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L39
La materia artizada revela una perspectiva casi inédita de José ezama
Lima (La Habana, 1910-1976). Por primera vez se ofrecen sus crít cas de
arte, producto de una rigurosa compilación que llegó hasta el dos ·er del
'---.r--rnate ·a artizada
genial autor cubano, mundialmente recónocido po.r sus poemas, n..J....,J.,..-r~-"'!-~
ensayos. El singular manierismo expresivo de Lezama exhibe aquí, entre míticas de arte)
sutiles desenfados apreciativos y mágicas transculturaciones, un poder in-
tuitivo y lógico verdaderamente único en el ámbito hispano, sin etiquetas ] osé Lezama Lima
<<neobarrocas». Sobre una voracidad erudita,' dueño de sus juicios y prejui-
cios, su «horno transmutativo>> sabe captar y enc.antar un vaso órfico, un
Compilación y prólogo de José Prats Sariol
ángel de Picasso o una catedral de Portocarrero ... No hay paradignas, s~n­
tidos lineales, neohegelianismos. No hay ortodoxias estéticas y políticas.
Cada uno de estos ensayos testimonia que «sólo lo difícil es estimulante».
Son flechas a lo inapresable insular, eras imaginarias de una voz que al re-
. mitir a sí misma dimensiona sus objetos, los re-crea, los artiza y atiza.

.... .
1232061
tec~os

COLECClON METROPOLI Y
- ~~----- ---...... -~ ~ - ~
COLICCION MITIOPOLIS

Directores: JOSÉ JIMÉNEZ y RAFAEL ARGULLOL

(Críticas de arte)

Compilación y prólogo de
] osé Prats Sariol
Índice

Cubierta de: 9
PRÓLOGO de José Prats Sariol ................................... ;......................... Pág.
Joaquín Gallego

Impresión de cubierta: 21
I. ANTIGÜEDAD, REFLEXIONES ..... ;................................................... .
Gráficas Molina
Las imágenes posibles ............................................ ,................................. 23
Introducción a los vasos órficos ............................................................... 47
Estatuas y sueños...................................................................................... 55
La pintura románica ...................................... :.......................................... 57
Pintura preferida ... ..... .... ......... ....... ....................................... ... ........ ......... 61
Valoración plástica .. .. ..... ..... ......... ............... .... .... ........ .... ....... ....... ...... ..... 65

II. EUROPA, AMÉRICA ............................................................................. 69

El bodegón prodigioso ............................................................................ . 71


El Aduanero Rousseau ........................................................................... .. 75
En la muerte de Matisse .......................................................................... . 87
Cautelas de Picasso ................................................................................. . 91
Últimos ángeles de Picasso ..................................................................... . 95
Pierre Bonnard ........................................................................................ . 99
Visita de Gastón Bardet o de la arquitectura perenne .............................. . 101
Visita de la Escuela de París o descubrir formas .................................... .. 103
Exposición de copias o ensayar astucias ................................................ .. 105
Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispues-
Del indio Kondori al Aleijadinhno .......................................................... . 107
to en los artículos 534 bis a) y siguientes, del Código Penal
José Guadalupe Posada .............._............................................................. . 111
vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de
La pintura mexicana ................................................................................ . 113
libertad quienes sin la preceptiva autorización reprodujeren o
José Clemente Orozco ............................................................................ .. 117
plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o cien-
Para Saura ................................................................................................ . 119
tífica fijada en cualquier tipo de soporte.

III. CUBA ...................................................................................................... 121

© HEREDEROS DE JOSÉ LEZAMA LIMA, 1996 Paralelos. La pintura y la poesía en Cuba (siglos XVIII y XIX) .................. . 123
Compilación y prólogo:© JosÉ PRATS SARJOL, 1996 Hierro forjado o una noble artesanía colonial ........................................ .. 155
© EDITORIAL TECNOS, S.A., 1996 Otra página para Víctor Manuel ............................................................. .. 157
Juan Ignacio Luca de Tena, 15-28027 Madrid Pintura de sombras (Fidelio Ponce) ........................................................ .. 161
ISBN: 84-309-2781-6 Fundación de un Estudio Libre de Pintura y Escultura .......................... .. 167
Depósito Legal: M- 4 170 3- 199 5 Aristides Femández (1904-1934) ............................................................ . 169
Aristides Femández, otra de sus visitas .................................................. .. 185
Printed in Spain. Impreso en España por Rigorma Grafic, Otra página para Arístides Femández .................................................... .. 189
Polígono Alparrache, Nave-A. 28600 Navalcamero (Madrid) Amelía ..................................................................................................... . 195

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8 JOSÉ LEZAMA LIMA

Una página para Amelia Peláez ............................... u •••••••••••••••••••••••••••••••


199
En la muerte de Amelia Peláez ................................................................ . 201
Máscaras de Portocarrero ........................................................................ . 203
René Portocarrero y su eudemonismo teológico .................................... .. 207
Homenaje aRené Portocarrero ................................................................ .
Todos los colores de Mariano ................................................................. .
215
247
Prólogo
Un mural de Mariano .............................................................................. . 255
Mariano y Lozano en el Lyceum o la materia artizada ............................ . 257
En el estudio de un pintor o los pelillos de un pincel ............................... . 259 Los autores excepcionales, como el cubano José Lezama Lima (La
Nuestros pintores o la búsqueda del contrapunto .................................... . 261 Habana, 1910-1976), no suelen revelar de una sola vez todas las facetas
Pintura primitiva o la inteligencia que amanece ...................................... . 263
En una exposición de Roberto Diago ...................................................... .
de su obra. De forma azarosa, desde raras causalidades, van armando el
265
Martínez Pedro y el nacimiento de las aguas ........................................... . 271 campo de resonancia, y también desarmándolo. Transforman de súbito
Raya y pez raya en el papel rayado de L. Martínez Pedro ....................... . 275 o paulatinamente los ángulos de recepción, los círculos de lectores.
Ver a Fayad Jamis ................................................................................... . 277 Sufren, por supuesto, diversos virus: modas, manipulaciones ideológi-
Los pintores y una proyectada exposición ............................................... . 279
Nueva Galería .......................................................................................... .
cas y políticas, esquematismos, simplificaciones académicas ...
281
Temporada en el ingenio ......................................................................... . 283 Por lo general quedan zonas preteridas, poco dispuestas a ser
Lo cubano o la síntesis súbita .................................................................. . 287 exploradas. Desde luego, no siempre se produce una voluntad de mar-
ginación. Tampoco, en rigor, que los especialistas las desconozcan. Se
ÍNDICE DE NOMBRES ................................................................................. . 289
ÍNDICE DE CONCEPTOS ............................................................................. .
trata, más bien, de la presión que ejercen otros géneros donde el autor
295
ÍNDICE DE PERSONAJES MÍTICOS Y DE FICCIÓN ................................ . 299 alcanza mayor prestigio, más difusión. Así sucede con las críticas de
arte de Lezama. La materia artizada, el presente libro, agrupa por pri-
mera vez tales ensayos. Se propone, coherentemente, dimensionar a
plenitud esta zona expresiva.
Fuimos el agudo ensayista español José Jiménez y yo quienes moti-
vamos la recopilación. Magnífico conocedor de la obra de Lezama,
pudo ser él, perfectamente, quien emprendiera la hermosa labor. Así lo
conversamos aquí, mientras hojeaba la colección de la revista Oríge-
nes, en mi casa del barrio de Santos Suárez, el más alto de La Habana.
Quizás la cercanía de otra casa, donde viviera y pintara Amelia Peláez,
o un poco más allá la antigua residencia de Medardo y Cintio Vitier,
crearon el clima favorable al proyecto, rompieron esa inercia tan usual
que deja las ideas flotando, los trabajos a la desidia.
Venturosamente, un intercambio epistolar decide la tarea. José
Jiménez, fraterno y perspicaz, me entrega la labor de compilar y prolo-
gar. La hipótesis de los dos coincide en la esencia: puede sustentarse,
sobre argumentos bien sólidos, que Lezama también es el más relevan-
te crítico de arte del Grupo Orígenes. Y la fundamentación no sólo tie-
ne su base en el enorme talento, también la avala la preeminencia del
sentido visual en toda su obra y el ejercicio ininterrumpido de la crítica,
sobre todo de pintura, desde fines de los años treinta hasta los setenta.
Como es sabido, la curva de apogeo -la ambigüedad de la fama-
se dibuja para Lezama a partir de la publicación de su novela Paradiso,

[9]
10 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 11

en 1966. Casi de inmediato llueven los elogios, las reediciones y tra- Índice he tratado de ordenar los materiales siguiendo una sucesión his-
ducciones. La «inmensa minoría» de lectores de habla castellana, sin tórica, en dependencia de los temas y autores. Para ello decidí seguir
embargo, ya venían reconociendo desde mucho antes al poeta de Muer- un elemental principio de la lógica formal: ir de lo general a lo par-
te de Narciso (1937), Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas ticular, aunque cada ensayo, artículo o pasaje lleva las referencias de
(1945), La fijeza (1949), Dador (1960); al ensayista de Analecta del procedencia y fecha. Pienso que e~ta división f~cilita la búsqueda, per-
reloj (1953), La expresión americana (1957), Tratados en La Habana mite la lectura por opciones, no hneal. Es decu, el modo en que nor-
(1958); al director de la más relevante revista cultural cubana: Orígenes malmente se disfruta una recopilación de textos autónomos.
(1944-1956); al animador cultural que impartía «El Curso Délfico». La sección I la ina~guro con uno de sus ensayos más característi-
Desde Paradiso hasta hoy siguieron apareciendo nuevos libros cos: «Las imágenes posibles». Creo que en él un lector no familiariza-
suyos, junto a una enorme y a veces muy acertada bibliografia pasiva, do con la voz de Lezama tendrá suficiente para comprender cuáles son
que llega a producir la simpática distinción de que escribir sobre Leza- los rasgos fundamentales de su habla. Allí, al jerarquizarse la image~
ma se convierta en una suerte de parada obligatoria para los trenes crí- sobre la mimesis, al considerarla «revelación encamada», hay un tn-
ticos que desean arribar a la estación de profesionalidad, de cita y buto una filiación manierista que parte tanto de Platón como de San
' .
comentario inexcusable, sobre todo de mención que autoprestigia. Agustín, y más cercanamente del simbolismo. «Ninguna av~ntur~, nm-
Nombre y obra han llegado a la siempre peligrosa «oficializacióm>, gún deseo donde el hombre ha intentado v.encer una :es1stenc1a, ha
«canonización», hasta cotos donde puede ocurrir que se neutralicen dejado de partir de una semejanza y de una ~agen».,,dtc~ Lez~ma en
aspectos subversivos, se apaguen zonas biográficas, o el fanatismo este ensayo de 1948. Parece evidente la constderacwn stmbohsta de
deje de apreciar contradicciones, bromas, errores, burlas ... Lo favora- que la realidad sólo es verdaderamente aseq~ible medi~nt~ las corres-
ble es que en la actualidad, según mis investigaciones en el dossier de pondencias que el símbolo establece, es dec1r, por las tmagenes. A lo
Lezama que obra en la Biblioteca José Martí, casi nada se conserva que se agrega en Lezama, desde su catolicidad, la noción del Verbo
inédito de su vasta escritura. En narrativa se completa con Oppiano como Espíritu Santo, como principio creador. .
Licario (1977), la continuación fluida e inacabada de Paradiso; y con Ensayo que a la vez funciona de poética autoral, es la meJor carta
los cuentos -yo diría mejor que son singulares poemas en prosa- para inaugurar La materia artizada, para evitarle equívocos al lector,
recogidos en Cangrejos, golondrinas (1977) y reeditados varias veces el principal de los cuales es limitar la recepción a lo que usualmente se
con otros títulos: Juego de las decapitaciones, Cuentos. En poesía, con le pide a una crítica de cualquier expresión artística: informaciones,
los textos no publicados anteriormente: Poesía completa (1970), con reflexiones y juicios sobre el tema, obra o autor que está tratando. La
Fragmentos a su imán (1977) y los poemas juveniles de Inicio yesca- gracia es que en los ensayos de Lezama hay siempr~ más, m_uch? _más.
pe, recogidos en 1985. En ensayo con La cantidad hechizada (1970), Tal exceso comienza por la imagen, por la busqueda mtuttlva y
Imagen y posibilidad (1981), La Habana (1991). Y por último los tex- lógica de correspondencias que se detendrán sólo ante los misterios
tos que se agrupan en Fascinación de la memoria (1993). para transformarse en fe, postrarse ante Dios. Y prosigue simultánea-
Aunque hasta ahora sólo se cuenta con una edición crítica -la de mente por una ironía que se extraña, que tiene al ~xt:añ~:t;niento co:m?
Paradiso que preparamos en 1988 para la Colección Archivos- es lo método y como capacidad, bien americana, de astmtlacwn despreJUI-
cierto que a la espera de la publicación definitiva de las obras comple- ciada de transculturación sin fronteras. A lo que se agrega, en la pro-
tas, puede considerarse édita prácticamente la totalidad de sus escritos. digio~a mezcla, su culteranismo dialógico, la digresión que por sí mis-
Sobre las ediciones príncipes de cada uno de ellos he realizado la pre- ma se autonomiza como parodia reafirmadora del azar; y los sensua-
sente compilación. El lector puede tener la certeza de que este volumen lismos las sinestesias de lo que llamara el «Eros cognoscente».
contiene casi todas las críticas de artes plásticas que Lezama escribie- Este deslinde, desde luego, es una advertencia: sus textos, en pri-
ra, y pongo el «casi» para evitar -siempre debe evitarse- ser categó- mer lugar, remiten a sí mismos. Al leerlos se obtiene una peculiar
rico, totalitario. caracterización del objeto, pero a la vez una «imagen>>, nunca una
La organización de los textos jerarquiza la agrupación temática «semejanza». Por eso afirma en «Las ilJlágenes posibles» q~~ <~siem­
sobre la cronológica, aunque dentro de cada una de las tres zonas del pre en la imitación o semejanza habrá la raíz de una progreswn 1mpo-
12 JOSÉLEZAMALIMA LAMATERIAARTIZADA 13

sib1e, pues en la semejanza, se sabe que ni siquiera podemos parejar editorial Verbum en 1991, Baquero afirma sobre su entrañable amigo:
dos objetos analogados. Y que su ansia de seguir, de penetrar y destruir «Mi petición a Lezama para que procurase una comunicación sencilla
el objeto, marcha sólo acompañada de la horrible vacuidad de repro- y clara con los suscriptores del Diario cayó en el vacío; porque no era
ducir.» que él tuviera la terquedad de los vascos ni el orgullo narcisista de "su
La añoranza del período mítico helenístico, cuando el arte aún era estilo personal". Era que él no podía, ni aun queriéndolo, dejar de ser
un misterio, se une en Lezama a lo que llama «la vivencia oblicua» y a quien era, ni por diez minutos ni por una hora. Por no ceder, perdió cien
la «prueba hiperbólica». El poeta afirma: «La poesía que es instante y oportunidades y se cerró muchas puertas. A él había -hay- que
discontinuidad ha podido ser conducida al poema que es un estado y un tomarle como era: oscuro, enigmático, laberíntico, imaginativo sin fre-
continuo.» Tal es su modo de operar. Tal combate con las formas es el no, hipererudito, memorioso y memorión, minucioso como orfebre
que crea otra realidad: la sobrenaturaleza artística, antes o después de chino y observador como relojero.»
las consideraciones lineales del tiempo. Ahora bien, que lo primero que se aprecie al leer estas críticas de
Válida para su obra toda, reflexionada una y mil veces -quizás artes plásticas sea a un extraordinario, único poeta, no significa que el
como ningún otro autor contemporáneo del idioma-, queda dibujada leitmotiv de cada crítica no reciba, no experimente un profundo análisis.
la esencia de su quehacer: «Del combate, descompuesto en un eco y un Precisamente es en la simbiosis entre el poeta ineludible y el tema esco-
remolino, queda como el gran zumbido que representa lo temporal, el gido donde se halla el placer estético, la singular valía de estos ensayos.
tiempo no encamado, el tiempo que no hace historia sobre la tierra, Las papilas gustativas de Lezama son las que catalizan la apreciación
tiempo poemático, forma sutil de resistir sin hacer historia.» insólita de un lienzo de Portocarrero, de un vaso órfico, de un arco romá-
Junto a la evidencia de lo cercano que siempre estuvo Lezama de nico, de un Ángel picassiano, de un apóstol del Aleijadinhno ...
lo que un equívoco actual llama «posmodemidad», observable por Los materiales de las tres secciones en que he dividido el Índice
ejemplo en la olímpica minimización del principio -tan hegeliano y verifican el juicio precedente. Ellos conducen, por relevancia y acu-
marxista- de la historia como construcción, se halla el sentido poe- mulación, a sostener la preeminencia de Lezama dentro de la crítica de
mático de las eras imaginarias, contra aristotelismos y cartesianismos arte cubana. El otro autor, reconocido hasta ahora como el crítico de ar-
demasiado rígidos, negadores de la sobrenaturaleza artística, de las te del Grupo Orígenes, queda a la saga. Guy Pérez Cisneros muere
metamorfosis que la fantasía humana convierte en realidades tan muy joven, apenas a los treinta y siete años, en 1953. Quizás la desa-
sobrecogedoras como un ciclón o un atardecer. Cualquiera de sus acer- parición prematura, que sobrecogió a todos sus admiradores, junto a
camientos, de sus escrituras, hasta en una nota didáctica en una anto- que sólo se dedicara a la crítica de arte y a la traducción, lo fue situan-
logía de poetas cubanos, o en una de sus múltiples entrevistas, están do generosamente como el especialista indiscutible. Lo cierto es que
siempre presididos por algo para él inevitable: el afán de poetizar, de su talento y sensibilidad se vio tronchado, aunque dejara textos tan
que la «fija brisa» y el «agua dura» nunca vuelvan a su referente, a ser importantes como «Presencias de 8 pintores», que publicara en la pre-
«cristal». Detener la fugacidad, quebrar el enigma de lo perecedero, cursora revista Verbum, en junio de 193 7; o un libro inexcusable, aun-
buscar la «fijeza», es su sentido mayor, aunque se pregunte con mali- que demasiado escolar, esquemático, como carente de una versión más
cia, desde las espirales dialécticas, desde el «cilindro» de Anaximan- reflexiva y mejor redactada: Características de la evolución de la pin-
dro: «¿será acaso necesario distinguir entre el sentido como proyección tura en Cuba, publicado póstumamente en 1959.
inicial y el sentido como resultante tonal?». Al revisar la bibliografia de los demás autores de Orígenes se
Algunos estudiosos de la obra de Lezama, incluyendo renombra- observa, asimismo, que ninguno de los otros se distingue precisamen-
dos profesores y críticos, han cometido un error de base: han minimi- te por haber escrito críticas de arte. Ni los fallecidos (Eliseo Diego,
zado, o circunscrito solamente a sus poesías, el axis de la imagen como Virgilio Piñera, Samuel Feijoo, Octavio Smith, José Rodríguez Feo,
horno transmutativo, como su «cantidad hechizada». En este sentido Justo Rodríguez Santos), ni los que se mantienen creando (Gastón
un testimonio del poeta Gastón Baquero resulta esclarecedor. En el Baquero, Fina García Marruz, Citio Vitier, Ángel Gaztelu, Lorenzo
«palabreo para dejar abierto este libro», que me escribiera para la edi- García Vega), pueden ofrecer una recopilación como la que aquí exhi-
ción de La Habana de Lezama que publiqué en la cubana y madrileña beLezama.
14 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIA ARTIZADA 15

Si se excluyen a los críticos profesionales, casi siempre profesores que se esconden debajo de la mesa.
universitarios, como Luis de Soto y Rosario N ovo a, el único autor Por allí deben salir
las figuras esperadas
cubano del presente siglo que puede compararse es, por supuesto, Ale- que vendrán cuando el pescador
jo Carpentier. El gran novelista de Los pasos perdidos y de El siglo de logre el centro de la canasta.
las luces no sólo fue un musicólogo de primera categoría sino que, des- A su derecha el hombre que contempla
de sus estudios truncos de arquitectura en la Universidad de La Haba- absorto al pescador,
juega con unos pájaros.
na, mostró una vocación permanente y amorosa hacia las artes visua-
les, como lo demuestran los artículos de su sección «Letra y Solfa» en (Junio de 1975.)
El Nacional de Caracas, La ciudad de las columnas, mil y un comen-
tarios o alusiones dispersos en su obra narrativa. Imagen y sugerencia, sensualismo e ironía, erudición culterana y
Al revisar los textos aquí agrupados, no sólo podrán verificarse las fruición verbal, forman tres pares de trazos que van hacia el signo que
observaciones anteriores, sino comprenderse cómo lo visual es el sen- mejor puede acercarse a la caracterización de Lezama, hacia la noción
tido de mayores presencias. En apoyo de ello, sobre la base de la uni- de manierismo -que ya nada tiene que ver con el despectivo amane-
dad e interdependencia que existe entre toda su obra, decidí incluir las ramiento- dentro de la amplitud barroca -que ya nada tiene que ver
lúcidas páginas que sobre el Aduanero Rousseau aparecen en la nove- con una perla deforme-; tan amplia que se duele de imprecisiones y
la Oppiano Licario, así como algunos pasajes de las conferencias La vaguedades, de sayo listo a vestir cualquier santo que venga de Améri-
expresión americana, que enriquecen la selección. En realidad sólo caLatina.
han quedado a un lado -nunca fuera-los poemas dedicados a pinto- Si al azar -el concurrente, el real- se hojean estos ensayos de crí-
res amigos, como las décimas «de la querencia» y las «de la amistad». tica de arte, podrá verificarse el predominio de la óptica manierista, no
Y el poema «Sobre un grabado de alquimia china», cuya sobriedad como etiqueta para diccionarios y manuales sino como punto de orien-
descriptiva azuza las sugerencias como si fuera una parábola encanta- tación para no perder el rumbo. La brújula arma el rompecabezas de
da de Chuang-Tzu, el mensaje sapiencial y oracular de un exagrama los tres pares de trazos enunciados, forma la caracterización siempre
del I Ching. Leerlo es también estar seguro de que los pequeños, cas- aproximada, siempre lista a enriquecerse. Una rápida muestra de cada
taños ojos de Lezama, sabían ver. Dice: trazo vuelve a invitar al juego sin poéticas cerradas, a una lectura acti-
va y estimulante.
SOBRE UN GRABADO DE ALQUIMIA CHINA
La imagen es «el vapor mantecado de un vals» en «Cautelas de
Debajo de la mesa Picassm>, que lleva a los parques vieneses donde Strauss edulcorara a su
se ven como tres puertas público, pero que a su vez saborea la sinestesia, cambia de oído a gus-
de pequeños hornos, to, llega a la síntesis súbita, perfecta. Es «un naranja francés» en «Esta-
donde se ven piedras y varas ardiendo,
por donde asoma el enano
tuas y sueños» o un «melodioso hieratismo» en «Introducción a los
que masca semillas para el sueño. vasos órficos». Es sobre todo ese detalle que de pronto hace brotar la
Encima de la mesa sorpresa ante su prodigiosa capacidad para poetizar, para dar imágenes
se ven tres cojines grises y azules, imborrables, hermosas y simultáneamente exactas, como ésta del ensa-
en dos de ellos hay como figuras geométricas yo «Martínez Pedro y el nacimiento de las aguas», donde «el agua mani-
hechas con huevos irrompibles.
Aliado unjarrón sin ornamento. fiesta sus instantes por hilachas, por ráfagas de energía» y llega al ojo
Pedazos de leña por el suelo. cuya «presa que devuelve es siempre el rumor de un caracol».
Un hombre curvado con una balanza La sugerencia, apoyada en su capacidad relacionable y en su enor-
pesa una cesta de almendras. me erudición, alcanza en estos ensayos momentos antológicos. Es la
La varilla de ébano
alcanza de inmediato el fiel.
escasa vida del pintor cubano Arístides Femández, «como de quien oye
El hombre que vende el tic-tac del tiempo sonando como un puño de azabache». Es cuando
teme a los tres pequeños hornos habla de El Greco, en el ensayo «René Portocarrero y su eudemonismo
16 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 17

teológico», «cuando el verde y el gris eran utilizados contrastados por precedieron, declara: «Generación que abría los ojos al ajeno deslum-
la brevedad intensa del otro; hacer del gris una abeja cuando el verde bramiento, creía fabricar cuando reconstruía, adivinar cuando recogía
es una hoja; hacer del verde la más arremolinada y breve de las esferas el dictado del espejo.» Otro delicioso -y justo- se halla al señalar la
cuando el gris es una hoja». Sugerir, incitar a la búsqueda, es tarea que polémica sobre la presencia de Picasso en el muralismo mexicano,
Lezama cumple como pocos escritores, porque sabe que «el bosque no cuando se burla de los «fuentistas», de los exégetas arqueológicos:
es tan sólo lo que no se ve, sino lo que no existe: un encantamiento», «[ ... ] en nuestra época para señalar la inicial de la cadena mimética
como afirma «En una exposición de Roberto Diago». Y, claro, para seria necesario unir los espectros de Scotland Yard con el colegio de
sugerir hay que saber, hay que tener buena memoria, luchar contra el traductores de Toledo, trabajando en cooperación con el Síndico de
olvido y la desidia: «En algunas hojas de oro, conservadas en el Museo escribas egipcios». Cualquiera de los que tuvimos el privilegio de su
Británico, se aconseja por los órficos en los himnos que allí se escri- amistad podríamos recordar más de un ejemplo donde su afilada len-
bían, que se huya en el Hades de la fuente del ciprés blanco, que pro- gua supo burlarse, magistralmente, de mediocridades y burocracias, de
duce el somnífero olvido», dice en «Introducción a los vasos órficos». «repasadores de teclado ligero» y de «ninivitas arcádicos».
Lanzar una flecha, hacer pensar, es lo que su modo de sugerir entrega La erudición culterana, integrada en él al conceptismo, mediante
cuando esboza un paralelo entre Manet y Baudelaire, cuando recuerda una curiosa síntesis observable en algunas peculiaridades de su estilo,
que Charles Du Bos comparaba la poesía de Keats con un melocotón, como el uso de la sinécdoque, es quizás el sesgo más caricaturizable de
cuando recuerda que «nuestro amarillo no es el hepático e hispánico, Lezama. Así lo hizo, deliciosamente, Guillermo Cabrera Infante en su
sino da en el escudo de la refracción y del chisporroteo». novela Tres tristes tigres. En las criticas de arte, por supuesto, no deja
El sensualismo, enunciado por él mismo como Eros cognoscente, de marcar su presencia definitoria. Rasgo casi totalizador, no parecen
no guarda una relación mecánica y trivial con el trópico. Si bien asu- necesarias las ilustraciones. Salvo dos, que por otras razones vale co-
mir nuestro paisaje y nuestro clima es ineludible, no por ello produce mentar. La primera aparece en «Valoración plástica», texto de 1956, y
fragores sensuales, excitaciones de la líbido. En Lezama se da como dice: «Cuando veo "La casa del ahorcado" de Cézanne, pienso de
génesis y como incorporación de lo lúdico, como su irresistible golo- inmediato en "El Monte Athos" del Greco. Cézanne comenzó por la
sidad ante una piña confitada o una palabra sabrosa. Cuando describe humildad de la reproducción, pero al fin se revela el vientón del espí-
un cuadro de René Portocarrero se solaza, se deja ir «en la curvatura de ritu penetrando en el bosque con la casa de la maldición.» No es sólo,
las piedras del pórtico y de los cuerpos en la danza, la brisa, depurada desde luego, la genialidad de unir al Greco con Cézanne sobre la leyen-
por las colinas y las playas, extiende una matización voluptuosa de azu- da, algo insólito dentro de la critica iberoamericana. N o es sólo cómo
les, oro moteado y franjas coralinas.» Y cuando elogia a Fayad Jamis la relación entre los dos cuadros se hace posible gracias a la óptica de
le reconoce que: «En el goce voluptuoso de la energía que se anticipa Lezama. N o es sólo el profundo conocimiento que muestra de los dos
a toda configuración, ha sabido apretar una pulpa con los ojos.» Los artistas y su encantado vínculo fuera de la sucesión temporal. Es todo:
regocijos del lector se van multiplicando a través de su visión lúdica del en Lezama siempre hay una amalgama que parte y que llega de otra
cuadro, lo mismo que el apetito va creciendo cuando en su novelaPara- lógica, de los misterios y de los presocráticos, del círculo y no de la
diso narra la elaboración de unas yemas dobles. línea, del verbo como raíz.
La ironía es permanente, a veces obvia, casi siempre sutil, apenas La segunda ilustración aparece en una nota necrológica de 1947
delineada. Es aquel «pinchar de pasada» que los latinos dejan como sobre «Pierre Bonard». Al valorar la obra del pintor-poeta Lezama dice
tópico y que Lezama sabe proseguir sin escarnio, fiel a la mejor tradi- que «su intento cae de parte de aquellos que en nuestra época han per-
ción, como cuando al hablar de El Greco dice que hay «épocas que se seguido una cultura de la sensación, no una experiencia de lo intelecti-
complacen en descubrirlo, seguidas de las que gustan de perderlo». O vo». Y agrega: «Hoy que tanta pintura viene del tecnicismo, o lo engen-
cuando comenta, digresivamente, que «la historiografia arrastra las dra, recordemos en Bonard esa manera voluptuosa de acercarse a la
imágenes y le da el trascendentalismo vacuo de los símbolos». Un arcilla, esa expresión central, poética, dialogada.» Junto a la sorpren-
ejemplo característico se halla en «Todos los colores de Mariano», dente familiaridad que Lezama muestra con la obra de Pierre Bonard,
cuando, al referirse -injustamente- a los pintores cubanos que le que da fe inequívoca de su erudición sin fronteras, de su voracidad de
18 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIA ARTIZADA 19
saber, se halla una curiosa y significativa identificación con la poética no. Podría aseverarse que en Lezama se produce una suerte de digre-
del artista. El sentido hedónico lo hace cómplice de aquel cuyo «arte sión permanente, de digresión como sistema de acercam~ento y de pro-
nacía del paisaje dialogado». Para un hombre que nunca pudo viajar a yección de los temas que los títulos anuncian. La cohes1ó~ se cumpl~,
Europa, que nunca tuvo la suerte de ver los originales de Bonard o de entonces, por vía aditiva. La fruición verbal funge de catahz~dor. hac1a
estar en Cannet, la empatía se produce -como cuando me describía y las más insólitas asociaciones. A veces uno se pregunta, mtngado,
comentaba las catedrales góticas- a partir de su capacidad de fabula- adónde va a llegar, sin metabolizar que ya llegó, que no iba a ni~gún
ción, ni real ni irreal, poética. Quien no entienda este principio leza- lado, que el texto íntegro apenas denota porque su voluntad es radical-
miano poco podrá disfrutar de sus escritos, quien no proyecte su erudi- mente connotativa.
ción hacia la transmutación metafórica -como ha de hacerse con las Claro tanto la imagen y la sugerencia, el sensualismo y la ironía, la
Soledades de Góngora, según sugería Dámaso Alonso-- poco jugo po- erudició~ culterana y la fruición verbal, no pueden aisl.arse. ~a~adearlas
drá tomar de una obra cuyo conjuro dice que «la canción de Orfeo, la flau- unidas es sentir la voz de un emisor único en la histona del1d10ma. Su
ta pánida y los gallos eleusinos destruyen el sombrío manto de la enemiga singularidad no admite términos medios, se rechaza o se acepta. de
de Psique». Es decir, cuya obra va contra Deméter, contra la muerte y el entrada, desde los primeros versos o párrafos. Lo que n? .excluye, smo
olvido, contra el enigma de la finitud que él resuelve con su fe católica, alimenta, su capacidad caracterizadora. Dentro de la ~ntlca cub.ana de
con la ofrenda al Espíritu Santo, a Dios. arte no parece muy discutible que las mejores valoraciOnes de p1ntores
La fruición verbal, aunque sea más diáfana en los poemas, también esenciales de nuestro ámbito -como Arístides Fernández, René Porto-
cala su prosa ensayística. Obra que se resiste a las compartimentacio- carrero, Amelia Peláez, Mariano Rodríguez, José Martínez Pedro-- se
nes por género, que se burla de las curvas evolutivas, que no admite deben a Lezama. Su paralelo entre la pintura y la poesía cubanas hasta
seguidores de la «letra» sino del «espíritu», es normal que los sesgos el siglo XIX es aún un reto para nuestros investigadores del ~iglo ~....
se transparenten en cualquiera de sus huellas. Aquí en las críticas de Polemizar con sus juicios también deja, por vía refutatlva, fertlles
arte puede hacerse un iridiscente muestrario de las fruiciones verbales enseñanzas, distantes de la aceptación indiscriminada, del aplauso
más expresivas. Baste referir que una ventanilla es «poliedro aletean- unánime. Así, por ejemplo, sucede con su injusto enfoque ~n 1947,
te», pero tal imagen se extiende, se hace superposición continua, como después rectificó- de los pintores que fundaron la, modernidad en la
en «Otra página para Víctor Manuel», donde «lo verde marcha por plástica cubana. Para resaltar los valores de un coet~n~o ~«Todo~ los
dentro como una oruga que humedece al gris». O como en las meta- colores de Mariano»- no tenía necesidad de m1mm1zar a V1ctor
morfosis de Portocarrero donde «el ángel compasivo, la mariposa y la Manuel de acusar a los iniciadores de la contemporaneidad de «trági-
feria, indistintos ya, vienen a convertirse en el punto, la línea y el círcu- ca irres~lución», de «formas yuxtapuestas». Ese mismo diálogo críti-
lo»; es decir, retroalimentan las larvas composicionales: el ángel va al co con sus textos crea otra resonancia no mimética, no repetidora de lo
punto, la mariposa a la línea y la feria -su tan presente sentido carna- que no pasaba de ser una exagerada apreciaci~n. Asimis~o puede oc.u-
valesco-- al círculo. rrir, mutatis mutandis, con algunos comentanos sobre P1casso, Matls-
Fruición, intensidad del placer, que se verbaliza porque «el poeta se, Orozco, Posada... . , . .
como ya lo vio Novalis, tiene que ser omnisciente», tiene que aspirar a Más allá de disentimientos -s1empre utiles- qu1ero exaltar al
ser «un cosmos en miniatura». Y sin que la consumación, la meta de poeta visionario que advierte sin t~mor: «E~ nuestra expr~sión lo mis-
finalizar, sea decisiva, «pues a veces una fermentación es tan incesan- mo se pierde el rasguño de los pnmeros anos, que lo mas :otun~o Y
te y devoradoramente creadora -como dice sobre Arístides Fernán- visible de lo inmediato»; al Lezama inclaudicable ante «medwcracias»
dez- como la más cumplida ejecución». Por ello para Lezama «una y burocracias manipuladoras de la cultura. Aun cuando lanza desola-
crítica que sea creadora, es decir, que engendre en el espectador un acto ciones es para incitar, para despertar a los aletargados: «Todo lo hemos
naciente, un centro de simpatía irradiante, tiene que partir del animis- perdido, desconocemos qué es lo esencial cubano y vemos. lo pasad.o
mo de lo cohesivo». Y sin temor a lo digresional, sin que el hilo sea uní- como quien posee un diente, no de un monstruo o de un ~n1ma~ acan-
voco. Uno de los textos aquí reunidos, «En una exposición de Roberto ciado, sino de un fantasma para el que todavía no hemos 1nvencwnad~
Diago», dedica cuatro páginas al barroco y apenas una al pintor cuba- la guadaña que le corte las piernas.» Tal función ancilar contra estetl-
20 JOSÉ LEZAMA LIMA

