Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Comportamiento
del consumidor
Alejandro Mollá Descals (coordinador)
Gloria Berenguer Contrí
Miguel Ángel Gómez Borja
Ismael Quintanilla Pardo
Diseño del libro, de la cubierta y de la colección: Manel Andreu
¤ Gloria Berenguer Contrí, Miguel Ángel Gómez Borja, Alejandro Mollá Descals, Ismael Quintanilla Pardo, del texto
¤ 2006 Editorial UOC
Av. Tibidabo, 45-47, 08035 Barcelona
www.editorialuoc.com
ISBN: 84-9788-324-1
Depósito legal:
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada,
reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico,
químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita
de los titulares del copyright.
Coordinador
Alejandro Mollá Descals
Autores
Gloria Berenguer Contrí
Licenciada y doctora en Psicología por la Universidad de Valencia, y catedrática de escuela univer-
sitaria de Comercialización e Investigación de Mercados. Desde 1993 imparte y coordina la asigna-
tura de Comportamiento del Consumidor, materia sobre la que se centran la mayoría de sus
investigaciones. En la actualidad sus intereses de investigación se sitúan en el ámbito de la logís-
tica, las tecnologías de la información y los procesos poscompra del consumidor.
Índice
Presentación ................................................................................................... 11
Resumen ....................................................................................................... 38
¤ Editorial UOC 8 Comportamiento del consumidor
Resumen ....................................................................................................... 71
Presentación
las distintas variables del entorno del consumidor –como la cultura, las clases
sociales, los estilos de vida, los grupos de influencia y la familia– que afectan a
su comportamiento. Por su parte, en el capítulo III, “Factores internos”, se des-
criben las variables de carácter individual más relevantes desde la perspectiva
del marketing, como son la motivación, la percepción, el aprendizaje, la memo-
ria y las actitudes del consumidor en su relación con la intención de compra.
Una vez analizados los factores que pueden afectar al comportamiento del
consumidor, en el capítulo IV, “El proceso de decisión en el consumidor”, se
describen las primeras fases, actividades y decisiones relativas a los comporta-
mientos previos al acto de compra; mientras que en el capítulo V, “La decisión
de compra y procesos poscompra”, y una vez finalizado el proceso de búsqueda
de información y evaluación de las alternativas disponibles, veremos que el
consumidor hace efectiva la compra y que se analizan las sensaciones y compor-
tamientos consecuencias del uso y consumo, tanto en el propio consumidor
como en otros consumidores, así como en procesos de decisión posteriores.
Por último, en el capítulo VI, dedicado a “Nuevas formas de compra y de
consumo”, se analizan, por una parte, la emergencia de nuevas formas de con-
sumo que derivan en compras compulsivas y conductas patológicas y, por otra
parte, los determinantes para impedir, o atenuar al menos, los efectos negativos
de estas nuevas formas de consumo.
Mediante la lectura y el estudio de los capítulos de esta obra, se pretende que
sea capaz de:
Capítulo I
Estrategia de marketing y comportamiento
del consumidor
Alejandro Mollá Descals
Los consumidores determinan las ventas y beneficios de las empresas con sus
decisiones de compra. De ahí que éstas se vean obligadas a conocer cuáles son
los motivos y las acciones que los conducen a adquirir unos productos u otros.
Y es que del conocimiento de todo ello dependerá, al menos en parte, la viabi-
lidad de las empresas.
Pero las empresas ya no están preocupadas únicamente por alcanzar unas ci-
fras de ventas que les aporten beneficios, sino que además se centran en el de-
sarrollo eficiente de las estrategias de marketing, por lo que tienen en cuenta
cuáles son los factores que influyen en las decisiones de los consumidores. Y es
que consideran que sólo podrán entregar una oferta de valor al mercado cuando
destaquen aquellos aspectos que conforman las actitudes y las percepciones del
consumidor.
De esta forma, los planes de marketing hacen hincapié en los aspectos psico-
lógicos y sociales que condicionan al consumidor en sus compras, como el aho-
rro de tiempo, lo nutritivo, la salud, el aspecto físico, la conservación de la
naturaleza o la seguridad, entre muchos otros.
Lo que busca el comprador no es el producto en sí, sino los beneficios o
servicios que éste le aporta. Por esta razón, la empresa, al desarrollar su estrategia
de marketing, ha de considerar los aspectos psicológicos y sociales que afectan al
consumidor.
Esta filosofía de acción supone una doble dimensión por parte de la empresa:
“Mientras que el enfoque ventas se centra en las necesidades del vendedor, el enfoque
marketing lo hace en las necesidades del comprador. El enfoque ventas se preocupa
por transformar el producto en ingresos por caja, y en cambio el enfoque marketing
se centra en satisfacer las necesidades del cliente por medio del producto y del con-
junto de beneficios asociados con su entrega y consumo.”
El enfoque marketing sostiene que la clave para alcanzar los objetivos de la or-
ganización consiste en identificar las necesidades y deseos del público objetivo
y en ser más efectivos que los competidores a la hora de crear y ofrecer valor a
los consumidores que lo integran.
El paso de una orientación hacia las ventas a una orientación al marketing
requiere de la introducción de cambios en las actividades de la empresa tales
como los siguientes (H. Assael, 1997):
c) La poscompra, que tiene lugar cuando se utilizan los productos, lo que lle-
va, a su vez, a la aparición de sensaciones de satisfacción o de insatisfacción.
3. ¿Quién es el consumidor?
Como se observa mediante este ejemplo, el mismo individuo puede ser con-
siderado como consumidor y como cliente. Todo dependerá de quién lo considere
y de la situación en la que lo haga.
Cuando consideramos a los jóvenes que utilizan la moto que les han pagado sus pa-
dres, estamos teniendo en cuenta como consumidores tanto a los jóvenes (usuarios)
como a sus padres (pagadores).
Por su parte, cuando un joven regala a su novia un perfume, el joven es quien paga
el regalo (su hermana o su madre pueden haber sido quienes hayan comprado el per-
fume), que finalmente será empleado por la novia, que es quien se beneficia del mis-
mo. Todos ellos (joven, madre o hermana, y novia) son consumidores, si bien
desarrollan actividades y funciones distintas.
Sin embargo, en comportamientos más frecuentes, como tomar una bebida en el ape-
ritivo en un bar, es el propio consumidor quien decide qué tipo y marca de bebida toma
y quien paga, asumiendo todas las decisiones y actividades propias del consumidor.
¤ Editorial UOC 21 Capítulo I. Estrategia de marketing...
2. El papel del pagador, sin embargo, ha sido ignorado con frecuencia en los manuales de marke-
ting. Y ello a pesar de que está siendo considerado cada vez más en la práctica del marketing. De
hecho, la rápida proliferación de las compañías de tarjetas de crédito es un testimonio de este
reconocimiento.
¤ Editorial UOC 22 Comportamiento del consumidor
buscados por el pagador, como también de los que pretende conseguir el com-
prador con la adquisición del producto.
Veámoslo mediante un ejemplo: un oficinista que hace uso diario de una fo-
tocopiadora puede estar interesado en el rendimiento de la misma, mientras
que el responsable de compras y aprovisionamientos de la empresa puede estar
más preocupado del servicio posventa que proporciona el fabricante o vendedor
de la fotocopiadora. Por su parte, el responsable del departamento de cuyo pre-
supuesto se pagó la fotocopiadora puede mostrar mayor interés por el precio de
la fotocopiadora y sus condiciones de pago.
Como hemos comentado anteriormente, cada uno de los roles o papeles
que hemos contemplado puede ser desempeñado por una misma persona o
departamento de la empresa, o por diferentes personas o departamentos.
En cualquier caso, lo que resulta significativo para los directivos de mar-
keting es poder identificar si los clientes asumen todos los papeles o, por el
contrario, son personas diferentes las que actúan como usuarios, pagadores
y compradores.
Los responsables de marketing deben estar al corriente de los posibles papeles
o roles que los clientes desempeñen, y adaptar así el esfuerzo de marketing al tipo
de especialización del rol.
Algunos posibles escenarios de especialización que nos podemos encon-
trar son los siguientes:
3. El término pericia se utiliza como traducción del término inglés expertise, y recoge la idea de la
destreza especial que muestran los sujetos considerados como expertos en el desarrollo de procesos
cognitivos asociados a la toma de decisiones.
¤ Editorial UOC 23 Capítulo I. Estrategia de marketing...
De este modo, es muy probable que la falta de pericia de algún padre le lleve a acudir
a sus hijos para adoptar la decisión adecuada en la compra de un reproductor DVD
con la siguiente descripción:
“Compatible con DVD, VCD, SVCD, CD, CD-R, CD-RW y MP3, tanto en sistema PAL
como en NTSC y reproductor de JPEG. Además cuenta con lectura Dolby Digital y
DTS, sonido 5.1, efecto sonido 3D, sistema de bloqueo de seguridad y mando a dis-
tancia. Dispone también de las funciones de parada de imagen, avance rápido, chapter
view, repetición y bloqueo paterno. Conexiones: salida de sonido frontal (L+R), salida
de sonido envolvente (surround), salida de sonido subwoofer, salida de sonido central
y conector de fibra óptica, también salida de vídeo RGB por scart euroconector y con-
vertidor digital S-vídeo y coaxial”.
Desde luego, se requiere mucha pericia para saber lo que se compra a partir de seme-
jante descripción de producto. En casos como éste, probablemente el padre acabará
confiando en que su hijo desempeñe el rol de comprador, mientras que él asumirá las
funciones de pagador y usuario.
3.2.1. Tangibilidad
Tabla 1.1.
Servicios de naturaleza intangible
3.2.2. Duración
3.2.3. Disponibilidad
4. La psicometría es una disciplina implicada en la medición psicológica. Cuenta con una vertiente
teórica, por la que fundamenta la medición, y una vertiente práctica, por la que se construyen, evalúan
y aplican instrumentos de medida de las características psicológicas que son de interés. La psicome-
tría, por lo tanto, permite justificar y obtener medidas cuantitativas de las variables psicológicas.
¤ Editorial UOC 29 Capítulo I. Estrategia de marketing...
1) Las elecciones del comprador descansan no sobre el producto en sí, sino so-
bre los beneficios o servicios que el consumidor espera que se deriven de su uso.
2) Productos diferentes pueden responder a una misma necesidad.
¤ Editorial UOC 30 Comportamiento del consumidor
Del mismo modo que las estrategias de marketing están influidas por las ac-
titudes, las informaciones de los consumidores y el entorno en general, con su
puesta en práctica, la empresa consigue también influir en el comportamiento
de los consumidores.
¤ Editorial UOC 31 Capítulo I. Estrategia de marketing...
5. Puede consultar el texto siguiente: P. Eiglier; E. Langeard (1989). Servucción. El marketing de servicios.
Madrid: McGraw-Hill.
¤ Editorial UOC 32 Comportamiento del consumidor
tas. Y es que consideran que estas acciones permiten atraer a un flujo significa-
tivo de clientes potenciales.
6. Para más información, puede consultar el artículo siguiente: M.A. Gómez; A. Jiménez; A. Mollá
(2000). “La búsqueda de variedad en el consumidor y su interés en la gestión del marketing”. Esic
Market (núm. 105, págs. 45-59).
¤ Editorial UOC 33 Capítulo I. Estrategia de marketing...
compra. Así pues, en una transacción el consumidor realiza un esfuerzo con tal
de obtener un producto y recibe a cambio una utilidad o beneficio. El esfuerzo
realizado integra tanto el coste monetario (precio) como el coste no monetario
(tiempo dedicado, energía empleada y costes psíquicos). Por su parte, la utilidad
recibida incluye tanto aspectos objetivos del producto (atributos tangibles) como
subjetivos, y que conforman el valor que el consumidor concede al producto.
La importancia del precio en la gestión de la empresa se apoya en los siguien-
tes aspectos:
7. En los mercados de bienes de consumo los consumidores perciben el precio como un signo, lo
que influye directamente en la imagen que se forman sobre la calidad del producto.
¤ Editorial UOC 35 Capítulo I. Estrategia de marketing...
8. Para más información, consultar: A. Rebollo (1993). “Clasificación de las formas comerciales. El pro-
ducto-establecimiento”. Distribución y Consumo (núm. 10, págs. 10-18).
¤ Editorial UOC 36 Comportamiento del consumidor
Resumen
Capítulo II
Factores externos
Cultura, estratificación social, grupos de influencia y familia
Gloria Berenguer Contrí
3. El capítulo III describirá las principales variables psicológicas que deberán tenerse en cuenta en
el análisis individual del comportamiento del consumidor.
¤ Editorial UOC 41 Capítulo II. Factores externos
Las reflexiones anteriores han puesto de manifiesto que las diferencias cultu-
rales son una realidad, y que estas diferencias modulan el comportamiento del
consumidor. Por lo tanto, si asumimos como idea de partida la variedad cultural
en el mundo, es evidente que el consumidor no es ajeno a esta influencia, por
lo que delimitar cuáles son los aspectos culturales que más le influyen resulta
del todo pertinente.
Sin embargo, la primera dificultad aflora en el momento en el que pretende-
mos definir qué entendemos por cultura.
¤ Editorial UOC 42 Comportamiento del consumidor
Si nos pidiesen que diéramos una definición intuitiva de cultura, sin duda
aflorarían descripciones como “lo que define y caracteriza a una sociedad”, “la
personalidad de una sociedad” o “el conjunto de valores, tradiciones y costum-
bres que se comparten”.
Observamos que en estas descripciones aparecen varias dimensiones com-
plementarias.
Lo que sí parece claro es que las empresas deben realizar un mínimo análisis
intercultural cuando deciden desarrollar una estrategia de internacionalización.
canzar la modernidad. Lo que, entre otras cosas, suponía que los mercados
estuvieran suficientemente abastecidos y que el consumidor adquiriera pro-
ductos para mejorar su bienestar, entendido únicamente como la mejora de
su vida material.
“Tener”, “acumular” y, en definitiva, “comprar” se convirtieron, desde esta
perspectiva, en objetivos en sí mismos, porque en la medida en que aumentaba
el número de productos que se poseían, la percepción de felicidad, prosperidad
y progreso también lo hacía. Más allá de la satisfacción de las necesidades coti-
dianas, el consumo se orienta muchas veces hacia un gasto derrochador, guiado
por el deseo de reconocimiento o autoafirmación social o por el puro placer de
consumir.
Esta instrumentalización del consumo se completa con una nueva dimen-
sión cualitativa. Y es que el valor de los productos no sólo reside en la posibili-
dad de poseerlos y utilizarlos en el sentido que se deriva de su utilidad básica.
También pueden proyectar significados construidos en este entramado social, y
proporcionar una utilidad como símbolos.
Por lo tanto, el nuevo valor del consumo reside fundamentalmente en dos
aspectos: su capacidad para integrar al individuo en el grupo, adscribiéndole a
una posición social determinada, y su capacidad para diferenciar cada contexto
social. El consumo produce similitud, unión y solidaridad con el grupo y, al mis-
mo tiempo, segregación y exclusión de otros grupos.
Por otro lado, estas sociedades, con su consumo masivo, generan iconos que
identifican su esencia y que se convierten en referentes culturales.
La publicidad intensa y persuasiva, la eclosión de centros comerciales y con
funciones que van más allá de las estrictamente comerciales, las tarjetas de cré-
dito, las marcas e Internet son elementos que surgen apoyándose en una socie-
dad culturalmente distinta de la de antaño. Una sociedad que acepta estos
iconos porque se identifica con ellos y forman parte de su esencia.
En este contexto, los productos dejan de tener un significado único e inalte-
rable. De este modo, un mismo producto puede tener significados diferentes, a
veces contradictorios, asociados a cada marca y a cada situación de uso.
Por ejemplo el pantalón vaquero, prenda funcional, “democrática” y juvenil por
definición, pasa a ser un artículo de lujo al incorporarse en las colecciones de alta
costura.
¤ Editorial UOC 47 Capítulo II. Factores externos
2. La estratificación social
cómo consume. De esta forma, podríamos suponer que existen distintos patro-
nes de consumo en función de la adscripción social de los individuos.5
El concepto que más se ha utilizado para describir la adscripción social de las
personas en la colectividad en la que están inmersos es la clase social.
La clase social representa la posición de estatus de un individuo en el seno
de una sociedad.
Hasta hace poco, la pertenencia de un individuo a una clase social concreta
se atribuía a su posición en el proceso productivo y, más concretamente, a su
grado de acceso a la propiedad de los medios de producción. Esto provocaba una
estructura social jerárquica, marcada por unas claras desigualdades en función
de la relación de cada grupo social con los medios de producción. Y ello, a su
vez, era origen de profundas desigualdades en los patrones de gasto y consumo.
