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CAPITULO 4.

PSICOLOGÍA SOCIAL CONTEMPORÁNEA

Las posturas de la psicología social contemporánea no desconocen la importancia


y relevancia de los aportes teóricos de la psicología social y la psicología de los
grupos, consolidados a lo largo del siglo XX. Son un incuestionable referente de
las tendencias del comportamiento, en la mutua influencia entre individuo y grupo,
ya que cada uno de los conceptos que componen estas subdisciplinas,
estandarizados a nivel mundial, requirieron de experimentos en los que se
cuantificó el comportamiento de miles de personas (Norteamericanas y europeas),
ratificando dichas tendencias en el comportamiento.

Ahora bien, partiendo de un paradigma socio constructivista, acorde con las


posturas epistémicas de la psicología social contemporánea, se debe partir del
reconocimiento de los múltiples contextos y por ello, se las múltiples realidades y
la subjetividad de los grupos, las culturas y sus entornos.

Siguiendo estos postulados, es necesario en la interacción con grupos, realizar


investigaciones previas sobre las condiciones culturales, sociales, económicas del
contexto particular; conocer además las representaciones sociales del grupo frente
a su propia dinámica, como conciben su mundo y cómo conciben la relación con el
otro, los otros.

Las tendencias del comportamiento, consolidadas a través de conceptos en la


psicología social y la psicología de los grupos son un referente, un punto de
partida muy valioso pero necesita de una contextualización del grupo al que se
desea conocer y con el que se espera interactuar y acompañar.

Esta es la invitación que nos hace la psicología social contemporánea. No se trata


de diagnosticar un grupo, únicamente basándonos es los referentes teóricos
clásicos de la psicología social y de grupos. Bajo este paradigma, la unicidad, la
subjetividad e la intersubjetividad tienen un valor fundamental que guía la ruta de
acompañamiento en el rol de psicólogos, porque lo que se espera al final, es que
el grupo, la comunidad, pueda reconocerse como un colectivo que los distingue de
los demás, con unas representaciones sociales particulares, con fortalezas y
debilidades, con unas necesidades propias que requieren ser identificadas y
reconocidas por el mismo colectivo que orienten la ruta de las acciones, que fije el
derrotero en la búsqueda de su “desarrollo” y su empoderamiento.

A continuación encontrarán las construcciones teóricas más relevantes de este


nuevo enfoque, que representan la construcción epistémica de la psicología social
en América latina.
Lección 1. Una psicología para el cambio.
Tomado de EPISTEMOLOGÍA DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL. López. Hiader. Fundación Universitario
Luis Amigó.2008[AV1]

Para Berger y Luckman (1968), dos autores ya clásicos en la discusión ontológica


y epistemológica en las ciencias sociales, la sociedad debe entenderse en
términos de un continuum, es decir, implica un abordaje procesual, que tiene en
cuenta una concepción dialéctica del proceso, determinado por tres componentes
básicos:

1. La externalización.

2. La Objetivación.

3. La Internalización

Estos momentos no son lineales, sino simultáneos, coexistentes y multi


determinantes de la sociedad y cada uno de sus dimensiones constituyentes.

En medio de esta concepción, no se puede afirmar que el individuo nazca


miembro de una sociedad, lo que sí se puede pensar es que traiga consigo una
predisposición hacia la misma, lo que le asegurará muy probablemente una
vinculación efectiva posteriormente. Para ello, el individuo es motivado
dialécticamente a participar de la dinámica de la sociedad a partir del proceso de
internalización, que bien puede propiciar dentro del proceso de comprensión de
los semejantes, desde la aprehensión del mundo en cuanto realidad significada y
social. Esta internalización no es un esfuerzo individual de representación que
hace cada individuo en sí, es más bien, un resultado del proceso de interacción y
participación con los otros.

De esta manera, la identidad no es identidad en sí mismo aislado, sino un lugar


dentro de un mundo determinado. Es a partir de este proceso dialéctico que el
individuo se adjudica un lugar en el mundo. Esta posición de Berger y Luckman
(1968), se diferencia, por ejemplo, de lo planteado por Torregrosa (1982), quien
señala que la identidad es identificación.

Para este autor, sólo es posible a partir de los otros tener noticia inaugural de
quiénes somos. De esta forma, la realidad de nuestra identidad personal no es
nuestro cuerpo, en el que obviamente tiene que apoyarse, sino las relaciones
específicas con que hemos estado respecto de los otros. Podemos concluir que
desde esta perspectiva que plantea el módulo, la individualidad personal y su
identidad son una construcción social, una realidad social.

Las representaciones sociales son otro concepto fundamental en el marco de la


discusión del presente módulo, aunque no sea la pretensión del mismo,
profundizar sobre aspectos de orden conceptual, los cuales son temáticas de
módulos como el de psicología social. Las representaciones sociales dan cuenta
de una forma de pensamiento social, que en términos prácticos traen consigo una
orientación hacia la interacción comunicativa, la compresión y apropiación de su
ambiente psicosocial en sus dimensiones objetivas y subjetivas. Moscovici (1976),
un autor representativo en medio de la discusión sobre las representaciones
sociales, plantea la existencia de tres condiciones para calificar el carácter de
social de una representación, dado que el término representación no es de
exclusividad de la tradición en psicología social, pues existe suficiente información
sobre el carácter representacional asignado a la metáfora explicativa de la
psicología cognitivo informacional beckiana. Las tres condiciones mencionadas
son: 1. La colectivización en la naturaleza ontológica. Metodológicamente hace
referencia a la adopción de un criterio cuantitativo. 2. La consideración de la
representación social como expresión de una organización social. Hace mención
de un criterio de producción. 3. Que obedezca a un análisis de su contribución al
interior de un proceso de formación y orientación de las conductas y
comunicaciones sociales. Esta condición obedece a un criterio funcional.

A partir de la noción de representación social, se integran en psicología social


conceptos tales como actitud, atribuciones, estereotipos, percepción social e
imagen, entre otras, logrando una propuesta integradora y contemporánea en
psicología social.