cismos desarraigados y cosmopolitismos acríticos, constituye uno de


sus más valiosos legados. Un legado que mucho cruje en la Cuba de
este fin de milenio, donde nuevos fantasmas exigen guadañas capaces
de cortar lo que atenta contra la tolerancia y la ecumenicidad, el plura- l. ANTIGÜEDAD,
lismo democrático y la identidad nacional. La caracterización ética y
estética de Lezama puede aparecer con alguna ingenuidad política («El REFLEXIONES
26 de julio: imagen y posibilidad») o algún juicio demasiado generoso
(«Un libro de Lorenzo García Vega»), nunca sin honradez, nunca teñi-
da de oportunismos y sectarismos.
Vale parodiar la aguda y maliciosa caracterización que Paul Valéry
hiciera de Victor Hugo, y decir que Lezama cultivaba el manierismo,
se perdía en digresiones infinitas, coqueteaba con las criptologías y
dialogaba con Dios. Su obra, como los ángeles de Picasso, dan «un
punto para la resistencia». «Artista que habita su destino» -como
dijera de René Portocarrero-, la sinfonía de sus textos son sucesivas
metamorfosis donde cada lectura abre insólitas sorpresas, extraños
desafíos, experiencias que convergen hacia una poética enamorada del
contrapunto, del entrecruzamiento. Si un escritor cubano contemporá-
neo encarna la «síntesis súbita y no un allegamiento de acarreos y
materiales superpuestos» es Lezama, como él mismo dijera en el ar-
tículo que escogí para cerrar este libro. Si su manierismo puede engen-
drar desdenes, él mismo enseña -cuando defiende a El Greco en
«Valoración plástica»-: «Pero, ¿qué nos pueden atemorizar esas
inculpaciones? ¿No ha elogiado Curtius el manierismo de Joyce?»
«Artizan> era verbo querido por José Lezama Lima. Una y otra vez
aparece conjugado o como adjetivo. Fraguar un artificio, convertir en
arte, se acerca sin una letra a otro verbo: al atizar, al avivar la lumbre,
al excitar. La materia artizada, el título que agrupa estas críticas de
arte, participa de ambas acciones. Quiere también dejar una imagen:
artizar y atizar.

JOSÉ PRATS SARJOL


En La Habana, noviembre y 1994

[21]
Las imágenes posibles
1

Apesadumbrado fantasma de nadas conjeturales, el nacido dentro


de la poesía siente el peso de su irreal, su otra realidad, continuo. Su
testimonio del no ser, su testigo del acto inocente de nacer, va saltando
de la barca a una concepción del mundo como imagen. La imagen
como un absoluto, la imagen que se sabe imagen, la imagen como la
última de las historias posibles. El hecho mismo de su aproximación
indisoluble, en los textos, de imagen y semejanza, marca su poder dís-
colo y cómo quedará siempre como la pregunta del inicio y de la des-
pedida; pues cuanto más nos acerquemos a un objeto o a los recursos
intocables del aire, derivaremos con más grotesca precisión que es un
imposible, una ruptura sin nemósine de lo anterior. Ni es posible que
un orgullo desacordado al enarcar la red de la imagen pueda prescindir
de la constitución de los cuerpos de donde partió. La semejanza de una
imagen y la imagen de una semejanza, unen a la semejanza con la ima-
gen, como el fuego y la franja de sus colores. En realidad, cuando más
elaborada y exacta es una semejanza a una Forma, la imagen es el dise-
ño de su progresión. Y es cierto que una imagen ondula y se desvane-
ce si no se dirige, o al menos logra reconstruir un cuerpo o un ente. Nin-
guna aventura, ningún deseo donde el hombre ha intentado vencer una
resistencia, ha dejado de partir de una semejanza y de una imagen; él
siempre se ha sentido como un cuerpo que se sabe imagen, pues el
cuerpo, al tomarse a sí mismo como cuerpo, verifica tomar posesión de
una imagen.
Y la imagen, al verse y reconstruirse como imagen, crea una sus-
tancia poética, como una huella o una estela que se cierran con la dure-
za de un material extremadamente cohesivo. Pues solamente de la trai-
ción a una imagen es de lo que se nos puede pedir cuenta y rendimien-
to. Todo lo que el hombre testifica lo hace en cuanto imagen y el mis-
mo testimonio corporal se ve obligado a irse al pozo donde la imagen
despereza soltando sus larvas. Y la escisión de semejanza e imagen pre-
supondría un cuerpo bordeado como un ejercicio en sus límites im-
posibles. Límite que sería un ejercicio, no la inocencia ni el don órfico

[23]
24 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 25
del canto. Y como la semejanza a una forma esencial es infinita, para- causalidad se borra y lo primero que llega toma agudeza y precisión.
dojalmente, es la imagen el único testimonio de esa semejanza que así El arte en el período mítico, en aparente paradoja, aparece goberna?o
justifica su voracidad de Forma, su penetración, la única posible, en el y como una entrega que se ha hecho a totalidad. Encontramos la mis-
reverso que se fija. ma destreza, y como la eterna ocupación de algo que ~e fue entregad.o
De ese mismo testimonio, el desdoblamiento de cuerpo y ser se sitúa al hombre. La misma sensación de posesión, y no de ~1er:~ ~escon?cl­
en esta interposición de la imagen. Cómo concurre el nacimiento de ese da, encontramos en el período esquiliano que en la fis1ca J.on1ca. ~len­
ser dentro del cuerpo, sus sobrantes, las libres exploraciones que cum- tras se revuelve en las rocas del Cáucaso, no obstante la 1ncomod1dad
ple antes de regresar a su morada. Cómo ese ser puede contemplar el de su postura y de su hígado, nos entrega la noticia de. q~e algo 1~ ~e
cuerpo formando la imagen o el mismo ser reocupando el cuerpo para regalado y que el hombre puede al?a~a~ por el c?noc1m1ento poet1co
formar un objeto. Pero tanto el nacimiento de ese ser dentro del cuerpo un conocimiento absoluto: «Enseñe as1m1smo la hteratura de las entra-
como sus vicisitudes, o en ocasiones su oscuro desenvolvimiento, sólo ñas y el color de ellas que agrada a los Dem~nios, y la cualidad favo-
pueden ser testificados por la imagen; pues si el ser tomase proporcio- rable de la bilis y el hígado, y los muslos cubiertos de grasa. Queman-
nada posesión del cuerpo o si el cuerpo fuese su justa y absoluta mora- do los luengos lomos, enseñé a los hombres el arte dificil de prever. Les
da, la imagen desaparecería o habitaría una planicie sin cogitación posi- he revelado los presagios del Fuego, que, tiempos atrás, eran oscuros.
ble. Ya que el viaje incógnito de ese ser hasta posarse en nosotros y su Tales son las cosas. ¿Y quién puede decir que ha encontrado antes de
posterior definitiva despedida, forma un ente, el cuerpo de la imagen, mí todas las riquezas ocultas para los hombres debajo de la ~ierra: el
¿nadie podrá volver a pasar por allí? Las interposiciones entre lo suce- bronce, el hierro, la plata, el oro? Cierto estoy, a menos que qu~era glo-
sivo; las pavorosas distancias entre una y otra ventana y la tropa en que riarse en vano. Escucha, en fin, una sola palabra en compendiO: todas
cada guerrero estrena un distinto uniforme, y que forman las espuman- las artes, Prometeo, se las he revelado a los vivientes». Es decir, en ple-
tes, indetenibles metamorfosis. Cada objeto hierve y entrega sucesión. no período mítico, el arte no es un misterio, siempre alcanza la pro-
La jarra suda su agua estancada, y de esa podredumbre estática, donde porción del hombre, pues el griego estuvo convencido que al poner las
se sientan los insectos a esperar, la flor conduce su testa en la frialdad cosas en la luz, en su develamiento, adquirían un logos por la palabra.
aconsejable para su frente. A la maravilla de que entre esos saltos se Los dioses portaban la claridad hasta el hombre y el te~tro p~~a !a apa-
establecen interposiciones, imágenes, queda esa distancia vacía eviden- rición no era el misterio. En los pensadores del penodo JOmco, en
ciada en la metáfora. Las vicisitudes de un hombre que se desplaza y las Empédocles, por ejemplo, encontramos la misma formul~ci~n: «Ense-
vivencias de ese desplazamiento llegan a nosotros como un todo que ni ñaron los dioses al mortal todas las cosas ya desde el pnnc1p10», nos
exhala ni absorbe, pues la red de las imágenes forma la imagen, y aquel dice. Las contradicciones de la Moira devuelven a Orfeo, Proserpina o
desfile de guerreros de distinto uniforme se convierte ahora en el pri- Polidoro. El hijo del rey Príamo, ejecutado por Poliméstor~ abando~a
mero que llega a la puerta o en el que se aleja desmesuradamente. Tan- las cavernas y después de haber reconocido «al alma soberbia de Aqm-
to una brutal cercanía como el más progresivo alejamiento, forman un les, gravemente suspirando por su hermana.Polixena», se aposenta en
inmediato capaz de endurecer y resistir la imagen, y a pesar de esa dis- el aire venturoso para contemplar los despoJOS de Troya. Hay un esca-
tancia será siempre lo primero que llega. De cada metamorfosis, de cada moteo o sustitución, en vez de cumplir un destino espantoso, surge la
no respuesta, de cada súbita unidad de ruptura y de interposición, se mentira primera: ¿la mentira primera es la unidad ~rimera?, ¿es lamen-
crea esa imagen que no se desvanece, y las palabras que vamos saltan- tira primera el símbolo primero de que hablaba N1etzsche?, ¿hay en la
do, despreciando su primera imantación asociativa; la otra cohesión que raíz de esa mentira primera una sustitución o una contradicc~ón? La
exige de la palabra la metáfora ofrece su contrapunto, la formación de maldición de la raza de los Atridas que llevó a Orestes al asesinato de
ese otro cuerpo integrado por la sustancia poética que ha logrado el ente su madre, en lo que Nietzsche llama «la primitiva teogonía ti~ánica ~el
de creación, el germen sucesivo, ya que lo primero que llega es el siem- espanto», y el hecho de que la familia de los Atridas, l~s meJore.s,.tle-
pre que se va quedando. nen que soportar un espantoso destino, son las revelac10n~s rec1~1.das
En el período mítico helenístico, siglo vn a. de C., el concepto de del Prometeo Piróforo, el que porta el fuego. Ya en ese penodo m1t1co,
revelación encarnada se verifica con una ingenua desenvoltura. La el hijo, después que la madre ha envenenado al padre, y al tener que
26 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 27

destruir la matria, desea una sustitución, una mentira primera, un des- metáfora, al mismo tiempo que una penetración en la imagen, pues el
tino revelado. Un destino espantoso, el horror, tiene que engendrarse que entona busca en las analogías de la conversación, los diálogos de
en el pedir cuentas a las traiciones de la matria, y ante eso se busca una las metáforas.
adecuación tan miserable como la adecuación celular, pero el hombre Va la metáfora hacia la imagen con una decisión de epístola; va
chilla y huye como un grotesco medioeval ante esa realización, ante el como la carta de Ifigenia a Orestes, que hace nacer en éste virtudes de
asco de la criatura frente al creador, y aunque en algunas de sus frases reconocimiento. Lleva la metáfora su carta oscura, desconocedora de
del griego introdujese el compás quedaba siempre rondado de un sig- los secretos del mensajero, reconocible tan sólo en su antifaz por la
no. Así vemos al griego en el período de los mitos, tratando las artes bujía momentánea de la imagen. Y aunque la metáfora ofrece su pene-
dentro de la revelación interpretada, pero el griego volvía a angustiar- tración, como toda metamorfosis en la reminiscencia de su claridad y
se en el período socrático o dialéctico al enfrentarse con el nacimiento cuerpo primordiales, y desconociendo al mensajero y desconociendo
del ser. La era mítica lo había encamado hasta su destino, su espanto su penetración en la imagen, es la llegada primera de la imagen la que
valía tanto como la sustitución que él hacía. La metáfora impulsando le presta a esa penetración, su penetración de conocimiento. Cada vez
al hombre hasta su destino lo fortalecía. Ahora las metamorfosis del ser que Orestes reconoce a Ifigenia se ve obligado a subrayar cada una de
en su cuerpo al desconcertarlo lo debilitaba, preocupándose no ya de sus metamorfosis encarnándolas en metáforas. Pues en la penetración
la unidad primordial, sino, en el período parmenídeo, de la definición o conocimiento de metáfora no se verifica una ocupación o saciada
de la unidad por exclusión. inundación, ya que en esas provincias, conocimiento y desconoci-
Rodeado de los mitos contemplamos la entrega, y después en el miento, se convierten en imagen y semejanza.
período perícleo la indecisión comienza a doblar las rodillas y a enar- En toda metáfora hay como la suprema intención de lograr una ana-
car la semejanza. Pero siempre en la imitación o semejanza habrá la logía, de tender una red para las semejanzas, para precisar cada uno de
raíz de una progresión imposible, pues en la semejanza se sabe que ni sus instantes con un parecido ... La lucha fratricida de Atreo y Tiestes,
siquiera podemos parejar dos objetos analogados. Y que su ansia de representada por Ifigenia en telas tejidas. Los retrocesos del sol repre-
seguir, de penetrar y destruir el objeto, marcha sólo acompañada de la sentados en esos paños con hilacha fina en el primor. La cabellera
horrible vanidad de reproducir. Aquella posesión de secretos, la segu- situada en el sepulcro en lugar del cuerpo de Ifigenia. La lanza de Pené-
ridad de la tierra revelada, cuando el mito es reemplazado por el ser, se lope colocada en el aposento de Ifigenia, mientras mantenía su virgi-
toma en la semejanza, objeto de vacilaciones y esperas. Había recibi- nidad, son momentos donde el conocimiento poético logra su recono-
do de los dioses y gozaba de un mundo interpretado. La semejanza en cimiento. Y mientras se cumplen las progresiones del conocimiento,
Aristóteles, va siendo ya para nosotros un concepto tan enigmático cada una de las metáforas ocupa su fragmento y espera el robo de la
como el de imagen. ¿Qué es lo que imita el bailarín? Que la imitación estatua que se despliega como imagen. Lleva la metáfora su epístola sin
ha de verse en el tiempo, lo prueba que su acompañamiento es de flau- respuesta y en la espera se preludia el rapto. ¿Cómo es que el rey oran-
tas y de cítaras. La imitación cuyo concepto se precisaba en las épocas do en el templo desconoce el misterio del traslado de la estatua? La
que subrayaban la importancia de toda convención, dándole total estatua había contemplado las esquiveces de Ifigenia y fraguaba los
importancia a la imitación espacial de objetos o de modelos. Un mode- castigos de Orestes en la aventura del robo de la imagen aumentada por
lo era un objeto realizado en el espacio y liberado de las corrosiones la decisión final de Pallas Atenea. Y el conocimiento por cada una de
del devenir. Se congelaban las obras maestras que destilaban unos resi- las metáforas, que son como develamientos de las posibles coinciden-
duos fijos y unas cualidades igualmente espaciales que se asemejaban cias de las metamorfosis de Ifigenia, terminado su reencuentro en el
al oro. En el período mítico, el coro ondulaba y seguía al entonador, robo de la estatua, como la imagen que prepara su nuevo desconoci-
que marcaba una medida, indicaba y era el individuo, el actor. El coro miento para recorrer la ciudad.
vislumbraba al entonador, no al objeto. En la época períclea, los dialo- Entre la carta oscura entregada por la metáfora, precisa sobre sí y
gantes son sucesivamente objetivos, oyen como estatuas y al hablar tra- misteriosa en sus decisiones asociativas y el reconocimiento de la ima-
zan un modelo, no una entonación. Nos estaba revelando esa entona- gen, se cumple la vivencia oblicua. El momento de la metáfora se pue-
ción, la medida para el hombre de cada una de las progresiones de la de cumplir en un símbolo que encame la misma persona: la relación
28 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 29

entre el monarca y la imagen de la suerte de. su poder llegaba a ser de ajos». Así el egipcio en el esplendor del período Dypilon llegó a mez-
tipo metafórico. Luis XI vivía frente al pueblo como una metáfora, y la clar su propia imagen con el limo y el tejido de su complicadísima his-
imagen, favorable a los reyes medioevales, formaba la sustancia don- toria era fácilmente descifrado por el intendente o el labrador. Llegó a
de el pueblo veía su jerarquía interpretada. La metáfora y la imagen creer que todos los ríos del reino confluían en la boca del monarca. Y el
permanecen fuertes en el desciframiento directo y las pausas, las sus- poeta no tenía que ejercitarse, pues lo mismo el mozo de cuerda que el
pensiones que entreabren tienen tal fuerza de desarrollo no causal que traficante en maderas para la barca de Amon-Ra, cuando moría el
constituyen el reino de la absoluta libertad y donde la persona encama monarca todos los anunciaban con igual plañido: se hundió, decían, en
la metáfora. El hombre y los pueblos pueden alcanzar su vivir de metá- la línea del horizonte. La tumba natural de un rey era la línea del hori-
fora y la imagen, mantenida por la vivencia oblicua, puede trazar el zonte. Heracles desaparece también en una puesta de sol; recibe la túni-
encantamiento que reviste la unanimidad. El bosque y las ciudades no ca fatal y en fuego asciende de la tierra a las nubes, de las nubes al asien-
son el infinito paredón donde la interpretación otorga la cerrazón o el to de los dioses. Cuando su amante es Yola, como en un ballet, se true-
encantamiento, sino la penúltima, la suspensión, de donde brota la nue- can las nubes del amanecer, coloreándose de tintas violetas. Ese deleite
va cabalgata, el interminable ejército de diversos uniformes. subsiste aun para los filósofos. ¿Si pudiéramos ver siquiera cómo se ha
Así en las pellizcadas relaciones que se establecen en los egipcios trocado la aurora en laurel?, pregunta Curtiss. La aurora es la ardiente;
entre el campesino y el intendente, se abren aquellos templos y empe- el laurel, de madera combustible, es también el ardiente.
zamos a caminar con luz granizada las salas hipóstilas, Dehuti-Necht se En el período Fou Hi, según el decir de un historiador, el feudalis-
dirige lentísimo y maestoso a una rama de tamarindo y va a azotarle mo chino se convirtió en un sueño. En el periodo Topsó, en el ceremo-
todos los miembros al agricultor. Qué luz de topacio de esas puertas al nial del15 de agosto llamado La Luna de Antes, sentados en la terra-
abrirse en otras puertas y engendrar en las últimas sucesiones un gran za, exigiéndose para la verificación la compañía de dos incurables
navío. Asomémonos y veamos detenido con gracejo ese grupo escultó- viciosos en los placeres de la conversación y de un poeta especializa-
rico que se esboza. El campesino está ya curvado pues en cualquier do en el verso de treinta y una sílabas; penetra la luna hasta las ofren-
momento pueden descender los azotes. Supongamos que prolonga su das, la madeja y la mesa, y se espera en las terrazas el hilo que la luna
espera curvado: como la relación no es inmediata, aquí los golpes no debe alcanzar para el comienzo de las danzas. Y en las conversaciones
nacen de la cólera sino de un estilo lentísimo, entre el doliente y el inten- entre el rey Shan y el marqués de Khi se trazan los principios invaria-
dente; el campesino se mantiene tieso mientras el intendente vaga por bles del método celestial, que comprende desde el uso armonioso de
el bosque buscando sin apresurarse el ramo de tamarindo para golpear los cinco divisores del tiempo hasta el tratamiento adecuado para el
todos aquellos miembros que esperan. Al adquirir esa imagen las puer- pago de las deudas. Así aquel pueblo extendía, como el inmenso des-
tas van cayendo sobre las puertas, como en nuestras resurrecciones, file de las chirimías de sus bandas, su sabiduría como la sierpe de sus
donde un centurión va cayendo dormido sobre otro centurión, viéndose murallas. Llegó a habitar el humo y el sueño, el rostro ante el estanque
a hora adecuada para el milagro cómo la siesta cae intempestiva sobre y la luna fría, que iguala al estanque con el desierto. «Lo que moja y
un gran ejército. Si admitimos que esa imagen puede hacerse precisa desciende se convierte en sal; lo que arde y desciende se convierte en
como una cronología leída en un papiro por Champollion, podemos ver amargo; lo que se curva y se endereza se convierte en agrio; lo que se
aún las masas contrapuntísticas y sutiles asociaciones que puede ofre- ablanda y cambia se convierte en acre, y de la siembra y la cosecha pro-
cer una lenta dificultad egipcia. Cortamos así ese estado de evaporiza- cede la dulzura.» Eran suaves consejos adquiridos con una porfiada
ción, acercándonos a toda posibilidad de cristalización. No nos asom- amargura. Khwan, rey, tiene que luchar con las inundaciones,
bra así que en sus relaciones contractuales usasen las monedas más efi- represándolas. Khwan sufre prisión hasta su muerte, y al ascender su
caces y poéticas. Un velo, por ejemplo, podía ser adquirido por una hijo Yu, el Cielo le entrega el Gran Plan y los principios invariables del
medida de incienso y cien manojos de ajos. Pero ¿cómo el incienso método celestial. Rodeado de sus inmensas colecciones de proverbios,
podía ser medido, podía ser convertido en una moneda? Cuando el el chino se recuesta en el sueño, pero sin adquirir la imagen. Los dio-
monarca otorga su benévola confianza a un súbdito le asigna como pen- ses reemplazados por los proverbios, depositan los sentidos en el rever-
sión «mil panes, cien jarros de cerveza, un buey y cien manojos de so del no ser.
30 JOSÉLEZAMALIMA LA MATERIA ARTIZADA 31
De la soberbia escayolada de los romanqs, si la cronología se inte- tablero dé las señales para el comienzo de la gran batalla de Lutzen.
rrumpe o falsea su juego, por entre las columnas truncas, se pueden Separados por esos campos de Brueghel el Viejo, una llanura de trigo
obtener las más plásticas distribuciones de elementos cle composición o un río que pode1nos impulsar con las manos, Gustavo Adolfo y
y de fondos. Podemos levantar falsas antorchas en la celebración, en Richelieu, en filas contrarias, meditan y oran. Sobre un cojín gualda,
casa del pretor, de la fiesta de la Bona Dea, a la que sólo es lícito la asis- como la sortija rojo y azul de los adolescentes pintados por Rafael,
tencia de mujeres. La prefectura romana ha tenido la confidencia de Gustavo Adolfo ve el paso de los cirros, pero la presencia de una nube
que algunos jóvenes libertinos se proponen asistir disfrazados. Y los bermeja se precisa hasta parecer un capelo cardenalicio, y como una
centuriones enmascarados con túnicas como si fuesen ciudadanos, muestra en su vitrina! de una talla de alta dignidad, hace que lo habite
registran cuidadosamente a los asistentes al festival. De pronto, el su enemigo de más peligro, es decir, el otro que también está rezando
asombro de uno de los prefectos, se encuentra delante de Julio César antes de la batalla, separado por un río o por una llanura de trigo. Al
que ha asistido disfrazado de mujer. Cicerón, que está disfrutando de despertar, después de un desayuno con los ángeles, «de otro es el mun-
un ocio en su finca de la Tesalonia, recibe de su partido la orden de acu- do», exclama, tiene el convencimiento que la suerte de la batalla, le.
sar a Julio César ante el Senado romano. Pero César le envía con un será desfavorable. Pero mientras un guerrero con un conjuro desventu-
libreto una esquela interesándose por su salud, y aconsejándole, día rado, encontraría su fuga justificable, Gustavo decide batallar como los
señalado para la acusación, que deberá continuar en su finca para su mártires, donde cualquier posibilidad de triunfo es una falta de atribu-
total restablecimiento. Y Cicerón decide quedarse un día más en su fin- ciones, una desconfianza en el otorgamiento de los poderes. Pero aun-
ca de la Tesalonia, meditando acerca de la compra de otra finca en que en realidad Richelieu no asistió a esa batalla y el único implorante
Dyrrhachium. Ese relato absolutamente falso, me hace propietario de fue Gustavo Adolfo, ni el conjuro llegó a atemorizarlo en una forma tan
esa mentira. El asistente disfrazado de mujer no fue César, sino Clodio; vehemente como para disfrazarlo de San Mauricio del protestantismo.
éste no mandó ningún billete irónicamente amenazador como César, Las colecciones de buitres recibidas en la infancia seguían agitándose
sino gimió, compró a los jueces y consiguió el apoyo de Hortensio, flo- como para dividir en los ejércitos que aguardan la misma necesidad de
rido enemigo de Cicerón. Las asociaciones posibles han creado una imploración.
mentira que es la poética verdad realizada y aprovecha un potencial En la contienda de Eumono y Aristón, al quebrar una de las cuer-
verificable que se libera de la verificación. Y no se falsean esas posi- das del instrumento de Eumono, vino una cigarra a reemplazar el vola-
bilidades que engendran otras asociaciones, que en nada destruyen las do traste, comenzando a cantar. En el mismo conjuro cuando la causa-
que se pueden crear después, pues Clodio era amigo de Julio César, fue lidad sea demasiado exigente, lo semejante destruye lo advertido. Qué
nombrado tribuno por él, hizo que aprobaran las leyes para desterrar a fatigoso el sueño de Sócrates, cuando ve el polluelo de cisne sobre sus
Cicerón. Cuando César pactó con Pompeyo, antes de sus desavenen- rodillas, y al día siguiente al recibir a Platón, lo reconoce como el cis-
cias posteriores, le envió un billete enérgico, no irónico, ante impru- ne que se despereza dentro de su sueño. Sea otras veces una sequedad
dentes pronunciamientos de Cicerón que venían a recluirlo de nuevo en que tiene el rebrillo segundo como el pulimento del metal. Es tanto el
su granja. halo, el polvillo refractado en el contorno que en lo que no le allega-
La gravedad de las termas o del foro, fabrican de lo romano el ros- mos, ejercita una comunicación en ese cauce tinto donde no le alcan-
tro cejijunto, sobre el que se posa el moscardón. Para quedarse con el zamos. De la longitud del número, de la superficie plana entre las
nombre de las fundaciones, Rómulo va al Monte Aventino y Remo al extremidades, de las inagotables labores de tafileteros y tapiceros,
Monte Palatino. Que sobre la cabeza de Remo trazasen seis buitres y aventuras en Pérgamo, fábulas milesias, salto de la empalizada, des-
sobre la de Rómulo circulizasen doce buitres, nos dejaría mansos al piertan el rumor del orden de colocación, enfilan detrás de esos
conjuro, si no sirviese para quemar en forma segunda la verdad segun- paredones unas secuencias de monodias, es decir, un paréntesis de
da. Están, seis y doce, los buitres sobre la cabeza de los fundadores, ya semejanzas capaz de formar las cantidades que pueden abarcar esas rú-
Rómulo queda con su nombre, y ahora empieza a librarse otra batalla bricas. Bien por una precisión de movimientos de trucha, o bien -el
que hace que los mismos signos espaciales concurran a otro escamo- salto de la empalizada- por un gobierno de imprecisiones domeña-
teo. Nos permitimos, impulsados por esos conjunros, que nuestro bles que se muestra como el cuerno de la abundancia, el cuerno de
·32 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 33

