cuyo estrem o hay un velo de p úrpura q ue el ven*
ced o r debe to m a r. E n tre el intervalo de la estrem id ad
de la b a rre ia se colocaba el pueblo en dos filas, y
con los ojos llam aban á los jóvenes corrcdoies* D ada
a* T.OS I N C A S .
h señal > p irte n todos ju n to s , y d e am bos lodos L·l
cam pa se ven los padres v m ad res q ue a n im a n á sus
hijos cou gestos y con voces; n in g u n o de estos da á
ntjueilos el posar de verlos abatirse en su c a rre ra , p o r­
que todos lle g an a) fin casi á u n m ism o tiem p o .
Z o rai babia avanzado sobre sus riv a le s; uno so lo , el
que 1c venció a n te rio rm e n te en e l c o m b a te d e la lu ­
c h a , le llevaba alg u n a d e la n te ra , c u an d o estos dos es­
forzados jóvenes se h a lla b a n com o á d ista n cia d e cien
pasos d el velo. K o , grita el joven p rin c ip e , tu n o te n ­
d rá s la g lo ria d e vencerm e segunda vez. Al in stan te,
rean im an d o sus fuerzas, se avanza, deja atrn s á su r i ­
val , y le gana el p rem io .
Los que le seg u ían pro csim am en te tu v iero n alguna
parte en el triu n fo ; y de este n u m ero eran lo s ven­
ced ores en los anteriores ejercicios de la lu ch a , d é la
ÍLcehn y del dardo- Z orai se pone á la cabezo de estos,
ten ien d o en su m ano !a lanza en qnc flota el velo de
p ú r p u r a , el triu n fo de su v ic to ria , y con ellos se
presenta d elan te de la asam blea de los ancianos, q u ie­
nes los proclam an dignos d e l nom bre d e Incas y de
verdaderos hijos del Sol*
Seguidam ente sus m adres y h erm an as vienen á ellos,
con u n aire m odesto v c a riñ o so , á p o n e r en sus plan­
tas ágiles u n a estera com puesta de trenzas de lana , en
lu g a r d e la de corteza d e á rb o l (2) d e q ue e ra n las
$and <! as q u e llevaba el pueblo.
Desde a llí, ios ancianos los presenta» a) re y , q u ie n ,
sen tad o en su tro n o de o ro y rodeado d e su f a m ilia ,

't A n te s se lla m a b a n a u q u i, in fa n s , com o lo


tra d u ce G a rc ila so .
'0 ) De u n á rb o l lla m a d o m onguey. E s te d e ta lle
és*n iornado de la kisto j‘ia.
L O S JISCAS. >?>
los recibe con la magostad d e un Dios y con el c a ri­
n o de un podre am oroso. El príncipe h e re d e ro , ou
su calidad de vencedor en el ejercicio mas penoso . se
hecha el prim ero á los pies de su p a d re . E l monarca
se esfuerza en no m anifestar p o r el preferencia alguna;
pero la naturaleza destruye su p r o v e c to , pues que,
cuando le ciñ e el vendo real de los I n c a s , sus m a ­
nos t ie m b l a n , su corazón se agita y enternece; d e ­
ja escapar algunas lá g r im a s , que riegan la frente de
su h ijo , y este joven entonces se sobrecojo y abraza
las rodillas del rey. Estas lá g r im a s , hijos del a m o r
paternal y de la a le g r ía , son la única distinción
que el sucesor al tro n o obtiene sobre sus émulos- E l
In ca , por su propia m a n o , le da l a señal mas g lo ­
riosa de nobleza y de d i g n i d a d ; esto e s, le ahugerea
la o r e ja , y le pone en ella u n pendiente de o r o , en
figura de «anillo: favor reservado á los de su raza , pe­
ro que n in g u n o alcanza jam as si h a hecho cosa i n d ig ­
na de su nacim iento ó que no tiene virtudes.
E n fin el rey to m a la p a la b ra , y d ice á los nuevos
I n c a s ; el m as sabio d e los r e y e s , M a n c o , vuestro
abuelo y el r n io , fue el m as vigilante y valiente de
l o s tn o u a le s . C u an d o el S o l, su p a d r e , le envió á fun*
d a r este impelió» le d i j o : tom a ejem plo de m i, v ien ­
d o que si yo m e levanto , tío es por m i ; que si y o es­
parzo mi luz , tam p o co es p o r m í ; de forma q u e , si
y ) haeo m i carrera , sí vo la señalo con beneficios, ns
el universo quien los goza, y y o m e reservo el placer
dulcísim o de vctlos gozar. A n d o , sé d ic h o so , si tu
puedes se rlo ; pero á lo m e n o s , cuida de que otros lo
sean. I n c a s , hijos del Sol , he aquí vuestra lección,
C u an d o scala voluntad d e vuestro padre la de haceros
venturosos , sin fatiga v sin t u r b u le n c ia , él os l l a m a - ’
rá , él os pondrá á su lad o : pero h asta que llegue ras-
te instante afottunado ; sabed que la vida es u n canil-
ai LOS INCAS,
no trnhijoso ♦ que vuestrns virtudes solas pueden h a ­
cerle soportable y útil n o solamente a vosotros mis­
mos , sino al resto de vuestros sem ejantes, que dejáis
en este m u n d o . El flojo, el holgazán se descuida v aun
sí adorm ece sobre su m ism a r u ta . y solo la m n cite ,
por piedad , es la que viene á abreviársela. El h om ­
b re valeroso, el h o m b re h o n r a d o , soporta con pacien­
cia sus t r a b a j o s , y da un paso seguro y libre, el llega
en fin al te rm in o fatal d o n d e 1c espera la m adre del
reposo e te rn o . ¡O tú , m i q u erid o h ijo , dice el rey al
príncipe heredero , repara en ese astro lum inoso que
va á acabar su carrera: cuantos bienes n o ha hecho el
n la naturaleza en este día ! aquello que m as se le ase­
meja en la t i e r r a , es solo u n buen rev .
A estas palabras el m o n a rc a se levanta , v acom ­
p a ñ a d o de su familia y su p u e b lo , y precedido del
pontífice, se en cam in a al pórtico del tem p lo para o b ­
servar el ponerse d e l Sol y recoger los oráculos-
L O S IS C A S .

C A P ÍT U L O Y .

PoVTCRA OBL so r.» -----P fiE S A C IO S F C N G S T o s --------- L t E r . A D A

JJU to s M E JIC A N O S , SOBRINOS J>B M O TEZtM A , «¿U»


VENIAN À. P E D IR UN ASILO A L INCA.

Lr> corte y el p u e b lo , colocadas en la p la z a , g u a r ­


d a b a n todos un religioso silencio. E l m o n a r c a soto
m o n ta los escalones del gran p ó rtico , d o n d e le a g u a r­
d a b a y a el gran sacerdote, que n o d e b e r e v e l a r l o s se­
cretos de las cosas futuros mas que á él m is m o en perso­
n a . ( i ) . El cíelo esta b a r ntoí ices sereno, el a ire en c alm a
y sin vapores; d e fo r m a que cu aquel m o m e n to el ovi-
z o n te d e l poniente e ra m uy sem ejante a l d e la a u ro ra .
M u y p r o n to , del seno del m a r pacífico, se levanta
sobre el C a l m a r , (u) una nube sem ejante á las olas en­
c a r n a d a s , presagio fatal de tm rifa t m solemne. M
gran sacerdote te m b la b a , al m is.n o tie m p o que o p e ­
rab a q u e antes d e l ponerse d e l sol se disiparían estos
vapores. M a s , ¡ ó c i e l o ; esta nube horrorosa se aumeri-
t a rá p id a m e n te ; se a m o n to n a c o n tra las c im a s «le
las m o n ta ñ a s , y levan tán d o se aun d e a llí, parece
q u e re r desaliar a l m ism o Dios que se avanza á ro m p e r

( * ' L e estaba p ro h ib id o d iv u lg a r la s c o u is tjtie


€Í sa b ia p o r in s p ira c ió n d iv in a . (G a rsilu ro ).
P> orno M o rio b a jo d e l ecu a d o r.
2 6 LOS INCAS,
la fuerte barrera que había opuesto d su curso. Este
Dios desciende con m agestad, y sus rayos ardientes
traspasan por todas partes esas ondas de pú rp u ra ; pe­
ro? repentina m ente el rnal vino á su colmo»
XJna señal aun mas terrible se manifiesta en el cie­
l o ; esta es uno de aquellos astros que se creían e rra n ­
tes antes que el ojo prespicnz d e la a stro n o m ía nos
hubiese hecho conocer su curso- En e fe c to , era u n c o -
m eta que , semejante a un drag ó n que vo m ita fuego,
parecía venir del o r ie n te , y que volaba hacia el sol»
Este astro no es d la verdad en el cíelo mas que una
pequeña l u z , ó una chispa a los ojos de) p u e b lo ; pero
el gran sacerdote, creyó d is tin g u ir todas las cali­
dades de ese m onstruo prodigioso : el le vela resp irar las
lla m a s , y sacudir sus alas a b ra s a d a s ; veía sus e n ­
cendidos ojos seguir el c a m in o d e l Sol pora d e v o r a r ­
lo» P e r o , disim ulando el t e r r o r de que estaba pe­
netrado á vista de este p r o d i g i o , dice al r e y : P r í n c i ­
p e, seguidm e al tem p lo : y a llí, recogido en sí m ism o,
y <b spuos de h a b e r estado in m ó v il y a u n m u d o d e ­
lante del I n c a , le habla de esta m anera : d ig n o hijo
d e l Dios á quien y o s ir v o , si el porvenir es in e v ita ­
b l e , ese Dios bienhechor no s a h o rr a r á la pena d e pre­
v e rlo , y sin afligirnos mas del p re s e n tim ie n to d e m u ­
chos m ales , él d e ja rá al espíritu h u m a n o su seguedael
saludable, y á su t ie m p o , su o b sc u rid ad m i s m a ; y
pues que él se d ig n a esclarecernos, n o será in ú tilm e n ­
t e , y los mates que nos an u n cia p u e d e n aut> n o tener
lugar. N o os espantéis de los que os am enazan ; ellos
son terribles, sí es que debem os c re e rlo s signos q u e yo
venao O de observar en el cielo» Esos signos O n o se acuer-
d a n en tre si m is m o s; pues que el u n o m e d ice que
del poniente debe venirnos una g u e rra san g rien ta ¡
m e an u n cia o tr o que un enem igo te r r ib le debe venir
á atacarnos de la parte del o r ie n te : pero el uno y el
LOS INCAS. % r

o tr o no son m a s q u e u n aviso especial de ese D ios que


vela sobre nosotros. P rin c ip e , arm aos do constancia ;
porque ser inocente y valero so , n o hacerse digno de
m erecer su desgracia y saberla su frir con paciencia, es-
ta es la obligación que lo n a tu ra le z a im pone al h o m ­
b r e : lo d e m a s es s o b re n a tu ra l.
El sa ce rd o te , a flig id o , se q u ed a e n uti profundo y
religioso silen cio ; y el m o n a r c a , o c u ltan d o su triste­
za en el fondo de su co razón sale del t e m p lo , se p re ­
senta al pueblo con una aparente calm a y serenidad, y
le dice: nuestro Dios será siem pre el m is m o : él cuida
d e la suerte de su im p e rio y protege sus hijos.
E n este tan c rític o m o m e n to vinieron a anunciarle
que unos h o m b res d e sd ic h ad o s, perseguidos en su pa­
t r i a , le pedían un asilo 6 im p lo ra b a n su h o sp ita lid a d .
Q n se presenten , r c s p v i d o c l f a c a , porque jam as los
desventurados e n co n traro n mí corazón inaccesible, ni
m i palacio cerrado para ellos.
Los estranjem s llegau : ellos eran las tristes reli­
quias de la fam ilia de M o te z u m a , que h u y e n d o de.
la servidum bre de los españoles, y a tre v e s a n d o m o n ­
tañ as y r ío s , b u s c a b a n u n refugio im p e n etrab le á sus
tiranos.
U n c aciq u e joven se presenta á la cabeza tic estos
ilustres fugitivos. E n sus p ala b ra s y m odales se re c o ­
noció la h ab itu d de m a n d a r ; una profunda tr is te z a ,
u n c r u e l d o lo r s e a n u n c ia b a en su sem blante hermoso;
pero la alteración de sus c o lo r e s , lejos de m o stra r el
a b a tim ie n to , a n u n c ia b a la noble resignación de una
alm a g r a n d e , in d ig n a de su desgracia.
E l Inca le d ic e : joven csM*anjero, ¿d ecid m e quien
sois, de don d e venis, y que golpe de fortuna os ha for­
zado á buscar protección cu estos poises?
Inca, le responde Orozirnbo ' este era el nom bre del
m e jic a n o ] tu ves un nos. iros los deplorables restos.
3 $ LOS INCAS-,
d e u n im perio q u e , cuando m e n o s , e ra ta n grande y
ta n rico com o el tu y o . Este im p erio esta ya destruido.
L a suerte n o nos dejó o tro m edio que el de escoger ó
la fuga ó la esclavitud- N osotros hem os to m a d o el
p rim e r partido- 13os inviernos hem os pasado errantes
de m o n ta ñ a en m o n ta n a , de bosque en b o sq u e , y m
m edio (le los anim ales feroces, hasta que to m a m o s la
resolución de b u sc ar h o m b res mas. afortunados que
n osotros, y m enos crueles que nuestros enemigos. H a­
ce tres meses q u e , á m erced de los r io s , y ven­
ciendo m il escollos, hem os reco rrid o el circuito de
una ribera inm ensa. Los in a le s , los tra b a jo s , las a n ­
gustias que hem os sufrido en este t i e m p o , nos pusie­
r o n muchos veces 11 riesgo d e perder la v id a ; pero la
fam a de tus virtudes sostuvo nuestra esperanza. L l a ­
m a n te justo y bienhechor; nosotros venimos á probar sí
la fama m iente. Si t u nos d e s a m p a r a s , la m u e r te es
nuestro único recurso.
EstrangcFO, le dice el m o n a r c a , tn no has puesto e n ­
vano tu confnnza en m i. V en <i m i palacio a repo­
sar y reparar ¡as-fuerzas. Y o estoy in com odado d e e s -
cu ch a r la relación de vuestras d e s g ra c ia s ; pero deseo y
esprro Ijrtcerosbsolvidar.
E l cacique y sus com p ifíero*.. con d u cid as al palacio
del I n c a , son servidos respetuosam ente. Per-oeste ga­
lla rd o joven rehúsa to d o cuanto á sus ojos piesenta la
magnificencia; porque la ostentación y prosperidad, de-,
cía é l , son u n verdadero insulto o los desdichados. No
o b s ta n te , u n b a ñ o p u r o , vestidas nuevos , u n a mesa
a b u n d a n te , y b u e n o sd o rm ito rio s don d e rein a el silen­
cio, estos fueron los prim eros socorros de hospitalidad,
que el m o n a rc a ejerció con ellos.
E l d ía siguiente, los recibió rodeado de su faroU
Jia y de su corte venturosa ; ¿les h¡20 sentar*al rede­
d o r de n i t r o n o , y m an ife sta n d o al joven O rozim bo
LOS LSCÀS.
t o l o s aquellos sentim ientos de que los desgraciados son
siempre acreedores, le invita á d e sa h o g a r su corazón ,
á aligerarse del peso de sus penas c o n tá n d o se la s todas.
Su recuerdo es c r u e l , dice el c a c iq u e mejicano» l a n ­
zando un ttiste y profundo s u s p ir o ; m a s y o debo á tu
sabiduría el tra za r su horrorosa im a g e n . E scúcham e
generoso p rín c ip e , y perm ita el c ie lo que el ejem plo
de m i patria te ensene á l ib r a r t u s estados del azote
que la ha hecho sufrir males in ca lc u lab le s. A estas pa*
la b r a s , u n profundo silencio rein a e n la asamblea de
los I n c a s , y el cacique prosigue d e esta m a n e ra .
3o LOS INCAS*

C A P ÍT U L O V I.

O & O 2 I M B 0 , OKO OT. LOS CACIQUES MEJICANOS , CUENTA Al»

INCA LAS DESGRACIAS D E SU PATRIA-

Hijos del S o l , vosotros sabéis eí curso que él hace


a n u a lm e n te : en este m o m e n to m is m o él está sobie
vuestras cabezas: hace tres lu n a s que él h a c í a l o m is ­
m o en el país d o n d e j o nací- Esto país se llam a M é­
jico » don d e M otozum a es r e y , y de quien somos so­
b rin o s. Motezuma era V irtuoso, d e un corazón recto*
p u r o , generoso y f i e l ; pero m u y frecu en tem en te d e ja ­
b a apercibirse que , en el seno m ism o d e la prosperi­
d a d , n acía u n vicio c a p i t a l , esto e s, se m o strab a no
so la m e n te o rg u llo so , sino a u n ind o len te. E n e fe c to ,
olvidándose que e ra h o m b re , olvidó ta m b ié n que era
r e y ; d e forma que su d u rez a estreñía le hizo perder
•sus a m i g o s ; su d e b ilid ad y su im p ru d è n c ia le hicie­
ro n c a e r en m a n o s de u n enem igo pérfido, y lie aquí
la c a u s a d o todos los m ales q u e ha sufrido.
V e in te caciques, todos p o s m l o r c s d e otras tan tas fér­
tiles provincias , oslaban reu n id o s b ajo d e sus leyes.
T a n poderoso com o absoluto > abusó d e su fo rtu n a,
ó m as bien sus a d u la d o re s , e n tre los cuales bahía ele­
gido sus m inistros» abusaron en su n o m b r e ; V resultó
que las u n a s , sacudiendo el y u g o , h a b ia n recobrado
LOS L\CAS. 3í
su lib e rta d ;la s o tra s , m as debiles ó mas tím id a s , ge­
m ían en el silencio, y para rebelarse esperaban el m o ­
mento que él fuese desgraciado; cuando he aquí que
llegó la noticia que á la parte del o r i e n t e , en u n si­
tio donde la ribera se encorva , y abraza la m a r ( i )
ano raza de hom bres que se creia que eran dioses, h a ­
bían arribado sobre castillos con o l a s ; en los cuales
traían el relámpago , el tru e n o y el ra y o ; que de esas
fortalezas flotantes sobre las aguas salían unos anim ales
terribles que llevan acuestas esos hom bres inmortales*
Otros m il testigos aseguraban que el cuadrúpedo v el
hom bre eran una m ism a cosa ; que su carrera sobrepu­
ja los vientos: que sus m iradas eran mortales , que sus
dos cabezas de hom bre y de bestia in d ó m ita , dovora-
ban todo cuanto sus ojos no habían podido c o n s u m ir;
v qu" la punta de nuestras flechas se em botaban sobre
la duro concha de las que todo su cuerpo era c u ­
bierto.
Estas noticias propagaron el te r ro r y el espanto; un
gvito, u n clam o r universal de a larm a resonó hasta M é ­
jic o , ( ciudad que era la capital del i m p e r io ) . M o te-
zum a se t u r b ó ; pero la m ism a deb ilid ad , la m ism a
cobardía q u e le hacia tem er todo, le h iz o , desde este
in sta n te , descuidar los medios de su defensa-
E l supo que estos facinerosos codiciosos se c o n v er­
tían en hom bres hum anísim os d fuerza de reg a lo s, v
esperaba p o r este m edio sacar buen partido de ellos-
En consecuencia envia una diputación compuesta
de F ilp u o é y T e n t i l e , unos de los prim eros persona*
ge.s del im p e rio , que se h a b ía n siempre d istin g u id o ,
el ptim ero en la g u e r r a , y el segundo en los consejos.
Doce caciques, é n tre lo s cuales estaba!yo, acom pañaron

(i; E l § o ljo de M e jic o .


3* LOS INCAS.
á est^i em bajada , y doscientos indios nos seguían c a r­
gados de ricos presentes; veinte cautivos, escogidos en­
tr e los que hacían engordar en los tem plos para sacrifi­
carlos á nuestros dioses, cerraban este cortejo numeroso.
Llegamos al cam pam ento de los españoles, que así
se llam aban estos salteadores de caminos; y ¡cual fue
nuestra ad m iració n viendo que se com ponia su ejerci­
to de solo quinientos h o m b re s! Sí, lo confieso aver­
go n zad o , ellos no eran tnas que quinientos hombres,
d e quienes m illones de hom bres tem blaban.
Presentárnosos al g efe ... ¡A h ! el pérfido, aparentan­
d o u n aire mngestuoso y tra n q u ilo , ocultaba su malicia
V perversidad estrema.
P ilp a to c , acercándose á é l , le saluda, y d ice : el
m onarca d e M éjico, el poderoso M o t e ï u m a , nos e n ­
via a sa lu d arte, y saber d e tí m ism o quien e r e s , de
donde vienes, y que es lo que quieres. Si eres un Dios
propicio y b ie n h e c h o r , h e aquí perfumes y oro Si
eres u n Dios m aligno y sa n g u in a rio , he aquí víctimas.
Si eres solam ente u n h o m b re , h é a q u í frutas para rega­
l a r te , vestidos para c u b r i r t e , y plumas para a d o r ­
narte.
JNo, no somos dioses , nos respondió Coitos ('que
asi era sil n o m b r e ) ; p e r o , p o r u n favor del cielo, que
dispensa á su voluntad l a fuerza, el valor y la inteli­
gencia , nosotros com o lo veis, somos m u y superiores
á los indios. Yo recibo los regalos, y detengo los c a u ­
tivos para que m e sirvan , m:is n o para sacrificarlos,
n o p ira ofrecerlos en víctimas , porque m i Dios es mi
dios de paz que n o se alim en ta de sangre. Ved aquí
el a b a r q u e le hemos erigido: sed testigos del culto que
vamos á re n d irle > pues que es la p rim e ra vez q u e ha
descendido á estos países.
El altar era sencillo, y unas ram as d e árboles le*
form aban el te m p lo ; un vaso de oro era el pnncjp.il
LOS INCAS. 35
o rn am en to ; un pao ligerísim o, de u n a estrema b l a n ­
c u r a , y algunas gotas de un lic o r q u e al p rim e r ins-
tau te creíamos que e n s a n g re , y es ú n ica m e n te el zumo
de un fruto delicioso > tal fue la ofrenda d e l sacrifi­
cio. Ese culto no tema á nuestros ojos n a d a d e espan­
toso , nada de te rrib le ; ¿ m a s q u ie r e s que y o m ism o
confiese u n a v e rd a d ? sea p o r la fuerza d e l e je m p lo ,
sea p o r el canto d e las palabras d e l sacrificador,
y aun p o r el ascendiente invencible que su Dios
-toma sobre les nuestro$> nosotros fuim os asombrados
de ver el respeto de estos estrangeros , a rro d illa ­
dos delante del a lta r . S í , su s ile n c io , su h u m i l ­
dad y veneración nos hicieron una m u y fuerte i m ­
presión , tal que llegam os á te n e r m ie d o á su Dios.
Despues del sacrificio se no s m a n d ó a p ro x im ar al
pavellon d e Cortés, que nos recibió con u n aire ta n
seco com o si él fuese nuestro a m o : mejicanos , nos
d i jo , el verdadero D io s , el dios que vq a d o r o , v el
que solam ente debe ser a d o r a d o , pues que él es el
au to r del u n iv e rso , quien le govierna y sostiene, aca­
ba de descender á este sitio ; éi m a n d a que vuestros
■ídolos se h u m ille n y d e stru y an á su p re se n c ia ; y es
quien nos h a enviado p a r a a b u l i r su c u lto , y enseñaros
el suyo. D e rrib a d al m o m e n to , s i , d e rr ib a d a l m o­
m ento vm stros altares sa n g rie n to s, s in tard an za , a r ­
rasad vuestros tem plos a b o m in a b le s , y acabad de una
vez d e u ltra ja r al cielo p o r m edio d e ofrendas que
detesta; ó reparad e n nosotros los m in istro s ejecutores
de su v e n g a n z a .
Pilpatoé le respondió q u e si el Dios que no s a n u n ­
c ia b a era el a u to r d e l a n atu raleza entera , él tenia t a n ­
t o poder sobre los corazones c o m o sobre los elementos;
q u e de él solo d e p en d ía haberse h e c h o , m u c h o autes,
c o n o c e r y a d o ra r en estos países ; que éi debía estar
Lien seguro que á su voz se p ro ste rn a ría ei m u n d o e n ­
Í \ LOS I>TAS*
te ro ; el m u n d o que el m ism o había c ria d o ; pero que
armase para defenderle , ero suponerle d é b i l ; que el
que no tiene raas q u e q n e r e r , para que todo sea hecho,
no necesita socorro; y que constituirse él m ism o en ven­
g a d o r, n o daba otra idea que la de que es u n hombr«
com o to d o s , que s« ha erigido en Dios p o r sí m ism o.
Pilpatoé continuó diciendo : si vosotros, mas ilustrados
mas sabios*y mas afortunados que n osotros, vinieseis,
á desengañarnos é instruirnos poi solo la fuerza de la
razón v la de vuestro ejemplo m is m o , entonces, s í ,
entonces creeríamos en efecto, que u n Dios se servia
de vosotros p a n esta empresa ; pero que la amenaza y
la violencia eran unas armas indignas d e u n Dios de
p a z , y por consiguiente no podía creerse su exis­
tencia.
Cortés, colérico , y al m ism o tiem po a d m ira d o de
la respuesta de P ilp a to é , replica que los designios de
su Dios eran inconcebibles; que él n o daba cuenta á
los humanos, que m a n d a b a en gefe, y q u e n u e s tra obli­
gación era adorarle y reverenciarle. Sin em bargo de es­
to , él nos promete m as que para convencernos no em ­
plearía jamas la fuerza que en opovo de la verdad- Yo
no d u d o , decía Cortés , que M otezum a, sus sabios
consejeros , y cuantos com ponen su c o r te , conozcan
la rid ic u le z , la b a rb a rie y aun la m o n stru o sid a d d e l
culto de unos ídolos regados siem pre con sangre h u ­
m ana ; pero el p ueblo, habituado ciegamente, sum iso
á sus sacerdotes, y desde la infancia a costum brado á
t e m b la r delante d e sus falsos dioses ten ia necesidad
de que u n fuerte i m p u l s o , una dichosa v io len cia,
le forzase á rasgar el velo del e r r o r y d e la ig n o ­
rancia.
Sirvióse el b an q u ete , y C ortés nos a d m ite á su m e ­
sa; pero, observando nuestra in q u ietu d a la vísta de
1o 5 guisidns de carne que nos p re s e n ta b a n , pues que
LOS INCAS. 35

¡m agínáharoos cine eran com puestos do trozos de n u e s ­


tros amigos tjuelos s u jo s h a b ía n en aquel día degollado.
P e n e tra n d o nuestro pensam iento i nos d ice ; IS’o , esa
costum bre im pia y h o rro ro sa n o se usa entre nosotros;
de forma que ni la h a m b r e m a s c r u e l , n i la sed mas
yora? , n o vencerán jam as n u e s tra repug n an cia por la
carne v la sangre h u m a n a * ... ¡ R epugnancia , ó g r a n ­
des d io s e s ! ¿ Ellos n o d e v o ra n los h o m b r e s , pero d e ­
jan por eso de m a ta rlo s? F i n a l m e n t e , ¡q u e im p o rta
que sea el b u itre ó el h o m ic id a q u ie n bebe la sangre
i n o c e n te !
Despues del b a n q u e te , fuim os convidados á ver sus
ejercicios guerreros. ¡ O h ! bien se conoce que esos h om ­
bres crueles nacieron para la destrucción de toda la
especie h u m a n a . ¡Q ue estudio p a r tic u la r han hecho so­
bre esto! Ellos delante de nosotros , m ontaban sobre
esos anim ales espantosos, á quienes con una m ano
gobernaban, y con la o tra hacían b la n d ir la espada
relu cien te, y veloz, com o el relám pago m ism o. I m a ­
ginad, sí esto es, imaginad, vuelvo á d e c i r , la ventaja
prodigiosa que les J a sobre nosotros l a buida, la viveza
y la fuerza d e esos a n im a le s , esclavos altivos dol
h o m b r e , y que com baten debajo de él.
P ero esta ventaja escesiva no es ta n grande com o la
que les d a n sus arm as. ¿ P u d ie ra s tu im aginar jamas
el uso que hacen del fu eg o , y d e un m etal duro que
los insensatos despreciaban y preferían el o r o , metal
precioso, pero inútil á nuestra defensa! ¡P u d ieras tú
im aginarte esa terrible m á q u in a , de la cual hicieron
un ensayo delante de nosotros! N o , no es posible ,
el trueno, ia tempestad misma^dcl cielo no es ta n es-
pantosa.
I n c a , créeme, que es el genio de la destrucción,
es el dem onio m ism o el que les ha hecho un presen­
te de esa a rm a infernal. P ero debes saber también
T omo 1, G
36 LOS INCAS.
que ella serviría <le m u y poco ó de n a d a , sin la in te ­
ligencia y la concordia de sus m ovim ientos im previs­
to s, ta n to para el ataque c o m o p a r a l a d efe n sa: este
aire de m a r c h a r u n id o s , d e desplegarse á voluntad
y de reunirse á la voz del ge fe ; este a r t e , d i g o , r e d u ­
cid o hoy e n p rá c tic a y c o s tu m b r e , este e s , s in d u d a ,
el que los hace invencibles.
Nosotros v erdaderam ente desafiamos á l a m u e rte
m is m a , la despreciam os com o ellos; p e r o . . . . A estas
palabras el joven cacique in clin a su cabeza, oculta
sus lá g r im a s , y prosigue d ic ie n d o : P e r d o n a , s e ñ o r ,
perdona estos sentim ientos d e d o l o r , d e e n o j o , y en­
fado g r a n d e ; pues que h a y m ales por los que el co­
razón es siem pre sensible.
Antes de despedirnos, C ortés en cam bio del oro ,
de las perlas y telas que se le h a b ía n re g a la d o , nos
hizo algunos presentes friv o lo s , de m u y poca i m p o r ­
ta n c ia ; pero que su rareza y la novedad nos los hizo
m i r a r com o preciosos.
Y o n o os h e h ablado hasta a h o r a , dijónos Cortes,
m a s que á n o m b re de u n Dios que m e ha escojido para
d e r r ib a r y d e s tru ir vuestros íd o lo s , y para erigirle
tem plos sobre las ruinas de sus altares; p e ro , no ob s­
tante e sto , reparad ta m b ié n que y o soy el ministro
de un re y p o d ero sísim o , d e un m onarca q u e , desde
el nacim iento del S o l , reina en unos estados mas
grandes y mas íicos que los de M otezum a, v él
quiere te n e r por su altado á ese príncipe m ejicano. D e­
cidle que yo vengo á su corte para ofiecerle esta alian­
za , y que Carlos de A u s tr ia , m onarca del O riente, no
d u d a que á su plenipotenciario le rindan todos
los homenages que son debidos á la magestad y amis­
tad de un gran r e y .
Pilpntcé le responde q u e , si su am o era tanr r i c o ,
tan poderoso como decía , consideraba com o estraño
LOS INCAS* 37
y aun increíble que enviase desde ta n lejanos piise*
á buscar amigos y aliados 5 que M o te z n m a , sin d u d a ,
tendría m ucho b o n o r en r e c ib ir su e m b a ja d a ; pero
que para penetrar en sus estados era su m a m e n te p re ­
ciso ag uardar sus órdenes.
E s p o n e d le , nos dice C o r t e s , que p o r •verle a el en
persona h e atravesado los m ares ; que el h o n o r
de m i rey exige que m e e s c u c h e ; que sin hacerle in­
ju ria , n o puede negarse á r e c ib ir m e en su corte ,
y que y o n o sufriría volverme á Esparta o fen d id o , *'w
h ab erm e antes vengado*
38 LOS IKCAS-

C A P ÍT U L O vn.
P r o sig u e la n a bd a c io n àktem o r .

L a respuesta <le M otezum a llegó m uy prontamente#


E l c r e y ó , por meilio de nuevos re g a lo s , c o n ten tar á
Cortés que suponía se ofendiese de la d e n e g a c ió n d e
su d e m a n d a ; pero este caudillo recibió los presen­
t e s , y persistió en ella.
E l estaba impuesto de la m a la inteligencia entre
los caciques y Motezuma ; él les había p ro m e tid o
a b atir su orgullo y asegurar su in d e p e n d e n c ia , y so­
b re estas condiciones estaba y a recibido com o am igo
suyo en el palacio de Z am pocala , donde nosotros
le encontram os rodeado d e m uchos reyes , todos feu­
datarios del im perto.
Vos v e i s , dice T e n tile á C o r té s , con que m agnifi­
cencia M otezuma responde á la am istad de u n rey que
desea y busca la suya; pero las co stu m b re s, los usos
y las leyes de su im perio no le perm iten acordaros el
perm iso de penetrar mas en sus estados; de forma que,
si os deciarais sus enem igos, sereis obligados m u y
p ro n to á retiraros V evacuar totalm ente este país.
C o r te s , á estas p alab ras, m ira n d o á los caciques
sus aliados y am igos con u n aire de risa y de fiereza
parece quererlos serenar de la in q u ie tu d en que esta­
ban j y en seguida nos d i c e ; M a ñ a n a iréis a4 puerto,
LOS lis CAS- 39
don d e m is navios m e esp eran , y a llí sabréis m i reso­
lución.
AI instante, algunos d e lo s s u y o s vinieron á hablar­
le en s e c re to ; ¿1 los e sc u c h a , m o stra n d o una grande
agitación ; sale con ellos presurosam ente y nos m an d a
seguirle.
Cortes va al tem plo d o n d e llevaban varios jóvenes
cautivos para sacrificarlos á los dioses; porque este dia
era uno de los de nuestras grandes fiestas. E l llegó al
m om ento m ism o en que las víctim as se ponían en las
manos del sacriftcador. E s p e ra d , dice él, esperad h o m ­
bres estúpidos y feroces, vosotros ofendéis al cielo c re ­
yendo hacerle ho n o r. A l m o m e n to m ism o se m e tc e n -
tre el sacerdote y las v íc tim a s , y m an d a que las lle­
ven á su a le ja m ie n to .
T o d o el pueblo estaba entonces reunido en el tem ­
p lo ; los sacerdotes indignados acusan á Cortés de sa­
crilego y piden la venganza en n o m b re de los dioses
ultrajados. U n m u r m u llo confuso anunciaba un levan*
tarniento ; Cortés, acom pañado de algunos de los su­
yos, m ó n t a l e s escalones del a l t a r , llevando forzada­
mente consigo el cacique, y a l l í , to m a n d o de una man­
ilo ese principe tu rb ad o y t r é m u l o , y con la otra le­
vantando su espada contra é l , m ira al p u e b lo , y le d i ­
c e d e una voz fuerte y amenazante: « Sosegaos, deponed
las a rm a s , ó yo le m a t o , y á mas m a n d a ré al instante
que todos seáis degollados sin piedad.
A l a vista del hierro levantado sobre la cabeza del caci­
que, la voz de Cortés, su am enaza y su estraordinaria re­
solución , se helaron t o á o s l o s espíritus, y la inquietud
y el m n v r m ism o se acabó al m o m e n to . ¡Quien no
ha de tem er al que im punem ente insulta , desprecia y
ofende á los dioses! Según su valor y su arrogancia el
parecía mas bien un dios que un h o m b re . E l hizo lle­
var á su presencia los sacrificado res, que se babiaa
4o LOS WCÀS.
escond¡do|detr*$ d e los altares: a h o ra bien, dice el, ¿ p o r
que vuestros dioses no os defienden ah o ra ? ¿
n o vengan el sacrilegio que decis que y o he hecho á su
templo ? ¿ q u ie n los d etien e ? ¿qHÍen se lo estorba? Yo
n o soy m as que u n m o rtal ; luego ¿ porque ellos n o
m e d e s tr u y e n , no m e hacen m il p e d az o s, puesto que
tengo la osadía d e insultarlos ? (Vuestros ¡dioses son
i m p o te n te s ; ellos n o son o tra cosa que unos fantasmas
producidos por el' delirio y e l m iedo. ¡C o m o queréis
que span dioses buenos los que se m an tien en de san­
gre y d e carne h u m a n a ! ¿Podréis-vosotros creerlo?
K o es posible ; y si es que lo creeis y o ta m b ié n creeré
que soiscopaces dé a d o ra r los entes mas m alignos. A b ­
ju ra d , retractaos, dejad ese c u lt o execrable, y en h o n ­
ra y gloria del verdadero D i o s , renunciad á esos í d o ­
los m onstruosos que nos vais á ver d estro zar, á pisar­
los , á reducirlos en p o lv o , y esparcirlo por el a ir e ,
p ara que de ellos no baya vestigio alguno.
Esto d i j o , y aprovechándose del profundo te r ro r en
que estaba el pueblo, m an d a á sus tropas que d errib e n
nuestros dioses colocados en los a ltares, y de a r r o j a r ­
los del tem plo.
P o r colm o d e s u im piedad nosotros esperábamos ver
que el tem p lo se cayese sobre estos profanadores; pe­
r o el tem p lo qued ó inm óvil, y nuestros dioses, d e rr i­
bad o s, rodados p o r las calles y plazas, hechos el ju­
guete y escarnio d e ^la so ld a d e s c a , n o to m a ro n ven­
ganza.
E l e stran g e ro , e n tó n c e s, con u n aire sereno dice al
pueblo: v e d a h i vuestros dioses. A esos sim ulacros va­
n o s , á esos espectros h o r r i b l e s , es á quienes habéis
sacrificado m illo n es de vuestros semejantes. A b rid los
ojos y te m b la d d e vergüenza. S e g u id am en te, hizo ve­
n i r los jóvenes q u e fueron arrebatados p o r él m ism o
de la m a n o d e los sacerdotes: Hijos m ío s , les dice,
LOS INCAS. 4r
vivid ; d a d la vida á otros h o m b res , h a cé d se la dulce»
tranquila y afortunada á los que os h a n d a d o el ser,,
y estad prontos para el m o m e n to en q u e vuestro p r ín ­
cipe s o b e ra n o , vuestra patria y v u e s tro s a m ig o s ten­
gan necesidad de ella p ara sacrificarla e n los co m ­
bates.
Vosotros veis, nos dice , que v o te n g o a lg u n a razón,
para penetrar hasta la corte del e m p e r a d o r M oteznm a.
Hasta m a ñ a n a . I d al puerto , y a llí ju zg a re is si ese
m onarca es prudente cu persistir n e g á n d o m e au au­
diencia.
i n c a , t u n o puedes co n ceb ir l a re v o lu c ió n repenti­
na que se hizo en todos los espíritus , c u a n d o el pueblo
se aseguró
O de la destrucción de lo s dioses.
i m a s í n a t e ver una m u ltitu d d e esclavos d e s h o n ra -
d o s , sometidos desde su n a c im ie n to a l y u g o y á las ca­
denas de sus tira n o s, y que de re p e n te se e n c u e n tra n
gozando de su libertad: tal fue el pueblo d e Z a m p ó la .
Ai p rin cip io , algunas reliquias d e d o lo r tu r b a b a n y
aun rep rim ía n su alegria ; porque CTeiaque l a vengan­
za de nuestios dioses estaba en a q u e l m o m e n to como
adorm ecida para mostrarse despues moa rig u ro s a y pal­
pable. Pero» cuando el vio sus dioses m u tila d o s y a r r o ­
jados fuera del tem plo, entonces h izo bien v e r que su.
culto n o había sido jam as o tra cosa que el t e m p l o del
te m o r, y que detestaba desde a q u e l i n s t a n t e , de todo
su corazón , los dioses que su boca h a b í a im plo­
rado* .. •
Sin d u d a , dice el In ca , no es p e rm itid o a l hom bre
a m a r y a d o ra r m as que á u n ente justo y benéfico, tal
com o ese que os anunciaban y a d o ra b a n esosestrangeros
de cuya opinión soy ta m b ié n . R eparad, d ice el cacique,
reparad , vuelvo á d e c ir , que esos estranjeros n o son
personas racionales, sin o tigres q u e adoran á otro ti­
gre ta n feroz y sanguinario com o ellos m ism os. Ellos,
42 LOS I INCAS.
Te aquí la prueba, nos anuncian un Dios de paz,, m
Dios propicio, manso, benigno y afable; peio tened
por seguro que esa doctrina no es propiamente otra
cosa que un lazo, una trompa que ellos ponen a la
credulidad. Su Dios, lo repito, es cruel ( i ) , inplaeo-
ble y mil veces mas furioso y sediento de sangre que
todos los dioses qne ha vencido.
Sabe pues que, á nuestra vista, ellos le han inm o­
lado mas de un millón de víctimas: que en su n o m ­
bre han hecho correr ríos de lágrimas y sangre, y
que él no se ha saciado aun. Pero permíteme prose­
guir, y bien pronto te haré conocer y detestar esos
impostores.
Al día signiente nos llevaron al puerto, donde es­
taba la flota de Cortés. T o d o cuanto habíamos visto
el día anterior, lo que habíamos entendido, el ascen­
diente que tomaba este hombre estraordinario sobre
el espíritu de los caciques y pueblos, sus virtudes apa­
rentes, el poder de su palabra, el exterminio de nues­
tros dioses, y el triunfo de el s u y o , todo esto nos su­
mergió en un abismo de reflexiones funestas por nues­
tra s u e n r futura.

f i ) B a rto lo m é Je L a s C a s a s , después de h a b e r
hecho á C a rla s V . la p i n tu r a m as n e q r a J e la s c r u e l­
dades co m etid a s en e l A u e v o M u n d o : « l·'ed a q u í, d i-
« ce é l , c u a l es la c a u sa ú n ic a de que lo s in d io s se
« b u r la n d el D io s que a d o ra m o s , y p e r sis te n o b s ti­
ti fiadam ente en su in c r e d u lid a d : e llo s creen q ue el
« D io s de los C r is tia n o s , es e l m a s m a lig n o de todos
« los d io se s, p o rq u e los c r is tia n o s que le sirv e n y'
« a d o ra n , so n lo s m a s in icuos de todos lo s h o m b re s. »
( Descubrimiento d e las Indias occidentales • p.
180 )
LOS INCAS. 4 3

No obstante , desde la altura de la costa, veíamos


con admiración las grandes canoas , cuya estructura
nos parecía prodigiosa; sus largos costados son una
ensambladura de maderas sólidas que artificiosamente
Lan sabido encorvar, labrar y dar una forma conve­
niente; sus olas son de telas pendientes, de tallos de á r ­
boles tan aífcos como nuestros cedros ; es:is telas flotan­
tes se dejan inflar por los vientos, á quienes estos for-
tohfc iS móviles obedecen ciegamente , y una sola ra­
m a . puesta á la extremidad de la canoa, sirve para
dirigir su curso.
Mientras nos ocupábamos de esta asombrosa indus­
tria, llegó Cortés, acompañado de los suyos- À 1 ins­
tante mismo sos soldados se meten en los barcos. C rei­
mos por el momento verlos partir para siempre; pero
esta falsa alegria , esta vana esperanza fue repentina­
mente seguida de un profundo dolor. Nosotros vimos
despojar de todo á estos vastos edificios: palos ? vela­
je, cordaje, metales, e t c ., todo fue tomado; y Coitcs
con el fuego en la m ano , dando ejemplo á su tropo ,
le prende á uaa canoa, y bien prouto todas fueron r e ­
ducidas á cenizas.
Mientras que la llama las consume, Cortés, con una
tranquilidad insultante , con una indiferencia estre-
m:i nos m ira y dice: Mientras que yo tuviese los m e ­
dios de alejarme de estas costas, Motezumapxlrin d u ­
dar sí yo persistia en mi resolución. Mejicanos , de­
cidle lo que habéis visto , y que se prepare á lecibir-
me como amigo ó enemigo. Tal fue la arrogancia con
que él nos envió.

T omo L 7
41 L O S IJsC A S .

CAPITULO VIII.

C o K T i > ’U AC lO> D E L CAPITULO A N T E R I O R .

M -tezaun esperaba m»-»stra vuelta con la mnvor


impaciencia. Luego que llegamos reunió sus ministros
y sacerdotes pavo escuchamos. La presencio de esos
últimos ruis hizo disimular hasta que erado de hum i­
llación y de oprobio el dios de Cortés había cu-
hieilo los nuestros, pero el resto fue espuesto fiel
y simplemente. El monarca nos oía con aquel asom­
bro estúpido, que parece querer interceptar al al­
m a el pensamiento y la voluntad. Esos cstrnngeros,
dír*-, tienen sobre nosotros un ascendiente que me
asombra. Todo cuanto me contáis me parece un pro­
digio; si, lo confieso, yo veo cu ellos alguna cosa de
divino.
hilos son , no hoy duda , mas ilustrados o industrio­
sos que nosotros , le dice P ü p a to c ; p e ro á pesar de sus
luces y de sus conocimientos útiles,ellos no son inmor­
tales, pues que. como nosotros, están sugetos 4 la hambre,
ni sueno, al dolor y á todos los males y necesidades de
la vida- Su a l m a , así como su sangre , se escapa , co­
m o la de un indio, por la picadura de una flecla : he
aquí lo que yo quería saber* lo demás importa poco.
M ol,zuma, á quien este discurso debía inspir ar
Yaior, lejos de mostrarlo, miraba i los sacerdotes co­
L O S INCAS* 45
mo quien desea leer en su semblante y sus ojos l o q u e
/Ubia resolverse. Entonces, el pontílice se le v a n ta , y
cun una gravedad que impone respeto d i c e : S e ñ o r ,
no os admiréis de la debilidad de nuestros dioses , ni
del estado de decadencia en que se encuentra al pre­
sente su divino poder* Nosotros hemos invocado a l
formidable dios del m i l , el poderoso T e l c a le p u lc a .
El se. nos apareció sobre el templo , en las tinieblas
de la noche y en medio de espesas y negras nubes que
arrojaban el rayo* Su cabeza era tan e n o r m e q n e to­
caba al cielo; sus brazos estendiendose desde el m e d io ­
día al norte, puecion querer amagar toda la t i e r r a ;
su boca estaba lleno del veheno y la peste que a m e n a ­
zaba exálar; en sus ojos melancólicos y hundidos cen­
telleaban el fuego devorador de la h a m b re , carestía,
gran falta de bastimentos, la enfermedad y la rabia.
E l tenia en una mano los tres dardos de la guerra , y
con la otra rompia las cadenas del cautiverio* Su
voz, semejante al ruido que hacen los vientos y t e m ­
pestades, nos hizo entender estas polabras terribles: Se
me desprecia y sobre mis a lta r e s no c o r r e j a o t r a san*
g re que la d¿ a lg u n a s v ic tim a s f l a c a s . ¡ D o n d e es­
to aquel tiem po en (¡tic veinte m il c a u tiv o s se d e c o ­
lla b a n en m i te m p lo ! E n sus bóvedas re tu m b a b a n
co n tin u a m en te a je s y g rito s d o lo ro so s q u e lle n a b a n
m i co ra zó n de la m as g ra n d e a le g r ía : m is a lta r e s
n a d a b a n en s a n g r e , y la g ra n d e p l a z a , s itu a d a a l
rededor de m i ta b ern á cu lo , abund.iba de o fr e n ­
das- M otezntna h a olvidado que y o soy T c lc a le c u l-
p a , y que todos lo s m ales y castigos del c ie lo s o n los
m m -s tr o s de m i c ó le ra ■ Que e l a b a n d o n e los o tro s
dios. s , es siem pre un g ra n cruncn¡ p e r o o lv id a rse
d e l dios d -l m a l es el colm o de la im p ru d e n c ia .
MotfZ'ima . asombrado de un tal prodigio, orde­
na ul instante que mil cautivos escojidos fuesen ¡n-
4(1 LOS ESCAS.
luolndos á ese dios; que en su templo todo abunde
para entolda ríos con presteza ; y que inmediata me ote
se celebrase no sacrificio solemne..*.
Acabando de decir estas palabras , el Inca te m b la n ­
do esclama : jQue , en un solo día mil víctimas! Que
quieres t u , le dice el cacique, tantas ca^ amidades han
nillgidoel país, que el hombre débil y desdichado ha
mirado el dios det m al como el mas poderoso . y por
desarmarle cree deberle rendir un culto bárbaro y
sangriento, un culto semejante a el mismo- Yo te lo
lie dicho v a , si, yo te he dicho que esos estranjrros
le sacrifican víctimas humanes como nosotros mismos.
S í , vuelvo á decirte ¿ á que otra divinidad ofrecerían
ellos tantos homicidios? Este es]y señor, el secreto que
nos ocultan; y es por ese medio, sín duda , que ello* se
granjean la gracia de ese dios sediento siempre de lá-
grimas y sangre.
El indolente monarca crevó haber remediado torio
ordenandoel sacrificio; pero, sin embargo, su enemigo
se avanza sobre Méjico. Vencedor ya de nuestros veci­
no?; los Talascalas y ayudado por esos misinos, Coiiés
se presentó con su ejército. Es en esta ocasión que Mo­
tean m ano pudo disimular su cobardía. El quiso ensayar
mm$i podía contener los españoles á fuerza de rásalos,
y en consecuencia les ofreció partir con ellos sus teso­
ros inmensos, y contribuir con cuanto fuese ne­
cesario para construir y equipar una nueva flota, sí
querían volverse á España: ¡miserable recurso ! esto
rio produjo otro efecto que el demostrarles su impo­
tencia misma , aumentar el orgullo de Cortés, c inci­
tar aun su avaricia insaciable. Así pues sucedió: [jor­
que Cortés mas obstinado v arrogante que nunca , d e ­
claró r u é en vano creían alucinarle con presentas que
él menospreciaba; que el oro no borraba las manchas
que iiaciao á la injuria, v que la afrenta que le lia-
LOS INCAS- 47
binn hecho no se podía lavar sino con sangre.
list.i v illa, suntuosa en otros tiempos, Méjico, que
no es ahora mas que ruinas, está situada en medio de
un higo grande y profundo, donde se arriba por d i ­
ques que podrían cortarse fácilmente ; pot* el que ve­
nia Cortes, atravesaba la capital donde reinaba m i
padre , y por d s putar este pasa ge pidió sus Órdenes a
Muti'zunvi; mas no habiéndoselas dado, fue preciso
recibir á estos estcatigeros como nuestros amos, y aun
prosternarnos delante de ellos. ¡Oh como yo tem ­
blé! ¡como yo detesté la orden absoluta que nos for­
zaba á este infame abatimiento ! ¡que vicio, que cri­
men en nn rey! ¡que esceso de debilidad? É l vino
personalmente y desarmado á prosternarse a sus ene­
migos, esforzándose en ocultar su vergüenza bajo su
vana magnificència; é! los recibe con todas las mues­
tras de amistad y alegría, les colma de presentes, les
invita á alojarse en el palacio de su pul re, llamado
Alayca, é inaccesible para nosotros, no $t deja ver
inas que de ellos. Cortés, el mas cauteloso de los hom­
bres , le adula, le alucina con falsas palabras, y ga­
na su confianza, en tanto grado que le lleva al palacio
que ocupa con los suyos, que desde este instante fue
cambiado en verdad cía fortaleza.
¡ A h , escJama el cacique, aquí fue donde la^ perfi­
dia, la insolencia y el ultrage llegaron á su colmo!
En medio de su capital, en medio de su pueblo, y en
el palacio mismo de su p id re , Motczuma él mismo se
retuvo cautivo en rehenes de estos facinerosos. Pero
ellos lucieron mucho mas que esto ; pues que, por aca­
bar de abatir y envilecer el alma del monarca, le en­
cadenaron como á un esclavo, ó por mejor decir, co­
mo á u n c rim in a l. Motezumn, á quien su orgullo y su
arrogancia le habían abandonado, tendió las manos
y sin quejarse recibió esas ligaduras infames♦
43 L O S IK C À S .
Piinsto en lib e r ta d . y avergonzado de su debilidad *
pn tendió ocultarla Á su pueblo, á su coite y á sus m i­
nistros mismos. Él dijo que por medio de una pena
voluntaria , venia de espiar la muerte de algunos de
Ins soldados de Cortés(t} muertos en los campos de
Zampóla: él permitió que á su vista misma fuesen
qneniados vivos los indios que habían ca stigado la ¡n-
sr'b-ncin de los soldados españoles. Yo vi á ese valien­
te Colpoca qnn en el m otín, causado por esos bando­
leros, habin muerto él mismo dos de est^s; yo le vi,
repico, presentarse a nosotros trayendo en una mano
la cabezo de un castellano , y en la otra la flecha en­
sangrentada a u n , y con la que le habia atravesado el
c uerpo; yo le ví ese hombre valeroso, que jamas cono­
ció el mif'Jo; ese hombre tal q u e , si Méjico hubiera
tenido veinte como él, esta ciudad y el imperio no se
habría subyugado: y o l e vi perecer entre las llamos:
Cortés mismo mandó que le arrojasen vivo al brose-
3Q. ¿ Ves ese joven que llora ? ese es su h e rm a n o ; él iba
á abrasarse con é l ; mas yo le detuve, y dije: ¿que vas
á hacer, quieres abandonarnos? ¿deseasmorir antes de
vengarte ?
Motrzurna se desentiende de todas las violencias)' afren­
tas; ó! alababa la bondad de Cortés; él fingia (pie es­
taba libre y gustoso en medio de las centinelas que le
Lncian te m b la r , v á quienes llamaba amigos.
Este desventurado principe invita su pueblo y sus
cortesanos ii venir á festejarle* El bien de su imperio,
la conservación de la paz, las ventajas que resultaban

( i ) E $ / o $ e ra n E s c a la n te y siete españoles m a s. ele


cu tre los q u e h a b ía n dejado en l^ e ta C r u z , y que
d i o s to m a t on p a r te en los m o tivo s conlt a la s tro p a s
d el im perto.
LOS INCAS. ’jO
de la nlirmza con los españoles, r d i a n n qno no t^uin
otro objeto que el di* esrlnvizarnos , y filialmente. l:i
voluntati d<* ios dioses: de todo esto se valió para i m ­
ponernos una ciega obediencia y un respeto nligloso»
El mismo aparentaba estar 1ibre delante d e los imsiads
de quien era esclavo. Kl prevenia ia v o lu n ta d de C o r -
tés por dispersarse de ejecutada: de forma que ¡nipa­
nto á si mismo las mas duras leyes, de m iedo que se
las dictase ese caudillo osado.
A la avaricia de estos a m o s , p r o d íg a la monto*
nes de oro ; él ofreció rendir á su príncipe un h o m o
nnge que su mismo orgullo quizá no habría exigido
de él, y creia dar á este acto de d o b i l i d a l y subor­
dinación la apariencia de la justicia y de )n magna ■
nim idad: de forma que no tenia pena de envilecer*
Se por sí mismo ton tal que otros no le forzasen á ha -
ceilo* Solamente á sus dioses, á esos espectros h(.mo­
rosos que le habían engañado y hecho traición mil
veces , esos fueron Ies únicos a q u :erus defendía con
una noble constancia; ñero el honor , la bbejt.uL los
bienes de su pueblo y de su corona > todo fue abando­
nado á esos insolentes o p m o r i s .
Motezumo esperaba al fin q u e , colmado*' de regalos
y apaciguarlos por sus condescendencias, nos dejai inn
libres. As! lo prometieron ; pero el cielo contradifo
sus votos; porque bien pronto supimos que nuevos la­
drones públicos procedentes de las mismas legiones,
venían á aivebnturfcs el ñ u to de su conquista por fuer­
za ó por engaño: de forma que Cortés , obligado á
c o rn atillo s , no podía dejar en l«a ciudad mas qu«»un
muvpcqueño númevo de sus tropas*, pero aunque tan
pequeño, Moteztmvi, asombrado, a luí ti do. Latamente
ere yó que era imiv superior n las frunzas tic >us vasa­
llos, (pie, aprovechándose de una tan favor ;d be. co­
y u n tu ra , jxd.an su l i b e i u d ; y el m o n tu c a . o h u d j-
5o L O S IN C A S .
do de esta súplica, respondió que él no era esclavo;
que su conducta no solamente era sabia, sino aun mas
voluntaria que jamas; en fin , d ijo , enfurecido, que se
había adherido á los esp inóles , que los habin prom eti­
do su amistad, y que no quería darles lugar á quejar­
se de é l , como de un hombre sin palabra y sin fé.
Motezumn estaba tan entusiasmado de esta ilusión
qu'* todo el horror del crimen del cual tu vas a tem­
blar , apenas pudo desengaña i le. En este tiempo se
celeInaba nua de nuestras grandes fiestas , y era de
costumbre en estas solemnidades rendir un hom enaje
á ios dioses por medio de danzas públicas. La flor de
la juventud la mas brillante se hacia distinguir por
su magnificencia, y Motezuma , confiado en la paz
prometida, quiso que estos ladrones á quienes llama­
ba sus luir spedes, estuviesen presentes á ese espectácu­
lo numeroso. Ellos eran muy pocos, pero armados y
nosotros indefensos. Imagínese ver linces v leopardos
errantes al je d e d o r d e una débil manada de machos
cabrios, ó de gamos pacíficos. La sed de sangre
q u e b s devora se altera sordamente en el fondo de
sus cutianas; s♦? aproximan sin hacer iu:do, ocultan
su rabia,y irp. ntimímente acometen y hacen una car­
nicería horrorosa*
!)*• esla misma suerte veíamos los castellanos, testi­
gos de mies tros fuegos pacíficos , \ a rodeándonos, ya
observándonos con uria envidia tal que el o ro , las per­
las y los diamantes de que estábamos adornados fue­
ron el incentivo de esc ardor furioso contra el cual nada
hav reservado, nada saciado en la ticira. Atónitos
de ver estas alajas y dándose unos á otros la señal (i)

(i^ La señal fue Santiago y á ellos.


LOS INCAS. 5j
para el asesinato y el pillage, sacaron sus espidas, y
degollaron todos los indios de la danza, cscepto aque­
llos que la fuga pudo librar de sus manos homici­
das Despues de una carnicería tan espantosa , se de­
dicaban al pillage de sus mismas victimas con tanta
alegría, tan insensibles á los clamores délos moribun­
dos, corno las bestias feroces.
A vista de un crimen tan a tro z , no nos quedaba
otro medio que el de deshacernos de unos tales traido­
res, ó de m orir antes que ser sus esclavos. Motezumn,
débil siempre, pretendió entonces justificar la conduc­
ta de los españoles, ó al menos disculpar este atroz
atentado; p¿ro nadie le creyó: el sentimiento del pue­
blo, su ira, su cólera furiosa se manifestaron contra él
de un modo palpable y decisivo.
En tan críticas circunstancias vino en masa al pa­
lacio de mi padre á suplicarle le ayudase a recobrar su
libertad. ¡ O padre mió! esclamó el joven cacique, si el
salvar la p «tria hubiera consistido únicamente en el va­
lor, la prudencia y el caráctev firme, ¡quien mejor que
tu habría merecido el honor de ser su libertador? En
efecto, mi padre se pane á la cabeza de este pueblo
ofendido, fuerza ai enemigo á retirotse á lo interior
de la fortaleza , sin que ninguno osase mostrarse , v le
sitia por todas partes. Entonces se nos anunció que
Cortés volvía de España.
L O S 1INCAS.

• V \vv\w ^vv\ ■ V N 'V W ^ W ^ W W

CAPÍTULO IX.

C onT ixu A cioy n u . c a pít u lo a n t e r io r •

Este facineroso afortunada* viéndote libre de Nar-


vnez; *?»e rival que venía á disputarle tu presa, ndóvzó
sus tropas con las de este ( i , y entonces mu» activo
que nunca, se pon* en marcha por Méjico, llega á sus
muros, y estraña el profundo silencio que reinaba. En­
tra en la ciudad con mucha desconfianza, y al fin pe­
netra hasta su palacio > y se cncieun con sus compa­
ñeros.
Mi padre, que no !e perdió de vista hasta este punto,
entendió los gritos de alegiíacon que fué recibido por
los soldadossitiodos. Mañana, lesdijo Cortes, mañana
esos gritosde viva, serán cambiados en m u e r a . En efec­
to, desde el (lia siguiente, t( do el pueblo se puso sobre
las armas, y mi p d r e mandó dar <1 asalto. Inca, rste
momento fué terrible. Si el p d ig ro hubiera solo con*
sistidoen franquearnos la entrada sobre mura lias guarne* (i)

( i ) L a co n d u cta de. C órtese>* e sta o casión es m ir a ­


d a com o an>f d é lo s m ejores acciones de su vida ^ c a ­
se A a to m o de S o h s .
L O S U N TA S. 5 3

eidas de espadas y lanzas, esto no inerme ia cotitarse.