Esta forma de concebir las clases sociales las convertía en compartimentos
delimitados, jerarquizados y excluyentes, donde el ascenso a un nivel superior
era difícil pues el acceso a mecanismos igualadores, como por ejemplo la edu-
cación, resultaba complicado.
Sin embargo, los cambios políticos, económicos y culturales experimentados
por las sociedades occidentales han provocado que las clases sociales sean más per-
meables, de modo que el ascenso de individuos en la escala social sea más sencillo
y frecuente. Esto, no obstante, no niega la existencia de una sociedad jerarquizada.
De este modo, la estructura social actual, más que un conjunto de categorías es-
tancas (las clases sociales), quedaría mejor representada por un continuo de estatus.
El estatus de un individuo se define a partir de múltiples dimensiones, unas
de tipo objetivo funcional –como la ocupación, la educación, el nivel de ingre-
sos y el patrimonio– y otras simbólicas, originadas por la reputación que los de-
más le adscriben.
De este modo, la posición de estatus de un sujeto vendría determinada no
sólo por su ocupación, su nivel de ingresos, su educación o su patrimonio, sino
también por los productos materiales que tenga y el significado que las personas
de su entorno les atribuyan.
Qué duda cabe de que en los años sesenta la posesión de un automóvil era
un elemento que identificaba el estatus social de la clase más privilegiada. Sin
embargo, en la actualidad, nadie dudaría en considerar el coche como un ar-
tículo necesario, al que pueden acceder prácticamente todos los niveles de es-
tatus social. Sin embargo, este bien se ha dotado de nuevas cargas simbólicas
y diferenciadoras, marcadas no sólo por los atributos diferenciales de cada
marca y modelo, sino también por los valores simbólicos que les ha asignado
la colectividad.
De este modo, la posición de estatus de un individuo explica su comporta-
miento de compra y consumo pero, al mismo tiempo, lo que consume explica
la ubicación de un sujeto en la escala social.
Sin embargo, en la actualidad es cada vez más difícil determinar la ubicación
de un sujeto en la escala social a partir de sus conductas de compra y consumo.
Si bien antes existía una relación directa entre lo que se consumía y la adscrip-
ción a una determinada clase social, porque sólo se compraba en función del di-
nero que se poseía, y la sociedad prácticamente estaba polarizada entre una
clase dominada y otra dominante, en la actualidad esa relación se diluye. Apa-
rece una clase media con elevados niveles de aspiración, que deja de ser un todo
homogéneo y manifiesta distintos modos de consumir.
Así pues, las clasificaciones en clases sociales se hacen más complicadas. Ya
no sólo se diferencia entre clase alta, clase media y clase baja, sino que en cada
una de estas clases sociales aparecen categorías intermedias que intentan reco-
ger las diferencias observadas en los comportamientos interclase. De este modo,
en la clase social alta se distinguiría la clase alta-alta, la alta-media y la alta-baja.
Y lo mismo sucedería en el resto de las clases sociales.
Son necesarios, pues, nuevos factores que complementen a los anteriores
para que, en su conjunto, expliquen mejor el consumo de los individuos. Y así
surge, precisamente, el concepto de estilo de vida.
El estilo de vida expresa el modo en el que las personas destinan su tiempo y su
dinero. Recoge el conjunto de actividades, intereses y opiniones de las personas.
El estilo de vida es, por lo tanto, un concepto multidimensional que trata de
recoger la versatilidad y variedad de comportamientos a lo largo de la escala so-
cial. No sustituye el concepto de clase social, sino que lo complementa.
¤ Editorial UOC 50 Comportamiento del consumidor
Nadie duda que la adolescencia es una etapa del ciclo vital caracterizada por conti-
nuos cambios físicos y psicológicos. La construcción de la identidad personal y el re-
clamo de un espacio vital propio se convierten en auténticos motores de la conducta
de estos jóvenes que instrumentalizan el grupo para apoyar y reforzar sus logros per-
sonales. En esta etapa, el adolescente se separa progresivamente de la influencia de
los que hasta ahora habían sido sus referentes fundamentales, sus familiares, para
aproximarse a las normas y valores promovidos por los amigos de su misma edad. No
es de extrañar, por lo tanto, que los adolescentes desarrollen conductas marquistas
influidos por sus amigos, ya que su identidad personal se va a desarrollar a partir de
la interacción con ellos. Las marcas, precisamente, tienen la capacidad de identificar-
los con su grupo de amigos/as y al mismo tiempo diferenciarlos de otros colectivos
con los que no quieren identificarse.
1) El grupo tiene claros sus límites. Sus integrantes saben reconocer a los
miembros del grupo y distinguir a quienes no forman parte de él.
2) Los integrantes del grupo mantienen un contacto, más estrecho y fre-
cuente en unos casos que en otros.
Figura 2.2.
¤ Editorial UOC 52 Comportamiento del consumidor
“También te influyen los amigos, también te influyen. Sí, porque te dicen, tú vas con
algo que te gusta y, si es hortera, pues dicen dónde vas con eso, no sé qué, y no te lo
vas a poner más por lo que te diga la gente.”
¤ Editorial UOC 53 Capítulo II. Factores externos
“Yo creo que me ha influido la gente con la que he ido. Porque yo hacía dos años iba
con chicas que todo era del mercado y yo llevaba del mercado, y no... Y desde que
voy con personas que siempre que han querido algo se lo han comprado, todo de
marca, pues me ha influido.”
Por otra parte, podemos distinguir dos tipos de grupos de pertenencia a partir
del grado de formalidad que establecen en la relación entre sus miembros:
• Los grupos formales, que tienen una estructura explícita, normas de acceso
especificadas y objetivos claramente formulados y establecidos.
• Los grupos informales, que no cuentan con normas establecidas, de manera
que la relación entre sus integrantes se desarrolla de forma natural a partir
de su proximidad física o de sus intereses.
Por último, entre los grupos de no pertenencia cabría hacer una distinción te-
niendo en cuenta el grado de atracción que ejercen sobre el consumidor. Y de este
modo, distinguiríamos los siguientes:
• Los grupos disociativos, que son aquellos en los que el consumidor no está
integrado, pero tampoco le gustaría estarlo, por lo que desarrolla conduc-
tas que tienden a distinguirse al máximo de ellos.
• Los grupos de aspiración, que son aquéllos de los que el consumidor no for-
ma parte, pero a los que querría pertenecer. De este modo, el consumidor
¤ Editorial UOC 54 Comportamiento del consumidor
en el que se mueve, la ropa que utiliza, las tiendas en las que la adquiere, los
medios de transporte de los que se sirve, etc.
Recapitulando, el grupo integra a los individuos en el sistema social, dicta
normas, socializa a los miembros en esas normas y valores, ayuda a construir
identidades y es fuente de conductas a imitar.
Cuanto más visibles son las conductas de compra del individuo, más fácil es
detectar si éstas se ajustan o no a las normas del grupo. Cuando las conductas
son visibles, por lo tanto, el grupo ejerce una influencia mucho mayor.
Artículos de Artículos de
necesidad-públicos lujo-públicos
Fuerte
influencia Influencia: débil en Influencia: fuerte en
del grupo de el producto y fuerte el producto y marca
referencia en la marca Ejemplos: clubes de
(+) Ejemplos: relojes de golf, esquís de nieve,
pulsera, automóviles, veleros.
trajes de hombre.
Necesidad Lujo
Artículos de Artículos de
necesidad-privados lujo-privados
Débil Influencia: débil en Influencia: fuerte en
influencia el producto y marca el producto y débil
del grupo de en la marca
Ejemplos: colchón,
referencia
lámpara de pie, Ejemplos: juegos de
(–) nevera. TV, compactador
de basura, máquina
de hielo.
Privado
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001
Número de matrimonios
Total 218.121 217.512 201.463 199.731 200.688 194.084 196.499 207.041 208.129 216.451 208.057
Tasa por 1.000 habitantes* 5,60 5,57 5,14 5,09 5,10 4,92 4,97 5,22 5,22 5,39 5,12
Total 20,89 20,63 22,36 22,70 22,48 23,07 23,39 24,07 24,18 24,14 26,64
Varones 94,51 94,17 93,81 93,52 93,53 93,37 93,31 93,25 93,39 93,41 92,93
Mujeres 96,30 95,98 95,55 95,16 95,19 94,93 94,78 94,69 94,63 94,65 94,25
61
Varones 28,60 28,92 29,27 29,61 29,85 30,18 30,42 30,61 30,77 30,94 31,28
Mujeres 26,15 26,48 26,86 27,22 27,47 27,83 28,08 28,30 28,50 28,70 29,05
Primer matrimonio
Varones 28,10 28,36 28,68 28,95 29,19 29,49 29,72 29,88 30,04 30,18 30,46
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002
Total 67.061 66.777 72.443 79.161 82.580 83.990 88.998 93.988 96.536 102.495 103.250 115.278
Separaciones
Total 39.758 39.918 43.491 47.546 49.374 51.317 54.728 57.353 59.503 63.377 65.527 73.032
Con mutuo acuerdo 19.415 19.661 21.535 23.368 25.439 27.227 30.427 32.967 35.685 38.881 43.525 49.022
Contenciosas 20.343 20.257 21.956 24.178 23.935 24.090 24.301 24.386 23.818 24.496 22.002 24.010
Divorcios
Total 27.224 26.783 28.854 31.522 33.104 32.571 34.147 36.520 36.900 38.973 37.571 42.017
Consensuados 11.892 12.099 12.796 13.814 14.895 14.971 16.520 18.089 19.072 20.492 21.649 24.523
63
No consensuados 15.332 14.684 16.058 17.708 18.209 17.600 17.627 18.431 17.828 18.481 15.922 17.494
Nulidades matrimoniales
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002
Total 1,329 1,317 1,267 1,206 1,175 1,164 1,178 1,159 1,197 1,238 1,249 1,266
Total 29,04 29,25 29,46 29,72 29,96 30,18 30,37 30,54 30,65 30,72 30,75 30,79
Nacimientos
Total 395.989 396.747 385.786 370.148 363.469 362.626 369.035 365.193 380.130 397.632 406.380 416.518
Menos
0,04 0,04 0,03 0,03 0,03 0,03 0,02 0,03 0,02 0,03 0,03 –
de 15 años
64
15-19 años 4,48 4,08 3,80 3,52 3,27 3,05 3,03 2,96 2,96 2,84 2,92 –
20-24 años 18,43 16,89 15,33 13,94 12,58 11,60 10,98 10,53 10,33 10,18 10,27 –
25-29 años 38,45 38,36 37,95 36,55 35,13 33,76 31,86 30,26 28,92 28,21 27,23 –
30-34 años 27,93 29,48 31,07 33,09 35,16 36,73 38,08 38,94 39,05 39,09 38,79 –
40-44 años 1,76 1,71 1,67 1,72 1,74 1,82 1,97 2,11 2,34 2,45 2,67 –
45-49 años 0,10 0,09 0,09 0,09 0,08 0,08 0,08 0,08 0,09 0,10 0,12 –
Cabe, pues, hablar de nuevos hogares con una estructura diferente respecto
de la que existía hace algunos años. Esta variedad provocará la aparición de nue-
vas formas de compra y consumo.
Una vez establecida la evolución de la familia y el hogar, ¿por qué resulta re-
levante analizarlos al estudiar el comportamiento del consumidor? Básicamente,
cabe argumentar los siguientes motivos:
Resulta interesante observar los datos que aparecen en la tabla 2.5 fruto de una
investigación sobre pautas de interacción familiar en relación con el consumo (la
escala de respuesta iba desde 1 –nunca–, hasta 5 –muy frecuentemente):
son las que obtienen medias más bajas). Esta conducta es más acusada en las
mujeres, pues es poco frecuente que les den autonomía para comprar ropa cara
(poco o nada frecuente en el 42,4% de las respuestas, media de 2,67) o para
que distribuyan libremente el gasto (poco o nada frecuente en el 55,5% de las
respuestas, media de 2,46).
Por ejemplo, los padres pueden concienciar a sus hijos en un consumo res-
ponsable, enseñarles a reciclar envases, ayudarles a tolerar la frustración que
supone posponer un consumo, mostrarles cómo ser críticos con los anuncios
publicitarios, o educarlos para que limiten el tiempo de exposición a los medios
de comunicación.
Si bien es cierto que la sociedad de consumo lleva a sus componentes a con-
sumir intensamente, el proceso de socialización proporciona criterios a los ni-
ños-adolescentes para que puedan juzgar la bondad de los estímulos de
marketing que reciben. Los padres adquieren así un papel fundamental en el de-
sarrollo de las creencias y valores de sus hijos, que repercutirá en sus criterios de
elección de productos y marcas.
Pero esta influencia es mucho más intensa durante la infancia que en la ado-
lescencia, porque en esta última la familia suele entrar en conflicto con otros
grupos relevantes para el individuo. Sin embargo, y a pesar de estas nuevas in-
fluencias, las pautas más interiorizadas persistirán.
Para ello, conviene comenzar nuestro estudio distinguiendo los distintos ti-
pos de decisiones de compra que se producen en el marco de la familia:
La distribución de poder entre los miembros de la familia tiene que ver con
las relaciones de autoridad y sumisión que existen entre ellos.
Aquel miembro que detente el patrón de autoridad será quien ejerza una ma-
yor influencia y un mayor poder de decisión en las compras, sobre todo en las
más importantes o de mayor cuantía económica.
Tradicionalmente, el patrón de autoridad se ha vinculado al hombre, al ser
éste quien detentaba el poder económico dentro de la familia. Sin embargo, este
patrón se ha ido desdibujando al ganar las mujeres independencia económica,
gracias a su incorporación al mercado laboral.
Resumen
De entre los factores micro, los grupos y, dentro de ellos la familia, son los
elementos más importantes.
A lo largo del capítulo se ha definido qué entendemos por grupo, cuáles son
las principales dimensiones y características y por qué es relevante su estudio en
comportamiento del consumidor. De este modo, su capacidad para socializar,
reforzar o castigar conductas, proporcionar modelos de comportamiento o pro-
porcionar información al consumidor son algunas de sus funciones fundamen-
tales. Sin embargo, esta influencia está mediatizada por el tipo de producto, el
tipo de consumo, las características del grupo o las del propio consumidor.
Por último, la familia como principal grupo primario e informal ha merecido
una especial atención.
En relación con la compra y el consumo, se han destacado las diferencias que
pueden existir en función de la distribución de roles entre los miembros, la distri-
bución de poder, el tipo de producto que se adquiere o el ciclo de vida familiar.
¤ Editorial UOC 73 Capítulo III. Factores internos
Capítulo III
Factores internos
Motivación, percepción, aprendizaje, memoria y actitudes
Gloria Berenguer Contrí
Respiración
Agua
Necesidades
de carencia
Alimento
Sensación
Secreción
Necesidades
de extensión
Excreción
Evitación de daños
tanto, esto significa que algo que no se ha conseguido (por ejemplo, un produc-
to) va a tener capacidad para influir en el presente a la hora de desarrollar la con-
ducta que favorecerá su obtención (la compra). Y esto ocurre porque el sujeto
valora ese objetivo o meta de forma positiva. De este modo, en este proceso, las
expectativas y creencias se convierten en elementos que regulan el desarrollo de
una conducta.
Sobre estas bases, algunos psicólogos (A. Lewin, L. Festinger, P. Sears, E.C.
Tolman, J.B. Rotter, W. Edwards, J.W. Atkinson, etc.) construyen sus teorías
cognitivas de la motivación.
Por ejemplo, para J.W. Atkinson –que desarrolla la denominada teoría del
valor-expectativa–, la tendencia a la acción (lo que hemos definido como motiva-
ción) es función de la interacción de dos elementos: el motivo y la expectativa.1
Veamos cada uno de estos dos componentes.
• J.W. Atkinson entiende por motivo una disposición latente que busca al-
canzar un determinado estado-meta u objetivo. Los motivos, desde este
planteamiento, se conciben a modo de necesidades, son objetivos vita-
les que representan estructuras relativamente estables en la persona, que
permanecen de situación a situación, pero al mismo tiempo –y en este
sentido también son coherentes con la teoría de necesidades de A.H.
Maslow–, experimentan una cierta evolución con el desarrollo evolutivo
de las personas.
1. En realidad, la traducción correcta del término utilizado por J.W. Atkinson (expectancy) sería
esperanza y no expectativa (expectation) que tiene un sentido más predictivo.
¤ Editorial UOC 81 Capítulo III. Factores internos
T=M*E
siendo
T: motivación
M: motivo
E: expectativa
Por ejemplo, un sujeto puede tener una cierta necesidad de orden, que le
puede llevar a la compra de artículos como un ordenador, un archivador o un
álbum de fotos (dependerá de cada situación) si valora y espera que con su com-
pra consiga su objetivo. La decisión por un tipo de producto u otro nuevamente
dependerá de la creencia, de la expectativa que tenga el sujeto de que una de
ellas sea la más adecuada para cubrir esa meta.
