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MUSEO· P&nUANO OE r.t5~JC1AS DE LA SA!..UD
Jirón Juuin No, 276 Llrua l _ Perli I
trabajos de historia·
Af:l'O DE LA UNION NACIONAL

© de esta edición:·
Instituto Nacional de Cultura
Jr. Ancash 390, Lima 1, Pení
Carátula:
Octavio Santa Cruz
trabajos de historia.
pablo macera

tomo 111 .

Instituto Nacional de Cultura


lima - 19,77
\
-. ECONOMIA
y
SOCIEDAD
\
HACIENDAS JESUITAS O.E L PERU º

l . Con esta publicación de las Instrucciones


para el manejo ele las Haciendas fesuitas inicia-
mos una serié acerca de la agricultura del siglo
.XVIII; tema que ha servido para formar en
la Universidad .d e San Marcos el Seminario de
Historia Rural Andina. El origen de estas inves-
tigaciones se remonta a 1963, cuando estudiába-
mos la econ_omía de algunas instituciones religio-
sas peruanas a fin <;le establecer el contexto social
y económico en que se habían desarrollado las
ideologías eclesiásticas del siglo XVIII ( en parti-
cular el Probabilismo jesuita) 1• Fue entonces
que volvimos a explorar los fondos de Tempora-
lidades del Archivo Nacional del Perú que en
1957-58 habíamos revisado d~sde otro punto de
vista en relación con las bibliotecas e instituciones
0
Publicado como "Instrucciones para el manejo de las
l\aciendas jesuitas del Perú (ss. XVII-XVIII)" en : Nueva
Coronica, vol. II, fase. 21>. Lima, 1966. Universidad Na-
cional Mayor de San Marcos. Facultad de Letras y Cien-
cias Humanas. Departamento de Historia. En esta edición
fi~ran únicamente el estudio introductorio y dos d~ las
mencionadas instrucciones. Se ha conservado las remisio-
nes a fos Apéndices, incluidos en la edición arriba cita-
da. (N. E.)
l. Pablo Macera '1glesia y Economía en el Perú du-
rante el siglo XVIII'" Lima, 1962; "Probabilismo peruano
del siglo XVIII", Lima, 1963.
10 PABLO MilCERA

de enseñanza 2• Desde los primeros c<;>ntactos con


las secciones de Cuentas y Títulos de Hacienda,
advertimos que la nueva documentación no sólo
había de permitirnos estudiar el comportamiento
económico de los jesuitas sino que contenía una
riquísima y variada üúormación sobre las técnicas
de cultivo, sistemas de trabajo, tipos de asenta-
mientp campesino, régimen de salarios, comercia-
lización de los productos agrícolas, etc. En fun-
ción de este material hemos organizado nuestras
investigaciones dividiéndolas en varias secciones
correspondientes a los diversos tipos de produc-
ción agropecuaria: caña, vid, panllevar, ganado,
y obrajes, estos últimos ya en el límite de tran-
sición con el trabajo semifabril.
Los documentos consultados abarcan en su ma-
yor parte el último medio siglo de la dominación
española, desde fa expulsión de los jesuitas ( 1767)
hasta la independencia criolla ( 1821-24) y contie-
nen toda la información acumulada por la admi-
nistración colonial y republicana sobre los bienes
confiscados a la Compañía de Jesús: inventarios y
tasaciones, actas de subasta, planos de haciendas,
cuentas de jornales y gastos, bautismos de escla-
vos . .. Existen también papeles anteriores a la ex-
pulsión agrupados en la sección C()'mpañía de Je-
sús, pero en su caso no es posible contar con se-

2. Pablo Macera "Bibliotecas Peruanas del siglo XVIII"


Boletín Bibliográfico de la Universidad de San ~farcos,
1962 y "La Enseñanza en el Perú durante el siglo XVIII"
( 1960, mecanografia Archivo Facultad de Letras, San Mar-
cos) .
HACIENDAS JESUITAS 11

ries completas por años y regiones y sólo repre-


sentan tma mínima parte de lo que debió ser el
antiguo Archivo de los Jesuitas. Nuestras investi-
gaciones han debido por tanto ceñirse cronológi-
camente al período ya mencionado aunque he-
mos utilizado, al mismo tiempo, otras fuentes del ·
mismo Archivo Nacional y del Archivo Histórico
del Ministe1io de Hacienda con las que hemos
proyectado nuestros temas hasta mediados de los
siglos XVII y XIX.
2. Lo que hoy presentamos a modo de pró-
logo no es sino un adelanto de nuestro trabajo, sin
otra finalidad que organizar parte de los datos
recogidos y proporcionar una base de dispusión
para su m~~or entendimiento. Para ello elegimos
un conjunto homogéneo de documentos, algunos
de ellos anteriores al s~cuestro y oh·os escritos el
mismo año 1767 o en 1768 poco antes de que los
Jesi.iitas fueran embarcados. Se trata en primer
lugar de las fostrucciones y Memoriales que se
impartía a los administradores de las Haciendas;
publicamos tres de ellos que corresponden a Pa-
chachaca ( 1673-1678), El Ingenio de Huaura
( 1699-1766) y Tun1án ( 1742), haciendas de caña
situadas la p1imera en la sierra y las otras dos
en la costa, central y norte respectivamente. Un
segundo grnpo está formado por seis de las titu-
ladas Cartillas que los jesuitas redactaron por or-
den del Virrey Amat para que sirvieran de guía
a quienes habían de sucederles en la administra-
ción de sus fincas. Con excepción de las cartillas
de Macacona y Motocache todas las otras se refie-
ren a cañaverales de la costa.
12 PABLO MACERA

Además de las Cartillas hemos incluido en la


segunda parte del Apéndice el informe de Agus-
tín de Landaburu ( 1770) sobre las haciendas je-·
suitas de los valles de Chancay y Huaura que
forma parte de los autos de visitas ordenadas por
la Administración de Temporalidades para cono-
cer el estado de las tierras secuestradas. El infor-
me de Landaburu no es el único que hemos en-
contrado -en el texto utilizamos también el de
Villanueva- pero lo hemos preferido por razones
de economía debido a su corta extensión.
Las instru~ciones, cartillas y visitas, junto con
otros documentos que no se reproducen, serán
aprovechados en esta introducción para describir
muy sucintamente algunos aspectos de la econo-
núa jesuita, insistieQdo sobre todo en el objeto
principal de nuestras investigaciones, es decir en
la agricultura. Después de unas primeras consi-
deraciones sobre el patrimonio ,jesuita y las for-
mas como fue adquirido, estudiaremos la gestión
empresarial y el régimen interno de sus hacien-
das y dedicaremos páginas finales a la agricultu-
ra de la caña y el trabajo de los esclavos, con es-
pecial referencia a la costa y sin ocuparnos de las
plantaciones de la sien-a. .
3. Empecemos por corregir, al menos en parte,
la antigua y difundida leyenda acerca del "tesoro
de los jesuitas". Nuestra documentación -en par-
ticular la contabilidad de los colegios- demuestra
que el atesoramiento, la acumulación improducti-
va de numerario y joyas, no fue uno de los obje-
tivos de la Compañía. Su actitud económica era
al respecto enteramente moderna, mucho más
HACIENDAS JESUITAS
13

moderna, de hecho, que la seguida por muchos de


sus contemporáneos. Invirtieron enormes sumas,
desde luego, en la construcción de iglesias, en
amoblar sus casas y enriquecer sus bibliotecas, pe-
ro todos .esos gastos suntuarios no deben ser con-
fundidos con el atesoramiento propiamente dicho.
Hubo, por cierto, tesoro~ y 1oyas, pero los testimo-
nios son concluyentes en lo que se . refiere a su
importancia. El total de plata y oro labrado que
se confiscó a los jesuitas sólo llegó a 51,268.3 rrl\r·
cos y 6,793.5 castellanos respectivamente 3, canti-
dad muy inferior a la que habían esperado sus
secuestradores. La distribución de estas sumas es
también ilustrativa. Hay una concentración en
Lima ( para San Pablo 18,877.4 marcos y 3,268
castellanos) que estaba ampliamente compensa-
da por sus bienes rústicos y urbanos 4 mientras
que en lugares como Huancavelica ( 454), Mo-
quegua ( 753), lea ( 233.4 marcos) los metales no
parecen haber cumplido otra función que la in-
dispensable para los servicios divinos. En cuanto
a la plata sellada, Amat consignó en su Memoria

3. "Sumario de los marcos de plata labrada y Caste-


llanos, de Oro secuestrados. .." Lima, s.f. Temporalidades
lg. 176. Datos similares en la memoria de Amat, cf. no-
ta (5) .
4. La riqueza en plata de San Pablo en Lima es su-
perior incluso a la del Colegio fundado en Potosí, princi-
pal productor del metal. Esa diferencia de atesoramiento
no indica desde luego "grados de devoción" sino que ilus-
tra y manifiesta el puesto de cada una de las respectivas
ciudades dentro del contexto económico peruano: preemi•
nencia de los centros de distribución administrativa Y· co-
mercial (Lima) sobre los centros de producción minera•

..
14 . PA'BLO MACERA

un secuesb·o de 96,087 pesos, sin considerar los


, fondos de cofradías y obras pías 5• Hay indicios
que descontada la iindispensable reserva para el
giro anual de sus empresas, las ganancias no eran
atesoradas por los jesuitas sino que las reinvertían
en los diferentes sectores de su complejísima eco-
nomía. En vez del tesoro preferían una polítfoa
de inversiones muy realista que abarcaba desde
las operaciones de crédito más diversas hasta el
arriendo de diezmos, el comercio directo o la ad-
quisición de casas y haciend~s. Pero esa diversi-
ficación no .impedía sin embargo una notoria pre-
ferencia por el sector agrícola. Bastan algunas
comparaciones para demostrarlo. Primero, los cré-
ditos activos: al momento de la expulsión llega-

5. Manuel de Amat, virrey del Perú '1-Iemoria de Go-


bierno" Sevilla, 1947, Capítulo 25, págs. 128-150; la refe-
rencia del texto en el cuadro de la pág. 135. Esa memu-
ria ~crita al parecer por Miguel Feijóo de Sosa constitu-
ye In mejor fuente para una apreciación global de la cuan-
tía y composición del patrimonio jesuita. Otros datos, no
siempre coincidentes, en Manuel de Mencliburu ( Dicciona-
rio Histórico Biográfico del Perú, tomos I y II, Lima 1874
y 1876). Sus totales :
AMAT MENDIBURU
l. Oro y Plata sellada: 173, 048. 180,000
2. Plata labrada: 51,268,3 52,300
3. Créditos activos : 944,591 818,000
4. Deudas: 429,466,4 540,000
5. Haciendas ( incluyendo fincas
urbanas) : 6'641,448,4 650,000
6. _Censos at-tivos: 1'099,723,2½ 72,000
Las diferencias pueden deberse a varias razones: 1 )
Mendiburu ha "redondeado" algunas cifras¡ 2) utilizó al
pare:-er una fuente tardía; 3) equivocó algunas sumas ( ca-
so de las haciendas ) .

.
HACIENDAS JESUITAS 15

han a cerca def millón de pesos. La suma es enor-


me para la época, pero hay que considerar que:
a) sólo representa una tercera par.te del valor de
las haciendas; b) sería aún menos si desconta-
mos los 539,466 pesos que adeudaban los jesuitas;
c) desconocemos .el origen y la naturaleza de
muchos de esos créditos y no podeñ10s en conse-
cuencia agruparlos indistintamente como inversio-
nes para compararlos con las que se hicieron en
la agricultura. Lo mismo podemos decir acerca
de los censos activos ( 1'099,723.2 1/2) muchos de
los cuales fueron heredados y no incrementados
por la Compa'ñía 6• En cuanto a las fincas urba-
nas, en número casi igualaban a las rústicas, pero
no por su valor. El Colegio Grande del Cuzco y
el Colegio de Arequipa que se contaban enh·e los
más ricos propietarios urbanos de la Compañía
tenían casas por el valor de 47,356.5 y ·49,350.7.
Otros colegios y administraciones, como lea, no po-
seían otra-s -fincas que las de su re_sidencia o ap_e-
nas unas pocas ( por ejemplo Pisco y Huancave-
lica por valor de 512 }' 1,118) 7•

6. l'fo consideramos aquí el renglón de inversiones en


el e::xtranjero que a nuestro juicio fue excepcional. De la
Procuración de Provincia eran unos juros sobre los millo-
nes de Granada, las salinas de Andalu1,ía y el vino de Ma-
drid, así como 300 escudos en Roma y 100 en Ferrara.
Pero no sabemos cómo, por qué ni en qué fecha fueron
colocados.
7. Entre otras cifras fuera ele las ya mencionadas en
el texto, los siguientes totales de fincas urbanas:
Bellavista 19,800
Moquegua 10,183
Noviciado de . Lima 19,079
Trujillo 3,224
CUADRO I
PROPIEDADES RUSTICAS DE 1A COMPA&IA DE JESUS (1767)
%enrela- %enrel•
1 2 3 4 s clón al 6 clón al
Nombre Producción Ublcacl~ Valo1· Remate valor Contado valor
l. EL CERCADO
l. Vilcahuaura Caña Huaura 197.047 143.000 72.6 6.000 3.0
2. San Borja Alfalfa, camote,
yuca Lima 54.912 50.000 91.1
3. Humaya Caña Huaura 189.406.5 m.452 66.9 3.ooo· 1.6
4. Huacas Estancia Cajatambo 3.286 3.286 100.0 .3.286 100.0
5. San Rodrigo Huerta Lima 5.178 6.000 115.9 6.000 llS.9
6. Carquín Panllevar Huaura 150
7. Aucallama Potrero '977_4
TOTAL ' EL CERCADO 450.957:1
11. DELIA.VISTA
·8. Bocanegra Caña · Callao 311 .268.5
1/2
-
III. coµx;IO DE ICA
9. San Jerónimo Viña lea 199'.244 175.500 88.l 38.666.2
1/2 19.4
10. Macacona Viña, vidrio lea 73.874.6
3/ 4 62.400 84.5 3.000 4.1

-~-
-
11. aiacarilla de
San Ignacio Hierbatería Pisco 6.592.4 12.756.6
1/4 19i.5 8.000 121.3
1i. Guaraca y
Macarenga Panllevar Palpa 1.199.2 .
1/ 2 3.500 291.9 2.075 .6 173.1·
13. Tierras de
Tinq~e Pa~Uevar lea 7. 125.2
3/4 4.750 66.i
14. Cotos Estancia Castrovirreyna 2 .220.5
15. Tierras de
Sta. Lucía Viña, hue~ta lea 667. 7 Entregada a los herede~s de Ji.tan de Loyola
290 .924.4

IV. COLEGIO DE PISCO


16. Sta. Rosa
de Caucato Caña Pisco ( 1627) 143.958 .3
7/ 8 105.768 73.5 6.000 4.2
17. Santa Cruz
de Lancha Viña Pisco 47.735.7 87.962 .7 184.3 3.500 7.3
18. San J uanito Alfalfa y Olivos Pisco 509.6
3/4
TOTAL PISCO 192.204.1
5/ 8
CUADRO I (Continuación)
% enrela- % enrela-
1 2 3 4 5 clón al · 6 clón al
Nombre Producción Ubicación Valor .Remate valor Contado valor
v. HUAMANGA
19. Belem con su anexo
Chavalina Viña lea 192 .706.5 148.939.S
1/8 118 77.3 10.719 5.6
20. · Ninábamba Caña Huanta, Huamanga 62.570.4 41.989.5
3/4 61.l 10.000 15.9
21. Viñaca Panllevar Huamanga 13.299 ll .000 · 82 .7 11 .000 82 .7
22. Chepita Coca Huanta 6 .400 4.500 70.3 1.000 15.6
23. Tierras de
San Juan
· Nepomuceno
24. Chilquicasa . Panllevar Cangallo 403
25. San Bias Huerta Huamanga 400 360 90.9 360 90.0
26. San Pedro Huerta Huamanga 2 .535 .6
27: Paccho Estancia Cangallo 2.229 .4 2.310 103.6 2.310 103.6
28. Guallan~
puquio Panllevar Huamanga
}.9. Pampachacra Huanta Ari·endadas
.por los Jesuitas
30. Pacurl Pastos Huanta,Huamanga 200 ioo 100.0 200 100.0
31. Atancayllo Panllevar Huanta 1.835 1.237.1 67.4
TÓTAL HUAMANGA 282.5í9 .3
1/8
,...
VI. HUANCAVELICA
32. Huari Panllevar Huancavelica 7.584 7.584.3 100.0
33: Yacuy Panllevar Huancavelica 6.240.4 5.092.7
1/2 81.6 1.092.7 112 11.s
34. Yanaututo Estancia Huancavelica 6.528.7 6.!!00 104.1
35. Pomacoria Estancia Huancavelica 400
36. Tierras de
Chanquilcocha 500
TOTAL HUANCAVELICA 21.253.3
VII. MOQUEGUA
37. Yaravico Viña Moquegua 76.718.3 66.602.1 66.602.1
1/2 86.8 1/2 . 86.8
38. Sto. Domingo Viña Moquegua 52.498 40.974.1 40.974.1
1/2 78.0 1/2 78.0
39. Santa Loreto Caña Ilo 17.759.7 13.890 78.2 2:118 15.6
TOTAL MOQUEGUA 146.976,2
VIII. COLEGIO GRANDE DEL CUZCO
40. ~San·Josédela
Nazca con anexos:
La Ventilla,
Capará' Viña lea 247.729.7
7/8 187.905 75.9
Coyungo
41. Pachachaca Caña Abancay 227.319.2
1/2 144.000 63.3 34.000 14.9
42. Guaraypata Panllevar Quispicanchis 36.649.1
1/2 29.319.~ 79.9 5.000 13.6
CUADRO I (Continuación)

¾enrela- %enrela•
1 2 3 4 5 clón al 6 clón al
Nombre Producción Ublcaclón Valor Remate valor Contado valor

43. AguacoIÍay
con Molino
de Tinque Panllevar Urubamba 24.094.0
1/2 14.000 58 .1 5.000 20.8
44. Vicho -Panllevar Calca 21.651 21.500 99.3 8 .000 '36 .9
45. Molle-Molle Caña Abancay 44.230.¡ 40. 000 90.4 . 2 .000 4.5
46. Piccho Pastos Cuzco 7.004 5.000 71.4 5 .000 71.4
47. La Calera . Legumbres Cuzco 2 .943 2.400 81.S 2.400 81.5
48. Pisac Huerta Calca 3.715.2 1.851.2
1/2 49.8
49. Ocucaje Ant.
San José lea 8 .531.6
1/2 8.000 93 .8 8 .000 93 .8
so. Vi.lcar Panllevar Pisac 18.839.2
51. Camara y
Acuni Estancia Paucartambo 26 .704 .6 17.500 65 .5 17.500 · 65 .6
52. Titire y
Llallagua Estancias Azángaro 7.927 6 .500 81.9 6.500 81.9
Cuzco
'
52a. Las Salin'a s Sal
TOTAL cuzco 677:378 .5
7/8
_....
IX. COLEGIO DE AREQUIPA
53. Sacay La
Grande Viña Arequipa 179.699 110.000 61.2
54. San Jerónimo Panllevar Arequipa 52.226.5 37.700 72.2 37.700 72 .2
55. Guasaecche-
y Pillo Panllevar Arequipa 92.272 69.647.3 65.047.3
J¡/2 75 .5 1/2 70.5
56. Uute y Matara Olivos Arequipa 9.834 5.010 . 50.9 1.000 10.2
57. Yanarico Estancia Lampa 40.617.3 :40.457 .3 99.6
1/2 1/2
58. San Javier
de Víctor Viña Arequipa 144.8.03
59. Chacra de
Tecar Viña, olivos Arequipa 16.372.4
60. Molino de
Ronda Molino Arequipa 14.238.5
1/2
61. Molino de
Pacachacra Molino Arequipa 9.606.0
1/2 7.500 78. l · 7.500 78.1
62. Chacra de
Chichas 5.340 4.750 88 .9 3.014.7 56.4
63. Chacra del
Palomar Panllevar 11 .451 12.500 109.2 11.·500 100.4
'
TOTAL AREOUIPA 576.459.2
. 1/2
CUADRO I (Continuación)
% enrela- ¾enrela-
1 2 ,3 4 5 clón al 6 clón al
Nombre Producción Ubicación Valor Remate valor Contado valor

X. PROCURACION DE PROVINCIA ·
64. Villa Caña Lima 392.624.4 ,
1/4
65. Cóndor Viña Pisco 160.526 .0
1/2

TOTAL PROCURACION 553 .150.4


3/4

XI. NOVICIADO DE LIMA


66. San Jacinto Caña Santa 115.522 .2 103.567.3 . 89.7 3.000 :l.6
67. Motocache ·Viña Santa 174. 704 118.793.5 67.9 2.000 1.2
68. San José de
la Pampa Caña Santa 91.191. 7 77. 792.1
1/2 1/2 85.3 2 .000 2.9
69. Santa Beatriz Caña Lima 198. 678 .4 145.665.5 73 .3 99.327.2 49.9
70. Huerta del
Noviciado Huerta Lima 20.125 17.500 86.9
71. Cacamarca Obraje, caña ·por tres vidas 1685-1785
TOTAL NOVICIADO" 600.221.3
1/2
XII..
éru:a;1J'DE SAN PABLo'-..'-:;#",
72. La Huaca y
sus anexos:
Caqui y Jesús
· del Valle Caña, panllevar Chancay 335 .285.5
7]. "El Ingenio · Caña. Huaura 249.642 .3
1J2
74. San Juan
de Surco Caña Lima
75. San Juan Feo.
de Regis Caña Chincha 237.962 .6
76. La Calera Cantera Lima 79.207.6
77. Llipata Huerta Palpa 3 .560
78. San Xavier
de Nazca Viña Nazca 198.992 ..7
79. San José de
Chunchanga Viña -lea 131.482.3
1/4

.
'1 80. ilia del
~ ~ ue Panllcvar Lima
j" an. ga Ganado Castrovirreyna 22.877.6
,- 3/4
. ·l!>. lo Pan llevar Chancay
COLEGIO SAN PABLO l'259. 021. 5
1/2
CUADRO I (Continuación)

%enrela- %enrela•
1 .2 3 4 s clón al 6 clón al
·Nombre Producción . Ubicación Valor . 'Remate valor Contado valor

XIII. CASA PROFESA DE DESAMPARADOS


83. Chacarita de
-los Desampa.
rados Olivar Lima

XIV. NOVICIADO DEL CUZCO


84. Santa Ana Caña Cuzco 49.095.5 45.&98.6
J/2 1/2 93.5 7.405.1 15.l
85. Sta. Margarita
deSallac Panllevar Cuzco 2.052.4 · 4.600 224.2 600 29.2
86, Tamborada · Panllevar Abancay 4.790.1 4.385.5 91.5
87. Tierras de
Chinchaypu-
quio Abancay 867 695.2 80.2
88. Tierras de
Tarpuro y
Conipata Cuzco 550 355 64.5
TOTAL NOVICIADO cuzco .57.355 .2
...__
,,,...___.
1/2
.í L.
.
XV. MISION DE
89. Humay
LOS
Viña
MOXOS
Pisco 132.560 138.207.1
1/ 2 104.3 22.000 16.6

XVI. COLEGIO DE TRUJILLO


90. Tumán y
Chongoyape Caña Lambayeque . 86.750 24.S
91. Otota Estancia Otuzco 52.958.5 46.069 86.9 13.000
92. Motil Estancia
93. San Ignacio Estancia 30.891 24.909 .80.6 5.000
94. San José de
Parrapos Estancia
95. Chacarilla de
Feo. Xavier Panllevar Trujillo 3.996 3..440 86.1
96. Gazñape Eriazas Trujillo 2.026 1.500 74.0 1.500 74.0
97. Miraflores Trujillo . 906.2 906.2 100.0 906 .2 100.0
TOTAL COLEGIO T.RUJILLO · 177.527.7

VALOR TOTAL DE HACIENDAS CENSADAS 5'729. 790.4


7/8
26 PABLO MACERA

Propiedad territorial
4. Al lado de estas inversiones, y superándolas,
estaba la masa de obrajes, haciendas, estancias y
huertas que los jesuitas habían ido acumulando
desde su llegada al Perú a· fines del XVI. Es cier-
to que no poseyeron ·aquí un patrimonio tan cuan-
tioso como el que tuvieron en México, donde hubo
un Ingenio jesuita que valió 700,000 pesos 8, pero
con todo fµeron sin duda uno de los más ricos y
poderosos dueños de tierras de todo el virreinato.
Esa era por otra parte la opinión de sus contem-
poráneos, algunos de los cuales acusaron a los je-
suitas de haber violado sus votos de pobreza en-
tregándose a los negocios del mundo. Los jesui-
tas a su vez no negaron sus riquezas y. desde ·muy
temprano ( ya en 1636 por ejemplo, en un decisi-
vo Inte"ogatorio tocante a los diezmos que ela-
boraron para su propia defensa) adujeron en des-
cargo suyo las innumerables obligaciones religio~
sas que debían atender, eµ particular la evange-
lización de indios, publicación de gramáticas y
vocabularios, mantenimiento de escuelas, etc. .. 9
¿Cuáles eran las propiedades rústicas de la
Compañía de Jesús, qué valor tenían y cuál su
producción? Nuestras fuentes sólo per~iten res- .
ponder parcialmente a estas preguntas, pues no
se encuentra en el Archivo Nacional del Perú un
balance general del secuestro ( balance que debió
existir para su envío a España) y hemos debido
8. Francois Chevalier La for-mation des grande domai-
nes au li·l éxique París 1962, págs. 314 y ss.
9. Ver ''Interrogatorio tocante a los diezmos ...", 1634.
Compañía de Jesús, Varios, ·lg. 2.
HACIENDAS JESUITAS 27

recurrir a resúmenes parciales. Cotejando unos y


otros hemos construido un cuadro que indica el
nombre de la hacienda, su ubicación y produc-
ción, así como la administración a que estaba su-
jeta. Añadimos también, el valor de la tasación
y subasta, la suma. al contado pagada por el pri-
mer subastador cuando lo hubo, y los respectivos
porcentajes.
•' Algunas indicaciones son indispen~ables para
el mejor manejo de este cuadro 10 : a) La mayor
parte de los avalúos han sido recogidos de un do-
cumento de 1785, como lo indicamos en nota a
pie de página. Esa fecha no es necesariamente
la de tasación. De hecho, sabemos que el gobier-
no español ordenó esas tasaciones desde el pri-
mer momento, pero que ~ órdenes fueron cum-
plidas con cierto retraso, de modo que sólo entre

10. En relación con este cuadro consúltese:


l . "Estado general de las fincas. . . que han corrido a
cargo de la superintendencia de Temporalidades del
· Cuzco". Temporalidades lg. 184.
II. "Razón de las principales que ~ban las haciendas
jesuitas subastadas" 1821. Temporalidades, lg. ).80.
III. "Razón de las haciendas y fincas en que tiene ac-
ción el ramo de Temporalidades", 182. . ., Tempo-
ralidades, lg. 180.
IV. "Razón de los -fundos que pertenecieron a los Co-
legios de la Extinguida Compafüa de Jesús", 1817,
Temporalidades, lg. 179.
V. "Indice de los ramos de Temporalidades y sus cuen-
tas", 1817. Temporalidades, lg. 178. ·
VI. "Ramo 49 de Fincas Rústicas y Urbanas subastadas
a particulares" 1817, Temporalidades, lg: 179.
VII. "Razón documentada de las cantidades que los su-
bastadores adeudaban" 1812, Temporalidades, lg. 177.
28 PABLO MACE,RA

1770-72 fueron tasadas la mayoría de las propie-


dades jesuitas; no faltan desde luego algunas que
lo fueron casi inmediatamente después del se-
cuestro y otras que .-demoraron más allá de 1772.
Habría que considerar también las segundas y ter-
ceras tasaciones. No podemos en consecuencia
decir que la suma de valores represente el patri-
monio agrario de la Compañía de Jesús en precios
1767. b) Hay una diferencia entre la cifra que
las memorias de Amat dan para las haciendas
jesuitas ( 6'641,448.4) . y la que figura en nuestro
cuadro ( 5'729,790); fuera de las razones que in-
dicamos en e), una de las principales es que en
la primera cantidad el virrey incluyó también a
las fincas urbanas y no sólo a las haciendas. ·e)
Hay que advertir algunas omisiones; no se hari
considerado -los bienes de las cofradías 11 ; adelan-

VIII. "Razón de las fincas de Temporalidades vendidas


y cuyo importe ha sido pagado", 1805, Temporali-
dades, lg. 176.
IX. "Razón de lo que estaban debiendo en el año de
1784 los subastadores" 1784, Temporalidades, lg. 84.
X. "Resumen General del Producto y Gasto de todas
las haciendas de Guamanga", 1784, Compañía de
Jesús, lg. 18.
XI. Sin título. Relación incompleta de-tierras y hacien-
das, Temporalidades, lg. 176.
11. Es posible sin embargo que investigaciones ulterio-
res demuestren que algunas de las propiedades incluidas
en el cuadro pertenecían a Cofradías. Así Pacuri y Atan-
cayllo ( Nos. 30 y 31) estancias bajo la administración del
Colegio de Huamanga pertenecían a las Cofradías del Buen
Suceso y de Cocharcas. Del mismo Colegio dependían
también Ayamoca, Quecra y Suso que eran de la Cofra-
día del Señor de la Agoma. En general nuestros datos
sobre las Cofradías son tadavía muy fragmentarios y sólo_
HACIENDAS JESUITAS 29

taremos que no proporcionaron grandes patrimo-


nios a los jesuitas. Falta.n también datos sobre al-
gunas instituciones, como son por ejemplo los co-
legios de Sán Borja y San Bernardo en el Cuzco,
sujetos a un régimen especial 12 y en parte el de
San .Pablo de Lima del cual damos la nómina
de sus propiedades pero sin señalar .todos sus va-
lores. En el cuadro mencionamos el obraje de
Cacamarca, pero no ~ecim0p cuánto valja porque
no era propiedad del Noviciado sino arriendo en-
fitéutico; del Colegio sólo eran sus anexos: La
Colpa, Astania y Queques. Tampoco incluimos
al obraje de Pichuichuro porque perteneció al co-
legio de Chuqtíisaca. d) En algunos casos hemos
numerado aprute los anexos de las haciendas prin-
cipales; mientras que en otros los colocamos den-
tro de sus respectivas unidades de producción

poseemos el valor total de los bienes de algunas de ellas;


Cuzco: Nuestra Señora de Loreto (3440); Virgen de la
Concepción (100); Niño Jesús (4000); Buena Muerte
( 120); Virgen del Carmen (320). Huamanga: Nuestra
Señora del Buen Suceso (Pacurl, 200); Nuestra Señorn
de C<><:~rcas ( Atancayllo, 1835); Nuestra Señora de Loreto
(6,675.6); Nuestra Señora de Cayra ·( 220); Señor de la
Agonía ( Quecras y Su.so, 2,200). Arequipa: Nuestra Señora
de Loreto (756,4); Nuestra Señora de la Purificación
(16,923).
12. Ambos Colegios poseían algunos bienes rústicos:
San Borja San Bernardo
Cocha y Araguani Molino
Tierras del camino de Pisac Chongo
Guayaypata Cuchiray
Sotacucho Cuchibamba
Rumarunu
Guampampa
30 PABLO MACERA

(Nos. 40 y 72, haciendas San José de la Nazca


y Santa María del Puquio, alias la Huaca). Esta
duplicación de criterios es sin duda defectuosa pe-
ro hemos preferido adoptarla para re~petar pro-
visionalmente las clasificaciones que se encuen- ~
tran en las fuentes consultadas. Por la misma ra-
. zón no siempre indicamos los anexos y así no fi-
guran los · que corresponden a Ninabamba •Y Pa-
chachaca. e) No creemos que las tasaciones coin-
ciden en" todos los casos con el valor real de los
·bienes; en el futuro será necesario estudiar al res-
pecto el índice de desviación y s·e ñalar además
los factores que puedan haberlo condicionádo,
que no siempre son los de la honestidad del ta-
sador. f) Las columnas 5 y 6, con sus respectivos
porcentajes, se han incluido para utilizarlas en una
publicación posterior en que veremos concreta-
- mente los efectos que la administración secular
de Temporalidades produjo en el complejo eco-
nómico jesuita. Estudiaremos también ·entonces a
quiénes y de qué modo favoreció la desintegra-
dón de ese patrimonio. Señalaremos solamente
que no son muchas las haciendas que se vendieron
en el mismo precio o en más de lo tasado; casi
todas sufrieron un castigo de aproximadamente
un 30%. A primera vista no parecería porcentaje
muy elevado, pero hay que tomar en cuenta otro
becho: los administradores de las Temporalidades
concedieron créditos muy generosos, subastando
los bienes por una mínima cuota inicial al contado
y lo restante a largos plazo_s de censos redimibles'
-con 3i de interés anual. Con ello el Estado es-
pañol procuraba agenciarse de dinero y al mismo
,, -
HACIENDAS JESUITAS
31

tiempo favorecer en materia de agricultura la ini-


ciativa privada. La enajenación de los bienes je-
suitas se inscribe, desde este último punto de vis-
ta, dentro de la política general del régimen con-
tra los bienes vinculados y contra el crecimiento
sin control de Jos patrimonios religiosos. Por el al-
to valor unitario de las haciendas, la subasta en
definitiva sólo fue una fuente de enriquecimiento
para los muy privilegiados de entonces, únicos
que pudieron comprarlas. No desestimemos sin
embargo, a pesar ,d e su escaso número, a las pe-
queñas propiedades; ¿quiénes las compraron, tam-
bién los poderosos? g) La ubicación geográfica se
refiere a las circunscripciones mayores sin preci-
siones distritales. h) En el · rubro de producción
se ha tomado en cuenta la actividad principal
sin que esto quiera decir que no existieron otras
de carácter complementario dentro de la mi~ma
empresa. Así Macacona además de obraje de. vi-
drios era un viñedo; y Chota, Motil y San Igna-
cio, no sólo se dedicaban a la elaboración de te-
jidos. Lo mismo tratándose de Ninabamba, Pa-
chachaca y otras más.
De este primer cuadro se desprenden a su vez
los siguientes que nos permiten clasificar el pa-
trimonio agrícola de los jesuitas en función de su
geografía y producción 13•

13. a) En nuestra clasificación no figuran los molinos


porque han sido incluidos en el rubro 12 como no clasi-
ficados, debido a ciertas dudas sobre su ubicación en cos-
ta o sierra. b) La división entre panllevar y ganadería no
es absoluta pues a menudo se trataba de explotaciones
mixtas. Nuestro criterio ha sido adoptar el de los tasado-
32 PABLO MACERA

Numéricamente las propiedades jesuitas esta-


ban igualmente repartidas en costa y sierra, pro-
duciéndose sin embargo algunas concentraciones
específicas, de panllevar y ganadería en la sierra
central-sur y de cañas y viña~ en la costa cen-
tral-sur. En cuanto a su valor hay una neta su-
perioridad de la costa central con sus 10 hacien-
das de caña sobre todos los demás países agríco-
las. Le sigue la viña y en ultimo término el pan-
llevar, sin considerar los rubros 5 a 11. Desde
luego que los cálculos son sobre nuestro conjunto
que como lo hemos advertido no es completo.
Sugerimos que las dos correlaciones señaladas

res del siglo XVIII que tomaron en cuenta la actividad


principal. c) Las propiedades 91 a 94 constituían una sola
empresa combinada de estancia y obraje; la cifra de ta-
sación sólo corresponde a Chota. d) Para la ubicación de
las haciendas hemos consultado al prof. J. Pulgar Vidal,
a. quien agradecemos su cooperación. e) Fuera de las pro-
piedades que se mencionan en el cuadro damos a conti-
nuación el nombre de otras que hemos encontrado en di-
versos documentos. En su mayor parte pequeñas fincas
de cofradías cuyos valores han sido referidos en la nota
anterior.
1) Las Monjas ( lea, viña; valor: 23,127); 2) Quichuas
y Cocharan · ( Colegio de Huancavelica, Paruro); 3) Guara-
malqui; 4) Ingaguasi ( Colegio del Cuzco); 5) San Antonio
de I,_.ochas; 6) Tocaguasi; (Cuzco, estancia); 7) Casoni
( Cuzco, sitio); 8) Rosaspata ( Cuzco, Congregación de la O);
9) Cotamarca (Cuzco, cañaveral); 10) Poquestaca; 11) Mo-
lino de Tullumayo ( Cofradía de Nuestro Señor de la Ago-
nía, Urubamba); 12) Oscolloy; 13) Obraje de Occaruma
(fundación de Leonor de Costilla); 14) Tierras de Huas-
caray y Cusihuaro (Cuzco, abandona-dos); 15) Huasacona;
16) Chicas {Nuestra Señora de la Purificación); 17) Lla-
mayoc.
HACIENDAS JESUITAS 33

( cultivos-zonas geográficas; cultivos-valor econó-


mico) pueden generalizarse para todo el Perú a
mediados del siglo XVIII, péro considerando como
caso aparte el de los obrajes.
5. Los jesuitas llegaron a ser dueños de estas
propiedades por diversas vías. Una de las princi-
pales fueron las donaciones en tierras de sus ami-
gos y devotos. Por donación fue que se adqui-
rieron: la Viña de ~azca (Juan de Madrid), la
Huaca de Chancay (Juan Martínez Rengifo), San
Juan .(Diego de Rojas), la Chacarilla de San Ber-
nardo (Ana de Sarmiento), el Cañaveral de Pa-
chachaca ( Leonor de Costilla y Gallinato), el
obraje de Pichuichuro y muchos otros. Alcanza-
do el más alto prestigio religioso, la Compañía era
la depositaria obligada de todos aquellos que que-
rían descargar_sus conciencias y buscaban un ad-
ministrador que les asegurase la santa y religiosa
utilización de sus bienes después de la muerte.
Una revisión de los donantes de la Compañía, re-
vela el grado y ia extensión de su érédito en to-
dos los grupos sociales de la colonia. Unas veces
eran poderosos encomenderós como el vizcaíno
don Juan de Avendaño, que les legó la estancia
de Yagón en 1622 14 o nobles indígenas que, co-
mo el caso _d el Cacique iqueño Femando de
Anicama, veían en los jesuitas a los mejores de-
fensores de su raza. Pero en esta lista f i ~ tam-
bién viudas devotas (Josefa López de Paredes

14. "Compulsa del primer cuaderno de los Autos de


Aplicaciones del Colegio que los regulares extinguidores
tuvieron en la ciudad de Trujillo" Temporalidades, lg. 91.
CUADRO 11
GEOGRAFIA y PRODUCCION DE lAS HACIENDAS JESUITAS

COSTA SIER.R.A
Norte Centro Sur Total de Total de Total
la Costa Norte Centro Sur la Sierra General

1. Caña 90 1, 3, 8, 64, 16, 39, 7S (14) 20 21, 45, 84 . (4) (18)


66,-68,69,
72, 73, 74,
2. Viña 9, 15, 17,
19, 37, 38,
67 40, 53, 58, (15)
59, 65, 78,
79,89 (15)
3. Ganado . 2,7 11 (l) 4, 14, 27, 46,Sl,52
30, 34, 35, 57
81 (11) (14)
4. Panllevar 95 6,80, 82 12, 13 . (6) 21, 24,28, 42, 43,44,
31 , 32, 33. 47, 50, 54,
55, 85, 86. (15) (21)
S. Huertu 5, 70 73 (3) 25,26. 48. (3) (6)
GEOGRAFIA Y PRODUOCION DE 1AS HACIENDAS JESUITAS

COSTA SIERRA
.Norte Centro Sur Total de Total de Total
la CostaJl{orte Centro Sur la Sierra General

6. Obraje 91, 92, 93,


94 10, (5) (5)
7. Coca 22 (1) (1)
8. Olivos 93 56, 18, (3) (3)
9. Otros 76 (1) 52 a. (1) (2)
JO. Eriazas 96 (l) (1)
·11. Sin clasificar: 23, 29, 36, 49, 60, 61, 62, 63, 87, 71, 88, 97 = 12 .(12)

Total de Haciendas Censadas. (97)

NOTA: Las cifras entre paréntesis indican el número de haciendas.


36 PABLO MACERA

que dejó a los jesuitas las tierras de sus dos ma-


ridos), ricos canónigos ( el preibendado José Carri-
llo de Cárdenas de quien heredaron hermosas tie-
n-as en Nepeña) 15 y hasta indias pobre~ que les
dejaban sus retazos y chácaras 16•
Pero al lado de las donaciones en tierras figu-
raron aquellas ·donaciones en dinero que los .je-
suitas emplearon de inmediato, a veces por orden
y voluntad del propio donante, en fincas y tie-
rras. Mencionemos dos casos: Vilcahuaura y Bo-
canegra, ambas haciendas de caña de la costa
central, la una en el valle de Huaura y la otra
en el del Rímac. La primera, comprada en bu·e-
na parte (50,000 de los 76,000 en que la vendie-
ron en 1641) con el dinero regalado por Juan Cle-
mente de Fuentes. Para la otra, de Bocanegra,
que costó a los jesuitas 37,000 pesos en 1626, sir-
vieron los 90,000 donados a la compañía por el
coadjutor Jesuita Martín de Jáuregui 17•

15. a) "Libro de- la Hacienda de Motocache", 1709,


Compañia de Jesús. Cuentas de Haciendas, lg. 6.
b) "Extracto de los títulos de la Hacienda nombrada
San Jacinto y Motocache", s.f. Temporalidades, Títulos de
Hacienda, lg. 33.
16. Fue el caso del sitio de Chaca, en Ninabamba, que
los jesuitas heredaron de la india Juliana, del vecino pue-
blo de San Miguel. Ver "Razón margética de los títulos
con que poseía. . . la Compañía de Jesús. . . la Hacienda
e Ingenio de Ninabamba", Temporalidades, Títulos de Ha-
cienda, lg. 21.
17. "Estado en que se manifiesta el que tenía la ha-
cienda de cañaveral nombrado Bocanegra. .." s.f. Tempo-
ralidades, Títulos de hacienda, lg. 14.
HACIENDAS JBSUlTAS 37

Pero la donación, a pesar de su importancia,


fuese en tierras o ·en dinero, no fue la única mo-
dalidad de que se valieron los jesuitas para au-
mentar su patrimonio rural. No siempre fue po-
sible contar con la generosidad de los creyentes.
A veces, dentro de la política de expansión _eco-
nómica seguida por la Compañía, se consideraba
útil comprar un dominio. En esos casos los jesui-
tas tenían a la mano tres p1incipales recursos pa-
ra conseguir el capital de la compra; 1) la rein-
ver~6n de las ganancias obtenidas por cada ad-
nµnistración, para el caso aquélla ( colegio, novi-
ciado, casa profesa) que había sido designada co-
mo futura gestora de la nueva propiedad; 2) la
fina·nciaci6n interna, mediante préstamos de un
colegio a otro o valiéndose, a cambio de garantías
reales, de los fondos · de sus patronatos; 3) el cré-
dito externo, tomando a censo, casi siempre redi-
mible, ya fuese de particulares o de institucio-
nes, el dinero q~e necesitaban para adquirir las
nuevas tierras. Desde luego que en la práctica
se obsen a la concurrencia de estos tres tipos de
1

financiación, de modo que se complementaban


los unos a los otros hasta constituir el todo . de la
compra. Así fue como el Colegio de San Pablo
adquiii6 La Calera en la vecindad de Lima, sir-
viéndose para pagarla tanto de los préstamos de
la Congregación del Callao ( 2,500), y de las co-
fradías del Cercado, ( 1,200 pesos) como también
de su crédito con particulares ( 30,000 ps.) e ins-
tituciones (25,000). Los jesuitas manejaron con
prudencia este sistema de créditos cuya convenien-
cia se basaba en la diferencia entre: de un lado,
38 • PABLO MACBAA

el interés que pagaban por el dinero a censo y


del otro la ganancia o renta que obtenían al in-
vertir ese dinero en tierras. Esta potenciación del
capital fue una de las constantes del sistema eco-
nómico jesuita. ún ejemplo es éste de la con-
versión del numerario en explotaciones agrícolas;
pero podrían suminisb·arse otros más: a menudo
los jesuitas utilizaban sus ganancias y solicitaban
préstamos no para el sector agrícola sino para a
su vez prestar ese dinero. Pero no insistimo~ en
estos aspectos que dejamos para el futuro. Inte-
resaba por ahora simplemente caracterizar los
préstamos a censo en función de la formación ·de
las propiedades agrarias ~esuitas. Añadiremos que
en el estado de nuestras investigaciones no es po-
sible decir la cuantía y proporción de esos cen-
sos. Porque si _bien poseemos una lista de los gra-
vámenes que correspondían a cada colegio 18 hay
que considerar que en esas listas no figuran todos
los primeros censos contraídos por los jesuitas, mu-
chos de los cuales habían sido ya cancelados al
momento de la expulsión y que en algunos casos
los gravámenes no son un índice seguro de en-
deudamiento, puesto que se trata de anexos a las
donaciones, condiciones impuestas por el donante,
como fue el caso de Pichuichuro, un magnífico

18. Por completar; sólo podemos proporcionar las ci-


fras de algunos censos pasivos:
Cercado (84,600); Bellavista (6,593.2) ¡ lea (30,684);
Pisco (51,426.2); Huamanga (12,273.5); Huancavelica
( 24,270) ¡ Moquegua ( 11.34); Colegio Grande del Cuzco
(50,005); Arequipa (50,028.1) ; Noviciado de Lima
(20,000) .
r
HACIENDAS JESUITAS 39 .

obraje regalado al colegio de Chuquisaca, pero im-


poniendo un total de 148,795 pesos entre censos
redimibles y perpetuos 19•

Gestión de las haciendas


6. Quisiéramos dedicar alguna atención a lo
que podríamos llamar la · gestión empresarial de
los jesuitas; al respecto es indispensable distinguir
diversos tipos y grados que van desde la adop-
ción de los principios y técnicas empleados por·
sus antecesores hasta el desarrollo de· iniciativas
propias que cambiaban la condición agrícola eco-
nómica del dominio. Comencemos por aquellos
casos en que los jesuitas se convertí~ en dueños
de tierras cuyo manejo y extensión habían sido
ya definitivamente fijados por los anteriores pro-
pietarios. Macacona por ejemplo, viñedo y obraje
de vidrio en la provincia costeña de lea, al sur
de Lima. El colegio jesuita de San Luis Gonza-
ga lo heredó en 1753, pero desde entonces hasta
la expulsión de 1767 sólo introdujo muy pocas
reformas. En realidad la hacienda, o mejor dicho
la empresa mixta agrícola-semifabril, había sido
hecha del todo por Francisco Bemaola. A princi-
pios del siglo XVIII Macacona no existía. Ber-
naola comenzó por comprar en 1704 un pequeño
obraje de vidrios y un parral de 5 fanegadas que
pertenecían ambos a su ~uegro Esteban de Pineda.

19. "Testimonio de •los Autos que siguió la Adminis-


tración de Temporalid@des para sacar a remate el obraje
de Pichuichuro" 1768, Temporalidades, Títulos de Hacien-
da Pichuichuro, lg. 2.
40 PABLO MACERA

Un año después compraba otro horno y más tie-


rras y ya en las composiciones de 1712 y 1714 su
pequeño dominio contaba con 20 fanegadas. · En
. los años siguientes el proceso de expansión se in-
tensificó, 3:I µunto que en 1724 se medían ya 400
fanegadas. Después se produjeron algunas dismi-
nuciones que no llegaron sin embargo a disolver
la gran propiedad constituida a través de medio
siglo de compras y acaparamientos. Los jesuitas
recibieron pues un dominio perfecto, con sus tie-
rras blancas para los granos; viñedos, sembrlos de
lito, hornos, casas y obrajes de vidrio y lo que
es más, con sus líneas de abastecimiento y comer-
cio firmemente establecidas 31• Caso idéntico es
el de la hacienda Vicho, de Calca. En 1595 Vi-
cho no era sino un pedazo de tres fanegadas que
en 25 años cambió cuatro veces de propietario,
hasta que en 1619 la compró Francisco Gallegos.
Durante treinta años, pacientemente, Gallegos fue
acaparando tierras de los· alrededores, algunas ve-
ces medianas extensiones como las 18 fanegadas
que compró a Juana Dfaz ( 1626), pero con más
frecuencia pequeños lotes de topos ( 6 en 1632,
16 en 1640). Ya en 1658 Vicho tenía 71 fanega-
das, 18 topos, 1 silo y recibía el decoroso nombre
de hacienda. En esas condiciones la compró Gar-
cía Coloma en 1685 y de su viuda _la recibieron
los jesuitas en 1692 sin aumentarle más que 20
topos en Patallata y sin variar fundamentalmente

20. "Raz6n de los títulos de la Hacienda nombrada


"Macaoona" s.f. Temporalidades, Títulos de Hacienda, Mn-
cacona, lg. l, cuaderno 13.
HACIENDAS JESUITAS 41

el tipo de explotación de la tierra 21 • Adviértase


que tanto en Vicho como en Macacona los jesui-
tas aparecen al finalizar un ciclo de expansión no
como creadores sino como herederos del dominio.
Y que en su calidad de nuevos propietarios se
interesaron menos por aumentar la extensión de
sus tierras que por continuar su administración o
eventualmente mejorarla, pero sin mayores inno-
va9iooes.
Pero no siempre asumió la .Compañía esta po-
lítica de heredero, pasiva y de mera conserv~-
ción. Por el contrario, existe evidencia que los je-
suitas revalorizaban sus tierras introduciendo mo-
dificaciones que las convertían en un nuevo com-
plejo económico. Esta .actitud era mucho más no-
toria cuando la Compañía adquiría por su cuenta
una nueva propiedad rural; aplicaban entonces
una política similar a la que según Chevalier uti-
lizaron en México, donde siguieron el consejo de
Alonso de Villaseca y compraron "hacie~das a me-
dio hacer" que costaban poco y cuyo valor crecía
con los años gracias a sus esfuerzos 22• Pero no
solamente en los casos de compra sino también
en los de muchas donaciones observaron los mis-
mos principios, de modo que las tierras yermas,
novales 23, abandonadas, sin aperos, herramientas
21. "Prontuario de las Haciendas y tierras nombradas
Vicho y Pataguasi.. ," s.f. Temporalidades, Títulos de Ha-
cienda, lg. 68. Distinguir esta hacienda de otras tierras
del mismo nombre sitas en Quispicanchis y que los jesui-
tas heredaron también de Josefa López de Paredes.
22. F. Chevalier, op. cit., pág. 315.
23. Expresión de la época sobre todo durante el siglo
XVII, equivalía a nuevas.
42 PABLO MM:ERA

ni esclavos, se convertían después de algunos años


en florecientes empresas que sus primitivos due-
ños no hubiesen reconocido. Los ejemplos abun-
dan y por ello nos vemos obligados a escoger
unos cuantos nada más. En la costa central po-
dríamos mencionar casi todos los cañaverales que
en esa región poseyó la Compañía; desde Vilca-
huaura y el Ingenio, en el no1te, hasta Bocanegra,
Villa, Santa Beatriz, en el Valle .d el Rímac. To-
dos esos dominios fueron, en diversa medida, crea-
ciones, hechuras de la CÓmpañía de Jesús que
cambió fundamentalménte la condición original
en que los había recibido. 1) Vilcahuaura ilustra
bien -lo dicho; propiedad jesuita desde 1641, las
tierras aunque buenas habían sido descuidadas y
los propios jesuitas ocupados en otras fincas no
parecen haber empleado sus capitales en mejo-
rarla. durante lo$ primeros años: en 1679 tenía
más o menos 300 fanegadas, extensión insuficiente
para el cultivo de la caña que exigía tierras de
repuesto para las nuevas plantadas. Sus aperos
eran escasos: 80 esclavos, 4 yuntas, sin ganado
vacuno ni mular, lo que encarecía tanto el trans-
porte como el abastecimiento interno de la ha-
cienda. Pero a . partir de 1679 hasta principios del
XVIII comenzó úna nueva época para Vilcahuau-
ra. Los jesuitas transformaron el dominio decisi-
vamente 24• En primer lugar, expansión territo-
rial: en 1693 compraron Humaya ( 334 fanegad,as)
y más tarde, 1711, 1712, los corrales de Aucalla- ·

24. ."Extracto de los títulos de la hacienda denomina-


da Vilcahuaura", 1776, Temporalidades, Títulos de Ha-
cienda, Ig. 68.
HACIENDAS JESUITA,S
43
ma y las estancias de Huacas ( aunque estas úl-
timas constituyeron una explotación aparte, en la
provincia de Cajatambo) . Al mismo tiempo me-
joras en el avío: la población de esclavos llegó
a ·24<) entre hombres y mujeres, de los cuales casi
la mitad eran trabajadores. Mulas (250), bueyes
( 30), vacunos ( 500) completaron la inversión.
2) En líneas generales, lo mismo sucedió con el
cañaveral de El Ingenio, :vecino de Vilcahuaura,
adquirido por donación, no por compra, en 1684.
Los jesuitas aumentaron sus tierras incorporándole
primero las 40 fanegadas de Pacayán Chico ( 1693)
y después a Pampa del Espino ( 1727). Paralela-
mente se compraron . herramientas y . esclavos 25•
3) Algo más al sur, en el valle de Chancay, la
hacienda de Santa María de Puquio, alias la Hua-
ca, es un ejemplo todavía mejor si cabe ele la me-
. elida en que los jesuitas transformaban las tierras
que adquirían. Cuando la recibieron donada por
Juan Martínez Rengifo estaba en pésimas condi-
ciones, "sin aperos de importancia ni negros que
la cultivasen sino con muy pocas tierras la,bradas
y muchas hierbas y novales que ha sido necesa-
rio romper después acá a fuerza de muchos gas-
tos que se han hecho en compra de esclavos y
muchos pertrechos". Los jesuitas mantuvieron
aquí el principio de la diversificación agrícola
que comprendía la producción no s6lo de azú-
car sino también de trigo, maíz, frijoles, cría de
novillos y quesos; pero acentuando la importan-

25. "Títulos de la hacienda de San Juan de la Pam-


pa o el Ingenio de Huaura", Temporalidades, Títulos de
Hacienda, El Ingenio, lg. l.
PABLO MACERA
44

cia de la caña de modo que las otras actividades,


sin desaparecer, pasaron a un segundo plano o fue-
ron complementarias y subsidiarias de la princi-
pal. Las tierras novales fueron cultivadas, se hi-
cieron trabajos en el río para contener las aveni-
das, se construyó una hermosa capilla rural y se
convirtió La Huaca en una de las mejores ha-
ciendas del Valle. Como se dijo, los casos esco-
gidos no son los únicos pero bastan para probar
la extensión de la política de inversión y revalo-
rización agrícola de la Compañía. Desde luego
que el hecho que hayamos subrayado la expan-
sión territorial merced a nuevas compras no sig-
nifica que esa política de reinversión se redujera
sólo a eso. Fuera de que también hemos indica-
do las mejoras en herramientas y esclavos, es
oportuno recordar la variedad de los tra~ajos e
innovaciones con que los jesuit~ modificaron sus
dominios. No todas las tierras eran novales ni to-
das las hacie_n das presentaban como única y prin-
cipal dificultad la insuficiente extensión. También
había que, resolver otros problemas: tierras em-
pantanadas (Viña de Nazca), construcción. de es-
tanques ( San Juan de Surco), habilitación de ace-
quias ( Tumán), implantación de nuevos cultivos,
_ ~te.; en cada región y para cada hacienda; en
suma, fue necesario pensar y aplicar un plan con-
creto de trabajo.

Arriendas y colonizaciones
7. En relación con la política agraria de la
Compañía de Jesús y con las modalidades de su
gestión se encuentra el estudio de los arriendos
HACIENDAS JESUITAS 45

y colonizaciones como otras tantas soluciones a lo~


problemas que encontraron en la explotación de
la tierra, problemas que como veremos no fueron
solamente la escasez de tierras sino también la
falta d~ agua y la carestía de mano de obra. La
compra constituía sin duda el medio más directo
y expeditivo de resolyer en algunos casos esa~ di-
ficul~ades, pero por diversas razones no siempre
era aplicable. Los jesuitas como otros agriculto-
res coloniales ·recurrieron entonces a oh·as formas
de apropiación rural. No nos referimos aquí al
conocido fenómeno de la usurpación de tierras
( realengas, mostrencas, propias, comunes, de in-
dios), usurpación periódicamente corregida y con:.
validada por los jueces de visitas y composiciones
de tierras. Pensamos más bien en la ocupación
de aquellas tierras marginales que nunca habían
sido económica y efectivamente incorporadas al
régimen colonial, aunque le pertenecieran de nom-
bre por hallarse dentro de su jurisdicción. La ma-
yor parte de esas tierras estaba ubicada en dos
zonas a) la "Ceja de Montaña", es decir las estri- ·
baciones orientales de la cordillera andina; b) en
la selva o montaña amazónica, región esta últi-
ma de acceso difícil y donde, después de las pri-
meras entradas y fracasos, el Estado español y
los particulares habían abandonado la iniciativa
a lás congregaciones misionales ( franciscanos y je-
suitas). La Compañía de Jesús implantó en es-
tas regiones dos tipos diferentes de asentamiento,
la colonización religiosa en tierras de infieles
-tribus selváticas- caracterizada por una agricul-
tura d~ autoconsumo y de experimentación, in-
46 PABLO MACERA

~ediata a las misiones; y en segundo término la


col.onizaci6n económica emprendida en los An-
des, en fa primera de las zonas ya dichas, con
claros objetivos de g~ancia sin estar asociada a
la fundación de pueblos y con la finalidad casi
exclusiva de introducir el cultivo de la coca. De
este último tipo conocemos un solo caso, el de
Ninabamba, provincia de Huanta, pero es posi-
ble que con el tiempo se consideren otros más.
La empresa no era por supuesto fácil; exigía una
reserva .de hombres, dinero y tiempo que sólo
una institución o un particular poderoso podían
permitirse. En Ninabamba ( con sus anexos Mis-
quebamba, Amancaypampa y Paucayo) los jesui-
tas habían comprado un ingenio con 200 fanega-
das de tierras. Durante los primeros años se de-
~caron a perfeccionar la administración mudan-
d~ de sitio el trapiche y componiéndóse con el
Rey para la instalación. de un molino y de un ba-
tán de jerga. En. fecha no deteoninada, pero an-
tes de 1647, fue que iniciaron su colonización en
los Andes o montañas, es decir en las yungas
orientales. En el proyecto habían si.do precedidos
por el primer dueño de Ninabamba, quien · a fi-
nes del siglo XVI había cultivado los cocales de
Chepita. ¿Los jesuitas buscaban también una zona
ecológicamente favorable para el cu«ti.vo de la
coca, producto que a más de las ganancias de su
venta ofrecía la ventaja de ser un factor de asen•
tamiento rural pues atraía hacia la hacienda a
una población indígena consumidora que podía
convertirse en una reserva de mano de obra? La
zona escogida era de difícil acceso y según los je-
HACIENDAS JBSUITAS 47

suitas "jamás ha sido habitada de indios ni de es-


pañoles ni para ello ha havido entrada" 26, Los
jesuitas abrieron un camino, habilitaron una en-
trada a Pucamarca y colonizaron 50 fanegadas de
tierra por las que pagaron 200 pesos de compo-
sición.
En cuanto al arriendo interesa aquí como un
tipo de posesión que, en algunos lugares del Pe-
rú, apareció inmediatamente asociado a la propie-
dad de la hacienda, como un .medio utilizado por
los dueños de ésta para resolver los proble~as
ya aludidos de tierra, agua o mano de obra. Po-
demos presentar dos casos diferentes, -el de Villa
en Lima y de San Regis en Chincha. Cuando
secuestraron San Regis se midieron 1,654 fanega-
das bajo su administración, ~xtensión enorme y
excepcional, pero dé ese total sólo 386.30 fane-
gadas eran de propiedad de la Compañía. De
las i\mantes, 107 habían sido compradas a censo
enfitéutico por tres vidas y 1,160 eran tierras
arrendadas. . . ¿Por qué? Los jesuitas parecen ha-
ber llegado a esta solución después de haber en-
sayado otras. En 1692 habían dado comienzo a
San Regis comprando las tierras de Magdalena
de Urrutia, a las que se agregaron en 1724 la ha-
cienda de Betlem de la familia Dávalos y en
1744, Guachaquío. Desde entonces no compTaron
más tierras quizás porque sus vecinos, el Conven-
. to de Santo Domingo, los riquísimos y poderosos
Querajazu y el Conde de Monteblanco no estaban
dispuestos a vender. Pero los jesuita~ necesitaban .

26. Ver el documento mencionado en la nota (16).


48 PABLO MACERA

de todas estas tieITas porque las suyas eran secas


("carecían de agua suficiente para su cultivo").
Por sucesivos arreglos a partir de 1720 las obtuvie-
ron en arriendo simple o en arriendo enfitéutico,
contándose entre los prin~pales arrendadores el
Conde de Monteblanco con un total _d e 620 fane-
gadas n. Los arriendos de San Regís se caracteri-
zaban por: 1) buscarse la tierra no tanto para ex-
tender el dominio sino para obtener los servicios
de agua, los derechos de riego anexos a ella; 2)
la situación social de los contratantes, todos ellos
instituciones y personajes españoles influyentés,
miembros de la élite colonial; 3) la gran exten-
sión de los lotes a1Tendados, el menor de los cua-
l~ eran de 200 fanegadas.
Diferentes fueron los arriendos obtenidos por
los jesuitas eµ sus haciendas limeñas de Villa y
San Juan de Surco. Aquí no fueron españoles quie-
nes arrendaron sus tierras sino indios y los lotes
fueron ·pequeñas extensiones. El total de tierras
arrendadas por Villa era de 141 fanegadas, 31 al-
mudes, 152 collos, con un pago anual de 1,288
pesos 4 reales. En San Juan, sin que podamos de-
cir la extensión, el pago de ·arriendos alcanzaba
884.4 pesos al año. En el caso de Villa sólo ha-
bía tres lotes de mediana extensión de 47 1/2, 27 1/2
y 10 fgs.; otros 5 de 5 y 6 fanegadas y los restan-
tes variaban entre menos de una fanegada hasta
tres. Es de notar, tanto en Villa CO'mo en San

27. "Razón margética de la hacienda San Regis" Tem-


poralidades, Títul~ de Hacienda, lg. 2.
CUADRO 111
TIERRAS ARRENDADAS POR IAS HACIENDAS
VILLA. Y SAN JUAN
A) V I L L A

Ultimo cobrador Fgs. Parajes Rédito anual

l. Ventura de Jesús 6· Estanque 40 ps.


2.
3.
Alfonso de la Oliva
Isidro Luyando
3
11/2
-Surco 30
9
4. Isidro Luyando 1 1/2 Surco 6
5. Cofradía Animas - Surco li
6. Cofradía del Sr. de
Lurigancho 2 1/4 Surco 9
.7. Juan Crisóstomo Chávez O 3/4 Surco 3
8. Antonio Ramos 3 Surco 12
9. Cofradía San Sebastián Surco 14
10. Isidro Luyando 3 Surco 15
11. Isidro Luyando Estanque 10
12. Cofradía San Joaquín 3 Surco 13.4
13. Alonso Chala Luján 2 1/2 10
14. Fernando Monzón 1 3/4 8.4
15. José Vicente Ferrer 4 1/ 2 18
16. Juana Bernal 4 1/2 18
17. Manuela Gutiérrez 2 1/2 10
18. Cofradía San Miguel 15 alm. 3.2 1/2
19. Cofradía San Miguel 1 1/2 6.6
20. José Pérez Bermejo • 1 1/2 12
21 . Anselmo Casamusa 5 1/2 96
22. Síndico de Francisco de
Surco 1 1/2 10
23. Melchora de los Reyes 1 1/2 12
24. Herederos de Chumbi 41 1/2 289.3 3/4
25 . María Antonio Vicuña 159.2
26. Isidro Luyando 27 1/2 212.3
27. Micaela Vergara 10 76 .1
28. Floriana Ampuero 5 2/3 136.2
29. Juan de la Rosa y
Diego Esquiv~ 2 8
30. Pedro Pablo Luyando 1 s
31 . Ventura Santos y Marcos
Vargas Chala 2.2 24
TOTAL 141 f . 3i al. 152 c. 1.288.4 1/4
CUA D RO I I 1 (Continuación)
TIERRAS .ARRENDADAS POR US HACIENDAS
VILIA Y SAN JUAN

B) SAN JUAN

Nombre ~dlto anual

1. Cofradía de San Sebastián de Surco 16


2. Cofradía del Santísimo de Late (Ate) 27.4
· 3. Cofradía de San Antonio de Surco ., 21
4. Cofradía de San Miguel de Surco 9
S. Cofradía del Santísimo de Surco 19.4
6 . Cofradía de la Purísima de Surco 370
· 7. Cofradía de· Copacabana en Copacabana 30
8. Cofradía del Niño Jesús de Suréo 25
9 . -Francisca Laureana y Silveria de la Rosa 12.4
10. Manuel Requena 42 .4
11. Pablo Lázaro (espa~ de Luisa Gallardo) · 7.4
12. María · Petrona (vecina de Surco) 7.4
13. Diego Pinco 10
14. Francisco Zavala (heredero de Antonio Lusa) 7.4
15. Juan Salvador 24.4
· 16. -Micaela Carrasco 172.4
17. Ana de la Santísima Trinidad 57.4
18. José Bernal (albacea de Agustín Díaz) 10
19. Francisca Jacinta (hija y heredera de
Anto¡lio Lusa) 15

T O T A L 884.4
HACIENDAS JESUITAS 51

Juan, el arriendo de las tierras de cofradías en be-


neficio de los jesuitas 28• ·

No estaría demás indicar que este tipo de


arriendos por parte de los indios en favor de los
españoles fue muy frecuente en el Perú; lo he-
mos podido comprobar en algunos valles costeños
( Lurín, Rímac, Chillón, Pativilca, Moche) y al-
gunas regiones de la sierra norte ( Huamachuco,
Cajabamba, Chota) . Nos referiremos ahora par-
ticularmente al valle del Rímac a mediados del
siglo XVIII en fechas anteriores a la expulsión
d~ la Compañía, sirviéndonos de los protocolos
notariales indígenas tan poco utilizados entre no-
sotros 29; las referencias pertinentes se encontra-
rán al pie de la página 30• Entre los principales
arrendadores indios figuraban entonces el Conven-
to de Copacabana, las cofradías de la Purísima
de Magdalena, de las Benditas Animas, Santísimo
Sacramento, Santa Ana, Nuesb·a Señora de la
Concepción y San Joaquín; además el común de

28. "Indice de las personas a quienes se les paga arren-


damiento (en San.Juan y Villa)", 1765, Compañía de Je-
sús, Varios, 18.
29. Entre los pocos historiadores está Emilio Hart Te-
rré quien ha investigado en esta clase de fuentes el desa-
rrollo de la artesanía colonial.
30. Ver A.rchlvo Nacional del Perú; sección Protoco-
los Notariales, Lima, Escribanos de Indios, Roldán, escri-
turas por pagos de censos y a.rriend05 de tierras entre el
5 de mayo de 1735 y el 19 de junio de 1737 en las fo-
jas siguii:ntes: 192v, 279, 522v, 525v, 546v, 564, 612v,
617, 623v, 697, 717v, 718, 742 ,119lv, 1224, 1229, 1237,
1245, 1248, 1253v, 1255, 1261, 1269, 1269v, 1280, 1292.
Todas las cuales son una selección sobre un total de 320.
52 PABLO MACERA

los pueblos de Magdalena, Surco y Miraflores y


las familias cacicales de Casamusa y Tantachum-
bi. Entre los beneficiarios españoles cuentan los
jesuitas y mercedarios, gente de iglesia como el .
canónigo Núñez, algunas haciendas españolas en-
tre Magdalena y Callao -sobre todo la de Ma-
ranga- y las familias Borda, Zavala y Villalta.
No es fácil explicar estos arriendos; ¿qué fac-
tores sociales, económicos y demográficos los con-
dicionaban? En el caso de las cofradías la respues-
ta es plausible, como también tratándose de tie-
rras del común: el arriendo resuelve el problema
de la administración. Esta razón puede hacerse
extensiva al patrimonio privado de ciertos caci-
ques abundando sin embargo entre éstos quienes
directa y personalmente se ocupaban de sus tie-
1Tas 31 • Pero, ¿en el caso de los pequeños lotes
de particulares? Aquí necesariamente la respuesta
ha de ser reemplazada por la hipótesis. El arrien-
do pudo estar condicionado por: 1) dificultades de
explotación, cuando las haciendas próximas seño-
reaban el agua y la escatimaban al indígena co-
lindante; 2) condominio de pequeñas parcelas
que hacía preferible la división de la renta de
un arriendo que la gestión conflictiva por uno de
los propios interesados. El arriendo ven~a en
este caso a ser una secuela del sistema de heren-

31. Y que incluso desarrollaban frente a las tierras de


los indios una política de usurpación similar a los españo-
les. Otras referencias en mi prologo a "Relaciones Geo-
gráficas del Perú Colonial", Lima, agosto de 1965. Sepa-
rata de la Revista del Archivo Nacional del Perú.
HACIENDAS JBSUITAS 53

cias y de la multiplicación de los minifundios;


3) conversión, en el caso de Lima, de parte de
la población rural indígena en población urbana
artesanal

Administración interna de las haciendas


8. Completando lo ya dicho acerca de la po-
lítica agraria y la gestión empresarial de los jesui-
tas hemos de considerar como otro de sus aspec-
tos el de las relaciones entre los colegio~ y sus
haciendas. La Compañía ejerció sobre todas sus
entidades una severa regulación institucional. La
conservación y el incremento de su patrimonio
.( con todas sus implicaciones materiales y religio-
sas) , e>..-igía en particular una minuciosa reglamen-
tación, una serie de medidas que tomasen en
cuenta tanto los problemas jurídicos, técnicos y co-
merciales, consiguientes a la explotación de la
tierra, como aquellos otros que bien podemos lla-
mar espirituales, propios de una congregación tan
celosa de su destino religioso como la Compañía
de Jesús. Para estos fines la Compañía había des-
centralizado las responsabilidades dividiendo for-
malmente su economía en varias administraciones
correspondientes a los diversos colegios; cada u~o
de estos colegios atendía a los negocios .de sus pro-
pias fincas y haciendas, guardando una aparente
autonomía y separación respecto a los demás.
Bien lo dijo, aunque exagerando, CristóJ>al Rodrí-
guez que dirigió sus bienes después del secues-
tro: "Los jesuitas unidos entre ellos en todos los
asuntos sólo desconocían la unión en materia de
intereses. • Los Colegios cobraban .recíprocamente
54 PABLO MACEAA

unos de otros sus respectivos empeños. Y si algu-


no por sus atrasos no les podía dar cumplimiento,
se aliviaban sus necesidades mediante la aplica- ·
ción de ciertos fondos destinados a obras pías" 32•
Desde luego . que en última instancia todas
aquellas gestiones se complementaban y concu-
rrían en una sola, y por encima, sistematizán-
dolas, estaba la Provincia de la que forma:ban
parte, órgano en su totalidad, además, de una po-
lítica pensada y elaborada a la escala mundial 33•
Podemos así describir el sistema jesuita por la
coordinación jerárquica de una administración eco-
nómica parcialmente descentralizada, con un go-
bierno central que se reservaba tanto el poder de
las decisiones esenciales como los resortes de una
vigilancia permanente. Pero la Provincia y el Co-

32. Informe de C. F. Rodríguez, Lima 28/3/1770 en


"Expediente formado a consulta de la dirección de Tem-
poralidades..." Temporalidades, lg. 184.
33. Habría que estudiar las relaciones entre la provin-
cia jesuita del Perú de un lado y del otro el generalato
de la Compañía y las demás circunscripciones. No nos re-
ferimos sólo a las relaciones económicas que pueden expli-
car ciertos aspectos de la comercialización de los produc-
tos' así como de la reinversión de ganancias, sino también
al hecho que las normas aplicadas en el Perú pudieron
haberlo sido también en México, Brasil, etc., como resul-
tado de órdenes emanadas desde las jerarquías más altas
de la Institución.
En lo que toca a nuestras instrucciones cabría compa-
rarlas con las publicadas por Chevalier y que no hemos
podido encontrar en las bibliotecas de Lima ( F . Chevalier,
op. cit., p. 325) y con las que· menciona Alvaro Jara "Fuen-
tes para la historia del trabajo en el reino de Chile" San-
tiago de Chile, 1965.
HACIBNDAS JBSUITAS 55
legio no eran los únicos elementos de la red ad-
ministrativa; por debajo de ellos y como ejecutor
y gestor directo estaba el administrador de ha-
cienda, hermano y coadjutor, siempre un ·religioso
quien_en definitiva no sólo habría de aplicar las
reglas formuladas por sus superiores sino también
elaborar las .~luciones diarias _que imponía el tra-
bajo de la tierra. Las relaciones entre unos y
otros es decir entre el Colegio y la Provincia de
un lado y la hacienda con su administrador del
otro, estaban aseguradas por diferentes vías. En
primer. lugar 'las Visitas, de acuerdo a una pauta
muy generalizada en la época, común tanto a la
administración secular . del Estado Español como
a las diversas clases de administraciones religio-
sas. Periódicamente todas las haciendas 1esuitas
debían recibir la visita de uno de los superiores,
en algunos casos los mismos padres provinciales,
-.. en otros los Rectores de colegios o en su defecto
un delegado a quien,. como a los anteriores, sella-
maba Visitador. Debía el Visitador en primer
término revisar los Libros de la Hacienda ( a los
cuales nos referiremos más adelante) , recorrer par-
tes de ella y por último redactar unas Ordenes
que debían ser escritas en un volumen especial
titulado Libros de Ordenes, Memoriales e Instruc-
ciones. Las Ordenes del · Visitador equivalían a
un reglamento interno relativo al trabajo de in-
dios Y. esclavos, conducta personal de los jesuitas
administradores, servicios religiosos de la hacien-
da, recomendaciones sobre el cultivo, etc. . . Es
difícil saber las consecuencias de estas visitas. En
primer lu~, nuestra~ fuentes nos impiden toda
56 PABLO MAC~

generalización puesto que han sobrevivido muy


pocos libros de Ordenes: ¿Qué decir por ejemplo
acerca de la periodicidad c;le las Visitas?; es posible
que en principio debieran ser anuales o cada dos
años, pero hay indicios de plazos mayores. En el
caso del Ingenio, durante algo más de medio si-
glo hubo un total de 18 visitas, corriendo tiempos
diferentes entre cada una de ellas, algunas veces
un año ( 1702, 1703; 1707, 1708) y otras veces seis
y cuatro años (1716, 1720; 1747, 1751; 1757, 1762).
Si esto sucedió con una hacienda costeña de co-
municación ~elativamen_te fácil con su colegio ad-
ministrador, es de suponer que para haciendas
más alejadas la periodicidad haya sido mucho
más espaciada, lo cual pudo muy bien influir ne-
gativamente en el cumplimiento cabal de las ór-
denes, a pesar de la disciplina ;esuita que nos in-
clinarla a pensar lo contrario. Así lo sugiere por
otra parte la ·reiteración de ciertas normas año
tras año, visita tras visita, aunque habría que exa-
minar cada situación concreta puesto que pode-
mos asistir simplemente a una ratificación de la
norma por otras razones: inercia _de la repetición,
incumplimiento de la misma en otras zonas, etc...
Además de la Visita periódica, del control· di-
recto y personal del superior, otro procedimiento
de vigilancia fueron los Libros de la Hacienda
y los resúmenes e informes que envia:ban los ad-
ministradores. Estos libros eran numerosos. En
cada hacienda babi~. fuera del Libro de Or-
denes, un Libro de Gastos donde se llevaba
la contabilidad día por díai hasta su resumen
anual; luego, un libro llamado de Inventarios y
HACIENDAS JESUITAS 57