Figúrate una muralla de fuego, un t e m p l e n fulmi­
nante, de d o n d e , en medio del h u m o y las llamas
salía continuamente una granizada h om icida, y true­
nos espiritosos de los cuales cada uno llevaba consigo
mismo la m uerte: de forma que nuestros iridios, cu­
li iortos de la sangre de sus amigos, que saltaba ai
rededor de ellos» m a rch a b an al ataque sobre montos
do cadáveres ; pues tal era su valor, su rabia y sus de­
seos de venganza. Un trabajo obstinado se empleaba
en drtstrnzar los muros v las puertas; con las lanzas se
firmaron escalas» y los indios muertos sirvieron de
parapetos á los que babian ya m ontado; de forma que
cuando dentro del p lacio de Cortés reinaba la confu­
sión y el asombro, afuera el furor estaba en todo su
colino, y 1a victoria habría sido nuestra si el Sol no
nos hubiera privado de su luz, y forzudo á suspender
el combate*
Por la noche, con flechas inflamadas prendimos
fuego a los techos del palacio funesto : el incendio y
el horror disperte á los españoles, y mientras que ellos
se ocupaban con Cortés á apagarle , nosotros descansa­
mos un poco; pero, al rayar la aurora, todos tenía­
mos las armas en la mano.
El enemigo lince una salida ; la ciudad entera se
convierte en campo de batalla; nuestra sangre conia
pur todas las calles ; pero tuvimos también el gusto de
ver correr la de los castellanos* L a carnicería cesó al
anochecer, y Costes y los suyos volvieron a eneer-
r a 1 se •
Mientras que nos empicamos en enterrar nuestros muer­
tos. el enemigo construyó torres ambulantes paia corrí-
l«ntir desde ellas v estar á cubierto d é la llnv-a de pie­
dras qru1 incesantemente caía sobre d i o s , y arrojaban
los nuestros que estaban en los techos, obstante ,
5{ IO S INCAS.
m i pndre se <ipilcó á evitat el desorden que o r d in a ria ­
m e n te ocurría al tie m p o de! c o m b a te , v de c a v a Tai­
ta procedían perjuicios y daños irre p a ra b le s; él e m -
p^zó á ejercitar sus guerreros p o r m ovim ientos u n ifo r ­
mes, estableció sus puestos , dispuso sus ataques, d i r i ­
gió s*i b ¡amerite una honrosa retira d o , aí paso que c o r ­
taba la del enem igo. La c iu d a d , fundada en m edio de
u n Jago, estaba cortada por canales, cuyos puentes, f á ­
ciles á rom perse, podían dejar' grandes fosos insupe­
rables á nuestros tiranos, ventaja de la cual quería m í
padre supiesen aprovecharse los nobles mejicanos.
Hijos m ío s , nos d i c e , guardaos b ie n de ese o id o r
ciego que os quita La lib ertad de pelear unidos y de
un co m ú n acu erd o : la m u ltitu d es siem pre débil , y
cuando un pueblo carga en tropel al e n e m ig o , su valor
se debilita por su n ú m e ro . Observad en vuestros m o v i­
m ientos el orden que yo os be p resc rito , y entonces
vo os salgo garante de la victoria- N o porque cueste
caro debem os aquí desalentarnos; si no reparásem os
en nuestras pérdidas , m as valdria re n u n c ia r á las es­
peranzas de vencer. Mas en el m o m e n to del com bate,
¿com o pudiéramos con la fuga, evitar la m u e rte que
nos aguarda en m u s ir á s casas m ism as, en los brazos
de nuestras mugeres é hijos? Sabed que la l i b e r t a d , l a
v enganza, la gloria de h a b e r servido Jnen á vuestra
p a tria y á vuestro re v , n o la hallareis sino conm igo,
en m edio de vuestros enem igos vencidos.
E n fin, vieron salir del palacio d e C oités, aquellas
to rres llenas de h o m b re s a rm a d o s , tirados por v a lie n ­
tes cuadrúpedos, y cuva cima v a c ila n te a rro ja b a a s e la ­
dores fuegos; m as las piedras enorm es que llovían de
lo a lto de las casas, las d e rrib a ro n p r o n to , é h iciero n
m il pedazos Peleóse entonces en descubierto, sin c o n ­
fusión ni desorden. L a matanza era h o rrib le . En m e -
d io del incendio de nuestros palacios , adonde el en e­
m ig o llevaba la a n to r c h a , m archaba el furor en sílcn-
LOS INCAS. 55
rio , v adelantábase la muerte á pasos lentos. Cada
tt i acheta era un puesto ¡lacado y defendido con un
valor igual. El enemigo no nos llevaba otra ventaja que
la de aquellas armas terribles, imagen del ravo, que
seguían su ejercito; ¡ mas que número ó que valor Seria
capaz de compensar esta ventaja! No otra cosa hizo
dudoso el éxito de un combate tan largo, tan encarni­
zado y sangriento. Al fin, cediónos el puesto el ene­
migo, mas bien por cansado que vencido
Mi padre, señalándonos entre los muertos am as de
cuarenta de aquellos foragidos i ' , nos hacia esperar
el exterminio de los demas. Animo, nos decía: con
otros dos combates como este, quedará libre el imperio
Mejicano.
El pueblo miraba con ansiosa alegría á los castella­
nos estén d ¡dos á sus pies; contábales las heridas, y ca­
da cual se atribuía la gloria de haber causado alguna.
En medio de ellos, todos juntos esclamaban. esos e s·
tra n je r o s no son in m o r ta le s •
Alentados con este espectáculo, aguardaron con im­
paciencia el asalto determinado pira el dia siguiente.
El fue tal que nop*>dian sostenerle los sitiados. Apro­
ximábase el pueblo á los muros, para superarlos v ganar
el primer recinto. Entonces Cortés desesperado, foizó
a Motezuma á que se presentase en la altura del edi­
ficio, v nos ordenase cesar el ataque- Obedeced monar­
ca: manifiéstase y hace señas , para que se le escuche. Su
presencia suspende el asalto, y el pueblo lleno de respe­
to colla, se prosterna y dispone á oirle. Motezuma en­
tonces, en voz alta, dio gracias a sus vasallos por ha­
ber intentado libertarle; pero que supiesen que él ts-

( i ) L a s dos terceras p a r t e s de tos españoles >y e n -


tre ellos C o r té s, h a b ía n sido \c r id a s e n este com bate.
r>r> LOS INCAS.
taba libre y en medio desús amigos» los cuales con­
sienten en retirarse desde m a ñ a n a , con tal que en el
instante mismo se depongan las a rm a s , y en señal de
paz cese toda hostilidad. Yo lo quiero asi, añadió
el monarca, y yo os lo mando. Obedeced á vuestro
rev-
La multitud, á esta voz, quedó indecisa y vacilan­
te; pero di i padre le respondió:
Si estás libre, o gran r e y , salta y ven á reinar so­
bre nosotros; mas en el entretanto no escuchamos á
un desventurado príncipe á quien se obliga á pronun­
ciarse contra su voluntad- No, hijos míos , añadió mi
padre, no es un rey quien os hablo, sino un cauti­
vo á quien se amenaza, y que olx doce á la ley impe­
riosa de la necesidad. Su boca pide la paz, pero estad
seguros que su corazón clama por la venganza. Ven­
gadlo. pues, sin dar oídos á lo que dictan sus tiranos.
A estas oalibras recomienza el asalto: piden al rey
que se aleje; pero el enemigo le detiene y le espone á
nuestros tiros. Mi padre, temblando por él, quiere que
embistamos por otro laclo; mas fue inútil porque una
piedra fatal, descalabra a Motezuma , le echa por
tierra, v al fui exala su último aliento en manos de
sus enemigos, t i pueblo, al verle caer, dá un grito
terrible de dolor, y huye despavorido, como si se hu­
biese hecho culpable de un parricidio. Bien pronto el
enemigo nos envia su cadáver desfigurado. Cércale a!
momento una muchedumbre llorosa; y maldiciendo
la mano que mató al monarca, llena el aire de hor­
ribles alaridos, c inunda el cadáver con sus lágrimas.
Jfmtanse los caciques, V mi padre es elegido povsu­
cesor de Mnt'Ziitna. Desde el mismo instante, uu ime-
vo p'an de at que y de defensa acaba de desconcertar
3 b s enemigos.
*

Mi pac!le premió la lentitud de un sitio a la vive**


LOS IIxCÀS. ó7
z?. de los asaltos, siempre sangrientísimos. Hizo colo­
mí' sus tropas en un recinto inaccesible al fuego ele
lu$ españoles . y rodeólos de parapetos v trincheras.
Adelántanse los trabajos, v Cortes, temeroso, medi­
ta su retirada casi al momento decisivo. Mi padre,
que había previsto que Cortés aguardaría, la obscuri-
d id déla noche para favorecer su retirada, hizo r o m ­
per los puentes del dique, y rodeó este con una m ul­
titud de canoas llenas de iridios diestros en el manejo
ele 1 arco v d e lü piedra- É l mismo, puesto á la cabeza
de los caciques, quiso cargar la columna de los ene­
migos, y todo fue ejecutado con un celo csrestvo, tal
que los indios quisieron subir al d que, y su impruden­
cia costó la vida á una muchedumbre de ellos. De las
tropas de Cortés , perecieron á nuestras manos dos­
cientos soldados españoles y mil indios aliados suvos:
los demas se salvaron con la a vuela de un puente le-
vad.zo; v cuando el día vino á descubrir Ja carnicería,
encontramos á ios castellanos (cuva muerte nos había
vengado) llenos del oro que nos habian robado, y cu­
yo peso les habia «abrumado y hecho ceder en el com­
bate: así el oro lúe una vez útil á nuestra defensa.
En este combate, que habia enrojecido con sangre
la la^jpi na de Méjico, mi padre recibió deis heridas
mortales. Cuando llegaba su última boro, me Uomóy
dijo. H:jo mío, va ves el fruto de un mal gobierno.
Esos forajidos van á hacerse rnas fuertes con el nusi-
lio de los pueblos que Mntezmna ha lucho gemir tan­
to tiempo. • Av ! vo preveo al m orir la ruina de mi
patria: no sov tan desgraciado, pues no la sobrevivo,
v al íln, muero con el consuelo de haber hecho cuan-
to he podido por libeitarla hasta tni últim o aliento.
Defiéndela tu como Y O , aunque no ha va esperanza de
conseguir su libertad, y seas el último q u r peiczrano­
blemente paleando sobre sus minas D . c u ó s estas r>«v-
53 LOS T-NCAS.
labras. y o me sentí estrechar sobre sus brazos, y espi­
ró al instante m is m o e n questis labios fríos me habi3i»
dado el ósculo de paz.*..
Un recuerdo tan cruel y tierno conmovió tan viva­
mente ni héroe mejicano que su voz quedó apagada; y
Jos incas fijando los ojos sobre un hijo f i n viituoso
y sensible, aguardaron en silencio a que su corazón se
desahogase*
L O S IINCAS.

CAPÍTULO X.

SíGÜE LA RELACION*

Los caciques, dijo Orozimbo recobrando la pala­


bra, eligieron poi* sucesor <le mi virtuoso padre al jo­
ven Cuati mozm, su sobrino y m í am igo, y VI mas va­
liente de los hom bres, el cual se mostró bien di gno de es­
ta elección: pero, ¡ay! la suelte fue injusta á su valor*
Cortes se presentó de nuevo, con fuerzas formidables,
en las orillas del lago* A mil castellanos ( i) su for­
tuna hobia reunido mas de cíen mil ausiliares: tal era
el ardor de nuestros pueblos en volar á doblar la cer­
viz bajo el yugo.
Todas las ciudades circunvecinas se llenaron de ter­
ror y de espanto* Unas se colocaron bajo las (lamieras
de Cortes, y tomaron las ai mas por su causa: otras
quedaron desiertas, y sus habitantes despavoridos pro­
curaron salvarse dentro de nuestros muros, ó en la es­
pesura de los montes.
Poco tiempo despues, vimos lanzar en la laguna
mejicana una ilota (2) semejante á la que buhin traído
á aquellos bárbaros. En v a n o e lg ia n número ilc núes*

IL.bin recibido de España nuevos socorros*


{2) ^'íoipu^sfa de ¿tete bagóles.
T .» 5 J 1. 8
* 0 los n sc À s.
iras canoa* la Moqueaba por torios lados: toda* sufrían
mi gran riesgo por el choque de aquellos enormes lin­
deles; las rompían, las echaban á phjue, y hacian pe­
recer los mejicanos que estaban á su bordo.
I m u Utos fueron los esfuerzos que hizo nuestro jo­
ven monarca , con pI talento y fa actividad que le eran
naturales p ira suplir á la ventaja que tenían sobre
nuestros frágiles esquifes los Ungeles enemigos- El a r ­
dor de Guatimosin y sus grandes conocimientos se se­
ñalaron aun mas en lo defensa de nuestros diques. Pi e-
sen te en las olivas como en los peligros, el era siem­
pre el alma de su pueblo. El fuego de su valor abra­
saba todos los corazones, v los obstáculos que oponía
a las huestes castellanas hacían va desmayar la rons-
t a n d a de estas- Sentiendo los trabajos y peligros c! p un
l u g o sitio, nos propusieron la paz; pero, aunque por
nuestra pártela pedía el pueblo, y el monarca mismo
consentiría que se aceptase, porque ha hambre era ciur-l
no era esta la opinión de los sacerdotes, pues que
se opusieron á ello en nomine de los dioses. listos
mismos sarerdotes eran los que habían abandonado el
alma de Mntezuma, y ellos mismos despues lisonjéalo»
imprudentemente la audacia de Guatirrmzin. Cons­
ternados en un principio por la mora sombra del peli­
gro, ya una triste apariencia de victoria había conver­
tido su pusilammidnd en una grande arrogancia.
¡O credulidad fatal! un oráculo nos hizo despre­
ciar la p'iz, pero un dios mas fuerte que todos Jos
micsltos desmintió sus vanas profecías. El permitió
que los pueblos menos acostumbrados á la servi­
dumbre ( i ) bajasen á hacer -su servicio en
los \alies. Apenas Cortés vio cubierto su campo con

( i ) Lo4 Oíomies.
LOS INCAS. C>i

sus Heros hatallones resolvió damos rl nsa’to. ' i )


A p»\snr de los esfuerzos de un valor determinado, c.1
enemigo se abrió paso por los tr^s diques; penetró en
lo interior de nuestros muros, v se estableció sobie las
ruinas de la ciudad El se había adelantado precedido
del estrago que causaban sus fulminantes ai mas: de
forma que, por tres caminos di ferentes y opuestos, lle­
gó al fin al centro de u n í capítol en la cual, desde
tres di as antes , reinaba el espanto , la confusión y la
muerte.... Diciendo estos palabras, i n t e r r u m p o su dis­
curso por un movimiento de rabia, y esclamacion, jlio
memoria horrible*....
El Inca procuraba calm a rle ; pero el desventurado
prinei pe le dice: tú vas por tí m ism o a juzgar si mi do*
loi es justo. Yo combatia al lado de mi rey, habiendo
abandonado en el palacio sitiado de mis padres, á una
hermana adorada que me q u e n a mas que á la luz dc[
din. P ira guardarla y defenderla, vo había dejado á
la cabeza de muchos indios al valiente Tclnseo, ¿que!
JlcI amigo de mi corasen , el hombre a q u én yo mas
atoaba , y al cual estaba mi hermana prometida. Este
digno amigo se defendi a con todo el animo que ins­
pira el amor junto con la desesperación, y lo infundía
á sus soldados, de manera que cada uno de ellos pa­
recía como él proteger los dias de su amante. Ningmut
de sus flechas partia en vano; el pórtico del palacio es­
taba inundado de sangre,y la muerte impedia acercarse
á él. Pero, de los alcázares vecinos epae el enemigo lia—

fi) C o rtes m a n d a b a e n to n c e s u n c jerc iio de <fo<-

cien to s n a l h o m b res. L u e g o ,.y J o ! s o q tie to m ó ¡a

£v a n capital de M é jic o co n so lo <r.*t i w m '.o s h OIU~


h e s, co /tio ¿o h a n d ich o ta n to s reces i a n o s k is to -

r u aoves
6* LOS INCAS.
Lia en cent! ¡a lio, so c o m u n ic a d fuego ya á este. Los si­
tiados se hallaban envueltos en un torbellino de humo;✓
las llamas penetran pcn* medio de el, consumen los m a ­
deros de cedro, y$e estienden por todas partes, asolando
y abrasando cuanto encuentran.
Solo el peligro de mi hermana era lo que ocupaba el
animo de mi ami^o : d la Lusca en medio de las lia-
mas, y en aquel palacio solitario, cuyo racinto defen­
dían por todos los lados sus soldados, do gritos dolo­
rosos, llamando á su querida Amatite. Hállala, en fin,
despavorida, coi riendo sin cabellera y b u f á n d o l e pa­
ro abrazarle antes de perecer en el fuego. ¡Oh mitad
adovada de mi alma! la dice, asiéndola de la mano y
estrechándolo entre sus brazos: no hnv *
otro remedio
que m orir ó ser esclavos* Yo te doy á escoger: solo
nos queda un instante.——Muramos, le respondió mi
hermana, v sin tardanza saca el de su carcaj una fle­
cha para atra ve V' rse el seno* Detente, le dijo ella, de­
tente, y empieza por mí, poique yo desconfio de mi
inano, y quieto morir por la tu v a ----
Acabando estas palabras se deja caer en sus brazos, v al
acercársela boca á la de su a triante para dejar en ella su
último aliento, ella le descubre su seno. ¡Ay! ¡que m or­
tal no b ilm a desmayado en aquel momento1 Mi ami­
go trémulo la mira, y encuentra en olla unos ojos cu­
y a languidez hubiera desarma Jo al dios del mal. É l
vjelve los suyos , y levanta su brazo sobre ella ; mas
este temblando cae sin herilia. P o r tres veces le insta
su amante, pero todas se n¡&ga su mono á atravesar un
corazón que le adora. Este combato le da el tiempo de
variar de determinación* No. no, dicela, yo no puedo
acabar. — Mas ¿no ves, le replica ella, 1« s llamas que
nos rodean? ¿no ves lo esclavitud y la vergüenza delan­
te de nosotros, si carecemos de ánimo pira m oni? —
También veo, prosiguió él, la libertad, la gloria si po-
LOS INCAS. (53
demos escaparnos. Al punto, l la m a n d o á sus soldados-
Amigos , les dice , s e g u id m e ; voy á «abriros un paso.
Hace guardar á m i herm ano, m a n d a que le abren las
puretas del alcázar, y se m ete en m edio d e l tropel de
sus enemigos asombrados.
El que m e refirió aquel com bate se horrorizaba el
mismo. Cual una e n o rm e roca que se desprende y rueda
d e l o a í t ) d e los montes , se estrella cor.tro las o la s , y
se abre en el m a r u n «abismoen m edio de su rabia f o -
rihundn ; así se precipita sobre las filas enemigas el for­
midable Telaseo, saliendo del alcazar de m i padre. La
m uchedum bre de los contrarios carga sobre él , él los
rechazo todavía con una pesada p o r ra : rompe á dere­
cha v á izquierda las espadas y lanzas, y , semejante
d u n furioso torbellino , d e r r i b a todo c u í n t o encuentra.
M¡ amigo, c ubierto de heridas y m a n c h a d o cor» la san­
gre que corria p or a r r o y o s , se defiende en medio de
los c a d a v tre s , y pelea hasta que le faltan las últimas
fuerzas. Al fin cáensele d e la m ano la porra v d e s h í l ­
elo, y fatigado cae. £1 respiraba todavía; cogiéronle
vivo, y m i h e rm an a siguió la suerte de mi amigo. Yo
rio be podido averiguar s i , m u e ito el u n o , la otra ha
tenido la fuerza y la desgracia de sobrevivirle. ¡ O
cielos! Acaso en este m o m e n to gime bajo la esclavitud
de un orno inflexible. Quizá mi h e r m a n a . ... ¡Ay! lejos
de mi ta n espantoso pensam iento: ella m e reanima el
fuego devorador de la rabia y atorm enta m i corazón.
Observando el Inca que Orozimbo comprimia sus
sollozos y l á g r i m a s , le rogaba que interrumpiese esta
relación aflictiva. ISo , dijo el cacique, acabemos: ya
que be podido sobrevivir á m i desventura, es m e ­
nester que tengo la fuerza de sobrellevar su imagen*
Forzados todos nuestros puestos, quedaba la ciudad
entregada
O á la furia del vencedor, t i rev V no tenia ✓va
otro asilo que su p a lu d o , bajo jas ruinas del cual su
í>4 LOS INCAS.
nobleza le ofrecía sepultarse. Con la esperanza tic
vencer, se retiñió á los indios que el espanto y la con*
fusión de la fug.e había dispersado por los montos.
El pensó venir a su t u r n o á sitiar y c o n fu n d ir su ene­
migo. Iba atravesando la laguna en tanto que, con el
objeto de fav o re c e r su fuga, nuestras canoas oc u p a ­
ban á la flota d e C o rtés en un combate desesperado.
Pero , ¡ay! toda la sangre prodigada por él n o fue bas­
tante para salvarle: el desventurado m onarca fue preso.
Aquí otra vez desfallece m i e s p ír it u __ E n to n ce s no
delirio estúpido se apodera del alm a de Orozinvbo:
enmudece su l e n g u a , y sus ojos inmóviles señalaban
el h o r r o r y el espanto- P o r ú l t i m o , esclnma ¡O G n a ti-
mozin, ó el m as m a g n á n i m o y grande de los reves! un
brasero , una c am a de ascuas ardientes te estaba p re ­
parada : tal fue la pom pa del lecho en que inhumana-»
m ente te c o lo c a r o n .... ¡Oh b arbarie atroz! gritó el I n ­
ca estremecido de h o r ro r . A guarda, dice el cacique,
aguarda: todavía los conocerás m e j o r . . . . Mientras que
el fuego consumia hasta la m é d u b desús huesos. C o r ­
tés , con una serenidad de hielo, observaba los progre­
sos del dolor , v dccia al rey : si estás cansado de su*
i r ir , declara en donde has ocultado tus tesoros.
Ya porque no tuviese nada o c u l t o , ó porque creye-
se vergonzoso el cedei á la violencia, el héroe mejicano
h o n r ó á su patria por sn constancia en los tormentos.
El fijó la vista con indignación sobre el t i r a n o , y le
dijo, hom bre feroz y sanguinario, ¿ conoces tú para
mi un to r m e n to igual al de verte? No se le escapó en
fin, ni que ja , ni súplica, ni palabra que implorase la
piedad por medios humillantes.
Estaba igualmente que él sobre las ascuas un fiel
amigo de este príncipe : p *ro> mas débil, no podio so­
brellevar el d o l o r , v hallándose para espirar, volvía
*ti$ ojos H ojosos b á c h el m o n a r c a : ¿ Y y o 9 gritóle
LOS INCAS. 65
f í m t i m o z i n , esto y acaso sobre e lg u n lecho de i'osas?
Tales palabras fueron bastantes para c o m p r i m i r los so­
llozos del am igo ( i).
Esta relación te estremece, Inca ; pero t o d o lo que
has o ¡do no es nada todavía. T ú no has podido con­
siderar á esos barbaros sino en el a rd o r d e la c arn ic e ­
ría. Mas paro juzgarlos, es menester que los veas en
el regazo de la p a z , en medio de los pueblos que»han
desarmado , cuando los unos cam inan á su encuentro
con una a l e s n a p u r a , y los otros con la t im id e z v el
ruego. Uno les presenta su propia v o lu n ta d ? cuanto
tiene de mas precioso, otro se esmera en servirles
franqueándoles su choza: aquí se ven los que sobre­
llevan en su obsequio l u s t r a bajos mas duros y mas pe-
tu>so$; allí se agobian sin que puse del peso de la
carga con que les a b r u m a n ; m uchos su c u m b e n á los
golpes con que les lúcren, y algunos se dejan poner
con un r e n o ardiente la marca de esclavitud. Aquí
es donde se echa de ver la crueldad d é l o s castellanos.
Todo lo que tu puedes im a g in a rte acerca de los csce-
sos de la t i r a n í a , no es aun nada respecto de los males
que esos monstruos hacen sufrir á los hom bres mas d ó ­
ciles e inocentes.
Atemorizados estos al contem plar el suplicio de su
rev , el saqueo de su ciudad y sus campos . no se ocu­
paban sino en solicitar la piedad de los vencedores ; á
la fiereza de los tigres, oponían la mnnscdumbve de
tos corderos. P e r o ni sus caricias, ni sus l á g r i m a s , ni
el abandono voluntario de los pocos bienes que j>osei-

( i ) Corté* h izo suspender la ejecución 9 y tíu a li-


tnozin vivió orín ar¿< is , a l cabo de los cuales fu e

r,horcado po< ¡a d- pastelón de un in/Uo que le acusó


de h d>er conspi· udo contra l o ' españoles.
GG LOS 1!s'CÀS.
a n , ni una obediencia m u d a , una ciega s u m is ió n , y
en fin el último de los sacrificios que puede hacer el
hombre , el de su libertad m is m o , nada fue capaz de
c a lm a r la furia de aquellos corazones sanguinarios.
Si alguna vez u n esclavo , a b r u m a d o por el peso de
su carga y por el cansansio de un largo y penoso c a m i­
n o , se atreve á g e m i r ó manifestar de algun m o d o s a
d o l o r , al m o m e n to u n pronto castigo le imponía silen­
cio ; y si se rendia al escesivo trabajo ó á la miseria
u n brazo desapiadado le hacia exalar su últim o alíen­
l o ¡ Ah crueles ! dicen aquellos inocentes ¿ que m a l os
hemos hecho? nuestra vida toda ha sido consagrada en
serviros: ¿porque pues nos la robáis? Concededla, al m e ­
n o s , á nuestras m ugeres é hijos- Pero los forajidos
se hacen sordos á estos tiernos l a m e n t o s : O r o , o r o ,
tal es el grito de sü r a b ia ; n o , n o os posible apagar
su sed del funesto m e t a l d e nuestras tierras. E n vano
el pueblo le trac presuroso lo poco que posee de e l ;
nada b a s t a , y m ie n tra s q u e , a r r o d i l l a d o , levan­
t a n d o las manos al ciclo , sus ojos bailados en l á ­
grimas , protesta que no tiene m a s , se le encadena , se
3c entrega á to rm en to s horribles para obligarle á que
descubra l o q u e puede tener a u n . Su avaricia lia llega­
d o á inventar torm entos inconcebibles y suplicios
inauditos. Ingeniosa cu co m p lic a r y prolongar los do-
loics , ella <la á la m uerte mil formas horribles.
Pero nada choca tanto de su atrocidad como su se­
renidad frió. La naturaleza ha quedo d o m uda en osos
corazones endurecidos. Al rededor de las hogueras en
que las llamas devoran á una familia entera , en m e­
d io de una aldea cu vos techumbres caen a rd ie n d o so-
b re las mugeres p r e ñ a d a s , sobre los debiles ancianos,
y sobre los n i ñ o s , al pie de los patíbulos en d onde un
fuego lento <onsume al hijo y á la m a d r e despf daza-
tíos antes de m o r i r : en estos funestos espectáculos se
LOS IXCAS. 67
ven esos hombres b u r l á n d o s e , lié ü d o s e , regocijándo­
se, é insultando á las víctim as d e sus furores in fe rn a ­
les.
I n c a , no nos eches e n cara el h a b e r visto tantos m a ­
les sin m o r i r de d o l o r : a ñ a d i ó el c a c i q u e , d e i r a m a n -
do arroyos de l á g r i m a s ; y luego , con una voz in te r­
r u m p id a p o r continuos s o l l o z o s , prosiguió; si n o s o ­
tros sobrellevamos nuestras d e s g ra c ia s , si vivim os, si
huimos d e nuestra d e sv en tu ra d a p a tr ia , no es sino
para buscar vengadores*
¿ A h ! «lijóle el Inca a b r a z á n d o l e , ciertamente los
mereceis. Y o siento vuestros m a le s , y t o m o parte e n
ellos. Si n o puedo repararlos espero á lo menos sua­
vizarlos. Perm aneced con n o s o tr o s , ilustres desgracia­
dos , y sea mi corte vuestro asilo. M a s , ¡ a y ! si yo he de
creer en los presagios q u e com ienzan á manifestarse,
se acerca el tiempo en q u e necesite d e vuestro valor
y esperiencia. ¡Oh príncipe generoso! e s c a m a r o n los
caciques, la vida es el único bien que el destino nos
concede; ella es t u y a , y t ú puedes p ro d ig a rla : sin t í ,
y a la desesperación h ubiera c ortado el hilo d e nuestros
dias.

T o m o I.
63 LOS I2SCAS.

C A P ÍT U L O X I.

E s V l B N D E W LOS ESPAÑOLES SUS ESTRAGOS A L MEDIODIA DE

LA AMERICA. — CARACTER T E MP RE S A I>E Pl ZAR 6 0 .

C I l-N J O V E N E S CASTELLANOS PARTEN DE LA ISLA ES PA­

ÑOLA P AR A IRSE Á REUNI R CON E L • — MÁNDALOS *LON -

SO DE M O L I N A , L L E V A N D O EN SU COMPAÑIA Á BARTO*

L O M E DE LAS CASAS. — S o V I A J E T LLEGADA i P AN A M Á .

M ientras que'la p a z , la justicia , la h u m a n i d a d reina*


í>an aun en aquellas regiones afortunadas , bajo las
le y es de los hijos del Sol , la tir a n ía de los castellanos
se dilataba cual un in c e n d io : la ruina y la soledad
señalaban sus progresos.
H abían ya desolado el norte de la A m erica, y ya
empezaba t a m b i é n á serlo el mediodía. E n vano aquel
piadoso solitario, aquel animoso defensor de la h u ­
m a n i d a d , aquel cariñoso am igo de tocios los infelices
i n d i o s , Bartolomé de las C a s a s , había hecho r e t u m ­
b a r el grito de la naturaleza hasta en la entrarla m as
p ro fu n d a é í n ti m a del corazón de los reyes: ( i ) una
pied a d estéril, una voluntad sin fuerza para remediar
tantos m a l e s , esto fue t o d o lo que obtuvo. Se lucie­
ron l e v e s ; pero estas leves qued ¡ron sin fuerza, porque
en distancias tan grandes no podían atajar nt r e p ü m i r la

(i) F e rn a n d o y C arlos V.
I O S irsCA S. 09
licencia; y entonces l a a m b ic ió n sacudió el yugo que
$s taquería p ' n e r y bajo unos rey vs q u e c o n d e n a b a n la
opresión v la esclavitud) el indio fue s i e m p r e e s c l u s a
y vi e sp in o \ o p r e s o r . B a r to l o m é , s ie m p r e bueo minis»
tro de la eterna s a b id u r ía , llo ra b a á los m á r g e n e s
d d Ozama . i ) la im p o te n c ia de sus esfuerzos.
?\o o b s ta n te, el Itsm o estaba en p o d e r del m as in­
hu m an o de tudos los tiranos. Este b á t baro se llam aba
Davüa- Vox sus crueldad es logró s u b y u g a r los pueblos de
las montañas que unen las dos Amé) ¡cas. Atravesan­
d o las s ie n a s y los bosques, y s u p e ra n d o Unios los
precipicios, sus soldados y sus perros devoradores fue­
ron echados contra los indios s a l v a o s , indios pacífi­
cos, indios d esarm ados, v que p i r a (Lstuiírlos n o
tuvieron mas trabajo que el d e peí seguí ríos v dego­
llarlos. íle aquí corno se a b rió el pnsage v c o m u n i ­
cación del Oceano d'd norte con el m a r pacífico.
Desde allí nuevas tierras se d e s c u b r e n , v la ,>mb¡-
ciou de conquistar encontró un grande objeto- Balboa
(2 \ dis*no precursor del sanguinario D a v ü a , había y a
querida penetrar en las regiones m e r i d i o n a l e s , y las
playas donde él desembarcó fueron i n u n d a d a s de s a n ­
gre indiana. Dcspins d" Daviln , nuevos facinerosos
han penetrado mas en lo i n te r i o r de aquellos paUes;

¡V R io sobre el c u a l B a r t o l o m é Colomb > h e r­


mano del A l m i r a n t e , había hecho j u n d a r la c iu d a d
de Santo Domingo.
(2 l·'asco A u a iz de B a l b o a , que f u e el descu -
bricfor del M a r pacifico en el ano i o i 3 ,' y f u i á
el á quien u n indio d ijo : B e r u , P e l a es d e c r r , y o
me lla m o b c i u , y h d i t o en las m a r c e n e s de I-VIu.
D e n q u i ciño el nombre de l ' e r u . B a lb o a era lu e r n a
de D a v ila >y e¡>te le h izo c o r la r ¡a c a b e z a •
7o LOS INCAS.
p«:ro la constancia ó la f o r t u n a les ha faltado en su
empresa.
Para la ruina d e esta parte del Nuevo M u n d o , era
preciso que la naturaleza hubiese form ado u n h o m b r e
d e una tesolucion y d e u n a intrepidez á la prueba de
todos los géneros de males; esto es, u n h o m b r e e n d u r e ­
cido al t r a b a j o , á la m ise ria y «al s u f r i m i e n t o ; que
supiese llevar con paciencia todas las privaciones ,
a rro strar los peligros, superar los o b s tá c u lo s , y h a c e r ­
se siempre fuerte aun en medio de los golpes de la
m a s d u r a adversidad.
Este h o m b re estraordinnrio fue P i z a r r o , y una
grandeza de a l m a , tal que nada era capaz de d e b ilita r ­
la , no era pues su unica v i r t u d . Enemigo del lu jo y
d e lfa u > to , sencillo j* g r a n d e , noble y populai : seve­
ro cuaiulo era m e n e s t e r , indulgente cuando podia serlo,
y m oderando, p or su afabilidad v tra to lib r e , el rigor de
l a disciplina y el peso de la a u t o r i d a d ; pródigo de su p ro­
pia vida y apreciador de la del soldado; lihetal, generoso,
sensible, no conocia aquella codicia que de sh o n ra b an
sus compañeros: la ambician de gloria • la satisfacción de
haber emprendido y hecho una conquista inmensa , esto
era lo m as digno de su corazón altivo. E l vió am ontonar
á sus pies masas enormes de oro entre arroyos desangre;
pero este oro n o pudo alucinarle, y solo halló placer
en distribuirlo. Sobrio y frugal d urante su v id a , lia-
lióse pobre á su muerte. T a l fue el hom bre á quien
la fortuna había sacado del m as vil estado ( C , para lia —
cerle el conquistador del imperio mas rico del mundo.
Conocido su valor, el virey del Istmo (2) le conce­

bí) P¿zorro y S i x t o V f u e r o n iguales en su p n


fu tra cotnicinn-
^2} D o n Pedro A r i a s Davila»
LOS 11SCAS. ~ i

<lió licencia d e ir á buscar nuevas regiones y nuevos


tesoros mas a llá d e l ecuador. U n solo navio queque»*
d a b a de la flota de Balboa le bastó para su empresa.
E l le a rm a en el puerto de P a n a m á , y pronto se e s -
p jr c e la noticia hasta la isla E s p a ñ o la , ( i ) famosa p or
el descubrimiento de C o l o m , y q u ie n despues fue la
tie rra de la tiran ía .
Al n o m b re d e P i z a r r o , u n a fogosa y valiente j u ­
ventud pide reuniise á él ; su g e f e , Alonso de M oli­
n a , joven g a l l a r d o , a n im o so y m a g n á n i m o , pero de
un espíritu vivo y un n a t u r a l demasiado sensible, ha*-
bia ganado la estimación y am istad del virtuoso Las
Casas. E l q u i s o , antes de p a r t i r , abrazarle y decirle
adiós.
| Y q u e ¡ le d i j o el s o l i t a r i o , ¡aun n o se ha c a l m a ­
d o la avaricia de los castellanos! ¿ vais ahora á b u sc ar
nuevas playas en donde ejercer vuestros estragos ? Y o
pongo p or testigo al c i c l o , respondió Alonso, que la
{¿Urna es la q u e m e c o n d u c e . La gloria ¡ a y ! replicó el
h o m b r e justo: ¿hay gloria acaso pára los asesinos? ¿bai­
l a en caer sobre una m a n a d a d e hombres desnudos, débi­
les, indefensos, y en degollarlos sin peligro con una
vil c ru e ld a d ? Vuestra gloria es la del halcón, ó el m i ­
lano que de vora á una p a lo m a. Sí , amigo m i ó , n a d a
puede h o rra r en m i a l m a la vergüenza de que se c u ­
bren los castellanos; os lo digo con r u b o r y estreme­
cimiento* Ellos $on .perjuros á su d i o s , á su príncipe
y á su patria, y se engañan si creen que pueda saciar­
l e su codicia insensata. ¡ A h ! si se hubiesen portado
con suavidad en su c o n q u is ta , la India seria feliz y la
España o p u le n ta ; mas p o r el abuso infame que hacen
de la victoria, n o c o n se g u irá n al fin otro fruto que

( i ) S a n to D o m in g o .
7a LOS INCAS.
el de haber perdido á su patria y arruinado l a de estos
infelices.
Y liicn, ¿no os este el m e j o r m o m e n to d e in stru ir­
l o s , de sacarlos del e rror en que viven^Yo n o conoz­
co a Pizarro sino p or su fam a; pero m e aseguran que
es magnánimo* \ O h mi buen am igo ! el es d i g n o de
escuchar de vuestra boca mismo la voz de la h u m a n i ­
dad. ¿ P o r q u e no pedís la licencia de a c o m p a ñ a r le
en su conquisto? V e n i d ; vuestros consejos y el zelo
que mostráis siempre en favor del desdichado os
liaron ton respetable a m is ojos c om o á los d e mis
componeros de armas.
Bartolomé enmudece á las pnhibrns de A l o n s o : p n o
en el fondo de su cor .zon , eomiensa á sentir m u y vi­
vamente aquella actividad benefico que p i o d u c e l a es­
peranza de ser útil á los hom bres Así pensaba Los
C a s a s e n el p rim er m o m e n t o ; p e r o la r e f le x ió n , la
triste previsión del d a ñ o que a m e n a z a , le desalienta,
y dice al joven Alonso : Vos conocéis mi c o ra z ó n : j a .
m a s veré con paciencia hacer m a l á loe i n d io s ; y o
h a b h r é siempre en favor suyo, si ti m edio y sin consi­
deración h u m a n a , de forma que vos m ism o os .bariaís
p or mi amistad , el objeto de la rabia de esos á quie­
nes mí consejo pudiese h a b e r o fe n d id o , y entonces os
quejaríais, quizá, de mi zelo. — Venid, le d i c e A l o n ­
s o , y no pensemos en o tra cosa que en el bien que
puede hacer vuestra presencia. ¡ Quien sabe d e c u a n ­
tos males libertoreis al m u n d o , y cuan terribles se­
rian vuestros re m o rd im ie n to s si n o lo Hicieseis ; sa­
biendo que vuestra sola presencia hubiera bastado pa­
ra salvar la vida á millones de h o m b r e s ! N o es m e ­
nester que digáis m a s , in te rru m p ió Las C a sa s; vo tío
os daré tnolívo p«ra que creáis que lie podido r e n u n ­
c ia r , por debilidad , á !i esperanzo de ser útil á es*¡s
des ver,tu r «dos. Estov pronto á seguiros. ¡Q uiera el
cielo que Pízarro se digne escucharme*
LOS INCAS. 71
Al instante ambos se e m b a rc a n , y pronto la nave
los lleva <i lus riberas del Istmo* Saltan á tierra á la
embocadura del rio d e los L agattos ( i ) , y sóbenle
en canoas formadas d e las cortezas del c e d r o , cada una
con veinte indios ram ero sa l m a n d o de un español s a ñ u ­
do. Mas estos, a u n q u e con buena intención y confia­
dos en su juventud fogosa , se esfuerzan en vano en ir
contra la corriente; porque su r a p i d tz es tanta que no
pueden adelantar s in o con m uellísim o trabajo , y con
una len titu d estreñía. Su com a n d a n te Ies imputa a d e ­
lito la violencia de las a g u a s , y en su b arbarie bace
que á fuerza do palos su sangro se tríesele al sudor de
la fatiga. Sufocados los infelices, v casi al m o m e n to
de e s p ir a r , sufren los males sin quejarse; solo algunas
lágrimas mudas caen sobre sus reinos, y t i e n e n á
mezclarse con las gotas de sudor que m anan ele su se­
no , levantando de c uando en cuando sobre el que
les maltrata unos ojos doloridos y tiernos con los
cuales im ploran su c l e m e n c i a , d ic i e n d o : sed h u ­
m ano.
Las C a s i s , testigo d e t a n t a b a r b a r i e , esperímenta
el torm ento d e un padre que ve despedazar á sus L·í'·
jos : Cesad, crueles , les dice , cesad de a to r m e n t a r á
esos infelices que se consum en en esfuerzos p or servi­
ros. ¿Queréis verles espirar ? Ellos son hom bres; son
herm anos vuestros , é hijos de un mismo dios. E n t o n ­
ces, dirigiéndose el mas joven y débil de los vameros.
Amigo m ió , le dice , descansad u n m o t n e n t i ; j o m e
pondré é rem ar en vuestro lugar.
Los jóvenes e s p a ñ o l 's , sensibles a tal a c c ió n , se

fi L l i m a d o h o r l z C h a g r e , que , descendiendo de
las m o n t a ñ a s d^l is tm o , e n t r a e n el m a r del A o r t e ;
su co rrie n te ¿ a c e u n a legua ca stella n a p o r h o r a •
LOS INCAS.
esmeran a porfía en a liviar á los i n d i o s , los cuales ,
levantando las manos hacia el h o m b r e benéfico que les
pro cu rab a estos m om entos d e reposo, le c olm aban de
b e n d ic io n e s , d á n d o le el tierno n o m b re de p a d r e > que
había ta n bien merecido*
E n t o n c e s , M o l i n a , acercándose á Las C a s a s , le
d i j o , en tono bajo y transportado d e alegría: Y bien ,
padre , ¿ os arrepentis ahora de haber venido con no*
sotvos? Miróle Bartolomé con ojos l a s t i m o s o s , y no
le respondió sino cotí u n gran suspiro.
Hay un pueblecito bajo el n o m b r e d e Cruces, en
donde el rio deja de ser navegable. De allí fue de d o n ­
d e , obligados á a b a n d o n a r las canoas , siguieron por
m edio d e los bosques * un cam ino largo y penoso*
P e r o , p or penosa que ella sea, la fatiga es d u lc ifi­
cada c uando desde lo alto de las c u m b r e s , la vista
se pasea p o r los valles que la naturaleza se deleita á
com poner con sus propios m a n o s : d o n d e la variedad
de ios á rb o les y f r u t o s , y l a m u ltitu d de los pájaros
pintados de los colores mas brillantes, fo rm a n u n
golpe de vista encantador. ¡ A y de m i ! en estos c l i ­
mas ta n hermosos, todo es infelicidad. El h o m b re
o p rim id o , sufriendo , es miserable \ gime bajo el y u ­
go de o tro h o m b re , y llena de quejas los demás so­
litarios que le ocultan á su tirano.
D e m o n ta ñ a en m o n t a ñ a sucesivamente se sube
hasta á l a c u m b re que los dom ina , y donde la vista
se estiende hasta el uno y o tro lado d e l abismo i n m e n ­
so de las aguas.
De otra parte se descubre á la ver ( i ) el Océano del
n o r t e , d e l otro el m ar pacifico, cuya superficie, en

¡i) H a y quien p r e fie r e la a cerrión de M . de l a


Condamine á la d t M . L io n n c l IV a j'er, que asegu-
LOS INCAS. 75
larga d is ta n c ia , se une con )n celeste e s f e r a . C o m p a -
ñe ros, les dijo Molino saludemos e s t e t n a r , esta tierra
desconocida , d o n d e T a m o s á llevar la g l o r i a d e nues­
tras armas. Si Magallanes se La echo i n m o r t a l por
haber solam ente reconocido estos p l i s e s dilatados ,
¡ cuanta mas grande s e r á la g l o r i a de aquellos que
los h a b r á n s o m e t i d o 1 (i).
Bajo la m o n t a ñ a , v bien pronto a p r o x i m á n d o s e á los
muros d onde Oavila mandaba, le hizo a n u n c i a r que cien
castellanos pediau servicio á P i z a r r o , arisiosos de es-
ponevse con él á todos los peligros de l a g u e rr a .
El feroz tir a n o del Istmo estaba s u m e r g i d o en el
mas grande dolor por la pérdida de s u hijo único
que le habían muerto los salvajes : Sed. bien veni­
dos , dijo á los jóvenes castellanos, y t o m a d parte
en el sentimiento de un padre que a c a b a de perder
un hijo adorado. S í , los indios crueles h a n devorado
éste hijo q u e r i d o , mi única esperanza, j A h ! toda la
sangre de estos malvados no busta para s a c ia r mi fu*
ror. Perseguid, destruid esta raza i m p í a y funesta ;
porque con solo uqo que quefle yiY0 PQ creeré
vengado.
Pizarro se condujo mejor que D a v ila c o n el nuevo
compañero que le enviaba la fortuna ; le recibió en su
novio con aquel aire lleno de franqueza y de afabili­
dad con que ganaba los corazones, y despues de elo­
giar su zelo, su valor v todas lasjdemas p re n d a s , le pre­
sentó sus amigos. Aquí ten e ie , le d i j o el generoso

va que desde n in g u n a a l t u r a del I s t m o , no se ven A


u n tiempo tos d o s m a r e s .
( i ) E l descubrimiento d e l estrecho de M a g a l i a -
nes f u e <ñ ir e 1622 , y l a e m p r e z a de P i z a r ­
r o en 1624*
7Cj LOS INCAS.
A lm agro y el piadoso F e r n a n d o de L u q u e ( i ) , que
consagraron «í m i ejemplo toda su fortuna por c o n c u r ­
r i r á esta empresa; A lm agro , bastante conocido por
so v a lo r , y F e r n a n d o por las dignidades que ejercen
en la iglesia. Cerca de F e r n a n d o está el respetable V a l -
verde * ese que será para nosotros el intérprete del cie­
l o , el órgano de la f e , el aposto! cíela verdad en me*
d io d e esas naciones idólatras. Ese guerrero que está
-en la parte opuesta es Srdcrdo, noble y valiente joven
á cuyas manos esta confiado el estandarte de Castilla
que nos conducirá infaliblemente á la victoria. Este
otro es Ruíz; ese sabio de quien esta m a r es conocida ,
-como el p rim er piloto que se ha arriesgado á vencer
órdenes del intrépido Balboa. Él presentó ta m b ié n coa
tantos peligros bajo las órdenes elogio á P e t a s t e ,
R i v e r a , Seraluze, A lc on , C andía , O ritu n , Salomon
y todos los que los a com pa ñaba n.
Alonso le n o m b ra á su vez los castellanos q u e le
habían presentado, tal que el bello jóven Mendoza, ei
audaz Alvar, el fogoso Pennate y Vnlaquez, el m a g n á ­
n im o Moscoso, y Morales que debió ser la prim era víc­
t i m a al tiempo del desembarco, ¡¡oven desgraciado! t u
traías en los ojos el valor de un i n m o r t a l . Piznvro c o ­
nocía u n gran n ú m e r o de ellos, ó por ía fama de sus
servicios ó pot* su pare n te sc o , y les manifestó el placer
y el h o n o r que tenia en com andarlos. E l pot\e en fia
los ojos sobre el p:adoso y h u m ild e solitario que estaba
ol lado d e Alonso, y dijo : este h o m b r e respetable ¿es
p or ventura un m ensajeio de la le ? á quien su z d o
o b lig a ¿ acom pañarnos ?

( \ ) A g u s tín Z a r a t e es de o p in ió n que A l m a g r o era


.hijo n a t u r a l de F e m a n d o de l a q u e - Véase J a His­
toria , Descubrimiento y conquista d e l P e i ú , / i ¿ . i 0..
LOS INCAS. 77
Al escuchar el n o m b r e de Las Casas, del heroe de
l a religión y de la h u m a n i d a d , á quien la España h a ­
bía h o m a d o con el t ít u lo de P r o te c to r de la I n d i a ,
Pizan\> prosternándose d e la n te de e l , creyó a d o r a r l a
virtud misma y le d i jo : ¿sois vos , venerable y piado­
so m o r t a l , sois vos quien viene á a le n ta r nuestros es­
fuerzos? ; Que presagio ton dichoso! ¡que a lto favor
m e envía el c ie lo ! Con v u e stio consejo m i empresa
será feliz. V aliente y generoso P i i a r r o , le respondió
el solitario, la única señal segura del favor del ciclo
está en el corazón del h o m b re justo; merecedla p or
vuestras virtudes , y no en vi di erris las de los m alva ­
dos á quienes el ciclo reprueba. L a gloría de ser h u ­
m a n » , sensible y b i e n h e c h o r , será pura y sin ti*
Vük’á.
LOS JISCAS.

4A

C A P Í T U L O X II.

C onsejo qüb hcro antrs db la pa r t id a d e pizarro , —

L as casas d e f i e n d e los d e r e c h o s d e la naturale-

2 A T LA CAUSA D E LOS INDIOS.

E l navio, pronto á hacerse á la vela, esperaba sola­


m e n t e u n viento favorable , y á este efecto hacían r o ­
gativos diarios. E l m a s augusto de nuestros nvsterlos
se celebró sobre la p o p a , p or el m is m o F e r n a n d o de
L u q u e , interesado con A lm agro e n los peligros v en
el hotin de la empresa ; ¡ó superstición! Este sacerdo­
t e s a crile g o , p or h a c e r los altares garantes de sus v i ­
les intereses, suspende el divino sacrificio ai tiempo
de i r á consum ir ; y teniendo en sus m a n o s la vícti­
m a p u r a y celestial , se vuelve m ira n d o los c ircu n sta n ­
t e s ; .su frente a rro g a d ? e?a un verdadero retrato de la
austeridad misma ; levanta una ceja espesa que 1c c u ­
b r e tos o jo s, y con una voz semejante á la desde lo
p ro fu n d o de los altares p ro n u n c ia n los o r á c u l o s : Ve­
n i d P í f a n o , y vos A l m a g r o , veni.d > les d i j o , para se­
l l a r con san Oore d e Dios mi eslía ilustre Vv santa alian-
za. Entonces ro m p ie n d o la ostia en tres paites ^1),

f'l) E s t e hecho es h istó r ic o , p u e s que nadie lo ha


c o n tv a d i(h o h isfct hoy' Vease el l i b i o in titu la d o :
P¿iíOl i a r o ñ o V h o s t i a c o n s á vg r a l a ( l e í s n n t i s s i m o s a c *r a m e n -
LOS INCAS. 59
se reservó uno pera sí y d i o las otras á sus asociados,
que Jas recibieron con turbación y espanto. D a d a la
c o m u n ió n , el m alv ad o F e m a n d o es clama : osí sea p a r ­
tid o vv d i s tr ib u id o entre nosotros tre s el b o t i n de las
Indias. T a l fue su ju ra m e n to m u t u o , y tal el pacto de
l a avaricia. Las Casas se escandalizó e n t a n t a m a n e ra
que casi perdió el sentido.
El m ism o d ía tuvieron consejo , y fue en él d o n d e
se ovó á P iz arro esponer su plan , s u s m edios > v sus
recursos. F e r n a n d o de L u q u e e n c a r g a d o de !a subsis­
tencia d e ¡a flota, debía quedarse en P a n a m á , mien­
tras que A l m a g r o navegaba á su d e s tin a c ió n . D e f o r a ,
m a que la prudencia de Pizarro y su previsión sobre
todos los obstáculos fa<¿ aplaudida. P e r o Las Casas,
que e n este plan veia e n los indios los esclavos desti­
n a d o s en los m as duros t r a b a j o s , no pudo o c u l t a r su
d o lo r. Pidió la pa la bra ; se le concedió , y d i j o con u n
aire tris tís im o ; entiendo que se propone r e p a r t i r los
indios como m an a d a s de sanados. Esto m i s m o se ha
hecho y a en las islas; p - r o > no obstante , ellas soti o tra
cosa r m s que espantosos desiertos. S í , m il lo n e s d e i n ­
dios des ven tura dos han perecido bajo el y u g o del m as
fiero despotismo ¿ seguiréis este e j e m p l o ? ¿ h a r é i s lo
m ism o con los habitantes pacíficos d e estos ricos
países?...
C o d a uno á porfia se esforzaba en asegurar que se
trataría á los indios del reparto con to d a c o n te m p l a c i ó n .
N o hay sino un m e d i o , dijo el solitario, y es solo no
d e ja r á nadie el poder de oprim irlos. Sean v a s a llo s
de nuestros r e v , pero no e slca vo s; t e n g a n , c om o y o
espero, un m is m o soberano, una m ism a ley y un m i s ­

t o , gumvando di non ro m p e r m ui la fedu. B e n z o n i j


lib r o l l l
8o LOS INCAS.
m o dios que nosotros , p*ro jamas n i n g u n a otra dis­
tinción- He aquí los derechos de esos indios, y los que
y o reclamo cu nom bre de U naturaleza delante del
c i e l o - — Virtuoso Las Casas, le respondió P iz a rro ,
vuestros deseos y los míos están d e a c u e r d o : hacer
adorM' á mi D ios, obedecer á mi r e y , é i m p o n e r á
estos pueblos una c o n trib u c ió n m o d e r a d a ; establecer
entre ellos y la E s p i n a unas relaciones mercantiles de
utilidad recíproca, esto es l o que rne propongo hacer-
¡Quiera Dios pueda obtenerlo sin v i o le n c i a , ni fuer*
za • — Yo salgo garante de ello , respondió vivamente
Las Casas ; p e r o , P iz arro , prométeme que si esos pue­
blos son dóciles, si se someten á las leyes justas, si
no piden mas que su in stru c c ió n , ellos serán tan li­
bres como nosotros; que sus vida* y bienes estarán lía-
j o l a protección de vuestras a rm as; que la h o m b r í a de
bien , el p u d o r , la t ím id a y débil inocencia t e n d r á n
en vos un d e fe n so r, y un vengador de sus agravios. —
Y o os l o p r o m e t o , respondió Pizarro. — P rom e ted
t a m b i é n , continuó Las Casas , que n o sufriréis jamas
que se les soque de su p a t r i a ; q u e n o se Ies obligue
á tra b aja r por la fuerza , p or la amenaza y menos
p or el castigo , que lo qu» exija el pago del t r i b u to
impuesto por vos m ism o*—- T a l es mi resolución res­
pondió P i z a r r o . — Pues si es esa, juradlo al Dios que
habéis r e c ib i d o , y haced que lo ju re n ta m b ié n vues -
tros amicos.
Este discurso causó un bajo m u r m u l l o entre los
m iem bros de la a s a m b le a , y F e r n a n d o de Loque dijo
i Las Cosas: ¡ Que , j u r a r a Dios de t r a ta r bien á los
i n d i o s , á esos bárbaros que blasfeman su n o m b r e sin
e<snr, y que á sus ídolos ofrecen un incienso, un sn-
criít do que solo es d ig n o de é l 1 J u r e m o s mas bien de
e x te r m i n a r lo s , si ellos se obstinan en conservar sus
templos, y rehúsan la adoración de b id a al dios que les
anunciamos.
LOS HSCAS. 8r
El m ism o derecho tenem os á la America que los
hebreos al C anaan , el derecho de m a t a r á los i cióla—
t r a s , corno lo hicieron con Amrdecite ( i ) , nosotros
los tenernos ta m b ié n sobre unos infieles que son m u ­
cho mas obcecados en sus detestables errores que lo*
hebreos mismos Los indias se quejan de q u e se les i m ­
pone una m u y dura e s c la v itu d ; p e r o , ellos ¿ s o n aca^
so mas dulces y m as h u m a n o s con sus cautivos? So­
bre altares ensangrentados ellos les a r r a n c a n las entra*
ñas; ellos se reparten p or porciones sus m iem bros pal­
pitantes y se los tragan *de forma que puede bien de­
cirse que esos bárbaros son sepulturas vivas. ¡ Y o s e n
favor de esta raza Impía que se habla con tal fervorí
Si temen nuestros castigos, que nos presenten el oro
que nos o c u lta n , ese m etal estéril para ellos y que
á nosotros nos ha costado tantas fatigas y peligros.
¡ Q u e ! después de h a b e r surcado los mares , m e ­
nospreciado las b o r r a s c a s , y buscando este desgra­
ciado m u n d o , venciendo continuam ente t i n t o s v tan
enormes escollos, ¿ q u e r é is ahora abandonar í l único
fruto de vuestro t r a b a j o , volveros con las manos va­
cías , y no llevar á España mas que la vergüenza y la
pobreza? El oro es un d o n de lo naturaleza : inútil á
esos pueblos, n o les hace falta , v por consiguiente,
á nosotros á quien pertenece, y su malicia en o c u ltá r­
noslo , su obstinación en negar les constituye culpa-
b le s /y justifica nuestros rigores. E n cuanto á su escla­
vitud , ella es la penitencia de los crímenes á que lo*
ha conducido un culto impio y sanguinario. íÑo es
gran castigo aun el haberlos enterrado vivo dentro de
las grietas y huecos d e sus m in a s , pues que ellos me*

<0 Ksta c o m p a r a r ía n es hec h t p o 1' el m isionero


G unulla ¿ y P o r o tr o s m u ih o s J u n á tic o s como él.
8s LOS INCAS.
recen otros mas a t r o c e s : y con t a l que m u e r a n re-
signados y c o n trito s , ellos desde la gloria , bendíci-
r á n las m anos que los c a rg a ro n d e cadenas.
Así habló F e r n a n d o d e Luque 5 pero el virtuoso Las
C n s n s , que a te n ta m e n te , sin pestañear , é inmóvil de
h o r r o r , le m i r a b a y e s c u c h a b a , Je respondió con su
sabiduría a c o s tu m b r a d a : Sacerdote de u n dios de paz
¿ d e cid m e si vuestros l a b i o s , los q u e acaban d e reci­
b i r a b o ra m i s m o á ese m i s m o dios, d e c i d m e , repito»
si son ellos los q u e lian proferido las palabras h o rre n ­
das que he escuchado? ¿ E s p e n d ie n te .d e ese m a d e r a
t e ñ i d o d e sangre» d o n d e i n m o l á n d o s e por la ied«mcion
d e l gé nero h u m a n o , su boca santísima , su boca es*
p i r a n te im plora ba la gracia d e sus e n e m ig o s , es des­
d e l o alto de esa cruz que él os ha enseñado ese le n ­
g u a je ? ¡ C o m p a r á i s los i n d i o s á losnmalecites ! Dejad ,
d e ja d esos e j e m p l o s , q u e h a n sido o r ig e n de ¡ n u m e ­
rables abusos. Dios que en sus santos consejos jamas
se h a desviado d e las leyes n a t u r a l e s , ha decretado so­
la m e n te que el h o m b r e le obedezca con preferencia á
los sentimientos de su c o r a z ó n ; pero sabed que ese
decreto n o ha p o d id o estendersc nías a llá de los t e r ­
m i n o s precisos d o n d e él m i s m o le ha encerrado. Sus
m a n d a m i e n t o s observados, la ley á vuelto á t o m a r
su curso e t e r n o ; d e fo rm a que Dios hablaba entonces
á los is r a e lita s , pero n o á vosotros. Ateneos á la
le y que el ha d a d o á todos los h o m b r e s : A m a d m e
Y a m a d á vuestros s e m e ja n te s • Ved aquí su l e y ,
F e r n a n d o : ¿ e n c o n t r a r e i s en ella las t o r t u r a s , las
cadenas y las carnicerías q u e deseáis c o n tra los pobres
indios ?
Los in d io s , sin d u d a , h a n ejercido entre ellos m i s ­
mos c ru e ld a le s bien r e p r e n s ib le s ; p e r o , aun cuando
h u b i e r a n sido m as i n h u m a n o s , ¿debeis vos imitarles?
¡ A b - su desgracia ha consistido ú n ic a m e n te e n que
LOS INCAS. 85
«daban adoración á dioses san g u in a rio s. P e i o s i , en l u ­
g a r d e un tig r e , .viesen sobre sus altares al c o r d e r o ,
entonces ellos serian ta n inocentes y dóciles c om o el
m ism o. ¿Q uien es aquel de entre nosotros que no h i ­
ciera lo que e llo s , si desde la i n f a n c i a hubiese sido
educado en el seno de los m ism os errores ? El e j t r a ­
pío d e nuestros padres y las leyes de! p a í s , ¿ n o nos
habrían cautivado nuestra razón y forzado ? c om o á
los indios á defender los dioses y el c u ito establecí-*
d o ? Com padeced m as bien que c o n d e n a d á estos es­
clavos, á estas victimas de la preoc u p a ció n y de una
costumbre inveterada. P e r o , á m a s d e esto , decidm e
¿ todos los pueblos de la I n d ia son los m is m o s que es­
tos? Los habitantes de la isla E sp a ñ o la , ¿que mal
habian hecho para que fuesen tra ta d o s con el rigor mas
c ru e l? N in g u n a nación fue jarnos m as d u l c e , mas
tra n q u ila y mas inocente ,que la d e Cuba ; su vida
era una infancia c o n t i n u a , y , s o b re t o d o , ta n ene­
migos de hacer m a l , que r.o te n ía n flc :ha s, ni aun
para c a í a r u n pájaro. Mas n o obstante que eran h o m ­
bres tan pacíficos, que estaban indefensos , ¿ s e l i b r a ­
ron por eso de los yerros y de la m u e r t e ? Es precisa­
mente en ese país desventurado, es en C u b a , r e p i t o ,
donde he visto á nuestros c o m p a tr io ta s , ó , p o r m e ­
jor d e c ir, a esos forajidos , sin m otivo a l g u n o , y nun
sin r e m o rd im ie n to , despedazar los n i ñ o s , degollar
los viejos , destripar las mugeres preñados , y sacarles
el fruto de sus entrañas para regalar á sus perros. ¡ O
religión s a n ta , he aquí tus m inistros ! ¡ ó Dios de la
naturaleza, he aquí tus vengadores! EnLerrar u n pue­
b l o vivo en las grietns de las rocas que p r o d u c e n el
o r o , y hacer que todos perezcan d e necesidad y de
x o n g o j a , p or solo acumular vuestras riquezas , origen
de todos los vicios que produce el l u j o , el orgullo y
lia ociosidad. ¡ es esta,, ó F e r n a n d o , es esta la peni*»
T omo I.. 40
8'v LOS INCAS.
t r u c i a q u e imponéis á esos pueblos! R o m p e d de una
vez es i máscara h i p ó c r i t a . Vos servis a u n dios; mas
este dios es v u e s tr a avaricia desalm ada: sí, esa avaricia
insaciable q u e , de vuestra boca u l t r a j a a q u í la h u m a ­
n id a d , y quiero hacer córnpU ce al cielo d e los males
incalculables cjue i n s p i r a , y aun d e los furores que
ella misma hace.
F e r n a n d o , que d u r a n te e s te d is c u r s o te m b la b a do r a ­
b ia y echaha fuego por los o jo s, se levantó para res­
p o n d e r ; pero P i z a r r o le m a n d ó c a lla r. V a l v e r d e , mas
h ip ó c r ita y aun m as perverso que F e r n a n d o , este
h o m b r e el m as infame que l a España produjo para
castigo del Nuevo M u n d o , bajo u n t o n o pacífico y
c o n c i li a d o r , dijo á Las Casas.
Bartolom é, n o consultemos a h o ra o tra cosa que los
i n te r e s e s de D ios, pues que el h o m b r e n o es nada a n ­
otes que él. Supuesto este p r in c ip io , sabed que los pue­
blos de la I n d ia n o solam ente son enem igos de Dios,
sino tus enemigos eternos si m ueren idólatvas. ¿ C o ­
m o puede ser hoy el objeto de su a m o r aquel que
m a ñ a n a l o será d s su cólera? Háganse cristianos, y en­
t o n c e s la cavidad nos une á ellos, pero hasta que lle­
gue ese e- s o , Dios los escluye del n ú m e ro de ?us h i ­
jos. Este Nuevo Mundo nos pertenece de d e re c h o , co­
m o conquistadores por la fe. El soberano pontífice hi­
z o la repartición de estas tierras en v i r t u d del pleno
poder que le ha conferido el c ie lo , de quien todo de­
spende únicamente ( i ) . Asi pues, el derecho de des-