caza, el de ayuda o convocatoria del rebaño. Un tumulto de sonidos que caracoles de guerra, en la instalación de los carros para el gran torneo
siguen su aventura por valles y collados, que siguen ondulaciones y verbal, rodeado de la muerte y de la incesante flecha, los dos príncipes
espejos, hasta que saltando las ajenas ciudades amuralladas llega su situados armoniosamente en sus carros trazan los círculos del ser, de
final que se ve despertado por esa penetración de ecos carnales que los mentirosos sentidos y la verdad del vencimiento. Rodeado de trom-
fruncen la piel del caballo o provocan la irritación muscular del felino. pas, de dardos, de las invisibles y hormigueantes estrategias de los pan-
Otras veces era el ejemplo, el fatídico ejemplo, el que volvía para davas y los curus, se va trazando la corriente mayor, la prueba hiper-
destrozarnos las más suntuosas tesis. Para mi mal, al reconocer lacar- bólica, que es la plomada de la mentira primera. Rodeado de una gran
tesiana sustancia que piensa, saltaba el personaje para trabar conmigo movilidad, de guerreros que pasan y que desaparecen, de remolinos, de
un diálogo banal, pero suficiente para destruirme un desarrollo acos- la gran rueda que siempre pasa por un punto y que ofrece un punto. De
tumbrado, una acomodación en el pensamiento sustantivizado. Para eso se rodea, pero su centro, el poema, es estático, de carro a carro las
provocarme esos ruidos o rocíos, venía una sustancia extensa y divisi- palabras van trazando el mismo poema. Estrechado por un gran com-
ble como el alma de un caballo, o inextensa e indivisible como el espí- bate, las palabras cruzadas entre los dos príncipes, cobran una exquisi-
ritu de Sócrates. Su galope, precedido y perseguido por un alma, hacía ta lentitud, la necesaria para trazar el diseño de la sabiduría. ¿Cómo es
del caballo el habitante de una inmensa sustancia que rodeaba al caba- posible la confluencia de las sentencias y los caracoles de guerra, y que
llo; pero si niego este cuerpo, este caballo, que daba esa extensión que mientras la primera se afina, la segunda se hace ronca y desacordada?
era un alma, que era como un inmenso caballo, como si en cada sitio Traza el compás la primera frase, hinchada; roto el compás, la sucesi-
regido por nuestra visión fuese inminente la aparición de un caballo. va palabra, cae.
Un inmenso cuchillo, después de ese inmenso caballo, venía a pronun- En medio de los remolinos, ocurre el desvanecimiento del príncipe
ciarse, a reclamar sobre esa extensión. Caballos de cerámica griega, Aljuna. El círculo permanece felino, pero al centro, en el juego de los
regidos por un concepto.euclidiano de la divisibilidad, venían a encar- accidentes, ocurren los torneos verbales y los desvanecimientos. Arju-
narse en un alma que se despertaba de esa primera y embrutecedora na se niega, no quiere ser el instrumento de muerte de los nobles y reve-
extensión. Venía el caballo sobre su alma, la reclamaba también, y des- rendos varones que fueron sus maestros. Pero a sus desmayos, contes-
pués se diferenciaba bruscamente del espíritu, del espíritu de Sócrates. ta el príncipe Krishna con sus teorías de las apariencias y de lo Abso-
Si de acuerdo con Cartesio esa alma indivisible era «un aire delicado luto. Y es en ese mismo combate, decisivo para las principales familias
que está difundido», el caballo participaba y se incluía al propio tiem- indias, donde se hace el elogio de la tortuga, el retiramiento de las
po en un aire que era su alma, pero que, extenso e indivisible, lo divi- facultades sensoriales y lo esencial que cubre su despreciado peto. De
día al ser impulsado por las progresiones de su velocidad al fuego esa manera, con el gran combate que renueva la periferia del poema,
soplando de su nariz. Pero mientras esa alma extensa del caballo se iba mantiene el centro como la casa central. Hay :una tregua, prueba hiper-
convirtiendo en toda la tierra y el caballo se tomaba en un gran cuchi- bólica, donde parece que se remansa lo que es en su centro la propia
llo que cortaba las rebanadas delicadas de ese aire difundido, era nece- prolongación del poema. He ahí la segunda transmutación. Del com-
sario retomar a la cartesiana sustancialidad que piensa. No nos encon- bate, descompuesto en un eco y un remolino, queda como el gran zum-
tramos al regreso con ninguna brusquedad excesiva, sino con su terce- bido que representa lo temporal, el tiempo no encamado, el tiempo que
ra palabra: lo que prueba demasiado, no prueba nada. Luego la poesía no hace historia sobre la tierra. Tiempo poemático, forma sutil de resis-
y su creación necesitaban desde su inicio la prueba hiperbólica; y nos tir sin hacer historia. Y el espacio donde conversan el aprendiz y la
encontramos con que esa mentira toma peso y se justifica en esa prue- sabiduría perecederamente encamada, que cobra una lejanía más allá
ba hiperbólica. Si se ha encontrado una sustitución, marcha opuesta al de ese zumbido, de esas alabanzas lejanas, semejante a ese cuadro de
conocimiento que va hasta el ser, donde el hombre habita una embria- un supuesto primitivo deliciosamente artificial que situase en el pri-
guez que se hace evidente por la revelación, la presencia de la prueba mero y en el último de los planos, el mismo motivo. Un motivo cami-
hiperbólica es la única que puede trazar un continuo en aquel mundo nando hacia nosotros. Y otro, precisado por la perspectiva, pero que se
que surgió como la discontinuidad mayor. En el Bhagavad-Gita, toca- fuese desvaneciendo como si también desease sumergirse huyendo del
mos esas pruebas hiperbólicas. En la multiplicación del sonido de los anzuelo de la visión.
34 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 35

11 como el misterio de nuestras respuestas se adormece o se aclara en rela-


ción con un acto provocador, presentado con una distancia tan absor-
En aquel lavadero negro situado por Rimbaud, suelen acudir las llu- bente entre uno y otro, que la misma provocación se insinúa o se extin-
vias (quantos), compás desmesuradamente abierto, hasta alcanzar en gue, como si esa provocación nos mostrase tan sólo su reverso. Pensaba
el ejercicio de un sentido inapresable, pero coexistente, un sentido yo por esa misma asociación de actos, que la ~esp_u~sta e~ danza~ en can-
extremadamente extraído para las asociaciones de verbo, de situación, to a la purificación de los metales o al cumphdo Itmerano del tngo, debe
de relación, de intercomunicación; entre las asociaciones dilatadas ser tan sorprendente para él, para el que tiene que contemplar nuestras
regidas por un sentido, y un sentido que actúa sobre un contrapunto respuestas, perdido por su propia cercanía a ese acto provocador. Y si ya
preciso, monstruoso, sencillo repetible. Ese lavadero negro viene a dentro de su milagro cada acto desprendía su forma, engendrando en la
abrir la ópera fabulosa. En esa forma de nutrición poética, semejante a reiteración el entrelazamiento del curso natural y el discurso artifical;
la diversidad homogénea de la lluvia -ya que la historia es como una esperábamos también de la forma su secuencia, desprendiendo su natu-
inexistente y bipolar lluvia horizontal-, la poesía avanza en su inicio raleza en la diversidad o en el tiempo. Así tampoco la forma se trueca en
sobre una llanura tan dilatada y lejana, semejante a la entrega vegetal objeto o en conocimiento dentro del ser, necesitando irradiar, construir
que diferencia siempre el discurso de la corriente progresiva. Seme- imágenes que son los residuos de aquel acto a través de la voracidad de
jante a una doncella que después de haberse cansado en los burdos tra- las formas. Aun en la distancia que puede mostrar el acto y la forma se
bajos del lavadero negro, por la noche vigila sus sedas para acudir a la mantiene su distintivo de inmediatez; pero las imágenes invadidas por la
ópera fabulosa. Dispensadme si he empleado la palabra sentido y no la forma quedan sólo como aproximaciones, como un deseo en la infini-
he precisado en el giro en que yo quisiera hacerla visible. Después de dad, deshecho en el ápice de la música o de la espuma.
haber utilizado los recursos instantáneos de una red de asociaciones, a En los misterios eleusinos, Ceres marcha acompañada de la flor de
veces entregados por una voluptuosa extrasensorialidad; es ese sentido la adormidera, y el sacerdote, en la ofrenda de los cabritos, riega con el
que va surgiendo y que termina aclarándose como la prueba hiperbóli- cántaro y empuña con el misterio de la siniestra la adormidera. Cada
ca, como los peces de gran tamaño avisados en su presencia por un esbozo de lanzar la semilla está acompañado por gestos de la adormi-
ligerísimo movimiento vertical de la masa líquida, provocando esa dera para provocar su olvido, para sumergirla en el sueño que marcha
delicia en la que aún el agua se extiende, pero ya perteneciendo a otro al encuentro de Perséfona. Cuando leemos en Cartesio que el espíritu
reino, por la superficie escamosa. ¿Será acaso necesario distinguir es más fácil de conocer que el cuerpo, deseamos que esa ofrenda se ale-
entre el sentido como proyección inicial y el sentido como resultante je de nosotros para reaparecer después de un largo sueño. Ahora la
tonal? Subrayo ahora esta última condición, este deseo incesante que demostración con que acompaña ese conocimiento amistoso con el
por instantes se hace visible, o se fija sobre nosotros con una insisten- alma y su facultad para sentarla a nuestro lado, se hace tan evidente y
cia grotesca. Así como el hombre ha reafirmado las posibilidades de su difícil como la dificultad del cuerpo. Sus demostraciones han comen-
orgullo en la creación de la orquesta o en la creación de la ópera, que zado para nosotros a cantar:
son organismos vivientes creados por el deseo perseguido por la secu-
laridad de apoyar, de conseguir una dureza o una resistencia para su Como yo no distinguía todo lo suponía en su cuerpo.
imaginación; de hacer permanente o perseguible de continuo un ene- Creía que la pesantez acompañaba al cuerpo y que era su realeza.
Si digo cualidad real es una sustancia que viene a hacerse gro-
migo que nos obliga a seguir su ademán desenvuelto en el tiempo o su [sera.
gesto fijo en el espacio. Una fijeza y una desenvoltura, apoyada en un Un traje en sí es una sustancia.
monstruosillo que después se volvía errante, burlándose de las prime- Si camina el traje y va hacia su cuerpo es una cualidad.
ras imposiciones, que calmaban la inmovilidad de la congelación. Oh marcha opuesta, inencontrable de la sustancia y de la cua-
[lidad.
Al llegar Rimbaud a los deslumbramientos de la ópera fabulosa; i.J:>a
También sabe el espíritu que la pesantez se libera del cuerpo
más allá de una pertenencia para otorgar un recinto. Se relaciona~_a·aSí; [pasado
con la más sorpresiva tradición, entre las del otro Cartesio que nos daba· Y cómo esta pesantez no reconoce su nieve y olvida la extensión del
la adecuación de acto primero y de forma principal en el hombre. Así [cuerpo del hombre.
36 JOSÉLEZAMALIMA LA MATERIA ARTIZADA 37
Finísima extensión, malla d~ acero, que rechaza y olvida la
y cae. Sóplanse las plumas del halcón, que viene a trazar su malla en
[penetrabilidad.
Pues esa misma pesantez tiene su guarida en la misma masa de cuidado de las plumas del ave de río. Del halcón a las tenazas del
[oro de un pie de longitud. perro, del perro a las guindallas, a las parihuelas. Aquel or~anismo,
También la pesantez, sencillísima, vuelve a lo suyo y ahora duer- tan inventado como reinventado, la cacería, va adelantando asi con sus
[me y recela en un pedazo de maderade diez metros de largo. contracciones, con sus sobresaltos rebanados de pronto en el éxtasis
Pues si el cuerpo se cuelga de un cordel, la pesantez penetra toda
[en la parte de la cuerda que sustenta todo el cuerpo. en que se suelta el halcón; o relata con las riendas sueltas ~1 atravesar
Y así el espíritu se cuelga aliado del cuerpo y junto con éste se en- el vado o se entra en el castillo de sombra que le trae el alquiler del tol-
[camina al centro de la tierra. daje de una palma cana. La dispersión, después de la gloriet~ som-
Y ya caminando al centro de la tierra lo podemos medir y dividir brosa, les aclara el pintarrajeo y si no se diluyeran en sus retiros, la
[y así precisamos que él no se desvanece.
creeríamos formando parte de una locura cuyo centro vuela. Ese orga-
nismo se restituyó, se formó para el veedor que lo reinventa al dejarle
He aquí que el trato de los agrupamientos, en que lo diverso log~a paso al grupo escultórico que de pronto recibe la impulsión de lo tem-
constituirse en ciudad, forma las figuras que incesantemente o en uni-
poral, se pone en marcha y al fluir en el tiempo de su estela se endu-
dad temporal, logra su a horcajadas sobre el tiempo. La iluminaci?n rece para resistir. Y si alguien cometiese la travesura, comparable a
de los cuadrilleros en los trabajos subterráneos o secretos; la cacena;
una metáfora subrayada que vuelve a su lejana provincia, de aprove-
las agallas de los barcos en los sucesivos deshielos; el estallante ojo
char un diálogo conveniencista para retirarse del cortejo, al llegar a su
frío de la mesa de azar; el alma desatada del capitán que avanza en el
descanso crepuscular los cazadores coincidirían en indicar y comen-
desierto rodeado de negros; el campamento dormido con las hogueras
tar esa ausencia.
desiertas; las expectativas del agua corriendo entre el veneno y el
El mismo espejo de la poesía tiene su revés que otorga una poesía
amanecer: las conversaciones del hombre y los animales frente al
de mayor movilidad, pero de muy difícil desciframiento. El que ha
cañaveral incendiado; el paseo de los conspiradores hasta la meseta
escrito la poesía es de pronto sorprendido por otra poesía que él to.ca
donde están los ahorcados; los estudiantes que se dirigen al cuarto
y agranda, pero de revés. Un soneto de Góngora al conde VIllamedia-
empapelado del sodomita; las sobremesas donde el migajón no :ueda
na, celebrando el gusto que tuvo en diamantes, pinturas y c~ball?s.
del abuelo al bastardo hidrocéfalo; las notariales mesas de firmas
Este soneto es un índice amistoso, pero da paso a enlaces y mistenos
donde se rubrica la extensión de los sonámbulos y los morfinómanos;
de más rebrillos. ¿Cómo se conocieron Góngora y el conde? ¿Cómo
el asombro yerto ante las operaciones aditivas, diferentes en tres piza-
la tozudez gongorina quebraba para escribir a dos manos obras t~a­
rras e iguales con dos planetas diferentes. Todo ese mundo tan lento
trales con Villamediana? ¿Acompañaba Góngora al conde en la mis-
como fulgurante, tren inmóvil o caballo con tétanos, donde ho~bre e! ma berlina cuando éste paseaba por los alrededores oscuros de Madrid
ha logrado formar grupos escultóricos rodeados de un espa~10 VI~Ible
y por sus bajos fondos? ¿Por qué los dos mejo~es amigos de G?ngora
como un follaje duro y de un tiempo que zumba apagado, maudi~l~.
tuvieron muerte misteriosa, pasados a cuchillo? El conde Intenta
Han logrado así, con un nombre tan secular como hecho. para rectlfl-
siempre acercársele como resguardo y c~mp~ñía. Así, si Gó~gora crea
carse de súbito, un tiempo que resiste como una sustancia y un espa-
«la hija de la espuma»; él se acerca mas aun y crea. s':l «nieto de la
cio que vuela como esencia. De esas criaturas desprendidas vamos a
espuma». Cuando Góngora nos entrega su advertencia Inaugural: era
fijar la cacería. Sucesivamente, en su agrupamiento, la cacería va for-
del año la estación florida. Villamediana se acerca más aun para
mando una diana para el campo óptico, al mismo tiempo que va cayen-
enviarnos el mismo recado de situaciones: era la verde juventud del
do en lo temporal. Las trompas que impulsan en un soplo, los perros
que trazan cintas colaterales, pero no siempre dentro del volteo de la año. Aun si estos acercamientos del de Villamediana dejaban las cosas
mirada. Una ligera suspensión de las riendas del príncipe halconero, en su distancia habitual, el mineral, los diamantes, los frutos de Gón-
gora se alejaban del lacustre, del junquillo de agua estancada de Villa-
y el largo cortejo, conciencia :ertebral, queda e? é_xtasis. Co~~ en
mediana:
prolongación monstruosa y afilada, camina el Ind1~e del ~nn~1~e, voz que puede por tuya, no por mía,
entrándose en el pechugón de la garza, la cual se enaJena, se 1nut1hza articular del nieto de la espuma
38 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 39

la que de sus victorias fue la isuma, aprestan a seguir los designios de sus sucesiones. Piojoso, vociferante
cuando hizo su arpón volante de oro desigual, rueda de una a otra parte, como el plomo de una banda a otra
bramar un dios y suspirar un toro.
del barco achicado como un tapón. Y la de Rimbaud, que recordaba el
día que su hijo le pidió un piano y ante su consideración le descerrajó
Ese momento en que la situación de dos coincidencias o la oportu- la mesa y luego le dio forma y registro de piano. Y la promesa de con-
nidad que puede ofrecer de quedar en vibración con el mismo poderío vertir todas las piezas de la casa en un piano si no llegaba el piano. Y
que la escritura, ¿por qué ese momento en que todo parece prolongar- la asombrada madre de Rimbaud, que ve que después del piano su hijo
se porque ha convertido al hombre en un molusco de incesante y visi- quiere ahora a Verlaine, que de noche camina hasta su casa gritando,
ble segregación? Entre nosotros, esa situación es de real valor para sucio de hollín y de siniestros peldaños de buena canción; como si fue-
completar una frustración poética, un destino que fue decapitado. Le oí se entrada y salida de personajes previamente diseñados, cuando Rim-
relatar a un emigrado una noche de festival en la que esperaba a Mar- baud se escapaba de Londres, llegaba de inmediato la madre de Ver-
tí. De pronto atravesó la sala el hombrecito, arrastraba un enorme abri- laine. De nuevo están juntos en Bruselas, ya con la madre de Verlaine.
go. Inmediatamente esa pieza, ese gigantesco abrigo, comenzó a her- De regreso, la madre de Rimbaud le hace el sueño en un segundo piso,
vir, a prolongarse, a reclamar, inorgánico vivo, el mismo espacio que el granero, con breves borronaduras de cal. Le depara así en su rica sen-
uno de aquellos poemas. ¿Qué amigo se lo había prestado?, ¿y quién cillez, la misma provocación imaginativa que cuando después de píl-
había lanzado ese pez tan carnoso en la reminiscencia? Así como el haz doras de opio ve sólo lunas blancas y lunas negras.
de nerviecillos parecía manifestarse en la mano de Martí; esas radia- Entre Verlaine y Rimbaud y las dos madres, su hermana Isabelle,
ciones se descargaban o descansaban en el círculo verde frío de los ojos que tiene el rostro semejante a esas místicas polacas que un día dur-
de Casal, ¿qué gran nube homérica, qué trabajo de los héroes impedía miendo en los trigales, sintieron una rudeza, una conmoción, ostentan-
que Martí y Casal ni se hablasen ni se conociesen? ¿Y cómo Miy ares do después la hinchazón de su vientre o un gran manto azul con espe-
tenía siempre a Casal en aquel cuarto sobrante de su periódico, donde sas estrellas. Isabelle, cuyo rostro es semejante al de Rimbaud, si
se empeñaba en que Casal leyese a poetas italianos menores? Cuando hubiese llegado a viejo. «Sin haberlo jamás leído, nos dice, conocía sus
Casal lanza su bocanada de sangre en los manteles, está fumando un obras. Las había pensado. Pero yo, ínfima, no había podido resumirlas
cigarrillo. Su traje es el de la invitación a la casa de brocateles y risitas en su verbo mágico. Admiraba y comprendía, eso es todo.» Y sus de-
galas; cuando él suelta esa risotada, que así subiendo por los cañutos seos cumplidos de morir de la enfermedad de su hermano, que devora-
de la sangre parece que si viese una gran frase que alguien fuera de la ba los huesos y paralizaba los músculos y las intenciones. No estaba
sala ha lanzado y que sólo él ha oído y tiene que reírla. Es llevado a un llamada a ejercitar o cumplir sus dones, pero había estado despierta,
sofá donde se le extiende con cuidado; cuando vuelven, Casal ya se ha vigilaba y cuidaba. Su labor era el testimonio en estado puro, no alte-
ido con la otra frase de la otra pieza, pero en sus manos sigue ardiendo raba, no irrumpía, sin ninguna exigencia o reclamación de un frag-
el mismo cigarrillo: ¿cómo pudo resistir, tan imperturbable, ese ciga- mento de aquel destino. Ni siquiera podía ejercer un llamado directo,
rrillo a la muerte?, ¿llegó a quemarle la piel?; ¿se apagó en las manos pues estaba la madre que irrumpía y que recibía los cuidados primero
exánimes o alguien lo apagó y coleccionó? Ahora ese cigarrillo se agi- que ella y que servía como una imposibilidad de niebla para impedir
ta y con la punta de su fuego parece volver, esconderse y lanzarse de que ella se extendiese y pudiese asirlo. Se realiza así una perenne coor-
nuevo a posarse en una mano como si fuese una divinidad egipcia. denada de irradiación. N o solamente la extensión poética que habían
Ahora Paul Verlaine está en Londres con barras clownescas de brea cumplido Verlaine y Rimbaud, sino sus vicisitudes, sus torres de vigi-
y hollín. Y Rimbaud está con él y ha sido la disculpa unas clases de lancia, sus familiares, iban a participar de la otra modulación del otro
francés que remediarán la pobreza. Destrás de ellos, como antiestrofa poema, pues toda verificación en la distancia, toda arribada de la
o coro, las madres. La de Rimbaud, que ve siempre que su hijo se le ausencia, todo cuerpo que ha logrado integrarse sin una fusión de su
escapa desde que tenía diez años. Y la de Verlaine, que es la madre muy sustancia participa y es la misma poesía. Desde el punto de vista de la
vieja del cuarentón largo, que ve a su hijo, más allá de la esposa y del modulación emitida, de la súbita modelación de los instantes, de la
hijo, le busca siempre, le pertenece. Ambas, como corcho tallado, se manera que tienen las cosas de penetrar como una túnica en nosotros
40 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 41

(la piedra que está en el río está también en tu alma), encontramos la no materia orgánica y la clara de huevo viene a ocupar el recinto de la
misma escritura en «El barco ebrio» o en «Lo que le han dicho las flo- suspensión para el embrión que no puede soportar la aridez del con-
res», que en una escapada de Rimbaud de Charleville, perseguido por tomo ni tampoco una heridora tangencia. Su descendencia del cristal,
su madre, mientras Isabelle se ha quedado guardando la casa. N os que era cristal espeso y orgánico, lo revela en capilla de aislamiento y
damos cuenta que esa situación se ha convertido en sustancia, que goza brillo que los primitivos usaban. Que los debates entre la clara de hue-
d~ una impulsión temporal y de una penetración espacial, y que podrá vo y el barniz permanecen eficaces, lo tenemos en la luminosidad de
re1!lcorporarse a nosotros como un poema extinguido en la lectura pero los fresquistas de Siena, y la oscuridad consiguiente, la del barniz. Si
exigente y reaparecido después; como igualmente se reincorporan a la clara de huevo tenía fuerza para conservar, el barniz no lo tenía para
nosotros esas situaciones o modulaciones desprendidas, no en el senti- destruir, y el óleo que resiste treinta años puede asegurarse que no será
do de que toda acción es un símbolo, que han logrado avivar un sentido devorado por el tamaño de ninguna mancha negra. Cuando saltan los
como una progresión, que en su desfile o procesional desliza y recobra cristales de la clara de huevo y sobreviene su descomposición, el cla-
un cuerpo, donde la forma se adquiere o se extingue en el momento en roscuro, en su asegurada lejanía, trae el cuerpo en sus invisibles tubas
que esa progresión se detiene. Progresión del poema que podemos de infinita sucesión. Pues si el cuerpo está en primer término, y des-
asemejar a la del pez dentro de la masa líquida y que queda ya diferen- pués de muchos también sucesivos elementos de composición, apare-
ciada de la impulsión al depender ésta de su punto de partida. Y la pro- ce en el cielo Orión, habrá que trazar la clara de huevo que incluye y
gresión de un número que podemos distribuir con un compás de los alimente el cuerpo de primer término y la lejanía de la estrella, provo-
pies o del canto. Pues en realidad esa progresión es la prueba del fue- cando que esa distancia que las separa no sea yerta e irrelacionable.
go de que la impulsión está actuando sobre un cuerpo y no sobre lo La emisión poética de una palabra puede igualar sus ingredientes o
indistinto homogéneo o sobre una sequedad que no puede ofrecer la elementos actuando sobre nosotros. Entre los somníferos, las hojas de
metamorfosis de la semilla. gordolobo y el ungüento popúleo, igualan en su virtud constitutiva la
Se acercan, con nebulosos cabeceos, palabras sin reclamación ni espesura de sus sílabas con su imagen letal. En los últimos sueños, cuan-
exigencia de la parte contraria: mármol, cristal, clara de huevo, claros- do olvidados del tiempo apenas podemos precisar nuestro pie ideal
curo. Nítidas, a cada una de esas palabras, voluntariamente, le rebana- pisando esas arenas negras y esa mancha que nos va ciñendo hasta lograr
mos los ecos y ·le borramos toda adherencia. Cada palabra rinde sus nuestra total destrucción. Gordolobo es palabra adecuada para entregar-
reflejos al secuestraria de la coordenada de irradiaciones. Las cuatro nos la primera pequeña mancha que atrae la otra grande y total. Todos
van a ser atravesadas por el venablo de un sentido que es su sucesión. podemos tocar un lobo muy gordo, pero su paso ligero es intocable. Los
De pronto, descubrimos que su sentido está en su sucesión y que es pre- movimientos lentos de un lobo gordo, su arrastramiento, su inofensivo
cisamente la sucesión la que les presta su marcha y su creación. Su acercamiento a nosotros, hasta penetramos y damos en esa penetración,
sucesión habitual las hacía antipoéticas, y si ahora percibimos que la gran mancha, el sueño indistinto, homogéneo e indefinidamente ex-
exhalan otra sucesión, que pueden ser atravesadas de nuevo, cobrando tenso. Ungüento popúleo nos produce también ese oleaje gordo de síla-
otra modulación, como con un sentido impracticable pero rigurosa- bas espesas, que nos va otorgando sílaba por ola, hasta dejamos en la pla-
mente preciso, pudiéramos ir enhebrándolas con tacto ciego, pero don- ya de donde vamos a ser extraídos con las danzas del alba. La poesía no
de otro sentido destella. Mármol, sentimos la carencia de ondas en un se ordena y realiza sólo dentro de esos regustos de la excepción, es una
mar prehistórico. Si la heráldica china consideraba el cetro de jade relación o enlace que sorprendemos dentro de un círculo para los ojos,
como el rayo de luna cristalizado, en el mármol toda radiación está que cabe justamente dentro de una sucesiva cantidad de vibraciones para
impedida. Todavía no se han colocado puertas al cristal, y podemos el oído. Alguien toca la puerta sin excepcionarse como aparecido o
salir o retroceder gustosamente. Cuando la puerta se cierra, es decir, ya forastero. La figura que atraviesa el patio parece arrastrada por los tres
en el espejo, la imagen está fijada y quedamos como la incrustación de golpes en la puerta. Cuando regresa, el ladeo sorprendido de nuestro ros-
monstruos en las paredes marinas, percibimos que nuestro cuerpo tro lanza su ¿quién toca? La figura que atravesó el patio, dice: -Uno.
penetra. en la puerta y que allí se fija primero, y que se incrusta por la Mientras vuelve la atravesadora de patios, no a su rueca escocesa, sino a
seculandad. N os dolemos que el cristal fuese una abstracción gelée y su zurcido de innobles tapices, su Uno ha comenzado a reclamar y a her-
42 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 43
vir, a saltar a otra naturaleza. ¿La respuesta se refiere a un numeral o a un hasta que penetra en nosotros. Ese poliedro aleteante que se va acer- .
indefinido? ¿Quería decirnos que solamente había sido un yo diferente cando a nosotros prolifera sus huellas en el tiempo. Las casas en las que
y cordial el que había anudado tres veces su llamada? ¿O ese Uno que- ha ido penetrando sucesivamente o las múltiples adherencias que ha
ría decirnos que era Uno de tal tribu, Uno de aquellos que yo esperaba? logrado su desenvolvimiento, al mismo tiempo que se han ido desga-
De esa manera, a la cantidad de monstruos que el hombre ha podi- jando, refractándose en chispas ocultas detrás de la corriente mayor,
do crear, la orquesta, la cacería, la poesía, aparece el más cambiante como un bailarín cuyos pies fuesen incesantemente secuestrados por
instrumento de aprehensión, el que puede estar más cerca del torbelli- navajas de ópalo.
no y el que puede, al derivar de ese germen una sustancia, tener un Si es posible que el hombre haya podido elaborar una criatura
cuerpo de la más permanente resistencia. ¿Luego es posible el aisla- donde puedan coincidir la imagen y la metáfora, viene a resolver no
cionismo de un monstruo elaborado por el hombre donde puede apri- la sustantividad en lo temporal, sino una sustancia que se sabe y reco-
sionarse el germen y su desarrollo, la constitución de un ente germi- noce como tiempo. No una sustancia resistente al tiempo, que con-
nal? ¿Luego existe el germen capaz de constituirse en ente de poesía y centra una energía para el tiempo, sino el mismo tiempo que se sabe
no en ser o en existencia? Es posible entonces la poesía en el poema; que es una sustancia, el mismo tiempo que es capaz de sustantivarse
es posible que la visita en el tiempo pueda reconstruirse, permanecer, en un cuerpo ... Después que la poesía y el poema han formado un
repetirse. Puede situarse la iglesia debajo del órgano, o como afirman cuerpo o un ente, y armado de la metáfora y la imagen, y formado la
algunos teólogos protestantes, la única fe diferente en cada individuo imagen, el símbolo y el ritmo -y la metáfora que puede reproducir
puede desgajar el espanto, y en el espanto construirse la torre. En la en figura sus fragmentos o metamorfosis-, nos damos cuenta que se
visión última, ¿es la torre o el poema? Mientras el vislumbramiento de ha integrado una de las más poderosas redes que el hombre posee
la torre en la última visión es incomunicable, la seguridad de la exis- para atrapar lo fugaz y para el animismo de lo inerte. Aprovechando
tencia del poema es continua e inmediata, pues en el poema la imagen el nacimiento del ser, por su posible prolongación y sucesión del ger-
mantiene el fuego de proporciones, y en la poesía, la metáfora, no en el men, puede captar en la metáfora, que es en sí las metamorfosis de
sentido griego de verdad como develamiento, sino en lo poético de ese ser, sus vicisitudes hasta alcanzar el splendor formae. Al mismo
oscuridad audible, adquiere su sentido de metamorfosis que justifica tiempo que por la imagen puede trazar las proporciones, ocupaciones
sus fragmentos. (Tal vez las asociaciones, los ritmos que Rimbaud lla- y desigualdades del ser en el ente. Las imágenes como interposicio-
maba nadas, y que elaboraba en tal forma su silencio que salía de ellos nes naciendo de la distancia entre las cosas. La distancia entre las
diciendo: deme papas, deme vinos. O al final, cuando le era casi impo- personas y las cosas crea otra dimensión, una especie de ente del no
sible escribir a Mallarmé, y nos decía: he perdido la razón y el sentido ser, la imagen, que logra la visión o unidad de esas interposiciones.
de las palabras más familiares.) Pues es innegable que entre la jarra y la varilla de marfil, existe una
La poesía, que es instante y discontinuidad, ha podido ser conduci- red de imágenes, participadas por el poeta cuando las concibe dentro
da al poema, que es un estado y un continuo. Pues hay siempre una de una coordenada de irradiaciones. Y nos damos cuenta que si den-
comparación en cada poema mediante la cual fijamos un elemento de tro del poema subsiste la sustancia poética, donde coincide el tiempo
suyo fugaz e irreproducible. Si decimos tal vez que un cristal es agua como imagen de la eternidad y el tiempo como duración, y un espa-
dura o fija brisa, no es que intentamos detener el eco sino que intenta- cio coincidente de un medio universal e indiferente y un espacio
mos una dualidad imposible como un águila y un toro que tirasen de comparativo ocupado por objetos. Y las viejas pugnas entre genera-
una homérica carreta. Esa dualidad imposible, comparativa, hecha pa- ción y movimiento, resueltas en el germen sucesivo, en el germen
ra un sentido hiperbólico, es la que mantiene la liaison de poesía y poesía coincidente con el poema movimiento. De esa manera, en una
poema. Mientras el invitado es esperado, sus rasgos ante la ventanilla indiferencia y desolación totales, donde apenas puede vislumbrarse
se convierten en un poliedro aleteante. Y las mismas brisas y cristales la torre, nos sorpende la existencia de un flujo (todo hacia uno) que
que él tiene que romper para acercarse, tenemos nosotros que perse- va hacia la sustancia poética, hacia un ente del no ser (opuesto a la
guirlas también para hundir y perseguir su revés en el tiempo. Al pasar distancia, esa ausencia de las cosas, no es propio no ser) que puede
por una casa, vemos que penetra después en infinitas sucesivas casas, ser participado y mantenido en imágenes. Así esa distancia, esa
44 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 45

