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El Domador de palabras

María Mendoza
El Domador
de palabras
María Mendoza

Derechos Reservados
03-2016-082212323600-01
Ciudad de México 2016
El Domador de palabras. ®
Autor: María Elena Mendoza Alvarez.
Ilustraciones: Ahuizotl David Gutiérrez Castillo.
Para ser un Domador de palabras antes
hay que ser un aprendiz de domador; y
para lograrlo hay que cumplir con tres
requisitos: leer como mínimo tres libros
de cuentos, amar la escritura y ganar un
trofeo viviente.

Un trofeo viviente es conocido también


como planta de la paciencia y es el pase
oficial de aceptación para ser aprendiz.
Para conseguir un trofeo viviente hay
que ganar una competencia durante el
verano organizada cada nueve años por
el Domador de palabras de la región, él
se encarga de colocar un cartel y repartir
volantes invitando a todos los niños que
quieran ser aprendices para que asistan
con sus familias a un picnic a la orilla del
río más cercano.

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Una vez ahí, el domador les pide a los
niños participantes que elijan al azar, con
los ojos cerrados, nueve piedras en nueve
segundos como lo dicta la tradición de los
domadores desde hace cientos de años. Los
niños tendrán que apilar las piedras sin que
se les caigan en menos de nueve minutos,
mientras los gritos de sus mamás aumentan
el nerviosismo de toda la concurrencia.

Los niños que se quejen, griten,


digan groserías, lloren, hagan caras o
se enfurezcan durante la competencia
son descalificados automáticamente. El
ganador recibe una maceta de oro llena de
puntos suspensivos y nueve minúsculas:
dos a, una e, dos i, dos c, una n y una p; las
cuales deberá sembrar entre los aplausos y
sonrisas del público.

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La ceremonia termina cuando el
Domador de palabras coloca las nueve
piedras del ganador adentro de la maceta
de oro, dejando un espacio en el centro.
El nuevo aprendiz adquiere entonces su
primer responsabilidad: cuidar a su planta
durante todo el entrenamiento, ya que de
ella nacerán las primeras letras que tendrá
que aprender a domar.

La primera lección de un aprendiz de


domador es la paciencia. Hay que esperar
diecinueve días para que crezca su planta
y otros nueve más para que comience
a dar letras; durante todo este tiempo
tiene que observar en silencio el trabajo
del Domador, tomar notas y alimentar a
su planta con pensamientos positivos y
sonrisas para que no se marchite.

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El Domador de palabras no usa la fuerza
ni el castigo contra las letras como podría
pensarse si se le compara con un Domador
de leones, en realidad su trabajo se parece
más al de un hipnotizador; consiste en
dirigir y coordinar a un gran desfile de
palabras, cuidar que no se dupliquen, que
no se salgan del tema y que no se distraigan
entre sí, cantando cacofonías.

Las comas, puntos, guiones y paréntesis


sirven como semáforos y señales de
tránsito; les dicen a las palabras dónde
detenerse y cuándo hacer un descanso
o reflexión, son muy importantes para
el desfile porque evitan que las letras
choquen o se salgan de contexto. Si no
están colocados estratégicamente el texto
se vuelve un desorden, las palabras se

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revuelven, confunden su lugar y se forma
un laberinto sin sentido.

Para darle de comer a las letras hay que


pensar mucho porque comen todo tipo de
ideas: locuras, recuerdos, tonterías y ¡hasta
chistes! Entre más originales sean las ideas
con las que las alimenten, más brillantes
se vuelven las palabras y por consecuencia
también las historias que forman, que a
veces parecen espejos, otras, árboles de
navidad con letras parpadeando como
foquitos. Si un día no se le ocurre ninguna
idea al aprendiz o al Domador, pueden
darles de comer lo que hayan soñado la
noche anterior y así quedarán satisfechas.
Es por eso que los domadores acostumbran
tener un diario de sueños desde que son
aprendices.

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Las vocales son las más pegajosas y
desordenadas de todas las letras por eso
requieren de un entrenamiento extra para
alinearlas con las consonantes y formar
juntas palabras firmes, bien armadas,
oraciones hasta lograr que se conviertan en
una carta, un cuento o cualquier historia.

Los acentos son muy tímidos y siempre


se esconden o se escapan volando, hay que
entrenarlos para que al silbar regresen a su
lugar, donde se les necesita.

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Los signos de interrogación y
admiración son hipocondriacos y muy
temperamentales, les encanta llamar la
atención y bailar. También son escasos, en
promedio crecen dos o tres pares al año en
cada planta de la paciencia.

Un aprendiz se convierte oficialmente en


Domador cuando su corazón se siente
preparado para dictarle cómo dirigir su
primer desfile de palabras; para la mayoría
sucede a los doce o trece años, cuando se
enamora por primera vez.

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