En el marco de la tradición de la psicología social latinoamericana, aparece el


trabajo del psiquiatra argentino, Pichón Riviere, quien aporta a esta tradición su
Teoría del Vínculo, donde define éste como la manera particular de un sujeto de
relacionarse con otro, es decir, hace mención a la creación de una estructura de
relación particular, caso por caso y contextuada, referida a la tarea propiamente
dicha. Con base en su soporte en teoría y clínica psicoanalítica, hace referencia a
una relación de objeto propiamente dicho. Sus características dan cuenta de un
continuum dinámico en su estructura y función. (LÓPEZ, 2002).

Dentro de este orden de ideas, el concepto de vínculo es instrumental en


psicología social, el cual se define estrictamente en una lógica operativa. De esta
manera el vínculo siempre se refiere a un vínculo en relación, es decir en contexto
social, emparentando con conceptos ya clásicos de la psicología social, tales
como, rol, status e interacción simbólica.
Lección 2. La psicología social crítica.
Tomado de EPISTEMOLOGÍA DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL. López. Hiader. Fundación Universitario
Luis Amigó.2008[AV2]

Esta propuesta psicosocial, ha trabajado arduamente teniendo en cuenta los


aspectos propios de la sociopolítica y la socio economía, ha recibido aportes de
los movimientos emanados de los trabajos de la Escuela de Frankfurt, y muy
especialmente, las perspectivas emancipatorias habermacianas. Esta psicología
social se torna en una psicología política propiamente dicha.

Se expresa como un movimiento o paradigma que atraviesa el modernismo tardío


y abre las puertas al postmodernismo construccionista.

Al respecto, Keneth Gergen (1988), sostiene que el postmodernismo se entiende


desde:

La construcción discursiva de la materia de estudio. Es a través del discurso


científico que se construye la materia que se estudia.

El interés por entender las circunstancias históricas donde tiene lugar la


producción científica.

La verdad es el parámetro de la modernidad, la búsqueda de la verdad no tiene


sentido, puesto que la relativización de la realidad se entiende mejor a través del
discurso y la retórica narrativa. La característica distintiva de la postmodernidad es
el lenguaje.

La observación no es quien genera la comprensión, en la epistemología


postmoderna, el sujeto no está sujeto a la naturaleza de la observación.

El paradigma reinante no es el positivismo sino la complejidad.

Otra expresión contemporánea es la psicología social latinoamericana, la cual ha


promovido un cambio hacia una disciplina dinámica y en transformación. La
psicología social latinoamericana plantea una articulación y una crítica a la
relación teoría y práctica en psicología social. (CRUZ, 1990) (MARÍN, 1975)
(MONTERO, 1991).
Lección 3. Psicología social latinoamericana
Tomado de EVOLUCIÓN Y TENDENCIAS ACTUALES DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL EN AMÉRICA
LATINA. Montero, M. 1993. Universidad Central de Venezuela[AV3]

El inicio académico de la Psicología Social en América Latina puede fijarse, para


la mayor parte del continente en la década del 50, surgiendo conjuntamente con la
creación de la mayor parte de las Escuelas de Psicología y con el reconocimiento
de la necesidad social de la profesión. En efecto, en 1952 se funda la primera
escuela de Psicología de Cuba (Universidad Católica de Sto. Tomás de
Villanueva); en 1953 aparece la primera en Brasil; en 1954 la primera de
Venezuela (Universidad Central) y ya para inicios de la década del 60 (en 1962
aparece la primera en Chile y poco tiempo después se funda la primera del Perú),
la disciplina está firmemente implantada en la mayoría de las universidades
latinoamericanas, si bien en algunos países (Costa Rica, por ejemplo), ello no
ocurre sino hasta los años 70 (Dobles, 1989).

Como ya se ha dicho antes (Casañas y otras, 1984; Montero, 1989), esta


Psicología se caracteriza mayormente por su carácter dependiente y meramente
reproductor de teorías, métodos y temas de estudio en boga en los EE. UU.
(principalmente) y Europa; si bien hay ya en los años 50 el principio de una línea
de investigación que ha probado ser sumamente fructífera en América Latina: el
estudio de los efectos de la cultura sobre el comportamiento y sobre la identidad
social de los habitantes de estas regiones, y a su vez, la relación entre esa
identidad, condiciones estructurales y conciencia social, que se transformará en
los años 70 en una fuente de producción de conocimiento estrechamente ligada al
propio desarrollo de la subdisciplina.

Pero aún antes de la creación de las escuelas de Psicología, ya algunas cátedras


de Psicología Social existían como asignaturas en otras carreras universitarias:
educación, periodismo en Cuba (Casañas y otras, Op. Cit.), economía en Brasil
(Ribeíro de Almeida, S.f.). Y el interés por el nivel psicosocial de explicación de
muchos fenómenos sociales y psicológicos está presente desde mediados del
siglo pasado, en ese campo a veces un poco impreciso que luego se delimitó en
diferentes ciencias sociales: antropología, sociología, politología, Psicología
Social. Así, en 1841, en su Resumen de la Historia de Venezuela, Rafael María
Baralt dedicaba un capitulo al tema del carácter nacional usando argumentos que
volveremos a encontrar a fines del siglo XIX en Le Bon; igualmente en algunos de
los positivistas latinoamericanos que escribieron a principios de siglo se puede
encontrar capítulos referentes a la Psicología Social de los pueblos. Y en 1916
Arthur Ramos, en Brasil, publicaba una obra titulada
Introducción a la Psicología Social, pionera de los libros de texto latinoamericanos
en esta disciplina. Pero transcurrirán cincuenta y cuatro años antes de que
aparezca otra obra equivalente, la de Rodrígues (1972, otro brasileño, seguida en
1976 por la de Salazar y otros en Venezuela).

Es decir, que se necesitaron veinte años de trabajo sistemático a partir de la


creación de escuelas de Psicología y de departamentos de Psicología Social; más
el establecimiento de líneas de investigación con la consiguiente producción ligada
a ellas; la formación y egreso de varias promociones de psicólogos y el
entrenamiento en la práctica docente e investigativa, para que la Psicología Social
latinoamericana empezase a producir medios de estudio surgidos de su propio
seno. Hasta ese momento (y todavía hoy la práctica se mantiene en muchos
centros académicos), la formación psicosocial se hacía exclusivamente a través
de textos producidos casi siempre en los EE. UU. La Psicología Social estudiada
era fundamentalmente la que esos textos presentaban; desde su perspectiva se
analizaban los problemas de estudio, muchas veces también determinados por la
influencia teórica y metodológica que de esos manuales se desprendía, cuando no
directamente tomados de ellos.