ausencia de las cosas, no es una enemistad, sino una llaneza de inme- el suelo forma la cara del diablo 2 • El agua de coco hervida empolla la le-
diato, donde deslizamos el espejo que suda rocío de enigmas y la len- chuza. Todos esos idolillos que salen en el sabat de la casa muerta, del
ta transpiración o vapor de las imágenes. agua triste. La casa muerta os permite estudiar «las distintas modas
La derivación en imagen tiene el poderío de entregarnos hechos del papel pintado, los grifos del Imperio, las colgaduras con alzapaños
analogados, en el entrevisto reconocimiento de uno solo de esos del Directorio y las balaustradas de Luis XVI». Europa creó la cultura,
hechos, creándolos en unidad a pesar de la distancia devoradora que una segregación suya, con personajes que claman la dialéctica griega,
parecía alejarlos. Puede también esa imagen reducir hasta sumergirse la coral bachiana, la metafisica idealista alemana, Dostoievski, la nove-
y reaparecer con un cuerpo, irreconocible, sobre su lomo. Queremos la francesa del siglo XIX. Los hemos convertido en Dramatis personae;
hacer sacrificios y rendiremos lo primero que llegue, que ahora no es a través de la imagen que los ha destruido, danzan, con sólo un nom-
la imagen: a lo primero que llegue, y tenemos que sacrificar a Toro, bre, no hay un río, se dice un río, o el mar, y se descorre una cortina y
hasta que se pierda en las aguas oscuras, y a Minotauro en artificial aparece el mar. El individuo, la persona, la máscara, la mascarilla, ya
persecución laberíntica. Cuando Minos fue a la guerra, el Toro ascen- están en otra dimensión. Ratalaine nos parece simplote y charlatán.
Había sido: cocinero en Madagascar, pajarero en Sumatra, general en
dió de secretario a gobernador y Pasifae se enamoró del nuevo gober-
Honolulú, periodista religioso en las islas Galápagos, poeta en Oom-
nador. La filie de Minos et de Pasiphaé pasaba de Racine al abate Bré-
rawutte,francmasón en Haití 3 • Y además, León López Halcón, llama-
mond y se perdía después en el aquarium sibarita de los simbolistas.
do también el Venado, bananero en Barranquilla, muerto en gang en
Júpiter, naturaleza sin memoria, obtuvo las conveniencias de Tauros, y
Connecticut, frente al Chase. Fauna tediosa que juega al tertulión ino-
éste, que siempre ha sido débil con la blancura, con la abstracción de
cuo y al Royal Research incesante y profético. Europa con su blancura
Europa, consentía en dejarse poner flores de almendro en el testuz.
y su abstracción está sola en la playa. No hay la novela de Afganistán
Adivinaba el toro que las torres de flores en la balanza de sus cuernos ni la metafisica americana. Europa hizo la cultura. Y aquel verso:
engendraría la risa de los coperos y de Calipso, que duerme en las gru- «tenemos que fingir hambre cuando robemos los frutos». ¿Hambre
tas, guardándolas. Pero el toro, que también tiene su risotada baritonal, fingida? ¿Es eso lo que nos queda a los americanos? Aunque no este-
comenzó a caminar hacia el mar, luego hacia el mar con noche. Euro- mos en armonía ni en ensueño, ni embriaguez o preludio: el toro ha
pa arrastraba su cuerpo hacia el lomo sin agua, aunque pudiera caerse. entrado en el mar, se ha sacudido la blancura y la abstracción y se pue-
Y Europa comenzó a gritar. El toro, antiguo amante de su blancura, de de oír su acompasada risotada baritonal, recibe otras flores en la orilla,
su abstracción, siguió hacia el mar con noche, y Europa fue lanzada mientras la uña de su cuerpo raspa la corteza de una nueva amistad.
sobre los arenales, hinchada con un tatuaje en su lomo sin tacha: tened
cuidado, de hecho la cultura. De los gritos que recordamos: el dios Pan 1948
ha muerto, el nietzscheano ha matado a Dios, y las ediciones vesperti-
nas que voceaban: el asesinato de Europa, en el bolsón de su faltrique-
ra se ha encontrado la cultura. Cien guineas de oro en el fondo de un
calcetín 1• Qué tiempos, decían Tribulat Bonhomet o Papesmo Frise-
morun, cuando Europa era de toro. Ahora nos 9lvidamos del espacio
asimilado, de una experiencia, es decir, de la verificada intuición para
hacer otro poema; se ha cruzado una larga planicie para ir hasta Yas-
naia Poliana. Nos aburre ese diálogo, interrumpido por el malestar de
la Condesa, deseamos la colección de marionetas rusas. Ese cuarentón
que todavía tiene miedo, implora, y cochero alcohólico, no le llega la
vía unitiva, no tiene con quien abrazarse. El agua que cae del balde en
2
lbíd.
1
Victor Rugo, Los trabajadores del mar. 3
lbíd.
Introducción a los vasos órficos
Entre las ambivalencias de los dioses de la naturaleza y los efime-
ros y la aparición de la luz, corresponde a los humanos la aparición del
canto. ¿Qué reino en la penetración nos regala la luz? ¿A qué doradas
divinidades alaban las excelencias del canto? Entre esa penetración y
esa alabanza, entre la luz y el canto, surge una expresión engendrada
por una finalidad desconocida, que unas veces asciende con la pleni-
tud del dios y otras desciende, en sus permanentes y acompasados
paseos por las moradas subterráneas.
El orfismo nunca se contentó con la hipóstasis en el reino de los
sentidos, de una esencia o figura divinal derivada a la presencia de los
dioses de la naturaleza, establecía como un círculo entre el dios que
desciende y el hombre que asciende como dios. Impregna esas dos
espirales, que se complementan en un círculo, en la plenitud de un hie-
rus lagos, es decir, en un mundo de total alcance religioso, mostrado en
una teogonía donde el hombre surge como un dios, coralino gallo de
las praderas bienaventuradas. Desaparecen los fragmentos habitables
de lo temporal, para dar paso a una permanente historia sagrada, escri-
ta, desde luego, en tinta invisible, pero rodeada de un coro de melodio-
so hieratismo. Tanto la luz como el cono de sombras, penetran en las
posibilidades del canto, hasta en el sombrío Hades, la morada de los
muertos «que viven», siempre que el canto, que antes respondía pre-
suntuosamente a la luz, responda también en la noche de los muertos.
Los raptos, las persecuciones de los familiares más cercanos y el
encuentro de dos dioses, continúan en el mundo subterráneo su furor,
como si la luz calentase los sentidos en la plenitud del mediodía esti-
val. En ese hierus lagos del orfismo, la diosa que pasea desde el valle
sombrío hasta la luz, se encuentra con la caminante apesadumbrada
que va desde la sonrisa hasta la sombra devoradora. Una teme ser rap-
tada, la otra se orienta hasta las voces conocidas, las eternas figuras que
atraviesan el patio de la costumbre.
La mujer frenetizada, que blandiendo el tirso, exclama: Alomene
Leda, dichosa Europa, y acaricia en el aire el cuello de un toro, está res-
paldada por una teogonía, que comprende un dios de la Tracia prehis-
tórica; una religión, el orfismo del siglo IV A.C.; y el período de los

[47]
48 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 49

misterios eleusinos, en que el orfismo retr0cede o avanza, y es mayor tres, ya que hasta en el Eros Urano están fusionados lo celeste y lo
el retroceso, ante la temática homérica, que los da a conocer en nume- terrestre, y están siempre impregnados de esa fusión reminiscente en
rosos himnarios de ese siglo VI. Aunque se le atribuye a Orfeo, a una los círculos amnióticos. En algunas hojas de oro, conservadas en el
regalía hecha a los pelasgos por iniciados egipcios, lo cierto es que el Museo Británico, se aconseja por los órficos en los himnos que allí se
mito de Demeter lleva la dorada luz aprensible de lo homérico. Casi escribían, que se huya en el Hades de la fuente del ciprés blanco, que
todos los vasos órficos responde a esa proyección del mundo homéri- produce el somnífero olvido, que se busque, por el contrario, el Lago
co sobre el orfismo: Orfeo ha sido reemplazado por Ulises, y en lugar de la Memoria, y que allí se comience el recitativo: Yo soy el hijo de la
de reflejar el período órfico prearcádico, se deja invadir por las visitas, tierra y del cielo estrellado. El fervor que cada cual conserva de esa
reconocimientos, sombras paseadoras, madres que aconsejan el regre- reminiscencia, traza la veracidad de su religiosidad. No basta portar el
so a la luz, del descenso del Laertiada fecundo en recursos. tirso para ser una bacante, nos dice un verso órfico más afanoso de la
De los comienzos del Caos, los abismos del Erebo y el vasto Tárta- verdadera fe, en el hervor de lo báquico, que de los ornatos en hojas y
ro, el orfismo ha escogido la Noche, majestuosa guardiana del huevo retorcimientos de la parra jugosa.
órfico o plateado, «fruto del viento». La noche agrandada, húmeda y pla- En un órfico «Himno a la noche», aparece ésta como la generatriz,
centera, desarrolla armonizado el germen. En ese huevo plateado, fuente del universo, productora de la calma, multiplicadora del sueño,
pequeño e incesante como un colibrí, se agita un Eros, de doradas alas en «cazadora de la luz en la casa de los muertos y que huye de nuevo a su
los hombros, moviente como los torbellinos con sus inapresables ejes casa», amiga universal, inacabada, los más disímiles calificativos caen
traslaticios. Tripulando el interior amniótico de ese huevo, el Eros sobre- sobre la noche en esa invocación órfica, calificativos que unas veces son
dorado, sentado al centro de los dos irregulares círculos, se prepara a la másculos y otros femíneos. Pero al final la apetencia de la invocación se
genmiparidad. Ese huevo al cascarse fija al Eros en el Caos alado, engen- cierra, deseando que la noche cace los terrores que lucen las sombras y
drando los seres que tripulan la luz, que ascienden, que son dioses. que se truequen en bienhechores. Contrastando con la noche órfica, la
Los pájaros contemplan con estrépito este cariacontecido huevo de la alabanza y la solicitud de envíos dichosos, la noche parmenídea es
plateado, puesto en el origen de los mundos como un pisapapeles que rígida y tajante en su es. No fue antaño, dice el poema de Parménides,
ellos desconocen. Bachelard nos ha recordado cómo en el sueño la síl- no será nunca, toda entera es el Uno, el continuo. ¿Cómo nace, de dón-
fide precede al pájaro, se crea el espíritu volador antes de crear el pája- de viene? Su no existencia no se puede decir ni pensar, pues no se pue-
ro. En esa teogonía órfica, la noche poblada de espíritus voladores, de decir ni pensar que ella no haya existido. Así, se alcanza el génesis y
producto de la diversidad en las densidades, crea el huevo de Eros. A desaparece la muerte. En la misma morada, en sí mismo reposa. No
medida que profundizamos en la imagen del espíritu volador, nuestro carece de nada, pero en otra oportunidad, carecía de todo. Prepara el
afán ascensional se integra, el hombre como dios en los órficos se pre- apeiron, el continuo aristotélico. La noche parmenídea es como la iden-
cisa por la imagen misma de su nacimiento, por el fruto del viento, que tidad vuelta sobre el Uno de un continuo. Todos los dones que el himno
domestica las escamas displicentes y errantes del Caos rendido a la órfico colgó de la noche, en la noche parmenídea desaparecen, aquí la
Noche del parimiento. El Eros alado se mantiene en la luz ascensional, noche fue siempre, reposando en la eternidad de su idéntico, difrutando
a horcajadas sobre los dos círculos que se rompen, levantando una de una inmensa homogeneidad de la sustancia, en un yerto coro de
reminiscencia perenne de la altura, de las regiones hechizadas por el rocas, de donde no se escapa ni el rocío de la fecundación ni esa inmen-
canto, que por venir de lo más alto del árbol estelar, dominan el árbol sa carpa húmeda de la morada de los muertos.
colocado a la entrada del infierno. Dos vasos órficos, correspondientes al período de la influencia
Nos hemos aproximado a la noche de los órficos, al huevo órfico, homérica en el orfismo, muestran el perfeccionismo de los símbolos en
en cuyo interior, jinete de los dos círculos, va el Eros dorado. Cada uno el momento en que Ulises desciende al sombrío Hades. Uno de esos
de esos círculos de la esciparidad, constituye el cielo y la tierra, los dio- vasos se encuentra en el Museo de Munich, otro en el de Nápoles. Este
ses y los hombres. Existe pues, una noche celeste, un huevo órfico último vaso fue el que contempló Rilke para sus Sonetos a Orfeo. En
celeste, un Eros Urano, el cielo y los dioses, que están afanosos de inte- ambos se ve en el centro, parte superior, un trono con Plutón y Proser-
grarse en una apasionada vía unitiva con los mismos elementos terres- pina, presidiendo las figuras mitológicas y las irrupciones de Orfeo.
50 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 51

Los dioses de lo imposible van apareciendo: Tántalo, Sísifo y las azul erébico diríamos, separado del anterior azul, por un círculo carbo-
Danaides. Después, aparecen los dioses de la posibilidad: Heracles, nario, absoluto en.sus exigencias separatrices. Sigue un amarillo, mo-
Teseo y Piritó. El Cerbero aumenta su vigilancia para los nuevos visi- teado de carbón y de sangre, y al centro un círculo rojo, muchas de las
tantes de sus indescifrables dominios. En el vaso del Museo napolita- primitivas inscripciones órficas están hechas sobre hematíes, morada
no aparecen los dioses: Triptolemo, portando la decidida antorcha, del Eros, como en otros opulentos nacimientos mediterráneos, donde la
acometida incesantemente por la flauta; el rubio Radamanto, y el Tris- diversidad del color en las conchas prepara el surgimiento de la figura,
megisto, con su vara de oro. Una familia entera, padres e hijos, se que comienza a ser mordida voluptuosamente por los salmones.
muestran con el gesto sereno de lanzarse a poblar la beatitud, aunque La aparición de los temas órficos corresponde a la ceremonia de
todavía no están iniciados. Se sospecha en el desfile de esas figuras cada uno de los misterios eleusinos los días de los misterios mayores y
reminiscencias de frescos eleusinos que seguían la manera de los fres- menores. Veamos los correspondientes a los motivos que rodean al
cos de Polygnoto en Delfos. En el lateral derecho, figura que porta una segundo misterio mayor eleusino. Se alejan los peregrinos de la ciudad
espada, la Dike, la justicia. En el lateral izquierdo, aparece la Ananké, por el Puente de Sísifo, rodeado de las más antiguas tumbas. Los sím-
portando un látigo. Con una lucidez demoníaca aparecen los ríos infer- bolos de Sísifo y los descensos infernales son impuestos por los bos-
nales, llenos de hojas de oro, con inscripciones en griego alusivas a las ques de los alrededores de Atenas. Comienzan las brisas a ser tripula-
iniciaciones órficas. El tema de la jarra llena de agujeros, que simboli- das por las bromas y las insinuaciones. Arrancan los efebos ramas de
za a los no iniciados, aparece en esos vasos, y se repite con mucha fre- los árboles, comienzan a golpear a las doncellas para incitarlas a las
cuencia en todas las motivaciones artísticas, pinturas o vasos, de temas apetencias más germinativas. Las alusiones a los encuentros del toro
órficos. Los textos griegos de las hojas de oro, como ya señalamos con la blanca doncella, se oyen entre risotadas y ojos encadilados. La
anteriormente, nos indican que las almas caídas al Hades deben evitar vieja sacerdotisa requiebra a una doncella, que comienza a ser protegi-
el encuentro de la fuente del Leteo. Al lado de Heracles, un salero de da por un efebo duro de piernas. Un hombre rudo, mediocre y rupes-
excesivo tamaño, colocado en las cercanías de las Danaides, cuyo valor tre, se acerca para reemplazar a la timidez que no abraza. Está disfra-
simbólico parece difícil de descifrar, a no ser que esté destinado al Can zado de Sileno. Una mujer llorosa siente el fracaso de su vida, el Sile-
terrible, de tres cabezas, vencido por el pulso férreo de Heracles. Es no le comunica una efimera alegría. Aparecen los sátiros marcando el
innegable que las figuras han sido escogidas por tener un azar dificil, compás del frenesí y repartiendo figurillas fálicas. El sonriente dios
una condenación en la vida, que se perpetúa en la muerte. Han pasado Término muestra su príapo estival. Por el camino, el procesional se
por los infiernos, o su existencia terrenal fue una prueba de laberintos, enriquece con ofrendas de vino, higo y miel, para aumentar el caudal
de imposibilidades, de infernal sabiduría. Sorprende, en los dos vasos, de las apetencias carnales. Se tienden para buscar en la siesta una tre-
las figuras que aparecen a uno y otro lado del trono. Figuras procaces, gua y la sombra de los pinos penetra, para calmarlos, los sentidos como
desnudas, con la ropa y el sombrero distribuidos en una forma irregu- flechas. Cuatro días después de estos ardores, se levantan nuevos him-
lar sobre sus cuerpos, como si quisieran causar una impresión droláti- nos para saludar la luz. Los templos donde esa luz resuena están guar-
ca en el mundo de los muertos. Adolescentes y guerreros, doncellas y dados por canes juramentados.
figuras maternales, aparecen mostrando la serenidad de sus cuerpos, La diosa Deméter envía desde los infiernos la menta dañada, hay que
mientras calladamente esbozan sus deseos al hacer visibles sus sexos. mezclarla con el ayuno. La abstinencia tiene que mezclarse con los exce-
En los dominios del color, con la presencia de ese sorpresivo huevo sos del infierno. Desde la playa, surgiendo de las rocas, comienzan a sur-
plateado, se ha alcanzado ya una opulenta escala de evaporación pa~a gir los caballos voladores, como una espada que arrancase de las rocas
los ojos. Esa escala, por las impulsiones del torbellino se trueca en espi- telas mágicas. Un aire de flauta comienza a desenvolver una cancionci-
rales de chisporroteos del amarillo húmedo de las estrellas errantes, lla recogida por Orfeo, mientras se alejan los portadores de tirsos. La
después en el coágulo de irregular circunferencia, cuyo contorno pare- canción de Orfeo, la flauta pánida y los gallos eleusinos, destruyen el
ce estar tachonado de simétricas magulladuras. En ese coágulo rotativo sombrío manto de la enemiga de Psique. El coro responde: saber su no
percibimos un azul hialino, muy transparente, pues todavía la luz lo saber es el nuevo saber, que repetido como un estribillo tiene la luz de la
refracta, debilitándolo; después, un azul de excepcional dimensión, un canción de Orfeo, entonada por los pastores, dominadores del sueño cer-
52 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 53
ca del río, que no pretenden usar indebidamente el tirso, que rechazan la órficos el caballo es breve, de estatura mucho más pequeña que el pro-
dañada granada de Deméter. Esa respuesta del coro es una nueva punza- mulgador de los sones. Sabemos que muchas veces el alma, al esca-
da enigmática. ¿Estaba Orfeo de parte de los que por astucia sabían el no parse de su morada, tripulaba un caballo inquieto, afanoso de penetrar
saber, es decir, fingían el no saber, la inocencia, el calmoso pacer de los en las regiones solares. No la otra parte, baja y sombría, el Thymor, que
animales en el tiempo sin tiempo? ¿O estaba situado en el periodo apo- moría al morir el cuerpo. Los caballos etruscos se igualan al tamaño
líneo, donde había una ambivalencia entre el saber y el no saber? En rea- del hombre. Vienen de las regiones de Proserpina, a veces, están pin-
lidad, el periodo órfico trae una solución que no es ya la del periodo apo- tados de un azul, que parece dejado por la sombra a las regiones de los
líneo. Trae un nuevo saber, un nuevo descenso al infierno. El coro grita vivientes como un esmaltado recuerdo. El onagro es un mulito de piel
una respuesta a una órfica canción de pastores, que se sentirían molestos mágica, del que nos cuentan sus milagros en alguna novela de Balzac,
si sucumbiesen al nuevo saber, ya que no tienen por qué disfrazarse de pertenece a la cultura mágica oriental, sin tener relación alguna con el
pastores. El nuevo saber órfico está en los sones que su lira va a extraer orfismo. El unicornio, que viene a morir tal vez cerca de la fuente de la
de los infiernos. Su canto sabemos que hiloizaba lo mismo al trompo memoria, es una de las últimas manifestaciones del orfismo. El uni-
infantil que a los frutos de los jardines sagrados. cornio de la tapicería se siente acorralado por la muerte y muere junto
Todo nuevo saber, utilizando sentencias de los coros eleusinos, ha a la fuente de la remembranza. Por la breve esbeltez de su figura pare-
brotado siempre de la fértil oscuridad. Ya vimos cómo la noche de Par- ce una transición entre el ciervo y el caballo. Busca las doncellas para
ménides se aísla siempre en un es, de la noche órfica, que siempre se hacerles confidencias y ternezas. Despierta celos de los cortesanos,
espera como inacabada. En medio de los inmensos procesionales eleu- que lo flechan. Muere en el centro de la plaza, cerca de la verticalidad
sinos, atravesados por las canciones órficas, surge al final la consagra- de la fuente, rodeado de burlas y secretas desconfianzas. Luce asom-
ción de la espiga de trigo: «Ha sido hecho, será hecho, es hecho.» bro a la hora de la muerte, pues se sabe bueno y lo conmueve la colo-
Deméter sonríe, del mundo subterráneo, de la oscuridad fértil ha bro- sal maldad de su circunstancia. Ligero y tiernamente receloso como el
tado un nuevo saber, del grano sumergido se ha escapado lentamente ciervo, grave y decidido como el caballo para encontrar la salida del
la espiga visible. La dorada espiga muestra un es, una respuesta cabal desfiladero. Caballo rebajado a ciervo, al unicornio se le regala un hue-
al dios solar. Parménides, en el otro extremo, cree que lo propio del so frontal, con el cual no se puede defender, es su fatalidad, ni de los
ente es. El griego de la plenitud tiene una henchida afirmación, el es de perros ni del hombre. Duró poco, desde los fabularios de Plinio a los
la espiga de trigo y el es del ente. Considera Parménides que sus sen- fines de la tapicería renacentista francesa.
tencias poéticas son misterios y revelaciones, que su carro tirado por En los infernos, dos divinidades femeninas: Deméter y su hija Pro-
yeguas sagradas avanza protegido por las Helíadas, ninfas del rayo de serpina; en la luz, dos divinidades masculinas: Apolo y Orfeo, su hijo.
luz. Hasta la aparición de la dialéctica, en el siglo IV A.C., las princi- Orfeo era hijo de Calíope, otros afirman que su padre era Bagre, divi-
pales cabezas griegas se empeñan en hablar como semidioses. El es nidad de un río tracio. Quizá ahí podamos encontrar la causa de la no
órfico sigue el reto de las estaciones, muere y renace. Es, está y será. precisión de su figura. Nosotros nos atrevemos a pensar que en la raíz
El es de Parménides no depende del sumergimiento, su ente es como de la oscilación de Orfeo como figura mitológica o real, debe existir el
su noche, un continuo, el Uno. Se ve en Parménides el afán de lograr lanzazo de una maldición.
un es que se paralelice con el es de la espiga de trigo, y que aún se Tal vez al contemplar Apolo los devaneos de Calíope con Bagre,
empeña en superarlo, pues la identidad en el continuo afirma siempre lanzó sobre el problematismo de su prole una maldición cuyo conteni-
la existencia del Uno, independiente de los caprichos de las estaciones. do se ha perdido, pero que nos hace pensar que atacó la fundamenta-
En un cuadro de Picasso, de su periodo griego, aparece un efebo ción misma de la existencia de su figura. ¿Cómo es posible que el orfis-
desnudo al lado de un caballo dórico. El equipo muestra su esbeltez, mo se haya extendido desde la Tracia prehistórica hasta el siglo IV de
totalmente domesticado, no obstante, el gesto imperioso con que el nuestra era, sin que se pueda determinar la existencia de la figura que
joven esgrime las riendas, parece como si su victoria sobre la bestia lo crea y que lo impulsa? Además, cuando los argonautas se encuen-
fuese reciente, hay una relación de tierna dependencia en ese juego de tran en peligro, invocan a los Dióscuros, en una plegaria a los amigos,
dos formas excesivamente cumplidas. Al fondo, el mar. En los temas que les trae la enemistad de las amazonas y las lesbianas. En uno de los
54 JOSÉ LEZAMA LIMA

himnos órficos, en el que Jasón consagra la expedición a Corinto, el


centauro Quirón entona el canto junto con Orfeo. Recuérdese que Qui-
rónle'entrega su saber a los hombres, con el natural reojo de parte de
·los dioses. El centauro Quirón fue el maestro del padre de Ifigenia, de
la familia del destino espantoso. Estatuas y sueños
Producto tal vez de esa maldición de Apolo, se vio condenado
Orfeo a llevar parte de los dones de su padre a los infiernos, verificán-
dose una dicotomía de poderes, como entre los egipcios la división de La masa ceñida por la historiografia artística de la antigüedad, comen-
Osiris y Horus. Para uno, Osiris, la morada de la vida y de la luz; para zó a crujir desde las primeras interpretaciones de Winckelmann. La Gre-
el otro, Horus, el reino de los muertos. Apolo llevaría así su poder, en cia del «modelo», plutarquiana» y «eurítmica», tenía que ser repasada con
la luz, la justicia y el canto, por medio de su prole a los infiernos. La delectación por un hombre dieciochesco. Pero cualquiera que sea la rever-
investigación histórica en la cultura helénica ha llegado hasta el si- sión y las mutaciones con que hoy nos acercamos a Winckelmann, tene-
glo XV A.C., en los últimos enjuiciamientos sobre la cultura micéni- mos que reverenciarlo como uno de los momentos fundamentales de la
ca. A medida que se profundice el período comprendido entre ese cultura alemana, en que el descubrimiento de la antigüedad cobrara, para
siglo XV A.C. y el siglo x A.C., época de la más poderosa relación la expansión de su propio estilo de vida, la trágica necesidad de abrevar en
entre la cultura griega y la egipcia, se irá descifrando el misterio de la el mar de los delfines tenorinos, de teorizar la luz y de sentirla avivando el
existencia real de Orfeo, la causa del sumergimiento de su figura y los círculo menor de la sangre. La excursión romana de Winckelmann es la
elementos oscuros que despertó y que fueron la causa de su ruina y de reducción que impulsa a Goethe, embriagado por la luz de las definicio-
su muerte. Obsérvese la divinidad con quien le es infiel Calíope a nes y los cantos, cuando en los caminos de Asís, tropieza con un templo
Apolo, representa la divinidad de un río, y que después de muerto derruido a Minerva, y allí se detiene a orar. Qué momento en que el culto
Orfeo, su cabeza es arrancada del cuerpo y lanzada a un río, donde del poverello y la imagen de los ojos glaucos, parecen reconciliarse en la
continúa cantando, hasta que otras divinidades hostiles deciden ocul- majestuosa plegaria goethiana. Cuando Winckelmann tropieza con las
tarlo por el fuego. estatuas romanas y les sorprende «una noble sencillez y una tranquila
grandeza» ¿esas penetraciones en el mármol eran una entelequia, o por el
Enero y 1961 contrario, detenían gestos que antaño se habían flexibilizado en la marcha,
que se oscurecían en la conspiración o se tapaban con el manto al murmu-
rar de las visitas secretas de los emperadores a las termas?
Las testas de la soberanía, los juegos mitológicos de la fuerza o de los
paseos marinos para la sombra y la humedad de las fuentes, entretenían a
Winckelmann en sus callejeos donde el arqueólogo voluptuoso supera al
paseante solitario. Allí la grandeza alcanzó con naturalidad las reduccio-
nes de la sencillez, el rechazo de lo declamatorio y de la fronda escayola-
da. Pero si nos alejamos de esos gestos, donde la grandeza alcanzó las for-
mas universales de la dominación y comenzamos a contemplar el busto de
una campesina romana, podemos subrayar igualmente la forma majestuo'"
sa de gravitar o de caer en el tranquilo desenvolvimiento de su menester y
de sus leyes. Del rostro de una de esas campesinas, fijadas en un bajorre-
lieve funerario, dice Poulsen que «mezcla una amargura reprimida y una
energía mordaz». El fruncimiento de los labios y la interpretación que hace
la boca del silencio, revelan los frutos y los paisajes que no podrán ser
saboreados y que le provocan una disimulada nostalgia; la nerviosa mali-