( l ) Térm inos de la huía : De n o s lr d m e r á h b c r a l t f a t t *


*etexcertá scient iá , a c d e a p o s to lic e p o te s ta tis p l e n i -
*lu d i ne.*, a u c to r ita te om nipotentis V e i , nt>òis in bev-
<to Pedro concessa... d o n a m u s , co«<¿ecfrr)ius.e t a^sigct*-
m iu ,
LOS INCAS. S3
«pojar los tem p lo s, los altares y los ídolos de t o ­
das las riquezas para hacer d e rllo s u n mas d ig n o uso,
¿no es esto un d e b e r nuestro? P rescindam os de estos
tienes c a d u c o s , y pensemos en la salvación d e las al­
m a s ; y , pues que la cuestión se reduce á saber si
.conviene ó n o salvarlas de estos d e sgraciados, ¿queréis
a b a n d o n a r l a s , ó sacarlas del abismo? Para salvarlas»
es preciso usar d e medios de rig o r. E n e le c to , supuesta
•la obligación de hacer p or fuerza a b ra z a r la fe á es­
tos espíritus rebeldes, ¿valdrá m as aban d o n a rlo s que
reducirlos p or un santo rigor? be a q u í , cuanto el zelo
y la h u m a n i d a d aconsejan á todo héroe cristiano.
L a asamblea quedó contenta d e la réplica d e Val-
v e rd e ; peio Las Casas, que lo m iraba c om o á u n h i ­
pócrita astu to , y como á h o m b r e c r u e l , le d ijo : L a
mas funesta de las supersticiones es la que ha hecho
creer al h o m b r e que todos los que n o piensan como
r¿! son enemigos de D i o s , pues que ella endurece el
corazón y apaga los sentimientos de h u m a n i d a d . De
esta superstición proviene el menosprecio con que se
m ira á los in d io s , y l o que es a u n pnor, ese p la ­
cer atroz que esperi m o n ta n cuando los a to rm e n tan .
¡Ah! j a m a s , n o , jamos el h o m b r e en tnnto que res­
p ire , te n d rá lugar de aborrecer á Dios y de m aldecir­
le- Los indios, asi como v o s , son la obra de sus d i ­
vinas m anos, y él los formó para que fuesen dichosos.
Los vínculos fraternales n o se rompen jam as; la c a ­
ridad, la igualdad , el derecho n a tu ra l y sagrado de la
lib e rta d , subsisten siem pre, de forma que la fe, de
acuerdo con la naturaleza, n o hace otra cosa p or toda¿
partes, que presentar herm anos y amigos. Esto s u ­
puesto ¿decidme si la esclavitud es el solo y único
medio de obligar á los indios á someterse al yugo d
la fe cristiana? ¡Justo cielo1 L a servidum bre : toda t,*_
i ra n ia , el m al tra ta m ie n to de su p i ó j i m o , esto es lp
86 LOS INCAS,
cjue deshonra lo relig ió n de J e s u - C r i s t o , lo q u e l a h a -
c e odiosa, y a u n lo q u e p o l i a d estruirla enteramente,
si el poder del infierno fuese capaz de ello. L a escla­
v i t u d , r e p i to , fue ta n cruel en los pueblos antiguos
-como l o es a h o r a . Vo6 lo sabéis b i e n ; acordaos que
habéis visto a rr e b a ta r el hijo d e brazos paterna­
l e s , la tnuger de ios de su esposo; a rro ja r a l fon­
d o de u n navio tropas de h o m b re s encadenados, y has­
t a corromperse a m o n to n a d o s ; vos m is m o habéis t a m ­
bién visto que los que, p or m ilagro, salen de ese exe­
crable s e p u lc ro , todos están pálidos y abatidos d e d e ­
b i l i d a d , pero que no obstante e s t o , los dirigen á los
trabajos mas penosos á que han sido condenados. Yo
- p r e g u n t o , es este el medio de grangeaise la volun­
tad? ¿se ha pensado jamas en instruirlos? ¿desean que
le instruyen? ¡O Dios mió! lo cjue vemos es que los in­
dios viven y m ueren a u n ♦como animales estúpidos* Para
persuadirlos á ab ra z ar la fe de C r i s t o , habría sido c o n ­
veniente vivir entre e llo s , en sus mismas rancheríos;
-aguantarles su natural pereza, su in d ocilida d: preve­
nirlos por la dulzura del trato ; ganar su amistad por
la confianza, y red u c irlo sá abrazar nuestro sistema re­
ligioso y politico, por el ejemplo personal y p or las
buenas obras. E n efe c to, <sti* es el solo ejemplo que
conviene; porque la virtud es el mas digno aposto! de
-la religión. Sed justos, sed buenos y seréis bien escu­
chados de todos* ¡Ah! y o conozco bien el Nuevo Mun­
d o . Preguntad á esos sacerdotes cuyo zelo trajo á la
I n d ia la antorcha de la fe, á esos poses desolados d o n ­
d e se h a n perpetrado tantos crímenes atroces, pregun­
tad les, y os respondrán que la razón ♦ la e q u id a d , la
beneficencia y la verdad tiene un grande imperio so­
b re el a lm a de los indios. Preguntadles si hubo jam as
pueblos menos zelosos de sus opiniones, ni mas dis­
puestos á instruirse. Mus c uando en el m o m e n to mis-
LOS INCAS- 87
m o q u e se les predicaba u n d io s c le m e n t e , veian He-
gar*'* á ellos unos pérfidos devastadores y pillos in­
fames, q u e , á n o m b re (le ese m is m o dios, les roba­
b a n , íes encadenaban y hacían s u fr ir m i l ultrages y
cruelísimos to rm e n to s , ¿podrían ellos €6cusarse de acu ­
sar de hipócritas é impostores á los que les o n u n cin n la
suavidad d e su le y divina? C u a n to a ca b o de d e cir lo
he v isto , s í , lo he visto, y por c o n s ig u i e n t e , d e la n te
de mí nadie calum nie los indios.
P ero que sean ellos obstinados e n su c reen cia, ¿ es
esta una razón .para que lo6 c o m p aréis á las bestias?
Los polires indios viven con la esperanza de que su es­
clavitud sera menos pe n ib le ; porq u e asi se les ha pro­
m etid o mas d e u n m itlo n de veces; pero jam as llega
este alivio. Yo he visto á F e r n a n d o e n te rn e c e rs e , á
X im encs indignarse, y á Carlos te m b la r d é la s in h u m a ­
nidades q u e y o les -contaba ; ellos h a n q u e rid o -reme­
d i a r í a n tos m a le s ; pero fue en vano. C u a n d o el buitre
de la tiran ía ha a tra p a d o su p r e s a , ella es devorada
s in remedio. N o , amigos rnios, rio h a y o tr o rem edio
que el de renunciar-al nom bre d e h o m b r e s , a b ju r a r el
de c r is ti a n o s ,ó no hacer á otros esclavos; p o rq u e este
envilecimiento vergonzoso en el que el m as fuerte o p r i ­
m e al d é b i l , es uno de los m ayores ultrages que se ha­
cen á la n a tu ra le z a , el mas sedicioso ¿ l a h u m a n id a d ,
y sobre todo, el mas abom inable Á la r e l i g i ó n . Her­
m ano tu eres .mí esclavo, he aquí una a b s u rd id a d en la
Loca de u n hom bre U b re , un p e rju ic io y u n a blasfemia
en la de u n cristiano.
¿ Y c u a le s el títu lo que autoriza á o p r i m i r ? ¡C o n ­
quistadores p o r la fe! ¡ b ra v a sim p le z a ! L a fe no nos
.pide mas que corazones lib re m e n te s u m i s o s , sin que
.tengan relación alguna con nuestra a v a ric ia , nuestras
rapiñas v nuestros desafueros. El dios á quien servi­
imus e s t á , acaso > h a m b rie n to d e o r o ? U n pontífice
88 LOS INCAS.
ha repartido la I n d i a ; p * ro ¿ e ra la In d ia suva ? El-po-
d ia confiar el Nuevo M undo á quien se encargase de
in s tru irle , pero no dársele en presa á q u ie n quisiera
saquearlo»
Ásí pues, si la In d ia os pertenece es p o r derecho
de c o n q u is ta , y este d e re c h o , tirá n ic o en sí m ism o,
n o pii'íde ser legítim o mn$ que curmdoel poder se emplea
en el bien d é lo s vencidos. Sí - P i z a r r o , la clem encia,
la bondad , las buenas obras son los títulos que justi­
fican la co n q u ista; d e f o r m a q n e , según el uso que
liabais de la v ic to ria , asi será vuestro c r é d it o , asi se­
r á vuestra f a m a , que os h ará conocer p o r u n m alvado,
según vuestros f u r o r e s , ó p o r u n héi'oe, según vues­
tras virtudes. ¡ Ah ! P íz n r r o , y o creo que el din de una
victoria lo empleareis en santas z’esolucíorus, y que
•todos los guerreros, dispuestos com o vos á escuchar
la voz de la naturaleza , seguirán vuestro ejem plo con
envidia. Ellos son jóvenes, sensibles y aun sin c o r ­
rupción n o ta b le , que y o m ism o he hecho h\ esperien-
cia , y los veo a todos conm ovidos de dolor por la
•triste pintura que os hago» E n c o n secu en cia, vo os
c o n ju ro á n o m b re d e la relig ió n , á n o m b re de la p a ­
tria y de la h u m an id ad , d e ju ra r con ellos de
hacer todo el bien posible á los pueblos som etidos; es­
to es, d e respetar sus propiedades, su lib ertad y su vi­
da. Esta c o m p o rta c io n , cuando m en o s, será la mejor
garantía de la paz q u e , á n o m b re de 1q $ in d io s , os p i­
de de rodillas y con lág rim as copiosas, su a m ig o , ó
p o r mejor d e c ir , su padre.
Y o , dice F e r n a n d o enfurecido, y o m e opongo al
J u ra m e n to que p e d ís , s í , y o me opongo á ese acto des­
honroso. S i , tan ta precaución prueba que nos estimáis
>snuy poco. En fin , sabed cjue el h o m b re fiel á su deber
¡3)0 tiene necesidad de hacer nin g ú n juram ento.
. ____

¿Por Asegurar vuestros intereses.particulares, .díjole,,


LOS IINCAS. 89
I/t$ Casas , n o hace m u c h o tiem p o que liobeïs exijido
un ju ram en to el mas escandaloso v fo rm id a b le , y abo»
r a . por asegurar el bien de los indios > os oponéis á
u n ju ram en to el mas s a n t o , que vos llam áis inútil é
•injuri oso.
F e m a n d o , confundido con este t a n sólido a r g u m e n ­
to , no encuentra o tro d e sp iq u e á su rabia que acusar
de tr a id o r á Dios, al re y y á la p a tr ia , al protector
d é l a India» lla m á n d o le d e la to r , c ó m p ’ice en el c r i­
m en y la i m p i e d a d , y otros m uchos dicterios infa­
mes. P i z a r r o , á quien este h o m b re perverso y violen­
to era m u y necesavio en aquellas c irc u n sta n c ia s, tem ió
que le perdiese, y por a p a c i g u a r lo , dice á Las C asas,
con un tono g ra v e , que su zelo m erecía bien la gloria
que había a d q u irid o ; que sus m áxim as y consejos ja*
m as se b o rra ría n d e su m em o ria , y que obraria c o n ­
form em ente á ellas m ien tras que él pudiese ; pero que
su opinión era la m ism a de F e r n a n d o , esto es , que el
creia que su palabra sola , sin l a necesidad de u n ju ­
r a m e n t o , bastaba por g a r a n tía .
Á vista d e e sto , et virtuoso y sabio solitario, lleno
de confusión y av erg o n zad o , se retira con A lo n so .—
V eis, am igo m i ó , Ic d ic e , veis com o mi zelo es i n ú ­
til aquí? Y o os lo había ya dicho- P ero esta piuebae*
la m e jo r y nada equívoca para conocer á P iz a r r o : él
sexia justo si los que dependen de él lo fuesen j pero
como para lo g r a r su intento convenia no disgustarlos»
-resulta que su am bición le hace ceder a l a s circunstan­
cias, contra su rectitud y equidad. E n fin , mi querido
a m i g o , y o no os propongo que desertéis, porque , ale*
jándoos de é l , dism inuiréis ei núm ero de tos hombre*
de bien. Mas por l o q u e á mí toca , mi presencia es ya
‘i m p o r t u n o , y bien p ro n to seria odiosa , yo no pienso
otra cosa que re tiru a n e á mi soledad. Adiós. Si esta
‘.conquista la.vetó convertirse-en p illa g e y enrtoda
9o LOS INCAS.
te J e vicios y crím enes h o rrib le s , vuestro covaton os
aconsejará lo q u e d e b e i s h a c e r.—
Alonso y a m u y disgustado de cuanto hahia visto y
o id o , so in d ig n ó s u m a m e n te del m enosprecio hecho
al respetable Las Casas; en ta n to grado que solo su
h o n o r pudo contenerle. A m ig o m ió le d i c e , y o me
cjuedo a q u í; y o os obedezco. Pero tened entendido
que observare la conducta de P iz o rro ; y si él no c u m ­
ple lo que os h a p r o m e t i d o ; si y o tengo la desgracia de
e n c o n tra rm e e n tre unos fíi cine roso s > estad seguro que
n o los acom pañaré mas que hasta el instante venturoso
de h u ir de su c o m p a ñ ía .
LOS IPíCAS* 9i

CAPITULO X III.

L&s casas , db peorfso de la isla española , va a

*Ve,K LOS S ALVACE5 QCU SB HALLABAN EEFCOlAüOS EN

LAS MOSTAZAS D E L JSTMO-

Bartolomé fue conducido otra vez hasta el rio de los


L ag arto s; allí se em barca sobre una c a n o a , y pronto
le aleja de Cruces la velocidad de la corriente- Libre
y a sus anchuras en m edio ele sus salv ag es, envuelto
en las caricias que estos inocentes le p r o d ig a n , les h a ­
bla con aquella voz meliflua que le es c a r e c te r ís tic a , y
procura consolarlos e n sus aflicciones.
U n o de ellos le d i c e : T u nos a m as cual tie rn o pa­
d r e , y tomas parte en nuestras desventuras: sabemos
cuanto has hecho en favor n u e s tro , y no solo los que
estamos aqui tenemos p o r ello que m anifestarte nues­
tro a g ra d e cim ie n to , mas ta m b ié n nuestros h e rm an o s,
los que aun se hallan libres en la escabrosidad de esas
sierras, ansian p o r el m o m en to de poseerte u n dia» Es
tal su deseo, que su m ism o c a u d illo , el gefe d e nues­
tro s herm anos, Capana d aría p o r poseerte u n instante
diez años de su vida. Nosotros te suplicam os que ven­
gas á verle; tu llenarás de alegría su com zon v el de
sus súbditos. El sendero que conduce á su asilo es es­
c a b ro s o , a n g o s to .y todo está c u b ie ito de torrentes j
T o m o I. 11
9* LOS INCAS.
precipicios; pero esto no es cap«z de detenerte» y ad e­
m a s nosotros te llevarem os e n unas andas de eneas pa­
r a h je e r el c a m in o m enos peligroso y m as soportable.
Estas palabras e n tern eciero n t i n t o al venerablenpos-
t ol i que sus ojos > desaciéndose en l á g r i m a s , b a ñ a ro n
sus m ejillas, cual dos to rre n te s ó arro y o s q u e , salidos
d e distinta* fuentes, vienen á ju n ta r sus aguas para
r e g i r la fructífera p r a d e r a . D e este m o d o halló aquí Las
Casas el prem io d u lc e , c o m o el mas h e c h ic e ro , de
sus reiterados viages al an tig u o m u n d o , y de tantos
afanes, traba jos y desvelos com o le había costado el solo
deseo d e m ejorar la suerte d e aquellos infelices habi­
tantes del Nuevo Mundo»
T a l era el miedo que aun te n ía d e que n o se lograse
el fruto de su z e lo , que n o podía figurarse que la c ru e l­
d a d de Da vita hubiese dejado libres á los indios de las
sierras, á pesar de que se lo aseguraban sus inocentes
com pañeros. T o d o se le volvía en esclam or: ¡ q u e !
¿ co m o h a sido? ¿ e l b á rb aro se h a b rá d eten id o en pe-
neti'ar en su recinto? Mas sino ha penetrado aun , ¿se­
r á esta una razón para creer firm atneute que no pene­
tr e en él si llega á d e scu b rirlo ? L os sal vages p ro c u ra ­
b a n calm ar sus inquietudes. Nosotros , le dijeron , n o ­
sotros solos conocemos el c a m in o que conduce á é l ,
y sabremos m o rir antes que faltar al secreto. N ad a te­
m a s , continuaron ; su asilo está á cubierto de todo a ta ­
q u e , de tal forma q u e , aun p o r m ucho tie m p o , habrá
indios libres en el is tm o .
Las Cosas, con un su;no placer p o r ta n inesperada
n o t i c i a , los sigue con toda confianza. Dejan la canoa
e n una ensenada del r i o , y por entre bosques y male--
z:<5, adelantan su paso hacia el fondo de los desiertos.
Llegan á un desfiladero ó puerto entre dos altas sienas,
c u a n d o , rep e n tin a m e n te , u n espantoso rugido se oye
resonar por la espesura de las selvas. Los indios se
LOS INCAS. 9$
asustaron, sus rostros se ¡imitan y sus cabellos se e r i­
zan a) conocer el r u g id o d e u n tigre san g u in a rio .'E sc u ­
c h an te inmóviles g u a rd a n d o el mns profundo silencio;
pero el m ism o r u g id o se oye aun de mas cerca. J u z -
g a n d o entonces q u e el peligro es i n m i n e n t e , y viendo ya
el tigre casi sobve e llo s , colócansc a l rededor de Las
Casas. D éjanos r o d e a r t e , le d i c e n , y nada tem as; él
n o puede a g a rra r m a s que u n o , y este no serás tú. E n
e f e c to ,e l feroz a n im a l sin d a r mas que tres saltos p a ra
ganar el c a m in o , se arroja sobre u n i n d i a , y le lleva á
la espesura sin m o d erar su carrera, ( i )
E l pió so litario levanta las m anos al c ielo , y dan d o
oyes lam en tab les, cáese o p rim id o del d o lo r. V uelto en
sí p o r el cu idado de sus in d io s , dirígese á ello s, y les
dice ; ¡ Ay I ¡ a m ig o s , que es lo que he visto ! A n im o >
p a d r e , le re sp o n d e n ; v a m o s, n o es n a d a . — ¿Nada d i ­
ces? ¡ó gran D io s ! — N a d a , prosiguen diciéndole,
p i r a los infelices indios , n a d a son los tigres c o m p a ra ­
dos á los españoles.— ¡Ob raza im pía y sa n g u in a ria !
que vergiienzi para vosotros, esclamó Las Casas , vos
reducís los indios á que ni aun se q u e ja n de los estran­
gos del tigre!
E n fin , pvr entre penis y abismos acércanseal val le.
E l estaba rodeado de un círculo de m ontañas c u b ie r­
t a s de selvas espesas, y que de todas pirtes no presen­
ta b a n á Ja vista sino una masa enorm e y p ro fu n d a ,
sin d eja r a rb itrio alguno para e x am in a r su centro.
A delántanse en la espesura y suben hasta l a cim a de

( O U n la h 'H o r ia g e n e r a l de lo s V ia g e s , se lee
que los tig r e s de V en ezu ela son t a n t e r r i b ^ s que no
es r a r o verlo s e n tr a r en la s to ld e ría s de lo s indios,
h a c er p r e sa de u n h o m b re , y llevá rsele en su boca-
za con tu n ta f a c i l i d a d com o u n g a to á u n r a tó n .
94 LOS INCAS.
los m a n te s , y de ella d escu b ren la lla n u ra . R epenti­
n a m e n te Las Casas descubre ta m b ié n un fecundísim o
v a l l e , c u y a fertilid a d ,le e n c a n ta . E n el centro de él
se hallaba u n a a l d e a , e n m edio «lela cual se percibía
la cab an a del cacique* A l m i r a r B a rto lo m é , se siente
co n m o v id o d e gozo y de piedad, j P o b re pueblo ! es-
ciam u con e n t e r n e c i m i e n t o , ¡ q u ie r a el cielo que tu
asilo sea siem pre in p e n e tra b le I
Al acercarse los in d io s , c o rre n sus c o m p a ñ e ro s k
su e n cu e n tro p o r la im paciencia d e saber la nueva que
ib a n á anunciarles* Os tra e m o s á n u e stro p a d r e , les
dieen con el m a y o r alborozo. V edle aqui , este es Las
Casas. A l o ír este n o m b r e , n a d a puede e s p lic a re l j ú ­
b ilo de aquel pueblo reco n o cid o . Los brazos d e cada
cu al se d is p u ta n la gloria d e te n e rle e n c im a y d e lle ­
varse e n triu n fo hasta la aldea , d o n d e y a el cacique
sab ia l a venida d e l aposto) , y d o n d e sn n o m b re
e ra ya rev e re n c ia d o y a m a d o com o el íd o lo de todos
los corazones.
A d elán tase el c a c iq u e , tié n d e le los brazos y le d i ­
c e : V e n , p u l re m ió * ven á consolar tus h ijo s d e to ­
do s los m ales que se les han h e c h o : basta solo el verte
p ú a q u e to d o s s e o lv id e n . Las Casas gozaba el p lacer
m a s dulce que puede h a la g a r sobre la tierra á un co-
yv/ort sensible y v irtu o so . ¿O am igos míos* les dijo
a b ra z án d o lo s á su t u r n o } si m e atnais tie rn a m e n te ,
c u a n d o v o n o os he b c c h o bien a lg u n o , ¿cual no s e ­
ria vuestro a m o r p o r u n pueblo que hubiese puesta su
g lo ria e n daros artes ú tile s , leyes s a b ia s , buenas c o s ­
t u m b r e s , y un cu lto a g ra d a b le al Dios del universo?
— ¡A h padre m ío ! d ijo el c a c iq u e , a d o ra ría m o s á ese
pueblo generoso* P ero dejem os inútiles discursos: na*
d a debem os se n tir cuando poseemos cd única h o m b re
q u e entre <>$os bárbaros ha sido justo y benéfico* Y o no
q u ie ro ocupar ahora vuestra a te n c ió n m as que d e núes*
LOS INCAS. 95
tivi alegría actual. Llévale á sn c a b a ñ a ; mas cual fue la
sorpresa de Bartolom é al v e r e n e l l a , sobre un a l t a r ,
una estatua d e cedro * en q u e sus facciones estaban es­
tam padas. m íra le d ice el c a c i q u e ; ella te representa,
s í , ella es tu m ism a figuro. U n o d e nuestros indios , que
te había visto y tenía s ie m p re p re s e n te , m e ha hecho
tu áerne,afua; ella nos sigue á to d a s partes ; ella es la
q u *invocamos en tocias n u e s tra s em presas , y desde que
la poseemos to d o nos ha s a li d o b i e n .
Las C a s o s , que e n un p r in c ip i o no babjn podido
prescindir d e u n m o v im ie n to d e g r a titu d , se echó eu
cai'3 á sí m ism o este t a n n o b le s e n tim ie n to , y h a b la n ­
d o al cacique con un to n o d e voz dulce y severo: d e s­
t r u i d , le d i j o , destruid esa i m a g e n , un sim ple m o rtal
n o es d ig n o que le veneréis. A c a b a n d o d e p ro n u n ciar
estas p a la b ra s, iba él m ism o á r o m p e r la e sta tu a , mas
el cacique La defendió c o m o h u b i e r a n p o d id o defender á
su m ugir-v á sus h ijo s. tAv! e sel a m ó , déjanos esta sombra
q u e rid a de tí m ism o. C u a n d o t u hayas dejado de exi­
stir , ella recordará á n u estro s h ijo s y nietos el único
am igo que hemos te n id o e n m e d io d e nuestros opreso­
res crueles-
T o d o el pueblo se junta al re d e d o r de la cabaña ,
y pide ver á Las Casas: él se m u e s tra , y al aire re­
suena con ecos de a le g r ia , e n q u e se oyen estas d u h e s
palabras. V e d lo , a h í , ¡ese es el h o m b re justo y be­
néfico, ese e s ! E l nos am a , nos com padece , y viene á
ver sus amigos. Quédese con n o s o tro s ; nuestro bien y
nuestros corazones son suyos-
¡O Dios de lo naturaleza ! esc! a m ó L as C asas, j pu­
diera ser que unos corazones t a n c á n d id o s , tan dulces,
ton sencillos, ta n sensibles y verdaderos, n o luesen
inocentes delante de tí !
E ntre tanto la juventud cazadora se va hacía las lla ­
nuras : uno atraviesa las aves con sus Hechas. otro
9 r> LOS INCAS.
obliga á la H ebre m enos agi! q u e e l , á p recipitar sn
c arre ra . Afluye d e todas partes la c a z a , y el festín se
prepara •
Las C asas, sentado al lado di*l caciq u e, y en me*
“d io de so f a m ilia , se instruye d e sus leyes, costum ­
bres y policía. L a naturaleza es lo guía v el legislador
de estos pueblos. A m arse , ayudarse m u tu a m e n te , evi­
t a r el hacerse d a ñ o , h o n rar á sus p a d res, obedecer á
su rey , u n irs e á u n a m uger que les consuele y de hi-
•jos, sin que i r a u n la sospecha de infidelidad p e r tu r ­
be esta unión pacífica, c u ltiv a r sus campos en co m ú n ,
y distribuirse sus frutos, ta l era su sociedad.
Y b i e n , les d ijo Las C a s a s , esa es la le y d e mi
D i o s , y la que él m is m o ha gravado en vuestros c o ra ­
zones. Vosotros le servis «in c o n o c e rle , y su voz es la
que os conduce.
¿ T u D ios! ese es nuestro e n e m ig o , d ijo el c a c iq u e ,
pues que él es el dios de los españoles. — El dios de
los españoles n o es vuestro e n e m ig o , respondió Las
'Casct6, pues que el es el dios d e la naturaleza . y r o s o -
tros somos todos sus hijos. — ¡ A h ! si eso es v e u la d ,
d ijo el c a c iq u e , nosotros buscamos u n dios que nos
a m o ; y pues que el de Las Casas debe ser justo y bue­
n o , nosotros querem os adorarle. D á n o slo pronto á co­
nocer.
Entonces el fiel a m ig o , Las C a s a s , m o v id o d e sa
z e l o , les hizo una p in tu ra ta n a h g ü e ñ a y s u b l i m e d e
su D io s , que el c a c iq u e , a rreb a tad o de a le g ría , se le­
v a n t ó , y e sc la m ó : ¡ O Dios de Las C asas, recibe
nuestros votos ¡ T o d o su pueblo repitió seguidam ente
estos m is m o s acentos.
E n este in sta n te , el cacique, m ir a n d o al so lita rio ,
crevó ver sobre su rostro una b r illa n te z d i v i n a : ¡Mas
q u e ! di jóle el c a c iq u e , ¿ es que tu dios no se d^ja
nunca vei de los h o m b re s ? — E llo s le han visto., le
LOS INCAS. S7
respondió Las Casas, y aun ¿I se ha dignado h a b ita r
f?itre’ellos* — ¿ Bajo fjuc figura ? Bajo la de un h o m b re .-
Acaba de una vez, y di nos si eres tú m ism o ese dios
que viene á consolam os. — ¡ Y o ! — ¿Si tu lo e r e s ? ce­
sa de ocultarnos lo que resp lan d ece en tanta viiliuL
Halda, nosotros vamos á a d o ia rte .
C o i , fundióse Bartolomé en su h u m a n i d a d m ism a , y
destelló lejos de si tal e rro r. P e r o , antes de esponef
las sublimes verdades que exigía l a in c re d u lid a d de
aquellos espíritus débiles, quiso saber c u a l era su culto.
¡ Ay! dijo el caciq u e, nosotros a d o ra m o s vil tigre >com o
mus te rrib le de todos los a n im a le s ; m as que por es-
to n o tenga celos tu d io s , pues este n o es el cu lto del
a m o r : es el culto del m ie d o .— V a y a , v a m o s, dijo Las
•Casas, destruyam os ese h o rrib le í d o l o ; y los indios,
anim ados d e l zelo que él les h a b ía i n s p ir a d o , c o r n a a
a l te m p lo siguiendo sus huella^.
98 LOS ESCÁS.

CAPÍTULO XIV.

S i c c e la waruacion db e st e v i Ag b .

D e una gruta profunda, vecina de aquel tem plo ,


Bartolom é creyó o ir que salian algunos quejidos. ¿Que
es e s o ? p re g u n tó .— P r o s ig a m o s , dijo el caciq u e, tu
debes evitar á tus am igos la vergüenza de que te mos*
trem o s á unos desgraciados. — Sin q u e re r insistir, Bar­
to lo m é se adelanta hácía aquel tem p lo a b o m in a b le : en
d o n d e se veía el dios tig re sobre u n a lta r bañado de
sangre. ¿Q ue sangre e s, p r e g u n tó , l a q u e se h.i vertido
en este a l t a r ? — La de los a n im a le s , respondió el caci­
q u e , y ta m b ié n algunas veces... — A caba. — L a de los
españoles. C u an d o p en etran en lo interior de estas
selvas , fuerza es m atarlos ó cogerlos vivos; ¿ y que he­
m os de hacer de estos cautivos, sino inm olarlos? Sí
u n o solo de ellos se escapase, nuestro asilo seria des*
cubierto y nuestra pérdida inevitable. T u acabas de
o ir los ayes de un desdichado joven que nos mueve á
com pasión. Yo no puedo resolverm e á hacerle m o r i r ;
y con todo es m enester que m uera.
Las Casas pid e el verle, y despues de h a b e r hecho
d e rrib a r el a lta r y el ¡dolodel tig r e , se vuelve hácia
a m az m o rra en donde se h a lla b a encerrado el joven.
E l cautivo , á ver e n tra r a osle religioso venera lile,
Ino dudó que fuese todavía u n m á r ti r de la fé á quien
LOS INCAS. 99
seib a á inm olar. O p a d re m í o , v e n i d , d ijo le , venid
á a n im arm e con vuestro ejemplo ; venid á e n señ ar a un
joven a desprenderse del a m o r á la v i d a , y á m o rir
con valor.
M as, apercibiéndose que el so litario estaba lib r e ,
que m andaba á los indios que se a l e j a s e n , q u e estos
le obedecían. ¡ A h ! c o n tin u ó , ¡ m a s q u e v e o ! ¿ y cual
es el im perio que ejercéis sobre e llo s ? ¿S ois acaso a l ­
gun ángel del cielo que ha bajado aquí p a ra lib ra rm e ?
H ablad , decidnos q u ie n sois. Yo siento volver la es­
peranza en u n corazón de donde se hubia a le ja d o .—
Yo soy español com o vos, le d ijo el so litario j p e ro ,
com o nunca he tenido p^rte en las a b o m in a c io n e s de
mi p a tr ia , estoy l i b r e , y q u e rid o e n tr e lo s in d io s.—-
¡A y ! y y o , dijole G o n z a lo , ¿ q u e es lo q u e he hecho
que no haya debido h a ce r, y de q u e h a y a pod id o dis­
pensarm e? Yo soy el hijo de D a v i la f g o b e rn a d o r del
I s t m o , quien me había enviado á d a r caza ¿ los sal va­
ges. Mis compañeros y yo hemos p e n etra d o por m e­
dio de las selvas hnsta este v alle, e n d o n d e hemos t e ­
nido íjue ceder al num ero de los i n d i o s , los mas felices
de entre los míos han perecido en el c o m b a te , los de­
m a s , y o m ism o los he visto in m o la r e n el a lta r del ti­
gre. A m i solo rae dejan todavía; y a sea porque esos
inhum anos hayan tenido piedad d e m i juventud , y
porque mis lágrim as les causen alg u n a l á s tim a , ó ya
sea p o r q u e su crueldad me haya q u e rid o reservar para
algun nuevo sacrificio , ellos me d e ja n c o n su m irm e en
este fatal a b a n d o n o , aguardando la m u e r te mas terri­
ble- ¡A y ! perdonad á mí edad y á u n esceso de fla­
queza , que yo me avergüenzo de c o n fe s a r; la vida me
es q u e rid a , y y o m iro com o horroroso el perderla en
su a u r o r a , ¡c u a n d o tantos en cantos m e prometia!
¡C u an dulce m e hubiera sido el volver á v e r m i pa­
t r i a ! Y cuando yo pienso que aquellos hermosos dias,
'too LOS OCA S.
aquello* (lias deliciosos que y o debía pasar en e lla h a a
d e sa p a re c id o para s ie m p re , yo roe entrego á la d e ­
sesperación. ¡O h si á to menos y o hubiese m u e rto en
m e d io de los com bates, y p o r las monos de un c re m i
go digno d e h o n ra r m i v alo r! M a s a q u í , sobre Ins"
a r a s d e u n p u eb lo estúpido y Jere z , ¿ sen tirm e despe­
dazar has e n tr a ñ a s , v v e r , o los pies del t i g r e , encen­
d e r mi h o g u e r a ! ; O sut r te h o rrib le ! ¡ Ah , si aun se
puede , libradm e de esas monos irdiumonD»; volvedme
á mi padre. El n o t i o n e o tro h ijo que yo ; yo sny su
-unica esperanza y esto* bárbaros le han privado de
e lla .
— ¡ Ay ¡a m ig o m i ó , ¡cuan lejos est*rs de h a b e r m u ­
dado de c a rá c te r en la desgracia! Hijo d e D a v ila ,
¡ vos Uaraais b á rb a ro s á unos pueblos de q u e él m is­
m o , d u ra n te diez a ñ o s , a h e c h o la carnicería mas
h o rrib le ! ¡ y á cuantos padres n o h a n privado sus fu-
«rores de su dulce y única esperanza! ¡ C uantos n o Lan
sido degollados al im p lo ra r d e r o d illa s la gracia de
vuestro padre p o r sus hijos! E l ha vertido m as a r r o ­
jos d e sangre que y o s teneis d e gotas en vuestros ve­
n a s ; y el pueblo que se halla e n ce rra d o e n estas $el-
y asprofundas n o es sino el desdichado resto d e los
que él ha esterroinado. ¿V eis ahora que él persigue
aun 4 lo poco q i e se le ha escapado? Ellos son p e r­
d id o s si él llega á d escu b rirles; y el volverle á su
h i j o , vos m ism o confesareis q u e s e r í a arriesgar el re­
velarle u n secreto del cual únicam ente pende «u salva­
c i ó n .— ¡A y ! guardaos , díjole P o t z a l o , d e decirles
q u ie n y o s o y . — ¿ Y o engañarlos d ijo Los Cosas; ¡yo
ocultarles el peligro i que se expondrían poniéndoos
en lib e rta d ! í ^ o , eso seria p rep ararles yo r o b m o un
lazo- Si y o ha Ido p o r vos, han de saber q u ie n sois;
.sabrán entonces lo que p id o , y al m ism o tiem po lo
.que peligran si m e lo conceden. E n t r e .mi silencio o
LOS INCAS. m l

títí franqueza escoged.— ¡Q ue yo escoja! Y o no veo


sino la m uerte por todos lados. Yo m e pongo en vues­
tras m a n o s , yo me a b a n d o n o á vos.— Recobrad el va­
l o r , joven in ca u to ; p e r o , del estado en que os veis
reducido* sacad esta útil y g ra n d e lección , que el d e ­
recho de la fuerza es mi derecho odioso; que si los in­
dios lo ejerciesen á su t u r n o , y se perm itiesen la ven­
ganza , no h a y suplicio que n o debiese aplicarse al h i­
jo del cruelísim o D a v ila ; que el estado natural del
hombre es la flaqueza , que en vuestro lu g ar n o habría
ninguno que no estuviese tím id o v te m b la n d o ; que el
orgullo es un ente vecino de la d e sg ra c ia , es el colmos
de la demencia.; y q u e , espuesto cada día a ser un o b ­
jeto de p ie d a d , él se hace ta n culpable d e insensa­
tez com o de m a l d a d . cuando le falta la compasión
debida al infortunio*
Las Casas, regresó hacia d o n d e estaba Capana. Ca­
cique, le d i jo , ¿no te sientes aliviado com o de un y a ­
go triste y p e n o so , por h a b e r d e ja d o de adoror a un
ente m aligno y servir en su lu g ar á u n ser clemente y
j u s t o ? — Es m uy c i e r t o , respondióle el caciq u e, que
nuestros corazones, antes anonadados p o r el m iedo , pa­
recen ahora reanim ados p o r e! a m o r . - - S i , mi amigo,
el hom bre ha nacido p iro a m a r. El o d i o , la vengan­
za , todas las pasiones crueles son para él u n estado de
in c o m o d id a d , de angustia y de envilecim iento. E l
«lente elevarse v aproxim aise al dios esceleitte que le
ha c r ia d o , á m edida que es mas dulce y m as m a g n á ­
nim o. A hogar sus sen tim ien to s y triu n fa r de su cólera,
o p o n e rlo s beneficios á las in ju rias r e c ib id a s , colm ar
de ellos á su e n e m ig o , he a q u í u n placer verdodnde-
mentc d iv in o .— Yo lo concibo , dijo el cacique.
— No» tú no puedes percibirlo sin haberlo experimen­
tado. P ero , n o p t n d e sin o de tí el gozar plenam ente
d e este placer p u ro y c e lts tia l. J la z venir á ese jóvea
*02 LOS INCAS*
cautivo que gime en tus cad en as; libértale,}* <lile«
H ijo dci desolador del Istmo» del asesino de nuestros
p a d re s , de nuestras m u je re s é h i j o s , hijo de D avila,
j o te perdono p o r consideración á tu edad. Vive, y
a p re n d e d e un salvage á im ita r á tu d io s .—*¡ El lujo
d e D a v i la ! esclamó el c a c iq u e , ¡ q u e , él es el cjue ten»
go cautivo- — A estas p a la b ra s, sus ojos irritados cen­
telle a ro n en vivo fuego-— S í , él es, respondió eljsoH-
t a r i o , él es el hijo d e Dnvila. T ú puedes despedazarle
y aun devorarle vivo si asi lo quieres; pero escúchame
atento- Apenas h a b rá s saciado tu v e n g a n z a , te verás
tris te , y d irá s en t i : ya está d e g o lla d o ; mas 3U sangre
n o vuelve la vida á n in g u n o de los m íos. Mi furor es
pues i n ú t i l : y o he hecho perecer á un ente d e b i l , ó aca­
so u n inocente; y el resultado es que soy culpahlesin
fruto*.. So vida está en tus m a n o s: escoge entre renun­
c i a r á tu dios ó á tú v e n g an za; y vuelve á abrazar el
cu lto del tig re si tú quieres todavía m a n c h a rte de san­
g re b u m a u a .
— Y o adoro al dios de L as C asas, dice el cacique ;
l pero crees tú que él m e m an d e dejar im punes todos
los m ales que u n b á rb a ro no s hace desde diez años á
esta parte ? — S í , la ley de m i dios t e prescribe el
p e rd o n a r y a m a r á tus enemigos. — ¡ A m a r lo s ! — Pues
que , ¿ n o son ellos sus hijos com o tú ? y siendo esto
in d u d a b le , ¿ com o podrás a m a r al padre y aborrecer
á sus hijos? Esto n o puede ser. Compadécelos en sus
estravios y aun en sus iniquidades; pero n o sigas su
ejem plo ; no seas tú tan inicuo com o e llo s , y m ere­
ce p o r tu clem e n c ia que tu dios sea clem ente con­
tigo.
— E n verdad , tú m e c onfundes, dijo el c a c iq u e ,
s í,tú m e conmueves. V a y a , ¿que exiges de m í ? ¿que
y o perdone el hijo de Davila com o á m i herm ano?
<Que lo tra ig a n aquí al instante. Yo m is m o rom peré
LOS INCAS* io3
sus cadenas y le ab ra z aré: ¿ M a s q u e he de hacer con
él despues de haberle p e rm itid o que viva ? Si se esca­
p a, irá á divulgar e l secreto d e nuestro a s ilo , y tu
habrás perdido a tus a m i g o s . — Y o tengo el m is­
m o tem o r que t ú , le respondió el so lita rio : por lo
que ahora n o quiero otra cosa que suavizar su cauti­
vidad.
G onzalo aguardaba con im paciencia la vuelta de
Las Casas. Y bien , ie d ijo te m b la n d o ¿ q u e es lo que
habéis conseguido? — Q u e os dejen la vida. — Y la
lib e r ta d , ¿ la habré p erd id o p a ra sie m p re ? — Ya os
he dicho que la salud de estos desafortunados indios
pende del secreto de su asilo. — Y o lo s é ; pero res­
pondedles que jamas el hijo d e D avila será capaz de
faltar á la fé del juram ento- — ¡C o m o habla y o d e
responder de vos 1 dijo el solitario- A vuestra edad
no responde n a d i e , ni aun d e sí m ism o . L o que d e ­
béis hacer es únicam ente el p r o c u r a r p o r vuestra con­
ducta m erecer la estimación d e l c a c i q u e , y con el
tiempo lograreis que éi se d ig n e de te n e r confianza en
voz* — J; Y le habéis d ic h o q u i e n soy .f — S i , n o hay
duda. — Entonces yo soy p e r d i d o , esclam ó el joven
G onzalo. — N o , no lo sois; y o voy á presentaros.—
J o v e n , díjole el c a c iq u e , ¡ a d o r a s t ú al dios de Las
C a s a s ! — S í , respondió D a v i l a . — ¿ Crees tú que
nosotros se am o s, así com o t ú , hijos de ese m ism o
Dios ? — Yo lo creo. — ¡ C o n que'som os h e r m a n o s ! Y
siendo a s i , ¿ p o iq u e viniste á m a n c h a r tus m anos con
nuestra sangre? — Yo o b e d ec ía. — ¡ A quien ! —
Vos lo sabéis. — S í , y o sé q u e tú has nocido d e l mas
inicuo d e los hom bres y d e l m as cru e l para nosotros.
P e ro Los Casas m e dice q u e su dios y el m ió m e m a n ­
dan pe rd o n a rte . V e n , abraza á tu amigo* — A estas
p alab ras, ei joven se prosterna á los pies del caci­
que. — ¡Que h a c e s ! le d ijo C a p o n a , ¿ n o somos her-
rr>4 LO S INCAS,
m anos ¿ no eres tii iyual á mí? — Lsto d ijo , y a lm o -
m e m o , con sus propias monos le q u itó las cadenas.
Bartolomé , testigo de este e s p e c tá c u lo , tenia el co ra­
zón penetrado de alegría y e n te rn e c im ie n to : JJavildy
grita al jo v e n , e s to s , esto s so n lo s verdadero* cris*
lianas-
LOS IKCAS- io5

CAPÍTULO XV.

SlOCJB LA KELACtON DB LO OCU MUDO E K E S TE VIACB-

Desde aquel m om ento perm aneció en tre los indios


Gonzalvo , cual si hubiera estado en el s -rio de su pa­
tria v en el regato de su fam ilia. G uardábasele á vis­
ta , pero sin m o lestarle; y la única lib e rta d de que
carecía era la de no poderse escapar. L as Casas le veia
de continuo. El hubiera q u e rid o hacerle a m a r l a vida
feliz v sencilla d e aquel pútrido salvagc; mas el joven,
no le escuchaba sino con sollozos y suspiros. Pues que
estoy instruido p o r )a d esgracia, por vuestras leccio­
nes, por el ejemplo de estos indios viituosos, hae^d
que se fien de m i , y que m e pongan en estado de d e ­
sengañar á mi p a d r e , y enseñarte a conocerlos r
amarlos. Ellos ya m e L a n dejado la v id a; entonces les
debería tam bién la lib e r ta d . Estos beneficios serán ca­
paces de conm over á m i p a d re . S i , él cederá á las l á ­
grim as de su hijo*
C o m o á esta edad no se sabe fingir con arto y des­
fachatez, Las Casas n o dudaba de la sinceridad de
G onzalvo; pero le conocía dem asiado débil, para a tre ­
verse a c o n ta r con su fe. — Estáis sin duda ahora bien
determ inado, le d i jo , á no fa lta r á la confianza de es­
te pueblo; mas vo p re v e o to d o e l ascendiente de un pa­
d r e , v vo no respóndele jamas de que él no venga al
lofi LOS INCAS.
fin a sorprenderos y arranen ros el secreto. L o que
nqui os d ig o , tam bién lo be d ic h o al c a c iq u e ; para
él es para q u ie n está el p e lig ro , el pues es á quien ha
¿ e consultarse.
Yo dejo á tu cautivo en la aflicción , d ijo Las Ca­
sas á Caprina: él suspira con ansio p o r la libertad.
Yo te be hecho ver todo el peligro que corres si le
vuelves á su p a d r e ; mas tam p o co debo ocultarte la
ventaja que te resultaria d e este beneficio. P u ed e su­
ceder que su padre os d e s c u b r a , y entonces tendrías
por apovo á ese ¡oven, á quien tu clem encia baria un
deber sagrado de no aband o n arte n u n c a : el a m o r p a ­
terno tiene derechos sobre los tiran o s mas feroces.
Despues de lo que te be d ic h o , á tí únicam ente tora
el decidirte sobre el partido que has d e t o m a r : yo ig­
noro com o tú cual pueda ser el m ejor , m as tú sabes
ta m b ié n com o y o , cual es el m as generoso.
C uanto á mi , desprovisto aquí de m edios para ce­
leb rar nuestros augustos m isterios , paro establecer en­
tr e vosotros el sacerdocio , y perpetuar el c u lto d e los
a lta re s , yo voy a buscaros pastores, y acaso á asegu­
raros una tra n q u ilid ad futura. A d ió s , y o pido al cie­
l o , v espero que me conceda la dicha de veros antes
de bajar al sepulcro.
G ra n d e fue el desconsuelo de Davila al saber que
Las Casas le abandonaba; al punto fue ¿ arrojarse á los
pies d d cacique. ¡ Ah I J ijó le , ¡porque desconfias de un
i.ifelizque te lo debe todo ! L a naturaleza ha puesto en
mi un corazón se n sib leco m o el tuyo; pero, aunque hu­
biese puesto en su lugar el del tigre á quien adorabas,
tus virtudes le habrían enternecido- T ú r n e has llam a­
d o tu a m ig o ; tú me has abrazado com o á tu herm a­
n o , estas son cosas que yo no podré jamas o lv id a r; yo
no soy ni ingrato ni alevoso. Pues que tu vida m is-
LOS INCAS. i a !

n ía y l a salvación d e tus am igos p e n d e n d e lo oculto


de t u a s i l o , y o g u a rd a ré el s i g i l o ; y o te lo juro
por roí D i o s , p o r ese D io s que es ta m b ié n y a el
tu y o .
S í , y o te creo sensible y b u e n o d ijo el c a c iq u e ;
m as tú eres frá g il , y el h o m b r e a s i , está e n vísperas
de ser malo* ¿ C o m o te o p o n d ría s, á la a u to rid a d de
tu padre , c u a n d o n o has sa b id o a r r o s t r a r l a m u e r te ? —
L a m u e rte m e ha causado e s p a n t o , lo confieso, dijo
el joven, levantándose o rg u llo s o : m a s si p ara e v itar­
la tú m e hubieses propuesto u n d e l i t o , entonces h a ­
brías visto c u a l d e las dos cosas m e h u b iera espanta­
d o m as. U n a vez que y o no poseo tu estim ación , yo
r»o t e pido y a cosa alg u n a , y o re n u n c io á la lib e rta d ,
y a u n te dispenso d e q u e m e dejes l a vida. — D ijo es*
So, y se retiró .
E l caciq u e, que le seguia d e vista , y q u e le vela
a b atid o tle tristeza, si m ió se e n te rn e c id o . Al p u n to h a ­
ce lla m a r á L as C a s a s , y le d i c e : llévate contigo á
ese jo v e n ; su d o lo r m e pesa y m e c a n s a : la presencia
de u n infeliz es insoportable p ara m í . — ¿H as pensado
bien en e llo ? preguntóle el solitario* — Sí . y o se que
una palabra de su boca n o s p i e r d e ; q u e á m i pueblo
y á raí no s entrega á los t i r a n o s ; m a s la com pasión
en m í tiene mas fuerza que e l t e m o r : yo y a jío q u ie ro
verle padecer.
Si se han visto hijos virtuosos en los funerales de u n
p a d r e tie rn o y a m a d o , tal es la im a g e n d e l d o lo r de
Jos indios p o r la partida d e L as Casas» E l cacique y
su p ueblo, con el s e m b la n te a b a tid o , los ojos bajos
y b in a d o s de l á g r i m a s , le aco m p a ñ aro n e n atfencio
b á s t a l a ex trem id ad de l a selva».Allí fue m enester
separarse.
T estigo de la triste desp o d id a, G o n z a lo ocultaba
-dentro de su pecho su alegría» E l c a c iq u e , q uitándole
lo w o i . xï
1 * 8 LOS HÍCAS-
su c o lla r , lo puso al cuello del jóven Davila , l e abra­
z ó , y d ijo : se constantem ente nuestro a m ig o , v silos
tira n o s quisiesen que revelases el secreto d e nuestro
a s ilo , m ira este c o lla r , acuérdate de Los C asas, y
•pregunta á tu propio co razón si debes ó n o ven*
•tiernos
L os dos españoles, a tr a v e s á n d o lo s selvas sobre l a
'fé de sus guias, se hacían una p in tu ra 'tie rn a de la i n ­
icióle y costum bres de aquellos salvajes. V in o u n m o ­
m e n t o en que Las C a s a s , m ira n d o al joven D avíla:
•veis, le d ic e , ¿si com o se pretende , son in d ig n o s del
n o m b r e d e h o m b r e s , y si es difícil el hacerlos cris­
t ia n o s * E l h o m b re no se niega ja m a s a las verdades
•que le consuelan, que le alivian en sus penas, v que
le hacen e stim a r estos do s presentes del c ielo , la vida
v la sociedad im p o rta que esas verdades pisen los
lim íte s e le su corto e n te n d im ie n to ; con tal que con-
«muevan s u c o ra z ó n ,.é l q u e d a rá persuadido de e lla s ;
'él cree entonces todo lo que quiere creer. Seguram ente
l a naturaleza toda es u n m isterio á sus ojos ; p e r o , sin
e m b a rg o , ¿se ve acaso q u e al tiem p o que goza sus
beneficios , la eche en cara la obscuridad é im p o ten ­
tia desús m edios? Lo m ism o se rá de la religión: cuan­
t o s m as h o m b res haga ella felices., m enos serán los
incrédulos»
P e r o , ¿puede ocultarse replicó G o n z a lv o , lo que
•ellatiene de doloroso y verdaderam ente espantoso pa­
r a el hom b re? — Ella , respondió el sol·lario, tiene
un gran atractivo; escita á la v irtu d y consuela la ino­
c e n c ia ; de forma que esto-solo m e basto para hacerla
a d o ra r en todos partes. Las Imanes leves com p rim en él
v ic io , espantan al dvlito » afligen al m alvado , v son
amadas poique pende d e cada cual el recoger-sus fru­
t o s y ser feliz p a r ellas- C o n precisión debe amarse
uso a religión q u e , como esas leyes saludables, es favo-
IO S INCAS.
rabie á los hom bres d e b ie n , rigurosa con los m a lo s ,
é indulgente con los debiles. Mas profesándola en su
pureza no se puede o p r im ir á n a d i e ; quien l a si­
gue v erdaderam ente no puede t e n i r sus m a n o s con
sa n g re ; es fuerza ser h u m a n o , j u s t o , p acífic o , ca­
r i t a t i v o , y sobre todo d e sin teresad o ; ju n tar el ejem ­
plo al precepto , instruir p o r las buenas, obras y pro*
Lar por las virtudes. E l o rg u llo y la avaricia no pue­
den conform arse á estos principios; el derecho del c u ­
c h illo es el que m as conviene á los tir a n o s ; de forma
que, con ta n odiosos pvetestos de que se valen las pasio­
nes, el h o m b re se propaso á la violencia, la rap iñ a, el ase­
sinato, v hasta á lo s crím enes m asatro ces. — A estes pa­
labras, el solitario observó que el hijo de Davila bajaba
los o^os, y que el r u b o r d e l d e lito sonrojaba su ros­
tro . — P erdona joven le d i j o , y o conozco que te afli­
jo demasiado ; pero sábete qu¿ Dios es quien te ha d a ­
d o u n padre tan rig u ro so ; m a s , p o r injusto qne te p a ­
t e e n , no dejes n u n ca de a m a r l e , respetarle y c o m ­
padecerte de e l: lo único qne yo te encargo es solo que
no le imites*
Regresan ¿i C ru c e s , don d e Bartolom é y Gonzalo se
separan. B a rto lo m é , abrazado d e l jóven D a v ila , le
dice: adiós , adiós, tu vas á ver á tu p a d re ; acuérdate
del cacique C apatia, y dígnate alguna vez d e pensar
en m í. Y o no oiré tus p a l a b r a s ; pero Dios estará pre­
sente: tu corazón le ha jurado -el -ser fiel á los indios
y yo espero que lo seas.
G onzalo se vuelve a P an am á , y Las Casas descien­
de por el rio hasta la costa o r ie n ta l, «donde un buque
'le recibe, y lleva á la ribera que baña el Ozama ¿
.su entrada en el anchuroso Océano.
1 j o LOS INCAS»

C A P ÍT U L O X V í­

ste o s LA RELACION D E ESTE V1ACE-

D o n P e d ro D a v ila llo ra b a al heredero de su apelli-


do|con las lág rim as del orgullo, de la rabia y d e la deses­
p e ra c ió n ; m a s e n cuanto le vió se entregó al alborozo
d e la alegría m as tierna» E l c ie lo , le d ic e , lujo m í o ,
s í , el cielo se apiada del lla n to de tu p a d re v te vuel­
ve a sus brazos. P e ro esos animosos castellanos que te
a c o m p a ñ a b a n , ¿ e n don d e están? que se ha hecho de
« l ío s ?— Han m u e r to , respondió Gonzalo* Acosados
los indios por nosotros, nos hicieron al fin tal r e s i ­
tencia que fuimos obligados d e ceder ai n ú m ero - Yo
m ism o be estado cautivo en m edio de ellos; pero sa­
b ía n quien yo e r a , y su caudillo m e ha dejado la vida
y puesto en libertad. ¡G padre m ió ! si m e a m a is ; una
conducta tan noble y generosa debe conmoveros y des­
a r m a r vuestro brazo.-—Mas el tira n o no le escuchabo.
T u rb ad o y furioso al ver que despuesde los estragos y la
larga carnicería que habia hecho en tre los indios se
defendiesen a u n , no buscaba p o r el m e d io de consu­
m a r su ru in a , sin ser sensible a l beneficio que solo,
hubiera debido conmoverle-— Si1, d i jo l e , y o agradece­
r é lo que han hecho p o r tí los sal vages- D im e ¿en don­
de les dejaste, y en que parage se h a pasad o oí cons­
tate ?
LOS INCAS. m
— N o m e seria fácil volver á e n c o n tra r mis huellas
en estos desiertos, le respondió G o n z a lo ; y y o me be
dejado c o n d u c ir sin s a b e r y o m is m o á don d e i b a , a l
de don d e venia.
- • Y a e n t i e n d o , replicó el p a d r e , observando su
t u r b a c i ó n ; ellos sin d u d a alg u n a t e han hecho prom e­
ter el no indicarm e su r e t i r o , y tú te crees ligado p o r
tus juram entos.
—Si y o hubiese p ro m e tid o a lg o , seria fiel á m i p a ­
l a b r a , dijo el joven; y y o les debo b a s ta n te , para no
f a lta r en talc a * o á su confianza.
- -M u c h o m as sagrados son los v ín cu lo s que te o b li­
gan an te D io s , pava con tu r e y , tu p a tria y conm igo
m is m o , insistió el tiran o - T ú has visto caer bajo los
golpes de esos sal vages la m ita d d e los m íos: ¿quie­
res ahora que acaben d e e s te rm in a r á los d e m a s ? A i
dejarte la vida r ¿ han roto acaso sus arcos? ¿H an pro­
m etid o el n o volver á h a c e r uso en sus tiros de ese
m ortal veneno que los aleves han inventado? Obedece
á tu p a d r e , y m añ an a está p ro n to á servirnos de g u ia ,
pues yo quiero m a rc h a r sobre ellos* —
G onzalo, reducido á o p ta r e n tre vender á los sal-
vages, ó e n g a ñ a r á su p a d r e , ó bien negarse á obede­
cerle, tom ó el partido de la fra n q u e z a , y declaró que
e n su vida no co n trib u iria al m a l que se quisiese h a c e ra
sus bienhechores. Davila se e n fu re c ió ; mas su hijo con
modestia sostuvo su re s o lu c ió n ; y el podre, n o h a ­
b ien d o podido vencerle, ni por la repreh ension > ni por
la s amenazas , recurrió al artificio.
F e rn a n d o de Luques fue escogido p o r este odioso
m ir.H te rio , y llegando al jo v en , le dijo con un tono
afectuoso, y com o si estuviese penetrado de lo que d e ­
cía. M irad que vais á hacer m o r i r á vuestro padre: el
os a m a ; yo lo he visto verter por vos sus lágrimas p í ­
le n la s , y ahora no volvéis á su regazo sino p ara acou-
:ï 12 LOS INCAS.
gojorle d e d o l o r . - - ¡ A y) respondió el ¡óvc-n, que tne
pide la vida y ñ o l a traición - - S i fuera una traición t
¿ h a b ía de ser yo* dijo el aleve, quien os instase por
que obedecieseis ? Yo to m o tan to interés en la suerte
de los in d io s, com o vos m ism o podéis tom arla* pero
sabed q u e ; irrita n d o á vuestro p a d r e , les perdéis irre­
m e d ia b le m e n te , su cólera fu rib u n d a descargará sobre
ellos* Vuesti a resistencia le ofende sobrem anera : él
dice de co ntinuo que su hijo le desprecia y a b o rre c e ;
y q u e , mas adicto á ese pueblo b á rb aro q u e á su Dios,
á su príncipe y ásu padre, noconoce otro d e b e r que el de
la religión; que cuando su lu jo no se atreve á fiarse en
su agradecim iento, le.cree menos generoso que u n m i­
serable indio. No , dice D avila , n o cta así com o se de­
bía servir á los salvages M ovido de su h u m a n id a d ? y
m as sensible todavía á tu confianza; yo se que tu p a ­
d re se habría dejado a p la c a r: m a s , sí p o r ellos ha
perdido la estimación y el respeto d e su h ijo , ¿ podrá
n u n ca perdonarles?
- - N o , el no h a -p e rd id o en nada sus derechos sabré
m i c o i m o n , replicó G o n z a lo : m i respi-toy n ú am or
h acia él son siem pre los m ism os. Pero que n o m e pida
sino lo q u e es inocente y justo: entonces puede estar
'«eguro que al instante será obedecido- Mas ¿que es lo
que quiere de m í? ¿ y porque obcecarse en q u e re r que
y o sea ingrato y perjuro? Si él quisiese perseguir to d a­
vía á ese pueblo infeliz, n o he de ser vo quien guie
sus pasos desapiadados: y si consiente en dejarlo tran­
q u ilo ) no ha m enester saber en que lugares respira en
paz. P o r unico precio de la salud d e su h i jo , los sal­
vages no le piden sino el vivir lejos de é l , y aun olvi­
dad o s, si es posible. S í , el olvido será para ellos el
•m ayor de todos los beneficios.
--V o s no pensáis , le dijo F e r n a n d o , que esparci­
d o s p o r las selvas no s e puede in stru irle s, y que ello*
LOS INCAS. m S
viven sin culto y sin leves*— Ellos son cristianos, di*
jn el ¡oven. Déjeseles adorar en su sencillez á un dios
á quien sirven m e jo r que n o s o tr o s .- - ¡ Son cristianos!
¡Ali ! si es verdad , co ntinuó el aleve , ¿ d u d á is que se
use con ellos ele i ndulgencta y conm iseración? Fiaos
en mi por lo que respeta el cuidado de la salvación de
nuestros hermanos- Yo Ies protegeré y llevaré d e n tro
de mí pecho-— Pues b ien , .protegedles; conseguid que
se les ulvidc* y he aquí el neto m as noble v m n s p io n -
to de nuestra gran p r o t e c c i ó n ¡ AyÜ G onzalo vos que
reiscargaros de u n parricidio. E U ossaldiún de sus selvas,
nos a rm a rá n lazos* y sin duda a l g u n a , vuestro padre
á quien su propio v alo r espone, caerá e n e llo s ; vos
aereis quien le habréis entregado i sus enem igos. L a
flecho empozoñada que herirá su corazón > será consi­
derada com o si fuese tirada por vuestro brazo m ism o.
G onzalo se estremece al o ir estro p a la b ra s; pero.,
acordándose d e Las C a s a s : ¡M e habría aconsejado u n
delito aquel h o m b re v enerable! dijo en sí m ism o.
¡Ay! yo siento en m í que la naturaleza está de acner*
do con él. N o m e tentéis raas, dice al aleve. La voz
íntima de m í corazón se levanta contra vuestras re p re ­
hensiones, y m e habla con mas fuerza que vos.
F ern an d o tu rb ad o y confuso al ver la in u tilid a d de
su empresa o d io sa , dijo á Davlla que su hijo tenia el
corazón em p ed ern id o ; que necesariam ente le hablan
pervertido, y que tan ta obstiacion pasaba los lím i­
tes de su edad.
Desde aquel m o m e n to , G o n z a l o , odioso á «su pa­
d r e , lloraba noche y día su desgracia.
¡Q uítate d e mi p resen cia’ l e <1¡jo un din este padre
inexorable, despues de otra \on;i te n ta tiv a , huye de
mi presencia, pues que eres in d ig n o de lia marte m i
■hijo. S i , huye de mi vista. Yo n o quiero sufrir ma&
«vJtrüges de tu p a r t e ¡.Desdichados tos q u e d e mihijQ,
3 14 IOS INCAS.
antes o b e d ie n te , fiel y respetuoso, han heclioun obs­
tin a d o r e b e ld e !
¡ A y ! padre m i ó , dijo el jo v en , postrándose á sus
.plantas y bañado de lá g r im a s , ¿es posible que el n e ­
garm e á ser in g r a to , aleve y p e r ju io , m e acarrea de
vuestra parte un trato ta n cruel ¿ ?Q ue es lo que exi­
gís de m í ? ¿Porque motivo teneis u n odio tan e n c a m i­
s a d o á esos infelices? ¡ O h ! si hubieseis visto á su pro­
pio rey ro m p e r mis cadenas, abrazarm e , llam arm e su
a m ig o , su h e r m a n o , preguntarm e«condulzura que m al
nos han h e c h o , y porque olvidam os que son hombres
c o m o n o s o tro s ; vos m is m o , s i, padre m i ó , vos mis­
m o m e haríais un delito abom inable de la infidelidad
q u e ahora me prescribís com o ley . Y o sierrto indeci­
blem ente el desagradaros ¡ pero aun m as sensible me
seria e n esta ocasión el obedeceros. Y o os ruego que
no m e reduzcáis á tal a p u ro , y que tengáis compasión
de un hijo a quien vuestra s a ñ a o p r i m e , y que > en el
tiem po m ism o que os i r r i t a , m erece vuestro am or.
--IS 'o , ya y o no tengo h ijo , ni tú ta m p o c o tienes pa­
dre. L i b r a d m e , g r i t a , lib ra d m e d e u n tra id o r á quien
n o puedo sufrir.
G o n z a lo , a b a tid o , co nsternado, salió del palacio de
su p a d re , y le hizo p reguntar que lu g a r le señalaba
para su destierro. Esas selvas, esas cavernas que ocul­
t a n , sin d u d a a lg u n a , á los infames cobardes que h a
p referid o á m í , respondió el inflexible padre.
El joven volvió á t o m a r el cam ino de C ru c e s , y ,
al irse , lloraba am arg a m en te en m edio del silencio y
la espesura de los bosques; pero se decia á si mis­
m o : Yo desobedezco á m i p a d r e , y o le ailigo y
le i rríto á punto q u e -me aleja para s ie m p re de él ¿ y
yo n o siento en m i d o lo r n in g u n a especie d e r e m o r ­
d im ie n to ; en vez q u e , si le hubiese obedecido persi­
g u ie n d o a los salvajes > r a i c o i a z o n .estaria ahora do-
LOS INCAS. 115
vorodo p o r el mas cruel y te r r i b le ; y h e aq u í la p ru e ­
ba mas convincente que este es u n d e b e r m as sagrado
que el de la sum isión á la v o lu n ta d d e u n padre.
Nuestra primei*a calidad es sin duda la de hom bres,
y por consiguiente nuestro p r im e r d e b e r el de ser h u ­
manos.
El estado d e abandono a que se h a lla b a reducido , el
dolor que le afligia, la im p ru d e n c ia y buena fe de su
edad no le perm itieron ver el tuzo que le h a b ía n p re ­
parado. Los salvagesque le habinn v isto c o n Las C a ­
sas en aquel m ism o p i r a g e , n o te n ía n desconfianza
de é l ; él les confesó su d e sg ra cia , sin ocultarles la
causa. Y bien, d ijé ro n le , porque , una vez que tú no
deseas sino vivir en paz y sin m o le s tia , ¿ porq u e n o
vuelves con tus am igos del v a lle ? U n a h u m ild e c b o -
z i , una dulce c o m p a ñ e r a , nuestra a m i s t a d , tu in o ­
c en c ia, serán tus bienes. S íg u e n o s: el cacique te n d r á
cuidado de hacerte olvidar la in ju ria d e o n aleve pa­
dre. El incauto joven to m á o s te consejo funesto. Mas
no bien habia atravesado la espesura d e l bosque , n i
í u corazón empezado á ativiarse con el p lacer que l e

causaba la vista del v a lle , c u a n d o : ¡ cual fue su


sorpresa y dolor al verse de repente ro d e a d o de espa­
ñ o le s, que le m an d a b a n en n o m b re d e l v i r e y , su p a ­
d r e , que se volviese con ellos L acia C ru c e s ! A la
vista de los españoles, do s indios á q u ien es él habia t o ­
m ado por guias, se fugaron al b o s q u e , y , p o r todo
él esparcieron l a alarm a. Desde este fatal m o m en to 5
el asilo del cacique y de sus pu eb lo s e sta b a descubier­
to.
El desdichado joven, vuelto á c o n d u c ir á C ru c e s,
tom aba la tierra y el ciclo p o r testigo d e su inocen­
cia. H ibiendo sabido que una nave iba á darse k l a
vela para la Isla E sp a ñ o la , solicitó de su padre el per­
miso de pasar á ella. E l padre c o n s in tió en ello, ya
T omo 1 « i 3
i i 6 U JB T S C X S .
p o r librarse de u n testigo c u y a vista le cansaría de
c o n tin u o , ya p o r dejarle e x h ala r en aquel destierro
voluntario la a m arg u ra de su se n tim ie n to , j Ah ! dijo
G o n zalo , al dej»r las p l a y a s , ¡ y o n o h e de ver m a s
i m i padre! ¡ E l m e ha s o rp re n d id o , m e ha hecho

perjuro y tra id o r á los ojos de m is amigos! ¡ N o , yo


n o consentiré m as en verle!
A su llegada á l a isla E spañola , lo p rim e ro que h a ­
ce es p reguntar p o r Las Casas: vase á precipitar en
sus brazos, y le cuenta su desgracia 9 la que él llam a
d e lito , con to d a l a congoja d e u n corazón culpable
y consternado»
A m ig o m í o , le dice L as C asas, despues d e haberle
o í d o , tú has com etido una im p ru d e n c ia ; pero tu co­
razón está inocente. C ierto d e b e ser u n suplicio h o r­
rib le , pava un hijo h o n ra d o y sensible, el ver los ma*
le s que su padre ha causado» Y a n o debes m as ser testigo
d e ellos. E n adelante vuelto e n tí m i s m o , á España
es donde debes ir p ara ofrecer t u sangre á la p a tr ia ,
y d e rra m a rla , s in d e l i t o , e n c u a lq u ie r caso que se
presente» contra justos enemigos- Solicita del rey la
licencia necesaria p a ra tu p a r t i d a , y en tre tan to des­
cansa aq u í tra n q u ilo ,
G o n z a lo , despues de h a b e r desahogado su d o lo r e n
el seno de aquel pió solitario, sin tió renacer su valor,
y p e rm a n e c ió a l lad o de su a m i g o , a g u a rd a n d o que
el m o n a rc a le perm itiese d e ja r este hemisferio.
tos INCAS. n7

CAPÍTULO X V II.