Una segunda característica que marca los inicios de la Psicología Social es que, y
ello parece inevitable, quienes comienzan a desarrollar una práctica psicosocial
sistemática en muchos casos se habían formado en centros académicos
estadounidenses y europeos, o bien debían su entrenamiento básico a ciencias
afines: Sociología, Antropología, Filosofía, incluso Medicina. Esto supone por una
parte la importación, a veces acrítica (hay algunas excepciones) de modelos,
teorías, métodos y áreas de interés, y, por otra parte, sesgos provenientes de esas
disciplinas de origen, que si bien aportaban enfoques de interés, en lugar de
complementar, durante algún tiempo ocuparon el puesto que debía corresponder a
tendencias y perspectivas surgidas dentro de la propia Psicología Social.

Pero como ya he dicho, algunas excepciones hay a esta configuración ajena del
objeto de estudio. Las investigaciones relativas a autoimágenes y heteroimágenes
de los miembros de la propia cultura, así como de otras; los estudios sobre
estereotipos nacionales, que luego darán lugar a trabajos sobre los aspectos
psicosociales del nacionalismo y la identidad social y nacional en particular; que si
bien se inician marcados por el uso de modelos teóricos y metodológicos
provenientes de otros ámbitos, pasarán más tarde a desarrollar sus propios
modelos y a un uso crítico y selectivo de teorías y métodos.

Que sea esa línea de investigación la que primero adquiera una definición y
configuración propias no es casual. En efecto, si se toma en cuenta la cantidad de
obras relativas a la definición identificatoria del «carácter nacional», de la
«Psicología de los pueblos americanos», es comprensible este desarrollo. Una
vasta literatura de carácter sociopolítico y antropológico sirve de marco a este tipo
de estudios. Muchas de esas obras fueron los textos que para bien o para mal
orientaron la educación básica en nuestros países. Desde México hasta Argentina
puede decirse que cada país latinoamericano ha tenido en algún momento de su
existencia como nación uno o varios momentos de reflexión sobre esa
problemática, con la consiguiente producción de tratados al respecto.

Tal literatura configura una protopsicología social, en la medida en que nociones


tales como las de actitud, valores, creencias, imágenes, mentalidades y patrones
sociales de conducta son tratadas en ellas en un nivel eminentemente psicosocial,
ora histórico, ora filosófico, y lo psicológico es presenta como una derivación
natural de la fundamentación desarrollada en esas obras. Al mismo tiempo, esa
literatura muchas veces constituyó la expresión ideológica con la que se pretendió
explicar el desarrollo frustrado de las naciones latinoamericanas, por comparación
con modelos europeos y con el paradigma estadounidense.

Fases en el desarrollo de la Psicología Social en América Latina

Si los inicios de la Psicología Social están marcados por la dependencia teórica y


metodológica y sus antecedentes por el carácter ideologizado de la perspectiva
adoptada, esta situación comenzará a caminar a mediados de la década del 70.
Una visión de conjunto del devenir de la subdisciplina en América Latina permite
distinguir las siguientes fases en su evolución:

1. Fase de una protopsicología social, correspondiente a los antecedentes. Más


que de una Psicología Social propiamente dicha se debe hablar aquí de un
pensamiento de carácter sociopsicológico, difuso, muchas veces ideologizado,
que cumple una función justificatoria para regímenes autoritarios, para políticas de
inmigración y, en general, para el desarrollo de una conciencia e identidad social
de carácter dependiente. Esta fase tiene sus primeras expresiones a mediados del
siglo pasado y produjo una abundante bibliografía durante toda la segunda mitad
del mismo y la primera del actual.

2. Fase de constitución y afirmación sistemática de la subdisciplina.


Correspondiente a la implantación científica de la Psicología Social y a la creación
de un nicho académico para la misma, no solo en ciencias afines sino dentro de la
enseñanza e investigación psicológicas per se. Esta es la fase dominante durante
la década del 50 y principios de los años 60.

3. Fase de consolidación de la psicología Social como disciplina académica y a la


vez de reproducción dependiente de conocimientos producidos fuera del ámbito
latinoamericano. Durante esta fase predomina una producción de conocimientos
psicosociales marcada por la adopción acrítica de teorías y métodos surgidos en
otras latitudes y por la desvinculación entre los problemas estudiados y la realidad
social en que esos estudios se producen. Y a la vez, esta dependencia típica del
carácter periférico de nuestros países, está marcada por el retraso informativo. Se
siguen los modelos implantados desde fuera, pero siempre a la zaga. Se adoptan
las teorías largo tiempo después que han sido entronizadas en los centros de
producción del conocimiento y muchas veces cuando ya comienzan a ser
superadas por nuevas propuestas, haciendo que la actividad realizada en nuestros
países sea obsoleta desde su nacimiento, limitándola.

Esta fase se caracteriza por la producción de una Psicología Social que, siguiendo
la clasificación de Stryker (1983), es eminentemente psicológica, ya que surge en
el campo de la Psicología, predomina en ella la perspectiva psicológica por encima
de la social y tiene como paradigma metodológico el método experimental; si bien
no sea ésta la estrategia de investigación predominante. Su duración cubre desde
mediados de los años 60 hasta mediados de la década del 70.

4. Fase de crisis de la Psicología social, en la cual la enseñanza, producción,


teorías y métodos de la subdisciplina comienzan a ser sometidos a análisis críticos
en función de su relevancia y significación social en sociedades específicas. Los
psicólogos sociales comienzan a sentir un intenso malestar en relación con las
condiciones en que realizan su trabajo, en relación con las orientaciones que lo
inspiran y, sobre todo, en relación con su utilidad y efectos. Comienzan a
preguntarse a quién sirve y para qué sirve su quehacer y han acumulado ya
suficiente experiencia como para haber constatado que ciertas explicaciones
teóricas asumidas como el modo apropiado de comprender y aprender la realidad,
no producen respuestas, o bien las que dan son irrelevantes o simplemente no
funcionan, no sirven. Es el momento de las denuncias y es también el momento (y
obviamente hay una relación en todo ello) en que convenzan a producirse los
primeros libros de texto.