A su vez, la expectativa tiene dos componentes: la fuerza de la expectativa y
el valor del incentivo.
T=M*F*I
siendo
T: motivación
M: motivo
F: fuerza de la expectativa
I: incentivo
Este aspecto es muy importante en marketing, porque recoge el valor que los
productos o las marcas poseen para el consumidor de manera real o simbólica.
La publicidad, el valor de la marca o la imagen de la misma, si enlazan con
los motivos de un sujeto, aumentan el valor de incentivo que posee el producto
y, por lo tanto, ayudan a que se desencadene el proceso motivacional.
Así pues, los motivos se activan en un sujeto cuando, en una determinada si-
tuación, urge la expectativa de que con la realización de una cierta conducta se
alcanzará el objetivo del motivo. En consecuencia, la motivación a actuar no de-
pende únicamente de una disposición interna, ya la llamemos necesidad o motivo,
pues para que ésta se active debe existir una interacción con el medio, de modo
que al individuo le surja la expectativa de conseguir el objetivo que pretendía y
otorgue valor a lo que desea, en nuestro caso los productos y las marcas.
La fuerza de la motivación a realizar algún acto (como el de comprar algo)
depende de una función multiplicativa de la fuerza del motivo, la expectativa
(probabilidad subjetiva) de que la conducta tendrá como consecuencia conse-
guir un incentivo y el valor de este incentivo (el valor del producto-marca).
En este contexto, ¿qué debe hacer la empresa cuando se plantea analizar la
motivación de un consumidor?
Conocido el proceso motivacional, la empresa debe:
Los estímulos desencadenantes del proceso pueden ser desde objetos (un pro-
ducto, una etiqueta o el lineal de un establecimiento) hasta situaciones sociales,
como las que se producen con la interacción entre el vendedor y el comprador.
¤ Editorial UOC 84 Comportamiento del consumidor
La percepción es un proceso que abarca una serie de etapas en las que están
implicados distintos procesos físicos y psicológicos que trascurren en breves ins-
tantes, pero que para comprenderlos vamos a descomponer en las etapas de ex-
posición, atención, sensación, codificación perceptual e integración.
1) Exposición
El proceso comienza con la exposición del sujeto a un estímulo que, en nues-
tro caso, será un estímulo comercial, como un anuncio publicitario, una marca
o un establecimiento comercial.
Este encuentro del consumidor con el producto-anuncio-establecimiento
(el estímulo) puede ser fortuito, no buscado por él (recepción pasiva), o bien
fruto de una búsqueda activa.
En cualquier caso, la mera exposición no garantiza que un estímulo impacte
en un consumidor de modo que éste continúe procesándolo. Y es que existen
limitaciones fisiológicas que impiden captar determinados estímulos.
Veamos estos aspectos. En primer lugar, y por lo que se refiere a las limita-
ciones fisiológicas en la recepción de los estímulos, conviene señalar que el ser
humano posee receptores sensoriales que captan las sensaciones visuales, audi-
tivas, gustativas, olfativas, de presión, dolor, temperatura o movimiento siem-
pre que caen en un determinado intervalo de valores, por encima o por debajo
de los cuales no se identifican. Son los denominados umbrales absolutos.
¤ Editorial UOC 85 Capítulo III. Factores internos
2) Atención
Diariamente nos exponemos a decenas de estímulos comerciales. Sin embar-
go, no prestamos la misma atención a unos que a otros, a pesar de que no exista
ninguna limitación fisiológica que nos lo impida.
Etimológicamente, la palabra atención proviene del latín ‘tendera ad’, que
podría traducirse por ‘tender hacia’, lo cual nos informa de una propiedad im-
portante de este proceso: una vez un estímulo se ha captado, la atención de un
sujeto da paso a un proceso de transformación, de integración de este estímulo.
Por atención entendemos un proceso de focalización perceptiva que incre-
menta la conciencia clara y distinta de un núcleo central de estímulos, en cuyo
entorno quedan otros más difusamente percibidos (J.L. Pinillos, 1975, pág. 157).
¿Qué características presenta la atención? Entre otras, podemos destacar las
siguientes:
dad del consumidor, que le llevan a concentrarse con más atención en aquellos
estímulos que más concuerdan con sus expectativas.
Para acabar, las actitudes también pueden considerarse como mediadoras de
la atención. De esta forma, el consumidor tenderá a prestar mayor atención a
aquellos estímulos comerciales que concuerden con sus actitudes favorables, y
en cambio tenderá a evitar (a “bloquear su atención”) aquéllos relacionados con
actitudes negativas, de manera que con esto desarrollará un proceso de defensa
perceptiva.
3) Sensación
Una vez el estímulo comercial ha sido atendido, es decir, ha pasado este segundo
filtro en el proceso perceptivo, la información es sentida por el organismo, que
ahora debe dotar de significado al conjunto de impresiones que ha recibido.
4) Codificación
La codificación perceptual de los estímulos publicitarios a los que el consu-
midor se ha expuesto y ha prestado atención, y que ha “sentido”, consiste en
un análisis de sus características, por lo que se organizan a partir de unas pautas
y se les dota de coherencia.
Cabe preguntarnos, por lo tanto, cuáles son las pautas sobre las que organiza-
mos los estímulos. Y aquí es necesario distinguir dos tipos de pautas o tendencias:
5) Integración
Una vez el consumidor ha organizado los estímulos, debe dotarlos de signi-
ficado apoyándose en el contexto en el que se presentan y en los conocimientos
y la experiencia que ha adquirido, y que tiene almacenada en su memoria, para
de este modo formase un concepto.
En efecto, los consumidores estructuran la numerosa información de la que
disponen en representaciones mentales, para lo que relacionan los estímulos
sentidos con el conocimiento previo.
Las representaciones mentales son conjuntos de ideas, pensamientos, imáge-
nes y conocimientos organizados en esquemas, que los consumidores pueden
compartir con otras personas.
Sin embargo, ¿qué son los esquemas? Básicamente, son unidades estructura-
das de conocimiento general sobre un objeto, concepto, persona o fenómeno.
Representan, fundamentalmente, un conocimiento abstracto más que episo-
dios vinculados a determinados tiempos o contextos. Suelen estar formados por
distintos conceptos, que se organizan de forma jerárquica, desde lo más general
a lo más particular.
Cuando el consumidor se involucra en un proceso de percepción, activa una
determinada representación mental. De este modo, todo el conocimiento y expe-
riencia previa que posee sobre un determinado fenómeno, y que ha organizado
en esquemas, le sirve para dirigir la atención hacia aquellos aspectos especialmente
significativos e ignorar otros que considerará menos importantes.
Las representaciones mentales son de ayuda, por lo tanto, para interpretar y
comprender los estímulos. Además, cuanto más ambiguo o más confuso es un
estímulo, más importancia adquieren los esquemas en su interpretación.
Esto es especialmente importante en marketing. Por ejemplo, algunas mar-
cas del distribuidor han tratado de aprovecharse del esquema que poseen los
consumidores en relación con marcas prestigiosas, para provocar confusión en-
¤ Editorial UOC 89 Capítulo III. Factores internos
tre éstas y las suyas, e incitar así a la compra. Imitar la forma de los envases, su
tipografía o sus colores puede dar lugar a errores de interpretación y a situacio-
nes de competencia desleal, porque el consumidor asociará estos nuevos estí-
mulos con las representaciones mentales que se han hecho de las marcas de
referencia.
Por otro lado, los publicistas parten de las representaciones mentales que
comparten los consumidores para diseñar anuncios con un fuerte simbolismo,
con la intención de que sean comprendidos adecuadamente al aplicar estos es-
quemas mentales.
Pues bien, el modelo de condicionamiento clásico nos dice que cuando los
dos estímulos, en nuestro caso el bebé y el champú, se presentan de forma se-
¤ Editorial UOC 91 Capítulo III. Factores internos
Sin embargo, los refuerzos también pueden ser negativos. En este caso se forta-
lece una respuesta determinada para evitar una consecuencia negativa indeseada.
Por ejemplo, un consumidor comprará pasta de dientes para no tener caries,
productos light para no engordar, o puertas blindadas para que no le roben.
Del mismo modo, esta teoría permite explicar la adopción de conductas de
evitación por las que se eluden determinados “castigos”.
¤ Editorial UOC 93 Capítulo III. Factores internos
3) Aprendizaje observacional
Un tercer tipo de aprendizaje es aquel que se produce mediante la observa-
ción. Según este modelo, el consumidor aprenderá nuevas conductas de compra
o consumo al observarlas en modelos relevantes para él.
Para que se produzca este tipo de aprendizaje, deben darse los siguientes
elementos:
Isabel Presley son el refuerzo que opera de forma vicaria en la espectadora, de forma
que ésta aprende que la introducción de bombones en este contexto es una buena
idea. Si además los invitados a su propia fiesta elogian el producto (refuerzo posi-
tivo directo), nuestra consumidora tenderá a consolidar esta conducta.
4) Aprendizaje cognitivo
Más allá de los aprendizajes por asociación, refuerzo y observación, el ser
humano también adquiere nuevos conocimientos y habilidades tras la lectura
de un libro o la exposición a las explicaciones de un profesor. Y es que, a partir
de estas estimulaciones, opera activamente sobre el material al que se expone,
estructurándolo, comprendiéndolo, formándose conceptos y, en definitiva,
aprendiendo de él.
En este aprendizaje, la memoria y la organización del conocimiento ejercen
un papel fundamental. Por ello, y para evitar ser repetitivos, los abordaremos en
el próximo epígrafe, dedicado a la memoria.
4. La memoria
1) El registro sensorial
El registro sensorial, también denominado almacén de información sensorial,
es un sistema de memoria que mantiene durante décimas de segundo (entre 0,1
y 0,5 segundos) una imagen detallada de la información sensorial sobre un es-
tímulo, procedente de un receptor sensorial (de un sentido). Transcurrido este
breve lapso de tiempo, si no se impide, la información se desvanece.
Para entender cómo funciona este sistema, tomad un papel en blanco y, con un ro-
tulador negro, escribid el número 963764890. A continuación, cerrad los ojos duran-
te unos segundos, poned el papel con el número escrito delante y abridlos muy
rápidamente para volver a cerrarlos después. Observad que cuando cerráis los ojos, la
imagen del número permanece en vuestra retina durante una fracción de segundo
para desaparecer rápidamente. (Podéis repetir el ejercicio en varias ocasiones hasta
que experimentéis esta sensación.)
Dada esa codificación es muy probable que olvidéis el número, y por supuesto, si pa-
san unos minutos, la probabilidad de que lo hayáis olvidado se acrecienta.
Si pedís a un amigo que os repita en voz alta el número anterior, o si lo leéis una sola
vez, probablemente recordaréis algunas pocas cifras (más probablemente las últimas
o las primeras). Después de tres o cuatro repeticiones, quizá seríais capaces de repetir
el número completo. Sin embargo, si continuáis leyendo este texto y al finalizar esta
página intentarais recordar el número, lo más seguro es que se os haya olvidado.
La cuestión anterior nos lleva a distinguir entre varios tipos de memoria, en-
tre los que destacan:
• Los rasgos definitorios, que han de ser verdaderos en todos los ejemplos de
la categoría, y que contribuyen a generar una imagen prototípica, en
nuestro caso, de lo que puede ser un monovolumen.
• Los rasgos característicos, que ayudan a distinguir entre los distintos mo-
delos de monovolumen.
5. Las actitudes
en un mismo tipo de coche ¿por qué un consumidor elige un Ford Fiesta y otro
un Peugeot 206? La actitud es un concepto que contribuye a explicar esas dife-
rencias en las preferencias personales.
A partir de lo dicho, ya podemos deducir una serie de características que tie-
nen las actitudes. Son las siguientes:
Las actitudes son más centrales e inamovibles cuanto más consistentes son
con los valores y el autoconcepto del consumidor, y cuanto mayor sea el esfuer-
zo que éste ha realizado para formarlas.
De este modo, si un consumidor compra una marca sin pensarlo mucho y
sin comparar con otras marcas, tras usarla desarrollará una actitud poco intensa,
por lo que su compromiso o implicación con ella será bajo, y resultará relativa-
mente sencillo que pruebe otra marca alternativa. Sin embargo, si ese mismo
consumidor realiza un proceso intenso de búsqueda de información sobre la ca-
tegoría de producto que desea adquirir, examina todos los atributos de las mar-
cas en competencia, compara sus prestaciones y tras todos esos procesos
adquiere una marca, la usa y se siente satisfecho, probablemente habrá desarro-
llado una actitud hacia ella mucho más internalizada.
Cabe señalar, además, que las actitudes se aprenden y se desarrollan con el
tiempo bajo la influencia de múltiples factores como la información, la expe-
riencia o la personalidad del sujeto.
¤ Editorial UOC 101 Capítulo III. Factores internos
1) Creencias
Como ya se ha visto a lo largo de este capítulo, lo que cabe tener en cuenta
no es tanto la realidad “objetiva” como la realidad que perciben los consumido-
res. De ahí que lo que nos interese conocer, por ejemplo, sean los atributos que
el consumidor percibe que posee el producto o la marca.
Así pues, Amena puede, o no, ser una compañía con un buen servicio, mo-
derna o joven. Lo realmente importante aquí es conocer si el consumidor “cree”
que cuenta con esas características, porque ha interpretado algunos indicios que
le permiten desarrollar esa opinión.
Las creencias de los consumidores acerca de una marca o producto son las
características que le atribuyen.
Los especialistas de marketing han de vincular las características o atributos
percibidos en los productos a unos determinados beneficios, que se derivan de
su uso o consumo, y contribuir a asociar éstos, a su vez, con unas creencias. Al
hacer esto se favorece el desarrollo del componente cognitivo de la actitud.
Por ejemplo, un zumo de frutas puede poseer los siguientes atributos: contenido ca-
lórico y vitamínico elevado, ingredientes naturales e intenso sabor dulce.
¿Cómo se valoran estas creencias? Dos consumidores pueden creer que el zumo es muy
dulce, pero mientras uno valora positivamente esta cualidad, es posible que el otro no.
Y ello nos lleva a un segundo componente de la actitud: el evaluativo o afectivo.
2) Evaluaciones
Aunque no todos los psicólogos están de acuerdo en este punto, suele afir-
marse que el componente afectivo de la actitud es la evaluación que se hace del
objeto de actitud, asumiendo que el afecto se refiere a lo que un consumidor
siente hacia ese objeto.
Es decir, el consumidor mostrará una actitud positiva hacia el zumo de frutas
no únicamente porque “crea” que es energético, natural y dulce, sino porque
“valora” positivamente estos beneficios.
Por lo tanto, puede afirmarse que el primer escalón en la construcción de ac-
titudes favorables hacia el producto o la marca es el desarrollo de creencias, ba-
sadas en atributos reales de los productos, y el segundo es que estas creencias
sean valoradas muy positivamente.
Es más probable que un deportista o una madre preocupada por la alimenta-
ción de sus hijos desarrollen actitudes favorables hacia el zumo de frutas, puesto
que existe una relación positiva entre sus valores y estilo de vida y las caracte-
rísticas del producto.
Una aportación muy importante para realizar la medición de creencias y sen-
timientos es el modelo de actitud de atributos múltiples de M. Fishbein e I. Azjen.
Básicamente, el modelo explica la actitud a partir de las creencias que tiene
el consumidor respecto de los distintos atributos de una marca, así como de la
importancia que les atribuye.
¤ Editorial UOC 103 Capítulo III. Factores internos
• Los atributos, que son las características relevantes de la marca, esto es, las
que el consumidor toma en consideración para evaluarlas.
• Las creencias, que son las percepciones de que una marca posee un atribu-
to en particular.
• La ponderación de la importancia, que refleja la prioridad de un atributo
para el consumidor.
A ( j,k ) = ¦ ( Bi ( j,k ) ⋅ Ii ( k ) )
i=1
donde, A (j,k): actitud hacia la marca j por parte del consumidor k
Ii (k): peso o importancia específica concedida al atributo i por parte del consumidor k.
O, lo que es lo mismo, grado en el que el consumidor k cree que el atributo i es posi-
tivo o negativo.
Es energético +3 +3 +9
Es barato −3 +2 −6
3) Comportamientos
El tercer componente de la actitud es la dimensión conativa-conductual, que
es la tendencia de los consumidores a actuar hacia un objeto.
¿Cómo se mide la dimensión conativa-conductal en comportamiento del
consumidor? Una de las formas de medirla, aunque no la única, es en términos
de intención de compra. De hecho, existen otras conductas del consumidor que
también son consecuencia de evaluaciones positivas hacia el objeto de actitud:
buscar activamente información sobre el producto, acercarse al producto en el
punto de venta aunque no se llegue a adquirirlo, admirarlo tras un escaparate, etc.