F a &TB P 1Z 1 RBO D'EL PUERTO DE P ANAMA , T ABORDA E E


tK COSTA LLAMADA > P UE BL O QUEMADO* — GuERLA

COB LOS SAL VAGE S. — C A N T O F U N E B R E ü B UK ANCIANO


I N D i O Q C B LOS ESPADOLES HACEN Q U E M A R .

P ízarro se h izo á la vela hacía el ecuador. P o r m edro


de los escollos de un m a r desconocido hasta entonces,
$u navegación era penosa y le n ta ; de form a que bien
pronto fue forzado á acercarse á aquellas costas salva*
ges (1' en q u e , p o r todos p a r te s , h alló pueblos aguer­
ridos. Apenas fué aco m etid o u n o d e estos, c u a n d o to ­
dos correu á s o c o rre rle , y en tro p el se presentan a l
com bate. E l fuego de las arm as les dispersa; p e r o su
valor vuelve á recibirles. T o d o s los días se le Lace una
gran c a r n ic e ría , y todos los dias ta m b ié n aquellos in­
felices, esperando v en g ar sus a m ig o s , to rn a n a pere­
cer con ellos. E l acero español les desconcierta, y los
brazos de estos europeos se cansan de degollarlos*
U n cacique a n c i a n o , fam oso en o tro tiem p o p o r su
valor y p ru d en c ia , pero y a sin fuerzas por sus tra b a ­
jos y m uchos a ñ o s, se h a lla b a recostado en el fondo
de una cu ev a, y solo a g u ard ab a la m u e r te , cuando lo*
gritos de r a b i a , d e d o l o r y d e espanto resuenan hasta el; )i(

( i ) L lám ase este s i t i o , P u eb lo quemado*


ii8 LOS INCAS.
d e repente ve acercarse sus dos h ijo s c u b ie r to s de s a n ­
gra y p o lv o , y arrancándose los c a b e llo s , g rita n a!
i fifeliz: acabóse y a , podre , acab ó se; somos perdidos.
«Y q u e ? d ijo el a n c ia n o re sp e ta b le , levantando su c a ­
b e z a , ¿v ien en e n g r a n n ú m e ro » ó so n acaso in m o r­
ta le s ? ¿ Es esa la estirpe d e los gigantes ( i ) , que en
tiem p o d e nuestros abuelos sa lta ro n e n nuestras co$~
ta s ? — N o , padre m i ó , respóndele u n o d e los h i j o s 1
ellos vienen e n corto n ú m e r o , y son sem ejantes á n o .
s o tro s t escepto u n pelo espeso q u e les c u b re hasta mi*
ta d del r o s t r o ; pero s in d u d a a lg u n a so n d io s e s , pues
q u e los relámpagos y el m isin o ra y o p arte d e sus m a ­
n o s . Nuestros am igos aterra d o s y h e rid o s nos han
in u n d a d o con su sa n g re : h e a q u í las señales hum ean*
d o aun e n nuestros cuerpos*
Yo q u ie ro m a ñ a n a verles de m a s c erca: l l e v a d m e ,
h ijo s m í o s , d ijo el c a c i q u e , á aquel p e ñ a sc o e n c re s­
p a d o , á fin que desde a llí y o p u ed a observar el coro-
b ate.
Desde el a m a n e c e r , lo s i n d io s se ju n ta r o n en la
l l a n u r a , d o n d e y a los castellanos les ag u ard a d an . Pi-
z a i r o recorria sus illas con se m b la n te grave v sereno :
a s m órdenes se h a lla b a A leon , h o m b re altivo y sé-
ñ u d o con e s tre m o , y M olina estaba al fre n te d e los
jóvenes espinóles. Los o jo s d e este caudillo estaban
fijos e n la t i e r r a , y su ro stro a b iti ido y t r i s te , no de t e ­
m o r , sino de lá stim a : creíase o i r g e m ir á l a h u m a n i ­
dad e n el fondo del corazón de aquel joven ejem plar.
U n a algazara com puesta de m ile s d e alaridos fue
l a señal d e los in d io s , y al instante una n u b e de dar~
dos obscureció l a atm ó sfe ra , y cayó sobre las cabezas
d e los castellanos. P e r o d e ta n ta s flechas, c o m o s e a r - )i(

( i ) V éase G a rc ila so , lib r o 9 > c a p . 9 .


LÓS INCAS. n9
ro ja b an sin o r d e n , casi n in g u n a Jes hería. P izarro
se avanza á cada in s ta n te , y con u n fuego te rrib le es­
p a rc e por todas partes la m u e r te en sus co n trario s:
los del c a ñ ó n , p r í n c i p e m e n t e , causan u n estrago y
u n vacio espantoso en las huestes sol vages. T res veces
se h a llaro n ios indios d e s o r d e n a d o s ; pero la presencia
del viejo cacique sostiene el á n im o d e ios suyos. A f í r ­
m e n s e , adelantan y se desplegan e n dos a l a s , ro d e a n ­
do ol corto núm ero de castellanos. P i z a r r o , en t a n t o ,
6c precipita só b re lo s indios con su escuadrón furioso,
y las filas espesas de estos so n e n un m o m e n to dese­
c h a s, 6 ni m enos disipadas. Su fuga no presenta ya sin o
el triste espectáculo de una c a r n ic e r ía a tro z de h o m ­
bres desparram ados, q u e , in e rm e s y con súplicas h u ­
m ild e s , presentau su cuello ol gnlpe m a s fatal. Lo$
bos ¡nes y montes sirvieron solam ente d e refugio á
c u a n to s pudieron escaparse-
El a n c ia n o , desde lo alto de una p ? u n , contem plaba
c o n ojo pensativo este desastre. E / vio al mas joven
d e sus hijos partido com o una caña p o r el rayo cster-
m in a d o r d e l fiero castellano- A vista d e esta desgra­
cia , su corazón p U e m a l se despedaza de d o l o r ; pero
la im presión d e u n aciago suceso cede el lu g ar al
se n tim ie n to mas profundo de la c a la m id a d pública. E l
hace reu n ir á sus in d io s , y les d ic e : Hijos del tig re
y del le ó n , debem os confesar que esos fo ra jid o s nos
aventajan en el arte de hacer d a ñ o . Ese fuego destructor,
esos tru e n o s , esos veloces a n im a le s que c o m b a te n de*
b ajo del h o m b re , son verdadera m en te cosas prodigi osa so
incom prehensibles para nosotros. Mas volved d t i asom ­
b ro q u e os causan esas novedades. V u estra es la vert^
taja p o r el núm ero y el sitio del c o m b a te : aprove­
c h a o s de ella. ¿ Q u ie n os aconseja ó fuerza á arrojaros
en tropel s ó b r e lo s enemigos en m edio de la llanura?
¿ p o rq u e disputarles esta posición t a n ventajosa? esta
(20 LOS INCAS.
acaso cubierta <lc mieses? ¿ N o veis que la h a m b r e ,
c o n sus dientes agudos y sus uñas d e s tr u c to r a s , vie­
n e en pos de ellos? E lla va á v e n ce rlo s, chupando
to d a la sangre de sus v e n as, y dejándoles extenuados y
desfallecidos sobre estas masas d e a re n a . Teneos sobre
la defensiva* mas y o os c o n ju ro que esta sea en elan*»
gosto valle que serpentea en tre esas dos colínas. A llí,
si vienen á a ta c a r n o s , verem os que uso hacen d e esos
anim ales que pelean p o r ellos.
E l sabio y p rudente consejo del anciano fue ejecu­
ta d o aquella m ism a n o c h e ; y cuando el dia vino á
a c la ra r aquel sitio, los esp añ o les, asom brados del s i ­
lencio y d é l a soledad que reinaba en toda la l l a n u r a ,
n o hallaron mas e n em ig o q u e la h a m b re , que es el peor
y m as cruel de todos.
P i z a r r o , apenas d escubrió las huellas de los indios,
se resolvió a perseguirles, pero ellos yo le aguardaban.
E l venerable cacique apostó sus gentes p o r trozos en
todos los escapes del c ircu ito d e l v a l l e . — G u a rd a d
bien vuestros puestos, les d e c u , pues que ellos os po­
nen á cubierto de las asechanzas del e n em ig o , y , á
m%s de esto, sabed que fa tig a r le es vencerle. P r o t e ­
gidos contra sus rayos p o r los ángulos de esas c o lin as,
los aguardareis en los regates. A llí y o os p i d o , no
que os mantengáis firmes delante d e e llo s , sino que
tiréis de cerca vuestra p rim era flecha, y h u y á is al
instante hasta el puesto i n m e d i a t o , don d e los a g u a r ­
d a re is, Y haréis lo m ism o que antes. Yo para p ro te ­
ger vuestra retirada en caso n ecesario, defenderé has­
ta m o r i r el últim o desfiladero. T a l fue el plan d e b a ­
ta l la del respetable c a c iq u e , y él es la m e jo r prueba
d e sus conocim ientos.
A penas la prim era c o lu m n a d e los castellanos se pre­
sentó delante del estrec h o d e l v a lle , cayó sobre
ellos una nube de f l e c h a s , ejecutando este ataque c o r
L O S 1K C À S. 121
tal p r o n titu d y d e s tre z a , que a u n no estaba b ie n ex­
ten d id o el a r c o , c u a n d o los indios estaban v a disipa*
dos c orriendo al segundo puesto. L os castellanos los
s ig u e n , y en cada v uelta e n c u e n tra n l a m ism a resis­
tencia»
E strem ecido P iz a rro al ver que el enem igo y la vic­
to ria se le escapan á cada paso> parte con la veloci­
d a d del r a y o , y m a n d a á su escuadrón que le siga.
E l anciano todo lo había previsto. E n cuanto oyen
los indios las pisadas de los c ab allo s, se apresuran í
ocupar las do s orillas d e l v a l l e ; y el escuadrón fie­
r o , despues de una incursión in f r u c tu o s a , se ve ol fin
todo cubierto de m iliares de d a rd o s tirad o s p o r m a ­
nos invisibles»
Los castellanos se enfurecen al y e r c o rrer su san­
gre ; pet o no sienten ta n to sus heridas com o las de sus
valientes anim ales. E l de Pizavro fue herido por en­
tr e su c rin espesa y flo tan te; en vano se esfuerza en
a r r o ja r el a rm a que tiene d e n tr o de l a lla g a ; d e for­
m a que* ag itan d o su cuello en san g ren tad o , y a se le­
vanta de m a n o s , y a hecha copiosos espum arajos, ya
relincha con eco d o lo r o s o , h asta que P iz a rro le a r r a n ­
ca el d a r d o ; cae este en t i e r r a : llevado de su r a b i a ,
m uerde las piedras y p la n ta s , y con u n grito horrible
detiene el a n im al soberbio que tie m b la á su voz» E n
cuanto se levanta, m an d a desm ontarse á la m ita d de
los suyos, y s u b e n , espada e n m a n o , sobre las dos
colinas; embisten á los i n d i o s , los dispersan p ro n ta ­
m e n te , y los persiguen furiosos.
Mas sabiendo que aquellos pueblos habían ocultado
sus víveres, que era el único tesoro que poseían, y
q u e rien d o descubrir el depósito de estas provisiones,
P izarro recom endó á sus soldados q u e , til m e n o s , le
trajesen u n indio vivo que p u d iera d a r una noticia se­
gura.
J32 LÓS INCAS.
Dos jóvenes salvnges que llevaban en ondas ol vie­
j o , exbautos ya de fuerzas p o r t a n larg o c a m in o ,
abrum ados p o r el peso de su carga y casi sin respira­
ción , vieron pronto el m o m en to en que iban á ser co­
gidos* E ntonces les dijo el viejo : S o lta d m e : vosotros
no podéis sa lv a rm e ; idos, pues que p o r lo que á m í tu ­
c a n o tem o la in m u te , siendo p o r mis trabajos y edad
m u y pocos los d ia s q u e m e restan de vida* Id o s , hijos
tn io s , id o s , pues mi persona no m e ré c e la pena de pri­
v a r á vuestros hijos de sus p a d r e s , y á vuestras m u -
g e re s d e sus m arid o s. Si os preguntaren porque m e ha­
b é is a b a n d o n a d o , responded que porque y o lo be que­
r id o .
— Tienes m u c h a r a z ó n , respondieron los indios.
T u fuiste siem pre el m as sabio y p tu d e n te de los h o m ­
bres. Dichas estas p a la b r a s , y habiéndole p u e s to al
p ié de u n á r b o l , le abrazaron l l o r a n d o , y huyeron
á las selvas.
Llegan los esp añ o les, y el anciano les m ir a s in
asom bro n i's o b re s a lto . P re g u n ta d le don d e se h a n re­
tira d o los in d io s, y él les enseña los bosques. Pídenle
despues que manifieste la choza en que habita , y él
hace seña! a! cielo P r o p ín e n le p o r ú ltim o , el llevar­
le á su m o ra d a ; pero a esto replicó con tono de o r ­
gullo y de m o f a , que no tenia otra que la tierra.
E n vano le quisieron obligar d rom per tan obsti­
n a d o silencio: p rim e ro em plearon aleves caricias,
pero no fueron capaces d e conm overle. Luego usaron
fle a m e n a z a s , mas tam poco le espautaron. F in a lm e n ­
te su im paciencia se convirtió en f u r o r , y á los ojos
m ism o s del a n c ia n o , 1c preparan el suplicio. E l lo
m ira con desprecio; echa sobre este una m irad a con
una sonrisa am arga y desdeñosa , y Ies d ice ; — insen­
satos, ¿ pensáis que la vejez tiene m iedo á la m u e ite ? ¿ No
conocéis que n o hay e n el m u n d o nada mas espantoso
IO S INCAS. 1 2 3

que envejecerse? — Exasperados los castellanos, con


estos insultos, atáronle a un p a l o , y al red ed o r e n ­
cendieron un fuego l e n t o , p i r a que poco á poco se
fuese q u em an d o y consum iendo.
E l b u e n v iejo, desde el p u n to que s i é n t e l o s esce-
sos del d o l o r , se a rm a de u n esp íritu in v e n c ib le ; su
sem blante, en que se ve p in ta d a la altiv e z de una a l ­
ma líb r e , se hace augusto y l u m i n o s o : él m is m o e n ­
tona su canto f u n a r ii d e esta m a n e ra :
« C u a n d o y o vine al m u n d o , asióm e al instante el
d o lo r, y y o inocente llo r a b a , p o rq u e era n i ñ o . N ada
obstaba que yo viese q u e todo sufría y m o ría al rede*
dor de m i : yo solo h u b ie ra q u e rid o no tener ni que
s u f r ir , ni que m o r i r ; y com o n i ñ o , m e entregaba á
m enudo a l a impaciencia. L l e g u é á ser h o m b r e , y el
dolor m e dijo. Luchem os ju n to s , y si tu eres el mas
fu erte, yo cederé; m is s í , al c o n t r a r i o , te dejas aba­
t i r , y o te despedazaré, y o m e fijaré sobre t í , y batiré
mis alas com o el b u itre sobre su presa. Si así e s , d i­
jete yo a mi t u r n o , es m en e ste r que lu ch em o s uno con
o t r o , y sin tardanza nos pusim os a pelear cuerpo á
cuerpo. Sesenta anos ha q u e d u r a este c o m b a te , y he
aquí que aun vivo sin h a b e r vertido u n a sola lágrim a.
Y a he visto á mis amigos cae r b ajo vuestros golpes»
y aunque sensible á su d e s g ra c ia , h é ahogado m is
quejas d e n tro de mi pecho. Mi h ijo m is m o ha expira­
d o á mis propios ojos; pero n i a u n m i poterna! te rn u ­
ra ha m ojado mis párpados. ¿ Q u e q u ie re pues de m í
ahora el d o lo r ? ¿ N o sabe él todavía q u ie n soy? Mas
hete aquí que para a te rr a rm e re ú n e to d o s sus fuerzas;
y y o , gozoso de verle a p re su ra r mi m u e r t e , que me
lib ra p ir a siempre d e é l , le in s u lto y escarnezco.
¿ V e n d rá él todavía á a g ita r m is c e n i z a s ? ; A h ! las
cenizas de los m uertos son ¡n p a lp a b le s al dolor. Y
v osotros, cobardes , á quien él em plea para p ro b ar­
«4 LOS INCAS.
m e , viviréis, pero n o será sino p ara sufrirle tam bién
á vuestro t u m o . A hora venis á d e s p o ja rn o s , pero mas
tard e os arrancareis unos á otros nuestros m íseros des­
pojos. Vuestras m anos teñidas d e sangre i n d i a n a , se
la v a rá n la vuestra; y vuestros huesos y los n u e s tr o s ,
esparcidos confusam ente sobre nuestros cam pos deso­
la d o s , h a rá n la paz, reposarán juntos en tre el p o l­
vo c o m o huesos am igos. E n el en tre t a n t o , quem ad
e n h o r a b u e n a , despedazad, a to r m e n ta d este cuerpo
que y o os a b a n d o n o , devorad lo que la vejez no lia
consum ido- ¿N o veis esas aves d e rapiña que v o lte ­
jean sobre nuestras cabezas? Pues b ie n , en ello les r o ­
báis una com ida , pero no es sino para pi apararles una
m as sabrosa presa. Si ahora os d e ja n h a c e r su oficio
c o n m ig o , m a ñ a n a lo e jecu taran con vosotros.»
Asi cantaba el a n c ia n o ; Y cuando mas intenso era
su d o l o r , mas a u m e n ta b a sus insultos. U n español»
lla m a d o M o ra les, n o pudo sobrellevar m as tiem po
la s invectivas del salvage: to m a el arco que l e h a ­
b ía n d e ja d o ; e x te n d ió le , y atravesó al viejo con la
flecha. E l i n d io , que se sintió h e rir m en talm en te ,
m i r ó á Morales con se m b la n te orgulloso y tr a n q u ilo ;
¿Q u e has h echo? le d i jo , joven insensato; tu lias per­
d id o con tu im paciencia la m a s bella ocasión de
a p r e n d e r á sufrir. D icho e s to , e x p ir ó , y los españo­
les confusos pasaron to d a la noche en el b o s q u e , sin
p o d e r en co n trar su cam in o . N o fue sino al d esp erta r la
a u r o r a , y al m id o de la señal que m a n d ó d a r P iz a rro ,
q u e ellos se reunieron con é l , m as conocióse entonces
q u e la venganza del cielo habla escogido aquella m is ­
m a noche su víctim a. S í , M o ra les, estraviado de los
t u y o s , perdido en el b o s q u e , no volvió á parecer m as.
LOS ISC À S. 12$

C A P IT U L O X V I i l .

DfiSBMBARCA P I ZABBO SOBRE L A COSTA DE CATAMFS* PASA

A LA ISLA D E L G A L L O . ---- A B A N D O N E N L E CASI TODOS SCS

COMPAÑEROS , r SOLO^LB O U E O A 5 DOCE , CON LOS CUAL E S

SE R E T I R A Á LA ISLA DE GOROOJf.A , P AR A E S P E R A R SO*

CORROS EN EL LA ; P E R O , ANTES DE R E CI BI R L OS , ES L L A ­

MADO Á ESPAÑA.

P íz a rv o , en m edio del desaliento general de sus c o m ­


pañeros de a r m a s , daba todavía m uestras de constancia,
ocultando bajo la aparente serenidad d e su frente los
pesares que le devoraban las e n trañ as. M a s , viéndose r e ­
ducidos á ten e r que o p ta r entre perecer d e h a m b r e , ó
p o r las dechas de los sal vages, se em barcan en su n a ­
vio, y forzando de vela , van á buscar países roas a fo r­
tunados para ellos. D escubren en fin una herm osa y
bien cultivada c a m p iñ a , don d e to d o anunciaba la i n ­
dustria y ln paz, situada en la costa de C atam és, pais
fé rtil, a b u n d a n te , y d>* u n a m u y corta población.
Descienden á el los españoles, y estos pu eb lo s ejercen
para con ellos los deberes naturales de la hospitalidad.
P ero él m is m o , espuesto sin cesar á las incursiones de
sus vecinos, confiesa á sus huespedes que n o confiasen
en ten*r allí un asilo seguro. Estrangeros , di joles el ca­
c iq u e , la naturaleza, que nos ha hecho dulces y p a cí­
ficos, nos ha dado unos vecinos feroces. D ecidnos si
1 2 5 LOS INCAS.
p o r todas partes están los buenos espuestos al furor de
lo s malvados. E n tre n o s o tro s , le respondió P i z a r r o , lia
r e u n i d o el cíelo la d u lzu ra con la aud acia, y la fuerza
con la b o n d a d . Volveos pues á vuestro p a i s , di jóle tris­
te m e n te el cacique; pues les buenos en el nuestro son
débiles y tím id o s, y los m alvados fuertes y atrevidos.
C reyóle fácilm ente P iz a rro > y se re tiró á una isla ve­
cina (1% á d o n d e , poco tiem p o d e sp n e s, vino A lm a ­
gro á socorrerle.
D u ra n te estos sucesos, to d o bahía m u d a d o de aspec­
to en el Istmo* D avila n o habla pod id o sobrevivir á la
vergüenza d e verse ab an d o n ad o por su l u jo , y ha (na
m u e r to con las ansias d e l re m o rd im ie n to y de la d e ­
sesperación. S u sucesor 'a ) se h a b ia dejado persuadir
que los c o m p añ ero s de P iz a rro n o pedían si no su re g re­
to á E s p a ñ i, y que este m is m o caudillo no se opo­
n ía sino p )r un o rg u llo insensato. Hizo pues partí r dos
b u q u e s , bajo el uiando de u n c a s te lla n o , lla m a d o T a -
f W , para que se trajese á los descontentos.
A la vista de estos b u q u e s , que a*delantaban á velas
desplegadas, P iz a r r o saltó de alegria ; m as bien pronto
su gozo se convirtió en el d o lo r m as piofundo.
Y o no s e , dijo á T a f u r , al tiempo que le com unica­
ba la orden de que venía e n c a rg a d o , c in l es el alevoso
q u e , sin otro Un que el de hacerm e d a ñ o ha hecho h a ­
b l a r á mis c o m p a ñ e ro s ; m a s , sea quien fuese, I n c ie r ­
t o es que él m iente. Estos nobles castellanos se aguar­
d a b a n , com o y o , 3 e n c o n tra r peligros y trabajos d ig ­
nos de p ro b a r su valor y constancia. SÍ la empresa no
hubiese exigido sino corazones cobardes v tím id o s,
se hubiera concluido sin n osotros, y antes de nosotros.

(z) I d a del Gallo.


{2) P edro de los / i ¿os.
LOS INCAS, ia7
Pero os porque el Ja e$ axlua y penosa que nos está r e ­
servada • los peligros liarán su g lo ria cuando Ies h a y a ­
mos superado. S í, se ha hecho una grave injuria á mis
am igos, cuando se ha d ic h o al v ire y del Istm o que
querían deshonrarse* C nanto á m í yo n o quiero rete­
ner á ninguno* U nos hom bres valerosos , ta le s c o m o y o
los creo á todos, n o p e d iría n o tra c o s í sino el s e g u ir­
me ; y si entre ellos se e n c u e n tra n alg u n o s c o b a rd e s,
deben saber que no m erecerían q u e y o sintiese su pér­
dida. Haced que se trace una lín e a e n el m e d io d e mi
navioj vos os pondréis á la p r o a , y y o p e rm an ecerá
en la pip a con todos mís com p m ¿ ro s. Los que q u isie ­
sen separarse de m i , no te n d r á n q u e hacer m as q u e d a r
un paso de la gloria á la ignominia*
Aceptó T íifur este desafio; m i s , ¡ cual fue la so rp re ­
sa v el dolor de P iz ir r o al ver q u e casi todos los suyos
p is a r o n al lado de T a fu r! I n d i g n a d o d e e s to , pero
firm e y sereno, m irábales con ojos fijos. TJno de ellos
le m ira a su tuvno, y notando en su sem blante una
noble tristeza, una fría i n tr e p id e z , d ijo á aquellos
cuyo ejemplo le había a rra s tra d o : ¡ Ved , castellanos,
á quien abandonam os! Yo no puedo resolverm e a ello ,
v pretiero m o rir con ese h o m b r e , a v iv ir en m edio de
Jos que son aleves. Arlios.. .. D ichas estas palabras vu él­
vese al lado de P i z i r r o » y j u r a , a b r a z á n d o l e , no
desampararle n unca. L lam ábase este valiente guerrero
Aleon. Otros varios le im ita ro n al p u n to ; pero fueron
en corto utunero» de form a q u e h izo q u e su desafor­
tu n ad o gefe fuese aun mas sensible a este m o v im ien to
espontáneo y generoso. P o r lo que m ira á los deseito-
r e s , n o se le oyó jamas n i q u e ja n i reconvención»
m as cuando vio que doce castellanos le permanecían
fieles, y se h a lla b a n resueltos á m o r i r p o r él antes
que a b a n d o n a rle , su corazón c o n este alivio ae
teinecio; abrazóles, y el a g ra d e c im ie n to le hizo ver*
laS LOS INCAS.
tc r lágrimas que el d o lo r n o había podido arrancarle.
Til ves, dijo á T a f u r , que m i navio hecho pedazos,
ie abre y va á su -u e rg irse : déjam e uno de Ids tu y o s .
T a fu r le negó este a u x ilio : Y o puedo llevaros con­
m ig o , le d i jo , pero no puedo hacer m as. ¡He aquí ,
replicó P i z a r r o , com o se pone á los hom bres de hien
en la necesidad de o p tar en tre su deshonra y su p é rd i­
da inevitable! A n d a , nuestra elección n o es dudosa,*
p e ro , a l m e n o s , déjanos arm as y m u n ic io n e s , sino
el que te envia te n d r á la vergüenza d e habernos aban­
donado á la suerte mas te rrib le .
E n el m o m en to fatal en que T a fu r se hizo á la
vela , y se alejó de las costas , P iz a rro estovo p ara caer
en la mas c ru e l desesperación. Vióse casi solo, sobre
m ares desconocidos, y en u n nuevo u n iv e rso , a b a n ­
d o n a d o de su p a tr ia , hecho el juguete d e los e le m e n ­
to s, espuesto á cada instante á los peligros mas e m i ­
nentes y espantosos, v á la ¿vergüenza ta m b ié n de
aquellos pueblos sal vages, de quienes n o habia que
esperar sino la vida ó la m u e rte . Necesitó su a lm a
d e l auxilio de la reconcentración d e to d o su espíritu
p ara contener la pesadez d e l golpe que le habia h e r i ­
do. Los compañeros que le r o d e a b a n , guardaban u n
silencio p ro fu n d o , m ien tras que el h é ro e , para rea n i­
m arse , hizo el m a y o r esfuerzo*
C om ienza p o r alejarles del punto de d o n d e seguían
con sus ojos las velas d e T a fu r ; é in tern án d o se con el los
en la isla: Am igos m io s , les d i c e , congratulém onos
d e vernos libres de aquella m u lt it u d d e h o m b res p u ­
silánim es que no hubieran servido sin o p ara e n to rp ec e r
n u e s tra gloriosa carrera. L a f o r tu n a m e d e ja á los
q u e y o m ism o h u b ie ra escogido. Som os pocos*
pero todos d e te r m in a d o s , u n id o s p o r la am istad * la
confianza y la desgracia m ism a- N o dudéis que b ien
p ro n to nos vendrán com pañeros zelosos de nuestra fama*
LOS INCAS. i*9
S»\ desde este m is m o in sta n te ella vuela á la s o r illa s d e
donde hem os s a lid o . Sucédanos lo que nos su c e d ie se ,
amigos míos, trece hom bres que solos» desam parados en
playas d esco n o c id a s, don d e I n h ita n pueblos feroces,
persisten aun en el gran designio d e vencerles y domarles»
están y a d e a n te m a n o b ie n seguros d e su g lo ria . ¿ Q u e
es lo q u e no s ha r e u n i d o , sino la n o b le a m b i c i ó n de i n ­
m ortalizarnos ? Y a lo hem os conseguido , y a u n el tu*
ceso será en lo v enidero diferente- F e lic e s ó d esg racia­
d o s , ello es v e rd a d que» á lo m e n o s , h a b re m o s dado
al m u n d o u n ejem plo inaudito d e a u d a c i a y d e i n t r e p i ­
dez. Com padezcam os á mivstra p a t r i a , q u e ha p r o d u ­
cido algunos h o m b res cobardes; p e ro al m is m o t i e m p o ,
felicitéinosnos d e l credito d e la o p in ió n publica q u e su
vergüenza va á d a r á nuestro v a lo r. Despues d e t o d o ,
¿que es lo que arriesgam os? N a d a m as q u e la v i d a , u n a
vida que cien veces hem os sido pródigos d e ella á vil
precio. P e r o , antes que la p e rd a m o s , debem os o p te *
Techarnos d e los m edios d e hacerla gloriosa. C o m e n ­
cemos p o r procurarnos u n asilo m enos expuesto á la
sorpresa d e los in d io s. A q u í careceríam os de todo* L a
isla de G o rg o n a está desierta y es f é r t i l : s u aspecto es
terrible y su e n trad a p elig ro sa, t a n t o q u e el i n d io n o
se atreve á penetrar en e lla . D em osnos priesa á e n t r a r
n osotros, decía P í z a r r o , ella será el d ig n o a silo d e tr e ­
ce hom bres a b a n d o n a d o s y se p arad o s (le to d o el u n i ­
verso.
L a isla d e G o rg o n a m e re c e m u y bien este n o m b re
porque es el espanto de l a naturaleza. U n cielo c a rg a d o
de densas n u b e s ; l u g a r d o n d e b r a m a n los v ien to s,
don d e los tru e n o s h a ce n estrem e ce r el a i r e m i s m o ,
d o n d e caen de c o n ti n u o lluvias tem pestuosas, g ra n i­
zos y p i e d r a s d e s tr u c to ra s , en tre relám pagos y r a y o s ;
m o n t a ñ a s c u b ie rta s d e arboles tenebrosos, cuyos res­
to s ocultan la t i e r r a ; y cuyas ram as entrelazadas í b r -
i3o LOS INCAS.
m a n un tegído espeso, im penetrable á la claridad *
vallas fangosos cortados siem pre por torrentes im p e ­
tuosos; unas pl.iyas llenas de ro c a s, contra las cuales
se estrellan con b ra m id o la s ó la s que a g ita n las te m ­
pestades; el ruido de los vientos e n las sclyas, seme­
jante al a h u llid o del l o b o , ó ni m aullido del tigre;
enorm es culebras que a rra stra n por e n tre la yerba de
los p a n ta n o s, y que con sus m uchas roscas abrazan las
ratxes d é l o s á rb o le s; una m u ltitu d de Insectos qu.:
engendra u n aire siem pre c o rr o m p id o , y cu va codicis
n o busca sino la p resa; tal es la isla de G o rg o n a ,
y tal fue el asilo de Pizavro y de sus com pañeros de
arm as.
A terráronse estos al aspecto de aquella infernal
m o r a d a , v el mismo P izarra la m iró con g ran d e es­
p a n to ; mas no tenían don d e escoger, porque su navio
n o h u b iera resistido á un vra*e mas i a r ^ o ; de forma
que al desem barcar tuvo que ocultar bajo las aparien­
cias de la alegría el h o rro r de que estaba penetrado.
Su p rim e r cuidado fue el de buscar una colina en
donde la tierra no fuese nunca i n u n d a d a , y q u e , ve­
cina del m a r , permitiese hacer señal á los barcos que
pasasen. A pesar de la h u m ed a d de los bosques que
rodeaban la colina , penetró hasta ella con el favor de
las llam as. U n viento fuerte puso fuego á los arbus­
t o s , y la cim a bien pronto se presentó á descubierto.
Allí seestiblcció P i z i r r o , y construyó chozas , donde
ponerse á silvo d é l a s bestias feroces y de los ultrages
del tiem po.
Amigos dice á sus c o m p a ñ e ro s , aq u í estamos bien:
l a natui*aleza es saivage, pero fecunda. Los bosques

estan pablados de aves , el m a r abunda en pescados ; el


agua dulce m ana d e los peñascos de esos montes. En-*
t r e (as frutas que h o lla m o s, algunas son bastante sa­
brosas que nos suplirán al pan. E l a ir e , aunque humo-
LOS TOCAS. *3«
*3 o * n los v a lle s , lo es m enos sobre esta e m i n e n c i a , y
haciendo fuego c o n tin u o v e n d rá á purificarle* Bajo lá
te c h u m b re espesa de las r a m a s hojosas , estarem os al
abrigo de la lluvia y d e los vientos. C u a n to á esos
negros h u ra c a n e s , les c o n te m p la re m o s c o m o u n espec­
táculo m agnífico; pues los h o rro re s de la naturaleza
aum entan su magostad. A q u í es don d e v e r d a d e r a m e n ­
t e infunde ella respeto. E ste desorden tiene un tío se
q u e d e portentoso que e n g ra n d e c e at a l m a . S í , a m i ­
gos m ío s , nosotros sald rem o s de aquí con u n o s se n tí-
tnientos mas sublim es y fuertes sobre la naturaleza y
sobre nosotros m ism os ; a u n f a lta b a n nuestro valor el
ser probado por e! choque de los fieros elementos. P o r
lo dem as, no os figuréis que sn guerra ha de ser c o n s ­
t a n t e : yo me persuado que te n d r e m o s dias mas sere­
n o s , y d u ran te el silencio d e los vientos v te m p e s ta ­
d e s , el cuidado de p ro c u ra rn o s la subsistencia , se-*
r á para nosotros mas bien u n ejercicio in te re s a n te ,
que u n trabajo insoportable.
Así fue com o P í z a r r o , de u n a m an sió n h o r r i b l e , hi­
zo á sus com pañeros una p in tu ra alagüeña. L a im a g i­
nación empozoña los bienes m a s dulces de la v id a , y
dulcifica los mayores males*
Los castellanos construyeron, p ro n to u n esquife so­
bre el c u a l , cuando el m a r estaba sosegado, se ocu­
paban en la pesca, que era m u y a b u n d an te e n lns o r í-
días. N o lo era menos la c a z a ; p u e s, antes que los
anim ales de an a ín d o le dulce y tím id a aprendan á
conocer al h o m b r e , ya parecen m ira rle com o am igo,
bajo cuya confianza caen en su s lazos. N o es sino des­
pues de haber e x p erim e n ta d o m il veces su m alicia y
perfidia q u e , espantados de verles, se enseñan unos á
otros á h u i r del enemigo co m ú n .
Pasáronse tres meses sin que Pizarro ni sus rom pa-
vñeros viesen aparecer n in g ú n buque. Sus ojos >siempte
T omo I*
j3 a LOS INCAS.
m i r a n d o h acia el n o r t e > se cansaban en* r e c o r r t i la
¿ n m c n sa soledad d e l mar* T o d o s los d ias renacía y
m o r ía la esperanza en $u9 corazones abatidos. S olo P i ­
t a r ro les sostenía y a n im a b a á la c o n s ta n c ia . D em os
á nuestros am igos el tie m p o d e p r o v e e r á todo» decía
c o n tin u a m e n te ; y o te m o m e n o s su l e n t i t u d que su
im p a c ie n c ia . L a nave que y o aguardo h a b ria p a tu d o
antes d e tiem p o , $i n o m e trajese sin o h o m b res alis­
tados de presa y sin elección ; p e ro , si viene cargada
d e h o m b res anim osos, preciso es que la a g u ard e m o s.
E staba el bien lejos de te n e r por sí m is m o aquella
confianza que procuraba in f u n d i r e n el á n im o de sus
c o m p añ ero s E l rig o r del c li m a d e la isla» su influen­
c ia inevitable sobre la s a lu d d e sus a m i g o s , l a ru in a
d e su n a v io , q u e b a tía n sin c e s a r las o l a s , y q u e a ca ­
b a b a n de d e s tr u ir ; la io c e r tid u m b r e y pequenez dei
a uxilio que podía e s p e r a r , s u estado p re s e n te , el p o r­
v e n ir m a s espantoso p ú a el t o d a v í a : to d o esto fo rm a ­
b a en su a lm a u n negro to rb e llin o d e p e n s a m ie n to s ,
en tre los cuales apenas se d e ja b a n ver a lg u n o s re s q u i­
cios de esperanza.
Sus a m ig o s, m enos fu e rte s, se can sa b a n d e su frir.
L a h u m e d a d del a íre que r e s p ir a b a n , y que p e n e tra ­
b a hasta sus huesos, d e p o n ta e n su p e ch o el g e rm en
d e una languidez contagiosa , y s u v a lo r d is m in u ía de
dia en d ía . N o te p e d im o s , d e c í a n á P i z a r r o , sin o u n
c lim a mas suave y sano. Haznos r e s p i r a r ; líb ra n o s d«
esta influencia m o n i (era; vam os á buscar h o m b re s , á
quienes podam os a b la n d a r ó v e n c e r , ó á lo m enos
poninas delante de enemigos sobre los cuales al espirar,
podam os v en g ar n u e s tra muerte*
P iz a rro cede á siu in s ta n c ia s , y d e los m ism os d e ­
sechos d e su navio , les hace c o n s tru ir una barca p a ­
r a volverse al c o n tin en te . Mas cuando tra b a ja b a n con
m a s á n i m o , u n o de ellos cree d iv is a r , á lo le jo s , las
LOS INCÀS. 133
velas de a n a nave ; da u n g rito d e sorpresa v alegria ,
y al instante todos los ojos se to r n a n á Ja parte d e l
norte. Pió pa re c ie n d o sin o una m isera a p a r ie n c ia , to ­
dos tem en engañarse $ dudase si lo que h a n to m a d o
p o r u ñ a vela n o será m a s b ien u n a ligera n u b e : obser­
van todavía m u c h o t i e m p o , y poco á poco , y cu al la
naciente a u ro ra penetra las som bras d e la n o c h e , y
las disipa con el crepusculo m a t u t i n o , asi crecía su
esperanza y disipó su te m o r. Cesa en fin la in c e r ti­
d u m b re ; distínguese l a v e la ; reconocen el p a b e lló n ,
y aquella rib e ra , que hasta entonces n o había re p e ti­
do sino gem idos y q u e ja s, resuena a h o ra c o n g rito s
de alegría. Mas el navio á 6u a rrib o aboga pronto
este gozo. E l único a uxilio que trae á P i z a r r o , es el
de los m arineros que le c o n d u c e n ; y lo que l e aflige
aun m a s , es que á é l m ism o le lla m a n y o b lig a n á
p a rtir. L a tal nueva l e penetra de dolor.* ¡Y q u e ! d i ­
j o , ¡ s e n o s envidia hasta el triste h o n o r de m o r i r e n
estas costas! ... M a s, re a n im a d o su v a lo r : V olvere­
mos á ellü6, d i c e , y o n o las dejaré sino despues d e
haber señalado y o m ism o el parage en don d e p o d e ­
mos d e sem b arcar. Antes de s a lir de la G o r g o n a , qui­
so dejar en ella u n m o n u m e n to de su gloría. E l escri­
bió sobre una r o c a , á cuyos pies se estrellan las o n ­
das: A q u i tre c e hom bres ( poniendo sus n o m b re s y
apellidos) , abandonados de la n a tu r a le z a e n te ra *
h a n e xp e rim e n ta d o q ue no h a y m a les que n o v e n ta
e l v a lo r : que q u ie n q u ie r a a tre v e rse á to d o * a p r e té
d a ta m b ién á s u f r i r l o todo•
Entonces subiendo á bordo del m ism o n a v i o , se
hicieron á la vela para T um bes.
LOS INCAS.

V > V % V W W V V V V

CAPÍTULO XIX.

P f Z Á R R O , A NTE S D E R E T Í B A P S E DE LA OORGONA, VA A

RECONOCER LA C"»STA Y É L P OE R T O D E T U M B E S . - A c O -

OIDA Q Ü B R E C Í R E A t » u . — M O L I N A S E $ E J » A 0 A DB ¿ L , Y

S E Q V Z O A CON COS INDIOS. — T o M A E S TE LA RESOLUCION

D E I B A QDITO PARA I NFORMAR A ATALIBA D E L P E L I G R O

ÇLB L E AMENAZA*

C u a n to se ofrece allí á sus ojos anuncia u n pueblo


industrioso y rico* P iz a r r o le envia á d e c ir que él bus­
ca su a m is ta d , y pronto le v ereu n iise en tropas sobre
la playa. Observa que su navio está rodeado d e m u -
chedum bredebaU -is r)cargadas de presentí s, compues­
tos de granos .fru tas y lico res, to d o en hermosos vasos
ele oro. Sensible á la bondad y magnificencia de este
pueblo dulce y pacífico, P ízarro se alegra de haber e n ­
contrado ya hom bres de u n índole tan bueno; pero sus
com pañeros de a rm as se alegran sobre todo de haber
encontrado el oro.
Los in d io s, sin desconfianza y sin artific io , solici­
tan de los castellanos que bajen a la p la y a . P iz a rro lo

( i) Com puestas de vigas.


LOS INCAS. i35
permitió solamente a dos de los s u y o s , C a n d ía y M o ­
lin a , los q u e , apenas bajaron , fu ero n rodeados de una
m u ltitu d Inm ensa, alngüeña y obsequiosa. E l cacique
m ism o les conduce á su pueblo é in tro d u c e en su pa­
lacio , haciéndoles recorrer las m an sio n e s tra n q u ila s
de sussúbditos venturosos. A quellos h o m b re s sencillos
les reciben com o amigos t i e r n o s ; y con la ingenuidad ,
l a seguridad y la inocencia d e la n i ñ e z , les m anifiestan
las riquezas que poseían, y que d e b ie r o n habérselas
ocultado.
¡Que cosa, decía M o lin a , puede h a b e r m a s alague-
ñ a para el corazón del h o m b re q u e la inocencia de
este pueblo! Es m uy cierto d ecía C a n d ía , que él es
m uy sencillo y fácil de c iv iliz a r ; m as entre t a n t o l e ­
vantaba el plan de la villa y de los m u ro s que la r o ­
deaban. Los indios, encantados d e l a r te ingenioso con
el cual su m a n o dibujaba com o la s o m b ra sus m u r a ­
l l a s , n o se cansaban d e a d m ir a r u n p ro d ig io ta n n u e ­
vo para sus ojos. Ellos estaban lejos d e sospechar que
fuese una perfidia. ¿Q u e hacéis le p re g u n ta Alonso.
— Yo estoy e x a m in a n d o , le respondió C a n d í a , p o r
donde se les podrá a ta c a r .— ¡A ta c a rle s! ¡q u é en el
m om ento en que os colm an de b i e n e s , e n que se e n ­
tregan á vos sin te m o r al g a n o , y sobre la fé de la ho s­
p ita lid a d , meditáis ya el in fam e proyecto d e s o rp re n ­
derles dentro d e sú s m uros! ¡Seriáis ta n alevoso ! . . . .
— ¿ Y v o s , replicó C a n d í a , sois b a s ta n te insensato
para creer que así se atreviesen los t n a r e s , y que se ven­
ga de u n m u n d o á o t r o ; para enternecerse com o niños
al ver la imbecilidad de un pueblo de sal?3ges ? B u e ­
n a s conquistas se harían con vuestras tím id a s virtudes.
— Puede s e r , dijo Alonso* P e r o , ¿es v erdaderam ente
Pizavro quien hace levantar estos p l a n o s ? — El mis­
m o es quien lo m anda. — Y o lo d u d o todavía. Eso
es in s u lta rm e .— Yo estimo m u ch o á P iz a n 'o para que
i3 6 LOS INCAS.
pácela c re e rse ; y ai d e c i r estas p a la b ra s, el impetuoso
joven arrebató de las m a n o s de C andia el dibujo que
había hecho»
A l instaute m is m o , hachándose uno á o tro miradas
d e cóltra , a p arta n la m u ltitu d , y el acero centellea co­
m o u n relám pago en sus valientes m anos. Los salvajes
p e rsu a d id o s, p r i m e r o , que a q u e l co m b a te n o era mas
q u e u n ju e g o , aplauden con alegria y ad m iració n la
destreza con que uno y o l i o evitaba los golpes mas ve*
loces. Mas cuando vieron c o r r e r !a s a n g r e , dieron ala­
ridos terribles que d e n o ta b a n su dolor y e s p a n to ; y su
r e y , precipitándose el m is m o e n tre las dos espadas,
g r ita : D e te n te ; ¿ q u e h a cé is? ¿ n o veis que es m i hués­
ped y mi a m i g o , y q u e es la sangre de t u herm an o
la que haces verter? E n to n c e s los indios cargan sobre
« lío s, los desarm an y con d u cen á bordo dei navio-
P iz a rro , in s t m id ó d e l m o tiv o d e su c o n tie n d a , les
rep ren d e; p e ro , p o r m u c h a ig u ald ad que afectase en
sus espresiones, A lonso lle g ó á conocer que la conducta
de C a n d ia e ra a p ro b a d a ; y al instante u n n e g ro pesar
se apoderó de su a lm a . Recuérdase de los consejos del
virtuoso B arto lo m é; se representa el suplicio del ancia*
n o indio á q u ie n h a b ía n h e ch o q u e m a r , la guerra in­
ju sta y sangrienta que se h a b ia hecho á aquellos pue­
b lo s , y la avaricia im paciente de sus c o m p añ ero s á la
vista del oro* E n f i n , el ejemplo d e lo pasado n o le
hizo ver en el p o r v e n i r , sino el asesinato y la r a p i ñ a ,
los furores y el estrago que es consiguiente á ellos, y
se arrepentia d e todas veras d e haberse c o m p ro m e tid o
e n aquella empresa»
C o m o los Indios le a d o r a b a n , él era a quien P iz a rra
encargaba mas á m e n u d o do i r á buscar lo necesario
p ara el navio* U n d í a , ai desem barcar fue recibido
p o r el pueblo con unas dem ostraciones de amistad t a n
candorosas y t i e r n a s , que n o pudo co n ten er sus l á g r i -
LOS rSCAS. 157
«na** D e n tro de algunos m eses, decia en si m i s m o ; las
fértiles orillas de este r i o , esos cam pos cubiertos de
m ieses, esos valles poblados de ganados, q u e d ará n aso*
Jados; las manos que los cultivan serán cargadas de
cadenas; y , de esos indios tan dulces y apacibles,
m illares serán degollados, y los d e m á s , reducidos á
la mas d u ra esclavitud; perecerán m iserablem ente en
los trabajos de las minas de oro. ¡P u e b lo inocente y
desgraciado I no , y o n o te puedo a b a n d o n a r ; y o m e
tie n to u n id o á tt por u n encanto invencible. Yo no s o r
tra id o r á mi p a tria , declarán d o m e enem igo d e los la­
drones que la d e s h o n ra n , y p ro c u ra n d o y o m ism o
ganarles los corazones. T a l fue su reso lu ció n , con la
que esrribió á P iz a rro : « Y o am o á los i n d io s , y q u ie-
« ro q u e d arm e con e llo s , porque son buenos y justos.
1( A d t o s : siem pre hallareis en m i u n m e d ia d o r y u n
« a m ig o , si respetáis con ellos los derechos im p res­
si criptibles de la n a tu r a le z a ; p e ro , si p o r l a fuerza,
« el asesinato ó la r a p i ñ a , violáis estos derechos s a g ra -
*i dos, e n co u tra reisen m i vuestro m a y o r en em ig o .»
Afligido P iz a iro por la pérdida de A l o n s o , le hizo
instancias p i r a que volviese. Hailósele en m e d io de
los salvages, ilustrando sus e n te n d im ie n to s , y gozan­
do de sus caricias. « C o n ta d á P iz a rro lo n u e habéis
* visto, dijo á los que venían i b u sc a rle , y que m i
« ejemplo le enseñe que el mas seguro m edio d e r a u -
tiv a r á estos pueblos, es el de ser justo y b e n é fic o .»
L o que m as sintió P iz a rro a l alejarse de aquellas
p lay a s, fue el d eja r en ellas á t a n valeroso jo v en , el
virtuoso A lonso, q u ie n n u n ca se h a b ía visto t a n fe­
liz com o en aquel m o m en to . S í , e n m edio de u n pue­
b lo natu ralm en te b u e n o , sencillo y d u lc e , gozaba de
la calm a de sus pasiones y respiraba el aire puro de la
inocencia; allí tom aba placer en o ir celebrar las v ir­
tudes de ios incas, hijos del S o l , y poner en el rango
a38 LOS INCAS.
-de sus beneficios la felix revolución que se babia opera­
d o en sus c o s tu m b re s , cuando p o r l a ra z ó n , mas que
.por la fuerzo de los a rm a s , le h a b la n obliga-dolos I n ­
cas á seguir su culto y sus leyes. A lo n so , á su turno,
les daba idea d i nuestras leyes , usos y c o s tu m b r e s , así
que de los progresos de nuestras artes. E l cacique le
p re g u n tó ¿ p o r que razón se había d e te rm in a d o á sepa­
rarse de sus a m i g o s y p e rm an e c er en aquellos paises?
— Los que m e han a c o m p a ñ a d o , le respondió A l o n ­
s o , m e habían d ic h o : vamos á hacer bien á los h a b í -
xantes del ÍNuevo M u n d o , y he aq u í porq u e Ies he se­
guido. He n o tad o despues que no pensaban sino en ha^
ceros d a ñ o , y ved aquí porque les he dejado. — C o n ­
tóle p o r m e n o r el m otivo de su desavenencia con C an­
d ía. Penetróse el indio de la g ra titu d por e l , y m ir á n ­
do le con ojos de dulzura y te rn e z a , decía con a d m i-
.ración á su pueblo: este h o m b re merece m u ch o mas
respecto q u e v o . E n fin , llega la hora del su eñ o , y ei
c aciq u e se re tira r p e ro , al s a lu d a r á Alonso, fijóle
con sus o jo s , y vase luego, levantando las m anos al
cielo.
E l día sig u ien te, al a m a n e c e r, vino á buscarle:
— Despierta? r e y d e T u r n b e s » le d ic e , prestándole su
d iad e m a y sus a rm a s , d e s p ie rta : recibe de m i m a n o
Ja corona. Y o l o he pensado b i e n , y sé que te la debo*
Y o tengo tu valor y tu b o n d a d , m as no tus luces. P o n ­
t e en m i l u g a r , re in a sobre nosotros: y o seré tu p ri­
m e r vasallo ; el I n c a m ism o n o p o d rá sin o aprobarlo*
— A bsorto Alonso al ver en u n salvaje tan inaudito
ejem plo d e m odestia y m a g n a n im id a d , sintió lo que el
orgullo ig n o r a , que la verdadera grandeza y la senci­
llez son herm an as , y que es raro que un cor «z m recto
« o sea ta m b ié n sublim e. Dió las graeias al cacique, y
l e d i j o : T u eres justo y b u e n o , y debes ser a m a d o de
i u pueblo. D ejém osle su rey . Otros cuidados son los que
LOS INCAS- i3 9
deben ocupar á tu a m ig o verdadero»
Muy pronto vió venir las m as felices m a d r e s , lasque
podian alabarse de te n e r la s m a s herm osas h i j a s : llevá­
banlas de la m ano y se las presentaban á porfía. D ig ­
naos a c e p ta r , le decia cada c u a l ,e s t a jovencita y d u l­
ce com pañera: ella es so bt ^saliente en el hilado d e la
lana , de la cual sabe hacer los tegidos m as bellos* Ella
es sensible y a m o ro sa , y te a d o r a r á . T o d a s las m a ñ a ­
nas, al despertar, suspira por u n esposo, y desde el
momento que te ha v is to , tú eres el que su corazón desea»
Todos mis hijos han sido lin d ís im o s ; los suyos deben
ser herm osísim os, pues que tu has d e ser el padre de
ellos, y jamas han visto nuestras m ugeres u n hom bre
tan gallardo como tú»
M olina se hubiera e n tre g a d o sin recelo á los encan­
tos de la belleza, de la inocencia y d e l a m o r ; p e r o , co-
m a el darse una cocnp.mera era c o m p ro m e te rse el m is­
m o , y sus designios exigían u n corazón lib re , díó gra­
cias y se escusó n o b lem en te. He lle g a d o á e n t e n d e r ,
dijo A lonso, q u e , m as a llá de los m o n te s , h a y dos
lu c a s , ambos hijos de! S ol, que se d iv id e n entre sí
un vasto im perio; y desde entonces f ó rm e la resolución
de i r á visitarlos en su co rte. — E l In ca r e y del Cuzco,
d i jóle el cacique, es s o b e rb io , inflexible, y se hace te­
m er. El de Quito es mas d u lc e , y le a d o r a n sus pue­
blos. Yo soy del n ú m ero d e los caciques que su padre h a
sometido á sus leyes. A lonso se d e te rm in ó á i r á la
corte del de Q u i t o , y p ara ello pidió do s fieles g u ia s .
E l cacique hubiera q u e rid o retenerle to d a v ía . ¡ Q u e !
esclam aba, ¡ tu nos quieres d e ja r t a n p ro n to ! ¿ y en
don d e has de estar mas a m a d o y reverenciado que entre
nosotros?— Yo vov, le respondió A lo n so , á hacer que
el Inca tome conmigo tu defensa ; pues q u e vuestros ene*
m igos van á presentarse d e nuevo en vuestras costas. M d$
nada tem as, pues q u e y o m ism o v e n d ré á socorrerte á
T omo I* i 5
«4o LOS INCAS.
la cabeza de los indios. Este celo enterneció al cacique,
y las lágrim as d é l a am istad aco m p a ñ aro n su despedí-
d a . E l m ism o escogió los dos guias que le pedia su
a m ig o , con los cuales Alonso atravesó los valles, j
stguió las o rilla s d e l D ole, que tiene su n a c im ie n to L i ­
cia el n o rte .
LOS INCAS.

CAPÍTULO XX.

V lA G B DB ALOBSO NOLIlíÁ B E TCMBES i QUITO.