Y decimos que hay una relación entre denuncias y producción de textos, porque
esta última exige una revisión del campo de estudio, que aún en los casos menos
críticos, supone la contrastación con la realidad a fin de ejemplificar los principios y
conceptos que en ella se contienen. Pero más aún, como coautora de uno de esos
libros, producido en 1976, puedo decir que la motivación que nos impulsaba en
aquel momento era la de producir nuestro propio libro de Psicología Social, ya que
los que hasta cierto punto representaban «el estado del arte» en la materia para
su lugar de origen, no nos permitían explicar la realidad en que vivíamos, no se
referían a nada parecido a ella y nos parecía absurdo (¡también a nuestros
alumnos!) hacer mención de casos ocurridos en Middletown o en Chattanooga o
en Neverland y no a lo que sucedía a nuestro alrededor.
La especificidad de la cultura, las peculiaridades de la sociedad concreta
escapaban y, al mismo tiempo, la investigación psicosocial se hallaba en un
callejón sin salida, que en el mejor de los casos sólo permitía llegar a
aproximaciones exploratorio descriptivas, muchas veces deformadas por el
enfoque teórico subyacente, a menudo descontextualizadas y parceladas. No
necesariamente esos textos subsanaron tales vicios, pero sí abrieron la puerta a
nuevos temas, a nuevas perspectivas y coincidieron con el inicio de una nueva
praxis marcada por la derivación cada vez más perceptible hacia una Psicología
Social sociológica, más cercana -a teorías y puntos de vista provenientes de las
ciencias sociales, pero sin sacrificar a ellas su nivel de análisis y de explicación y
marcada también por la búsqueda de nuevos enfoques metodológicos.

El trabajo de Graciano (1976 en 1981) es una buena expresión de esta crisis. En


él se denuncia la inexistencia, para el momento, de una Psicología Social
brasileña, ya que la existente era importada, y la necesidad de «... determinar
primero cuáles son los problemas importantes para los psicólogos sociales
brasileños si es que algún día vamos a hacer una verdadera contribución a
nuestra disciplina» (Op. Cit., p. 415). El trabajo de Ziviani (1976 en 1978)
igualmente ilustra esta necesidad de generar «teorías de inspiración propia», que
den relevancia social a esa Psicología Social, y de tomar en cuenta «... el
dualismo y la naturaleza bidireccional de la interacción social» (p. 21).'Otro tanto
hacíamos para la misma época (Montero, 1976) cuando analizábamos la
producción psicosocial venezolana entre 1962 y 1975, mostrando su carácter
acrítico y la ausencia casi total de explicaciones teóricas y metodológicas propias
y reclamando la necesidad de hacer una Psicología Social que fomentara «... el
conocimiento de la realidad para los sujetos que la construyen. Revelar los nexos
entre las causas y los efectos, entre fenómenos aparentemente desligados e
inconexos; situar al hombre y sus acciones en el contexto y reconocerlo como
actor y como producto del mismo. Descubrir, no ocultar» (1976, p. 9). Nueve años
después, en 1985, repetimos la investigación considerando los trabajos realizados
entre 1974 y 1984. Los resultados mostraron que si bien seguían predominando
las fundamentaciones teóricas externas, podía observarse ya una línea crítica por
cuanto esas teorías muchas veces eran sometidas a análisis y examen en función
de la problemática tratada, la cual derivaba de la realidad.

No obstante, no es ésta la única respuesta a la crisis, otra corriente propugna, a


partir de la consideración del carácter universal de la ciencia y por ende, de la
Psicología Social, la necesidad de replicar estudios en diferentes culturas, a fin de
hallar los aspectos comunes (Rodríguez, 1979; 1989). Pero también subyaciendo
a esta posición está la consideración de la preocupación por la relevancia de la
investigación psicosocial y por el conocimiento de la realidad que se estudia
(Rodríguez, Óp. Cit.).

Situar cronológicamente esta fase es difícil, pues todavía hoy en día hay
manifestaciones de ella, pero su momento de erupción comienza alrededor de
1976 (coincidiendo con la crisis denunciada también en otros ámbitos) y produce
la mayor parte de sus manifestaciones hasta principios de los años 80.

5. Fase de desarrollo propio de la Psicología Social latinoamericana. El calificativo


«propio» significa aquí producción autóctono, en función de problemas derivados
de la realidad y con utilización crítica de teorías y métodos existentes, así como
con aportes teóricos y metodológicos surgidos en ese quehacer psicosocial. Esta
fase coincide con manifestaciones pertenecientes a las dos anteriores, ya que en
un continente tan vasto como el americano, con 20 países latinoamericanos,
algunos de ellos a su vez de gran extensión y población, es imposible pensar en
un desarrollo homogéneo, cosa que de hecho difícilmente ocurre aún en un sólo
país. Sin embargo, mirando la producción latinoamericana en su conjunto,
podemos decir que la avanzada de la misma se encuentra desde 1983,
aproximadamente, en esta fase, a la vez que mantiene una actitud de denuncia
crítica.

Lo que caracteriza a esta fase quizá pueda resumiese por ese elemento crítico. La
Psicología Social que se está produciendo puede tipificarse por su ubicación en la
línea sociológica antes mencionada, marcada por esta perspectiva (no toda
Psicología Social sociológica es crítica, ni toda Psicología Social psicológica es
acrítica). Es una Psicología Social que se revisa a sí misma, a sus objetivos, a sus
fundamentos y a sus efectos, tanto desde la perspectiva marxiana cuanto desde
perspectivas que pueden seguir otras corrientes filosóficas. Esa base social es
muy clara en los trabajos producidos en los años 80: Durkheim, Marx, la teoría de
la dependencia, Freire, Fals Borda, Habermas, Parsons, entre otros autores le
suministran un marco teórico, pero siempre sometida a análisis y a la prueba de su
capacidad para suministrar elementos capaces de interpretar y explicar
fenómenos psicosociales. De hecho muchos autores prefieren hablar de una
psicosociología y aún, más recientemente, del rescate y reconstrucción de una
Psicología Colectiva (cf. Arciga Bernal, 1989 y Fernández Christlieb, 1989).
Asimismo, una Psicología Sociológica de base marxiana se hace claramente
presente en algunos países del continente (México, Brasil, Venezuela, Colombia),
la cual presenta expresiones tanto críticas como acríticas. A su lado coexiste la
Psicología Social marxista cubana.