Si un consumidor tiene creencias positivas respecto de un zumo de frutas y,
además, valora estas creencias muy positivamente, aumenta la probabilidad de
que desarrolle conductas de acercamiento hacia este producto: que lo reconozca
en el lineal, lo tome en sus manos, lea su etiqueta, esté atento a los mensajes
publicitarios y las promociones sobre él o llegue a adquirirlo. Si una vez adqui-
rido evalúa el producto de forma satisfactoria, esa satisfacción (aplicando un
modelo de condicionamiento operante) refuerza tanto su conducta como su ac-
titud inicial, lo que incrementa la probabilidad de que lo compre de nuevo.
Las relaciones entre los tres componentes de las actitudes que acabamos de
analizar (creencias, evaluaciones, comportamientos) son cruciales en marke-
ting. Una vez el especialista en marketing detecta los beneficios buscados por el
segmento, puede recurrir a la comunicación para, basándose en estos benefi-
cios, desarrollar o reforzar creencias positivas asociadas a la marca.
La teoría supone que al vincular los beneficios buscados y las creencias, se
favorece la aparición de evaluaciones positivas y, en consecuencia (si no existen
¤ Editorial UOC 105 Capítulo III. Factores internos
IC ( j,k ) = A ( j,k ) + NS
Sustituyendo A (j,k) por la expresión obtenida anteriormente, tenemos lo siguiente:
n
IC ( j,k ) = ¦ ( Bi ( j,k ) ⋅ Ii ( k ) ) + NS
i=1
donde
Ii (k): peso o importancia específica concedida al atributo i por parte del consumidor k.
Las normas sociales subjetivas sintetizan la presión social que recibe el con-
sumidor de su entorno más próximo.
Las normas sociales descansan sobre dos pilares: las creencias normativas y
la motivación por complacer.
• Las creencias normativas son las creencias del consumidor sobre lo que las
personas de su entorno esperan que haga.
Esta variable mide, por lo tanto, la fuerza con la que el sujeto cree que las
personas importantes para él piensan que debe hacer algo.
• La motivación para complacer expresa la disposición del consumidor
para seguir, complacer o acomodarse a la opinión de otras personas que
son relevantes para él.
n n
donde
CNi (j,k): creencia normativa del consumidor k respecto de cada atributo i de la marca
j, siendo i = 1, …, n.
Esta teoría, que explica la intención de compra a partir de la actitud y las nor-
mas sociales, no niega que puedan existir otras variables (situacionales, demo-
gráficas, de personalidad etc.), que también puedan influir. Sin embargo, lo que
propone es que la influencia de estas otras variables se ejerce mediante la actitud
y las normas subjetivas.
¤ Editorial UOC 107 Capítulo III. Factores internos
Resumen
Capítulo IV
El proceso de decisión en el consumidor
Miguel Ángel Gómez Borja
Una vez que en los capítulos previos hemos introducido de forma genérica
la importancia del análisis del comportamiento del consumidor y los factores
que pueden afectar a su comportamiento, en los siguientes vamos a analizar las
fases y los conceptos que definen el proceso de toma de decisiones de los con-
sumidores como elemento central del comportamiento dirigido a la obtención
de bienes y servicios en el mercado.
Para ello, tras introducir las características básicas del proceso de toma de
decisiones del consumidor, plantearemos las primeras fases de dicho proceso,
fases que se corresponden con los comportamientos desarrollados antes del
acto de compra. Estas fases comprenden una serie de procesos y acciones que
se relacionan principalmente con la búsqueda y evaluación de productos,
marcas y establecimientos.
Para ello debemos ser conscientes primero de que los consumidores tienen
un problema que resolver o un objetivo que hay que conseguir, y que dicho ob-
jetivo puede lograrse con la compra, uso y/o consumo de algún tipo de bien o
de servicio. Partiendo de esta motivación inicial, el proceso transcurre como
cualquier otro fenómeno de decisión. En este sentido, los consumidores tratan
de adquirir información relevante sobre los distintos tipos de productos, marcas
y modelos disponibles, así como sobre los lugares y las condiciones en los que
pueden adquirirlos.
Al mismo tiempo, y en función de sus gustos, preferencias y recursos dispo-
nibles, valorarán las diferentes opciones en un proceso de comparación sucesiva
que acabará con la identificación de una o varias alternativas que consideren
como más adecuadas o preferidas y que supondrán la base de una elección y
compra definitiva.
¤ Editorial UOC 110 Comportamiento del consumidor
1. El proceso de decisión
Figura 4.1.
2. El reconocimiento de la necesidad
cuidarse y tener un buen cuerpo) o, por otro lado, crear insatisfacción con una
situación actual (anuncios que destacan la lentitud y los problemas que se ge-
neran con las conexiones a Internet de baja velocidad). En resumen, mediante
los estímulos de marketing se nos puede influir en cuanto a qué podremos con-
seguir y alcanzar con un producto, en reconocer que la situación de consumo
actual no es la mejor posible, o en ambas al mismo tiempo.
La segunda cuestión que hemos planteado con anterioridad tiene que ver con el
tipo de necesidades que pueden satisfacerse mediante el uso o consumo de produc-
tos. Tomando como base el clásico esquema de necesidades de A.H. Maslow, ¿qué
tipo de necesidades pueden satisfacerse total o parcialmente comprando y usando
o consumiendo un producto? O, dicho de otra forma, ¿qué motivos o necesidades
son relevantes para argumentar como razones de la compra de productos?
Aunque la discusión del problema va más allá de los objetivos de este módu-
lo, diremos que prácticamente cualquier necesidad puede ser satisfecha total o
parcialmente por medio de la compra, el uso y/o el consumo de productos, si
bien hemos de tener en cuenta que un mismo producto puede satisfacer distin-
tas necesidades o resolver diferentes problemas.
Por ejemplo, es evidente que las necesidades fisiológicas básicas como el ham-
bre, la sed, la higiene etc. se satisfacen con productos de alimentación, bebidas o
productos de higiene. Las necesidades de seguridad pueden satisfacerse con pro-
ductos como medicinas, seguros, productos de asistencia sanitaria, alarmas, etc.
Las necesidades de pertenencia o asociación pueden satisfacerse con productos
cosméticos, tarjetas de crédito, ropa, etc. Las necesidades de autoestima o poder
se pueden saciar con productos como la ropa, muebles, coches, hobbies, casas etc.
Finalmente, las necesidades de autorrealización pueden satisfacerse con produc-
tos como museos, vacaciones y entretenimiento, educación , cirugía estética, etc.
Independientemente de los ejemplos planteados, debemos considerar a qué
motivaciones o necesidades podemos apelar para motivar la compra, y conside-
rar que, en la medida en que el número de necesidades sea más amplio, las po-
sibilidades de comprar el producto serán mayores.
Por ejemplo, en muchos productos de alimentación y en sociedades avanzadas,
no se destaca su capacidad funcional para satisfacer el hambre, sino que se apela a
necesidades superiores como pueden ser necesidades de seguridad o estética. De
este modo, podemos hablar de productos de alimentación en los que se aducen mo-
tivaciones de salud –fortalecer el sistema inmunitario, ser cardiosaludables, reducir
¤ Editorial UOC 117 Capítulo IV. El proceso de decisión...
el colesterol– más alla de los valores nutricionales básicos. Del mismo modo, son
clásicas las apelaciones al poder o al estatus que se han hecho desde algunas marcas
de automóviles como medio para satisfacer esas necesidades.
Finalmente, es preciso considerar dos cuestiones relacionadas con la natura-
leza de las motivaciones y que pueden ser relevantes para el análisis del proceso
de reconocimiento de las necesidades por parte de los consumidores.
La primera tiene que ver con la conciencia de las motivaciones. ¿Somos cons-
cientes de nuestras propias motivaciones y deseos? ¿El comportamiento se deri-
va siempre de motivaciones explícitas experimentadas conscientmente?
Sin ánimo de profundizar en esta discusión, que iría mucho más allá de los
objetivos de este módulo, hemos de plantearnos estas cuestiones que vienen a
destacar la dificultad y la complejidad a la hora de analizar las motivaciones hu-
manas. Si asumimos que muchos deseos y motivaciones pueden tener un com-
ponente de naturaleza subconsciente aunque sean influyentes, tenemos que
plantear nuevos métodos y herramientas de investigación para, si es posible,
captar ese tipo de motivaciones y los procesos que las generan.
En segundo lugar, habríamos de considerar la dirección de la motivación. Es
decir, tenemos que asumir que existen motivaciones positivas o factores satis-
factores que tienden a generar comportamientos de consecución de las mismas
y motivaciones negativas o factores insatisfactores asociados con riesgos o ele-
mentos negativos que también generan comportamientos, pero en este caso
tendentes a evitarlos.
3. Búsqueda de información
Una vez que se activa el proceso de decisión, el primer recurso al que acudi-
mos como fuente de información es nuestra propia memoria. Como consumi-
dores, tenemos almacenadas en nuestra memoria una serie de informaciones
caracterizadas por sentimientos, experiencias, valoraciones, conocimientos, etc.
relevantes para la decisión y que podemos utilizar en una primera instancia.
La cantidad y utilidad de la información disponible en nuestra memoria
variará mucho de una situación a otra y de un consumidor a otro. De este mo-
do, para situaciones sencillas y habituales de compra, probablemente no será
necesario que realicemos un proceso de búsqueda amplio, sino que con la in-
formación que tenemos almacenada en nuestra memoria será suficiente. Si la
decisión es compleja y/o la información está obsoleta, sí será necesario adqui-
rir información del entorno, ya que con la “experiencia propia” no será sufi-
ciente. Por otro lado, aquellos consumidores que tengan mucha experiencia
y conocimiento en relación con los productos dispondrán de una mayor canti-
dad y variedad de información relevante en sus memorias y que podrán utilizar
de forma inmediata
¤ Editorial UOC 119 Capítulo IV. El proceso de decisión...
Una segunda consideración tiene que ver con el tipo de información que re-
cordamos inicialmente para estructurar esa primera aproximación al problema
de decisión. Esta información la podemos dividir en cuatro grandes grupos:
marcas, atributos o características, evaluaciones y experiencias.
Un aspecto muy importante tiene que ver con el número de marcas que se
recuerdan una vez que se ha activado el proceso de decisión. Los consumidores,
en función de nuestra experiencia, sólo seremos capaces de recordar un número
limitado de marcas que no incluirán en muchos casos todas las disponibles en
el mercado.
El conjunto de marcas recordado en un primer momento por el consumidor
una vez reconocido el problema se denomina conjunto evocado.
Este conjunto inicial puede verse modificado a medida que desarrollemos un
proceso de búsqueda externa y evaluación y, de este modo, pueden incorporarse
nuevas marcas u opciones que consideramos relevantes y que no recordábamos
previamente o pueden eliminarse opciones recordadas inicialmente pero que se
tornan inadecuadas a medida que evoluciona el proceso de decisión.
El conjunto de marcas que un individuo considera como factibles durante su
proceso de decisión se denomina conjunto de consideración.
La relación entre los dos conceptos podemos visualizarla en la figura 4.2:
Por ejemplo, tras reconocer que vamos a necesitar un teléfono móvil, empeza-
mos a recordar posibles marcas que “nos suenan” más, tales como Nokia, Sony-
Ericsson, Motorola o Samsung. Éste sería nuestro conjunto evocado. Tomando
esta base, si realizamos un proceso de búsqueda y evaluación de información ex-
terna, podemos darnos cuenta de que existen otras marcas como Mitsubishi, LG
o NEC, de modo que ante esta nueva situación acabamos considerando (conjunto
de consideración) cuatro marcas más que no contemplábamos al principio.
Según diferentes investigaciones, el tamaño medio del conjunto de conside-
ración se encuentra entre tres y siete marcas según el producto. De este modo,
el número de marcas consideradas oscila alrededor de siete para la cerveza, cua-
tro para el jabón o seis para el caso del champú.
El hecho de que se recuerden unas marcas u otras dependerá de la notoriedad
de las mismas y su asociación con la categoría de producto (Nokia, por ejemplo,
se asocia habitualmente a los teléfonos móviles), la familiaridad de la marca en
términos generales (por ejemplo, Sony e IBM son marcas ampliamente recono-
cidas) o situaciones de uso (Vega Sicilia para acontecimientos especiales).
Otro tipo de información que solemos utilizar inicialmente tiene que ver con
los atributos o características del producto que deberemos considerar y cuáles
sus valores para las diferentes marcas. En principio es difícil recordar valores es-
pecíficos, aunque sí percepciones genéricas.
Por ejemplo, podemos pensar que los coches de la marca Volskwagen tienen
un consumo muy ajustado, mientras que los de Alfa Romeo tienen un buen aca-
bado y diseño o que los Volvo son muy seguros, pero será difícil que recordemos
valores específicos sobre el equipamiento, el consumo concreto, la potencia o
los sistemas de seguridad que lleva cada marca o modelo.
La medida en que un atributo se recuerde dependerá de la relevancia y la im-
portancia que tenga para cada uno y, por tanto , del peso que tendrá en la decisión.
Además de marcas y atributos, en esta primera revisión de la información in-
terna nos “vendrán a la memoria” valoraciones y evaluaciones globales sobre las
marcas y sobre los atributos que determinarán una primera ordenación de las
marcas. Estas informaciones, junto con el conjunto de experiencias (positivas y
negativas) vividas en relación con el producto, determinarán una primera re-
presentación o marco de referencia que establecerá los pasos siguientes en el
proceso de decisión.
¤ Editorial UOC 121 Capítulo IV. El proceso de decisión...
A pesar de que hay situaciones en las que podemos tomar una decisión con
la información disponible en la memoria, en otros casos será necesario que re-
cabemos información adicional del entorno, bien porque la información recor-
dada inicialmente no es suficiente, bien porque ésta sea poco fiable o porque no
esté actualizada.
Entendemos por búsqueda externa el proceso por el que recogemos informa-
ción de fuentes de información del entorno que nos rodea, ya sean revistas, es-
tablecimientos comerciales, otras personas, Internet o las diferentes herramientas
de comunicación de marketing.
La comprensión del proceso de búsqueda requiere que nos planteemos una se-
rie de cuestiones a las que daremos respuesta en las próximas páginas, y que son:
La segunda cuestión que hemos planteado tiene que ver con las fuentes y los
lugares de los que podemos adquirir información relevante del entorno.
En este sentido, podemos clasificar inicialmente las fuentes de información
disponibles en términos de dos criterios:
Las fuentes de información controladas por la empresa son aquéllas en las que
la información suministrada viene del que comercializa el bien o el servicio. Pue-
den ser fuentes de información tradicionales, como la publicidad en sus distintas
formas y los folletos informativos, o, más recientemente, la información que las
empresas difunden mediante sus páginas web y otras herramientas de comunica-
ción por Internet.
La característica común de este tipo de fuentes es que por medio de las mis-
mas se da un interés sesgado de proporcionar solamente información favorable
que trate de persuadir hacia la compra de la marca específica. Por tanto, se trata
de información mediatizada que hace que este tipo de fuentes tenga menos cre-
dibilidad que las fuentes no controladas por las empresas.
En un punto intermedio, podríamos incluir la información proporcionada en el
establecimiento y el consejo o la interacción de los distribuidores. En principio, po-
demos considerarla como una fuente sesgada, aunque esto dependerá del tipo de
distribuidor y su relación con los fabricantes. En cualquier caso, la búsqueda de in-
formación visitando y consultando a distribuidores es todavía una de las principa-
les fuentes de información que utilizamos en nuestros procesos de compra, sobre
todo en lo que respecta a productos de cierta entidad.
Por ejemplo, en el caso de un concesionario de automóviles perteneciente a
una marca, podemos considerar que es una fuente de información “controlada”
por la empresa de automóviles y, en este sentido, que proporciona información
sesgada. Sin embargo, si acudimos a una tienda de electrodomésticos, no pode-
mos hablar de un control único por parte de las marcas que se venden en la tien-
da, de modo que la información y los consejos de los distribuidores se pueden
percibir inicialmente como más imparciales.
¤ Editorial UOC 124 Comportamiento del consumidor
La tercera cuestión que hay que abordar en relación con la búsqueda de in-
formación tiene que ver con la cantidad, la forma y el tipo de información que
adquirimos del entorno que nos rodea.
En este sentido, siguiendo a R.D. Blackwell, P.W. Miniard y J.F. Engel (2002),
podemos definir las principales dimensiones del proceso de búsqueda:
Tabla 4.2.
Cantidad de búsqueda
¿Cuántas marcas se examinan? ¿Cuántas tiendas se visitan? ¿Cuántos atributos se consideran?¿Cuántas
fuentes de información se consultan? ¿Cuánto tiempo se emplea en el proceso de búsqueda?