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56 JOSÉ LEZAMA LIMA

cia de los ojos nos dicen el lenguaje irónico frente a lo que no podrá ser
golosamente recorrido por nuestro tacto, pero que nos dejó tensos y des-
piertos ante la imposibilidad de su apoderamiento. He ahí la coincidencia
de verdaderas facultades imperiales en el ejercicio del poder y en las mis-
teriosas formas de vida del campesinado. La nobleza, las sencillas obliga-
La pintura románica
ciones de la grandeza, la amargura sin desesperación y una viril mordaci-
dad, se entrecruzan en esas épocas de plenitud, donde el agricultor ve en el
Una moneda, ya de oro,ya de plata, que rueda en la época de San Luis,
monarca el espíritu de la fecundidad y de todo crecimiento armonioso.
rey de todos los franceses, como gustaba de poner en la antefirma, nos
Esas civilizaciones errantes por debajo del mar, sumergidas por el
manteo de las arenas o por las extensivas exigencias de la marea, reapare- demuestra la potente complejidad de cualquier manifestación artística
medieval. Esa moneda debe su relieve a los modelos árabes, los cuales a
cen, a veces, en los sueños de los campesinos. Culturas que sólo rindieron
un color, o las perspectivas de la marcha en las fieras aladas, que se levan- su vez habían asimilado las proporciones de los dracmas de los sasánidas.
tan de nuevo, cabecean, musitan fragmentos inteljeccionales, en los sue- He ahí a los sectarios del fuego, en los cultos mítricos, los devotos de
ños de los hombres más apegados al humus y a la expresividad de cada Ormuz, cuyo espíritu pasa íntegro a uno de los momentos de la plenitud
estación. Se ha observado que los colores más frecuentes en los sueños del numismática europea, cuando ocupa el trono uno de los más católicos,
campesino francés, son el naranja y el gris. En el sueño, la zona de los com- santos y franceses monarcas que han existido. Aunque un afán de preci-
plementarios, ya entre el rojo y el verde, ya entre el blanco y el azul, es sión nos lleva a situar el arte románico, especialmente, sobre todo en Bor-
dominada por la elementalidad apesadumbrada del agricultor, que así goña, países del sur del Loire, Normandía, Italia del Norte, región rena-
navega esos colores decantados por las más viejas culturas. Pero los seño- na. Y, temporalmente a los monumentos construidos en el siglo XI, la pri-
res Pipelet, Homais o Bouvard, llegan a sus casas para disfrutar de un cre- mera mitad del siglo xn, y en ciertas regiones más tarde. Arte románico,
púsculo repantigado, se acerca al gato gris, fantasma elástico, como le lla- expresión del siglo pasado para referirse a los estilos que tienen influen-
ma Baudelaire, y salta sobre el cojín naranja. Se siente acariciado, enarca cia del Imperio Romano del Oriente, y aunque esa influencia de la Roma-
el lomo al sentir el arco electrizado del aire blando, y ya está desperezán- nidad bizantina tiende cada día a ser más polémica, Couragead casi la ha
dose en la fenestra al lado de unas flores naranja pintadas por Matisse. Qué negado; ese término, arte románico, se mantiene aún inconmovible.
esplendor si historiásemos esa naranja desde Delacroix hasta Matisse, y Nació de una espontaneidad, de un estilo de morir, rodeado de cam-
aún el naranja Van Gogh donde el genio francés impuso a través de ese pesinos y de oficios, del panadero, del tejedor, del hacedor de flautas,
color la marca de su universalidad, en aquellos girasoles donde los merca- del maestro organista, de la alianza de los ministros de Dios con los
deres holandeses parecen degustar las estampas japonesas del período campesinos. No como en el arte bizantino por un ordenamiento dog-
Topsó. De aquellos motivos argelinos de Delacroix, alfombras, teteras y mático exterior, por una alianza, siempre funesta, entre los príncipes y
pipas, salpicados de gruesos trazos naranja, a las odaliscas de Matisse, per- las jerarquías eclesiásticas. En lo alto de un risco, una sencilla, pero
sianas, cojines y chaquetillas, donde el naranja se extiende o se fragmenta dotada de gran imantación presencia basilical, convida al pueblo para
en gránulos, revelan un naranja francés, donde caben los sueños espesos el sacrificio de la misa y para la conversación de los pastores en torno
del campesino y las nerviosas sutilezas de Matisse, para mitigar los empa- a los símbolos evangélicos. En una dilatada colina, ya no es la sencilla
chos del bermellón y los desfallecimientos de un amarillo que sofoca y se basílica trepada sobre las rocas, sino las naves colaterales, como una
rinde. El gato gris, traído de Siam o de Persia, por La Perousse o La Con- cruz griega que se puebla, entreabren sus rosetones en tomo a la cáte-
damine, nos regala un elástico salto retrospectivo sobre un cojín naranja, dra central. Ahí establece la majestad de su poderío, vigila a los prín-
elaborado, tal vez, por las monjas jansenistas de Port Royal, reconstruido en cipes, y unida al campesinado le señala, a veces por la danza de la
el presente baritonal, simultáneo, de las ensoñaciones de un campesino de muerte, la jerarquía de la Jerusalén celeste, desde el uno y la mediado-
la vieja Tolosa. ¿Quién sería capaz de quejarse? ra, hasta el trono de los venerables y el racimo de los ángeles que hace
música al ascender el árbol de las estrellas. Es la iglesia militante del
Diciembre 3, 1954 siglo XI, no hay ahí disfrute, ni pereza, ni cautela maligna, ni pacto con

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58 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 59

los príncipes. Hay la vigilia de las horas regladas, las órdenes que tie- tímpano de Moissac, rodeado de los cuatro animales, con su cortejo for-
nen que actuar como mendigas, y aquella tradición de San Francisco mado por los veinticuatro venerables del Apocalipsis. No a los mosaicos
de añadirle al manjar unos dedos de ceniza. romanos, no a las miniaturas carolingias, debe atribuirse el espíritu que
Son muros macizos, ausentes de luz, con poquísimas ventanas, los impregna el tímpano de Moissac, sino al Apocalipsis de Saint Sever,
que se extienden con excepcional continuidad en estas iglesias románi- basado en el Apocalipsis del abad de Liébana, humildísimo, que en las
cas. Yo no voy a explicar los varios tipos de bóveda, en relación con el arco colinas asturianas, fija en su deslumbrante códice iluminado, los símbo-
de medio punto romano, los contrafuertes, ni la bóveda por aristas, por- los de los días finales. Las violas, como se ha observado, parecen prefi-
que yo no estoy aquí como arquitecto, sino sencillamente como un estu- gurar las guitarras españolas, y los ancianos ascienden como para formar
dioso que va a exponer ante ustedes el espíritu sencillo, potente, rebelde, un coro aliado del Pantocrátor, como si comenzaran a entonar en la terra
del arte románico, nutrido, como todo el arte del Medioevo de un fuerte aliena, las alabanzas de la resurrección, en la plenitud del gesto y de la
simbolismo. Todo lo que allí se expresa es como una sombra, un enigma voz, y con las cicatrices de los mártires, según San Agustín, brillando
que encierra un significado en relación con la tragedia de Cristo. Si vemos como las estrellas. En la Catedral de Sens se conserva la más hermosa
en un refectorio a un monje que alza una nuez y medita. Una nuez es, en colección de tapices de toda la Edad Media francesa. Son mantos pre-
verdad, la imagen de Cristo. La cáscara verde y carnosa que la recubre es ciosos que envolvían las reliquias de los santos. En ese prodigioso entre-
su carne, su humanidad. La madera de la cápsula es la madera de la cruz cruzamiento de estilos orientales y occidentales, que caracteriza todo el
en que ha sufrido su carne. Pero el interior de la cruz, que para el hombre arte medieval, como ya hemos dicho, así encontramos en toda esa tapi-
es un alimento, es su divinidad escondida... La paloma, rodeada de una cería, influencias del palacio de los reyes persas en Ctesifonte. Sus
brevedad de llamas, no tan sólo se alza sobre el Espíritu Santo, sino frag- gamas de color de oro, de fuego, color de ceniza también, en sus cam-
mento por detalle simbólico, ofrece dos alas, que son la vida activa y la biantes del rosa y del azul, muestran sobre la seda el refinamiento de la
contemplativa. Sus plumas azules señalan el pensar estelar. Sus tonos miniatura persa con la encantadora gracilidad del dibujo del arte griego.
cambiantes en reverberantes esmaltes azules, representan los peligros Llenando todo el ábside, o a lo largo de sus anchos muros, la pin-
oceánicos de la Iglesia. El amarillo dorado de sus ojos, es el fruto de su tura románica muestra un rojo sangre de dragón, como decían los
madurez. Es un amarillo interrogante, que la Iglesia lanza sobre la futuri- alquimistas, con la reproducción del verde de los olivares, con un ama-
dad. Tiene las patas rojas porque la Iglesia avanza, hoja por hoja del calen- rillo obtenido en las destilaciones del oro por los maestros iluministas,
dario, sobre la sangre exigente, llena toda de ojos, de sus mártires, que que es posiblemente el color que más ha resistido la intemperie de los
cantan en sus seres esenciales la proclamación del Uno indual. Los the- otoños. La vida de los santos de cada provincia, tomada de La leyenda
saurus, los bestiarios, los monstruos de Plinio el Joven, el Speculum his- dorada, de Jacobo de la Vorágine, en cada catedral muestra la orde-
toriale de Vincent de Beauvais, y sobre todo los manuscritos iluminados nanza fundadora, las iluminaciones de un martirio, o las taumaturgias
del mediodía francés, entre ellos el Apocalipsis de Saint Sever, que viene de San Nectario, por ejemplo, resucitado por San Pedro como él resu-
a comentar el libro de San Juan, escrito en España por Beato, abad de Lié- citaría más tarde a Brádulo; en lo alto de un roquedal una basílica pro-
barra. Cosa muy frecuente en la Edad Media, se precisa el día final en que clama su signo entre la vida y la muerte. Son colores lQs que aparecen
saltarán las estrellas al sacudirse el gran árbol. Sin ese códice iluminado en los muros románicos, obtenidos como por ensalmo, o por fórmulas
el tímpano de Moissac no hubiera encontrado la raíz de su prodigio. casi de conjuros. Veamos según un maestro la naturaleza de cierto
Es el Cristo de la majestad, no el Dios del Sinaí, acompañado de los color amarillo. Este color se encuentra en tierra de montaña, allí don-
paradojales armónicos del trueno, sino el Cristo de la simbólica fulgu- de se encuentran ciertas venas como las del azufre. Al llegar a un
rante del cierre de la vida, rodeado de animales, de cálices y de violas. pequeño valle, en una gruta completamente salvaje, escarbándole con
No es un Cristo neogriego, como el que aparece en muchas catedrales una zapa, vi venas de distintos colores: ocre, almagre oscuro y claro,
bizantinas, escapado del Charmides o de El Banquete de Platón o de los azul, blanco. Me pareció el mayor de los milagros que el blanco pudie-
juegos de cabreros de la deliciosa pastoral de Longo, sino un Cristo ara- se ser de naturaleza terrosa. Había además en dicho lugar una vena de
meo, asirio, agrandado, profético, de rostro severo, que oye hierática- color negro. Y tales cosas en dicho terreno tenían la apariencia que tie-
mente y condena para la inexorable eternidad. Es el Cristo del admirable ne una cicatriz en el rostro de una mujer.
60 JOSÉ-iEZAMALIMA

Los gÍPlldes monasterios de Cluny y de ~iteaux, la iglesia de la aba-


día de Foritenay, la de Saint Sernin, en Tolosa, la de Orcival, la de la Mag-
dalena, en V ézelay, muestran a lo largo de sus muros enterramientos y
resurrecciones, vida de santos, la theotocos, la madre de Dios que sos-
tiene a su hijo en sus brazos, la decoración pictórica del panteón de los Pintura preferida
reyes de San Isidoro de León, es el grupo de más calidad de la pintura
románica española y uno de los más valiosos de Europa, en todos esos
motivos se ilustra con un espíritu de total entrega los momentos de la gra- Ahora detenemos, en la sinusoidad del gusto, dos cuadrados de
cia regalada y la gracia en obra. Y en la fundación del Cister, esta regla tela, que cobran signos, que vuelven a tonificamos en el estragado
áurea de San Bernardo: los prelados de la Iglesia no están puestos para casillero de la plástica de los últimos años. L'atelier, de la portuguesa
dominar a los demás y apacentarse a sí mismo, sino para aprovechar a Vieira da Silva, en los dominios de la experimentación y de la novedad,
otros. No buscar el don, sino el fruto. En los grandes edificadores hay el más crítica que desenfadadamente aventurera; y Le passage du com-
espíritu del compás y el de la regla. El maestro del compás, no tan sólo merce Saint-André, de Balthus, situado, para nuestras decisiones artís-
como aparece en los grandes constructores medievales, sino en el si- ticas, en la antítesis de Vieira da Silva, es decir, en un realismo lleno de
glo IV a. de C. en grabados chinos, entrelazados por sus colas como sire- todos los juegos entre la realidad y su espejo, entre el ojo que acecha
nas, aparece Fou Hi, el primer rey fundador de los chinos, empuñando el con reposo de dificil desciframiento y el pulso que se obliga a secuen-
compás; su esposa Niu Kua, enarbola la regla. Vemos, cómo en innume- cias y a mortificaciones.
rables ocasiones, que la fusión simbólica del Oriente y del Occidente vie- En Vieira, más que de formas tenemos que precisar las estructura-
ne a cumplimentar en la morfología de los estilos hechos paralelos. El ciones. He ahí una expresión que concurre para esclarecer, pues díce-
pulso que empuña el compás, en sucesivas cúpulas, busca en la altura un se estructuras como para unir forma y composición. La estructuración
apoyo de piedra para la escala de Jacob. Llegan como para conversar al de un cuadro marcha como su devenir. Comenzaron por marcar flechas
centro de la basílica, pero de pronto el silencio, y una voz se levanta. En y signos en los espacios donde la figuración iba a aposentarse y allí
las paredes florecen los olivares, las minas de oro, los espumarajos del quedaron como para futuros reconocimientos, mágicas maneras de
dragón cegado por los reflejos de la armadura del arcángel, comienzan a reencuentros. Se cierra la visión y el pintor tiene que apuntalar de nue-
organizarse en los signos que copiarán la fragancia de una vida en la gra- vo la ciudad. Algunos grabados, algunos momentos en que lo orgáni-
cia, la carrera de los animales para asistir a la cena final en Jerusalén, que co se definió por líneas y piñas barrocas, cobra de nuevo la visión el
celebrará la extinción de la criatura en la tierra. El coro en un lateral del realengo de sus dominios, y es ahora la ciudad reaparecida como orga-
rosetón de piedra, entona gravemente el himnario con los misterios del nismo sustitutivo en sus agallas espejeantes y en las invisibles contrac-
cuerpo. Una luz nos ciega de nuevo y llevamos el brazo a la altura de los ciones de su respiración.
ojos para amortiguar la fulguración que puede destruimos. El coro can- La pintora, en L'atelier, ha escogido su cámara de trabajo para
ta ahora más alto que el bosque cantante. Allí está el madrugador pana- expresar su batalla frente al espacio sensorial. Ha querido detener su
dero que elabora la masa harinosa, para que la voz penetrante la transfi- visión y proliferar su pulso en una zona que le fuera muy conocida. La
gure en un Dios. Allí está el maestro hacedor de las flautas, que percibe primera intervención de la luz basta para despertar ese espacio senso-
con un oído hecho a la medida de la agudeza, cómo su instrumento en los rial. Distribuye y define, logra la cantidad de los agrupamientos y la
aislados murmullos y en el ancho pecho coral, está dócil al aliento del dimensión. La luz es aquí el hilo. A veces se tiende como para apode-
hombre que proclama en la gloria. Ahora el coro comienza a dispersar- rarse de la región más flotante e indecisa del espacio sensorial. Y otra,
se lentamente, pero ha estado un instante en la transparencia y eso vuel- metamorfoseada en pequeñísima llave, se limita a esclarecer un ladri-
ve a los hombres alegres, sencillos y misteriosos. Han estado en una casa llo, diminuta escama del laberinto. La coincidencia de la luz y la visión
con fundamentación, han ascendido en el coro de las voces y los instru- del pintor, es la primera muestra rotunda del encuentro de ese espacio
mentos de los oficios dichosos, y ahora, en la costumbre de lo sagrado hecho para nuestros sentidos. ¿La internación de la luz no es acaso el
de todos los días, han comenzado de nuevo a cantar. visible de que ya el pintor está en esa zona donde podrá distribuir de

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62 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIA ARTIZADA 63
nuevo como otra naturaleza? Mientras la h.1z penetra en el pintor, su recerse y a penetrar en el cuadro de la tela. La vieja, equilibrada entre
visión, como un lince de fuego rayado, marca el extremo límite donde su bastón y su bolsa; el enano oligofrénico, que limita su mundo a la
el contorno es resistencia o dominio espacial. contemplación del perro lamiendo el centro de la calle; los niños, unos
La luz, unida a la fijeza de la visión enL'atelier, ordena y distribu- entrelazados en sus mundos de indescifrables lejanías; y otros, que
ye. Ordena, no por magia asociativa, sino por un mantenimiento de sus parecen mirar al pintor, se sonríen. Precisamos que en esa tela Balthus
virtudes acumulativas en proyección. Punta del devenir, de la dimen- dominó un espacio, les sembró unas figuras que nos saludan y se pre-
sión que provoca, gana la movilidad del nacimiento que se esboza. sentan con gracia desenvuelta, aun en su indiferencia. La eficacia de
Mientras la estructuración de la tela es severa y se cubre con un rigor ese espacio y las figuras que ha relacionado, se le convierten, en la con-
afortunado, las figuras tiemblan en el centro de su cascadura, en el templación, en el resuelto enigma de un punto de irradiaciones.
prestado oído de su crujimiento. Las figuras quieren desprenderse de
la luz como azadón definitorio, suave castigo que adquiere. Nacer es Abri/25, 1956
para esas figuras desprenderse de su anterior laberinto, nacer por apro-
ximación al tironeo, a la aparente arbitrariedad de las decisiones y los
agrupamientos en la pared descalza.
Balthus, en Le passage du Commerce Saint-André, está en la otra
tradición, la que circuliza un fragmento del mundo exterior, apoderán-
dose de él en ese momento en que las cosas liberadas de nuestras insen-
satas reivindicaciones, marchan hacia nosotros anhelosas de su existir
formal. A medida que esas cosas toman nuestras direcciones y señales,
se hacen más completas, ofrecen un misterio más dificil de penetrar.
Para mí en esa tradición se encuentran los productos artísticos de más
linaje y se constituyen en cifras muy" difíciles de allegar y reconocer.
Preferiría aludir en esa dimensión artística a La cocina, de Velázquez,
más que al Buey desollado, de Rembrandt. En aquel cuadro de Veláz-
quez, se ve que ni aún el motivo ha sido escogido por diferenciación o
sorpresa. Es una cocina, con su sereno hieratismo, con el fuego en des-
canso, con~el agua adormecida en un silencio que detiene. A la prime-
ra contemplación, sorprendemos que no hay allí ninguna trampa, se
brinda con un señorío sin reservas, sin amaneramientos y sin picardía.
Si la sencillez de sus modales nos ganó la detención, ahora las evapo-
raciones que precisamos en aquella materia signada, nos invitan a su
misterio y yo diría como a una indetenible galería de paseos metafísi-
cos, que comenzamos por un rasguño en la nada, se fueron abriendo en
inagotables escalas, en temblorosas complacencias, que están siempre
como ansiosos de regresar a la graciosa nadería de su nacimiento, más
que de su hechizo.
En el apoderamiento de esa calle parisina, Balthus consigue la cali-
dad de esa tradición, un fragmento que asciende y se mantiene entre su
insignificancia y sus prodigios. Las planchas que cubren las vitrinas de
la casa donde se elaboran los sorprendentes llavines, que reemplazan a
los perdidos, nos indica que la vida más esencial de esa calle va a escla-
Valoración plástica
Primero retorcer, luego estirar. Estiramientos bizantinos, que no
verticalidad gótica, del Greco, engendrando en el espejo valorativo la
misma deformación del estupefacto. Épocas que se complacen en des-
cubrirlo, seguidas de las que gustan de perderlo. Generaciones que le
asignan cuota de místico verídico y generaciones que congelan sus
ángeles, colgándolos en el «maniérisme». Para unos su llama es ver-
dadera, para otros está amanerado. Góngora, Pacheco, Cossío, Barrés,
Ortega, Ors, ya lo hostigan, ya le rinden tiorba alabanciosa. En tanto,
su llama alargada, su rostro con perilla en cadeneta se ríe sombría-
mente, oye por una cerradura chirriante los juicios que lo enarcan o lo
tunden. Y espera ... la próxima estación.
· Mohíno y con intranquilo desagrado, se adelanta Felipe 11 para
entregar su encargo del San Mauricio al prior de El Escorial. Miraba de
soslayo por aquellos espectrales corredores y se encontraba las infan-
tas perifollosas pero acartonadas de Sánchez Coello y las ilustraciones
infernales del Bosco. En Sigüenza, que lo relata en líneas áureas, mien-
tras subrayaba el disentimiento del Monarca, se complace en llevar al
Greco frases de aquietamiento: «dicen es de mucho arte», «su autor
sabe mucho», «se ven cosas excelentes de su mano». De ese modo, el
mismo historiador de la casa que construye Felipe, lo burla, otorgán-
dole carantoñas cuando el monarca se cierra sombrío y reticente.
Parece como si en el mismo momento de su colocación, ya el «San
Mauricio» comenzase sus discrepancias. Mientras Sigüenza sonríe, el
maestro Pacheco, paseando por sus talleres sevillanos, lo sorprende
lanzando «sus crueles borrones por afectar valentía». De cuya frase
parece desprenderse un francés neoclásico, que lo encuentra no sólo
«affaiss», lo que lo irrita, sino «disloqué», lo que definitivamente le
borra el sueño y la vida apacible. Sin seguir la frecuencia de ese peri-
plo, llegamos al total rehabilitamiento de Cossío, y ya pensábamos que
el Greco estaba con lo minoano original, lo aprendido veneciano, y el
toledano apetito por la Suprema Esencia, instalado en su canonjía de
segurísima inmortalidad.
Es decir, contemporáneos vacilantes y aun tajantes en el negar de
su valoración, largo proceso de negación neoclásica y de aceptación

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66 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 67

impresionista, hasta llegar a un aparente aquietamiento en su trono de dros, la devoradora agitación de sus llamas y cenizas. Por el contrario,
ardido orgullo. La devoción de Cossío parece culminar en el señala- Cézanne lo convertía en un ejercicio, en la sequedad de una disciplina.
miento en Velázquez de correspondencias y secuencias con el Greco. En mi opinión, no se ha estudiado en una forma conveniente las defor-
Recibe la lección de los venecianos a través del Greco, parece decimos maciones verticales del Greco en relación con las deformaciones hori-
Cossío. Una Venecia donde la pulpa y el reflejo están reemplazados zontales de Cézanne. Como en el Greco tienden a convertirse esas
por una ascensión del cuarzo recorrido por las flechas. La veneciana deformaciones en la escala de Jacob, para penetrar en la región donde
lección matinal está atenuada por los presagios de la noche toledana, el cristal de las esencias es operación y espíritu. En Cézanne esa defor-
dándose la campal en el gris velazqueño, en las nubes de la Villa Medi- mación horizontal es el gozo del artesano que asegura su materia por
cis, donde pudo captar el espíritu de las ruinas con un gris españolí- la extensión y su soporte. Cuando veo «La casa del ahorcado», de
simo. Cézanne, pienso de inmediato en «El Monte Athos», del Greco.
Considerábamos al Greco ya instalado en la turbamulta de todos Cézanne comenzó por la humildad de la reproducción, pero al fin se le
los nacimientos de expresión. Se recordaba, con una sonrisa para tor- revela el vientón del espíritu penetrando en el bosque con la casa de la
pezas anteriores, la indiferencia de los que en sus días estuvieron a su maldición.
lado y la alabanza de su posteridad numerosa como los frutos despren-
Julio 7, 1956
didos en el plenilunio de estío. Cuando de pronto sorprendemos el pen-
duleo de acercamientos y rechazos en relación con su obra, como si a
cada generación le fuera igualmente necesario repetir las torpezas de
sus contemporáneos. Ortega y Gasset se enfrenta con el tema genera-
cional de Zuloaga y sus pastiches del más falso Greco, apunta la frase
«un poco de materia puesta a arder». Ahí está su raíz mística, pero
como Ortega, al crujir parte de su obra por su desconfianza teocrática,
comienza a huir de todo quemado airecillo infuso, se entona paramos-
trarle desdenes al Greco. Entre los cuatro grandes pintores españoles
anteriores a Goya que él señala, Ribera, Zurbarán, Alonso Cano y
Velázquez, excluye con elegante sadismo al Greco. Aparece borrado
de la exclusiva preferencia que había alcanzado, al mismo tiempo que
se señala, tesis preferida de Cossío, su maestría sobre Velázquez, ro-
deado de rostros de Doménico en cámara de trabajo.
¿Y el San Mauricio? Mas implacable aún la más novedosa crítica
de arte española lo incluye en el «maniérisme», señala que los ángeles
que verticalizan la composición están amanerados, lo sitúa en la tradi-
ción del gótico flamígero. Luego, ¿aquél místico de la emanación de la
materia tenía procedimientos ganados de antemano, los repetía, se apo-
yaba, cometía «maniérisme»? Pero ¿qué nos pueden atemorizar esas
inculpaciones?, ¿no ha elogiado Curtius el maniérisme de Joyce?
Adquirido un montículo para afirmar o demostrar, ruedan sus soportes
arenosos, y ya estamos plenamente dentro de la revisión del revisio-
nismo.
El Greco fue copiado, en los ejercicios del pulso del espíritu, por
· Cézanne y Picasso. Picasso en algunos ejercicios de retratos, en los
comienzos de su obra, intentaba remedar más que la técnica de sus cua-
11. EUROPA, AMÉRICA