Entregas dividido en cuatro partes; las tres pn-


meras correspondían. a los inventarios de la capi-
lla y casa hacienda así como a la entrega de la
hacienda por cambjo de administrador. La cuarta
parte incluía todo lo referente a la gente de ser-
vicio. Un cuarto libro estaba destinado al cultivo,
ápuntando ali el número, calidad y ubicación de
los sembrados, cuantía de las cosechas, crías de
ganado, etc.; en este libro figuraban, también, los
envíos a las administraciones centrales. Existía
por último un Libro de Administración donde ca-
da administrador debía dejar constancia del mo-
do de administrar la hacienda, a fin de que sir-
viera de guía a sus sucesores.
Fuera de estos libros principales los mayordo-
mos de pampa, estancia u obmie, según los casos,
llevaban, baio el control del religioso administra-
dor, varios libros de jornales donde constaba por
separado, en volúmenes aparte, las gratificacio-
nes a los negros esclavos, el pago ·de .jornales a
los indios libres o alquilas, los elementos en es-
pecies a cuenta del salario, especificando el cré-
dito o deuda totales de cada trabajador, etc. 34•
Estos libros de jornales recibieron nombres dife-
rentes según las regiones. En la. sierra se les lla-
maba Libros de Punchaos y también Libros de
Quilcas, adoptando quizás el nombre que los pro-
~
34. Al visitar en 1692 la hacienda de Guaraypata en
el Cuzco, el vice Rector Miguel de Oña recomendaba
cuidado y esmero en llevar estos libros de salarios "con
toda claridad y sin confusión como están las que al pre-
sente tiene el libro viejo" Compañia de Jesús, Cuentas de
haciendas, lg. 5.
58 PABLO MACERA

pios trabajadores del lugar les daban por referen-


cia. al día de trabajo y al dibujo de la escritura.
En algunas haciendas de la sierra sur, al lado de
estos libros destinados al control interno y exter-
no de la hacienda, se desarrolló una contabilidad
paralela en quipus, sobre todo para el recuento del
ganado, contabilidad que estaba a cargo de un
hombre pamado Quipu a quien pagaba el admi-
nistrador. Advirtamos que estos libros de jornales
eran de gran importancia en las haciendas no s6- .
lo para rendir cuentas ante los superiores sino por-
que constituían el primer testimonio o referencia
en la Jlamada Contestación; · procedimiento en
que se reconocían las deudas y créditos de los tra-
bajadores en relación con la hacien~: cada ~a-
bajador debía contestar, responder al llamado de
su nombre y a la declaración de las sumas.
Debemos por último mencionar las órdenes di-
rectas enviadas por los Provinciales y Rectores,
órdenes que debían figurar junto con las dadas
por el visitador y en el mismo libro; la correspon-
dencia permanente y regular entre colegios y ha-
ciendas y también las visitas que anual.mente de-
bían hacer los administradores a la ciudad parn
cumplir con el deber religioso de los ejercicios
espirituales, momento que era también utilizado
para rendir cuentas de su gestión.
Este complejo y depurado sistema jesuita fue
respetado después del secuestro por la adminis-
tración secular .de Temporalidades, al punto que
se ~o orden expresa para que los encargados de
las haciendas confiscadas siguieran en todo el mé-
todo anteriormente adoptado por la Compañí;l,
HACIENDAS JESUITAS
59

sin atreverse a modificar nada sin previa consulta


y autorización de los empleados superiores. Este
criterio valió no solamente para el aspecto for-
mal de la vigilancia ( teneduría de 'libros), sino
también para todo el manejo de la hacienda. Por
eso fue que el virrey Amat, por orden dada en
Lima el 16 de octubre de 1767, ordenaba que se
interrogara a cada uno de los hermanos chacare-
ros antes de que salieran expulsados y que me-
diante estas preguntas y respuestas se redacta-
ra una Cartilla "donde con distinción de tiempos,
lugares, remesas y demás circunstancias. . . quede
una regla segura en lo sucesivo para su fomento,
sin otra mudanza que la de las manos por donde
ayan de correr" 35• Algtmas de estas Cartillas son
las que publicamos en el Apéndice.
35. Existen varias copias de esta orden; entre otras
una anexa a la "Cartilla del régimen interior de este Co-
legio del Noviciado" Lima 1767, Temporalidades, lg. 78.
Amat no hacía otra cosa en realidad que cumplir lo pres-
crito en el artículo 22 de la Instrucción general del se-
cuestro. Una expresión similar a la del virrey Amat tuvo
C. F. Rodríguez en una de sus cartas a Cristóbal Schier
( ver nota 51) : "Vm no innove nada en las costumbres
que hallara entabladas que naturalmente serán las mismas
que tenían establecidas los jesuitas. Si algunas le pare-
cieron a Vm que necesitan la reforma me lo puede escri-
bir que entonces se dará providencia".
No faltaban, sin embargo, quienes disentían de esta
actitud, considerando que los jesuitas no habían sido tan
diestros como se afirmaba; así el descontadizo Landaburu
quizás para resaltar sus propios méritos decía: "Los regu-
lares de la Compañía tenían un falso crédito que les da-
ba la aprehensión del vulgo, de manejar con acierto to-
das sus haciendas. Lo contrario sabían los que entendían
de campo: en sus haciendas no había más reglas que la
voluntad del coadjutor.que las manejaba" (Ver Apéndice) .
60 PABLO MACERA

De la continuidad entre _la administración je-


suita y la de Temporalidades nos hemos de ocu-
par extensamente otra vez. Lo dicho ya es una
prueba ( sin que hayamos insistido en las diferen-
cias que se produjeron) . Añadiremos otra: La Vi-
sita, aunque bien es posible que al respecto co-
mo lo hemos insinuado, unos y ·otros, los jesuitas
primero Y. las .Temporalidades después, no hicie-
ron# más que seguir un patrón previamente esta-
blecido. Como sea, estas Visitas de haciendas
fueron también, después de 1767, uno de los mé-
todos de vigilancia empleados por la burocracia
oficial, atmque esta vez con marcado acento fis-
calizador y judicial, con todo aparato y costo. Al
principio, por ahorrar, se comisionó a los Corre-
gidores, pero muy pronto se advirtió el error de
esta medida. El Corregidor pocas veces era un
hombre enterado en cuestiones de agricultura y
se inmiscuía en la administración de la hacien-
da con un celo indiscreto y a veces peligroso. Ya
en 1769 se había instaurado el régimen de la Vi-
sita; de ese año es la que realizó Pedro Villanue-
va en los valles de Chancay, Huaura y Santa y
del sigui~nte los informes que sobre el cultivo
de la caña en la costa central envió A. de Lan-
daburu a la administración central 36• Normal-

36. "Autos de Visita que en virtud de Comlsi6n se le


tiene encargada a D. Pedro Vil!anueva..." 1769. Tempo-
ralidades, Títulos de Hacienda, Villa, lg. l. Figuran nlll
además del informe de Landaburv. que reproducimos, con-
sultas y opiniones de C. F. Rodrlguez y del oidor Eche-
verz, todas ellas fundamentales para conocer las condicio-
nes del cultivo de la caña en la costa peruana a media-
dos del XVIII. La visita de Villanueva revela la crisis

...
HACIENDAS JBSUITAS 61

mente el Visitador se limitaba a expresar sus opi-


niones y el resultado de su observación; pero por
razones extraordinarias, cuando se sospechaba mal-
versaciones, la visita, por encargo expreso, podía
convertirse en una suerte de instrucción con plie-
go de preguntas y declaracion~ juradas de tes-
tigos_

Religión y agricultura
9. Entenderíamos mal y tergiversaríamos el
rol de los jesuitas dentro de la sociedad colonial
si lo que hemos dicho llevara a creer que la ad-
ministración de sus bienes fue para ellos un pro-
blema estrictamente económico. Por el contrario,
coexistían allí motivaciones religiosas y espiritua-
les, cuya satisfacción procuraron con igual inten-
sidad que los materiales. La Compañía de Jesús
actuaba al mismo tiempo como una empresa co-
mercial y como un instituto religioso y se esforzó
siempre por encontrar un t~rreno común donde
ambas exigenci~ fueran compatibles 37• El ma-

de las haciendas jesuitas como resultado de la mala admi-


nistración secular. En Bocanegra, las tierras sucias, las he-
rramientas robadas, la gente en desorden. Santa Beattiz
sin buen mayordomo de pampa y con sus utensilios "de
media vida", escasa de soca... San Juan con sus alfaHa-
res y bueyes descuidados; las cañas sin desagüe ( "las tie-
rras se hallan nadando en agua, tanto que se van vician-
do"}.
37. El correlato ideológico de esta dualidad fue con-
siderar lo material y económico como subalterno pero in-
dispensable medio para realizar los fines espirituales del
instituto. La Compañia podia en consecuencia permitirse
algunas l.icencias, incursionar en el peligroso mundo de
62 PABLO MACE!(A

nejo de sus haciendas revela con particular evi-


dencia esa dualidad, ese juego dialéctico entre la
economía profana y la norma sagrada. En reali-
dad la propia Naturaleza, la tierra que se trabaja-
ba, participaba de ese carácter. ~ara los jesuitas,
como para sus contemporáneo:,, esa Natw-aleza no
era una totalidad semi-autónoma librada a sus
propias leyes naturales, sino que en tanto que
creacwn se hallaba sujeta en última instancia a
la voluntad providencial de Dios; los fenómenos
naturales eran al mismo tiempo sobrenaturales
no sólo porque podían y debían ser interpretados
como signos y por referencia al trasmundo divi-
no sino también porque todas las leyes ·causales
que parecían regirlos indefectible y necesariamen-
te podían, llegado el momento, ser derogadas por
Aquel que las había dictado. El agricultor frente
a la tierra debía, es cierto, racionalizar su trabajo,
cumplir con todas las reglas que la . experiencia,
el buen sentido y la tradición le dictaban, pero
además y sobre todo debía acudir a la oración,
esperar y confiar en Dios para que éste bendijera
el fruto de su trabajo. La pérdida de una plan-
tación, las plagas de langostas, la helada, etc. . .,

la ganancia económica, en atención a los altos fines que


perseguía. El realismo de los jesuitas, su peculiar óptica
y conciencia para advertir las dificultades prácticas y adap-
tarse a la cambiante circunstancia forman un todo con el
carácter de su economía. Aquí puede también encontrar-
se uno de los factores que explican la teología moral je-
suita. Estamos lejos sin embargo, al señalar las relaciones
entre la ideología y la· situación económica, de sugerir una
causalidad, en cualquier sentido que fuese, problema éste
que no hemos de abordar ahora.
HACIENDAS JESUITAS
63

no siempre eran por eso imputables a causas na-


turales y se engañaba quien para remediar esas
desgracias acudiera solamente al ingenio huma-
no. Esta imagen religiosa de la tierra y de la
agricultura era compartida por todos los escalones
de la jerarquía jesuita, desde el hermano o coad-
~utor que administraba la hacienda y estaba en
contacto diario con la Naturaleza -(y con la sobre-
Naturaleza providencial) hasta el provincial que
ocasionalmente visitaba las fincas. Cuando, por
ejemplo en 1757, el ·fuego quemó parte de las ca-
ñas del Ingenio de Huaura, el provincial Jaime
Pérez escribió en el Libro de Visitas una severa
advertencia al administrador· indicándole que
aquello bien podía ser castigo de Dios por haber
hecho trabajar a los esclavos en días de fiesta
"porque Dios quita por una parte lo que se pre-
tende adelantar por otra con tan escandaloso me-
dio" 38• Y no se cr~a que los jesuitas fueron por
entonces los únicos que miraban y pensaban la
Naturaleza en función de la Religión. Después
de su expulsión, quienes les sucedieron en la ad-
ministración de la tierra demostraron el mismo
temor reverencial frente a los designios sobrena-
turales. Conocemos al respecto las opiniones del
propio Director de Temporalidades, C. F. Rodrí-
guez, inteligente colaborador del Despotismo Ilus-
trado, quien llegado el momento para combatir
las langostas que asolaban Cacamarca y Ninabam-

38. Ver el primer documento del Apéndice; acerca del


trabajo, los días festivos y la Religión Católica, confron-
tar el ya mencionado estudio sobre Iglesia y Economía en
el Perú del siglo XVIII.
64 PABLO MACERA

ba no encontró nada mejor que recomendar a sus


administradores que rezaran a Dios y acudieran
a la Iglesia en busca de exorcismos 39•
Dentro de este contexto deben ser colocadas
muchas de las reglas que figuran en los Libros
de Instrucciones y Visitas. Fuera de las referen-
tes a la vida de los jesuitas residentes en las ha-
ciendas ( de las que nos ocupar~mos de inmedia-
to) también expresaban el mismo escrúpulo reli-
gioso las que normaban la. o_cupación de los es-
clavos y el trabajo del campo y oficinas: así las
que prohibían el trabajo en los días festivos ya
que el tiempo de Dios no podía ser empleado
en menesteres terrenales, aunque en ciertos casos
la urgencia hizo que algunos administradores vio-
laran esta orden, lo cual motivó siempre el inme-
diato reproche de los superiores. La hacienda je-
suita, hemos de repetirlo, estaba fundamentalmen-
te al servicio de Dios y existían por tanto, al mar-
gen del negocio, ciertos deberes que cumplir. De
allí no sólo la reglamentación del horario de tra-
bajo sino la multiplicidad de servicios religiosos
que la hacienda proporcionaba a esclavos; cate-
quización de los bozales, catecismo semanal para
niños y adultos, rezos colectivos, 10 misas de di-
.
funto a la muerte de cada esclavo, fiesta de pas-.

39. "Le tengo escrito ( al administrador ·de Ninabarn-


ba) que no sirven los remedios temporales, que se •valga
de los espirituales y que el capellán o cualquier sacerdote
puede hacer el conjuro de unos insectos tan perniciosos
que para iguales casos la Iglesia tiene sus oraciones. Lo
propio le debo prevenir a \lm". Temporalidades, Títulos
de Hacienda, Cacamarca, lg. 44. "Correspondencia..."

,.
HACIENDAS Jl!SUITAS 65

cua, confesión y comunión por lo menos dos ve-


ces al año, celebraciones cuaresmales, etc. 40•
Pero donde mejor queda simbolizado y re9U-
mido el doble carácter mundano-religioso del sis-
tema jesuita es eri la figura de sus administrado-
res, clave de la economía institucional. No es ta-
rea fácil caracterizarlos como tipos humanos y
describir sus diversos r9les -dentro y fuera de la
hacienda. En tanto que responsables de bienes

40. Transcribimos algunas de las órdenes de los visi-


tadores de Ingenio y Pachacha.ca; entre paréntesis el año
de la visita. Texto completo en el apéndice:
El Ingenio ( 1684) : "Entiendan los hennanos que están
en esta hacienda no sólo para hacer trabajar -a los escl11-
vos, sino también para predicarles lo que les conviene pa-
ra que vivan como buenos cristianos valiéndose para esto
de algunos ejemplos y exhortaciones que Dios les dictare".
( 1707) "El cuidado de instruir a los negros bozales en
el catecismo y doctrina cristiana es el más propio de nues-
tra obligación, y así encargo a fos Hermanos que •
cuidan de enseñaTles en particular todos los días porque
de otra suerte no aprenderán ni descargarán su concien-
cia dichos hermanos".
Pachachaca ( 1673) : " Haya mucho cuidado de enseñar
a los esclavos y a la gente de servicio que aqul hubiere
la doctrina cristiana todos los sábados en la noche y a .}os
muchachos y muchachas todos los días sin. que en esto
haya falta ninguna". .
No es improbable que los jesuitas advirtieran el valor
disciplinario de la instmcción religiosa; en todo caso sí pa-
recían saberlo los empleados de las Temporalidades, asi al
menos interpretamos una carta a Manuel de Maúrtua, ad-
ministrador de Belem en lea donde se le advierte de los
peligros de mantener como bárbaros a los trabajadores.
Cf. carta 84, 311111777 en "Libro de Borrador de corres-
pondencia de cartas con la Hacienda Macacona" Tempo-
ralidades, Cuentas de Hacienda, lg. 155.
66 PABLO MACERA

materiales actuaban como cualquier otro hombre


de negocios, hacendado o comerciante; pero al
mismo tiempo seguían perteneciendo a la Iglesia
y debían por tanto conservar en el campo una vi-
da compatible con su status religioso. La Com-
pañía comprendió que su deber era evitar la mun-
danizaci6n del administrador, rescatarlo de los pe-
ligros que suponía el alejamiento de las ciudades
y colegios, el trato frecuente con seglares y el
ejercicio casi onu1ímo<lo <lo un poder sobre es-
clavos y asalariados que sólo era controlado de
lejos por los superiores. En primer lugar se regu-
ló minuciosamente sus escasos tiempos libres, al .
punto que cumplidas las tareas ~arias de la
hacienda el administrador no tenía más descanso
que la oración y el sueño. El día del jesuita en
el campo empezaba ·a las 4 de la mañana y ter-
minaba a las 9 de la noche. En el transcurso ha-
bía tenido una hora de oración a la ~adrugada,
misa a las cinco, más tarde rosario y antes de
dormir el examen de conciencia; durante las co-
midas escuchaba el Contento Mundis y el mar- ·
ti.rologio de los santos. Cada año por último via-
jaba a su colegio para realizar ocho _días de ejer-
cicios espirituales.
La Compañía prohibía, asimismo, que el admi-
nistrador estableciera amistades particulares con
los demás hombres. Era necesario que conservara
una distancia social no sólo para asegurar el pres-
tigio de su investidura, sino para impedir que se
debilitaran sus lazos con la Compañía y a través
de ella con la religión y Dios. Además de res-
tringir el ingreso de mujeres y la atención de
HACIENDAS JBSUITAS 67

huéspedes en la hacienda, se le prohibió toda fa-


miliaridad con los mayordomos que eran sus co-
laboradores y se le ordenó _que no aceptara com-
padrazgo de bautizo por los afectos, obligaciones
y "retornos" que traía consigo. E~e aislamiento
colocaba al administrador ~esuita en ka posición
excepcionalmente favorable para el ejercicio de
su autoridad dentro de la hacienda y para con-
servar s_u condición religiosa. Al mismo tiempo,
por otra parte, el comportamiento del administra-
dor debía realizarse teniendo en cuenta el papel
que desempeñaba socialmente la institución de
la cual era representante y delegado. La suya
no sólo ·era una conducta construida en vistas de
la salvación . del alma y el éxito económico; era
también una conducta ejemplar, es decir pensada
y realizada en función de ejemplo, condicionada
. por la visibilidad social de los jesuitas, por las ex-
pectativas que su presencia provocaba. El admi-
nistrador vivía por consiguiente no sólo para Dios
sino en función de los otros, en función de la mi-
rada ajena que a través suyo había de juzgar a
todo su grupo religioso. No debía llevar armas
ni andar solo por los pueblos, ni tomar yerba de-
lante de los demás y guardar permanente mo-
destia, para evitar en todos esos casos la ~'circuns-
tancia del escándalo". La personalidad individual
del_ administrador desaparecía y se . ahogaba en
el cumpliqtlento de estos esquemas que prohibían
la espontaneidad y le ordenaban su aislamiento.
LOS JESUITAS Y LA AGRICULTURA
DE LA CA~A

10. Una de las _principales fuentes de riqueza


para los jesuitas fue la explotación y venta del
azúcar, que _empezaba ya entonces a dominar co-
mo producto-rey de la exportación agrícola pe-
ruana e incluso disputaba el mercado interno a
los aguardientes derivados de la vid 41• Las plan•
taciones· de caña fueron sin duda para los jesuitas
de mayor importancia que casi todas sus est~_n-
cias de ganado y chacras de panllevar, como que
la suma de sus valores representaba el 51.4% del
total de haciendas y ocupaba el primer lugar
antes que la Viña. Geográficamente los cañ;ave-
rales del Perú se extendían a lo largo de la costa·
concentrándose sobre todo en sus secciones norte
y central, desde Lambayeque a Cañete y por ex-
cepción hasta Chincha. Más al sur comenzaba

41. Cf. "Libro de Informes de Consulado de Lima"


Archivo Histórico del Ministerio de Hacienda 1807. "Con-
sulta a SE acompañando una representación de los hacen- ,
dados de caña" fs. 211, ' 26 de julio de 1798. También
"Expediente' sobre la petición presentada. .. solicitando per-
qtlso para la conducción de un cargamento de azúcar al
puerto de Burdeos", 1817. Biblioteca Nacional de Lima,
mss., Sala de Investigaciones D6142. ·
, MUSEO PERUANO OE C:1€NCIAS DE LA SALUD
Jirún J ,...uln r-;o, 2~f, Li111a l _ Perú
HA<IWi~A.s..lESUITAS,-- _ _ ..,. - • ~ ------09

otro paisaje agrario, el de las viñas que domina-


ban las provincias de lea, Arequipa Y. Moquegua
para detenerse parcialmente en Tacna donde las
• reemplazaban .el algodón y la alfalfa cultivados
· con vista al mercado de Charcas. No faltaban
sin embargo ingenios de azúcar en este país del
vino y los aguardientes (por ejemplo -Caucato en
Pisco y Santa Loreto en Ilo, para citar haciendas
jesuitas). Fuera de estas dos zonas la caña se
producía en los valles abrigados de la sierra, par-
ticularmente · en el sur, pues allí la. proximidad
a Charcas ofrecía oportunidades que no se presen-
taban en el norte donde los ingenios serrano~ d&-
bían contentarse con el mercado interior.
La ubicación de las empresas azucareras jesui-
tas responde en todo a este cuadro general del
Perú, OOIDQ habrá podido observarse eh el cua-
dro II. Sólo el 20% de los ingenios-plantaciones
se en09ntraba en la sierra; el 6(Y.f; se encontraba
en los valles del Santa y Rímac. Los principales
· dueños de plantaciones dentro de la Compailía
eran las instituciones limeñas, que totalizaban on-
ce de las quince que había en la costa, distribui-
. das del siguiente modo: San Pablo, cuatro; Novi-
ciado de Lima, cuatro; Procuración de Provincias,
. una; El Cercado, dos; y el colegio d~ Bellavista,
una. En la sierra, con excepción de Ninabamba
bajo administración del colegio de Huamanga y
de 'la Colpa, comprada por el Noviciado limeño
para unirlo al obraje arrenqado de Cacamarca, to-·
dos los ingenios pertenecí~ a .instituciones cuzque-
ñas: tres al Golegio Grande del Cuzoo y uno a su
Noviciado,
CUADR
, GEOGRAFIA Y PRODUCCION DE 1A

COSTA
Total dela
Norte Centro Sur Coata

1. Caña
Valor 86.750 · 2'080 .667.4 399.681.0 2'567 .098 .S
3/4 7/8 S/ 8
·N~ de Ha. (1) (10) (3) . ·(14)
ciendas
2_.' Viña
Valor 174.'704 1'781.736.4 1'956.440.4
~N de Ha. 3/4 3/4 .
ciendas (1) (14) (1S)
3. Ganado
Valor SS.889.4 ~.592.4 62 .482
N~ de Ha.
ciendas , (2) (1) (3)
4. Panllevar
Valor 3.996 150 8.324.5 12.470.S
N~ de Ha. 1/ 2 1/4
clendas (1) (1) (2) (6)
5; Huertas 25 .303(2) 3.560(1) 28.863(3)
6. Obrajes 83.849.5(4) 73.874.6 157.724.3
3/4(1) 3/4 (5)
7. Coca
8. Olivos (1) 10.343.6 10.343 .6
3/4(1) 3/4 (2)
9. Otros 19.W .6 79.207.6 ·
(1) (1)
10. Eriazas 2.026(1) 2.026(1)
11. Sin clasificar (12)
Tota l de Haciendas Censadas
_ Total
NOTA : Las cifras entre paréntesis indican el nümero de ha-
ciendas.
o IV

S HACIENDAS JESUITAS. VALORES


.
S IERRA
Total dela Total
Centro Sur Sierra General o/o

2'950.314.2
62.570.4
(1 )
320.645. l
(3) .
383.215.5
(4)
5/8
(16)
.51.4
1'956.440.4 34.1
3/4
(15)
'

37.743.2 82.253.1 119.996.0 182.478.0 3.1


3/4 1/2 1/4 . 1/4
(7) (4) (11) (14)

29.361 .4 . 255.5_17.6 284.879.2 297.349.7 5. 1


1/4
(6) (9) (15) (21)
2.935.6(2) 3. 715 .-2(1) 6.551(3) 35.514(6) 0.6
157. 724.3- ·
3/4 (5) 2.7 ·
6.400 (1) 6.400(1) 6.400(•1) 0.01
10.343.6
3/4 (3) 0.1
(1) (1) 79.207.6 1.0
(2) .
2.026 (1) 0.03
51. 991.4
1/2 (12) 0 .9
(CJ7)
5'729 ..790.4
7/8
72 PABLO MACERA

Entre las plantaciones jesuitas de la COStl!, y


las de la sierra existían algunas diferencias.
En primer lugar su valor; con excepción del gran
cañaveral de Pachachaca, uno de· los grandes do-
minios de la Compañía tasado en 227,319 pesos,
los otros tres eran muy inferiores; Ninabamba
62,570; Mollemolle 44,230; Santa A.na 49,095.
En cambio las propiedades costeñas sumaban
2'567,098.5 siendo la infe~or de 17,759 y la ma-
yor de 329,624. Por otra parte el empleo de mano
variaba en cada región; en la costa trabájaban
los esclavos mientras que en la sierra, · aunque
los había, eran pocos, siendo reemplazados por los
asalariados aparentemente libres aunque sujetos
en realidad .a las múltiples servidumbres de la
mita, el yanaconaje, -l a prisión y la deuda.
Cultivo exigente, la caña suponía la concurren-
cia ~e numerosos factores. En primer lugar tierra
y agua abundantes, esta última no sólo para el
riego ( bajo un control muy estricto a fin de que
las tablas no se encenegaran) sino. también para
la molienda. La abundancia de tierras era indis-
pensable porque las plantaciones estaban sujetas
a un régimen de rotación y 'descanso, para evitar
su agotamiento, pues como señaló Landaburu "ca-
da caña es una bomba que chupa . todas las sales
de la tierra" 42• Por otra parte, como lo decimos
de inmediato en el siguiente pámtfo, también se
nec~itaba tierre. para ciertos cultivos diferentes a

42. "Es un principio entre los labradores de caña, que


ha manifestado la experiencia que toda tierra a quien se
le repiten sin descanso las sementeras de caña se esteri-
liza por muchos años. Con todas las sementeras repetidas
' CUADRO V
TASt\CIONES DE BA~IENDAS JESUITAS (1768 - 1776)

Hacienda Hacienda Hacienda San


Hacienda Hacienda Hacienda Hacienda
l\1oto- Molle- ¾ Jo~ de

l. Vivienda e
Bocanegra
"
San Jacinto
"
Villa
"
Vllcahuaura % cache " molle la Pampa
"
Instalaciones 48.159 15.S 18.251.11/ 2 15.7 62.355 21.7 31.448.1 15.9 39.431.1 22.5 1.685 2. 8 20.699 22.6
11. Esclavos 82.580 26.5 33. n0 29.1 108.300 37. 8 . 73.945 37.S 30.675 17. 5 38.070 41.7
111 . . Tierras 119.875 38.6 12.285 10.6 51.246 17.9 30.020 15.2 5.216 2 .9 33.425 57.1 9.906 10.8
IV . AGRICULTURA
a . Caña 43 .480 14 10.083 8 .7 26.450 9 .2 40.075 20.3 8.725 14.9 7.267 .4 7.9
b . Viña 89.139.2 1/ 2 51
q•. Olivos 1.668.4 0.-53 12.500 4 .3 1.200 .l.3
6 . Alfalfa 302 0.9 600 .4 0.5 140 0.4 840 0.4 595 0.3 3~ 0.3
e . Huertas 478 0.15 361.2 0.1 802 0.4 ''137.6 0 .2
) f . Barbechos
V. GANADO
200 0.6
2 .857 .7 2.4
f . a . Mu!~
b . Ctballos
·
160 0.5
240 0 .8 - 606
278
0.3 1.100
0 .1 ·
1.8 80
19
0.8
0.2
c. Vacuno 2.360 0.76 1.706.4 0.59 ' 6.547.3 1/2 3.3 549 0 .3 304.4 0.5 1.567 1.7
d . Lanar . 16 20.1 0.2
e . Ganado de Castilla 391.6 0.2
· f . Asnal 399 0.12 228 - 0.7 405 0.4
VI . a . Herramientas y .
enseres 983 . 1 0.8 320.666 0. 1 3.076 .1 1/2 ' 1.7 516.2 0 .8 1.283. 7 1.4
b . .Aperos
c . Bronces
836.1.1/2 0.26
16.219.6 14 10.975.4 3.8 14.150 7.1
- - 9.691.5 1/2 10.6
d . Herrería 286.5 0 .1
e . Hormas y porrones 471 0.4 (15 0.4
f . Fundición 9 .422.4 3.0 1.786. 1 1/2 1.0
g . Herramientas de
pampa 436. 6 0. 8
VII . MOLINO - 6.576 11.2
1
VIII. CORRALES 13 0.2
IX . E$TANQUES 690 1.1
X . HO~OS
XI. DIVERSOS 423 .1 0 .2
TOTAL 310.488.S 1/2 115.822.2 286.209 .2 1/2 . · 197.025 .4 1/2 174.692.0 1/2 58 .527.7 91 .191 .7' 1/ 2
HACIENDAS JESUITAS
73

la caña pero vinculados a su explotación. No obs-


tante su importancia como elemento primario, no
debemos sin embargo exagerar el valor económi-
co de la tierra olvidando el de otros factores co-
mo son esclavos, instalaciones mecánicas, etc. Las
tasaciones lo revelan con toda claridad · pues en
la composición de los dif~rentes rubros no siem-
pre corresponde el primer lugar ·a fa tierra, aun-
que la sumemos con la caña. En este sentido po-
demos muy bien distinguir dos grupos, fonnado
el primero por los elementos básicos de la tierra,
los esclavos y las viviendas e instalaciones cuyo
porcentaje sobre el total es altísimo (-desde el
55.4j; en San Jacinto hasta el . 80.6% en Bocane-
gra), correspondiendo a veces el más alto valor
a los esclavos en consonancia con una agricultura
basada fundamentalmente en la fuerza individual
de trabajo, y donde por tanto la mano· de obra
resultaba el problema número uno. El segundo
grupo incluye ganado, herramientas· y otros y es
mínimo en relación con el anterior, lo que prue-
ba: a) tratándose del ganado, alfalfa, huertas, etc.,
la especialización de -los cañaverales a que aludi-
remos de nuevo más adelante y b) el escaso de-
sarrollo del utillaje de campo ( "herramientas de
Pampa") cuya bajísima participación en las in--
versiones · es, no obstante, comparativamente ma-
yor a la que puede observarse en las chacras de
panllevar y estanci~ de' g~ado, donde se llegaba

sucede lo mismo, pero con las de caña mucho más, así


por los repetidos riegos que se le dan como porque cad;,
caña es una bomba que chupa todas las sales de la tie-
rra". Ver Apéndice. ·
74 PABLO MACiiRA

a veces a exigir en los entables y conciertos de


trabajo que la "gente libre" aportara sus propias
herramientas 43•
Otra característica de las plantaciones es la
presencia de cultivos que coexistían con la caña
unas veces como cultivos asociados, en condición
de actividad paralela, y otras veces en tanto que
cultivos complementarios para el desarrollo total
de la empresa. Aunque ambos tipos de cultivo
representan una mínima parte de la tierra y la
inversión ( véanse los porcentajes en el cuadro

43. El cuadro de tasaciones se basa en los siguientes


documentos:
l. "Estado en que se manifiesta el que tenfan la ha-
cienda Bocanegra y su anexa Santa Rosa ..." 1771,
Temporalidades, Títulos de Hacienda, Bocanegra,
lg. 4.
2. "Autos de Tasación de la Hacienda San Jacinto. . ."
1772. Temporalidades, Títulos de Hacienda, lg. 36.
3. "Expediente con informes relacionados con la cali-
dad de las tierras de la Hacienda la Villa. .•" 1768.
Temporalidades, Títulos de Hacienda, Villa, lg. l ,
~ .
4. "Cuaderno de los autos seguidos por Don Pedro Ca-
rrillo y Albornoz de la Hacienda Vilcahuaura.. .
· en que corren las tasaciones y posesión que se les
dio.. ." 1776. Temporalidades, Títulos de Hacien-
da, lg. 68.
5. "Testimonios del Inventario de la Hacienda Nues-
tra Señora de la Candelaria alias Motocachi. . ."
1772. Temporalidades, Títulos de Hacienda, lg. 33.
6. "Autos de abaluaclones de la Hacienda ( Molle Mo-
lle) . . ." 1772. Tempomlidades, Títulos de Hacien-
da, lg. 20.
7. "Tasación General de la Hacienda San José de la
Pampa• . ." 1772. Temporalidades, Títulos de Ha-
ciencL-i, Ig. 46.
HACIENDAS JESUITAS 75

V) su valor no puede desestimarse; formaban un


t~o con el cañaveral cop:io bien lo dijo el Oidor
Echeverz 44• De los cultivos asociados podemos
dar pocos ejemplos: los olivares del cañaveral
de San Juan en Lima y el caso muy excepcional
de La Huaca que repartía una mitad de sus tie-
rras en caña y la otra en panllevar. Hubo otros
casos, pero este paralelismo no fue la regla
general pues los jesuitas, como todos los azu-
careros, impusieron la especialización en sus ha-
ciendas ,p~a poder atender eficazmente las com-
plejas y diversas operaciones del cultivo. En cuan-
to a los complementarios se trata sobre todo de
los alfalfares y muy en segundo término del pan-
llevar. El complejo caña-alfalfa fue una de las
• notas características del paisaje agrario de las p.lan-
taciones. Los alfalfares eran indispensables para
alimentar a los bueyes que movían el trapiche y
araban el campo así como a los animales de trans-
porte, mulas y caballos. Todos los testimonios
coinciden en subrayar su importancia y los jesui-
tas chacareros al unísono recomendaron a sus se-
cuestrado~es que. no los descuidaran 45• Por eso
44. En su informe del 23-Ill-1770 sobre la partición de
haciendas ( incluido en el documento citado en la nota
36). "La Hacienda, dice, hace un todo orgánico cuyu
producto consiste en el enlace o conexión de unas tierras
con otras y de las oficinas con los aperos". No se podía
por consiguiente adoptar el criterio que había prevaleci-
do en la península donde para facilitar las ventas de Tem-
porandades se hablan dividido algunas tierras.
45. Entre otros los siguientes párrafos:
a. El Ingenio 1768 " ... y por lo que mira a los al-
falfares les dejo igualmente unos nuevos acabados
de hacer, y los otros corrientes. Que se ha de te-
76 PABLO MACERA

en todas las haciendas de caña se separaba siem-


pre parte del terreno para este fin y en determi-
nadas circunstancias se adquirían lotes próximos,
chacras y potreros ajenos. Santa Rosa en el ca-
ñaveral chalaco de Bocanegra y la Chacarilla del
Estanque para San Juan de Suréo cumplieron esas
funciones. Algunas veces· esos alfalfares alimen-
taban también a las reses de matanza que domi-
nicalmente se repartían a los operarios; pero los
técnicos de la época reprobaban este "desperdicio"
pues era mucho mejor comprar esa clase de ga-
nado que criarlo por cuenta de la hacienda gas-
tando hombres, tierras, tiempo y agua. Esa fue
la opinión · de Agustín de Landaburu, adversa en
todo a'1 mantenimiento del "ga!l(Ulo inútil" y ha-
bía sido de hecho la política seguida por los jesui-
tas en casi todas sus plantaciones. Así, en el pro-
pio Ingenio de Huaura visitado por Landabwu,
parte al menos del abastecimiento de carne no
procedía de la misma hacienda sino que consti-
tuía el canon de arriendo ( 40 toros al -a ño) que
debía pagar el capitán Andrés León por las tie-
rras de Cara!. Más al norte, en Tumán, hacia

ner especial cuidado de mantenerlos siempre en su


auge y ser, respecto que de su conservación pen-
de la de los ganados que sirven para la molienda
de los trapiches y los continuos carruales de leña,
barro e infinitas provisiones que se necesita para
el ser-vicio de la hacienda".
h. San Jacinto 1767 "Que uno de los principales cui-
dados de esta hacienda era conservar los alfalfares
en abundancia, sembrando algunos de nuevo cada
año, a fin que no les falten pastos a los bueyes..."
Las citas corresponden a los documentos publicados en
el apéndice.
HACIENDAS JESUITAS 77

1743, en vez del arriendo la solución había sido


contratar con ganaderos de la sierra que envia-
ban mensualmente 20 reses. En todos los casos
la misma política de especialización, la misma
decisión de reservar la tierra para los cultivos más
comerciales y sus complementos más indispensa-
bles sin distraerla en otras actividades.
Lo ~cho vale también para el panllevnr; al-
gunas haciendas alimentaban a la gente con sus
propias cosechas, como el Ingenio que poco antes
de la expulsión había ya limpiado 16 fanegadas
para sembrar maíz y frijol. Pero no siempre se
procedía de este modo. Los cañaverales de San
Jacinto y San José en el Santa,-por ejemplo, se pro-
veían en la mayor parte del vecino viñedo de
Motocache que también les enviaba la carne. En
esa misma región parte del consumo era satisfe-
cho gracias a un ingenioso sistema: los ~esuitas
habían arrendado los diezmos del partido que
ellos pagaban en dinero -a l_a Iglesia de Lima, re-
cibiendo en cambio de los pequeños agri9ultores
locales, pago en traba¡jo (fletes) y en granos que
gastaban en los esclavos. Las situaciones descri-
tas no son las únicas; varían de región en región
y a veces de año en año. Bien podemos ·decir que
la alimentación de esclavos y operarios era un
problema cuyas soluciones eran más complejas y
diversificadas que las referentes al mantenimien-
to de fa fuerza animal de trabajo. Todavía más:
las necesidades de productos alimenticios no sólo
determinaron combinaciones económicas como la
descrita del diezmo pagado en trabajo y alimen-
tos, sino que ~n algunos lugares favorecieron el
· 78 PABLO MACERA

des!ll'I'ollo dentro de las haciendás de diversos tipos


de tenencia y asentamiento rural; porque allí don-
de las tierras no servían para la caña y el viñe-
do,. en la frontera del dominio, se 11,egó a
tolerar al llamado arrendatario ( equivalente del
"inquilino" chileno) que sembraba el panllevar
que se necesitaba, poseedor de pequeñas parcelas '
dentro de un régimen precario por su gratuidad.
Capítulo aparte es el de las técnicas de culti-
ve;>, cosecha y elaboración de la caña.
Cabría preguntarse cuáles de ellas fueron el
resultado de la experiencia y tradiciones desarro-
lladas en el lugar y cuáles en cambio correspon-
den a una práctica generalizada en todas las plan-
taciones americanas. Quizás si al respecto uno de
los principales factores de comunicación e inter-
cambio fue la propia Compañía de Jesús. ¿Hubo
correspondencia directa entre .Jas diferentes pro-
vincias, entre México y el Perú por ejemplo? ¿en
sus cartas incluían referencias a estos asuntos? No
lo sabemos y nuestros documentos, es decir los
que exist_en en el Perú, no dan esperanza de res-
pander. En todo caso, de haberse producido aque-
llos intercambios, debió ser mucho antes de la
expulsión, pues por entonces los métodos que em-
pleaban los jesuitas eran los mismos que conocían
los demás agricultores.
La caña podía ser de tres clases: planta, soca
y resaca, según fuera de primer, segundo y ter-
cero o más cortes. Los primeros cortes se hacían
a -los tres años · de haber sembrado la caña, aun-
que alguno~ ingenios recomendaban meno~ tiem-
HACIENDAS JESUITAS 79

po, a los 18 y 24 meses. El promedio de vida de


. la caña es difícil de establecer; hemos visto lla-
mar caña vieja e inservible, "llena de pericotes",
a una de 20 años. Quizás una cifra aproximada
sea la que figura en la Cartilla de San Jacinto:
12 a 14 años y tolerando hasta cinco cortes. Pero
hay que advertir que los últimos cortes daban po-
ca azúcar y que a mediados del XVIII la tenden-
cia era a no abusar de ·las resocas porque consu-
_mían la. tierra. La molienda y el sembrío de la
hacienda se realizaba en f\mti.ón de estas diferen-
tes clases de caña. Cada administrador debía lle-
var un mapa o razón de las tablas de caña, doñ-
de apuntaba su edad y ubicación. Podría así ca-
da año señalarse la que debía destruirse y las fa-
negadas que debían sembrarse.
La siembra de la caña era un proceso delica-
do; y en algunos sitios dw·aba desde junio hasta
abril, durante casi un año, comprendiendo todas
las labores; ese largo tiempo se debía en parte a
la imposibilidad o inconveniencia de emplear en
estas operaciones a toda la gente dedicada a otros
menesteres, como la cosecha y molienda. Pero
también se debía a la multitud de faenas que de-
bían cumplirse. Primero se rozaba la tierra y que-
maba el rastrojo; después se echaba el agua para
que remojara el terreno. Entonces entraban los
bueyes y daban dos rejas en forma oe cruz. Ter-
minada esta primera arada los muchachos y al-
gunos adultos desmenuzaban los terrenos con ga-
rrotes especiales, recomendándose que usaran los
de guarango. A continuación, una segunda arada
de otras dos rejas formando una estrella con las
80 PABLO MACERA

anteriores. Se volvía a garrotear la tierra y que-


mar los rastrojos. Y por último dos arados más,
en total seis, "abriendo los arado( para remover
en profundidad
Terminadá esta primera etapa y hiego de sem-
brada la caña comenzaban los riegos según un ca-
lendario y sin abusar de ellos. A los tres meses
se efectuaba la primera cuspa y a los seis la se-
gunda, limpiando de mala yerba las tablas. Tie~-
po antes de la cosecha se suspendían lo~ riegos
y se dejaba la caña en seca pues se decía que de
lo contrario daba más agua que sustancia. Reco-
gida la caña, comenzaba de inmediato la molien-
da y la elaboración del azúcar y derivados de
acuerdo a un procedimiento laborioso y compli-
cado. Se clasificaban los productos, se romanea-
ban 46 y de inmediato se b11nsportaban con mu-
las de la hacienda o por arri,eros libres. La co-
mercialización aunque regularizada no era fácil.
En algunos casos, por ejemplo para los ingenios
de la costa central, el gran intermediario era la
Procuraduría de Provincia; en otros, la propia ad-
ministración de los colegios. La hacienda por sí
misma intervenía poco en esta última fase y lo
que vendía por su cuenta representaba una corta
fracción de lo producido. En· cuanto a los merca-
dos, como queda dicho, eran Chile y Buenos Ai-
res por mar, para la costa y Charcas, para los ca-
ñaverales del sur. Sin omitir los consumos inter-
nos. Los tipos de negociación cambiaban según

46. Romanear y romaneaje, palabras que aludlan a la


acción de pesar en una balanza romana.
HACIBNDAS JESUITAS 81

la situación. En Lima algunas ventas eran · al


menudeo y por mano de los sirvientes a las tien-
das; idéntico método en el Cuzco. Otras veces
para ilitemar el azúcar en las provincias utiliza-
ban a los arrieros que ganaban-por ello como co-
misionistas o viajaban los propios mayordomos. de
la hacienda. Para el comercio con Charcas y Chi-
le se recurrió sobre todo a las ventas al crédito
y por largo plazo; en la costa, se entregaba el
azúcar a l~s maestres y escribientes de los buques
quienes por su cuenta la llevaban a Chile, pagan-
do a su retomo después de 6 a 8 meses. En
Charcas, se consignaba n comerciantes de las di-
versas ciudades y el plazo de crédito era mayor,
alcanzando el año. El riesgo de estos créditos hi-
zo que los jesuitas pensaran comerciár directa-
.mente sus productos, pero renunciaron a ello por
. los costos de transporte. Por la misma razón hu-
bo años en que el Colegio Grande del Cuzco pre-
firió vender la mayor parte de su azúcar en la
propia ciudad y provincias •aledañas que ,enviarla
a Charcas; el menor precio parecía compensado
por la segwidad de la venta ~ contado o a cré-
dito de corto plazo.

Esclavos
11.- Reservamos para este último _acápite algu-
nas notas sobre el régimen de vida y trabajo que
llevaban los negros escl~vos en las haciendas ~e-
suitas. En realidad lo que diremos es continua-
ción del párrafo anterior sobre la agricultura -de
la caña en el Perú, pues es bien sabido que la
mayor ·concentración de esclavos ~e produjo en-
82 PABLO MACERA

tre nosotros en las regiones costeras y para los cul-


tivos altamente comerciales y exportables de la
vid y de la caña. Cuando expulsaron a los je-
suitas, por ejemplo, de los 5,224 esclavos secues-
trados, el 62.3% correspondía a los cañaverales
costeños; 29.~ a los viñedos y sólo 2.1% a las
plantaciones serranas de Pachachaca ( 100) Santa
Ana y el obraje de Cacamarca. Esa distribución
geográfica no resulta de que los negros no pudie-
ran adaptarse a las alturas andinas ( los efectos
de la "agresión climática" han sido exagerados)
sino de dos razones concurrentes: 1 ) el precio del
esclavo hacía que sólo fuera económicamente
ventajoso para los cultivos ya mencionados y no
en el panlleva:r o en la ganadería predominan-
tes en la sierra, cuyos márgenes de utilidad eran
menores; 2) en la sierra poclíia disponerse como
ya ·lo hemos dicho de la mano de obra servil
formada por los indios propios y forasteros, alqui-
las, agregados, arrendiles, operarios de maquipus-
cas, etc., mano de obra frecuentemente endeuda-
da y a la cual no había que comprar sino pagar
su tributo y diezmo y adelantarle algunas espe-
cies de consumo, darle socorro, mediante un sis-
tema de crédito que, en sí mismo, por otra parte,
era una fuente de ganancia.
Como todos los dueños de plantaciones, tam-
bién los jesuitas debieron invertir parte de su ca-
pital de trabajo y gestión en adquirir esclavos.
Los porcentajes que hemos recogido de las tasa-
ciones antes utilizadas (Cuadro V) así lo demues-
tran, pues la hacienda en que la proporción es
más baja ( sin considerar el cañ_averal de Molle-
HACIBNDAS JESUITAS 83

molle por ser de la sierra) fue la de Bocanegra


1COn 26.5% y la mayor, San José de la Pampa
( 41.7%). La importancia económica del esclavo
determinó el desarrollo de una política por parte
de sus· amos tendiente a procurar el mejor rendi-
miento de la inversión realizada. Los jesuitas fue-
ron en esto verdaderos maestros y precursores
pues se ingeniaron eñ aplicar normas demográfi-
cas, morales, de alimentación y trabajo que de un
lado les procuraban la lealtad del esclavo y del
otro les garantizaban la eficacia de su esfuerzo.
Las instrucciones que publicamos lo atestiguan
con tal evidencia que no es necesario que señale-
mos sino algunos de sus aspectos 47• En primer
término, la Compañía procuró controlar el desa-
rrollo demográfico de la población esclava orde-
nando que en lo posible hubiera tantas mujeres
como hombres. No sabemos si esta política dio
o no resultados aunque parece que a menudo hu-
bo un relativo predominio masculino; ésta era al
menos la situación en algunas haciendas d~pués
del secuestro, como puede verse en el Cuadro VI
sin que pretendamos generalizar sus datos para la
restante población esclava jesui~.
Con el equilibrio de sexos lo que se preten-
día como es evidente era_favorecer las uniones
matrimoniales y aumentar los nacimientos ( "por-
que los solteros puec{an tomar estado y evitar las

47. Esas mismas Instrucciones nos informan que no


faltaban administradores que desobedecían algunas de esas
normas, unas veces en 'favor de los esclavos (gratificacio-
nes, uso de la tierra -que fueron restringidos) y otras en
contra al exagerar el rigor de ios castigos.
PABLO MACt;.RA
84

ofensas de Dios y el que se casen con indias y


libres") 43• No podemos decir si con ello se tra-
taba de disminuir a largo plazo la costosa impor-
tación de nuevos esclavos que sería reemplazada
por las ganancias demográficas de una pobl~ción
normalmente constituida desde el punto de vista
sexual. Un estudio de las diversas categorías de
origen ( criollo, bozal. .. ), podrá decirlo en el fu.
turo. Aunque en relación con estas posibles espe-
culacioñes demográficas habrá que tener en cuen-
ta que: a) las inmediatas necesidades de mano
de obra y los costos de manutención de los sec-
tores improductivos ( los más jóvenes) de la po-
blación· esclava, hicieron preferible que compra-
ran esclavos adultos; b) la influencia con.junta de

48. La medida en que se cumplieron estos designios


morales puede ser apreciada revisando los libros de bau-
tismos de los esclavos. Por ejemplo, y como simple indi-
cio, el de la Hacienda San Juan ( "Libro en que se apun-
tan las partidas de Bautismos, Casamientos y Entierros ele
los esclavos de la Hacienda San Juan. • ." 18 de marzo
1759-24 diciembre 1768. Compañía de Jesús, Cuentas dt>
Haciendas, lg. 11 ). Hemos clasificado cada uno de los
asientos con los siguientes resultados:
Hijos legítim06: 225
De padres desconocidos: 4
No especificado: 73
Total: 302
Los no especificados bien podrían ser hijos naturales
pues se tr,ilta de partidas donde se da los nombres de
ambos padres sin añadir si eran o no casados.
Sólo un estudio de mayor número de casos podrá de-
cimos si el alto porcentaje de legitimidad (74.51) fue una
particularidad de Villa que quizás gozó de un régimen es-
pecial como propiedad de la Provincia y por su proximi-
dad a Lima.
r,cr'
e U A ' D R O V I 49
POBIACION ESCLAVA - a) DISTRIBUCION POR SEXOS
Hom- Mu- Hom- Mu-
Haclendas Total bres % Jeres % Haclendas Total brcs % Jeres
La Huaca (1775) 266 124 · 46.6 142 53.3 Motocache (ln2) 129 66 51.1 63 "
48.8
San Jacinto (lm) 206 113 54.8 93 45.1 Santa Rosa de
San Juan de la Caucato (lnl) 180 106 58.8 74 41.l
Pampa (ln3) 280 164 58.5 116 41.4 San Regis (ln0) 302 183 60.5 119 39.4
Vilcahuaura (ln6) 221 102 46. 1 119 53.8 Villa (1771) 433 187 43.1 246 56.8

49. Pa ra este cuadro y los siguientes (del VII al IX) hemos consultado :
l. "Autos que se formaron ... por la subasta de la Hacienda La Huaca ... " 1ns, Temporalidades, Titulas de Hacienda.
L:i Huaca, lg. l.
2. "Autos obrados sobre la formación de la Junta de Temporalidades de la Provincia de Santa; contiene deslindes y
tasación de la Hda." 1n2, Temporalidades, Titulas de Hacienda, lg. 39.
3. " Razón de Titulos, mensuras, deslindes, tasaciones, inventarios y de las diligencias para poner en subasta la Hacienda
San Juan de la Pampa o el Ingenio de Huaura ... " 1773, Temporahdades, Titulas de Haciendll, El Ingenio, lg. 2.
4. Ver N~ 5 de la nota (43) .
S. Ver N~ 4 de la nota (43).
6. "Autos de la tasación de esta Hda." (Santa Rosa de Caucato) 1771, Temporalidades, Tjtulos de Hacienda, lg. 62.
7. " Mensuras, tasación, deslinde y demás diligencias. .. que se hicieron para sacar a remate la . hacienda ... " (San
Regis) 1770, Temporalidades, Titulas de Hacienda, San Rcgis, lg. 2.
8. Ver "' 3 de In nota (43) .
b s fec has de !ns tasadon~s de e~clavos que v:in entre pa réntesis dentro del cuadro VI no coinciden siempre con la
fecha que la c.'.ltalog::ción del Arch:vo o de las Temporalidades dieron al docur.:ento.
Reiteramos ,una ad,•ertencia general vá lida para todos los cunc!ros utiliz:idos en el presente trnbnjo : oor ser posteriores
" n algunos años a la e.xpulsi6n sólo es posible usarlos como Indice ele lo que realmente fue el patrimonio jesuita antes de
1767. Pnrticulannentc la población esclava pues sus administradores seculan:s ordenaron varios tra~lados y ventas.
PABLO MACERA
86

la cimarronería, el mestizaje (vientres libres), ma-


numisión y mortalidad infantil, es lo que en de-
finitiva nos lleva a preguntarnos ¿c_µán~os hijos y
generaciones correspondieron por promedio a ca-
da esclavo y cuántos de esas generaciones se man-
tuvieron dentro de la misma situación social de
esclavitud?
Otro elemento condicionante de las poblacio-
nes ~lavas fue la migración. En ge~eral, los je-
suitas fueron contrarios a gu~ los Mgros cambia-
ran de lugar de tiia,bajo y cuando lo hicieron
fue casi siempre en ca:stigo por alguna falta. Los
esclavos eran también opuestos a que se les mo-
viera de sitio y preferían vivir donde siempre h~-
bían estado; tal era su terror a los traslados que
cuando después del secuestro empezóse a efec-
tuarlos en cierta escala, hubo entonces algunos
conatos de sublevación 50•
Al margen de estas consideraciones o mejor
dicho de estas preguntas, observemos a los escla-
vos de hacienda en tanto que grupo social. No
se trata de una masa indiferenciada, unida por
vínculos fortuitos, esporádicos y de corta dura-
ción. El sexo, la familia, el origen ( las Naciones
y la antigüedad de la residencia) constituyeron
en su caso otros tantos factores de cohesión y je-
rarquía. Para ciertas funciones, -la dirección del
rezo por ejemplo, los principales puestos corres-

50. Algunas referencias en el "Libro Borrador de Co-


rrespondencia de Cartas con la Hacienda Macacona" Tem-
poralidades, Cuentas de Haciendas, lg. 155, donde se in-
cluyen comunicaciones a las haciendas de Belem, San Ge-
rónimo y Ninabamba.
HACIENDAS JESUITAS 87

pondian a los ancianos; en otros casos, catequizar


bozales, a los negros ladinos. Y al lado de estas
jerarquías parcialmente impuestas por el dueño
que de este ·modo ratificaba una situación que le
preexistía, otras, fundamentalmente económicas,
asociadas al trabajo: una pequeña élite esclava
for~ada por los caporales, oficiales y trabajado-
res especializados a quienes se les concedía una
multitud de pequeños privilegios en qomida, ro-
pa, gratificación y uso de la tierra.
En cuanto al régimen de trabajo, variaba se-
gún las necesidades de la hacienda, de acuerdo
al ritmo estacional propio de cada agricultura. En
Macacona, por ejemplo, se habían coordinado las
-labores de modo que durante unos meses del año
se dedicaba la hacienda a la producción de las
viñas y durante otros a la fabricación del vidrio.
"Concluida la poda, nos ~nforma su {tltimo admi-
nistrador Jesuita, se distribuía la gente, una a cor-
tar leña y cargarla para el tiempo de la labranza
de vidrios; otros a cortar la hierba para ceni~;
otros a sacar piedras y cargarlas; si sobraba a!lguna
gente más se la empleaba en el cultivo de la viña".
Una sistematización parecida se produjo en las
demás haciendas jesuitas, y al parecer era méto-
do generalizado en el Perú, pues durante las vi-
sitas de Villanueva y Landaburu uno de los re-
proches a ciertos administradores fue precisamen-
te no haber sabido "arreglar" a la gente, es decir
asignarle tareas y establecer horarios.
La utilización del esclavo implicaba, pues, una
técnica por parte del dueño, una racionalización.
del trabajo teniendo en cuenta la población hábil
88 PABLO MACERA

disponible y las peculiaridades del cultivo 51• En


primer lugar había que disminuir del n{1mero to-
tal de esclavos a los niños, ancianos y enfermos.
Aquí nos enfrentamos eón un problema: ¿quiénes
eran ancianos y niños para el trabajo? Los lími-
tes de edad laboral según un documento poste-
rior a. la expulsión eran los 10 y 60 años 52• Pero
hay que considerar que en ciertos casos, cuando
se trataba de ··artesanos y otros indispensables pa-
ra el manejo del .trapiche, la bodega, los hornos,
etc., se prolongaba la edad del trabajo hasta des-
pués de los 60 años, como lo hemos v!sto en Ma-
cacona donde dos de los hombres claves, los ne-
gros criollos· Manuel Chevert y Luis Santivari, a
cargo de la "oficina de vidrios", tenían ambos 67
años. Estos especializados no representaron con
-todo sino una mínima fracción a diferencia de lo
que sucedía en las ciudades donde fue más fre-
cuente_ el empleo calificado de los esclavos. En
Jo que se refiere a los niños y púberes es eviden-
te que de los 10 a los 15 ·años el esclavo no era
físicamente apto para todos los trabajos y que el ·
suyo ha debido tener entre esas edades un carác-
ter secundario y auxiliar. El pleno empleo ha de-
bido comenzar a los 18 y qurado hasta los 60,
con una zona de próximos entre los 15 y 18. En
las haciendas jesuitas y probablemente en todas
las demás del Perú el grupo 18-60 fue el que pre-•

51. Para la vid, se llegó a establecer una relación hom-


bre-tierra: un esclavo para cada mil parras.
52. Ver "Extracto de los títulos de la Hda. nombrada
S~ Jacinto y Motocachi" Temporalidades, Títulos de Ha-
c1encfo, ·lg. 33.
HACIENDAS JESUITAS 89

dominó tanto en hombres como en mujeres ( Cua-


dros VII y VIII) dentro de una pirámide de eda-
des cuyo comportamiento dependía del contexto
· económico-laboral de la esclavitud agraria. Por
altos no obstante que sean los porcentajes recogi-
dos no debe desestimarse el hecho que sumados
todos los esclavos menores de 15 y mayores de
60 formaban una esclavitud semi-improductiva
que condicionaba negativamente la distribución
de tareas. Y que además debía restarse ~ los en-
fermos cuyo número fue prpporcionalmente muy
elevado en ciertas haciendas y años ( Cuadro IX).
Sin olvidar que no todas las enfermedades aca-
rreaban invalidez absoluta y que muchos de los
enfel'Il1os habían sido ya r,reviamente excluidos
por viejos. A todo lo dicho, añádase la subocu-
paci6n femenina y se tendrá una imagen aproxi-
mada de las dificultades y limitaciones en la dis-
posición de la mano de obra esclava.
El horario de trabajo comenzaba· muy tempra-
no en las haciendas; los esclavos y el propio ad-
ministrador estaban levantados desde el amane-
cer pero los primeros no salían de los · galpones
sino con .la luz. A las 8 de la mañana se repartía
el zango a toda la gente y se trabajaba hasta, las
doce. Las labores se suspendían por la tarde, al-
rededor de las 5 ó 6, y sólo por excepción conti-
nuaban por la noche; esto era necesario sobre ,todo
en el tiempo de la cosecha y molienda. Por or-
den expresa de los Visitadot:es aquellos esclavos
que se vieran obligados a cumplir con estas mitas
de noche debían recibir un descanso proporciona-
do a la mañana siguiente. Los domingos y días
9Q PABLO MACE.~

feriados no se toleraba ningún trabajo como no


fuera por razones mayores y aún entonces no por
más de dos horas. . ·
La dieta del esclavo era de alto contenido ca-
lorífico, basad~ principalmente en el maíz y el
frijol, alimento este último que en ciertas regio-
nes y temporadas era reemplazado por el pallar.
Pero los jesuitas y después de ellos las Tempora-
lidades cuidaron de completar esas dietas con car-
ne, prefiriéndose los vacunos al carnero. A ello
se añadía tabaco, miel y excepcionalmente aguar-
diente los días de fiesta. Como además debía
proporcionarse a los esclavos ropa y servicios de
~nfermería, se comprende por qué el renglón de
gastos de esclavos en los presupuestos de las ha-
ciendas no era de los más bajos.

Chacras de esc"lavos
Dentro ·de este conjunto de servicios, usos y
prestaciones asociados al trabajo de los esclavos
y como aspecto complementario de su vida en
las haciendas hay que considerar las gratificacio-
nes y el usufructo .precario de la tierra. · De la
gratificación nos ocuparemos en otro estudio; se
trata de pequeñas remuneraciones en dinero, res-
tringidas a los oficiales y caporales; algunas veces
fueron prohibidas y cuando se las autorizó fue
con un carácter aleatorio, insistiendo en que no ·
tuvieran regularidad ni entable para evitar la apa•
riencia de un compromiso. En cuanto a la tierra
de los esclavos, es un tipo de tenencia rural hasta
hoy desconocido y que fue tolerado como un me-
dio suplementario de alimentación y para recom- ·
- -,- ---
CU ADRO IX
POBLACION ESCIAVA - d) ENFERMOS y SANOS

HACIENDAS HOMBRES MUJERES


Nombres Sanos % Enfermos % Sanas % Enfermas ·% .

La Huaca 107 86.2 17 13.7 127 89.4 15 10.5

San i acinto 85 75.2 28 24.7 78 '83 ,8 15 16.1 ·

San Juan de la
Pampa 139 84.7 25 ,15.2 109 93.9 7 6.0

Motocache

Vilcahuaura 100 98.0 2 1.9 118 99.1 1 0.8

Santa Rosa de
Caucato 80 75.4 26 24.5 64 86.4 10 13.5

S3:11 Regis 145 · 79.2 38 20.7 1(11 89.9 12 10.0

Villa 155 82.8 32 17.1 231 93.1 15 6:o


92 PABLO MACERA

pensar servicios especiales. Sus partidarios creían


ver ade.más en esas tierras una forma de mante-
ner siempre qcupados a los esclavos, "de evitar
gustosos el ocio" como dijo el provincial Jaime
Pérez. Eran, desde luego, pequeñísimas parce-
las como lo prueban los nombr~ que se les dan
en los documentos ("retazos", . "chacaritas", "cortas
sementeras") . Los esclavos sembraban allí hortali-
zas, granos y en algunos sitios algodón; pero tam-
bién utilizaban sus lotes, para la crianza de anima-
les, preferencialmente puercos, gallinas y también .
caballerías aunque con menos frecuencia 53• Los
53. Entre otras referencias: a) "Cuaderno de los au-
tos que el Conde Monteblanco... promovió contra D. Dio-
nicio de Silva. . . ex-administrador de la Hda. San Geró-
nimo.. ." Temporalidades; Títulos de Hacienda, San Ge-
rónimo, leg. l; b) "Autos de la visita de la Hacienda de
Viñatería nombrada Santa Gertrudis de Motocachi" 1772.
Temporalidades, Títulos de Haciendas, leg. 17; c) "Infor-
mación recibida por el Sr. Visitador General. . • sobre es-
casez de cosechas.. ." 1772. Temporalidades, Títulos de
Haciendas, lg. 17; ·d) En el libro de correspondencia men-
cionado en la nota ( 50) hay varias noticias; entre otras las
cartas de 28/XII/68; 2/11/69 (Nos. 41 y 42); 16/XIl/74,
dirigidas a varios administradores de la región de lea; e)
el documento mencionado en la nota (51); d) "Libro de
correspondencia con el Visitador Don Juan García de Al-
gorta". Temporalidades, Correspondencia, lg. .243. Carta 1
79, 2 febrero 1769; e) "Libro Borrador de Cartas. . . con
la Hzda. La Huaca". Temporalidades. Correspondencia;
lg. 243. Carta 99, 21 de agosto 1769: prohibiendo que
tuvieran ganados los esclavos, salvo caporales y oficiales.
f) "Libro Borrador de Cartas de la Correspondencia con la
Hacienda Vilcaguaura". T~mporalidades. Correspondencia;
lg. 243. Carta 47, junio 1779. Importante porque confiryua
la extensión y arraigo de las chacras de esclavos: tanto que
la Mesa Capitular de Lima y los arrendatarios de sus diez-
mos en el partido de Huaum quisieron cobrar ese. dere-
HACIENDAS JESUITAS 93

administradores jesuitas toleraron y protegieron


estos usos aunque no. siempre recibieron por ello
la plena aprobación de sus superiores. Al parecer
la Compañía de Jesús no supo muy bien cuál era
la actitud que más le convenía: pues algunas de
sus instrucciones prohíben que los esclavos tengan
tierras y otras en cambio llegan a señalar algu-
nas norinas para su uso. Una situación típica es
la de El Ingenio de Huaura donde en 1699 se au-

· cho no sólo sobre las tierras· de yanaconas sino también


sobre las cosechas de los esclavos. La administración de
Temporalidades lo consintió en el primer caso pero fue
muy renuente en lo que se refería al segundo por temor
a las alteraciones; a lo más aconsejó al administrador de
Vilcahuaura que hiciera ver a los esclavos que estaban
obligados eri conciencia y religiosamente a pagar esos diez-
mos. No parece haber influido otra razón: ¿El· cobro del
diezmo no hubiese equivalido a un reconocimiento formal
de •la t.enencia de la tierra que gozaban los esclavos; re-
conocimiento que aunque indirecto y sin implicar autoriza·
ción ni prod~cir efecto jurídico sin duda que fortalecía
de hecho la posición y los intereses de los esclavos? g) "Li•
bro Borrador de la Correspondencia de la Hda. Motoca-
che". Temporalidades, lg. 151: a) Carta 33, 30 abril l'l68.
Acerca de los diezmos, . en el mismo sentido que la carta
mencionada en el párrafo anterior; b) Carta l'-' junio 1768:
revocando parcialmente un Auto que reproducimos al fi.
nal y autorizando la chacra de esclavos aunque ordenan•
do que ia prohibición valiese para aquellos que en vez
de una chacra tuviesen dos o tres, por vía de comercio y
para negociar algodón.
En el mismo libro anterior ver '.'Auto para que el Ad-
ministrador de Motocache evite el abuso introducido de
que posean los ne~ Chacaritas en las tierras de la mis•
ma Hda.": .
"Por cuanto ha llegado a mi noticia y me ha comuni-
cado el Padre Baltazar Márquez, Administrador que fue
de la Hda. de Motocache sita en la Jurisdicción de San•
94 PABLO MACERA

torizaron estas. chacras en favor de los caporales


y "oficiales sobresalientes" para prohibirlas ternli-
nantemente tres años después. Prohibición que,
sin embargo, no parece haber sido definitiva por-
que si bien fue reiterada en 1743, implícitamente
la derogó en 1757 el Visitador Provincial al de-
cir que se dejara tiempo a los esclavos para que
en las tardes de fiesta trabajaran sus chácll!l'as,
añadiendo, y es muy significativo, que no se les
· ta, que los esclavos y esclavas de ella tenían chacaritas
·en las tierras de su pertenencia de cuyo abuso resultaban
graves perjuicios siendo el principal de ellos el riesgo de
la vida que se exponía a perder por el trabajo continuo
en que les constituya el cultivo particular de sus dichas
chacaritas, al que dedicaban las horas de descanso de que
necesitan sus tareas diarias y acostumbradas, en el servi-
cio propio de la Hda. de cuyo excesivo trabajo se les po-
dían originar varias enfermedades y de ellas la muer-
te: lo que por consiguiente ocasionarían un detrimento evi-
dente a las Temporalidades que están bajo mi dirección
y siendo de mi obligación velar sobre el aumento de ellas
y la conservación de los esclavos de las Hdas . . a la que
más bien debe atender que no al lucro que solicitan con
peligro de una pérdida tan considerable que puede su
codicia causar a la Real Hda. escríbase carta por esta Di-
rección a don Bernardo de las Cavadas, Administrador ac-
tual de la Hda. Motocache para que notifique a los es-
clavos y esclavas de ella que se aootengan del cultivo de
las referidas chacaritas, cuyas tierras se incorporen en lo
principal de la Hda. reservando solamente las que pue-
den tener o tengan el Caporal y los dos botigeros, a quie-
nes se les permiten gozen del beneficio de una media
cuarta de fanegada de tierra que se concede a cada uno
de ellos con la condición de que han de cumplir con sus
ministerios a· satisfacción del Administrador que fuere de
dicha Hda. tomados e · razón de esta Providencia en el
libro respectivo de ellas. Lima, Marzo 30 de 1768.-Cris-
tóbal Francisco Rodríguez".
HACIENDAS JESUITAS
95

quitara la tierra una vez que la hubieran limpia-


do. ¿Quiere decir que en algunas haciendas se
procedía de otra manera? ¿La chacra del esclavo
fue una especie de colonización interna, para ha-
bilitar tierras novales? ¿En vez de la desposesión
abusiva ( cuya continuidad es ·imposible porque
el esclavo no se hubiera prestado a ello) asisti-
mos a la formación de una agricultura itinerante
en que el esclavo cambiaba de chacra a medida
que la entregaba limpia a sus verdaderos dueños?
Cuando se confiscaron las haciendas de la
Compañía no se alteró la situación de estas tenen-
cias que a menudo son mencionadas en los autos
de visita y en la correspondencia burocrática. In-
cluso en medio del desorden que sobrevino, pros-
peraron hasta el punto de llamar la atención oficial
y despertar algunos temores. Hubo administrado-
res ( San Gerónimo, lea) que las protegieron eón
miras de enriquecerse. Comenzaron por tolerar-
las amparándose en la famosa frase "También so-
lía haberlo en tiempo de los regulares", que· ser-
vía para acallar sospechas y averiguaciones. Y
confiando en la falta de vigilancia, a continuación
alquilaban los bueyes de la hacienda a los escla-
vos o les erigían que pagasen especie o dinero a
cambio no de autorizades el uso de la tierra ( lo
que hubiese equivalido a un arriendo clandesti-
no) sino del permiso que les otorgaban para que
fueran a trabajar sus sementeras. Otras veces se con-
vertían en intermediarios y compraban . a los es-
clavos sus productos, sobre todo los puercos, Sin
duda que éstos y parecidos manejos fueron otros
tantos factores positivos que favorecieron el desa-
96 PABLO MACERA

rrollo de las chacras esclavas. En Motocache ha- •


cia 1772 se comprobó, por ejemplo, que los viñe-
dos .se hallaban en mal estado porque los escla-
vos se dedicaban a sus propios sembríos: ají, al-
godón, maíz y yuca; hubo además que ordenarles
que vendieran sus caballerías so pena de confis-
cación. Más al sur, en lea, la ganadería de los .
esclavos no sólo perjudicaba a la hacienda porque
consumía los pastos por entonces escasos ( Belem,
1774) sino que incluso había invadido tierrll$ aje-
nas ( Ocucaje).
Por la ausencia de formalidades jurídicas, por
la índole de los cultivos y por .su extensión, la
chacra del esclavo puede C?mpararse a las tierras
del arrendatario gratuito que como lo hemos di-
cho surgieron dentro de los límites de la l1acien-
da costeiia. Ambas clases de posesión precaria,
así como las parcelas que en la sierra se entrega-
ba a los trabajadores "para su socorro", fueron si-
tuaciones resultantes de un sistema que procuran-
do que la mayor concentración de propiedad ru-
ral se produjera en favor del grupo colonizador,
tuvo al mismo tiempo que corregir los efectos de
esa concentración a fin de obtener y mantener
una mano de obra permanente para el trabajo
agrlcola.

MACACONA 1767
Instnu:ción para la labranza de vidrios de la hacienda
La Macacona

En los meses de junio, ju1io y agosto se hace la labran-


za del vidrio, y para hacerla se requiere lo siguiente.