Dirección o tipo de búsqueda
¿Qué marcas se analizan? ¿Qué atributos se consideran? ¿Qué tiendas se visitan? ¿Qué fuentes
de información se utilizan?
Secuencia de la búsqueda
¿En que orden se examinan las marcas? ¿Cuál es la secuencia de visita de establecimientos?
¿En qué orden se procesan los atributos? ¿En qué orden se consultan las fuentes de información?
1) Factores personales
Nuestras propias características como consumidores son las que determinan
en gran medida el esfuerzo y las características del proceso de búsqueda que va-
mos a desarrollar.
De este modo, lo que más determinará nuestro proceso de búsqueda será, por
un lado, la motivación hacia la búsqueda y, por otro, la propia capacidad que
tengamos para adquirir y procesar toda esa información adquirida.
En principio, si carecemos de motivación y de capacidad suficiente para procesar
información, nuestro proceso de búsqueda va a ser mucho más limitado y simple.
Varios son los factores que determinan nuestra motivación hacia la búsqueda,
entre ellos podemos destacar la implicación con el producto y con la compra, el
riesgo percibido, los costes y beneficios percibidos de la búsqueda de información
y la actitud hacia la búsqueda.
La motivación es, precisamente, la variable que diferencia el origen de la bús-
queda precompra y la búsqueda permanente. En el caso de la búsqueda precompra,
el proceso de búsqueda está determinado por un interés y una preocupación hacia
conseguir una buena compra. La búsqueda permanente, sin embargo, no viene de-
terminada por una implicación situacional asociada a una compra, sino que se de-
riva del interés y la fascinación existentes hacia una categoría de producto.
En cualquier caso, a medida que mostremos una mayor implicación en la
compra o con el producto, el proceso de búsqueda tenderá a ser más complejo,
al consultar más cantidad de información proveniente de diferentes tipos y de
fuentes posibles.
¤ Editorial UOC 128 Comportamiento del consumidor
la realización de una mala compra. Por otro lado, hay consumidores que sim-
plemente odian el hecho de buscar información e invierten lo mínimo en tiem-
po y recursos de todo tipo en esta tarea.
Junto con los factores motivacionales, la capacidad de los consumidores para
adquirir y procesar información de su entorno es otro gran determinante del
proceso de búsqueda.
Dentro de estos factores de capacidad, podemos destacar como más impor-
tantes la experiencia y el conocimiento del consumidor y algunos factores so-
ciodemográficos.
A medida que desarrollamos una mayor experiencia y conocimiento en rela-
ción con productos, marcas, situaciones de compra, establecimientos, etc., se
derivan dos efectos sobre la búsqueda, uno que la facilita y otro que la inhibe.
En primer lugar, es evidente que un mayor conocimiento puede hacer que con-
fiemos más en la información derivada de la búsqueda interna y, por tanto, no
necesitemos información externa adicional. Es más, ese conocimiento puede
hacer que identifiquemos rápidamente los productos, marcas o establecimien-
tos relevantes para nuestra compra y nos olvidemos del resto sin perder prácti-
camente eficiencia en la compra.
Por otro lado, un mayor conocimiento nos puede facilitar la adquisición de
información adicional, pues nos sentimos más capaces y confiados para eva-
luar los productos y sus caracterísitcas. Dicho de otro modo, si no tenemos
ningún conocimiento sobre el producto será difícil adquirir y procesar infor-
mación, puesto que en muchos casos no la entenderemos.
Las dos posiciones tratan de reconciliarse planteando una relación de U in-
vertida. Es decir, inicialmente el conocimiento favorece la búsqueda y destaca,
pues, su efecto facilitador sobre el inhibidor. No obstante, cuando nos enfren-
tamos a consumidores muy experimentados, prima el efecto inhibidor y los
consumidores confían más en la información de su memoria.
Por ejemplo, en algunos estudios sobre compra de automóviles aparece el de-
nominado segmento de “compra asistida”. Estos consumidores, al no tener mu-
cho conocimiento sobre el producto, limitan su búsqueda a la consulta de la
opinión de un tercero, que puede ser un familiar o un experto y que se convierte
en una información determinante de la compra.
Finalmente, algunas investigaciones muestran relaciones entre diferentes carac-
terísticas sociodemográficas y la búsqueda de información. De este modo, por ejem-
¤ Editorial UOC 130 Comportamiento del consumidor
2) Factores situacionales
Además de la capacidad y la motivación para buscar información, hemos de
contar con algunos factores situacionales específicos de cada decisión que pue-
den afectar a la cantidad de información que podemos adquirir.
En primer lugar, la cantidad de información disponible para nosotros como
consumidores puede variar mucho, dependiendo del número de marcas dispo-
nibles, de sus características, del número y el tipo de establecimientos donde se
pueden adquirir o de las distintas fuentes de información que tengamos a nues-
tra disposición. Dependiendo del tipo de mercado o el producto al que nos re-
firamos, la cantidad y calidad de información disponible puede ser diferente, de
forma que puede estimular o inhibir nuestras posibilidades de búsqueda.
Otra cuestión importante tiene que ver con las características y la forma en
la que la información está disponible. Si la información está muy dispersa o en
formatos diferentes será más difícil y costoso adquirirla y procesarla, mientras
que si se nos facilita un formato ordenado, estructurado y simple que reduzca
el esfuerzo, será más probable que utilicemos esa información.
Finalmente, un tercer enemigo de la amplitud de la búsqueda en nuestros días
es el que se refiere a la disponibilidad de tiempo. En la medida en que los consumi-
dores tenemos restricciones de tiempo que suponen tener que relegar las activida-
des de decisión de compra a un segundo plano, nuestro proceso de búsqueda será
más limitado.
De nuevo, un ejemplo relevante y determinante en cuanto a entorno situacio-
nal que favorece la búsqueda es el caso de Internet como fuente de información. En
términos globales, la cantidad de información disponible sobre marcas y posibles
¤ Editorial UOC 131 Capítulo IV. El proceso de decisión...
Sin embargo, para aquellos productos que estén muy sujetos a innovaciones
o cuyos precios se alteren significativamente en el tiempo, será necesaria una
búsqueda más detallada.
Finalmente, el número y características de los establecimientos comerciales
donde se pueda adquirir el producto ejercerá también una influencia fundamental.
De nuevo, tenemos que considerar la cantidad y características de los estableci-
mientos. Así, en la medida en que dispongamos de más establecimientos y éstos
sean más accesibles, la probabilidad de adquirir información será mayor, ya que su
coste será inferior. Del mismo modo, si los establecimientos son muy diferentes en-
tre sí en términos de las características y los valores que añaden al producto, se fo-
mentará la búsqueda (siempre que no exista a priori una certidumbre sobre cuál es
el mejor).
Esta idea es especialmente relevante en el caso del precio. En la medida en
que percibamos diferencias significativas de precios entre diferentes estableci-
mientos, la posibilidad de conseguir un ahorro derivado de un proceso de bús-
queda intensivo será mucho mayor y, por tanto, se tenderá a buscar más.
1) En primer lugar, a pesar de que cada producto muestre una serie de atri-
butos que le son inherentes, existen dimensiones que son comunes a la mayoría
de los productos.
El precio, la marca, el diseño o la garantía son dimensiones de evaluación co-
munes a casi todos los productos.
2) En segundo lugar, las dimensiones de evaluación pueden referirse tanto a
atributos de naturaleza funcional como a atributos de una naturaleza emocional o
hedónica.
Por ejemplo, a la hora de evaluar un automóvil podemos utilizar criterios de de-
cisión funcionales como el consumo de combustible o la potencia del motor, junto
con criterios más hedónicos como la exclusividad, la estética o la novedad.
3) Finalmente, las dimensiones evaluativas que caracterizan a los productos
y las marcas (como por ejemplo el precio, el servicio posventa o las condiciones
de pago) pueden estar asociadas a la propia marca o pueden depender del esta-
blecimiento en el que se comercialice la misma.
Por otro lado, en los modelos no compensatorios, una información negativa pue-
de llevar directamente a la eliminación de la alternativa del conjunto de con-
sideración. Estos últimos son más sencillos de aplicar y requieren un menor
esfuerzo cognitivo para decidir.
Por ejemplo, es posible que un ordenador muestre una debilidad en cuan-
to a tener una capacidad de almacenamiento relativamente baja. A pesar de
ello, esta característica podría compensarse con el hecho de que tenga una
pantalla grande de alta calidad. En este caso estaríamos frente a un proceso
compensatorio.
Sin embargo, para otro consumidor, el hecho de que la pantalla tenga menos
de 17 pulgadas puede ser una razón suficiente para dejar de considerar el pro-
ducto, independientemente de que tenga un punto fuerte en otras característi-
cas (e.g capacidad de almacenamiento).
El segundo criterio de clasificación tiene que ver con el tipo de procesamien-
to de la información. Un primer tipo de comportamiento es el que consiste en
evaluar una marca cada vez, de forma que se considera toda la información dis-
ponible sobre ella antes de evaluar otra marca y así sucesivamente. Por otro la-
do, es posible que otros consumidores comparen las distintas marcas sobre un
atributo cada vez, de manera que se selecciona un atributo y se evalúan todas
las marcas sobre él antes de pasar al siguiente atributo.
Por ejemplo, podemos evaluar distintos modelos de teléfonos móviles con-
siderando cda uno de ellos y analizando los valores que toman las alternativas
sobre los atributos relevantes para cada uno (e.g. el precio, el tamaño, el peso,
el tipo de batería, la duración de la batería, los tonos, la posibilidad de hacer fo-
tos, etc.). Sin embargo, también podemos seleccionar un atributo (por ejemplo,
el precio) y evaluar todos los modelos relevantes sobre ese atributo antes de con-
siderar otro (e.g. el tipo de batería).
Los modelos multiatributo que se plantean en este caso suponen que los con-
sumidores utilizamos toda la información relevante para la decisión. En ellos se
parte del conocimiento de la importancia relativa que los atributos tienen para
¤ Editorial UOC 141 Capítulo IV. El proceso de decisión...
A jk = ¦ ( B i ( j,k ) ⋅ I i ( k ) )
i= 1
Da – b = ¦ Ii ( k ) ( B i ( a,k ) – Bi ( b,k ) )
i=1
alternativas para cada atributo, uno cada vez, comenzando por el más impor-
tante. Si hay una opción que supera al resto, se elige ésta y, si hay dos o más que
están igualadas, se pasa al segundo atributo, de forma que el proceso continúa
hasta que sólo queda una alternativa, que será la elegida.
Un ejemplo es aquella forma de evaluar en la que los consumidores nos cen-
tramos en el precio como variable más importante, y seleccionamos la alterna-
tiva más barata.
El procedimiento de eliminación por características es similar al lexicográfico,
aunque incorpora el concepto de valor aceptable. De este modo, tras ordenar los
atributos según su importancia, se comienza un proceso de comparación suce-
siva en la que en cada momento se eliminan las alternativas que no cumplen
con el valor aceptable fijado para los atributos. El proceso sigue hasta que sola-
mente queda una opción.
De este modo, si fijamos como un valor aceptable un precio inferior a 250 € y
el precio es el atributo más importante, en una primera instancia eliminaremos
todas las alternativas que superen ese precio. Si el tipo de batería es el segundo
atributo en importancia y exigimos que la batería sea de larga duración, cualquier
marca que no tenga esta característica y que evidentemente no se haya eliminado
antes será eliminada en esta fase.
Otra táctica de simplificación es la que tiene que ver con el precio del pro-
ducto. De este modo, tácticas del tipo “comprar la más barata” o “comprar la
que esté en promoción” pueden considerarse simplificaciones de la decisión ba-
sada en el precio.
Finalmente, podemos citar las influencias normativas como situaciones en
las que la decisión está influida por otras personas. Estas simplificaciones pue-
den resultar de una influencia directa (una indicación directa sobre la marca
más adecuada), de una observación de comportamiento (imitar la decisión de
un tercero partiendo de una observación de los productos que elige) o de una
influencia indirecta que tiene que ver más con la influencia que puede tener la
opinión de un tercero.
mientos positivos que se generan con esos productos más que en una evalua-
ción detallada de los criterios que podemos utilizar para evaluarlos.
De esta forma, el proceso de decisión se basa en aspectos como el simbolismo
y las metáforas, de forma que los consumidores podemos situarnos consumien-
do el producto e imaginar las sensaciones y emociones que podemos sentir. Es-
tas emociones se convierten en un input de valor para la decisión.
Por ejemplo, podemos imaginarnos las experiencias y sensaciones que pode-
mos advertir en relación con distintos tipos de ofertas turísticas para unas vaca-
ciones, de manera que es posible que la decisión se derive a partir de una
ponderación o integración de algún modo de las sensaciones positivas y nega-
tivas que supone cada destino.
Precisamente, muchas marcas tienden a destacar este aspecto experiencial o
emocional como criterio de evaluación. Hemos de tener en cuenta que los pro-
cesos de evaluación más “racionales” tienden a ser complicados y que la utiliza-
ción de las emociones es, a la vez, una estrategia sencilla y “lógica” de sentirse
bien con la decisión tomada. Al fin y al cabo, la utilidad que se deriva de un pro-
ducto depende de los sentimientos y las emociones que puedan derivarse de su uso.
Independientemente de la naturaleza y los diferentes procesos que se consi-
deren para evaluar las alternativas, el resultado del proceso de evaluación se
completa cuando se llega a la selección de una opción de entre todas las que
tenemos disponibles.
Como ya hemos planteado en otras ocasiones, este proceso de decisión no
tiene sólo como resultado la selección de un modelo específico de una marca
concreta, sino que supone también decisiones sobre el establecimiento donde
comprar, el momento de hacerlo o la forma de pagarlo.
¤ Editorial UOC 149 Capítulo IV. El proceso de decisión...
Resumen
tacamos la idea de que los bienes y servicios aportan beneficios que pueden ser
relevantes para la solución no sólo de necesidades fisiológicas básicas, sino tam-
bién de necesidades de corte más psicosocial.
El análisis subsiguiente pasa por exponer las cuestiones relevantes para el
análisis del proceso de búsqueda de información. Para ello, diferenciamos ini-
cialmente entre búsqueda interna y búsqueda externa. En el primer caso intro-
ducimos los conceptos de conjunto evocado y conjunto de consideración que
retomaremos más tarde y recalcamos la importancia de la búsqueda interna
como el primer proceso que nos permite una estructuración inicial de la infor-
mación relevante para resolver el problema de decisión. Posteriormente aborda-
mos con más detalle el proceso de búsqueda externa, e introducimos las razones
o motivos generales de la búsqueda. A partir de ahí, exponemos y clasificamos
las diferentes fuentes de información de las que se pueden adquirir detalles so-
bre los productos y marcas, y realizamos una breve descripción de sus caracte-
rísticas. A continuación, desglosamos las distintas dimensiones del proceso de
búsqueda, y diferenciamos entre cantidad de información buscada, dirección de
la búsqueda y secuencia de búsqueda. Finalmente, se consideran los factores
que determinan y modelan el proceso de búsqueda de información y diferen-
ciamos entre aquellos relacionados con los individuos que tienen carácter cir-
cunstancial y los que tienen que ver con el entorno del mercado.
En lo que respecta a los procesos de evaluación, destacamos que se trata de un
proceso interactivo y relacionado con el proceso de búsqueda de forma biunívoca.
De este modo, podemos conceptualizar un tándem búsqueda-evaluación en el que
se van generando respuestas intermedias y se va actualizando el campo psicológico
del sujeto hasta que se genera una repuesta final en términos de la decisión de com-
pra, que abordaremos en el capítulo V. La comprensión del proceso de evaluación
requiere, en primer lugar, definir las bases y los criterios de evaluación que va a uti-
lizar el individuo. Precisamente, estos criterios, que pueden ir cambiando durante
la decisión, van a constituir la base del procedimiento de integración de informa-
ción y de sentimientos que supone el desarrollo de distintas estrategias de decisión.
Estos procedimientos van a ir modelando la valoración y preferencias sobre las di-
ferentes alternativas hasta que, como resultado, se llegue a una decisión en térmi-
nos de selección de una alternativa que, como veremos en el capítulo V, constituye
la base de la elección definitiva. En el contenido del capítulo se discuten distintas
estrategias de decisión que varían en cuanto a la naturaleza y características de los
procesos por los que se integra la información disponible.
¤ Editorial UOC 151 Capítulo V. La decisión de compra...
Capítulo V
La decisión de compra y procesos poscompra
Miguel Ángel Gómez Borja
1. La decisión de compra
En realidad, cualesquiera que sean las causas, es difícil establecer una delimi-
tación clara entre lo que puede ser una decisión de no comprar de manera defi-
nitiva y lo que se refiere a una decisión de retrasar la compra aunque todavía se
considere hacerla en un futuro más o menos cercano.