Pero además es ésta una Psicología Social que busca un nuevo paradigma, y de
hecho se inserta en él (Montero, 1989, 1991) ante la creciente incapacidad del que
hasta entonces dominaba, para dar respuesta a los problemas que ahora enfrenta.
Así, es una Psicología que reconoce el carácter histórico de los fenómenos que
estudia (Montero, 1978; Martín-Baró, 1983; Jurema, 1985); que plantea una
apertura metodológíca, en el sentido de aceptar métodos alternativos y una
diferente relación entre quien investiga y su objeto de investigación (Montero,
1984), y rechaza el dominio absoluto del modelo de producción de conocimiento
generado en el campo de las ciencias naturales, privilegiando la investigación en
ambientes naturales sobre la de laboratorio (Marín, 1978); que reconoce el
carácter activo de los sujetos de investigación, productores de conocimiento; que
reconoce igualmente el carácter dinámico y dialéctico de la realidad social, y por
ende de la condición relativa, temporal y, especialmente, del conocimiento
producido; que amplía su objeto de estudio, incluyendo el nivel psicológico de
fenómenos tales como la ideología y la alienación (en 1977, Salazar decía ya que
la Psicología Social estudia la conducta y la ideología); que admite el carácter
simbólico de la realidad expresado a través del lenguaje (Fernández Christlieb,
1986) y que asume explícitamente su compromiso político y social (Martín-Baró,
1986; 1987).

Por supuesto, y como se desprende de la diferencia de impulso y dirección que la


subdisciplina tiene en el continente latinoamericano, hay paralelamente una
Psicología Social que sigue un rumbo más tradicional o apegado a los dictámenes
de algún centro académico europeo o estadounidense, y que está produciendo un
buen número de investigaciones acordes a las líneas usuales.

Hay también quien mira las manifestaciones de cambio con escándalo y aún
temor, pero ante los resultados, ante el conocimiento producido y su aplicabilidad,
no se puede explícitamente negar su relevancia social y su capacidad de dar
alguna respuesta a los álgidos problemas que afectan a nuestra América. De
hecho, la principal crítica a esta posición, dirigida a la posibilidad de introducir
sesgos valorativos establecidos por el compromiso (Rodríguez, 1989) no parece
hallar fundamento hasta ahora, por cuanto la adopción de un nuevo paradigma no
ha significado el desligarse de la producción científica en general, ni mucho menos
establecer un corte que sería ahistórico. Lo que busca esta Psicología Social es
ocupar un lugar per se en la producción de conocimiento, aún a costa de
abandonar el «privilegiado» lugar en la cola del león (no exenta de pulgas).

Consecuencias inmediatas del desarrollo de una Psicología Social


latinoamericana. El «despegue» de la Psicología Social en la América Latina ha
tenido evidentes consecuencias para sí y para su inserción social. En el primer
caso debemos más bien hablar de relación de interacción mutua entre crisis,
reestructuración y desarrollo distintivo como ciencia. En efecto, la toma de
conciencia de la Psicología Social respecto de su rol real, de su rol asignado y de
su rol posible en las sociedades latinoamericanas, condujo a una inmediata
organización del campo profesional en el sentido de suscitar la creación de una
organización internacional, la ALAPSO (Asociación Latinoamericana de Psicología
Social de considerable actividad en la segunda mitad de la década del 70 y
principios de los años 80, que la llevó a organizar algunos encuentros científicos y
a publicar cuatro números de una revista, entre 1981 y 1982. Se crearon,
asimismo, asociaciones nacionales tales como AVEPSO (Asociación Venezolana
de Psicología Social); ABRASO (Asociación Brasileña de Psicología Social);
ACHIPSO (Asociación Chilena de Psicología Social); AMEPSO y SOMEPSO
(Asociación Mexicana de Psicología Social y Sociedad Mexicana de Psicología
Social), las cuales, con mayor o menor éxito, han logrado crear Publicaciones
periódicas (el Boletín de la AVEPSO, publicando cuatrimestralmente desde 1978,
es un buen ejemplo de ello) y realizar reuniones científicas en sus respectivos
países. Aumenta significativamente el número de publicaciones en el área, no sólo
por la existencia de Boletines y Revistas, sino por la producción de libros sobre
temas específicos y de recopilaciones de artículos (p. e. La Psicología Social en
Latinoamérica, volúmenes I y II, recopilados por G. Marín).

Por otra parte, en muchos países de América Latina, desde fines de la década del
70, profesionales de la Psicología Social empiezan a ocupar cargos relevantes en
equipos de planificación, públicos y privados. ¿Ha generado alguna diferencia la
presencia de psicólogos en cargos ejecutivos? ¿Ha sido socialmente relevante
esa presencia? Nuestra información no permite hacer generalizaciones para toda
América Latina, pero si nos permite señalar, por ejemplo, que en el caso
venezolano, por ejemplo, una ministra de Estado, psicóloga, logró importantes
reformas legales en el sentido de reconocer igualdad de derechos civiles a la
mujer.

A modo de conclusión. Este recorrido panorámico de la Psicología Social muestra


que en sus casi cuarenta años de existencia sistemática y académica en América
Latina, la subdisciplina ha logrado establecer un campo que si bien es reconocible
y reconocido, no está claramente delimitado (y creemos que nunca lo estará), ya
que parece ser su sino el engendrar nuevas áreas (comunitaria, política,
ambiental) y el desarrollar otras de carácter interdisciplinario (salud, educación,
trabajo, por ejemplo).

Al mismo tiempo, la existencia de esta Psicología está marcada por una intensa
producción, desarrollada casi totalmente a partir de los años 70, así como una
marcada participación en eventos científicos. Si se observa bien el panorama, se
constata que muchos nombres se repiten una y otra vez en publicaciones y en
programas de congresos, a la vez en publicaciones y en programas de congresos,
a la vez que los mismos nombres están en el inicio de algunas de las principales
líneas de investigación. Y más aún, en la organización de muchas publicaciones.
Y esto revela un hecho evidente: no son tantos los psicólogos sociales en América
latina, pero si puede decirse que son muy activos y que hacen sentir su voz y
conocer sus puntos de vista y resultados de investigación.