Despucs d e un viage p e n o s o , se acercan al e c u a d o r,


é iban á pasar un to rre n te que ss precipita en la Es-»
m e r a ld a , cuando A lonso vló á sus dos guias confuso*
y t u r b a d o s , hab lán d o se el uno al o tro con moví míen*
tos de espanto. P regúntales la causa: M i r a , d íc e le u n o
dé ellos, la cim a de esa m o n t a ñ a , ¿ n o v e s aquel p u n to
negro que está en el c ielo ? Pues pronto va á ensanchar*
se, y á fo rm a r una furiosa tem p e sta d . — E n efecto,
pocos instantes despues , se estcndiócscesivam enteoquel
punto nebuloso, y el m o n te fue cubierto d e una n u b e
umbrosa*
Los salvajes entonces se apresuran á p a s a r el torren*
te. Uno de ellos le atraviesa á n a d o , y ata á la orilla
opuesta una larga cuerda d e liene ( i ) , p o r ia c u a l ,
Alonso, suspendido en u n a cesta d e m im b re s , pasa ve­
loz; síguele ei otro in d io , y en el m ism o in sta n te , u n
m urm ullo profundo d á la señal de la g u e rra que van

( i ) E s ta especie de p u e n te s d e cu erd a s se lla m a


T a r a b ita s • L a lien e es u n a rb u sto sem ejante a l
m im b re»
i 42 los incas .
á d e c la rá rse lo s vientos. S in pérdida de in sta n te s, su fu­
r o r se anuncia por espantosos silvidos. U n a densa nie­
b l a obscurece el cielo y c o n fú n d ele con l a t i e r r a ; los
r a y o s , al ra s g a rs u velo te n e b r o s o , a u m e n ta n su espan­
t o : cien to rm en ta s que ru ed an y parece que s a lta n unas
sobre otras e n la a ltu ra de las sierras, fo rm a n u n ge­
n e r a l b ra m id o > que se apacigua y vuelve á aum entarse
c o m o el de las olas del m a r . A los embates que recibe
l a m o n ta ñ a de la to rm e n ta y d e los v ie n to s , se estre­
m ece , se h i e n d e , y d e sus fla n c o s, con estrépito bor**
r i b l e , se precipitan m u ch o s arroyos r a p id ís im o s . Los
a n ím a le s , asustados se salian de las selvas, y huían por
la s lla n u ra s; á la c la rid a d de los re lá m p a g o s, los tre s
cam in an tes vieron p a s a r á su lad o leones, tig r e s , l i n ­
ces y leopardos tan trém ulos y temerosos com o ellos
^mismos. En este peligro universal de la naturaleza no
se veia ferocidad a lg u n a ; pues q u e todo lo babia sua­
vizado el miedo*
U n o de los guias de A lo n so , con el susto se s u ­
b ió sobre u n a p e ñ a , cuando lié aquí que u n nuevo
to rre n te se precipita im petuoso, le desarraiga, y a rras­
tr a ju n ta m e n te que al in d io . E l otro había creído e n ­
c o n tra r seguridad en l a concavidad de u n á r b o l; mas
una c o lu m n a d e f u e g o , que llegaba hasta el c ielo , ba­
ja centelleando sobre él y le consume con el infeliz
que se habia en él refugiado.
E n tre t a n t o M olina se cansaba en lu c h a r contra la
violencia de las aguas: él subía p o r el m o n te en m e­
dio de las tin ie b la s , y asiéndose á las r a m a s , y á las
raíces de los arbustos que e n c o n tra b a , sin pensar en
sus guias, y sin o tro sentim iento que el del cuidado de
su propia v id a; pues h a y m om entos de espanto, en
los cuales toda com pasión cesa, y en que el hom bre
absorto en si m ism o , n o es y a sensible sino p o r lo
que le toca personalmente*
LOS INCAS- i43
L leg a , en fin , arrastrándose al pié d e u n encrespa­
do peñasco; y á la lu z de los re lá m p a g o s , divisa una
caverna tenebrosa y p ro fu n d a , c u y o b o r r o r le h u b ie ­
ra en otros m om entos dejado p asm ado y yerto- A c é r­
case á e lla , y casi m o r i b u n d o , exausto por el can ­
sancio, y sin fuerza para so b rellev ar m a s t ie m p o la
fatiga, se deja caer en su f o n d o , d o n d e , d a n d o g ra ­
cias al c ie lo , reposa sus sentidos en paz p o r algtm
tiempo.
La tem p e sta d , por fin , se a p a c ig u a ; las to rm en ta s
yv los vientos cesan de estrem ecer la m o n t a n a 7: las
aguas de los to rre n te s, con m e n o s ra p id e z , y a no
b r a m a n , y M olina siente c o rrer en sus venas el b á l ­
samo del sueño- Pe 10 u n ru id o m as te r r ib le <jue el
de las tempestades hiere sus oidos al m o m e n to m ism o
en que iba á d o rm irse .
Este ruido parecido al corte y q u e b ra d u ra d e los
pedernales, era el d e u n a m u ltitu d d e serp ien te s (1)
á que esta cueva servia de refugio. S u bóveda estaba
cubierta de estos réptíles h o rro ro s o s; de fo rm a q u e ,
enlazadas las unas con las o tr a s , fo rm ab an e n sus
m ovim ientos a q u e l ru id o espantoso- Alonso l e c o ­
noce; él sabe que el veneno d e aquellas se rp ie n ­
tes es el m as sutil d e todos; él sabe ta m b ié n q u e ese
veneno produce al instante e n todas las venas u n fue»
go que consum e, devora, y u n d o l o r in su frib le á
los que tienen la desgracia de ser picados p o r ellas.
E scáchalas; y a las cree ver a rra strá n d o se ni red ed o r
de é l , asidas de su cabeza, ó enroscadas sobre ellas
m ism as y prontas á ahogarle. S u c u m b e al fin agota­
do su v a lo r; yélasele la sangre d e m i e d o , y apenas 1

(1) Son las víboras que lla m a n los españoles d*


(Cascabelillo t
i$4 LOS INCAS.
$e atreve á resp ira r; de tal m a n e ra que si quiere
arrastrarse hacia la puerta de la c a v e r n a , se estrem e­
ce al considerar que puede tocar con s ü s m a n o s ,
c o n sus p ie s , ó de c u alq u ier m odo» alguno de
aquellos peligrosos aním ales. Yerto , tr e m u lo , in m ó ­
v il, rodeado de m il m u e rte s , pasa la m as la rg a no»
ch e en la mas tris te agonía , a n h e la n d o ver la l u z ,
culpándose á sí m ism o del tem o r q u e le tiene ena-
g e n a d o , y haciendo vanos esluerzos p o r su p e ra r su
flaqueza.
El dia que vino á ilu m in arle justificó su e spanto.
E l v¡ó en realidad to d o el peligro que había sospecha­
d o , viole aun mas terrib le . N o hobia o tra a lte r n a ti­
va que la de escapaise ó m o rir, ileune , aunque con tr a ­
b a j o , las pocas íueizas que le q u e d a n : levántase su a ­
vem ente, agobíase, y a p o y a n d o sus m anos sobre sus
trem ulas ro d illas, sale d e la c a v e r n a , tan desfigurado
y pálido com o u n espectro de su sepulcro. L a m ism a
borrasca que le había a rro ja d o en el p e lig r ó le preser­
v o de e l ; pues las serpientes h a b ía n te n id o ta n to te­
m o r de la to rm e n ta com o él m is m o , y el in stin to de
todos los a n im a le s , c u a n d o les ocupa el p e lig r o , les
m a n d a siem pre que dejen de ser maleficos.
L i serenidad del nuevo dia consolaba á la n a t u r a ­
leza d é lo s estragos de la noche. L a tie rra n o p a r e c ía
«¡no que se había escapado d e u n n a u fra g io , y p o r t o ­
das partos ofrecía vestigios d e él. M ontes que la v ísp e ­
ra se en cu m b ra b a n hasta las n u b e s , a h o ra estan e n c o r ­
dados h a c í a l a t i e r r a ; otros parecía que se e n c re sp a ­
b a n aun de espanto y d e h o r r o r . C olinas que A l o n ­
so hobia visto rodeadas de su floreciente v e rd u ra ,
co rtad a s de d esp eñ a d e ro s, le m an ife sta b a n sus flancos
despedazados. Viejos árboles d e sarra ig ad o s, precipi­
tados de lo a lto de las selvas, el p i n o , la p a l m a , el
gayac > el caobo y ei cedro estendidos , disem inados
LOS INCAS. ï 45
p o r la lla n u ra , la c u b ría n d e sus troncos t e n d i d o s y
de sus ramas quebradas* Pedazos d e peñas esparcidas
aquí y allí señalaban el c a m in o d e los to rr e n te s , cuya
m adre profunda estaba ro d e a d a d e u n n ú m e r o espan­
toso de a n im a le s , y a m a n s o s , y a crueles , y a tímidos»
ya feroces, que h a b ía n sido arrebatados y vueltos a
a rro ja r por las aguas m ism as.
Sin e m b a r g o , re tira d a s las a g u a s , rea n im á b a n se
los bosques y los cam pos con los rayos del sol n a cie n ­
te . E l cielo parecía babel* hecho la paz con la t i e r r a ,
y socorrerla en señal de favor y a m is ta d . T o d o lo
que aun respiraba volvía á gozar d e la vida: los p á j a ­
ro s, y los anim ales h a b ía n olvidado su espanto; pues
el p to n to olvido de los m ales es u n d o n que les h a d a ­
do la n a t u r a l e z a , al paso que este favor le h a negado
al h o m b re .
E l corazón d e A lo n s o , a u n q u e t a n o p t i m i d o d e l
m iedo y del d o l o r , to r n ó á se n tir m ovim ientos d e su
antigua alegría. P e ro n o tem ie n d o ya p o r sí m ism o ,
t e m b ló por la suerte d e sus com pañeros. L lám a le s á
grandes g r i t o s , y sus ojos los buscan in ú tilm e n te : ellos
oo vuelven á parecer á su v ista , y los ecos solos le res­
p o n d e n . i Ay ! esclam ó, ¡ y m is g u ia s ! ¡ y m is am igosj
¡ y o n o les e n cu e n tro ! H a b r á n m uerto sin d u d a. Mas
¿que m e he de hacer y o ? A estas palabras el jóven
creyéndose perseguido p o r u n a desgracia in e v ita b le ,
recayó en su a b a tim ie n to . P o r colm o de in fo rtu n io ,
tam poco e n c o n t r ó l o s víveres que h a b ía n t o m a d o , y
que necesitaba en vista d e la pérdida de sus fuerzas.
L a naturaleza p ro v ey ó á t o d o , facilitándole p o r a li­
m ento las m a n g l e s , las bananas y la oca. ( i)

( t) L a oca es una r a íz m u y sabrosa ?* los m a n g les


Y ia s b a n a n a s son f r u í a s *
l4<5 LOS INCAS.
D ilataba su vista cuanto p o d ia , b u scan d o lugares
h ab itad o s; m as n o encontraba n i n g u n o , ni cosa que
le diese el m e n o r indicio d e su existencia. Al fin , des­
cubre u n sendero practicado e n tre dos m o n te s, y con­
siderándose feliz de ver en él huellas h u m a n a s , reco­
b ra l a esperanza y la a le g r í a , sin que la obscuridad
del c a m in o í pues las peñas no daban sino estrecho pa­
so á los rayos d e la luz del d í a , le infundiese ningún
¿error. El instinto que pareció llevarle hacia nn lu g a r
e n don d e esperaba en co n trar á algunos d e sus semejan­
t e s , aceleraba sus pasos, y le hacia insensible á la fa­
t i g a y al peligro» S a le , al c a b o , d e aquel sendero p ro ­
f u n d o , y descubre una cam p iñ a s e m b ra d a toda d e ca­
b a ñ a s y ganados. Ya re sp ira , y lev a n ta n d o las m anos
al cielo, le trib u ta fervorosas gracias.
Apenas a p a re c e , cuando se ve rodeado de snlvages
a rm a n d o u n a algazara que él tom a p o r señales de ale­
g ría . Se a ce rca , y tiéndeles sus b ra z o s ; pero no vé so­
b re sus rostros la sencilla y candorosa dulzura de los
pueblos de T u m b e s ; su sonrisa m ism a es c r u e l ; sus
m ira d a s le parecen a n u n c ia r m enos la c u rio s id a d que
la co d ic ia , y su acogida , si bien a fe c tu o sa , tenia u n
n o se que de espanto. N o o b s ta n te , A lonso se entrega
á e llo s: — Indios les d ic e , y o soy estrangero ; pero
tm estrangei*o que os a m a . Com padeceos del a b a n d o n o
en que y o m e en cu e n tro . — Al paso que decía estas
p a la b ra s, observa que le cargan de lazos; redoblan
íos gritos d e a le g r ía , y condúcenle á l a a ld e a . Las
m uge ves salen de las c a b a ñ a s, llevando á sus hijos d e
las manos» C ercan el palo á que ata n á Alonso , y los
h o m b res le dejan e n m edio de ellas.
Conoció entonces que habia caído en poder de un
pueblo de antropófagos. AI atarle las m anos le des­
pojaron d e todo : 'tr is te presagio de la suerte que le
a g u a rd a b a ! Oia á los sal vages, esparcidos p o r la a l ­
LOS INCAS. i 47
dea, convidarse unos a otros al b a n q u ete ; a l rededor
de él , no le ocultaban lo que iba á s u c e d e r le : — H i­
jos míos, d e c ía n , c a n ta d : vuestros padres h a n t r a í d o
una rica presa , cantad , y os h a llareis en ei festín . —
Mientras que ellas se re g o c ija b a n , el in f e liz A l o n ­
so, pálido y trémulo» les m ira b a á la m a n e r a que e n
la agonfa m ira el ciervo d la m u e r te . L a n a tu ra le z a
hizo un esfuerzo sobre ella m is m a ; él r e ú n e las pocas
fuerzas que le d e ja b a e l m ie d o , y d ir ig ie n d o la p a la ­
bra á aquellas mugeres sal vages: C u a n d o vuestros hijos
están colgados á vuestros p e c h o s , les d i c e , y su p a ­
dre les alhaga , y se sonríe de a m i r , ¡ c u a n cru e l no
seria quien veniese á d esp ed a z aren vuestros b raz o s al
hijo y al p a d re , como vos vais á h a c e rlo c o n m ig o !
L a naturaleza os ha d a d o enem igos e n lo s anim ales
d e los selvas; á ellos es á q u ien e sd eb e is h a c e r la g u e r ­
ra , y en verter su sangre ; es e n lo que d e b e is h a lla r
placer de emplearos. Mas y o , q u e soy u n h o m b re ¡no­
cente y pacífico, y que n o os he hecho m a l a l g u n o ,
¿porque queréis m ancharos c o n la m ia ? U n a m u g e r ,
semejante á vosotras, m e ha n u tr id o con su leche. Si
ella estuviese aquí presente, la veríais tré m u la suplica­
ro s, p o r vuestras e n t r a ñ a s , q u e concedáis la vid a á
su desgraciado hijo. ¿ P o d ría is resistir á sus la m e n to s ,
y dejaríais d e g o llar á un h ijo e n los brazos d e su m a ­
dre? La vida m e im p o rta p o c o ; pero lo q u e m e lie--
g a a l a l m a , es el peligro que os a m e n a z a , y el c u id a ­
do de vuestra defensa c o n tra u n enem igo poderoso y
te rrib le que v e n d rá pronto á atacaros. S ab ién d o to y o f
iba á im plorar en Q uito el ausilio de los I n c a s . P o r el
a m o r vuestro, y o m e he expuesto e n este larg o y pe­
noso viaje al peligro d e ser hecho presa y despedazado
p ó r vuestras m anos. M ugeres in d ia n a s , creed que yo
soy vuestro a m ig o , el d e vuestros hijos y esposos.
¿D evoraríais la carne d e vuestro a m i g o , y beberíais
la sangre d e vuestro h e rm a n o ?
*48 LOS INCAS.
Las m u je re s , atónitas, le contem plaban escuchán­
d o l e , y su fiero corazón se conmovía p o r grados y se
ablandaba á su voz. L a n a tu raliza tiene para todos
los ojos dos encantos poderosísim os, siempre que se
encuentran reunidos, la juventud y la herm osura.
Desde el m om ento en que empezó á h a b l a r , su pali­
dez se disipó; las rosas de sus labios y d e sus m eji­
llas recobraron todo su b r il lo ; sus herm osos ojos n e ­
gros n o arrojaban aquellos ravos de fuego , de que
h ubieran centelleado en el a u ío r ó en la alegría: ellos
estaban lán g u id o s, y esta m is m a circunstancia h a ­
cia su espresion mas tierna. Las ondas d e sus la r ­
gos cabellos, flotantes sobre el marfil de sus brazos
encadenados, relevaban la b la n c u ra de e s t j s , y su
p o rte , su elegancia, su nobleza y ra a g e sta d , ju n to t o ­
d o á estas p re o d a s, le h a cía n u n agradable é in te r e ­
sante objeto. S í , en la co rte de E spaña m ism a , M o ­
lin a hubiera o b sc u re cid o s! lu stre de l a ju v e n tu d m as
h e rm o s a , ¡euanto m as r a r o n o debía de ser en tre
aquellos salvages el prodigio de su belleza! E n efec­
t o , los m ujeres fueron sensibles a e lla ; su corazón
p a lp ita , y el e n te rn ecim ien to so stitu y e , al in s ta n te ,
Á su a n te rio r fu ro r: d e fo rm a que aquellos n iñ o s que
ellas tra ía n p i r a a lim e n tarlo s con su s a n g re , les to­
m a n en sus brazos, les levantan á la a lta r a de é l , y
llo ra n a l ver que el cautivo les sonríe c o n t e r n u r a , y
les colm a <le besos.
E n este m o m en to se ju n ta n los indios en m a y o r
n ú m e r o . A rm ados de las cortantes piedras que ellos
saben afilar, ya se avanzaban s ó b r e l a v íctim a con la
im p a c ie n c ia de a b rirle las venas y v e r c o r r e r su sa n ­
g r e . Mas todas las m u j e r e s , a u n m as tré m u la s que
A lo n s o , le rodean por d e fe n d e rle con lastim osos a la ­
r id o s ; y te n d ien d o sus m a n o s á los salvages para con­
t e n e r sus golpes, les d ic e n : t r a t a d con in d u lg e n c ia á
L O S IK C À S. 149
£
ese jóven desventurado* E l es vuestro herm an o y vues*
tro a m ig o ; él os a m a , y quiere defenderos de un
enemigo cruel que viene á atacaros. P o r vosotros iba
á im p lo ra r el ausilío del rey de las m o n ta ñ as. D e ­
jadle v iv ir , pues él n o vive sin o p o r nosotros* Tales
gritos y t a n estraño lenguage asom bró á los in d io s ;
mas su in stin to feroz podía m as q u e todo* Ellos d e ­
voraban á Alonso con sus o jo s , y p ro c u ra b a n desasir­
se de los brazos de sus m ugeres para arrojarse sobre
él. l í o , t i g r e s , n o , les d ije ro n e llas, n o bebereis su
sangre, ó bebereis ta m b ié n la n u e s tra . A quellos h o m ­
bres feroces se contienen , é inm óviles se m ir a n unos
ó otros con a s o m b ro : ¿ E n que d e lir io , esclainaban ,
i i a p o d id o ese cautivo m eter á nuestras m u g eres? Y
v o so tras, insensatas, ¿ n o veis que no o sliso n g e a sino
con el íin de escaparse? Alejaos p u e s , y dejadnos d e ­
v o ra r e n paz nuestra presa. Si tocáis á é l , replicaron
e l l a s , nosotras juram os t o d a s , p o r el corazón del león
d e que habéis n a c i d o , que m atare m o s á vuestros h i­
jo s, Ies despedazaremos á vuestia vista, y nos los co­
m erem os nosotras m ism as. À estas p a la b ra s, las mas
luviosas, a g a rra n d o á sus hijos p o r los cabellos , y t e ­
niéndoles suspendidos de una m a n o , á la vista de sus
m a r i d o s , rec h in a b a n los dientes y d a b a n h o rrib le s
alaridos. Los tigres se e s p a n ta ro n : ¡Viva! d i j e r o n ,
viya ese joven e s tra n g e ro , pues que así lo quercis; y
al instante d e s a m a rra ro n á Alonso.
Luego dirigiéndose á é l , le h a b la ro n d e esta suer­
t e : — Nosotros vemos c la ra m e n te que tu posees el a r ­
te de los encantam ientos; m a s , á lo m e n o s , ¿enséñanos
cual es el enem igo que nos a m e n a za ? — *ün pueblo
c ru e l y te rrib le , Ies respondió Alonso* — Y tu ibas,
dicen nuestras m u g e r e s , á p e d ir al rey de las m o n ta ­
ñ a s que viniese e n nuestro ausilío? — S í , y con este
designio b e salid o d e T u m b e s ; tnas he perdido ini*
i5o LOS INCAS,
guias en el com ino. — Nosotros te darem os u n o , que
te llevará hasta el r i o , á la orilla del cual en co n tra­
ras un cam ino que te c o n d u cirá hasta su nacimiento*
P e r o , antes de i r t e , asiste á nuestro festin.
E r a este com puesto d e c arn ero s vivos que despeda­
zaban y d e v o ra b a n , com o iban á hacer con él m ism o,
c u y o recuerdo hacia que Alonso se estremeciese d e
horror* Sin e m b a r g o , tuvo bastante espíritu para
preguntar al cacique ¿si c u a n d o comia la carne ó be­
bía la sangre de ios hom bres , n o sentía una re p u g ­
nancia n a tu r a l? O Dios l e ó n , d ijo el salv ag c, u n des­
conocido no es para m í sino u n a n im al peligroso. P a ­
ra preservarme de é l , yo le m a t o , y m e lo como.
N ada hay en ello que n o sea ju sto , y y o n o causo per­
juicio en esto sino á las aves de rapiña.
Despues del festin , el cacique convidaba á Alonso
á pasar la n o ch e e n su c a b a ñ a , cuando las m uge-
res corrieron e n t r o p e l , y l e d i j e r o n : — V e t e , ellos
están ebrios, y se d u e rm e n . Y a han saciado p o r h o y
su apetito; n o aguardes á q u e , dispertando m a ñ a n a ,
se vean acom etidos p o r la h a m b r e . Nosotras les cono­
cemos. H uye; pues sino serás d e v o r a d o .— Púsose
e n cam ino con su nuevo g u ia , besando cien m i l ve­
ces las manos que le h a b ía n lib e rta d o .
LOS IINCAS. i5i

CAPÍTULO XXI.

SlC C C LA RELACION DE ESTE V I A G E . LLECADA

D S MOLINA Á Q UITO.

Acercándose Alonso á las orillas de la E sm eralda,


se maravilló al v e r, en la rib e ra opuesta, u n pueblo
num eroso embarcarse con sus m ugeres é hijos sobre
una (Iota de canoas. M an d a á $u guia que pase á n a ­
d o , y pregunte al pueblo si baja hacia A ta ca m cs, ó
si re m o n ta la E s m e r a l d a , y si q u ie re recibir en una
de sus canoas á u n estrangero a m ig o d e ios indios.
E l gefe de aquella colonia le envió á d e cir que re­
m ontaba el rio ; que n o se negaba á rec ib ir á un hora,
b re que se a n u n ciab a com o a m i g o , y que en pvue*
l>a de ello le enviaba una canoa p a ra que viniese á
hablarle él mismo*
Ya el joven, h a b ie n d o escapado de tan to s peli­
gros, n o tem ia n a d a ; d e fo rm a q u e , despidiéndose
de su g u ía , e u tra sin desconfianza alg u n a en la ca­
n o a , y pasa á la orilla opuesta.
¡ T u eres español, y tú te anuncias com o amigo
de los indios! d ijo le al verle el gefe de aquella tro ­
pa de salvajes.— S í , soy e sp a ñ o l, respondió Alón-
so: y y o d a ria to d a m i sangre p o r la salud de lo¿
i 52 LO S IN C A S.
indios* Su ínteres es el que únicam ente me tmte*
ve*.*. D iciendo estas polainas, sus ojos apercibieron
u n a /¡gura que los indios llevaban al lad o del ca­
cique. M írala Alonso co n m o v id o ; la sorpresa, la
alegría, el enternecim iento, suspenden su relación,
y le im piden el h a b la r. E n aquella im agen ve las
facciones, y reconoce el trage y la actitud de Las
Casas. — ¡ A h ! dijo con una voz trém ula» ¿ n o es
ese Las Casas? ¿ n o es él á quien aquí se venera
com o a u n dios? C o rre entonces y abraza ln esta­
tua*— É l m ism o es, dijo el cacique: ¡que! ¿ tú Je
conoces? ¡O h ! ¡si v o le conozco! no le había de
conocer SÍ él es q u ie n , con sus desvelos, sus lec­
ciones y sus e je m p lo s , h a fo rm ad o m't ju v en tu d ?
¡A h! tos sois* todos am igos m í o s , pues que sabéis
apreciar su $ v irtu d e s , y conserváis la m em oria de
ellas. D iciendo estas palabras, se ecba en los b r a ­
zos del c a c iq u e .— ¿ D e donde venís? a ñ a d ió ; ¿ d o n ­
d e le habéis dejad o ? ¿ y . cual es el prodigio que
aq u í nos re ú n e ? D os herm anos que u n a am istad
santa hubiese u n id o desde la c a n a , n o hubieran
experim entado movimientos m as dulces a l re u n ir­
se despues d e una larg a ausencia.
— P u e b l o , dice C a p a n a , el español que encuen­
t r o en estas playas es a m ig o d e L as Casas. — A l
instante el pueblo se apresura á m anifestarle el
p lacer que siente al p o se e rlo .— T u eres a'migo de
L a s C asas, ven con n o so tras, le dicen las mugeves
in d ia s , nosotras te servirem os con esm ero; y en
to n o sencillo y a la g ü e ñ o , le convidan á t o m a r des­
canso* E n tr e ta n to , una d e ellas va á la orilla d *4
r i o , saca una agua m a s fresca j m as pura que el
c r i s t a l , y viene con ella á lav arle los pies: otra
d e se n re d a , peina y ata sobre su cabeza las ondas
esparcidas d e sus largos cabellos¿ o t r a , lim p iá n d o le
LO S IN C A S . ió 3
el polvo que cubría su r o s t r o , le m ira detenida­
m e n te , y a d m ira su h e rm o s u ra .
Alonso enterneció al cacique haciéndole el elogio
de Las C asas, y el cacique le c o n tó el viage del
h o m b re justo al valle que le servia de asilo. ¡A y ¡
añadió el salvage, ¿ lo creerás t u ? E i español á
quien dim o s la vida á instancias d e Las Casas, es
el que nos ha p e r d i d o .— ¡C o m o ! ¡a q u e l! — S í , él
m ism o. — ¿ E l desdichado o$ ha v e n d id o ? — O h no:
aquel joven era b u e n o , a u n q u e h ijo de u n padre
m uv aleve. Hízole espiar sus pasos c u a n d o se vol­
vía con n o so tro s; y , descubierto n u e stro asilo , fuer­
za fue a b a n d o n a rlo . C an sad o s ya d e vernos perse­
guidos, buscamos u n refugio en el reino d e los
Incas. V am os ¿ Q u ito , y , para evitar los m o n te s ,
hem os to m a d o esta v uelta t a n l a r g a . — Y y o t a m ­
b ién voy al m isin o p u e b lo , d ijo M o lin a ; y contóle
com o se había d e te rm in ad o á d e ja r a P i z a r i o , con­
m o v id o de los m ales q u e am enazaban á los pueblos
de aquellas costas; y que su viage ahora tenia por
objeto el ir á ver á A ta lib a p ara llam arle en su
auxilio.— ¡ A h ! le d ijo el c a c iq u e , y o r e c o n o z c o
en tí a l d ig n o am igo del v a ró n ju s to : m e parece
que tienes en los ojos u n a centella d e su a lm a . Sé
nuestro g u ia ; preséntanos al In c a com o am igos t u ­
y o s , y respóndele de n u e s tro zeío.
E m b árc an se , y cuando cerca d e l n a cim ien to del
rio sus aguas no sufren y a las canoas, siguen to ­
dos el sendero que atraviesa la espesura de Jos
bosques. Las raíces, las frutas silvestres, los p á ­
jaros heridos en s u vuelo p o r las flechas de los
in d io s, la liebre y el g a m o tím id o alcanzados en
su carrera, ó cogidos e n los lazos que se Ies te n ­
d ía n , sirven de a lim e n to á este pueblo numeroso*
Despues d e haber su p e ra d o cien veces los t o r ­
i5 i LOS INCAS.
rentes y precipicios, ven al fin , aclararse las sel­
v a s , y la esterilidad sucede á la fecundidad de
aquella tierra» E n lu g a r d e aquellos bosques espe­
sos, donde la tie rra feraz prodiga y pierde los
frutos de una loca a b u n d a n c ia , el ojo n o descu­
b r e mas a ll á sino arenales secos y rocas calci­
n a d as.
A t a l aspecto se espantan los in d io s , y el m ism o
A lonso se estremece. P e r o , apenas han lle g ad o á
la falda de la m o n ta ñ a , parece que se levanta una
c o r tin a , y descubren el valle de Q u ito , q u e es la
de licia de la n a tu rale za . J a m á s conoció este valle la
a ltern a tiv a de las estaciones $ el invierno jam ás le
h a despojado de sus risueños v e rg e le s , ni tam poco
el estío h a enardecido sus cam pos. El la b ra d o r es­
coge en él el tiem p o del cultivo y de la siega. U n
solo sulco separa allí la prim avera d e l o to ñ o ; el n a ­
cim iento y la m adurez se to c a n en tre s í , y el á r ­
b o l reúne sobre unos m ism o s ram o s l a flor y el
r u to .
Los in d io s, con M olina á su fre n te , se a d e la n ta n
hacia ios m uros de Q u ito , suspendido el arco al escu­
d o , y asiendo de las m anos á sus hijos y m u g eres,
e n señal natural de paz. F u e á fas puertas de la ciu­
d a d u n espectáculo nuevo al ver to d o un pueblo ve­
n i r á pedir la hospitalidad. El I n c a , desde el m o m e n ­
to que se le anuncia su lle g a d a , m anda que le in tr o ­
d u z ca n , y lleven delante de él. E l m ism o sale con la
d ignidad de un r e y , seguido d e un a co m p añ am ien to
n u m e ro s o , se adelanta hacia el pórtico, y allí recibe
á los estrangeros.
E l joven español, que m a rc h a b a al lad o del caci­
q u e , saludó al m o n a rc a , é iba á h a b la rle ; mas i n ­
terrum piéronle los aves y alaridos de los mejicanos,
jC ielos! d ije ro n , juno de nuestros opresores!— S í ,
LOS IJíCAS. i55
prosiguió O r o z i m h o , y o reconozco los Facciones y
el trage J e esos b á rb a ro s. I n c a , este h o m b re es cas­
te lla n o : D éjam e vengar m í p;vtiia.— D ic ie n d o estas
palabras, tendía el a rc o , é iba á atravesar á M o lin a .
El Inca pone la m o n o sobre la fle c h a :— C a c iq u e , le
d íjo , m o d e ra d vuestra ira . In o c e n te ó culp ab le, cu al­
quiera h o m b re que llega en to n o h u m ild e y supli­
cante, m erece p o r lo m enos que se le oiga. H a b la ,
díjo á M o lin a ; dínos ¿quien e res, d e donde vienes,
lo que aqui te t r a e , y lo que quieres d e m i ? G u á r ­
date sobve todo d e e n g a ñ a rn o s, y si tu eres castella­
no, no te asom bre el h o r ro r que tu vista sola inspi­
ra á la fam ilia d e M otezum a.
— ¡Cierto, justo es su resentim iento, y m i sangre
fuera poca para p a g a r to d a la que se h a d e rra m a d o
de ellos! S í, y o soy castellano; soy u n o d e los b á r ­
baros que han llevado el y e rro y la lla m a a aquel
desdichado c o n tin e n te ; pero y o detesto sus furores*
y por Jo m ism o he ab an d o n ad o su flota. Yo soy a m i­
go de los in d io s; y he v e r tid o aquí p o r m edio de los
desiertos para in fo r m a rte de los m ales que a m e n a ­
zaban á tu patria. I n c a , >$i c o m o se nos asegura , la
justicia reina e n tu casa, si la h u m a n id a d b e n é fi­
ca es el a lm a de tu s le y e s , y la v irtu d es tu im p e ­
rio, y o ofrezco el corazón d e u n a m ig o , el brazo de
uu guerrero, los consejos de u n h o m b re instruido
de los peligros que te am enazan. Mas si y o hallo^
en estos clim as, ultrajada l a n a tu r a le z a poi leyes ti­
ránicas, p o r u n culto i m p i o y sa n g u in ario , Vo te
abandono, y m e voy á v iv ir al fo n d o de los desier­
to s, en m edio de las fieras, que son menos crueles
que los hum anos. C uanto al pueblo que t e conduz­
co, y o n o conozco de él sin o su veneración por u n
castellano, am igo m ió , el m as virtuoso de los h om ­
bres. Yo m e le he e n co n trad o en las riberas de un
T omo I» i6
ï 5(5 LOS INCAS.
r io , llev an d o consigo la im a g e n <le este respetable
mortal* Vela a h í ; yo l a conocí ai instante* y desde
entonces he sido am igo d e u n pueblo virtuoso en el
m is m o , pues q u e adora l a virtud. C on el favor de
su auxilio generoso, he podido llegar hasta t i . Yo
te aseguro que este pueblo es sensible, ir teresante,
y d ig n o de la protección q u e im p lo ra . E l h u y e de su
país* que los b árb aro s d e s tr u y e n ; y he aquí á su
cacique* h o m b r e g e n e ro s o , se n c illo y ju s to , del cual
harás tu a n a m ig o si eres capaz d e conocer el va­
lor de un a lm i grande.
L a franqueza y la m i g n a n i m i d a d tie n e n u n c a rá c ­
te r t a n p re e m in e n te é im p o rta n te en *í m is m o , que
al m ostrarse ellas a le ja n la desconfianza y las sospe­
cha s. E n e fe c to , despues que M olina h a b l ó , Ataliba
le te n d ió l a m a n o : V e n , l e d t j o , g u errero amigo»
t u valor y tu s consejos se rá n b ien re c ib id o s d e m i.
T u estim a c ió n h a c ia ese c aciq u e y h acia su pueblo
m e es u n g a ra n te d e su fe, y y o n o exijo d e él otra
seguridad*
M andó al p u n to que se tuviese c u id a d o d e prove­
e r á todas las necesidades d e sus nuevos súbditos.
C onstruyóse p ara ellos u n a -a ld e a e n u n fértil valle,
y M olina y el c a c iq u e , recib id o s y alo jad o s en el
palacio d e los hijos d e l S o l , p a rtie ro n en tre si con
los m ejicanos la confianza y el favor d e l m o n a rc a
per uanov
LOS INCAS i57

CAPÍTULO X X II.

P lZ A R ftO , D E REGRESO i P A N A M A , TOMA L A RESOLUCION

1) Z tft A ESPAÑA P A R A H A C E R AUTO RIZAR Y FAVORECER

su em presa .-— D orante $0 v ia g e , alvarado , go­

bernador DE LA P R O V I N C IA DE G U A T E M A L A > EN BL

REINO DE M E J I C O , CONCIBE E L PROYECTO D E INTENTAR

L,l CONQUISTA D E L P E R U , Y A E S T E F I N E N V IA ¿ E L CHT

NAVIO LLEVANDO Á SO BORDO A L A H E R M A N A Y A L AMIGO

DE OROZIMBO; MAS E S T E NAVIO, ENGOLFADO EN EL

mar del son* e sp e r imenta una grande calma , y

DE CONSIGUIENTE UN R E T A R D O EN EL V IA G E-

P lz a rro , de vuelta a l I s t m o , n o e n c o n tr ó a llí sino


corazones helados y cansados d e s u f r i r desgracias.
Conoció entonces que p a r a im p o n e r silencio á l a e n ­
vidia, é in fu n d ir á n im o á los que ya l o h a b la n casi
p e rd id o , -su voz sola n o serviría d e n a d a , y esto le es­
tim uló á to m a r l a resolución de i r é l m ism o á la
corte de E s p a ñ a , e n l a cu al creía que l e escucharían
m ejor.
Este larg o viage d ió tie m p o á u n riv a l ambicioso
para in ten tar él m is m o la e m p resa ; y este riv a l fué
Alvarado > u n o d e los c o m p añ ero s d e C o r té s , a u lugar-
i 58 L O S m e AS.
te n ie n te , y e! que m as se había señalado en la c o n ­
quista d e Méjico.
La provincia de G u a te m a la h a b ía sido el prem io
de sus hazañ as; g o b e r n á b a la , ó mas bien dom inaba
en ella com o m onarca. P e ro cada din m a s insaciable
d e riquezas y g l o r i a , m ira b a las regiones del m edio­
d ía con ojos ambiciosos^
E n el reparto de las t i e r r a s , habían caído en su po­
d e r A m azili y T c la sc o , la h erm an a y el am igo de
O r o z i m b o , amantes a fo rtu n ad o s e n su desgracia , pues
<jue vivían y lloraban ju n to s ; estaban amavrados á
u n a m ism a c a d e n a , y se a y u d a b a n uno á o tro á so­
brellevarla. T eníales cautivos A lv a r a d o , y habiendo
sabido p o r u n in d io q u e , O ro z im b o y los sobrinos de
M otezum a que se h a b ía n escapado del y e r r o d e l ven­
c e d o r , ib an á b u sc ar u n a silo en tre los m onarcas del
m e d io d ía , cuyas riq u e za s le p o n d e ra b a n , concibió
« n a esperanza que fué bastante p ara encender su
ambíoion*
T e n ia consigo á u n c a s te lla n o , lla m a d o G ó m e z ,
h o m b re a c tiv o , a r d ie n te , y tan p ru d e n te c o m o a u ­
d a z . Yo tengo form ado u n gran p r o y e c to , le d ijo , v
quiero confiártelo. Hasta aquí no hemos trabajado uno
y otro sino por la gloria de C ortés; de forma que
nuestros nom bres se p ie rd e n e n la brillantez del suyo*
Se trata ahora de ig u a la r , y aun de borrar el h o n o r
d e su conquista-» Al m ediodía de este nuevo m u n d o ,
h a y un im perio mas d ila ta d o y o p ulento que el de
■Méjico; llám ase el rein o de los In c a s. Los sobrinos
d e M otezuma esperan e n c o n tra r asilo en é l , y y o me
prom eto ganar por su influjo la confianza del m o n a r­
c a , cuyo apoyo van á im plorar. E l joven y valiente
•Orozimbo se halla a su c ab eza; su h erm an a v el a m a n ­
te de esta estan en el n ú m ero de m is esclavos : no
puede haber cosa mas tierna que s a m u tu a a m is ta d ,
LOS INCAS. i5 9
y aquel que Ies prometiese el re u n irie s, lo consegui­
ría todo fácilmente. U n a nave te aguarda sobre la
playa, con cíen castellanos de los m as determ inados.
Lleva contigo á mis c au tiv o s, A m azili y T e lasco í
trátalos con d u lz u r a , con a te n c ió n y caric ias; desem­
barca en las costas del m e d io d ía ; envía á la corte da
los Incas á d a r aviso á O ro z im b o que la lib ertad de
su h e rm a n a y de su a m ig o depende de tí y de el m is ­
mo ; que ellos le ag uardaban sobre tu nave, y que el fa­
vor de Jos Incas, el perm iso de e n tra r en su país, y la bue •
n a inteligencia que puede establecer en tre ellos y noso­
tro s, es el precio que y o le pido p o r el rescate délos dos
esclavos que tú llevas el encargo de d ev o lv e rle . T ú
conoces de cuanta im p o rtan cia es esta n e g o ciació n ;
por lo que es in ú til que te recom iende el a rte de
d i r i j i r l a , que pende de las atenciones que tú tengas
con los esclavos, á q uienes, sin em bargo , debes guar­
d a r cautelosamente en rehenes hasta que sea c o n clu i­
da. Así lo espero de tu sabiduría , prudencia y v a ­
l o r , y desde m añ an a m is m o puedes em prender el
viage.
Inm ediatam ente hizo v en ir á los dos a m a n te s , y
les dijo: Ea , pues, idos á re u n ir con O ro z im b o ; yo
os vuelvo á é l ; y sabed que vuestro rescate está e n
sus manos.
Atónitos Am azili y Telasco al o i r esta inesperada
nuevo, palpitaron sus corazones de a leg ría; mas si
bien contem plaban sus almas el beneficio d e ta n e$-
t r a ñ a re s o lu c ió n en la conducta de Al varado, co a
todo recelaban que esto fuese a lg u n lazo que se les
tendía. Ellos te m b la b a n , se m ira b a n uno á o t r o , y
exam inaban con sus ojos el sem blante de su a m o ,
para ver si podían d e scu b rir en él lo que le movía
á d a r este paso. Al fu i, dícele Am asili : — Á rbitro
«íes de nuestra s u e rte , y de ti pende nuestra felici-
i(5 o LOS T?CCAS.
dad ó nuestra d esd ich a; t u nos prom etes l a -prim era...
¡Que cruel serias si nos engañases! m as t a m b ié n A
¡cuan generoso seria tu corazón si el fuese quien nos
hablase! — M irad que n o os e n g añ o , replicó el cas­
tellan o : n o es propio sino de los cobardes el in su ltar á
los d é b iles, y burlarse de su desgracia: y o sé respe­
ta r lo que os debo p o r una y otra circu n sta n cia. Yo
m e compadezco v erdaderam ente d e la suerte de este
im p e r io , y m e la s tim o a u n m a s de la vuestra en p a r­
tic u la r , porque considero q u e vuestra elevación pasa­
d a delie haceros mas sensible la calda. C r e e d , pues,
en mis prom esas; pronto las veveis c u m p lid a s .— ¡Ah!
di jóle T elasco, y o te b e visto llevar el in cen d io al
álcazav de m is p a d re s; tus m a n o s las he visto
ch o rrea r con la sa n g re de m is am igos; en fin , tu
m e has cargado de c a d e n a s , lo que es, el colm o de
la ig n o m in ia : pero, p o r grandes que sean los males
que nos has h e c h o , y o les o lv id aré, yo te los perdo­
n o to d o s; y lo que no se creerá acaso, ¡y o te ado-
ravé y reverenciaré m ien tras v iv a , á tal punto tu me
enterneces1 Ves que hasta aqui solo te he pedido la
m u erte; mas ahora yo me prosterno á tus pies para
besarlos y regarlos con mis lágrim as.
A b n z ó le s Á lvarado con sem blante de se n sib ilid a d
a fe c ta d a , y les dijo con sim u lac ió n : Si sabéis ag ra­
decer mis beneficios, el único precio que y o os pido*
p o r ellos es el de darlos á conocer al valiente O r o z im -
bo. D e c id le , pues, que si y o sé v e n c e r , ta m b ié n sé
m ere c e r la v ic to ria , y tr a ta r b ien á m is enemigos
cuando les h a d e sarm a d o la paz. A l punto los dos
cautivos son conducidos á la p la y a , don d e los e m b a r ­
can sobre una nave que da á la vela al am anecer del
siguiente día.
La navegación fué bastante apacible hasta las c e r­
canías de las islas de los G alápagos; m as allí se le-
LOS INCAS- 3 6 «
V á ñ tó un viento f u e r te , q u e venia del oriente a l n o r ­
t e , al cual fue preciso o b e d ec e r; d e fo rm a que se v i e ­
ron engolfados en uri piélago que liusta entonces n o
liabia visto bageles. Diez veces d ió l a vuelta el s o l ,
sin q u e se apaciguase la furia d e a q u e l v i e n t o ; m as al
fin se aca b a , y sucede una p ro fu n d a c a l m a . Sin e m ­
b a rg o , las o la s , violentam ente r e m o v i d a s , perm ane­
cen aun en agitación t e r r i b l e . S e r e n a n s e , y sobre
una m a r in m o b le , la n a v e , cual si estuviese encade­
nada , busca in ú tilm e n te er. los aires u n soplo que la
m u ev a : cíen veces desplegan la s v e la s , y otras tan tas
caen sobre los arboles del b u q u e . L as a g u a s , el cielo,
un horizonte tan d ila ta d o que se p ie r d e de v ista , un
vacío p ro fu n d o y sin lim ite s , el s ile n c io y la i n m e n ­
s id a d , tal fue el triste espectáculo q u e e n ta n estraño
emisferio se presentó a la ‘vista d e todos los navegan­
tes. Consternados y yertos d e e sp a n to , n o piensan si­
no en p ed ir al cielo huracanes y b o rrascas; mas é i,
ta n insensible c o m o el m a r m is m o , n o les ofrece por
todas partes sino una horrible se re n id a d . Pásanse dias
y noches en esta tra n q u ilid a d fu n esta. E l s o l , cuyo
resplandor naciente re a n im a y regocija la t i e r r a ; las
estrellas cuya centelleante luz tan to e n can ta por lo c o ­
m ún á los m a rin e ro s; el líquido c r is ta lin o de los
a g u ss, que con 'tanto placer c o n te m p la m o s sobre la
playa cuando vemos su reflejo de p lata m ezclado con
el colov azul de los cíelos; to d o se convierte en u n
espectáculo de h o r r o r ; todo , e n fin , c u a n to en l a na -
turaleza anuncia la paz y la a l e g r í a , n o Meva aquí
sin o las señales del e spanto, ni a n u n c ia o tra cosa que
la m uerte.
E ntre tan to vanse acabando los víveres; acórtense
las raciones, v ya n o se d istrib u y e n sin o con lina ma­
n o severa y avarienta. La naturaleza , que ve agotarse
la* fuentes de la vida , au m e n ta su codicia ; y m ie n -
tO* LOS JISCAS.
t vas mas se d ism in u y en los socorros, m as crecían las
necesidades. A la p e n u ria , al f in , sucede la h a m b r e ,
ni al cruelísim o sobre la t i e r r a , pero azote m il veces
m a s t e r r i b le sobre el anchuroso abism o d é la s aguas;
pues al m enos sobre la t i e r r a , algunos rayos de espe­
ranza pueden e n g a ñ a r el d o lo r y sostener el á n im o ;
m as en m edio de u u inm enso p ié la g o , l e ja n o , soli­
tario y c irc u n d a d o d e la nada , el h o m b r e , abando­
n a d o de to d a la naturaleza , n o tie n e siquiera la ilu­
sión para salvarse d e la desesperación que le acomete.
E l contem pla com o u n abism o el espacio espantoso
que le aleja de todo s o c o rro ; p iérd en seen él sus pen­
sam ientos y votos , y n i aun la voz d e la esperanza
puede llegar á consolarle-
Los primeros accesos de la h a m b re se hacen sentir
sobre la nave ; cruel alternativa d e d o lo r y de rabia
en que se veían aquellos infelices. E ste n d id o s sobre
los bancos, lev a n ta n d o sus m anos al c i e l o y dando
alaridos la m en ta b le s, ó c o rrie n d o despavoridos y fu­
riosos de proa á popa y d e popa á p r o a , pidiendo que
á lo menos la m u erte viniese á poner fin á sus sufri­
m ientos. G o m e s , p á lid o y desfigurado, se manifiesta
en m edio de aquellos espectros, cuyos to rm en to s
com parte; mas por u n esfuerzo de v a lo r, violenta su
naturaleza. E l habla á sus soldados, les a n i m a , les
a p a c ig u a , y procura inspirarles un resto de e s p e ra n ­
za que y a c í m ism o ha perdido.
S u autoridad , su ejemplo y el respeto que infunde
en los ánimos d e t o d o s , suspende p o r u n m o m en to
su furia. Mas pronto se renueva e s ta , cual el fuego
de u n in cen d io ; y uno de aquellos infelices dirigién­
dose al capitán G ó m e z , le habla con estas terribles
palabras:
Sin necesidad , sin d e lito , ó á lo menos sin rem o r­
d im ie n to s p o r nuestra p a r t e , hemos degollado á m i -
LOS INCAS. i63
llores de m ejic a n o s: Dios nos los había e n tr e g a d o ,
decíase, c o m o otras tantos v í c t i m a s , c u j a sangre nos
era p e rm itid o d e r r a m a r . Mil veces se nos ha d i -
cbo que u n infiel y una fiera eran iguales delante de
Dios. T ú tienes en tus m a n o s dos saivages, dos iniie-
les; y pues que ves la estrem idail á que estamos r e d u ­
cidos, pues la h a m b r e d e v o ra nuestras e n tr a ñ a s , e n ­
tréganos á osos d e sv e n tu ra d o s, que com o nosotros n o
tienen y a sino pocos m o m en to s que v iv ir, y á los
cuales la religión te m onda posponerlos á nosotros, y
motarlos porque vivam os.
— Si pudiese salvaros este recurso, les respondió
G ó m e z, y o no d u d a ría u n m o m e n to en ceder á vues­
tros ru eg o s, aunque m e estremezco al pensar lo q u e
puede la ley de la necesidad ; esperemos algunos días
m a s , amigos m ío s , n o n o s lisongeérnos: á menos que
Dios haga u n m ilag ro p a te n te , pereceremos. Ya la
hv>ra se acerca. El cielo es testig o ; im plorem os su
ausii¡o. — Consternóles esta respuesta, y cada c u a l,
alejándose triste y silencioso, fue á entregarse á la
desesperació'^ que le roia el corazón.
En u n rincón def Sagel estaban lánguidos y ta c i­
turnos Amazili y Telasco p^ro mas acostumbrados
que los otros a p a d e c e r, su fría ^ «¡os trabajos sin que­
jarse; solamente se m irab a n uno á o t f ? c on ojos e n a r­
decidas y m ovibundos, d ic ie n d o : Ya no vCTveré á
v e r a mi h e rm a n o ; y a no veré mas á m i amigo.
Los castellanos, con semblante feroz y s o m b río ,
vagaban al rededor de ellos, m irándoles con furor»
Telasco, cuando veía que alguno se acercaba, obser­
vando sus m ir a d a s , sus deseos, sus alaridos y los m o­
vimientos de rabia que no podían contener, creía
verles, cual tigre ham briento y furibundo, prontos
á despedazar á su a m a n te ; de forma q u e , á la m a n e ­
ra que una leona guarda sus cacborruelos y los deficn-
Tosto I . xl
i6 j LOS INCAS*
d e , asi e! joven Telasco g m r d a b a y d e f e n d ía á su ado­
r a d a A m azili. Sus ojos y siem pre c en te llea n tes, estaban
sin cesar abiertos sobre ios castellanos para ob serv ar
sus movimientos* S i a lg u n a vez se veía forzado á r e n ­
dirse al s u e ñ o , se estrem ecía y estrechaba en sus b r a ­
zas e! .ídolo de su a m o r . Yo n o puedo m a s , le decía ;
m i s ojos se cierran á posar m ió ; y o n o puedo v ela r e n
tu defensa. Los crueles ap ro v e c h arán acaso d e los
instantes d e m i sueño p ara a g a rra r su presa. T e n g á ­
m onos abrazados fu ertem en te , q u e rid a d e m i a lm a ;
y á lo m enos tus gritos m e d esp erta rán .
G óm ez m is in o , observando su g e n te , Iiízola d a r
atgun refrigerio con los cortos víveres q u e le q u e d a ­
b a n ; con lo que cousiguíó el aplacarlos en a lg u n t a n ­
t o , d u ran te aquel día te r rib le . Llegó la noche , y no
fue tu rb ad o su reposo sino p o r gem idos: to d o estaba
consternarlo, y to d o p e rm an e c ía tra n q u ilo .
Ám azili con voz d e b ilita d a , estrechando la n ia r .a
de T e lasco : A m igo m ió , le d i jo , si estuviéram os so­
lo s , y o te pediría que m e evitases una m u e \c e l e n ­
t a ; sí, te pediría que m e matases pava a l i m e n t a r t e ,
y yo seria m uy feliz de tener £ov Sepultuia el pecho
de mi a m a n t e , y de p r o l o g a r su vida con la m ia.
P ero esos bárbaros te Arrancarían mis m iem bros pal**
pitantes, y , a e je m p lo , creerían poder despeda-
f «

zaíte A ti ïnísm o, y devorarte despues. V e aquí lo


fl’Ae rae hace t e m b l a r . — O t u , le respondió Telas­
co , tu que m e haces aun a m a r la vida, y resistir á
tantos m ales, ¿que es lo que y o te he h e c h o , para
desear que te sobreviva u n solo instante? si fuese un
bien el prolongar los días de lo que se a m a , sacrificán­
dole los suyos, ¿crees tu que yo hubiese tardado ta n ­
to en atravesarme el seno, en cortarm e las venas y en
alim entarte con m i sangre? Es menester que m u ra ­
mos juntos; he aquí el unico consuelo que nos deja
LOS INCAS. í 65
tviestro b á rb aro d estin o . T u «res la mas d é b il, y sin
<ludi alguna tu perecerás la p r i m e r ''; entonces, si
aun me q u ed a alg u n a fu erza , y o pegaré mis labios a
los tuyos y e rto s, y para salvarte de los uUragcs de
es is fieras h a m b rie n ta s , y o te a rra stra ré hacia la p o ­
p í , te estrecharé e n m is brazos, y nos dejarem os
caer en el abism o d é l a s o n d a s , c u d o n d e seremos
sepultados.— Con este pensam iento se alivió su d o ­
lo r; y aquel piélago p r o lu n d o , q u e estaba ya para
tra g arlo s, llegó á ser para ellos un p u e rto seguro de
salvación.
Ai ra y a r el d ía, se levantó u n a i recito fresco que
vurive la esperanza y la alegría e n todos los co ra­
zones. M as, que esperanza, ¡ay ! A q u e l suave záfiro
se convierte en vendabal fu rib u n d o q u e , im pidien­
do su vuelta hacia el o r ie n te , va á arrojarles sobre
u n m a r lejano d e las costas. Sin e m b a r g o , m irábase
esto com o m il veces m enos te r r ib le que el m ortal
repodo ,* y fuese cualquiera el c a m in o que se había
d e seguir, ellos le c o n te m p la n y a c o m o u n m edio
de libertarse y salvarse.
Preséntase la vela á u n viento t a n deseado; h ín ­
chase al punto; estremécese el b u q u e , y sobre la
superficie undosa del m a r , ta n to tie m p o in m ó v il,
vase señalando un dilatado surco. E l aire n o resue­
na con ios gritos que o rd in a ria m e n te aco m p añ an la
partida: la debilidad de los m a rin e ro s n o les per­
m ite o tr a cosa q u e ay es y m ov im ien to s de gozo.
Vogan sin e m b a r g o , hienden L lla n u ra h ú m e d a ,
n n s sin perder de vista el horizonte p o r sí pueden
descubrir alguna señal de t ie r r a . E n fin, desde lo
alto del juanete m a y o r , un m a r in e r o cree ver u n
p u n to fijo cerca del h orizonte.
Dirígense á él todos los ojos, c o n o ce n ya que ea
una isla; el piloto se lo aseg u ra, y todos esperan im -
166 I O S IK C À S .
pacientes; los corazones afligidos se desahogan, c o r­
rer» las lágrimas d e a le g ría , y cuanto mas se atircvi;
la d ista n cia , mas se a u m e n ta la confianza.
G óm ez, ocupado e n te ra m en te en re a n im a r sus sol­
dados desfallecidos, Ies hace d is trib u ir los pocos ví­
veres d e reserva* A m ig o s, les d ic e , ántes ile anoche
c e r estarem os en t i e r r a , y o lvidarem os todos nuestro
trabajos.
Este socorro fue Inútil á la m a y o r parte de los es­
pañoles; sus ó rg a n o s , fuertem ente d e b ilita d o s, habían
p erd id o to d a su actividad. L os unos m o ría n devoran­
d o el pan con horrorosa ansia; los o tro s , furiosos de
rabia por n o poder ya tra g a r el a lim e n to que se los
p re se n ta b a , m aldecían la p ied a d m ism a que les habia
hecho abstenerse de la carne y de la sangre hum ana.
Algunos de ellos, suavizados p o r la flaqueza y el su­
frim ien to , libres de las p a sio n e s, vueltos á la n a tu ­
raleza, curados de aquel d e lirio espiritoso en que e*
fanatism o y el orgullo les h a b ia su m e rg id o , detesta­
b a n sus errores y sus preocupicíones b á rb a ro s; y h u ­
m anizados y a , veían en fui que aquellos d esv en tu ra ­
dos indios eran hom bres com o ello s, y se estrem ecían
al acordarse que les hubiesen m altra ta d o ta n cruel y
vilm ente. Aquellos te n d ía n sus m anos al cielo implo­
ra n d o su misericordia, esotros volvían sus ojos m ori­
bundos hácia los esclavos m ejicanos, y en su rostro
se veían las señales dolorosos del arrepentim iento.
U n o de ellos, haciendo un postrer esfuerzo, se arras­
tr a hasta los pies de Telasco» y con una voz cortada
p o r las ansias terribles de la m uerte: p e rd ó n a m e , her­
m a n o , le d ic e , y á estas palabras expira.
LOS INGAS. i67

CAPÍTULO XXIII.

ARAlVADA i LA ISLA CRISTIN A.

E n tr e tan to se a p ro x im a n á la costa ; ven se flores­


tas verdosas «levarse sobre el ni^el d e las a g u a s : no
eran o tra cosa que las is h s que después s i han hecho
célebres I k *j o el n o m b re de Mendoza. A rrib a n v ven
srdir de u n canal que separa estas islas afortunadas,
ir.a m uchedum bre «le barcas que cercan el navio. H á­
llense llenas d e sal vages, d e una jovialidad y una
herm osura p o rte n to sa , casi desnudos, sin a r m a s , y
trayendo en su m i n o r a m o s verdes, sobre los que fluc­
tuaba uu velo b la n c o , en señal de pnz y buena acogida.
La desgracia L ibia a b lan d ad o los corazones d e los
castellanos, y hecho deponer su fiero o rg u llo . A r r o ­
jados en un piélago in m e n s o , y desam parados t o t a l ­
m e n te , habian a p re n d id o á a m a r los h o m b re s ; pues
el sentim iento de La necesidad es el p rim e r vínculo de
la sociedad. P a ra ser h u m a n o , es m enester Jiabcise
reconocido d é b il. E ntern ecid o s al ver la acogida bon­
dadosa q u e les hacían los salvagos, responden a ella
p o r las señales d e l gozo y la am istad. Los isleños,,
sin !a m enor d esconfianza, saltan á porfia d e las h u í-
iG8 LOS INCAS.
cas en que e s tib a n , v m o n ta n sobre el n a v io ; v vien­
t o sobre todos los rostros la languidez del desfalleci­
m i e n t o , parecían hallarse e n te rn e c id o s: su zelo vsns
caricias m anifestaban la com pasión y el de«eo de a li­
viar á sus nuevos huespedes.
E l capitán G óm ez no d u d ó entregarse á su buena
fe- U n p u e r t o , form ado por la n a tu r a le z a , s'rv ió de
asilo a su b t g e l , y él y los suyos d e se m b a rc a ro n e n
u n a de las islas ' i ) cuyas riberas les parecieron m as ri­
cas y placenteras.
L os is le ñ o s , e n can tad o s con esta visita , les c o n d u ­
cen á su a ld e a , que estaba situada a la falda d e una
colina , á orillas de u n a rro y o q u e , saliendo de una
p e ñ a , co rre a b u n d a n te , y serpentea e n et valle don d e
la naturaleza ha h e ;h o u n lu g a r de delicias. Las cho­
zas de esta aldea están c u b ie rta s d e r a m is verdes ; y
l a i n d u s t r ia , ilustrada p o r la necesidad, bn reunido
en ellas los encantos de la sim plicidad. El frágil n u d o ,
que d u ran te la noche cierra la entrada de estas c h o z a s ,
es el sím bolo feliz de la s e g u rid a d , co m p a ñ e ra inse­
parable d.' la buena fe. La la n z a , el arco , el b r o q u e l,
colgados de los techos, no a n u n c ia n sino un p u e b lo
d e cazadores, á quien la guerra h u m a n a es descono­
cida.
L o prim ero que hicieron los salvages fue invitar á
sus huespedes á to m a r descanso; y al instante unas
jóvenes, hermosas com o n in fa s , y m edio desnudas
com o estos, traen en tinos canastos las frutas que sus m a ­
no s han cojido. E n tre ellas se encuentra uno (a ) que
la naturaleza parece haber destinado com o u n a leche 1

(1) Llam óse despues isla C r is tin a , situada ¿ 9 gra­


dos d e latitu d m eridional.
(2) Los viagerus lla m a n m a n ja r b la n co •
LOS 1SCÁS. i69
nutritiva q u e reanim a al h o m b re d e b ilita d o p o r la ve-
y-z ó la e n ferm ed ad . E sta fru ta ta n delicada y sa lu ­
d a b le , pareció d e r r a m a r el bálsam o de la vida en las
vea as de los castellanos. U n dulce sueño siguió á este
banquete delicioso, y el p u e b lo , al re d e d o r d e las
chozas, se m an tu v o en. silencio m ientras sus huéspe­
des d o rm ía n .
A l d e s p e rta r, v ie r o n á este buen pueblo re u n irs e ,
por la n o c h e , bajo unos palm eros plantados en m e ­
dio de la a ld e a , é in c ita rle s i que com iesen con ellos-
Legum bres sabrosas, frutas escclentes, una ra íz jugosa
con que hacen u n p a n n u t r i t i v o ; tó rto la s , p a lo m a s ,
los habitantes de los bosques y de las a g u a s , que la
flecha h a h e r i d o , ó que ha agarrado el a n z u e lo ; u n a
agua pura y c ris ta lin a , algunos licores que hacen de
la mezcla de fratás e x p rim id a s ; tales son los m a n ja ­
res y las bebidas con que se a lim e n ta este pueblo d i ­
choso.
M ientras que el sosiego, la abundancia y salu­
b rid a d d e l clim a reparaban las fuerzas de los castella­
n o s , G óm ez observaba despacio las costum bres , 6 fiUiJ
bien la índole de aquellos isleños; pues no conocían
otras leves que las d e l in stin to que dá la naturaleza
m ism a. L a afluencia de todos los bienes, la fac ilid a d
de gozar d e ellos, no dejaba n u n ca al deseo el t i e m ­
po de irritarse en sus alm as. E n v id ia rse unos á o t r o s ,
aborrecerse entre s i, ó q u e re r hacerse d a ñ o m u tu a ­
m en te , hubiera pasado por u n delirio en tre ellos; ei
m alvado era u n insen sato , y el culpable u n furioso.
De todos los m ales que aquejan ha h u m a n id a d d e p ra ­
v a d a, el ú n ico , conocido d e este p ueblo, era el dolor.
L a m uerte m ism a n o lo e ra t a n t o , y ellos la lla m a ­
ban el la r g o su e n o .
La ig u a ld a d , el bien e s ta r, la imposibilidad de ser
envidiosos, zelosos y a v a rie n to s , de n o concebir jamos
ï7o LOS m e AS.
n a d a q u e fuese superior á su felicidad p re se n te , de­
liran hacer á este pueblo sum am ente fácil de gobernar.
Los ancianos reunidos fo rm ab an el consejo de la re-
p u b lic a , y , com o l i edad era lo que ú n ica m e n te d is ­
tinguía l^s rangos en tre los ciudadanos, y el ciferccho
de g o b e rn a r estaba d a d o á la vejez, n o podia ser e n ­
vidiado*
Solo el a m o r hubiera podido p e r t u r b a r la arm onía
y la buena inteligencia de una sociedad tan d ulce;
p-»ro, apacible en sí m i s m o , estaba som etido al im ­
p erio de l a herm osura. E l sexo que está criado para
d o m in a r p o r el ascendiente del p l a c e r , tenia el d i­
choso poder de m u ltip lic a r sus c o n q u is ta s , siu c au ti­
v a r al a m a n te favorecido, y sin obligarse jam ás él
m ism o . Era entre ellos la fealdad u n p r o d ig io , y la
b e lle z a , este don tan raro en todas p a rte s , lo era
t a n poco en este c lim a , que la m udanza n o tenia n a ­
d a de h u m illa n te ni cruel. Seguí o de e n c o n tra r á ca«
d a instante un cor::zon sensible y mil a tra c tiv o s , el
a m a n te abandonad i no tenia tiem p o para afligirse de
su d e sg ra c ia , n¡ p ara e n v id iar la felicidad de aquel
que se la robaba.
El vínculo que unía á dos esposos era sólido ó fr.i-
£ Í l , según su voluntad F o r m á b a n le el gusto y el d e ­
s e o . y solo el capricho podía r o m p e r l o ; cesaban de
a m a r sin que por ello se sonrojasen, y no se quejaban
cuando dejaban de a g ra d a r; en sus corazones nunca el
odio cruel sucedía al a m o r , y si todos los am antes
eran riv ales, tam bién todos los rivales eran en tre ellos
am igos. C ada cual de sus com pañeras veia en ellos sin
tu rb ació n a lg u n a , á tantos hom bres felices com o La­
b ia h echo, ó qrr* se proponía hacer á su t u r n o ; de
furrna q u e , así com o la calul·id d e m a d ie era la ¿ n i ­
ca que fuese personal y d i s t i n ta , así el a m o r paterno
abrazaba todo el iinoge n a c ie n te ; con cuyo m otivo
LOS INCAS. x71
los vínculos de la s a n g re , m enos estrech e* y m a s d i ­
la tad o s, no hacinn de la to ta lid a d d e este pueblo sino
una sola m ism a familia.
Los españoles no se cansaban d e a d m i r a r unas cos­
tum bres tan nuevas para ellos. P o r l a n o c h e , este pue­
blo generoso, cediéndoles sus c h o r a s , n o se h a b ía r e ­
servad) sino unas cuantas pura tos v ie jo s , les n iñ o s y
sus madres. La j u v e n tu d , á o rilla s d e l riach u elo que
jugueteaba en la p r a d e r a , no tuvo p o r cam a sin o el
esmalte de las ñ o r e s , n i por c o b e rtu ra sin o el follage
del álam o y del p látan o . Vióseles, en sus danzas in o ­
centes, agarrarse dos á d o s , e n c a d e n a rs e c o n flores,
el u u o a l o t r o ,y cuando el día o c u ltó su l u z , c u a n d o
el ostro (le la n o c h e , en m edio d e la s e s tr e l la s , hizo
resplandecer su orco de p lata, a q u e lla m u c h e d u m b r e
de a m a n te s , d e rra m a d a sobre una h e r m o s a a lfo m b ra
de v e rd u ra , no hizo sino pasar su a v e m e n te de l a a le ­
gría al a m o r , y de los placeres al s u e ñ o .
Al dia sig u ien te, nueva elección c e d ió el l u g a r á
nuevos regocijos. L a señal de c a r iñ o m as tie rn o que
una joven ísle n i pudiese d a r á su a m a n t e , era la de
empánense con sus com pañeras e n que le favoreciesen
á su t u r n o . Hubiémse creído h u m i l l a d a si le escogiese
pata sí sola: y a d em as, que cuanto m a s celebrada era
su felicidad, tan to m as le p ro p o rc io n a b a nuevas c o n ­
quistas.
¿ Pero cua! podia ser el culto de a q u e l p u eblo? Los
españoles ansiaban p o r cerciorarse d e é l , y al fin cre­
yeron descubrirle. Viéronse en un r e c i n t o , que t o m a ­
ron p >r u n te m p lo , algunas estatuas reverenciadas.
G oukz quiso saber cual era la ¡dea q u e se fo rm ab an
sobre ellas aquellos isleños; y á este fin in te rro g ó á
u n a n c ia n o , el cual le responde: — T ú ves nuestras
chozas; pues m ira ahora la im agen d e l que nos ense­
ñ ó ¿ c o n stlu irlas. Ves este arco y este escudo: pues
i72 LOS IKCAS.
m ira al inventor de estas a rm a s . T ú nos has visto sa­
c a r la lum bre estregando la leñ a y b atien d o los pe­
dernales: m ir a pues ni p rim e ro q u e descubrió este se­
creto m aravilloso á nuestros padres. F ija la vista en
esos tegidos de corteza de árb o l con que estamos m e ­
dio vestidos; pues sábete que él m ism o fue quien nos
enseñó el a rte de hacerlos. Aquel nos m o stró el m odo de
u n i r las redes con que cogem os los pájaros y los p e ­
ces. C erca de él se presenta el in d u strio so m o rta l que
dos h a enseñado el a rte de f a b r ic a r las canoas con
los troncos de los á r b o l e s , y c o r ta r las ondas con el
re m o . O tro de ellos im aginó el tra s p la n ta r los arboles,
y lié aquí de que m anera se ha form ado ese hermoso
pórtico que c u b re v dá som bra á la .aldea. En fin*
todos se han señalado por algun ruro beneficio, v n o ­
sotros honram os sus imágenes.
LOS INCAS. i73

CAPÍTULO XXIV.