De este modo, por ejemplo, un cambio de circunstancias económicas o el
descubrimiento de información relevante una vez definida la intención de com-
pra de un producto pueden hacer que la compra simplemente se retrase y no
necesariamente que no se lleve a cabo.
Así pues, otra decisión importante relacionada con la compra por parte del
consumidor es la de cuándo comprar. A pesar de haber decidido adquirir el pro-
ducto, esta adquisición puede dilatarse en el tiempo.
Realmente, las causas que pueden derivar en un retraso pueden originarse en
cualquier momento y en cualquier proceso de la secuencia de fases que compo-
nen la decisión, desde el reconocimiento de la necesidad pasando por la búsque-
da de información y la evaluación de las alternativas, hasta la propia compra.
¤ Editorial UOC 155 Capítulo V. La decisión de compra...
Tabla 5.1. Razones para retrasar la compra y para cerrarla (E.A. Greenleaf y D.R. Lehmann, 1995).
Razones para retrasar la compra Razones para cerrar la compra
Presión del tiempo (demasiado ocupado Decidirse por otra alternativa diferente.
para dedicarle el tiempo necesario).
En cualquier caso, es importante tanto para los distribuidores como para los
fabricantes conocer la secuencia de decisión que se plantea para sus productos,
pues muchos aspectos de la política promocional, de ventas y aspectos relaciona-
dos con la estrategia de distribución dependerán en gran medida de la secuencia
de decisión.
Por ejemplo, si el proceso de decisión está muy centrado en las marcas y en
segundo lugar se sitúa el establecimiento, el fabricante podrá utilizar sistemas
de distribución más exclusivos y basar su estrategia más en actuar sobre el con-
sumidor (estrategia pull) y sobre la imagen de marca de los productos, por ejem-
plo potenciando el papel de la publicidad.
Si se da el caso contrario, los aspectos de distribución y merchandising se vuel-
ven más importantes y la estrategia se tiende a basar más en el distribuidor que
en el consumidor (estrategia push).
¤ Editorial UOC 160 Comportamiento del consumidor
El propósito o intención de compra puede ser más o menos sólido1 o estar más
o menos afectado por factores situacionales, de forma que podríamos diferen-
ciar tres tipos de contextos:
1. La culminación del proceso de decisión, como ya hemos mostrado al principio de este capítulo,
comporta la identificación de la alternativa de elección como aquella que consideramos como más
preferida a partir de un proceso de evaluación. Esta identificación puede tornarse en una intención
más o menos sólida, que supone una “previsión de comportamiento” y un propósito de compra.
¤ Editorial UOC 161 Capítulo V. La decisión de compra...
Como hemos visto, en aquellas situaciones en las cuales la compra no está cla-
ramente planificada los aspectos relacionados con la situación de compra pueden
afectar enormemente a la opción finalmente elegida. Esto hace que puedan existir
diferencias entre la intención de compra derivada de un proceso de evaluación
previo y la compra efectivamente realizada. Estas diferencias se deben al efecto de
factores situacionales sobre la decisión de compra, que pueden hacer que se re-
plantee la elección de la opción preferida si es que se llega a la situación de elec-
ción con una opción definida.
Sin ánimo de ser exhaustivos, y a título de ejemplo, podemos plantearnos di-
ferentes tipos de influencias situacionales que pueden afectar al comportamien-
to de compra:
1) Modelos estocásticos
Los modelos estocásticos consideran el proceso de elección como un fenó-
meno aleatorio en el que el proceso trata de explicarse en función de suponer
a priori que el comportamiento se puede reproducir mediante una variable
aleatoria en términos de su función de distribución y de los parámetros que la
definen.
Su utilidad fundamental se circunscribe a productos de baja implicación en los
que la deliberación en el proceso de decisión es mínima y su interés es fundamen-
talmente predictivo más que explicativo, pues lo que plantean es la detección de
pautas agregadas de comportamiento que, una vez estimadas, permiten realizar
extrapolaciones.
Existen distintas variaciones de estos modelos según consideren la elección
de marca, el momento de la compra, la tienda y el impacto de las variables de
marketing. Asimismo, varían en cuanto a la consideración de la heterogeneidad
de los consumidores, y oscilan entre modelos agregados y modelos que repre-
sentan resultados en el ámbito individual.
La ventaja de estos modelos es su simplicidad, si bien a medida que quisiéra-
mos incluir más factores en nuestros modelos éstos se harían más difíciles de
plantear y de estimar.
Este tipo de modelos se basa en los conceptos de probabilidad condicional y
en las distribuciones de probabilidad derivadas. De este modo, pueden tomar
como base la denominada matriz de cambio de marca, calculada a partir del aná-
lisis de información de compra para distintas ocasiones dentro de una categoría
de producto, y el cálculo subsiguiente de las probabilidades condicionadas en
los dos momentos del tiempo.
Es decir, la matriz incorpora elementos p (i, j) que podemos definir como la
probabilidad condicional de que un cliente adquiera la marca i habiendo adqui-
rido previamente j. De este modo, por ejemplo, p (1, 1) sería la probabilidad de
que un individuo comprara la marca 1 habiéndola comprado previamente, es
decir, la probabilidad de que repita la compra de una marca.
¤ Editorial UOC 166 Comportamiento del consumidor
Por ejemplo, un modelo lineal estaría asumiendo que los efectos de las pro-
babilidades anteriores se acumulan de forma sumativa, mientras que en
otros casos se puede asumir una integración multiplicativa o exponencial.
Como hemos planteado, los modelos estocásticos parten de identificar
pautas de comportamiento en función de las probabilidades de cambio de
marca y su evolución en el tiempo y, por tanto, se trata en cierta manera
de modelos endógenos. Sin embargo, hay veces que nos puede interesar
explicar esas elecciones a partir de otras variables exógenas que podemos
considerar determinantes.
exp [ u ( a ) ]
P S ( a ) = ------------------------------------
¦ exp [ u ( b ) ]
b∈S
β 0, j x j +
¦β x v vj
v=1
e
P j = -------------------------------------------
V
-
J β 0, j x j +
¦β x v vj
¦e
v=1
j=1
las decisiones más importantes que tenemos que tomar es la relativa a la selec-
ción de dónde vamos a comprar el producto o los productos.
El proceso de evaluación y selección del establecimiento tiene una natura-
leza similar al proceso de evaluación de los productos, dado que, como consu-
midores, tenemos que evaluar los distintos establecimientos donde podemos
comprar , ya sea de forma simultánea, anterior o posterior a la propia evalua-
ción del producto.
En este sentido, la selección del establecimiento requiere que nos plantee-
mos dos cuestiones fundamentales:
blemas son permanentes y la causa está en una mala gestión de la agencia que
nosotros no podemos controlar, surgirá un sentimiento de insatisfacción.
Aunque puede considerarse como una explicación alternativa, es cierto que
la teoría de la atribución es muy genérica y puede combinarse con la teoría de la
desconfirmación. De este modo, podemos entender el mecanismo entre la com-
paración de expectativas-realidad y la satisfacción o insatisfacción como un es-
quema de atribución de causa a esa posible diferencia entre lo esperado y lo real.
Evidentemente, las razones o motivos de las quejas pueden ser muy variados,
según el tipo de bien o servicio del que se trate.
Por ejemplo, las quejas más frecuentes en relación con los supermercados
pueden verse en la tabla 5.2 (tomado de W.D. Hoyer y D.J. McInnis, 2004):
Tabla 5.2.
Precios no indicados en las etiquetas Abuso de cajas rápidas
Precios incorrectos Estanterías muy altas
Largas colas para pagar Servicio del personal
Cambio en la situación de los productos Poco cuidado en poner artículos en bolsas
Productos sin existencias Música alta y anuncios por megafonía
Además de los tipos de quejas, es interesante conocer los factores que deter-
minan el comportamiento de quejas de los consumidores. En este sentido, po-
demos diferenciar tres tipos:
Una última cuestión interesante tiene que ver con el tipo de comportamiento
de queja. En un primer nivel, los consumidores podemos quejarnos directamente
al distribuidor o al que proporciona el servicio. Por tanto, el primer recurso es el
de quejarse donde se ha comprado el producto.
En segundo lugar, existen consumidores que muestran una mayor tendencia
a expresar públicamente su queja, dejar de comprar así como quejarse directa-
mente al fabricante de los productos en caso de que lo hubiera.
Finalmente hay consumidores que desarrollan comportamientos más compro-
metidos, de manera que acuden a terceras partes representadas por organizaciones
públicas o privadas relacionadas con el consumo (asociaciones de consumidores y
de usuarios, asociaciones de amas de casa), e incluso llegan a emprender acciones
legales para obtener una compensación.
Por ejemplo, en el caso español, la legislación prevé un sistema de arbitraje4
para determinadas quejas que no tengan consecuencias graves (muerte, intoxi-
cación o existencia de delito) en el que las partes se someten de modo volunta-
rio a un colegio arbitral cuya decisión acatan y cuya validez es similar a la de
una sentencia judicial.
De cualquier modo, como hemos visto con anterioridad, el desarrollo de un
proceso más o menos enérgico dependerá de la propia magnitud de la insatis-
facción y de las implicaciones personales y sociales que puede tener una mala
prestación relacionada con el bien o servicio utilizado.
Tabla 5.3.
Utilizarlo esporádicamente
Conservarlo
Dedicarlo a otros usos
Tirarlo
Reciclarlo
Deshacerse del mismo
Venderlo
de manera permanente
Cambiarlo
Regalarlo
Cada una de las maneras planteadas de disponer de los productos viene de-
terminada por motivaciones diferentes, derivadas de las propias características
personales de los individuos y del contexto situacional en el que se encuentren.
Es más, hemos de considerar los efectos o implicaciones individuales de cada
una de las maneras de disponer de los productos, así como las implicaciones ha-
cia otras personas o las repercusiones sociales que puedan derivarse.
A continuación, consideraremos dos cuestiones de especial relevancia: la del
proceso por el cual nos deshacemos de posesiones con un especial significado
para nosotros y la del fenómeno del reciclaje.
¤ Editorial UOC 186 Comportamiento del consumidor
Resumen
Capítulo VI
Un nuevo escenario social para nuevas formas de compra
y consumo: el shopping, la compra emocional y
la compra por impulso
Ismael Quintanilla Pardo
La vida de las personas en esta sociedad está siendo afectada por grandes
transiciones socioeconómicas que se manifiestan a través de un cambio de va-
lores, un nuevo sentido de la identidad y las identidades, la comunicación, la
información, la estructura de nuestras empresas y, desde luego, la conducta de
las personas (Castells, 1997-1998).
El futuro trae consigo un nuevo estilo de vida, nuevas creencias y valores en
una sociedad cada vez más orientada hacia la diversificación de las fuentes de
energía y su renovación, hacia nuevos métodos de producción que dejan como
una antigualla a la mayoría de las cadenas fabriles de montaje, hacia un nuevo
concepto de la familia –no nuclear– y del consumo, hacia un nuevo hogar elec-
¤ Editorial UOC 195 Capítulo VI. Un nuevo escenario...
1) Mayor interés por la calidad de vida. Existe una mayor preocupación por la
escasez de energía, el deterioro del medio ambiente y del entorno, la contami-
nación y el desperdicio de los recursos. Se han producido cambios en los estilos
de vida que afectan, consecuentemente, a las políticas de las empresas.
2) Cambios en el papel de la mujer. Éste es uno de los fenómenos sociales más
característicos en los últimos años en los países de nuestro entorno. La incorpo-
ración de la mujer al mundo laboral y el intento por romper con los papeles, en
muchas ocasiones discriminantes, que tradicionalmente se le asignaron ha su-
puesto un cambio de perspectiva y el surgimiento de nuevas oportunidades so-
ciales para la mujer.
3) Cambios en las formas de vida, el hogar y la familia. Con la incorporación
de la mujer al trabajo y por lo tanto su mayor independencia frente al hombre
y el desarrollo de actitudes más liberales frente al sexo, el divorcio y el aborto,
se ha producido una importante transformación en la familia. La edad de ma-
trimonio se ha elevado, al tiempo que ha disminuido el tamaño de las familias.
Ello ha tenido, evidentemente, marcados efectos sobre el consumo.
4) Cambio de actitudes hacia el trabajo, el placer y el tiempo libre. En relación
con el mayor interés por la calidad de vida, encontramos que también ha habi-
do un cambio en las actitudes hacia el trabajo. Este ya no es central en la exis-
tencia de las personas, se buscan otro tipo de recompensas aparte del dinero,
como el prestigio y el tiempo libre. Ha aumentado el interés por las actividades
deportivas y recreativas, el bienestar físico y la salud (Quintanilla, 2002).
¤ Editorial UOC 197 Capítulo VI. Un nuevo escenario...
Hoy sabemos que los productos deben ser algo más que productos. El servicio
algo más que servicio. El uno y el otro guardan relación con el uso y la satisfacción
de los consumidores. Sus preferencias además de demandas son un acto continua-
do por el que la satisfacción en el uso afecta muy directamente a la elaboración del
producto. Así pues, el contacto con los usuarios, además de la investigación de sus
preferencias, debe ser información y comunicación. Más aún, la demanda no lo es
todo. Empresa, producto, empleados, tareas, servicio, consumidores, uso y satisfac-
ción constituyen una misma realidad de análisis. Es decir, una red.
Ciertamente el mercado son personas pero también las empresas. Personas
que dirigen, personas que elaboran productos, personas que los compran. Esta
triada, (dirigentes, empleados y consumidores) conforma la realidad de la em-
presa. Su finalidad se encuentra en estrecha relación con el entorno económico
y social del que forma parte, y en el que se desarrolla y ayuda a desarrollar. Em-
presarios, consumidores y empleados son personas con papeles diferentes pero
siempre en constante relación y cambio. El directivo es un empleado, el emplea-
do de una empresa es el consumidor de otra y el consumidor de un producto
trabaja como empleado en un departamento de la Administración pública que
elabora servicios a los que acceden los demás (Quintanilla, 2002).
Todo está relacionado entre sí. Desde esta configuración emerge la empresa en
constante necesidad de conocer la naturaleza de estas relaciones y de integrarse en
ellas. El conocimiento, el rigor, la innovación y la creatividad aparecen como los
medios que la hacen posible. De nuevo la complejidad más compleja, si cabe, si se
tiene presente que todo esto también ocurre mientras se dan los primeros pasos de
una nueva cultura: la cultura de la instantaneidad (Siguán, 1997). Los cambios que
estamos experimentando son tan caóticos y complejos que es muy posible que, de
no mediar la reflexión teórica, así como los argumentos y las discusiones, perdamos
de vista su alcance y significado.
En todo caso y en definitiva podemos constatar que:
cuencia, cada día son más frecuentes y generalizadas las conductas impulsivas:
conductas mostrativas, emocionales, ostentosas y/o conspicuas.
Admitiremos, sin mayor debate, que los productos de alto estatus y prestigio son
pequeños en número y que sólo los pueden adquirir las personas con un alto poder
adquisitivo. No obstante, también, la realidad actual muestra que, por lo general y
para la mayor parte de la gente, los productos consumidos (y no consumidos aun-
que comprados), fueren del tipo que fueren, se compran no sólo por su uso más
práctico y útil sino por el estatus, real o imaginario, con el que ese consumo visible
dota al comprador. Esta situación es relativamente reciente pero se inicia durante
el siglo diecinueve emergiendo en constante y progresivo brío hasta nuestro siglo a
partir de las décadas de mil novecientos cuarenta y cincuenta.
En efecto, a finales del siglo diecinueve surgió en Norteamérica un nuevo
grupo de ricos de la clase media quienes hicieron considerables cantidades de
dinero a través del comercio y la manufacturación. Thorstein Veblen (1857-
1929) estudió esta nueva situación calificándolos como una nueva clase ociosa
que intentaba incluir en sus estilos de vida en las más altas clases de Europa. A
diferencia de los europeos, los ricos norteamericanos expresaban su riqueza a
través de lo que Veblen denominó el consumo conspicuo.
Georg Simmel (1858-1918) también analizó la rápida expansión económica
en Berlín durante el tránsito entre los siglos diecinueve y veinte. Observó que
los berlineses estaban alterando sus patrones de vida viviendo en una nueva cla-
¤ Editorial UOC 201 Capítulo VI. Un nuevo escenario...
se de ambiente (los comienzos de las metrópolis modernas) que afectó a sus mo-
dos de vivir de modo muy significativo (The metropoly and mental life, 1903,
Simmel). La ciudad moderna no era una entidad espacial con consecuencias socio-
lógicas, sino una entidad sociológica que se ha formado espacialmente (Bocock,
1993 citando a Frisbay, 1984, 131). Según Georg Simmel:
“El problema más profundo de la vida moderna viene del reclamo del individuo para
preservar la autonomía de su existencia ante las abrumadoras fuerzas sociales”.