J
HACIENDAS JESUITAS
97
En el més de setiembre y el de Octubre se quema la
yerba que llaman de vidrio en hoyos que se habren en la
pampa en que está sembrada, escogido para el efecto el
paraje más seco. El tiempo de cortar la yerba es cuando
empieza a marchitarse cuyo conocimiento tiene Andres Lu-
que Mayordomo que era de la hacienda. El efecto del
fuego reduce esta yerba a una especie de piedra la que por
pedazos se conduce a la oficina destinada para guardarla
teniendo sumo cuidado que los capachos en que se llevan
estén limpios y sin mezcla de piedra y arena y no menos
que el ayudante y otro cualquiera sujeto de toda con-
fianza acompañe a los conductóres para que no se extravie
porción de esa piedra que sin esta precaución habían de
substraer los esclavos para venderla a los fabricantes de
jabon.
Puesta la piedra en la oficina se colocara en las divi-
siones que quedaron hechas las que se aumentaran si
no son suficientes, teniendo grande vigilancia en que los
parajes del dep6sito sean perfectamente secos y libres de
la más mínima porquería.·
No es suficiente la yerba para hacer el vidrio.
Se requiere para su fábrica otro ingrediente que es de
una piedra que siempre se ha sacado del Cerro Prieto
como de la blanca que se traia de Huamani e igual a esta
se había descubierto el dicho Cerro Prieto mas si no se
encontrase se trae de Huamaní para lo cual se despachan
dos criaaos y en una semana pueden sacar cuatro pearas
pagando los fletes de conducción a real por cada an:oba.
Como Huamaní pertenece al Marques de Campo Ameno
se le ha de pedir venia para la saca de dicha piedra pero
para oviarse esto sería conveniente el indagar de adonde
se sac6 el año pasado en el cerro prieto la piedra que se
labr6 en aquél tiempo cuya noticia se adquirirá fácilmen-
te prometiendo una regalía a los negros que fueron en
busca de ella en el tiempo que se expresa.
98 PABLO MACERA

Hecha la providencia de la piedra se quema según es-


tán impuestos los trabajadores y principalmente el zambo
Luis que sabe dar el punto requerido para que se pueda
moler con faeilidad. Quemada la piedra se hecha a mo-
ler en los cuatro molinos que quedaron entablados con su-
ficiente número de burros para su remuda, con el cuidado
de cerrar· el paraje en que están los molinos de una quin-
cha o pared para obviar que no se introduzcan en el ma•
terial cuerpos extraños que son los que causan muchas
quiebras pues la piedra molida debe ser pura y limpia y
para conseguirla así se vú guardando según se va molien•
do en las artesas destinadas para el efecto.
La ceniza o especie de piedra que resulta de la que•
masón de la yerba de vidrio no se desase en molinos sino
sobre pellejos grandes de toros en donde sobre piedras la
van chancando las mujeres cuidando tamvien mucho que
en ella no se introduzca arena ni piedra.
Moliendo uno, y otro material de piedra y ceniza de-
be pasarse por tamises o sedasos de cerda que se remiten
de Lima, reducidos en forma de harina ambos materiales,
se hace la mezcla de ellos graduándose las cantidades
según la razón que ha quedado en la Hacienda pero que
tiene en la memoria el zambo Luis por la práctica que le
asiste de esta operación.
Hecha la mezcla se sigue el amasigo y el hacer adobes·
de este material unido para que entre a la calcinación
bien sea apastelando bién en el nuevo modo de ( mancha-
do el original) que se reduce a cargar uno o los dos hor-
nos destinados para éste efecto, y en los que, si se hiciese
de esta forma, es menester fundir unas planchas de bron·
ce cuadradas del grueso de dos o tres dedos y de poco me-
nos de vara en cuatro para que sobre ellas puestas en el
suelo de los hornos vaya el material a la calcinación
para el fin de que con el incesante movimiento del rabie
o rastrillo no salgan como salían antes las partículas del
ladrillo que dañaban la pella.
HACIENDAS JESUITAS
99

Esta operación aunque violenta y laboriosa refina más


el material quitándole la crudeza, el incesante fuego de
8 ó 10 horas sin la menor intermisión y la que 'tampoco
debe haber en remover el material para lo cuál debe ha-
ber gente de remuda y continua vista del mayordomo, o
administradores para que no se desmayen con lo rudo del
trabajo, y en el que dura hasta que las materias este verifi-
cadas, y en pedazos del tamaño de un coco de Chile po-
co más o menos pero muy ligeros fáciles de quebral' y
sin ninguna amarillez de la que si se nota, es sefial inci-
dente de que le faltó fuego y que mantiene crudeza, para
esta operación y su método de hacerla quedaron unos ma-
nuscritos en la Hacienda.
Si la quema es por apasteladura, no es necesario poner
en los suelos de los hornos las planchas de bronce, sino
de ladrillos grandes recochos, sobre ellos se meten los ado-
bes hechos de la mezcla de materias hasta que se llena
el horno y se le dá fuego del modo que saben por espacio
de tres días o hasta que se reconozca estar vitrificadas, y
con las calidades advertidas arriba.
Acabada esta labor entra la de fundir en el homo des-
tinado para el efecto toda la pella lo que se hace hechán-
dolas en los morteros hechos de antemano así estos como
los que han de servir para la labranza, y los que se hacen
los primeros del barro de Botijerla que hay en la Hacien-
da bien podridos y los segundos de barro de la sierra el
que se saca y conduce de la jurisdicción del Pueblo de
Córdoba, jurisdicción de la Provincia de Castrovirreyna y
que cuesta cada peara 15 pesos 6 reales de la saca y cu-
yo barro se pudre también largo tiempo.
Ya se supone que para estas reiteradas fundiciones asi
en las apasteladuras o fritas como en la fundición de las
pellas y labranza de los vidrios, en que está encendido el
horno casi tres meses incesantemente sin que se deje de
sebar se consume de 16 a 20 mil cargas de leña, y la que
acabada la labranza se empieza a cortar, conducir y alma·
100 PABLO MACERA

cenar para la siguiente ocupándose cuatro criados en los


cortes y los mismos poco más o menos en la conducción
de ella, en no entablando carretas, pués en este caso con
dos podían dar a vasto, cada criado debe entregar al día
catorce cargas por tarea con el cuidado que sean tales y
las que poco más o menos puede cargar un burro.
Empezada la fundición que suele durar de 14 a 15 dias
según, se vá sacando ya el pedroche o pella vitrificada que
se habrá tenido gran cuidado mientras están los morteros
en el horno de irlos desalando con cucharas de fierro que ·
· hay para el efecto pero ya en estado de haber recibido
su perfección en el fuego se vá vaciando éste material
en una canoa hecha al propósito y _llena de agua fria pa-
ra que allí acabe de perder aquellas partes salitrosas que
le pueden haber quedado teniéndose presente tambien
el que se guarde aquellas espumas que se sacaron de los
morteros al tiempo de desalarlos y que son el salatron
que se vende después para varios usos de platería y botica.
Según se van sacando estos materiales se van guardan-
do bajo de llave y en parte limpia para que después em-
pezada la labranza se vayan proveyendo de ellos los mor-
teros de que se sale la labor, esta empieza a la 'oración
poco más o menos dura sin interrupción hasta las doce o
una de la mañana a cuyo tiempo se dá algún descan-
so a los negros y vuelven a proseguirla hasta que se con-
cluyan su tarea de docenas que sabe muy bien la que es
el dicho Luque que fuera de ellas tiene libertad de ha-
cer lo más que pudieren y este aumento se les paga lo
que sabe dicho mayordomo pero es menester tener presen-
~e que el número de docenas que deben enterar han de
ser para guardarse en el almacén y consiguiente las quie-
bras que hay en el arca donde se templan los vidrios de-
be ser de su cuenta para volverla a reponer.
La guardada en el almacén se re~noce al segundo
dla para ver las quiebras que hubiese y reconocidas . allí
HACIENDAS JESUITAS 101

mismo sobre cueros de toros se van quitando las pied.re-


citas que van causando dichas quiebras y las piezas ya
inservibles se ·van sacando en canastas para volverlas a fun-
dir no descuidándose al tiempo de -esta saca pues suelen.
juntar con las quebradas algunas piezas buenas para re-
venderlas.
Antes que empiece la disposición de materiales se des-
pachan dos negros al paraje que llaman Calango para que
traigan la piedra que sirve para teñirse morado o porpuri-
no la que deben traer en abundancia no tan solamente
para este efecto de obra morada sino también para ir he-
chando de ella en los morteros al tiempo que están en
fundición pues se ha reconocido que aclara el vidrio y le
quita aquél color verdoso y se pudiera creer ser la mag-
nesia que usan en Europa para éste efecto y que gene·
ralmente viene de Piamonte la cual se calcina, o reduce
a polvo muy fino pasándola por tamises, y al tiempo que
están los morteros ya purificados en la fundición se van
hechando de otro polvo la cantidad que les pareciere a
tiempo de cebar para que se incorpore bien con er mate-
rial y no se evaporise • .
Lima, 28 de julio de 1768.

CHANCAY Y HUAURA 1770


Informe de Don Agustín de Landaburu

Excelentísimo señor:
En cumplimiento del superior orden de vuestra exce-
lencia pasé a reconocer las haciendas que fueron do los
. regulares de la Compañ(a, y se hallan en los valles de
Chancay y Huaura; y habiéndolas visto prolijamente, ex-

" "Libro Borrador de Correspondencia de cartas con la Hacienda


Macacona", 1767. p . 18 • 22. Temporalidades. Cuentas de
Haciendas ,lg. 1S5.
102 PABLO MACERA

pondré a vuestra excelencia el concepto que he hecho,


as{ de su entidad, como del estado en que se halla, de
los defectos que hay en su manejo,. y de los medios que
pueden remediarlos.
La Hacienda de la Guaca, cita en el valle <le Chan-
cay, tiene una grande extensión de tierras, la mitad de
ellas plantadas de caña, y las restantes con ~ destino de
panllevar. Las destinadas para caña, son muy senegosas,
y por tanto cóan mala caña, y producen muy malos azú-
car. I,.as de pansembrar, son muy delgadas, y sólo propias
para el mismo destino que tienen las demás del valle que
es la sementera de maíces: en el día se siembran muy
pocas, porque toda el agua de su repartimiento, sirve para
que muelan los ingenios de caña, que están al fin de las
tierras. La grande extensión de la hacienda, el mucho
número de negros y aperos que tiene, la hace de mucho
valor, pero de ninguna utilid!\d por los defectos que llevo
referidos, los que no se pueden enmendar, por venir de
la mala calidad de las tier~. y propias para el destino
de cañas. La hacienda se halla en el mismo pié en que
la dejaron los regulares de la Compañía, tiene la caña
correspondiente para la corta molienda que hace, y está,
de mala calidad, como lo ha sido regularmente. Este de-
fecto, es difícil de enmendarse, así por la mala calidad
de la caña, como por una razón general que comprende
a todas las haciendas y que expondré adelante.
La hacienda de San Juan de la Pampa o el ingenio
de Guaura, está en el valle de Guaura, es de una regu-
lar extensión para una hacienda de cuatro paradas. Las
tierras son secas, y fructíferas, y dan buena caña, tenien-
do toda el agua necesaria para cultivo, por todas sus cir-
cw1Stancias, es muy propia para el destino que tiene, y
si hubiera estado mejor · manejada, y con el arreglo que
se debe, diera mayores utilidades, sin eXPOnerse a debili-
tarla o perderla. Es un principio entre los labradores de
caña, que ha manifestado la e'--periencia, que toda tierrn
HACIBNDAS JESUITAS 103

a quien se le repiten sin descanso la semeqtera· de caña,


se esteriliza para muchos años. Con todas las sementeras
repetidas, sucede lo mismo, pero coa la de caña mucho
más, así por los repetidos riegos que se le dan, como por-
que cada caña es una bomba que chupa las sales de la
tierra; por esto los labradores no tienen por buena ha-
cienda, a la que no le sobran tres o cuatro plantadas pa-
ra descanso. Los Regulares de la Compañía tenían un fal-
so crédito; que les daba la aprehensión del vulgo, de ma-
nejar con acierto todas sus haciendas, lo contrario sabían
los que entendían de campo: en sus haciendas, no había ·
más regla, que la voluntad del coadjutor que las maneja-
ba, el cual a su arbitrio disponía de toda la hacienda, y
como el producto actual fuere crecido, no cuidaban de lo
venidero y esta es la razón del atraso que tienen muchas
de sus haciendas, y es la misma del desorden de la ha-
cienda de guaura. Para hacer una molienda excesiva, y
mayor de lo que pedía la extensión de la hacienda, la
sembraron toda de cáña de modo que no hay un palmo
de tierra vacía, pues para plantar caña, van arando, a pro-
porción que se va cortando. Este desorden, trae otros mu-
chos. Para moler toda esta caña, es preciso que los inge-
nios trabajen de día y de noche, lo que maltrata y ani-
quila a los negros. Los cocimientos de las pailas se hacen
atropellados, y de noche, lo que no puede menos de con-
trlbuu· a que el efecto salga malo; y por esto la regla de
toda hacienda bien ordenada debe ser, que la molienda
acabe entre cuatro y cinco de la tarde para que las pai-
las se puedan limpiar con luz, y estén acabadas de cocer
a las ocho de la noche, de este modo se logra, que todo
se haga con perfección, y de otro modo es imposible lo-
grar buena azúcar, pues una paila sola mal trabajada, pier-
de todas las demás que entran juntas con ella a la tem-
pla. Como las oficinas de la hacienda están tan desman-
teladas, y descubiertas, y sin una bodega de azúcar blan-
ca dónde se pueda rezagar la azúcar el tiempo que se
necesita, para que tenga la seca necesaria, es imposible
104 PABLO MACERA

que la azúcar sea de la mejor calidad. Todos estos des-


órdenes trae el haber sacado a la hacienda del pié en
que debla estar, y ésta que parece una utilidad actual,
aunque con un debimento futuro, no lo es en la realidad,
pues más vale treinta panes de azúcar buena, que cua-
renta de azúcar floja, mojada, y de mala calidad. Por to-
do juzgo, que esta hacienda necesita arreglaJSe a menor
molienda, consumiendo todas las resocas, y dejando sola-
mente, plantada, y soca, proporcionada a moler doce pai-
las, que es a lo que creo alcanzarla el fuste de la hacien-
da. De este modo habrá tierras de descanso, que en me-
nos extensión · dará mejor caña, y por consiguiente mejor
azúcar. Los negros se maltratarian menos con las molien-
das de noche, y todo iría en regla, y proporción y sin la
violencia, y desgreño que hoy tiene. Las oficinas, nece-
sitan de mucho reparo, porque están muy maltratadas, y
aunque no se fabriquen de nuevo, como era necesario, es
menester de pronto hacer un horno de hormas con su hor-
merla, y componer un ingenio que se halla en estado de
no poderse usar de él en muy breve tiempo, y de otro
modo es imposible trabajar con perfección. Otro desorden
hay en la hacienda que contribuye en gran parte a tener-
la sin tierra para sembrar, este es, mantener una porción
grande (de) ganado inútil, como son yeguas, y vacas, todas
éstas comen en alfallares dentro de la misma hacienda, los
que ocupan una buena parte de ella, y quitan esas tierras
para el plantio de caña. Este punto necesita de un pron-
to remedio; es necesario quitar de ahí el ganado inútil, y
dejar sólo los bueyes de arada y los burros o mulas que
acarrean la caña, como se hace en todas las haciendas
de trapiche bien ordenadas, de este modo sobrarán diez
o doce fanegadas de tierra que sirvan para caña. Todos
estos defectos tenia la hacienda cuando la manejaban los
regulares de la Compañia, pues en nada se ha alterado
después de la expatriación lo que ellos hacian, y se man-
tiene la hacienda en el mismo pié en que la dejaron.

J
HACIENDAS JESUITAS 105

En el mismo valle está la hacienda de Vilcaguaura,


' que es con corta diferencia de la misma extensión que la
antecedente, aunque muy desigual en naturaleza de tie-
rra por ser de menos vigor, y estar muy aniquiladas con
las continuas sementeras, de modo que estando casi toda
llena de caña, hacen una molienda muy corta, y de ma-
la azúcar. Todos los cañaverales están ocupados de una
hierba que llaman de San Agustín, la que le quita · el ju-
go y dulce a la caña, proviniendo todo esto de estar las
tierras cansadas. Los regulares de la Compañia, conocie-
ron bien este defecto, y la escasez de frutos que produ-
cla los obligó a buscar otro fundo inmediato en que po-
ner parte de los aperos, como en efecto lo ejecutaron en
la hacienda de Vilcaguaura, tiene poco, o ningún reme-
dio, y sólo el tiempo, y la industria de un bue& labrador,
pudiera de algún modo repararla. Sus ingenios y oficinas
están bien maltratados, siendo por ahora de parecer que
se destruían las resocas para que se bagan barbechos que
fortalezcan la tierra, reponiendo algunós negros para que
se pueda hacer con mayor desahogo por tener muchos im-
posibilitados. ·
La hacienda de la Humaya que sigue a la anteceden-
te es el mejor fuste de todas las haciendas que he reco-
nocido, tiene muchas, y muy buenas tierras, cantidad gran-
de de caña, y es la única en que se debe moler más de
lo que actualmente se muele, porque tiene mucha caña
de sobra: para este fin, es menester habilitarle dos paradas
más, y algunos hornos, todo lo que desempeñará porque
tiene fondos para ello, previniendo igualmente no críen
resocas, sino sólo la planta, y soca necesaria para el con·
sumo de seis paradas que pueden moler, y que se le pe-
gue fuego a una plantada vieja que tiene de doce cuar-
teles pára que sigan moliendo las restantes en su ~ón,
que es lo que contribuye a que salga el efecto bueno, la
que no haría ninguna falta, -respecto de la mucha que
tiene el buen sasón. El único defecto que le encontré,
106 PABLO MACERA

es el mal temperamento, pues está en una quebrada muy


ar~ente. Sus oficinas necesitan de algunos reparos, pero
lo que le precisa más que todo, son . unas enfermerias, en
que se curen los miserables negros, que están casi e:q>ues-
tos a la inclemencia. Este desamparo en un temperamen-
to malsano, no puede dejar de traer mucha mortandad,
y está expuesta a una de las pestes que suele picar en-
tre los negros en estas quebradas, por lo que juzgo que
en el día se deben hacer las enfermerias. Tiene bastante
núm~ro de negros, aunque no le hiciera ningún daño au-
mentarle algunos más en el caso de ponerle dos paradas.
En ninguQa de las haciendas he visto azúcar que se
pueda llamar enteramente buena. Fuera de las razones
qne en cada una de ellas he apuntado, hay una general
para este defecto, y es, que en ninguna de las hacien-
das ( a excepción de la ele Guaura que hay un hombre
medianamente instruido y aplicado) no hay uno que en-
tienda ele fábrica de azúcar. Los administradores todos
me han parecido muy buenos de mucho celo, y honradez,
pero en las casas de pailas, que es donde saca todo el
fruto de las haciendas, no he encontrado uno que sepa
lo que es hacer un pan de azúcar, y todo está entregado
en manos de los negros. Es verdad, que as( las tenían
los regulares de la Compañia, y por esto los azucareros
eran de poca estimación. Hoy en el día ha crecido el da-
ño, porque hay pocos sujetos que se destinen a azucare-
ros, y así no es fácil encontrar a quien poner en estas ofi-
cinas. Los regulares de la Compañia suplían en parte es-
te defecto teniendo varios legos destinados a ·este fin los
que con el tiempo adquirlan algún conocimiento, y lleva-
ban las cosas más en regla. Hoy es preciso echar mano
de cualquiera, y éste aunque quiera, como no lo entien-
de, nada puede remediar. El único medio que me ocurre
de remedio es, que se busque uno de los pocos azucare-
ros que hay, y que éste esté continuamenre visitando
estas cuatro haciendas que están juntas y enmendando
HACIENDAS JESUITAS
107

los defectos que haian en lejías, templas, y purgas. No


tengo el remedio por infalible pero es el único que alcan-
zo en las circunstancias presentes.
He expuesto a vuestra excelencia mi dictamen con la
ingenuidad que debo, y con la claridad que alcanzo, a fin
de cumplir sus órdenes del modo que puedo; y porque
no quede nada por decir de lo que siento, debo igual-
mente manifestar a vuestra excelencia que juzgo ser con-
veniente, que todas estas haciendas se vendan con la ma-
yor anticipación. Ninguna de ellas, es capaz de ir a más,
y todas cada dia se han de deteriorar, unas por malas tie-
rras, otras por estar cansadas, y todas por la poca expe-
riencia de los azucareros y por la ruina de sus oficinas
que en todas ellas, necesitan hacerse de nuevo. Las ha-
ciendas de caña, aún en manos <le sus dueños, celosos y
activos, padecen mil quebrantos, así por las. pestes y irre-
gularidades que suelen padecer las tierras como por la
fábrica de azúcar, que es en sí dificil y que necesita de
un cuidado de instantes, pues un descuido sólo pierde · el
trabajo de todo el día, y un riego dado, o quitado sin
tiempo, ocasiona la pérdida de muchos miles. Por esto
desde que estos valles se poblaron de españoles se han
informado, y perdido innumerables haciendas de caña, y
lo mismo sucedería en adelante con las más que hoy exis-
ten. Si esta dificultad, y contingencias tienen las gober-
nadas y atendidas por sus amos, que será en manos de
los administradores, en quienes como no puede ocultarse
a la alta penetración de vuestra excelencia hay tantas ra-
zones de disparidad, aún cuando sean muy honrados; to-
do lo pongo en la consideración de vuestra excelencia pa-
ro que ,enterado de ello, me mande lo que fuere de su
supremo agrado. Lima y marzo 8 de 1770.-Agustín de
Landaburu O •

•· • Ref. Temporalidades. Títulos de Hacienda. Villa lg. l.


"
TRATADOS DE UTILIDAD, CONSULTAS
Y PARECERES ECONOMICOS JESUITASº

A. ·Descripción
Las Consultas, Pareceres y Tratados de Utili-
dad como los llamaron sus autores, los jesuitas
peruanos del coloniaje, son wi testimonio más
del ~to grado de racionalización que la Com--
pañía de Jesús practicaba en el manejo de s~
negóciós temporales. Ya en un estudio ante-
rior había subrayado la "modernidad" de las em-
presas económicas jesuitas en lo que se refería
a la organización interna de sus propiedades rura-
les 1• Pero nada sabíamos acerca del procedimien-
to que empleaban para decidir la adquisición de
sus bienes. Dada la importancia de los donativos
en la formación de su patrimonio cabía pregun-

0
En Historia y cultura NI> 3, Organo del Museo Na-
cional de Historia, Lima 1969.
l . Cf. Pablo Macera '1nstrucciones para el manejo de
las haciendas jesuitas del Perú (ss. XVII-XVIII)", _Lima
1966. Una versión modificada en ''Le aziende agricole
dei Gesuiti nel Peru" ( Studi Storici; a. IX; n9 2; Roma
1968). Información complementaria en Pablo Macera "Ma-
pas coloniales de haciendas cuzqueñasH, Lima 1968 (pu-
blicaciones del Seminario de Historia Rural Andina).

l
110 PABLO MACERA

tarse si la modernidad y racionalización eran pos-


teriores al hecho consumado de esta clase de acu-
mulación primitiva. Y ( todavía más) si en el
caso de las reinversiones por compra directa de in-
muebles había o no un examen riguroso de las res-
pectivas conveniencias. El problema podía ser apa-
rentemente resuelto por elemental y errónea pro-
yección de nuestro propio tipo de racionalidad:
suponiendo que en todas las actividades económi-
cas, cualquiera que sea la circunstancia social, ~os
hombres desarrollan una misma psicología de ma-
ximación, eficacia y búsqueda del provecho. Los
Jesuitas de los siglos XVI-XVIII en el Perú debe-
rían según esa perspectiva haberse comportado
de igual modo como lo haría en nuestros días un
comerciante capitalista o un planificador social.
Aunque, como lo veremos, esa imagen no es del
todo falsa, carecería por completo de toda validez
histórica pues su coincidencia paxcial con la rea-
lidad serla fortuita y no resultaría de ninguna ob-
servación empírica concreta.
Negada la facilidad de una transferencia retros-
pectiva de nuestras propias motivaciones, era muy
defectuoso el material disponible para la averi-
guación. Los conb:~tos de compra-venta )' en ge-
neral los títulos de propiedad no prop9rcionaban al
respecto una buena información pues sucedía que
ninguna de las partes ( y menos aún el compra-
dor, es decir los je¡uitas) confesaba por escritura
las ventajas que pensaba obtener. En algunos ca-
sos era posible inferirlo por la conducta posterior
como podemos comprobar citando un solo ejem-
plo: si lo~ jesuita~ compraron a bajo precio l~ tie-
PARECERES ECONOMJCOS 111

rras indígenas cercanas a su. fundo de Guasacache


(Arequipa), fue calculando que con el tiempo ob-
tendrían nuevos y más abundantes servicios de
agua. Pero en todo momento subsi~tía la interro-
gación: ¿hubo alguna instancia dentro de la Com-
pañía de Jesús encargada de la p_olítica de capi-
talización y reinversiones? Puesto ·que la conta-
bilidad demuestra que los colegios, aunque unida-
des económica:s responsables individualmente, se
hallaban al mismo tiempo bajo el control de los
superiores provinciales y éstos a su vez dependían
de ll!.s autoridades jesuitas residentes en Roma,
eran posibles innume.rables procedimientos según
el grado. de control e interrelación que se supu-
siera. A este punto habíamos llegado a mediados
de 1967 con preguntas y sin respuestas, cuando ubi-
camos en el Archivo Nacional del Perú las diser-
taciones, escritas por los jesuitas Figueroa y Díaz
sobre los inconvenientes y mal estado del caña-
veral Copacabana (valle de Lima) desaconsejan-
do su recepción por la Compañía. Encontramos
después otros Pareceres de la misma naturaleza
acerca de las haciendas de Picci ( Chiclayo) y
Caucato (Chincha), así como el único Tratado
Cdlectivo de Utilidad ( referente a las tierras de
Tapani en Charcas) y una Consulta sobre Agua-
coUay en el Cuzco. De fecha más antigua entre
esos siete papeles son las Preguntas sobre Picci,
firmadas en Trujillo 1659, aunque sospechamos
que quizás el D-iscurso sobre Caucato sea anterior.
E·n orden de antigüedad siguen la Consulta sobre
Aguacollay ( 1673), el Tratado de Utilidad sobre
las tierras_de Tapani ( 1695) y las mencionadas
112 PABLO MACERA

disertaciones sobre Copacabana, dos de las cuales


son de 1727 y la primera de 1722 2•
Cubren por consiguiente esos documentos casi
cien años de vida institucional jesuita, al prome-
diar la Colonia española en el seiscientos, cuan-
do el virreinato peruano convertía forzosamente
su economía reemplazando las minas en decaden-
cia por una agricultura más intensificada. Poi su
dw·ación y característica, el período y sus testimo-
nios son útiles para comprender el fenómeno je-
suita en su coyuntura expansiva más favorable. .

2. Los documentos fueron encontrados en -la Sección


Compañía de Jesús ( Archivo Nacional del Perú, en ade-
lante ANP) formando parte de dos volúmenes encuader-
nados por los mismos jesuitas:
l. Picci 1659 "Preguntase si se podrá renunciar al de-
recho que el Colegio de la Compañía de Jesús tie-
ne a las haziendas de Picci Chacarilla y Casa que
la Señora Doña Juana Carbajal de buena memoria
(roto el original) dejó en su testamento 'Trujillo 26
de julio de 1659' ". Por Gregorio de Florindez. Par-
te del texto escrito en Latín. Las Preguntas fue-
ron agrupadas en cinco cuestiones principales: Pri-
mera Cuestión: "Advertencias para que se fun!;len
bien as{ las razones que se pueden traer en pro
como las que se pueden proponer en contra"; Se-
gunda Cuestión: "Razones para que no puedan ni
deban dichas haciendas renunciarse"; Tercera Cues-
tión: "Razones para que dichas haciendas la pueda
renunciar el Colegio de Trujillo"; Cuarta Cuestión:
"Resolución sobre todo lo hasta aquí escrito"; Quin-
ta Cuestión: "Si ya que todas las dichas haciendas
no puedan renunciarse ni enajenarse como tan cla-
·ramente se ha aprobado y defendido será bien que
se venda sola la hacienda o estancia de Picci y
que nos quedemos con el derecho y posesión de
la chacarilla en integrum y con el derecho a la
PARECERES ECONOMICOS
· 113

De otro lado, además, la información es concreta


y diferenciada pues se refiere a situaciones indi-
viduales en algunos de los principales países agrí-
colas peruanos: plantaciones costeñas del norte,
centro y sur (Picci, Copacabana, Caucato); cha-
cras surandinas ( Aguacollay y Tipuani), compro-
metiendo los colegios de Lima, Trujillo, Cuzco y
Potosí, de los cuales al menos dos ( Cuzco, "ca-
beza del Perú" y Lima) eran los más prósperos
de todas las provincias australes. Y los otros aun-
que de inferior entidad son característicos de la

casa y legados conforme fueren falleciendo los le-


gatarios".
2. Aguacollay 1673 "Consulta tenida entre los recto-
res del Colegio del Cuzco y el de San Pablo de
esta Ciudad acerca de cual de los dos es el dueño
de las tierras llamadas de Comelio en el Cuzco
pertenecientes a la hacienda de Aguacollay".
3. Tapani 1695 "Tratado de Utilidad celebrado por
el Colegio de Potosí, acerca de la compra de las
· tierras de Tapani". Autores: Luis de Villasino, Die-
go de Dez (roto), Francisco Benito Rabanal, Fran•
cisco de la Fuente, Juan de Maya.
4. Copacabana 1722 "Sobre Copacabana". Parecer del
padre Nicolis de Figueroa.
5. Copacabana 12 setiembre 1727 ( sin titulo) . Parecer
del padre Nicolis de Figueroa.
6. Copacabana 24 setiembre 1727 (sin título). Parecer
del padre Juan Díaz.
7. Caucato (principios s. XVII) "Discurso sobre si con-
viene o no concertarse con doña Catalina de Alarcón
sobre la haoienda de Caucato que es de la funda-
ción del Colegio de Pisco en el pleito que ha ven-
cido sobre la nulidad del testamento de su herma-
na doña Juana difunta de cuyos bienes queda por
heredera".
114 PABLO MACEllA

posibilidad colonial de muy avanzados desarrollos


locales, de una participación de las "provincias"
en la economía global mucho más _a lta de la que
hubo en la época republicana criolla.
En una secuencia lógica que por eso mismo
-al · menos en este caso- fue la temporal, esos #

papeles económicos pueden ser ordenados en tres


tipos y momentos: 1) Pareceres; 2) Tratados de
Utilidad; 3) Consultas. Es de advertir que mien-
tras las designaciones de Tratados y- Consultas fi.
guran en los respectivos ejemplares, en cambio
el título de Parecer es de nuestra elección por te-
ner en cuenta que en todos los casos se trata de
pareceres individuales solicitados a uno de los je-
suitas por sus superiores para ilustrar la solución
de un problema económico concreto. Aunque los
tales pareceres fueran llamados Discursos ( Cau-
cato), carecieran de título ( Copacabana) o éste
fuese incierto (¿Preguntas?, ¿Adyertendas? en la
disertación sobre Picci )_. E_l nombre adoptado no
es sin embargo del todo arbitrario si considera-
mos _que lo usó en 1727 el padre Nicolás Figue-
roa, en la. doble significación de comparecencia
( presentación, testimonio) y de opinión personal
de la. que es responsable su autor, variante esta
última que 'proponemos como nombre general 3•

3. Los textos pertinentes para nuestra interpretación en


los documentos sobre Copacabana. Decla Figueroa: l)
"Porque he llegado a entender que se delibera. . . y que
·se trae a consideración un papel. .. en que aparece que
nfirmé.•."; 2) "Digo que entonces dije lo que me pare-
ció..." En la primera frase la significación de parecer es
PARECERES ECONOMICOS 115

Los Pareceres constituían el primer paso en el


procedimiento de adquisición de bienes por la
Compañía de Jesús. Fuera por compra, donación,
arreglo litigoso o cualquier otro i:nedio, ningún
compromiso era autorizado mientras no se hu hiera
analizado todas las razones ~n pro y en contra.
El superior del colegio interesado o incluso el mis-
mo provincial, encargaba un estudio especial so- r
bre la materia. A menudo se solicitaban varios de
estos Pareceres, como sucedió en Copacabana so-
bre la cual escribieron dos ·veces el padre Figue-
roa ( 1722, 1727) y una más el padre Juan Díaz
( 1727). Las opiniones debían ser entregadas por
escrito con prueba y argument~ción razonada. . ·
No sabemos a partir de qué momento fueron
usados estos Pareceres económicos. Sus antece-
dentes se encuentran en la teología moral y es-
peculativa, campos en que desde muy antiguo y
para el caso peruano desde el siglo XVI, tales Pa-
receres fueron usados por diversas congregaciones
religiosas para resolver puntos de dudosa concien-
cia o reflexión. Las formas de esta literatura ca-
suística fueron adaptadas a las cuestiones econó-
micas, manteniendo al principio en lo, posible sus
características tradicionales, no sólo porque aque-
1los modos de exposición. fueron durante algún
tiempo los que predominaron en las instituciones
católicas sino también porque la totalidad del mo-
delo había sido consagrada por un de_splazamien-

doble: primero la interpretada por nosotros en el texto


( comparecencia, presentación, testimonio) , y después, con
prudencia y duda, equivale a un "es posible que haya di-·
cho o que se interpreta de tal modo".
116 PABLO MACERA

to del prestigio de sus contenidos iniciales ( reli~


giosos) al valor de sus fo1mas. De modo que la
conservación de estas últimas en materia de eco-
nomía de un lado favorecía la unidad del pensa-
miento, con independencia de sus aplicaciones, y
del otro otorgaba· una vicaria e implícita f'eligio-
sidad al tratamiento de los negocios temporales.
Hay indicios sin embargo de una secularización
formal de los Pareceres. Si bien no tenemos una
serie completa que permitiría conocer las más
significativas tran_siciones, al menos podemos dis-
tinguir los tipos extremos representados por Picci
1659 y Copacabana 1722-27. El tipo Picci se ajus- ·
ta al ejemplo literario teológico, dividiendo la di-
sertación en cinco cuestiones razonadas en pre-
guntas y dilemas, para cada uno de los cuales se
presenta la argumentación respectiva antes de lle-
gar a las conclusiones finales. Digamos de paso
que además de la filiación religiosa anotada, el
texto evidencia una similitud artística con el Ba-
rroco, pues los temas de la reflexión sufren ( co-
mo motivos decorativos de la_escultura) un ago-
tamiento de todas sus posibilidades. . Años des-
pués y coincidiendo con las "reformas del gusto"
a principios del siglo XVU, los Pareceres jesuitas
omitirán esas preocupaciones )', como es el caso
de los escritos ya dichos sobre Copacabana, serán
más directos y concretos en la exposición, des-
preocupados de la tradición formal que habia
normado su· género.
Escrit~ los Pareceres, "con prudencia y temor
de Dios", el Superior que los recibía llamaba a
una Junta para que los examinara y decidiera.
PARECERES ECONOMICOS 117

Esta segunda instancia daba lugar a una conside-


ración corporativa expresada en los Tratados de
Utilidad que representaban la opinión finar del
Colegio interesado. No era ya entonces necesario
repetir todas las razones expuestas en los Parece-
res sino solamente aquellos que apoyaban la con-
clusión recomendada. Los acuerdos debían ser to-
mados por unanimidad o, en su defecto, remitidos
los autos y suspendida la ~unta. Tratados y Pare- _
ceres ~ran en cualquier caso elevados a la casa
provincial la cual no estaba sin embargo obliga-
da a confirmarlos. No sabemos todos los trámi-
tes que sucedían en este nivel. Los documentos
con~ltados sugieren que el Provincial era auxilia-
do por el consejo, probablemente también por es-
crito, de los más interesados en la materia; y que
sólo entonces autorizaba la respectiva adquisición.
Esta era de carácter provisional en tanto el pro-
ceso era enviado a Roma donde el generalato se
reservaba la ~robación definitiva 4•
El proceso que hemos descrito daba a los je-
suitas una seguridad razonable de haber actuado
con prudencia en sus gestiones adquisitivas. Pero
podía suceder que algunas de esas gestiones cau-
sara conflictos entre los diversos colegios. Así ocu-
rrió en la segunda mita~ del siglo XVII cuando
los colegios de Cuzco y Lima disputaron primero
por las tierras llamadas de Corneüo pertenecien-

4. Esas aprobaciones demoraban varios años como su-


cedió para la donación de Caucato que sólo llegó en 1025,
tres años después de formalizada la donación. La acepta-
ción de Picci por el padre general Vitelleschi no demoró
menos.
118 PABLO MACERA

tes a la hacienda de Aguacollay y segun<;lo por el


precio excesivo que por esa hacienda había paga-
do el Cuzco a Lima. Para esta eventualidad, co-
mo para todas las de su clase, la Compañía te-
nía previstas las llamadas Consultas de carácter
judicial que permitían solucionar las diferencias
sin acudir a una justicia extraña a la institttci6n.
Acudían entonces uno o dos representantes. ( "pro-
curadores") de cada interesado y se formaba un
tribunal de consultores presidido por el provin-
cial, tribunal en el· que necesariamente tenían
asiento algunos maestros en teología. Después de
"examinadas despacio y con toda atención" las ra-
zones alegadas por las partes, el tribunal senten-
ciaba.

B. Aplicaciones
Del mismo modo que las Instrucciones pa-
ra chacareros estudiadas en otra ocasión 5, tam-
bién estas disertaciones econ6micas nos infor-
man sobre algunos aspectos de la agricultura
colonial y sirven para conocer la política y psico-
logía jesuita. Habría en primer término que sub-
rayar, como lo hemos hecho otras veces, la im-
portancia que el prestigio y la buena fama ténían
para la Compañía de Jesús. Para el cumplimien-
to de sus objetivos, como vanguardia en las Indias
españolas de la Contrarreforma romana, no sólo
debían asegurar su poder económico sino al mis-
mo tiempo neutralizar las resistencias que ese
mismo poder inevitablemente provocaba. Para de-

5. Cf. nota l.
PARECERES BCONOMICOS 119·

cidir cualquier contrato era pues necesario tener


en cuenta· sus efectos sobre la opinión pública.
La reiterada insistencia de esta motivación en los
documentos jesuitas que comentamos sugiere que
la Compañía tuvo con frecuencia al respecto al-
gunas· dificultades. Los dos Pareceres más anti-
guos ( Picci y Caucato) atestiguan el hecho. En
· ambos casos los jesuitas tenían que resqlver los
inevitables problemas que frecuentemente acom-
pañaban a los donativos que recibían. Caucato
era uQ buen viñedo al sur de Lima que fue re-
galado a los jesuitas por testamento de la pareja
Pec4'0 de Vera-Juana de Luque en 1622. Pertre-
chada, con esclavos y una yesera ( "qu~ es el co-
razón de la hacienda") 6• Caucato y algunas tierras
vecinas eran codiciadas par-, los parientes de los
donatarios con quienes la Compañía tenía algu-
nas obligaciones. Llegado el momento de elegir
entre un pleito .judicial, un concierto amistoso o
el abandono de las tierras, el consejo final del
respectivo Parecer hacía presente como. principal
razón el buen nombre de la Compañía. "Porque
se ganará, dice el texto, el ahorro de muchas pe-
nalidades, aflicciones, pobrezas y empeños y lo
que de más peso es, martirios de la opinión de
la Compañía· que tan pisada está por esta negra
hacienda. . . será de más descanso y mayor seryi-
cio de Dios y oosa más gloriosa dejarlo todo y sa-
cudir los zapatos huyendo de Caucato.. . para ~a-

6. Macera, Pablo. Mapas coloniales de haciendas cuz-


queñas, Lima 1968 ( publicaciones del Seminario de His-
toria Rural Andina) .
120 . PABLq MACBRA

cudir carga de tantos enfados y dolores y procu-


rar desamancillar el obraje de nuestra religión".
Todavía mayor es la obsesión del prestigio ins-
titucional en el Parecer sobre Picci, hacienda que
el Colegio de Trujillo había recibido de Da. Jua-
na Carbajal con pensión de algunos censos y le-
gados. Entre los jesuitas de TruHllo no faltaban
partidarios de abandonar la hacienda y, entre otras
razones, argüían precisamente la opinión pública.
Tanta fuerza debieron tener esas razones que el
autor d~ las Advertencias las hubo de consignar
aunque le fueron contrarias. '1Ie oído muchas ve-
ces qu~ · es mal nombre el que tenemos poseyen-
do dichas haciendas o de codiciosos o de ladro-
nes o por mejor perífrasis de que nos quedamos
con lo que se debe a los legatariof. Consignarla
y, lo· que es más revelador, situarse· en el mismo
nivel de discusión y probar contra sus adversarios
que la retención de Picci no perjudicaba sino que
por el contrari!) contribuía ·a la buena fama de
-los 1esuitas 7• Por eso en el segundo apartado de
su disertación incluyó una razón que tituló de
~Política" para no ·renunciar al donativo "porque
no se rían de _nosotros" y luego par~ que . no se
dijera que la Compañía era tan rica que no ne-
cesitaba de la hacienda:
"y es también razón política que si se pusieran car-
teles. . . en que se dijese que quien quisiese tomar-

7. Cook, Noble David. La población fndígena en el


Penl colonial; Rosario 1965 (publicaciones de la Univer-
sidad de Rosario). Ver del mismo autor su introducción ·
a "Padrón de los indios de Lima en 1613", Lima i968
( publicaciones del Séminario de Historia Rural Andina) . ·
PARBCERBS. ECONOMICOS 121

las (las tierras) a su cargo. . . infinitos darían fian-


zas. . . y aún hipotecan sus haciendas luego. ¿Qué
dirá el Vulego si las renunciamos? Lo que dirá yo
lo diré: que estamos muy ricos y muy poderosos
pues renunciamos una cosa que muchos la admiti-
rían por acción ·de gracias y levantando las manos
al cielo por el beneficio".

Con .toda su importancia, ia honra institucional


era solamente uno de los factores que normaba~
el coiµportamiento económico jesuita. Podría men-
cionarse además la prudencia invocada frecuente-
mente en el texto de Picci; prudencia que como
virtud cristiana de ti:adición clasicista los jesuitas
situaron · por encima de otras, teórica y práctica•
mente; así como su' mesiánica convicción que el
hecho de trabajar para mayor gloria de Dios les
hacía merecedores de ·una especial atención de la
Providencia. Para los propósitos de esta comuni•
cación, sin embargo, es preferible examinar otras
consideraciones aparte de las morales y religiosas;
consideraciones estrictamente económicas en las
cuales lo esencial . era el análisis de la realidad
dentro de la cual desplegaba la Compañía sus
activid_ades. En el caso de la agricultura debían
ellos tener en cuenta no sólo los rendimientos
físico-culturales del suelo sino también la produc-
tividad comercial de la empresa, incluyendo en-
tre otros los problemas del b·ansporte y la mano
dé obra. El éxito dependía de la evaluación co-
rrecta de todas esas relaciones. De los documen-
tos que comentamos sin duda que los más ilus-
trativos en este sentido son los correspondientes a
la hacienda de Cópacabana que veremos al final.
122 PABLO MACERA

Pero son útiles aunque en menor grado los de Ta-


pani y Picci sobre todo en lo que se refiere a la.
política de mano de obra. No repetiremos lo di-
cho en una publicación · anterior. Es sabido que
la población indígena peruana sólo entró en una
fase de recuperación demográfica a mediados &1
siglo XVIII 8• De allí la permanente crisis colo-
nial de operarios para minas y haciendas y el con-
siguiente desarrollo de técnicas diversas para te-
ner hombres de trabajo, lo que Gaspar Rioo lla-
maba todavía a principios del XIX la más escasa
de las mercancías en el Perú.
Las tierras valían no tanto por · su extensión
sino por los hombres que tuvieran. Su propio pre-
cio en el mer.c ado era calculado según esta cir-
c~stancia: una estancia de ganado por ejemplo
según el Parecer de Picci se justipreciaba a me-
diados ·-del siglo XVII en el norte de la costa pe·
ruana a razón de 1,0'00 pesos por mitayo de servi-
cio. Los jesuitas sabían de estas dificultades y las
ponderaban al discutir sus r~inversiones. En el Tra-
tado sobre Tipuani encontramos una evidencia de
}Q dicho: los jesuitas potosinos recomendaron su
compra por dos razones principales: la primera,
por tener tierras suficientes como para arrendar a
indios y vecinos que se comprometerían "a paga,i·
con su trabajo el arrendamiento y hallando el aga-
sajo y tratamiento que a:costumbra la Compañía
en breve [roto el original] y en tiempo que hay

8. Macera, Pablo. "Iglesia y Econonúa en el Perú del


siglo XVIII". En: Letraa NQ 70-71. Universidad Nacional_
Mayor de San Marcos de Lima. Lima 1963.
PARBCBRES ECONOMICOS 123

tanta carestía de esclavos y más en estas provin-


cias de arriba es de mucha utilidad esta razón".
La segunda, porque habiendo pastos podría ven-
dérsele a los dueños de recuas y asegurar el trans-
porte de los productos. Otros documentos com-
prueban que ventajas de esta ínclole, todas ellas
vinculadas a ~a carestía del trabajo, fueron de las
más apreciadas en la economía colo1úal peruana.
Un caso particular (hacienda Copacabana) nos
da todavía mejor información sobre las reglas je-
suitas en cuestiones agrícolas. Copacabana era con •
sus 113 fanega-das a principios del siglo XVII la
única hacienda cañavelera en el valle de su nom-
bre. Los padres Figuerola y Díaz que la visitaron
han dejado una minuciosa descripción de sus cali-
dades en sus ya citados Pareceres. Tierras hondas,
- sueltas y sin carrizales ("no muy puercas") con-
taba con lomas y . alfalfares para 300 reses y mon-
te de guarangos para leña. El padre Figuerola
opinó en contra de su adquisición a pesar de es-
tas obvias ventajas: en el complicado sistema· de
regadío vig~nte en los valles de la costa, el orden
de los tumos de agua era decisivo. Y Copacaba-
na ·estaba mal situada pues era. la última de trece
haciendas: Por· otra parte la proximidad del ca-
mino real aunque facilitaba la salida de produc-
tos, hacía de Copacabana sitio de obligado hospe-
daje, "Paseana casi forzosa de los que salen de Li-
ma y de los que vienen por el camino de Tmji-
llo. .. y no han de bastar providencias de supe-
·riores para sacudir de aUí a los · , ~é o~-...v,,._.,
otras muchas personas de cu_ .. r_'·y sino se"'1!~-.
0
ce nos· exponemos a una que· g~eFal"ro?E
.; · c1t - • CA

'11
'-,.'_!1:9.....___--
<> ~11\) - ,
124 PABLO MACERA

. )

. De otro lado las objeciones ·de Figuerola y el


contrapuesto optimismo de Díaz revelan dos po-
líticas económicas diferentes. Mientras Díaz era
abierto partidario de expandir las operaciones ·agrí-
colas de la Compañía, Figuerola se declaraba en
favor de la consolidación de lo ya adquirido. Su
experiencia así lo aconsejaba. Hacer, si cabe la
redundancia, una hacienda costaba años de esfuer-
zo e inversión de capitales. w sumas gastadas
por ejemplo en Huaura, Motocache, San Jacinto,
Chongollape,. habían obligado a tomar censos y
endeudar los respectivos colegios. Más prudente
era dedicarse a las antiguas propiedades y aumen-
.tar su producción en vez de iniciar otras aventu-
ras "que es lo mismo que divertir las fuerzas,
abarcar muoho y no perfeccionar cosa".
Ultimas preguntas: ¿La moderna mentalidad
que revelan los Pareceres, Tratados y Consultas,
fue en el coloniaje peniano un fenómeno· exclu-
sivamente jesuita? ¿A partir de qué fecha y en
qué sectores sociales se desarrolló un comporta-
miento de tipo moderno en el Perú? ¿Hubo acaso
en quienes organizaron las primeras economías co-
loniales en Sud América un arcaísmo psicológico?
No quisiéramos en estos momentos contestar es 0

tas preguntas ni reconsiderar la antigua discusión


sobr~. el feudalismo americano y los orígenes del
capitalismo colonial. Nuestros materiales son es-
casos todavía. Las investigaciones recientes de
Gonzalo de Reparaz sobre los meréaderes portu-
gueses que operaban en Lima a fines del XVI y
el estudio de Guillermo L(jhmann sobre las car-
tas de un negociante indiano del XVI, prueban
PARBCBRES BCONOMICOS 125

que desde muy temprano actuaban en el Perú


hombres que poseían las mismas técnicas comer-
ciales o idéntica psicología (¿"capitalista':?) que
sus contemporáneos europeos. Pero es necesario
delimitar el campo social, económico y geográfi-
co de sus actividlJ.des. S~ trata de hombres que
pertenecían al sector má~ desarrollado de una eoo-
nouúa portuaria volcada hacia el oomercio exte-
rior y la distribución de mercaderías. ¿No sería
posible que una de· las causas de sus éxitos per-
sonales estuviese precisamente en que sus técni-
cas de negocio no eran practica.das en otras partes
de la economía peruana? Mineros . y agricultores
peruanos de los siglos XVI-XVIII no parecen ha-
ber poseído siempre la instrucción necesaria para
ordenar sus cuentas. En muchos casos ni siquiera
sabían sumar y no les era fácil encontrar ama-
nuenses que los auxiliaran, Cuando en plena re-
forma borbónica los funcionarios fiscales visitar(>n
las haéiendas del .Perú para preparar los cabe-
zones agrícolas, confesaron que a más de la re-
sistencia de los propietarios, el principal obstá(?ulo
para su misión era la ausencia o el caos de la
contabilidad. Y 'todavía a principios del XIX los
periódioos liberales _limeños, interesados en una
reforma de la enseñanza, lamentarían fa escasa
preparación de los hombres de negocios locales.·
No ha de ser pues entre los sectores privados
de la econouúa donde exclusivamente hemos de
buscar los orígenes de la organización mental que
exigía una- econouúa moderna. Salvo el restrin-
gido grupo de cc;>merciantes a que hemos aludido
cuya máxima expresión habría de ser con el tiem-
'
126 PABLO MACE.AA

po el Consulado limeño. Cabría investigar al mis-


mo tiemp~ la psicología de los métodos asocia-
dos: a) a las administraciones institu_cionales (hos-
pitales, conventos, comunidades) y b) a la ges-
tión fiscalista del Estado español. Cualquiera que
haya sido en ambos casos la influencia de los mo-
delos burocráticos tradicionales anteriores al siglo
XVI, las funciones 3/ el carácter corporativos de
esas entidades les imponía el orden, control y
racionalización de sus actividades, en un grado y
continuidad mayores que el negociante privado.
· Quien haya frecuentado los documentos de las ca-
j~ reales coloniales podrá atestiguarlo aunque pue-
da a veces el investigador actual desespenuse por
algún "grueso" · error de suma y resta.
Idénticas conclusiones son extensivas a las ad-
ministraciones eclesiásticas, aunque conviene· dis-
tinguir a la Iglesia secular de las congregaciones
y órdenes regulares. La Ig~esia española en In-
dias tuvo que enfrentar y resolver problemas de
organización económica como prerrequisito para
su actuación proselitista. El primer modelo cris- _
tiano de financiamiento solidario ( limosna, cari-
dad) era impracticable y en el propio Occidente
Europeo había sido desde muy antiguo reempla-
zado por el régimen de los bienes temporales.
El Estado español no q_uiso, sin embargo, que en
el nuevo mundo conquistado se reprodujera el pe-
ligro de una Iglesia feudal y no sólo retuvo el
patronato sino que intervino en la percepción de
algunas rentas ( novenos, diezmales, vacantes, bu-
las). Con todo, la propia Iglesia debió montar
una administración especializada de sus ingresos
PARECERES ECONOMICOS
127

y gastos, administración que consumió horns y


hombres sustraídos al ejercicio espiritual. La igle•.
sia diocesana -los obispos y sacerdotes seculares-
debieron . atender no solamente al buen manejo
de sus diezmos, derechos sinodales y dotaciones
pías, que era lo mejor y más saneado que tenían,
sino además ocuparse de las "tierras de la igle-
sia" adscritas a cada palToquia rural )' de vigilar
los fondos de las cofra<lía-s urbanas. De este mo-
do la Iglesia colonial repitió inevitablemente el
dualismo y contradicciones permanentes en la
Iglesia Católica urgida de usar medios tempora•
les para alcanzar propósitos religiosos. Los pro-
blemas de _conciencia que esta situación provoca•
ba han ·q uedado registrados en los concilios limen-.
ses y en las opiniones de algunos eclesiásticos co-
mo Peña Montenegro y Ladrón de Guevara. Pe-
ro esos mismos escrúpulos señalan la importan-
cia y cuantía de la dedicación eclesiástica a las
cosas mundanas y sólo acusan el extremo delic-
tivo de un complejo proceso dentro del cual ca-
bía también la normal y consentida gestión de los
bienes de la Iglesia. No hay duda que para tal
efecto la Iglesia secular no podía emplear los mé-
todos negligentes usados por algunos particulares.
Las tesorerías y economatos diocesanos fueron por
eso en la época colonial oficinas contables de gran
eficacia y las propias autoridades civiles lo apJen-
dieron, a veces a su propia costa.
En cuanto a las órdenes y congregaciones re-
ligiosas, la modernización administrativa fue fa-
128 P..ulLO MACERA

cilitada por la mayor centralización jerárquica de


estos institutos. Además,· mientras las rentas de la
Iglesia secular eran reglamentariamente distribui-
das entre individuos que recibían su parte alícuo-
ta, el clero regular desarrollaba una economía co-
lectiva de "caja común". Por todas esas razones
el patrimonio de las órdenes y congregaciones
contó con bienes de capital muy superiores a los
de una Iglesia secular que a pesar de sus cuan-
tiosas rentas poseía relativamente un escaso capi-
tal fijo.
Dados nuestros conocimientos no es posible de-
cir si algunas o todas estas administraciones cor-
porativas ( Estado, Iglesia, clero regular) sirvieron
de ejemplo a los sectores económicos privados.
Ese efecto de demostración, de haberse produci-
do, podría en parte explicar fenómenos de men-
talidad que hasta ahora han sido habitualmente
atribuidos a los gestores privados de la economía.

DOCUMENTOS

I SOBRE COPACABANA (1722)

Contiene tres puntos el 1 que sea, el 2 el estado que


ahora tiene, y el 3 si conviene entrar en ella.
Copacabana es fundo de 113 fanegadas (según sus tí-
tulos) de tierras dti labor de excelente calidad muy hon-
da y sueltas donde puede durar y dura por muchos años
la caña sin necesidad de planta, (ilegible) por esto y por
hacer allí asiento todo el valle mantiene por muchos días
el riego y sin el se coge el frijol.
PARBCBRES ECONOMICOS 129

Con todo no son muy puercas ni tienen carrizales ni


se crian en todo la acequia ni caña braba ni de castilla
ni otros matorrales que hagan monte y así sus acequias
y zanjas son fáciles de limpiar, tampo.co hay junco ni to-
tora y solo se cria grama superficial en las tablas más
. humedas. Juzgo • que sin violencia con avios y competen•
te administración puede tener un corriente de cinco mil
barriles de miel en cada año y los alfalfares necesarios
para los ganados del tragin, sin que le falten pastos de
gramadales para mantener un hato de 300 reses y pasto
de lomas donde en invierno se reparen y un · pedazo de
monte de Guarango para leña y palos de quenta.
Tiene en tiempo de mitas señalados (ilegible) riegos y
medio solos los dias de trabajo y todas las noches con más
los domingos y fiestas de dia otros cuatro riegos de agua
que recaudado y puesto en gobierno y no divirtienclolo
en otros arrenderos es suficiente a toda la caña y alfalfa
de que es capaz la hazienda. Estos 4 riegos · vienen por
un pedazo de 44 fanegadas · de tierras que llaman Pueblo
viejo distante media legua . de la hazienda cuya mayor uti•
lidad consiste en el reaumento de agua porque aunque
alli se pudiera fundar chacarilla de sementeras de maiz
y frijol todo esto se conseguirá mejor en la hazienda gran•
de trayendo a ella su agua. Fuera de lo dicho pertenece
a esta hacienda todo el gramada! y cienegas del camino
real donde comen las recuas de los Pasageros y suele im•
portar 300 p . al año y también se tiende alli el ganado
de la hacienda.
Punto .2. Estado presente de la hacienda. No tiene
alfalfar alguno y se trae alfalfa de afuera para las mulas
de los huéspedes. Y por eso están flacos los bueyes de
trapiche que son cinco y las mulas con que muele otro
trapiche que son seis. Por esto y por atender al beneficio
de la caña y por haber caña bastantemente madura, no
se muele todos los días.
PABLO MACE.RA
130

Muelen con dos trapiches y hay otro tercero armado


y son dos medias pailas las que se cocinan y suelen ren-
dir seis barriles de miel o siete y otros ellas lo hacen todo
raspaduras que suelen ser cada día de 35 a 40 pesos. La
caña que hay, con dificultad mantendrá esta corta xqolien-
da todo el año por que. casi todo ella está sin beneficio.
A este beneficio no pueden atender queriendo moler
con la gente que (ilegible) porque casi toda la ocupa esta
corta molienda Vg. 2 horneros y moleros, siete personas
en el trapiche, cuatro artjeros dos de caña y dos de pa-
ja, siete mondadoras de caña, 4 que se ocupan en la guar-
da de carneros y ganados, tres regadores, dos cocineras
de los amos y la gente, 2 arrieros que traen a Lima las
raspaduras y 15 cargas ele leña cada semana y 20 ba-
rriles de miel así mismo cada semana y ese día vienen
tres, 1 que se ocupa en guardar la toma, suman 34 perso-
nas. A esto se añaden diez muchachos y dos mugeres vie-
jas que al presente nada hacen hasta 52 que dice el Pa-
dre M9:theo serán los negros ele la donación quedan seis
para el campo, menos los que ocupa la enfermería y otros
accidentes.
Hay también en la chacra una sementera de 3 fane-
gadas de maiz que no está bueno y 11 de frijol que no
está- malo.
Hay 20 burros, 80 mulas, 210 cabezas de ganado va-
cuno y 35 bueyes de arada, en que entran 11 novillos
que se pueden aplicar al trapiche. Hay 3 pailas corrien-
tes, y buenas y otras en que guardar y recibir los mela-
dos. Item una tahona que está corriente. Los corrales y
la ramada del trapiche y parte de la casa necesitan de
reparo por el salitre.
No sabemos fijo lo que· debe la hacienda: el herma-
no Pascal dice que el padre Matheo le refirió que se de-
ben al presente de quatro a cinco mil de réditos. A mi
me dixo que llegó a tener la hacienda en poder de su
PARECERES ECONOMfCOS 131

hermano noventa negros. Ahora • dice tener 60 ( aunque


para nosotros serán 52) hace annonia no solo esta falta
de 30 negros y no dar la hacienda para comprarlos, sin
que tampoco haya dado para enterar los réditos de los
censos que entiende ser su principal de 60 u 62 mil pe-
sos. Un caballero me dijo que II diferentes sujetos y a él
mismo habian solicitado para que comprase esta hacienda
y que no lo ha querido espantado del mucho censo a fa-
vor de la Inquisición.
El Padre Matheo ha dicho que varias personas se ofre-
cen a comprarla por lo mismo que se da a la Compañia.
De estos y otros principios colijo el gran deseo que tiene
la señora de desprenderse de ella, antes que llegue algún
estruendo de embargo ( que no será la primera vez) y se
quede sin nada como creo que sucederá según los pasos
que lleva si no halla quien se la compre. ·
El valor de esta hacienda al presente según alcanzo
es de (ilegible) en esta forma. 52 negros unos con otros
a 450 p. son 23100. Itero 210 cabezas de ganado bacuno
en que entran temeros a 80 pesos son 1680. Irem 40 bue-
yes a 20 ps. cada uno son 800 ps. ltem ochenta mulas
a 20 p. son -1600 p, lt. 20 burros 8 p. son 160 p. It. tres
pailas 2000 p . La caña 12 mil p . Casas y oficinas y co-
rrales 5 mil. -herramientas aperos, bateas, y otros menu-
dencias de casa miel 2,000 ps. Las 113 fanegadas de tie-
rras según los títulos ( poco más o menos que no me acuer-
do bien) a 45 p. son (ilegible) p ., las ·44 fs. del Pueblo
Viejo que son flacns a 35 p. son 1540 p. Las de las ciene-
gas del camino real mil pesos, las sementeras de maiz y
frijol mil pesos. Importa el valor según esta cuenta 59,265
p. Y añade otros 33,375 p. suponiendo que las tierras de
Copacabana valen treinta mil no haciendo caso de la tasa-
ción de los títulos y que las de Pueblo Viejo valen 10 mil
por la común aprehensión del valor de las tierras vecinas
a Lima. Añadese también 400 p. del precio de una faho-
132 PABLO MACERA

na, es el sumo valor de esta hacienda 93,040 p. . Y este


es el estado que ti81le al presente.
Punto 3. Si conviene que nosotros entremos en ella.
Tiene una calidad pésima de estar en el mismo camino
Real en tal distancia que es Paseana casi fonosa de los
que salen de Lima y de los que vienen por el camino
de Trujillo donde tienen posesión de hospedarse los Pro-
vinciales de las Religiones, y no han de bastar providen•
cias de superiores para sacudir de alli ·a los obispos, Oi-
dores y · otras muchas personas de cuenta, que van o vie-
nen de camino y sino se hace nos exponemos a una que-
ja general. Y si se hace es una pensión de mucho caudal
y de mucho embargo y estorba a los chacáreros ocupa-
dos en asistir a Huéspedes con su persona y con los escla-
vos el tiempo que había de cuidar_ de la hacienda.
No es de menos consideración otra mala calidad de
ser esta hacienda la última de otras trece que estan sobre
su azequia cuya agua siendo tan limitada se ve acechada
de tantos hacendados y otros pegujaleros que suelen te-
ner en ellas.
Y cuando entre ellos hay algún' hombre temerario nos
.expone -a pleitos y escandalos y si topa con algún chaca-
rero pussilanime o descuidado, la hacienda se pone a ries-
go de perderse por falta de agua. A que se· agrega la
experiencia. que tenemos de otras part~ en que somos
los últimos que nos dejan toda la carga de la limpia y re-
paros de las acequias. La desta hacienda hasta el río por
camino derecho tiene legua y media y dos por los rodeos,
y su toma propia que es la última de todas, dista una le-
gua de las casas de esta hacienda. Y estando en nuestra
mano entrar o no entrar en hacienda de tan mala cali-
dad, será mucha gana de ella el admitirla.
A esta calidad se reduce la de lindar con otra hacien-
da grande del Convento de la Merced que llaman San
Lorenzo exponiéndonos a los mismos pleitos que ~ha pade-
))
I

CUADRO VII
...
POBLACION ESCLAVA - b) DISTRIBUCION POR EDAD - HOMBRES

Tot. ToL 11- l~ 19- 51-


Haciendas escl. bom. -1 ¾ l % 2-5 % 6-10 % 14 % 18 % so % 60 % +60 % s.E. %
La Huaca 266 124 4 3.2 4 3.2 14 11.2 6 4.8 13 10.4 11 8.1 46 37.0 . 17 13.7 9 7.2 o
San Jacinto 206 113 o 0.8 7 6.19 16 14.1 5 4.4 1 0.8 53 46.9 7 6.1 21 18.5 2 1.7
San Juan de
la P&mpa 280 164 3 1.82 o 10 6.0 13 7.9 15 9. f 7 <\.2 81 49.3 ' 17 10.3 18 10.9 o
Motocache 129 66 5 7.5 o 7 10.6 8 12.1 4 6.7 4 6.0 21 31.8 5 7.5 9 13.6 3 4.5
Vilcahuaura 221 102 1 0.9 2 1.9 6 5.8 12 11.7 4 3.9 9 8.8 50 49.0 5 4.9 12 11 .7 1 0.9
Santa Rosa
' 180 0.9 5 10.3 10 9.4 4 3.7 o 56 52.8 8 7.5 11 10.3 o
t de Caucato
San Regis 302
106
183
l
4 2.1
4.7
2 · 1.0
11
6 3.2 13 7.1 6 3.2 8 4.3 105 57.3 15 8.1 21 11.4 3 1.6
Villa 433 187 8 4.2 10 5.3 21 11.2 18 9.6 13 ~9 ·s 2.6 85 45.4 14 7.4 10 5.3 2 1.0

CUADRO VIII
POBLACION ESCLAVA - e) DISTRIBUCION POR EDAD - MUJERES

Tot. Tot. 11- IS- 19- 51-


\ Haciendas
La Huaca
escl.
266
muJ. -1
142 7
%
4.9
l
3
%
2.1
2-5
12
%
8.4
6-10
11
%
7.7
14
12
%
8.4
18
13
%
9,!
so
68
%
47.8
60
13
o/o
9.1
+60
2
%
1.3
S.E.
1
%
0.7
San Jacinto 206 93 2 2.1 3 3.2 9 9.6 4 4.3 5 5.3 4 4.3 55 59.1 1 1.0 8 8.6 2 2.1
~ San Juan de
·¡ la Pampa 280 116 6 5.1 o 15 12.9 7 6.0 9 7.7 4 3.4 65 56.0 3 2.5 7 6.0 o
p Motocache 129 63 2 3.1 2 3.1 ll 17.4 9 15.8 3 4.7 8 12.6 24 38 .0 4 6.5 o o
Vilcahuaura 221 ll9 1 0.8 o 18 15.1 12 10.0 7 5.8 9 7.5 65 54.6 3 2.5 3 2.5 1 0.8
l Santa .Rosa
180 74 12 16.2 17.5 3 4.0 5.4 28
de Caucato 2 2.7 7 9.4 13 4 37.8 2 2.7 2 2.7 1 1.3
.1 San Regis 302 119 6 5.9 2 1.7 8 6.7 10 8.4 7 5.8 5 4.2 61 51.2 5 4.2 10 8.4 1 0.8
12.1
/
Villa 433 246 13 5.2 7 2.7 30 34 13.8 9 3.6 13 5.2 104 42.2 19 7.7 16 6.5 1 0.4
1~
,1
'I!
PARECERES BCONOMICOS 133

cido Bocanegra, y de hecho mostró el Padre Mathéo un


pedazo de tierra que dice pertenecer a Copacabana y se
le tiene usurpado dicha hacienda de San Lorenzo. El H.
Pascal dice, que cuando la administró Fray Diego Ar-
mendariz, causó a Copacabana mucho petjuicio quitándola
de mano poderosa el agua. Y el mismo Padre Matheo que
a él mismo le estrelló en su cara que le moleria a palos.
As[ mismo esta hacienda por la desgracia de la situa-
ción en el camino y en parage donde pastean todas las
recuas de valles y otras partes está expuesta a no tener
cosa segura en mulas ni ganados: Y por esto y ser única
de caña en el Valle causa muchas pesadumbres los ro-
bos de este genero: Y por la concurrencia· de tanta bestia
son lastimosas y casi inevitables los daños que hacen en
la caña. Esto mismo es ocasión a los negros de la hacien-
da para hacerse ladrones y tener colusión con los pasaje-
ros, y de hay y por la vencidad del paraje infame de pie-
dras gordas han pasado algunos asaltadores de caminos,
como dicen los ha tenido famosos esta hacienda.
Estas calidades bien ponderadas bastan a mi ver para
arredrar a cualquiera hombre prudente, y mucho más a
Religiosos de la Compañía que tenemos más obligados a
cautelar las ocasiones de quejas y disgustos quando no
hay una grande y evidente utilidad que propondere; y no
la hay examinada la naturaleza de la donación que se nos
propone. La hacienda a lo sumo vale 93 mil pesos: El
censo y la pensión de 3 mil pesos que se pide importen
el principal de mas ciento y veinte mil pesos. Saldrá gra-
vada la Compañia en 27 mil pesos.
La hacienda de Cuando en el valle de Chancay con
muchos cañaverales, ingenio, cabecera de agua y 700 ne-
gros esta arrendada en cinco mil pesos, vease si sera bien
dar. seis mil pesos en cada un año por la de C~pacaba-
na, valiendo un tercio menos que aquella. El Colegio de
San Pablo no ha menester haciendas, sino adelantar las
que tiene y que le quiten censos. Seria gran cosa si so-
134 PABLO MACERA

bre lo que ahora le abruman, le sobrecargasen otros cien-


to y veinte mil disponiendo con charidad extraordinaria que
los censuatarios tuviesen segura sus pagos, y la señora Do-
nante encontrase con la buena ventura de una congrua tan
decente como 3 mil p . de renta con que vivir en paz en
regalo, y sin solicitud ni sobresalto alguno, en tiempo que
esta a punto de quedarse sin hacienda•
.No es pequeño inconveniente el de admitir nueva ha-
cienda, cuando apenas hay hermanos de talento para la
administración de las que hay, y los principales son vie-
jos cuya falta fatigará mucho la providencia de los Supe-
riores.
Otro inconveniente es el que nosotros mismos aumen-
tamos dicha ha. enviliciendo el valor de las haciendas an-
tiguas con la abundancia si Dios la diere de la nueva, cuan-
do ahora hay gran dificultad de expander la miel de las
chacras que tenemos.
Tampoco está el Colegio para nuevos y extraordinarios
gastos como son forzosos muy grandes en dicha hacienda
sino queremos que de una vez se pierda en nuestras ma-
nos. Por que como dije en el segundo punto, no se pue-
de moler y beneficiar sin que se le metan siguiera veinte
negros y otros avios.
Y esto no se puede hacer sin el fatal recurso de tomar
plata a censo que es lo que tiene en tanto riesgo y apre-
tura .al Colegio lo qua! por la prohibición de Roma no se
puede hacer, y menos faltando la próxima esperanza de
redimido.
Esta esperanza es muy remota, por que los medios y
el fin suelen estar muy distantes de las ideas y los de-
seos, y sujetos a los accidentes del tiempo y a las buenas
o malas administraciones. Y la experiencia enseña que
tardan muchos años en hacerse y fundarse bien las ha-
ciendas, Cuaura apenas lo ha conseguido -y para esto a
recibido mas censos que vale ella. Motocache y Sn. Ja-
PARECERES ECONOMICOS 135

cinto van por los mismos pasos y se hallan muy adelante


en el enpeño y muy atrás en la utilidad. Changollapi
ha puesto a un parecer el Colegio de Trujillo, se hallaba
bien aquel Colegio y por mejorarse se puso a riesgo de
quiebras y gime con la carga de los censos. Al presente
por la misericordia de Dios no pasa mal el Colegio de
San Pablo y será tentar a su Divina Majestad el querer-
se mejorar por tal medio de cargarse de nueva •hacienda
de nuevos censos y de nueva solicitud y cuidado tempo-
ral que es lo mismo que divertir las fuerzas abarcar mu-
cho y no perfeccionar cosa: lo qual urge mas en la cir-
cunstancia de estar fundando a Chincha y aun hay mu-
cho que adelantar en las haciendas antiguas, en quienes
empleado el gasto que se podía· hace·r en Copacabann, es
mayor y más cierta y menos trabajoso a la utilidad. Por
todo lo dicho mi parecer es que no conviene el comprar
ni admitir tal hacienda para ningun Colegio nuestro y mu-
cho menos para el Colegio de San Pablo sugetandole a
la mas acertada resolución de los Superiores. De qual-
quiera resolución que se tome parece conveniente avisar a
la Señora porque en la pública visita de la hacienda que
se ha hecho el estado· de suspensión puede ser de mucho
perjuiciCS' a los intereses de la hacienda ya sea de parte
de la señora ya sea de la nuestra.-Lima, Agosto 9 de
1722.-Nicolás de Figueroa 0 •

II COP~CABANA ( 1727) ·

Por que he llegado a entender que se delibera sobre


si será o no conveniente entrar en Copacabana y que se
trae a consideración un papel que hice años ha, cuando
de orden de los superiores reconosi aquella hacienda en
que parece que afirmé que tenia fondo pára un corriente
de cinco mil barriles de miel ~n cada año, lo cual si se
creyese podría producir engaño y éste alguna precipitación.

• ANP. Sección. Compat\la de Jesús. Varios !¡. 4.


136 PABLO MACERA

Digo que entonces dije lo que me pareció sin la ex-


periencia que ahora tengo como crei que San Juan podrla
dar seis mil barriles de miel como antiguamente daba y
he vivido estos años con esa esperanza mas me he -des-
engañado por que por más esfuerzo que se han hecho y
excelentes chacareros que ha tenido y haber estado bue-
nos y copiosos los cañaverales, aun no hemos conseguido
un corriente de tres mil y quinientas botijas. Será por ser
ahora un tercio mayores respecto de las antiguas. También
creí algun tiempo qÜe nuestra hacienda de Bocanegra po-
dría dar ocho mil botijas y ya los años · me han desenga-
ñado de que con toda amplitud, abundancia de aguas y
muchas buenas tierras no pasa de un corriente de cuatro
mil barriles unos años con otros.
Veo que la labor de la miel consume muchas caña.
Veo que Copacabana no tiene muchas tierras respectq
destas dos haciendas nuestras. Veo que el agua es muy
limitada y que no puede mantener los grandisimos caña-
verales que demandan cinco mil barriles ni los alfalfares
que (ileg.) al mucho ganado de una hacienda gruesa. Veo
que de los que tenia memoria nadie ha medrado con tal
hacienda, veo que las esperanzas engañan y burlan a los
deseos y veo que el tiempo desengaña.
El pues me obliga a retractarme y decir que no hará
poco quien pusiere a Copacabana en un corriente de dos
mil y quinientos barriles, a grandes esfuerzos de tre5 mil
en una buena administración, y no tiene fondo para más.
Y esto mismo dijera ahora segun que lo siento si me lo
mandaran jurar. En todo lo demas que digo en aquel
papel me ratifico en especial en lo de no convenir a nos-
otros entrar en tal hacienda por las razones que alll pon-
go y por otras m1s. La primera ésta que apunto de no
ser el fuerte de la hacienda tal como entonces imaginé
y la segunda por haber sabido que ahora es mucho ma-
yor que entonces el empeño de los censos. En . todo me
sujeto al mas acertado juicio de los inteligentes y mucho
PARECERES ECONOMICOS 137

más al de V. R. a quien guarde N. Sr. como deseo.-Li-


ma y Setiembre 12 de 1727. Muy siervo de V. R. Nico-
lás de Figueroa • .