Quizá ello se deba a que, después de varias décadas de consolidación como


subdisciplina, de establecimiento reproductivo y de crisis, y después de haber
logrado en muchos casos el objetivo de trabajar por una realidad concreta, el
objeto de estudio ha sensibilizado a los psicólogos sociales de tal manera que,
comprendiendo la relevancia social del mismo, no puedan permanecer silentes
ante sus hallazgos. Pero no podemos asumir que todos los trabajos psicosociales
que se llevan a cabo en la región respondan a un compromiso social, ni siquiera a
una clara concepción del rol del psicólogo en sociedades periféricas. Sin embargo,
en términos globales si es posible señalar que la Psicología Social latinoamericana
ha comprendido y definido su rol fundamental, y en la disyuntiva de responder a
una realidad y plantearse no sólo el dar respuesta, sino también, como quería
Graciano en 1976, el plantearse las preguntas, en lugar de asumir las soluciones
dadas, el conocimiento desligado del objeto, premasticado, ha entendido que la
manera de hacer una ciencia relevante socialmente es atendiendo a los problemas
concretos de la vida cotidiana. Que sólo cuando estudiamos aquello que vivimos
hacemos ciencia transcendente, pues cuando se estudia al ser humano en
situación se produce conocimiento para la humanidad.

Lección 4. Psicología social de la Liberación

Tomado de Burton, M. La Psicología de la Liberación: Aprendiendo de América


Latina. Manchester Learning Disability Partnership; Manchester Metropolitan
University, y The University of Northumbria at Newcastle[AV4]

En la última década del siglo XX, la Psicología Social de la Liberación (PSL) ha


surgido como un nuevo campo en América Latina. A pesar de que sus orígenes se
ubican en los setenta y ochenta, hasta hace poco los psicólogos están utilizado tal
término para identificar y orientar su trabajo. Asimismo esta orientación empieza a
tener interés en Europa (Blanco, 1998; Burton, en prensa; de la Corte Ibáñez,
1998, 2001, s/f) y Estados Unidos (Lykes, 2000; Watts y Serrano-García, 2003).

La psicología latinoamericana de la liberación puede entenderse como parte de un


proyecto más amplio de teoría y práctica liberadora que surgió en el contexto del
trabajo para y con poblaciones oprimidas en toda América Latina, tal proyecto ha
sido recientemente sintetizado y formalizado por el filósofo Enrique Dussel (Alcoff
y Mendieta, 2000; Dussel, 1997, 1998). Los contextos sociopolíticos claves para
este trabajo han incluido la represión y la guerra civil en El Salvador (Martín Baró,
Gaborit); las repercusiones de las dictaduras en Chile, Argentina y otros países
(Lira, Becker, Langer y otros); la experiencia de comunidades marginadas y/o
migratorias pobres en Venezuela (Montero, Sánchez, Weisenfeld y otros), Puerto
Rico (Serrano García), Costa Rica (Dobles, Cordero) y Brasil (Maurer, Lane,
Quintal de Freitas y otros). También otras contribuciones se han desarrollado en
México (Jiménez, Vázquez, Flores), Estados Unidos (Aron, Corne, Lykes, Sloan,
Prilleltensky y Watts), Cuba (González Rey, Tovar y otros) y España (a través de
comentarios realizados por Blanco y de la Corte Ibáñez). A parte de estos autores,
hay otros que trabajan explícitamente o implícitamente dentro de una orientación
amplia que se puede denominar psicología social de la liberación (p. e., Seedat en
África del Sur; Bishop, Drew, Veno, Thomas y otros en Australia y Nueva Zelandia;
Kagan y otros en Bretaña).

¿Por qué considerar la Psicología Social de la Liberación?

Es importante reconocer que la PSL se ha desarrollado en un contexto muy


diferente al nuestro, al europeo. Las sociedades de América Latina tienen una
identidad específica, que se caracteriza por una mayor extensión de la pobreza y
por una exclusión social endémica. En muchos casos, esto afecta a la mayoría de
la población y es resultado de la dependencia de sus economías. Por eso, en
todos los países, hay desigualdades severas (Sánchez y Wiesenfeld, 1991). Si
bien tienen relativamente pequeños sectores formales de servicios de salud y
bienestar social, el hecho es que las actividades que realizan los psicólogos a
menudo se centran en las universidades o trabajan en el sector privado.
Asimismo, los intelectuales se integran menos a los sistemas del Estado que en
Europa, lo cual con frecuencia les han permitido una cierta libertad de desarrollar
los enfoques autónomos que no son de interés para el Estado ni para las
oligarquías locales (Jiménez, 1990). Las tradiciones intelectuales en la psicología
y las ciencias sociales son distintas a las de los países anglosajones, siendo en
buena medida más cercanas a las de la Europa continental, pero con sus propios
elementos distintivos. A pesar de las diferencias, por varias razones es necesario
considerar este corpus latinoamericano de trabajos.

Como una respuesta a las críticas de la psicología tradicional

Mucho del trabajo de la PSL se desarrolló en respuesta a “la crisis de la psicología


social” de los años setenta. Crisis que se experimentó en Gran Bretaña y en
Estados Unidos (Armistead, 1974; Parker, 1989), pero también agudamente en
América Latina. Este período se puede resumir (p. e., de la Corte Ibáñez, s/f) en
función de tres problemas:
1. La falta de relevancia social. La psicología social no parecía estar produciendo
conocimiento dirigido a los problemas sociales, ni en las sociedades en que se
desarrollaba, ni en otros lugares.

2. Un contexto de descubrimiento localista, combinado con una pretensión de


validez universal. La psicología social dependía de investigaciones con
poblaciones selectivas en escenarios artificiales (especialmente con estudiantes
de licenciatura en experimentos formales). No obstante intentaba sugerir principios
generales de la psicología social que pudieran aplicarse a cualquier ser humano
en todo contexto.