Con Henry Ford esta estrategia se hizo real cuando comenzó a producir en
gran cantidad para grandes masas de familias que pasarían a engrosar las inci-
pientes clases medias. Se pagaron sueldos sensiblemente mejores, resultado de
los nuevos procedimientos de producción, esencialmente la cadena de montaje.
Por primera vez, en Estados Unidos, familias trabajadoras tuvieron acceso a la
compra de un coche o de cualquier otro producto hasta entonces inalcanzable.
La producción de masas emergería para precipitar una nueva forma de consu-
mo: el consumo de masas.
Este proceso se produjo en Estados Unidos entre los años 1880 y 1920, cul-
minando su maduración a mediados del siglo veinte. En este momento el con-
sumo de masas es de importancia cardinal en el capitalismo moderno tanto en
Europa como en Estados Unidos. Según Mason (1999) la renta familiar creció
significativamente, entre 1941 y 1950, en las clases sociales más pobres y des-
afortunadas en un 42%. Mientras que en las segundas familias más desfavoreci-
das se incrementó en un 37% y sólo en las familias por encima del 5% la renta,
tras los impuestos, disminuyó en un 2%. Algo similar ocurrió en España, si bien
más lentamente, entre la década de los sesenta y la de los ochenta (Castillo, 1987;
Alonso y Conde, 1994)
George Katona (1949), tras numerosos debates con los economistas más or-
todoxos que hipotetizaron una disminución del gasto tras la Segunda Guerra
Mundial, pudo comprobar cómo los estadounidenses incrementaron su ten-
dencia a malgastar durante los años 1946 y 1947. Por primera vez la mayor parte
de los ciudadanos tenían la oportunidad de consumir, a tenor de un incremento
constante de sus ingresos, buscando, más allá del valor de su estatus en la nueva
sociedad norteamericana. La sociedad de consumo había hecho su aparición.
Comenzaron, entonces, las primeras investigaciones de mercado que utiliza-
ban sistemas de clasificación con categorías sociales basadas en la ocupación del
hombre cabeza de familia. Las características psicosociales de la demanda, más
precisamente de los demandantes, comenzaron a tener gran relevancia. Desde
entonces las investigaciones de mercados consideran numerosas variables, tales
como los estilos de vida y las actitudes, para identificar segmentos de consumi-
dores con determinados patrones de consumo. Durante la década de los noven-
ta algunos autores (como, por ejemplo, Featherstone, 1991) han señalado que
las clases sociales o los grupos de estatus fijos, en las investigaciones de merca-
¤ Editorial UOC 203 Capítulo VI. Un nuevo escenario...
Las potenciales relaciones entre los consumidores y los puntos de venta han
sido exhaustivamente analizadas, descritas y categorizadas por los especialistas
de la psicología del consumidor y de la distribución comercial. Esta situación
puede explicarse por la combinación de los factores internos y las características
externas de la persona y el producto. Son muy numerosos los factores persona-
les que pueden afectar a las elecciones de los consumidores, tales como el estado
de ánimo, el grado de presión al efectuar la compra y el motivo particular por
el que se recurre al producto (Alonso Rivas, 1997). No obstante, la naturaleza de
esta relación es muy variada y compleja.
Efectivamente, tanto en calidad como en cantidad el consumo viene acre-
centándose desde la década de los años sesenta, y aún más desde la de los ochen-
ta. La mejora en muchos de los índices relacionados con la calidad de vida y/o
el bienestar ha sido pauta predominante de los últimos años. Hoy la mayoría de
los ciudadanos españoles y europeos pueden satisfacer algo más que sus necesi-
dades más elementales. Junto a ello el proceso de compra se ha modificado ha-
¤ Editorial UOC 205 Capítulo VI. Un nuevo escenario...
especializada y competitiva. Éste parece ser el camino que deben seguir las em-
presas para captar y fidelizar a sus clientes.
Sin embargo, estas transformaciones se están produciendo en un nuevo con-
texto relacional de las influencias recíprocas entre el trabajo, el ocio y el consu-
mo. Puede ser que hoy –para mañana será seguro– el quehacer más asiduo y
persistente de los españoles sea la suma del ocio y el consumo. Hasta tal punto
que los límites entre uno y otro no están del todo claros. Un gran centro comer-
cial de la ciudad de Valencia anima a sus potenciales clientes a visitarlo bajo el
lema aproximado “Si no sabes qué hacer o estás aburrido ven a vernos”. Ya no
se trata de ir a comprar, de precios más bajos, de ofertas o de rebajas: si no sabes
qué hacer podrás divertirte viendo cómo consumen los demás y de paso podrás
incorporarte a la corriente general. Niños, adultos y ancianos tienen cada día en
mayor medida como ocupación principal el consumo. Y el proceso no ha hecho
más que empezar.
La necesidad se ha tornado en deseo o en “credideseos”, como anunciaba re-
cientemente una entidad bancaria. Es decir, se puede ir más allá de la mera ne-
cesidad. De manera que en nuestro contexto social más próximo lo esencial ya
no es consumir lo que se necesita, sino comprar lo que se desea. Esta mutación
es de gran envergadura. Las razones son bien variadas, pero algunas destacan so-
bre las demás. Y es que en las últimas décadas hemos alcanzado un razonable
grado de igualdad en lo que al consumo se refiere.
Los españoles, y los europeos en general, nos sentimos, se sienten, bastante
satisfechos con la vida. La mayor parte de los estudios sociológicos lo confir-
man. Desde la década de los ochenta nos hemos integrado en el movimiento
convergente que se ha producido en los denominados países desarrollados. Una
confluencia hacia la sociedad red. Una sociedad con un nuevo esquema de va-
lores en la que, como se advertía más arriba, el deseo está sustituyendo la nece-
sidad. En la que el valor objetivo de las cosas apenas cuenta siendo mucho más
importante su utilidad subjetiva. Es decir, el valor objetivo de las necesidades
queda continuamente superado por la utilidad subjetiva que proporciona la sa-
ciedad del deseo. Este nuevo marco social, político, económico y comercial está
posibilitando la emergencia de hábitos y conductas pautadas por las actividades
del tiempo de ocio, las emocionales y las conductas impulsivas. De todo ello nos
ocupamos a continuación.
¤ Editorial UOC 208 Comportamiento del consumidor
figuran, son las estructuras sociales. Por otro, los procesos de socialización por los que
los seres humanos se integran, incidiendo unos sobre los otros en un mismo es-
pacio adquiriendo y/o transformando valores, creencias y características distinti-
vas personales. En consecuencia, la conducta del consumidor depende de las
estructuras sociales y los procesos que siguen las personas para integrarse en las
mismas.
Los seres humanos priorizan sus hábitos de consumo en función de sus co-
nocimientos, sus habilidades y los procesos de socialización experimentados.
No existe un sólo tipo de consumidor comprando siempre de la misma forma.
Existen distintos grupos de consumidores que compran de diversas maneras.
Esto se da dentro de ciertos márgenes. Pues aun existiendo, o pudiendo existir,
gran número de grupos con características propias y distintivas respecto de
otros grupos, las posibilidades de comprar de una u otra manera son limitadas.
El interés por estudiar aquellas conductas de compra que no concuerdan con
modelos basados en una toma de decisiones razonada y planificada ha recibido
abundante tratamiento teórico e investigador (Bettman, 1980). Es fácil consta-
tar la diversidad de perspectivas, clasificaciones y concepciones. La compra por
impulso, a la que nos referiremos más adelante, puede manifestarse de forma
muy variada pero siempre se caracteriza por la fuerte vinculación emocional en-
tre el consumidor y los productos o servicios que adquiere.
Esta relación emocional se produce bien sea por el estado afectivo (sentimien-
tos negativos o eufóricos), por la situación estimular en sí misma (muchas nove-
dades, o elementos de gran atención para el consumidor), o por la capacidad
que tiene la interacción producto-consumidor de evocar mensajes simbólicos que
se identifican con las creencias, actitudes y valores del consumidor. Así pues, la
conducta de compra emocional se elicita a través de estados afectivos, bien sea
de excitación, tensión, depresión o ansiedad. Estos estados afectivos vienen de-
terminados bien por:
“La elección de productos-servicios se hace más fácil (tanto de modo rutinario como
impulsivamente), ya que un objeto es simbólicamente más armonioso con nuestras
metas, sentimientos y autodefinición que otro producto. La diferencia podría no ser
mucha, ni muy importante en la manufactura de los productos; pero podría ser sufi-
cientemente grande para dictar una dirección constante de preferencia en la indul-
gencia del propio punto de vista”.
“La gente proporciona muchas excusas diferentes para beber: sociabilidad, escapismo, y
pérdida de las inhibiciones son algunas. No nos interesan los valores morales implicados.
La gente bebe, lo ha hecho durante varios milenios y probablemente continuará con ello.
Nuestros estudios nos han demostrado que el beber permite el descubrimiento de una
personalidad diferente en el ser humano. La persona que está ebria realmente dice: ¿Éste
soy yo? No me conocía estas facetas, estas posibilidades diferentes”.
define como la diferencia entre los productos que se espera comprar al entrar en
la tienda con los que realmente se han comprado al salir de ella. Esta ideación
contiene no pocos inconvenientes conceptuales y operativos.
Quizás cuarenta años atrás, sin tanta diversidad de productos y marcas co-
merciales, se pudiera aceptar que el consumidor actuaba racionalmente estable-
ciendo sus preferencias al conocer las marcas y los productos que se ofrecían en
el mercado. Si después de esto aún compraba alguna cosa no planeada, entonces
lo hacía por gusto, por impulso, sin necesidad, lejos de lo coherente. La impron-
ta racionalista tiene aquí una marcada influencia acorde con los modelos eco-
nómicos más ortodoxos.
No fueron, evidentemente, los autores defensores de una postura clásica en eco-
nomía los que advirtieron sobre un aspecto crucial de la cuestión. Serían los autores
críticos de la sociedad de consumo, argumentando de esta manera y mediante estas
preguntas: si no se es lógico –y, por extensión, racional– al comprar ¿de quién es la
responsabilidad? ¿Dónde empieza y acaba la libertad del consumidor?
En la década de los sesenta se responderá a esta cuestión según la polémica so-
bre la potencial capacidad del marketing y la acción comercial de generar necesi-
dades artificiales. Para unos, los economistas ortodoxos, comprar por encima de
lo planificado se explicaba simplemente por las preferencias del consumidor. Si
no era lógico importaba poco, lo fundamental es que las personas obraran libre-
mente. De ser aceptada como cierta, a nadie se le oculta que tal afirmación remue-
ve las bases fundamentales de la economía clásica. Al convertir la no-racionalidad
en un aspecto de la libertad personal se alteraban los principios que regulaban al
hombre económico que, como bien se sabe, configuraron el surgimiento y poste-
rior desarrollo de la economía como disciplina científica (Lea, Tarpy, y Webley,
1987; Quintanilla, 1997).
La solución a este problema la había establecido muchos años antes la escue-
la marginalista austriaca (Quintanilla y Bonavía, 2005). El concepto primordial
fue el de la utilidad marginal que abrió paso a la significación de lo subjetivo: las
personas pueden comprar por encima de lo previsto según la utilidad subjetiva
que otorgan a los productos que adquieren.
Los otros, los economistas críticos, insistieron sobre la capacidad de la acción
comercial y del marketing de generar necesidades artificiales. En consecuencia,
comprar por encima de lo previsto y/o necesario es resultado de la manipulación
que se ejerce sobre los consumidores.
¤ Editorial UOC 219 Capítulo VI. Un nuevo escenario...
ternativas a las previamente planeadas. Puede que, también, realice alguna compra
impulsiva que obviamente no había planificado. Pero no todo lo que compró sin
planificar habrá sido resultado de conductas impulsivas. Puede haber cambiado de
marca, haber visto algo que había olvidado o cambiar el pescado que parece poco
fresco por carne más apetitosa. Lo que se percibe en este ejemplo es que la compra
no planificada puede incluir otras manifestaciones que de soslayarse ocultan nume-
rosas posibilidades investigadoras.
En definitiva, es inadecuado identificar la conducta de compra impulsiva
como la diferencia entre lo que se planifica comprar y lo que realmente se com-
pra. Los primeros especialistas en marketing de la distribución comercial propi-
ciaron esta confusión al concentrar toda su preocupación en el producto, su
visualización, su disposición y la animación en el punto de ventas. En parte,
obraron atinadamente pero sin que las explicaciones teóricas que dieron al res-
pecto fueran las adecuadas.
De hecho, en cierto modo, lo que demuestra la inoperatividad de estos estu-
dios y la elevada atención que recibieron en la literatura científica sobre marke-
ting es consecuencia del supuesto teórico tradicional basado en la conducta
racional de las personas cuando compran o se desempeñan como consumidores.
Hoy ya sabemos que el consumidor en general no establece todas sus compras
previamente, ni lleva la cuenta exacta de todo lo que gasta, ni es tan ingenuamen-
te influenciable que tan sólo colocando un producto en un punto específico del
mostrador lo comprará inevitablemente. El consumidor es bastante más comple-
jo. Desde luego no siempre es racional, lo que no quiere decir, ni mucho menos,
que actúe irracionalmente. Existen otras maneras de abordar esta cuestión.
El bien conocido, y ya clásico, estudio del Instituto de Publicidad en el punto
de compra, (POPA, Point-of-Purchase Advertising Institute; Kollat y Willet, 1969)
sobre cuatro mil consumidores estableció una clasificación en cuatro grupos de
los tipos de compra.
Razón por la cual estos autores piensan que la compra por impulso es con-
suetudinaria. La cuestión estriba en los productos que reciben y la atención por
parte de los consumidores en función de si valen o no la pena.
La compra puede planificarse acorde con las necesidades y expectativas de
un consumidor específico. Lo que ese consumidor difícilmente podrá prever es
lo que encontrará en la tienda o gran superficie a la que irá a comprar. La com-
pra por impulso es una conducta reactiva a una situación estimulante preparada
para provocar una respuesta. Respuesta que en última instancia siempre depen-
derá de la situación emocional y cognitiva de un consumidor específico.
Aunque el interés por estudiar y explicar la compra por impulso parece reciente,
desde los años cuarenta se viene produciendo abundante investigación al respecto,
sin que se haya llegado a conclusiones definitivas, más bien contrariamente. Entre
otras muchas razones porque la línea de progreso de estas investigaciones ha segui-
do siempre un mismo curso excesivamente influido por el modelo racional predo-
minante. Llevando más allá de lo recomendable sus supuestos y principios rectores.
Yendo desde un ambicioso intento por explicar la compra por impulso en diferen-
tes sistemas de distribución hasta la actualidad, en la que, por lo general, se la iden-
tifica, más restrictivamente, con la compra de productos baratos, de bajo riesgo o
de baja deliberación cognitiva (Dubois, 1990).
Ante tal situación se han producido numerosas líneas alternativas y perspecti-
vas de investigación (Hirschman y Holbrook, 1982; Belk, 1986; Gardner y Rook,
1988; Dittmar, 1992). De entre ellas destaca la que pone el énfasis en la conducta
del consumidor y su asociación en la ideación del producto, y no a la inversa como
ha sido lo más frecuente. De manera que no es gratuito asignar al impulso compo-
nentes afectivas cargadas de simbolismo. Frecuentemente el consumidor sigue sus
impulsos como guía de conducta, independientemente de criterios racionales con
criterios cognitivos como son, por ejemplo, la regulación y el autocontrol.
Ciertos abordajes investigadores se basan en el supuesto de que sólo los pro-
ductos de bajo precio son objeto de la compra por impulso, induciendo la idea
de que esta modalidad de compra soporta una baja o nula implicación personal
¤ Editorial UOC 223 Capítulo VI. Un nuevo escenario...
(Assael, 1992). Todo parece apuntar a la idea de que la conducta del consumi-
dor, cuando se trata de conductas de compra por impulso, es impenetrable. El
consumidor es concebido como un factor impredecible en el análisis y la inves-
tigación, lo que ha derivado en el interés de las empresas por centrar su atención
en aquellas dimensiones del proceso de compra que se pueden manejar y con-
trolar. Tal es el caso de la situación o ubicación espacial de los productos, el for-
mato del embalaje (packaging) o el precio, por ejemplo.
En lógica consecuencia, las investigaciones y publicaciones científicas sobre
este tema han seguido un camino similar. Inicialmente, el estudio de la compra
por impulso se consideró un reto importante por ser causa de un amplio por-
centaje de entre las compras diarias. Posteriormente, algunos estudios (Stern,
1962; Kollat y Willet, 1969) reflejaron la incapacidad de explicar este concepto,
abandonando su inclusión en las estrategias de marketing y relegándolo a una
consideración general y poco operativa. En 1969 Kollat y Willet publicaron un
artículo con el controvertido título: ¿Es la conducta impulsiva de compra real-
mente un concepto de utilidad en las decisiones de marketing?