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El bodegón prodigioso
Con sus manos cruzadas en la campánula de parda estameña, el
sonrojo de su naricilla, animalejo que se deja acariciar por los vaga-
bundos, Fray Juan Sánchez Cotán, autor del más sorprendente de los
bodegones que puede mostrar una cultura, se hunde en su celdilla, rién-
dose invisiblemente de un tábano prestigioso: las escalas valorativas.
Este Fray Juan Sánchez, repasando sus hortalizas, alejándole algún
caracolillo que amarillea con sus oros malvados la hoja suave y nervu-
da, prendido al éxtasis matinal despertado por el cloqueo de alguna
gallina traída de Indias, consigue de pronto una interrogante atención
sobre su divina sencillez. Cuanto más ha intentado ir sumergiendo en
la gran corriente anónima del bodegón español, la gracia le regalaba la
diferenciación. Humildísimo cenobiarca, aparece en su bodegón,
transfigurado, entornándose la puerta para una curiosidad, que acos-
tumbraba a la sorpresa y a las arrogancias del temperamento, tiene que
volverse para él calmosa, en espera también de una gracia en nosotros
para allegarle.
Fray Juan ha rehusado la dificil sencillez -su sencillez es la del
agua que ocupa, que penetra sin ruido-, la deliberada sencillez adqui-
rida por residuo y decantación, que juega y ondula en el estilismo de
cada época. Su sencillez es de alegria, que encuentra, no que descubre
el nombre, el reverso, la piel, las matinales valvas remecidas inocente-
mente por el rejuego de las corrientes. No sabe ser primitivo, descono-
ce el disfraz de la ingenuidad, respira su inocencia, creando un halo
donde el pecado original se desfigura en sus traspiés y pide tregua. La
sobriedad, la respiración, su ligero apoyarse, borran las huellas y des-
corren un encantado fragmento de espacio duro. Su respiración no
daña, no traiciona, y cada corteza y cada forma adquirida desprenden
para él sus corpúsculos más áureos. Su respiración parece regalarle el
ser comunicante, el éxtasis de sus paseos por los jardines donde la
codorniz le regala una hoja a la cebra. Y su respiración, capaz de trans-
parentar las murallas, pone en suspensión su mirada como un árbol
para las criaturas menos obligadas a la gravitación.
Sus elementos de composición nacen de la reiterada contempla-
ción, de esas formas que contempladas todos los días llegan a brindar-

[71]
LAMATERIAARTIZADA 73
72 JOSÉ LEZAMA LIMA
revela que la sequía no tiene por qué marchar acompañada de aridez,
nos su nacimiento costumbroso, su engallada sorpresa liberada de toda según el término empleado por nuestros místicos. Esa sequedad, que
incandescencia. Naranja hojosa, suspendida de un cordelillo para el cobra su absoluto en la extensión de sus paños blandos, parece un
rocío de la frescura; col cabezota, con el cordaje que le renueva el terroso relumbre, una siena que muy pronto es un amarillo, y luego,
comienzo del agravio; sonriente tajo sobre el amarillor de delicias, para insistir desde su eternidad, un blanco pedregoso, resistente, de lla-
mostrando la cubierta de asegurada reyecía, en epicarpio de puerta nura. Pasando a otras culturas, muy otra es la suerte de un bodegón de
linajuda bien guardada; luego, lasca de melón, con la luz cubriendo el Chardin. Las frutas han sido escogidas por el feudalismo altanero de su
ofrecimiento, acompañado de un pepinito ensombrecido para mitigar piel, uvas y melocotones se cubren con un rocío rendido al repaso
el latiguillo verderol. Frutos y hortalizas sonreídos todos los días, sor- voluptuoso. Sorprendemos que esas frutas han sido otorgadas por la
prendidos por el buen Fray Juan, cuando dejaban atrás la flor o su capa jlatterie, por un halago obsequioso de la estación y la amistad. Pero en
terrenal. En su composición ni simetría, ni equilibrio o destreza, todo nuestro bodegón, la cuidada semilla fue depositada por las mismas
ello surgiendo de ese misterioso lleno, que es una de las más inquie- manos, que dueñas ya del pincel, la vieron sorprendida ofrecerse en
tantes regalías de lo hispánico. Lo lleno en la tradición de la prosa de fruta, en la naturaleza perpleja del lienzo. Por eso fue Fray Juan Sán-
Quevedo a Gómez de la Serna. Magia del gaditano mazapán carnal. chez, humildísimo, el que dictó la lección áurea del bodegón, el bode-
Lleno en aquella prodigiosa y exacta cocina, pintada como a plomada gón prodigioso.
de detalles, otro de los enigmas de Velázquez. Llaneza en la composi-
ción de esos bodegones, de los cuales el de ese Fray Juan Sánchez se Agosto 28, 1954
alzó a escala de maravillas, muy amigado con la llaneza con que trans-
curren nuestros místicos. Lleno y llano, composición y fundación,
mazapán y éxtasis, bodegones anónimos y ejercicios espirituales.
Fray Juan Sánchez se burla de las escalas valorativas, porque antes
rehusó las trampas contemporáneas del arte. Todavía para él lo bello es
el pulcritudo de los escolásticos. «Basta con decir lo verdadero de una
manera extraña, dice un personaje de Las afinidades electivas, de
Goethe, para que lo extraño acabe por aparecer verdadero». He ahí la
clara indicación de la lucidez, tendiendo su trampa de claroscuro, de
antípodas visiblemente gobernadas. Pero lúcido y primigenio, gravi-
tante o levitante, verdadero o extraño carecen de significado en la cel-
dilla de Fray Juan, cuadrado de cama y mesa, curvas de la jofaina. ¿Por
qué separar lo verídico de lo extraño? ¿Y lo verídico no tiene que ser la
mejor compañía, la que viene hacia nosotros por equivalencia de la lla-
mada? ¿No será que las cosas se enmascaran con un signo extraño
cuando encuentran en nosotros algún costado dañado? En su celda
Fray Juan parece como quedar preso de un susurro, de la fuente escon-
dida. Su sueño ha adquirido la visibilidad y como un lince adquiere la
representación del fruto en el tiempo exquisito en que entreabre su visi-
ble, como esas conchillas abiertas tan sólo en un tiempo de la marea y
a una sutilísima presión de las arenas.
. Destacarse con un bodegón, aún al lado de uno de Zurbarán, fuelle-
gada de la gracia a una mortificación llevada con alegría. A esa suce-
sión vertical de la composición de Zurbarán, donde las cestillas fruta-
les se desenvuelven como los monjes en sus refectorios, y donde se nos
El Aduanero Rousseau
-Todo lo que pinta -continuó Champollion, con el fruncido olea-
je de su bigote un tanto ensalivado- es la búsqueda del rostro de su
padre. De niña, su padre la maltrató y huyó de ella, así ahora cuando
pinta, lo que quiere es aclarar a su enemigo en su interior. Mientras
frente a un espejo conversa con sus padres muertos, sus imágenes son
de delicadeza, entonces habla de la espiral interior del caracol, de los
estambres atravesando el desierto soplados por un viento tibio, de los
injertos en la cola de los peces entuertados en las profundidades.
Entonces cita, y la justifica, aquella anécdota de La Bruyere, de un
señor que le pagaba a un maestro de órgano para que le enseñase a can-
tar a sus canarios, mientras se preocupaba muy poco por la educación
de sus hijos. Toda esa delicadeza, con la que intenta conjurar la puerta
abierta por la que llega su madre muerta, y la marejada que le devuel-
ve a su padre ahogado, entonces da un salto hacia lo infuso de los
comienzos, el viento del espíritu quemando la onda, aclarando esas
evocaciones sexuales a medida que avanza con el paso tardo de la cer-
veza. Así lo que antes era la delicadeza de un picaflor picoteando una
rama de almendros, se trueca en el amarillo de un halcón atraído por lo
anal, por el ojo del cual chorrea una clara de huevo. Es lo que yo llamo
la retorta en pelícano, el pico vuelve sobre la panza del recipiente.
Recordemos la estrofa del Dante: «tanto ch'i 'vide de le cose belle 1Che
porta'l ciel per un pertugio tondo». Hasta que pude ver las bellezas del
cielo por un agujero redondo. Hierve el mercurio con el azufre, el
remanente del azufre sale por el pico para entrar por la panza. La ima-
gen exhala un azufre que después vuelve a entrar en el cuerpo, cuando
el azufre retoma es cuando Margaret evoca esas rocas sucias de mus-
go, piernas abiertas como para extraer pulgas del trasero.
-Dejémosla que duerma y volvamos a lo nuestro, a nuestros cor-
deritos, blancos de espuma. Me han dicho que has estudiado al Adua-
nero Rousseau.
Champollion extrajo de un estante un cuaderno del Aduanero. Y
prosiguió, recuperando la alegría al señalarle el cuadro El poeta y la
musa: idiomas, instrumentos musicales, viajes, lo que le habían ense-
ñado y la pintura que a su vez enseñaba, amistades creadoras y con-

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versables, en fin, todo lo que sabía se le había convertido en naturale- zado con las cuatro o cinco cosas esenciales para un artista. Ha estado
za alegre, en fiesta de la navidad con el gato sobre el tejado. Ni la tris- en México, en su adolescencia, no en el cansancio de la madurez rebus-
teza, ni el cansancio del conocer aparecen nunca en su pintura ni en su cadora, a despecho de las burlas se ha impuesto con todo su instinto
persona, conoce a la sombra del árbol de la vida. El cuenco de la mano alegre y, antes de morir, vuelve a sacar de su baúl su vieja flauta con la
y la copa le dan a beber la misma agua de vida, ¿qué crees tú, Fronesis, que ha domesticado a coyotes y serpientes.
de esa manera de conocimiento en el Aduanero? Este viejo socarrón, que soporta las burlas de la vecinería, tiene
-El arte del Aduanero Rousseau -le respondió Fronesis- brota también los supremos engallamientos. Así, un día se encuentra con
del surtidor inmóvil de un encantamiento. Su afición por la flauta pare- Picasso y le dice: «Nosotros somos los dos grandes pintores vivientes,
cía convertirlo en el encantador de la familia, de las hojas, de la amis- usted en la manera egipcia y yo en la manera moderna». ¿Qué enten-
tad, de las casas de su pueblo, que al alejarlas parecen castillos de libros día el Aduanero por la manera egipcia? La técnica llamada completiva
de horas, de iglesias que al acercarlas a un primer plano quisieran de los egipcios dependía de distintos fragmentos que forman unidad
dejarse acariciar por la mano. Es el encantador del coyote mexicano y conceptual o de imagen, antes que unidad plástica. La técnica comple-
del león de San Jerónimo. Sabe lo que tiene que saber, sabe lo necesa- tiva marcha acompañada de una simbólica hierática, es decir, surgida
rio para su salvación, no con el soplo de Marsiyas de Pan bicorne, cuya de un cosmos mitológico. En el sepulcro de un rey de cuarta dinastía,
zampoña lleva el aire agudizado hacia los infiernos descensionales, se contempla la separación de diversas partes del cuerpo, sin formar
sino la flauta de prolongaciones horizontales, del dios de la justicia ale- una integración en los fragmentos sucesivos, sino que la unidad es
gre y de la suprema justicia poética. Como en los crecimientos mági- completiva, la separación de los fragmentos corporales forman la uni-
cos de ciertos pequeños árboles que se regalan, en la Persia o en Bag- dad de imagen, concepto y símbolo hierático.
dad, en un tiempo gozoso para la mirada, la raíz crece trasparentada El Aduanero, dentro de lo que él consideraba la tenacidad de su
como el cristal, el diminuto tronco obedece las órdenes acumuladas manera, presumía frente a Picasso de representar la manera moderna
como una aguja, después las hojas se van transformando en la sucesión tal vez porque sus recuerdos de infancia le sirvieron para todo ulterior
de los instantes en el ramaje, donde una cochinilla se sumerge en la desenvolvimiento, por su fabuloso viaje a México, tan servicial a su
indistinción de la escarcha, luego la hoja se abre como una mano y rue- imaginación como el de Baudelaire por las Indias americanas, por su
da un dátil. Prodigio del instante el crecimiento mágico y prodigio de alucinado culto del detalle y su místico y alegre sentido de la totalidad,
un instante que se hace secularidad. Pues sus casitas en el tierno invier- por su originalidad en el sentido de poderosa raíz germinativa y no a
no de la amistad francesa perduran como la pequeña iglesia de domin- través de síntesis de fragmentos aportados por las culturas. Por su mis-
go, con sus ágiles novios y sus importancias de entintados bigotazos. ticismo libre y su júbilo dentro de la buena canción. Con todas esas lec-
Este bretón vive un saludable hedonismo de burgués provinciano ciones alegres y con todos esos laberintos resueltos, el Aduanero podía
en el barrio de Plaisance. Cuando se burlan de él, no hace esfuerzos por considerarse con justeza un excelente representante de la manera
parecer grave y agresivo, sino por el contrario, cree ver en esos guiños moderna, candorosa, alucinada, fuerte, frente a las potencias inferna-
la apreciación de su fuerza y el anticipo ingenuo de la corona y el pan- les. Picasso no debió asombrarse ante esa frase del Aduanero, sino
teón de la inmortalidad, en los cuales cree, como también cree en los mostrar su aquiescencia por esa solemne penetración en su destino.
viajes, el vino de la amistad, los recuerdos del colegio y la fiesta de -Si fue o no un primitivo, es lo cierto que lo que conoce golpea en
bodas. Tiene que soportar que aun después de muerto, Apollinaire, que lo que desconoce, pero también lo que desconoce reacciona sobre lo
ha sido el que más lo ha querido, lo llame, cierto que con mucho cari- que conoce, signo de todo artista poderoso -dijo Champollion.
ño, «Herodías sentimental», «anciano suntuoso y pueril que el amor -En realidad -prosiguió Fronesis- ¿fue Rousseau un pintor pri-
arrastró hacia los confines del intelectualismo», «los ángeles le impi- mitivo o un pintor popular, es decir, había en su arte un impedimento o
dieron penetrar en el hombre vivo cuyo Aduanero hubiera llegado a una insuficiencia? ¿Tenía como los primitivos un mundo plástico que
sen>, «anciano con grandes alas», «pobre ángel viejo». Frases de un al intentar reproducirlo se quedaba en sus impedimentos? ¿Expresaba
joven estallante como el Apollinaire de 1910, cuando se encuentra con como el pueblo con lo que tenía y contaba, con sus recursos intuitivos,
un viejo burlado burlón como el Aduanero, que antes que él se ha abra- sin agazaparse el reto de las formas? O una ulterior posición ante sus
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obras, ¿había en él una malicia de los estilos detrás de sus órficos conduce a la ciudad en la lejanía entrevista; cerca, un hombre curvado
encantamientos? Sus Jugadores de balón representan ese momento en por el rebote del hacha astilla un árbol a punto de doblegarse. Parece
que el recuerdo aún lo arrastra, no le puede dar paso a una tristeza dia- que lo va a tocar. El hombre está conducido por una hostilidad y una
bólica, como en esas estampas donde el demonio niño, con fingidas amistad, por una exigencia y una rendición, por algo que se esfuerza
indecisiones, coge su rabo y lo verticaliza al sentarse, manteniendo por dentro de una oposición y algo que se regala en la gracia.
falta de experiencia, el rabo erecto con el sostén de la mano. En esa fase primitiva de su obra, podemos situar El verano, para
En esa expresión de lo popular, colocaría también El poeta y su compararlo con Brueghel el viejo. Algunos de sus comentaristas han
musa. Es cierto que las medidas de las caras están tomadas a compás, incurrido en falsas aproximaciones a su obra, al considerarla como un
pero parece que el Aduanero ha querido pintar un arquetipo burlón, vis- redescubrimiento ingenuo de la bonhomía francoflamenca. Pero si
to por un provinciano que con todo el aluvión sanguíneo de su alegria, continuamos fijándonos en el cuadro El verano de El Aduanero y en
quiere dejar a sus amigos en una aceptación interrogante. Por candorosa La cosecha, el memorable espejo de Brueghel el viejo, nos damos
que pueda haber sido la imaginación representativa del Aduanero, es cuenta que en éste asombra la inmensa extensión de un espacio pobla-
indudable que al mostrar a Apollinaire con una pluma de ganso en una do que se rinde ante las redes del pintor. Plano tras plano, como en una
mano y un rollo de papeles en la otra, al mostrar a Marie Laurencin batalla donde alternase el trabajo de vencimiento de la naturaleza, des-
como un espectro ceñido de verticales listones lilas, señalando con el pués de mostrar la serena abundancia de sus dones, con el reposo de los
índice alzado la gloria del Empíreo, dejaba bien impresa la marca de que campesinos cuyo sueño parece acompañar al cumplido trabajo de la
era un amigo malicioso que quería satisfacer la ingenuidad que aquellos naturaleza, Brueghel no ha temido enfrentarse con la improvisada pero
dos artistas esperaban de él. Las orquídeas rojas, blancas y rosadas, sím- tenaz ciudad, que surge de pronto para apoderarse de la naturaleza pul-
bolo ya desde los egipcios de la absorción sexual, colocaban, según su sada y obligada por el hombre a contribuir a sus fines de gloria, como
manera, la rama brotando directamente de la tierra, señalan la cercanía una yesca que ardiese dentro de la costumbre.
de la conversación apasionada. Aquí la vegetación indica la proximidad Fronesis se volvió hacia Champollion, queriendo observar alguna
de los enlaces y lo germinativo, mientras las figuras esbozan sus risue- muestra de cansancio, pero sólo vislumbró en él cierto sobresalto no
ños arquetipos. La vegetación se orquesta en una sangre verdeante, los engendrado por el sueño báquico de Margaret, sino por la espera de
tonos de lo estelar son un azul rodado, gritando casi su movilidad, pero alguien que no acaba de llegar. Fronesis temió la espera de una de esas
una secuencia de tonos bermejos, que tiene algo de arborescencia cora- visitas que recibía Champollion -aficiones, marchands, adolescentes
lina, se fija como el remolino dentro del caos para comenzar el confia- errantes, sutil y lentamente enmascarados de una arrogancia luciferi-
do origen de los mundos. na. -Veo, le dijo Champollion, que tienes tus ideas sobre El Aduane-
En sus cuadros como primitivo no podemos dejar de contemplar ro puestas en fila, que lo has estado estudiando últimamente. Esa rela-
los castillos, la escarcha y los árboles esquematizados en tronco y ción con El libro de horas, del Duque de Berry, y con Brueghel el vie-
hojas, sin aparente relación de proporcionalidad, que desfilan por El jo que tú le señalas, me parece que penetra esclareciendo. Me interesa
libro de horas, del Duque de Berry. Sus casas solitarias, sus mismas que sigas hablando sobre El Aduanero, si me notas que me inquieto, es
iglesias de provincia, recuerdan aquellos castillos regados de escarcha que espero a un amigo que te quiero presentar.
o de campesinos placenteros, según el castigo de las estaciones. Fronesis sintió la ilusión irónica de lo que le había dicho Champo-
Aquellos Fouquet, aquellos Limbourg, tengamos presente el llion; poner las ideas en fila, estudiando últimamente, tenían el pecu-
Febrero de este último, parecían como si de súbito penetrasen en el liar soplo de la cerbatana venenosa del pintor. Fronesis, para subrayar
tiempo, golpe de hacha sobre lo sucesivo, deteniendo el espacio para la escasa importancia que le daba al habitual punteado irónico de
un tiempo eterno. Cada figura, cada elemento de composición cobra Champollion, se apresuró a continuar hablando de El Aduanero. Mas,
un relieve de hieratismo al aislarse, al asumir una relación fragmento y cuando percibió con entera nitidez que ya Champollion apenas lo escu-
totalidad. Sigamos observando el Febrero de Limbourg: una torrecilla, chaba, inquieto por la visita que se esperaba, que se hacía esperar más
pequeñas cúpulas deliciosas para ser habitadas por las abejas, el hom- de lo previsto por las condiciones de la cita. -El cuadro El verano, de
bre con su cayado y a su lado un burrito trepando la colina nevada que El Aduanero -prosiguió Fronesis-, encuadrado dentro de un noble
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reposo sin cansancio, ofrece los troncos¡ anchurosos con sus copas la punta de la nariz y las dos aletas. Su pelo muy negro, tenía irregu-
cerradas, es uno de los pocos cuadros de El Aduanero, donde el trata- laridades en sus ondulaciones que revelaban las hebrillas etiópicas.
miento minucioso de las hojas ha sido reemplazado por los grandes Sus manos dejaban vislumbrar el azul de las venas, señal de refina-
conjuntos de la masa hojosa, los campesinos y los caballos deslumbra- miento tormentoso, como si al acariciar a un gato no pudiese ocultar
dos por el blanco de una luz recreada, no parecen tener el destino de que pensaba en acariciar al platónico Charmides. Cuando la luz se
marchar hacia una finalidad de rendimiento ante las redes formales del posaba en su rostro con excesiva evidencia, la palidez subraya aún
hombre, sino que permanecen en su mundo interpretado. Es el mundo más la azulina teoría.
del primitivo, no hay planos de superficie ni planos de profundidad, las Hablaba con corrección vigilada, sin natural felicidad, como quien
cosas situadas en el lienzo tienen todas una importancia sagrada, son maneja un idioma prestado. Subrayaba un tanto las palabras para lograr
una caligrafia descifrada desde la pequeña hoja con sus líneas de secre- una pausa que le rindiese la progresión oracional. -En primer lugar
tos laberintos, hasta el sol que apoya la selva para su penetración. Una -dijo-- no creo tener ninguna condición excepcional, para que tu
mano tiene un destino, una hoja tiene un secreto, un árbol su ámbito. amigo en París, donde siempre se encuentran una docena de las perso-
El Aduanero estudia, distribuye, reordena una mano, una hoja, un árbol nalidades más significativas, desee conocerme a mí, que soy una nade-
y en pago de esa humildad, se le hechiza un destino, un secreto, un ría. Es correcto pensar que nadie va a venir de La Habana a conocer a
ámbito. esa lástima que es Cidi Galeb. Además, si por el hecho de ser del nor-
Fronesis se interrumpió, veía un hombre joven, debía tener veinte te africano, participo en lo que antaño fue la cultura eritrea, no puedo
o veintidós años, que se acercaba por el comedor. Champollion, con llamarme en manera alguna especialista de una cultura que ha sido
excesiva amabilidad, dijo: -Ya llega el esperado dificil. Fronesis te estudiada por Frobenius en una forma deslumbradora. Por último, y
quiere conocer, mira, Cidi Galeb, un tunecino especializado en la cul- muy brevemente, pues sé que te has querido burlar de mí al presentar-
tura eritrea, éste sí es de los que se pueden presentar, pues ya verás que me, si tu amigo sabe un poco de todo y ese poco es una esencia, puede
Ricardo Fronesis es de los que saben de todo un poco, pero ese poco es decirse que ha alcanzado la mayor perfección que se puede en la cul-
una esencia -se adivinaba en esa presentación todo el hociquillo de tura contemporánea. Si has querido burlarte, dijo en tono de visible
garduña que tenía Champollion. broma, cojo tu espátula y disparo un siena sobre la tela en que hayas
Fronesis enrojeció al sentir la malicia de la presentación, pero de trabajado más en este día.
inmediato Cidi Galeb adoptó una postura que evitaba que Fronesis se Fronesis se sonrió, había captado de inmediato la fina habilidad de
sintiera disgustado por la presentación de Champollion, encargándose Cidi Galeb, para desvirtuar la vulgaridad de Champollion con Frone-
con suma destreza de poner de nuevo a flote a Fronesis, si es que éste sis al presentarlo, fingiéndose él el burlado. Cualquiera se hubiera sen-
se sentía molesto por la presentación, pues había percibido tanto el tido molesto por la falsa y malintencionada presentación de Champo-
enrojecimiento de las mejillas de Fronesis, como la indiferencia exte- llion. Fronesis captó no tan sólo la sutil habilidad de Cidi Galeb, sino
rior con que había tomado las palabras de Champollion. también que Galeb desde el principio de la presentación quería ganár-
Cidi Galeb era alto y flexible, la piel pálida parecía culminar selo. Todavía sentía sobre su hombro el halcón amaestrado de la mira-
esperadamente en los ojos de un verde mate, que miraban las perso- da del visitante que lo había sorprendido con su llegada no esperada.
nas y los objetos con excesiva lentitud, despegándose con dificultad -Hablábamos de El Aduanero -dijo Champollion-. Fronesis
de las figuras que aprehendía, de tal manera que al observarlo Fro- nos daba una de sus lecciones de maliciosa sabiduría sobre un ingenuo.
nesis por primera vez, tuvo que hacerlo como si lo cortase en varios Creo que a ti también te gustan algunas de sus cosas,. E! desierto y la
planos con la mirada, pues los ojos de Cidi Galeb, si disimulaban su gitana, por ejemplo. Todo consistirá en que le repitas a Fronesis lo que
insistencia, no podían evitar la sensación de que se posaban sobre tantan veces nos has dicho a nosotros. Con el matiz molesto de esta fra-
nuestro hombro con la seguridad de un halcón amaestrado. El tabi- se, Champollion intentaba desquitarse del partido que había tomado
que de la nariz ligeramente pronunciado, con sus aletas inmóviles, Cidi Galeb por Fronesis.
pero a veces acompañaba el pestañeo cuando se hacía demasiado -Si quieres decir que me repito en la conversación -respondió
rápido, con un movimiento horizontal en que se movían conjuntadas Cidi Galeb con un fingido engallamiento--, no todos podemos ser como
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tú, el manadero del eterno renacer. Con mucho gusto le diré a tu amigo agua y el cayado, como si durmiese en algún portalón mojado, lista
lo que yo pienso de alguno de los cuadros que me interesan de El Adua- para la marcha. La pureza de El Aduane~o. e.stá en haber acercad~ la
nero. Si me repito y te aburres, te puedes ir a dormir con Margaret. gitana al león, sin que quepa la menor pos1b1hdad de que sea destruida
Champollion guiñó el ojo izquierdo y movió nuevamente la cabe- en el sueño. Su hechizo en esa situación es superior a la distancia, a la
za en señal de negatividad. causalidad y al hábito esperado. Es una eternidad inocente y alegre, el
-Con mucha frecuencia -comenzó diciendo Cidi Galeb-, los león seguirá rastreando y la gitana durmiendo. En una solución de El
ordenamientos que logra El Aduanero Rousseau coinciden con los que Aduanero que recuerda la de los pintores chinos de la época clásica,
siento crecer en mí, dictados por mi raza y por las tierras del norte afri- cada figura se defiende de la otra por infinitas mutaciones. Cuando la
cano. En esas regiones, pudiéramos decir, la muerte está mucho más cara de los roquedales que rodean el lago es un tigre, el pescador que
pegada a la tierra y a nosotros, que entre vosotros los europeos o si se duerme en su barca es un champiñón o un topo y nunca se pueden
quiere ser más preciso, entre los americanos que tienen necesidad de alcanzar.
aclarar su pensamiento entre los europeos. Sentimos el aliento de la Otro de sus cuadros que siempre vuelve sobre mí, es El sueño de
muerte, eso nos viene, desde luego, de la inmensa zona de la influen- Yadewigha, está también en las preocupaciones de mi estirpe que for-
cia egipcia. Para los europeos la muerte es una cosa que algún día suce- man las evaporaciones de los sentidos, qué extraños cuerpos llega a
de, unos sienten ese suceso más en la lejanía, y eso les permite dormir formar el deseo solitario, sin la posibilidad de que nuestros sentidos
con un sueño más acabado, así como en los últimos tiempos se ha pues- comprueben esa aparición, ese ente evaporado por nuestros sentidos,
to de. moda sentir la virulencia de la muerte, es lo que algunos llaman pero que después esos mismos sentidos enloquecen por no poder asir
la conciencia de la finitud. El hombre del norte africano siente cons- o penetrar. Hemos creado algo que nos destruye, pero ahí es donde
tantemente que la vida va a morir y que la muerte va a vivir, tiene un siento ese cuadro de El Aduanero, necesario en mi imaginación. Yade-
sentido vegetativo de la muerte, el sumergimiento dentro de la tierra wigha con su flauta puede crear, y la prueba de esa creación en la ima-
significa la reaparición heliotrópica, los cambios ordenados por la go está en que puede destruirnos.
energía solar. Eso lo siento vivazmente en el cuadro de El Aduanero La -Eso es algo -interrumpió Champollion-, de lo que más me
gitana dormida. Sabemos que tiene que existir una extraña relación atemoriza en la pintura, tener que crear con tubos de color, con pro-
entre dos incomprensibles cercanías, pero sabemos también que es ina- porciones, con llenos o con vacíos, con delimitaciones, una expresión
gotable su indescifrable liaison. Pero ahí no encontramos un proble- en la que la nuestra no debe cohibir la que cada cual va a desprender, a
matismo a puñetazos, sabemos que eso sucede con todas las relaciones evaporar frente al cuadrado de la tela. Sentirse un poco caracol, un
que la vida nos presenta, sabemos que sobrepasamos, pero no com- poco coral, un molusco segregador, es decir que la conciencia de nues-
prendemos. En el desierto, uno al lado del otro, el león y la gitana. El tro arte tiene que desprender una universal inconsciencia, que después
león, rastreando, la gitana durmiendo. Al lado de la gitana y de su sue- cada cual intenta reducir, descifrar o incorporar. Estar muy vigilantes,
ño, el bastón, la mandolina y el porrón de agua. El león aunque está a muy despiertos, para favorecer tan sólo la corriente universal, un tipo
su lado, no parece tener ningún interés en acercársele, olfatea como de energía sin ojos, a la cual cada persona presta sus dos ojos. Pues des-
con cierta sospecha. La gitana está escondida en su sueño, parece que pués de todo, ¿qué ha hecho Cidi Galeb con su interpretación? Detener
mientras no despierte no tendrá que temer nada del león. Lo que menos esa corriente universal, dar un tajo en la infinita fluencia evaporada. En
enlaza a la gitana durmiente con la cercanía del león es la inminencia fin, que cada cuadro es el sacrificio a un dios indeterminado y la pin-
mortal. El hecho es que uno está al lado de la otra, lo indescifrable es tura comienza por luchar contra la indeterminación. En resumidas
la lejanía de la muerte. Lo único que los une es paradojalmente la diver- cuentas, que me enredo y para desenredarme lo único que encuentro es
sidad de esos dos mundos, rastrear y dormir. Él busca un punto, se obs- seguir pintando.
tina en perseguirlo, no es la mujer dormida, pues está a su lado y él con- -Me parece -volvió sobre la conversación Cidi Galeb sin querer
tinúa rastreando. Nadie puede decir lo que busca y lo que desdeña. La participar en los enredos de Champollion- que debemos oír de nuevo
inmensa defensa del sueño, en la mujer extendida en el desierto, es su a tu amigo, que seguro ha pensado más sobre El Aduanero que tus mie-
protección. En su sueño son tan necesarios el instrumento de tañer, el dos y mis caprichos raciales.
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Fronesis tuvo una vacilación que sólo fue sentida por él mismo. Si claro de oro. Forma parte, en su extraña excursión mexicana, de la
no continuaba, Cidi Galeb podía pensar que era un retroceso estratégi- compañía de los pífanos, aliado del inmenso ejército de flautistas que
co, abandonar un tema que el otro conocía. Si seguía hablando podía sigue al rey David. Está hechizado, en la medianoche, el vaso que le
precisar una insistencia pedantesca, una crueldad en el desarrollo de lo brinda el irreverente visitador, cree que le ha sido puesto en sus manos
que se quería causar la impresión de un conocimiento por encima de por el mismísimo fantasma lunar. No sabe cuándo toca ni cuándo es
todo. Pero esa vacilación fue vencida de inmediato, su ninfa Egeria le tocado, si representa durante el día o actúa en la noche del bosque órfi-
ordenó que siguiese hasta el final. co. Está hechizado, pero alegremente, con una inmensa profundidad
-A la salida de las fábricas un hombrecito, dotado de una fasci- placentera.
nante risa gala, comienza a sonar su violín, entonando las canciones -La profundidad placentera -interrumpió Champollion-, eso
apretadas por una gran tradición y por la moda afanosa de penetrar en es lo que no logramos; superficiales descargas de inquietud anticipa-
ese río de una suntuosidad y de una sencillez irrebatibles. Da un paso da, ése es el pan de todos los días -se ensimismó, como dejándose
hacia las obreras a quienes el cansancio no les secuestra la alegría y con invadir por esa frase: profundidad placentera.
una buena gracia popular suelta un chorro de melodías. Forman un -Tenemos dos fotografías -siguió diciendo Fronesis-, dos
coro los trabajadores, que avanza hacia el hombrecito, devolviéndole exactitudes, que al pasarlas a dos de sus cuadros, revelan la poderosa
canción por canción, paso por paso de danza. Avanzan y retroceden los fuerza de transformación de los hechizamientos de El Aduanero. Vea-
trabajadores y el hombrecito con su violín, hasta formar un inmenso mos la fotografía de papá Juniot. Se observa la pesadumbre de una
coro donde el juglar canoso y canoro, pero transportado por el éxtasis familia que se decide a mostrar su paseo fiesta dominical. Detalle a
de la fusión coral, se muestra incesante en su danza y en su melodía. En detalle El Aduanero ha sacado todos los elementos de su cuadro de la
su cuarto, donde duerme con los inquietos consejos del viudo, pinta fotografía, donde aparece la familia elaborada para una excepción. Los
alucinado el sistema nervioso de las hojas y cocina platos milenarios, dos perros que en la fotografía están echados en el suelo somnolientos,
convoca a toda la vecinería, que desfila por sus escenarios improvisa- en el cuadro están alertados, pintiparados. El caballo, un penquillo
dos para bailar, recitar sus poemas y servir de actores a lo largo de cin- blanco en la fotografía, en el cuadro un alazán con un mechón del cri-
co actos ... Recordarían aquella frase de Diderot, de que sólo había vis- naje sobre la frente, patas nerviosas, agilísimas. La calle pobre y limi-
to una representación perfecta; era, no obstante, una obra mala y los tada, se transforma en una prolongada llanura que se pierde en el bos-
actores eran mediocres. Es la medianoche y El Aduanero está de guar- que, donde riza su flora paradisiaca. Hasta la calva de papá Juniot, total
dia aliado de la puerta de hierro que separa los alrededores del centro y franca, en el cuadro, abundosa cabellera, raya al centro, con dos con-
parisino. De pronto, en el blanco lunar, un espectro armado en burla de chas en tinta y perfume. Sobre lo inexpresivo, El Aduanero ha avivado
sábana y zapato, salta por las lanzas de la puerta de Plaisance, para reír- todos los elementos de la composición de su cuadro, con gracia, con un
se otra vez de El Aduanero. Éste sigue la broma cuando tal vez medi- sencillo esfuerzo, con la dignidad del artista que espera la transforma-
taba en El Octroi de Plaisance, esa obra ejemplar de la pintura con- ción de la oscuridad primera en espiral, de la espiral en círculo, del
temporánea, hasta que el fantasma está cerca de su mesa de guardián, círculo, al romperse, en luna infinita o en bosque total. La rueda de las
entonces le brinda un buen vaso de Burdeos. Quiere conversar con el formas, girando con lentitud alucinada, en el hechizo del tiempo para-
espectro, pero ese espectro es idiota, no es digno de conversar con El disiaco.
Aduanero, y desaparece con un silencio humillado, miserablemente -El Aduanero transforma o aquieta la visión. Que no dependía de
corrido. técnicas ni aprendizajes lo revela el hecho de que su Noche de Carna-
Pero ese hombrecito que empuña su flauta o su violín, es el único val, uno de sus primeros cuadros, pintado en 1886, puede compararse
que realmente está hechizado en su época. Vive, sin que ésos sean sus con lo mejor de Watteau. Los miserables que se reían de él en presen-
deseos, dentro de un huevo de cristal, solamente para sentir la dife- cia de ese cuadro ya maestro, y de los dieciséis años que mandó al
rencia de las dos densidades. Llega a su casa en la medianoche, tiene Salón de los Independientes obras ejemplares, estarán por siempre en
frío y está casi adormecido, cuelga la ropa, pero el perchero por la las cazuelas del infierno, rodeados de carcajadas y entre carcajadas
penumbra se ha desclavado y ha caído. Inmediatamente florece ahí un estarán en el desfile secular. Pues si alguna gloria fue evidente, serena,
86 JOSÉ LEZAMA LIMA