III COPACABANA ( 1727)

Con ocasi6n de haber pasado a mandar cortar unos


Guarangos para Lejias a la quebrada que llaman de Ca-
ballero Rio arriba de Carabaillo hallándome cerca de la
Hazienda de Copacabana pasé a ella por ver en este año
que ha sido esteril de aguas y a fines de setiembre que
es el tiempo de ~yor escasez lo que demostraban los
cañaverales y la cantidad de agua que había en la ace-
quia y hallé que todos los cañaverales asi nueóos como
viejos están muy frescos sus hojas verdes y su tierra hu-
meda y lo mismo el frijol que en tres partes tiene sem-
brado que estando ya algunos proximo a cojerse y otro
madurando estaban muy verdes y frescos aun sin haber.
llevado riegg alguno despues de haber sembrado. El maiz
de · diversos tamaños ni cabe mejoria de todo lo .cual se in-
fiere la gran bondad de la tierra y juntamente que tiene
agua suficiente pues no obs.tante las circunstancias dichas
del tiempo y esterilidad del año andaban cuatro regado-
res con bastante agua cada uno.
La caña que al presente muelen aunque no está muy
crecida está de tan buen saz6n que de una media paila
de que aun no se llenaban otras veces tres botijas de miel
sacaron aora mas de cuatro panes de azucar de peso de
una arroba y 5 a 6 libras cada una.
Segun el tanteo que pude hacer hago juicio que Po-
dra desde hoy hasta todo el año de 28 moler continua-
mente tres medias pailas de que con corta diferencia sal-
<lran 15 arrobas de azucar y desde principios del año de

• ~ - Sección CompaMa de 1esú:s lg. 4.


- - - - - - - ..

138 PABLO MACERA

29 en adelante po~ moler seguidamente cuatro me-


dias y si, desde ahora se fuese sembrado la más caña de
que es capaz segun la unidad de sus tierras y el agua
juzgo se pudiera entabalar con corriente de seis medias pai-
las a lo menos muy seguramente de cinco y en esta con-
fonnidad juzgo 'que por lo presente puede muy seguramen-
te dejar con dichas tres medias pailas para pagar todas sus
personas y. aviarse cumplidamente de sus avios anuales
aun reponiendolo 4 ~ 6 negros por lo que se mueren y en
adelante dejar libres de diez o doce mil pesos en cada
año.
Para lo dicho se necesita de un avio de treinta mil pe-
sos para poderle poner número de 150 negros de todas
edades y las oficinas, pailas y trapiches corrientes.
Es hacienda que con el ganado vacuno y pastos que
tiene, bien atendida no necesita de comprar novillos pa-
ra bueyes ni carne para la gente, lo mismo el maiz y fri-
jol que todo lo coje en abun<i;ancia tiene competente mon-
te para las cenizas de que hacer lejias, para labrar azucar
y muy buenos alfalfares para mantener los ganados y mil
cameros y si se cuida de regar el monte <!e guarangos
en tiempo de abundancia de aguas puede dar toda la le-
ña que necesitare una comunidad de 50 sujetos poco más
o menos asi lo siento salvo etc. Lima y septibembre 24 de
1727. Juan Dia.z •.

• ANP. Sección Compañía de Jesús, vari05 I¡. 4. :


FEUDALISMO COLONIAL AMERICANO: .
EL CASO DE LAS HACIENDAS
PERUANASº

La Hacienda peruana de los siglos XVI al


XVIII, como también la republicana ( aunque de
modo diferente), era algo más que una empresa
económica. Su modo de producir le exigía el cum-
plimiento de funciones religiosas, demográficas y
fiscales que la convertían en una compleja enti-
dad social dentro de una rivalidad a la vez sus-
titutoria y complementaria de la ciudad española
y el pueblo de indios. Sus objetivos económicos
s~lo podían ser alcanzados a través de la satisfac-
oi_on de una escala de fines mediatos como la con-
centración de mano de obra y el control psicoló-
gico y moral sobre ella por medio de una reli-
gión en que el trabajo ('4e los "'otros") era presen-
tado como un camino purgativo del Pecado Ori-
ginal. . .
Con sus múltiples funciones la hacienda pe-
ma,na del ooloniaje no fue organizada reflexiva y
0
Publicndo en: Acta Histórica XXXV. Számából Sze•
ged, Hungría, 1971. La presente versión es un resumen
· del prólogo de Pablo Macera a Mapas coloniales de ha-
ciendas cuzqueñas. Lima 1968. Seminario de Historia Ru-
ral Andina.
140 PABLO MACERA

normativamente por un cálculo anterior a su rea-


lización. Los primeros "hacendados" se limitaron
a repetir el modelo de la hacienda peninsular y
el modelo de las primeras plantaciones hispano
portuguesas del Atlántico pre-colombino. Pero
adaptaron esas experiencias dentro de un esquema
de colonización continental, "tierra adentro" y te-
niendo en cuenta las peculiaridades bioclim,1ticas
de la tierra Inca con su riguroso control de las
poblaciones trabajadoras: migraciones compulsivas
de los mitimaes, servicios personales colectivos de
la mita, fijación de yanaconas, reubicación de
pueblos, etc. La hacienda peruana sólo puede ser
comprendida subrayando en este proceso de re-
cepción el hecho de ser colonial.' Por ser colonial
el hacendado puede aprovechar las relaciones de
dominación política sobre los indios infü.iendo de
ese tipo de vasallaje un usufructo privado de tipo
económico. Al punto que, como habría de decir-
lo el Fiscal Eyzaguirre a principios del siglo XIX,
el indio por ser vasallo de muchos terminaba ca-
si no siendo vasallo del Rey. Por la misma ra-
zón, cuando el clima y los provechos de fo. pro-
ducción lo permitieron, los hacendados españoles
( peninsulares o criollos) restablecieron y exten-
dieron la esclavitud que, a pesar de haber sido
practicada en el Occidente medieval, carecía de
importancia a fines del siglo XV, incluso en la
propia España donde la tradición esclavista ára-
be se extendió muy limitadamente al territork
cristiano. El esclavismo colonial americano en-
troncaba de este modo con el ejemplo .atlántico
portugué~.
FEUDALISMO COLONIAL 141

Los esclavos rurales y los siervos indios die-


ron a la hacienda americana una fisonomía arcai-
ca en que se combinaban las técnicas del latifun-
dio romano, los feudos carolingios y las plantacio-
nes sub-tropicales del siglo XV. Sin embargo el
hacendado colonial no pudo, llegado el caso, mo-
vilizar aquellos recursos humanos y todo el poten-
cial económico de su dominio para obtener po-
·der político como sí lo hubiera hecho w1 señor
feudal. No conocemos en el Perú que los peones
hayan sido convertidos en soldados para satisfacer
algún propósito político personal de sus emplea-
dores. A no ser cuando se produjo excepcional-
mente alguna quiebra del poder central: en el
siglo XVI con los Conquistadores y sus guen·as
civiles, y en el XIX con los Libertadores y Cau-
dillos militares. O sea que el régimen colonial
que hacía posible el arcaísmo de las relaciones
sociales dentro de la hacienda, imponía un límite
a ese arcaísmo de modo que no incomodara al
Estado centralista español. Desde este punto de
vista la hacienda no llegó a ser un feudo a ple-
nitud al menos en lo que toca a sus relaciones
con el Estado y la sociedad global. Pero por eso
mismo el feudalismo de la hacienda fue todavía
más acentuado en lo que llam~íamos su frente
interno, pues la autoridad central, satisfecha con
la obediencia, neutralidad o indiferencia políticas
del propietario rural, no se sintió necesitada de
intervenir dentro de las haciendas para eliminar
un enemigo .de su poder absoluto y eminente. ~e
limitó a una legislación social de cumplimiento
muy limitado salvo en aquell~ puntos en donde
142 PABLO MACERA

los intereses del Estado entraban en contradicción


con los intereses privados del agricultor. Este feu-
dalismo interno fue consentido por las autorida-
des no tanto con un carácter político compensa-
torio ( este aspecto no ha sido hasta hoy estudia-
do) como más bien porque era el único modo
como la hacienda podía cumplir sus objetivos eco-
nómie(?S y servir al mismo tiempo de auxiliar en
el control colonial de las poblaciones indias. En
otras palabras, cuando designamos a fas haciendas
peruanas de los siglos XVI-XVIII como feudalis-
mo-colonial, no tiene para nosotros el concepto
"colonial" uria significación adjetiva exclusivamen-
te cronológica. No se trata .simplemente de .que
durante la época colonial hubo alguna clase de
feudalismo en I).uestra sociedad rural. Sino que
la hacienda era feudal por ser colonial. La feu-
dalización del agro era un modo y condición del
colonialismo.
El caso de las haciendas peruanas ilustra una
· paradoja sugerida por Ch. Verlinden: mientras el
descubrimiento y la colonización de América fue
uno de los factores que aceleraron la "moderniza-
ción" económica y social de Europa, significó al
mismo tiempo la "rearcaización" de América. Re-
arcaización que en el Perú no lo fue solamente
en términos occidentales ( por la reproducción de
etapas superadas. en el Occidente europeo) sino
que también implicó el regreso de algunos patro-
nes socio-culturales pre-incas. Cuando la expan-
sión colonialista europea incorporó América a la
Historia Universal no la hizo ingresar del todo al
siglo XVI sino que la instaló según su convenien-
FBUDALISMO COLONIAL
143

cía en diferentes escalones o tiempos de su pro-


pio desarrollo social histórico. Los americanos de-
bemos tomar conciencia de esta paradoja y no
dejarla disimular con los cómodos conceptos de
subdesarrollo y disparidades regionales, conqeptos
puramente descriptivos y no genéticos que ocul-
tan la razón original de ese subdesarrollo y de
esas disparidades. El siglo XVI americano, y el
Perú del siglo XX lo sigue siendo, fue la Europa
de los siglos VII a XIII, el imperio romano del
siglo IV y hasta la Grecia clásica mercantil; y la
concurrencia de todos esos modos injertados en
la modernidad europea capitalista del XVI en ade-
lante produjo un desajuste de ritmos sociales que
hasta ahora no hemos podido compatibilizar.
11
Rearcaización americana-modernidad europea,
dejan de ser un.a paradoja, sin embargo, si refle-
xionamos que el arcaísmo de nuestras· sociedades
fue el precio que los europeos hicieron pagar a
sus colonias para solventar su modernización. No
hubiera hacienda colonial, 'Ili sociedad rural se-
mifeudalizadas en el Perú si esta situación no hu-·
hiera favorecido los bajos costos de la producción
minera ameiicana que Europa demandaba para
satisfacer sus crecientes necesidades de circulante.
No podemos ahora sugerir una hipótesis para el
· desarrollo de las relaciones entre Agricultura y
Minería coloniales de un lado y los provechos
metropolitanos de otro. Sólo diremos que fa efi-
cacia del· modelo consistía en coordinar y hacer
compatibles los relativos bajos precios agrícolas
( bajos por referencia a los precios últimos del me-
tal precioso en los mercados internacionales) con
144 PABLO MACBRA

una capitalización interna del propietario rural y


de otros sectores de las colonias; capitalizaciones
que no sólo "contentaban", aunque a medias, a
los colonos sino que además les permitían con-·
vertirse en consumidores de las manufacturas eu-
ropeas. Por todas esas razones las _potencias colo-
niales europeas, en particular España, dificultaron
la industrialización de América, lo cual, entre
otras consecuencias, impedía la creación de gran-
des mercados urbanos que incidieran en la califi-
cación, volumen y aumento de precio~ de la pro-
ducción agrícola.
Por lo dicho, nos encontramos en el centro del
debP.te sobre el "feudalismo" peruano ( definido
por nosotros como feudal-colonial). ¿Fue el ha-
cendado un señor feudal? ¿Las hoy llamadas dis-
paridades regionales autorizan acaso a hablar de
un dualismo estructural de la sociedad peruana?
¿Por ser colonial, en qué se diferencia el feuda-
lismo americano del europeo?, etc. Puesto que
abundan las sugerencias y los temas laterales, nos
limitaremos a examinarlos sólo en lo que direc-
tamente se refiere a nuestro objetivo inmediato
o sea definir las funciones de la hacienda perua-
na colonial d~ntro de la sub-sociedad rural del ~i-
glo XVIII.
El carácter feudal de la hacienda ( carácter
antes que nada colonial, compensatorio, rearcaico
e incompleto) debe ser estudi.a do en dos frentes
mutuamente complementarios: el frente extemq
de sus relaciones con el Estado y la sociedad glo-
bal; y el frente interno en tanto que organización
FEUDALISMO COLONIAL 145

de un centro poblacional de trabajo. Nos ocupa-


remos ahora sólo del primer problema, .p ues al
frente interno dedicamos páginas adelante un ca-
pítulo especial. Es conocido que el Estado espa-
ñol no gobernó sus colonias valiéndose e'$clusiva-
mente de su propio aparato administrativo. Tuvo
como auxiliares suyos no sólo a la Iglesia y a los
funcionarios del Estado Inca vencido sino también
a la totalidad del sector privado español. En
cierto modo este último sector suplía al emplea-
do oficial; la naturaleza y grado de esa sustitu-
ción varían.
De todos los colaboradores privados de la ges-
tión colonial, dos de ellos, el Encomendero y el
Hacendado, fueron los de mayor importancia en
lo que respecta a las sociedades campesinas y -asu-
mieron roles de acentuado feudalismo. Es útil
sin embargo distinguir al uno del otro, sobre todo
porque ha sido lugar común durante mucho tiem-
po en la historio~afía americanista sostener que
el origen de la gran propiedad rural se encontra-
ba en la Encomienda. Esa hipótesis fue recogida
en el Perú por algwios autores como una prueba
de nuestro feudalismo; aunque tal prueba era irre-
levante, pues el feuda:lismo de la Hacienda no lo
es menos por el hecho de no confundirse con la En-
comienda. Los trabajos, entre otros de Silvio Za-
vala, Ots, Manuel Vicente Villarán y José Miranda
aclaran definitivamente el problema. El error tra-
dicional no lo era del ~odo sin embargo; partía
de una interpretación incorrecta de datos mal co-
nocidos. Es cierto que la Encomienda no daba
propiedad sobre la tierra y en consecuencia no
146 PABLO MACERA

cabe hablar de una filiación directa de la Enco-


mienda a la Hacienda pero en algunas regiones
se produjo una superposición de hecho, aunque
prohibida por las leyes: el encomendero fue a
veces hacendado dentro de los límites de su en-
comienda o en lugares vecinos. El Oidor Santillán
atestigua que a mediados del siglo XVI los con-
quistadores peruanos entendían que la encomien-
da les daba señorío sobre los indios y sus tierras.
Y Solórzano refiere, según lo recuerda Villarán,
que "solía dudarse si despoblándose las tierras de
un repartimiento podría pretenderla el encomen-
dero como recompensa de la pérdida sufrida". Los
mismos autores nos informan que el Marqués de
Oropesa presentó esta argumentación a la Audien-
cia de Lima pidiendo merced de tierras. Las mis-
mas reales cédulas que ordenan quitar las ~tan-
cias a los encomenderos que las tengan en la ju-
risdicción de sus pueblos, parece indicar asimismo
una situación de facto al maTgen y en contra de
la evidente diferenciación jurídica entre encomen-
dero y hacendado.
Hay, pues, que reformular en el futuro una
cuestión que no puede ser dilucidada por un exa- .
men jurídico-institucional. Sería conveniente con-
frontar la nómina de los grandes propietarios ru-
rales con el registro de encomenderos. ¿Sería im-
posible por ejemplo que w1 encomendero casara
con una hacendada propietaria en los términos
de su jurisdicción; habda· estado entonces obligado
a vender la hacienda; o la ficción de los "bienes
propios" salvaba la dificultad? La "endogamia"
ari~ocrática de la que hablaba Jorge Guillermo
FBUDALISMO COLONIAL 147

Leguía favoreció este tipo de alianzas matrimo-


niales con su secuela de herencia y consolidación
de todos los privilegios familiares. Las genealo-
gías de que disponemos permiten decir que en
unas mismas familias se acumularon hacendados,
encomenderos y corregidores aunque no podemos
determinar las coincidencias individuales. Sólo
cabe en el estado de nuestras investigaciones dru·
el caso de los marqueses de San Juan Nepomu-
ceno y Santa María de Facoyán ( familias Muñoz,
Mudarra, Roldán Dávila, Sancho Dávila, Carrillo
de Córdova). Los de este poderoso grupo a más .
de ser encomenderos de Recuay tenían propieda-
des dentro de la región,. o en sitios próximos, co-
mo el obraje de Nuestra Señora de la Soledad y
la hacienda de Yurma en Gonchucos y las estan-
cias de Seccha y Chinguil. '
Estas mismas familias nos proporcionan un
ejemplo de otra clase que prueba no la superpo•
sición encomendero-hacendado sino la conexión
corregidor-encomendero. Lo conocemos por un
juicio seguido contra ellos en el siglo XVIII por
el Cacique del pueblo de San Juan de Huaral,,
Silvestre Espinán. Este pueblo aw1que dentro de
la jurisdicción de Chancay era anexo a la enco-
mienda de Choque Recuay, en Huaylas, de la que
era titular una Roldán Dávila cuyo marido Mu-
darra era corregidor de Chancay. Pues bien, es-
te corregidor-encomendero y hacendado consorte
obligó a los indios a que vendieran 43 fanegadas
de tierras ( "por tener ellos bastante en dicho va-
lle que no sembraban por su imposibilidad y el
atraso de los tiempos") , con el pretexto de tener
PABLO MACl:RA
148

renta para pagar los bi butos de cuya percepción


estaba encargado el mis~o Mudarra. El método
era general en todo. el Perú y fue una de las vías
de apropiación española de la tierra indígena. Pe-
ro en la venta hecha a censo perpetuo y redimi-
ble, se especificó que después de separar para el
sínodo 108 ps. de la renta censual, el remanente
lo recibiese el encomendero a cuenta de sus ingre-
sos. El marido-corregidor puso pues sus funciones
públicas al servicio de su mujer-encomendera. Co-
mo éste son muchos los ejemplos de la misma
clase en ·que el hacendado completa y perfeccio-
na sus .derechos sobre la tierra y la mano de obra
gracias a los privilegios que tenía como funciona-
rio público o encomendero. Tal confusión de ser-
vicios mutuos fue posible porque encomenderos,
hacendados y corregidores lo eran en virtud de
un der~o premia! común nacido de la Conquista.
l No es sin embargo en la superposición Enco-
mendero-Hacendado donde radica la feudalidad
del régimen hacendario colonial. Si así fuera que•
darían exentas todas las haciendas en que no se
hubiera presentado aquella superposición. Con to-
do, aún en estos últimos casos, cuando el hacen-
dado no tenía otra actividad que su propio ne-
gocio, valdría la caracterización pues en sus rela-
ciones con el Estado y la Iglesia ese hacendado
hacía funcionar su hacienda como un universo
clausurado regulando según su prov~o la comu-
nicación con sus trabajadores. Ese rol de inter-
mediario se evidencia en la cobranza de los tri-
butos indígen~. El Corregidor o su comisionado
el cacique-cobrador no exigía es~ tributos direc-
FEUDALISMO COLONIAL
149

tamente cuando se trataba de los indios avecinda-


dos en la hacienda. Los Libros de Quillcas ( jor-
. nales) examinados por nosotros prueban que los
propios hacendados descontaban del salario de sus
, trabajadores las cuotas semestra:les correspondien-
tes haciendo las anotaciones respectivas en la pá-
gina de jornales. La hacienda entregaba al co-
rregidor el importe de los tributos ya fuese en di-
. nero o, por arreglos privados, en especie. En el
caso de las haciendas jesuitás se acostumbr6, an-
tes y después de la expulsi6n, que esos pagos se
hicieran mediante vales sobre el centro adminis-
trativo más pr6ximo (la Procuraduría del Cole-
Edo o la Oficina de Temporalidades que la reem-
p1az6) . Este sistema gozaba del favor de los Co-
rregidores no s6lo porque simplificaba su trabaio
sino también porque les permitía negociar con los
hacendados, préstamos personales baio la forma
de adelantos o recibir especies a precios de favor.
Por otra parte, como lo veremos, gradas a esta
modalidad de la cobranza el hacendado podía
contar con una provisi6n adicional de mano de
obra pues los correvdore! o caciques ordenaban
a sus indios que trabajaran en las haciendas para
asegurarse el pago de los tributos. La situaci6n
fue advertida por Alonso Carri6 de la Vandera,
el •a utor del Lazarillo de Cief!OS Caminantes y
de la Reforma del Perú (s. XVIII), quien, aba-
se de su exPeriencia como corregidor en el sur
peruano, defendía los repartimientos y tributos
porque constituían una exigencia que los -campe-
sinos s6lo podían satisfacer comprometiéndose a
trabajar con los españoles.
150 PABLO MACERA

Similar relación tuvo la Hacienda con la Igle-


sia. Toda hacienda de alguna consideración pro-
curaba ofrecer a sus trabajadores la totalidad de
los servicios religiosos usuales a fin de ap_artarlos
de los pueblos vecinos y fijarlos definitiva y abso-
lutamente dentro de los términos de la propie-
dad. La Hacienda tenía su capilla con su respec-
tivo Santo Patrono y las· correspondientes fiestas
para celebrarlo. Si había obtenido autorización
del Diocesano, pagaba un capeUán que figuraba
en sus libros como un empleado más. Esta era
la solución ideal para el hacendado en busca de
total autonomía hasta en lo religioso. Aunque no
siempre la Iglesia, es decir los curas, cedían de
buena gana. Situaciones como la que se produjo
en la hacienda Pachachaca en 1781, pueden ha-
ber sido frecuentes. Allí, el pán·oco de Abancay
quiso que los negros e indios de la hacienda fue-
ran hasta su iglesia a legua y media del caña-
veral. Pero el dueño de la hacienda, vecino muy
poderoso, protestó diciendo que al cura de Aban-
cay se le pagaba 200 pesos anuales precisamente
para que las misas y sacramentos se ofrecieran
en la capilla y no en el curato.
En este registro de sustituciones en que la ha-
cienda reemplazaba al Estado debe contarse tam-
bién la cuestión de ]a circulación monetaria den-
tro de la hacienda. Las leyes exigían que los jor-
nales fuesen pagad~s en moneda y en "manos del
trabajador". Pero esta norma nunca fue estricta-
mente cumplida debido a varias causas. En pri-
mer lugar la política de acuñación colonial la
hacía impracticable pues la mayor parte del nu-
FEUDALISMO COLONIAL 151

merario era de pesos de a 8 reales emitiéndose


muy escasa moneda fraccionaria. Según las iné-
ditas instrucciones del Duque de la Pala ta ( 1684)
para la Casa de Moneda de Lima, cada acuña-
ción se dividía en cuatro p?,rtes; tres de ellas de-
bían ser en reales de a 8 "por ser la moneda más
necesaria y corriente para los comercios deste rey-
no de España y la de más estimación". De la
cua1ta parte restante, fa mitad sería: en unidades
de a 4 reales y de la otra mitad los dos tercios
habrían de ser de 2 }' 3 reales y sólo un tercio
en "reales sencillos" ( 1 real y medios reales). Esa
distribución favorecía sin duda el comercio exte-
rior y las transacciones mayoristas pero entorpe-
cía el comercio a menudeo y los. ga-stos puntuales
de salarios. Al punto que se dio el caso a media-
dos del siglo XVIII que los panaderos ele Limn
solicitaron una elevación del precio en el pan por
ia penuria de moneda pequeña y las dificultades
de cálculo.
Las haciendas, por ser muy bajos los ,jornales,
nunca podían contar así lo hubieran querido ( y
no lo querían) con la cantidad de moneda frac-
cionaria necesaria para efectuai· cancelaciones de-
menor cmmtía. Aprovechando esta circunstancia
instalaron una contabilidad de crédito y pagos di-
feridos cuyo eje eran los Tambos prohibidos por
el Rey y en donde el asnlariado hada anotar a
su cuenta lo que compraba. En algunos lugares
se daban ".señas" que fueron el origen de las pos-
teriores "Fichas" del período republicano, usadas
en minas y haciendas peruanas hasta principios
del siglo XX en reemplazo de la moneda oficial.
152 PABLO MACERA

Valiéndose de este método los hacendados man-


tuvieron a sus trabajadores casi al margen de la
moneda estatal y crearon sus propios símbolos de
pago. Al estudiar la organización de la mano de
obra y el grado de comercialización del producto
volveremos al tema.
Por el estricto control de las comunicaciones
con el mundo exterior, la hacienda se convirtió
en entidad social semiautónoma. La acción de
la Iglesia y el Estado estaban mediatizadas por'
los compromisos que el corregidor y el cura te-
nían con el hacendado; la influencia de las ciuda-
des con su mercado monetario había sido casi dés-
truida por la casi total exclusión del dinero. El
indio de hacienda, ya fuese el trabajador estacio-
nal o el yanacona adscrito definitivamente, no co-
nocía durante el tiempo ~e su residencia más ley
que la del dueño.
Todas las características -anotadas configuran
una definición general de la hacienda como em-
presa económica y entidad demográfica semiau-
tónoma en que las relaciones sociales se desarro-
llaban dentro de un esquema de relativo feuda-
li~mo. Queda por ver los principales aspectos de
su gestión productora así como la organización
del régimen de trabajo, ambos a través de un
análisis de casos· que complemente o corrija la defi-
nición propuesta. ·
Pero_ conviene antes distinguir las variedades
de la hacienda por regiones y cultivos. No repe-
tiremos lo dicho en otros trabajos sobre los pai-
sajes agrarios peruanos a fines del coloniaje. En
FEUDALISMO COLONIAL 153

dos oportunidades siguiendo los testimonios del si-


glo XVIII hemos sugerido dividir la agricultura
costeña y serrana en vru.i os países más o menos
integrados. En la costa señalábamos cuatro sec-
tores·: a) el extremo norte subtrc;>pical con el algo-.
dón y la ganadería ( actual departamento de Piu-
ra); b) los valles de Lnmbayeque y Trujillo has-
ta el río Santa así como la costa central hasta
Chincha con el predominio cañavelero; c) el sur
chico con los viñedos y algodonales; d) el extre-
mo sur con la diversificada agricultura arequ~pe-
ña, los viñedos y olivares de Moquegua; y Tacna
con su alfalfa y algodón vendido a Charcas. En
la sierra la altitud determinó situaciones eoológi-
cas muy complejas tanto en el norte como en el
sur que a su vez condicionaron la diferenciación
agropecuaria. Chacras de panlleva.r, estancias de
ganados y obrajes fueron las unidades predomi-
nantes en la zona quechua o templada. En los
"valles abrigados" las plantaciones de cañaveral es-
taban dedicadas en el norte más a la chancaca y
el aguardiente que al azúcar, mientras en el stÚ
este último producto tenía demandas. Con la mis-
ma acogida o ya en las tierras yungas se intensificó
más que en el Incario el cultivo de la coca, muy
poco extendida sin embargo al norte de Huánu-
co. Desde mediados del siglo XVIII, además, en
los va'lles de Lambayeque y las provincias orien-
tales de Cajamarca se desarrolló el cultivo del ta-
baco como una agricultura planificada por el Es-
tado español.
Los inventarios de haciendas, los registros de
Alcabalas y los Diezmos eclesiásticos permiten co-
154 PABLO MACERA

nocer algunas modalidades de estos diferentes paí-


ses agrícolas, y determinar en cada situación el
rol de las haciendas. Sólo adelantaremos algunas
conclusiones de un trabajo en preparación sin te-
ner tiempo ahora para calificar la idoneidad de
cada una de las fuentes mencionadas. En primer
término la extensi6n de la hacienda : no es posi-
ble señalar criterio general para todo el Perú se-
gún el cual se acordara la designación. Todo de-
pende de los promedios regionales; y aún enton-
ces la vanidad del propietario puede haber for-
zado el título en algunas documentaciones. ¿Có-
mo explicar de otro modo que se hable de la "ha-
cienda Tarpuro" en el Cuzco que no tenía más
de 6 topos? Con menos seguridad podemos de-
cidir para otras "haciendas" que, verbi gratia La
Calera también en el sur serrano, no pasaban de
las 20 fanegadas y alguna vez fue bien llamada
"hacienduela". Ejemplos clásicos como el de Vic-
cho comentado por nosotros en otra ocasión son
excepcionales allí sí, paso a paso, en la titulación,
podemos ver cómo .vacilan los escribanos para ha-
blar de chacra, tierra, fundo hasta definitivamen-
te decir hacienda, cuando Viccho redondeaba las
75 fanegadas. Dificultan también la identificación
de la hacienda las necesidades administrativas de
clasificación. Este parece haber sido el problema
de Feyjóo de Sosa cuando como corregidor de
Trujillo a mediados del siglo XVIII inventarió .
las propiedades de su .jurisdicción. En el Valle de
Chimó llamó haciendas por eso a 13 que tenían
meno~ de 20 fanegadas, incluyenido algunaSI de
muy corto tamaño como ra de Ma·rtín Aranda ( 6
FEUDALISMO COLONIAL 155

fanegadas), Curas ( 9 fanegadas), La Merced ( 13


fgs.), Gucliño ( 6 fgs.), Colmenero ( 3 fgs. ) y cin-
co más que variaban_enb·e 2 y 5 fgs. Y todo ello
pese a que el tamaño promedio registrado por
Feyj6o para los valles de Chimó y Ohicama era
muy alto:
Valle del Valle de
Chlmó Cblcama
20 fanegadas 13 o
20 - SO fanegadas 17 5
SO - 100 fanegadas 5 4
100 - 300 fanegadas 3 10
300 - 500 fanegadas o 12
- 500 fanegadas o 5

Pueden haber influido en el caso de Fey- ·


j6o las prttensiones de prestigo social de los
dueños de pequeñas tierras. Lo sospechamos por-
que, en otra región ( Chilca al sw· de Lima)
y años más tarde ( ! 774), los funcionarios eclesiás-
ticos cuando empadronaron a sus feligreses no va-
cilaron en diferenciar las haciendas propiamente
dichas de otras empresas de diferente magnitud
y naturaleza. El párroco de Cañete llamó hacien-
das a las de Casablanca, La Quebrada, lbiaca,
Arona, El Dulce o Montalbán, mientras el de
Chilca calificó de "chacras" a las que en la Pas-.
cana y Guancani, términos del pueblo de Chilca,
en la otra banda, arrendaban un cuartelón con su
familia y un mestizo soltero.
Las relaciones entre la extensión y los tipos
de cultivo tampoco fueron uniformes. Al respecto
156 PABLO MACERA

es conveniente corregir el anacronismo que, par-


tiendo de la observación de plantaciones costeñas
del siglo XX, sugiere para la época colonial una
asociación general y permanente entre cañavera-
les y gran extensión. Y en este sentido, aunque
no diga sus fuentes, puede aceptarse provisional-
mente la información de Gaspar Rico ( 1813)
quien decía que el valor de los fundos azucare-
ros peruanos oscilaba entre los 100.00 pesos y
1,200.00 el más grande, calculando para todo el
Pení una inversión de 37 a 40 millones de pesos.
Pero también eran frecuentes a mediados del siglo
XVIII plantaciones muy p~ueñas de explotación
casi familiar. En Lambayeque un funcionario es-
pañol encontró abandonadas en 1767 las hacien-
das cañaveleras de Palomino, Popan, Sipan, San
Nicolás y en mal estado las de San Juan, Cayaltí,
San Cristóbal, Cojal, ChtJmbenique, la Otra Ban-
da y La Viña. La causa era la abundancia de.
"trapiohitos" dedicados a1 menudeo de la caña y a
la elaboración de aguardiente y chancaca. Estos
pequeños productores habían derrotado a los gran-
des capitales al envilecer el precio del azúcar que
había bajado desde 18 rls. a 12 rls. la arroba. Y
para la sierra norte, los cabezones huanuqueños
de 1754 consignan es cierto 17 cañaverales en la
doctrina de Huacar, pero también 27 pequeñas
plantaciones a las . que llaman '1Iuertas de caña-
veralito", "pedazillo de cañaveral", etc.
Toda la extensión de la hacieñda, cualquiera
que e1la fuese, no estaba sometida al cultivo, ni
era utilizada en cualquier otra forma. No nos re-
ferimos aquí a la rotación y descanso de lotes de
FBUDALISMQ COLONIAL 157

terreno, regla general que encontr~os especifi-


cada en la hacienda C1;1Z4Ueña de Aguacollay, si-
no a los terrenos eriazos fuese por su calidad ( ris-
co y peñolería) o por la deficiencia de agua. Esta
ú1tima circunstancia fue decisiva en algunas regio-
nes. En los valles costeños no existía otra posibi-
lidad de agricultura. que el riego por acequias, fa.
cilitada a pesar de todo por la topografía regular
y sin mayores accidentes. En la sierra cabía tam-
bién' el cultivo de secano o temporal aunque las
tierras bajo riego rendían y costaban más. En una
misma hacienda serrana podían darse los dos ser-
vicios de agua, el de río y el ·de lluvia. Incluso
en las propias plantaciones o mejor en sus ane-
xos, pues el cañaveral propiamente dicho exigía
el riego. Mollemolle, por ejemplo, sobre 152 fa-
negadas sólo· poseía 38 fgs. y media con agua de
río. En algunos casos era posible convertir tie-
rras de secano al servicio de regadío. Los jesuitas
lo hicieron en Mollemolle ( Abaneay) y también
en el panllevar de Guasacache comprada por ellos
en 1586 a la viuda de D. Diego Peralta. Con per•
misos y pago de derechos hicieron atravesar con
una acequia las tierras del Hospital . para llevarla
a Guasacache. Más tard~ ( 1712) actuaron del
mismo modo con las tierras que eran de los in-
. dios de Pampacolca quienes se las vendieron "por
serles inútiles, como ma:las y faltas de agua". Trein-
ta años después ( 1743), los jesuitas con su influen-
cia consiguieron 15 días y noches de "tanda" de
·agua para sus 249 topos.
En general la mayor parte de las estancias y
tierras de panllevar en la sierra dependieron de
158 PABLO MACE.KA

las lluvias temporales. El examen de algunos jn- ·


ventarios rurales lo comprueba, revelando además
las grandes extensiones del dominio forzosamente
al margen del cultivo. Para el Cuzco podemos
dar así los siguientes porcentajes de tierras de po-
cos pastos sin agua o de cerros y piedras:

% de pastos, erlazas
Haciendas Extensión total y similares
Aguacollay 357 fgs. 1/2 50,2 %
Guaraypara 221 fgs. 3/ 4 75,4%
• Piccho 151 fgs. 3/4 67,9 %
Tamborada 78 fgs. 71,0%
Uqui 69 fgs. 1/2 92,2%
Sallac 129 fgs. 33,0%

Las condiciones naturales obligaron así al sur-


gimiento de empresas mixtas dedicadas a la vez
a la agricultura y a la ganadería, ya que esta úl-
tima bien podía aprovechar los peores terrenos
de la hacienda. Sin olvidar que aquel tipo de aso-
ciación resultaba indispensable para solventar los
consumos internos de la hacienda y asegurarse
fletes y, además, diversificar los ·riesgos.
Extensión variable, diferenciada calidad de la
tierra, alto promedio de eriazas, todas estas con- ·
diciones más acentuadas en la sierra que en la
costa, son datos comunes a las haciendas perua-
nas. Otra más es lo que hemos llamado la dis-
continuidad del dominio que pudo darse en tres
tipos principales: a) el de los cañaverales urgi-
dos de anexos agropecuarios para mantener a su
gente y a los animales de carga. Discontinuidad
FEUDALISMO COLONIAL 159

determinada por la necesidad de una producción


complementaria. Por esta razón, fue comprada
la estancia de Chongoyape y anexada al cañave-
ral de Tumán en Lambayeque; b) la discontinui-
dad dentro de un proceso de expansión horizontal
de los mismos cultivos, fue el más frecuente pa-
·r a el panllevar serrano. Algunos de los mapas le-
vantados por Arechaga para las haciendas jesui-
tas del Cuzco ilustran bien este tipo; e) la discon-
tinuidad que resultaba de adquisiciones calcula-
das no tanto para aumentar la producción como
para diversificarla o aumentar sus rendimientos.
Aguacollay que compró los terrenos de Tiqui pa-
ra poseer el buen molino allí instalado que a más
de los ingresos de la molienda· ejercía una cierta
presión sobre los pueblos vecinos. En las dos úl-
timas situaciones la discontinuidad estuvo también
condicionada en la sierra por las comunidades
campesina.s cuyas propiedades no siempre resultó
fácil adquirir por usurpación o compra.
Lo dicho nos lleva a una primera conclusión
en lo que se refiere al rol de la hacienda dentro
de la sociedad rural andina: ese rol además de
su complejidad cambiaba de una región a otra y
según fuera el tamaño y la naturaleza de la em-
presa. Las grandes haciendas, los verdaderos la-
tifundios, ejercían un poder extraordinru.io sobre to-
das las poblaciones vecinas. Cacamarca, Pichui-
churo, Pachachaca entre las propiedades serranas
de los jesuitas abarcaron una gran zona de influen-
cia. Pensamos también en esas haciendas como
la cajamarquina de Celendín en obraje, 12 hor-
nos, 8 corrales y potreros, su pampa de cañave-·
PABLO MACERA
160

rales ( para 5,000 arrobas de molienda), montes y


bosques, dos capillas y una hermosa casa seño-
rial "con lindas puertas y ventanas" y su gran ave-
nida de naranjos. O todavía mejor esas tierras
amayorazgadas de los orgullosos trujillanos del si-
glo XVIII: el vínculo de los Lecca con sus 500 fa-
negadas; o la extraordinaria .acumulación, muy
por encima de todo promedio, de los marqueses
de Bellavista que eran propietarios de casi todo
el valle de Virú. Los dueños de esos predios eran
grandes señores dentro y fuera de sus dominios,
demasiado influyentes para que la ley los tocara
y la hacienda el eje a cuyo alrededor giraban es-
pañoles, mestizos o indios porque de ella necesi- -
taban para negociar telas, alquilar sus mulas o
vender fuerza d~ trabajo.
Sin duda que el rol de la "hacienda pequeña"
fue diferente que el de estos grandes. dominios;
haciendas pequeñas a las que en el futw·o hab1·á
que prestar mayor atención junto con otros tipos
de asentamientos rurales como las. comunidades
y arrendatarios menores. Sin insistir en estas po-
sibilidades quisiéramos en una última aproxima-
ción llamar la atención sobre la desigual distri-
bución de la hacienda dentro de una región, de-
sigualdad que observamos así en la sien·a como
en la costa. Nuestras investigaciones al respecto
recién han comenzado y no poseemos todavía un
catastro retrospectivo del Perú. A lo más ofrece-
remos algunos ejemplos, más concretamente dos:
Santa y Chanca.y, ambos en la costa central. En
Chancay el subdelegado efectuó en 1785 una vi-
sita de la cual resultaba que los 5 cañaverales y
FEUDALISMO COLONIAL 161

las 43 haciendas ( panllevar, ganado de cerda y


vacuno) se hallaban concentradas en Chancay,
,Hu.aura y Sayán (17, 10 y 8 respectivamente). ,
Mientras que algunos pueblos de· costa como Vé-
gueta no tenían ninguna en sus términos o sola-
mente una como Huaoho; circunscripciones ente-
ras son mencionadas en el documento como re-
giones de pequeñas propiedades y tierras comu-
nitarias. Similar es la situación para los pueblos de
la provincia de Santa en 1786. De las 28 hacien-
das del partido, 11 estaban en el valle de Pati-
. vilca, 5 en Casma y ·6 entre Nepeña y Santa. Nin-
guna fue mencionada para los términos de Lacra-
marca, Moro, Casma Alto, Llaután y Guaricanga.
Dejamos para otra ocasión estudiar el ori-
gen de estas haciendas, tema al que acudimos al ·
examinar las relaciones encomendero-hacendado. A
lo más siguen algunos apuntes. Podemos decir
que las haciendas se formaro.n por: a) merced;
b) composición; c) compra-venta; d) habilitación
de tierras baldías; e) sucesión hereditaria. No es
posible ' hoy decidir cuál de esos procedimientos
jurídicos fue el de mayor importancia por épocas
y regiones. · Directa o indirectamente todos ellos
procedían del derecho predial de la conquista y
por consiguiente significaron el desconocimiento
de los derechos adquiridos de los indígenas_ pe-
ruanos.
' En cuanto a las tierras de las comunidades
que eran de propiedad del Rey, pues como decía
Ramírez de Baque<lano en 1710, los · indios sólo
tenían su uso, varias disposiciones las reglamen-
taban y protegían, pero sin total eficacia. Ya des-
162 PABLO MACERA
1
1
de el siglo XVI se dispuso que a más de los in-
dios presentes se tuvieran en cuenta a las gene- 1
raciones venideras y el segundo Cañete fue ins- 1
buido de proveerlas con este criterio ( 1591) "así
por lo que toca al estado presente como al por-
venir del aumento y crecimiento que puede te-
ner cada uno". La cantidad asignada a cada in-
i 1
dio variaba. En la costa central ( pueblo de Au-
callama, 1712) el visitador Jiménez de Urrea
asignó 2 fgs. a cada indio adulto tributario; y en
Cajamarca a fines del siglo XVII se dio cuatro
l
1
topos a reservados y viudas y el doble a los tri- 1
butarios. A más de las cuotas individuales debía
distribuirse las· tierras de comunidad, él monte pa- 1
ra sus ganados y una parcela para la iglesia. Por 1
último las llamadas cacicales que debían ser cul- 1
tivadas por los indios; estas "cacicales" eran dis-
tinguidas claramente de las que hubiera podido
comprar el cacique por su cuenta como particular. 1
Cuando se concluía el reparto de tierras el vi- 1
sitador declaraba las sobrantes, que se sacaban a
rematé de mejor postor. En la práctica tales so-
brantes dieron ocasión de abusos y fueron mate-
ria par~ la expansión de las haciendas.
Cañaveral o panllevar, grandes mayorazgos,
pequeñas pertenencias, las haciendas coloniales
eran empresas económicas y es necesario subra-
1
yarlo aunque signifique empujar una puerta abier- 1
ta, pues no han faltado en el Perú quienes han li- 1
mitado ese concepto a las negociaciones industria-
les, mineras y comerciales, imaginando una ha-
cienda ficticia destinada principalmente a:l goce
suntuario del dominio. Por el contrario, la psicolo-
l
1

~
1
FEUDALISMO COLONIAL 163

gía del hacendado no era diferente ni opuesta a la


del importador de "efectos de Castilla" o a la del
fletador de barcos monopolista del trigo chileno.
Como de todos ellos, decía un predicador peruano
del XVII, su norte es la ganancia. ¿No se había
quejado un arzobispo limeño ~ principios del siglo
XVIII que los hacendados por su afán de lucro
eran incapaces de ver en el campo una creación
de la Providencia y de gozar sus bellezas con cari-
tativa y agradecida admiración? Por consiguiente
la explotación de la tierra fue organizada con mi-
ras económicas ~e utilidad aunque de paso uno de
sus objetivos fuera la obtención o el mantenimien-
to de prestigio S()cial. Por cierto que los hacen-
dados fueron los primeros interesados en presen-
tarse como hombres que se sacrificaban por el
bien de la República ( de españoles se entiende) .
Las tierras según ellos dejaban escaso provecho
y se mantenía, decía en 1790 un aglicultor de Huá-
nuco ( que molía 2,000 arrobas de azúcar al año),
"por amor y sin codicia". Sin duda que en algu-
na época, a fines del coloniaje, la agricultura, co-
mo toda la economía del virreinato, sufrió una
gran depresión. Pero nada confirma esta imagen
dirigida principalmente a conmover las exigencias
fiscales. Esta motivación debe ser recordada al
utilizar algunos testimonios sobre la "pobreza" de
los hacendados. ¿Podemos acaso reconocer buena
fe a Gaspar Rico cuando afirmaba ( 1813) que el
· rendimiento agrícola de los fundos azucareros no
sobrepasaba el 3% del capital de Lima y el 5%
en Trujillo? Nuestras fuentes evidencian, al con-
trario, un alto margen de beneficios, superior in-
PABLO MACERA
164

cluso al de algunos sectores contem¡,9ráneos de


la producción peruana. Sin considerar el capital
permanente de la tierra, teniendo en cuenta el
circulante anual invertido, los hacendados perua-
nos se hallaban en envidiable situación. Un exa- .
men de la contabilidad de 'las haciendas jesuitas,
antes de la expuisión, lo comprueba'. Para 9 em-
presas agrícolas seleccíonadas dentro de panlle-
var-ganado, una de viñas y las otras de caña, el
porcentaje libre sobre el producto bruto prome-
dio en cinco años ( 1762-66) fluctúa enb:e 24.6%
para el menor y un altísimo 64.9% en la mejor:

Producto
Haclendas , Años libre ¾P.llbre
en pesos
Bocanegra 1762-1766 89,476.5 ½ 35,9
Sn.' J . de Chun.
changa 1762-1766 76,927 45
Sn. Feo. Xavier 1761-1765 138,791 .1 30.4
Pachachaca 1760-1764 102,863 . 5 ½ 24.6
Sn. José de ·
Nazca 1762-1766 178,198.7 % 36.4
Est. Cámara y
Arani 1762-1766 12,183.3 % 61.4
- Guari 1762-1766 5,285.1 64 .9
Vichu 1762-1766 6,238. 7 38.7 %
Yanatuto 1762-1766 2,306. 1 51.S

No sabemos con seguridad de qué modo eran


utilizadas esas ganancias. Sin duda que tratándo-
se de particulares y para empresas de mediano
tamaño, servían para el mantenimiento familiar
~ las ciudades. Pero en grandes obrajes y plan-
FEUDALISMO COLONIAL 165

taciones subsiste la duda sobre si hubo o no rein-


versiones significativas dentro del propio sector
agropecuario y en qué proporci6n. Hay que te-
ner en cuenta que las posibilidades eran en ese
sentido limitadas, pues si exceptuamos la compra
de esclavos y tierras; el rengl6n de máquinas y
construcciones no ofrecía· perspectivas de expan-
sión por el carácter tradicional de las empresas y
la exagerada "vida" o duración que se acordaba
a los implementos. Incluso en herramientas de
campo la hacienda peruana más desarrollada pre-
senta un notorio atraso. Los inventarios de hacien-
das evidencian esta situación al mencionar mu-
chas veces esas herramientas en conjunto y por su
peso en arrobas o libras de hierro. Puede indicar-
se eri este aspecto diferencias regionales con una
mayor modernizaci6n y mejor equipamiento pa-
ra la costa y un <lesan-ollo más acentuado de los
cañaverales. Esta última circunstancia vale tam-
bién para 'l a sierra. Una comparación entre los
cañaverales de Pachachaca y Mollemolle de un
lado y un fundo típico de panllevar serrano co-
mo Guaraypata indica que para 1770, los dos pri-
meros tenían equipamiento similar al costeño,
mientras que Guaraypata ofrece una imagen más
tradicional sin ninguna lampa ( en Pachachaca ha-
bí!l 114 y en Mollemolle 40) que reemplazaba
por "coronas" indígenas. · El atraso del aperaje
serrano puede ser explicado por -la mayor dispo-
nibilidad de mano de obra y porque en los pac-
tos o entables de trábajo no sólo los yanaconas
sino algunas veces los forasteros alquilas ( trabaja-
dores estacionales) estahan obligados a llevar sus
166 PABLO MACERA

propios instrumentos; y éstos eran de piedra y ma-


dera y pocas veces de hierro.
Desde luego que un análisis de la reinversión
del "producto libre" está todavía en sus comien-
zos. En el Seminario de Historia Rural Andina,
dos estudiantes ( Mauro Escobar y Angélica Aran-
guren) se han propuesto estudiarlo para los viñe-
dos de la co~ta y las estancias de la sierra; siendo
estas últimas las más difíciles pues no estamos
todavía en capacidad de decir si además de la
.eparación de ahijaderos, puede o no incluirse en
el rubro de reinversiones al índice de renovacio-
nes del ganado (número de crías-número de ·ca-
bezas · vendidas y muertas). Debemos confesar
· que parte de nuestras dificultades actuales sobre
esta cuestión proviene de una prograrnaci6ñ no
diré defectuosa, pero sí unilateral del examen que
hicimos en 1966 de los presupuestos de gastos de
15 haciendas; los datos recogidos sumaban las ci-
fras de inversiones con las de insumos debido a
que las fuentes no siempre permiten diferenciar
a uno d~ otros ya que nuestro interés principal
era entonces determinar la proporción de salarios
pagados dentro del gasto total.
Sin continuar con estos problemas nos interesa
previamente averigual· de qué modo organizaba
la hacienda peruana su producción y cuál era el
carácter de ésta. Aunque parte del producto era
directa e inmediatamente empleado en ia mis·ma
hacienda, estamos muy lejos de una falsa "eco-
nomía natural" destinada al ·autoconsumo. Por el
contrario la producción agropecuari_a se dirigía al
PBUDALISMO COLONIAL 167

mercado y funcionaba dentro del es~echo sector


monetario de la economía colonial. A estas con-
clusiones hemos llegado después de estudiar la
dishibuci6n del producto de 12 haciendas jesuitas
1760-66. Los porcentajes correspondientes a las
Remisiones y Ventas son los más altos y mayo-
ritarios. Aclaremos que Remisi6n comprendía to-
dos los productos que la hacienda enviaba a la
ciudad sin que directamente los negociara, ges-
ti6n esta última que encargaba a oficinas especia-
les o a particulares comerciantes. En el caso je-
suiJa esas remisiones podían remitirse o a la
Procuraduría del Colegio respectivo ( Remisi6n
"principal") o a otras partes ( Remisi6n "otros").
· De lo que restaba Ja hacienda comerciaba por
su cuenta vendiendo "en su propia casa" (Venta
"interna") o asumiendo el transporte (Venta "ex-
terna") . Los reglamentos de alcabalas de la se-
gunda mitad del siglo XVIII nos dicen que este
tipo de ventas "internas" y "externas" estuvieron
mµy generalizadas en todo el Perú; y por consi-
guiente para el caso de las, empresas particulares,
tal rubro debe haber tenido una importancia mu-
cho mayor que entre los jesuitas donde la centra-
lización administrativa determinaba mayores "Re-
. m,isiones".
Aunque los dato's recogidos se refieren a viñas
y cañas,. el grupo más "moderno" dentro de la
agricultura peruana del siglo A'VIII, nuestras con-
clusiones son extensivas a otros tipos de empresas,
incluso en la sierra misma como lo hemos com-
probado pa·r a el grupo cuzqueño de panllevar. Po-
demos decir en resumen que la empresa agro-
168 PABLO MACERA

pecuaria peruana se caracterizaba por un a/,to ín-


dice de comercializaci6n, o sea de interdependen-
cia con los mercados monetarios.
A pesar de la extensión otorgada a los proble-
mas empresariales de la comercialización del pro-
ducto, para nosotros la cuestión de la mano de
obra sigue siendo la definitoria del carácter y fun-
.ción de la hacienda feudal-colonial peruana. En
ningún caso mejor que en el Peru . los mercantilis-
tas hubieran podido decir que fa población es ri-
queza. La tierra abunda y valía relativamente po-
co tanto en la costa como en la sierra; todos los
escritores coloniales coíncidieron en este punto. , ·
Lo que escribió por ejemplo Feyjóo de Sosa a
mediados del siglo XVIII sobre la despoblación
laboral de los valles de Trujillo no constituye un
testimonio aislado. Similares eran las quejas de
mineros, comerciantes o industriales en sus memo-
riales a las autoridades del virreinato; nadie en-
contraba la mano de obra "abundante y barata"
que todos codiciaban para sus negocios. Como
lo afirmaba en 1813 un · español -avecindado en
Lima, "el hombre en ·s entido económico es la
mercancía más preciosa que éxiste en el universo
y vale en razón de su escasez o abundancia. Gra-
duada la que tenemos y podemos distribuir hoy
en nuestros dominios en ninguna parte tiene tan-
to valor como en este territorio".
Desde luego que carestía de mano de obra no
significaba necesariamente _disminución ni . baja
densidad demográfica, en términos absolutos pa-
ra todo el Virreinato peruano. Quizá durante el
primer siglo de la .Conquista se produjo una co-
f'BUDALISMO COLONIAL 169

rrelación de esa clase. Pero en los años siguien-


tes y aunque nunca llegó la población indígena
a igualar sus niveles pre-coloniales, hay que te-
ner en cuenta otros factores sobre todo para las
fases que propone Woodrow Borah de estabilidad
y recuperación lenta de pobladores a partir del
siglo XVII. Pensamos en el carác:ter colonial de
la sociedad dentro de la cual se daban las rela-
ciones de trabajo. Ese carácter colonial se expre-
saba por el funcionamiento dentro de la sociedad
peruana de dos sub-sociedades o "repúblicas" co-
mo entonces se les llamó, entre las cuales por
el acto inicial de la conquista se había estableci-
do un vínculo de dominación.. La sociedad indí-
gena sojuzgada se hallaba referida al mismo tiem-
po a . dos economías y culturas. De un lado se
hallaba obligada a p~cipar dentro del ~uego so-
cial de la sociedad mayor cuyas pautas habían
sido diseñadas de acuerdo a los moldes europeos.
Del otro, poseía una sub-cultura y desarrollaba
una sub-economía propia, diferente y hasta opues-
ta a las que caracterizaban a ·Ja sociedad de los
colonos. Esta división en dos repúblicas favore-
cía los privilegios coloniales de europeos y crio-
llos. A éstos no sólo pertenecía el poder político
de decisión y la consagración y prestigio socia:Ies,
sino que también se reservaban los sectores econó-
micos principales ( gran comercio, minas, agricul-
tura de exportación) dajando para la república
indígena las actividades secundarias de algunas
artesanías, el pequeño comercio de subsistencias
y una agricultura que superaba en poco el auto-
consumo.
PABLO MACl!RA
170

Dentro de esta ~tructura de la sociedad colo-


nial el indio procuró reducir al mínimo su comu-
nicación con los españoles; pues todos esos con-
tactos, y en particular las relaciones de trabajo,
venían a ser otros tantos modos de dependencia.
La comunicación se producía, desde luego, pero
como obligatoria y forzada por la "república" de
españoles. Los indios por su cuenta aspiraban a
vivir dentro de sus propios límites comunitarios
persiguiendo un ideal de autosuficiencia que era
la contrapartida de su propia inseguridad social
a la cual reflejaba. Durante todo el coloniaje esa
pdlítica indígena de autosegregación obstac1,1liz6 el
pleno aprovechamiento de la mano de obra por
pa1te de los colonos. Valiéndose de las propias le-
yes del Estado dominante, las comunidades indí-
genas conseguían librar parte de sus hombres del
trabajo en la minería y agricultura españolas. Re-
tención artificial y defensiva que permitía no só-
lo satisfacer las necesidades económicas inmedia-
tas del grupo sino también pr~servar su coheren-
cia interna. Es · denb·o de esta perspectiva que
puede explicarse la multiplicación de cargos re-
ligiosos y civiles, dentro de las comunidades indí-
genas. Se trata de un sobre-empleo que mante-
nía ocupado, en algunos casos, al 50% de la po-
blación adulta hábil que, por esta.. razón podía lle-
gar a ser sustraída, de hecho, al trabajo extraco-
munitario. En el pueblo cajamarquino de Santo
Tomás de Hualgayoc, por ejemplo, sobre 50 tri-
butarios había en 1801 diez ministros. de justicia,
entre alcaldes, Regidor y Alguaciles; 6 oficios de
Iglesia y 6 camayoes de cofradías ( no abstante
FEUDALISMO COLONIAL 171

que esas cofradías tenían, en muchos casos, sólo


4 cabezas de ganado). En total, 22 hombres dis-
tribuidos en funciones aparentemente triviales que
no eran otra cosa que modos de rechazo y con-
ti-aculturáción. Pistos hechos tuvierOI) que ser to-
lerados por el Estado español por considerarlos
otros tantos medios de controlar la masa indíge-
na; aunque af mismo tiempo, y he aquí la con-
tradicción viciosa del sistema, el instrumento se
volviese contra sus propios dueños y sirviera a otros
fines, contrarios al interés de los colonos. Pero an-
demos con prudencia. En estos momentos nadie
puede todavía estimar .el peso, la importancia de .
la actitud que las comunidades indígenas desarro-
llaron frente a su propia mano de obra. Su éxito
estuvo de hecho limitado por la inevitable polf-
tica colonial de la Corona que, sin dejar de pro-
teger a los in·dios, protegía mucho más a sus pro-
pios colonos. La comunidad de indios se convir-
tió para los españoles en una fuente permanente
aunque conflictiva y reticente de fuerza de traba-
jo. No pudo salvar siempre e indefinidamente a
todos sus hqmbres. Tuvo que entregarlos a los
colonos, permitir que salieran para minas, hacien-
das o para el servicio de las ciudades. En todos
']os casos, constreñidos por la combinada presión
de la Iglesia y el Estado que al menos en sus es-
calones ejecutivos inferiores ( entre ellos los miem-
bros de la nobleza indígena) tenninaban siem-
pre por resolver en favor de -las necesidades de
europeos y criollos.
Para remediar sus problemas de trabajo las
sociedades coloniales americanas, y entre ellas el
172 PABLO MACERA

Pení, elaboraron diversas soluciones. En lo que


se refiere a la agricultura, hubo, en primer lugar,
la esclavitud que entre nosotros estuvo localizada .
en la costa, sobre todo en el norte y centro, y,
preferentemente, dedicada a las pla.nt_aciones de
caña; en segundo orden a la vid ( el sur de Li-
ma.). y en proporción mucho menor a las huertas
y pa.nllevar. N_o hemos de ocupamos del trabajo ·
esclavo: sólo diremos que no era un trabajo gra-
tuito pues además del indispensable costo de man-
tenimiento ( alimentación, vestido, enfermería, car-
gas familiares de fa población no laboral de ni-
ños y ancianos) hay que considerar las ·na.madas
gratificaciones, aunque éstas fueran núnimas, y la
concesión de pequeños lotes de tierra, privilegios
ambos que se generalizaron en toda la costa pe-
ruana. Este trabajo de los esclavos conoció algu-
nas modalidades de transición con respecto al
trabajo libre; el pequeño comercio ( sobre todo
carbón, manteca en las áreas urb~as) y la semi-
libertad del esclavo jornalero que entregaba parte
del salario a su amo. Pero la esclavitud no podía
satisfacer todas las demandas de trabajo del sec-
tor agrícola en territorios donde existía. población
de indios, pues aquello hubiera significado o bien
prescindir totalmente de esta última población
o en su defecto permitir que fuera utilizada ex-
clusiva.mente para las comunidades, minas y ser- .
vicios urbanos. Sin mencionar el hecho que una
política laboral de este tipo suponía la introdac-
ción masiva de esclavos con todos los riesgos con-
siguientes para el régimén colonial racista de los
blancos españoles. Los indígenas y mestizos tu-
FEUDALISMO COLONIAL 173

vieron pues que suministrar parte -en el caso


del Perú y México- de la mano de obra que los
españoles necesitaban para sus tierras. Como en
el caso de los negros esclavos aquí también es po-
sible esbozar a grandes rasgos una distribución
geográfica cuyos fundamentos estadísticos publica-
remos después. Sin subestimar las poblaciones in-
dígenas que subsistieron en todos los valles cos-
teños, el núcleo, la zona de concentración abori-
gen fue la sierra del Perú; allí, además, se desa-
. rrollaron cor mayor intensidad las formas comu-
nitarias que sobre el doble precedente, tanto in-
caico como peninsular, institucionalizó el régimen
espafiol. Hubo .pues una triple correlación geo-
gráfica, ,jurídico-social ( comunidades indígenas) y
.demográfica (predoininio de indios y mestizos),
que habrá que tomar .en cuenta al estudiar el ré-
gimen de trabajo que allí se implantó. Pero den-
tro _de esta sierra peruana existían sub-regiones
menores. En primer lugar, de -acuerdo a mi es-
quema ·ya clásico, la Sierra Norte y la Sierra Sur.
En el norte el proceso de aculturación progresó
más ·que en el sur; el castellano se generalizó;
muchas etnías locaJes desaparecieron. Las comu-
nicaciones con la costa fueron por otra parte más
regulares e intensas. Todo ello por oposición al sur
queohua-aymara donde además, a partir del siglo
XVIII, asistimos a un fenómeno de doble arcai-
zación ( indígena y española) de la sociedad rural.
Pero con toda su realidad esta división norte-
sur es por sí sola insuficiente. Para una historia
del trabajo habría que obtener espacios más re-
ducido~. D~de luego que por falta de una geo-
174 PABLO MACERA

grafía histórica es imposible, por ahora, utilizar


el esquema polítjco colonial de las provincias cu-
yos fundamentos económicos y sociales nos son
desconocidos. Al respecto la clasificación quizá
más útil, aunque provisional, sea la que a fines
del siglo XVII propuso el Virrey Duque de la
Palata en su Arancel de Salarios ( 1687). En ese
documento capital que equivale a un verdadero
código del trabajo agrícola, se divide todo el vi-
rreinato en 9 distritos a cada uno de los cuales
se les señala un régimen de salarios. En la cos-
ta: 1) Cañete-Lima-Chancay; 2) desde el río San-
ta hasta Piura; 3) el extremo sw·, de Ica hasta
Arica, incluyendo partes de sierra. En la sierra
seis grupos; 4) todo el extremo norte, desde Ca-
jamarca hasta Loja, con las tierras orientales de
Chachapoyas; 5) la primera zona central com-
prendiendo los actuales departamentos de Ancash
y Huánuco y las provincias de Tarma, Canta y
Cajatambo; 6) otra compuesta por las provincias
de Huarochirí, Yauyos, Jauja, Castrovírreyna, Lu-
canas y Angaraes; 7) Huanta, Huamanga, Vilcas-
huamán, Andahuaylas y Aymaraes; 8) Abancay,
Cuzco y las tierras de Cailloma y Collaguas; 9)
el actual departamento de Puno y algunas pro-
vincias de Charcas. Esta división del virreina-
to fue el resultado de un~ encuesta que duró más
de tres años, operación en la que intervinif?ron
todas las autoridades eclesiásticas y civiles. Esos
informes fueron estudiados en Lima comparando
· unas provincias con otras a fin de determinar las
regiones mayores o distritos ya señalados. En to-
do esto hubo, por cierto, alguna dosi~ de arbitra-
FEUDALISMO COLONIAL 175

riedad administrativa inevitable para los fines le-


gislativos propuestos. De allí que una de las ta-
reas futuras consista precisamente en analizar las
razones y motivos, los fundamentos de la más
diversa índole que intervinieron en esta clasifica-
ción laboral del Perú. Lo que importa destacar
es la repetición de las mismas categorías de tra-
bajadores en las diversas provincias. Esa coinci-
dencia permite considerar al Perú agrícola cqmo
un todo, desde el punto de vista de las relacio-
nes sociales de trabajo. Como el trabajo del cual
se habla en el Arancel es el "trabajo para los es-
pañoles", encontramos, además, confirmada la hi-
pótesis de nuestras primer~ páginas acerca del
rol .de la hacienda en la sociedad rural andina.
. Yanaconas, mitayos, jornaleros, arrendatarios,
encarcelados, esclavos, empleados, · capellanes, ar-
tesanos, indican los variados y complicados pro-
cedimientos a través de los cuales la hacienda
conseguía organizar productivamente el trabajo.
Todos ellos pueden ser ordenados según su grado
de dependencia y subordinación reales, respecto
al hacendado. Subordinación real que no coinci-
día necesariamente con el status nominal que se
les reconocía; pues como veremos el jornalero,
. más en la s_ierra que en la costa, no obstante ser
llamado "gente libre o de mego" estaba someti-
do a una mayor_dependencia por razón de sus
deudas que el mitayo estacional compulsivamen-
te obligado a trabajar en la hacienda, pero sólo
en ·forma estacional. Para evitar confusiones al
respecto renunciamos a una primera visión de
conjunto y preferimos_ antes el análisi~ separado
176 PABLO MACBRA

de cada una de estas clases de trabajo; comen-


zando por los empleados y "enganchadores" para
después de estudiar los mitayos rurales, yanaco-
nas y arrendatarios, demorarnos algo más en el
sistema de pagos en especie, la servidumbre del
crédito y los tipos de consumo asociados con
los ,jornaleros y por extensión con toda la mano
de obra hacendaria.
El escalón ·superior de la hacienda, responsa-
ble de ,t oda su gestión, estaba formado por em-
pleados, criollos, españoles y mestizos; nunca in-
dios o negros, a cuyo cargo estaba el control de
todos los demás trabajadores. El número de es-
tos funcionarios y la calidad de sus 'funciones va-
riaban según fa importancia y naturaleza de la
explotación agropecuaria. El primero de todos era
el Administrador que representaba al dueño, re-
sidente en la ciudad. Lo representaba y lo susti-
tuía, a veces en favor personal suyo, disponiendo
de tierras, hombres y depósitos sin dar cuentas
sino dos o tres veces al año. Los jesuitas, que en
algunas ocasiones no tuvieron a la mano herma-
nos mayordomos que cuidaran sus bienes, tuvie-
ron mala experiencia de estos administradores. En
1732, el padre Sebastián de Villa nos dio una ví-
vida descripción de lo que en una estancia gana-
dera ( Cámara) significaba el mayordomo que la
administraba. ·
"El Mayordomo cuando es secular en esta Estancia
es un príncipe, porque está cerca del Cuzco, cua-
tro leguas de Vicos, comiendo el mejor borrego; •
manteniendo toda la familia que quiere; dando las
cuentas qué se les antojasen; pocas veces visitado.. .
F.BUDAUSMO COLONIAL 177

servido de todos los indios de las Estancias. Man-


tiene pearas considerables de mulas suyas en los
pastos escasos que tenemos; nuestros indios son los
pastores de sus mulas y los que les pagan si se
pierden. Hacen viajes con estas pearas a Potosi y
a los Cocales y envían a nuestros indios a estos via•
jes; tienen sus sementeras en que pueden entender-
se cuanto gustaren, de indios nuestros que se l:is
trabajen, aunque les pagaran o no les pagaran. Tie-
ne°: sus telares de tejer con la iana; tiene muy bue-
nas pollas; y quesos y quesillos y leche y Mayor-
domo a quien mandar lo más arduo; y su buen
salariq. Este es el ser Mayordomo; tiene las ma-
nos abiertas y sin testigos para los cebos, lanas, que-
sos, chalanas, cesinetas que son los frutos de la Es-
tancia; y el comercio_para Arequipa de vinos, etc..."