3. La imitación de la neutralidad científica significó una negación de la dimensión


moral:

Los psicólogos sociales comienzan a sentir un intenso malestar en relación con las
condiciones en que realizan su trabajo, en relación con las orientaciones que lo
inspiran y, sobre todo, en relación con su utilidad y efectos. Comienzan a
preguntarse a quién sirve y para qué sirve su quehacer, y han acumulado ya
suficiente experiencia como para haber constatado que ciertas explicaciones
teóricas asumidas como el modo apropiado de comprender y aprehender la
realidad no producen respuestas, o bien las que dan son irrelevantes, o
simplemente no funcionan, no sirven. (Montero, 1994a)

Sin embargo, el camino seguido por la PSL ha sido distinto al de los países centro,
en los cuales el campo académico se ha asentado en una coexistencia,
ampliamente pacífica, entre construccionistas sociales y empiricistas, con un
impacto pequeño en la psicología aplicada, mucho del esfuerzo crítico ha quedado
dentro de la comunidad académica en un nivel sumamente teórico (Burton, 2004;
Burton y Kagan, 2003). Aunque discutible, la PSL puede actuar como un correctivo
a la parálisis y los juegos intelectuales posmodernistas de la psicología crítica (al
menos en la versión vigente en Bretaña), al asumir una orientación clara de la
acción que no sólo hace las denuncias del uso de la psicología para oprimir sino
además propone una praxis alternativa.

Como un modelo de trabajo con grupos oprimidos

La PSL se desarrolló específicamente con relación al problema de las "mayorías


populares", las masas oprimidas, marginadas y excluidas en América Latina. En
Europa también existen poblaciones oprimidas y marginadas entre nosotros, tales
sectores de personas son marginadas a causa de la manera en la que nuestra
sociedad discrimina por la discapacidad, la incapacidad, la vejez, la enfermedad,
la nacionalidad, la apariencia, el género y sexualidad, y por la pobreza. La
psicología en su totalidad ha descuidado este hecho de la exclusión, y apenas
hace una entrada en la literatura formal (Burton y Kagan, 2004, en prensa). Las
condiciones en América Latina, especialmente, la experiencia del terror estatal y
paramilitar que ocurre en muchos países, han hecho que la PSL sea un recurso
valioso para nuestro contexto europeo, ya sea en el trabajo con los refugiados que
huyen de la persecución y la tortura, o por el trabajo de ayudar a reunir a las
comunidades fragmentadas.

En el contexto global

Los psicólogos que trabajan con una orientación liberadora se ven como parte de
un movimiento más amplio para la justicia social y económica. Areas claves que la
PSL problematiza incluyen el compromiso, la ideología, la subjetividad y la
identidad. Estas son fundamentales para cualquier acción colectiva que movilice a
personas, especialmente, la que enfatiza la unidad en la diversidad. La reciente
movilización masiva de personas contra la coalición e intervención de Bretaña en
las guerras de los neoconservadores estadounidenses y la lucha progresiva por la
protección de los servicios públicos, constituyen dos aspectos de la resistencia a
la expansión capitalista en su fase globalizada neoliberal, donde las herramientas
de la PSL puedan ser recursos útiles.

Su contexto

Debe entenderse entonces a la PSL como parte de un movimiento más amplio


intelectual y político, que empezó en América Latina en los años sesenta y
setenta, pero que continúa con vigor renovado hasta hoy día. Todas las corrientes
han estado enfocadas a repensar y reconstruir sus propias disciplinas (educación,
teología, psicología, sociología, filosofía) desde la perspectiva de los pobres, los
excluidos, los marginados, los oprimidos, por y desde el compromiso y la
solidaridad con ellos. Han enfatizado a las mayorías populares de América Latina
y en general “al mundo de los dos terceros”. Los elementos claves han incluido la
teoría económica de la dependencia (Cardoso y Faletto, 1979), la pedagogía
popular de Paulo Freire (Véase, Freire, 1972), “la sociología militante” y la
Investigación Acción Participativa de Orlando Fals Borda y del grupo de La Rosca
(Fals Borda, 1988; Fals Borda y Rahman, 1991), la teología de la liberación de
Gutiérrez, Ellacuría, Romero, Boff, Sobrino, Betto y otros (Véase, Batstone,
Mendieta, Lorentzen, y Hopkins, 1997; Gutiérrez, 1973), y la filosofía de la
liberación de Franz Hinkelammert y Enrique Dussel (Dussel, 1997, 1998).

Ideas centrales

Es bastante difícil caracterizar todo el trabajo psicológico que tiene una orientación
libertaria en América Latina. No todos los que trabajan más o menos dentro de
esta tradición están interesados en emplear dicho título, incluso, es poco probable
que alguien reclame ser un “psicólogo de la liberación”, tal denominación sonaría
pomposa e implicaría una forma de auto evaluación antes de los resultados e
implicaciones de un trabajo. Un problema adicional (Comunicación personal,
Flores, 2003) es que mucho de lo realizado en esta área es inédito, más aún,
donde no hay una articulación fuerte con las Universidades. Por consiguiente, en
el trabajo publicado hay una tendencia hacia las contribuciones más teóricas y una
falta de documentación de mucho de la práctica innovadora en el campo. Además,
no es fácil obtener la literatura publicada en América Latina, por ejemplo, mucha
aparece en libros de poca circulación y no en revistas (Gastaldo, Mercado-
Martínez, Ramasco-Gutiérrez, Lizardi-Gómez y Gil-Nebot, 2002). Sin embargo,
varios temas unen el trabajo que realizan quienes se han organizado bajo esta
bandera (hasta ahora los seis congresos internacionales de psicología social de la
liberación que se han organizado anualmente desde 1998 al 2003, son un
ejemplo), o algunos trabajos que pueden ubicarse en este paradigma.