incontrastable, alegre, fue la de El Aduanerb. Todas esas cualidades de


su gloria se encuentran en su cuadro El paseo, donde su esposa avanza
como una gran dama, un poco extrañada por haberse quedado abando-
nada en el bosque. Sin estar él en el lienzo, parece que sigue y cuida
aquella extremada soledad, acompañada por la delicadeza de los árbo-
En la muerte de Matisse
les. Parece que en aquel silencio la dama oyese una voz: la del noctur-
no guardián de los barrios parisinos. Guardián invisible de su dama
En el París de 1912, cuando los primeros Ballets russes, contem-
perdida en el bosque.
Apareció entonces Margaret, con la cara rosada y fresca, acaba de plamos ya a Pablo Picasso sentado en un palco, junto con Henri Matis-
salir de la bañera, con la camisa rasgando su almidón. -Mi aparición se, pero en esa unión momentánea extraemos los gestos más antitéti-
no debe ser el punto final para El Aduanero, el baño reciente me da cos. Matisse ·parece mirar más la identidad del propio espectáculo,
fuerza para oír a los dos disertos y al mismo Rousseau bailando y can- hacia la propia esencia de la escenografia y la cinta de la danza pro-
tando --dijo mientras se le veía cómo la sangre adquiría en ella su longando sus espirales entre las proporciones de la forma esencial.
velocidad acostumbrada, ya vencido el coma alcohólico, pálida y con- Matisse alcanza su madurez juvenil en las primeras experiencias colo-
traída como una soga vieja y muy apretada. ristas de los fauves; Picasso la suya, cuando surge en él, retorcidas
-Ustedes pueden seguir la conversación sobre El Aduanero, pero como un diedro incandescente, las experiencias del Beato Horta en las
para mí llegó la hora de la retirada -y se marchó por el corredor, cuevas catalanas. Así transcurre Matisse, a lo largo de una avenida muy
dejando un tanto perpleja a Margaret pues casi había coincidido su apa- multiplicada de otoños, ya desprendiendo de los objetos sus formas
rición con la despedida de Fronesis. Cerca de la puerta, cuando Cham- ideales, o ya depositando en los mismos sus arquetipos. Llevando has-
pollion lo despedía, le dijo: -Ten mucho cuidado con Cidi Galeb. ta los cuerpos, haciéndolos nacer de nuevo, la creación sensorial capaz
Foción es un niño gateando en su estera comparado con él. Este árabe de fabricarse nuevos contornos en su choque con los ajenos desprendi-
es peligrosísimo conque mucho cuidado. mientos. Viejo sileno, bastaba un golpe de la espuma para solazarse en
-Puede llegar a ser un gato molesto, por exceso de ronroneo -con- sus escalofríos, para extraer los cuerpos, dejándolos en su aislamiento
testó Fronesis-, pero su índice de peligrosidad no creo que salga de la de torre para la teoría de las ideas, o sumergiéndolos de nuevo en la fie-
casa de ustedes. En cuanto al paralelo que esbozas con Foción, me pare- bre de su novela.
ce muy injusto. En Foción hay heráldica, hay autodestrucción y un res- Su misma longevidad era una forma alcanzada y regulada por la
peto religioso por la persona y el furor que le despierta el simpathos, en mejor tradición francesa, la del destierro de Charles de Orléans, la vara
éste no sé lo que hay, hay tal vez un vacío ocupado por la vanidad de jus- de alcalde de Montaigne, o la constitución familiar de Baudelaire. Ya
tificarse a sí mismo. no intentaba irrumpir o redescubrir una tradición, era un producto, una
[ ... ] excrecencia de la misma. Lejos de intentar hacer la tradición, de ini-
ciarla, ni siquiera ingenuamente, como ad usum se dice en nuestros
De Oppiano Licario días, recrearla; era creado él, vigorosamente, por la tradición, y depo-
sitado por la misma en el seguro banco de arena de sus aforismos y del
nacimiento de sus colores. No era esa tradición endurecida, violentada
a veces, soterrada hasta parecer perderse, que es la nuestra, sino la tra-
dición francesa, disfrutada como un abandono, como una seguridad en
el sueño o el descenso a los infiernos. Matisse era la prueba irrecusa-
ble y voluptuosa de que esa tradición continuaba tranquila en su fluir,
sombrosa y rítmica en medio de la pesadilla del ramaje.
Frente a la conocida frase, que yo había jurado no repetir, de Picas-
so, no busco, encuentro; Matisse, parecía decir: paseo y reencuentro.

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88 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 89
Los encuentros de Picas so, tenían la agudeza de una sorpresa, la mina mosos brindan su soberanía, respaldados por una decidida y afortuna-
reaparecía después de haber arañado la arena o la calcárea, al encon- da mancha de color, al paso que un ligero trazo sirve de tronco, sostén
trarse con el mercader descubre invariablemente que es el califa, pero a la copa que es un volumen de color matizado, esbozando por uno de
siempre mediante una iluminación simultánea, una seca fulguración de sus costados, muy levemente, el sortilegio de las hojas y las flores.
yesca. Aunque nos dice que no buscaba, sus encuentros con la tradi- Descansan o danzan las figuras, y el color se extiende, aparece o se
ción están acompañados como de un susto disimulado con fervor. esconde, pero nos ha demostrado casi guiñando los ojos, que aquellas
Matisse, por el contrario, une sus encuentros con el hilo de sus claves, figuras regaladas en su abandono, necesitaban un diálogo con una
al encontrarse con el mercader parecía que le había sido entregada la naturaleza plástica de dos dimensiones. El cuadro está cerrado en su
consigna de que era el califa, no pierde tiempo, y de inmediato, su con- sencillez maliciosa y el ojo no tiene que ensombrecerse buscando una
versación tiene la seguridad de los reyes. El juego de la tradición era dimensión.
ese perenne encuentro: reencontrar era la precisión voluptuosa de En casi todas sus telas la inteligencia sonríe un placer calculado,
Matisse. una malicia donde la línea del horizonte ceñía sus Islas Afortunadas.
Existe un retrato, pintado por Cézanne, de su esposa, y que ahora Volvamos sobre su tela «Caracol sobre la mesa». Manzanas y caracol
lo podemos encontrar en lo más querido de la colección de Matisse. aparecen como nuevas formas, desprovistas de toda caligrafla orna-
Pensamos en seguida, que Matisse prescindiría de los contornos, de las mental, mientras las creaciones de la artesanía, tazas y jarras, se exce-
aproximaciones de su dibujo, para fijarse, hasta raspar el cuadro con la den en la reverberación de notas superpuestas de color. En el caracol,
estudiosa sucesión de sus miradas, en los prodigiosos azules que mues- por ejemplo, el exceso de luces y gamas, está suprimido, y su despla-
tra la blusa. Pero ese color en Cézanne quedaba como muestra de un zamiento formal es el que interviene en la composición. Pero se obser-
doloroso ejercicio, de un ensayo que era pagado con creces por el va que Matisse ha rehusado una especial complacencia, y lejos de per-
patrón barbado del gremio de los oficios. Rompía con furia, rompía derse en reproducir las entrañas indostánicas del caracol, le ha extraí-
con la tristeza de un traductor amateur de Lucrecio, y continuaba dán- do la delicadeza de su geometría y las leyes de su función de relación
dole vueltas al disco de la combinatoria de las gamas. Ensayos tras en el cuadrado ceñido por la composición.
ensayos y, al fin, saltaban o daban un paso, una fruta, un jugador, un Matisse, venturosamente, pertenecía a esa raza de grandes europeos,
árbol, un arlequín, que se entreabrían surgiendo del propio mundo de presididos por Goethe, que al sumar las ocho décadas, parecían vol-
la plástica, liberados de la realidad externa y de la irrealidad esfumada ver a las mañanas primigenias y a los coros playeros. Al convencerse
de la subjetividad. En las Bañistas, de Cézanne, no obstante, la tibie- Goethe de la proximidad de su diálogo con Perséfona, se sentía extra-
dad de la onda y la oficiante ternura de las cañas, los rostros parecen ñado e incompleto por no poder vivir ciento veinte años. El tamaño de
soportar un ejercicio, y el asombro que fingen, se descifra ante la nue- tradición aclarado por Matisse, en el río de la continuidad plástica fran-
va prueba del fluir espejeante. Cierta esbozada deformación horizon- cesa, es muy extenso, y es hora ahora, con motivo de su traspaso y
tal y su juego de terrosas sensualidades, parecen haber sido engendra- silencio, que comenzara a pulular, a entreabrirse con nueva gracia. Su
dos como réplica a aquellas deformaciones verticales donde oscila la respuesta plástica era la exigida por el devenir fabuloso de las cons-
llama del Greco. tantes de esa tradición. Respuesta a las manzanas de Cézanne, a los
En Matisse, en sus grupos de bañistas, como aquél en que se ilus- bodegones de Chardin, a las severas aporías de Poussin. Respuesta
tra un verso de Baudelaire (mostró siempre una mantenida predilec- tenaz y voluptuosa de la gula matinal frente al sueño que ahora lo detie-
ción por aquellos versos de Baudelaire: «La, tout n'est qu'ordre et ne e interroga con bondad.
beauté», «Luxe, calme et volupté»), ha ofrecido los nacimientos y los
sacrificios de la pura isla plástica. Las figuras con caramillos bucolis- Diciembre 15, 1954
tas, dirigen sus sones a la tierra, como los músicos nocturnos favore-
cían el crecimiento de las flores en la magia de los primeros empera-
dores chinos, o vuelven a lanzar sus sones sin turbar la inocencia, el
placer o la ensqñación de los entretenidos corderos. Los cuerpos her-
Cautelas de Picasso
De Picasso -apretémoslo ya con Cocteau en la servicial frase que
éste le aplica y le aclara-, sus jugadas de ajedrez, pero también sus
juegos de inocencia. Como en él nuestros días resuelven una recurrible
paradoja: una obra realizada en las lentas etapas de lo adquirido, pero
también con una oportunidad de estimulantes saludables y de juegos a
la orilla del mar. Sus juegos de inocencia, su desnudez ante el Creador,
el espejo y el humo que lo mancha, serán de persecución imposible.
Pero sus avisos y cautelas quedan como cosa clara y aleccionable. La
edición francesa del libro de Gertrudis Stein sobre Picasso nos ofrece
en su ofuscadora cercanía -anécdotas y detalles variables-, los mé-
todos de artesanía, ya que los de creación nos seguirán ocultos, démos-
le gratitud por ese ocultamiento preferible al embozo. No hay que pre-
guntar más nada: sabemos la cópula entre la materia labrada y los hilos
de fuego que quieren reanimarla. N o preguntar más nada.
Lo que ha permitido que el ojo de Picasso sea tan esencialmente
analítico como el que sus estimulantes ofrezcan una unidad expelida
con un irreprochable adanismo, será siempre el milagro más actual de
nuestra época. ¿Será tal vez su posición enclavada entre el universalis-
mo de la ciudadanía francesa y las embestidas de lo español? Ya que así
como algunos gustan de remozarse en el viento fuerte del Oeste, o pin-
tarse la cara con el humo del Oriente, en Picasso vemos la oportunidad
de sumergirse en lo español en sus momentos de cansancio o en los días
indiferentes. Cuando en 1901 se aleja de Toulouse-Lautrec, convencido
como él mismo ha confesado que pintaba mejor que él, procura huir de
la sentimentalité franr;aise -rojo, verde, época azul-, para alcanzar
la dureza, la tristesse espagnole -blanco, negro, oro, plata-, atisbo
del cubismo y de las posibilidades de sus Demoiselles d' Avignon. Pre-
dominio de lo español, frente a lo cual reaccionará luego en la época
rosa. «Olvidando toda la tristeza española --dice G. Stein-, Picasso
se deja invadir por la embriaguez de las cosas vistas y se abandona a la
sentimentalidad francesa.»
Esa sentimentalidad derivará tal vez hacia una miniatura de las
categorías y de los universales. Definida pecera, viviente entelequia: el
circo, el saltimbanqui sobre la bola, el efebo desnudo y el caballo risue-

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92 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 93

ño. Pero aun dentro de esa sentimentalidad francesa propicia al circo, huyendo del peligro de ciertos temas: el cuerpo tratado por Descartes.
Picasso vuelve siempre a los caballos escultóricos, brindados en una Si él todavía puede jugar al Goya, si puede aún abrir un período goyes-
postura agónica, a la española diríamos. Esa voluntad de escoger, de co, s~rá tal vez ~1 último de sus resueltos laberintos, resuelto por el hilo,
creer que él solo ha sido llamado, lo que le permite cuidar y santificar sonnsa o carcaJada de lo paradisíaco. Si al principio nos acompañaba
sus furias salvadoras, percutientes en el tipo hispánico, aviva y salva Cocteau ~on ~1 preludio de las antítesis que resuelve Picasso, puede
cada una de sus actitudes. Recordemos estas incontrovertibles palabras . ahora venir Nietzsche y su resuelto de agónico jabato, a darnos el final:
de Picasso: «Ellos dicen que yo puedo dibujar mejor que Rafael y pro- «el que haya adquirido la experiencia de los antiguos orígenes, termi-
bablemente tienen razón. Quizá yo dibuje mejor. Pero si yo dibujo tan nará por buscar la fuente del porvenir y orígenes nuevos».
bien como Rafael, creo que tengo, al menos, el derecho a escoger mi
camino, y ellos deben reconocerme ese derecho. Pero no, no quieren, Enero, 1940
dirán siempre que no.»
Gertrudis Stein, que subraya muy intencionadamente los dépoui-
llement successifde Picasso, toca con sutileza el rico tema de cómo la
esencia hispánica de Picasso --esencia que ocupa desde su sustanti-
vidad hasta sus juegos de caligrafia árabe-, rechaza sin podérsela
asimilar lo que ella llama la Rusia fantástica y pornográfica. Si es cier-
to que su época negra le sirve para que su expresionismo abstracto
-como él comenzó llamándole a lo que después resultó cubismo-,
adquiera una más suntuosa carnalidad. La tentación momentánea que
sobre él ejerció Rusia, sirve tan sólo para debilitar su olfato casi grie-
go para las apariencias.
Frente a estas cautelas de posiciones históricas; para adquirir como
en un manual angélico la sinopsis de todas las culturas, saberlas diso-
ciar, simultanear, ponerlas al revés, al rojo vivaz, o disfrazarlas si así lo
quiere, Picasso añade lo imprescindible, sus juegos de inocencia: la
visión que crea, la visión 1).a~1da con una cinégesis capaz de crear
pequeños objetos. Un ojo que empieza con él, que emplaza un pers-
pectivismo desconocido hasta entonces, es capaz de avivar la adquisi-
ción del método de todos los estilos conocidos. La cultura ha resuelto
aquí su tenebrosa enemistad con la natura, es clásicamente orgánica,
capaz de vivir saludablemente cada uno de sus aforismos.
Otra memorable y diminuta cautela: en sus retratos lo último que
Picasso pinta es el rostro. «A su manera --dice G .. Stein- Picasso
conoce el rostro como un niño el de su madre.» Por así no hacerlo, cier-
to que con un desarrollo habitual dentro de sus apetencias, muchos
retratos de Cézanne quedan como combates o embestidas muy heroi-
cas, pero resueltos con un dis~sto innato, ya que sería inmoral lla-
marle frustración.
Ahora Picasso va a trabajar su último estimulante, después de las
épocas rusa, azul o negra, él ha sabido volver a lo español, con un furor
casi erótico, traspasando la ternura de la voluptuosidad francesa,
,
Ultimos ángeles de Picasso
Los ángeles del malagueño, como en el pasaje bíblico, parecen oír:
dime tu nombre, te lo ruego. Han surgido de un rencor que no rompe
su superficie, de una lucha mitigada por los envíos de lo ancestral. En
medio de ese corno que convoca surge la aparición, pero la vigilancia
era tan severa y confiada, que han llegado no como milicia, sino en un
aire transparente, blanquísimo, dorada fuente para la cigarra. Al final,
alguien asediado soportará sobre su pecho el talón, una descarga de
niebla circular donde comienza el zumbido y el traspiés. A buen ángel,
mejor testigo. Y el mismo que recibió el acarreo y las tentaciones de la
falsa levitación, da testimonio en la primera escritura que balbucea y
se extingue en lo transparente.
Tres escuelas de ángeles parecen acudir a la forma que ahora nos ofre-
ce Picasso: ángeles cupiditarios, salomónicos o mágicos y ángeles
enmascarados, que pudiéramos llamar ángeles tolosanos, en recuerdo del
más viejo sello de lo francés. El cupiditario o deseoso lo vemos aparecer
en numerosos vasos griegos, ya en el siglo V a. de C., en los preludios de
himeneos. Trae la corona de zarcillos y los pétalos somníferos de la ané-
mona, cuyas evaporaciones (la llamada aporrohia por los griegos) son
propicios a las ensoñaciones de la Venus Urania. El salomónico o mági-
co comienza por ejercer su prepotencia sobre ángeles y demonios, adqui-
riendo ubicuidad y transparencia y la comunicación de los tres reinos. Al
deseoso conocimiento se une ahora el ángel enmascarado, encarnado ya
en aquel J'avance masqué (larvatus prodeo) de los mejores resguardos
cartesianos. Ese ángel enmascarado parece llevar el encuentro a una tie-
rra sustituida o derivada. ¿Por qué se enmascara ese ángel tolosano? En
secuencia de su propia transparencia y de la mejor lectura del lenguaje del
aire, para propiciar el encuentro con la criatura enmascarada y tenderse
entre su naturaleza o caída y su naturaleza artizada, en la que el hombre
se vuelve para articularse desde su segunda naturaleza defensiva.
Picasso tendría que comenzar esos ejercicios como variante y fina-
le de los juegos proporcionales de artista y modelo. En la forma en que
se verificaba ese duelo entre la aproximación infinita y la lejanía que
se encarna, sobre esa llanura tenía que cumplimentarse la aparición del
ángel. Sus primeros tanteos se verificaron en el redondel de Balzac, ese

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96 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 97
gigantesco enano, como decía Lawrence,' pero donde la espesura y Al final de sus desesperados ejercicios, ambas figuras se ciñen las
saludable continuidad de la antigua artesanía se mantenían aún feraz. máscaras de sus opuestos rostros, logrando un punto medio en la esta-
En uno de los más sorprendentes a fondo que puede ofrecer la repúbli- bilidad de la pequeña bestia juguetona, esfinge del roto cuadrado de la
ca plástica, exacerbado por la propia identidad de la exacta artesanía, ventana. El minotauro se despereza en la propia identidad de su arte-
Picasso llega a instalar un carnaval con los aficionados, conocedores, sanía. Sus propios instrumentos se le han convertido en misteriosos
mercaderes, falsos artistas, gruñones que son la masa coral de obliga- símbolos, en la cernida maravilla de un conocimiento que penetra en la
dos elogios y silencios raspados, rodeando esa aproximación trazada opacidad y en los recuerdos. El conocimiento se le ha convertido tam-
entre la realidad y la vanidad de la realidad, para mantener vivaz la bién en la escala de las metamorfosis y el ángel tolosano se enmasca-
expresión pascaliana, reapareciendo en la otra empalizada de lo artiza- raba porque temía rendir su nombre. Pero Picasso, que se zambullía
do. Los combatientes, modelo que se fija y artista que avanza y retro- con total ocupación en la piscina de los estilos, tiene buen ángel para el
cede, se metamorfosean en góticos bestiarios, burgueses lujuriosos, ángel que no le da tregua, que se constituye en su inextinguible. Fren-
como centelleantes payasos en escultura de plaza florentina, vacíos te a la agudeza de sus acechanzas, a la confianza milenaria que siem-
tajantes, hueros de todo ecumenismo misional, pero en su más deses- pre ha mostrado, gana su absorto frente al ángel cuando le oye: ¿por
perada reducción quedan como punto acechado y soplo o genio ace- qué quieres saber mi nombre? Pues he ahí uno de los secretos de su pro-
chante. Dificil entrecruzamiento de lo errante y lo que escarba, ofre- digiosa permanencia, que su ángel no tiene nombre.
ciendo el milagro de un punto para la resistencia.
El modelo tiene que contemplar las variaciones de la máscara, des- Enero 28, 1955
de el múltiplo de la bestia hasta la unidad del ángel. El artista enmas-
carado en su goticismo concluyente parece remedar las transfiguracio-
nes socráticas frente a su daimon, las maliciosas divinidades pánidas
con pies de cabra, engendradoras de la risa baritonal y de la voluptuo-
sidad generatriz. A veces, las máscaras parecen esconder el pulso y la
visión de los más señeros finiseculares. Cuando el modelo recupera su
soledad prefiere abandonarse a un gato pesquisante o a un titi rococó,
irritándoles la nariz con un manojillo. Aquí el artista es el hombre
enmascarado por excelencia, su cabeza de andrueco medieval gira
sobre un cuerpo propicio a las armonizaciones pitagóricas. Pero la sor-
presa del modelo se toma en alegría cuando llega el ángel tolosano,
momentáneamente enmascarado como una ley eficaz de su universa-
lidad. Frente a esos escarceos del ángel enmascarado, la mujer mode-
lo continúa imperturbable, segura de que mientras dure el enmascara-
miento, ella será vista y reproducida también como máscara, no obs-
tante, danza, se graba en oscilante relieve, o se pliega a la inocente pro-
longación de una línea donde su cuerpo se destroza. A veces el ángel
porta su máscara en las manos, aunque permaneciendo el rostro en el
resguardo de la sombra, y entonces la mujer modelo se humilla, rin-
diéndose como una totalidad frente a la esquivez que la burla y la pro-
voca, la rodea o la columbra en un halo donde casi se extingue. Los
payasos y los rostros griegos, junto con la engrifada maritornes, los
reyes dibujados por los garzones con lápices de colores, manchan la
extensión turbulenta ocupada por lo acechado y el genio de lo errante.
Pierre Bonnard
La muerte de Bonnard en su retiro de Cannet, trae al recuerdo los
valores de vida y de color que había ido desplegando en la pintura con-
temporánea hasta adquirir su sitial diferente y como al margen de una
gran corriente. La gran aventura picassista y las curiosidades que ha
despertado durante casi medio siglo, motivan que durante años los acu-
dimientos a Bonnard fueran lentos y espaciados. Esa indiferencia no lo
acompañó hasta el fin. Mientras sus amigos, dice J acques de Laprade,
atravesaban toda la historia del arte para después rezumada, él se situa-
ba en su ventana y ni aún atravesaba la calle. Era el momento de lo que
pudiéramos llamar el estilismo, o un rápido sentido crítico que nos
entregaba las formas del pasado como simples elementos de composi-
ción. Se pasaba de la influencia etrusca a la eritrea en cada puesta de
sol. Y eso que al principio lo saboreamos como una curiosidad, llegó a
convertirse en el manejo fácil de lo difícil convencional. Eso hacía que
los artistas se expresaran por épocas o etapas, y no por integraciones,
y si al principio cada etapa parecía una integración, a la postre llegá-
bamos a la conclusión que se trabaja con materiales críticos entregados
por el pasado, y no por penetraciones en las nuevas auroras. En ese
remolino de lo crítico con lo creador, Bonnard con su pintura poética,
con su arte incomparable para fijar una calleja o una dama con su perro
paseando en la canoa, o el habitual desnudo frente al espejo, reprodu-
ciendo parte del cuerpo y los jugosos objetos en la bandeja sobre la
mesa, logrados más por la delectación de los sentidos que por el cubi-
leteo inteligente de los valores críticos.
Bonnard tan nacientemente francés, no el habitual fijador o defini-
dor del espíritu mesurado, pertenecía a ese grupo de los Proust, los
Debussy, los Girauduox, que nos entregaban una cultura del ojo, una
visión que cabía íntegra en ese ojo. No deseó ser, para su ventura y cla-
ridad, un maestro en las argucias de las combinatorias de elementos
plásticos. No colocaba la manzana en la vecinería del cuerno de mar-
fil ladeado por un moscardón. Su frutero aparecía siempre en la visión
con los atributos de la sensación que capta, no en las proporciones, sino
en la radiación, en las animadas vicisitudes de los objetos. Se volvía a
encontrar en él, ciertas cualidades que reconocíamos de inmediato en

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100 JOSÉ LEZAMA LIMA

Renoir y al rehusar las presunciones del análisis plástico o la superfi-


cial ri¿ueza de los experimentalistas, volvía a reencontrar, avivándola,
la buena compañía de su arte como placer, así como había de volver a
la melodía o al lirismo. Su arte nacía del paisaje dialogado. Y aunque
se habla mucho del hedonismo de Bonnard, alguno de sus comentaris-
tas lo sorprende hablando con los perros licenciados en los boulevares.
Visita de Gastón Bardet
Su intento cae de parte de aquellos que en nuestra época han persegui-
do una cultura de la sensación, no una experiencia de lo intelectivo. No
o de la arquitectura perenne
una experiencia derivada de la incesante visita a los museos, ni de la
facilidad de lo dificil convencional, sino de ir atravesando calle tras La ciudad se rinde, muestra los ademanes tomados más cuidadosa-
calle. Hoy que tanta pintura viene del teoricismo, o lo engendra, recor- mente de la antología del ceremonial, cuando se le dice la visita de un
demos en Bonnard esa manera voluptuosa de acercarse a la arcilla, esa jardinero o de alguien preocupado por su crecimiento. Ahora es Gas-
expresión central, poética, dialogada. tón Bardet el de la visita, y La Habana, después de sus saludos y agu-
dezas, se adelanta para entregarle el señorío de su curiosidad, la onda
Orígenes, n. 0 15. La Habana, 1947 cordial de su mano.
Era lo primero que no decía que llegaba ya con el neofunciona-
lismo, la gratitud, la gratia de la Obra. Los ademanes que esbozaban
o que querían esbozar, las grandes construcciones que quedarían
como señales de los tiempos, partiendo de lo necesario utilitario,
tendrán su cúpula de desinterés, liberadas de su condición de sopor-
te y del cálculo de resistencia de material. Por eso concluye: «La
arquitectura, sobre todo la monumental, debe volver a ser sagrada.»
Debe buscar en los grupos familiares sus constantes. Es decir, aque-
llos elementos de expresión que por ser ancestrales logran pervivir
como el último reducto del hombre cuando se vuelve esencial. Cita
el gran arquitecto, el ejemplo de los barrios obreros construidos últi-
mamente en Lima. Eran tan sólo habitaciones familiares construidas
con un criterio utilitario. Muy pronto, una capilla en piedra venía a
decir el afán de participar en lo sobrenatural, de ir a la suprema esen-
cia. De buscar, en lo esencial perenne, la mejor compañía.
De nuevo las definiciones del arquitecto vuelven a brillar. ¡Qué
fineza y qué hondura en lo que nos va a decir! «No se pueden hacer
monumentos más que en un mundo de jardineros, es decir en un mun-
do que implique la duración, que permita los desenvolvimientos y
madurar con lentitud.» Un mundo de jardinero. Qué deliciosa expre-
sión que despierta al mismo tiempo, el mundo de la escalinata, el de la
terraza, el de los balcones, el de las azoteas. ¡Mundo de jardinero! Don-
de el artificio se trenza con el curso de las estaciones y la delicadeza de
la espera con la cultura de las manos.
Gastón Bardet recuerda las palabras de Auguste Perret: «ciertas
técnicas nuevas no dejan ruinas hermosas». He ahí una flecha alta y

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102 JOSÉ LEZAMA LIMA

eleática, al levantar el orgullo de las construcciones contemporáneas,


pensemos un tanto inquietos en las ruinas que engendrarán, en qué for-
mas se doblegarán ante el naufragio de los otoños.