Las· quejas a mediados del siglo XVIII contra


los administradores Muñoz de Pando (Chota),
Ruiz de Ochoa ( Cacamarca) y Sechier ( Macaco-
na) entre otros, prueban los costos de un sistema
del que sin embargo no podía prescindirse. Por
debajo del administrador estaba el Mayordomo
principal cuyos sueldos eran casi siempre la mi-
tad del primero. En algunas haciendas a más de
este primer mayordomo se tenían otros: mayordo-
mos de Pampa, o de Chacra; en los cañaverales
había, además, un mayordomo de pailas y en
los obrajes dos: uno encargado de los talleres y
otro de los batanes. En algunos casos (por ejem-
plo en las viñas costeñas de San Javier y San Jo-
sé) había también un mayordomo de recua con
un sueldo cuatro veces inferior al del Adminis-
trador.
1.78 PABLO MACERA

Los sueldos de empleados se fijaban por pac-


to escrito al final de los libros de jornales y en
algunos casos por escritura pública. Su monto te-
nía en cuenta los precios regionales y la cuantía ·
de la producción. Los administradores de Caca-
marca y Ninabamba por 1770 recibían 1,600 ·y
1,500 pesos anuales mientras que al de Lancha,
malas tierras de Pisco, le daban tanto .como a
un segundo mayordomo de otras haciendas. Pero
el sueldo por sí solo no implicaba superioridad
social ni siquiera dentro del mundo ce1Tado de
la hacienda. Los trapicheros de los cañaven\!es
cobraban generalmente tanto o más que los cape-
llanes cuya remuneración en los fundos jesuitas
de Temporalidades fue de 175 pesos en Tumán
(Lambayeque). Pero los trapicheros no compar-
tían la mesa con el capellán y el administrad.oi- .
y otros empleados superiores y debían comer apar:
te. Los españoles y criollos, tan celosos de la cor-
tesía como los indios, cuidaron de establecer estas
normas de buena crianza y ,jerarquía.
, Desde Cacamarca informai:on a Lima en 1774
cuáles eran las rigurosas normas que al respecto·
practicaban: "Ponía mesa ( el administrador) pa-
ra comer en la que sólo se sentaban el capellán,
mayordomos de. este obraje y escribiente, por ser
éstos sujetos de distinción por su calida4 y em-
pleos y del mismo modo los huéspedes que rara
vez le faltaban. A los oficiales como son prime-
ro o segundo portero, barbero, despensero y pa-
nadero les daba de comer separadamente por ser
cargos con que sirven; pero ni él ( el administra-
dor) se sentaba con ellos ni ello~ con él". Este
...
FEUDALISMO COLONIAL
179

cuidado · por la di~ancia social - "para evitar Ita-


neza"- fue muy general en la sociedad colonial
española como en todo el antiguo Régimen Occi-
dental. Las haciendas pernanas no fueron excep-
ción y por el contrario acentuaron las formalida-
des a fin de controlar la inevitable intimidad de
hombres 'encerrados por largo tiempo en un es-
trecho . circuito social y geográfico. Al nivel de
los mayordomos auxiliares estaba el médico de
la hacienda, acerca de cuya situación cabría un
estudio especial. Tales médicos a veces sólo fue-
ron cirujanos, prefiriéndose los criollos o españo-
les ( éstos a menudo salidos de los barcos del Ca-
llao) en vez de los mulatos. En las haciendas
de Lima no les pagaban más de trescientos pe-
sos al año, sueldo que también recibían en los
viñedos iqueños, siendo más altos en los cañave-
rales, sin duda, debido al mayor número de es-
clavos por atender. Subordinados suyos tenían a
veces al barbero con bajísimo sueldo, entre cua-
renta pesos como mínimo ( Macacona, lea) hasta
cien como máximo en San Javier de la Nazca.
El sangrador con sueldos parecidos. Había por
último empleados subalternos que estaban muy
cerca de la masa 'común de asalariados, en el
penúltimo escalón jerárquico, tales el Caporal y
el guardia del río; aunque este último en ciertas
condiciones, como en la hacienda limeña de Villa,
desempeñaba funciones delicadas y bien aprecia-
das para que vigilase el cumplimiento de las "tan-
das" o riegos de la hacienda.
Por elevado que fuese su lugar dentro de la
.hacienda, el propio administrador y con mayor
180 PABLO MACE.RA

razón sus subalternos carecían de seguridad en


sus puestos. Los "derechos sociales" eran por en-
tonces múy restringidos. Cuando un empleado
enfermaba por más de quince días en las hacien-
das de Temporalidades, ya no se le pagaba suel-
do y sólo se le daba manutención por una quin-
cena más, pero sin contar e>..iraordinarios rii ali-
mentos para su familia (La Huaca 1769).
Era frecuente que· un solo hombre acumulara
además de su empleo otras funcion~ como inter-
mediario, comerciante o enganchador. En Chota
( 1770) sabemos de un Don Bruno Méndez ( el
Don es de importancia porque revela la estima-
ción social que exigía) que fuera de ser mayo1·•
domo· de Jalea tenía a su cargo el flete de las
mulas y -la explotación de sal para el obraje. El
flete de mula representaba casi los dos tercios de
sus ing1:esos -anuales.
Dentro de una economía casi al margen .de la
moneda, incluso esos empleados eran pagados par-
cialmente en especies. Fuese en concesiones de
tierras como el Mayordomo que los jesuitas tenían
en su huerta de Yucay (Cuzco) a principios del si-
glo XVIII, autorizado a sembrar maíz en los ande-
nes; en gratificaciones de azúcar y "miel 'para la
mesa" en los cañaverales o más -directamente en
cameros frescos, panes y ·quesos · (Cámara) . Pisac
en el Cuzco nos ofrece un hermoso registro de
estos "conciertos de trabajo" donde el dinero sólo
representaba una parte del pago. En esa hacien-
da ( 1689) el Mayordomo de Molino trabajaba
por setenta pesos de plata al año más doce fane-
gas de trigo y veinticuatro borregos. El dinero
FEUDALISMO COLONIAL 181

llegó al final de las cuentas a ser inferior al acor-


dado pues se le descontaron especies y servicios
solicitados hasta que sólo recibió veintiséis pesos
en plata. Años después, 1716, un nuevo Mayor-
domo fue mejorado en -la cuota dineraria (alza-
da a cien pesos), pero manteniendo las remune-
, aciones en especies, titulada de "Ración entera".
En la misma· hacienda al hortelano Francisco de
Vargas ( 1695) se concertó por veinticinco pesos
de plata, dos varas de cordellate, tres de bayeta
y ~uatro cargas de maíz. Los veinticinco pesos
fueron todavía menos, pues los jesuitas le descon-
taron · las yuntas y rejas que había empleado.
Las demostraciones podrían multiplicarse. Nos
limitaremos pues a unos cuantos casos; el grupo
de empleados, por ejemplo, _contratados en Nina-
bamba en 1772: 1) Mayordomo de Pampa: 200
pesos, comida, medio real de pan y un platillo
de miel todos los días. Cada· mes 4 libras de azú-
car, 3 onzas de yerba y 8 reales de velas. 2) Ma-
yordomo de Punas: 125 pesos; cada año 24 car-
neros, 6 fanegas de papas y otras 6 de trigo, 1
arroba de azúcar, 2 cestos de ají; 3) .Despensero:
60 pesos; comida Y. 1/2 real de pan todos los días.
Y terminamos con dos empresas del tipo agro-
pecuario más moderno en el Perú del siglo XVIII;
los grandes obrajes de Chota y Pichuichuro. En
este último ( 1764) el administrador, fuera de sus
l ,'000 pesos de plata anuales, recibía 12 fanegas
de maíz, w1 borrego por semana, medio real di'a-
rio de velas, 1 real diario de pan y 2 panes de
azúcar por semestre. En cuanto a Chota, el
Bruno Méndez ya citado, así como otros "do-
182 PABLO MACERA

nes" se concertaron por pañete azul y bayeta; aun-


que en cada caso a precio diferente las especies.
Los precios para empleados eran siempre inferio-
res a los cotizados para los trabajadores que en
esos mismos años ( 1771) pagaban por el pañete
7 reales y por la bayeta 5 reales.
En general, los empleados recibían proporcio-
nalmente "menosn especies que los asalariados co-
munes.
La hacienda necesitaba hombres, brazos, aqué-
llos que Solórzano había llamadó 'los pies e híga-
do de la República. Pero fuera de los que el Rey
concediera (mitayos) o el hacendado tuviese de
modo permanente '( esclavos, yanaconas), urgía
en ciertos casos reclutar más gente "por ruego y
jomaln o de otro modo, no importaba, con tal que
el obraje, los ganados o el trigo no se arruinaran.
Debían buscarse en los pueblos y comunidades
indígenas vecinos; y para tal efecto los hacenda-
dos solicitaban los buenos oficios de colaborado-
res que, cualesquiera que fuese su título; funcio-
naban como "enganchadores", al estilo de los pos-
teriores subprefectos republicanos que en pleno
siglo XX proveían de braceros a los hacendados
de algodonales e ingenios azucareros de la cos-
ta. Los más \conspicuos, sin ser los únicos, eran
los Corregidores y Caciques, quienes como lo he-
mos dicho antes, ponían indios a disposición de
las haciendas para asegurarse el pago de Tributos
)' Repartimientos. Algunas veces, tratándose de
los obraj~, los indios trabajaban en sus propias
casas. L<S sabemos por las cuentas de "Masqui-
puscas" de hilados de Cacamarca, donde para 1773
FBUDALISMO COLONIAL 183

se registraron por este concepto 1,171 tareas de


15 pueblos. En ese mismo obraje el ·cacique de
Cuancarama ( Pablo Tanta) llevó a 37 indios en
1775 para poder pagar lo que debía su pueblo al
Corregidor por los Repartimientos. La hacienda
los recibió pagándoles 2 reales dé jornal en vez
de 3 y déscontándoles 1 real de socorro a cada
uno; el trabajo de esos 37 hombres sólo venía a
costar 4 ps., 5 reales diarios contra todo Arancel.
Con iguales fines salieron hombres de los pue-
blos de Concepción ( 1767, Cacamarca) y Cárde-
nas ( 176PJ-69, Cámara).
Los Corregidores arreglaban directamente con
la hacienda o influían sobre lo.s Caciques para
que no faltase esta cuota de mano de obra. To-
maban a su cargo, también, perseguir a los no '
contestados ( indios que huían por sus deudas ex-
cesivas y no contestaban a los periódicos recuen-
tos). Se autorizaba, asimismo, el ap~esa.miento de
familiares a fin de que el indio "por amor y mie-
do" regresara a la hacienda; en la corresponden-
cia de Pichuichuro hemos encontrado la carta de
un cacique al admmistrador:
"Amigo y dueño mio: ay remito o. la mujer de Mau-
jendre en tioeque del indio y mi mula según me
dice VM en la suya para que esté en lugar de su
marido que por su Madre y su mújer parecera de
lo más remoto" ( Subrayado nuestro).
El Corregidor ayudaba también al hacendado
en otro renglón: el de los encarcelados por deli-
tos comunes o deudas, quienes debían permane-
cer en la hacienda meses, años según la condena,
recibiendo un salario mínimo del cual la ha.cien-
184 PABLO MACERA

da descontaba el avío, los gastos de carcelaje y


los abonos al acreedor si lo había. En Pichuichu-
ro estuvieron en 1768-69 quince de estos hombres,
incluyendo la mujer de uno de ellos ( Pedro Gua-
mani) que debía 16 ps. a un tal Nicolás Tilca.
A más del corregidor y el cacique colabora-
ban con la hacienda hombres cuyas actividades
son difíciles de describir y definir. El prototipo.
nos lo da un Don Mateo de Villalba asociado al
cañaveral cuzqueño de Santa Ana, .primero con
los jesuitas y después con las Temporalidades. Era
la figura predominante de la hacienda; con tanto
· o más valer que el propio administrador que ne-
cesitaba de él para muchos efectos. Aparentemen-
te su función principal era la de un técnico en
la molienda y elaboración de la caña y por este
concepto se le pagaba un real por cada pan labra:
do, fuera de racio~es li1:>res; 32 hormas de espu-
mas mulatas; un pan de azúcar por mes y me-
dio peso por día de asistencia. Era también arren-
datario de las tierras de Pataguasi, pertenecientes
a Santa Ana que le cobraba sólo 25 ps. al año
por ellas. Pero estaba lejos de ser un subordina-
do. En uno de los Libros de Jornales ( 1765) se
hizo en su honor una declaración excepcional.
"Don Mateo Villalba arrendatario de Pataguasi pa-
ga de arrendamiento 25 ps. cada año. Azucarero
que me ha labrado a mi la azúcar más por amis-
tad que por lo que sita la cuenta pasada: en ·fin,
no debe nada ni se le debe cosa de interes; solo
si se le debe el grande hamor y voluntad conque
asiste a esta hacienda, no como extraño sino como
dueño, con la mayor honradez que se le puede pe-,
dir, que esta es notoria en su lindo proceder".
FBUDALlSMO COLONIAL 185

Villalba a más de asesorar en aquel ingenio


proveía de granos y lejía a Santa An.!l; y lo que
es de mayor importancia, llevaba sus peones para
que allí trabajasen, recibiendo él los jornales que
a éstos correspondían.
El mismo status de Villalba parecen haber te-
niqo otros dos personajes, Francisco Tallafer y
Martín Peralta, sobre todo éste último quien en
1770 dio a la hacienda 14 trabajadores.
El caso de estos asociados y provisores d~ San-
ta Ana no es único, habría que insistir en su pa-
pel dentro de las haciendi1.5. A esta misma clase,
aunque sin la evidencia de swninistrar mano de
obra, perten~cían los "comerciantes" de Chota
( 1768 en a,delarite), Raymundo l\odríguez, Don
José Galdós, Ignacio Valentín, Don Ceciliano de
Aranguren y_Francisco Fabián. Ninguno de ellos
era un trabajador del obraje; tenían "negocios",
trat~s; pero como no eran de gran cuantía ocupa-
ban una situación confusa social y económicamen-
te, confusión que se e.,cpresa e influye en la conta-
bilidad El amanuense fos colocaba juntos y al
último en las páginas fµiales, separándolos, es
cierto, de la masa de peones, trasqt.tileros, etc. . :
pero manteniéndolos dentro del Libro de Jornales
aunque sus haberes no eran muy elevados. Tenían
un origen diferente que el de los peones y no es
seguro, en su caso, la medida en que los pagos
en especie servían para el consumo o para un pos-
terior pequeño comercio fuera de la hacienda. Al-
- gunos de ellos ( Arangur~n) servían también de
fleteros a Chota. La mayonía vendía sal y lana.
186 PABLO MACERA

Había, por último, ob-os dos tipos que com-


pletaban en algunas haciendas este grupo de co-
laboracionistas y asociados: son el Guataco y -los
Buscadores. Ambos tenían a su cargo de tm mo-
do u otro la provisión y control de los peones.
Los Guatacos de la sierra sur, según documentos
de la época, "son los que amarran gente y. la lle-
van a las haciendas"; gente forzada, declara la
misma fuente. Es pues el enganchador clásico.
El buscador perseguía a los h~mbres huidos de .
la hacienda, a más de su salario cobraba por cuen-
ta del perseguido el precio de la captura ( 1765-
68) . Pero también para prorratear costos los ha-
cendados de • una región podían mantener una
suerte de policía o guarda en puntos claves para
controlar a sus peones. Así sucedió en los valles
cuzaueños de Amavbamba y Quillabamba, tierra
de frontera, inmediata a -los "chiinchos infieles"
donde los propietarios en la segunda mitad del
sit:!lo XVIII pagaban un guarda Caminero pru:a no
dejar salir a sus trabajadores.
Los empleados y colaboradores de la hacien-
da trabajaban, como dice un documento de la épo-
ca, "por su buena ganancia", o sea de buen grado.
Eran después de todo hombres de paso a quienes
siempre era posible reemplazar, por más que en
toda la época colonial escasearan -los "técnicos".
La hacienda como empresa dependía menos de
ellos que de la masa de trabajadores que, con di-
versos grados de permanencia, hubiese conseguido
fiiar dentro de su territorio. Para satisfacer este
objetivo los colonos peruanos hubieron de valerse
de modos institucionales tanto españoles como
FEUDALISMO COLONIAL 187

precoloniales de raíz incaico o preincaico. El más


notorio, aunque todavía no bien conocido, es el
Yanaconaje. Le siguen el Mitayo Rural o Sépti-
ma del Campo y los Arrendatarios. El aporte de
estas tres clases de campesino al trabajo de la
hacienda· no fue suficiente v como lo veremos se
complementó con los hombres libres o asegura-
dos en la propiedad por la servidumbre crediti-
cia. Por diferentes razones nos dedicaremos más
al estudio del Séptima campesino que al yana-
cona o arrendat_ario. Este vacío puede ser cubier-
to con5J;.ltando en el caso del arrendatario los her-
mosos l abajos de Mario Góngora sobre los "In-
quilinos" de Chile Central; y para los Yanaconas,
la investigación que promete hacer el prof. C.
\Tillar ( Universidad de San Marcos) . ·
El· arriendo que nos interesa· en relación con
los problemas del trabajo en la hacienda es aquél
en que la ocupación de la tierra por parte del
arrendatario determinaha de algún modo presta-
ciones de servicios personales en favor del pro-
pietario. La amplitud y vaguedaq. de nuestra de-
finición es intencional. No decimos que lo signi-
ficativo de estos arriendos sea que la renta de la
tierra se pague en servicios, porque no siempre
se dio esta condición como expresa, según veremos.
Este pequ~ño arriendo asociado ~ la. ll}ano de
obra fue posible dentro de una economía en que
incluso los grandes arriendos, .con cientos de fa.
negadas y miles de cabezas de ganado, eran par-
cialmente pagados en especies. Las razones que
determinaron estos pactos en las grandes propie-
dades varían desde el cálculo comercial hasta la
188 PABLO MACERA

intención doméstica. Algwías .veces el dueño de


la hacienda exigía que parte de la renta le fuera
pagada en artículos para su propio consumo; tal
el arriendo de Pacoyán (23,443 ovinos) en que
además de 3,000 ps. al año a partir de 1772 el
arrendatario debía entregar 24 cecinas y 10 arro-
bas de lana blanca. Pero también cuando el mis-
mo hacendado dirigía su empresa podía compren-
der la utilidad de arrendar algunas tierras que
~enían empleos diferentes a su negocio principal.
Los jesuitas por ejemplo acostumbraron algullaS
veces· despreocuparse del ganado que necesitaban
para sus cañaverales y más bien exigirlo como
canon de algunos arriendos.
Por otra parte el arriendo, como lo ha dicho
Mario Góngora, permitía la ocupación efectiva,
aunque fuera por posesión intermedia del arren-
datario, de extensiones del dominio que por una
u otra causa no podían ser racionalmente explo-
tadas por el dueño. ·
Mucho más claro es en cambio el caso de la
hacienda ~an Regis ( 1775) al sur de Lima, don-
de podemos hablar sin dudas de "arriendos de
Gracia". Según las averiguaciones hechas por el
visitador García de Algorta en esa hacienda ha-_
bía 49 de estos arrendatarios, excluyendo al capi-
tán .Bartolomé Cañapay ( probablemente capitán,
pero de milicias, mestizo o tndio noble) que por
pagar 50 ps. por sus 20 fgs . . ocupadas pertenece
a otra clase. De los 19 restantes sólo en dos hom-
bres .se comprueba algún servicio personal: Gre-
gorio Uceda, que tenía una fanegada y servía de
arriero de San Regis "y por este motivo se le hi-
FEUDALISMO COLONIAL 189

• zo la gracia de darle dichas tierras sin pensión al-


guna" y Gregorio Céspedes ( poco más de 2 fgs.)
que ayU<i~ba a la hacienda en la toma p1incipal
del río y permitía que los ganados de San Regis
comieran los rastrojos de su cosecha. Los demás
recibieron la tien-a "por caridad". _Todos sembra-
ban frijol, maíz, garbanzo y hortalizas. Sólo dos
( Pedro Celestino Torres y el alcalde indio Lino)
poseían 2 fanegadas, los otros lotes _oscilaban en-
tre 1/4 de fg. y 1 fg. Casi todos los pagós eran
en gallinas. El carácter, propósito y lustificación
de estos arriendos precarios y graciosos fueron
· bien definidos por el Visitador:
"Esta gracia se le hizo (se refiere a Juan José Ti-
piracci) desde que se estableció en la habitación
que expresa, atendiendo a su pobreza y por ser
cootumbre hacer éste beneficio por los dueños de
las haciendas grandes a causa de la mucha porción
de tierras que las -consideran inútiles por la distan-
cia de las oficinas".
Estos arriendos graciosos se generalizaron en
toda la costa, particularmente en los valles que
van desde lea al Santa, con la 'variante de uil co-
bro frecuentemente en algodón. Algunos de es- •
tos precarios fueron clandestinos y en beneficio
del administrador más que del dueño. Constitu-
yen . el origen del llamado yanaconaje costeño, di-
ferente al de la sierra. Podía la hacienda, al mis-
mo tiempo que toleraba o protegía a sus preca-
rios, organjzar arriendos con el fin de obtener pan-
llevar para alimentar a sus propios trabaja~ores.
La caracterización propuesta reconoce excep-
. clones en punto tan esencial como la condición
190 PABLO MACERA

de pago; pues para pequeños arriendos no faltó


hacienda que exigía dinero. Ninabaniba en la sie-
rra, tenía en las chacras de temple y en sus tie-
rras de puna numerosos a1Tendatal'ios de muy pe-
queños lotes. Ninguno pagaba más de 6 ps. al
año. Bien puede ser, con todo, que en algún mo-
mento ese canon haya sido ·compensado en maíz,
papas o trabajo en la hacienda; pero no tenemos
prueba de ello.
El servicio personal a cambio de la tierra, tie-
ne un ejempl<:> que Góngora cita: el viñedo-vi-
driería de Macacona. Algunos pagaban en semi-
llas pero también en jornales. José Ormeño y
Bonifacio Castillo que daban bueyes ( 1767); José
Ormeño, Ignacio Cordero, B0nifacio del Castillo,
Ignacio Ramos que servían en los fletes de vidrio,
yeso, botijas y piedra para los circuitos Macaco-
na-Pisco. No débemos, sin embargo, exagerar su
importancia pues representan una mínima cuota
del total de trabajadores ( 33 fleteros y 15 indios)
que estacionalmente -completaban la mano de
obra esclava de la hacjenda.
En cuant<;> al yanacona sin ser un arrendatario
en sentido estricto, se confundía a veces con éste;
puesto que sus ocupaciones personales con la ha-
cienda se originaban principalmente de las tie-
rras que le habían sido concedidas, aunque tales
deberes aparecían también como contraprestación
de otros servicios del hacendado por más que no
siempre el yanacona los recibiera o pudiera exi-
girlos. Por otra parte el arrendatario como
el jornalero libre podía, teóricamente, aban-
donar la hacienda en algún momento como lo
FEUDALISMO COLONIAL
191

hacía el séptima una vez cumplida su mita. El


yanacona en cambio estaba adscrito ( y este fue
uno de sus sinónimos en la época colonial) ~ la
hacienda, "como por parte, decía Solórzano en el
siglo XVII, de las mismas chacras y heredades y
con ellas pasan a cualquier poseedor; porque así
como los indios no las pueden dejar o desampa-
rar, tampoco los nuevos poseedores pueden mu-
darlos o despedidos". Esta fijación definitiva y
permanente no pudo ser alterada por la Corona
española; pues cuando a principios del siglo XVIII
se ordenó que los yanaconas pudieran abandonar
las haciendas si les placía, hubo tales resistencias
en Charcas que la Real Cédula no llegó a ser pu-
blicada en ese distrito.
El yanacouaje colonial, no o~stante su antece-
dente incaico, guardaba mayores similitudes feu-
dales europeas como bien lo notó el jurista Solór-
. zano al compararlo con los mansarios de Milán y
los hombros de la Remensa Catalana o Servidum-
bre de Aragón. Eran siervos. La institución ~ue
formalizada por 'Toledo quien repartió indios en
las. ha~endas ordenando que no se ausentaran
de ellas. Los hizo empadronar y dispuso que a
cambio del trabajo en las tie1Tas el hacendado
pagara su doctrina, tasa~ y tributos. No sabemos
cuántos yanaconas hubo en el Perú en esta prime-
ra época ni después. E-1 recuento de Altamirano
para Charcas (25,000) hecho a principios del siglo
XVII ( gobierno de Montesclaros) parece por de-
bajo de la realidad. Otros testimonios .sin dar ci-
fras aseguran que fueron tan numerosos que los
pueblo~ se vaciaban y disminuía la mita de mi-
192 PABLO MACERA

nas, más temida que cualq~er abu~ del hacen-


dado. .
Fue política de los hacendados peruanos con-
seguir el mayor número de yanaconas solicitando
a los indios libres de los pueblos· vecinos. A quie-
nes aceptaban los "entables" propuestos a veces
se les llamaba por un tiempo Agregados, ·para
diferenciarlos de aquellos de más antigua residen-
cia. Es posible que esta incorporación de nuevos
yanaconas haya ocasionado formas transicionales
difíciles de precisar. No estamos, por ejemplo,
muy seguros si algunos de los arrendadores men-
cionados en los Libros de Jornales de Santa Ana
eran o no yanacon~.
Puesto que la condición de yanacona era he-
reditaria, se suscitaron diferencias sobre el grado
de parentesco que hacía exigible el status por par-
te del dueño. A fines del ~glo XVIII ( 1794) un in-
dio _d e Cajamarca, que aunque tributario era casi
noble por ser hijo de Alcalde, perdió un pleito con
el hacendado de Quilcate quien le puso grillos y
lo llevó a su hacienda alegando que era yanaco- .
na porque había residido en. ella algún tiempo
con sus parientes. ·
Las prestaciones del yanacona cubrían casi to-
das las actividades típicas de la hacienda y tenía
el carácter de trabajo ·familiar pues incluían a la
mujer e hijos del titular. En Cámara a principios
del sigl9 XVIII debían guardar el ganado, cuidar ·
los corderitos después de las pariciones, beneficiar
barbechos, siembras y cosechas, llevar los frutos
de la estancia al Cuzco, hacer las (aenas d~ tras-
FEUDALISMO COLONIAL 193

quila, cuidar las mulas y colaborar como peones


y ayudantes en las recuas de arrieraje. Sólo re-
cibían ( fuera de los pagos que en su nombre ha-
cía la hacienda al Rey o --la Iglesia) tres ovejas
al año, sus raciones, carne, pero de las morteci-
nas, y cuatro o cinco fanegas de maíz al tiempo
de las pariciones "con tal que el cuidado de mi-
rai· de los corderos sea como se pretende". Los
servicios del yanaconaje a la hacienda fueron coor-
dinados con sus actividades agrícolas personales
según cada calendario regional. En esto la nor-
. ma legal coincidía con el interés del hacendado
puesto que, como es sabido, la empresa agrícola
se caracterizaba más entonces que hoy por la al-
ternancia de ritmos estacionales con diferentes exi-
gencias de trabajo.
Situación del todo opuesta a la servidwnbre
adscripticia del yanacona era la de los indios adul-
tos tributarios, que por tumos y sólo durante un
periodo fijo estaban obligados -a trabajos específi-
cos dentro de la hacienda. Estos eran los llama-
dos Mitayos o también Séptimas (por las razones
que se .verá) y que si nos atenemos 11 los datos
de los libros de Quil.cas (Rayas) o Punchaos
( Dias), eran minoritarios con relación al total de
trabajadores. El mitayo no era un hombre de la
hacienda : primero, porque los pueblos indígenas
obligados al servicio podían enviar un ~ ., a uno
de sus miembros y al siguiente a otro individuo;
el status de mitayo era una significación grupal
concretada temporal y provisoriamente en una
persona; segundo, porque terminada su mita se re-
integraba a su comunidad y recuperaba toda su
194 PABLO MACERA

independencia. Pero dw-ante el tiempo de su mi-


ta, el séptima no podía moverse de la hacienda
y el dueño podía, por tanto, razonablemente y se-
gún cie1tas normas disponer de su trabajo con to-
da seguridad.
La mita había sido establecida por el Virrey
Toledo y se mantuvo a pesar de las objeciones
teológicas, auuque se le modificó durante el go-
bierno del Virrey Velasco. Los propios virreyes
que no eran partidarios entusiastas de la Mita
terminaron por justificarla por "necesidad de la
República" y ociosidad del indio. Estos argum~n-
tos son tema constante en las ~emorias que los
virreyes entregaban a sus sucesores. Toledo, el
primero, decía que los indios eran enemigos del
trabajo "y de sus voluntades no harán ninguno".
Luis de Velasco poco después añadiría: "porque
son los indios de su natw·al tan enemigos de tra-
bajar como VS sabe que si no es por fuerza y
compulsión no harán cosas de las que son nece-
sarias para sustento de la República". No fue me-
jor la opinión de Montesclaros para quien la capa-
cidad del indio era tan corta "que casi general-
mente no se mide con pre~eptos de razón". Para
fines del siglo XVII y mediados del XVIII podrían
citarse opiniones similares del Duque de la Palata
y del Conde de Superunda.
El nombre de Mita ("que en lengua del Inca
quiere decir vez", según el Virrey Montesclaros)
ha sido comúnmente asociado al trabajo de las
minas pero en realidad comprendía una multipli-
cidad de servicios, pudiéndose distinguir, como lo
:::::::

FEUDALISMO COLONIAL 195

he propuesto, además de la mita minera otras


tres: la mita rural, la mita urbana ( de servicios
diversos) y la de obras públicas ( construcción de
puentes) sin considerar los tambos porque su man-
tenimiento se sujetaba a un régimen especi~. No
nos proponemos desde luego caracterizar estas di-
versas modalidades de una misma institución si-
no destacar solamente algunos aspectos de la mi-
ta rural para conseguir tipificarla dentro de sus
congéneres y otorgarle toda la importancia que
tuvo en su tiempo. Durante los primeros años si-
~entes a la conquista los españoles se apodera-
ron desordenadamente de la mano de obra dis-
ponible. Las audiencias, los cabildos y hasta los
propios encomenderos ( ninguno autorizado por
ley) concedían indios a quien los pidiese fuese
para labrar los campos, la guarda de ganados o
el transporte de mercaderías, etc. Esta no era en
realidad una Mita pues no había turno ni regla-
mentación. Los indios trabajaban a la fuerza y
gratis, y la magnitud de sus prestaciones llegó a
tanto que el Virrey Toledo pudo calcular en mi-
llón y medio los jornales que habían dejado de
cobrar los indios durante el tiempo ante.dar a su
gobierno.
Institucionalizada la Mita por Toledo se cen-
tralizó la distribución de los mitayos de modo
que sólo el virrey podía concederlos. Esa centra-
lización era el requisito previo para que se cum-
pliese el control• tuitivo que según la Corona de-
bí_a ejercerse sobre los indios, particularmente en
materias de economía y trabajo. Lo principal era
que el número total de nútayos nunca excediera
196 PABLO MACERA
,.1
'
la sétima parte de los tributarios hábiles existen-
tes en los pueblos indios. Este concepto de tribu-
tarios hábiles necesitaba una aclaración: seg(m las
leyes y para los efectos de la mita en cada pue-
blo indio de más de 2100 habitantes debían des-
contarse de la gruesa los curacas y cobradores de
tasa, alcaldes, regidores, alguacil, mayo y escriba-
no. También' debía ·separarse sastre. zapatero, he-
rrero y tintorero para cumplir con el ideal aristo-
télico dé la autosuficiencia. Si el pueblo era ade-
más cabeza de doctrina se excluían a 4 cantores.
un maestro de capilla y un sacristán. Todo esto
sin considerar a los enfermos e impedidos y a
los que tenían provisiones de reserva. Disminuida
de este modo la gruesa, sólo podía disponerse ,de
lo que restaba. Cuando un español ( particular o
institución) solicitaba uno o más mitayos, el go-
bierno central abría un expediente complicado
aunque sumario en el cual intervenían el Conta-
dor de Retasas del reino, el Corregidor del res-
pectivo distrito y, eventualmente, el Protector de
NattJI!lles y las autoridades indígenas, Alcrudes y
Curacas; todo ello para saber si con el núm_e ro
de indios solicitado se excedía o no la proporción
fijada por la ley. La mita agrícola dependía en
consecuencia de las revisitas demográficas que con
propósitos fiscales debían realizarse periódicamen-
te. Esta regla era inflexible, al menos para la
ley; no sólo estaba prohibido conceder más mita-
yos de los que cupieren en la séptima sino que
además en caso que la población disminuyese de-
bía realizarse una redistribución de la mita para
que todos sus beneficiarios ajustaran su derecho
FEUDALISMO COLONIAL
197

a la nueva situación. Estos reajustes de la mita


producían a veces complicadas situaciones arit-
méticas; pues en el rigor de la división y al re-
ducir proporcionalmente los mitayos en provisio-
nes de. reparto, resultaban fracciones de indi-
viduo. En 1622 se comprobó, por ejemplo, que
los tributarios del pueblo cuzqueño de Maras eran
menos de los que figuraban en la última retasa.
Hubo que prorratear la diferencia y en el nuevo
reparto dos españoles tuvieron derecho nada más
que a indio y medio en vez de los ocho que ha-
bían gozado. Para obviar esa dificultad se dispu-
so que los dos medios se sumaran y que el indio
resultante sirviera seis meses en la mita de cada
español. Otro caso lo tenemos en la estancia de
Lochas ( propiedad de los jesuitas, quienes tenían _
derecho a veinte mitayos: cuatro procedentes de
Lucanas y dieciséis de Laramate); pero la pobla-
ción de Lucanas disminuyó y su gruesa sólo al-
canzaba en 1746 a 36 tributarios hábiles cuya sép-
tima rigurosa era 5 y 1/7. De esa cifra una cuarta
parte se destinaba a la mita minera de Huanca-
velica y otra cuarta parte, es decir indio y 1/4 pa-
ra la mita rw-al. No sabemos cuál fue la solu-
ción, pero sin duda, aquí también las fracciones
fueron estimadas en tiempo de trabajo.
La estrictez de estas prorratas por disminución
hizo que los españoles recurrieran a mil subter-
fugios para evadir la ley. Unas veces iniciaban
un largo expediente para ganar tiempo y seguir
gozando de los indios; otras, acudían al socorrido
cohecho y complicidad con los corregidores. En
e~to llegaron a extremos delictivos. En el mJsmo
J
198 PABLO MACBRA

sector del Cuzco a que nos hemos referido, el


Conde Chinchón pudo comprobar, en 1614, que
el corregidor del marquesado de Oropesa había
nombrado teniente suyo nada menos que al ha-
cendado Luis de Santoyo; el gato por despense-
ro. Es fácil de imaginar lo que sucedió y el pro-
pio virrey indignado se lo reprochó a los dos di-
ciendo que "no sirve el dicho teniente para otra
cosa más de tener mano para hacer sus semente-
ras". Pero a más de estas artih1añas hubo otras
menos reprendidas de tipo legal toleradas o apro-
badas por el goQiemo. La principal fue una in-
térpretación torcida de las Hijuelas, es decir las
partes o cuotas que correspondía a cada pueblo
indio para completar el entero de mitayos ( con
el nombre· de hijuelas se conocía también a la
cuota o repartición . que tocaba a cada hacenda-
do). Los españoles entendían que si la séptima de
un pueblo era inferior a su hijuela entonces otro
pueblo vecino debía suplir el defecto; esta inter-
pretación valió en un caso concreto a favor de
las haciendas cajamarquinas de Catuden y Chan-
ta ( 1798) contra las guarangas de Contumazá que
de diez habían quedado reducidos a dos. Poco an-
tes la cuestión había sido decidida ( 1771) en el
expediente seguido por los indios de Cargacaian
(Atavillos, Canta) alegando que sólo tenían 8 tri-
butarios dedicados al servicio de la iglesia y que
no podían cumplir las mitas. El corregidor infor-
mó sosteniendo que la mita era general de to-
do el repartimiento y que no se hacían particu-
lares de cada pueblo, como si era de ley en los
tributos.
FBUDALISMO COLONIAL 199

Fuera de este equilib1io entre mita )' pobla-


ción la ley española s,eñal6 otras reglas. Mencio-
nemos, en primer lugar, que la mita sólo podía
concederse sobre pueblos vecinos _al futuro centro
de trabajo, estimándose como máxima la distan-
cia de seis leguas. También se estipuló que no
se cambiara a los indios de temple dividiéndolos
para el efecto en yungas, chaupiyungas ( de ca-
becera de sierra) y serranos. Se prohibió absolu-
tamente la mita para coca, cavar huacas y bus-
car tesoros, pesquerías de perlas, viñas, olivares,
trapiches y maderas tropicales. En todos esos ca-
sos los españoles debían emplear trabajadores vo-
luntarios o esclavos. Añadiremos que la mita era
específica, es decir, para trabajos determinados
que se mencionaban en la provisión o merced de
modo que el indio sólo estaba obligado a traba-
jar en lo que allí se dijese, como pastor o labra-
dor, por ejemplo, sin que el español pudiese exi-
girle algo distinto.
La mita dio lugar a una serie de arreglos en-
tre los beneficiarios de ella y los pueblos obliga-
dos. U nas veces los indios se eximían de la mita
rural pagando el precio de los trabajos como r-,,,
dían hacerlo en las minas. Otras, en lugar de la
permanencia de un solo hombre dw·ante todo el
tiempo estipulado enviaban tres a la siega. En
Canta encontramos otro procedimiento que nos
parece excepcional: siete pueblos pactaron con el
arrendatario de Caujo para librarse de la mita a
cambio de construirle casa, cocina, salera, despen-
sa de lanas y una capilla. Como la hacienda de
Caujo er~ de propiedad de los mismos indios de
200 PABLO MACERA

· Canta, este arreglo pudo tener validez por lo me-


nos durante el plazo de arrendamientos. ¿Pero des-
pués?
Los pactos entre particulares podían afectar o
confirmar aspectos sustanciales de la institución,
como eran el número y calidad de los obligados.
A principios del siglo XVIII ( 1722 ) los ha:cenda-
dos de Huamachuco, Trujillo, se pusieron de
acuerdo para que sus yanaconas no entraran en el
cálculo de la mitad y cada rural se contentara con
sus propios agregados; aunque éstos hubiesen in-
gresado a la hacienda la primera vez en calidad
de mitayos. El arreglo fracasó.
La solicitud de mitayos fue un recurso perma-
nente de todos los que tenían a su cargo explota-
ciones agropecuarias. No sólo de los hacendados
sino incluso de las propias comunidades indígenas.
Sabemos, así que la de Otuzco ( 1743) solicitó 8
para guardar los ganados de sus cinco cofradías.
Quienes más los demandaban eran los ganaderos
pues los indios de la quechua no querían ir a los
pastizales ni siquiera por jornal; de ·modo quepa-
ra guardar . las cabezas sólo quedaban yanaconas
y mitayos. A fines del siglo XVII fue éste uno de
los problemas de la estancia de San Luis de Motil
( TrujiHo) . "Consta, asimismo, dice el expediente,
en que se pide séptimas sobre el pueblo de Us-
quil, que los indios de esta provincia no se incli-
nan voluntariamente en guardar ganados. Y que
por estas causas quien no tiene indios mitayos pa-
ra guardas no los tiene ni los puede tener porque
tampoco se pueden conservar con esclavos pues
estos precisamente habían de ser negros o mula-
FEUDALISMO COLONIAL
201

tos, gente que no puede conservarse en tie1Tas


de temples fríos y rígidos como son los de esta
provincia contrarios a su naturaleza y complexión".
La utilidad de este servicio obligatorio deter-
minó que fuera objeto de cálculo y comercio en
las transacciones de arriendo, herencia, venta o
enfiteusis de las propiedades. Puesto que los sa-
larios eran bajos y no siempre se pagaban en
plata como exigían las leyes y la medianata de
nombramiento y sucesión de mitayos era ridícula,
había un gran margen de ganancia en obtener re-
partimiento de indios. Por todas esas razones, aun-
que algunas opiniones de teólogos y juristas fue-
ron contrarias, tal.es reparticiones eran mencióna-
das en los co_ntratos y testamento. Así lo encon-
tramos en el arriendo de Pacoyán ( 1777), comen-
tado en páginas anteriores, donde una cláusula
dice, después de especificar el ganado: "Demás
de lo cual le arriendo ocho indios de Provisión
que al presente tiene dicha Estancia para la guar-
da del dicho ganado"; y que no se trataba sola-
mente de evidenciar la condición del fundo sino
de negociación se prueba porque habiendo el
poderoso dueño ( Carrillo de Albornoz) consegui-
do dos mitayos más le aumentaron el arriendo en
100 pesos. Parecida situación en la venta de tie-
rras en el Cuzco, con 15 mitayos heoha en 1648
por Rodrigo de Esquivel al padre Juan de Vito-
ria. Una similar evaluación del mitayo como par-
te del patrimonio person,al de su beneficiario se
observa en los testamentos. El cacique cajamar-
quino Sebastián Nina Lingan que había recibido
34 de éstos de manos del virrey Velasco, los in-
-
PABLO MACERA
202

cluyó entre sus bienes al testar y dispuso y re-


partió de ellos como cosa propia.
La administración española reaccionó sin efi-
cacia frente a estos abusos que no sólo eran ver-
bales y de ficción jurídica. Por lo menos a prin-
cipios del siglo XIX ( 1807) el funcionario Juan Jo-
sé Leuro llegó a pedir p1ivación de merced contra
algunos particulares que para los fines de división
de bienes habían valorado cada mitayo en 300
pesos. Pero los abogados criollos y españoles de-
sarrollaron una doctrina según la cual tales nego-
ciaciones y avalúos no eran de las personas sino
de las mercedes, y haciendo del hecho un dere-
cho sostuvieron que tales gracias podían no sólo
mencionarse en sucesiones, arriendos y ventas si-
no incluso permutarse y arrendarse.
La compleja estructura social de la hacienda
peruana incluía, además, otra categoría de traba-
jadores: los forna/,eros libres a quienes ataba con
sus juegos de deudas, trampa de precios e induc-
ción del consumo; hombres libres que hemos de
ver, lo eran menos que un esclavo que podía es-
perar asistencia para su familia o que el lana-
cona usufructuario de un pedazo de tierra. ibre,
más bien, en el sentido de· mostrenco o "res nu-
llius" pues siendo de nadie estaba a disposición
de todos los dueños de la tierra puesto que, para
él, no había otro recurso que vender su trabajo.
Bien comprendieron los hacendados coloniales la
ventaja de contar con una mano de obra fre11te a
la cual no tenían otra obligación que pagarle un
salario muy bajo, sin ninguna de las anexas car-
gas que suponían otras clases laborales. Sin em-
FBUDALISMO COLONIAL 203

bargo, el empleo y preferencia por estos jomale-


ros no fue uniforme en todas las regiones, ni para
todos los cultivos. Las plantaciones costeñas bien
provistas de esclavos no dejaban de necesitar en
ciertas épocas de la ayuda de los libres; tal el ca-
so de la Huaca antes y después de 1767, donde
se les empleaba de mayo a setiembre; de los vi-
ñedos de Santo Doiningo y Sacay, en el sur, se-
gún las informaciones proporcionadas en 1767 por
los jesuitas que los administraban; o de San José
d_e Nazca ( 1772) donde se 1es prefería para los
trabajos más rudos y riesgosos. Pero en la costa
estos libres costaban muoho más que en la sie-
rra. En Santo Doiningo, ya mencionada, no sólo
recibían 6 reales diarios sino _almuerzo, comida y
cena de carne fresca "bien guisada con sus papas
y especería", fuera de pan y vino. Dieta excep-
cional, incluso en la región; pues Sacay reempla-
zaba carne y vino por cecinas y aguardientes, pe-
ro no puede haoer sido régimen común con otros
fundos. En uno u otro caso, grados de atención
y calidad de alimento, los gastos eran subidos.
Por esta razón se generalizó a mediados del si-
glo XVIII entre los hacendados costeños una cier-
ta prudencia para contratar jornaleros. 'Los direc-
tores de Temporalidades casi los prohibieron o
por lo menos recomendaron su disminución "por
el crecido costo de sus jornales" ( Ingenio 1770,
Macacona 1772); costo tanto más alto, precisamen-
te, en las épocas de siembra y cosecha cuando
todos los hacendados los demandaban.
La experiencia enseñaba, además, que los in-
dios y mestizos costeños conocedores cl:e esta si-
204 PABLO MACERA

tuaci6n, al igual que los propios hacendados, eran


mucho más exigentes en el trato que los de la
sierra. A principios del siglo XIX ( 1802) hubo
por esto graves incidentes en Caucato (lea) : los
cuarenta indios que allí trabajaban se rebelaron
porque se les daba el mismo trato que a los ne-
gros "levantados a madrugada y comiendo de las
pailas".
Otras eran las condiciones de la sierra, sobre
todo en el sur, por las causas demográficas y so-
ciales que ya hemos señalado. Aquí el aislamien-
to del régimen de hacienda permitía ma:ltratar
al jornalero y explotarlo con la complicidad de
curas, caciques y corregidores, de modo que re-
sultaba bajísimo el costo final de la mano de obra.
Esas mismas condiciones y los procedimientos a
que daban lugar permitían, además, alcanzar el
otro objetivo mencionado al principio de este ca-
pítulo: fiíar la mano de obra.
El estudio del 1ornalero libre y en general de
la estructuraci6n del salario dentro de la hacien-
da son particularmente difícnes en el' Perú. Las
fuentes disponibles no abundan ni han sido obje-
to de un -análisis hermenéutico. Su carácter cuan-
titativo obliga además -al empleo de medios auxi-
liares ( programaci6n IBM) que está por encima
de nuestras posibilidades económicas; razón ésta
que ha demorado y sigue demorando la publica-
ci6n de nuestro trabajo sobre Salario y Consumo
Rural en, fos -andes peruanos. Lo que digamos
ahora tiene por consiguiente el valor aproximati-
vo de una primera toma de contacto. Nuestras
conclu~ione~ principal~ se ba:san ·e n 1os Libros
FBUDALISMO COLONIAL 205

de Jornales (Punchaos o Quillcas) en su mayo-


ría de la segunda mitad del siglo XVIII y algu- .
nos pocos de fines del XVII, todos ellos referen-
tes a haciendas de la sierra peruana, fuera obra-
jes ( Chota, Cacamarca, Pichuichuro), estancias
(Cámara), cañaverales (Pachachaca, Mollemolle)
o chacras de panllevar ( Vicho). Cada uno de
esos libros ofrece dificultades particulares para su
interpretación; desde l~ caligrafía y ortografía ru•
rales (pensamos en el amanuense mestizo de Mo-
llemolle 1770 escribiendo i por e) hasta la com-
plicada -combinación de rayas con palabras y nú-
meros y los inevitables errores ( algunos volunta-
rios y dolosos) en las sumas y r.estas. De intentar
una caracterización formal de estos Quillcas-Pun-
chaos poch:íamos distinguir tres modalidades que
llamaríamos Chota, Santa Ana y Mollemolle por
el nombre de las respectivas haciendas.
Cualquiera que fuera el modelo adoptado ha-
bía ciertas convenciones comunes del tipo tradi-
cional para el manejo de rayas y números por los
administradores. Descubrir estas reglas no es fá-
cil y •sólo después de mucho tiempo hemos en-
contrado las equiva:lencias exactas que, para aho-
rrar explicaciones, fueron bien expresadas en 1764
por los jesuitas de Ca.cama.rea:

"Marzo, l de 1764. En dicho día se ajustaron las


cuentas de los operarios de este obraje. Corren en
éste en el método siguiente: en el que cada: Raya
en la partida de Ropa equivale una Vara y las me-
dias rayas media vara; en la de maíz un Collo ca-
da Raya; en la de trigo un Collo; en la de carne
un real; en el aguardiente un real; en la Sal, un
206 PABLO MACERA

real; en el Tabaco un real; en el Aji un real; en


la de Plata dos reales; y las medias rayas en todas
las Partidas la· mitad del valor de las enteras. Azú-
car una real Raya. Las Tramas cada Raya una Libra
y la Libra tres Reales".

Es de esperar las confusiones a que podía pres-


tarse este sistema de anotaciones, incluso en per-
sonal experimentado. Los ¡nismos jesuitas no es-
tuvieron libres de dificultaaes como lo prueba la
queja de los padres visitadores de haciendas por
el caos de la contabilidad. Y después ,d e la ex-
pulsión la ,correspondencia de Temporalidades es
al respecto muy ilustrativa: continuos reproches,
consejos y reglamentos para mejorar los Libros
de Cuentas, incluyendo los jornales como en Vil-
caguaura y Motocache (1772) y Pichuichuro
( 1770) entre otros.
Sin insistir en estos problemas que merecerán
más páginas en otra ocasión, podemos afµmar
que esos Quillcas-Punchaos revelan que la hacien-
da peruana combinaba varios métodos, todos en
contra de su trabajador, para mantener los már-
genes de ganancia dentro de una empresa en que
la mayor parte de la energía era. suministrada
por el músculo humano. Los más utilizados fue-
ron: a) el endeudamiento del peón; b) el régi-
men diferencial de precios; c) los pagos en espe-
cies y servicios y d) el consumo forzoso. El en-
deudamiento que era el resultado final de todos
los otros era reconocido como una política laboral
razonable por la mayor parte de los hacendados,
aunque algunos advertían sus peligros, que no fal-
taban. El fndioe de este endeudamiento era muy
FEUDALISMO COLONIAL 207

variable; había haciendas en que los Alquilas Fo-


rasteros ( otro nombre por Jomaleros libres o es-
tacionales) no eran necesarios sino durante algu-
nos meses; en tales circunstancias la hacienda pro-
curaba no asumir créditos sobre todo si además
su capital no era cuantiosó o por el contrario pre-
ferían· quedar debiendo al indio trabajador para
que éste volviese "por su reclamo"; o a lo más
gravwlo con una deuda pequeña que no lo forza-
ra a huir del todo. La hacienda Vicho (Cuzco),
por ejemplo, contrató ( 1768) 22 indiosi foraste-
ros que le trabajaron 1,273 días en oonjunto; arre-
gladas las¡ cuent~ Vicho quedó debiéndoles 74
ps. En la misma hacienda, 11 años antes (1757)
de los 25 indios ,contratados, dos quedaron con
saldos a su favor ( 3.1 ps.) y los otros ·c on deudas
de las cuales la mayor fue de 6.1 ps. y la menor
de l real.
Esta no erru la situación en otras haciendas
donde la deuda y su inmediata consecuencia la
fijación fueron -la regla. Los 210 trabajadores que
tenía el obraje de Cacamarca en 1770 debían en
total 5,934 ps. y 7 reales; los indios de Yacuy
( 1767) prorrateaban 80 reales, cada uno de deu-
das; los de Pichuichuro ( 1768) llegaron a cifras
que unos decían de 3,000 y otros -de 14,307 ps. y
7 rls. Cámara Ayuni, en 1745, tenía a su favor
3,179 pesos contra sus operarios sin ,contar las deu-
das de ausentes y muertos que -ascendían a 6,966
ps. y 7 rls. Con las deudas, como dice un docu-
mento de la época "Se compra el Salario"; es de-
cir al hombre. Era una inversión como cualquier
otra y todavía más, de la primera importancia.
208 PABLO MACE.RA

¿De qué valen ingenios y aperos se preguntaba


en el Cuzco (1771) el funcionario Vásquez de
Velasco si no hay quién los trabaje? Por esa raz6n
un hacendado que vendía o arrendaba su propie-
dad computaba las tales deudas en su Haber y
no en el Debe cotizándolas a1 igual que bueyes
y casas. Por eso perdieron las monjas de Santa
Teresa de Huamanga sus reclamaciones cuando
no quisieron recibir Cacamarca libre de las deu-
das con los trabajadores. Se les ex-plic6 que aque-
llas deudas eran positivas y que sin ellas sus tie-
rras no valían nada. Vale la pena copiar aquí al-
gunas frases del expediente de entrega como tes-
timonio de la oonciencia que entonces había de
la utilidad ~ estos créditos:
28, abril, 1786; Crist6bal Francisco Rodriguez:
"Porque bien sabido es que sin los implementos a
los unos y a los otros para sus manutenciones, ves-
tuarios, asistencias con su fa.milla, y 1a· paga del R.
L. Tributo y obenziones que se contribuyen por el
obraje, no se tendría en algunos de ellos los tales
operarios y menos los arrieros si a estos no se les
dieran mulas con todo lo demás para sus subsisten-
cias; y como lo que viniecen con su. trabajo perso-
nal y conduziones de que se lleva prolija cuenta
ni alcanza, son forzosos los suplementos de todas
clases a los unos y los otros operarios y obliga la
necesidad a _tener en ellos un crecido fon@ muer-
to" ( cursiva nuestra) .

El funcionario y el abogado de los intereses


privados contrarios coincidían en lo fundamental:
sin deuda no había trabajador. La deuda sin em-
bargo tenía sus peligros, entre otros obtener un
FEUDALISMO COLONIAL 209

resultado precisamente contrario a su razón origi-


nal, es decir ahuyentar al obrero endeudado. Así
,lo comprendieron alguna vez los jesuitas que tan-
to usaron no obstante del sistema. Las instruccio-
nes de Cámara y Ayuni consignan una prohibi•
ción expresa de la deuda "porque el indio cuan-
do debe se huye y lo pierde '1a hacienda". La
verdad del razonamiento se demuestra en las con-
tinuas cartas de hacendados ,a corregidores ~
perseguir a los huidos; en los tumultos y rebelio-
nes de la masa explotada como ocurrió en Pichui-
churo 1760, rebelión que le costó a los ,jesuitas
25,000 pesos de destrucciones; en el alzamiento
de las haciendas huamachuquinas de Carabamba
y Julcán ( 1759) o en ese Palenque que en Yura-
marca (Huánuco 1794) hicieron los operarios de
varias haciendas, ha1tos del abuso, acaudillados por
el ayacuchano Berrocal, un olvidado líder ,cam-
pesino -del colonia.je, etc.
Presos de.sus intereses y aunque les repugna-
ra moralmente el método a algunos de ellos ( es-
tas crisis de conciencia. fueron frecuentes en la
República de españoles que añadía a:sí el p~vi-
legio de -arrepentirse a todos los demás suyos) ,
la deuda fue adoptada en todo el Perú por los
hacendados y al hacerlo debieron admitir al mis-
mo tiempo todos los otros modos de explotación
de los cuales 1a deuda era resumen. ¿Cómo se
formaba la deuda, de qué medios se valía el due-
ño para convertir el pago del salario ·en un eré, ·
dito contra el asalariado? En primer lugar, como
·hemos dicho, los precios; _aunque los de hacienda
nada tienen que ver con los precio_~ que e~a~
210 PABLO MACERA

psicológicamente acostumbrados hoy; precioSI de


merca.do competitivos u oligopólicos, pero expre-
sión de la concurrencia de múltiples factores. Es-
tos precios de hacienda, que ni siquiera eran los
elevados precios de Provincia y -de Repartimien-
to, de los que se quejaba en 1769 el abogado li-
meño Melgarejo, tenían una formación mucho
más simple pues en definitiva dependían de la
voluntad del hacendado, y su regla general era
elevarlos por encima de los promedios regionales.
Dentro de la misma hacienda, además, podían
regir varias tablas de precios según fuera la cali-
dad del trabajador como lo indicamos al hablar
de los ''.administradores". Se llegaba en estos a
extremos increíbles si no estuvieran expresamente
atestiguados. Así, las siembras de los anexos de
Pichuichuro, Cacamarca y Ninabamba, "compra-
da" a los yanaconas o recibidas en pago de la tie-
rra; en cualquier caso a precios muy bajos eran
recotizados para los fines <le las anotaciones de
Quillcas (1768-1772) con gana.ocia para la hacien-
da. Lo mismo sucedía con el aguardiente nego-
ciado en el Tambo de Pichuichuro (1770-1772).
Aunque general para todo el Perú esta política
de precios fue más intensa y e>..'tensiva en las pro-
vi.ncias que a fines del siglo XVIII compondrían
las ºintendencias de Huamanga y Cuzco. Contamos
al efecto con la información que organizó el go-
bernador de Huanta en 1771 sobre 27 haciendas de
su jurisdicción; compara.ndo los p.r.ecios de la · ha-
cienda con los de ia provincia y con los que re-
gían en el mercado urbano -de Huamanga. Aun-
que fue entorpecido en sus investigaciones por
FEUDALISMO COLONIAL 211

los cabildantes de Huamanga y otros poderosos;


que siendo hacendados no tenían interés en que
el funcionario supiese la verdad; el gobernador
obtuvo -algunas conclusiones por su cuenta, sin re-
parar demasiado en las cifras inventadas por sus
maliciosos testigos. A su juicio los indios pagaban
por las cosas que ellos mismos producían mucho
más que un vecino acaudalado; como lo decía
el Protector de Naturales:

"Cuando un español y otras personas necesitan -de


un camero, maíz, trigo, cebada, papas, etc. com·
pran por los precios asentados en el bando sin du-
da y por mucho menos como se está experimentan-
do. ¿Pués que razón militará para con los indi_os
que lo mismo que se adquiere (por el cultivo y tra-
bajo de ellos) se les de por los amos usurariamente
siendo constante que por las calles venden las se-
millas por dos o tres pesos y a este tenor todo lo
demás y si acaso lo piden los indios vemos se les
recargan por cinco o seis pesos y respectiva de ellos
se los vende por eolios y en medi'das cortas de-
fraudándoles en uno y en otro lo que es intolera-
ble y hacen juego que entre infieles no se observa".
·.a
Podemos ahora comprender por qué el admi-
nistrador de Pichuichurn ( 1769) pudo con sólo
dos meses de Pulpería o Tambo ( tienda destina-
da a la venta de· efectos a •los indios) comprar
los .bueyes que necesitaba para la hacienda acu-
mulando una ganancia de 380 pesos. La inventi-
va del hacendado era inagotable y fácil puesto
que el indio no podía discutirla. En Chota y Pá-
rrapos ( 1767-1768) las ovejas viejas, machorras, sin
dientes y de vientres vacíos · les eran cobradas a
2_12 PABLO MACERA

los operarios al mismo precio que las borregas.


En Santa Ana por los mismos años a Delfín Lu-
deñ:a se le quiso cargar a su cuenta una mula per-
di,d a ( que al final se 'le perdonó) valorada en 14
. · ps.; pero cuando él hubo de entregar 3 mulas a
. la hacienda se las estimaron por un total de 31.2
ps. Pudieron ser inferiores estas últimas mulas;
pudieron también ser, y es lo más probable, has~
ta mejores que la perdida, pues es dudoso que
la hacienda se hicie.ra de anímales inservibles.
Si todas estas manipulaciones con el precio
fueron tan socorridas en las haciendas era porque
el salario pocas veces se pagaba en dinero. Lo
que sabemos -acerca de ,los "administradores" se
reproducía en gran escala para los operarios co-
munes. Dentro de una falsa "econonúa natural"
el hacendado que producía con un al~o índice de
comercialización como lo ·hemos ~o, remunera-
ba el trabajo en especies y servicio~. Esta moda-
lidad era a. veces pactada desde un principio co-
mo sucedió en Cacamarca (1785) con algunos in: ,
dios de Alquilas que convinieron su labor por 75
varas de ropa. O con los arrieros de · 1a misma
empresa ( grupo éste de los arrieros que merece
y tendrá un estudio ap~e) que años antes ( 1773)
recibieron su paga, unos; 'los del camino de Oru-
ro, el 50% en dinero y 47.i:i en ropa; y otros el
23.5% en plaJta y el 76.5% en dinero; al parecer
por conveniencia y para renegociar esas especies.
Pero casi siempre era una imposición más o me-
nos disimulada del hacendado; salvo para álgu-
nas categorías· ( las mujeres, por ejemplo, que con
pocas excepciones cobraban en plata porque tra-
FEUDALISMO COLONIAL .l13

bajaban pocos días) la mayo~ parte del peonaje


reciBía una escasa parte del salario en moneda.
U:na primera aproximación ~ dística para los 172
trabajadores de Santa Ana ( 1'767) sin contar mu-
jeres, empleados ni esclavos nos da los siguientes
porcentajes de dinero, sobre el total del ingreso:
Propios = 0.58%; Foráneos = 4.52%; Arrendado-
res = 0.49%. · ·

Proporciones similares han sido comprobadas


por nosotros para Chota, Motil, San Ignacio y Pá-
rraPQs ( 1768-1772). Mollemolle, Cacamarca y Pi-
. chuichuro ( 1770-72) . En todas esas haciendas los
"efectos" tomaban el lugar del dinero mediase o
no un arreglo expreso con el trabaiador. Los pa-
gos en especies eran efectuados en diversas opor-
tunidades durante el tiempo total de 1abor. A in-
terva,Jos diarios o semanales según fuera el tipo
individuru de consumos pedidos al "Tambo o Pul-
pería" que el padre ayacuchano de la Masa decía
a principios del siglo XVIII que era peor que cueva
de ladrones. Y :también al finalizar la temporada
de b·abajos, si el indio para entonces no había lle-
gado a gastar todo su haber y ie quedaba algo a
su favor, estos "alcances" del operario contra la
hacienda debían ~er pagados . en plata; pero en
la práotica ternúnaban recibiéndose en efectos; o
si el peón había de continuar un año más se los
apuntaba en el nuevo_libro como hicieron en San-
ta Ana con Juan Paliza ( 1769-70) ; peón número
20 de la lista cuyos 73 reales d~ alcance fueron
anotados en las quillcas de 1771; no sien<:lo el úni-.
co caso por citar.
PABLO MACERA
214

No's hemos •preguntado en qué medida estos


pagos en especie pueden en algunos casos ser con-
siderados Gastos de Conswno y en · otros · los que
llamaríamos Gastos de Inversión. El cesto de co-
ca que Pascual Urday, peón número 85 de S_a nta
Ana ( 1767-68), recibió por sus 99 rls. de crédito
pudo ser para su propio uso en los meses siguien-
tes; pero la duda subsiste en otros mbros. Noso-
tros hemos querido averiguarlo dividiendo las 82
especies y servicios que sirvieron -de pago en 9
haciendas (sierra, XVIII) , en catorce grupos: I Di-
nero; II Tributo; III Bebidas a:lcohólioas; IV y V
Comestibles; VI Ganado; VII Herramientas; VIII
Utiles domésticos; X Adornos e "insumos" ( alum- .
bre, jabón, cera) ; IX Ropa . y telas; X Pellejo;
XI Hechuras; XII Pérdidas; XIII Oh·os ( medici-
nas, robos, etc... ) XIV el saldo anterior. · Confe-
samos que no_ podemos hoy dar una descripción
concreta y completa de las diversas situaciones
porque hasta ahora no ha sido posible financiar,
como ya dijimos, el procesamiento de los datos.
Pero con todo hemos e~sayado una aproximación
estudiando; principalmente, los rubros VI Gana-
do; VII Herramientas y XI Hechuras, ·sin descui-
dar los "insumos" del X y, por las razones que
diremos, la ropa y telas del IX; salvo para el ru-
bro I ( ropa, telas )Í lanas) . En los demás hemos
comprobado baja participación en el total de los
salarios. Todavía más pará los pago_s en Ganado,
tenemos dudas si se 't rata o no de pérdidas o cuan-
do es evidente que no lo fueron si el tal ganado
es ~carne para comer" o inversión. ¿El "toro ren-
go" que compró Juan Manuel, peón número 54
1

FBUDALISMO COLONIAL 215 1

de Chota ( 1772) era para comérselo; quizá no


habría de castrarlo para buey de yunta por estar 1
malogrado pero podía usarlo como semental? Asi- 1
mismo, cuando en esa misma estancia-obraje figu-
ran dos asientos, uno para las borregas "perdidas" 1
y otro para las borregas sin decir más, ¿estas úl-
timas fueron compradas o nos enconb'amos ante 1
una ordenación cronológica no explícita de las
cuentas? ¿Tenemos o no -razón para considerar en
· Pérdidas y no en inversiones 'los 38 pesos que en 1
el renglón ganado figuran en el Debe de Agustín
Lucrano ( Chota 1771) porque hemos supuesto l
que no podía pennitirse el operario invertir el·
60'.i de su gasto? Nos movemos en tien-a difícil,
la ti.erra de la hacienda donde sólo el hacenda-
do y a veces el operario, nunca el Rey ( el "buen
Rey nuestro Padre de los incpos") sabía lo que
l
1
realmente suc~a.
Las mismas dudas tenemos acerca de las ro-
pas, telas y 'lanas. ¿Consumo o inversión? ¿Y si
se trata de consumo, quiere entonces decir que
ciertos sector~s de la población rural estaban im-
posibilitados de autosatisfacer estasi necesidades?
( Quizá las familias de los "forasteros sin tierras")
¿Y si nos inclinamos por fa inversión, debemos
reconocer un tipo .mixto de operario -pequeño
comerciant~ que reservaba. parte de su salario
pagado en especie para venderla fuera de la ha- 1
cienda? Nos quedamos con las ·preguntas y corre-
mos traslado a todos.
El rol de la Iglesia en las categorías de con-
sumo y pago dentro de la hacien:da es una de
las . más importantes. La baja participación de
l
1
J

216 PABLO MACERA


~
las probables inversiones fue su responsabilidad.
El grado de culpa no puede ser apreciado sólo
¡
por el porcentaje de Diezmos y obtenciones des-
contados del salario. Su presencia menos notoria
l
pero indudable la adve~os eD1 los gastos de j
aguardiente, adomos y ceras; casi todos para las
fiestas religiosas. E_I pobre Domingo Manco, ope-
rario · número 23 de Santa Ana ( 1771-73) perdió J
el 10% de su salario en comprar 16 ps. de ceras
para. sus obligaciones de Corpus. La hacienda j
sabía explotar muy bien esta religiosidad andina
orgiástica, pues un informe de 1769 nos dice que
los ~esuitas o no jesuitas a cargo del obraje de Ca-
~
camarca cuidaban de tener a -disposición de fos j
indios botijas de aguar-diente para los días 4 de
enero ( compadres y comadres), 4 de junio ( Cor-
pus y San Juan) y 4 de setiembre (ViI'gen de
l
Cocharcas). Los indios ·-"Grandes perros ladro-
nes"- según pensaba y maldecía un religioso je- J

suita en 1732 (Cámara) gastaban en celebrar los


Santos Católicos del 30 al 50% de sus exiguas ga-
nancias. "Es notorio, decía el administrador de Ca-
camaxca ( 1785), que los mestizos e indios .xesiden-
tes en el obraje empeñaban sus_trabájos para la
fiesta del Santísimo S'll.cramento en el Corpus y de
las demás imágenes que veneran en aquella capi-
lla". El hacendado, jesuita, mercedario o secular a
secas, tenía el tambo de licor frente a la Iglesia y
en la puerta del tambo y de la iglesia a'l engan-
chador que solícitamente les ofrecía dinero para
el licor a cambio _de trabajo futuro. Después, ha-
cendados, curas1, corregidores y mayordomos es-
cribían al virrey quejándose de fa "mala natura-
FEUDALISMO COLONIAL
217

leza de estos indios que todos los días andan en


borracheras y malas 1untas que ofenden a Dios"
según se escandalizaba en 1790 el hacendado Gas-
par Velasco, del Cuzco. Pero si una humilde fies-
ta pueblerina de Corpus en la provincia de Li-
ma, con. sólo 6 diablos y 8 negros, costaba ( 1762)
256 ps. incluyendo 174 para el altar y el "señor
Sacerdote" y 15 ps. para componer las caras del
"gigante español".
El sistema salari~s-pagos en especies-servi-
cios .presentaba mayores refinamientos de los que
ya hemos indicado. La hacienda peruana funcio-
naba como una Cámara de compensación donde
se compulsaban todas las deudas, créditos y cá1cu-
. los de los diversos sectores de Ia sociedad real
andina. El salario no sólo expresaba la relación
entre el dueño y su patrón t~mporario o perma-
nente. Sin mencionar e1 tributo y los ·diezmos-
obtenciones, podía servir también para confrontar
otros vínculos. El operario podía haber contraído
obligaciones económicas con otros trabajadores o
gente de fuera; por in.ic;:iativa propia o reclamo
del acreedor, la hacienda asumía la deuda y se
la recargaba en la cuenta. Tales acreedores po-
·dían ser personajes de cierto prestigio, -como _dori
Enrique Borungaraya: a quien la hacienda San
Ignacio (1767-1768) eno·egó 10.7 ps. de pañete
por cuenta 'del peón Pedro Escobar, NQ 87. O con
más frecuencia artesanos que exigían el valor de
su obra: así Eugenio Oré, jomalero NQ ·26 de San-
ta Ana ( 1767} quien a .travé•s de fa hacienda pa-
gó 3.1 ps. al amansador de su cabal'lo; o Nico-
lás Bacilio, NQ 61 de Párrapos ( 1771-1772) en cu-
218 PABLO MACERA

yo debe figuraron "2 quesos. . . que de su orden


se le dieron al maestro herrero". .A la núsma
clase de pagos y sustitución de créditos ajenos co-
rresponden los 2.4 ps. que por cuenta del peón
Dionisio Barrera pagó Santa Ana ( 1767) en ba-
yeta azul a la mujer de un tal Zevallos.
La hacienda supo desanollar y extender e~e
sistema de compensaciones y arreglos, incluyen-
do las relaciones familiares.· Para losi fines del
salario la familia asumía la representación del
individuo tanto para las deudas como para los
créditos. Las relaciones de parentesco más pró-
ximo ( filiación, mabimonio) suponían de hecho
expectativas y deberes salariales frente a la hacien-
da. Los padres gozaban o sufrían al respecto de
un status excepcional. Si los hijos tenían deuda ·
mn la hacienda, los padres debían asumirla. Mar-
tín Torres (peón NQ 78 de San Ignacio, 1771-72)
se había endeudado hasta por 54.4 ps. Su padre
Nicolás Torres tenía un alcance contra la hacien-
da de 15.6 ps.; ambas sumas fueron parcialmente
compensadas quedando la diferencia anotada en
el debe de Martín. En la vecina Párrapos ( 1767-
68) al morir Francisco Manuel de Die~o, el real
de su deuda fue encargado a su padre Diego Pas-
cual. A la· inversa, el hijo heredaba las ganancias
del padre: Juan Fulgencio Carlos (Chota 1767)
recibió los 11.6 ps. que constaban. a favor de su
padre Francisco Eugenio.
La ·regla general sin embargo favorecía mucho
más a los padres que a sus hijos sometidos a una
abusiva patria potestad que siendo tradición pre-
occidental fue hábilmente confirmada y utilizada
FEUDALISMO COLONIAL 219

por los españoles de las haciendas para asegurar-


se la fijación y explotación de la mano de obra.
En muchas haciendas los hijos, no siempre me-
nores de edad, nunca gozaban los limitados in-
gresos de su labor. Padres más considerados po-
dían limitarse a percibir una parte del salario; '
ésta fue la buena suerte de Pablo Chibor ( Chota
1767) cuyo padre le dejó los 17.7 ps. que había
ganado en el obraje y las chacras, quedándose
sólo con el producto de sus treinta días de pastor.
Se daban dentro de este régimen de explota-
ción intedamiliar extremos que casi equivalían a .
la renta de los hijos por su endeudamiento pro-
gresivo in(jucido por su padre. Entre otros cita-
remos al infeliz Sanfos Angelón, hijo de Tomás
Lagos: Angelón trabajaba en Mollemolle ( 1769-
70) y había conseguido no· endeudarse, teniendo
por el contrario un saldo a su favor para 1769 de
9 ps: Durante el año siguiente trabajó casi tres
meses ( a real diario) y de nuev~ ahon-ó quedan-
do en mayo de 1770 con un alcance de 9.5 ps.
Pero su padre pidió telas por valor de 19.5 ps. di-
ciendo que lo pagará Angelón y terminó endeu-
dado en 10 ps. La hacienda accedió muy gusto-
sa a la solicitud del padre "por haber ofrecido su
padre Tomás Lagos que continuaría a trabajar".
Podemos ahora después de una pormenorizada
casuística regresar a las hipótesis expuestas en las
primeras páginas acerca del carácter feudal y co-
lonial de la hacienda -peruana. Lo decisivo a nues-
tro juicio es que el análisis de la comercialización
agropecuaria y de las relaciones sociales de tra-
bajo revela un "doble juego" de la hacienda; míen-
220 PABLO MACERA

tras al interior se establecía una economía no mo-


netaria con los salarios pagados en servicios, con-
cesión precaria dé terrenos y especies supervalo-
radas: del otro lado, hacia afuera la hacienda se
gestionaba como economía monetaria y vendía su
producto en el ~ercado a cambio de d4iero. La
hacienda quedaba sitiada en la frontera de dos
econonúas. en la frontera de dos sectores sociales.
regulando la comunicación entre ambos. Todo el
éxito de fa empresa residía en estas funciones de
tránsito, portazgo, control.
Modernidad y arcaísmo, negociación capitalista
hacia afuera, organización social semifeudalizada
hacia dentro. la hacienda coordinaba así sistemas
formalmente contradictorios, reproduciendo · a la
escala de sus operaciones concretas la ambivalen-
cia general a todo el sistema colonial moderno.
cuya técnica consistió en establecer y aprovechar
diferencias ( sociales, económicas y culturales) en
beneficio de las oietr6polis. Con todo. el carác-
ter fundamental de la hacienda fue el de una
empresa capiltalista y por eso era una expresión
provincial y subordinada del proceso expansionis-
ta europeo de los siglos XVI en adelante. De allí
que incluso cuando en su frente interno imponía
un trabajo servil y lo remuneraba en especies, el
hacendado pensara aquellos pagos en términos de
dinero, dinero convertido en referencia aunque los
operarios no compartieran totalmente esos cálcu-
los y los reempl,a zaran por una valoración dirigi-
da a sobrevivir dentro de un régimen de autosa-
tisfacción. En conclusión, puesto que, como lo
hemos dicho, el hacendado organizaba su negocio
FEUDALISMO COLONIAL
221

persiguiendo objetivos individuales capitalistas y


sujeto al todo mayor del capitalismo mundial,
nuestro feudalismo fue un feudalismo mediato e
instrumental q'!e se negaba a realizarse. No es
correcto por tanto definfr a esta clase de empresa
como la hacienda peruana y a las sociedades que
las produjeron ni como capitalistas ni como feu-
dales a secas y en forma excluyente una calidad
_ de la otra. Eran las dos cosas "algo más": entida-
des coloniales; "algo más" que, hemos de repetir-
lo, constituye la razón de _toda la estructura. Por
ser una economía dependiente la nuestra no pu-
do ser ~xdusivamente capitalista y tuvo que de-
sarrollar w1 feudalismo alterado. Este modo ame-
ricano de producir, bien puede definirse como un
sub-capitalismo dependiente que para serlo nece-
sitaba de un feudalismo agrario de tipo colonial:

Fuentei

- 1754. "Matrículas de Cabezones del partido. de Huánu-


co"; ANP, Real Hacienda, lg. 16.
- Miguel Feij6o de Sosa "Relaci6n descriptiva de la ciu-
da~ y provincia de Trujillo"; Madrid 1763.
- 1774: "Expediente sobre las docbinas de Chilca y Ca-
ñete"; AA, Sección Visitas, lg. l. .
- 1770-72. Autos de las tasaciones de las haciendas ·del
Cuzco. Varios citados en la transcriptjón de linderos.
- 1785. "Estado del Partido de Chancay", por Luis Mar-
tínez de •Mesa; BNL, Sección manuscritos Cl463.
- 1786. "~stado del partido de Santa de la Intendencia
de l.os Reyes" por Toribio de Chávez; Archivo Morey-
ra, sin clasificar.
222 PABLO MACERA

- ( varias fechas, siglos XVII-XVIII) "Papeles _pertenecien-


tes a los marqueses de San Juan Nepomuceno . . ."; BNL,
Sección manuscritos, C4326.
- ( sin fecha, mediados XVIII) "Bienes, capellanías y dere-
chos de la familia Matute''; Archivo Moreyra, sin cla-
sificar. ·
- (sin fecha, mediados XVIII) "Razón de las fincas y ca-
sas del mayorazgo de Aliaga''-; Archivo Aliaga, sin cla-
sificar. · .
- (sin fecha, siglo XVIII) "Papeles de las haciendas que
tiene el Marqués Salinas"; Archivo Arrese, sin clasificar.
- (sin fecha, siglo XVIII) "Forma y planta que tienen las
haciendas de Celendín en la provincia de Cajamarca";
ANP, Compañía de Jesús, Títulos de Haciendas, lg. 5.
- "Extracto de las cuentas dadas por el administrador de
la hacienda Vilcahuaura. .."; ANP, Temporalidades, co-
legios, lg. 76. ·
- "Borrador del Estado relacionado del colegio del Cer-
cado de Lima . . ,"; ANP, Temporalidades, Colegios, lg. 76.
- "Reli:ición sumaria del producto y gastos de haciendas,
fincas y rentas del Colegio de San Pablo de Lima";
ANP, Temporalidades, Inventa_rios, lg. l.
- "Relación sumaria de lo que ha producido In hacienda
Lancha"¡ ANP, Temporalidades, colegios, lg. 95. .
1
-"Relación sumaria de lo que produjo la hacienda nom-
brada Bocanegra.. ." id. ant.
- "Relación sumaria del producto y gastos de la hacienda
de viña nombrada S. Jerónimo -"; ANP, Temporalidades,
colegios, lg. 77.
Sobre los- trabajadores de la hacienda, incluyendo adminis-
tradores, colaboradores, arrendatarios, .yanaconas y mitayos
se han consultado:
- 1610. "Expediente seguido por D. Tomás Alvarez Quin-
tanilla... solicitando indios de Mita"; ANP, Superior Go-
bierno, C. 28.
FEUDALISMO COLONIAL 223

-1722. "Informaciones ofrecidas por el padre José de Pe-


ralta. .. · sobre el entero de mitayos..."; ANP, sin clasi-
ficar.
1743. "Autos que siguen D: Diego Carhuacuri y . .. co-
mún de indios de. Otuzco"; BNL, Sección manuscritos
C2089.
- 1753. "Gaspar de Leyva solicitando providencia para la
distribución de mitas"; ANP, Real Hacienda, lg. 44.
-1757. "Deslinde de las estancias de Lochas . .."; ANP,
Compañía de Jesús, Títulos de , Haciendas, lg. 3.
- 1768. "Autos que el común de indios del pueblo de la
Asunción sigue contra D. José Clemente Cabrera"; ANP,
Derecho Indiano, c. 330.
- "Entable de la Gente Yanacona Jornalera ( de Ninabam-
ba )"; ANP, Temporalidades, haciendas, lg. 21.
- 1768. "Autos sobre la administración de las fincas de
la Caja de Censos y elevación de los Rectores de los
colegios del Cuzco"; ANP, Temporalidades, colegios,
lg. 82.
-1768. "Cuentas del Obraje de Cacamarca"; Temporali-
dades, haciendas "Caeamarca", lg. ·2 .
- 1767. "Testimonios de los inventarios y demás diligen-
cias que se actuaron en el obraje de Cacamarca"; ANP,
Temporalidades, haciendas "Cacamarca", lg. l.
- 1750. "Cuentas de gastos y líquido producto resultado
de la administración de la hacienda La Huaca•; ANP,
Temporalidades, haciendas, lg. 56.
-1770. "Cuadernos de los autos · que el Conde de Mon-
teblanco . .. promovió contra D. Dionicio de Silva.. . ex-
administrador de la hacienda de San Ger6nimo", lg. l.
-1-771. "Cuaderno de las cuentas de 1771" (San José
de la Pampa); ANP, Temporalidades, haciendas, lg. 45.
-1774. "Cuenta del obraje de Cacamarca y sus anexos";
ANP, Temporalidades, haciendas, lg. 2.
-177~. "Cuenta instruida de la hacienda San Jacinto";
ANP, _Temporalidades, haciendas, lg. 37.
224 PABLO MACERA

-1774. "Autos para ']a tasación y remate de la hacien-


da de Tingue"; ANP, Temporalidades, haciendas, lg. 66.
- 1771. "Expediente promovido por el común de indios
del pueblo de Cargacaian"; ANP, Derecho Indígena,
c. 341.
- 1775. "Autós que Don Juan García de Agorta Visita-
dor. . . en los partidos de lea, Pisco, y Nazca promovió
contra ' D. Diego Bartolomé de Chávez"; ANP, Tempora-
lidades, haciendas "San Regis", lg. 3.
- 1781. "Expediente (sobre) el arriendo de la estancia de
Gaujo"; ANP, Real Hacienda, lg. 71.
- 1785. "Noviciado. Correspondencia con las Temporali-
dades de este colegio desde el establecimiento de esta
administración general"; ANP, Temporalidades, corres-
pondencia, lg. 98.
-1784. "Autos seguidos por el coronel J:?. Gaspar de Ugar-
te. . . sobre la devolución y entrega del cañaveral de
Pachachaca"; ANP, Temporalidades, haciendas "Pacha-
chaca", lg. 3.
-1787. "Cuadernos de los autos que se siguieron... con
motivo de la entre~ del obraje de San Juan Bautista
de Cacamarca"; ANP, Temporalidades, haciendas "Ca-
camarca", lg. l.
- 1804. "Libro manual de Cargo y Data- (de las Tempo-
ralidades del Perú)"; ANP, Cuentas, lg. 3.
- 1807. "Autos que promovió D. José Antonio Cevallós. . .
para que se mantenga la sucesión de mitayos"; ANP, De-
recho Indígena, c. 665.
Además ver: Bertran Rózpide ( ed) "Colección de las me-
morias y Relaciones que escribieron los Virreyes del Pe-
rú". Madrid, 1921; y "Recopilación de Leyes de los
Reinos de las Indias.•.", Madrid, 1681. En particular
las disposiciones dictadas por Felipe III ( 4-iv-1601 y
26-v-1604) sobre mitayos; asi como las de Velasco ( 13-
ii-1604), Guadalcazar (1622), Esquilache (27-v-1616) y
Liñán ( 25-xii-1679) sobre la misma cuestión.
FEUDALISMO COLONIAL
225
En lo que se refiere a los "Libres" y al régimen de pagos
y consumos, las fuentes principalmente utilizadas son:
- 1689. "Libro de la Hzda. de S. Freo. Xavier de Pisac"¡
ANP, Compaliía de Jesús, Títulos de haciendas, lg. 3.
- 1768. "Borrador de la Co~pondencia con la hacienda
de Motocache"; ANP, Temporalidades, correspondencia,
lg. 151.
- 1768-69. "Libro de Gastos y avilitación del obraje y
hazda. de Pichuichuro"; ANP, Temporalidades, cuentas,
lg. 158.
-1769. "Documentos que pertenecen al cañaveral de Mo-
llemolle"; ANP, Temporalidades, Títulos de haciendas,
lg. 20.
- 1770. "Autos de mensura y tasaciones . de las haciendas
de Chota y Mótil"; ANP, Temporalidades, títulos de ha-
ciendas, lg. 10.
- 1772. "Sumaria información mandada levantar en la ha-
cienda Ninabainba con el fin de averiguar los excesos
e!} el manejo y alimentación de dicha hacienda. . . con
detrimento de los indios que servían en ella"; ANP,
Temporalidades, Títulos de haciendas, lg. 21.
-1773. "Libro de ingresos y egresos del 'obraje de S.J.B.
de Cacamarca"¡ ANP, Temporalidades, Títulos de ha-
ciendas "Cacamarca", lg. 3.
- 1784. "Autos seguidos por el coronel D. Gaspar de
Ugarte contra D. José Castañeda sobre devolución y
entrega del cañaveral de Pachachaca"; ANP, Temporali-
dades, Títulos de haciendas "Pachachaca", lg. 3.
-1787. "Memoria de los Indios e Indias del Obraje (Ca-
camarca) que aseguran no se contestaron puntualmente
sus deudas por el coronel D. Manuel Ruiz de Ochoa"¡
ANP, Temporalidades, Títulos de haciendas "Cacamar-
ca", lg. .2. .
- 1803. "Expediente promovido sobre la habilitación del
cañaveral de Santa Ana"; ANP, Temporalidades, títulos
de haciendas, lg. 52.
226 PABLO MACERA

- Los Libros de jornales utilizados corresponden a las se-


ries: conjunto Chota-Párrapos, Mótil-San Ignacio (1767-
1772) Cacamarca ( 1770-75) Ninabamba ( 1767-1773);
Pichuichuro ( 1767-72), Pachachaca ( 1769-17,:2) y Santa
Ana (1767-74).