M a n sió n db los españoles y de los dos m ejic a n o s

EN L A ISLA CRISTINA*

U nos infelices, apenas escapados d e los peligros mas


espantosos, habiendo encontrado en esta isla e n c a n ­
tad a el reposo, la a b a n d a n c ia , la i g u a l d a d , y la p a z ,
debían estar poco dispuestos á a b a n d o n a rla para a t r a ­
vesar los m a r e s , en d o n d e acaso les a g u a r d a b a n ios
m ism os horrores q u e h a b ía n sufrido* M as u n nuevo
encanto vino i ofrecerse á e llo s , y a c a b ó de c a u t i ­
varles.
C onvidáronles á las danzas n u p c ia le s , esto e s , á
aquellas danzas que á la n o ch e re u n ía n e n la p r a d e r a
á los jóvenes am antes de la a ld e a , y e n las cuales u n a
nueva elección variaba todos los dias los n u d o s h e c h i ­
ceros del h im eneo. G ó m e z se opuso i n ú tilm e n te á las
vivas instancias de los i n d i o s ; m as v ie n d o que los afli­
g iría , y sublevaría su g e n te , si le obligase á r e s i s t i r á
los deleites que la llamaban* L o que h izo al fin fue,
e l negar únicam ente su persona á aquel a lic ie n te pe­
lig r o s o , y n o d a r el ejem plo por sí m is m o d e e n tr e ­
garse a el.
A m azili y T e l a s c o , desde su llegada a l a isla , vueltos
á la vula, queridos de los indios y d e los e s p a ñ o le s ,
j 74 LOS INCAS.
no respiraban sino el u n o por el otro* N o se separaban
u n in sta n te , juntos gozaban d e las delicias de tan
seguro asilo; de forma que n o les faltaba mas que po­
seer á O rozim bo. A m b o s fueron convidados también
á los frailes del p r a d o ; pero jam as quizo consentir
A m a z d i en i r á ellos. Si no hubiese sido salvage, dijo
á Telasco, y o n o vacilarla e n i r , porq u e dejan á sus
m ugeres la lib ertad d e esco g er, y tu podrías estar
m u y seguro de que siem pre te d aria y o la preferencia.
P o r tu p a r t e , y o m e persuado ta m b ié n q u e , si una
m u g e r mas herm osa te escogiese para s i , m e preferi­
rías igualm ente á e ll a : mas si aconteciese que su h e r­
m osura te prendase m a s que la m i a , y o m e volvería
á llo ra r en m i pobre c h o z a , y diria*, ¡ é l encontró
m a y o r delicia con o tra que c o n m ig o ! P e ro n o , esto
n o es posible, y no es el te m o r de verte infiel lo que
m e inquieta y d e t i e n e : p o r lo que no q u ie ro asistir
al sarao es porque te m e ria irr ita r , los zelos y el orgu­
llo de nuestros am os. Acaso a lg u n o de ellos preten­
d e n a escoger á tu ^triante? ellos sor> altiv o s, fieros,
y, se ofenderían al ver p re fe rir á su esclavo. Pero,
¡ab! él será siem pre el dueño absoluto de m i cora­
zón. Hoz, pues, e n te n d e r á esos insulares que nues­
tr a elección está b e c h a ; que nosotros somos felices
uno con o tro ; ó si alg u n a d e esos beldades te mueve
m a s que y o , v é a m ostrarte en medio de ellos; sus
votos todos se re u n irá n sobre t i , y no ten Irás sino
en que escoger. C u a n to á m i , y o te seré de todos
m odos fiel, y llo ra n d o diré al su eñ o , que m e deje
soñar contigo. Esta sola idea le hacia verter lá g ri­
m as. Enjugólas el cacique c o r m il besos consolado­
r e s . — ¡.Que! ¡com o! ¡y o habría d e r e s p ir a r , mi co­
razón habría de p a lp ita r un solo instante por otra que
Am azili l Vio lo te m a s ; eso seria una injuria Yo he
querido asistir en efecto á esos bailes, al fin d e ver­
LOS INCAS. 1 : 5

m e preferí i* p o r t í ; pues tu sub«rs que y o am o la glo“


ría, y es m uy dulce e l ser e n v id ia d o . M as, ya que
tu temes el escitar el orgullo de los castellanos, j o
cedo á tus razones. M a n te n g ám o n o s fielmente u n i­
dos; y dejem os á esos desdi el) a d o s , que n o conocen
el a m o r , los ranos placeres d e la in co n stan cia. S o r­
prendiéronse los salvages d e su n e g a tiv a , mas n o se
ofendieron por ella.
E l deleite de los españoles en aquella fiesta volup*
tuosa se concibe m e jo r d e lo que pudiera esplicarse.
Rodeados de una m u c h e d u m b re de jóvenes, herm osas,
en el c an d o r y l a fuerza de sus a tia c tiv o s , sí a vesti­
duras y casi sin v e lo , hechas p o r 1a> manos d e l a m o r,
dotadas de las gracias de la n a t u r a l e z a , vivos, ligeras,
anim adas por el fuego de la a le g ría y el aliciente del
place?, sonriendo á sus huéspedes, y tendiéndoles la
m a n o con m iradas refulgentes, çlios esto b a n , com o
nosotros, en la em briaguez de los sentidos, y los
transportes de su gozo se parecían a l delirio de un
sueño delicioso.
Los indias en sus danzas se esm eraban á por fia en
hacer la conquista d e los castellanos, como en efecto
parecía exigirlo el deber de la hospitalidad- Ellos
pues hicieron entonces la elección p o r si m is m o s;
m as, al J i a siguiente, la beldad re c o b ró sus dere­
c h o s , y escogió á su tu rn o . Ya aquel capricho raro
que engendró nuestro o r g u llo , y á que llam am os
a m o r ; aquella pasión tris te , inquieta y zelosa, em pe.
zó a d e rra m a r su veneno en el a lm a de los castella­
nos. Ellos pretenden d estru ir la lib e rta d de la elec­
c i ó n , y usurpar ellos m ism os sus derechos. A m ena­
zan á los isleños, in tim id a n á sus co m p añ eras, j
convierten en h o r ro r todos sus placeres.
G óm ez recibió al despertar las justas quejas de lorf
indios. T u nos has v e n d id o , le d e c ía n , tu nos h 04
i >6 LOS INCAS-
tra íd o anim ales fe roí. es y no li om bres. Les hemos
d a d o la vida ; hem os p a rtid o con eüos ios doues que
nos prodiga la naturaleza; les convidamos á nuestros
fuegos, á nuestros banquetes, á nuestros placeres; ¡y
veles q u e nos am enazan y lle n a n d e espanto! Kilos
q u iereu escoger en tre nuestras c o m p a ñ e ra s, y verse
preferidos. Q u e sepan que el p r im e r derecho de la
h e rm o su ra es el de ser lib re. Nuestras mugares son
todos de carácter belicoso, y el q u e re r em barazar su
elección es hacerlas in ju ria. Si gustan tus compañe­
ros vivir e n buena a rm o n ía con nosotros* que procu­
ren parecerse á t í , que sean benéficos y apacibles;
m as si c o n tin ú an siendo m a l o s , vuélvete a llevarlos.
G óm ez conoció entonces todo el peligro de la li­
cencia q u e habia d a d o , y previo las consecuencias
que podia a ca rre a r si ta rd ab a en rem ediarlas. Mas la
e m b riag u ez, el descarrio en que se h a llab an los á n i­
mos hicieron Inútiles sus esfuerzos- E n desprecio de
l a buena d iscip lin a , crecía el desorden- Los solda­
dos se deciau en tre sí que su vuelta á la ribera a-
m ericana era im p o sib le , que los levantes que re in a ­
ban en aquellos mares se o p o n d rían siem pre á su pa­
so , que por u n m ila g ro v isib le , les bahía conducido
el cielo á u n asilo a fo r tu n a d o , en el cual se vivía
sin fatigas, ni cu id a d o s, y en medio de la a b u n d a n ­
c i a , que en fin resueltos á lijarse a llí, n o conocían
y a otra p a tria , m gefe a lg u n o á quien obedecer en
lo sucesivo. He aquí concluida la ex p ed ició n , si los
in su la re s, indignados de la in g ra titu d y orgullo de
los castellanos, no hubiesen p o r sí m ism os tomado
la resolución y los m edios de lib ra rs e de ellos.
U n a noche* viéndose forzados á ceder á la a r r o ­
gancia imperiosa de sus huéspedes, les dejaron a b a n ­
donados al encanto del p la c e r, y a las dulzuras d e l
sueño, y en el entre ta n to recogierou sus a rm a s , y
las arrojaron al m ar-
LOS INCAS. i7
I n s tr u id o G óm ez de este d e s a s n a , j u n tó a los su*
vos, y les d ijo : Nos lian quifrnHo nuestras armas*
£ l pueblo se h a vengado de v u e s tro » insultos. Mas
ágil y diestro que n o s o tr o s , es íeg u U r que no s sobre­
puje ta m b ié n en valor. É l , c i e r t a m e n t e , sabe h a c e r
uso m u c h o m e jo r que nosotros d e l a flecha y del
d a r d o ; el conoce los lugares oc a lto s d e sus bosques
y de sus c e rro s , y sus amigos la« islas circunven
cirios les a y u d a r á n á a r r o l l a r n o s . D e j a d , pues, que
y o os prepare u n asilo seguro ,* y e n el c-ntre ta n to ,
evitad cu an to podáis de pertu r b a r la paz.
A ta l d iscu rso , loe c a s te lla n o s q u e d a r o n sin saber
lo q u e les pasaba; los m as. furiosos t e m b la r o n , y
los dem os q u e d aro n s o n r o ^ d o s . E n to n c e s se presen­
ta u n a n c i a n o , y habla de este m o d o á los caste­
lla n o s : E n el tiem p o da i tuestros p a d re s , bubo entre
ellos u n m alvado que qu^eria e je rc e r el p re d o m in io ,
«s d e c i r , quiso ser des»pota. Este h o m b re , aunque
era m u y vigoroso, le a r e r r a r o n nuestros p a d re s , a t á ­
ronle de pies y m a n o ¿ con unas ra m a s de á r b o l , y
je a rro ja ro n al m a r . ' úq m ism o hem os hecho noso­
tros con vuestras a rm as; pero en cu an to á vuestras per­
sonas, nos c o n te n ta r e m o s con pediros q u e os vayais
y nos dejeis e n p jz> pues querem os s e r lib re s y feli­
ces. Teneis u n océano inm enso que p a s a r ; m as para
vuestro viage e,s darem os le ñ a , agua y víveres; con
que asi no t a r d é i s en prepararlo. P o r lo que á voso­
tro s respecta , d ijo entonces á los m e jic a n o s , sois li­
bres de qu<¿daros con n o s o tro s , ó d e volveros con
ellos; puer, todos los que nos a s e m e ja n , todos los i n -
díanos s·jXi t a n lib re s com o nosotros m ism os. La fuer­
zo, n o l a em pleam os aq u í n u n c a , sin o e n proteger la
lib ertad .
In d ig n ad o s los castellanos al o i r q u e quisiesen d i c ­
tarles la l e y , se q u e ja ro n , y acusaron de traición á los
í 78 LOS INCA?,
indios. N osotros, replicó el a n c ia n o , n o hemos usado
de traición con v o s t r o s ; pero vuestras a n n a s os <L-
ban m u ch a ventaj a sobre las nuestros, y habéis abu­
sado d e ellas. No Ibemos hecho m a s que reduciros,
com o es ju s to , á la igualdad n a tu ra l. ¿D eseáisla paz?
Nosotros la a m a m o s , y os dejarem os p a i t i r de esta
isla sin haceros la n ía s leve ofensa. ¿Q ueréis la guer­
r a ? Nosotros la déte stam os: mas la lib ertad la apre­
ciamos a u n mas que la vida. Si q u e ré is , escoged el
com bate. Nosotros p a rtire m o s con vosotros nuestro*
dardos y saetas, y p e le a re m o s hasta que n o quede uno
de vosotros para h a c e rn o s a fre n ta , ó n in g u n o de los
nuestros que sufra vuestros ultrages.
E l v a lo r, que llam a asi el vulgo, y que no es en
el h o m b re sino el s e n tim ie n to de su su p erio rid ad ,
a b a n d o n ó á los castellanos.. A rrepintiéronse de haber
ofendido á un pueblo ta n generoso y ta n ju s to , y su­
plicaron á G óm ez que h ic ie s e lo posible pava recon­
ciliarle con ellos. S in e m b a rg 'C , este no se to m ó la
molestia de h a ce rlo ; de forma que toda comunicación
fue in terru m p id a en tre los dos' pueblos. Mas no por
eso dejaban de observarse escrupi llosa m e n te , por porte
de los lu d io s, los deberes sagraclos de l a hospitali­
dad.
L a m ism a abundancia reinaba e tt las chozas de
los castellanos, y su bagel fue provisto d e cuanto exi­
gia u n vinge largo-
Amnzili y Telasco n o gastaron much.o tiem p o en
consultarse sobre lo que h a rían . — ¿ Hemos de r e n u n ­
c i a r , d ijo Telasco á su a m a n t e , á la dicha d e volver
i ver ¿ tu herm ano y m i a m ig o ? — N o , respondió
e lla ; y o n o puedo vivir en una isla en don d e estoy
segura que no le habría de ver nunca; y pues que G o -
rtuz nos d á la esperanza de que nos vamos ¿ íxQuir,
paitam os en su com pañía.
LOS INCAS. i v
N a t a es m a s n r o en aq u ello s m ares q u e e l v e r á lo 3
c ie n to s d e l este c e d e r al ¿te! ocaso f i ) . G ó m e z le
a g u a r d ó m u c h o t i e m p o , y c u a n d o lle g ó á sentirlo*
d ió gracias al c i e l o , c o m o si fuese u n p ro d ig io ope­
r a d o p ara f a c i l i t a r su v u e lta . A l in sta n te j u n t a á los
s u y o s , y les d i c e : — C o m p a ñ e r o s , n o esperem os á
q u e no s d e sa lo je n d e aquí.. E l v ie n to t í o s favorece;
p a r t im os s in d ila c ió n . N o s in ta m o s el d e ja r u n a t i e r ­
n a que con el tie m p o h u b i e r a sid o n u e stra s e p u ltu r a .
E l vivir sin g lo ria n o es v iv ir. E l verse o l v i d a d o , es
. com o el hallarse m u e rto . V a m o s á b u sc ar nuevos tr a *
bajos q u e s u p e ra r. E l influjo d e l h o m b r e s o b re e l
d e stin o d e l m u n d o , es la ú n ic a ex isten c ia h o n ro s a
p a ra él ó á lo m e n o s , l a so la que sea d i g n a d e n o ­
s o tr o s .
E l h o m b r e se hace p o r h á b i t o u n c ír c u lo d e te s ti-
•gos, c u y a voz es para ét el ó rg a n o d e l a f a m a ; él exis­
t e en su p e n s a m ie n to , y vive en su o p in ió n . D e s t r u i r
pitra siem pre e n tre ellos y él este c o m e rc io que le e n ­
g r a n d e c e , y q u e le p o n e fu era <le sí m i s m o , es a b is­
m a r l o en una p ro fu n d a n o c h e . Hé aq u í que las p a la -
- b ras d e G ó m e z c o m u n ic a ro n u n ra y o refu lg en te d e lu z
á los corazones c a ste lla n o s, y hé a q u í t a m b ié n p o r ­
g u e unos h o m b r e s , t a n sensibles á la g l o r i a , se e stre ­
m e c ie ro n n i -considerar q u e estaban , p ara .el resto del
m u n d o , c o m p re n d id o s e n el n ú m e r o d e los m u e r t o s ,
•y c u y o n o m b r e y a u n l a m e m o r ia m i s m a h a b í a pere­
cid o y a .
A q u é l m o m e n to era favorable-, y G ó m e z se aprove­
c h ó d e él p ara a c e le r a r su p a r t id a . S iguenle todos-,
e m b á r c a m e , lévense las anclas y danse las velas a l
•viento., L os indios re u n id o s tris te m e n te sobre l a p l a y a .

(i)- Solo acontece al menguante de la luna .


JT o m o I. 18
i8o LOS I5CAS-
al ver que se alejaba eJ b u q u e , decían suspirando:
¿ Q u e se va á hacer de elios? ¡E llo s estaban ta n bien
en tre nosotros! ¿ P orque no quieren yivir aq u í en paz?
L la m á b a n n o s sus a m ig o s , v nosotros no pedíamos sino
el serlo*•• P e ro n o ; ellos son m alvados: váyanse en
hora b u e n a , p u e s, si se q u e d a s e n , nos harían ton m a­
los com o ellos.
Los castellanos* p o r su p a r t e , sentían el dejar esta
isla hechicera. Todos los ojos estaban fijos sobre ella;
todos los corazones gem ían al ver que se les alejaba de
l a vista. E n fin desaparece, y las zozobras y penali­
dades d e t a n dilatado viage vienen á mezclarse con
el pesar de h a b e r ab an d o n ad o una m ansión deleitosa.
LOS INCAS.

CAPÍTULO XXV.

V D E L V E LA NAVB AL P B R Ú , Y H A C E N A U F R A G I O A LA VIS­
TA DEL P UE RT O DE T C M B E S . — Los DOS MEJICANOS SE
SALVAN N A D A ND O, Y E N C U E N T R A N A O R O Z I M B O .

Dióse á conocer b ien p ro n to l a inconstancia d e los


vientos» y tuvo a la flota en c ontinuas a la rm a s ; pero
no hicieron sino d e c lin a r a lte rn a tiv a m e n te d e uno á
otro p o lo , y el arte del p ilo to no se ejercitó sino en
d irig ir su cam ino bacía el o r ie n te , sin apartarse del
ecuador.
F u e l a r g a , pero serena , la travesía hasta las co$~
tas del P e r ú . A llí el n a u fra g io les a g u ard ab a en el
p u e rto ; y quizo el cielo q u e O ro z im b o fuese testigo
del desastre que vengaba á su p a tria sobre aquellos
déseraciados castellanos.
Alonso aguardando el regreso d e P i s a r r o , habia
dado priesa al I n c a , re y de Q u ito , para que se pusiese
en defensa. — No es n e c e s a rio , decía que c o n s tru y a -
mos m u ro s sólidos: unos parapetos d e arena y yerba
bastan para hacer que desistan los castellanos d e su
empresa. D e todos los peligros de la g ü e ñ a , no tem en
n in g u n o sino el de la le n titu d . Ellos van á desem bar­
c a r en T u m b e s ; aquel p u e rto es el que debemos p r o ­
teger.
ï 82 LOS INCAS.
A probado este p lan de d e fe n sa , A lonso se encarga
el m ism o de ir á p resid ir los trabajos. Q u izo seguirle
O r o z im b o , y , p o r los cam pas de T u m i b a m h a , se d i ­
r i g i e r o n á T u m b e s . L a vuelta det joven e sp añ o l entre
a q u e l p u e b l o , s u p r im e r a m ig o , fue celebrada c o t í
tra n sp o rte s d e re c o n o c im ie n to y de a m o r . — Y jcjnr!
le dij t el c a c i q u e , ¡ n o m e has o lv id a d o ! Tienes raz m ;
ni mi pueblo , ni y o , liemos cesado d e h a b la r del ge­
neroso y a m a d o Alonso. Me han pedido que el dí a.
aniversario de tu lle g a d a en tre nosotros , sea siempre
celebrado con regocijos. Bien conoces que m e ha sido
dulce el condescender. Y o m ism o m e bago ahora una
fiesta en volverte á ver* y las lágrim as del gozo que
ves c o rre r sobre mis m e jilla s t e son de ello los m.;s
fieles testigos.
Los trabajos que d irig e Alonso com ienzan desde
el siguiente d í a , y son continuados con a rd o r , t i l o s
se adelantan , y ya el fuerte que d o m in a la llanura > y
que a m e n iz a las p l a y a s , escita la ad m iració n de
los indios que le han co n stru id o . U n a ta rd e en que
Alonso r e c o rr ía , con su cacique am igo y con O ro -
t i m b o , el recinto de la fortaleza, y se lastim aba con
ellos d e l fu ro r de conquista que se había apoderado d e
los españoles, fu ro r que despoblaba su propio país
p ara asolar un Nuevo M u n d o , percibió á lo lejos
el bagel de G óm ez que avanzaba á toda vela. M í­
r a l e , y no d u d a n d o que fuese la nave de P iz a rro ;
— Vedles a h í , esclam ó , ¡q u e in cre íb le diligencia
h a n puesto en p re c ip ita r su v u e l t a 1 El cielo les fa­
v o rece, los vientos parecen oljedecerles. Dicien­
d o estas p a la b ra s, u n to rb e llin o de viento se íe-^
vanta sobre el m a r en m e d io d e una serenidad p er.
fida; las olas que él repele sobre sí m ism as se h i n ­
chan levantando sus espumas á las nube*, y h ie r ­
ven agitadas. E n el m ism o in sta n te , una u u b e , p i« -
LOS INCAS. i83
i n d a como las o la s , b a j a s e e stie n d c , se dilata y
p ro lo n g a ; y esta c o lu m n a fluida, cuya base toca al
m a r , fo rm a una b o m b a , en q u e las olas c o n m o v í-
(bis, cediendo el peso del a i r e , que las oprime p or
t o flos l a d o s , suben á la m is m a n u b e y van á ser­
virle de alim ento.
Reconoció Molina este prodigio ta n temido de
los m a r i n e r o s , y al que ellos lla m a n t r o m p a ; y
á la vista del peligro que amenazaba á los castella­
nos, o lv id ó sus d e l i t o s , los males que habían he­
c h o , y los que iban á hacer de nuevo. Acordóse
solamente que la p a tr ia de ellos era la s u y a , y su
corazón sensible fué penetrado de compasión v de
susto.
E n vano se apresuró Góm ez á hacer d o b l a r las
vidas p i r a n o d a r presa al veloz torbellino q u e e n ­
volvía su n a v e : el viento le precipita bajo de la co-
I m i u n de a g u a , la c u a l , desecha por las e n tr a ñ a s , cae
como un diluvio sobre el b a g e l, le c u b r e , y se lo
tinga.
¡ E l cielo es justo! esclamó O ro z im b o ; ¡ asi perez­
can todos esos bárbaros que han asolado mi país ! —
C a c ique , dijole M o lin a , reserva t u odio y tus m a l ­
diciones para culpables felices. Sabe pnes que la des­
gracia tiene el derecho sagrado d e purificar sus victi­
m a s ; y t a l castiga el c ie lo , que llega á ser para noso­
tros u n ¡nocente. Sonrojóse O rozim bo al pensar en la
alegria in h u m a n a que acababa de manifestar. P e r d ó ­
n a m e , d i j o , ¡yo he sufrido t a n t o ! ¡y tanto he visto
sufrir mi p a tria !
Al fin renace la c a l m a ; l a c o lu m n a y la nave desa­
parecieron ¿ un tie m p o mismo* M a s , pocos m o m e n ­
t o después, apercibense, á lo lejos, dos infelices que
se h*m escapado del n aufragio, y que nadan asidos de
una ta b la . ¡ A h ! esclamu O r o z im b o , ¡ellos respiran
LOS INCAS.
t o i a v i a ! es menester socorrerlos. A presúrate, cacique,
echa esquifes al agua para salvarles» si es posible; yo
¡re al encuentro J e ellos, y , de repente , se arroja á
nado. Síguele una canoa y le alcanza antes d e que
hubiese podido llegar á la tabla que se movia á dis­
creción de las o l a s , y q u e a u n tenían abrazada aque­
llos infelices.
E r a n estos desventurados su h e rm a n a y su amigo,
q u e , previendo la caída de la t r o m p a , se habian a r ­
rojado al m a r , con mas valor que los castellanos, y
c om o mas ejercitados en n a d a r . V ienen dus sobre la
t a b l a ; — A n i m o * p u e s, mi cara p r e n d a , decía Telas-
c o : sostente, pues pronto estamos en t i e r r a : ya nos vie­
ne un socorro* — ¡ A y ! no puedo m a s , decía ella; me
faltan las fuerzas; mis manos trém ulas van á a bando­
n a r su a¡.oyo. Sí ta rd a n a u n un m o m e n t o , soy per­
d i d a , y y a tú no me volveras á ver. E n t r e t a n to > su
l ib e rta d o r, subido sobre una c a n o a , hace redoblar
el esfuerzo del r e m o : l l e g a , y les tie n d e los brazos :
V e n i d , les d i c e , vosotros sois nuestros a m ig o s , pues
q u e o s halláis en la desgracia. E l p e lig ro , la t u r b a ­
c i ó n , el espanto, la imagen de la m uerte se presenta ,
é impide que le reconozcan. Atnazili, con t o d o , ásese
de la mano que él tendía. ¡ Cual fue la sorpresa de
Orozimbo al tomarla en sus brazos, y ver que es su
propià h e r m a n a , una h e rm a n a á quien a d o ra b a , y
cuya pérdida hacia su m a y o r t o r m e n t o ! E l grita e n ­
tonces: — ¿Eres tu A m a z ili? ¿ e r e s t u mi q u e rid a h e r­
m a n a ? —- ¡ A y ! dijo e l l a , con una voz m o r i b u n d a ,
d é j a m e , y salva á Telasco. A l oir este n o m b r e , Oro-
zim bo dejándola estendida en medio de los r e m e r o s ,
se arrojó al ag u a, en d onde su amigo sobrenada toda­
vía ; agárrale por los cabellos al momento en que se su­
m e r g ía , vuelve á agarrar la c a n o a , sube á ella y saca
¿ e l m a r á su amigo. o
L O S IN C A S * i8 5
T e la sc o , que le reconoce, sucumbe á su a le g ría ;
abrázale, y sintiendo doblarse sus r o d i l l a s , cae junto
á Amazili- O ro z irn b o , c re y e n d o verles e s p ir a r , les
llam a á gritos descompasados. Telasco es el primero
que vuelve en s í , mas n o es sino para c o m p a rtir el
tem o r y el d o lo r de su a m i g o : pálida , fria , e ste n d i­
j a entre su he rm an o y su a m a n t e , A m azili apenas
respiva; Orozirnbo sostiene sobre sus rodillas su l á n ­
guida cabeza , cuyos ojos están cerrados todnvia ; y so­
bre u n rostro en d onde se ve pintada la imagen d e la
m u e r te , d e rra m a u n diluvio de lág rim a s. Telasco bus­
ca i n ú ti lm e n te , p or m edio d e s ú s párpados, algunas
centollas de vida. T ú respiras, le dice , ¡pero t u b a s
perdido el sentim iento! ¡ya n o oyes m i voz! ¡ T u a l ­
m a va á e s t in g u i r s e , y t u coraznn á helarse]! ¡Después
de tantos peligros, despues d e haberte libertado , ó
m ita d de m i a l m a , la m u e r t e , la cruel m u e r te te
acomete en nuestros brazos! O mi querido Orozirnbo;
el dia que nos reúne ¿ s e r á acoso el m as am argo de
nuestros d ia s ? ¿ N o has vuelto á ver á tu h e r m a n a ,
sino para sepultarla? ¿No has a b ra z ad o á t u a m ig o ,
no le has sacado d e las aguas, sino para verle deses­
perado y precipitarse en ellas para siem pre ?
E n t r e tanto la canoa llegaba á la pla vo , y el cac i­
que y Molina n o sabian que pensar de semejante acon­
tecimiento- ¡ A h ! vereis al mas feliz de los h o m b r e s ,
Ies dijo O ro z irn b o , si y o puedo r e a n i m a r á esta m u ­
j e r espirante; ella es m i h e r m a n a , y aquí tenéis al
a m i g o d e que os he h a b l a d o t a n repetidas veces. ¡E l
cielo reúne e n m is b r a z o s lo q u e y o tengo de mas
querido en el m u n d o ! ¡ A h ! si por ventura es p o sib le ,
a y u d a d m e á volver la vida á m i q uerida h e r m a n a .
P o r fin, reanímase A m azili; mas al a b r i r sus ojos ,
creía que lo que veta era un sueño. Ella m i r a de alto
a bajo á cada u n o , y no cree á sus mismos ojos. —-
i8 6 LOS INCAS,
j Q a e ! dice , ¿ eres tu h e rm a n o m i ó ? ¿ eres t ú el amigo
de mí alm a ? habla , tranquilízam e. — S í , tú vuelves á
ver á T e la sc o . — T o d o s mis sentidos estan turbados»
m i alm a enagenada , y y o no se eri d onde estov. Telas­
c o , yo estaba c o n tig o , y ambos íbam os á perecer ju n ­
t o s , ¿ n o es v e r d a d ? P e r o , ¿ y m i h e r m a n o ? — É l es­
tá en tus brazos. Nuestra ventura es un p ro d ig io .— ^
i A y! ¡ y o m e siento debilitada en estremo por mi es­
ees! va a l e g r i a ! V e n , T e la sc o , reten m í alma entre tus
l a b i o s , pues y o siento que se me quiere escapar. Ella
acaba apenas de decir estas palabras, y sin un diluvio
de lágrim as que alivió su c o ra z ó n , iba a expirar sin
remedio* Telasco recoge estas l á g r i m a s : — Vuelve la
c alm a á tus sentidos, la d e cia , respira, ó m i único
b i e n ; vive para a m a r m e , para s e r feliz á tu herm ano ,
y á un esposo que te a d o r a . — ¡ A m ig o ! ¿hermano!
¡sois vosotros! decía ella m i l veces, estrechándoles
las m a n o s ; ¡ y o vuelvo á encontrar aquí todo cuanto
m e es querido! P e r o , d e c i d m e , en que* país v cual es
el prodigio que nos reúne. ¿ Estamos entre u n pueblo
am igo? — Verdaderam ente a m i g o , respondióle A lo n ­
s o i y j o sey garante de su zelo. Allí teneis á ¡\i rev,
que es todo n uestro; v mas le jo s , detras de estos al­
tos cerros, reina un monarca poderosísimo que nos
colma d e sus beneficios.
E r a n inexplicables la alegria y los transportes de
aquellos tres mejicanos. No se cansaban de contarse
m utuam ente sus a v e n tu ra s , y el bosquejo de los peli­
gros que ha b ía n corrido.
Levántase al fin la m u r a l l a , y Alonso la ve acabar.
I n s t r u y e , ejercita al cacique en la defensa de sus m u ­
ros, ▼ habiéndolo previsto t o d o , y dejado preparado
cnanto era necesario, volvióse con el I n c a , seguido
de sus tres mejicanos.
«Atalibu recibió á la herm ana y al amigo de OiO-
LOS IKCAS iS7
zimho con tanta b o n d a d , que al verse en su alcazar
creían estos tiernos y viituosos a m a n te s estar en el se­
n o de su patria , y e n la c o tt e de los reves sus abuelos.
P e r o este m o n a r c a generoso estaba bien lejos de
gozar del reposo que en este m o m e n t o procuraba á
aquellos desgraciados» U n a p r o f u n d a melancolía se
h a b n apoderado de su a lm a. P o d e r o s o , a m a d o , reve­
renciado de su p u e b l o , él lince á m illa res do hombres
M i r e s , y solo él no puede serlo. L a f o r t u n a , envidiosa
de sus propios dones, ha -mizulado e n su coiazon la
am a rg u ra de los pesares domésticos con las delicias
ap tientes de la prosperidad y del esplendor del trono*

PJ.N DEL T O M O P R I ME R O.

T<>Mu 1 .
INDICE
D E LOS CAPITULOS CONTENIDOS EN
E S TE TOM O PRIMERO.

Pág.
C arta d e d i c a t o r i a ............................................................................. v
P rologo . . . . . . . . . . . . . . * .......................................x t i i
CAP. I. S itu a c ió n p o lític a del re in o
de los I n c a s , e tc ................... t
C A P . IT. F iesta lla m a d a de! n a cim ien ­
to , e tc ....................................... 7
C A P . III. A d o ra c ió n a l S o l en su m e­
d io d ía . ..................................... j5
CAP. IV . Juegos c e ic b 'e s que seguían
a l g r a n f e s t ín ........................ 2o
CAP. V. P o s tu r a d e l S o l , e tc ............... 25
C A P- V I . O r o z im b o , unn de tos c a c i­
ques M e jic a n o s , cu en* a a l
I n c a la s d e sg ra c ia s de su
p a t r i a ........................................ 3 o
CAP. V II. P ro sig u e la n a r r a c ió n a n ­
te r io r ..................................... . 38
C A P- V I I I - C ontinuación del c a p itu lo a n ­
t e r i o r ........................................ 44
CAP- IX . C o n tin u a ció n d e l c a p itu lo a n ­
t e r i o r .......................................... m
CAP- X . S ig u e la r e la c ió n .....................
CAP. XI. E x tie n d e n los españoles sus
e s tr a z7a s a l m ediodía de la
u INDICE.
Pág.
A m e r i c a . ............................... 68
C A P . X II. Consejo <¡ue hubo antes de la
p a r t i d a de P i z u r r o ............. 78
CAP. X II I. h a s Casas, de regreso de la
I sla española, va á ver á
los s a b a g e s .......................... 9 i
C A P . XIV. Sigue la narración de este
vía g e ......................................... 98
C A P . XV . Sigue la relación de lo ocur­
r i d o en este v w g e. . . . . i o 5
C A P - XVT. Sigue la relación de este viage- 110
C A P . XVII. P a r t e P i z a r r a del puerto de
P a n a m á , etc. . . . . . . . . 117
CAP. XVIII. Desembarca P¿zorro sobre la
costa de Cata mes, eic. . .
CAP. XIX. P i z a r r o , antes de retirarse
de la Gorgona, va á reco­
nocer la costa y ei puerto
de 7 timbes. . ....................... tU¡
C A P - XX. Via ge de Alonso Molina de
Tumbes á Quito.................... >4 *
C A P . XXI. Sigue la velación de este
vía g e .....................*................ i 5 i
CAP • XXTI. P i z a r r o , de 7'egreso á Pana­
m á , toma Id, resolución de
ir á E s p a ñ a , etc............. i .77
CAP . XXIII. Arribada a la isla Cristina. »67
CAP . XXIV. Mansión de los españoles y
de los dos Mejicanos en la
i slu Cristina.......................... 17.3
CAP . XXV. Vuelve la nave cil P e r ú , y
hace na.ujiagio, etc• . • «

l 'U I DEL 1ͻDICB DEL TVUO PIUMELO.


LOS INCAS.

TOSIO I U
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L A D E S T R U C C IO N

D E L IM P E D IO D E L P E R L

EDICION H E C H A CON E L MAYOR ESMERO Y CORRECCION,


A VISTA D £ L A P U B L IC A D A E N PARIS

P. D. F. DE C.
Antiguo oficial-general, a u t o r d e l D i a n o e ru d ito de
L i m a , del Telégrafo de B u e n o s - A ir^ e , y de l a G r a ­
m átic a S inóptica; d i ie tt o v principal d é l a nueva ofi­
cina de interpretación ge nera l d e l e n g u a s , etc*

Ú LTIM A ED ICIO N *

TOM O H.

BARCELONA,
IMPRENTA D E J U A N O L I V E R E S ,
calle Dt escu ;>s l l l : r s , K . ^5«

1857.
LOS INCAS.

CAPÍTULO XXVI.

H a b ien d o amagos db guerra c iv il en e l r ein o d e los

I N C A S , SOLICITA ATAL1BA LA MEDIACION DE ALONSO DE

MOLINA PARA CONSEGUIR D E S ü HERMANO Q U E L E D E J E

EN PAZ* C o n e s t e m o t i v o l e r e f i e r e d e s d e ü n p r i n ­

c ipio LA HISTORIA DE L A FUNDACION D E L R EIN O . DEL


t

ACRECENTAMIENTO DE S ü P O D E R Y R I Q U E Z A S , Y DE C O ­

MO F Ü É DIVIDIDO E N T R E LOS DOS INCAS POR E L R E Y SU

PADRE*

C o m o el m onarca d e Quito continuase triste y m e ­


lancólico, se valió Alonso de la confianza con que le
honraba para cerciorarse del motivo de sus disgustos,
y , á este fin , fue á visitarle, y le d i j o : — I n c a , yo
he llegado á e n te n d e r que el peligro que te amenaza ,
y del que y o he deseado p rese rv a rte , te hace una viva
impresión d e dolor*
— T u alivias m í d o l o r , respondióle el I n c a , pues
tomas parte en él; y o no habia querido instruirte de
m i tristeza; mas considero que m e es forzoso a b r i r
m¡ corazón á u n amigo* S ábete, p u e s , que se trata n a ­
da menos que d e mis derechos al trono que ocupo,
del cual el In c a , rey del C u z c o , se obstina en querer
T omo I I . x
9 L O S IK C Á S .
despojarme. Yo necesitaré para con él ele n n m i n i s t r o
ilustrado y un hábil m e d ia n e ro , y m e parece que n a ­
d ie puede serlo m ejo r que t ú . ¿Quieres a ce p tar este
encargo? — C o n g u s to , respondió A l o n s o , con t;d
que t u causa sea justa* — E l l a es justísima , y y o quie­
r o que la juzgues por ti mismo*
« En o tro t i e m p o , este in m e n so país era habitado
p or pueblos sin leyes, sin disciplina y sin costumbres.
V a g a b a n p or las s e l v a s , y vivían de sus rapiñas ó ele
las frutas que la naturaleza p i r e c i n facilitarles p or p u ­
r a com pasión. S u caza no e ra o tra que una guerra que
e l h o m b r e hacía al h o m b r e m i s m o ; los vencidos ser­
v í a n d e pasto á tos vencedores ; ni aun a g u a r d a b a n es­
tos que el enem igo h e r i d o hubiese exalado su u l ti m o
aliento para beberse la s a n g re de sus venas ¡ i ) , des­
cuartizándole vivo# Ellos h a cía n c au tiv o s , V los e n ­
go rd ab a n para sus abom inables festines. Si t e n í a n n m -
g e r e s , les p e rm itían ju n ta rse con e lla s , ó bien l a s fe­
cundizaban ellos m i s m o s , para devora i luego á sus
propios hijos.
« A l g u n o s d e e l l o s , m o v id o s p o r el in stin to d e l r e ­
c o n o c im ie n to , adoraban e n la n a tu ra le z i á cuanto les
hacían b i e n , como á las sieiros madres d e los ríos,
á los ríos m is m o s , á las fuentes que regaban y fertili­
zaban sus p r a d e ra s , á los árboles que les pro d u cían
l e ñ a para sus fuegos; á los anímales mansos v timidos
c u j a c a r n e les servia de a l i m e n t o ; y á la m ar a b u n ­
dante en pescados, á q u ie n llam aban su m a m a cocha
( 2 ); el c ulto del te r r o r era el del m a y o r num ero.
«Habíanse hecho dioses de cuanto el m u n d o p ro d o ­
ce d e mas feo y espantoso ; pues parece que el h o m b r e 1

(1) y é a s e G a rc ila so , lib r o 1 , c a p it. II»


(3) M a m a cocha ¿ m e r e - m e r , m a d re m a r .
LOS INCAS. 3

to m a placer en espantarse. Ellos a d o ra b a n al t i g r e , al


león , al b u i t r e , á los c u l e b r o n e s , á los e le m e n to s ,
las borrascas, los v ie n to s , los ?ayos, las cavernas, los
precipicios; p rosternábanse ante los to r r e n t e s , cuyo
ruido lts infundía p a v o r ; ante las selvas tenebrosas,
al pie de aquellos volcanes terribles cjue vom itaban
sobre ellos torbellinos de lla m a s y de betunes.
« Habiendo asi im a g in a d o unos dioses t a n crueles y
sa n g u in a rio s , fue preciso ta m b ié n rendirles un culto
bárbaro c o m o ellos. Algunos creían a gradarles, a tra ­
vesándose el p e c h o , ó despedazándose las e n tr a ñ a s ;
otros, mas f u r i b u n d o s , a rrebataban á los n í ñ o s d e l seno
de sus m a d r e s , y les degollaban sobre el a ltar de esos
¿roses sedientos de sangre. C u a n t o mas se estremecía
la naturaleza, mas debía la divinidad regocijarsev
viernlo in m o larla los objetos mas queridos ( i ) .
«A quel cuyos rayos a n i m a n la naturaleza vio y se
lastim ó de tales estravios. No es de a d m i r a r , d i j o ,
que unos hombros insensatos sean m alos. Así pues,
en vez de c a s t i g ó l o s , enviémosles la v e r d a d , esa luz,
y ellos irán á su encuentro. T a n fácil me es el ilustrar
su entendimiento como el com unicar luz á sus ojos.
« E n cuanto dijo esto envió a estos climas dos d e
sus queridos h i j o s , el sabio y virtuoso M a n c o , y la
hermosa O d i a su h e rm an a y su esposa (a).
« T ú verás, mi querido Alonso, el lugar célebre y
reverenciado donde b a ja ro n los hijos dei Sol (3) . A l ­
tivos se juntaron los salvages, que se hallaban espar-

(i) V éase G a r c ila s o , l i b . 7 > c a p . I L


(?) V éase G a rcila so l i b - I , cap- X V .
[3 A l borde de u n a la g u n a situ a d a a ú n a legua
d d C u zc o , donde lo s In c a s h a b ía n edificado u n tem ­
p lo m a g n ífic o , c o n sa g ra d o a l S o l.
4 LOS INCAS.
dos por aquellas selvas. Manco enseñó á los hombres
á la b r a r l a t i e r r a , á s e m b r a r l a , y á d irig ir el curso
de las aguas para r e g a rla , Oella enseñó á las mugeres
i h ila r, á teger la l a n a , ú vestirse con estos tegidos,
á cuidar d e las cosas domesticas, á servir con un telo
tierno á sus esposos, y c riar á sus hijos.
<cAdem as de estas artes, aquellos fundadores leí die­
ron leyes. El culto del S o l , su p a d r e , este culto inspi­
r a d o por el a m o r , apoyado por el reconocim iento, y
que jamas costó una l á g r i m a á la n a t u r a l e z a , ni hizo
m u r m u r a r l a razón: he aquí la p rim e r a de estas le­
yes, y el a lm a d e todas las demás.
« E l h o m b r e , al Ter ta n cerca de él unos bienes de
que ni aun siquiera tenia l a mas leve Idea, cuales eran
los de la a b u n d a n c i a , la seguridad y l a p a z , creyó re­
c ib ir u n nuevo ser. Satisfechas sus necesidades, disi­
pados sus t e r r o r e s , el placer de a d o r a r á u n dios pro­
picio y benéfico» el d e b e r de ser justo y bueno en
im itación suya» la facilidad de ser f e l i z , la m ú tu a be­
nevolencia y , en f i n , el encanto de u n a sociedad in o ­
cente y apacible, cautivó todos los corazones. Aver­
gonzados de haber sido ciegos y b á rb a ro s, estos pue­
blos se dejaron domesticar sin trabajo y colocar bajo
de dulces leyes. Cuzco fue fundado p or sus m a n o s ,
y cien villas se establecieron en su contorno Ti). E l
venerable M a n c o , antes d e i r á reposarse en el seno
del S o l , su padre, vio prosperar el im perio que él
m ism o había fundado.
«Sucedióte su hijo primogénito ( 2 ) , y , á su ejem- 1

(1) T rece a l o r ie n te , tr e in ta a l o ccid en te, veinte


a l n o rte , y c u a ren ta a l m ediodía.
12) S i N c m R o c a , 2 * r e y >y q u ien conquistó vein­
te leguas á la p a r te d e l m ed io d ía .
LOS I1SCAS. 5
p í o , usando de los medios de s u a v id a d , de p e rs u a d o »
j beneficencia, dilató los límites de este dichoso i m ­
peri o -
« E l hijo de este hizo respetar sus a r m a s ( i ) ; m a s
n o las empleó sino en hacer á sus vecinos m as d ó c i ­
les, sin m a n c h a r sus m anos con sangre*
« Su $ucesor(2) fue m enos feliz, porque los pueblos
que quería g a n a r le o b lig a ro n á combatirlos 3) , la p r i­
meva acción fue s a n g r i e n t a , m a s el vencedor se hizo
perdonar la victoria p or sus virtudes. Su valor enseñó
á te m e r l e , y su c le m e n c ia á a m a rle .
« E l hijo m a y o r de este héroe (!\) hizo conquista*
aun inas extensas, sin que costasen ni lagrimas ni
sangre á los pueblos que sometió á su obediencia. Su
vuelta al Cuzco fue el triunfo m a s completo y glorio­
s o , pues que entró conducido p o r reyes. 1

(1) L oqub Y u p a t í g u b , 3 o r e y , y q u ie n c o n q u istó


,
c u a r e n ta leg u a s de n o r te á s u r y vein te de p o n ie n te
d le v a n te •
( 2) M aí e t a C a p a c , 4 ° r e y , y q u ien co n q u istó 9 o
le g u a s en e l p a is lla m a d o C u n t i suyu.
( 3) E l de G u y a v iv i, situ a d o a l m ediodía , quierl
s itió p o r la m o n ta ñ a ; e l de Colla , A q u ien com batió
e n e l p a s o de u n r io ; lo s de Aton P u n a , y lo s de V¡-
l l i l i y D a l l i a , situ a d o s a l poniente*
(41 C apác Y ü p á n g ü b , 5 o r e y y q u ien extendió
sus co n q u ista s* p o r la p a r te d e l p o n ie n te h a sta e l
borde de la m a r ; p o r la d e l m ediodía h a sta J a t i r a f
a i o rie n te d el p a is de los C h a rc a s, h a s ta la j a l d a
d e la m o n ta n a , lla m a d a A n t i s , y despues C o rd ille­
r a r e a l de los A n d e s; y d la del n o r t e , h a sta la
p r o v in c ia de C hinea > h o y C h in ch a •
6 LOS INCAS.
« Los Incas que le sucedieron ( i) > se vieron obliga­
dos algunas veces, para d c n ia r pueblos feroces, á si­
tiarles en sus retiro s, á arrojarles fuera <le e llo s , y
á hacer que tomasen consejo de la m ism a necesidad;
pero nuestras a rm as Ies a guardaban , y nu n c a les p r o ­
vocaban. Teníase p or m á x i m a a b a n d o n a r le s , mas bien
q u e d e s tr u ir le s , si se obstinasen en vivir independien­
tes é infelices. Siempre se comenzaba p or anunciarles
la p x z bajo de condiciones alagüeñas; pues que la
única cosa que exigua de los rebeldes era que consin­
tiesen en gustar los bienes que les ofrecía (2). En
efecto, el gran proyecta de los In ca s, fue el de hacer
q u e los pueblos fuesen felices. U n c ulto p u r o , leves
Sabias, conocimientos y artes ú tile s , estos eran los
frutos d é l a v ic to ria , y ellos los dejaban gozar á los
vencidos- T a l fue, en once rein ad o s, su a m b ició n y su
g l o r i a , y ta n loable el prem io que consiguieron.
o Sin e m b a r g o , cuanto mas se ensanchaban los lí­
m ites de este i m p e r i o , mas difícil ero el guardarlos.
D u ra n te diez r e i n a d o s n o h a b ía visto sino una revo­
lución. Mi p a d r e , el mas justo y dulce de los reyes,

(í ) R oca , 6° r e y , lla m a d o L lo r a s a n g r e ; V ira­

cocha, 1 ° P achacctec, 6 o
r e y ; r e y ;V upafguk 9 °
r e y ; T c p a c - ych'An c u e , í o q r e y ; H uaica C a p a c ,
p a d r e de lo s d o s In c a s rein a n tes»

(2) C u a n d o e sta b a n sitia d o s p o r la s m o n ta ñ a s ,

c a re c ía n de su b siste n c ia s; y s i e n c o n tra b a n lo s s i­

tia d res a lg u n a s d e la s m u g e re s e h ijo s d e h s s i­

tia d o s, ta n o stig a d o s d el h a m b re q u e , corno b estia s

s a h 'itg e s , se a p a c e n ta b a n en lo s c a lle jo s , ¡os r e g a ­

la b a n b en i y lo s h a c ía n r e to r n a r co n su s fa m ilia s ,

c a r g a d o s de v ire re s, o fre c ié n d o le s la p a z y la a m is ­

ta d .
LOS ESCÀS. 7
vió t r e s , la una hacia el n o r t e , y las otras al m e d io ­
d í a . Las estremidades remotas n o estaban ya bajo los
ojos del m o n a rc a . P o r la parte d e l oriente servia de
límites la alta b a rrera de los A n d e s ; tocábase al
m a r por la d e l occidente ; el n o r t e y m e d io d ía nos
quedaban a u n que penetrar p o r desiertos dilatados;
en fin, el plan de nuestras conquistas abrazaba todo
este continente. Era pues necesaria una p a rtic ió n de ter­
reno entre los hijos del Sol»
« Luego que m i padre h u b o conquis ado esta vasta
y rica provincia, creyó que ya era tiem po d e efec­
tuarla* El se había casado con dos m u g e i e s : una de
ellas era O c e llo , su h e r m a n a , y la o t r a Z u l m a , de
la sangre de los r e y e s ( i ) . Huáscar es el primogénito
de los hijos <le O c e ll o , y posee el C u z c o , ciudad del
Sol é imperio de nuestros antepasados* Yo soy el m a ­
y o r de los hijos d e Z u l m a ; y la p r o v in c ia de Quito ,
f r u t o de las hazañas d e m i p a d r e , es l a herencia que
m e dejó.
« ¿ H a p o d id o , m i p a d r e , disponer d e u n bien q u e
era suyo propio, ganado p or s u v a l o r ? He aquí lo que
causa, entre m i h e rm a n o y y o , u n a s contestaciones
que serán s a n g r i e n t a s , si m e o b lig a ¿ t o m a r las a r ­
mas.
« Mi h e rm a n o es altivo y s o b e rb io . S u orgullo frío
nu n c a se h a sugetado á n a d i e . E n desprecio de la
voluntad y m e m o ria de un p a d re v i r t u o s o , exige de
mí que y o descienda del t r o n o , y inc constituya
su vasallo. Bien conoces q u e y o no p u e d o resolverme
á ello. Y o amo á m i h e r m a n o , y e n c u e n t r o h o r r i ­
ble el ver que su odio m e p e rs ig u e ; m e es Qolovosí-

(i) C a c ú fu e s, re ye s de Q u ito , a n t e s de la con -


y u is tu ue este país»
ç LOS INCAS.
l i m o el pensar que sa pueblo y el m ío van ¿ s e r e ne
migOs uno de o t r o , y q u e u n a guerra d o m é s t i c a , entre
los Incas» va i entregarles á u n opresor estrangero.
P e r o este c e t r o , esta diadema» q u e son presentes de
m i p a d r e , ¿ podré d e j a r que m e los r o b e n ? N o bay
cosa alguna que á t it u lo d e igual» de aliado» de her­
m a n o y de a m i g o , n o pueda Huáscar o btener de m i.
Si quiere extender sus conquistas m as a l l á de los r i ­
beras del M a u l i ( t ) , 6 sobre el r io de las culebras 2) i
y o le ayudaré en su em presa. Si a u n l e quedan por
d o m a r algunos rebeldes e n las valles d e Nosca ó de
P i s c o , y o cooperaré t a m b ié n á sujetarlos^ de forma
que sus enem igos serán los míos* ¿ M as porque pedir
m i vergüenza? ¿ p o r q u e q u e r e r d e sh o n ra r su propía
sangre? Las la g rim a s q u e ves c o rr e r de m is ojos, te
son g a ra n te s de m i franqueza. Y o anhelo la paz: soy
sensible, pero v io le n to , y , sobre t o d o , m e temo á m i
m is m o . T u , q u e r i d o A l o n s o , eres q u ie n puedes sal­
varnos d e los males c o n q u e nos amaga la discordia.
A n d a , ve ¿ presentarte á m i h e rm a n o en el Cuzco.
L a h u m an id ad reside e n t u c o ra z ó n , y la verdad en
tus labios. T u c a n d o r, t u r e c t i t u d , el ascendiente
n a tu ra l d e t u razón sobre nuestros á n i m o s , y , en fin,
el encanto maravilloso d e tus p a la b ra s , le moverá
acaso, y nos preservará de horribles calamidades. No
tem as el manifestarle con demasiada viveza el horror
que m e causa la g u e rra c i v i l , c o m o tam poco el ase­
gurarle que y o j a m a s a b a n d o n a r é m is derechos. Mi
p;idre, al m o r i r , m e dejó en un tro n o erigido y afian­
zado por él m i s m o : n o consentiré que m e saquen
d e é l , sino es hecho pedazos.

(t) R io en el re in o de C hile.
(2 ) A m a r y m q y u , q ue h o y se conoce p o r R io de
la P la ta .
LOS INCAS. 9
A lo m o sintió la im p o r ta n c ia y las dificultades de
semejante m e d i a c i ó n ; m a s n o t u r o reparo en cousen-*
t i r , y t o d o fue al instante prep a ra d o para d a r ¿ su
«mi ja jada n n esplendor que fuese d i g n o d e l a mages-
tad de a m b o s r e j e s .
10 LOS INCAS.

í » \ V V W V \

CAPÍTULO XXVII.

E * UN SA CD IFICÍO H ïC H O AL SOL PO » bL F E M Z E X I T O flB

LA EMRAJA 1)4 > AL <NSO TB Á C O B A - C N A OE « AS V i'rtC E -

B 2S SAGRADAS ' $fc PAEBUA Ofl ELLA Y ES CORRESPON­

D ID O '

Antes de la partida d e Alonso» el I n c a , pnra e m ­


prender la o b r a de la p:iz bajo de favo rabies auspi­
cios , hizo un sacrificio al Sol. Asistieron á él los
m e jic a n o s , j el m is m o Alonso» sin tener parte en
é ! , creyó poder ser testigo s n escrúpulo.
Las vírgenes del S o l , a d m itid a s e n su t e m p lo ,
servían al pontífice en el a l t a r . E l pnn del sacrificio
lo recibía de sus m a n o s , y despues del o f e r t o r i o , una
de ellas lo presentaba á los Incas ( i ) .
Quiso el destino de C o ra que en este din solemne
fuese ella quien ejerciese este funesto ministerio.
A lo n so , por u n favor particular del m o n a r c a , es­
taba colocado junto á el. Adelántase la sacerdotisa

(t' Es*e p a n c sta b > h*>ho con la flo r de lo An-


i'itzn d e l p /in ig o j, lla m a d o ca n cu , y p o s t e r i o r m e n t e

m a íz ■
LOS INCAS. II

con u n velo sobre su c a b e z a , y los sienes coronados


el* flores. Sus ojos m i r a b a n hacia la t i e r r a , peto sus
hermosos párpados d e ja n sa lir de ellos algunos royos
de 1u2 chispeando- Sus m anos de alabastro estaban
tré m u lo s , sus labios palpitantes , y su pecho vivam ente
agitado; t o d o en ►•lia m anifestaba la expresión de u n
corazón sufriente. F e liz aun * si sus ojos tím idos no
hubieran levantado la visto sobre Alonso- P e rd ió la una
sola m i r a d a , cuyo im p r u d e n c ia la d i o á conocer el
mas form idable e n em ig o de su reposo y c a n d o r. Aquel
cuya grac ia , cava h e r m o s u r a , entre los feroces onti’o-
pófigos, habí i su r»* z ido coriz.Mi« $ sao-* Jnnaríos , ¡ c|iie
encanto n o era capaz de p r o d u c ir e u el corazón puro
de una virgen t i e r n a , inocente v hecha para amar !
Este s e n tim ie n to , cuyo p ' l i d i o s o g e rm e n puso la n a tu ­
raleza en su seno, se desenvolvió de repente.
En el arrebato que le cansó la vista de este moital
cuva vestidura daba aun muvor realce á su belleza»
la faltó poco pava d e ja r caer de sus m a n o s el canasto
<le ovo que c o n t e n í a l a ofrenda. E l l a perdió el color
4

de su herm oso r o s t r o , y d e repente su corazón suspen­


dió y redobló sus latidos. Acometióla u n gran frió,
al cual se siguió al instante un fuego a r d ie n te que se
derram ó p or sus venas ♦ y sus rodillas t r é m u l a s apenas
la p e r m i t í a n sostenerse.
Alonso, presente á su espíritu, parecía estarlo t a m ­
bién á sus ojos; de* fo rm a q u e , cortada y confusa de
su e n a j e n a m i e n t o , echa u n a m ir a d a suplicante hacia
la im á n e n del S o l ; m as aun en él cree ver el sem blante
de Alonso. ¡ O Dios* e x c l a m ó , ¿ q u e d e lirio es este?
¡Que turbación ha causado á mis sentidos ese joven
estiMigevo, pues que va no m e conozco á m i misma!
Ofrecido el sacrificio V los votos, retírase el In^o ,
seguido di* su c o r t e : las sacerdotisas salen d<d tem plo,
v vuelven al asilo inviolable }' santo que las oculta
á los ojos de los mortales.
ia LOS INCAS.
Desde este m o m e n to , aquel r e t i r o , en que Cora vi­
via c o n te n ta , se convirtió en una prisión triste y fu­
nesta* EUa sintió todo el peso de sus cadenas, y ya su
corazón no an h eló sino p or u n desierto y por la liber­
t a d , esto e s , por un desierto en el que estuviese
con Alonso; pues que jamas dejaba d e verle, oirle,
hablarle y quejarse á é l , como si le tuviese presente.
— j Qué! nunca , se decia a s í m i s m a , jn u n ca la ilu­
sión que y o m e hago será m a s q u e una ilusión! j Ah!
para qué te he visto, encanto único de m i pensamien­
t o , si estov condenada á no volverte á ver? ¡ A y ! á
lo m e n o s , antes A* que yo espire, ven, m o rtal adora-*
d o , ven 1 y verás que estrago h a causado t u sola vista
en u n débil c o v a t o n : verás, y te compadecerás de tu
víctima. ¿ E n d onde estás? ¿ T e dignas de pensar en
m í , que me a b r a s o , que m e m uero de deseo, y sin espe­
ranza de volver á verte? ¡ A y ! j que desgracia es la
m i a ! Yo siento que una fuerza irresistible m e a rra s tra
h á c ia á é l ; sin cesar m i alm a se sale d e estos m uros
para buscarle; en m is vigilias, c om o en m i sueño,
él solo ocupa m i espíritu; y o daria m i vida porque uno
solo de mis sueños llegase á realizarse siquiera por
u n m o m e n t o , y b é a q u í , que a u n este m o m e n t o se
ha negado á m i triste vida. ¡ O Dios benéfico! ¿eres
t ú el que tomas placer en t ir a n i z a r , en despedazar así
á u n corazón sensible? ¿sabes t ú si el m ió daba su a d ­
hesión al jura m e nto q u e te hacia m i b o c a? U n p o d e r
absoluto m e le hizo p r o n u n c ia r , pero la n a tu ra le z a ,
p o r u n grito que debió elevarse hasta t í , rec lam aba en
el m is m o instante contra una injusta violencia. N o es
pprjuro m í corazón , pues que él nada t e ha prometido.
V uélvem e, pues á m í m is m a - P e r o , ¿soy yo digna
d e t í ? Demasiado ¡nocente, demasiado f rá g il, u n so­
f á m o m e n to , una sola m irada ha turbado m i a l m a :
d e s p a v o rid a , fuera de m í y a , y o no ejerzo imperio
LOS INCAS. 1 3
alguno sobre mí razón, n i sobre m i sentido. — A es­
tas p a la b ra s , p ro ste rn a d a , y n o osando ya m ir a r la
luz del D i o s a quien creia haber sido infiel, cúbrese
el rostro cun su velo empapado en lágrim as. Mas
pronto se le presenta la im ágen de A l o n s o , y este pen­
samiento triste de no le vo lveré á v e r , viniendo á
ofrecérsele de nuevo, la hacia manifestar su d o l o r .
O padre m i ó , ¿ q u e habéis h e c h o ? ¿ q u e os he hecho
yo m is m a? ¿porque separarme d e vos? ¿porque sepul­
t a r m e viva? ¡ A y ! yo tenia por vos una veneración tuu
tie rn a ! Yo os hubiera servido con todo zelo y amor*
O pad re m i ó , yo hubiera s i d o á vuestro lado el dulce
consuelo d e vuestra apacible vejez, y com partiendo
con m i esposo el deber de c r i a r a vuestra vista m is h i ­
jo s.... Mis h ijo s , ¡ a y ! ¡ n o , nu n c a seré yo m a d r e ,
nu n c a este n o m b re querido y sagrado h a r á saltar m i
corazón de alegria! Este corazón es muerto á los s e n ­
timientos mas tiernos de la naturaleza , s í , sus inclina»
clones las mas dulces, sus placeres los mas puros me
están va prohibidos para siempre.
Aquel relámpago veloz y te r rib le , que abrasa á la
vez dos corazones hechos el uno para el o t r o , ha h e ­
rido al joven español en el m ism o instante que á la
joven india. Atónito al ver tantos hechizos, conmovi­
d o , tu rb a d o hasta la e m bria gue z, con una sola m i r a ­
d a que ella le hubia d i r i g id o , n o l a perdió d e vísta
ha6ta lo interior del t e m p l o ; d e forma que hasta el
Dios m ism o tuvo zelos de ver a d o ra r á Cora.
T a c i t u r n o , inquieto, im p a cie n te , vuelve al alcazar
regio: todo le aflige y le molesta. Quiere recobrar
su razón, reprehéndese de una pasión lo c a , condéna­
l a , sonrójase de ella, procura alejarla de su a lm a : ¡va­
nos rem ordim ientos! ¡esfuerzos inútiles! L a reflexión
m ism a m ete mas adentro en su corazón la flecha que
quisiera a r r a n c a r de él. U n a sola m irada de la sa-
i4 LOS üSCAS.
erdoíisa ha d e rra m a d o en el fondo de su alm a el dul*
c e veneno de la esperanza. Votos indisolubles, estre­
cha esclavitud, una guardia incorruptible y vigilante
u n a prisión austera: todo esto ve , y espera aun.*.. Le
es imposible el poseer a Cora , mas n o el haber sabido
agradarla^ y si ella m e a m a s e , decia , si ella supiese
c om o yo la a d o r o , si nuestros dos corazones, á lo
m e n o s , p or una reciprocidad d e sentimientos, pudie­
ran e n t e n d e r s e , ¡ah! esto seria lo bastante.
Pensando siem pre en e l l a , su alm a estaba agitada
de todos los sentimientos que inspira un a m o r insen­
s a t o ; rnas pronto la reíleccion le volvia en sí m is m o ,
y le hacia ver la im prudencia de sus arrebatos. ¡ E n u e
u n pueblo religioso in te n ta r mi sacrilegio! ¡ E n l a cor­
te d e un rey a m i g o , violar los derechos d e la hospita­
l i d a d , y esponer á quien se a m a al oprobio v cast'go
señalado á quien violaba sus votos1 De tal c u m u lo de
delitos, uno solo bastara para estremecer de h o r r o r á
A lonso; pero deseenaba este pensamiento con la se­
guridad de no ejecutarle nunca*
C o n te n tá b a se , no o b s t a n t e , con i r á a l i m e n t a r su
profunda melancolía al rededor dei recinto sagrado
que encerraba á Cora. La cerca de las vírgenes era
m u y grande y cubierta de árboles frondosos , cuya al­
tura magestuosa a u m e n t a b a , por sí misma , el resprto
debido q u e i n f u n d i i aquel sitio venerado. — Bajo esos
á rb o le s , decia Alonso, ¡ r e s p ir a la herm osa Cora!
¡ A v ! acaso ella gime d e n t r o de ese s e p u lc ro , sin que
n i la com pision ni el a m o r p e rm ita n ro m p e r los v ín ­
culos que la atan y esclavizan. Estos m u r o s , d e cia ,
son altísim os, su guardia es íevera; m as sin e m b a rg o ,
que fucii m e seria *1 penetrar d e n tro de e llo s , si su
santidad m ism a n o fuera su m as segura g u a rd ia ! El
a m o r , este fatal enemigo del reposo y de la inocencia,
el a m o r , tal c om o y o le siento, no es conocido d e este
LOS INCAS. i*

buen pueblo. La costumbre de no desdar sino lo» b i e ­


nes que te son lícitos, le hace m a rc h a r apaciblem en­
te en el sendero estrecho de sus leyes. ¡C ua n crueles
son estas, cuando hacen víctimas la ju v e n tu d , la h e r­
mosura y el a m o r ! t Cuan justo y generoso seria a b o ­
lirías í Á estas p a la b r a s , asustado él m i s m o de los rap­
tos de su c o ra z ó n , se alejaba d e l recinto. ¡ A y! decia ,
¡es este acaso el proyecto tan b e llo , ta n m a g n á n i m o
q u e m e había traído á la corte del Inca 1 Y o que m e
anuncio como un héroe, ¡ vendré á ser u n aleve , u n
débil y cobarde raptor!
De esta m anera pugnaba su virtud , t ella hubiera
triunfado c i e r t a m e n t e , si un acontecimiento terrible
no le hubiese hecho ceder á los «entim¡entos del t e m o r
y de lo co mpasíon.
i6 LOS INCAS.

CAPÍTULO XXVIII.

E fiC P C lO N D BL V O LC A * ÜB Q f l T O . — S á*A A 1 0 Ï S 0 i CORA

f l E L A SilrO P I L A S T llO B S W .— S k d ÓCCLA X Y C ÍA T S L A


i t

A BL.