Por otra parte, parece que el término psicología de la liberación fue utilizado por
primera vez por Caparrós y Caparrós (1976), aunque en un sentido más cercano
al trabajo de Lucien Sevé (1972) de construir una metateoría de la psicología no
individualista. No obstante el término fue formulado y difundido por dos autores
primordiales, Ignacio Martín-Baró y Maritza Montero. Martín-Baró, sacerdote
jesuita y académico sobresaliente en la Universidad Centroamericana José
Simeón Cañas en San Salvador, fue un autor y pensador clave para la PSL: utilizó
el término psicología de la liberación por primera vez en 1986 (Martín-Baró, 1986),
aunque sus escritos y prácticas, antes y después de esta fecha, constituyen una
aportación de la Psicología Social desde la realidad latinoamericana
(concretamente de la centroamericana), con un énfasis explícitamente libertario.
Martín-Baró fue uno de los seis jesuitas asesinado en 1989, por una brigada élite
del ejército salvadoreño financiada y entrenada por los Estados Unidos (Galeano,
1998; Toomey, 2001), en gran parte debido a su compromiso con la realidad que
sufría la sociedad salvadoreña en el contexto del levantamiento y la guerra civil
revolucionarias (de la Corte Ibáñez, 1998; Sobrino, 1990). Por su parte, Maritza
Montero, psicóloga social venezolana, utilizó el término a partir de 1991, aunque
había trabajado con una perspectiva explícitamente libertaria desde antes,
principalmente, en el ámbito de la psicología política. En un texto publicado en
inglés, Hollander (1997) utilizó el término formulado por Martín-Baró para
caracterizar el trabajo, en gran parte psicoanalítico, realizado con las víctimas de
las dictaduras militares de los países del Cono Sur, aunque es necesario señalar
que éste no es el uso generalmente aceptado. En el 2003 fue publicada una
edición especial de la revista estadounidense American Journal of Community
Psychology, en ella se incluyeron principalmente trabajos realizados fuera de
América Latina que tenían una intención liberadora (Watts y Serrano-García,
2003).

La Praxis Liberadora de América Latina

Un tema clave en el pensamiento de la liberación consiste en que la liberación no


es una cosa, y no puede ser localizada en un momento determinado. Tampoco se
trata de una concesión sino es un movimiento y una serie de procesos (Montero,
2000). Tiene sus orígenes en la interacción entre dos tipos de agentes o activistas:

1. Los agentes catalíticos externos (que puede incluir a psicólogos comunitarios) y

2. Los propios grupos oprimidos.

Esta noción latinoamericana de la liberación propone una alianza estratégica entre


estos dos sectores. Una idea central es el concepto de la conscientización
utilizado por Freire (1972). En la que tal vez es la explicación más clara hecha por
Martín-Baró (Martín-Baró, 1985), identifica tres aspectos:

1. El ser humano se transforma al ir cambiando su realidad…por…un proceso


activo….el diálogo.

2. Mediante la paulatina decodificación de su mundo, la persona capta los


mecanismos que le oprimen y deshumanizan…se abre el horizonte a nuevas
posibilidades de acción.

3. El nuevo saber de la persona sobre su realidad circundante le lleva a un nuevo


saber sobre sí misma y sobre su identidad social...le permite no sólo descubrir las
raíces de lo que es, sino el horizonte de lo que puede llegar a ser. Así, la
recuperación de su memoria histórica ofrece la base para una determinación más
autónoma de su futuro.

Freire tenía cuidado de no proporcionar recetas para este proceso, porque cada
situación es diferente, y el riesgo es que el trabajador cometa el error de utilizar un
modelo concreto desde un contexto a otro, mientras que las particularidades son
diferentes en cada caso.

Dussel (1998) en un trabajo panorámico, citado con frecuencia por los que
trabajan en la perspectiva de la PSL, ha resumido lo anterior, así como los
modelos y experiencias relacionados en términos más generales. Dussel postula
“una llamada” (o interpelación) por parte de las víctimas (que conscientes de su
opresión dentro de un sistema o excluidas de éste), hacen a los otros, quienes
dentro del sistema mismo, tienen una conciencia ética (los intelectuales orgánicos
en el sentido gramsciano). Ambos sectores trabajan juntos denunciando lo que es
injusto y construyendo una realidad social alternativa -es decir, colaboran en un
proyecto compartido de liberación. Como Martín-Baró y Montero han enfatizado,
esto finalmente implicaría la liberación de los opresores.

Lección 5. La Psicología Social Comunitaria


Tomado de Burton, M. La Psicología de la Liberación: Aprendiendo de América Latina. Manchester Learning
Disability Partnership; Manchester Metropolitan University, y The University of Northumbria at Newcastle [AV5]

La psicología comunitaria en América Latina ha sido distinta de la que se hace en


la otra América (Martín, 1998; Montero, 1996, 1998, 1994b; Quintal de Freitas,
2000; Riviera Medina y Serrano-García, 1990; Sánchez y Wiesenfeld, 1991; Tovar,
2001). Sus raíces están en la psicología social, con un énfasis menor en la
tradición clínica y de la salud mental (precisamente una de las raíces
estadounidenses de la disciplina). Hay una orientación para trabajar con
comunidades marginadas en escenarios tan diversos como los barrios pobres de
Caracas, San Juan o Sao Paulo, o en los asentamientos rurales en Costa Rica o
México. El énfasis varía pero, en general, el psicólogo es visto como un recurso
para la comunidad al ofrecer su experiencia en la investigación, la comprensión
del liderazgo, la organización, la dinámica del grupo y el conocimiento del sistema
(por ejemplo, cuando se trata de la obtención de los recursos). El interés por los
procesos de conscientización (Freire) y el uso de los métodos investigativos de la
ciencia social (Véase, Fals Borda, 1988; Fals Borda y Rahman, 1991) son típicos,
como lo es también el esfuerzo por entender lo local y particular de la lucha y la
auto-liberación dentro de una perspectiva más amplia, esto es, social y global.

Montero (1991) sugiere que esta psicología social comunitaria proporciona una
base metodológica y empírica para la psicología de la liberación, mientras que la
investigación acción participativa, la teoría de la dependencia y la educación
popular junto con la revisión crítica de la psicología tradicional, proporcionan el
soporte teórico.

La psicología social comunitaria se imparte y/o se practica en algunas


universidades de Venezuela, México, Colombia, Puerto Rico, Cuba, Costa Rica,
Brasil, Chile, Perú y Argentina. Abordando una variedad de asuntos sociales que
incluyen por ejemplo, la promoción de la salud, el desarrollo económico y los
programas contra la pobreza, vivienda, desarrollo del liderazgo en el nivel de la
comunidad, desarrollo comunitario, los derechos humanos y el desarrollo del
apoyo y de la intervención comunitaria en los campos de la discapacidad, la salud
mental y el uso de la droga (Martín, 1998; Montero, 1997).
En general se aspira a un enfoque transformativo. Muchas veces hay el riesgo de
perder la especificidad psicológica, aun cuando sí se ha examinado esta cuestión
del campo disciplinario (Véase, Quintal de Freitas, 1994).

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