-- Bibliografía H.Sada

- Franc<>is Chevalier '1nstrucciones a los hennanos jesuitas


administradores de Haciendas", México 1950.
- Franeois Chevalier "La fonnation des grands domaines
au Mé.xique", París 1952.
- Mario Góngora y Jean Borde "Evolución de la propie-
dad rural en el valle del Puangue", Santiago de Chi-
le, 1956. .
- Mario Góngora "Origen de los Inquilinos de Chile Cen-
tral", Santiago de Chile, 1980.
- Jos_é Matos, Henry Favre, Claude Collin "La hacienda
en el Perú", Lima 1967.
- Rolando Mellafe "Agricultura e Historia Colonial Hispa-
noamericana''. En Nova Americana, Santiago de Chi-
le-París 1965. ,
- Pablo Macera '1nstrucciones para el manejo de las ha-
ciendas jesuitas del Perú" (ss. XVII-XVIII), Lima 1966.
- Pablo Macera '1nformaciones geográficas del Perú CO•
lonial", Lima 1965.
- José Miranda ·«La función económica del encomendero
en los orígenes del régimen colonial", México 1965:
- Manuel Moreyra "La técnica de la moneda colonial,
unidades, pesos, medidas e Iniciación del virreinato'"; Li-
ma 1941.
- Manuel Mor~yra "La técnica de la moneda colonial,
unidades, pesos, medidas y relaciones" México, 1945.
- José Maria Ots y Capdequí "España en América. El
régimen de la tierra en la é~ca colonial", México 1965.
FEUDALISMO COLONIAL 227

- Ruggiero Romano "Una economía colonial: Chile en el


siglo XVIII", Buenos Aires 1965.
- Abelardo ·solls "Ante el problema agrario peruano", Li: .
ma 1928.
;- César Anto~o Ugarte "Bosquejo de la Historia Econ6·
mica del Perú", Lima 1926.
- Mario C. Vásquez "Hacienda, peonaje y servidumbre en
los ándes peruanos", Lima· 1961. .
.. - Manuel Vicente Villarán "Apuntes sobre la realidad so-
. cial de los inéligenas .del Peiú ante· las leyes de Indias",
Lima 1964. '

1
) LAS BREAS COLONIALES DEL
(
SIGLO XVIII •
)

Introducción
No menos de siete lugares eran conocidos an-
tes de 'la creación del virreinato del Perú como
ricos en petróleo o materias similares. Cubagua o
. .__ isla de las perlas, Femandina (Cuba), la provin-
cia mexicana de Panuco; Venezuela y la Punta
¿;_ ~ Santa Elena, en las cercanías de nuestra cos-
tS.: fueron ya mencionados por Femández de Ovie-
do (-J.748-1537) en su Historia General y Natural
de las Indias. El mismo cronista fue el primero
en llevar las breas americanas a España en 1523,
al parecer más por curio~dad que para alguna
ulterior aplicación. Las breas que ·producían· es-
tas fuentes eran -distinguidas unas de otra~ por los

• Este ensayo fue preparado en 1961 para la Revista del


Archloo Nacional del Pení cuyo responsables me hizo llegar
las pruebas de ~eras a París. Alegnndo rozones de e.~pacio
no fue pubUcaJo el trabajo. De regreso al pals ( 19~2) fui
sorprendido con la noticia de que cierto empleado de· ese
Archivo babia comunicado los descubrimientos docwnentales
que realicé ·a varios políticos, particualares y empresas
privadas. DecicU entonces publicar el estudio por mi cuenta
en una edición de muy corto tirnje.
230 PABLO MACERA

marinos españoles. Brotaban por sí solas, sin ayu-


da ni intervención del hombre, formando a veces
grandes manchas de aceite espeso sobre las aguas
del mar. Juan de Castellanos ( 1522-1605) reco-
gería ~crupulosamente esta visión en sus jadean-
tes elegías: ·
"Tienen sus secas playas una fuente
al oeste do bate · la marina
de licor aprobado y escelente
en el uso común de medicina
el cual en todo tiempo de corriente
por: cima de la mar se determina
espacio de tres leguas, con las manchas
que suelen ir patentes y bien anchas".

Era tal la abundancia de esos vertederos quP ,,


el padre Acosta ( 1540-1600) dijo que viajando ha-
cia Nueva España los barcos se guiaban ¡x-,r el
fuerte olor de la brea para enconb·ar la isla de
los Lobos.
De todos esos nombres, diseminados en la in-
certidumbre y vaguedad de los conocimientos geo-
gráficos de la época, destacó el de la Punta de
Santa Elena, en los términos de la ciudad de Puer-
to Viejo, visitada por 'l a expedición de Pizarro y
sometida durante nrucho tiempo a la vigilancia
del gobierno limeño. Había allí según Cieza de
León ( 1553) que no vio ob·os en -las Indias, cier-
tos ojos o minero9 de donde manaba alquitrán
muy caliente, que otro cronista no vaciló en com-
parru· "a la más perfecta trementina".
LAS BREAS 231

La celebridad del lugar tuvo sin embargo otros


orígenes. Los viajeros habían recogido de boca de
los lugareños viejas leyendas de gigantes anterio-
re$ al Diluvio, cuyas costumbres bestiales apare-
cen sorpresivamente mezcladas con el origen del
petróleo. Habían llegado en balsas de juncos y
sus ojos, decía Cieza, eran del tamaño de un pla-
to corriente y de la rodilla abajo tenían la esta-
tura de un hombre normal. Comían · como cin-
cuenta hombres, usaban barba y pieles e hicieron
unos pozos hondos para beber el agua. No traje-
ron mujeres, aunque Agustín de · Zárate· (1555),
confirmando su crueldad, aseguró que pescaban
bufeos y tiburones, que andaban desnudos y que los
españoles pudieron encontrar dos estatuas de esos
gigantes, una de hombre y otra de mujer. Eran
hombres crueles, sin Dios, entregados al pecado
de la sodomía y fueron castigados con una lluvia
de fuego que mató a todos ellos. "No tiene, de-
cía Fray Reginaldo de Lizárraga ( 1540-615), este
vicio nefando otra medicina". En los alrededores
de sus antiguas viviendas, cuyas vigas creyó utili-
zar un encomendero de Guayaquil, podían verse
todavía· en el siglo XVII restos de enormes osa-
mentas y dentaduras que los indios presentaban
como d-e su veracidad, aparentemente ratificada
además por los mismos pozos o manantiales de
brea que el fuego divino había quizás dejado co-
mo un testimonio de su cólera.
Las creencias españolas· no se_hallaron muy le•
jos de esta credulidad indígena. Con cierta clari-
videncia se miraba recelosamer1te a: estas aguas
negras, cuyos usos eran casi del todo desconocí-
232 PABLO . MACERA

dos. Los mismos nombres que 'sirvieron para de-


signarlas indican este temor o desprecio. No sólo
fueron conocidos como pez, pitroleo o asphalta,
sino también con el más expresivo de "estiércol
del demonio.. ( stercus demonis). Hasta en el mis-
mo siglo XVIII, L'lano Zapata convino con ·León
Pinelo en llamar a un aceite que encontraban en-
cerrado en cajas de piedra los mineros de Huan-
cavelica, con el nombre de pez asphalta porque
participaba por igual de ambas naturalezas, no
siendo, afirmaba, otra cosa que 1a munia de los
egipcios. El padre Cobo ( 1582-1657) a su vez no
pudo dejar de advertir el olor penoso de'l copey
de Santa Elena y el olor grave como de ruda de
chápopotili o betún mexicano.· Y agregó en un
esfuerzo fallido de racionalización que las breas
eran humedades untuosas "cocidas y digeridas con
el calor y virtud del sol y de los demás astros".
Los usos a que fueron destinados estos betunes
y breas .:.que ;no siempre son el petróleo-- du-
rante la época indígena· y fo's dos primeros ·siglos
de colonización, coincidían en parte con estas di-
vagaciones. Las' mujeres de México lo usaron pa-
ra curar y mantener limpios sus dientes y en San-
ta Elena se creyó que curaba las postemas y los
dolores que traía el frío. Otr0$ indios se procura-
ban la luz con el betún que ponían en cañas se-
cas. Vargas Machuca ( 1555-1620) cuenta que de-
fendía de los insectos tropicales, por lo que algu-
nas tribus andaban con sus caras teñidas de ne-
gro. Según otro testimonio, aunque confuso, for-
maba parte en algunos 'lugares, 'la provincia de
Granda, por ejemplo, de .las prácticas funerarias
LAS BREAS 233

indígenas. Los españoles creyeron, .con el domi-


nico Lizárraga, que restañaba las heridas mi_entras
no hubiese rotura de nervios; .y Oviedo, después
de confesar que algunos pretendían curar la gota
con el betún, añadía con su habitual desconfian-
za: "Yo no lo sé, ni lo contradigo ni apruebo en
más de aquello que fuera visto que aprovecha y
testificare los que lo supieran, que será en breve,
según la diligencia con que es buscado este pe-
troleo•.
El único provecho seguro que durante los si-
¡?los XVI y- XVII supieron obtener los españoles
de la brea estuvo vinculado a los riesgos de la na-
vegación. Desde los primeros años del descubri-
miento los marinos españoles buscaron afanosa-
mente cómo defender a sus frágiles embarcacio-
nes de la broma o gusano del mar, el principal
enemigo de los barcos de madera de la época.
Los mismos reyes católicos llegaron hasta aceptar
las ofertas de un arbitrista francés, fulano de Revo-
lledo, mencionado por el cronista Herrera ( 1559-
1625), quien fracasó en sus intentos de fabricar
un betún para calafatear los barcos. Para estos
menesteres marítimos fue inicialmente destinada
la brea americana. Compitiendo con la goma que
sacaban de los bosques de pino, . y mezclada con
_cebo, preservaba también a las Iarcias, aunQue An-
tonio de Ulloa advirtió ya en el siglo XVIII que
con frecuencia quemaba las sogas. ,
Si pretendiéramos seguir la historia del betún
colonial a través de testimonios posteriores a los
, ya mencionados, encontraríamos muy pocos du-
rante los siglos XVII y XVIII. Entonces, y hasta
PABLO MACERA
234

principios de la ipoca borbónica, no estuvo en ex-


plotación la mina de Santa Elena ni se conoció
la de Amotape y el petróleo, o .las breas si pre-
ferimos su nombre más exacto y genérico, fue
reemplazado por las resinas vegetales. Como la
madera era muy escasa en el Perú, pues los bos-
ques orientales ni siquiera hoy han sido plena-
mente incorporados a nuestra economía, dependía-
mos para la provisión de estas gomas de los pro-
ductores extranjeros. Lo que podríamos llamar
historia del petróleo durante ese tiempo es, pues,
en realidad, la historia de su ausencia o sustitución.
Una descripción de este tráfico figura en el
Compendio y Descripción escrito por Antonio Vás-
quez de Espinoza. Vásquez demuestra un insos-
pechable sentido práctico de mercader para ~as
cifras y trajines del comercio. Según él, los perua-
nos compraban betún extraído de los bosques de
Guatemala, 'Honduras y México. Desde Guatulco,
Bahía de Fonseca y Gusucarán llegaba la goma
de los pinares a las bodegas del Callao para ser
vendida a las haciendas de Viña. Era un nego-
cio que dejaba ganancias exorbitantes, pues el
quintal de brea que en Realejo valía 20 reales,
costaba en el Callao 12 pesos. Hasta el siglo
XVIII duró esta importación, desapareciendo cuan-
do el verdadero betún, de Santa Elena y Amota-
pe, empezó a ser explotado.
Las omisiones de Vásquez -ele Espinoza fueron
compensadas en el mismo siglo por Antonio León
Pinelo ( 1660) con su caótica disertación sobre El
Paraíso en el Nuevo Mundo. En dos capítulos
LAS BREAS 235

del libro <:uarto ( XII y XIX) León Pinelo recogió


todas las noticias contenidas en obras anteriores
a la suya y algunas de ellas casi desconocidas o
inhallables, acerca de las fuentes y de los ríos
peregrinos y de los minertµes toscos .de las Indias.
Con delectación habló del azogue sutil, los bú-
caros, imanes, piedra lipes, tierra lemnia o sigi-
llata, azufres y bezares. Junto con ellos y por ser
de "menor valor y estimación", figuraron los 1=,e-
tunes, alquitranes o breas. Mencionó entre otros
lugares a las fuentes claras de Guasteca y a las
de pez negro y pez rojo en el pueblo de Cima-
tao. También el aceite de Santa Bárbara y Santa
· Cata·l ina en la frontera de Tomuna a las riberas
del Orinoco que Raleigh 11am6 tierra de la ·bréa
y a los ya conocidos sitios de Santa Elena, Cuba-
gua y Huancavelica. Citando el estudio de Mo-
nardes -sobre las drogas de Indias y los relatos de
Avalos, Juan de la Vega y el padre Eusebio, aña-
dió que en el Collao po1úan a secar al sol una
tierra en pedazos que <laba un betún medicinal
que en el Pení llamaban aceilte o resina de la
Puna. Los naturales decfanle Yereta y era el pokel
de Hungría.
Los autores del si~lo siguiente no demostraron
mayor interés por la brea o betún. El nuevo en-
tusiasmo por las ciencias naturales y por las des-
cripciones geográficas, que prosigue y corrige la
tradición española del siglo XVII, no impidió que
subsistieran los viejos prejuicios del mercantilis-
mo. Para este mercantilismo colonial la brea con-
finada en algunos lugares desiertos o inhospitala-
rios del virreinato, no podía competir en presti-
236 PABLO MACBRA

gio con los metales preciosos, venas y sangre del


Perú, según la metáfora de Córdoba y Salinas. El
Cosmógrafo Mayor del Reino, don Cosme Bue-
no ( 1711-1798) concedió así apenas tres o cuatro
líneas a las fuentes de Amotape, "Mina de copé,
dijo, especie de napta negra y dura -como el as-
phalto" mencionando brevemente los usos que ya
hemos anotado. De la misma concisión fue Ulloa
( 1716-1795) en su viaje por la América Meridio-
nru; y José Ignacio de Lequanda ( 1801) -al
describir el Partido de Trujillo- quien agregó sig-
nificativamente que en los alrededores de esta mi-
na de brea había otra muy rica de plata que los
indios no querían descubrir. Haenke ( 1761-1817)
o Bauzá, tampoco dijo algo más, repitiendo con
minúsculas 9:diciones el trabajo de Lequanda.
El único autor del siglo XVIII que ofreció un
cuadro general o un cierto resumen de los confu-
sos conocimientos que todavía predominaban acer-
ca de las breas, fue el peruano José Eusebio de
Llano Zapata (1721-1780) con sus Memo-rias Apo-
logéticas publicadas en España.
[Llano Zapatn espiritualmente fue hombre del siglo
XVII. Hasta por sus preferencias literarias: Peralta segufa
siendo para él la más heroica cíthara, acorde lira del Lf-
mano Pindo, Cuya Lima Fundada citó profusamente en
la dedicatoria del Higiastico-11 . Respetuoso de 1ns antiguas
autoridades, su elogio del latín ( aquí fue preceptor de len-
guas clásicas y examinó a los maestros de Gramática) lo
apartó de los renovadores de su tiempo. Y contra los apolo-
gistas de la lengua vulgar no fue partidario de traducir
las Sagradas Escrituras, intención herética, de Calvino y
Lutero, que sólo podría acometer según él quien estuviese
desposeído de todo Dios.
LAS BREAS 237

A pesar de su amistad con el Marqués de Vallatlpl·


broso y otros criollos ilustrados de su época, permaneció
indeclinablemente fiel, durante muchos años, a las ense•
ñanzas de Aristóteles. Conoció es cierto a muchos auto•
res modernos; siguió ocasionalmente a Mañer, Feij6o y
Pellicer, entre los españoles; y mencionó a Moreri, Cas-
sendi y Zahn. Pero mezcló a todos ellos con las opiniones
de San Alberto Magno, Séneca o Aristóteles, sin criterio
alguno de selección. ·
El viaje y la residencia en España inauguraron un se•
gundo período, una brusca ruptura en la obra de Llano
Zapata. Era quizás demasiado tarde. En pocos años, con
la misma pasión rectificatoria de Vidaurre y que parece
ser un signo de nuestro improvisado retraso cultural, qui-
so recuperar el tiempo perdido en las aulas limeñas. Sus
cf..iscusiones lingüísticas con Mayans sobre la voz "canoa"
no fueron ya pedantes y aburridas como su anterior dis-
quisición sobre las irregularidades exiet y transiet. Decla-
ro ser opuesto a la simple recolección de hechos y sen-
tencias y confesó que la experiencia decidía en el conocl-
cimiento de los fenómenos naturales (PMemiógrapho). Arre-
pentido de Aristóteles llegó incluso a aconsejar a los ame•
ricanos el estudio de las ciencias físicas en vez de las os-
curas abstracciones de la Escuela "arápagos y trampan-
tojos con que por lo común se engañan bobos y descami•
nan incautos",
Estuvo siempre muy por debajo de esas declaraciones.
Los escritores del siglo XVIII hubieran podido encontrar
en él un buen ejemplo de la pereza de .los trópicos. Su
vicio fue el plagio. Con escasa advertencia, según ha de-
mostrado Félix Alvarez, fue detrás de los renglones de
León Pinelo. El mismo padre José de Acosta, a quien
defendió por prudente solidaridad de las justas acusacio-
nes de copista que hizo Torquemada. fue despojaao por
su desaprensivo admirador. La famosa defensa del indio
que hizo suya Llano Zapata ( no es incapaz sino falto de
238 PABLO MACERA

cultura) es íntegramente copiada del Procuranda Indorum


Salute].
El Preliminar de estas Memorias, que nos in-
teresa en este trabajo, no fue una expresión de la
inquietud moderna por las ciencias naturales sino
que prolongó a deshora y sin honestidad las am-
biciones enciclopédicas del barroco. Las noticias
de Llano Zapata sobre las breas, en el capítulo
dedicado a los volcanes y termas, no traen más
de lo ya leído en el Paraí.so en el Nuevo Afondo.
Llano Zapata i:esaltó sobre t?do las aplicaciones
médicas del petróleo por. encima de cualquier uso
industrial en la navegación o fábrica de botijas. El ·
petróleo era casi una panacea, la medicina univer-
saL Mezclando diez o quince gotas en un vaso de
vino podía curar las más rebeldes enfermedades.
El envenenamiento, la flojera de nervios, la so-
focación uterina, los afectos verminosos, la supre-
sión de menstruos y los tumores, desfilaron en el
entusiasta catálogo de Llano Zapata. Digamos en
su descargo que, como siElmpre, repitió opiniones
ajenas.
La pobreza y reticencia de todos estos testigos
pueden ser razonablemente superados por las fuen-
,t es manuscritas e inéditas que guardan nuestros
archivos locales. La administración española, mu-
cho más celosa y despierta que la republicana en
preservar sus intereses, nos ha dejado rimeros
de consultas, informes, visitas y estadísticas que
esperan pacientemente el juicio de los inves-
tigadores profesionales. Entre los papeles del Ar-
chivo Nacional del Perú, quedan por ejemplo al-
gunos referentes a lo que en el ~glo XVIII fue
LAS BREAS 239

llamado el Estanco d~ las Breas. En mayo de


1959 los encontré, confundidos con 'la sección de
Correos y Postas y encargué su catalogación ini-
cial a la señorita Eisa Quibaja, alwnna de la Uni-
versidad de San Marcos. En los meses siguient~s, la
Sección Histórica del Archivo, _dentro de su regu-
lar trabajo de exploración, reorganizó esos mismos
fondos en trece legajos por orden cronológico y
de procedencia. Con algunos documentos más de
las secciones de Minas, Superior Gobierno y Pro-
tocolo Notariales, es posible hoy día obtener una
idea aproximada de las primeras formas de ex-
plotación de l~ breas en el Perú.

I. Amotape, límites y estatuto ¡urídico


AW)que hemos encontrado alguna mención do-
cumental dé fuentes de petróleo o similares en
las provincias de la Sierra ( Chumpi-Parinacochas),
la historia de las breas¡ coloniales fue principal
o exclusivamente la histo1ia de las minas de Amo-
tape en el Obispado e Intendencia de Tn14illo.
La extensión y los límites de estas minas son im-
precisos. Los autores de la época creyeron sufi-
ciente una indicación general vinculada a los pue-
blos próximos de Colán, Pariñas, Catacaos y Amo-
tape. La burocracia colonial, por su parte, ami-
noró su· rigor y confi~ .e n los sobreentendidos de
la buena fe o de la opiniÓQ <:0mún, pues casi
nunca reveló un interés excesivo por ' los linderos
de la mina. Hasta los particulares comprometidos
en los negocios de breas descuidaron el asunto.
Todos sabían que la Corona española terúa un de-
recho señorial indiscutido sobre los yacimientos y
240 PABLO MACERA

cualquier sutileza o disquisición acerca de sus tér-


minos carecía entonces de la urgencia y utilidad
de nuestros días.
No obstante estas inevitables limitaciones po-
dem<>s reconstruir con cierta exactitud qué era lo .
que entonces se llamaba la Mina de Amotape. En
1755, Victorino Montero, al solicitar su compra a
la Corona, decía con intencional vaguedad que la
mina estaba dentro de un despoblado de cincuen-
ta leguas que media entre Amotape y Tumbes,
sin preocuparse de distinguir a la una del otro,
pero siri pretender tampoco identificarlos. Tóda-
via menos precisos fueron los informantes oficia-
les convocados en el mismo año por el contador
· José Gómez Moreno, quien a su vez definió la
mina de cerro Prieto ( otro de sus nombres) como
"lo que no es otra cosa que un monte así llama-
do por las emanaciones que parece desciende dél
a unos arenales dilatados despobfados de gentes
por la falta -total de agua y pasto~".
Los arrendatarios deseosos de eliminar la posi-
ble competencia de cualquier otra explotación lle-
garon alguna vez a sostener que la mina de brea
.de Amotape comprendía todos los yacimientos
próximos. Esta fue la opinión en 1776 de Agus-
tín José de Ugarte pidiendo que se prohibiera a
los padres Belemitas el ti-abajo de los pozos de
su hacienda de Máncora p<;>rque eran, según él,
"vertientes de las de Amotape". No sabemos cual
fue la resolución administrativa. Interpretando li-
teralmente otros testimonios, y a pesar de la au-
sencia ,de cifras, medidas y planos, llegamos a
una conclusión opu~a. Hay por lo menos un
LAS BREAS 241

informe preciso y es el enviado a la Administra-


ción central de Lima en 1806 por el Alguacil y
Juez Comisionado de Piura don José Victorino Se-
minario y Jaime. Lo -transcribimos al pie de la
letra:
"Esta mina está situada así al norte a un lado del
Camino ·rea1 que se dirige al pueblo de Tum-
bes a falda de la Cordillera nombra~ Cerro Prie-
to apartado, éste, cerca de siete leguas del ll4ar y
la Mina cinco en un terreno mezclado con piedra
y en el desagüe de las quebradas de los Jague-
lles, el Muerto y Cerro Prieto, por donde sólo co-
rre al agua cuando llueve".

La descripción es clara. Lo que entonces se


entendía por Mina de Amotape estaba limitado a
un pequeño sector del desierto costeño de Piura
y enclavado en las quebradas de Jaguelles, Muer-
to y Cerro Prieto, sin que fuese posible confundir-
la con el inmenso despoblado que formaban sus
alrededores. Más a(m, el mismo Seminario aña-
dió que los pozos o zanja~ que comprendía esta
mina eran 413, de los cuales ~ hallaban en tra-
bajo solamente 260. Que ésta y no otra era la li-
mitadísima extensión de la mina se comprueba
además por el hecho de que en los papeles de
la époqa. se la¡ distinguió expresamente de otro ,
denominada Negritos ''en una vega que dista de
aquí a seis leguas" a las orillas del mar. Un exa-
men más paciente de los antiguos planos y topo-
nimias del partido de Piura, incluyendo la -titu-
lación de las hacienda~ vecina~, permitiría ratificar
· e~ concl~on~,
242 PABLO MACBRA

Esos yacimientos que adoptaron el nombre in-


dígena del pueblo más cercano, distante diez le-
guas, fueron descubiertos a fines del siglo XVII
o principios del XVIII por los campesinos de Co-
lán. Desde un principio fue evidente que toda
la zona era riquísima en breas ( copé o copey ) .
"En cuantas partes", dice un informe administrati-
vo, "se hacen excavaciones desde los altos de
la Ensenada de Talara hasta la hacienda de Mán-
cora, Organos o Cabo Blanco, diez a doce leguas
al norte de dicho Cerro Prieto, se hallan el Copé
en más o menos abundancia". El petróleo ( cuer-
po oleaginoso de bastante crasitud, fue la preten-
ciosa definición oficial ) se filtraba por las poro-
sidades subterráneas siguiendo un curso diag~nal.
A dos estatutos jurídicos estuvo sujeta la ex-
plotación de estos yacimientos. Dw·ante los pri-
meros años, el Estado español los enb·egó por me-
jor postura a los arrendatarios. Pero ya desde 1782
Areche dispuso la creación del Estanco de las
Breas. En vez del arrendatario apareció el Asen-
tista, siempre a licitación. En cualquiera de am-
bas condiciones, como veremos más adelante, el
Fisco nunca renunció a vigilar las formas de tra-
bajo y el comercio de las breas.
El primer arrendatario_de la mina de Amota-
pe fue el vecino de Piura don Mateo de Urdapi-
leta, por un precio ínfimo de 80 pesos anuales
q1:1e pagó hasta 1735. Años después fue acusado
de haber conseguido el arrendamiento sin prego-
nes, en connivencia con el Tesorero de Piura (y
má~ tarde albacea suyo), don Manuel Beano
LAS BREAS 243

-que se gastaba la plata ajena en buñuelos, se-


. gún denunció Victorino Montero.
A Urdapileta sucedió en 17~9 el orgulloso e
inquieto don Viotorino Montero, magnate criollo,
muy próximo a los vi1Teyes, como capitán de sus
guardias y que había sido nombrado Corregidor
de Piw·a merced a sus influjos familiares. Monte-
ro llegó a pagar 650 pesos y, más tarde, desde
1755, 1,000 por año, obteniendo por más de 20
años pingües beneficios. La nobleza colonial no
desdeñaba los menesteres comerciales y varios de
los principales aristócratas del reino estuvieron
asociados o comprometidos con Montero en la ex-
plotación del petróleo. Sabemos que tuvo com-
pañía con don Gaspar de Laredo, cura de Colán
y que en Lima fue su eón-esponsal y depositario
de las breas, el primer Conde de Vistaflorida, pa-·
clre qe don José Baquíjano. En su testamento de-
claró también como socio a do~ José Enríquez .y
a su cuñado don Francisco de Araujo, muy pode-
roso en Quito donde un hermano. ~uyo era Presi-
dente de li Audiencia.
Ya éntonces el·· Rey había ord~nado que los
arrendamientos de bienes públicos se hicieran a
plazo fijo no mayor de cinco años. Montero, hom-
bre de ambiciones desmedidas, propuso en répli-
ca la compra de la mina para convertirse en el
único dueño de todo el ramo de l~ breas.
[Los caudales de Montero estaban en España, donde
siguió él, y m~ .tarde su sobrino don Ignacio de los San-
tos de Aramburu, un largo e.,;pediente para reivindicar el
título de Piedras Blancas. Confiaba en sus parentescos y
amistades en la Corte, donde quizás podían recordar los
244 PABLO MACERA

servicios que al Rey de Francia había prestado don Fran-


cisco de Covarrubias y Montero. La verdad es que sus
pretensiones por las breas desmentían en el espíritu y la
letra a las ideas que había expuesto en el Estado político
del Perú, publicado en 1747. Allí Montero no sólo se de-
claró partidario de cierta teocracia o gobierno mixto civil
y religioso ( su padre después de enviudar fue Obispo de
Trujillo) sino que ridiculizó y zahirió a la naciente bur-
guesía peruana con sarcástico desprecio.
Ante las perspectivas de la ganancia, Montero olvidó
sus propias frases contra las "albóndigas y mercados". Si
en Lima obtuvo la alcabala de cameros_ junto 'con don
José Bravo de Castilla, en Piura llegó a ser casi dueño
absoluto de la economía regional. Enviaba cordobanes y
cera a Quito y Lima, y el tráfico de la cascarilla y los jabo-
nes también dependían de él. Era poco. Para ser el amo
indiscutido del Corregimiento faltaban las breas. No sabe-
mos qué límites reconoció él mismo a su voluntad de poder.
Fue sin duda en medio de la dispersión y frivolidad de
su clase un hombre de propósitos definidos, con virtudes
de mando, al que no faltaron las tentaciones suntuarias
del mecenazgo con algún rimador sin fortuna como el
Presbítero Félix de Alnrc6n. Tenía sin embargo resquicios
que dejan adivinar los secretos que no confiaba a sus es-
critos. A los frutos de estas minas de brea. cuya propie-
dad persiguió tenazmente, los destinaba en parte para sos-
tener a los huérfanos · de Piura, "atendiendo a que estos
inocentes cuando no mueren infantes quedan tan desme-
drados que son para los ejercicios del mundo menos ro-
bustos que los demás hombres". Y en su testamento deja
a una española de la plebe y a una zamba libre, María
de Zavala, mandas muy superiores a las de su propia
hermana y sobrina].
Los argumentos que emple6 Montero en. el
voluminoso ex-pediente seguido en 1755 para ob-
LAS BREAS 245

tener la propiedad qe Amotape confirman el tem-


ple áspero y violento de su carácter, pero al mis-
mo tiempo la astucia y el razonamiento del mer-
cader. De vez en {:uando entre una y otra pausa
legal, asomaba su cólera de gran señor feudata- -
rio y en las páginas finales desdeñó con su fácil
castellano de criollo culto a un funcionario de la
administración piurana opuesto a sus intenciones.
Lo menos que diio fue .que aquel pobre hombre
desconocía su oficio, no sabía de antj~uas ni de
nttevas retasas y que no era sino un buen esco-
lástico, hacedor de gigante·s de paja.
Con dialéctica que no .se detenía ni ante algu-
na maliciosa acusación de blasfemia ('10 pasado,
ni Dios puede hacer que no haya ·sido") , Monte-
ro pretendió convencer a los funcionarios de las
ventajas que la venta de Amotape traería a la
Corona. En el reino del Pe1ú, recordaba, nin~-
na mina, con excepción de la de Huancavelica,
era de propiedad pública. El arrendamiento te-
nía además el inconveniente de impedir ·las' in-
versiones y mejoras que sólo el pmpietario, pero
no un poseedor transitorio, estaría dispuesto a, rea-
lizar. El Fiscal Ortiz de Foronda opinó que pe-
ritos calificados tasaran la mina y sus instalacio-
nes a fin de elevar los autos a Madrid. Pero los
comisionados respondieron que era imposible ha-
aer un justiprecio de Amotape porque todos los
':rabajos eran eventuales y desaparecían cada año,
gastados por la 'lluvia; tampoco existían otras mi-
nas similares en el Pení que pudieran servir de
patrón.
246 PABLO MACERA

Montero no consiguió sus propósitos. A su


muerte licitó Amotape Don Francisco de las He-
ras, y desde 1762 el albaceazgo de este último, re-
presentado por Agustín José de Ugarte, quien lue-
go In obtuvo para sí por 8 años a razón de 2 mil
pesos anuales. Las relaciones entre Ugarte y el
Fisco español fueron borrascosas. Aunque las ga-
11ancias que dejaba la mina eran muy altas, Ugar-
te pretendió en 1775 que se le devolvieran 17 mil
pesos por concepto de mejoras. El Estado negó
·que fueran tales mejoras las instalaciones que ha-
bían sido indispensables para la producción de la
brea. José García de León Pizarro, desde Guaya-
quil, expresaba al Virrey de Lima cuál era el cri-
terio oficial:
''En estas minas no deben llamarse mejoras los Po-
zos y Zanjas que el Arrendador hace para sacar el
Copé como no lo son por punto general las Rejas
de Arado que se dan a la tierra para que .produz-
ca la siembra".
Esta severa y prudente política y la compe-
tencia de los yacimientos de Santa Elena, aleja-
ron por un tiempo a la inversión privada y hasta
hubo año en que la más alta postura por Amota-
pe fue de 825 pesos anuales. Fue esta la primera
crisis de muchas que hubieron de enfrentar las
breas del norte. Después de haber elevado el
arrendamiento, en menos de 40 años, de 80 a
2,000 pesos, los virreyes se vieron ante la amena-
za de cerrar las minas y depender exclusivamen-
te de las breas de la Presidencia de Quito. Hubo
consultas, cartas e informes entre Manuel de Gui-
rior y las autoridades de esta última jw·isdicción.
LAS BREAS 247

Y se concluy6 por aceptar el arrendamiento con-


junto de Santa Elena y Amotape. La consecuen-
cia · fue un acuerdo lesivo para el gobierno. Por
apuros monetarios se aprobó la propuesta de Fran-
cisco Sánchez Navarrete. Aunque éste ofrecía en
apariencia un mayor ingreso de 1,000 pesos por
año sobre Amotape (6,000 para las dos minas)
~ en realidad logró condiciones que nadie había so-
licitado antes de él. No sólo el término concedi-
do fue de 20 años, sino que además pidi6 la ex-
plotación ilimitada de las breas y un alza repen-
tina y brusca de su precio a 25 pesos por quin-
tal. Los técnicos protestaron y un comentarista
calificó el acuerdo de abusivo y engañoso, dicien-
do que Sánchez sólo pretendía "trasladar las mi-
nas, digámoslo así a sus almacenes".
La tensión con los arrendatarios fue uno de
los motivos que llevó al Visitador Areche a ·es-
tancar las '!;>reas, agregándolas al mismo ramo que
el de Tabacos. Comenzó por rescindir la contrata
de Sánchez Navarrete porque, según palabras tex-
.h1ales; sólo favorecían al licitador y a su casa. Los
particulares, decía Areéhe en un informe, sólo mi-
ran a sus propios intereses y no a los del Rey )'
la república.
Con el Superior Decreto de 24 de noviembre
de 1781, las · minas de Amotape y Santa Elena,
como bienes estancados, fueron entregadas por
Asiento, también al mejor postor. El Estado se
reservó la propiedad eminente pues, según un do-
Cltmento oficial, tenía un derecho superior de vi-
gilancia .sobre todas las riquezas del país sin que
nadie, de adentro o de afuera, pudiera intervenir
248 PABLO MACERA

ni señalarle normas; su poder era semejante al


de un padre de familia en su casa y su conducta
no podía estar sujeta a los caprichos del lucro
privado: ·
"En este caso es dueño cada gobierno de disponer
dentro de su territorio aquello que más le -acomo-
de para bien del Rey y subsistencia del Estado,
así como cualquiera Padre de Familia puede ha-
cer en su misma casa lo que le parezca justo sin
temor de que le sorprenda el vecino oponiéndose
a las deliberaciones económicas, aunque sienta per-
juicio en sus giros lucrativos, respecto a que no ha-
ce uso de los bienes ajenos sino de los propios".

En la primera época de transició? no actuó


Areche de acuerdo a estos criterios. Dio prefe-
rencia en las ventas de brea a don José Rodríguez
· que tenía depositado·9 cerca de 4,000 quintales,
sin que ningún otro comerciante pudiera compe-
tir con él. Como era de esperar, Rodríguez re-
sultó al cabo de 6 años acreedor del Estado por
más de 80,000 pesos.
De acuerdo con los nuevos reglamentos, los
asentistas de Amotape y Santa Elena fueron, a fi-
nes del siglo XVIII y principios del siglo XIX,
hasta los turbulentos días de la independencia,
José Ant_onio Rocafuerte, comerciante de Guaya-
quil, má-s tarde por corto período reemplazado
por su viuda; el capitán Cristóbal de la Cruz, ve-
cino de Piura, y por último otro Rocafuerte, hijo
del anterior, que las poseía en 1821.
Aunque las condiciones del asiento eran explí- .
citas, las autoridades españolas tuvieron muchas
LAS BREAS 249

veces que oponer firme resistencia a las preten-


siones de los usuarios que nunca estuvieron satis-
fechos y conside~aron a las minas de brea como
de su exclusivo dominio. Ya en 1802, por ejem-
plo, don Cristóbal de 1a Cruz fue advertido que
el Gobierno no renunciaba a vigilar sus instala-
ciones, por más que hubieran sido pagados por
el asentista, y aunque ési;e cumpliera exactamen-
te todos los demás compromisos del contrato. Por
debajo de la· argumentación jurídica se en(ren-
taban dos concepciones y dos intereses opuestos,
el particular y el público, en una lucha reiterada
que resurgió bajo diversas formas. Los explotado-
res de Amotape no vacilaban, por su parte, en re-
currir a las argucia·s delictivas mermando a escon-
didas los derechos del consumidor o del Estádo.
Como la brea debía de ser transportada en cajo-
nes de madera, la utilidad ilegítima consistía en
aumentar el peso de los envases de modo -que la
cantidad neta recibida por el consumidor fuese
inferior a la que pagaba. Por este procedimien-
to, descubierto en 1796, José Antonio Rocafuerte
había podido vender durante siete año:s, como be-
b~n. 150 quintales que eran de madera. Ganó
18,000 pesos que el Gobierno dispuso que restitu-
yese a los compradores.
También fue inflexible el Estado español con •
el pago completo de loi diversos derechos con
que las disposiciones reales gravaban a los pro-
ductos del comercio colonial. Hasta fines del si-
glo XVIII, todos los asentistas habían pagado sus
impuestos sin resistencias, demoras ni reclamos, y
. conocemos que en Lima lo hacían por Rocafuerte
250 PABLO MACERA

sus apoderados don Antonio y don José Matías de


Elizalde. Pero en 1803_ don Juan Crist6bal de la
Cruz promovi6 un expediente ante la administra-
ción de Paita reclamando del pago de ·los dere-
chos de salida por ese puerto. La reclamación
pas6 a la Intendencia de Trujillo y después a la
Contaduría Real y Aduana de Lima y por último
a la Dirección de Estancos, formando un grneso
legajo de informes, protestas y proveídós.
· De la Cruz pretendía la adaptaci6n del régi-
men de las breas al que gozaban los ramos es-
tancados de tabaco y pólvora que estaban libera-
dos de derechos a cambio de la venta exclusiva
del producto a un precio inyruiable determinado
por el Gobierno. En su defecto De la Cruz soli-
citaba, como compensación, que le fuera permi-
tido elevar el precio fijo de 13 pesos cuatro rea-
les, a que entregaba la brea. El asentista sólo po-
día aducir en favor suyo una disposición real que
daba ·a Paita los privilegios ·de puerto menor, co-
mo Huanchaco y Pacasmayo, liberando así del
pago de algunos der~os a los productos que se
embarcasen por él. · Alguna mella hicieron los
alegatos del asentista, pues sin atender a la una-
1úmidad de opiniones del Fiscal Govea, del Mar-
qués de San Felipe el Real y de Pedro Dionisio
Gálvez, el Virrey Avilés ·ordenó que De la C~uz
sólo prestara fianza mientras llegaba resoluci6n
definitiva desde la Metrópoli. Esta, con fecha 15
de 4ulio de J8o.5, fue adversa a De la Cruz y, en
lo sustancial, ratificatoria y mera aplicad6n de la
real orden de 26 de setiembre de 1795, que pro-
LAS BREAS
251

hibía las exenciones de impuestos en cualquier


contrato de la Real Hacienda.

11. Amotape, formas de explotación

Los mismos documentos que nos revelan la


estructura jurídica a que estuvieron sometidas
las breas de Amotape, nos penniten reconstruir la
historia de sus formas de trabajo y comercio. Uti-
lizando esas fuentes y aunque sea con un carác-
ter sumario, ensayemos en las próximas páginas
una descripción de las vicisitudes sociales, el con-
torno geográfico y las repercusiones económicas,
en cuyo ambiente se desarrolló la explotación de
la brea durante el siglo XVIII.
El partido de Piura, en que estaban ubicadas
las ntinas de Amatope, eral una tierra cálida y
seca que uno de los viajeros del siglo XVI recor-
daría con pesadumbre por sus "sabandijas sucias",
añadiendo que era abundante o viciosa en man-
tenimientos. Casti1?ada por las sequías, que dura-
ban hasta ocho .o diez años, era temida como tie-
rra insalubre, tierra: <;le ciegos y nacimiento de
una extraña enfermedad muy frecuente en todos
los valles costeños, hasta· en el de Tmjillo. Fray Re-
ginaldo _d e Lizárraga que elogiaba el sabor de sus
membrillos y manzanas, que son los mejores del
mundo, corregí-a su admiración al ver los estra-
gos y dolores -ásperos de este accidente de los
ojos. "Apenas vi, dice, en aquella ciudad hombre
que no fuera tuerto". Si algún otro prestigio ga-
nó Piura en lo~ _siglos · siguientes; fue el que ma-
252 PABLO MACERA

lignamente recordó Terralla ( l 7Q2) con sus co-


rrosivos versos:

"Que descansas en Piura


ciudad con visos de pueblo
benéfica solamente
para el contagio venéreo"

Las minas eran pobres y escasas. En un re-


cuento hecho por Lequandai a· fines del XVIII
no figuraron más de siete: las de Cerro del Gi-
gante, propiedad de un español Serguera; y otras
pocas en Pomechay, Cerro San Francisco, San
José de Naviceda, Rosario de Guadalupe y Jebón
de San Pedro. Si agregamos la veta de plata en
la hacienda de Chipillico, otra de Ayabaca y la
mina del "piedra; verde'.' (sic) cerca del mismo
pueblo, no encontramos, s~bre todo en la región
costeña de Piura, el señuelo de la riqueza sorpre-
siva que ofrecían otros lugares del Perú. Con ra-
zón Victorino Montero pudo decir desencantado
que Piura sería -t ierra rica si tuviera tanta plata
como había alforjas de algarrobos.
Los habitantes de Piura tuvieron que doble-
garse ante esta avaricia de los metales preciosos
y desarrollar su economía alrededor de la agricul- ·
tura y de formas incipientes de la industria. En-
tre sus principales actividades estuvd el cultivo .
del algodón, que Lequanda afirmó que "se pro-
duce en aquel tenitorio como la maleza en los
campos". Los grandes hacendados del norte tra-
ficaban con este producto en los mercados de Li-
ma, Chile y Loja y Cuenca. De igual o mayor
' LAS BREAS
253

importancia fue el comercio de la cascarilla traí-


da desde Quito, Chachapoyas y Guambos. No
pagaba derechos reales y era vendida en los mer-
cados del sur. Bauzá nos dice que durante tres
años (1785-1788) Lima había comprado cercá de
60,00Q arrobas de cascarilla. Apenas inferior era
la crianza de ganado cabrío que se vendía a . la
cercana ciudad de Lambayeque.
Como en otras zonas del Virreinato, la explo-
,tación agrícola apareció mezclada en Piura con
ciertas formas rudimentarias de induspialización.
Pudo exagerar un catedrático de San Marcos cuan-
do en . 1767 dijo que en el Perú todo era. indus-
trial, hasta las fincas rústicas y urbanas, pero hay
testimonios indudables que en las mismas hacien-
das surgiero~, valga el ·anacronismo, pequeñas fá-
bricas servidas por los esclavos o jornaleros. La
preparación de sebos para el jabón; la_ cwtiem-
bre de cuero, las ceras, el añil y' las maderas po-
drían ser mencionadas entre las modalidades piu-
ranas de estas formas mixtas de explotación.
Quedaban sin embargo enÓrmes extensiones
despobladas. El desierto de Piura, del que ha-
blaban los temerosos viajeros de la época, no ofre-
cía otro beneficio que la recolección del lito, ve-
getación silvestre utilizada en las lejías y tintes.
Los pueblos indios languidecían allí, con sus ca-
sas de totora y barro, al pie de los pequeños oasis,
aprovechando los cercanos bosques de algarrobo
en que pastaba el ganado.
Una de esas aldeas indígenas fué la de Amo-
tape en cuya vecindad se halló la brea. Era un
254 PABLO MACERA

lugar de tránsito, infestado de mosquitds, en que


los viajeros nunca paraban sus cabalgaduras más
de dos o tres horas para que "beban unas aguas
salobres y encharcadas que son las que se sue-
le encontrar". Cuando Ulloa pasó por allí a me-
diados del siglo XVIII no do más de 30 ca-
sas cú.biertas de paja y pequeñas chácaras de se-
milla, raíces y frutos cálidos. Algunos de sus po-
bladores habían elegido el oficio de guías. por el·
desierto contiguo, donde hasta los mejores y más
viejos indios solían perder la pista. Sabían los ca-
minos por el oriente del sol o las estrellas. .
Toda la región de Amotape era poco poblada
y sabemos que el repartimiento de Amotape y
Tumbes no contaba en el tiempo del Marqués de
Villagarcía más de 105 indios. Se les tenía por ex-
pertos y laboriosos pero también por ser de "com-
plexión ardiente, desconfiados y dados a las muje-
res". Todas estas razones influyeron quizás para que
trabajaran _en las núnas de Amotape los negros
esclavos o libres de los alrededores ( algunos de
ellos figuran en la~ acuarelas de Martínez Com-
pañón). ·
A diez leguas de este pueblo de Amotape es-
.taban los yacimientos de Cerro Prieto. Estéril, sin
más riqueza que la brea, Cerro Prieto dependía
para ,t odo de las poblaciones vecinas. .Ni siquie-
ra el agua era suya, pues los jagüeyes más próxi-
mos, a dos leguas de las núnas, daban una agua
malsana, "giuesa" la llamaban, cargada. según
creían de antimonio, capa.rosa, azufre y alumbre.
Por el agua había que caminar cinco leguas has-
LAS B_REAS
255
ta Pariñas "que son unos cerros o montes habita-
dos por pastores que pacientan la cría de ganado".
Todavía más lejos, hasta Piura, había que ir por
los víveres; y por madera a Oatacaos.
Los trabajadores, que venían desde Amotape
y Colán ( quizás también desde Cucio y Mechato)
no laboraban dw-ante todo el año y recibían· su
remuneración en especies, hasta que el asentista
de la Cruz introdujo los salarios en moneda ( 1803).
El sistema de explotación era muy elemental, sin
la intervención de maquinarias y confiado casi ex-
clusivamente al esfuerzo humano. Las viviendas
eran asimismo muy pobres. La casa patronal se
reducía a ·cinco habitaciones, con techo de este-
ras y puerta de roble. Una ramada que servía
de cocina y comedor a los jornaleros y una pieza ' .
-hecha de carrizos para que durmieran, completa-
ban la instalación humana. . Frente a estas suma-
rias edificaciones estaba la que llamaban oficina
de fundición ( 26 por 30 varas) con 4 depósitos
de hornos de cal y ladrillo y 16 hornillos con 4
tinajas de barro cada uno.
Para la extracción del copey se abría, con ba-
r_reta y lampa, zanjones o fosos de 50 y 100 varns
de largo y 2 ó 3 de profunclidad; y también po-
zos que alcanzaran lo que denominaban veta del
copé. No conocemos exactamente su costo, pero
se señaló a mediados del siglo XVIII la suma to-
tal de 20,000 pesos para abrir 200 fosos. La llu-
via y las arenas cubrían periódicamente las exca-
vaciones obligando a un~ permRD;ente labor de
limpieza. Casi siempre cuando el arrendatario o
256 PABLO MACERA

asentista veía llegar el fin de su contrata, descui-


daba estas operaciones y dejaba que el sucesor
recomenzara todo el trabajo desde el principio.
. Con frecuencia el copey manaba junto con ojos
de agua amarga que envenénaba al ganado que
la bebía; fluyendo por las paredes quedaba depo-
sitado en el centro de las zanjas o pozos. De ahí .
era conducido en mates hasta los grandes tinajo-
nes de barro, hechos en Catacaos, a 24 leguas de
distancia.. Estas tinajas eran colocadas en unas
zanjas revestidas de ladrillos, en forma de horni-
lla; allí el copey hervía hasta alcanzar una tem-
peratura determinada empíricamente por el olor.
Entonces mezclaban la brea. propiamente dicha
-una costra dura como piedra- formada en la
superficie por evaporación del copey.
Obtenida cierta condensación que llamban de
melcocha, se dejaba que el betún perdiera el pri-
mer calor para trasladarl_o a las petacas y cajones.
Estos envases eran alineados a pequeña distancia
unos de otros y separados por montículos de tie-
rra. .C uando la brea aparecía brillosa era trans-
portadi al puerto de Paita y de ,ahí al Callao,
donde la Administración de Estancos había alqui-
lado dos bodegas para su depósito. · Una de ellas,
en pésimo •estado, había ·p ertenecido al comer-
ciante Oliva y sobre ella tuvo ciertos derechos el
Marqués de Mon,tealegre de Aulestia. La otra,
llamada de Camacho, era de don Ignacio Her-
nández, quien la arrendaba por 200 pesos al año
a don Pablo Matute. Allí pódían ser depositados
de 18 a 20,000 quintale~.
LAS BREAS 257
El costo de producción, incluyendo el tran~-
porte y los derechos reales, alcanzaba en Amota-
pe a poco más de i 4 pesos el cajón, en l 78u.
Casi el 70% de esa cantidad correspondía a las
operaciones que hemos resumido. El resto corres-
pondía a conducciones i.ntermedías, bodegas, pagos
de Consulado y otros. He aquí segun Joaquín Jo-
sé de Arrese un resumen de esos gastos.
Cajón brea Amotape .. . .. . ...... 10 pesos
Cajón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6 reales
Conducción de ese cajón vacío desde
Guayaquil hasta Payta . . . . . . . . ½ real
ldem desde Payta hasta Amotape . . ¼ ..
Idem de la Brea desde Amotape a
Payta .--: ... . . , .... . ....... . 3 reales
Arrumage en Payta . . . . . . . . . . . . . . ¼ real
Almojarifazgo y alcabala ' 2 reales
Flete de mar . . . . . . . . . .. . . . . . . . J peso 6 .,
Almojarifazgo y alcaba la . . . . . . . . . 1 ., 3 ½ .,
(También para Sta. Elena) consulado 1 real
Con~ucción a Bellavista 1/2 .,
Bodegage . . . . . . . . . . . . % .,
TOTAL ..... ·: ....... . ... . ... 14 pesos 7 ½ reales

En Santa Elena, el cajón, a pie de mina, sólo


costaba 4 pesos y el total de gastos era de 8 pesos
y reales. No podemos apreciar con exactitud el
margen de ganancia que correspondía al asentista
años después, pero sí, en cambio, el obtenido por
el gobierno español revendiendo el quintal a 25
pesos. Descontando los gastos de administración
hubo año que esa ganancia llegó a 13 mil pesos,
aunque parece ser cifra excepcional. Según otros
258 PABI.O MACERA

cálculos, durante un decenio ( 1782-1791) la utili-


dad neta para el Ramo de Breas fue de 40 mil
pesos. '
En defensa de estos ingresos que rejuvenecían
a la mermada hacienda colonial, el gobierno con-
troló el monto de producción para impedir su ex-
ceso y la consiguiente depreciatj.ón. ' Los funcio-
narios españoles no podían participar de las ilu-
siones que un liberalismo económico extremo des-
pertaba en algunos teóricos. Ni siquiera estos mis-
mos economistas de la colonia¡ _llegaron a. creer
sinceramente en la regulación automática de la
econo~a por las leyes natul'ales. Adversarios de
la intervención estatal, convenían sin embargo en
aceptarla como un mal menor y provisorio que
evitaba otros peores. Para ellos la econonúa po-
día también ser modificada artificialmente por los
particulares, y no sól<? por el Estado. El Estado,
enemigo clásico de la economía "libre", podía ·así
convertirse paradójicamente en agente de su res-
tablecimiento. ·
La administración española no necesitaba des-
de luego de estás distinciones aca'démicas. El tu-
telaje superior del gobierno, tradicional durante
los Austrias -y defendido por el Despostismo ilus-
trado, a pesar de otras ideologías opuestas-, era
para esa administración un derecho irrenunciable.
~sta fue la opinión de Areche en 1782 disponien-
do que la producción de breas estuviera sujeta a
las necesidades del ·consumo. Fue también la del
criollo Miguel Feijóo de Sosa, a quien los virre-
yes e&cuchaban co~o la · primera autoridad de su
LAS BREAS 259

época en asuntos administrativos, en un informe


elevado al Virrey en 1791. Hacía ya 4 años que
Rocafuerte detentaba el asiento de Amotape y en
vez de la cantidad señalada de 1,500 quint!lles
por año, había entregado un exceso de 1,000 quin-
tales por año aproximadamente. · Feij6o presunúa
que esas mayores entregas perjudicaban al Fisco
pues sobrepasaban las pqsibilidades de venta y
aconsejó que fuera rescindida la contrata:
"Es contante que las existencias deben ser arregla-
das a los Consumos, lo que pide la buena econo-
mía de esta Rl. Negocinci6n, porque de lo contra-
rio el tiempo deteriora las especies, como se está
viendo con el crecido acopio de· los Ramos de Ta-
baco y. Naipes".

Los estados generales y . cuadros estadísticos


que han llegado a: nuestros días co~irrnan la ex-
haustiva aplicación de estos principios. · Mediante
la fijación de cuotas -anuales obligatorias, se man-
tuvo casi siempre la producción por debajo de
las posibilidades de los yacimientos. La verdad,
por otra parte,' es que el . mercado de consumo de
la brea era entonces muy !'educido; y exclusiva-
mente interno, pues carece de importancia una
exigua exportación a Buenos Aires en 1797 ( 40
quintal~) . .
Las breas sólo eran utilizadas por las hacien-
das de yiña en. los valles de lea, para empegar
-las botijas de licores. Corno éstas nó pasaban de
150,000 al año ( a fines del siglo XVIII fue ~n-
siderada una · cifra récord la de 188,000) no eran
necesarios más de 1,500 quintales de brea para
260 PABLO MACERA

cada cosecha. Así, de•1782 a 1791 el Estanco ven-


dió 1,455 cajones y 1,544 petacas de brea; y de 1798
a ·l796, 4,337 cajones; el más alto, 1795, con 1,745
cajones y el más bajo con 232.
Los hacendad?s de lea como principales con-
sunúdores ..del producto fueron adnútidos frecuen-
temente en la regulación de su comercio. Ya a
principios del siglo XIX el marqués de Casa Con-
cha reclamó al gobiemo por la mala calidad de
la brea; y en 1815 el Ayuntamiento de lea, y a
nombre de sus vecinos don Francisco Vergara, pi-
dió que las breas fueran enviapas directamente de
Paita a lea y Pisco, con µn breve internanúento
ea el Callao, disnúnuyendo los gastos de bodega-
je y transporte. ,
Las breas estancadas por el gobierno limeño
tuvieron sorpresivos competidores. que les sustra- ·
jeron algunas zonas de su mercado regular. Apro-
vechando la dificultad de los caminos y la negli-
gencia o complicidad de los subaltemos, algunos
comercian~es chilenos quebraron el monopolio es-
tatal en los viñedos de Moquegua, Vítor y Majes.
El betún ·chileno, que quizás designe a una ma-
teria distinta a la brea peruana, servía mejor que
el producto piurano para los odres que reempla-
zaban a las botijas en las citadas regiones; ofrecía
también la ventaja de su precio ~enor: Otras
provincias, como Nazca, Arequipa y Cuzco, prefi-
rieron los sustitutos locales, cuya naturaleza tam-
poco precisamos. Sabemos que en 1792 había una
mina en los alrededores de Parinacochas que pro- -
ducía dos clases de be~ ( duro y fluido) propie-
daft de un cura del lugar. Envasada en petacas,
LAS ,BREAS
261

que dieron lugar a una floreciente indl}stria de


cueros en la provincia de Lucanas, esta brea era
vendida sin trabas en toda la región sur del Perú.
Con estas restricciones Amotape no pudo al-
canzar durante el período colonial el auge que
prometía su riqueza. Al proteccionismo oficial y
a la competencia ilícita se añadió la concurren-
cia de los productos de Santa Elena, empezados
a explotar en 1769. Entre ambas minas hubo una
lucha sorda, escondida premeditadamente a las
pesquisas administrativas y que de vez en cuando
aparece con _violencia casi nacionalista en los liti- ·
gios de la época. En principio, las dos minas de-.
bían coordinar su producción por acuerdo que ya
hemos mencionado entre las autoridades de Quito
y Guayaquil de un lado y el Virrey del Perú del
otro. Los asentistas no obstante, olvidando sus
compromisos, favorecieron alternativamente a cual-
quiera de ellas, según fuera su interés. Rocafyer-
te explotó ambas, pero Cristóbal de la Cruz, por
ejemplo, abandonó la guayaquileña, dedicándose
a los yacimientos de Amotape. Años antes de la
independencia no faltaron peticiones para que, al
revés, Santa Elena fuese el único o preferente cen-
tro de producción de las breas.
Las razones que arguyeron los partidarios de
cada una de esas minas son de dudosa imparcia-
lidad; y es difícil decidir en qué grado· estaban
interferidas por las conveniencias económicas en
.juego. Durante los primeros años de la disputa,
Amotape no pudo obtener ventajas sob.e su ri-
val. A la crisis de sobreproducción que alarmó
a las autoridades entre 1770 y 1775, sucedió una
262 PABLO MACERA

disminución repentina de las breas piuranas. .Qe


1801 a 1803, De la .Cruz sólo pudo enti:egar 2,338
de los 5,250 quintales asignados; y al ·año siguien-
te, el Regidor Javier María de -Aguirre fue encar-
gado de traer a Lima el producto desde Guaya-
quil, para cubrir el déficit de la producción lo-
cal. Hubo -desde entonces continuas quej~ acer-
. ca· de la insuficiente producción de los yacimien-
tós piuranos, que alguna vez fueron clausurados.
Este fenómeno puede en algunos casos atribuirse
al frustrado proy~to de explotación de Negritos,
cuyos pozos, más tarde, fueron cubiertos e inun-
dados por el mar.
Los con~umidores prefiriéron sienip~e las_breas
de Amotape. Aunque en 1808 Rocafuerte 'afir-
maba que su calidad era inferior a •l a de San-
ta Elena, todas las demás opiniones le eran C9n-
trarias. Los compra-dores iqueños sostenían que
las breas peruanas eran más finas y puras y que
los asentistas de la familia Rocafuerte sólo pre-
tendían favorecer a su patria natal. Uri experto
·aseguraba que las breas de Amotape eran mejo-
res "porque sus sales alcalinas constan de menor
acrimonfa... ·
Por encima de estos argumentos, _la preferen-
cia de ven!a acordada a las breas peruanas se de-
fendió entre nosotros por razones de orden ·políti-
co. De la Cruz dijo que Piura era una región
decaída que sólo podría recuperar su esplendor
con auxilio de las breas. Protegiendo los yaci-
mientos .de Cerro Prieto habría tr~bajo para los
indios holgazanes y regresaría el cultivo a las tie-
rras abandonadas.
LAS BREAS . 263

Para otros, proteger las breas piuranas era no


sólo propiciar el bienestar de ~na región, sino el
de todo el Virreinato. Con raciocinio parecido al
de Bravo de Lagunas cuando defendió la priori-
dad de los trigos limeños sobre los de Chile, se-
ñalaban que el primer deber de un Estado era
la autarquía -el fantasma aristotélico-, el contar
con sus propios recursos y favorecer al nacional
sobre el extranjero.
Las cifras no ratifican el ·optimismo demostra-
do por estos defensores de la producción nacio-
nal. Entre 1782 y 1791 Am?tape sólo contribuyó
al merc~do con 9,782 libras. En 1800 correspon-
dieron 188,251 libras a Santa Elena y nada más
que 38,~78 a Amotape. En 1811 no se recibió pro-
ducto de Santa Elena ( Amotape entregó 32,988) ,
pero fue porque en el anterior ejercicio habían en- -
trado 225,845, todas del mismo lugar. En 1807
Santa Elena 343,272 y Amotape 42,600 y en 1813, -
157,435 y 40,557 respectivamente.
En los años próximos a ·1a ·independencia, la
debilidad del gobierno central español y el rigu-
roso cerco de los rebelqes •<¡iollos, hirió a la eco-
. nomía peruana en sus centros vitales. La nave-
gación entre Paita y el Callao fue de riesgos im-
previsibles, sobre todo durante el predominio ma-
. rítimo ,de Cochrane. Las breas que én el ·~iglo an-
terior habían sido perseguidas ávidamente por los •
corsarios ingleses, debieron ser trasladadas por tie-
rra, a través del antiguo camino de los llanos, pa-
ra que no cayeran en poder del ejército libertador.
Derrotado· y proscrito el an~guo régimen, las
breas no merecieron cuidado ni atención por los
264 PABLO MACERA

nuevos dueños del país. San Martín y Bolívar, co-


mo sus colaboradores peruanos, tuvieron en sus
manos un país, que mucnos · de ellos sólo- G<>no-
cían superficialmente. En nombre de la libertad
fueron entonces combatidos los gremios y corpo-
raciones económicas y el estatuto privativo de las
tierras in(lígenas. Toda norma era un estorbo,
una intromisión -agresiva ~el Poder en el orden
natural de las cosas. El hombre sólo exigía la
abstención de los organismos -sociales. Lo que la
escuela mercantilista y - el Despotismo Ilustrado
defendieron, se perdió en ünos pocos dias de im-
provisado liberalismo y las breas dejaron de ser
propiedad del Estado.