¡Dichosos los pueblos que cultivan los valles y las


colinas que forma el m a r en su se n o , con las arenas
que envuelven sus olas» y los despojos de la tierra!
El pastor conduce p or ellas sus ganados sin tem o r
alguno; el labrador e n ellas recoge sus mieses en p:*.
Pero» ¡desgraciados los pueblos vecinos <le esas sier­
ras encrespadas, cuya falda no ba sido nunca bailada
p or las aguas del o c t a n o , y cuya cim a se eleva sobre
los nubes! Ellas son otros tantos respiraderos que
se ha abierto el fuego s u b te r rá n e o , ro m p ie n d o la tó *
veda de los hornos profundos en que arde sin cesar.
E l es quien ha form ado esos montes de peñas calcá­
reas, de metales ardientes y líquidos, de rios de ce­
ñirá y betún que expelía» y que en su caida se a c u - v
m ataban á las márgenes d e esos abismos abiertos.
¡ Desdichados los pueblos que viven en u n terreno
tan pérfido p or solo su viguería! Esos gérmenes de
fecundidad que penetra la tie rra son las exalaciones
del fuego que devora sus e n tr a ñ a s : su riqueza , desde
que aparece, amaga y a su ruina»
LOS INCAS. i7
T a l es el c lim a de Q u ito - La c iu d a d está d o m in a ­
da p o r u n volcan te r r ib le ( \ ) , c u y a s frecuentes erup-
•cienes estrem ecen sus fu n d a m e n to s .
U n día que el pueblo i n d i o , esparcido en los c am ­
p a s , la b r a b a , s e m b r a b a , segaba en razón d e q u e aquel
rico valide presenta todos estos trabajos á la v e z , y que
las bijas del s o l , en el in te rio r de sus p alacio s, estaban
ocupadas, las unos en h i l a r , las o tra s en f o r m a r los
preciosos te g id o s de lana de q u e se vestían el p o n t í ­
fice y el r e y , se estendió un ru id o sordo en 1j: s e n tra ­
ñas <lel volcan. Este r u i d o , sem e ja n te al J e l m a r
c u a n d o concibe las b o rra sca s, se a u m e n ta y pronto se
m u d a en un profundo b ra m id o . T i e m b l a la t i e r r a ,
•tram a el c ielo , negros vapores le e n v u elv en ; el t e m ­
p lo y los p i l a d o s , se estrem ecen y am enazan desplo­
m a r s e ; conmuévese la m o n t a ñ a , y su c im a e n tre ­
abierta v o m ita , con los vientos encerrados en su seno,
torrentes de betún líq u i d o , y to rb e llin o s de hum tf,
que se en ro jec e n , se in fla m a n , y a rro ja n á los aires
masas de rocas encendidas que han a rra n c a d o del abis­
m o : ¡soberbio y terrible espectáculo, el ver raudales
de fuego precipitarse con centelleante furia p o r m e ­
dio de las m o n tañ as de nieve, y p e n e tra n d o en e llas,
formarse un lecho vasto y p ro fu n d o !
E n los m uros y fuera de ellos, la desolación, el
espanto, los vértigos del terro r se esparcen en un ins­
ta n te . M ira el la b r a d o r , y perm anece inmóvil. A u n
no se atreve á to ca r la t i e r r a , que siente com o un
m a r undoso bajo sus plantas. E n tre los sacerdotes del
S o l, los unos tré m u lo s , salen precipitadam ente del

( i ) L lá m a se O ¡chencha» V éase la d e sc rip c ió n


de ese vo lca n y sus ei'Upciones en 1 538 y 1 6 6 0 , en
la rela ció n d el viage de M ■ de la C ondam ine-
T omo II- 2
* 8 LOS INCAS.
U i n p í o ; los o t r o s , c o n s te rn a d o s , abrazan el a lta r d e
su Dios. Las v írg e n e s, d esp av o rid a s, corren fuera de
sus palacios, cuyos techos a m e n a z a n desplómense s o ­
b re sus cabezas; de forma q u e , v ag an d o p o r la exten­
sión d e su in m e n sa c e r c a , p á li d a s , descabelladas,
tie n d en sus m anos tím id a s hácio los m uros á los cu a­
les la com pasión m ism a n o se atreve á acercarse para
socorrerlos.
A lonso s o lo , e r r a n te d e aq u í para a llí al rededor
del recinto» oye sus lam en tab les voces. E n el peí ígro
d e la naturaleza e n te r a , n o tie m b la sino p o r Cora, Los
alaridos que hieren sus o íd o s , todos le parecen ser
de ella. E xtraviado e n tre el d o lo r y el m ie d o , y tal
c u a l el palom o q u e , con tem blosas o las, voltejea a)
red ed o r de lo c árcel en que está e n c e r a d a su paloma
a m a n te , asi A lo n s o , a rr e b a ta d o de g o zo , suLe sobr*
los i estos del m u ro s a g r a d o , penetra e n el asilo en que
antes d e él n in g ú n m o rta l se a tre v ió a e n tr a r . F a v o -
récenle las tin ie b la s , porq u e un dia lúgubre y so m ­
b río hizo lu g er á la n o c h e , que solo la ilu m in a n los
arroyos de fuego que se precipitan del m o n te ; v este
horroroso re s p la n d o r, cual el del Erebo in m u n d o , no
deja ver las socer íotisos del Sol sino como sombras
e rr a n te s , corriendo despavoridos en los jardines.
Otros ojos que los de un a m a n te , ocupado entera­
m en te del objeto que a d o r a , buscarían en v a n o á una
d e ellas entre sus co m p a ñ e ra s; pero Alonso reconoce
a C ora. Las gracias q u e , aun en medio del espanto,
la han permanecido fieles, la hacen distinguir de
Jejos. É l contiene sus primeros raptos de alegría por
e l tem o r de asustarla: $e adelanta con piso tím id o :
C o r a ; le dice con voz dulce y sensible; un Dios vela
sobre ti , y toma cuidado de tus dins. A esta vo®. C o­
ra intim idada se detiene, y al instante rstivmcce la
t i e r r a ; la m o n ta ñ a , con estruendoso b rillo , arroja mía
LOS I>X AS. i9
c o lu m n a d e fu e g o , que en la obscuridad descubre á
los ojos de la sacerdotisa su am ante que le tiende los
brazos*
Y a fuese p o r u n rep en tin o m o v im ie n to del susto,
y a acaso por a m o r , C o ra se precipita y cae sin sentido
en los brazos del joven e s p a ñ o l; él l a sostiene, la re a ­
n im a y p ro cu ra tra n q u iliz a rla : — O t ú , d ijo la , á
quien y o a d o ro desde que te vi en el t e m p lo , tú p o r
q u ie n solo respiro , C o ro , nada temos : el cielo e sq u ien
te envia un lib e rta d o r. S íg u e m e , abandonem os estos
lugares funestos; d é ja n it salvaite»
C ora , débil y t j é m u l a , se fia en su guia. E l la to ­
m a en sus b ra z o s , salta sin trabajo por encim a d é lo s
r e t í >s del m u ro d e sp lo m ad o , y el p r im e r asilo q*e
$e ofrece á su pensam iento es el valle de Capar.a, el
d e l cacique am igo de Las Casas.
¿ A donde voy? le decía C o ra. E l susto lia tu rb ad o
m is sentidos. Yo n o sé donde e s to y , ni a u n siquiera
sé quien vos sois. ¿Q u e se va á hacer de m i? Apia­
daos de mi estado.
— E s tá s , la d i j o , b ajo la salvaguardia do u n h o m ­
bre que n o respira sino p o r t í . Y o te llevo lejos del
peligro á un valle deleitoso, en donde u n c a c iq u e ,
mi a m ig o , te recib irá com o á su hija. — ¡ A h ! repli­
có e lla , o c u lta d m e mas bien á la vista de todos; de
ello pende m i v id a; ¡de ello pende aun m a s! Vos ig­
noráis la ley terrible que ahora m e hacéis violar. H e­
m e aquí fuera del asilo en que yo debía vivir escondi­
d a ; yo sigo los pasos de u n h o m b re , despues de haber
hecho voto de h u ir p i r a siempre de todos. ¿ A qué
m e exponéis? ¡A h ! dejadm e, antes perecer.
— C o ra , respondióla Alonso, el prim er deber de
todo lo que respira, com o su p rim e r sentim iento, es
el del cuidado de su propia v id a , y en un m om ento
en que la m uerte te rodea y p eisig u c, no hay ni voto
29 LOS IKCÀS.
n i ley que deba oponerse á este m ovim iento inven­
c ib le . C uando todo esté s e re n o , m a ñ a n a , antes que
am anezca, volverás á esos ja rd in e s , en donde tus co m ­
pañeras asustadas h a b rá n pasado la n o ch e sin duda a l ­
g u n a ; y e l secreto d e tu ausencia n u n c a será reve­
lado.
E n tre ta n to se aleja el p e l i g r o , y p ro n to se desvane­
ce. Cesa de te m b la r la t i e r r a , y y a el volcan n o b r a ­
m a . A quella p irá m id e de l u m b r e , que se elevaba de
l a c im a del m o n t e , se apaga y parece h u n d irse ; los
negros torbellinos d e b u m o , que obscurecían el cielo,
com ienzan á d isiparse; u n viento d e oriente les expe­
l e hacia el m a r . E l azul del cielo se purifica, y e{
astro de la n o c h e , con su c la rid a d consoladora, pa­
rece querer tra n q u iliz a r l a naturaleza consternada.
E n este m o m e n to , Alonso y su am ada c o m p e le r á
atraviesa ron hermosas p ra d e ra s, en que m il á r b o l e s ,
cargados de fru to , entrelazaban sus ram as. L o s rayos
trém ulos de la l u n a , saliendo p o r é n tr e l a s h o ja s , Iban
á variar el color de la verdura y juguetear e n tre lag
flores. Respira, rai a m a d a C o ra, dijo Alonso ; descan­
ga; y en la calm a y silencio d e la noche qu** nos es
p ro p ic ia , deja que m e ocupe de la dicha de verte y
a d o r a r tus encantos• Cora consintió en sentarse. E l
p r im e r cuidado de Alonso fué el de coger fru tas,
que fue luego á presentarla. La dulce savinta, la p l i ­
t a , de un gusto mas delicado a u n , la m édula de] co-
c<5, su sabroso jugo, fueron los m anjares de este festin^
Sentado junto á C o r a , apenas podia respirar A lo n ­
so. L a turbación, el enagenam iento, aquella tim id e z
recelosa que acom paña los ardientes d e s e o s , y cuya
em oción redobla al acercarse la d ic h a , suspenden su
im paciencia. E l estrecha con sus m a n o s , y h u m e d e ­
c e con sus lá b io s la m a n o trém ula de la v irg e n . —
H ija del c ie lo , la d ic e , ¿eres tú la que y o poseo, t u ?
LOS INCAS. **
<jne eras el único objeto d e m is ansias? ¿Q uien me
hubiera d ic h o que u n p rodigio, qu* horroriza á la
naturaleza, se operaria para r e u n i m o s , y no espanta­
ria la t i e r r a , sino p a ia ro b a rn o s á la vista de tus v i­
gilas in h u m a n o s ? U n dios.» sin d u d a , se ha com pa­
decido de m i a m o r y de m is penas- ¡A h ? aproveche­
mos sus favores* E stam os solos, lib re s , ocultos, sin
otro testigo que l a n oche, que nunca ha vendido á
jos tiernos am antes. P e ro estos m om entos tan precio­
sos vuelan r á p id a m e n te ; n o perdamos n in g u n o ; y si
tu m e a m a s , d im e ; S é J i l i z . — Sé feliz, dijo e lla , y
desde el m ism o instante u n nublado se extendió sobre
el porvenir.
A sus ojos todo se h a ‘e m b e ll e c i d o ; la serenidad de
la n o c h e , la s o le d a d , el sile n cio , tienen para ellos un
e n c a n to n u ev o : ? Ah ! ¡ deliciosa m o ra d a ! dijo C o r a ;
¿ paro que buscar o tr o asilo ? Esta apacible c la rid a d ,
estos vergeles, estos foilages parecen decirnos: ¿ á
d onde queréis iros? ¿en que parte os hallareis m ejor
q u e con n o so tro s? — O dulce m ita d de m i m ism o , d i ­
jo A lo n s o , ¡ojala que siem pre pudiera y o agradarte!
Pasemos a q u í la n o c h e ; y m a ñ a n a , al ra y a r el alba»
huyam os de estos lugares en que tú estás cautiva. V a­
mos .. ¿ q u e sé y o , á don d e no s conducirá el destino?
a u n q u e fuese en u n desierto , y o viviría feliz contigo;
s in t i , n o puedo m as vivir. D e esta m anera el ciego
a m o r hac>a h a b la r á A lo n s o . C ora le estrechaba en
sus brazos, y él « entia caer sobre su rostro las lá g ri­
m as que ella vertía.
Amigo m í o , tni a m a n t e , le decia e l l a , a le je m o s, si
es p o s ib le , una previsión que no puede sino afligirnos.
Y o estoy c o n tig o , yo n o quiero ocuparm e sino de t í :
haz pues que tm b ien porque tan to h e suspirado no sea
mezclado de a m a rg u ra .
C o r a ignoraba aun el n o m b re de su a m a n te ; ella
22 LOS INCAS.
deseó oirle., y lo repitió m il veces. H ablóla el de su
patria , y aun quiso liscmgenria con la dulce esperanza
de ver algun dia la villa en que h a b ía nacido- E n fin,
el sueño suspendió todos los m ov im ien to s de sus a l ­
m a s , y C o r a , sobre las rodilla* kd e A lo n s o , reposó
hasta el am anecer.
L a estrella de la m a ñ a n a despierta las a r e s , y los
cantos de estas d e s p in ta n á Alonso. Abre los ojos,
ve á C o r a , la observa, y dcscuLte m il encantos, Acer*
c a s u boca á sus labios sle rosa, en que el a m o r se son­
l i e ; percibe su a lie n to , y sn alma entonces vuela á él
con el aliciente de un soplo delicioso
A b re los ojos C o r a , y u n l a p t o , m ezclado de es-
p in to y de a le g r ia , esplica su em oción. ¿E res tú , di*
jo e lla , a rro já n d o s e en el seno de A lo n s o , eres t u ,
mi a m o r , á quien yo veo? ¡Ala! tem ía h a b erte p e rd i­
do.-— N o , C ^ ra , aq u í e s to y , t r a n q u i l í z a t e , no nos
separarem us. Mas dém osnos priesa: ves la aurora del
día; pasem os la angostura de los m o n te s , v en l;i ley
d é l a n a tu ra le z a , que m a n tie n e a los inorado!es de
las selvas, busca c o n m i g o , en su asilo , la libet tad ,
C1 p r ¡mero de los bienes despues del am or.
¡A h ! mi querido A lo n so , dijo C o r a , ¡ c o m o quisie­
ra poder estar contigo sola en estos bosques , y desco­
nocida del resto de los m ortales !
A l p ro n u n ciar estas p a la b r a s , le estrechaba entre
sus brazos c o n m o v id a ; sus ojos, fijos sobre los de su
a m o n te , se a n eg ab an en lá g rim a s am argas- E l e n te r­
necido y t u r b a d o , la ruega de descubrirle lo que le
agit * Ella se estremece al considerar el go*pc que le
va A d a r , ni s c e l e m í fui á sus instancias. O Alonso,
deÜeia d«d a l:n i m ía , Ic d ijn ? mi corazón está despe­
d a z ó l o , y el tuvo va á s e rlo ; p e ro , perdona, un deber
saciado, deber terrible me e n c a d e n a , v el va á a r r a n -
caí me de tus brazos para s ie m p re .... Es llegado t i m o -
LOS I>*CAS> a3
m entó de una separación. — •A h ! ¿ que es lo que dices
cru e l? — Escúchame. AI consagrarm e p ara el a l t a r
mis padies respondieron de mi fidelidad. La $angTe
de un padre y de una m adre es garante d e l o s r o t o s que
hice en aquel m o m en to . F e m e n tid a y prófugo, yo )es
entregaría ahora al suplicio; a ii d e lito recaería sobre
ellos, y les seria infligido un atroz castigor tal es la
jev* — ¡ O Dios! — T u te h o rro riz a s ....
— ¡ D esdichada! ¿ que has h e c h o ? ¿que es lo que
he hecho yo m ism o ? esclamó A lo n s o , estrechando su
frente contra la t i e r r a , y a rran c á n d o se los cabellos.
• P o i q u e antes no m e has m ostrado el a b is m o , en que
m e p recipitaba, y á que te a rrastra b a á tí inísiri i ? . . .
Déjame T u te r n u r a , tu d o l o r , tus lágrim as n d o ­
blan el h o r r o r en que m e v e o .... ¿Q u e es lo que q u ie ­
r e s ? ¿ q u e te vuelva a tu asilo? liso es querer mi
m u e r t e . . . . Yo to suaretaré co n m ig o . ; Ah ! n o ; si lo
hiciese, seria un m o n stru o . Y o no su lríré jam as que
tu seas p a rric id a . Vete c r u e l . . . . D e te n te , a g u a r d a , yo
m u e r o ..- .
A estos g r it o s , C o r a , que , afligida y t r é m u l a , $e
habió ap artad o de A lo n s o , torna veloz y cae á sus r o ­
dillos. E l la c o n te m p lo , estréchala c u s u s brazos, la
riega de lá g r im a s , se siente b a ñ a r con las su y a s, la
jura un eterno c a r i n o ; y , e n el esceso de su d o l o r ,
se estraviu y se olvida de nuevo. — ¿Q u e h a c e m o s,
le dijo C o r a ? A m an ece el d í a . . . . Si t a r d a m o s , ya
no será t i e m p o ; y mi p a d re , m i m a d re , sus hijos , to*
dos van a p erecer. Ya m e parece que veo e n c e n d id a
la pira en que van á ser consum idos. — Ven pues,
la dijo é l , m irá n d o la con ojos sonabrios, y con el
sem blante furioso de la desesperación; y de rep en te,
a rm án d o se de aquella fuerza varonil que sabe d o m in a r
las pasiones, ásela de la m a n o , v con paso a p re su ra d o ,
la vuelve hasta el pié d e la m u ralla , e n c u y o recinto
*4 LOS INCAS.
«ogrado va á o c u lta r su d e l i t o , su a m o r y su deses­
p e ra c ió n .
Hasta el m o m en to de aquella entrevista f a t a l , ej
a m o r no había sido en el alma de C o r a , sino un de­
lirio confuso y v a g o ; ella n o sintió su fuerza sino
luego que h u b o conocido y poseído el objeto- Su p a ­
s ió n , ilustrándose, redobló su violencia; su m em oria
«v el s e n tin v e rto de perderle se han hecho su alimen»
to; y el deseo, sin esperanza, siem pre engañado, ca­
da d ía m as vivo y m a s ard ien te , es su eterno supli­
cio.
Esto no obstante, ella estaba sin rem ordim ientos y
sin te m o r sobre el porvenir. E i desorden de aquella
noche en que cada cual tem blaba por si m i s m o , no
•permitió que se echase de menos su falta. Ella no se
hace delito alguno del extravío en que la han p r e c i ­
pitado el p e lig ro , el m iedo y el am or. L o que ú n i­
camente la h o r ro r iz a , es el hallarse en presa oí fuego
que la consume y que no se apagaria nunca- Su a m a n ­
te es aun m as desgraciado- A m as de iguales to rm e n ­
to s, esperim enta una zozobra que le roe las entrañas
y despedaza su corazón.
¡ A h ! bajo de cuantas formas diversas, y todas crue­
les, tiianiza el a m o r los corazones! Alonso, turbado
a! considerar que podia ser padre; este p e lig r o , que la
inocencia o c u ltab a á los ojos d e C o r a , estaba sin ce­
sar presente á los suyos. E l recuerda con espanto
los m a s dulces m o m en to s de su v i d a , y detesta el
a m o r que le h a hecho feliz. Mas siendo preciso p a r­
t i r , alejase de Q u ito , v su a lm a , arrastrada p o r u ñ a
►fuerza irresistible, se desprende de e l , y se va al tnu-
¿‘0 dentro del que su a m a d a C o ra g im e.
LOS INCAS. 25

CAPÍTULO XXIX.

E mbajada i>e alo* so t>á woliwa a la corté del cuzco*

U n c a m in o in m e n su ra b le q u e re c o rre r d e una ¿
O t r a ex trem id ad del im p e r i o , j o r m e d io de e n c a m ­
bradas sierras cortadas d e to rre n te s y de despeñade­
ros ( i ) , m o n u m e n to p ro d ig io so d e la grandeza de los
I n c a s ; v sobre este c a m i n o , los arsenales distribuidos
de distancia en d ista n c ia ; los hospicios siem pre a b i e r ­
tos á los viageros; las fo rtale za s, los t e m p lo s , los ca-
nnlej que d e rra m a b a n sobre las c am p iñ as las aguas
de los rios * ) 9 las m aravillas d e la n atu raleza en c l i -

( i ) E l c a m in o r e a l d s J e Q u ito a l Cuzco e r a de
5oo le g u a s c a s te lla n o s , h ech o d u r a n te e l re in a d o
de Hnaiiia Capac B a jo la d o m in a c ió n de este m is ­
m o In c a y se h ito o tr a ig u a l e n lo s v a lle s del
im p e r io , y o tr a s que lo a tra v e s a b a n desde e l cen­
tr o h a s ta sus e stre m id a d e sj e n c u y a o p era ció n jii¿
p re c iso le v a n ta r e l te r r e n o , e n m u ch a s p a r te s m a s
de c u a ren ta p ie s p a r a p o n e r lo a l n ivel de la s c o lin a *•
(a Uno de estos c a n a le s , q ue c ru za b a la s lla n a *
r a s del p o n e n te , te n ia i5o le g u a s d e l s u r a l norte*
T om o I L 3
*8 LOS INCAS,
m as nuevos para é l , nada podía b o rra r en la m en te
de Alonso la Im agen d e su C o ra ; y por mas que q u i­
siese apartarla de e lla , siem pre se le volvía á repre­
sentar con m a v o r viveza.
H íz is e , en iin , o ir la voz im periosa de l a a m is ta d ,
y cediendo á ella, A lo n so , com o si saliese de un pro­
longado d e lirio , comienza á ocuparse del objeto de su
m i s i ó n , desde que descubrió los alrededores del Cuz -
co. Anuncióse al m onarca , p o r m edio de tres caci­
ques que le precedían de o rd e n s u y a , en estos t é r ­
m inos. « U n h o m b re nacido m i s a llá de los m a r e s ,
« y hacia las riberas e n que am anece el S ol, u n cas-
« t e l l a n o , á quien t u herm ano ha adm itido en su
« c o rte , viene á verte y á h a b la rte d e paz. »
L a fama de los castellanos habia penetrado hasta
el C u z c o , y este n o m b r e , que se había hecho t e r ­
r ib l e , escitó h soberbia de Huáscar. M andó pues al
encuentro d e Alonso una p a rte d e su c o rte , y r e c i­
b ió le é l m ism o con todo el esplendor de la magestad
d e los I n c a s , elevado sobre u n t r o n o d e o r o , en un
palacio cuyos u m b ra le s, cuyos m u ro s m ism os e sta ­
ban revestidos de este m etal resplandeciente, te n ie n d o
á sus píes veíate caciques, y á sus costados veinte t r i ­
b u s de Incas descendientes de M anco.
A lo n so , que n u n ca habia visto cosa tan a u g u s ta , n o
pu lo m enos d e m aravillarse al c o n te m p la r tal espec­
tá c u lo . El príncipe, c o n u n a bondad m a je s tu o s a , le
hizo señal para que se acercase á h a b la iie .
— I n c a , le dijo A lo n s o , u n h e rm a n o v irtu o s o y
tie rn o , y un verdadero a m ig o , son dos dones que r a ­
r a vez concede el cielo* É l te h a otorgado uno y o tr o
e n el re y de Q uito. Regocíjate pues. Y o conozco su
a lm a , y m í corazón , que nunca supo m e n t i r , te res­
p o n d e del suyo. A am bos os amenaza un enem igo for­
m id a b le y c r u e l , que viene deí oriente* T e n é is nece-
LOS INCAS. o7
s¡dad el uno d e l o tro p ara resistir á sus esfuerzos*
Reunidos, podéis vencerle; d iv id id o s , sois perdidos.
El in c a tu h e rm a n o pid e tu a u s ilio , y te ofrece el
de sus armas. T a i es el objeto de l a em b ajad a con
que m e h o n ra cerca de t í.
— Aunque enviado p o r un re b e ld e , le respondió
el I n c a , ves q u e m e he d ig n a d o de o irte. P e r o , a n ­
tes de to d o , di m e . ¿ n o eres tu m is m o uno de a q u e -
líos estrangeros aparecidos recientem ente en nuestras
costas, y que e n los valles han s e m b ra d o el espan­
to? T u te dices c astellan o , y , si n o m e e n g añ o , este
es el n o m b re q u e se les da? ellos v ie n e n , com o t u ,
de la parte d e l oriente.
— Sí, y o soy del n ú m e r o d e aquellos estrangeros,
le dijo Alonso. S í , siguiendo su p » r t i d o , y o busca­
ba la gloria; m as n o he visto e n ellos sino d e lito s , y
les he abandonado- Yo gusto de la buena fe, a m o
la r e c titu d , y sé h o n r a r l a grandeza de a lm a : he
aquí lo que m e ha hecho u n ir m e con el príncipe g e ­
neroso que te habla aquí p o r m i voz. Nacidos tu y
él de una m ism a sa n g re, bijos d e u n m ism o p a d re ,
os debéis a m a r m u tuam ente y vivir en p a z , si q u e ­
réis ser felices, si am bos queréis ser poderosos.
— Si se acuerda, replicó H uáscar, de q u e padre
hemos nacido, que piense tam bién cuales rangos nos
señaló el nacim ien to . E l Sol no ha dado sino u n m o ­
narca á este im p erio ; en consecuencia, el reinado
de su hijo debe ser la im á g e n del s u j o ; es d e c i r ,
que, así com o el Sol no tiene igual e n el c íelo , yo
tampoco le quiero ten e r en la tierra#
— E n hora b u e n a , In ca , le respondió Alonso : yo
quiero hablar tu lenguage, y suponer lo que tu crees#
P e r o d i m e : ¿no a m as tu bastante á los h om bres, y
no estimas tam bién bastante las leyes de tus abuelos,
para desear que el universo sea colocado b ajo l a sal­
vaguardia de leyes tan apacibles ?
*$ LOS INCAS.
— Es positivo, respondió el l a c a , y o lo deseo, y
aun lo espero: así lo quiere el S o l , y los tiempos ve­
r á n su v o luntad cu m p lid a.
— Y e n to n c e s , prosiguió A lo n s o , el m u n d o no ten­
d r á m as que u n r e y , así com o n o tiene mas que on
sol. L a sab id u ría de un h o m b re tolo podra estender
tus m iradas ta n lejos com o el astro d e l día estieude
el resplandor de su luz. T ú no lo creerías; confiesa,
p u e s , que así com o tu vigilancia tiene límites, así d e ­
be ta m b ié n tenerlos tu p o d e r , y que sería injusto el
q u e re r in v a d ir lo que no se puede gobernar.
— Es trun ge FO, le d ijo el l ú e a , ¿ co m o osas señalar­
m e los límites de m i poder?
— N o soy y o , díjole A lonso, es l a naturaleza quien
lo s ha señalado: yo no*digo sino lo que ella ha h e th o -f
pero te advierto que tú eres h o m b re por tu debilidad ,
cu indo pretendes erigirte en dios por tu ambición.
— Soy h o m b re , pero soy r e y , repitió el I n c a ; j
este solo n o m b re te ensena el respeto que m e es de­
bido*
— S á b e te , le dijo Alonso, que m is iguales hablan á
los reyes sin a d u la rlo s , y les respetan sin temerlos.
N o pende sino de tí el verm e á tus pies; pero em pie­
za p o r ser justo, y por h o n ra r la m e m o ria de un padre
que fue rey . De sus m anos recibió tu herm ano el ce­
t r o que tú le d isp u tas, y por oponerte á este d o n , tú
le insultas en el sepulcro. —
Estrem ecióse el I n c a ; m as su o rg u llo superó á su
piedad. — Mi p a d re , d i jo , había envejecido, y en el
estado del desfallecim iento el h o m b re es c r é d u l o , y
*

se deja fácilm ente engañar. E l cedió á los artificios


d e una m uger a m b ic io sa , y p o r el hijo de una estran­
gera ha desheredado al que las sabias leyes de Manco
Je habían dado p o r único sucesor.
— É l te e n tr e g ó , le dijo A lo n s o , cuanto había re*
LOS TOCAS. *9
cibido: solo ha dispuesto del fruto de s u c o n q u is ta .
— Si com o él* cada u n o de nuestros re y e s, d ijo ei
príncipe, hubiese disipado lo que h a b ía ad q u irid o *
¿que seria del im perio? L a u n id ad d e p o d e r hace su
grandeza y su fuerza; y m i p o d re, q u e sin d e s m e m ­
bram iento le habia re c ib id o de sus a b u e lo s , debió
igualmente dejarlo p o r entero* L e s o rp re n d ie ro n , sí *
le s o rp re n d ie ro n , y así es que sin d e ja r d e h o n r a r
sus virtudes y reverenciar sus c e n iz a s , v o puedo desa­
probar u n acto de d e b ilid a d q u e le h izo o lv id a r m is
legítimos derechos*
— S á b e te , le dijo Alonso* que a l n o r te d e estos
clim as, u n im p erio t a n dilatado y m a s poderoso que
el tu y o aeaba de ser a s o la d o , d e s tr u id o , in u n d a d o
con la sangre de sus p u e b lo s , p o r haberse d iv id id o .
Sus p tín c ip e s , apenas escapados del acero de! vence­
dor, se han refugiado en la co rte d e l In ca t u h e rm a ­
no, y su desventura confirm a lo que yo te d ig o . U n
enemigo te rrib le va á encontroros d e b ilita d o s y d e s­
hechos uno p o r el o tro . ¡ A h ! piensa en salvar t u i m ­
perio, y cuando el rayo está sobre t u cabeza y el a b is­
mo á tus p la n ta s , t i e m b l a , infeliz p r in c ip e , y estre­
mécete tú m ism o , en vez de a m e n a za r. —
Toda la corte que le oia pareció tu r b a d a con este
le n g u a je ; el m ism o In c a fue c o n m o v i d o ; m a s d isi-
m u 1ando su t e m o r bajo la apariencia del o r g u llo , dijo:
— AI usurpador es á quien toca prevenir los m ales
d e q u e seria c a u s a , y á sujetarse á m is leyes.
— JNo lo e sp eres, d ijo Alonso consternado , v ien d o
su resistencia o b stin a d a ; A ta lib a , coronado por su
padre, no creerá jamos haber usurpado lo cjue ha r e ­
cibido de cL Su voluntad la m ir a com o un «a ley in ­
violable. Para despojarle del tr o n o lias de ver p rim e ­
ro su cueipo hecho tajadas. S í, I n c a , y o te lo a se g u ­
ro. A tí te t o c a , p u e s , el ver si quieres b a ñ arte en
3o LOS INCAS.
la sangre de un herm an o virtuosot que te a m a , que
hace consistir su gloria y su felicidad en ser tu aliado
y tu am igo mas tie rn o , que te ruega en el n o m b re J e
su pueblo y del tuyo p ro p io , n o le obligues a una
guerra impía- D ispon d e él y d e sus a rm a s : él no te*
m e la g u e rra : él tiene bajo sus banderas un pueblo
fiel y valeroso; él tiene ademas veinte reyes que le
a y u d e n , y todos ellos le son t a n afectos com o yo. La
unica cosa que te m e es el v e rte r la sangre de sus nmi~
g o s , d e su fa m ilia , de unos pueblos q u e , súbditos de
vuestros padres, nacidos bajo las m ism as leyes, son
sus Lijos com o tuyos. C onsulta com o él tu c o r a z ó n ,
pues debes tenerlo m a g n á n im o y sensible, á lo m ono $
á la compasión* N o se tr a ta aq u í de que ventilem os
tus derechos y los suyos: tales debates n o han sido n u n ­
ca concluidos sino p o r las arm as. D e lo que ú n ic a m e n ­
t e se tra ta es de saber cual de los dos pierde m as en
ceder. V a en ello u n r e in o , y en tí una provincia in ú ­
til á tu g lo ria , á tu poder y á tu grandeza. E l defien­
d e con su corazón el h o n o r de tu padre y el s u v o ; y
á estos intereses, ¿ q u e opones t ú ? ¡el o rg u llo de no
su frir u n reparto! C ontem pla sí eso m erece el e n ce n ­
d e r entre vosotros el fuego de una guerra c i v i l , al m o ­
m e n to en que un peligro c o m ú n os m a n d a que os r e u ­
náis. —
El orgulloso Huáscar n o quiso o i r m a s ; pero la f r a n ­
queza valerosa, la noble altivez d e A lonso i n f u n ­
d ie ro n en todos los á n im o s el asom bro y el respeto ,
y hasta en el del Inca mismo*
Y o n o s é , d e c í a ; pero esta casta de hom bres t ie n e
alg o de respetable y superior á nosotros. Yo q u ie r o
g r a n je a r m e la benevolencia y la estim ación de este cas­
tellano. Ríndansele todos los honores debidos á la d ig ­
n id a d de que se baila revestido.
A d m itió le á su m esa, y usando para c o n el d e l to n o
LOS INGAS. 3t
de 1a a m is ta d : c astellan o , U d i j o , y o accederé en
cuanto me sea posible a la paz que m e propones. Q ue
Ataliba g u ard e su p a tr im o n i o , y que reine e n Q u i t o ;
y o consiento en e l l o ; mas a c o n d ic ió n de que sea t r i ­
butario del im p e r i o , y o b ligado ¿ r e n d ir bonaenage
al prim ogénito d e los hijos d e l Sol#
Aunque hubiese pocos visos d e q u e A taliba a d m i t i e ­
se esta c o n d ic ió n , n o c re y ó A lonso que debiese re c h a ­
zarla sin d arle parte de e l l a , y a g u a rd a n d o su respues­
ta , tuvo el tiem p o de observar p o r d e n tr o y fuera esta
ciu d a d floreciente.
3a LOS INCAS.

CAPÍTULO XXX.

D e S C M P C I O N D’E L C U Z C O - — S ü S RIQUEZAS* — F l E S T A DEL

U A T R l MOttlO > CELEBRADA EN EL SOLSTICIO DEL IN­

VIERNO-

E l te m p lo del S o l , el palacio del m o n a r c a , los al­


cázares de los I n c a s , los albergues de los vírgenes, la
fortaleza á triple m u ralla que dom ino lia lu ciudad y
q u e la p i o te g ia , los canales que de lo alto de Ir*
vecinas sierras d e rr a m a b a n en ella con a bundancia
aguas vivas y saludables; la extensión y magnificencia
d e las plazas que la d e c o r a b a n , aquellos m o n u m en to s
d e que no subsisten sino lam entables ruinas , asom bra­
b a n de ad m iració n á A lonso. S in el y e r r o , decíase,
s in el arte de las m e c á n ic as, la m a n o del h o m b re ha
obrado tan to s prodigios. E lla h a Todado estas e n o r­
m e s peñas con las cuales h a form ado esos m u ro s , cu­
y a -solidez n o cederá n u n c a sino á las vicis’tudes de
los tiempos y á la destrucción del globo. He aq u í la
prueba de que todo lo puede su p lir el trabajo y la
■constancia.
Mas él veia con espanto aquel cúm ulo prodigioso de
m asas de oro que en el tem p lo y los alcázares tenia el
l u g a r del y e r r o , d é l a m a d e ra y de l a p ie d ra , y que
LOS INCAS, 3$
b¡íjo d e m i l f o rm is diversas d e s lu m b ra b a los ojos.
j A h ! decía con suspiros, si a lg u n a vez la avaricia
europea liega á d e scu b rir estas r iq u e z a s , ¡con que cie­
go firroT va á devorarlas!
E l cuito d e l Sol ten ia en el C uzco una mngestad
sin igual- La m agnificencia del t e m p l o , el esplendor
de la c o r te , l a afluencia d e los p u e b lo s, el o rd e n d e
los Sacerdotes y el coro d e las vírgenes e s c o g i d a s ^ ) ,
to d o esto dab;i á la p o m p a del c u lto u n c a rá c te r ta n
augusto que i Alonso m is m o le causó respeto.
Había en to d a s las fiestas, r ito s , juegos, festines y
sacrificios. L o que d istin g u ía la d e l m a trim o n io era
el d o n del fuego celestial. A lonso la vio cele b ra r. C ele­
brábase el d ia en q u e el Sol, t e r m i n a n d o su carrera al
m e d i o d í a , s e reposa sobre el tró p ic o para votver sobre
«us pasos hacia e! norte.
O bservábase el instante en que el l u m i n a r d e l d ia ,
hallándose e n su b a j a , fo rm a b a al oriente las colum nas
m isteriosas, y entonces el I n c a , prosternado delante
del Sol su p a d re : Dios benéfico, le d e c í a , tu vos á
alejarte d e nosotros y á volver la vid a y la alegría á
los pueblos d e o tr o e m isfe rio , á quienes el in v ie rn o ,
h ijo d é l a n o c h e , aflije e n t u a u s e n c ia ; m a s p o r ello
no m u rm u ra m o s . N o fueras tu justo si no amases
que a nosotros, y si p o r tus hijos olvidases el m u n d o .
Sigue tu in c lin a c ió n ; pero déjanos com o prenda de tu
b o n d a d una idea justa de quien eres y de q u ie n p ro ­
cedes, y que el fuego de tus r a y o s , a lim e n ta d o en tus
a lto re s , d e r r a m a d o en tre t u p u e b lo , le consuele en tu
ausencia y le asegure d e t u v u e lta .
Esto d i j o , y presenta al Sol la superficie hueca y
p á lid a de un c r i s ta l ( 2 ) esm altado e n o r o ; artificio m is- 1

(1) E n e l tem p lo d e l C uzco h a b ía i 5oo-


(2 ) T e n ía n e l c r is ta l de r o c a , se g ú n G a rc ila so .
34 LOS INCAS.
ter ¡oso que se tenia gran cu «dado de ocultar al pueblo *
y que n o era conocido sino d e los Incas. Lo» voy os,
cruzándose e n todos portes, caen sobre una pila de
m aderas de cedro y de aloes q u e , de rep en te, se in­
fla m a , y derram a p o r los aires el m a s delicioso per­
fume.
Asi fuá com o el sabio M anco biso c ie e r ¿ los in­
d io s , p o r el Sol m is m o y que él le enviaba para darles
leyes. O Sol , le d i j o , si y o h é n a cid o d e t i , h a t
q u e tu s r a j o s enciendan esta pila d e le ñ a q u e mi m a­
n o te consagra; é in co n tin e n te apareció encendida*
La m u l t i t u d , al ver este prodigio renovarse de año
e n a ñ o , se enloquece de a le g r ia , cada cual se ap re­
sura á recoger una centella del fuego c e le s tia l; el
m o n arca le distribuye á la fam ilia de los In cas; estos
l a reparten al p u e b lo , y lo s sacerdotes cuidan d e
q u e este fuego n o se apague jam ás sobre el altar*
Entonces se adelantan los am antes que la edad l l a ­
m a al ejercicio de los deberes de esposos ( i ) , y n a d a
h a y ¿ñas magestuoso q u e este circulo in m e n s o , for­
m a d o d e una ju v e n tu d lo z a n a , que hace la fuerza y
l a esperanza d e l esta d o , que pide e l reproducirse y
e n riq u ec e rle con su sucesión. La s a l u d , h ija del t r a ­
b ajo y d e la te m p la n z a , r e i n a en e l l o s , y se ju n ta á
la h e r m o s u r a , ó suple á la belleza m is m a .
Hijos d e l estado, d ijo el principe , ahora es cuando
él espera de vosotros el fruto de vuestro n a c im ie n to -
T o d o h o m b re que m i r a la vid a c o m o u n b i e n , está
obligado á tra n s m itirla y á m u ltip lic a r sus dones*
A q u el únicam ente que es ya im p o te n te , y p ara quien
l a vida m ism a es y h a sido una d e sg ra cia , este es ei

(t) Los h o m b r e s d e b í a n t e n e r c u m p lid o s v e in te

Y c i n c o años, y l a s m u j e r e s v e i n t e .
LOS INCAS. 35
solo que está dispensado. Si bay a lg u n o en tre vosotros
á quien le pese el v i v i r , levante la v o z , y d íg a m e l o ;
porq u e á m i m e toca o í r sus quejas. Mas si cada cu al
de vosotros goza apaciblem ente d e los beneficios d e l
Sol m i p a d r e , venid d á n d o o s una fe m u t u a , y haced
voto d e reproduciros y a u m e n ta r el n ú m e ro de los
afo rtu n ad o s.
N o se oyó una q u e ja ; y m il p a r e ja s , cada una p o r
su t u r n o , se presentaron an te él. A m a o s , observad
las le y e s , a d o ra d al S o l m i p a d r e , les dijo el p r i n c i -
pe. P o r sím b o lo de los trabajos y cuidados q u e van á
c o m p a r tir en tre s í , les hacia t o c a r , al darse la m a n o ,
el azadón a n tig u o d e M an co y la rueca d e O e lla ,
su laboriosa c o m p a ñ e ra .
A lo n s o , re c o rrie n d o c o n sus ojos aquel c ír c u lo d e
jóvenes h e rm o s a s , suspiró y se d ijo e n sí m is m o : j Ah!
h e rm o sísim a C o r a , hija del c ie lo , si tú t : aparecieses un
esta fiesta, b o rra rla s con tus encantos todos los suyos.
U n a de aquellas jóvenes esposas, al acercarse al I n ­
c a , ten ia sus ojos anegados en lá g rim a s . El príncipe
lo a p e r c ib e , y l e p re g u n ta . ¿Q u e te aflige? E l l a , triste
y s ile n c io s a , n o osaba responder. E l In c a se d ig n a
tranquilizaría* — ¡ A y ! d ijo e l l a , y o esperaba consolar
al a m o n te d e m i h e r m a n o , q u e , p o r ser t o n b e l l a , la
reservan p i r a el t e m p l o ; y e l desventurado I r c i l o , á
q u ie n la niega m i p a d r e , llo r a s ie m p re al lad o m ío .
El ¡ n a , di jom e u n d í a , t ú n o eres t a n b e ll a ; m a s tú
eres ig u a lm e n te d u l c e , t u corazón es b u e n o y s e n s ib le ,
tú am as tie rn a m e n te á M e lo é : y o se q u e ella te a d o r a :
y o c re e ré v e r l a v ie n d o á su h e rm a n a m i s m a : concé­
d e m e p o r com pasión el l u g a r de ella* Y o m e negué
e n u n p rin cip io . M eloé llorosa m e instó porq u e se lo
concediese. ¿ Q u ie n le consolará sin o t ú , m e d ijo e l l a ?
¿ V e s c o m o él se a f l ig e ? — M uy b i e n , y o lo haré si
eso es capaz de a liv ia r su d o l o r . — É l lo c r e i a , y lo
36 LOS INCAS.
p r o m e tió ; pero a h o ra acaba de confesarm e que nunca
p u ed e a m a r sino á e l l a , y que la llo ra rá siem pre.
E l Inca hizo lla m a r al padre de Elina y de Meioé.
T r í e m e d M e lo é , le d ijo . T ú la reservas para el tem ­
p l o , mas el Sol quiere corazones lib r e s , y el suyo no
lo es* E lla a m a á ese jo v e n , y y o q u ie ro que él sea
su esposo. C u a n to á E l i n a , yo tendré cuidado d e es-*
cogerle u n o q u e fea d ig n o de ella.
Obedeció el p a d re . Meloé se ad ela n ta afligida y
t r é m u l a ; m a s d e sfle q u e vio á IrcÜ o y oye que es
él á quien se concede su m a n o , su hermosura se re a ­
n i m a , un d u lc e enageoa m ien to resplandece en su fre n ­
t e , y levantando e n te rn e c id a sus ojos sobre los de su
tie r n o a m a n t e , ¡Y a cesará tu aflicción! le dijo ella.
Hé aquí por lo q u e y o suspiraba.
Preséntase una nueva p a re ja , y d e repente u n jo­
ven despavorido atraviesa e l t r o p e l , se arro ja e n tre
los dos esposos, y , prosternado á los pies del In c a ’:
H ijo del S o l , e x c la m ó , im p id e á Osai el faltar á la
íé q u e m e h a ju r a d o . Y o soy aquel á q u ie n ella a m a .
E lla va ¿ hacer su In felic id a d al m is m o tiem p o que
la m ía .
E l r e y , so rp re n d id o d e su audacia y conm ovido
de su desesperación, le p e rm itió que se explicase ;
I n c a , d íjó le , era el tie m p o de la siega, y o hacia l a
d e l cam po d e m i p i d r e , cuando se anunció la del
suyo.! i A y ! d íjem e y o , m a ñ a n a se recogen las del
c a m p o de O s a i; m is rivales c o rre rá n á él en t r o ­
p e l . ¡q u e desgracia para m i sino estoy a l l í ! A presu­
rándonos, redoblam os el a rd o r para aeabnr d e recoger
las mazorcas del rnaísal de m i p a d re . C onseguilo en
efecto; p e ro , exausto por la Artiga, yo fui á reposar­
m e u n ra to ; el sueño me e n g a ñ ó , y cuando m e des­
p e r té , ya tu padre ilum inaba el m undo. Desconsolado ,
l i e g o , y m e encuentro á Osai en los campos con el
LOS INCAS. 57
jóven M a y ó t e , que desde el alba habla estado tra b a ­
ja n d o con ella. A nda , m e dijo e l l a , v ete, N e lti, tu
n a m e am as, ni ta m p o c o quieres á mi p a d r e , el a m o r
y la am istad d e b e ría n h a b e r sido mas diligentes^ Ella
no quiso o i r m e , y despues n o ha cesado de h u ir de
m í . Pero ella me a m a aun ; sí , está seguro que m e
a m a , pues ella, q u e jam as en gaña m e ha d ic h o m u ­
chas veces: N e t t i , y o no a m a r é sino á tí-
^ - O s a i , p re g u n tó el p r ín c ip e , ¿ e s verdad es­
t o ? — S i , es positivo; n u n c a hubiera y o a m a ­
do sino á é l ; pero el i n g r a t o , descuidóse en ve­
n ir á segar el e am p o de m i p- d r e , que le q u e ría
corno su hijo* A estas palabras ella se enterneció.
T ú le am es y tú le p e r d o n a s , iv-pitió el In ca ;
recibe su m a n o . Y t ú , d ijo á M ayobé, cédela á
su a m a n te , y p ara c o n s o la ite m ira á esotra, ¿ n o
es bastante lin d a ? ¡ A h ! e s h e rm o s ís im a , d ijo el
j o v e n , y tan to que Osai m is m a n o obscurece á
tnis ojos su h e r m o s u r a .— Pues b ie n , si tú la a e r a ­
das yo te la d o v , dijo el príncipe. ¿ L o c o n sien ­
tes , E lina? S í , d ijo e l l a , con tal que n o se afli­
j a ; pues que el gozo del m a rid o es lo que hace
ta m b ié n la gloria ¿ e la m u g er. Mi m a d re m e
lo decía a s í, y m i corazón m e lo repite.
T ales eran e n tre este b u e n pueblo los sinsabo­
res del a m o r á cada instante.
E n m edio d e los cantares y de las danzas que
precedían ni sacrificio, apareció en el aire u n p r o ­
digio Vióse una águila acom etida y despedazada
p o r m ilan o s, que alternativam ente se abalanzaban
á ella con aceleradísim o vuelo. El á g u ila , d e s ­
pues de habet, forcejado i n ú t i l m e n t e , cae toda e n ­
sangrentada al pié d e l tr o n o del I n c a , y en medio
d e su familia. E l r e y , así com o el p u e b lo , pas­
móse y atem orizóse al p r o n t o ; pero con aquella
8 LOS IN C A S,
firmeza que nunca le a b a n d o n a b a : pontífice, d i jo ,
inm ola sobre el a lta r d e l Sol m i padre ese p á ­
jaro!, im ágen patente del enem igo que nos a m e ­
naza.
El pontífice invitó al principe á ¡r con él al
santuario. Y o te sigo, le d ijo Huáscar; pero t
advierto que ocultes el m iedo que está pintado en
tu ro stro ; porque p araque e l vulgo tie m b le n o es
preciso avisarle*
Antes de e n tra r e n el te m p lo , le d ijo el p o n ­
tífice: M ira esos tres círculos señalados sobre la
frente pálida d e la esposa d e l Sol. L a l u n a se
levantaba entonces sobre el o riz o n te , y él d is ­
tinguió evidentemente tres círculos e n su ó r b i t a ,
el uno d e color sa n g u ín e o , otro n e g r o , y el t e r ­
cero tu rb io y sem ejante á una fogarada de h u m o .
P r í n c i p e , le d ijo el sacerdote, n o ocultem os
la verdad de estos presagios* Ese circulo d e san­
g re es l a g u e rra ; el negro an u n cia los reveses;
y esa fogarada de h u m o , mas espantosa to d a v ía ,
es el presagio de la ru in a .
P o r ventura el S o l , d íjo le el m o n a r c a , ¿te
h a revelado ese porvenir h o r r i b l e ? — Y o lo e n tre ­
veo, respondió el pontífice; m a s el Sol n o m e
ba hablado.
Pues siendo a s í , replicó el I n c a , déjam e el
ú ltim o de los bienes que quedan al h o m b r e , la
esperanza, que le alien ta y sostiene en sus des*
gracias. T o d o lo que puede no ser sino un fue­
g o , ó u n accidente d e la n a tu ra le z a , n o debe ja­
m as tom arse p o r u n signo p r o d ig io s o , á menos
q u e n o sea o p o rtu n o p ara in tim id a r al vulgo. N o
es este el m o m e n to d e a m e d re n ta rle .
LOS INCAS. 39

CAPÍTULO XXXI.

D 8SC B ÏPC IO K DE LOS CONTORNOS DE C C Z C O C o f V E R ­

SACION OE ALONSO COR tN SAStUDOTfl DEL # OL , A

Q O I t N SA L L Ó LABRANDO LA T t E h A A .

H uáscar, lejos d e m anifestar la tu rb ació n que e*-


pcríinentaba su a l m a , se m ostró mas firme y resuelto
que nunca á los ojos de Alonso- Al siguiente d¡a ,
llevóle á aquellas florestas magníficas don d e resplan­
d e c ía n , imitad-.s e n o r o , y con bastante buen a r t e ,
las p la n ta s , las flores y los frutos que nacen en aque­
llos climas- L o que e n tre nosotros hubiera sido im
ejemplo in a u d ito de l u j o , n o anunciaba allí sino la
abundancia y lo inutilidad del m etal mas precioso.
D e aquellas florestas, en que el arte se había ejer­
citado en copiar la n a tu rale za , el Inca hizo pasar á
Alonso á aquellas en que esta ostentaba sus propias
riquezas. Estos jardines ocupaban un valle h e c h ic e ro ,
á las orillas det rio A p u r im a , y form aban el com p en ­
dio de las cam piñas del Nuevo M undo- Hileras de á r ­
boles m a je stu o so s, reuniendo sus so m b ras, e n la z a n d o
sus ram as fro n d o sa s, form aban por la variedad de sus
troncos y follngps una m iscelánea rora y maravillosa*
Mas lejo s, bosques compuestos de arbustos coronados
4o LOS IfíCAS.
d e flores, a tra ía n y encantaban la vísta. A l l í, odorífe­
ras praderas d e rra m a b a n los p e rf a m e s m a s deiiciososf
aquí los árboles de uu v e r g e l , agobiándose bajo el pe­
so de sus frutas , estendian y doblaban sus ramas de­
lan te de la m a n o , cuya elección solicitaban- A llá ,
plantas de una v irtu d y un sabor precioso, parecían
p re s e n ta r, á porfía, socorros á la e n ferm ed ad , y pla­
cer á la salad.
A lonso recorría con ojos tristes y compasivos aque­
llos recintos encantado*. Estos hermosos lu g ares, d e -
c i a , estos asilos sagrados de la paz y de la sabiduría
serán violados por nuestros bárbaros europeos, y hajo>
su segur impía veré y o caer estos árboles cuya so m b ra
ba cubierto la cabeza de los reyes*
N o lejos del Cuzco h a y u n lago que reverencia el;
pueblo i n d i o , pues dicen que fue sobre sus orillas d o n ­
de M aneo descendió del cielo con Oella su com pañera.
E n medio de él está una isla risueña don d e los Incas
bun erigido u n tem p lo soberbio al S ol, isla deliciosa
c u j a fertilidad es portentosa. Ni las praderas de C h i ­
t a , en que se veían pacer los rebaños del S o l , n i los
campos de C o lc am p a ra , cuyas míeses le estaban c o n ­
sagradas, ni el valle d e Y o u c a n i, lla m a d o el ja i d i n
del i m p e r i o , nada de esto la igualaba en belleza. A llí >
m a d u ra b a n las frutas mas deliciosas; allí , se recoltaha
el m a is , del cual las m anos de las vírgenes escogidas
bacina el pan de los sacrificios.
E l rey quiso tam bién c o n d u c ir á ella á Alonso» El
joven castellano n o se cansaba d e a d m ira r en e l l a , á
cada p i s o , los prodigios de la c u ltu ra .
A l l í , vio á los sacerdotes del Sol la b ra r ellos mis­
m os sus cam pos. Dirígese á uno cuya vejez y rostro ve­
n e ra b le lla m a ro n su atención ; I n c a , Je d ic e , pertene­
cería á tí entregarte a unos tan duros trabajos? ¿ n o te
dispensa de ellos tu m i m s t t n o augusto? ¿ n o ves que
el d eg rad aiU así es piofanarltr?
LOS INCAS, 4i
Apoyándose sobre su azadón , le m ira con asombro*
¿Q ue m e preguntas, le d i jo , joven estrangero, y que
ves tú que pueda .envilecer e n el arte de hacer fértil
lo tierra? ¿N o sabes tú que -sin este arte d iv in o , los
h o m b re s, esparcidos por las s e lv a s , se verían aun r e ­
ducidos á disputar la presa d e los anim ales silvestres?
R ecuéidate que la o g ric u ltm a fundó la sociedad, y
que con sus nobles m * n o s , ella .ha erigido nuestros
m u io s y templos.
— Esas v en tajas, dijo A lo n so , ho n ran sin d u d a al
inventor del a r te ; pero su ejercicio n o es por eso m e ­
nos h u m illa n te , bajo y pen o so : asi es com o se piensa
en los clim as en que y o nací.
— Siendo a s í, replicó el viejo -sacerdote, en eso»
climas debe ser vergonzoso el v iv ir, pues que hay des­
honra en tra b a ja r para alim e n tarse. Este trabajo es
penoso., n o h a y d u d a , y p o r lo m ism o todos deben
co n trib u ir á e llo ; pero es honroso en cuanto es útil,,
y en tre nosotros nada es m as m al visto que eLvicio y
la ociosidad#
— C on to d o , es estvafío, repitió A lo n so , que una»
mat*os que se consagran para los a lta r e s , y que a ca ­
ban de presentar en ellos los perfumes y los sacrifi­
cios, tom en al instante el a z a d ó n , y que la tiçrra
labrada por los hijos del Sol-
— Los hijos hacen lo que hace su p a d re , dijo él sa­
cerdote. ¿N o vos tú que él está todo el dia ocupado en
fertilizar nuestras cam piñas? T ú le a d m ira se n sus be«*
neficios, y te parece m al que sus hijos le im iten.
C o n fu n d id o el joven e sp a ñ o l, insistia todavía, y le
d ice : el pueblo no está obligado á cultivar.por tí lo#
campos que te alim entan?
— .El pueblo está obligado á venir en nuestro ausi-
l i o , dijo el viejo; pero á nosotros toca el ser ecónomo#
de su sudor.
T o m o II. 4
i * LÓS INCAS-
— Vosotros d ijo A lonso, teneis con que pagar sus
tra b a jo s: y v u e s tr o s u p e iflu o .... — Nunca lo tenem os,
dijo el viejo* — ¡ C o m o ! replicó A lonso, tan inm en­
sas riquezas! — T ie n e n su empleo , respondióle el sa­
cerdote. SÍ has visto nuestros sacrificios, ellos consis­
te n en una o fren d a p u r a , de la cual una leve parte se
consum a sobre el a l t a r ; la otia se d istrib u y e al pue­
b lo . T a l es el uso que quiere el Sol que se haga de sus
bienes; así se le rin d e el cuUo m as digno de el y , so­
b re t o d o , bajo este carácter se reconocen sus hijos.
Satisfechas nuestras necesidades , el resto de nuestros
bienes n o es n u e stro ; él es el patrim onio del huérfano
y del e n fe rm o : el príncipe es su depositario: á él t o ­
c a dispensarlo, pues nadie debe conocer m as bien las
necesidades del p u e b lo , que el que le sirve de padre.
— M a s, despojándoos así de vuestras riquezas, ¿no
conocéis que el pueblo n o os puede respetar ta n to , c o ­
m o $¡ p o r vosotros m ism os las distribuyeseis como
únicos d ueños de ellos?
A estas palabras el sabio anciano som ióse m o d e s ta ­
m e n t e , y sus m a n o s volvieron á to m a r el azadón.
— P e r d o n a , di jóle A lonso; perdona la im p r u d e n ­
cia de m i e d a d ; y o n o busco o tra cosa que el i n s ­
tr u ir m e .
— Am igos di jóle entónces el v iejo, yo no sé si el
fausto y la magnificencia pueden in sp irar t3 n ta vene­
ra c ió n com o fa sim p lic id a d de una vida inoeente;
pero sería una rnzon d e mas para que nos despojáse­
m o s de nuestros b ien e s, p u e s, lis o n je á n d o n o s de ser
am adas y reverenciados por solas nuestras riquezas ,
nos dispensaríamos acaso de decorarnos de nuestros
virtudes.
Alonso dejó al viejo enternecido de su piedad y pe­
n e trad o de su sab id u ría.
-Habiendo luego m anifestado al in c a el deseo d *
LOS INCAS- 43
Ter 106 m anantiales d e a q u e l o r o , cuya a bundancia le
a so m b ra b a , el m is m o H uáscar le a co m p a ñ ó basta el
A b ita n is , la m a s rica m in a que se conocía en aquel
tiem po- U n gentio i n m e n s o , esparcido sobre la falda
del m o n t e , trab aja b a a llí e n la estraccion riel o ro de
las venas d e los peñascos. Apercibióse A lonso que ape­
nas se d ig n a b a n desflorear l a t i e r r a , y q u e a b a n d o n a ­
ban las venas m as preciosas y r i c a s , en cuanto se veía
que era m enester sepultarse p ara segui rías en sus r a m i ­
ficaciones. ¡ A h ¡ d i j o , ¡c o n cu an to m a s a rd o r a d e la n ­
t a r á n estos trabajos los castellanos! ¡ Pueblo inocente
y debil! ellos t e h a rá n p e n e tra r en las entrañas d e la
t i e r r a , despedazar sus f la n c o s , profundizar su* a b is­
m os y socavarte en ellos u n d ila ta d o sep u lcro , y aun
eso n o bastará para saciar su avaricia. T u s dueños
o p u le n to s , desidiosos y s o b e rb io s , se h a rá n los t r i b u ­
ta rio s de los talentos y d e las artes d e sus laboriosos
*v ecino$; ellos d e r r a m a r á n p o r la E uropa los tesoros
de la A m é ric a , y será esto c o m o el b e tú n arrojado en
el h o rn o ardiente. L a c o d ic ia , ir r ita d a p o r la riq u e ­
za y el lu jo , se a s o m b r a r á al ver sus necesidades rena­
cientes atraerse de nuevo la in d ig e n c ia ; el o r o , acu ­
m u lá n d o s e , se envilecerá pronto él m is m o ; el precio
del t r a b a j o , á p a r q u e c re z ca , seguirá los progresos cte
las riquezas. Y t ú , pueblo d e s v e n tu ra d o , y tu poste­
rid ad ta m b ié n , pereceréis en esas m inas agotadas p e r
vuestros tra b a jo s , sin h a b e r p o r ello enriquecido á la
.Europa.
44 LOS INCAS.

CAPITULO XXXII.

F r ITSTAANSE DE R E P E N T E LAS ESPE RANZAS D E P A Z ------L a

•CAJEARA SE D E C L A R A E N T R E LOS O >$ INCAS.