Una respuesta negativa, a nuestro parecer, se fundamenta en conceptos ex-
cesivamente restrictivos y unidireccionales, muy especialmente centrados en las
propiedades del producto soslayando el papel del consumidor. Y, sin embargo,
debería ser poco cuestionable que es éste el que experimenta la compra. La lle-
gada de la sociedad de consumo ha supuesto un cambio radical en nuestras cos-
tumbres. Es cierto. Pero también lo es que nuestros hábitos y estilos de vida han
influido considerablemente en las nuevas formas de consumo. Tal manera de
abordar la cuestión enfatiza el valor de la reciprocidad, aquella que se produce
entre el individuo y la estructura social pero considerando un camino de doble
dirección. Desde esta óptica las conductas de las personas en las decisiones eco-
nómicas son a su vez efectos y resultados.
Tanto la compra impulsiva como la compulsiva tienen un elemento co-
mún: el sentimiento de posesión y de urgencia. A pesar de ello son, en realidad,
bien diferentes pues la segunda se entiende como una conducta patológica y
la otra no. Puede admitirse que mantienen elementos básicos comunes pero
que se extreman en el caso de la compra compulsiva en relación con su senti-
do y finalidad. Efectivamente, los impulsos no contienen necesariamente as-
pectos psicopatológicos o mórbidos.
¤ Editorial UOC 224 Comportamiento del consumidor
“La compra por impulso ocurre cuando un consumidor experimenta una repentina,
poderosa y persistente urgencia de comprar algo inmediatamente. El impulso para
comprar es complejo hedónicamente y podría estimular el conflicto emocional. Aun-
que la compra por impulso tiene tendencia a ocurrir con una baja consideración de
sus consecuencias”.
¤ Editorial UOC 225 Capítulo VI. Un nuevo escenario...
El mismo autor añade que la compra por impulso es más emocional que ra-
cional por eso se tiende a percibir más negativamente, además del sentimiento
asociado de falta de control.
Stern (1962) distingue cuatro tipos de compra por impulso.
Por otra parte, según Loudon y Della Bitta (1993) existen cinco aspectos
caracterizadores de la compra por impulso:
“La literatura de diagnóstico psiquiátrico parece que clasifica esta conducta como
adictiva más que compulsiva, ya que no muestra el signo de diagnóstico clave de las
compulsiones de control externo de la conducta contra la voluntad del propio indi-
viduo”.
Este mismo autor se decanta por una concepción de la adicción que se basa
en la elicitación de conductas habituales que, a menudo, se asocian con una
fuerte urgencia de realizar una acción y que conllevan sentimientos de falta de
control o de control limitado. Efectivamente, la conducta de ir de tiendas, como
cualquier otra conducta de compra, es potencialmente adictiva y esto supone
que el consumo adictivo no es cualitativamente diferente de las conductas de
compra más naturales, sino que se ubica en el continuo que transcurre desde lo
inusual, pasando por lo frecuente, hasta la reiteración sostenida.
Incluso durante la década de los ochenta no hay un consenso claro respecto
al concepto y su operatividad. King (1981) define la compra compulsiva como
una manía patológica que surge de un fenómeno psicosocial tal como un senti-
miento generalizado de alienación y debilidad de la autoestima. Su sintomatología
es similar a otros fenómenos adictivos, como el alcoholismo o la toxicomanía, sien-
¤ Editorial UOC 228 Comportamiento del consumidor
Del mismo modo, Valance, d’Astous y Fortier señalan tres variables que la
delimitan: la activación emocional, el control cognitivo y la conducta reactiva.
De tal suerte que:
“La diferencia con la compra impulsiva se centra en el proceso cognitivo global que
lleva a una persona a asociar un rápido ajuste de su desequilibrio afectivo en el acto
de la compra”.
Por estas razones muchos autores como Belk (1985) piensan que, además de
psicológico, la compra compulsiva es un fenómeno ambiental y cultural. En
este punto hay una conexión clara con lo expuesto anteriormente en anteriores
apartados en lo referente a la compra conspicua, el postmaterialismo y la compra
de símbolos. Por ello, como comentan Valance, d’Astous y Fortier (1988) es muy
posible que el comprador compulsivo no busque la posesión real de los bienes,
¤ Editorial UOC 229 Capítulo VI. Un nuevo escenario...
sino la acción que se deriva de la compra misma, lo que resulta en una depen-
dencia psicológica con respecto a la actividad de la compra (véase la figura 6.2).
de comprar, a la que sigue cierto alivio temporal de la tensión pero que más
tarde conlleva importantes problemas conyugales, familiares y personales, así
como dificultades financieras. Estos autores parecen coincidir en la opinión
casi generalizada, o cuanto menos más común, de que suele afectar mucho
más a las mujeres. Se asocia con la depresión, los desórdenes de la imagen cor-
poral, el abuso de alcohol y otras drogas y los trastornos de la personalidad (de
la Gándara, 1996)
Como ya hemos advertido, tanto la compra impulsiva como la compulsiva,
siendo cosas distintas, mantienen aspectos comunes. En primer lugar su dimen-
sión más básica y molar: el impulso que inicia la acción del sujeto. En segundo
lugar, ciertas variables psicológicas, como la autoestima y el autocontrol, se aso-
cian dirigiendo el proceso de compra propiciando ciertas consecuencias que
fluctúan grandemente.
Efectivamente, las investigaciones sobre la compra compulsiva se han dirigi-
do a estudiar sus consecuencias más severas sobre los consumidores, de entre las
que destacan dos grandes líneas de investigación:
Sin que esté en nuestro ánimo una generalización imposible, podemos afir-
mar que se han interesado por lo primero sociólogos, psicólogos sociales y an-
tropólogos y por lo segundo psiquiatras y psicólogos clínicos.
La compra compulsiva y/o patológica se caracteriza por los siguientes criterios:
“La característica esencial de los desordenes del control del impulso es el fracaso a resistir
un impulso o tentación para llevar a cabo un acto que es perjudicial para la persona
u otros. El individuo siente una creciente tensión o arousal antes de cometer el acto
y entonces experimenta placer, gratificación o alivio al tiempo que lo realiza. Poste-
riormente al acto puede o no arrepentirse, reprocharse o sentirse culpable”.
Bibliografía
Bibliografía general
Alonso, J. (2004). Comportamiento del consumidor (5.ª ed.). Madrid: Esic Editorial.
Assael, H. (1999). Comportamiento del consumidor (6.ª ed.). México: International Thomson
Editores.
Dubois, B.; Rovira, A. (1998). Comportamiento del consumidor. Comprendiendo al
consumidor (2.ª ed.). Madrid: Prentice Hall.
Martínez, J.A. (1999). El comportamiento del consumidor de cítricos: naranjas y mandarinas.
Valencia: Conselleria d’Agricultura, Pesca i Alimentació.
O’Shaughnessy, J. (1989). Por qué compra la gente. Madrid: Díaz de Santos.
Capítulo I
Capítulo II
Bearden, W.O; Etzel, M.J. (1982). “Reference group influence on product and brand
purchase decisions”. Journal of Consumer Research (vol. 9, núm. 2, págs. 183-194).
Berenguer, G.; Mollá, A.; Pérez, P.; Cánovas, P. (2001). “Los adolescentes como
consumidores: la familia como agente de socialización”. Estudios sobre consumo
(núm. 58, págs. 35-46).
Borrás, V. (1998). El consumo, un análisis sociológico. La estructura del consumo y los grupos
sociales en la región metropolitana de Barcelona. Barcelona: Cedecs.
Bree, J. (1993). Los niños, el consumo y el marketing. Barcelona: Paidós.
Dubois, B.; Rovira A. (1998). Comportamiento del consumidor. Comprendiendo al consumidor.
Madrid: Prentice Hall.
Fernández, J. (2002). El consumidor adolescent, Televisió, marques i publicitat. Bellaterra
(etc.): Universidad Autónoma de Barcelona / Universidad Jaume I / Universidad Pompeu
Fabra / Universidad de Valencia, servicios de publicaciones.
León, J.L.; Olabarría, E. (1991). Conducta del consumidor y marketing. Barcelona: Deusto.
Malinowski, B. (2001). Los argonautas del Pacífico Occidental. Barcelona: Península.
Morales, J.F. (coord.) (1999). Psicología Social. Madrid: McGraw-Hill.
Solomon, M.R. (1997). Comportamiento del Consumidor. México: Prentice Hall.
Capítulo III
Briñol, P.; Sierra, B.; Falces, C.; Becerra, A.; Froufe, M. (2000). “La eficacia relativa
del efecto de mera exposición y del condicionamiento clásico en la formación de
preferencias”. Psicothema (vol. 12, núm. 4, págs. 586-593).
Loudon D.L.; Della Bitta, A.J. (1995). Comportamiento del Consumidor. Conceptos y apli-
caciones. México: McGraw-Hill.
Morales, J.F. (coord.) (1999). Psicología Social. Madrid: McGraw-Hill.
Pinillos, J.L. (2002). Principios de psicología. Madrid: Alianza.
Sierra, B.; Froufe, T. (2000) “Publicidad y conducta del consumidor. Inducción condi-
cionada de las preferencias”. Distribución y Consumo (núm. 51, págs. 109-118).
Solomon, M.R. (1997). Comportamiento del Consumidor. México: Prentice Hall.
Woodruff, R.B.; Gerdiel, S.F. (1996). Know your customer: new approaches to understanding
customer value and satisfaction. Cambridge: Blackwell.
Capítulo IV
Alonso, J. (2004). Comportamiento del consumidor (5.ª ed.). Madrid: Esic Editorial.
Blackwell, R.D.; Miniard, P.W.; Engel, J.F. (2002). Comportamiento del consumidor
(9.ª ed.). Madrid: Thomson-Paraninfo.
Dubois, B.; Rovira, A. (1998). Comportamiento del consumidor. Comprendiendo al consu-
midor (2.ª ed.). Madrid: Prentice Hall.
¤ Editorial UOC 235 Bibliografía
Capítulo V
Capítulo VI
Alba Rico, S. (1995). Las reglas del caso. Apuntes para una antropología del mercado. Barcelona:
Anagrama.
Alonso Rivas, J. (1997). Comportamiento del consumidor. Madrid: Esic Editorial.
Alonso, L. E.; Conde, F. (1994). Historia del consumo en España. Madrid: Debate.
Ariño, A. (2000). Sociología de la cultura. La construcción simbólica de la sociedad. Barcelona:
Ariel Sociología.
Assael, I. (1992). Consumer Behavior and Marketing Action. Boston/Nueva York: PWS-Kent
Publishing Company.
Baudrillard, J. (1970). La Société de Consommation. París: Gallimard.
Belk, R. W. (1974). “An exploratory assessment of situational effects in buyer behavior”.
Journal of Marketing Research (núm. 11, pág. 156-163).
Belk, R. W. (1985). “Materialism: Traits Aspects of Living in the Material World”. Journal of
Consumer Research (núm. 12, pág. 265-280).
Belk, R. W. (1986). “Art versus science as ways of generating knowledge about mate-
rialism”. En: D. Brimberg; R.J. Luzt. Perspectives on methodology in consumer research
(pág. 3-36). Nueva York: Springer Verlag.
Belk, R. W. (1988). “Possessions and the extended self”. Journal of Consumer Research
(núm. 15, pág. 139-168).
Berenguer, G.; Gil Saura, I.; Molla Descals, A. (1991). “Análisis del comportamien-
to del consumidor: la compra impulsiva”. Actas de los III encuentros de profesores uni-
versitarios de Marketing (pág. 239-260). Salamanca.
Bettman, J.R. (1979). An Information Processing Theory of Consumer Choice. Addison-
Wesley.
Bettman, J.R.; Park, C.W. (1980). “Effects of Prior Knowledge and Experience and
Phase of the Choice Process on Consumer Decission Processes: A Protocol Analysis”.
Journal of Consumer Research (núm. 7, pág. 234-248).
Bocock, R. (1993). Consumption. Londres: Routledge.
Castells, M. (1997-98). La era de la información. La sociedad red. Madrid: Alianza Editorial
(3 tomos).
Castillo, J. (1987). Sociedad de consumo a la española. Madrid: Eudema.
Cathelat, B. (1985). Styles de vie. Cartes et portraits. París: Les Editions D’Organizations
(2 tomos).
Collard, D. (1978). Altruism and Economy. Oxford: Martin Robertson.
Calomarde, J.V. (2000). Marketing ecológico. Madrid: Pirámide-Esic.
Cox, J.; Dittmar, H. (1995). “The functions of clothes and clothing (dis)satisfaction:
a gender analysis among British students”. Journal of Consumer Policy (núm. 18,
pág. 237-265).
D’Astous, A. (1990). “An inquiry into the compulsive side of normal consumers”. Jour-
nal of Consumer Policy, 13, 15-31.
Darden, D.; Darden, W.; Kiser, G.E. (1981). The Marketing of Legal Services. Journal of
Marketing (núm. 45, pág. 123-134).
De la Gándara, J. (1996). Comprar por comprar. Madrid: Cauce Editorial.
¤ Editorial UOC 237 Bibliografía
Dichter, E. (1947). “Psychology in market research”. Harvard Business Review (núm. 25,
verano, pág. 432-443).
Dichter, E. (1964). Handbook of consumer motivation: the psychology of the world of objects.
Nueva York: McGrw-Hill Book Company, Inc.
Dittmar, H. (1992). The social psychology of material possesions. Exeter: Harvester
Wheatshef. St. Martin’s Press.
Dittmar, H.; Beattie, J.; Friese, S. (1995). “Object, decision consideration and self-
image in men’s and women’s impulse purchases”. IAREP Conference, Bergen,
Norway.
Dubois, B. (1990). Comprendre le consommateur. París: Dalloz.
Elliot, R. (1994). “Addictive consumption: function and fragmentation in postmoder-
nity”. Journal of Consumer Policy (núm. 17, pág. 159-179).
Elster, J. (1998). Emotions and Economic Theory. Journal of Economic Literature (vol. XXXVI,
pág. 47-74).
Faber, R.J.; O’Guinn, T.C.; Krych, R. (1987). “Compulsive consumption”. En:
Wallendorf; Anderson, Advances in Consumer Research (núm. 14, pág. 132-135).
Faber, R.J.; O’Guinn, T.C. (1992). “A clinical screener for compulsive buying”. Journal
of Consumer Research (núm. 19, pag. 459-469).
Featherstone, M. (1991). Consumer Culture and Postmodernism. Londres: Sage Publica-
tions.
Ferrater Mora, J. (1991). Diccionario de Filosofía. (4 tomos). Barcelona: Círculo de Lectores.
Frank, H. (1992). Microeconomía y conducta. Madrid: McGraw-Hill.
Galbraith, J.K. (1996). Una sociedad mejor. Las letras de Drakontos. Barcelona: Crítica.
Gálvez, A.; Quintanilla, I. (1997). Pobreza y desigualdad. Valencia: Promolibro.
Gardner, M.P. (1985). “Mood States and Consumer Behavior: a critical review”. Journal
of Consumer Research (núm. 12, pág. 281-300).
Gardner, M.P.; Rook, D. (1988). “Effects of impulsive purchase on consumers’ affective
states”. En: Houston (ed.). Advances in Consumer Research (núm. 15, pág. 127-130).
Gil Juárez, A.; Feliu i Samuel-Lajeunesse, J. (2004) (coord.). Psicología económica y
del comportamiento del consumidor. Barcelona: Editorial UOC.
Hirschman, E. (1989). Intepretive Consumer Research. Ed Assocition for Consumer Research.
USA.
Hirschman, E.; Holbrook, M. (1982). “Hedonic Consumption: Emerging Concepts,
methods and propositions”. Journal of Marketing (núm. 46, pág. 92-101).
Holbrook, M.B. (1986). “Emotion in the Consumption Experience: Toward a New Mo-
del of the Human Consumer”. En: The Role of Affect in consumer Behavior: Emerging
Theories and Applications (pág. 17-52).
Inglehart, R. (1991). El cambio cultural en las sociedades industrializadas modernas. Madrid:
Siglo XXI, Centro de Investigaciones Sociológicas.
Kahneman, D.; Tversky, A. (2000) (eds.). Choices, Values and Frames. Nueva York:
Cambrige University Press and the Russell Sage Fundation.
Kahneman, D.; Frederick, S. (2002). “Representativeness revisited: Attribute subs-
titution in intuitive judgment”. En: T. Gilovich; D. Griffin; D. Kahneman (eds.).
Heuristics and Biases: The Psychology of Intuitive Judgment. Nueva York: Cambridge
University Press.
¤ Editorial UOC 238 Comportamiento del consumidor