Biografías, notas bibliográfiéas y fuentes


documentales ·
Además de los breves apuntes correspondien-
tes a Lequanda ·y Feijóo, hemos sustituido las no-
tas de página por la enumeración en conjunto de
las fuentes utilizadas. Las siglas al pie de cada
manuscrito corresponden a los siguientes archivos:
ANP; SB Archivo N~io
nal del Perú Sección;' Breas
ANP; SM Sección Minas •
ANP; SG Superior Gobierno
ANP; JC Judicial Civil
ANP; PN Proto~los Notariales
ANP; ST Sección Temporalidades
ANP; SI Sección Inquisición
AHMH; Archivo Histórico del Ministerio de Ha-
cienda.
. LAS BREAS
265

a) Biografías

José Ignacio de L'equanda. Entre los e·spaño-


les que fueron ganados pasajeramente por la ije-
rra del Perú, estuvo José Ignacio de Lequanda,
inquieto fiscal de las costumbres coloniales y el
hombre más enterado -quizá después de Baqúí-
jano y Feijóo de Sosa- de las enredadas finanzas
del virreinato. Era vizcaíno, nacido de Gordezue-
las y de antigua aunque no muy famosa hidal-
guía. Su madre fue doña María Josefa de Escan-
saga, pero él declara a veces como -apellido ma-
terno el de Salazar. ·
Muy joven, a los 24 años, vino al Perú en 1764;
donde gozó de la protección de su tío Baltazar
Martínez Compañón, que fue agregado a la igle-
sia de Lima y después Obispo de Trujillo. Su ca-
mino, como el de muchos hombres de mediana
nobleza en el siglo XVIII, fue la carrera fácil y
ordenada de la administración pública. Durante
sus 33 .años de residencia en el Perú, recorrió sus
más apartadas provincias, ascendiendo todos los
escalones burocráticos. Recién .llegado fue oficial
de Rescate y Contador de Potosí y ya en 1779 sus-
tituto del Tribunal Mayor de Cuentas. . Más tarde
estuvo en Iluamanga y a los pocos años fue Ofi-
cial Mayor de la Contaduría de Aduana. En 1786
vivía en Trujillo como Tesorero de sus Cajas Rea-
les. Seis años después era Contador de la Adua-
na de Lima y su Administrador interino, cargos
que habían desempeñado Joaquín Arrese y Anto-
nio Suazo. En 1795 obtuvo licencia y goce dé suel-
do para embarcar a España, viajando en 17f17.
266 PABLO MACERA

, .
No pudo ya regresar al Pe1ú. Sorprendido por la
ep~demia de Cádiz, de la que . también enfennó
su amigo Baquíjano, murió en 1801 _sin que pudie--
ra firmar su memoria testamen~aria "por Jo tré-
mulo del pulso".
En Lima, Lequanda fue hombre muy próxi-
mo a los poderosos comerciantes del Tribunal del
Consulado y tuvo negocios con don Isidro Abarca,
conde de San Isidro, A pesar de su indudable ha-
bilidad y de haber intentado el comercio de cue-
ros en Buenos Aires, su patrimonio fue siempre
muy escaso. Tenía un conocimiento de las cifras
que nunca supo aplicar. Los gobernantes colonia-
les le escogieron como · su consejero íntimo y se-
gún algunas ver~ones el señor Carlos Deustua
puede demostrar que fue Lequanda y no Unanue
quien escribió las Memorias del virrey Gil de Ta-
boada ( comunicación personal de D. Manuel Mo-
reyra 1959).
Sobre Lequanda ha recaído la sos-pecha del
plagio. Con mayor verosimilitud correspond~ esa
acusación a Baquíjano, a Unanue, Pezet o Lani-
va y a muchos sino a todos los escritos del Perú
colonial. · Me~diburu fue el primero, rechazándo-
lo, en consignar el rumor. Vargas Ugarte y Po-
_rras han señalado ya que Lequanda . colaboró en
, la preparaci<$n de la Visita <lel Qbispado de Tru-
jillo iniciada por su pariente Martínez Compañ6n.
Junto a él -y siguiendo ambos, sin confesarlo, ]os
métodos · y hasta el texto del jesuita Clavijero-
apren<;lió Lequanda los primeros y más elemen-
tales secretos de la tierra, sus costumbres, pro-
ducción, paisajes y antiguas leyendas. La ·medida
LAS BREAS
267

en qu~ Lequanda pudo participar en una Rela-


ción que su pariente no pudo concluir es difícil
de precisar, ¿fue nada más que un allegado de
segundo orden que auxilió a Martínez Compañón
con escasas observaciones; o tuvo en sus manos
los. apuntés de la visita episcopal dándoles redac-
ción? Sin discutir por ahora estas posibilidades,
queda sí establecido que la Descrip~ón de Tru-
jillo que publicó . Lequanda en el Mercurio Pe-
ruano coincidió en lo principal con el índice d,e
las acuarelas de Martínez Compañón. /
Lequanda, sin embargo, carecía de la imagina-
ción y de la pasión que exigían los ambiciosos •
proyectos de Martinez Compañóri. Tenía los ojos
ciegos par-a todo aquello que no fuese número y
cuadros estadísticos. Entre las acuarel.as y su des-
cripción, fría y precisa como un cál~uló aritméti~
co, hay una diferencia de espíritu · que lo releva
de la acusación de plagiario. Si arriesgáram~s ~u-
posiciones podríamos decir que Lequanda. no hu-
biera tenido escrúpulos en aprovechar la obra aje-
na del Obispo, aunque fuese su pariente. Lo hi-
zo con otros mejor custodiados por la fama al se-
guir en silencio a Montesquie~, Jovellanos y otros
autores modernos en sus colaboraciones del Mer-
curio Peruano.
Aparte de las obras ya mencionadas, Lequan-
da fue como otros españoles y extranjeros redac-
tor de la heterogénea revista de los Amantes del
País. Allí publicó resúmenes estadísticos sobre po-
blación y comercio, artículos de geografía y una
Disertación sobre la vagancia. Por unas memo-
268 PABLO MACERA

rias, quizá de su letra, hemos podido en.contrar


el nombre de otros trabajos suyos que es proba-
ble figuren en su relación de méritos, impresa en
España, que no hemos podido ver. Consta que
por encargo de Escobedo escribió un "Estado Ac-
tual del Erario del Perú, su método de gobierno,
con distinción de sus cargas", muy parecido al
Gazopfiilacio de . Feijóo de Sosa. También más
.tarde el "Reglamento de balanza y comercio" }'
unas "Ordenanzas de la Aduana de América" que
tuvo en sus manos el -Conde de Casa Valencia.·
Por los mismos d~umentos sabemos que el Du-
que de Alcudia entregó al Rey de España una
Historia Natural, Civil y Geográfica del Reino del
Perú, que Lequanda había reducido a w1 cuadro
con notas instructivas. Todos ellos pueden estar
todavía en los archivos éspañoles.
Miguel Fei¡óo de Sosa. Nacido en Arequipa,
Feijóo de Sosa representa una transición entre las
diversas generaciones modernistas peruanas del si-
glo XVIII. Como su homónimo español, quiso
guardar un equilibrio frente a las fuerzas cultu-
rales en pugna, rechazando todas las novedades
extremas. Pocos años antes de morir demostró
esta ponderación del carácter en la disputa Osa-
rio-Castro que separó, alrededor de un tópico de
Teología,. a los conservadores y radicales del pen-
samiento local.
Según la relación de méritos, extractada por
Vargas Ugarte y por Carlos Daniel Valcárcel, es-
tudió en el colegio de San Martf:n, clausurado
por Amat. Era hombre de fortuna heredada. Aun-
que, si é:reeI!)0S al Marqués de Villagarcía, su pa-
MUSEO r ~~cA::o oc c1rnciA)- ns LA SA!..UD

LAS "°'2'ir
Jirú n J uuin :So, !:·. f1 l,_i11,11. 1 - Perú .
BRitw¡_,.:_::.:...:.:....:_...::.:.:=...,__;:___ _;__ _ _

dre la adquirió sin muchos escrúpulos. Algún fun-


damento tendrían las acusaciones porque la dote
de su hermana, casada con el mayorazgo de Ro-
bles Maldonado, alcanzó a la suma, enorme. pa-
ra el tiempo, de 50,000 pesos.
Como Montero, cuya vida hemos reseñado en
el texto, Feijóo también supo aprovechar comer-
cialmente sus cargos de Co1Tegidor. Sabemos que
al salir para Quispicanchis fue habilitado por su
suegro, el padre de don Pablo de Olavide. Y en
muchos documentos de la época aparece mezcla-
do en litigios de herencias y deudas que prueban,
a la vez, su cautela económica y la generosidad
del carácter. Fue Consejero de varios vin-eyes y
escribió, según del Río, las Memorias de Amat.
Su colaboración con el ejecutor de la expulsión
de los jesuitas no siempre habría sido fácil, a pe-
sar de su lealtad al gobierno y de su indeclinable
adhesión burocrática. Todos sus familiares eran
devotos de la Compañía que recibió varias dona-
ciones, sin embargo, Feijóo junto con Felipe Col-
menares -el discípulo de Bravo de Lagunas-, An-
tonio de Borda, el Marqués de Villablanca y el
Conde de Casaclávalos tuvo que redactar el in-
ventario del noviciado limeño. ·Ya en 1777 esta-
ba jubilado y muy enfermo y gozaba de una real
cédula que lo exinúa de toda consulta y condi-
ción. Murió el 25 de marzo de 1792, dejando una
rica biblioteca.
Fuera de la Descripción de Trujillo y de otros
impresos ocasionales que constan en Medina y
Vargas Ugarte, fue autor de otras obras que na-
die ha mencionado hasta hoy. En un catálhgo
270 PABLO MACERA

manuscrito de fines del: siglo XVIII aparecen co- '


mo suy~s, una "Revisión de todas.las Herejías" y
un "Tomo de Consultas varias". Por otras fuentes
hemos establecido que escribió un "Discurso so-
bre el Repartimiento de lo~- Indios" que puede
ser el que Carrió de la Vandera criticó en sus
apuntes inéditos, sin decir el autor. Uno de los
pocos estudios de Feij6o de Sosa que pueden ser
leídos hoy día, es el Nueoo Gazophilacio Real~
escrito entre 1769 y 1771 como respuesta a una
petición oficial de don Julián de Arriaga, Seer~
ta.rio del Despacho de Indias. En el informe pre-
sentado por José Toribio :-Polo, en 1892, a la So-
ciedad Geográfica de Lima figura, junto con otros
legajos, como fondo del antiguo Archivo de Ha-
cienda. Pero ya en 1899 Alberto Ulloa lo men-
ciona sin saber su ubicación. El manuscrito en
112 página!,] n~merada~ de formato mayor está
conservado en la Sección Investigaciones de la
Biblioteca Nacional ( sigla 04258) sin que nues-
tros investigadores hayan advertido su existencia
o importancia.
El título exacto de la obra es "Razón puntual
y exacta de los salarios, dotaciones, pensiones y
demás gastos ordinarios y de escrito que anual-
mente se deven satisfacer en 17 caxas reales que
son de cargo del Tral Mor. y Audiencia real de
Cuentas de este reino del Perú". Como subtítulo
o resumen el ya mencionado "Nuevo Gazophilacio
Real". Con excepción de las cajas reales de Con-
cepción y Santiago, Feijóo de Sosa recoge noticias
de casi todas las instituciones de hacien~a y de
la América Meridional, incluyendo a )as de Sal-
LAS BREAS 271

ta y Buenos Aires que ya no dependían de los


funcionarios limeños. Allí consta el manejo y la
contabilidad' de todas las Cajas del virreinato pe-
ruano: -Lima, Paseo, Jauja, Huancavelica, Trujillo,
Safia, Piura, Arequipa, Alica, Cailloma, Cuzco, Ca-
rabaya Paz, Chucuito, Potosí, Oruro y Carangas.
Feijóo examina también la disposición. de las ad-
ministraciones especiales de Cruzada, Media ·Ana-
ta, Moneda, Estancos, Sisa y Correos. Es, pues,
la visión má~ exhaustiva e imparcial del erario
colonial a mediados del siglo XVIII. De cada uno
de los ramos principales de la Real Hacienda
( quintas,. alcances, alcabalas, avería, comisos. .. )
Feijóo escribe una pequepa glosa o historia y pre-
sentación que vale por muchas modernas e inci-
pientes monografías económicas.

b) Biblwgraf'a

l. Acosta, José ele. "Historia natural y moral de las In-


dias", Tomo I. Sevilla, 1894. Libro tercero, cap. XVIII.
2. Bueno, Cosme. "Documentos Literarios del Perú", To-
mo III, Lima, 1872.
3. Castellanos, Juan de. "Eleglas de Varones Ilustres
de. Indias", Madrid, 1926. .
4. Cieza: ele León, Pedro. "La Crónica General del Pe-
rú". Lima 1924, cap. lll.
5. Cobo; Bemabé. "Obras ele Bemabé Cobo", Biblio-
teca de Autores Españoles. Madrid, 1956. Historia
del Nuevo Mundo, libro 111, cap. III, tomo I.
6. Femández de · Oviedo, Gonzalo. "Historia Ge~ral y
Natural de las Indias.. ;" Madrid, 1851. Libro VI,
cap. XIII, Idem cap. XVIII, p. 214; lib. XVIII, cap.
V, pág. 501. Para otras referencias la segunda parte
de la obra; También en la primera parte: lib. XIX,
cap. VIII, pág. ·591,
272 PABLO MACERA

7. Haencke, Teodoro. ''Descripción del Perú". Lima,


1901.
8 . Herrera, Antonio de. "Descripción de las Indias Occi-
dentales. .." Madrid, 1730 Década I, libro VI, pág.
169; libro X, cap. VIII, pág. 78. ·
9. Lequanda, José Ignacio de. "DescriP.ción Geográfi-
ca del partido de Piura . . ." En Mercurio Peruana,
, 1793, tomo VIII, NQ 263 y ss. f. 167 y ss.
10. Martínez Compañón, Baltasar ( 1737-1797). "Trujillo
del Perú a fines del siglo . XVIII, Dibujos y acuare-
,,. las que mandó hacer el Obispo D. Ba.Jtasar Martínez
Compañón" Madrid 1936.
11. Lizárraga, Fray Reginaldo de. "Descripción y Pobla-
ción de las Indias" Lima, 1908.
12. Llano Zapata, José Eusebio de. '.'Preliminar de las
Memorias. . . de la América Meridional. .." Cádiz
1759.
13. León Pinelo, Antonio de. "El Paraíso en el Nuevo
Mundo". Lima, 1943.
14. Terralla, Esteban (Simón Ayanque) "Lima por den-·
tro y fuera". París 1924.
15. Ulloa, Antonio de. "Relación Histórica del Via¡·e he-
cho de orden de S.M. a la América Meridiona ", se-
gunda parte, tomo 111, Madrid, 1748.
16. Vargas Machuca, Bernardo de. "Milicia y Descripción
de las Indias". Madrid 1892.
17. Vásquez de Espinoza, Antonio. "Compendio y des-
cripción de las Indias Occidentales". Washington, .
1948.
. 18. Zárate, Agustín de. "Historia de descubrimiento y con-
quista del Perú". Lima, 1944. Libro I, cap. V.

e) Documentos

l. ANP; I legajo 141. "Borrador del inventario hecho


en las cajas y oficinas del Tribunal extinguido de la
Inquisición" 1813.
2. ANP; SPN Espino Alvaro.do 1738, f. 169. Testamento
de don Victorino Montero.
3. ANP; SPN Estacio Meléndez 1752, f. 213.
LAS BREAS 273

4. AMH; CSM 00157. Certificación de sueldos (figura


J. Lequanda) 1791. .
5. ANP; JC 1791. "Autos que siguen los dependientes
del RI. Tribunal de Cuentas. . . sobre la preferen-
cia. • • de cantidad de ps. que debe don Ignacio Le-
quanda".
6. ANP; PI legajo 1 "Expediente formado por don An•
tonio Martínez como albacea de don José Ignacio de
Lequandá..." 1803.
7. ANP; SG legajo 16 "Ell.-pediente promovido por don
José Ignacio de Lequanda sobre concesión de licen•
cia para pasar a España".
8. AN; T. "Testimonio del inventario del Colegio del
Noviciado de la Compañía de Jesús de Lima" 1767.
9. AN; SG legajo 8 "Expediente de don Miguel Feyjó_o
de Sosa" 1773. ·
10. AN; c 191; Libramientos en favor de don Miguel
Feijóo de Sosa 1766. 1785.
11. AN; JC 1789 "Concurso de acreedores de don Fran-
cisco de Robles Maldonado".
12. AN; SPN Mendoza y Toledo 25 de nov. 191 fs. 942
y ss. 1183 y ss. "Autos promovidos por el Dr. Fran-
cisco Arias de Saavedra sobre el cumplimiento del tes-
tamento del finado Miguel Feyjóo de Sosa" . Otros
documentos en la misma sección sobre su familia en ·
los escribanos Espino Alvarado 1735, 1740, 1737; Quin-
tanilla, 1755; Meléndez, 1744, 1757; Pedro Lumbre-
ras, 1771. Que omitimos por razones de espacio.
13. "Nuevo Cazophilacio Real" por don Miguol Fcijóo
de Sosa MSS. Biblioteca Nacional de Lima, Sección
Investigaciones.
14. AN; B. "Autos que sigue don Victorino Montero so-
bre que se le conceda licencia para comprar a SM
la Mina de Brea de Amotape..." 1755.
15. Al'l; B. "Estracto de los documentos que comprende
el expediente Jeneral del ramo de breas desde el
año de 1735 de 1782".
16. AN; B. "Cartas de don José García de León y Piza.
rro a don José Antonio de Areche sobre las Minas
de Amotape"; 1778.
17. AN; B. "Costos y gastos que tiene -la brea conducida
274 PABLO MACERA

desde Santa Elena y Amotape a las bodegas del Ca-


llao", 1780.
18. AN; ·B. "Operaciones que se practican en la elabora-
ción de Breas de la Mina de Amotape. .." 1781.
19. AN; B. '1nforme sobre el ramo de Breas estancado
de cuenta de SM.. ." 1782.
20. AN; B. "Administración de Lima. Existencias del año ·
82''.
21. AN; B. "Expediente promovido por el Director y Comi-
sionado de la Rta. de Tabacos Dn: Miguel Feyjóo
de Sosa. .." 1791.
22. AN; B. "Expediente promovido por doña Paula de
Almoguera. . ." 1792.
23. A!~; B. "Expediente promovido por la Contaduría Ge-
neral de Tabacos para la averiguación. . . del exceso
de tasas en los cajones de breas.. ." 1796.
24. A!~; B. "Expediente seguido sobre el reconocimiento
· de la mina de breas . . ." 1803.
25. AN; B. "Tomas de rozón del Ramo de Breas.. ." de
esas fechas.
20. AN; B. "Estado que manifiesta el cargo y data.: .
de la Renta de Breas .. ." 1803.
27. AN; B. "Expediente promovido por el asentista de
la Mina de Breas don Juan Cristóbal de la Cruz..."
1803. .
28. A!~; B. "Estado que manifiesta el total cargo de
Breas..." 1813.
29. AN; B. "Expediente promovido por el apoderado del
cabildo de lea . . .'' 1815.
30. AN; B. "Libro de carga y data general de caudales . ..
del ramo de Breas" 1816. •
31. A!~; B. "Diversas cuentas del año 1820".
32. AN ; B. · '1ntroducción clandestina de breas" 1825'.
ALGODON Y COMERCIO EXTERIOR
PERUANO EN EL SIGLO XIX 0

l. Este volumen y los dos siguientes de la Bi-


blioteca Peruana de Historia Económica I han si-
do elegidos para ilustrar algunos de los tipos de
referencia con respecto a la economía-mundo que
caracterizaron a ciertas economías neo-colonia-les,
como la nuestra, a mediados del siglo XIX. Ni11:
guna de las obra-s seleccionadas fueron compen-
dios.. informativos o ensayos de interpretación
global como· los de Copello/Petriconi ( 1876) y
Esteves ( 1882) ya reeditados anteriormente 2• Es-

º El presente trabajo {ue el prólogo a la obra de Juan


Norberto Casanova. Ensayo sobre la industria algodonera
en el Perú - 1849-. Lima 1972. Biblioteca Peruana de His-
toria Económica.
L Manuel Pardo y otros. Datos e informes sobre las
causas que han producido el alza de los precios de los ar-
tículos de primera necesidad que se consumen en la ca-
pital. Lima, Imprenta del Estado, 1870.
-José Silva Santisteban. Breves reflexiones sobre los
sucesos ocurridos en Lima y el Callao con motivo de la
importaci6n de artefactos. Lima,. Imp. de José Sánchez,
1859.
2.' Juan Copello/Luis Petriconi. Estudio sobre la Inde-
pendencia Económica del Perú. Lima, Imp. El Nacional,
1876. Reimpreso en Lima, 1971, por Biblioteca Peruana
de Historia Económica. Prólogo por Jorge Basadre.
276 PABLO MACERA

te libro, por ejemplo, fue escrito por un em-


presario peru~o para que fuese leído por otros
hombres como él y conseguir una reactivación em-
presarial que impulsara una industria te>,.til mo-
derna en el Perú. Es por consiguiente el testimo-
nio de un fracaso. Pero por eso mismo, y debido
a su concreción, permite junto con otras informa-
ciones parecidas plantear el problema de nuestra
dependencia en términos históricos, es decir, se-
gún cuál ha sido el comportamiento efectivamen-
te ocurrido. No basta deciF que la nuestra ha si-
do y es una economía periférica y complementa-
ria. Precisa además especificar esa dependencia;
evidenciar los "sistemas de mediación" y las va-
riantes locales del caso peruano dentro del mo-
delo americano y mundial. Un análisis del pro-
pio imperialismo capitalista moderno necesita de
esta casuística, de esta doble declinación, geográ-
fica y temporal, de su realización. De lo contra-
rio ese concepto sería científicamente inutilizable
por haber adquirido una generalidad excesiva. En
tanto que _fenómeno universal el impelialismo se
comprende a partir de situaciones locales histó-
ricamente concretas; mientras que, de modo com-
plementario, estas últimas sólo se individualizan
y explican por estar referidas a una pluralidad
organizada de la que son partes.
Sin duda que uno de los indicadores de la de- .
pendencia moderna ha sido el desigual desarrollo
del sector industrial entre países que se encontra-
-Luis Esteves. Apuntes para la Historia EcorlÓmica del
Perú. · Lima 1882. Reimpreso en Lima 1971 por Bibliote-
ca Peruana de Historia Económica. ·
ALGODON 277

han comercialmente relacionados de un modo com-


plementario. La ausencia de actividades industria-
les no basta por sí sola para determinar una si-
tuación de dependencia-dominación. Puede ser
que la respectiva economía pre-industrial se en-
cuentre provisoriamente aislada y no haya toma-
do contacto con economías más desarrolladas. His-
tóricamente, sin embargo, ésta fue en la época
contemporánea un hecho límite y casi hipotético,
pues las sucesivas expansiones coloniales europeas
( el capitalismo comercial del siglo XVI y el in-
dustrial de los siglos XVIII y XIX) habían termi-
nado por construir un. espacio económico univer-
·s al unificado. Las reglas de este sistema eran dic-
tadas por un pequeño número de sus países miem-
bros que ( a nivel de los "instrumentos de rela-
ción exterior") monopolizaban la producción in-
dustrial, al mismo tiempo que los medios de trans-
porte oceánico y una avanzada tecnología mili-
tar. Los intercambios comerciales de esta élite
con el resto del mundo se hacían en términos de
una relativa sobre-especialización entre metrópo-
lis manufactureras ( que eventualmente podían
también exportar capitales y servicios) y perife-
rias productoras de materias primas, convertidas
en mercados de consumo colonial
Esas relaciones no fueron, como alguna vez se
ha dicho, una consecuencia "natural" de las dife-
rencias de desarrollo que antes de las diversas
expansiones europeas preexistían entre los partici-
pantes del sistema mundial. Reproducía y expor-
taba más bien, a escala internacional, el modelo
de dominación que al interior de los países ma-
278 PABLO MACERA

nufactureros se daba entre ciudad y campo. En


ambos casos mediaba una decisión previa. para
implementar una desigualdad funcional inspirada
en el plincipio de la maximización y distribución
desigual de . beneficios.
A mediados del siglo XIX todos los países sud-
americanos recién independizados políticamente
del imperio Español podían ser incluidos en esa
categoría de países-campo y estaban convertidos
en mercados coloniales de los artículos de consu-
mo producidos en las fábricas de las ciudades eu-
ropeas. El Perú de 1830-60, como Argentina, Chile
o México, sólo era capaz de concurrir a los me1:.
cados mundiales con sus producciones mineras y
agrícolas. Sus elaboraciones secundarias eran de
tipo artesanal y destinadas a un mercado intemo
que además de ser demográficamente reducido
y escasamente monetizado se éncontraba interfe-
rido por la manufactura industrial importada.
2. Estas condiciones económicas y en particu-
•l ar la composición del Comercio Exterior habían
ya caracterizado a la totalidad de los países sud-
americanos durante el largo tiempo de su domi-
nación colonial por España. En el Perú por ejem-
plo el porcentaje de metal precioso sobre el _va-
lor total de sus exportaciones alcanzó una media
anual de 90.5% entre 1781-1790 y de 881 entre
1790-1795 3. Después de 1821-24 los cambios po-
3. José Ignacio de Lequanda. Historia del Comercio
de la. América Meridional (British Museum) .
-M. H . Bosch Spencer. Commerce de la Cote Occi-
dentale de L'Ambique du Sud. Statistique Commerciale,
Bruxelles 1848.
ALOODON 279

líticos no trajeron consigo ninguna modificación


significativa; la diversificación de las exportacio-
nes peruanas fue mínima, continuando el predo-
minio de los productos mineros tradicionales du-
rante las primeras décadas hasta el posterior de-
sarrollo del ·comercio guanero. El cónsul belga
Bosch calculaba que para la década de los años
1830 el porcentaje -de oro y plata sobre el valor
total exportado había llegado a una media anual
de 79.6% 4•
Es sabido, aunque falten a veces demostracio-
nes concretas y cuantitativas, que sobre la mayor
parte de este movimiento comercial, España sólo
mantenía el control aparente de un agente inter-
mediario. A fines del siglo XVIII ( 1781-1795),
pese a las reformas borbónicas, el 53.1% del valor
de los productos exportados de Cádiz al Callao
no eran españoles sino procedían de otros países
europeos 5 . , Al perder su imperio, entre 1810-1824,
España perdió asimismo los relativos beneficios
de esa reexportación y el intercambio entre Eu-

4. Estos porcentajes de Bosch y Lequanda coinciden


con otros testimonios de la época (Pando, Távara), pero
no han sido confirmados por los estudios de Bonilla, para
quien "la imagen legendaria de un Perú especializado en
la producción y en la exportación de los metales preciosos no
correspondía ya, desde fines de la época colonial, a In rea-
lidad"; si bien Bonilla indica que es difícil "discernir con
precisión la proporción ( de plata producida) que ingresó
al circuito monetario interno de aquella que se e:q>ortó
clandestinamente o en pago de las importaciones recibi-
das". Dejamos en suspenso el problema a la espera de la
próximn publicación de las investigaciones de Bonilla.
5. Mateo Paz Soldán. Geograffa del Pení. París, 1862.
280 PABLO MACERA

ropa y Sudamérica prescindió de esta modalidad


de escalonamiento. En los di~ años siguientes a
la batalla de Ayacucho (1824), España sólo pu-
do exportar a los puertos del Pacífico sudameri-
cano ( incluyendo los de Nueva Granada y Méxi-
co) el 3.3% del valor total, casi cinco veces me-
nos que EE.UU. y la sexta parte que F_'rancia.
El principal beneficiario de la nueva coyuntu-
ra política y económica· fue Inglaterra. Bien lo
había predicho el conde Mogel, uno -de los pri-
meros enviados franceses, ·a l decir que expulsada
España de sus antiguas colonias, .e l Pacífico ha-
bría de convertirse en un estuario del Támesis 6 •
Hacía 1830- el 56.5% de las importaciones perua-
nas procedían del Reino Unido.
3. El intercambio de los países sudamericanos
del Pacífico ( Ecuador, Perú, Bolivia, Chile) con
el primer centro industrial del mundo mo"demo se
ajustó a los lineamientos arriba descritos. Sólo una
escasa parte de sus importaciones podían ser ca-
lificadas de insumos y bienes de capital que in-
fluyeran positivamente en el desarrollo de nues-
tras economías nacionales: •

6. Conde de Mogel. Correspondencia ( 24 set-18 nov.


1824). Archivos del Quai d'Orsay, Paris. Otros testimo-
nios complementarios son: a) Anónimo, Consideration Com-
mercial Sur Le Pérou. Lima 18~1. Mss. ld. ant.; b) Rat-
tier de Sauvignan. Relation Sur la Situation de la Repu-
blique du Pérou. Lima 1823. Mass. id. ant.; e) Conde
<le Mogel. l\·fémoire Sur le Pérou. Lima 1825. Mss. id. ant.
ALGODON 281

CUADRO I
PORCENTAJE DE INSUMOS Y _BIENES, DE CAPITAL
SOBRE TOTAL DF. F.XPO'RT.\CIONES DEL REINO
UNIDO AL PER.U, CHILE Y ECUADOR 7

Chile Ecuador Perú•


Al1os % % %

1841 3.1 1.6


1842 1.7 1.6
1843 2.2 1.9
1844 2.2 2.3
1845 1.9 1.7
1846 2.1 1.5
1847 3.2 2.6
1848 5.9 2.4 4.0
1849 4.9 0.2 5.6
1850 7.4 4.0 3.9
1851 5.1 3.3 . 2.04
1852 4.7 ·4.2
1853 7.6 2.9 2.94
1854 8.1 4.6 10.6
1855 13.9 7.0 5.5
1856 8.7 8.2 5.2
1857 10.5 12.8 7.9
1858 16.3 7.9 5.9
1859 9.9 5.7 7 .4
1860 9.3 3.5 3.9

* De 1841 a 1850 (Inclusive) suma las exportaciones al


Perú y Bolivia. Los cálculos han sido hccl1os sobre
"valores declarados".

·1 . y 8. Los cuadros han sido compuestos a base de la


información contenida en los años correspondientes de los
Accounts and Papers Trade and Navigation ( Annual State-
ment) inclusos en los Parlamientary Papers. Para su inte-
Ugencia debe tenerse en cuenta:
a) Los valores de exportación que hemos usado son "Va-
lores Declarados"•.
b) No hemos incluido las reexportaciones británicas ( Ex-
tranjeras y coloniales) hechas a Sudamérica, estima-
282 PABLO MACERA

CUADRO n
PORCENTAJE DE TEXTILES SOBRE TOTAL DE
EXPOltTACIONES DEL REINO UNIDO AL PERU,
CHILE Y ECUADOR 8

Chile Ecuador Perú•


Años % % %
1841 84.0 (55 .8) 89.3 (56 .5)
1842 86.5 (60.7) 87.3 (56 .5)
1843 81.4 (43 .0) 85.7 (43 .6)
1844 81.9 (44.8) 86.4 (38 .0)
1845 87.2 (55.8) 89. 1 (47.7)
1846 86.7 (54.8) 98 .0 (57 .9) 88 .7 (54 .5)
1847 86.S (57 .4) 86.3 (50. 1)
1848 81.4 (53 .5) 53.1 (33 .6) 84.8 (SS .O)
1849 78. 1 (SO.O) 84 .6 (36 .9) 81.2 (45 .5)
1850 75.9 (45 .3) 75 .3 (50.2) 57.7 (47 .2)
1851 75.S (45 .4) 80. 1 (59 .2) 75.2 (49 .7)
1852 79.3 (48 .9) 43 .4 (42 .8) 70.3 (46.2)
1853 74 .9 (46.9) 76 .9 (61.5) 79.4 (53 .4)
1854 68. 7 (44.8) 80.4 (55 .6) 62 .6 (41.3)
1855 (43 .8) 39.9 (22 .9) 68 .8 (47 .5)
1856 65 .6 (42 .2) 46 .9 (38 .0) 69.2 (43.0)
1857 63 .2 (39 .1) 46.3 (36 . 1) 68 .5 (48. 3)
1858 59.6 (39.6) 42 . 1 (35 .9) 69 . 1 (45. 6)
1859 68 .8 (51.7) 62 .0 (51.7) 65 .7 (44.6)
1860 74 . 7 (61.0) 70.8 (63 .6) 74 .5 (58 .0)

• De 1841 a 1850 (inclusive) contiene la exportación total


en textiles de Perú y Bolivia. Las cifras entre p arénte-
sis indican el % de las importaciones de tcj itlos de
:ilgodón sobre el total de importaciones. Los cálculos
han sido hechos sobre "valores declarados".

das en valores reales computados. En el cuadro ll ( In-


sumos y bienes de capital) no figuran por consiguiente
las introducciones de azogue.
e) Sobre el comercio entre Sudamérica y las colonias bri-
tánicas consúltese la nota ( 9) .
d) En el cuadro II no hemos considerado los sacos va-
cíos cuyos porcentajes daremos en otra publicación.
ALGODON 283
'
La apertura del Perú al comercio mundial con-
trolado por Inglaterra no fue aprovechada duran-
te estos primeros años, por consiguiente, para ob-
tener una transferencia de la nueva tecnología eu-
ropea. Más tarde, durante .todos los años 60, so-
bre todo a partir de 1867, se realizaron esfuerzos
en ese sentido. El porcentaje de los bienes de
capital importado~ desde Inglaterra entre 1865-

e) En ambos cuadros no se ha podido estimar las reex-


portaciones efectuadas desde el Perú.
Los métodos de las estadísticas y evaluaciones del co-
mercio británico ofrecen grandes dificultades. Un examen
de las mismas puede encontrarse en Heraclio Bonilla. "La
coyuntura comercial del siglo XIX en el Perú". En Revista
del 'Museo Nacional, Tomo XXXV. Lima 1967-1968.
Para los estu·diantes que necesitan ampliar su informa-
ción recomendamos en primer término la fundamental
ohm de B. R. MitcheVPhyllis Deane. Abstract of Brltish
Historical Statistics. Cambridge 1962 ( en particular págs.
274-278), también es muy útil J. Stafford, J. M. Maton,
Muriel Venning. United Kingdom. En Statlstics uf Indi-
oidual Countries, cap. 14 (xcp. s.f.).
A. Maizels. ''The Oversea Trade Statistics of the United
Kingdom". En ]oumal of the Royal Statistics Society. Lon-
dres 1949, y el anterior estudio de Stephen Bourn~. ''The
Oficial Trade and Navigation Statistics". En ]oumol of Ro-
yal Statistics Society. Londres 1872.
Desde 1696 hasta 1871 las estadísticas comerciales in-
glesas estuvieron a cargo del Inspector General de Impor-
taciones y Exportaciones; si bien en 1834 se cre6 el Sta·
tistical Department of the Board of Trade. A partir de
1871 entró en funciones la actual Customs Statistical Office.
En cuanto a las evaluaciones hechas por Inglaterra,
conviene distinguir diferentes sistemas aplicados por sepa-
rado a 1 ) sus exportaciones y 2) las importaciones y reexpor-
taciones. Para las exportaciones -único sector que estudia-
mos- hubo Valores Declarados ( por cada e.,-portador) des-
de 1798; el nuevo sistema alcanzó plena aplicación estadís-
284 PABLO MACERA

1873 aumentó es cierto, aunque la mayor parte


de esos bienes sirvieron para implementar una in-
fraestructura de enclave ( ferrocarriles de penetra-
ción) y modernizar la agricultura exportadora de
azúcar. No fueron empleados en ningún progra-
ma de desarrollo industrial y por consiguiente no
modificaron el rol de provisor de materias primas
tica entre 1801-1805. En el mismo año 1798, las ree:.-porta-
ciones fueron sometidas a un régimen especial asimilado al
de las importaciones. Se distingue por entonces además
entre "Home Products" y "Foreii,i and Colonial Coods".
Debido a las reformas de 1798 dejaron de usarse pa-
ra las e.'q)ortaciones los llamados Valores Oficiales -o a
lo más sirvieron como información complementaria. Esos
Valores Oficiales, vigentes desde 1694 por iniciativa tle
la Cámara de los Pares, eran calculados sobre la base ele
diferentes años: 1694 para Inglaterra, 1735 para Escocia,
etc. . . No coincidían pues, de hecho, con los precios rea-
les corrientes.
Por desgracia, esos antiguos Valores Oficiales se siguie-
ron aplicando a las importaciones y reexportaciones hasta
1854 en que se puso en vigencia los Valores Reales Com-
putados, valores oficiales también, en cierta medida, pero
que expresaban los precios corrientes actuales computados
mensualmente por expertos. Este nuevo régimen duró has-
ta 1871 en que se unificaron los dos sistemas ( el de ex-
portaciones y el de importaciones-reexportaciones) generali-
zándose los valores declarados.
Para un estudio de las diferencias entre los precios ofi-
ciales de importaciones-reexportaciones antes de 1854 y
· los precios, ese año, la obra fundamental es la de Wer-
ner Schlote. British Ove,-seas Trade From 1700 to the
1930 s. Oxford, 1952. (Traducción del alemán por Hen-
derson y Chalmer). Las tablas correspondientes en las
págs. 114 y ss. Schlote incluye en su bibliografía un es-
tudio que no hemos alcanzado a ver: A. H. Imlah. "Real
Values in British Foreign Trade, 1798-1853". En ]oumal
of Economic History 1948.
ALGODON 285

asignado al Perú dentro de la divi~ón internacio-


nal del trabajo.
Hecho asociado inevitable en este diseño de
nuestro comercio fue el predominio absoluto de
la importación de bienes de consumo, en parti-
cular la textilería y dentro de e~a la de algodones.
Estas situaciones complementarias produjeron
un efecto combinado y circular sobre la econo:
núa peruana. De un lado, como se ha sugerido,
subrayó la sobre-especialización y el desarrollo hi-
pertrofiado de los sectores de exportación tradicio-
nal. De otro -lado, no sólo dificultó una posible
modernización del sector manufacturero interno,
sino que determinó su estancamiento e involución,
haciéndolo retroceder a niveles más bajos de los
alcanzados a fines del coloniaje español; o reem-
plazándolo, más expeditiyamente, por un vacío
empresarial interno.
4. Podemos preguntamos -y ésta fue la im-
plícita pregunta de Casanova- si hubo entonces
para el Perú una alternativa; si era o no posible
un doble "acuerdo mínimo": primero a nivel in-
terno entre el sector secundario ( afectado por
las importaciones) y los productores agromineros
( vinculados a la exportación); y simultáneamen-
te entre los países industriales europeos y sus pro-
visores trasatlánticos de _materias primas que ade-
más formaban la clientela colonial de sus manu-
facturas. La respuesta es negativa. Si los merca•
dos internos sudamericanos hubiesen sido reserva-
dos en beneficio de .u n potencial desarrollo indus-
trial interno, ~ hubiese producido una reasigna-
286 PABLO MACERA

ción de los recursos laborales y una elevación de


los precios y salarios, todo ello con incidencia des-
favorable sobre los costos de las operaciones agro-
mineras. Este último sector no parece haber es-
tado dispuesto a adaptarse a esta primera fase de
conversión; prefirió de hech<:> el cambio más rá-
pido y seguro de favorecer la entrega del mei·ca-
do interno al productor extranjero que en esta re-
lación triangular se le aparecía como un colabo-
rador preventivo contra un futuro industrialismo
"puertas adentro" que le disputara y compitiese
por una mano de obr:a entonces todavía pre in-
dustrial y en su mayor prute esclava o servil. De
otro lado, la sustitución parcial y progresiva de
las manufacturas importadas hería los hábitos de
consumo de las poblaciones urbanas de altos. in-
gresos, que constituían la clientela política inme-
diata del Estado peruano. La discriminación polí-
tica existente contra los grupos populares impedía
además que estos pudieran servir en este asunto
de recurso supletorio. Sin excluir que estos mis-
mos sectores populares hacían suyo con frecuencia
el modelo vital de las clases altas; y asumían en
consecuencia un rol anticipado de "consumidores·•,
aunque consumieran poco y fuera la suya, más
bien, una espectativa de consumo.
Hay que añadir que el Estado peruano fraca-
só en su intento de poner en marcha algunas ve-
ces una legislación proteccionista. El Reglamento
de .1826 y la Ley de Prohibiciones de 1828 pro-
curaron, es cierto, favorecer a: las manufacturas
nacionales. Pero esas medidas fueron burladas por
el contrabando y combatidas d~de el propio in-
ALGODON 287

terior del país. Terminaron por ceder el paso a


una política liberal expresada primero en el Re-
glamento de 1840 y luego en la resistencia con-
tra la Ley proteccionista de 1849, que sólo duró
dos años. Sin ignorar las presiones externas que
mencionaremos después, esta política oficial se de-
bió: a) primero, al hecho de que los grupos de
presión, políticamente más eficaces, estaban vincu-
lados al comercio exterior, fuese como exportado-
res agromineros o como comerciantes importado-
res; y, b) a la desmesurada importancia de las
rentas de aduana dentro de los ingresos fiscales.
Los "industrialistas" como Casanova ocupaban una
posición marginal. Así podemos explicarnos de-
claraciones como las del minero y diputado Ro-
jas en· los años 1830 y el pesimismo del Ministro
Pando quien por esos mismos años invocó el ejem-
plo norteamericano para aconsejar que el Perú
continuase exportando materia.SI primas y no se
arriesgara _en la "quimera" de la industrialización.
La industrialización de los nuevos países sud-
americanos resultaba ser, asimismo, una solución
excluida desde el punto de vista de los países co-
mo Inglaterra que dominaban el intercambio mun-
dial. A pesar de lo que recientemente ha dicho
cierta literatura 9 parece que tales países se en-

9. No podemos resumir aqul el debate acerca de la


polltica inglesa de control remoto indirecto ni las recien·
tes discusiones sobre el Imperialismo informal durante el
siglo XIX y sus conexiones con la doctrina de Libre Cam-
bio. Recomendamos para una visión de conjunto:
- John Gallagher/Ronald Robinson. "The lmperialism of the
Free Trade". En The Economic History Review, 1953.
288 PABLO MACBRA

oontraban a mediados del siglo XIX en condicio-


nes de imponer sus reglas de 1uego. Las defini-
ciones político-doctrinarias del Libre Cambio ( Pitt,
Huskinson, Peel, Gladstone) podían invocar, lle-
gada la oportunidad, ra~nes más persuasivas que
las de sus solos argumentos. · En primer término
Inglaterra se había ·asegurado un "imperio infor-
mal" en Sudamérica sin necesidad de oorrer con
los gastos de una administración colonial directa.
Los almirantes y cónsules ingleses supieron ser a
veces más rigw·osos y conminatorios que un vi-
rrey español. El Perú, como las demás excolonias
españolas, se encontraba endeudado política y eco-
nómicamente con Inglaterra. El reconocimiento de
la independencia no fue gratuitamente concedi-
do; y aunque no mediara exigencia explícita los
nuevos gobernantes criollos sabían bien lo que de
ellos . se esperaba en materia de libertad de co-
mercio. Las guen-as de la independencia y las
desordenadas finanzas pú blica:s que les siguieron
necesitaban permanentemente del socorro de los
empréstitos. A la hora de discutir las normas del
comercio los países deudores, como el Perú, no
podian ser excesivamente incómodos con su acree-
dor. ¿Demostraciones? Existen, aunque no abun-
dan por cierto, ya que la diplomacia prefería en-
tonces como hoy un lenguaje indirecto. Cualquier
país sudamericano en e.stado de rebeldía hubiese
- D. K. Fieldhouse. '1mperialism: An Historiographical Re-
vision". En EHR, 1961.
- D. C. M. Platt. "The lmperialism of Free Trade : Some ·
Reservations". En EHR, 1968.
- W. M. Mathew. ''The lmpe1ials of Free Trade: Pen1,
1820-70". En EHR, 1968.
ALGODON 289

recibido probablemente el duro tratamiento que


Inglaterra aplicó al imperio chino.
. Pero además, y quizá ·sea Jo principal, Ingla-
terra poseía un margen de negociación mucho ma-
yor que el de cualquiera de sus interlocutores co-
merciales en Sudamérica. Algunos de los porcen-
tajes señalados anteriormente han relievado la pre-
dominancia de la participación inglesa · en nues-
tra área continental. Inglaterra era_el socio prin-
cipal del que no se podía prescindir. Mientras
que, al contrario, la totalidad del continente his-
panoamericano apenas si representaba una frac-
ción minoritaria en las operaciones mundiales de
la gran metrópoli industrial. Durante el período
1759-1850. la mitad de las exporta?iones inglesas
estaban dirigidas a EE.UU. y Canadá; un 35% co-
rrespondía a Europa. Todos los demás países, in-
cluso los de Sudamérica, sólo representaban el
15% de las exportaciones inglesas. Este desigual
defecto, esta repartición discriminat9ria de los
riesgos, gobernaba t~mbién las importaciones que
Inglaterra efectuaba desde los países no industria-
lizados. Con la probable excepción del Perú en
la época del guano ( en años posteriores al perío-
do d~ estudio) y del disc~tible caso de los esta-
dos algodoneros de Norteamérica, ningún otro de
los satélites del sistéma comercial británico pos~ía
un monopolio de materias primas. Inglaterra es-
taba en condiciones .de organizar ofertas sustitu-
torias en cada renglón de las principales materias
primas que importaba. Como bien lo ha indica-
do T. W. Keeble ( 1970) las economías sudameri-
canas encontraban competidores potenciales en
PABLO MACERA
290

muchas ·otras zonas subtropicales y tropicales· ct>n-


troladas por Inglaterra •0•
5. Los industrialistas sudamericanos como Ca-
sanova, partidarios de un desarrollo ·sectorial ha-
cia adentro, carecían pues de una amplia "zon_a de
maniobras" dentro der sistema planetario inglés al
que pertenecían sus países. Muchos de ellos, sin
embargo, subestimaron esas desventajas inicia·les o
confiaron en la promoción de los recursos inter-
nos. Casanova fue dentro de este grupo desarro-
llista un caso extremo. ¿Cómo explicarnos su op-
. timismo? Es probable que al igual que la mayo-
ría desconociera ·algunos de los factores que he-
mos enunciado; y es seguro que carecía de un
marco ·teórico adecuado que le. permitiera siste-
matizar fos hechos y ofrecer para su propio con-
sumo una explicación de los mismos. Estamos
hablando, en el caso sudamericano, sobre todo Pe-
rú, de sub-Estados, débilmente organiza~os, con
administraciones precarias y pésimos servicios es-
tadísticos. Estados que gobernaban sociedades pro-
fundamente alteradasi por el hecho colonial; al-

10. T. W. Keeble. Commercial Relations Between Bri-


tish ~eas Territories and ·s outh America. Londres, 1970.
La eventual competencia comercial entre Sudamérica ~;
lo.~ territorios coloniales ingleses se encontraba además fo. .
cilitada por la escasa significación que, en general, tuvo
el intercambio directo entre ambos grupos de países. En
la zona del Pacífico Sur la excepción fue Chile. Entre
1817-1825 el 751 de las exportaciones de cobre chileno
fueron al Asia. F:ue también Chile el principal centro de
actividades en Sudamérica de las Casas Inglesas de Cal-
cuta (Alexander, Palmer, Ferguson, Clark, Scott) y de los
pioneros del comercio australiano •en estfc lado del Pacífico
( Waddington, Ledger).
ALGODON 291

teraci6n que determinó el snobismo de sus élites


urbanas., ansiosas de no ser lo que eran y urgi-
das por eso de aparent_ar el estilo de cultura qtJe
suponían . era consumido por las élites europeas.
' En un país "por hacer", para cuyo conocimiento
diría Raimondi que se necesitaban varias genera-
ciones juntas de pemanos, estas élites neocolonia-
les preferían distraer su conciencia en ficciones
que no problematizaran su realidad. Por eso,- so-
bre casi 10,000 obras publicadas en la capital del
Perú entre 1821-1857, la mayor parte ( 40.9%) co-
rrespondieron a temas de Política y Derecho, que
implicaban cuestionamientos superficiales, mien-
tras que· los .estudios de Economía ( O. 7%) y los
materiales estadísticos ( 0.05%) merecían los t'1lti-
mos puestos.
Pero la ideología _industrialista no puede ser
,explicada simple y paradójicamente como un sub-
producto de la ignorancia colonial de sus promoto-
res. Por fragmentaria y conjetural que fuer~ su
informa-ci6n, bastaba, como ocurría con sus oposi-
tores, para despertar un escepticismo que ellos
no compartieron. Por otra parte, a veces algún
industrialista podía hallarse excepcionalmente bien
informado. Casanova por ejemplo había pasado
dos años en EE.UU. (.1846-47) y además de ob-
s~rvar las condiciones económicas locales del Pe-
ní, .había frecuentado las obras de al_gunos econo-
mistas europeos ( Smith, Say Stuart Mill) . La
elección de un modelo de decisiones económicas
en vez de otro no dependía pues del ffil;\yOr o me-
nor. grado de conocimiento. Sostener lo cóntrario
no sólo es vjcio intelectualista habitual en los
hombres de escritorio que hablan sobre la acci?n •
292 PABLO MACERA

( política o empresarial) de que no son capaces;


es también una disimulación .que al acusar la fal-
ta de "realismo" de los industrili.listas, implícita-
mente defiende el supuesto realismo de quienes
hacían de la mina, el puerto y la hacienda los
agentes exclusivos <;le la · econonúa peruana. La
explicación es otra y toca los niveles de la racio-
nalización. Casanova no llegó a ser industrialista
después de leer su propio folle~o de propaganda.
Lo era antes de hacerlo; los escribió exclusiva-
mente para defender una tesis a<;ioptada de an..-
temano que, probablemente, aseguraba y/o mejo-
raba la suerte económico-social en 'el contexto pe-
ruano. Por esa razón decía que citaba las opinio-
nes de economistas europeos de un modo selec-
tivo y crítiéo "siempre que las he· hallado del ca-
so y de mayor fue!za de las que yo pudiera aven-
turar". Por esa misma razón extremó sus posicio-
nes y en vez de conte~tarse modestamente con
demóstrar las posibilidades inmediatas •de la in-
dustrialización textil en el Perú, llegó a decir que,
en términos de materia prima, fuerza motriz y ré-
gimen de trabajo, esa industrialización tenía con-
diciones más favorables en el Perú que en Ingla-
terra y en los EE.UU. -
Es difícil distinguir, por lo qu~ decimos, el
vector utópico de la manipulación ideológica en
proyectos como el de Casanova. Los hechos ar~
gumentados por él son de fácil comprobación y
todos ellos parecen haber sido individualmente
exactos. Pero su coordinación interna y el signo
del conjunto son "hechos a propósito". Confronte-
mos esos arreglos con todas sus probabilida,des.
Casanova creía que el porvenir de la industria tex-
ALGODON 293

til peruana estaba asegurado, en primer témlino,


por las excepcionales_condiciones que se daban en
J.a costa para la agricultura del algodón. Seguía
el pensamiento de algunos economistas chilenos,
en particular del Ministro de Hacienda. de ese
país, quien en 1848 había afirmado: "cuando un
pueblo ~see las primeras materias que sirven pa-
ra la fabricación de un artefacto. cualquiera. . . de-
be tender_a que la fábrica se establezca y a fo-
mentar su producción", De hecho era cierto, co-
mo se vería pocos años después ( cuando el Cot-
ton ·Famine), que el Perú contaba con un gran •
margen de expansión para los cultivos algodone-
ros. Hapía lugar_en n_uestra costa donde se obte-
nían hasta tres mitas [cosechas] por año; la pri-
mera de 25 libras por planta y las otras ·de ocho.
Hacia 1849 la producción total de algodón había
alcanzado ya los 50,000 quintales, cifra superior a
la de los últimos años del coloniaje español. Pe-
ro en su mayor parte esa era una agricultura tra- ·
dicional. Ni siquiera el millonario y financista
Domingo Ellas, a quien pertenecía el 40% de la
producción algodonera nacional, había logrado in-
troducir mayores innovaciones. En el extremo nor-
te se hablaba todavía, quizás con exagera.ción, de
"algodón sih'.estre"; exageración, con todo, que in-
dica la falta de atención concedida al mejoramien-
to del cultivo. ¿Qué cambios .se hubiesen opera-
do a nivel de la producción agrícola de haberse
desarrollado su i:Bdustrialización? ¿Era probable
que ocurriera la tecnificación que ya conocía la ·
caña de azúcar por estar asociada con un proce-
\ sado de elaboración? No es seguro, pu~ sabemm;
294 ,, PABLO MACERA

cuán tradicionales siguieron siendo los viñedos na-


cii:males ( excepto las empresas Ellas) pese a las
"industrias" de vinos y licores, y cuánto tardaron
los algodonales peruanos en. modificarse progresi-
vamente aun después de haberse conectado a los
grandes mercados mundiales. Para los propósitos
de Casanova, sin embargo, todas estas erudiciones
nuestras a posteriori no tienen otra pertinencia que
completar su información sin alterar sus conclusio-
nes. Con todas sus limitadas probabilidades, a pe-
sar de sus arcaísmos al promediar el siglo XIX, la
cantidad y calidad del algodón peruano' hubiesen
bastado para montar una industria textil.
Menos confianza merecen en cambio las espec-
tativas de Casan,ova E:n lo que se refiere a fuerza
motriz. .Los costos por él establecidos eran desde
luego favorables a Lima ( un peso por caballo de
fuerza) sobrf=? Inglaterra. ( 40-50 ps. )° y EE.UU.
( 15-20 ps. }. No estamos en condiciones, por aho-
ra, de rectificar o confirmar estos cálculos. Casa-
nova estimaba que la fuerza motriz del Rímac
permitiría la fabricación de no menos de 60'000,000
de yardas de tocuyo al año. Esa fuerza proven-
dría no sólo de las aguas de Piedra Lisa ( con de- '
recho al 25% del río), sino también de las de
Huatica y Maranga. Casanova parece haberse
desentendido de la costosa infraestructura que hu-
biese sido necesaria para habilitar esa energía.
Aunque lo demostró al instalar su . fábrica, para
los fines inmediatos bastaban inversiones relativa-
mente modestas. Así redujei:an las cifras estima-
das por Casanova, seguiría habiendo pues- un mar-
gen ·en su fayor.
ALGODON 295

En cuanto a la mano de obra, el programa de


Casanova tuvo en cttenta. las dificultades imperan-
tes en_el país;- como ya lo hemos dicho, la mayor
parte del trabajo se hacía en el Perú en térmi-
nos de servidumbre o de esclavitud, fuese abierta
o disimulada. En el caso de Lima, Casanova ajus-
tó algunas cuentas para obtener la ' cifri de ¡>O-
blación (87,672) y aventurar cuál era la reserva
laboral · disponible para fines industriales. La au-
sencia de trabajadores calificados no parece ha-
ber sido pára él una dificultad mayor. La texti7
lería no era al respecto.· exigente y Casanova pre- ,
feria emplear muchachos ( entre los 10-15 años) y
mujeres ( entre fü-35 años). Esta ocupación prema-
tura no le incomodaba moralmente. Como tampo-
co los bajos salarios imperantes ( 8 reales trabajan-
do de "sol a sol" y 6 reales si el liorario era de 7 de
la mañana a 5 de la tarde), tan .ínfimos que sólo
bastaban para subsistir un •hombre y dos personas
más. La industria habría por SUP.uesto de mejo-
rar, aunque no · mucho, estas condiciones. Sabe-
mos que . la ·fábrica que pudo montar Casanova
llegó a pagar 25% más que el promedio local de
salarios, obteniendo de sus hombres 50% más de
rendimiento por unidad de producto. Casanova
disertaba sobre el Precio Natural del ~alario y el
Precio -Córri~nte del Salario y proponía la implan-
tación de Bancos de Ahorro y Socorros mutuos.
Todas esas innovaciones podían ser toleradas por
una industria que según· él mantendría altos már-.
.genes de beneficio.
No queremos agotar los posibles comentarios .·
al proyecto industrialista de Casanova. La misión
296 PABLO MACERA

de esta Bibliotecá de Historia Económica es des-


pe1tar curiosidades, no más. Un mejor análisis ·
debería incluir las páginas dedicadas a la finan-
ciación nacional de la industria peruana median-
te un Banco que aprovechara los ingresos del gua-
no. Comprendería también un ,detenido estudio
de doble trato, que· Casanova aconsejaba pai:a pro-
teger la naciente industria mopema del Perú: pro-
tección limitada contra el tejido imp01tado; liber-
tad absoluta (¿de destrucción?) frente a las ma-
nufacturas indigenas. Considerarla también una
comparación entre esta fábrica y otras de provin-
cias (Garmendia en Cuu:o, Terry en Ancash) ·pa-
ra evidenciar los; respectivos factores regionales
que condi<,ionaron muy diferentes desarrollos. Pa-
ra. una historia del trabaj~ y de la .empresa val-
drá, por últin,lo, leer las páginas dedicadas a la
historia de la fábrica- y el Reglamento de Capa-
taces que ~ se impuso. ·
SEXO Y COLONIAJE

Los histmiadores p~ruanos no hablan del sexo.


Lo evitan y olvidan que también el sexo es un
hecho· social. Esa prudencia es muy reciente. A
pesar de sus inhibiciones la sociedád colonial es-
pañola no silenció el problema. Recordemos los
estadios que el Mercuf'io Peruanó ( 1790-94) pu-
blicó sobre la sodonúa y •las investigaciones he-
chas por Unanue, Pezet y Valdez sobre las enfer-
medades venéreas, el celibatismo y la. prostitú-
ción. Los trabajos posteriores de M. A. Fuentes,
Muñiz, etc., prueban asimismo que durante todo
el siglo XIX las actividades_sexual~s fueron obje-
to de un interés científico serio. Pero después que
Pablo Patrón publicó en 1900 su pequeño gran li-
bro sobre La prostitución en Lima el sexo casi
desaparece de la bibliografía. social pe111ana. Ese
vacío sólo podrá ser rectificado después de nu-
merosas investigaciones que combinen el datq et-
nográfico con la demografía retrospectiva )' las
fuentes históricas, Entre tanto nos proponemos
solamente examinar algunos comportamientos se-
~'Uales d~ la -sociedad peruana a fines del siglo
XVIII~ Nada diremos, sin embargo, acerca· de las
grandes mas'as campesinas .del sector rural. Tam-
298 PABLO MACERA

poco será posible analizar to&s -tas' evidencias es-


tadísticas pertinentes. Nos limitamos a los centros
urbanos del Virreinato a fines del siglo XVIII va-
liéndonos sobre todo de fuentes cualitativas. He-
mos dividido la exposición en cinco acápites: po-
sición ideológica de ]a mujer; disminución de
matrimonios y nacimientos; mortalidad de la in-
fancia; celibatismo de la nobleza; vicios y enfer-
medades sexuales.
l. Posici6n ideológica de la mu;er
Cada vez que hablamos del sexo, aunque nós
referimos a relaciones sexuales, omitimos usual-
mente uno de sus, términos, la mujer, para dedi-
car nuestra atención casi' exclusiva a la posición
masculina. Como indican Simmel, Manheiñl .Y
Viola Klei.n, no se trata de un olvido ingenuo, si-
no de una selección más o menos deliberada que
expresa los privilegios indiscutidos del hombre
en todas sus actividades sociales. La cultura occi-
dental ha sido hasta fechas muy recientes plena-
mente . masculina. La opinión que la mujer me-
recía a los tratadistas . científicos y políticos, el es-
tatuto moral y jurídico a que debía someterse,
revelaban la intención de excluirla de toda paiti-
cipaciÓJl directa en la creación y en el goce de
los bienes sociales 1•
l. Véase:
Manheim, Karl. Ideología y utopfa. Mé.xico 1941.
Klein, Viola. El cartfcter femenino. "Historla de una
ideologfa". Buenos Aires 1951. ·
Simmel, Georg. Cul~ra femenina y otros ensayos.
Buenos Aires 1944. ·
Para el concepl'O de Ideología y su aplicación a los es-
SBXO Y COLONWE 299

La reivindicación de la mujer comienza muy '


tarde en la historia moderna de occidente; y en
el siglo XVIII apenas podemos registrar algunas
pocas opiniones en su favor.•Los testimonio's que
hemos recogido en la literatura peruana de enton-
ces, coinciden en su desconfianza frente a la mu-
jer. Sean sacerdotes, mé~icos o juristas; sermones,
ensayos políticos, la actitud es la misma. ,
La a·scética cristiana se unía aquí con la tradi-
ción clásica y el siglo XVIII recogió de ambas
sus mejores argumentos en favor de la superiori-
dad masculina y contra el peligro de los placeres
se~ales. Los intelectuales criollos r:ecordaban con ' .
Aristóteles ( Política, 1) que la superioridad del
hombre sobre la mujer, del macho a la hembra,
era un hecho indiscutido de la naturaleza. La
mujer, seg6n decía Aristóteles, en capítulo si_guien-
te, no poseía la templanza, fortaieza moral. 'ni
justicia que adornaban al hombre. Sus cualida-
des no sobrepa~aban a las del esclavó y el niño,
que carecían de voluntad. "En el hombre el va-
lor sirve para el mando; en la mujer para ejecu-
tar Jo aue se Je ordena". La mejor virtud que
ella podía ostentar era el silencio. .El hombre no
debía olvidar que la mujer y la tentación placen-
tera de los sentidos era una amenaza contra el
destino de su razón. Los apetitos, como decía Pla-
tudios históricos y soclo16gicos véase también de Manheim
Eruayos de sociología de la cultura. ~arcelona 1957. Edi-
torial Aguilar. Así como las obras. de Barth (Ideología y
verdad. Méxipo 1956. Fondo de Cultura Econ6IJ\ica) y Gur-
vitch y otros ( Sociologfa del conocimiento. Buenos Aires
1958). .
PABLO MACERA
300

tón, ·se cuelgan del alma, como bolas de plomo


y le impiden ,la visión superior de las ideas. Sin
reprimir el impulso de los afectos sensibles que-
dábamos en la tierra, cieg~s y abandonados a la
tiranía de la carne 2•
. Los escrjtores renacentistas del siglo XVIII
también habían repetido este desprecio por la vi-
da sexual, esta temerosa inculpación del papel
nocivo que la mujer cumplía en el mundo. Mil-
ton decía con pesimismo que Eva era el símbolo
de las pasiones y · Adán el de las facultades racio-
nales y divinas. La caída original y el castigo de
la expulsión alegorizaban para él la derrot'a del
entendimiento por las fuerzas malignas de la sen-
sualidad

"Pues ya no regía el entendimiento, y 1a voluntad


no escuchaba su consejo, estando ambos ahora so-
metidos al apetito, que desde abajo usurpando la
Soberana raz6n aspiraba el supremo comando" l.
Milton no innovaba: seguía una tradición re1i-

giosa muy anti~a que desde San Agustín enseña-


ba que en cada hombre había una ·serpiente, una
Eva y un Adán, figuras de la concupiscencia y la
razón. Letra por letra esa era también la opinión
de Pascal cuando advertía al hombre cuáles eran
los deberes supremos de su destino y exigía el

2: Aristóteles. Polftfca. Barcelona 1953; Platón. Dl6-


log0$. Barcelona 1952. · .
3. Cita tomada de R. L. Brett. La filosofía de Shaftos-
bury y la estética literaria del siglo XVIII. Córdoba 1951.
SEXO Y COI:.ONWB 301
.
arrepentimiento a -todo aquel que se dejara lle-
var por las voces de la naturaleza inferior 4•
La· España ilustrada del siglo XVIII, de cuyas
inquietudes sé nutre '1a cultura de los criollos pe-
ruanos, fue débil en combatir estos prejuicios. Po-
cas veces defendió la igualdad' absoluta de los
5exos ni levantó los cargos _q ue contra la sensua.-
lidad habían formulado los ·moralistas desde la
época clásica. Los discípulos más fieles del pa-
dre Feijóo fueron los únicos entusiasmados por la
defensa c~ue éste había liecho de las mujeres en
el tomo I de su Teatro critico. Los demás, aun-
; que ' acataran como. un deber de época la instruc-
ción ferncni,,a, rechazaban cualquier asomo de
igualdad. Contra Feijóo- opinaron Mañer, Soto y
Mame y una multitud de pequeños escritores ba-
jo seudónimo.
Mañer, que fue ·en un tiempo decidido adver-
sario de ,Feijóo, decía que la defensa de las mu-
jeres cárecía de fundamento. Come_nzaba por ne-
gar idoneidad a Feijóo para
juzgar el carácter
femenino, ya que s1;1. mismo Instituto le prohibía
toda experiencia al respecto. Aquellos hombres,
decía Mañer, que defienden la igualdad entre los
sexos, escribían como sabios y no como hombres.
El mismo cristianismo acordaba a la mujer un
sitio inferior al del hombre al suprimir su inter-
vención en los oficios litúrgicos. . Si la Biblia ase-
guraba que fue destinada para compañera de
Adán, ·no añadía que aquella unión supusiera
igualdad Aún más, las tres ventajas que el pa-
4. ·P ascal, Bias. Pensamientos. B.a rcelona 1955.
. ' 1
PABLO MACERA
302

dre Feij6o reconocía al sexo masculino ( robustez,


constancia y prudencia) eran superiores a la her-
mosura, docil_idad y sencillez que generosamente
atribuía a las mujeres. En cuanto a la vergüen-
za, si• es cierto que la mujer aventajaba al hom-
bre, era más culpa que honor. suyo: la naturale-
za ha dispuesto ese freno para quien más lo ne-
cesitaba.
Los ataques de Mañer son los mismos qu~ lee-
mos en otros folletos de la época. La polémica
acerca de las mujeres encendía rivalidades de. otro
orden y todo el que viese en Fei.j6o un peligro
para la ortodoxia_tradicional, opin6 contra las mu-
jeres.- Los defensores del Teatro crítico ( Miguel
Martínez de ·salafranca y Ricardo Blasco) fue-
ron prontamente replicados en un . lenguaje agre-
sivo. Nadie imitó la serenidad del autor de La
1"azón con desintef"és fundada que imparcialmen-
te perseguía una conciliación ideológica de las te-
sis en pugna. Se trataba -de satisfacer los gustos
estragados de un público ávido· de escándalo, de
vencer o cubrir de sombras el prestigio de Fei-
i6o, y no de llegar a un examén objetivo de los
hechos. Entre las más encarnizadas impugnacio-
nes estuvi~ron las de don Laurencio Manco de
Olivares .(¿seudónimo?) -que entre 1726 y 17'1:l
public6 su Contf'a defensa crítica en fav01" de los
hombf"es. . . y la Defensioa 1"espuesta en favor de ·
los hombres. . . negando toda veracidad a lo~ par-
tidarios del sexo femenino. • ·
Si la mujer poseyera un entendimi~Iito sirpilar
al del hombre, afirmaba: ir6nicamente Olivares,
serla ·para su mayor vilipendio, pues .hasta hoy
SBXO Y COLONIAJE 303

nada conocemos de ella que pueda ser compara- ,


do con las realizaciones masculinas:
"A la verdad R. Padre que en lo que toca a este
punto, soy de parecer que las mujeres· son como
afinadores de órgano, que le templan, mas no lo
tocan,. Son con:io el Relox, que amaga a quebrar
la campana, y sólo la hace sonar. Son como true-
nos, que hacen mucho ruido y nunca daño. Son
finalmente como pllrras locas, que todo es hoja y
el fruto ninguno. De .qué sirven accidentes sin sus-
tancia, plull!as sin carne, paja sin grano y aptitud ,
sin aplicación?"
La mujer usufructúa pero no crea, es un ·ser
pasivo y hasta maligno en el mU-lldo de la crea-
ción divina, pues la historia nos recuerda las mu-
chas. desgracias q!le su presencia ha provocado.
San Alberto Magno, Aristóteles, San Buenaventu-
ra, sostienen que el varón está inuy por encima
de su compañera, como l¡i cabeza respecto a los
demás órgano~ del ·cuerpo. Si el demonio, con-
tinuaba Olivares, citando a San Agustín, hizo de
la mujer instrument(?' de · su tentación, fue para ·
comenzar por la parte más baja de aquella so-
ciedad primitiva. Cuando como cristianos habla-
mos · de la igualdad fundamental de todos los
hombres, nos referimos, según Olivares, a la no-
bleza intrínseca del alma, hija e imagen de Dios,
pero no a la naturaleza física ni al entendimien~o,
en que el menor hombre aventaja del .todo · a la_
mejor de las mujeres s.
5. Véase:
Feij6o, Benito Jerónimo. Teatro crítico universal. Ma-
drid 1951. T._eatro critico universal ·Y Cartas eruditos. Ma-
304 , PABLO- MACERA

Es de suponer, por estos eje~plos, cuál sería


en el Perú la actitud adoptada por los hombres
cultos · de las clases superiores. A pesar de su ad-
miraci6n por Feii6o, los criollos americanos se
inclinaban ostensiblemente del lado opuesto. Aun-
que ( con técnica muy limeña) eluden o disfra-
zan su menosprecio por las mujeres con elogios
convencionales o censurando, al mismo tiempo, los
vicios y las costumbres masculinas. El Mercurio
Peruano, del que podíamos esperar alguna bene-
volencia, fue de .los más severos al enjuiciar el
peligro de los· deleites y la posici6n femenina en
la vida social. Aunque en sus primeras tertulias .
habían figurado tres mujeres (cuyos nombres des-
. conocemos) en el prospecto firmado por Calero,
después de un reconocimiento co1tés de la inteli-
gencia de las' limeñas, ·s e decía que su discerni-
miento era inferior al del hombre; servían para
· mucho lsis muiéres, menos para la meditada com-•
binaci6n de ideas. Colaboradores del Mercurio
fueron también Rossi, Lequanda y Unanue, cuyas
opiniones no eran de las más optimistas acerca ·
de la mujer. Cuando en sus páginas sorprendemos
algún consejo que favorezca a la educaci6n feme-
rtjna, se trata de ·una concesión al racionalismo de

clrid 1947. Manco de Olivares, Laurencio. Contracl,efen.sa


crítica a favor de los hombres ... Madrid 1726.
Idem. Defensloa r8SJ)Uesta a favor de los hombres. • .
Madrid 1727. Sin nombre de autor. La raz6n con detin-
terés fundada .. . Madrid 1727. Montoya y Unzueta, Car-
los. Critico y cortls castigo de pluma contra el Rmo. P.
Fey;do. • . Madrid 1731.
· Mañer, Salvador José. Antitlieatro crítico. . . Madrid
1729.
SEXO Y COLONIAJE 305
'
la época y no de una defensa entusiasta y deci-
dida. -
Las virtudes de la mujer que destacaban esos
testimonios, eran las que denotaban su dependencia
y sujeci6n a la autoridad del hombre; Unanue de-
cía en el Clima de Lima que la suavidad y la
, dulzura eran las mejores armas femeninas, Con
ellas y no con la fuerza era que la mujer obtenía
un absoluto dominio sobre su compañero, Otras ·
veces las teorías · de Montesquieu -¿Feij6o?- so-
bre el influjo del clima en los caracteres huma-
nos, proporcionaban una disculpa o explicaci6n
erudita a la Je.r:arquía ocupada por la mújer _en
lo~ diversos países. El predominio, la libertad o
esclavitud de las mujeres en cada regi6n depen-
dian de los rigores del clima. Lequanda, por
ejemplo, sin vacilar .ante el pl,gio sostuvo que
en Lima ( a pesar efe la benignidad de su tem-
ple) la discreción y hermosura de¡ la~ mujeres
aprisionaban la dignidad del varón.
"El principal pabimonio que constituye el esplen- .
dor y opulencia en la mujer, esbiba en el áomi-
nio que disfruta comúnmente sobre el varón, con-
siderando al bello sexo según el lugar dentro del
mundo civil. En los países fríos son las mujeres
señoras de los hombres: libres en los templados y
en los cálidos esclavas. En Lima, dotada del más be-
nigno clima, sin embargo de estar entre los trópi-
cos, gustan éstos de perder, sus fueros, pues pare-
ce que aquí tira sus gages la complacencia en el
·dominio: ciertamente no puede rehusarlo el varón
nacional o el extrangero, mientras vive baxo del cli-
ma, porque la .discreción que ~ genial en las mu~
306 PABLO MACERA

geres y su más que regular hermosura, forma los


grillos con que aprisiona y sujeta la dignidad del
varón" 6•

Modesta y recatada en sus acciones, medida


en las palabras, pura, diligente y activa (textual-
mente] era el tipo ·convencional de mujer que
elogiaba Tomás de Orrantia en 1777. En todos
los casos el mismo sentimiento de superioridad ,
masculina apenas disimulado. .
Paradójicamente, el hombre que reservaba a
la mujer los papeles ·complementarios o subalter-
nos, no podía evitar una sensación de peligro fren-
te a ella: La mujer amenazaba la salvación del
alma,' el discernimiento sereno y racional de nues-
tros deberes. Contra el poder de Iá. lujuria, con-
tra la carne y su principal instrumento -la mu-
4er- hay largos reproches en los sermones de la .
época. No son predicadores de segunda mano que
abusen de la imagen para conseguir un efecto
oratorio en los feligreses incultos. Al contrario, son
_ siempre hombres de estudio y hasta de los más
destacados precursores del• pensamiento moderno.
Uno de ellos fue. Ignacio de Castro en su Diser-
taci6n sobre la Virgen_ María, prologada por Ba-
quíjano. Como Matías del Campo, .el oscuro au-
tor de Flores peruanas ( 1694), Castro aavirtió,
sin mencionar a Fray .Luis de Le6n, que en las
mujeres como flacas y débiles abundan las pa-
siones vehementes; pocas eran, pot eso, las que
6. Lequanda, José Ignacio de. "Discurso sobre la Va-
gancia . .." En Mercurio Peruano, Tomo X, Fs. 116, 117. De
Unanue: El clima de Lima. Lima 1805.
SE~O Y COLONIAJE
307

habían gozado del don de profecía. El hombre


debía ' ser dueño de sí mismo y apartarse de la
torpe sensualidad. Todos los placeres del mundo,
decía el nústico español Fray Diego de Estrella,
son correos de la muerte 7•
A p1incipios del siglo XVIII, en la Receta 1.m-i-
versal, impresa en Lima durante el go'qiemo del
castísimo Conde de la Monclova, el autor com-
paró la déstemplanza con el luteranismo. Aun-
que Eugenio Alvarado, que tradujo la edición ve-
neciana, suprimió algunos pasajes, prefiriendo la
versión latina de_ Leonardo Lessio, quedaron in-.
· tactas en el- libro peruano las . prudentes reservas
del coronario contra las mujeres. Los tres vicios
originales- del hombre eran la ambición de hon-
·ra.s, la codicia de rique-Las y "el deseo de carne
y venéreo deleyte". Quién desee estar libre de
las acechanzas de la bestia hambrienta -imagen
_de otro jesuita, Nicolás de Olea- habrl~ de ser·ca~-
, .
1. µis citas anteriores corresponden a:
Orrantia, Tomás de .. .Relación. . .de . . .las Exequias. . .
de la Reina. .. Isabel Famesio. ,. Lima 1767.
Castro, _Ignacio de. Disertación sobre la Concepci6n
de Nuestra Señora. • • Lima 1782. ,
Del Campo, Matías del. Flores peruanas históricas, J>O·
liticas jurídicas recogidas en tres memoriales. ' . 1671.
Mendiburu no lo menc1ona el). su Diccionario · y sólo
trae noticias de su hermano .Don Ignacio. Había sido co-
legial de San Martín, abogado de la audiencia limeña y
opositor a varias cátedras de San Marcos. Fue encomen-
dero de Lima y obtuvo el hábito de Santiago. Alcanzó for-
tuna como corregidor en Salinas, Río Pisuerga y Mizque
(Charcas) y más tarde en Quispicanchis. Después fue Oi-
dor de Panamá y Quito. Era hijo de Don Juan del Campo
Godoy y de Doña Maria de la Rib.aga. Su padre había si-
308 PABLO MACERA

to y disciplina~o hasta en -los goces lícitos del ma-


trimonio. Por .contraste y dw-ante todo el siglo,
los predicadores exaltan en los héroes la pureza
de sus costumbres: al morir Carlos III, . el orato-
riano Amil y Feijóo, nombraba entre sus primeros
méritos el .d e haber ·dado a lós sentidos el lugar
que merecían. Fue siempre, dice, más que Rey
de España, Señor de Sí mismo 8•
·Al reiterar los autores religiosos o laicos la im-
portancia moral de la continencia; insistían en que
ésta también promovía el sosiego de espíritu que
exigían las obras .de acción. Si· nos fuera indife-
' rente la vecindad con·
Dios, entonces, al menos
por conveniencia .p·ropia, no ·deberíamos prescin-
dir de la modestia sexual y .de la disciplina de
los afectos. Esta era una reflexión destinada con
toda evidencia a los intelectuales. Los hombres
de estudio debían imitar ·Ja rígida dureza de los
ascetas y no ver en el .mundo las ocasiones .pró-

. do Abogado General · de Indios, Catedrático de San Mar-


cos, Oidor de Quito y' la ;plata y consultor de los Virreyes
Guadalcázar, Chinchón y Mancera. Tíos suyos eran Fray
Vicente Valverde y el Arzobispo Ger6nimo de Loayza. Su
hermano Juan Bautista . t~níl\ el curato de Huancavelica.
Las Flores peruanas son una cerrada defensa de la mi·
' na de Potosí y una historia del oficio de Protector Gene•
ral de Indios que existía en el Virreinato. Comprende tres
impresos: a) .Memorial histórico, ¡urídico, político. ..; . b)
·Memorial. . • que refiere el origen del oficio de Protector
General de Indios del ~erú.. .; e) Memoria y discurso in-
formativo... . •
· 8. Alvarado y Colomo, Eugenio de. Receta Univer-
sal ethico médica. . Lima 1694.
Amil y Feyj6o, Vicente. Oración Fúnebre del Señor
Don Carlos III. . . Lima l 'l90.
SBXO Y COLONIAJE
309

ximas del placer que los distrajeran de su oficio.