Regresado A lonso á la c iu d a d d e l Sol? recibió la


respuesta de A taiiba, c o n ceb id a en estas p a la b ra s ;« Si
* el. Rey del C u íc o h a o lvidado la voluntad d* su pa-
« d re, el de Q uito l a tie n e presente» É l desea ser el
« amigo y el aliado de su h e r m a n o ; pero n o c o n s e n tí
« rá n u n ca en ser in c lu id o en e l n ú m ero d e sus vasa*
« líos.
C o m o e l jAven e m b a ja d o r preveia que la guerra no
p o d ía ta r d a r en d e c la ra rs e , quiso p rep a ra r á Huáscar
a l a respuesta del In c a su h e rm a n >;y habiéndole a tr a í­
d o al templo en que estaban los sepulcros de los reyes
l e d i j o ; explícame Inca-, ¿ p o r que privilegio es tu pa­
d r e el único e n tre'to d o s esos reyes, hijos del Sol? —
£ 1 , respondió el I n c a , tie n e solo esta gloria , porque
es su hijo predilecto* — ¡So hijo predilecto ! ¿N o son
l a lisonja y la m entira las que le han decorado de ese
t i t u l o ? — Su pueblo t o d o , re sp o n d ió , se lo ha d a d o ,
y todo u n pueblo no es adulador*— C r é e m e , dijo
Alonso * y ‘ha* que cese esa injusta d is tin c ió n ; tu sa­
ches que él no es digno de ella. — Estrangero > dijo ^
I O S IN CA S- 45
I n c a , respeta m i presencia y sis m e m o ria -— ¿C om o
quieres t u , replicó Alonso, que yo respete á un rey á
quien su hijo v a m a ñ a n a á declarar insensato, perjuro
y sacrilego? N o Ha coronado el m ism o á su herm ano?
¿ no ha violado las leyes ? Aquel cuyos ú ltim o s suspi­
ros han encendido el fuego de la guerra civil en tre los
hijos del Sol , ¿ h a m e re c id o ocupar u n lu g a r en su
tem plo? O tú «*es in ju sto , ó lo fue él ; y la guerra os
t u delito ó el suyo. Elige, pues el re y de Q uito está
resuelto á atenerse á la voluntad de su padre*
U n caballo fogoso y soberbio no se asom braría mas
d e l freno que un ginete diestro y anim oso quisiese
ponerle p o r la p rim era vez , que lo que se a s o m b ró el
altanero I n c a , al ver el interés poderoso q u e oponía
Alonso á su cólera rabiosa. — ¿C o n que tú has rec ib i­
d o la respuesta d e ese rebelde? — Sí, dijole A lonso, y
gracias al Chelo, él es digno p o r su constancia de ser
•tu amigo y el uiio. Yo le desaprobaba que, siendo rey
Legitimo, se hiciese tu tributario.
H u á sc ar, su m a m e n te a i r a d o , se fu e á su p ilacio • Los
prim eros m ovim ientos de su corazón fueron los del
resentimiento y la venganza, y cediendo á ello s, fué
preciso deshonrar á su p a i r e y u l t r a j a r su m em oria :
cosa q u e ’en las costumbres de los In c a s era el colm o
de la im piedad. La naturaleza resistia á este h o rrib le
pensam iento , v el alm a de Huasca-r, dejándose lle v a r
alternativam ente d e s ú s sentim ientos opuestos, n o sa­
b ia - en el estado de tmbac-ton en que s e h a lla b a , ¿
cual de los dos dehia a b a n d o n a r.
E n el m o m en to de esta lucha se le presenta su es­
posa favorita, la hermosa y modesta Idali , la c u a l, al
verle t a n violentam ente a g itad o , no se acercó á él sino
tem b la n d o , i-levaba de la m a n o a1 joven X aivn, su
h ijo , el heredero presuntivo del im p e r io , y sus ojos
dstYados tiernam ente e a este se anegaban en lágrimas*
46 LOS INCAS*
N o tá n d o lo et r e y , m íra la tris te m e n te , tiéndela l a m a -
n o , y pregúntale oaat era el m otivo d e su aflicción»—
¡A y ! di jóle e lla , y o estoy tem blando* Me h a lla b a coa
m i hijo y colm aba de caricias á la im agen d e u n es*
poso a d o r a d o , cuando Ue aq u í que G e l l a , t u augusta
m a d r e , se llega á m í , pálida y desconsolada, demos­
t r a n d o en sus ojos la tu rb ació n v el e s p a n to : Q u e rid a y
desventurada I d a l i , m e d ic e , tú t e complaces eti m i ­
r a r á ese n iñ o , t u única esperanza; tú t e aplaudes de
*u destino; p e ro , ¡ a y ? ¡ cuan incierto es é l , y que m a l
seguro está el derecho que le llam a al im p erio ! TJna
paz odiosa pone la v o lu n ta d d e los incasen el lu g ar de
nuestras le y e s-sa n to s, y u n a vez dado e l e je m p lo , to d o
se lo creerán perm itido* E l c a p u c h o de un h o m b r e , la
astucia d e a n a im ager, el en can to de la n o v e d a d , la
«educción d e un m o m en to basta p a ra d e s tr u ir todas
nuestras esperanzas. El cetro d e los In c a s p is a r á á las
m anos de la que haya sorprendido u n p o s tr e r m o v i­
m ie n to de a m o r ó debilidad* E l hijo de la estrangera,
'coronado-en Q u ito , y reconocido p o r rey le g ítim o ,
nada p u e d e ser ya m a s sagrado* ¡A h q u erid o n m o !
dijo estrechándole e n tre sus brazos, ¡o ja lá q n e t u pa­
d r e , después de h a b e r a u to riz a d o el perjurio d e tu
a b u e lo , no se prevalga d e él el m ism o ! D e esta m a ­
nera me baldó tu m a d r e , y ella solicita el verte.
Al instante se apareció O e lla , y á lns recon v en cio ­
nes del I n c a , que-se o fen d ía d e sus a l a r m a s , ella no
respondió sino c o lm á n d o le d e'rep reh en sio n es am ar­
gas.
Rival d e Z u l m a y r i v a l a b a n d o n a d a , ella g u a rd a b a
al h ijo et o d io que había t e n i d o á s u m a d r e ; el n o m ­
bre de Atnlvba 1c era odioso* E l a m o r irritad o en va*
n o se debilita con la e d a d , pues que a ú n e n el momea*
t o m ism o que e sp ira , deja su veneno en la l l a g a j
cesase d e a m a r al infiel, mas n o al objeto d e la infide-
LOS I jSCAS. 4?
lidad. C o n u n odio tal p o r la sangre d e Z u lm a , la m a s al­
tiva d e las P alas ¡ i ) se esforzó p ara a n i m a r á su h ijo á
la venganza.
Y bien, le d ijo e l l a , ¿ a c a b a s de c e d e r al o rg u llo del
rebelde-. del u s u r p a d o r d e tu s d erechos 9 ¿ Has a n u n ­
ciado al m u n d o que las leyes d e l S o l d e b en todas ser
som etidas á l a v o lu n ta d d e u n h o m b r e ? ¿ q u e la era»
briaguez, el d e s c a r r i o , el c a p ric h o d e u n rey hace la
suerte de un e s ta d o ? ¿ q u e u n p a d re in ju s to puede e$-
c lu ir á su hijo d e la h e re n c ia á que la naturaleza le lla­
m a , y disponer de ella á su a n to jo ?
— Y o estoy naoy lejos d e a p l a u d i r , dijo el I n c a ,
á esas m á x im a s pelig ro sas, y si y o disim ulo la ini­
quidad de un padre, creed que m e veo forzado á ello.
— Entonces la m a n ife s tó las razo n es que se oponían á
su resentim iento.
— Esas razones especiosas, le replicó su m a d r e ,
o c u lta n en sí dos cosa» los cuales y o p e n e t r o , y tu no
•osas confesarme. La una , es la esperanza de que á
tu tu no te sea lícito el p o n e r la pasión en el lu g ar de
las leyes, que y a , altaneras riv a le s, com parten en­
tr e sus hijos los restos d e tu h e ren cia y del im perio
del Sol. La o t r a , es la indolencia y la m o l i c i e , el t r a ­
bajo que te cuesta t o m a r las a r m a s , y el tem o r d e
ser vencido; eso es, p o r lo m e n o s , lo que pensará el
pueblo e n te ro , testigo de esta p z i n f a m e , v no le a lu ­
c in a r á n vanas razones. E l rein ad o d e todos tus a b u e ­
los ha sido señalado p o r la g l o r i a ; pero el tu y o lo
será por una eterna ig n o m in ia . Este im perio que ellos
fu n d a ro n , que e x ten d iero n y afianzaron por su valor
y constancia, tú h a b rá s apresurado pot t u flaq u eza,

fi) A s i s e l l a m a b a n l a s m u g e - v e s d e l a f a m i l i a

rjtal.
4$ LOS INCAS»
su decadencia y su ruina ; la sa n a re habrá -perdido sus
derechas , y el p rim e r ejemplo de este cobarde aban­
d o n o , ¡s e r á mi hijo q u ie n le h a b rá d a d o ! ¿E s eso
b o n r a r la m em o ria -de u n padre? y para ellos, para
t u s a b u e lo s, y para -esc D ios m is m o de quien sois des­
c e n d ie n te , ¿ n o es el m a s culpable xle los ultrages, el
d e envilecer su sangi*e? Si tu padre tu v o virtudes, im í­
t a l a s ; si tu v o u n m o m e n to de d e b ilid a d , confiesa que
él fue h o m b r e , frágil y seducido .uno vez por lo sa la -
g€s d e u n a m u g e r ; y despues d e hecha esto confe­
s i ó n , haz ceder á las leves, que son siem pre sa­
bias y justas., la pasión, que es c ie g a , v el capri­
cho pasuge-ro, que él «sentimiento desoprueba y con­
dena .
Quiso insistif el In ca sobre los m ales que acarrea
l a guerra civil. No» n o , dijole e ll a ; ve y s u s c r
á esa paz deshonrosa que te im pone el u su rp a d o r; y si
esto no bastase á a p la c a rle , pon -tu cetro á sus
pies. O desventurado n i ñ o , exclamó abrazando ai
joven p r ín c ip e , ¡ que lástima m e causas! ¡q u ie n me
hubiera dicho que u u día tú tendrías que avergon­
zarte de tu ¡padre! esto d i jo , y se fue.
Afectado m ortalm eirte, el I n c a , con tales reprehen­
siones, salióse t a m b ié n , y -mandó decir al instante al
em bajador de-Quito q u e la guerra estaba -declarada , y
que se diese prisa á p a rtir. Pidióle A loi.so que le perm i­
tiese verle otra vez; mas fueron en vano sus instancias;
y aquella m ism a noche fue conducido hasta inusaJlá-ds!
Abaraji.
LOS INCAS. 49

C A P ÍT U L O X X X III.

A-TALlfiA, ftBT D E Q U IT O , .JU N T A SU EJERCITO* — SALE

D 8 SUS ESTADOS. — ASEGURASE D E L F C 8 R T E D E CANA*

^ E S .— S a le AL EH CUEN TEO D E L ENEM IG O .

Consternóse Á ta liba al saber el m al é x i t o de la me*


diacion <le A lonso; encerróse solo con é l , y despues
de haberle oido: O r e y s o b e r b i o , e x c l a m ó , ¡ c o n que
nada puede a p la c a r te ! ¡ con q u e quieres mi ig nom inia
ó m¡ p é r d i d a 1P e r o el cielo es mas justo que t ú , y él cas­
tigará tu orgullo. A estas p a la b ra s , precipitándose en los
brazos del joven e s p a ñ o l ; O amigo m i ó , le dijo en voz
olt i , • cuanta sangre vas á v e r d e i r n m a r 1 Nuestros pue­
blos se degollarán u n o á o t r o . . . . É l lo ha querido así,
y será satisfecho; m as la pena seguirá su delito mismo»
D.spon d e m i , le dijo Alonso. C o n el m ism o a r d o r
que yo im plora ba l a p a z , déjam e rechazar la g u e rra;
y sea cu d fuese la s u e rte d e las a r m a s , perm ite á t u
am igo el vencer ó m o r i r á t u lado.
N o , dijo el p ríncipe abv.izándole, y o n o quiero
exponerte á las a tro c id a d e s de u n a guerra ímpia.
G u á r d a m e t u v a lo r p a r a p Ü g r o s dignos de t í. T u ,
sensible y virtuoso j o v e n , n o estás hecho pava m a n -
T omo IU 5
5o LOS INCAS.
d a r á parricidas. Solo t ú y algunos amigos verdade­
ros á quienes he confiado m is p e n a s , leeis m i pesar
e n el fondo de m í corazón. E l resto del m u n d o , al
v e r que la discordia a rm a a los dos h e r m a n o s , c o n ­
f u n d i r á al inocente con el c u lp a b le . D é jam e la v e r­
güenza á m i s o lo , y cuida de tus dias p a r a ser p a r­
tícipe d e m i gloria.
O ro z im b o y sus m e jic a n o s , Capana y sus snlvnges
q u e ría n igualm ente arm arse en su defensa, pero él lo
r e h u s ó , y no les p e r m i t i ó , c om o al joven e s p añ o l,
sino el aco m p a ñ arle hasta los campos de A l a u s i , en
los confines de am bos reinos.
E n t r e t a n t o , sobre una d e las cimas del m o n te Ilí-
n is a , el Inca d e Q u ito hizo enarbolar el estandarte de
l a g u e rr a , a c u y a señal todos sus pueblos se pusieron
e n m ovim iento.
Reúnense en las fértiles lla n u ra s de Riobamba, y los
primeros que se presentan son los pueblos de aquellas
cam p iñ a s que encierran, del norte al mediod ia, dos lar­
gas cordilleras de montañas, valles deliciosos, y mas
vecinos del cielo que la cim a de los P i r i n e o s ( i ). De
Ja falda delS angni, cuya cima ardorosa humea sin ce­
sar in a s a rrib a de las nubes, del b r a m a d o r Cotopaxi ¿2),1

(1) E l suelo d e l v a lle de Q u ito se eleva so b re i a


cim a d el C anigon y d e l P ico d e l m ed iodía, <jue son
la s d o s m o n ta ñ a s m as a lta s de lo s P ir ineos • (A L de
la C ondam ine. )
( 2 ' S u s erupciones k a n sido te rrib le s en i 7 3 3 ,
2 ^ 4 3 , i 7 4 4 * i 75o , i 7 5 3 . E n 17 5 3 , la lla m a se elevó

á 5oo toesas sobre la cum bre de la m o n ta ñ a • E n


i 7 4 3 , el estruendo de la eru p ció n se oyó h a s ta c ie n ­
to veinte le g u a s• E ste volcan h a a r r o ja d o , en lo s v a ­
lle s d ista n te s m a s de tre s le g u a s , p ed a zo s de p ie d r a
LOS INCAS. 51
del te r rib le Latacunga ( i ) , del C h i m b o r a z o , cerca del
cual el E m u s , el C á u c a s o , el Atlas no serian sino h u ­
m ildes c o l l a d o s ^ } ; del C a y a m b u r , q u e , ennegrecido
con los b e tu n e s , disputa $u elevación ol C l u m b o r a z o
m i s m o , todos los pueblos corren presurosos á las
armas en defensa de su rey.
D¿? las regiones del norte adelántanse los de Ibara
y d e C a r a n g u é , p u tblos falaces y feroces, antes que
hubiesen sido d o m a d o s , pero despues dichosos y fíe­
les. Ellos h a b ía n , en o tro t ie m p o , degol lado sobre el
altar de sus d ioses, y devorado en sus festines, á los
Incas que les habían dejado pava amansarlos é in s ­
tru irlo s. T ul delito fué sceuido O de un castigo O horri-
b l e , v el lago en que fueron precipitados los cuerpos
mutilados de los oleves' 3) se ha lla m a d o e l lago d e
sangre (4)-
Júnta se á estos pueblos el de O tova llo, pais fértil
(5 ) y atravesado de mil a n e j o s q u e , bajo u n cielo
a r d i e n t e , d e r r a m a n una frescura saludable.
De las riberas de poniente, desde Acatames has­
t a los campos d e S u lla n a , todos los pueblos de a q u e ­
llos valles que riegan la Esm eralda, la Soya, el D o l é ,
y los brazos del rio cuya velocidad arrolla las olas

d e doce d c/uince toesas c u b ic a s. ( Ih id . )


( i ; E n i 7 3 8 , u n te rre m o to de esta m o n ta ñ a d e s-
t r u j ó l o s lu g a re s de L a ta c u a c a y de H a m b a io » y
los h a b ita n te s j u e r o n c a si todos e n te rra d o s vivos*
{2, L a a ltu r a d e l C him borazo es de 32 20 loesas
sobre e l n iv e l de la m a r .
(3) H a sta 2ooo, ¿vgim G a rc ila so , y de 20000
seg ú n P ed ro de C ie za .
(4 Y a u r ic a c h a •
^5} L a tie r r a p ro d u c e i 5o p o r 1«
5a LOS INCAS.
del golfo d e T u m b e s , vienen con el broquel al hom bro
y la lanza en m a n o , al parage en que e! Inca les l l a ­
m a , y en cu an to les ve reunido* ' i ) les habla en estos
térm inos.
— Pueblos que ha sometido m i p a d r e , tanto por
sus beneficios c om o por sus a r m a s , os acordáis de ha*
Berle visto, c o n su blanca cabellera y su aire venera.
I>le, sentarse en m edio d e vosotros, y deciros: sed
felices; este es el p r e m io d e m i victoria. Ese buen
r e y y a m u r i ó ; dejó dos hijos y a l m o r i r les d i jo : rei­
n a d en p a z , el uno al medí odi a , y el o t r o el n o r te de
!Ȓ imperio* Entonces m i h e r m a n o , contento con
este re p a rto , dijo á este padre en su agonía: T u voluntad
será para nosotros una ley sagrada. Pues ved a h o ra
que el m ism o se desm iente, y pretende despojarm e
de la herencia de m i padre. P u e b l o s , y o os t o m o p or
inis jueces. Si yo n o tengo r a z ó n , a b a n d o n a d m e ;
m a s si la t e n g o , defendedme. — T u tienes r a z ó n ,
gritáronle u n á n im e m e n te , y nosotros to m a m o s t u
defensa-----Ved aquí á m i h i j o , repitió ei I n c a , el
que debe s u c e d e r m e y aventajarme en s a b id u r ía , pues
que á mas de tener como y o , el ejemplo d e los reyes
sus abuelos, tendrá ta m b ié n el mió* ” Viva , respon*
d ; n los pueblos, y cuando t ú ya n o existas, basta solo
que él nos recuerde su padre.
— Venid pues, piosiguió el I n c a , venid á defender
m is derechos y los suyos. M i h e r m a n o , m as poderoso
que y o , m e m e n o s p r e c ia , y está haciéndolos prepara*
tivos d e una guerra cuya señal cree, sin d u d a , que
va á hacerme t e m b l a r ; y o quiero sorprenderle antes
queéf haya podido ¡uutar sus fuerzas. M a ñ an a mar*
olíamos al Cuzco.

(j) Com ponían u n e jé rcito de 3o ,000 hom bres»


LOS INCAS. 53
Desde el am a ne ce r del siguiente d i n , se adelanta
por los campos de Alnusi tiácía los m uros de Cañaras
ciudad célebre por su magnificencia y p or sus tesoros
ocultos. Los Incas ♦ al d e c o ra rla d e m u r a l l a s , de a l ­
cázares y d e templos, ha b ía n hecho de ella una for­
taleza para d o m i n a r sobre los Chancas.
Esta nación num erosa , a g u e rrid a y poderosa, abra­
za m u l t i t u d de pueblos. Los unos, c o m o los de C u -
r a m p a , Quinvnla y T a c m a r , orgullosos d e creerse
descendientes del león q u e a d o ra b a n sus p a d r e s , se
presentan todavía vestidos d e los despojos de su dios,
c eñidas sus sienes con su c r i n e r a , y lle v a n d o en sus
ojos su o r g u llo a m e n a z a d o r. Otros, c o m o los de Sulla,
V d c n , H a n c o , U r i m a r e a , se ja c ta n de haber n a ­
c id o , los unos de una m o n t a ñ a , los otros de una
caverna , de u n lago ó de u n rio, á quienes sus padres
in m o la b a n sus hijos p r im o g é n i t o s . Este c u lto horri­
ble se ha abolido ; pero a u n no h a podido desenga­
ñárseles de su fabuloso o r i g e n , c u y o e r r o r sostiene su
valor g u e rrero .
Al acercarse Atoliba , estos pueblos, sorprehendi*
dos é indefensos, le hicieron p r e g u n ta r ¿ por que p e ­
netraba en su pais con las a rm as e n la m a n o ? V o y ,
d i j o , á suplicar al rey d e l Cuzco, m i h e r m a n o , que
m e conceda su alianza, y á j u r a r l e , s o b r e el soput*
ero de nuestro padre , u n a inviolable a m is ta d , sí es
que él consiente e n ello*
N a l a se asemejaba menos á un re y suplicante que
aquel príncipe á la frente d e un poderoso e jé r c i to ; pe­
ro fingióse que se le c r e í a , y c n g n fn d o por bis apa­
riencias, iba á adelantar cam ino , c u a n d o he aquí que
vió e n t r a r e n su tienda á uno de los caciques del
p a í s , q u i e n , resentido del o rg u llo dei Inca del
C uzco, saluda á Atnliba y le habla de esta suerte: Tii
crees poder pasar con seguridad p or entre un pueblo
54 los nscAs.
á quien prohibes que se haga injuria ó violencia ;
pues sábete que en u n consejo, al cual y o acabo de
a s i s t i r , se h a conspirado contra t í. Yo te a m o , p or­
q u e se me asegura que tú eres bueno y afable, y yo
o d i o á tu r i v a l , porque es duro y soberbio. E l m e ha
h u m illa d o . Yo soy hijo del l e ó n , y n o quiero que
se m e humille.
Atüliba dio las gracias al c a c i q u e , y consultó á sus
tenientes P a lm o re y C o r a m b é , ambos criados en los
com bates bajo las banderas d e l re y su p a d r e , y reve­
renciados por las tropas que ellos mismos habían
aguerrido en la conquista de Quito* Príncipe , tiíjóle
uno de ellos, veis esas l l a n u r a s , en d onde se levantan
m ontones de huesos h u m a n o s sepultados b a jó la verba;
esos pues son las reliquias honrosas de veinte mil Chancas
m u e rto s en una batalla ( i ) defendiendo su libertad.
Sus hijos n o son hom bres sin valor si les vencemos,
y a creo que podremos imponerles respeto, mas i a su e t'­
se de los combates e s e n g a ñ o s a , y aquel que n o prevee
t u inconstancia es u n insensato* Yo m e lisongco de
que hetnüb de salir victoriosos; pero n o se m e oculta
que podemos ser vencidos , y en tal caso , yo veo á
esos p u e b lo s , alentados p or nuestra d e r r o t a , precipi­
tarse sobre un ejército disperso y fugitivo > y acabar de
destruirlo. ]No dejes, p u e s, de seguir los consejos de
ese cacique ; l a fortaleza de Cañares es un punto de
apoyo, de defensa v de reunión en caso necesario. E s ­
t e puesto, del cual pende la gloría del e jé rc ito , debe

( i ) E n tiem po del In c a R o c a , q u e d a r o n m u e rto s


3 o,ooo ho u b r e e n t r e lo s c u a le s ooo e r a n de la s a n ­
g r e r e a l. L a lla n u r a de S a s c a h u a m a , donde se dio
esta b a ta lla , f u e despues lla m a d a Y abuarí pampa esto
e s f c a m p iñ a de sangre* V éase e l ca p . 3o.
LOS INCAS. 55
ser confiado á m a n o s cuya fidelidad sea bien conocida,
y si me atrevo á d e c í r t e lo , I n c a , t ú solo eres quien
debe g u a r d a r l o . —
E l Inca n o vé en ta n p ru d e n te consejo sino la inten*
cion d e defenderle; p e r o , n o ¡ o b s t a n t e : — Si temes
algo por m í presencia , dijo á C o ra m b é * m al m e co­
n o c es ; t u ed ad , tus h a za ñ a s, la estim ación de m i p a ­
d r e , te han a d q u i r i d o m i confianza y no h e sabido
nu n c a concederla á medias. T ú m a n d a r á s , v y o seré
tu p r i m e r soldado; así se a p r e n d e rá d e mí á obedecerte
con zelo ; y si la victoria es nuestra , n o tengas miedo
de que t u rey te quite el m é r i t o de ella. C u a n t o ai
cuidado de mis d i a s , no es este el m o m e n to de o c u ­
parnos de él. Ahora va á pelearse por defender mis
derechos, y seria vergonzoso q u e , sin m i , se pelease
p or mí* N o hay pues que h a b l a r m e m as sobre que
permanezca lejos d e l c o m b a te , pues que y o debo
b a ila rm e en él.
No, príncipe, di jóle C o ra m h é , y o te serviria m a l si
t e creyese c o b a r d e ; m as t ú eres zeloso y envidioso d e
t u g l o r i a ; t ú sentirás h a b e r hecho esta injuria al zelo
de u n a m i g o , á q u i e n conoció m e j o r que nadie tu
padre.
— ¡ A h ! generoso a n c i a n o , p e r d o n a , d i jóle el I n ­
ca abrazándole. Yo he sido u n m o m e n t o injusto.
Mas ¿p )vque d e ja rm e ocioso á la s o m b ra de esos
muros?
— Yo permaneceré en e l l o s , le dijo C o r a m b é . D é ­
jame tres t n ü h o m b re s con estos valientes caciques y
este estrangero q u e , como ellos, n o p d e sino que le s
permitas servirte. — E l Inca no vaciló en e l l o ;
Alonso, C a p a n a , el valiente O rozim ho, los mejicanos,
todos lo aplaudieron con alegría, resueltos á d e r r a ­
m a r su sangre en defensa d e l In c a . Habiendo pues
dejado cou ellos tres m i l h o m b re s escogidos en
56 LOS INCAS.
los muros de Cañares , hizo adelantar
cito hacia los campos de Tutnibomba.
LOS INCAS. 57

C A P ÍT U L O X X X I V .

H u á sc a r , b e ? d bl c u zc o , mancha i ti fren te de sus

pueblos. — Bata la db t u m ib a m b a . — Es v en c id o

B L E J E R C I T O DE Q U IT O . — A t á U B A ES HECHO P R IS IO ­

N E R O , Y ESCÁPASE DB L A P R ISIO N •

E n t r e t a n t o , el re y del C u z c o , se apresuraba á ju n ­
t a r sus tropas; y todos los pueblos circunvecinos a b a n ­
d o n a b an sus c a m p o s , volaban á las a r m a s , y se colo­
caban bajo sus estandartes.
D e las riberas de aquel lago f i ) celebre en que M a n ­
co descendió, los pueblos de A s i l o , A vanean i , U r n a ,
U r c o , C a y a v i r , M u l l a m a , A t a n , Caneóla y H i l l a v i ,
com prendidos bajo e l n o m b r e de C o l l a s , d e ja n sus
risueñas d e h e s a s , en d o n d e adoraban en o tro tiempo
á u n carnero b l a n c o , como el dios de sus rebaños y la
fuente d e sus riquezas. Ellos se dicen nacidos de aquel
lago que circunda sus cabañas , y es el Leteo á d o n d e
v a n l a s almas despues de esta v i d a , para volver u n día
á ver la luz p a sondoá nuevos cuerpis.
P o r su Lado, se avanza la altiva y valerosa nación
de los Charcas. L a razón es la que la h a som etido,

(i) L a la g u n a d e l Cb//ao.
58 LOS INCAS,
y no la fuerza de las arm as. C u a n d o los Incas la anun*
c ia ro n que v e n ía n á d ic ta rla leyes, sus jóvenes guer­
r e r o s , llenos de a r d o r 9 pidieron todos pelear y m o ­
r i r , si era necesario, en defensa de su libertad. Los vie­
jos les elogiaron la sabiduría de los Incas y su bondad
generosa ; cayéronseles entonces las a r m a s de las m a­
n o s , y fueron todos en tropel á prosternarse á las plan­
tas del hijo del Sol que quería r e i n a r sobre ellos.
Mas s a b io , a u n , había sido el valeroso pueblo de
C h n y a n ta ; su reducción voluntario bajo el poder de los
I n c a s es el modelo de los buenos consejos. El príncipe
que iba á som eterle le m a n d ó decir que le traia leyes,
c o s tu m b r e s , p o l í t i c a , c ulto y u n m o d o de vivir m a s
racional y feliz-Si así e s, respondieron los C havantas
á los diputados, tu rey n o necesita ningún ejercito para
reducirnos. Que le deje , pues , en la frontera ; que ven­
ga y nos persuada , y nosotros nos som eterem os á é l,
pues que el mas sabio es el que siempre debe m a n d a r ;
pero que prometa t a m b ié n dejarnos en paz, s í, despues
d e haberle escuchado, n o tenem os el m ism o m o d o de
ver que é l , en cuanto á las ventajas que nos anuncia
con l a m udanza d e culto y de costumbres. A ta n jus­
tas c o n d ic io n e s , vino el I n c a casi sin escolta, h a b l ó ,
escuchósele, y en c u a n t a c o m p r e n d ió el pueblo que le
seria útil el colocarse bajo las leyes de los I n c a s , se
sometió y le dió gracias. Tales eran aquellos salvajes,
q u e los europeos creyeron n o poder c o n q u i s t a r sino
p o r la esclavitud y la sangre.
E n mas corto número se a d ela n ta n ios pueblos que
hacia el oriente cultivan la falda de las montañas
inaccesibles de los Antis. Sus abuelos a d o ra b a n unas
enormes culebras ( i ) de que a b u n d a aqael país agreste.

( i ) E n t r e e lla s h a y a lg u n a s de 25 á 3o p ie s de
largo.
LOS INCAS- 59
Adoraban así m is m o al tig r e , á causa d e su crueldad.
Ellos h a n abjurado su antiguo c u lt o , pero se bocen
aun gloria d e conservar sus restos, y su corazón no ha
olvidado todavía la ferocidad d e el. E n t r e los A n tis
do quienes son d e sce n d ie n tes, la m a d r e , antes de p re ­
sentar el pecho á su h i j o , le empapa en sangre h u ­
mana , á fin de que h a b ie n d o m a m a d o la sangre al
mismo tiempo que la le c h e , ten g a n sus hijos una a n ­
sia eterna de beber aquella.
A la parte d e l norte se replegan hacia las rib e ra s
del A p u r i m a c , los pueblos de T u m i b a m b a , de Casa-
m a r c a , de Z a m o r a , y aquella nación (lera cuyos m u ­
ros han conservado el n o m b r e de C ontorno (i)-, el
Dios de sus padres. U n m o r r ió n de plumas de este
pájaro te r rib le (2) distingue á los hijos de sus a d o r a ­
dores, y fluctúa sobre sus orgullosas cabezas.
Despues viene lo m as selecto de los pueblos de S u ­
ra , país f é r t i l , v en d onde nace el o r o ; de R u c a n a . en
d onde la belleza parece ser u n o de los dones del cli­
m a ; y de los campos de P u m a h c t a (3 ) , en o tro t i e m ­
po receptáculo de los leones que adoraba el h o m b re .
D e las pampas ó lla n u ra s del p o n ien te, se ju n ta n
en tropel los valientes pueblos de I m a r a , de C o lla -
p o m p a , d e Que va p or quienes se liberto el imperio de

(1) E r a u n p á ja r o lla m a d o C u n t u r - M a r c a .
(1' E ste p á ja r o es banco y n e g ro com o la u r r a ­
c a - L a n a tu r a le z a le h a rehusado la s p r e s a s ó u ñ a s
de un h íleo n , p e r o le h a Jado u n p ic o ta n d u r o y
f u e r t e , (jue de u n solo p ic o ta z o a h u g e rea la p iel de
u n to ro S u s a la s tie n en m a s de v e m te p ie s de e ste n -
5ion- D o s d - esto s p á /a t'o s b a sta n p a r a m a ta r u n
to ro y d e v o r a r le •
D ep ó sito d e l le ó n *
6 o LOS INCAS,
la rebelión de los Chancas i) y que conservan non ía*
señales d e su g l o r i a , seniles que son las mismas para
ellos que las d e los hijos del Sol
F i n a lm e n t e , venían los habitantes de los ricos valles
de Y c a , P i s c o , A c a r i , Nasca, R i m i c , sometidos sin
t r a b a j o , y los d e H u a tn a n , q u e , a u n q u e m as rebel­
d e s , h ibtan sido reducidos a su tu rn o . C u a n d o se les
propaso p r im e ro el recibir el culto y las leyes de los
In ca s, r o 'p l u d i e r o n , que adoraban al m a r , divinidad
fecunda y l ib e r a l ; que n o impedían á los pueblos de
1.15 montañas que adorasen al s o l , que les hacia b i e n ,
y cuyo calor tem plaba la aspereza dr- sus helados cli­
m a s ; p ro que cu an to a ellos, c om o él consumía y
quemaba sus c a m p o s , jamas lo adorarían c om o su
d i o s ; que estaban contentos con su r e y , c om o con su
d i v in i d a d , y que □! aprecio d e su s m g f e estaban r e ­
sueltos a defender uno y otro. F u e la guerra larga y
t e r r i b le ; m as el e n e m i g o , para r e d u c ir l e s , hizo cortar
los canales que regaban sus ávidos surcos : la necesidad
hizo la l e y , y ta dulce e quidad del tro n o de los Incas
justificó su violencia.
Apenas estas naciones se hahian juntado bajo las m u­
rallas del C u z c o , c u a n d o se supo que el r e y d r Quito
avanzaba hacia T u m i b a m b a . Hunscar q u e ría ir á es­
perarlo al piso del rio que baña sus c a m p o s ; mas la
fortuna le sirvió m e j o r que la prudencia y los conse­
jos mismos.
Atalíba había pasado el rio» y sobre la colina
opuesta quería establecer su acarnp cuento. E l <lía

(1) B a jo d e l In c a B o c a ■ M eante fas cap» 3o y 3{.


(2) E sta s s**ñ (¿es so n /o s cabellos c o r ta d a s , los
o re ja s / h o r a d a d a s , l a f r a n j a r e a l sobre la fre n te »
LOS INCAS. 6 t
empezaba á disminuirse# El ejercito de Q u ito babia
hecho una larga m a r c h a , y los soldados, exhautos de
fatiga, n o pedían sino el descanso. K o o b s ta n te, su
zulo les esforzaba, y subían por la colina. D e repente
aparece en c o l u m n a , sobre la c i m a , el ejército d e l
rey del Cuzco. Desplégase á vista del e n e m ig o , y al
instante se d a la señal d e l com bate. La ventaja del
lugar y del n ú m e r o , sobre tropas ya vencidas por la
pérdida de sus fuerzas, pudo m as que el valor- Los
de Q u i t o , veinte veces reunidos y deshechos, n o c o n ­
siguieron salvarse., sino á favor de la n o c h e , que favo­
reció su retirada. F u e preciso v o lv er á p i s a r el r i o , y
el rey» que quiso en persona proteger este paso, cayó
en manos de los enemigos. Desdeñóse Huáscar de ver­
le: T e n d r á , d i j o , la suerte d e un rebe lde : que se
guarde con c uidado en el fuerte de T u m i b a m b a .
Este desastre llevó la desolación al ejército del rey
c autivo; todo el c a m p o estaba alborotado. El hijo de
Ataliba corría p o r él despavorido , y gritaba á sus
pueblos, tendiéndoles los brazos: Hijos m i o s , volved­
m e á mi padre. S u dolor» su delirio red o b lab a aun la
tristezo que oprimia todos los ánim os.
Palmóte» desconsolado, p<ro sereno, vase al e n ­
cuentro de Z o r a i , y , volviéndole á su t i e n d a : — P r í n ­
c ip e , l e dijo» modérate*; n o hay porque desesperarte*
T u s pueblos son fieles. T u padre v i y e , y -te será vuel­
to. — T ú me lisongeas, dijo el joven., t e m b la n d o de
espanto y de alegría. — Y o n o t e l i s o n g e o , él te será
v u e lto , repitióle el viejo* A n d a , y d a á tus pueblos el
ejemplo de la firmeza.
Viene la n o c h e , y u n p ro fu n d o s i l e n c i o , esparcido
p or todo el e jé rc ito , denotaba su c o n s te rn a c ió n . P a l -
m o re s o l o , e n ce rra d o en su t i e n d a , velando y m e d i ­
ta n d o , se decio á sí m ism o : ¿Que he d e hacer y o a h o ­
r a ? Si p or la fuerza quiero l i b e r t a r á m i r e y , y o c o ­
6 a LOS IKCAS.
nozco á su e n e m ig o , ¿1 le h a r á m o r i r antes de entre­
garlo , y si y o doy á conocer alguna irresolución , fla­
queza ó t e m o r , el desaliento se apoderará del ejército,
y todo se pierde entonces.
A b is m a d o en tan tristes pensamientos, un soldadoan-
ciano se presenta á el. ¿ M e conoces, dice? Yo he pe­
leado bajo tus banderas en la conquista de Quito.
V e d aun m is cicatrices. C u a n d o fue vencido el caci­
que de T a c m a r , preso y encerrado en el fuerte de
T u m i b a m b n , y o era u n o d e sus guardas. Vinieron a
s a c a r l o , y p or una larga caverna iban á t a l a d r a r su
prisión. F u é descubierta la em presa, y T a c m a r , re­
ducida á rendirse, obtuvo que su cacique fuese puesto
en lib e rta d . La paz hizo olvidar los males d e la guer­
r a , y aun se olvidó tam bién la m in a principiada bajo
del fuerte; solamente su en trad a está cubierta p o r
frondosos m a n g l e r o s ; pero y o la c o n o z c o , y s i , lo
que yo creo, la prisión del Inca es la misma q u e tuvo
el cacique, n o necesito sino diez hombres de un valor
experim entado para salvarle esta noche m ism a.
Aplaudió P a l m ó t e su zelo ; díjole que escogiese
compañeros dignos de él , y con el mas profundo si­
lencio él los vio p a rtir. Pasa la noche en las mas crueles
agonías; y a t e m e , y a espera, va medita sobre la i n -
c e r t i d u m b r e , la apariencia, y el peligro del suceso*»*.
V á en ello nada menos que la libertad y la vida de s u
rey- ¿Le h a b rá salvado? ¿ l e h a b rá p e r d i d o ? Ya el
m o m e n to estará d e c id id o . Este era su continuo pen­
sam iento.
Entretanto el re y de Quito gime bajo el peso de sus
c ad e n a s, mas a to r m e n ta d o p or el c uidado d e sus p u e ­
blos y de su hijo , que p or el de su propia desgracia.
O p ivpentc i en tivdio de estas reflexiones, oye un
ruid > subterráneo* E s c u c h a , acércase mas el ruido , y
siente la tierra estremecer bajo de él m is m o ; apártase
LOS INCAS. 63
y la ve hu n d irse . A l instante, sale c o m o de un sepul­
cro un h o m b r e q u e , sin h a b l a r l e , le hace señal d e
callarse, y asiéndole de la m a n o , le conduce al abis­
m o que acababa de abrirse delante d e él.
Atallba, sin resistencia, se entrega á su g u ia , »i-
guele, y al salir d é l a caverna vese rodeado de solda­
dos que le dicen : V e n , p r í n c i p e , lib re e s t á s ; ven , tus
pueblos te a g u a r d a n : vuélveles la v i d a y la e s p e r a n ­
za... — ¡ Estoy l i b r e , y p or vosotros! O m is libertado"
r e $ , les dice abrazándoles uno á u n o , ¡cuanto os d e ­
b o! ¿ P o d r é y o recompensaros c u a n t o lo mereceis ?
Acabad vuestra o b ra . A hora d e bem os asom brar los
ánimos p or la apariencia de un p r o d ig i o : ocultadles
que sois vosotros quienes m e habéis lib e rta d o . Ellos
le pro m e te n el silencio , y al favor de la n o c h e , A ta-
liba pasa el r i o , llega á su c a m p o , y penetra sin r u i ­
do hasta la tienda de P a lm ó te .
E l a n c i a n o , que al ver su p rincipe se habia liberta­
do del torm ento de su inquietud , va á arrojarse á sus
plantas. Levántale el I n c a , y le a b ra z a enternecido.
Soldados, dice P alm ore, yo ruego q u e u n o de vosotros
corra á a n u n c i a r al príncipe el regreso d e su p a d r e )
y un instante despues» llega este h i j o ta n querido?
enaje n ad o p or la sorpresa y la a l e g r í a . Los tra n s p o r ­
tes mutuos del joven Inca y d e sn p a d re fueron in te r­
rumpidos al despertarse el ejército p o r los gritos d e
una m ultitud apresurada por ver de n ue vo á su r e y .
Ataliba.se presenta, y la gritería re d o b la . A hí está»
vedle a h í , él m ism o es. Está libre. E l nos es vuelto,
S’, p u e b l o , dijo A ta liha: E l Sol m i padre ha b u r ­
lado la vigilancia d e mis enemigos. E l me h a hecho
escapar de la prisión en que m e t e n í a n encerrado. M i
libertad es sola m ente obra suva. *
Com o la m ultitud tiene siempre c o s tu m b re de pon­
derar el objeto de su a d m ira c ió n , a ñ a d i ó que Ataliba?
64 LOS INCAS,
para escaparse de su p r i s i ó n , se ha transformado en
* *rptente ( i ) . T a l r u m o r vuela de boca en bo c a, c ré ­
ese, y se publica c om o una serl·il brilla n te de los fa­
vores de! cielo.
P a l m o r e , dijo entonces él r e y , lie aquí el momen­
to de sm prender á mis enemigos y reparar m i des-
graci i.
N o * p r í n c 'p e , n o , díjole P a l m o r e , n o te volverás
á e sp jn e r.» Basta ya de las ansias que nos has hecho
p . s a r esta noche- Vete á reu n ir con los que defienden
á C a ñ a re s, y envíame á Corarabé. Cedió el rey á sus
i n s t a n c i a s , y m a n d ó l la m a r á su hijo.
P r í n c i p e , d i j o , yo*te dejo bajo la conducta de mis
a m ig o s , y bajo la-salvaguardia de mis pueblos. A*
•cuérdate de tu s abuelos. Ellos llevaron á los com ba­
tes una sabia' intrepidez. I m i t a su prudencia , ó m e ­
j o r consulta la de los caudillos que comandan- Una
sabia docilidad á los consejos de aquellos á quienes
h a n instruido los a ñ o s , es la prudencia digna de tu
ed ad . Am igos m í o s , dijo á P a lm o re -y á los guerre­
ros que le rodeaban , y o os lo confio, y os doy ¿obre
el los derechos d e un padre. A diós, hijo mió. Vuelve
¿ v e r m e d i g n o de toda mi ternura* A estas palabras,
estrechando .en sus brazos al joven, cuya belleza, n o ­
b l e con m odestia, y altiva con dulzura, era la i m a ­
gen de la v i r t u d , dejó escapar algunas l á g r im a s , y
echando sobre P a lm o re y sobre los caciques una m i r a ­
d a (fue les manifestaba toda la emoción de su corazón
paternal, entrególes su h i j o , y apartó á un lado la
vista.

(i} .Hecho .sacado de la h :sto r ia .


IO S TOCAS. 65

C A P ÍT U L O X X X V .

SUBLEVADOS LOS CANAÍUKOS AN F A V O R D E L R E Y D E C UZ­

CO. SITIAN BN SU F O R T A L E Z A L A S TROPAS D E L R E Y DE

q u it o . — E c lip s e d e l s o l .— D errota d e los c a -

n a u in o s . — B atalla d e sascahana ; e s v en c id o e l

REY D E L CUZCO Y HECHO PRISION E R O Et H lJO M A -

YOR DEL REY DE QUITO ES M U E R TO EN LA ACCION*

Mientras qué Ataliba , para volver á Cañares, atra­


vesaba los campos de Loja^ sublévense los Cannvmos.
U n pueblo entero sitiaba la c iu d o d e la , y amenazaba
cortar los canales de las fuentes, cuvas aguas les eran
estrenan mente urgentes. P a r a forzar este pueblo aguer­
rido 4 levantar el sitio , era preciso salir de los muros
y atacarle, á riesgo de ser envuelto y a b r u m a d o p o t
su crecido núm ero.
Aparece entonces el mas asombroso de los fenóme­
nos d é la naturaleza. El astro adorado en aquellos cli­
m as se obscurece d e re p e n te en medio de un cielo sin
n u b la d o s ; al instante una profunda noebe envuelve a
la tierra. La som bra n o venia del oriente, sino que
cavó d é l o alto de los cielos, y cubrió al horizonte, y
u n fíio hú m ed o se apoderó de la adinósfera.
T omo II. 6
6 6 LOS IKCAS.
Los a n im a l e s , insta n tá n e am en te privados del calor
que les a nim a , y de lo luz que les guia, parecen pre­
guntarse la causa de esta noche i n o p i n a d a : su instin­
t o , que cuenta las h o r a s , les dice que no ha Degado
a u n la d e l reposo. E n los bosques* llám ense unos á
otros con una voz de espanto» asustados de no verse;
e n los valles , se reúnen y se estrechan t e m b la n d o .
Los pájaros, que sobre la fe del d i a , han t o m a d o su
vuelo e n ios aires, soi prendidos p or las t i n i e b l a s , no
saben á d onde ir. La tó rto la , se precipita ante el bui­
t r e q u e se espanta al e n c o n tra r la . T o d o lo que respira
se halla atemorizado. Los vegetales mismos se resienten
d e esta crisis universal. Diríase que el alma del m u n ­
d o va á disiparse ó á e stinguírse, y en sus ramifica­
ciones infinitas el raudal inm enso de la vida parece ha­
b e r m oderado su curso.
¡ Y el h o m b r e ! ¡ a h ! para él es para quien la re-
fleccion a ñ ad e á los sobresaltos del instinto la
t u r b a c i ó n y perplexidad de una previsión impotente#
Ciego y curioso, hácese fantasmas de cuanto no c o n ­
c i b e , y se llena de negros presagios, a m a n d o m ejo r
el te m e r que el ignorar. Dichosos en este m o m e n to
los pueblos á quienes los sabios han revelado los
arcanos de l a naturaleza. Ellos h a n visto sin inquie­
tarse al astro del dia, en medio de él, q u i t a r su luz
al m u n d o , y serenos a g u a r d a n el instante señalado
en que nuestro globo va á salir de la obscuridad.
M a s , ¿ c o m o espíicar el t e r r o r , el espanto que es­
te fenómeno ha causado á los adoradores del Sol?
E n una plena serenidad, al m om ento en que su Dios
en todo su esplendor se eleva á lo mas alto de su es­
f e r a , se desvanece, y la causa de tal portento, como
su d u r a c i ó n , aun le ignoran totalmente. La ciudad
d e Quito, la ciudad del S o l , C u z c o , los campos de
los dos Incas, todo gime , todo está consternado.
LOS INCAS- 67
E n Cenares, u n h o rro r repentino había helado to­
dos los ánimos; los sitiados y sitiadores te n ía n su
frente en el polvo. Alonso, impasible en m e d io de
aquellos indios atemorizados , observaba cou u n a so m ­
b r o lleno de compasión lo que pueden hacer la igno­
r a n c ia y el miedo* E l vela palidecer y t e m b l a r á los
guerreros mas intrépidos. Amigos, di joles, escuchadme,
pues que urge el tie m p o y es im p o rta n te que vuestro
e r r o r sea disipado* Sabed que lo que pasa ahora en el
cielo no es un p io d ig io funesto. Nada hay m a s n a tu ­
r a l , vais á c o n c e b irlo , y casareis de tem erlo. Los i n ­
dios c o m e n z a n d o á tranquilizarse al oir tal lenguage,
prestan un oido a t e n t o , y Alonso p ro sig u e : cuando á
la s o m b ra d e una m o n t a n a no veis al S o l, entonces,
decís sin asustaros: esa m o n ta ñ a m e impide el verlo,
n o es él quien está en la s o m b r a , si no y o ; él está siem ­
pre lo m ism o en el cielo. Pues b i e n , en lugar de una
m o n ta ñ a , considerad que un globo espeso y s ó lid o ,u n
m u n d o semejante á la tie rr a , pase en este m o m e n to
p or debajo del Sol* Mas este m u n d o , que sigue su ca­
m i n o va á alejarse, y el Sol aparecerá de nuevo mas
brillante que n u n c a . NJo tengáis pues miedo de una
som bra pasagera.
E l carácter del e rror entre los pueblos del nuevo
m u n d o es el de n o estar arraigado. El se apega ta n
poco a los ánim os que el mas leve soplo de la verdad
le desprende de ellos. T ó m a n lo sin e x a m e n , y le
a bandonan sin pesar. Alonso, con el solo m edio <le
una im agen clara y sensible, desengañó á t o d o s , y
volvió la p i z á sus corazones. Vióse en efecto al
Sol q u e , c om o un círculo de o r o , resplandeciendo
p or entre la s o m b r a , empezaba á desliaceise de ella.
¡Que! esclamaron entonces, esto no es ni desfallecimien­
t o ni cólera en nuestro Dios; y C o r a m b é , acabando
d e disipar sus te m o re s : soldados les d ijo , y o be visto
68 LOS INCà s .
suceder lo que él nos anuncia. É l es m as ¡lustrado
que nosotros. Apresuraos pues, t o m a d las a r m a s ,
silgam os y derrotem os á esos rebeldes que va están
vencidos p or el miedo-
A los gritos de los sitiados, que desde el crepús­
culo del Sol r e n a c ie n te se a rro ja b a n fuera de los m u ­
ros de la ciudadela, los canari nos se a b a n d o n a r o n á
un t e r r o r insensato- F u e acometido su cam pam ento, y
u n instante bastó para d errotarlos, y el Sol i lu m in a n ­
do de nuevo la t i e r r a , la vió se m brada d e muertos y
moribundos-
Alonso, en aquella salida, no había dejado à C n -
p a n a , y á la cabeza d e los salvagcs acababan lo*» d - s
de disipar los batallones que h a b ía n dt&ordenado,
cuando vieron d e lejos empañarse otro combate. V*'d
allí, dijo Alonso, una partida de nuestros amigos s o ­
bre quienesse están vengando los canarinos: volemos en
su ausilio. Atraviesan la llanura con la rapidez d r un
viento tempestuoso, v u n to r b e ll i n o de polvo sefS-xla
lus huellas de sus pasos- L le g a n ; era el r e y , el Inoa
m ism o > á quien rodeaba una valerosa escolta, y I d
defendía contra una m u ltitu d de enemigos.
A la bando que le cinc las sienes, al brillo de su
escudo y , mas to d a v ía , á su valor reconoce Alonso ol
rey de Quito. El relámpago parte de la nube con m e ­
nos velocidad que la espada del castellan o , \ descon­
cierta el grueso batallón que oprim e á Át iliba- Este
vé á Alonso, y croe v e r l a victoria- N o se engañaba en
ello, pues que sus esfuerzos reunidos d r d e n a n , re­
pelen y echan por tierra cuanto se opone á sus g o l­
pe'.
E n cuanto los Canarinos huyeron dispersos delante
de e l l o s Ataliba arrojándose en los brazos de Alonso ;
O amigo m ió , le d i j o , ¡cuan dulce me es el debe? te
mi libertad! M is yo estoy herido- Yo te dejo el cui»
LOS INCAS. 69
d a d o J e r e u n i r mis tropas. Haz gracia á los vencidos
d esarm ados. Á escas p a l a b r a s , pálido y t r e m u l o hizo-
se c o n d u c i r al fuerte.
E r a grave su herida , m as no fue m o r t a l . La gom a
del m u ll i, este b á ls a m o precioso , con que la n a t u r a l e ­
za ha hecho presente á aquellos c l i m a s , como para
espiar el delito de h a b e r hecho nacer el o r o , d e r ­
r a m a d o en la l h g a , consiguió s a n a r la , y volvió k
aquel desventurado p ríncipe á la vida y al dolor.
C o ra m h é llevó al c a m p o la noticia de la victoria
del Inca sobre los c a l í a n n o s ; pero P a lm o re quiso
aguardar á que se esparciese en el campo enemigo , y
que hubiese causado en él la ala rm a y el desorden.
Entonces fue él m ism o á visitarle, y h a b la n d o al
re v del Cuzco: El I n c a t u h e r m a n o , le d i j o , te pidió
la paz, y tu íedeclaraste la guerra. EJ lia vencido, y
aun pide la paz. U n m o m e n to d e imprudencia
que te ha dado sobre nosotros la ventaja de una
sorpresa, n o nos h a desalentado, y asi n o debes
vanagloriarte. Nosotros deseamos la paz únicamente
por a m o r de ella, y por el justo h o r r o r que nos c au­
sa la guerra civil. I n c a , piensa bien tu respuesta. Ba­
jas están nuestras lanzas, nuestros arcos p l e g a d o s , la
flecha mortífera en su escudo: piensa ante* que vuel­
van estas armas á ponerse en ejercicio; piensa, re­
pito «n las desgracias que una palabra de t u boca
puede prevenir ó causar. Aquí > sobre t o d o , es donde
la palabra es te r rib le , y donde la lengua de u n rey es
como un d a rd o d e cien m il puntas. T u eres respon­
sable para con el S o l , tu p a d r e , de la sangre de
sus hijos y de la de tus súbditos. La igualdad , la
independencia, la concordia v la unión , he aquí lo
que el rey t u herm ano me encarga que te ofrezca y te
pida.
Pipipondióte el monarca que los Incas sus abuelos
7o LOS INCAS,
n u n c a h a b í a n recibido la ley d e persona alguna. P al-
m o r e . con tristeza , le d ijo : ¡ Y bien ! ¡ t ú lo q u i e r e s !
H'ista m añana* D ic ie n d o esto se volvió á su c a m p a ­
m ento.
E l alba vió á los dos ejércitos desplegaise en la lla­
n u r a . Era la p rim e r a vez que» desde once reinados,
se veía e n a r b o la r en los dos campos el estandarte de
M anco. Esta insignia sagrada era la prenda de la victo­
ria : y el c e n t r o en que estaba colocado, era t a m ­
bién el p u n to m a s im p o r ta n t e del ataque y de la d e ­
fensa.
Lejos d e este centro peligroso del lado del Cuzco
resplandecía, con los rayos del S o l , el tro n o imperial
de H u á s c a r, sostenido p or veinte caciques y cubierto
á m a n e n de palio, p o r un pabellón de plumas de mil
colores. Huáscar desde lo alto de este t r o n o , d o m in a ­
ba el c a m p o de batalla, y pirecía prescidir al combate
que iba á darse.
Los dos ejércitos, con paso i g u a l , m n ic h an á su
encuentro; y repentinamente el g u t o de guerra de
aquellos p u e b lo s , la voz form idable de l l l c p a . . . .
l í l a p a . . . . / i ; , repetida p or mas de cien mi) bocas,
resuena p or los valles y bosques. A este grito redo­
b l a d o , se junta el silbido de las flechas que van á
em piparse en sangre. Agotáronse pronto los repuestos
de estas a r m a s , y en su lugar sirviéronse de la piedra,
que arrojada mas de cerca , da mas seguros los g o l­
pes. P ro n to los batallones flotantes, ya desplegándo­
se, ya cerrándose por l le n a r y ocultar sus flancos,
estaban en un c o n tin u o m ovim iento. El d o lo r aboca
sus gritos; la m u e r t e , aunque horrorosa, les es m u -

( i ) Y a se h a d/cha que líla p a sig n ific a el relá m ­


p a g o , e l tru e n o y e l rayo»
LOS INCAS. 7i
da ; p u e s , p or no d a r a l enem igo el p la c e r de o ir oyes
y vergonzosos l a m e n t o s , el i n d i o c o m p r im e d e n tro de
su pecho hasta su últim o suspiro.
Á Ja piedra se siguió la hacha y l a m a z a , a rm as ter-
ribles entre pueblos, á quienes e l h i e r r o , el plomo y
la p ó lv o ra , abortos de las fu rias , son to ta lm e n te des­
conocidos. Ha >ta aquel m o m e n to , una intrepidez igual
habla hecho dudosa la victoria 5 pero bien se aperci-
bió la ventaja que tenían los pueblos aguerridos sobre
los que largo tiempo ha b ía n estado pacíficos. L a s t r o -
pa$ mas valientes det ejército del C uzco defendían el
c ollado; y el r e s t o , compuesto de pastores v gentes
flojas p or su eterna o c io s id a d , era m u y n u m ero so .
Nuevos refuerzos se presentan d e tropel en reemplazo
de los batal Iones, q u e , rotos y d e s h ec h o s , volvían la
espalda al e n e m ig o , y t a m b ié n caen á su t u r n o . El
ejército q u i t e ñ o se adelanta paso ¿ paso, y amenaza
envolver al cuerpo c uzque ño que defiende el estandar­
te. El re y d e l Cuzco observa que el ejército del c e n ­
tro cede; al m o m e n t o , destaca del collado lo mas se­
lecto de sus guerreros que hacían la guardia d e su
persona.
Esto era justamente lo que deseaba C o r a m b é ; de
forma q u e , mientras los cuzqueños volaban al socor­
ro del centro, C o ra m b é , con batallones escogidos que
tenia en reserva, m a rc h a al c o lla d o , penetra en el r e ­
cinto debilitado del tro n o d e l I n c a , ábrese u n c a m i ­
no de sangre hasta que te hizo p ris io n e r o , lo a m a r r a
y se lo lleva consigo.
A l m o m e n t o , m il fuciles alaridos anuncian este
desastre, espárcese la noticia en el e jército, y lleva á
él la desesperación : todo se espanta, todo se dispersa.
No se vé ya sino pueblos despavoridos que arrojan sus
armas para h u i i ; pero el d o l o r , la tu rb a c ió n , el es­
panto les impide la f u g a ; descienden al valle, y ven-
?2 LÓS INCAS.
culos > no les queda o tra esperanza que la clemencia
de los vencedores , clem encia que im p lo ra n en vano.
N o hay c u a rte l; la r a b i a m as ciega y mas furiosa exal­
ta á los de Ataliba , los dos viejos que les c o m a n d a n
les gritan inútilm ente que economicen la sangre; pe­
ro ellos n o creen poderse vengar bastante de la pérdi­
da que han t e n i d o : su p r i n c i p e , el hijo de su rey»
Z o r a i , y a no existe. ¡ O padte desventurado í ; cuanta s
lá g rim a s va á costarte la victoria !
Al ataque del esta ndarte, Zorai se adelantaba al
frente de los suyos» é quienes alentaba con su e je m ­
plo- A su j u v e n t u d , á Su belleza, á su valor todos los
corazones estaban conmovidos. El enem igo m i s m o ,
viéndole esponerse á sus golpes, le admiraba , le com-
p v l e c ia , y ninguno se atrevia á herirle. U n o solo, v
fue d e los feroces A n t i s , al m o m e n to en que el jo­
ven príncipe venia de apoderarse del esta ndarte, en lo
mas fuerte del conflicto, ese indio le dispara
una flecha h o m i c i d a , y el pedernal con que está a r ­
mada le atraviesa el pecho* Bamboléase al in s ta n te ,
sus indios le sostienen á porfía; p e r o , ¡ a y ! in ú ti l ­
mente- Apágase el fuego d e s ú s ojos, bórrase la b r i­
llantez de su h e rm o s u ra , y el frió de la muerte co­
mienza á esparcirse por sus venas A la manera que en
las cercanías de una selva, u n tierno cedro, desarrai­
gado por u n vendaba! furioso, n o hace sino reclinarse
sobre los robustos cedros vecinos que le sostienen : pe­
ro que bien pronto la languidez de sus ramas y pali­
dez de sus ojas anuncian que está desprendido de la
tierra que le ha criado; así también Zorai apoyándose
sobre sus soldados acabó de existir. ¡O padre m í o ! d i ­
jo este joven Inca con voz desfallecida, ¡cual será tu
d o lo r! Amigos, continuó diciéndoles, acabad vuestra
obra , y ojala que mi sangre os adquiera la victoria.
C u b r i d , cubrid m i cuerpo con este pendón sagrado
LOS INCAS. 75
c a v a conservación m e ha costado la vida; c u b r i d l e ,
digo? para ocultar á los ojos d e u n padre amoroso
una im a g e n demasiado aflictiva? pero que al m ism o
tiempo le servirá de consuelo al ver que he m u e r to
como d ig n o hijo suyo.
El grito del dolor y el de la venganza resonaban a l
rededor de él. No %d i j o , harto es el v e n c e r ; y o no
mii^ro ser vengado. Soy I n c a , y p e r d o n o . Alcjanse al
instante del c o m b a t e , cuyo furor se renueva; y algu­
nos instantes despues, levantando aun sus párpados
helados hacia los m ontes de Quito > pro n u n cia o tra vez
el n o m b r e , el dulce n o m b re d e p a d r e , y exala su ú l ­
tim o aliento.
En el m om ento m i s m o , alaridos lam entables a n u n ­
cian á los del Cuzco que su rey h a b ia sido hecho p r i ­
sionero; d e f o r m i , que p or un lado el e s p an to , por
otro la pena y el f u r o r , no presentan en los cam pos
da T u m i b a m b a sino la carnicería y la derrota mas
completa. La ciudad d e l Cuzco fue tom ada y saquea­
da ; el primogénito de los hijos d e l r e y , el valiente y
sabio M a n g o , que la d e fe n d ía , viendo que ib a á pe­
recer, se retiró peleando, y se refugió en los montes#
La altiva O e l la , la bella y lastimosa I d a l i , con
aquel n i ñ o precioso ( i ) , á quien el nacim iento habia
destinado al m a n d o del i m p e r i o , apenas tuvieron t ie m ­
po p i r a escaparse, y los generales de A taliba, despues
de inauditos esfuerzos, para hacer cesar el e s tr a g o ,
reunieron sus tropas sobre las riberas del Apurimac#

(x) X a i r a .

T omo II. 7
?4 LOS INCAS.

v V \ v iv

C A P ÍT U L O X X X V I .

L l e v a n EL CADAVER d b l j o v e n p r í n c i p e a sc p a d b b . —
E n t r e v i s t a c e ataliba t d e huasca * j u p r i s i o n e r o
THERMANO.

G em ía Huáscar bajo una guardia vigilante, cuando


Pdlruore y Corainbé entran en su tienda , se proster­
nan delante de é l , según costum bre, y usondo de
palabras d e paz procuran suavizarle. Huáscar rpenas
levanta la c a b e z a , y m ira n d o á sus vencedores con
ojos de in d ig n a c ió n , les dice; T r a i d o r e s , romped
tnis cadenas, 6 empapad vuestras manos con m i san­
gre. Vosotros insultáis mi desgracia mezclando el res­
peto al ultrage. Si soy re y > volvedme la libertad, y
entonces os prosternareis. Mas si no soy mas que un
esclavo, ¿ p o rq u e no m e arrolláis á vuestros pies^
Ko bien habia acálmelo de pronunciar estas pala­
bras, c uando sus oídos fueron heridos con aves v la- % t

mentos- K o eres tu solo el desgraciado, díjóle P a l ­


m ó te , pues q u e Ataliba á acaba de perder su lujo adora-
LOS INCAS. 75
<Jo.— ¡ A h ! exclamó Iíuascar c o n u n a alegría i n h u ­
maría, y o le veré llorar y ojala q u e ei cielo le vuel­
va todos ios males que m e h a h e c h o .
Los pueblos de Quito reunidos e n su c a m p o h a n
pedido ver el cadáver del joven p r í n c i p e , que se o c u l ­
taba á sus o j o s , y sus gritos de d o lo i y r a b ia son los
que acaban de oírse. Se les a p a c i g u a , se les reorgani­
za, se les hace pasar el r i o , y la m a r c h a (le este ejér­
cito victorioso se parece á la p o m p i fúnebre de un
joven á quien su fam ilia, de q u i e n hubiera sido la es­
peranza , aco m p a ñ aría al sepulcro. L a consternación,
el luto y el silencio ro d ea b a n el féretro en que el
príncipe estaba entendido , e n v u e l to en aquella insig­
nia ti i ste, glorioso m o n u m e n t o d e su valor. Despues
de él iba el re y d e l C u z c o , q u e se r e g o c ij a b a , e n el
fondo de su corazón , d e la c a la m id u d pública.
Los dos generales de A ta liba a c o m p a ñ a b a n , con
ojos sombríos y la cabeza ha j a , el le c h o f ú n e b r e , o l ­
vidando que acababan de c o n q u is t a r u n im perio , y
n o pensando sino en el dolor q u e iba á sufrir el i n ­
feliz padre.
¡ A y ! decia P a l m o r e , él nos fe h a b i a c o n f i a d o : aho­
ra le a g u a r d a n , p i r a a b ra z a r le , sus brazos piternales,
y n o es roas que u n cadáver yerto lo que vamos á vol­
verle. ¿ C o m o nos presentaremos d e l a n t e d e el ?
EL es h o m b r e , dijo C o r a m b é , y su hijo era m o r ­
tal: vo le c o m p a d e z c o ; m as en vez de lisongear su
fliqueza, q u iero darle ánim o p ú a r e s i s t i r á su desgra­
cia. Déjame i r delante del e j e r c i t o , antes que aquí
haya e s p u e i d o el r u m o r de su m uerte.
A taliba, c ura do d e su h e r i d a , pero débil aun y
l á u g u ’d o , había tenido el pesar d e o í r que la derrota
de los Chancas no le habia vengado. E l g tra ía por su
victoria, revolviendo en su p e n s a m ie n t o , con sumo
desasosiego, los peligros que arrostraban p or él s*
76 LOS INCAS.
hijo» sus amigos y sus p u e b l o s , c u a n d o oyó a n u n c i a r
la llegada d e Cornmbé. S o r p re n d id o y ansioso p or s a ­
b e r cual podía ser el motivo de su venida en a q u e l la
f o r m a , m a n d a que le introduzcan. Preséntase C o r a m -
b é delante de él: I n c a , dícele , acabóse ya la g u e r r a ;
el imperio es t u y o todo entero ; tus enemigos están ó
destruidos ó d e s a r m a d o s ; el único que qu e d a d e ellos
es Huáscar, y á ese le traen cautivo.
N o bien hubo acabado estas p d a b r a s , c u a n d o A t a -
liba , enagenado de gozo, se levanta, le a b r a z a , y le
dice: Invencible guerrero , todo lo esperaba d e t í y
d e tu c o m p a ñ e r o ; pero tal prodigio h a superado mis
esperanzas. Acaba de echar el colm o á la d ic h a de tu
r e y . Sabes que es p a d r e , y que c om o t a l experim en­
ta graves ansias. Y m i hijo ¿ d o n d e está? ¿ d o n d e le
dejasies? ¿porque no ha venido contigo? — ¡ T u hijo!..
. . . él ha visto peligros que al mas valeroso arredran.
— Y sin d u d a , los h a b r á arrostrado , dice el padre ;
responde. — ¿ Q u e te he de d e c i r ? ¡ a v ! E l veía por
la p rim e r a vez el h o r r o r de las batallas. L a n a t u r a l e ­
za tiene impulsos que la virtud no puede d o m a r . ¡Cie­
los! ¡que es lo que oigo! ¿ h a huido acaso m i hijo? ¿se
ha cubierto de ig n o m in ia ? ¿ha desh o n ra d o á su padre?
— Consuélate: él se ha coronado d e g l o r i a , n u t r i e n ­
do diíjno de tí. — ¿ C o n que es m u e r t o ? — L lo ra n d o te
le trae t u ejército, de quien fue el ídolo y el e je m ­
plo. Nunca en edad ta n tierna manifestó n a d ie tanto
volor. —
T a n t e n í h re golpe penetró hasta en el fondo d e l a l ­
m a de un padre. Atérrase bajo el peso de su d o l o r , y
entonces dos fuentes ele lágrimas corren d e sus ojos,
j A q e rtie l! ¿porque prueba, decía , has preparado ni¡
coi.tzon á la constancia? tii has podido c a lu m n ia r á
m i hijo, y yo he podido creerte. ¡ A h ! ¡caro hijo!
perdona. lágrimas eternas expiarán m i e rro r. La glo~

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