La verdad exigía una preparación íntima, un
amortiguamiento de los sentidos. En el H ygiasti-
con (Lima, 1743), Llano Zapata confirmó esta
idea, con todos los agregados de la fábula. Los
hombres buscaban, según él, la. verdad con lo~
Qjos del entendimiento y no con los del cuerpo
y la lujuria. que desangra, oscurece el ingenio,
aleja a lo~ homb~ de su razón.
"Los usos venéreos también enferman el cueipO,
lo desustancian, secan y desangran; motivo por que
estos usos no sólo rinden al cuerpo, sino también
oscurecen el ingenio. Escribe S. Agustín en el U-
bro De La V~dadera Religi6n. Que Platón ense-
ñaba a sus discípulos a abstenerce de los de-
leites venéreos, y que los persuadía a la verdad
se conocía no con los ojos del cueipO u otro al-
gún sentido, sino sólo· con la pureza del entendi-
miento; y que para conocerla nada lo impe~ tan-
to como una vida entregada a la liviandad" 9•

En otros autores hay tesis semejante~ que no


hemos de transcribir. A lo más con una tenue
variación, recordemos a Rossi y Rubí, quienes
aconsejaban a los varones que estudiaran matemá-
ticas para huir del dominio de las pasiones y ol-
vidar los afectos frustrados.
. No existe mayor diferencia entre estos temo-
r~ racionalist~ y el pensamie1;,..to oficial de la

9. Llano Zapata, José Eusebio. Hygiasticon o oerda-


dero método de conseroar la salud. . . Lima 1743.
Como la obra de Alvarado, és& de Llano Zapata apro-
vecha las versiones latinas de Lessio.
310 PABLO MACERA

iglesia. Cerca estaban las pastorales y tratados


teológicos que indicaban los peligros de la sexua-
lidad. 'Omitimos las palabras de Ladrón de Gue-
vara, Abad Yllana, Barroeta, Antonio de Peralta
y otros prelados que abundan en. los mismos ar-
gumentos que ya hemos resumido 10• Frente .a
una sociedad corrompida por el lujo, es frase de
uno de ellos, pretendían inútilmente regresar a.
las antiguas costumbres cristianas. Si quisiéramos
conocer a qué grado de minucioso ánálisis llega-
ban esos testimonios, bastaría leer el Prontuario
moral de Larraga que utilizaban muchos de-ellos.
La reimpresión limeña de 172:o examina todos
los casos. y dudas con relación al sexto manda-
miento. El teólogo español distinguía hasta tres
clases de castidad: virginal, conyugal y vidual.
La primera, a su vez, admitía una división: vir-
gen quoad corpus y virgen quoad mentem. La

10. Entre otros impresos:


Liñán y Cisneros, Melchor de. Carta pastoral. . . Lima
1702.
Idem. Carta pastoral. . . Lima 1703.
Ladrón de Cuevara, Diego. Carta pastoral. . . Lima
1711.
Barroeta y Angel, Pedro Antonio. Edicto de 1751, 2
de noviembre.
Otros de 1 de julio de 1752; 17 de mayo de 1752; 5 de
abril de 1756; 26 de octubre de 156. .. Y las Cartas Pastora-
les de 1755 sobre los ten:emotos y estragos de Quito y Europa.
Parada·, O,iego Antonio de. Edicto de 30 de enero de
l~& .
Abad Illana, D. Manuel. Carta pastoral... Lima 1777.
Argote, Ramó de. En "Lágrimas de Lima en las Exe-
quias. . . de D. D. Pedro Antonio de Barroeta..•" Lima
1777. Menciona otros edictos de ese prelado (15 de se-
tiembre 1751, 10 de octubre 1754).
SBXO \' COLONIAJE
311

llamada castidad. conyugal era idéntica a la vo-


luptuosidad morigerada. Más allá comenzaba el
pecado de lujuria, clasificado en diez modalida-
des. Las seis ppmeras conespondían a las rela-
ciones naturales ( fo1:)llcación, adulterio, estupro,
.incesto, rapto y sacrilegio); -las otras constituyen
los pecados contra natura, es decir, la polución,
·sodomía, bestialidad y diversa corporum positio 11•

2. Disminuci6n de matrimonios y nacimientos

Más •que por la mujer y las pasiones, el siglo


XVIII se creía amenazado por el fantasma mer-
cantilista de la despoblación. Se censuraban los
extravíos sexuales, porque constituían un peligro
demográfico, y no sólo por sus inconveniencias éti-
cas o ~eligiosas.
El primer hecho que a este respectó destaca-
ban los tratadistas peruanos del XVIII era el nú-
mero bajísimo de enlaces en Lima y en todas las
demás regiones del Perú. Era un fenómeno que
caracteiizaba a todas las clases sociales y no só-
lo a la aristocracia. La crisis económica había em-
pobrecido al país y el temor a las responsabili-
dades de la familia, como decía el Obispo Pérez
Calama, colaborador incidental del Mercurio, ale-
jaba a los hombres del matrimonio: La mujer
no contribuía entonces a los ingresos familiares;
debía estar honestamente al margen del traba-
jo, viviendo ,de puertas adentro, dedicada al ma-
11. Larraga, Francisco. Promptuario -de theología mo-
ral. .. Lima 1720.
.
312 PABLO MACBRA

rido, padre o hermano. Sólo . muy pocas muje-


res y en necesidades extremas procuraban, según
inform~ba Lequanda, sostenerse por si mismas.
El orgullo y la obstinación hacían recaer sobre
los hombres una responsabilidad que no podían
cumplw.
La. familia limeña colonial se constituía. por
agregación, de acuerdo con las exigencias arti.fi- ·
cialmente mantenidas de w1a sociedad patriarcal.
Alrededor de los padres e hijos se incorporaban
las parientes pobres, lo que el cos~brismo satí-
riro con irónica torpeza llamaría más tarde '1a
institución limeña de las tías solteronas". Muje-
res sin auxilio ni renta que a cambio de los ofi-
cios solícitos más humildes, recibieron en esas ca-
sas una atención esquiva apenas distinta a la li-
mosna. Los hombres rehusaban el peso de esos
vínculos; el temor a la pobreza persuadía al ce-
libatismo. "Pocos son, dice Pezet• en 1813, los que
se resuelven a pasar los tjesgos y molestias del
matrimonio. . . la ·terrible carga de echarse sobre
sus hombros no sólo a _la mujer que se ha· toma-
do por esposa, sino también a todos sus pariente~
y allegadas, que esperan la entrada de un hom-
bre en una casa para asegurar su subsistencia; las
_mujeres en Lima son planta~ parásita~ que se
sostienen de jugos ajenos".
Las estadísticas entonces disponibles parecían
confirmar en parte estas suposiciones. En octu-
bre de 1790, el Diario de Lima reseña 70 naci-
mientos, 219 muertos y 18 matrimonios. ¿Quién
ha de repoblar esta capital?, preguntaba el edi-
tor Jaime de Bauzate. Si _para cada nacimiento
SEXO Y COLONIAJE 313

hay tres entierros, muy pronto Lima sería un yer-


mo. · Un cuarto de siglo después no se creía que
hubiera mejorado el crecimiento· de la población,
pues El Verdadero Peruano informaba que el pro-
medio de mortandad infantil era de 2,000 niños
por año, coro ;un total de 6,287 para el trienio 1808-
1811. El número de matrimonios y nacimientos
no garantizaba una adecuada reposición de esas
pérdidas.
' Este supuesto ritmo demográfico alarmaba a
los observadores ~ás optimistas y era también el
de las ciudades pro.vinciales. Carecemos de noti- .
cias sobre muchas de ellas, pero hay una muy
precisa acerca de la sierra sur que nos proporcio-
na Ignacio de Castro en su Relación de la Audien-
cia del Cuzco. Castro huía de las exageraciones
pero no evita su inquietud ante el bajo crecimien-
to del Cuzco. A base de los métodos de tm anó-
nimo inglés publicado en Venecia 1763, calcula-
ba la población total en 40,000 habitantes, en cu-
ya mortandad (1 por cada 38 vidas) había una
elevada proporción de niños. No . dio cifras exac-
tas de nacimientos y matrimonios, pero 90ncluía
que éstos eran escasos e insuficientes 12•
12. Entre otras fuentes :
Diario de Lima, 20 de noviembre de 1790.
Mercurio Peruano. Tomo I N9 17; Tomo IV n. 112.
Castro, lgnllcio de. Relaci6n de fundación de la Au-
diencia del Cuzco. . . Madrid 17. . .
Debemos indicar que un estudio más extenso sobre los
problemas demográficos del siglo }(VIII y fas teorins ex-
puestas entonces, lo hemos reservado para una próxima te-
sis doctoral Alli se examinarán las ideas de Pinto, Carri6
de fa Vandera, Unanue, Baquíjano, Lequanda y Gil de Ta-
boada.

I
314 PABLO MACERA

3. . La mortalidad y el aban.dono de la infancia

a) Los abortos
La rupp.u-a del equilibrio demográfico, supera-
ción del nacimiento por las muertes, sobre todo
en · 1as primeras edades de la infancia, no· es pre-
sentada por los anteriores -testimonios,- formando
un solo conjunto con la escasez de familias jóve-
nes. La influencia del celibatismo sobre las rela-
ciones sexuales ilegítimas y las -falsas vocaciones
religiosas ha de ser estudiada en un próximo ca-
pítulo. Ahora nos interesa la medida en que el
infanticidio y el abandono aparecieron a los escri-
tores peruanos del siglo XVIII como uno de sus
resultados.
Los_niños, decía un autor de la época, mueren
en Lima antes de nacer; crimen horrendo agre-
gaba, peor que todas las blasfemias, porque es
ataque alevoso a una criatura _d e Dios. La reite-
rada vigilancia: oficial y eclesiástica nó impedía
que mujeres del bajo pueblo proporcionasen bre- -
bajes y métodos primitivos para . que no nacieran
los hijos de relaciones naturales. Valdez en su
Disertación médico-quirúrgica afirmó que los em-
. barazos clandestinos y el uso de los abortivos era
una de las causas principales y más frecuentes
de la mortandad infantil. Todas las medidas fra-
casaban. Desde España llegaban reales cédulas y
obras científicas que relievaban infructuosamente
la gravedad <!el delito. A mediados de siglo, por
ejemplo, se lefa en Lima la Disertación médica
moral de Juan Luis Roche, 1757, contra el limi-
tado poder de ·los abortivos. El autor resumía las
SEXO Y COLONIAJB

inconvenienci~ sociales del aborto y las reglas


de la legislación ·civil y de la religiosa que,' por
disposici6n de Sixto V y Gregorio XIV, penaba
con excomunión mayor a quien lo practicase.
Todas las sanciones imaginadas desde la anti- .
·güedad parecían débiles a los ·intelectuales perua-
_nos para detener estos delitos. El padre Gonzá-
lez Laguna, olvidando por momentos su caridad
religiosa, pedía que los culpables del aborto fue-
ran castigados según las· leyes primitivas de la
iglesia: que la madre sufra penitencia perpetua y ·
pública y que siguiendo al Concilio de Iliberi, se
negara a ella y sus cómplices hasta la absolución
en artículo de muerte. Al que hiciera un aborto,
• cita del Exodo, se 1~ ha de pedir en la eternidad
alma por alma, diente por diente. . . y reportará
fuego por fuego, herida por herida y contusión
por contusión.

"El aborto voluntario es un homicidio verdadei;a-


mente alevoso e indigno de la inmunidad Eclesiás-
tica : que el delito de los más horrendos que pue-
de hacer un hombre, y en especial una Madre,
pues priva de la vida corporal y Et-ema al inocen-
te fruto de sus entrañas, en cuya formación ha em-
pleado el Creador su inmenso poder, su amqr in-
finito y su más esquisita sabiduría".

Algún efecto lograrían estas censuras, pues por


los mismos ap.os, más que el aborto, se denuncia
. el abandono de niños en las iglesias y asilos de
huérfanos. Aunque también ésta era una acción
delictiva, calificada de pecado mortal, según los
casos, por el Arzobispo Gonzales de La Reguera
.316 PABLO MACERA

( edicto de 20 de mayo 1795) no suponía ·el ocul-


tamiento de infanticidio o los abortos.
b) EJ asilo '1s huérfanos
La moral de la ép0ca, a pesar del rigorismo
convencional y de las declamaciones contra lo que
había llamado laxitud de la doctrina 4esuita, no
·era muy ·severa y .escrupulosa contra otras accio-
nes distintas al aborto. El abandono de los recién
nacidos era tenido entonces por lm mal menor
y hasta necesario que evitaba, en buen número,
otros crímenes peores. Los tratadistas de la épo-
.ca lo llegaban a considerar como un derecho in-
negable de los padres, en determinadas circuns-
tancias. Las antiguas leyes del Fuero y las Par- •
tidas privaban dé la patria potestad a los que
abandonaran a sus hijos y si éstos morían, dispu-
so la condena de muerte para los culpables. En
el Perú, en cambio, no faltaron los que abierta-
mente aconsejaban una mayor benevolencia. Jo-
sé Méndez Lachica, abogado de la Audiencia li-
meña, sostenía en 1802, que los casados, persona~
de honor o de extraño fuero (sacerdotes) podían
. legítimamente abandonar a sus hijos si los ame-
nazaba infamia o pena máxima de muerte; tam-
bién eran disculpados aquéllos que por pobreza
no tuvieran ·para sus alim.entos. El honor, decía,
se ha de preferir más que los hijos y la propia
vida. .
El único deber exigido comúnmente a los pa-
dres era el de subvenir, en la medida de sus ren-
tas, y clandestinamente, el sostenimiento de los
abandonados. El huérfano no tenía otro derecho
SE.XO Y COLONWE

legalmente reconocido y hasta el padre Diego Cis-


neros, negó en carta de 1801 que fueren herede-
ros forzosos., Sobre ellos recaía la sospecha de ser
espúreos, s·acrílegos o ex damnatio concubitii, a
pesar de que la ficción legal establecida por Car-
Jos 111 ordenaba que fuesen tenidos como hom-
bres buenos. del ~ado llano, con los privilegios
y goces consiguientes.
El número de estos niños abandonados era muy
alto en Lima; según confesaba a principios del
si~lo XIX el licenciado Juan José Cavero, mayor-
domo del Asilo de Huédanos. Durante siete
años, 1796-1801, habían sido albergadas 1,109 cria-
turas. Las rentas y el local de la institución eran
muy pobres. Otros informes dicen que el Asilo
no tenía prácticamente cocinas, dormitorios ni co-
medores. En la "Canoa", donde eran depositados
los- niños: se mezclaba · a sanós y enfermos. La
alimentación era deficiente y las nodrizas devol-
vían a los lactantes por falta de pago. Similar
en líneas generales era la situación de otros asi-
los, como el arequipeño ( 1788) cuyas constitucio-
nes fueron aprobadas por real cédula de 1794.
Por cuidadosa que fuese la administración de
estas casas, el relajamiento sexual exigía nuevas
y más amplias fundaciones, que las rentas fisca.
les no pudieron solventar. En el papel, la Ins-
trucción de 11 de diciembre de 1796 estableció
cajas p~uiales para huédanos, cunas de dis-
trito, casas generales, todas bajo la vigilancia ecle-
. siástica. Pero ni estas órdenes, como tampoco la
lista del número y procedencia de expósitos, fue-
ron cumplidas en el Perú.
318 PABLO MACERA

c) El cuidado de la infancia
Todas las-aseveraciones comentadas atribuyen
la mortalidad infantil al relajamiento de las cos-
tumbres: pero no debemos exagerar su importan-·
cia desde el punto de vista .demográfico. So~ he-·
chos anormales cuya frecuencia e intensidad. per-
4udicaba a un pequeño· sector; en porcentajes
aproximados a una décima parte de los recién na-
cidos, cuyas pérdidas sobrepasaban, sin embargo
en algunas regiones, hasta el 30%. Hay una di-
ferencia que no depende, pues, de factores delic~
tivos, sino de cau,sas que no sufriendo la desapro-
baci6n moral, prosperaban más fácilmente.
En primer lugar hemos _d e mencionar .el cui-
dado de los partos,. que estaba entonces eñ sus co-
mienzos. A principios del siglo XVIII el predica-
dor jesuita Ayosa encontró nad.-i más que una pro-
fesora de obstetricia en Lima, llamada Feliciana
de Jáuregui. Las demás eran mui,eres muy hu-
mildes cuyos métodos adivinamos por la Oración _
conminatoria de Ortega Pimentel: acostumbraban
agitar a las enfermas para ayudar al nacimiento.
En la sierra, el parto era confiado a las indias.
Los huamanguinos de las clases cultas las llama-
ban Calmaqui o Calama.qui, qué en su quechua
dialectal quiere decir Brazo Desnudo o Sirviente,
para designar al mismo tiempo el oficio y la con~
dición social. Ocuparse de los partos era oficio
vergonzoso que según Unanue rechazaban hasta
las españolas de la plebe. "Su capricho y arrojo,
dice el Clima de Lima, han privado al Perú en
innumerables momentos del nuevo habitante con
que la naturale:r.a benéfica pretendía reparar sus
SBXO · Y COLONWE 319

pérdidas y de unas madres fecundas que podían


hacérselas olvidar". Fueron muchas las peticiones
para que entonces se fundara una Escuela de Obs-
tetricia, a imitación de las de Prusia, Inglaterra,
Italia y España. Pero no la tuvimos hasta los pri-
meros años republicanos, con la contratación ofi-
cial de madame Fessel que aplicó los métodos
de estudio aprendidos en un Instituto de París.
· El . niño que sorteaba esos primeros· peligros
era entregado entonces a las esclavas o amas mer-
cenarias, pues las mujeres limeñas terrúan· perder
sus atractivos durante la lactancia. Los primeros
años de la infancia eran rodeados de solicitudes
dañinas que debilitaban el' organismo. Inútilmen-
te, el, padre Olavarrieta, Valdez, Castro, Unanue
y otros, recomendaban menos engreimientos. Si
queremos salvar a la infancia apliquemos las má-
ximas de Locke: "Traten los ricos a sus· hi¡os co-
mo los paysanos y pobres tratan a los suyos. La
mucha: ternura de las madres, la mucha indul-
gencia con los hijos, el cuidado excesivo· que con
ellos se tiene, es lo que petjudica a su salud, a
su vida, a su robusta comprekión" 13•

13. Vald~, José ~anuel. · Disertación médico-quirúr-


gica sobre varios puntos importantes. . . Madrid 1815.
Rocho, Juan Luis. Disertación médico moral sobre Pl
limitado poder los abortivos en la medicina. Puerto de
Santa María 1757. ·
Bermúdez José Manuel. Oración Fúnebre del Seiior.. .
don Juan Domingo G-Onzdlez de . la Reguera. •.; continuan-
do. la pagim1ción de Fama póstuma del. . . ilustrí.simo se-
tiOf'• • • don Juan Domingo G-On%ález de la Reguera.:. Lima
1805. En el mismo impreso anterior los testimonios y elo-
gios de Tomás José de la Casa y Piedra y de Vicente Morales.
PABLO MACERA
320

d) "El Zelo pa-ra con los recién nacidos" del


Padre Francisco Gonzál.ez Laguna
En 1781, los huérfanos de Lima imprimieron
w1a obra con el título ·de "El Zelo pa-ra con los
niños no nacidos" cuyo autor fue· el padre Fran-
cisco González Laguna, clérigo de la Buena Muer-
te. Es un libro sin pretensiones mayores que aus-
cultar las costumbres limeñas y resume los tópi-
cos cuya semblanza hemos trazado en este ensa-
yo. González Laguna había llegado al Pen'1 muy
joven, en las primeras décadas del siglo y duran-
te más de 50 años, hasta su muerte en 1797, se
dedicó a las ciencias naturales. Confidente y dis-
cípulo del padré Martín de Andrés Pérez, cuya

Idem. Oración Fúnebre. . . en las exequias de. . . D.


Agustín de Gorrlchategui... Lima 1776.
Cartas y opiniones de Diego Cisneros ( 1801), José An-
tonio 7.evallos ( 1901), Márques de Casa Concha ( 1801},
Francisco Javier Echague ( 1801 ), Ignacio Mier (1801 ),
Pedro José Méndez Lachica ( 1802), José Manuel Bermúdez
( 1804), José Cavero y Salnzar ( 1811). En Dictámenes
teológiros-legales acerca de la obligaci6n qt1e tiet1en las
padres pudientes. de costear los alimentos y educación de
s1,s hi¡os expuestos. . . Lima 1811.
Mss., Archivo del Convento de San Francisco de Aya-
cucho "Real Cédula de 11 de diciembre de 1796"'.
" .. . constituciones de la Real Casa de expósitos . ..
de la Ciudad de Arequipa". Lima 1805.
Mss. e Impreso. Cedulario del Archivo Arzobispal de
Lima. Incluyendo Disposiciones sobre el cuidado de los
huérfanos. ·
Mendiburu, Manuel de. Apuntes 1-Iist6rlcos, 1900.
Ortega y Pimenrel, José. "Oración Conminatoria".. . En
Causa mádico-criminal. . . Lima 1764.
Unanue, Hipólito. "Decadencia y restauración del Pe-
rú". . Lima 1793.
SEXO Y COLONIAJE 321

vida, escribió, vivió al margen de las rencillas y


litigios que agitaron a la Casa de San Camilo
( acusaciones de peculado, defensa de la· Cátedra
de Moral, expulsión o fuga de hermanos. .. ). No
tuvo otro entusiasmo que el estudio y las horas
de paseo en los 1ardines y huert~ que él mismo
sembró. Decía, con Malebranche, que el mejor
camino para llegar a Dios era la oración silencio-
sa, el humilde recogimiento de gratitud ante sus
obras. Fue confidente y _auxiliar de los botánicos
y viajeros científicos de la época, que dieron su
nombre latinizado a algunas de las plantas que
clasificaron con su ayuda. Las cartas de Gonzá-
lez Laguna,_que todavía guardan los archivos de
su antigua casa -donde quizás dibujaría los in-
genuos frescos del refectorio- revelan su fervor
religioso y dieciochesco por la naturaleza, aconse-
jando el cuidado dC=4 los árboles y protegiendo,
con ex"Cesiva generosidad, las expediciones que
salían a las provincia~ del Perú. De él nos que-
dan hoy día, además de los artículos del Mercu-
rio Peruano y el ensayo sobre un fósil, una obra
sobre el padre Martín de Andrés Pérez, original
manuscrito en la Buena Muerte, y El Zelo pa-
ra con los no nacidos que compendia y aprove-
cha las ideas. de los. autores modernos. -
Sin ser rigurosamente original, González La-
guna aplicó su~ reflexione~ al Pení y condenó
el infanticidio y los abortos, el lujo, la incontinen-
cia y el mal trato a los esclavos. Expuso los de-
sastres de la liviandad y criticó la ignorancia de
los hombres de ciencia y la corruP,clón genera-
lizada en todas la~ clases social~.
322 PABLO MACERA

Antes de que Goó.zález Laguna publicara su


obra, ya era conocida la Embriología sacra del
Canónigo italiano Gangamilia, elogiada por Car-
los 111 que llevó varios ejemplares desde Nápoles.
a España. La obra de Gangamilia, traducida al
castellano del compendio francés de Dinovart, era
ignorada en el Perú, donde a fines de siglo ~lo ha•
bía dos ejemplares de ella. Para el Padre Gon-
zález Laguna era c~i un deber religioso divul-
garla, pues la ha1:>ía recomendado ardientemente
el general de los Camilos, Domingo Pizzi, y un ·
miembro de esa Congregación publicó en Méxi-
co un exb·acto bajo el patrocinio del j\.rzobispo.
-González Laguna utilizó todas esas fuentes, y las
de Giraut y Rechard para defender sus tesis.
La operación cesárea que todos ellos divulgan
y que compone el cuerpo principal de El Z,e[o
para con los no nacidos, había sido obligatoria en
Nápoles, 1749, durante el gobierno de Car-los 111.
La doctrina de la iglesia, desde Santo Tomás, coin-
cidía con las normas civiles, declarando que era
cargo de conciencia no salvar el cuerpo y el al-
• ma de los· que no podían nacer. Pero como de-
cía el padre González Laguna, con abierta a,dhe-
sión a su tiempo, hubieran bastado "las simples
luces de la razón" para salvar la vida de un ni- •
ño. Ninguna de estas ideas era ya peligrosa y es-
taban consagradas por la misma lentitud adminis-
trativa: el mismo año, 1781, en que se publicó
la obra de González Laguna, el Virrey Jáúregui
ordenó por bando que se pusiera en práctica la
operación cesárea; y el 13 ~e abril de 1804 una
SEXO ·y COLONIAJE
323
real _cédula concedió el uso de la fuerza · pública
para los mismos fines.
Estas · operaciones eran difíciles de practicar en
el Perú. Salvo en las ciudades, ~n los villorrios y
aldeas del interior regían Jas prácticas más oscu-
ras de la hechicería o de la medicina popular.
·En la misma España hubo que autorizar a cual-
quier otra persona, a falta de médicos, incluyen-
do alguaciles y sacerdotes, para que practicasen
la cesárea. Como pocos conocían el procedimien-
to adecuado, el Colegio de Cirugía de San Car-
los adaptó en una Instrucción •1a obra del monje
cisterciense don Alfonso Rodríguez ( separada de
su tomo IV de la Teología Médico Moral) indi-
, cando los cuidados e instrumentos indispensables.
La intervención de los sacerdotes había sido tam-
bién aprobada por el Arzobispo de México Nú-
ñez de Haro, pero segtúa siendo discu!ida. Gon-
zález Laguna la defendía y precaviendo cualquier
objeción, afirmaba que no era un acto contrario
. a los deberes de la castidad, pues faltaba el me-
nor incentivo de concupiscencia. "Entrando el C!}~
chillo, exageraba crudamente, se equivoca de in-
_mediato el cuerpo ( de la mujer) con el de un
puerco ~azeado". ·
Estas nuevas medidas en favor de los naci-
mientos tenían pocas posibilidades de éxito aun-
que contasen con el apoyo de los reyes y la sos-
tuviera un sacerdote. Les faltaba la aprobación
decisiva, pública y evidente de los dogmas reli-
giosos. González Laguna sabía bien que los pre-
juicios más recalcitrantes cedían ante el temor de
los castigos e~emos. La utilidad racional o polí-
324 PAB_LO MACERA

tica de la .operación cesárea no pasaba de· ser un


argumento secundario y frágil en una sociedad
profundamente católica. Se necesitaba el incen- ·
tivO" de wi deber trascendente, de un mandato
divino del que dependiera la salvación eterna.
Mientras los hombres creyesen que la inocencia
pre-natal aseguraba el ingreso al Cielo católico,
aún sin el_bautismo, había una brecha· p~icológi-
ca en favor de los abortos e infanticidios. De exis-
tir pecado, era remisible por los caminos · habi-
tuales de la penitencia y sólo estaba comp·rome-
tido, el destino per<&onal. La misma doctrina del
Limbo podía persuadir así, paradójicamente, a que
se cometieran los más horribles delitos. '11acien-
do prevalecer, dice González Laguna, que un pár-
vulo con la mancha original no es merecedor de
penas_eternas, bien se ve qué campo tan dilata-
do se abre al descuido y por consiguiente a los
desastres". Esta doctrina no tenía fundamento· en
las Escrituras y había sido erróneamente divulga-
da por catecismos· superficiales como- 'los de As-
tete, Ripaldá_y Reinoso. Y- en las Indias se la pre-
firió a otras más antiguas, como se ve en la Doc-
trina· Me¡icana de 1772 que se aparta en esta ma-
teria del catecismo de Pío VI que tuvo como mo-
delo.
En el siglo XVIII podía sostenerse sin escrú-
pulos teológicos la existencia de~ Limbo. Cerca
estaba la doctrina de ·Bossuet, que combatiría más
tarde el Cardenal Spondrate. Como Bossuet, Gon-
zález Laguna· llamó heréticos a los que creían
que un alma puede ser salvada sin auxilio del sa-·
cramento. Por artículo de fe ( Belannino, • San
SEXO Y COLONWB 325
Agustín) su condenación era irremisible. · Si el
cristiano debía dar vida a los ruños, con todos los
medios naturales a nuestro alcance ( la operación
cesárea, por ejemplo) era porque sólo vivos y .re-
cibiendo la gracia del bautismo podían gozar des-
pués las felicidades etem~. La existencia flsica
adquiría da acuerdo con esta interpr_etación un
valor supletorio, aparte de sí misma en tanto que
instrumento_indispensable de ,salud espiritual. Al
preferir Gonzales Laguna estiC doctrina en. vez de
otras más conformes con la ·caridad ca~ólica y so-
bre las que no _recaía sospecha de probabilismo,
es evidente que no lo hizo siguiendo una firme
convicción personal. Si con San Pablo llamó a
los niños "vasos de ira y contumelia" fu~ para de-
fenderlos con un freno religioso, de las amenazas
que sobre ellos recaían 14•
4. El celibatismo de· la · nobleza; las vocaciones
_ r~ligiosas, el concubinat~
Los tnismos prejuicio~ y las mismas causas
-económicas que afectaban los cuidados del naci-
14. Conzález Laguna, Francisco. El zelo sacerdotal
para con los niños no nacidos. . . Lima 1781.
Mercurio Peruano, Tomo XII. ·
Mss. AMH; CSM Bando del Virrey Jáuregui, 20 de oc-
tubre de 1781.
Mss. e Impreso. Colección de provisiones y reales cé-
dulas. ACBM. •
Fassel, Madame. Curso elemental de partos. . . Lima
· 1827.
Prácticas de partos. Lima 1830.
Noticias de una fecundidad extraordinaria. Lima
1830. .
Examen general de partos o de la tocología teórica y
práctica. Lima 1845.
326 PABLO MACERA

miento y de la i~ancia, ocasionaban el celibatis-


mo de las clases nobiliarias y de los sectores me-
dios limeños.
La nobleza criolla descendiente de los prime-
ros pobladores del reino, arruinada paul~tinamen-
te, no poseía en el siglo XVIII los recursos que
necesit~ba para mantener su prestigio tradiéional.
La supresión de las enromiendas y, corregimien-
tos, la institución de los mayorazgos, la baja en
la renta de las tierras. . . y su odio al trabajo, im-
pedían qué la mayoría de esos nobl~s gozara de
una posición económica igual a sus pretensiones
sociales. Un noble que respetar!l sus prejuicios de
sangre estaba condenado, si era pobre, a ver có-
mo sus descendientes perdían su posición social
junto '(!9n lo~ privilegios económicos. Por falta
de rentas dejarían de ser hidalgos, y olvidadas sus
tradiciones familiares no pasarían con el tiempo,
dos o tres generaciones, de artesanos, pequeños
comerciantes, soldados o mendigos. Así hemos
podido ·1eer en el archivo episcopal de Ayacu-
cho. angustiosas solicitudes de limosna escrita por
descendientes de -los primero~ fundadores de la
ciudad. La pobreza ·decía el pa<!re Feijóo regula
la permanencia ·deñtro de una clase con ley más
dura y eficaz qu~ todos los derec.hos de sangré·:

"Aquí es también la ocasión de tocar una queja co-


munísima entre hidalgos pobres. Dicen éstos, fre-
cuentemente, que hoy más se estima el dinero que
la hidalguía y más respetado es el rico que el no-
ble. . . Muy engañad~ viven los que piensan que
el mundo fue ni será jamás de otro modo. Siem-
SEXO Y COLONIAJE 327

pre se hicieron y siempre se harán más expresiones


de amor y respeto al rico de origen humilde que
al pobre de estirpe ilustre. Esto lo lleva de su na-
turaleza la condición humana. Los hombres no
prestan por lo común, sus obsequios graciosamente
sino a intereses",
El resentimiento o la. indignación de algunos
aristócratas peruanos del sigl? XVIII ( Bravo de
Lagunas, Moqtero) confirma la. semblanza de Fei-
j6o. A mediados del siglo XVIII muchos linajes
habían desaparecido o vivían degradados en la
mendicidad y los enlaces desiguales; Este último
camino, acremente censurado en el Voto consul-
tivo y eri el Estado político, era el único que ra-
cionalmente podían elegir los aristócratas perua-
nos. Estos eran los ÚD.!COS términos a elegir. Fue-
ra de ellos sólo quedaba el trabajo o el celibatis-
mo. Si el· deber era preservar. el linaje, enton-
ces no quedaba más que rehuir él matrimonio,
"dejar sin posteridad a los ascendientes".
El celibatismo de la nobleza no fue, pues, .un
alejamiento ascético del mundo. Su móvil prin-
cipal consistía en la búsqueda de un estado sexual ·
y social que garantizara la seguridad económica
y, con ella, sus privilegios de sangre. Permanecer
en el celibato, consintiendo en las relaciones ile-
gítimas y evitar los hijos, eran las únicas medi-
das con las que un noble sin mayorazgo ni em-
pleo retardaba su degradación social. "Los hijos
de la nobleza, decía Pezet en 1811, se educan en
la abundancia y como la mayor· parte de los bie-
nes está destinada a los mayores, los menores h1:1- '
yen de casarse por no poder sostener nna familia
328 PABLO MACERA

con el esplendor en que nacieron. .. Unos y otros


( se refiere también a la clase media) toman el
partido de la iglesi9: o de los claustros o se man-
tienen célibes, sepultándose vivos con toda su pos-
teridad".
Podría sup~nerse que las vocaciones reUgiosas
y el predominio social dei:- la Iglesia contribuye-
ron al desarrollo de este celibato. Pero la litera-
tura eclesiástica del siglo XVIII no cónfirma del
todo estas hip6tesis. Las .pastorales de los obis-
pos peruanos reiteran, año trali año, que los hom-
bres antes de tomar cualquier estado -sobre todo
el más alto· de todos, el sacerdotal- -debían exami-
nar su conciencia y saber si éste era . el destino
para el que habían sido llamados. Escuchemos,
por · ejemplo a1 arzobispo Ladrón de Guevara en
1702:

"En cuya conformidad no estaba el punto de acier-


to en que sea el Estado · más excelente y perfecto,
como el de la continencia, sacerdote y religión; si-·
no en que se elija aquel que Dios quiere y . a que
llam~ a cada uno según su natural y talen~. No
es dudable que eran mejores las armas reales de
Saúl que el cayado y la honda de David; pero
no tenía uso de ellas ni habilidad para usarlas.. .
Cuántos se hubieran salvado en et estado matrimo-
nial, dice el doctísimo Lessio, que se condenan
religiosos".

Si el Arzobispo recuerda a sus fieles que el


matrimonio es un camino de virtud y de salva-.
ción es porque, según declara, eran muchos en
Lima los que tomaban órdenes sin tener auténti-
SEXO Y COWNIAJE 329

ca vocación. Advirtamos de paso que el concep-.


to de Ladrón de Cuevara acerca de .la actividad
vocacional está vinculado al de la predestina-
ción: el hombre n~ _elige libremente su destino
en el mundo; lo tiene _ya desde el nacimiento y
se extravía al perseguir caminos que no le corres-
ponden. Sin examinar por ahora cómo reflejan
estas opiniones el deseo de una estabilidad social
y una rigurosa separación de clases, es evidente
que la Iglesia quiso en el Perú discriminar las
vocaciones religiosas, separando el falso del ver-
dadero -sacerdote, sin que pudiera conseguirlo. La
presión de la nobl~ venció todas las restriccio-
nes, poblando a los conventos limeños. Esta des-
viación de~ celibatismo hacias las carreras ecle-
siásticas no había comenzado en el siglo XVIII
ni fue entonces más agudo que en otras épocas.
Feijóo de Sosa, en su Pr6logo a las Memorias de
Arnat, dice que ya desde los primeros tiempos de
la conquista los nobles llevaban a sus hljos el re-
fugio de la Iglesia para librarlos de la indigencia:
. .
"Ciertamente aunque se hace tan recomendable a
In veneración el e.~tado eclesiástico en el Perú, no
es vocación . sino objeto y témlino de la necesidad
que se procura o intenta remediar. Este régimen se
ha observado quasi desde los primeros pobladores
hasta el presente en todo este reyno, teniéndose por
fundamental máxima, que el que nació hidalgo y se
contempla tal, más quiere que muera su familia y
descendencia que no a que con el tiempo degenere
en villanía aumentando el número de la plebe".

El gobierno español quiso muchas veces impe- .


dir esta acumulación de hombres y de ·bienes en
PABLO MACERA
330

favor de las instituciones. religiosas, cuyo en-


grandecimiento excesiv~. sustraía fuerzas que se
debían aplicar a los fines laicos del Estado Mo-
derno y la sociedad civil. Los :Barbones intenta-
ron, de acuerdo con ·esta política, limitar las fun.
daciones pías y trataron de regular la vida reli-_
giosa y la caridad particular. Por reales cédulas
de 4 de octubre de 1749, 31 .de ·marzo de 1759
y 10 de junio de 1763, se recomendó la dismi-
nución del número de monjas en los convento~
virreinales, hasta quedar en el que pudieran SO$·
. · tener sus rentas, a~torizándose a que se reduje-
ran a :una sola varias casas de una misma regla.
Incluso no faltaron autores, cuya opinión fue re-
chazada por el Arzobispo Parada, que sugirieron
que los conventos de monjas se convirtieran en
colegios de niñas o refugio de mujeres arrepenti-
das. Todos advertían el doble peligro, demográ-
fico y económico, de las instituciones religiosas;
con aquellas reglamentaciones y sugerencias ·que-
rían prevenir ambas a la ·vez. Cuando en 1751
se pidieron en ½ima donativos para el Hospital
de los Leprosos de San Lázaro, Bravo de Lagu-
nas recordaba las medidas adoptadas en el siglo
XVII para encauzar la caridad públi-ca. Entre
muchas otras, una real cédula dirigida al Príncipe
' de Esquilache denegando ·permiso o licencia pa-
ra fundar un Monasterio, a fin ·de que los do~an-
tes favoreciesen obras de mayor ·provecho público
"como son crianza y remedio de .huédanos, in-
dios, pobres y hospitalidades". Otras órdenes de
1693 y 1720 demuestran que la intención real tro-
pezó siempre con la piedad exacerbada de los
criollos y con una aristocracia que contaba con
SEXO Y CQµ)NIAJE
331

las instituciones religiosas para proteger su orgu,-


llo y su pobreza.
Durante todo el siglo XVIII la co.nvicción ge-'
neraliza-da era que la vida monástica religiosa
además de ser nociva a la sociedad civi~ tampo-
co obed~cía las reglas de la Iglesia. Los conven-
tQs limeños de mc.jas no parecían desmentir es- '
tas observaciones. Su desarreglo era notorio a me-
diados de siglo. En cada monasterio, según decía
Alfonso Pinto en 1781, vivía al lado de las mon-
jas una servidumbre bulliciosa de "castas liberti-
_.nas", a la que no era posible sujetar a los debe-
res de .silencio, modestia y honestidad que man-
daban los estatutos religiosos. "Más bien par~en
pueblos desord~nados que .claustros de monjas".
La misma arquitectura de los monasterios sufrió
cambios, habiendo· desaparecido los anchos patios
interiores qlle por autorización .arzobispal. servían
de refugio a los pobladores d,urante los terremo-
tos. En su lugar se construyeron, pegadas a sus
paredes, habitaciones lujosas asignadas por dos o
tres vidas con derecho de nombrar sucesión; de
modo que los ·claustros, denunciaba un .testigo
presencial, más tenían callejones que ·celdas de
recogimiento.
Las censuras de los prélados y. virreyes así co- -
mo las disposiciones legislativas influyeron, junto
con otros factores, en la gradual disminución de
los religiosos de los conventos peruanos. Las ci-
fras revelan una condición distinta a la de los si- ·
glos anteriores.
332 PABLO MACERA

Según ,algunos cálculos. de la época, en el si-


glo XVII sobre más o menos 30,000 habitantes,
el número de monjas excedía al de 1,300; el· 6%
de la población. Los conventos de la Concepción
y Santa Catalina, con 300 y 115 monjas -sin con-
. tar, respectivamente, lasj de velo y las de velo
blanco y donadas- superaban entonces el núme-
ro total de monjas en el siglo_. siguiente. UI! au-
tor señala a fines del XVIII 296 monjas en los
cinco monasterios grandes de la ciudad. Si agre-
gamos las nueve recolecciones ( El Prado, Las Des-
calzas, Capoohinas, Santa Rosa, Trinitarias y Na-
zarenas, cada una con 33 monjas; Las Merceda-
rias con 24 y 40 entre Santa Teresa y Carmen Al-
to) había un total de 601 religiosas, ape~as ya el
1% de la población que se calculaba, por encima
del posterior censo del Virrey Taboada en 60,00"0
habitantes. Es claro que a estas cifras hay que
aumentar las de· donada'S y sirvientes que tripli-
can el número, Aún así el cuadro es muy infe-
rior al de la época austríaca. Este fenómeno no
estuvo limitado a Lima. Con exactitud conocemos
cuántas eran las religiosas de algunas ciudades del
Perú. En Ayacucho, según expediente inédito del
Archivó Navarro del Aguila, existían a mediados
del siglo XVIII 1,132 entre profesas, novicias, do-
•nadas y seglares. Cifra muy alta para una ciu-
dad de provincias, pero inferior a la alcanzada ·
en el siglo XVII. Por Feijóo de Sosa poseemos
también un,a estadística de l~s monjas de Trujillo.
por la misma época: 350 incluyendo a las reco-
gidas y mujeres de servicio. Esta disminución ge-
neral la hallamos también en Cajamarca, don~e
el cura Iglesias afirmó en 1805 que el número de
SEXO Y COLONIAJE
333

"enclaustrados era muy bajo y -que los sacerdotes


seglares no pasaban !fe 250 15•
Esos · números no contentaban a los críticos
coloniales. Todavía en vísperas de la Const:itu~ión
de 1812, denuncian al celibatismo y al exceso de
religiosos inútiles para la vida práctica. · Su vio-
lencia anticipa los argumentos del laicismo repu-
blicano. Lo que más incitaba el furor de estos
críticos no era la disminución de vocaciones re- •
ligiosas, aunque lenta, demasiado evidente para
negarla, sino el hecho de que no se apreciara en
15. Leguía, Jorge Cuillerino. "Unos Cuantos conceptos
en Tomo a la Nobleza Colonial Peruana." En Boletín det
Museo Bolivariano. Pág. 137, año 11, N 9 14. Leguía sugie-
re que la nobleza peruana prefirió lo que él llllJ!la "Ma-
trimonio Endogámico", para acentuar su distancia respec-
to al pueblo.
Rezábal y Ugarte, José de. Tratado de l!JnZO.S y medias
anatas. Madrid 1-799.
Bodega Cuadra y Mollinedo; Tomás Aniceto. "Relación
,le Méritos .. ." (Título Provisional, pues 'el impreso carece .
hasta la fecha). Archivo de la .familia Moreyra.
Ladrón de Guevara, Diego. Véase la nota 6.
Feyjóo de Sosa, Miguel. Su prólogo a las Memorias de
Amat. En Monumentos literarios del Perú colectados por
Dan Guillermo del Río. Lima 1763.
Pinto, Alfonso. Relación de las exequias del Ilmo.-
Sr.-D. D. Diego Antonio de Parada Arsobispo de Lima . ..
"Novísima Recopilación·•de las Leyes de Indias" Carlos
w. ' .
Mss; AN; A. "Relación de Convéntos y Seglares de es-
ta ciudad de Hu~manga". 1780.
Mss; AR; C. "Expediente sobre el Número de Sacerdo-
tes .de esta Villa de Cajamarca para enviar, el Obispado
de Trujillo", 1805.
Bravo de Lagunas, Pedro José. Discurso hist6rico fu-
ridico del orig¡m, fundación, derechos y exenciones del ho$-
pital de San Lázaro. ..
334 PABLO MACERA

forma correlativa un aumento de la nataliclad y


de los matrimonios. Cerradas las puertas de los
conventos q11:edaban aún muchos medios de eva-
sión para quienes tenúan las cargas familiares:
uniones ilegítimas, bastardos no reconocidos o el
abandono de los vástagos a la caridad pública.
Después de todo, el celibatismo religióso de
la nobleza guardaba al menos una aparente obe-
diencia a las normas convencionales.. No hemos
de _insistir ahora en la po1émica inconclusa acer-
ca de la conducta relajada de los conventos y con-
gregaci~n~ coloniales. La aclaración definitiva,
a pesar de estudios recientes como .el del padre
Merino, ha de tardar mucho, pues las fuentes im-
prescindibles se guardan en las secciones ocultas
de nuestros archivos religiosos. Por otra parte, no
interesa aquí ~n forma directa la medida en que
las falsas voéaciones influyeron en la moralidad
sexual de los religiosos. Admitida en forma hipo-
tética, su ejemplo pernicioso no •tuvo sin embar-
go los gri;tvísimos resultados sociales que observa-
mos en otras manifestaciones de la conducta sexual.
Donde · el celibatismo destruía los fundamen-
tos demográficos y legales del orden civil, era en
el progresivo número de amancebados e hij<;>s jle-
gítimos, a través qe todo el siglo .XVIII. La fami-
lia: tradicio'nal era reemplazada por. las uniones
libres, algunas clandestinas, guiadas por fines
opuestos a los del matrimonio plenamente reco-
nocido por la ley y por la iglesia. No se trata ya
de una corrupción pasajera de las costumbres aris-
tocráticas. ·Es, más bien; una tendencia común a
todos los grupos sociales. La razón es la misma
SEXO Y COLONIAJE
335

que hemos repetido desde las primeras ·páginas


de este trabajo: era más fácil, menos duro, para
las vacilantes economías particulares, mantener
relaciones sexuales al margen de los compromi-
sos exigidos por la familia formalizada. El noble,
el artesano, los 1sirvientes o el ·empleado público
desdeñaban el matrimonio y preferían el concu-
binato, garantía previa, dice Ignacio de Castro,
del placer y la comodidad · ·
De ~sas unioiles~ naci<l;asi del· relajamiento y
del temor a la pobreza, muy escasos beneficios
conseguía la sociedad global. Los amancebados
no eran pa~ y si fracasaba el control de la na-
talidad o la procreación; 4es,cuidaban la educa-
·ción de los hijos que no habían deseado. Igna-
cio de Castro, cuyo ~estimonio es particularmente
valioso por venir de un expósito, nos confió estas
conclusiones en un pasaje de su Relación del
Cuzco.

"Pero hay otro celibato que forman la impruden-


cia, el misantropismo o el libertinaje, en que algu-
nos huyen de la unión que los haría mejores, y se
entregan a otra, que sin cesar los 'corrompe; a una
unión rugo sin estabilidad, que trayéndoles ~ola-
mente . el atractivo que hay en la unión legítima.
Las mujeres que entran en esta infeliz unión, na-
da aborrecen más que la cualidad de madres, ni
nada temen tanto como el fruto de su comercio.
. Cuando no se llega al hon;ible grado de precaver
con excecrables remedios la fecundidad o de ocul-
tar sus frutos en perpetuas tinieblas; cuando se les
permite ver la luz a estos infortunados hijos, no
pueden formar sino un vil populacho sin educación,
336 PABLO MACERA

sin bienes, sin profesi6n. La extrema libertad en


que viven los deja sin principios, sin regla, sin mo-
deraci6n. Si se les deja en abandono son llevados
a los mayores ~xcesos".

Dentro de este cuadro general debemos dis-


tinguir, sin embargo, entre•el concubinato de las
clases superiores y las formas que é~e adoptaba
entre el pueblo. En estas últir_nas existía siempre
una relativa igualdad entre los participantes; y
las relaciones extramaritales pueden haber prece-
dido en muchos casos al matrimonio. En el con-
cubinato de los -nobles, en cambio, la mujer era
inferior en categoría social. Por eso mismo era
casi siempre estéril; mientras que·' ln el pueblo
_n o parece haber influido en la tasa de nacimien-
tos. Los mismos autores que se inclinan a consi-
derarlo de otro modo, admiten a repglón segui-
do el gran número de hijos ilegítimos que figura
en los libros parroquiales, lo que •demoskaría
nuestra afirmación.
Estas variaciones demográficas del concubina-
to, en virtud del origen social, no disminuían apre-
ciablemente sus peligros. Varios años después de
Castro, en 1811; el médico José Pezet decía que
los amancebamientos eran la ainenaza más terri-
ble sobre la infancia y la población. Pezet, que
rechazaba el optimismo de Petty y Davenent, n<;>
creía en el crecimiento progresivo y necesario de
la población humana. Sostenía más bien que en-
tre los medios económicos de subsistencia y las
tasas demográficas había una dependencia mutua
y constante. Y responsabilizando a la pobreza
de la corrupción de su época, calificaba al con-
SEXO Y C(?LONIAJ.l,;
337

cubinato de acto delictivo y egoí5ita porque no


trae según sus palabras más que indigencia, do- .
Ior y tinieblas a los pocos y desmedrados hijos
que de él nadan. "La venus libr~ está conden~-
da a no ver sus frutos maduros". Aunque Pezet
pudo conocer las opiniones de numerosos tratadis-
tas parece que prefirió la obra de Cantill6n "En-
sayo sobre la Naturaleza del comercio en general",
de cuyo capítulo XV copia párrafos íntegros, co-
mo si fuer~ suyos.
Aunque las noticias estadísticas adolecen de los
mismos vacíos y debilidades que ya hemos seña-
lado en otras ocasiones, más o menos indican a
·través de los incompletos libros de Pª!roquia, la
int~nsidad y ·frecuencia de estas relaciones fuera
de la ley. El padre •F ray Bernardo Serrada en
una carta al Virrey Castelfuerte, que menciona
el historiador Luis Merino, decía que en el Cuz-
co, durante los primeros años del siglo XVIII, eran
muy pocos 'los que vivían con arreglo a las nor-
mas de Dios y que el número de "bastardos" so-
brepasaba al de hijos legítimos:
"Yo he registrado en la Visita Eclesiástica con mu-
cho especio y por años enteros los libros de bau-
. tismo de las parroquias de esta ciudad y he halla-
. do, haciendo el cómputo, y con gran lástima, que de
las cuatro partes de bautizados en un año, la una
cuando más, será de hijos legítimos, la otra de ex-
puestos y las dos de hijos naturales. . . de que se
infiere con necesidad que de las cuatro partes de
fiel~ adultos de la numerosa ciudad del Cuzco,
las tres son de amancebados enemigos de Dios, y
é-ite sólo sabe y puede saber, los que de la cuarta ,
parte restante viven en gracia".
338 PABLO MACERA

Es de suponer que ésta fuese también .la pro- .


.porción en -las demás (?iudades i:lel virreinato. Lo
que nos interesa señalar especialmente es que las .
cifras confiesan por sí solas que el concubinatQ no
era en el siglo. XVIII una costumbre exclusiva
de la nobleza "qecadente". Quizás, al contrario,
fue mucho más frecuente entre los grupos socia-
les menos favorecidos, donde la promiscuidad pa-
recía ser la condición normal de vida. La vivién-
da popular era como hoy un estrecho hacinamien-
to de pequeños cuartos aglomerados en los calle-
jones y casas de vecindad y sin la generosa dis-
tribución de espacio_que gozaban las casas seño-
riales. En el norte del P-erú, el Obispo Martínez .
Compañón quiso prevenir est~ deficienci_a s ins-
truyendo severamente a los curas de Trujillo pa-
ra que en ninguna casa durmierañ juntos, en un
solo cuarto y sin distinción de sexo, los niños ma-
yore_s de siete años.
El relajamiento de la disciplina y 1a autori'-
dad del padre en estas famµias populares, no ase-
guraba ni disminuía las incitaciones de una pre-
coz experiencia se>..-ual. Si agregamos aden;iás qu1:1 ·
la mujer era una carga mucho más gravosa en-
tre estos grupos populares, que . para los privile-
giados, podemos creer que la correlación señala-
da por Fuentes para ~l siglo XIX entre las que
él llamó razas "inferiores", castas o plebe y las
formas libres o ilegales de la unión sexual, po-
dría también caracterizar a la época que estudia-
mos.
Viajeros como Jorge Juan y Antonio Ulloa, con-
firman esta hipótesis cuando desqriben con su ha-
SEXO y COLONIAJE
339
bitual prudencia cuáles· eran l~_s costumbres se-
xuales que vieron por sí mismos en las colonias
españolas. El concubinato figura según ellos co-
mo la forma más frecuentemente aceptada y P.re-
ferida por los criollo~ y españoles pobres de~~
plebe, así como por los indios y mulatos. Ningu-
no de ellos lo consideraba como inmoral, siem-
pre que hubiese una ciel11:a garantía de perma-
nencia. Agregan con aguda percepción de los pre-
juicios raciales de la época, que ~l otro· requisito
casi indispensable para el amancebamiento era el
de la· relativa igualdád social: del 4ombre y. la
mujer. Esta era al menos la exigencia sobre to-
. do de la~ mujeres que nunca aceptaban unión
con hombres de "inferior casta", pareciendo haber·
sido entre los hombres menos atend4la e impor-
tante esa. motivación. Nos acercamos aquí con
los viajeros españoles a fenómenos sexuales muy
próximos a lai prostitución, pues en 'estos casos
1a mujer llega a la relación ·sexual como un me-
dio de ascenso social 16• •

16~. Castro, Ignacio de. "Relación de la Fundación <;lel


Cuzco .
Pezet, José. "Salud Pública". En Vercládero Peruano·.
N. V 22' octubre de 1812.
Cantillón, Richard. Ensayos sobre la naturaleza del
comercio en general. F. C. E. México 1950.
Merino, Luis. O S A. Es~dio critico sobre las noti-
cias secretas de América y el clero colonial. . . Madrid, sin ·
fecha. Instituto Santo Toribio de Mogrove¡o.
Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Noticias secretas de
América. Buenos Aires 1953. . '
Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Descripción del oia¡e
a la América meridional. • • Madrid.
..
340 PABLO MACERA

5. La ¡,rostitución, 'los ~ y las enfermedades


~xuak~ .
Uno de los factores indirectos de estas nume-
r4tas relaciones sexuales ilícitas fue el e~so de-
sarrollo de la prostituci6n en las ciudades virrei-
nales del Perú. Sugerimos que la relación inver-
sa, universalmente aceptada, entre amancebamien-
t~ y prostitución, se cumplió también ,en el Pe-
rú durante el siglo XVIII, ya que la prostitución
sólo alcanza sus puntos críticos. en las etapas cul-
minantes del crecimiento urbano, cuando para un
mayor número de hombres y mujeres depauperi-
. • zados el matrimonio y el amancebamiento no son
ya- posibilidades fáciles e inmediatas, y suponen,
junto con los hijos, un sacrificio económico equi-
valente al del matrimonio. ·
Esta proletarización sexual es un fenómeno tar-
dío en el Perú, que se intensifica _solamente a me-
diados de la época republicana. Acompañó en-
tonces no a la industrialización incipiente del si-
glo XIX, sino al despilfarro y a las crisis econó-
. micas que tradujeron las guerras civiles, el guano
y los empréstitos. El siglo XVIII desconoció es-
tos verdaderos movimientos sísmicos. St, deca-
dencia fue lenta. A pesar de tóao, él Perú goza-
ba entonces, como exacta y nostálgicamente ha di-
cho Riva Agüero, de "pobrezas de rico", restos de
la antigua opulencia que procuraban todavía un
bienestar pasajero.
Las costumbres sexuales_ reflejaron esa me-
dianía económica y a pesar de la corrupción mo-
ral, las infracciones . extre~ no alcanzaron el
SEXO Y COLONIAJJ:: 341

desarrollo que hácía esperar la promiscuidad. "No


es regular, decía Antonio de Ulloa, en aque11os
países el haber mujeres públicas o. comunes, cua-
les las hay en todas las poblaciones grandes de
Europa y por el mismo respecto lo es el que las
mujeres no guarden la honestidad que es corres-
pondiente a las que se casan". Los documentos
que hemos consultado son muy escasos acerca de
la prostituci?n en Lima u otras ciudades. A v_e-
ces aparece el nombre de alguna casa de toleran-
cia o de alguna mujer pública en las quejas con-
fidenciales de los juicios de divorcio ( Archivo Ar-
zobispal de Lima) , pero en general, el silencio
parece ser la regla tácitamente acordada respecto
a esos temas vedados.
Es posible que ~mo en otras ciudades, las mu-
jeres condenadas a la prostitución escogieran _las
llamadas zonas de transición, lugares periféricos o
de recreo y los barrios populares. Confirmaría es-
tas hipótesis . la índole social de las mujeres pú-
blicas que está más o menos aclarada en los
testimonios consultados. Todos coinciden en que
el mayor número procedía de las clases popula-
1·es más bajas. E! Arzobispo Ladrón-de Guevara
acusaba a las zambas y negras limeñas de su las-
civia ·y pfopensión a los tratos deshonestos . que
con todo racismo atribuía a su complexión cálida
y ardiente. Años más tarde Abad Yllana dijo en
una pastoral grandilocuente que las señoras espa-
ñolas de la clase alta eran culpables de que la
mayoría de sus sirvientas negras fueran prostitu-
tas, pues nunca cuidaban de su educación moral. .
Y Terralla, con fingido equívoco, informaba al
342 PABLO MACERA

imaginario visitante de Lima: "Q~e ves a _muchas


mulatas/Destinadas al comercio/las unas al de la
carne/Y las otras/ al de lo mismo". Por los do-
cumentos que hemos visto en el Archivo Arzo-
bispal y las declaraciones de Lequanda y Pezet,
sabemos que junto a las mulatas figuraban como
mujere~ públicasj 1~ española.9 y criollas de la
plebe cuya pobreza no encontraba otra solución
ecori6mica. En unos ruidosos autos inéditos se-
guidos por la abadesa del Colegio de Nuestra
Señora de la Presentación, que hosped9:bá. a mu-
-chachasi muy humildes, la abadesa¡ acusó a los
mayordomos del hospital contigua de prostituir
a sus pupilas, aprovechando su miseria e ignoran-
cia. Confirma esa declaración la clase social más
directamente perjudicada por el mercenarismo,
aunque puede ser más bien una indignada refe-
i-encia al amancebamiento.
No conocemos el número de prostitutas que
~uvo Lima durante el siglo XVIII. Quizás la no-
ticia pueda ser proporcionada por los Libros y Co-
lecciones del Cabildo Limeño que no hemos con-
sultado íntegramente, pues, repefimos, en los de-
más repositorios nada hallamos. Un indicio de su
relativa importancia nos lo pueden dar las reitera-
das disposiciones legislativas venidas desde Espa-
ña o dadas por las autoridades locales. El padre
Vargas U garte menciona una recomendación a
Castelfuerte para recoger en casas a m~jeres de
mal vivir, aprovechando 4,000 pesos en encomien-
das vacas. Hay otras reales cédulas citadas por Ma-
traya en su Moralista . .. americano ( 13 de febrero
de 1727; 18 de marzo de 1735; 13 de fullo de 1737)
SEXO Y COLONIAJE
343

que indican la necesidad de estas casas, sin cos-


ta de la Real Hacienda, ordenando que también
se reprima a los amancebados y a los sacerdotes
sacrílegos. Todavía a mediados de siglo, en 1752,
el Arzobispo Bárroeta imploraba en un edicto la
limosna de sus feligreses para construil un refu-
gio y disciplina de mujeres prostituidas. La urgen-
cia de estas casas de reclusión es señalada en los
mismos años por Don Alonso de la Cueva Ponce
de León, muy próximo a: los prelados limeños.
Al salir del Oratorio de San Felipe hizo ver al
Ordinario eclesiástico y al gobierno civil la con-
veniencia d~ suprimir el. Instituto para formar una
casa de recogidas ·"para la copia de mujeres que
hay en Lima de vida licenciosa que deberían es-
t~ en aquella reclusión".
¿Hasta dónde alcanza esta corrupción de las
costumbres? ¿Se trata acaso de fenómenos super-
ficiales que sólo perjudican tr~nsitoriamente el or-
den demográfico? Sería extraño que la prostitu-
ción, el concubinato y el celibatismo no hubiesen
provocado otras formas de relajamiento. Son en
verdad, causas y síntomas a la vez de una des-
composición que debilitaba a¡ toda la sociedad
peruana del siglo XVIII y que también tuvo su
manifestación en las enfermedades y vicios que
entonces prosperaron.
Al respecto es necesario advertir una primera
limitación: la mayoría de las noticias que hemos
podido recoger sobre los vicios sexuales durante
este período, describen preferencialmente las cos-
tumbres de Lima. Sólo muy de paso nos propor-
cionan algún indicio sobre las demás regiones del
344 PABLO MACERA

país. '.Algunas veces se trata, sin duda, de una


simplificación o pereza expositiva que refiere el
ejemplo más próximo en vez de la enumeración.
Pero también parece corresponder a objetiva com-
proba~ón de los hecho"s. Aunque rechacemos pru-
dentemente cierto resentimiento provinciano que
quisiera convertir. a Lima en el símbolo de todos
los males del Perú ( resentimiento fervorosamen-
te _recogido por _la literatura extranjera: recuérde-
se, f?ntre otros, a López _Aldana, Lastarria y Vi-
cuña Mackenna durante el siglo XIX) es nece-
sario aceptar que en Lima, aumentados y más vi-
sibles, se anticiparon muchos de los vicios todavía
incipientes en los centros urbanos de provincias.
Con estas reservas, la semblanza que los_tes-
timonios contemporáneos nos presenta de la -capi- _
tal del Virreinato es la de una pequeña corte co-
lonial en que se repetían a menor escala alguno~
de los extravíos sexuales de la~ -grandes ciudades
europeas. La distracción romántica nos ha men-
tido: · una ciudad mística, su,perficialmente frívo-
la, custodiada por un cinturón dei recolecciones_
monásticas. Esta imagen, sin embargo, desapare-
ce frente a las iracundas imágenes de los predi-
cadores coloniales_. Lima no fue para ellos preci-
samente un monasterio de virtud, sino un "abis-
mo de corrupción encendido por ei demonio de
la carne". Lima era Sodoma y Gomarra. "Aún
de las cenizas de los múertos, diría en ,1757 el
Arzobispo Pedro de Ba:rroeta, hacen nacer volcanes
de lujuria". Dios estaba cansado de sus pecados.
¿{?e qué se acusaba a lo~ habitantes de Lima?
Eran sin duda pecadore~ sin penitencia, cuyas cul-
.S EXO Y COLONIAJE
345

pas habían agobiado la paciencia de Dios y trae-


rían, como les advierte uno de sus pastores, el
fuego del cielo como ya habían provocado el cas-
tigo de los terremotos y la esterilidad _d el trigo.
Los observadores laicos, más alejados e indiferen-
tes ante esa violencia bíblica, denÚncian también
la perversión de lo~ limeños, sin excepción de
clases ni edades o sexos.
Responsabilizando algunas veces al clima o a
la influencia negativa del ·mal ejemplo y la edu-
cación familiar, comienzan por criticar que la vi-
da sexual se iniciaba prematuramente, antes de
la edad mínima físicamente requerida. A los 8,
10 ó 12 años eran muy pocos, dice Rossi y Rubio,
quienes desconocían los secretos y perversiones de
la vida erótica. No sólo en Lima, sino en las frí-
gidas regiones de la sierra, esta licencia era una
de las causas capitales del agotamiento y de las
muertes tempranas de gran parte de los poblado-
r-es:

"La enervación de nuestra juventud en Lima, y


las muertes prematuras y repentinas en los de la
Sieml, provienen del anticipado y excesivo uso de
los placeres. Muchos de los que en otras socieda-
des apenas se atreverían a mendigar una lison-
. ja a Priapo desde la soledad de sus nocturnos des-
varíos; entre nosotros hacen gala de sacrifi~ar dia-
ria y repetidamente sobre las aras tremendas de la
Diosa de Chipre.• Es numerosa la caterva de aque-
llos que a los 12, a los 10 y aún a los 8 años,
saben ya todo lo que puede dar de sí el amor en
sus deleytes y en sus estragos".
346 PABLO MACERA

Es difícil comprobar si estas declaraciones fue-


. ron intencionalmente exageradas para conseguir
con mayor prontitud una corrección de las costum-
bres o si respondían a una descripción imparcial
de los hechos. E·n primer lugar las edades cal-
culadas se refieren tácitamente a los hombres y no ·
a las mujere~ que, casadas desde muy ,jóvenes,
apenas ingresadas a la adolescencia, tenían asegu-
rada una vida sexual relativamente normal. Con
esta restricción, quizás las opiniones de Rossi pue-
dan ser confirmadas por escritos de otra índolé
que, examinando los problemas de la educación
virreinal, señalan como uno de sus vicios - o mé-
ritos, según algunos- el apresuramiento con · que
se instn\ía a los niños en conocimientos usualmen-
te reservados para la madurez. Orellana, Llanos
Zapata, entre otros, Rezabal y Rodríguez de Men-
doza, aseguraban que todavía en la ~ñez había
ya quienes conocían; es cierto que sólo de memo-
ria, el latín, los secretos de la Biblia y los comen-
tarios clásicos. Legarda, maestro de latinidad en
Lima, se ufanaba que algunos de sus discípulos
podían repetir sin errores las más difíciles reglas
de gramática. Los ejemplos podrían multiplicar-
se y constituyen ·uno de los temas favoritos de la
literatura criolla de entonces, como justificación
.o defensa frente al desprecio extranjero y hasta
mereció el comentario del padre Feijóo en sus
Cartas a· los españoles americanos. Si había quie-
nes como Olavide podían ser Oidores de la au-
diencia limeña, apenas pasados los 20 años, no
es improbable que esa misma facilidad y ener-
vamiento de la disposición criolla se manifestara
también en una prematura experiencia sexual.
SEXO Y COLONIAJE 347

Los adolescentes limeño·s no recibían de sus


mayores, por otra parte, ejemplQs de continencia.
·Al contrario, toda la ciudad parecía "hervir de
lujuria" y la Legislación Civil y Eclesiástica era
impotente para detener la corrupción. Algunos
virreyes, como Avilés y Gil de Taboada, preten-
dieron, por ejemplo, reglamentar los baños públi-
cos para evitar los continuos desórdenes que se
provocaban entrel hombr~ y mujeres. Al pare-
cer infructuosamente por .l a reiteración incansable
de sus órdenes. Nada, ni la muerte ni la religión,
era respetado por estas ansias de placer que de-
generaba a veces hasta en las más oscuras supers-
ticiones. Sabemos, así, que el día que ejecutaban
a un condenado a muerte, . hombres y mujeres,
sobre todo de l~ clas&1 populares, negociaban
con la soga del ahorcado, para fines eróticos que
el testimonio que consultamos no se atreve a re-
velar. El gobierno impuso severos castigos pero
sospechamos que con muy escaso éxito.
Las mismas fiestas religiosas eran ocasiones de
citas, galanteos y hasta verdaderas orgías. Enton-
ces estaban en boga los llamados "rosarios gala-
n9s" que eran motivo de competencia entre ·las
hermandades populares ·y que terminaban en ver-
daderas fiestas sexuales. Un arzobispo de Lima, a
mediados del siglo XVIII, incitaba a los padres
de familia, "que son como párrocos en sus casas",
_a que impidieran estos condenables abusos. Inútil-
mente. Todas las noches y en varios barrios a la
vez, según el mismo prelado, se organizaban
danzas con el pretexto de recoger limosnas, par-
ticipando los esclavos y zambos libres de la ciu-
PABLO MACERA ..
348

dad. Los excesos a que entonces se llegaba con-


tinuaban todavía a principios del siglo XL"'{, se-
gún otras prohibiciones que hemos recogido.
No faltaron entonces, aunque sin la gravedad
contemporánea, las prácticas homosexuales al pa-
recer restringidas a las clases menos favorecidas.
Contra la opinión común, no fue este un vicio de
la nobleza ni de las clases superiores. Según los .
testigos contemporáneos los nobles limeños eran
débiles y regalados, pero nunca los acusan de
homosexualidad. Donde surgió esta desviación,
ex1:endiéndose sin control posible, fue entre los ne7
gros esclavos y los libertos que vivían en los ba-
rrios más populosos de Lima. Creeríamos que el
prejuicio les atribuye injustamente este comporta-
miento, si no fuera porque está parcialmente
ratificado por otros testimonios. Tales anomalías
no tienen, por supuesto, ninguna relación con la
supuesta y falsa "sensualidad" que el racismo atri-
buye a los negros. Era, más bien, una consecuen-
cia de sus condiciones generales de vida. Promis-
cuamente agolpados en las rancherías de las· ha-
ciendas, sin trabajo o con sueldos misérrimos en
la misma ciudad, no les era posible económica-
mente normalizar su vida sexual Medina ha pu-
blicado un edicto. de Barroeta castigando con ex-
comunión mayor a los muchachos que en los bai-
les populares se dedicaban a la sodomía. Casi
todos ellos eran zambos o negros jóvenes:
". . . mozuelos. . . que llaman maricas por ser tan
afe~ados en sus hablas, aires de andar y aún par-
te del traje, pues los zapatos los traen como los de
las mujeres, se ponen vendas en los pies y en las
SEXO Y COLONIAJE 349
bocas gruesas limpiones de tabaco, de quienes ve-
hementemente se sospecha, y aún se ha asegurado,
que son nefandos sodomíticos; .y que en los feste-
jos de las casas, tocan, cantan y baylan como las:
más . desalmadas prostitutas".

Por las noches, dice otro informe, se juntaban


. en bailes y saraos, adoptando como apodo el nom-
bre de las principales familias de Lima. Una idea
del arraigo de estas costumbres, la da el hecho
de que a principios del siglo XIX estuviera ya or-
ganizada la prostitución -sodomítica: en la · anti-
gua calle del Sauce,' panadería del Cascájal, había
una casa de tolerancia dedicada a los homosexua-
les. Salían en grupos hacia la hora ~e la retr~ta
por los' portales y cálles inmediatas a la plaza,
manteniéndose, dice el Investigador, 1814, "de abo-
núnable e infame comercio con los de su clase".
El número creciente de sodonútas en Lima
mereció no sólo . la atención eclesiástica o epis(>-
dicas condenas, sino también algunos breves estu- .
dios que publicó el Mercurio Peruano. Por las
dos cartas allí recogidas, que firman .Sofronio y
Teagnes, se confirma · la índole popular de este
vicio ( "tan radi<:ado entre gentes de la más baja
clase contra ~quienes tiene menos fuerza la· sátira
con toda su acrimonia") . Extrañados por estas cos-
tumbres los redactores del Mercurio aventuraron
algunas explicaciones. · Recordando a los andróge-
nos de Platón pensaban que en algunos hombres
pueden quedar rezagos, reliquias . es, la palabra
que emplean, de1 otro sexo, que forzosamente 1e
manifiestan. Según Teagnes, además de un vicio
la sodomía era una disposición anterior, aunque
350 PABLO MACERA

la influencia del clima y la educación ·resultaban


para él factores coadyuvantes. Las opiniones son
confusas, pues agregan que entre las. principales
causas del afeminamiento estaba el lujo excesivo
en que eran criados los hijos. Puede ser una ·re-
ferencia a las clases superiores.
Todas estas licencias sexuales trajeron consigo .
un aumento de las enfermedades venéreas, que
alcanzaron entonces un auge que no conocieron
los primeros siglos de la conquista. El morbo gá-
lico, sífilis o bubas, azotó entonces a muchas po-
blaciones del Perú y se convirt;ió en el problema
médico de actualidad. Son pocas las celebridades
local~s que no hagan referencia, aunque sea de ·
paso, a esta verdadera endemia.
Las obras médicas que sobre la curación de
la sífilis se publicaban en idiomas extranjeros eran
apresuradamente traducidas en España y traídas
a Lima, figurando en el inventario de las . pz:in-
cipales bibliotecas. A principios del siglo se
leía mucho la obra de Fritz, Compendio sobre
las enfermedades venéreas traducida por Antonio
Lavadan de la versión italiana! de Juan Bautis-
ta Monteggia. Los manuales de la época incluyen
repetidas veces el nombre y uso de plantas po-
pulares medicinales que según dice la obra inédi-
ta de -µn médico colonial (Pelgas), servirían pa-
ra curaciones módicas. El mismo Mercurio Pe-
ruano, como ya antes lo había hecho una real cé-
dula, dedicó algunas ·reflexiones al respecto.
• Nada de esto corresponde a un desborde del
sentido crítico. Había ciudades en donde era tan
SEXO Y COLONIAJE 351

extendido el contagio que se había convertido en


una leyenda popular que festejaban poetas cos-
tumbristas como Terralla. Donde la sífilis era
más. corriente, según es de suponer, fue en la ca-
pital del virreinato. En sus Disertaciones médico
quirúrgicas, editadas en Madrid, 1815, el mulato
peruano José Manuel Valdé~ narra los, avances
del mal venéreo en Lima. En la tercera de esas
disertaciones escrita en 1801 con el título de Di-
sertaciones sobre el Cancro-Uterino que padecen
las mu¡eres de Lima, Valdés criticó el uso de
abortivos, los embarazos clandestinos y la costum-
bre de presionar el vientre para ocultar la pre-
ñez. Junto a ellos, citó a la "sífilis que el marido
vicioso, decía, trasmite a la mujer inocente. "Es
también constante, afirmó,. que el gálico es tanto
más activo cuando son más desenfrenadas las cos-
tumbres; y como estas crecen por lo común en
razón del lujo y libertad, el aumento de éstos en
nuestra patria ha enfurecido el virus y éste difun-
dido sus progresos". Dentro de las mismas con-
vicciones responsabilizan casi diríamos por partes
iguales al clima y al libertinaje, de la extensión
de esta enfermedad 17•
17. Matraya y Ricci, José. El moralista fil,atélico ame-
ricano. .. Lima 1819.
Medina, José Toribio. La imprenta en Lima. Tomo 11,
pág. 505. Santiago de Chile, Edicto del Arzobispo Barroe-
ta del 2 de diciembre de•1757.
Mss. AN; SG, Legajo 11 (1788-1791) , "Expediente so-
bre la soga del Ahorcado". Rossi y Rubí, José ( Hesper-
yophilo) "Carta Recibida por la Sociedad. . . criticando
los cinco mercurios primeros", Tomo I, Nº 17.
Sophronio. "Cartas sobre los Maricones", Mercurio Pe-
ruano, Tomo 111, 230.
352 PABLO MACERA

Teagnes. "Carta Remitida a la Sociedad haciendo al-


gunas Reflexiones sobre la que se contiene en el Mercurio
N9 94" Tomo IV, N9 118.
Mss. BNL; SI. "Querella del avogado Don Manuel Ur-
tado de Mendoza" (sin fecha; reservado).
El Investigador número 123; 18 de junio de 1814.
Fritz, Juan Federico. Compendio de las enfermedades
venéreas. . • Madrid 1804.
"Método que deben observar los enfermos que tomen
los polvos de Don Matías de Castañeda. . . Para curar el
Morbo venéreo. . . En Mercurio Peruano, tomo XI f. 257.
"Carta Escrita a la Sociedad sobre la longevidad de
algunos peruanos". En Mercurio Peruano,· Torno V, f . 165.
Vargas Ugarte, Rubén. Impresos P!ffll6nOS, Tomos X y
XI; págs. 280 y 15 respectivamente. Bandos del Virrey Gil
de Taboada y Lemos. ·
Acerca de la prostitución colonial existe un estudio que
no hemos podido encontrar escrito .por D. Pablo Patrón
de quien sólo conocemos su trabajo sobre la pros_titución
republicana ( Lima, 1900).
Siglas
-AMH, CSM Archivo Histórico Ministerio de Hacienda.
Colección Santa María.
-AN. SG. Archivo Nacional. Superior Gobierno.
-BNL, SI. Biblioteca Nacional de Lima. Sección Investi-
gaciones.
-ACBM. Archivo del Convento de la Buena Muerte.
-A.t"IA. Archivo Navarro, Ayacucho.
-:-ARR, ,C. Archivo Ravines, Cajamarca.

i
INDICE

~ Haciendas 1esuitas del Perú


68 ·Los jesuitas y la agricultura de la caña
109 Tratados de utilidad, consultas ·y parece-
res econó~cos j~suitas
139 Feudalismo colonial americano: el caso
de las haciendas peruanas
229· · Las breas coloniales del siglo XVIII
275 Algodón y comercio exterior peruano en
· el siglo XIX
297 Sexo y coloniaje
TRABAJOS DE HISTORIA, tomo 111, de
Pablo Macera se terminó de imprimir en
el mes de mayo de 1977, en los talleres
de INDusTRIALgráfica, s. A., Chavín 45,
Lima· 5, Perú. La edición constó de
tres mil ejemplares. .
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TECA

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Si muchas son las maneras de aproximarse
toria de una nación, pocos son los estudi
consiguen aliar la agudeza del análisii, d m
la teoría, la severa utilización-de las ffil!ntes
cidad de inteipretacióü , la visi~ri,crítka y e
miso con su tiempo. _Son meno5 ~n lo;;.; qu
cuestionar lo que todos aceptan, revisar los
terios y proponeJ:, nuevas pautas de trabajo
tigación científica:
A este p~nciio grupo de hombres p
Macera -uno de esos ral"os rntelectuales
efinía Gramsci- quien, con pasión: iq;
cide ejemplarmente a lo largo de
deslinde teorico como en el an
social, undando las bas1;;s<de una
en el Per··
Pablo nació en 1929 .
rsó es de Derecho e H4s si-
dad Naciona ayor de S~ Marc en
Franci:a. fía sido prof. sor invita ida¡¡
des de Vancouver, :verpool con-
ferencista e las de Mon:te · pro-
fesor principal de Histor· San
Marcos en dond ha sid a de
Ciencias Socialses y Je-fe de .ncias
Histórico-Socia, es. En la a clusi-
vamente al Sem'\ínarió de · que
fundó en San Marco rial del
Instituto Nacional mente '
su importante estudi erú.

Este ter.;;,e volum · toria


r. :p~ sus i:~westlga

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