5 de oct. de 1949 Visita de la Escuela de París


o descubrir formas
En los Pasos Perdidos del Capitolio, pintura francesa con un nom-
bre de orgullo de la época, «Escuela de París». Soplo de universalismo
que suma extranjeros y nacidos, que forma el centro de la monarquía de
la pintura de nuestros días. «Escuela de París», gozar de una expresión
contemporánea, fluyendo en un tiempo que ostenta la misma dimensión
que si dijéramos Colegio de Traductores de Toledo o Abadía de Cluny.
En unidad espacial una increíble población de pintores, trabajando muy
cerca unos de otros sin conocerse apenas. Sacro imperio romanoger-
mano de la pintura de hoy, caligrafia árabe aliado de los mosaicos de
los siglos IV y V, mayólicas de Cafaggiolo aliado de estampas de Hoku-
sai, y todas las influencias, y todas las sangres, y todos los comie~os,
venidos a ponerse a servicio de esta monarquía, de la unidad que viene
a dominar una gran diversidad para ganar seguridades en el tiempo.
Que la pintura es centro de las artes de nuestra época lo prueba que en
la llamada por la historiografia de la época hechos homólogos, es ella la
que puede suministrar ejemplos más espléndidos. Una naturaleza muerta
de Juan Gris equivaldría tal vez a decir «estudió la dialéctica con André
Lalande», o ante un cuadro de Braque decir «estudió la lógica matemáti-
ca con Bertrand Russell». Puntos referenciales en el paralelo de todas las
artes que nos entrega la más viviente unidad de todo saber universal.
En lugar de tantos Utrillos, hubiéramos preferido algún Modiglia-
ni, para utilizar ejemplos de sangre italiana. En lugar de las tintas
esfumadas y espectrales de Marie Laurencin, no el Braque presentado,
sino el que está en la encrucijada resuelta de las más puras creaciones
de la «Escuela». Quizás entre los más hermosos cuadros de los últimos
diez años, cuenten algunas naturalezas muertas de Braque, cerca de las
del Pere Cézanne. Tengo el espíritu lento, y en esa confesión de Braque
vemos que así como muchos adelantaban sus caballos ligeros en expe-
riencias rectificables y prescindibles, él penetraba en las posibilidades
de sus designios, ocupándolos por entero.
El paseante de la galería se detiene ante los Renoir. Están, desde
luego, muy lejos de sus creaciones esenciales, pero, sin embargo, se

[103]
104 JOSÉ LEZAMA LIMA

percibe la calidad de una pincelada, la calidad de su visión para apo-


derarse del animismo de los objetos.
«Cuando yo era niña -decía Mari e Laurencin- mi madre me can-
taba, y yo a mi turno, y todo el mundo a nuestro alrededor, verdaderas
canciones. Hoy no se canta, se interpreta una canción.» Sí. Marie Lau-
Exposición de copias
rencin, hay que alejarse de la interpretación, pero también de la can- o ensayar astucias
ción que adormece. A igual distancia fluye un rumor que nunca acaba-
mos de nombrar, es el de la creación que descubre las formas, aunque
estén muy encubiertas o muy descubiertas. ¿Hasta qué punto una copia, aunque ésta sea excelente, de un cuadro
puede reemplazarlo sin deterioro de la obra original? He ahí la pregunta
26 de nov. de 1949 obvia y perdurable que surge en los visitantes al Lyceum para ver la expo-
sición de arte inglés presentado en copias de cuidadosa factura. Antes de
abandonarnos a una·radical negación romántica, de imposibilidad repro-
ductora de cuadros, hagamos algunos distingos. Existen cuadros que por
el sereno despliegue de sus cualidades, por la forma de definición y domi-
nio en el cuidado de su materia y por el ocultamiento del salto y relumbre
de su temperamento, parecen más fácil de reproducirse. Otros donde la
acentuación de diferencias y rescates, de inicios y rupturas, de puras
segregaciones de temperamentos insulares, parecen brindar una lejanía e
imposible para que otras manos vuelvan a repasar aquel contrapunto
hecho laberinto por ausencia del paradojal hilador único. Así debiera ser
si las artes se ajustaran a un desarrollo causal y a un ordenamiento dicta-
do fuera del momento de participación. Sin embargo, los atribuidos a Van
Gogh sobreabundan y las imitaciones maliciosas de Velázquez son muy
improbables. ¿Por qué sucede así? Las respuestas podrán ser muy varia-
das y seductoras, pero ahora sólo nos interesa subrayar la principal y rec-
tora. Los pintores en quienes el temperamento irrumpe por encima de sus
ordenamientos de la materia de trabajo, tienden a hacerse de una manera
en lo que pudiéramos llamar soporte estático del cuadro, es más, por
curiosa paradoja, los conocedores saben cuál es el pago humilde de aque-
llas arrogancias y por ahí establecen un conocimiento reproducible. En
Velázquez, por el contrario, existe una artesanía invisible, una imprecisa-
ble gracia, que hace ingenua la reproducción, afirmándola a veces como
ejercicio de academia, pero nunca como malicia para incautos.
Con Reynolds o con Hogarth, se podrán ensayar parecidas astucias,
precisándose cuál es más irreproducible. Ésa es una de las delicias de
las copias, precisar en su juego de aproximaciones, el fragmento insal-
vable, el color que al reproducirse en la copia desmaya y se despide. Un
verde que se puede reproducir en algunos venecianos y un verde inal-
canzable e irreproducible en el Greco.

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106 JOSÉ LEZAMA LIMA

Hay un momento en que el tratamiento\ de la acuarela y del paisaje,


la división del tono y los reflejos, sobre los que trabajarían los impre-
sionistas, hay que idos a buscar a la pintura inglesa. Es el momento en
que Manet en el taller de Turner, comprueba que los efectos de la nie-
ve no derivan del color de la blancura, sino de innumerables colores Del indio Kondori
que producen un reflejo, más propio que el color que produce sólo un
efecto. al Aleij adinhno
16 de febrero de 1950
La gran hazaña del barroco americano, en verdad que aún ni siquie-
ra igualada en nuestros días, es la del quechua Kondori, llamado el
indio Kondori. En la voluntariosa masa pétrea de las edificaciones de
la Compañía, en el flujo numeroso de las súmulas barrocas, en la gran
tradición que venía a rematar el barroco, el indio Kondori logra inser-
tar los símbolos incaicos de sol y luna, de abstractas elaboraciones, de
sirenas incaicas, de grandes ángeles cuyos rostros de indios reflejan la
desolación de la explotación minera. Sus portales de piedra compiten
en la proliferación y en la calidad con los mejores del barroco europeo.
Había estudiado con delicadeza y alucinada continuidad las plantas,
los animales, los instrumentos metálicos de su raza, y estaba conven-
cido de que podían formar parte del cortejo de los símbolos barrocos
en el templo. Sus soportes de columnas ostentan en una poderosa abs-
tracción soles incaicos, cuya opulenta energía se vuelca sobre una sire-
na con quejumbroso rostro mitayo, al propio tiempo que tañe una gui-
tarra de su raza. El indio Kondori fue el primero que en los dominios
de la forma, se ganó la igualdad con el tratamiento de un estilo por los
europeos. Todavía hoy nos gozamos en adivinar la reacción de los
padres de la compañía, que buscaban más la pura expresión de la pie-
dra que los juegos de ornamentos y volutas, ante aquella regalía que
igualaba la hoja americana con la trifolia griega, la semiluna incaica
con los acantos de los capiteles corintios, el son de los charangos con
los instrumentos dóricos y las renacentistas violas de gamba. Ahora,
gracias al heroísmo y conveniencia de sus símbolos, precisamos que
podemos acercarnos a las manifestaciones de cualquier estilo sin
acomplejarnos ni resbalar, siempre que insertemos allí los símbolos de
nuestro destino y la escritura con que nuestra alma anegó los objetos.
Así como el indio Kondori representa la rebelión incaica, rebelión
que termina como con un pacto de igualdad, en que todos los elemen-
tos de su raza y de su cultura tienen que ser admitidos, ya en el Aleija-
dinhno su triunfo es incontestable, pues puede oponerse a los modales
estilísticos de su época, imponiéndoles los suyos y luchar hasta el últi-

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108 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 109
mo momento con la Ananké, con un destino torvo, que lo irrita para relato del Inca Garcilaso, de las primeras dinastías incaicas, que al ser
engrandecerlo, que lo desfigura en tal forma que sólo le permite estar exhumadas en la época de la conquista y del derrumbe de las fortale-
con su obra que va inundando la ciudad de Ouro Preto, las ciudades zas cuzqueñas, eran saludadas respetuosamente por la soldadesca his-
vecinas, pues hay en él las mejores esencias feudales del fundador, del pánica. El arte del Aleijadinhno representa la culminación del barroco
que hace una ciudad y la prolonga y le traza sus murallas y le distribu- americano, la unión en una forma grandiosa de lo hispánico con las
ye la gracia y la llena de torres y agujas, de canales y fogatas. culturas africanas. En las fiestas generatrices de San Gonzalo, las
El barroco como estilo ha logrado ya en la América del siglo XVIII, romerías de negros que celebraban en una forma frenética los dones de
el pacto de familia del indio Kondori y el triunfo prodigioso del Alei- la primavera, se remansaban en las prodigiosas pilas bautismales del
jadinhno, que prepara ya la rebelión del próximo siglo. Es la prueba de Aleijadinhno, omadas como tuberías de órgano, como acordeones, con
que se está maduro ya para una ruptura. He ahí la prueba más decisiva, hojas espiraloides que ascienden en ángeles gordezuelos.
cuando un esforzado de la forma, recibe un estilo de una gran tradición, Vemos así que el señor barroco americano, a quien hemos llamado
y lejos de amenguarlo, lo devuelve acrecido, es un símbolo de que ese auténtico primer instalado en lo nuestro, participa, vigila y cuida, las
país ha alcanzado su forma en el arte de la cuidad. Es la gesta que en el dos grandes síntesis que están en la raíz del barroco americano, la his-
siglo siguiente al Aleijadinhno, va a realizar José Martí. La adquisición pano incaica y la hispano negroide. Pero veamos, para terminar, cómo
de un lenguaje, que después de la muerte de Gracián, parecía haberse se realiza esa imponente síntesis del Aleijadinhno, y en él considere-
soterrado, demostraba, imponiéndose a cualquier pesimismo históri- mos lo lusitano formando parte de lo hispánico. Su madre era una
co, que la nación había adquirido una forma. Y la adquisición de una negra esclava. Su padre un arquitecto portugués. Ya maduro, el desti-
forma o de un reino, está situada dentro del absoluto de la libertad. Sólo no lo engrandece con una lepra, que lo lleva a romper con una vida
se relatan los sucesos de los reyes, se dice en la Biblia, es decir, los que galante y tumultuosa, para volcarse totalmente en sus trabajos de pie-
han alcanzado una forma, la unidad, el reino. La forma alcanzada es el dra. Con su gran lepra, que está también en la raíz proliferante de su
símbolo de la permanencia de la ciudad. Su soporte, su esclarecimien- arte, riza y multiplica, bate y acrece lo his:pánico con lo negro. Marcha
to, su compostura. al ras con las edificaciones de la ciudad. El mismo, pudiéramos decir,
La alucinación del Aleijadinhno parecía querer llenar la ciudad. es el misterio generatriz de la ciudad. Como en el proverbio que cita-
Ouro Preto está ceñido por sus desapariciones y apariciones en su mulo mos, vive en la noche, desea no ser visto, rodeado del sueño de los
de relámpagos nocturnos. Se lanza, su obsesión era no ser visto, sobre demás, cuyo misterio interpreta. En la noche, en el crepúsculo de espe-
la piedra golpeada, que al fin articula y rechaza. Iglesia tras iglesia, so follaje sombrío, llega con su mulo, que aviva con nuevas chispas la
inmensas pilas bautismales, púlpitos laberínticos para apresar el Espí- piedra hispánica con la plata americana, llega como el espíritu del mal,
ritu Santo, todo ello del ímpetu del Aleijadinhno al lanzarse de su que conducido por el ángel, obra en la gracia. Son las chispas de la
mulo, oculto todo el rostro bajo un sombrero que le caía como ala sobre rebelión, que surgidas de la gran lepra creadora del barroco nuestro,
los hombros, y picotear con su gubia las defensas de la piedra. Un pro- está nutrida, ya en su pureza, por las bocanadas del verídico bosque
verbio brasilero nos dice: el Brasil progresa de noche, mientras duer- americano.
men los brasileños. [ ... ]
El arte del indio Kondori representaba en una forma oculta y hie-
rática la síntesis del español y del indio, de la teocracia hispánica de la De La expresión americana, 1957
gran época con el solemne ordenamiento pétreo de lo incaico. Su arte
es como un retablo donde a la caída de la tarde, el mitayo sólo desea
que le dejen colocar su semiluna incaica en el ordenamiento planetario
de lo español, y q\le entre los instrumentos que entonan la alabanza, el
charango, la guitarrita apoyada en el pecho, tenga su penetración
sumergida en la masa tonal. Parecía c.ontentarse con exigirle a lo his-
pánico una reverencia y una compañía, como aquellas momias, en el
José Guadalupe Posada
Las armas en el grabado goyesco eran símbolos de una teología
donde la caída aparece siempre acompañada de unos golpes con esco-
ba sulfúrea. Para combatir ese mundo tragicómico que se desmorona,
Goya emplea, además de su genio que lo pone siempre a flote, las luces
de la Ilustración. El grabador mexicano, que acompaña siempre a su
corrido, no tiene un mundo teológico, sino la referencia circunstancia-
da. Si ese grabador dijese con Paul Valéry, los acontecimientos no me
interesan, estaría perdido. Partiendo del suceso, ya político, ya de cró-
nicas de hechos de sangre, se convierte en José Guadalupe Posada, en
una inmensa esqueletada sonriente. El miedo a la carroña en la Edad
Media apesadumbra sin tregua. Los jesuitas para apuntalar el mundo
medioeval que hacía crisis en sus valores externos, convirtieron las
postrimerías en el tema central de sus ejercicios. La reacción del mun-
do de la Ilustración, con su liberalismo y su progreso indefinido, era un
mundo que dependía del cuerpo a que se enfrentaba. En América la
reacción contra las postrimerías y la carroña se debilitaba, pues un nue-
vo paisaje demandaba nuevos ofrecimientos que ahuyentaba centrarse
en la muerte ... Por eso, el grabador José Guadalupe Posada, realiza la
esqueletada sonriente, la conversión del bullicio, del hecho, en un
esqueleto que sonríe. Hemos visto, en algunas dulcerías mexicanas,
figuras de alcorza que eran un cráneo. Y para incorporarse el meren-
gue en forma de cráneo, hay que poseer, desde luego, una inmensa
voluntad sonriente.
El grabador mexicano, que está en la raíz de nuestra expresión, par-
tía de un surgimiento anónimo, tanto que José Guadalupe Posada se
debe más al hecho multitudinario que al rescate de su yo. Por eso Die-
go Rivera, en palabras que habrá siempre que repetir, dice: «Posada fue
tan grande, que quizá un día se olvide su nombre, y está tan integrado
al alma de México que tal vez se vuelva enteramente abstracto; pero
hoy su obra y su vida trascienden (sin que ninguno de ellos lo sepa) a
las venas de los artistas jóvenes americanos.» El tequilero, los mucha-
chos papeleros, los bailadores de jarape, Huerta y Zapata, los amantes,
Doña Tomasa y Simón el aguador, los fifis, pasan como esqueletos
inconmovibles, que no han olvidado la cotidianidad de su sonrisa. En

[111]
112 JOSÉ LEZAMA LIMA

sus ilustraciones, en la mejor época del corrido, su paralelismo con el


hecho que las produce, es casi genial. A veces sus grabados me han
recordado las ilustraciones de algunos libros de Raymond Roussel,
particularmente El suicida. Su realismo, si es que esa palabra lo expre-
sa, es como el punto invariable alcanzando por una forma de raíz muy La pintura mexicana
· soterrada, necesaria y fatal.
La sátira mexicana de los virreyes mal se libera del cenizoso que-
Si Picasso ~altaba de lo dórico a lo eritreo, de Chardin a lo proven-
vediano, y al alzarse después el cantío de los corridos estaba todavía
zal, nos parecía una óptima señal de los tiempos, pero si ~n america~~
demasiado presionada por las jacarillas y la esqueletada de Posada.
estudiaba y asimilaba a Picasso, horror referens. En segmda, falso OJI-
Pero la alegría de la verídica nueva expresión tiene un matinal sureño.
llo de perdiz que quiere salir del paso, se hablab~ de infl~encias o~gá­
Los hombres de la ciudad que pasan por las estancias oyen al hombre
nicas, imprescindibles alimentos paulinos, y de mfluencia vegetativa,
de la llamada con el canto. Se han inventado sus palabras necesarias, el
pasivas, inservibles. Pero antes de llegar a la ~olución de este p:oble-
facón para el cuchillo sudado, y el redomón para el potro de su cos-
ma aunque quizá aquí fuera el caso de repetir lo que aquel filosofo,
tumbre. Parten de la pronunciación, del aliento que en cada tierra aspi-
ra y devuelve a su manera; parten de la pronunciación, no de la orto- qu~ frente a las aporías eleáticas, decí~: Veo la solu~ión, lo qu~ no v~o
grafía, y el idioma suena otra vez a clásico, en esa toma por asalto de es el problema. Quizá el problema radique en eso: Picasso ha sido mas
sus palabras. una solución que un problema. Pero en estos primeros escarceos con-
tentémonos con llevar ese problema, si es que existe, a sus inicios, don-
de convendría recordar los versos de Tirso de Molina:

Vos picáis la miel ajena,


y yo sé picar al oso
que se lleva la colmena.

La más elegante de las prudencias minervinas nos lleva a escoger la


pintura mexicana para estos paralelismos, ~ue ~onviene p~ero sub_ra-
yar, y después esfumar. En Guerrero Galvan, figura de_ muJer ~la onlla
del mar, igual motivo en Picasso, cabellera, manos y pies_con Igua~ tra-
tamiento; en Tamayo, composición con melones y mandolmas, e~ PI~as­
so igual reaparición de la misma escogida fruta y el mismo prefendo ms-
trumento musical; caballos, en Agustín Lazo, que parecen marcados con
las iniciales de Chirico. (De paso, podríamos recordar del año 10 al15,
en nuestro siglo, donde Pablo de Málaga siguió muy de cerca a Chirico
el romano.) No se trata de subordinación de influenci~s, donde ~~s
resulten mortandades e ineficacias y otras vislumbres e Impulsos magi-
cos. Tampoco de regalías miméticas -¿no ha señalado Mann en Goet-
he la dimensión del gran arte reducido a Eros y parodias?-, pues en
nu'estra época para señalar la inicial de la cadena mimética sería necesa-
rio unir los espectros de Scotland Yard con el colegio de ~aduct~re_s de
Toledo, trabajando en cooperación con el Síndico de esc~bas egipcios.
Esos reparos hechos por mexicanos a pintores mex_Ica~os, eng~?­
draban un terror y un complejo, que los llevaba a cambmr Inculpacwn

[113]
114 JOSÉ LEZAMA LIMA
LAMATERIAARTIZADA 115
por acusación, y así cuando en 1944, nuestros pintores expusieron en
México, Diego Rivera, Siqueiros y Rodríguez Lozano, coincidían en tantos estilos, proyectado sobre épocas muertas tantas posibilidades de
acusar a nuestros pintores de influencias ... picassistas. reencuentros y de inicios. Como esos campesinos, que por una excep-
Todos esos reparos, engendrados por múltiples confusiones y apre- ción de su memoria, comenzaban, sin sorpresa, su charla de todos los
suramientos, se disipaban tan pronto podíamos encontrar un centro de días en un griego clásico, estaba hecho para encontrar en la costumbre,
en los estilos habituales, prodigiosas señales de vida perdurable, y no
referencias temáticas. Ese centro temático tenía que surgir de un nue-
nos asombraría si antes de morir, pintara la resurrección de la carne, y
vo planteamiento: que Picasso en la historia de la cultura, había entre-
señalando con sonriente gravedad, el esplendor que va a asumir, como
gado y hecho visible algunos secretos muy importantes, tales como
si ese hubiera sido el tema de conversación que hubiese mantenido
elementos plásticos, astucias de composición y el descubrimiento en
durante toda su vida con el ángel de nombre rendido.
su plenitud de la tradición verdaderamente creadora en la plástica. Lo
Así el joven pintor americano, al sentir el aguijón fertilizante de
que fue una búsqueda dolorosa en Cézanne, con muy pocos discípulos,
Picasso, no actuaba con desacordonado espíritu mimético ni con perple-
en Picas so se convertía en un perenne encuentro, en venturas, en dicho-
ja sangre aguada, sino como el joven ucraniano, borinqueño o lusitano,
sas oportunidades. El arte nuevo que había sido en Cézanne una dolo-
que recibían a este San Jerónimo de la plástica, que también a su mane-
r~sa aventura, propicia al desarrollo de las grandes personalidades, en
ra había unido las tradiciones orales del oriente, el secreto de sorprender
Picasso se había convertido en un secreto compartido. Con esas fór-
al narrador en su mejor momento, con el canon romano, la esfera ecu-
mulas que él había encontrado, semejantes a lo que en el siglo XVIII fue
ménica, la academia filosófica de Rafael y la legión tebana del Greco.
la música per canon, y cada día aparecen en ese siglo más músicos des-
conocidos de gran calidad artesanal, innumerables ejércitos de artistas
plásticos, manipulaban distintos juegos estilistas con diferente y varia
f~r~na. Y ese arte, que todavía a fines del siglo pasado, había sido pro-
piciO al desarrollo de las grandes personalidades, un Cézanne, un Van
Gogh, un Degas, había ido decreciendo al estilismo, a la combinatoria
d~ fórmu~as y a la decoración coloreada. El hecho de que Picasso haya
sido el pintor que más influencia ha ejercitado en el mundo mucho
r • '
mas. que un Greco, un PI ero della Francesca o un Rafael, es un signo de
la hipertrofia de-la cultura plástica de nuestros días, más que un regis-
tro de lo cualitativo. Ha sido el malagueño, en nuestra época, el ente
influenciador, el ser hecho para provocar en los demás una virtud reci-
piendaria. En eso intervenían también signos muy de época nuestra. Su
ojo rápido para captar lo que es creador en su inmediata circunstancia
y llevarlo, con un instinto muy mediterráneo, a lo que es forma y con~
cluyente visibilidad. Según la conocida anécdota, que cada día parece
más mentirosa, visitaba los estudios de los jóvenes con excesiva acu-
ciosidad, para sorprender lo que en ellos era larvado y comenzante,
para llevarlos al ápice de su realización, pero siempre dejando intoca-
ble, su incuestionable paternidad. Era él el hijo en la asimilación sor-
presiva y en el asombroso despliegue nutricio, pero, al mismo tiempo,
mantenía su paternidad en la forma alcanzada y en el dominio del ofre-
cimiento. Resumen viviente transmitido en orgánica influencia, rendía
un sec:eto, ~ue, par~ el que lo recibía seguía siendo misterioso y pla-
centano. Nmgun pintor ha enseñado tantas cosas ocultas, resurgido
José Clemente Orozco
La tensión plástica de Orozco, sus patéticos deseos de encontrar nue-
vos símbolos que pudiesen enlazarse con los nuevos ídolos; una forma
que se hacía dramática al encontrar en su tensión su propia virtud moral;
se ha roto, en su ejemplo y en su mito, ahora que el pintor está muerto.
Ese patriciado que desde hace tantos años ejercía en México, nos hacía
comprender que donde quiera que él estuviese elaborando su secreto,
procurando la forma de romperlo en aristas duras en que su obra se en-
treabría, estaba también la potencia y el secreto de las formas oscuras,
trabajándolo, llevándole siniestros acarreos, voces rotas y presagios.
El arte, él nos decía, debe partir siempre de una idea, y añadía rápi-
do, de una idea americana. Este propósito hacía que sus símbolos en
ocasiones fuesen demasiado evidentes y rotundos, sometidos al enca-
denamiento de una claridad inicial y que no quedasen como indicios
del artista trabajando la necesidad formal de su propio caos. Justo es
manifestar ahora que está muerto, las altas calidades morales en las que
se desenvolvió su siempre acatado patriciado.
El fresquismo mexicano nació quizás como la única grande expre-
sión de la revolución mexicana. Una libre ingenuidad presuponía que
el Estado se dirigía hacia sus metas, ¿pero cuáles eran éstas? ¿Se trata-
ba del diseño plástico de esas etapas, desde la conquista hasta la felici-
dad? En el paréntesis de esa creadora ingenuidad, surgió el fresquismo
mexicano. Cuando esa revolución nos dijo por todas sus voces que no
era una religión, que era el Estado y no el pueblo el que buscaba con-
figurarse, el fresquismo mexicano dejó de producir nuevos creadores
y comenzó a extinguirse lentamente, ay, demasiado lentamente.
Orozco quedaba siempre en pie. Sus ejecuciones, su desenvolvi-
miento, estaban hechos con la soledad y la sobreabundancia necesa-
rios. Sus grises y azules, sus sienas, raspados, hoscos, hundidos, movi-
lizados en un mundo anárquico pero potente, ingenuo en la concepción
de sus ideas y sobrio en la tensión de sus deseos. ¿No llega acaso en sus
frescos de la Escuela Nacional Preparatoria, a situar entre las falseda-
des sociales a Dios, y entre los ideales a la Trinidad?
Es cierto que de la obra de Orozco se deriva una ganancia esencial.
La lucha implícita de su obra, contra el gusto y la exquisitez, en el sen-

[\ 17]
118 JOSÉ LEZAMA LIMA

tido burgués, estático, podrido, elegante. Las huecas normas del gusto
y la frívola exquisitez quedan batidas con la rudeza propia de una ter-
nura primitiva.
Queda siempre en pie Orozco. Ahora después de su muerte luce
todavía más incontaminado y esencial. El drama de sus figuras era el
Para Saura
drama de su sangre. Era la ~ucha de su sangre con su espíritu, de su for-
ma con su furor. En forma ruda ha cumplido, ha exigido. Es siempre el Trajo Felipe 11, el ceremonial de las cenizas y la cripta cenizosa.
primer patricio que puede mostrar la pintura americana. Reemplazó las arenas, triunfo solar sobre la tierra, por la ceniza o el
residuo del hueso rodado por el fuego o la cal. Predominio de la ceni-
Orígenes, n. 0 22. La Habana 1949 za y la cal. Por eso en su principal edificación, desde el principio de la
ceniza estalla la rebelión de los canteros. La piedra de la fundación
frente a la soplada ceniza. Y, de hecho, Saura instala de nuevo a Felipe
11 y esparce aquella ceniza como a puñetazos. Un despertar donde el
hombre para recapturar la interrogación solar, se ve obligado a patear
las cenizas, a dinamitarlas en su convulsión de verticalidad. Felipe se
limita a mandar a galera al que levantó la bandera y al que tocó la cam-
pana. Ya en las cenizas se limita, con podrida sonrisilla macabra, esa
sonrisa que Saura se ha empeñado en perseguir con una ballesta de
cazar osos en la medianoche, a mandar a galeras al que intentó con-
gregar para la verdadera sonrisa y al que puso sus manos en la vibra-
ción que aglutina y fiestea. Después el historiador de El Escorial con-
signa que la Pascua del Espíritu Santo fue muy regocijada ... Pero aque-
llos condenados a galeras seguirán convocando a los pies de El Esco-
rial para soplar las cenizas y pulimentar hasta la caricia la piedra de
fundación.
Llegan a la cripta escurialense cuatro cajas con reliquias de santos,
las que corrían peligro con la quema protestante, y entre ellas, las man-
díbulas de una niña. Felipe 11 sueña con esas mandíbulas. Saura parece
sorprenderlo frente al espejo colocándose esas mandíbulas. Es el rey
archivero, la momia que sale de noche con los tendones cristalizados en
sulfitos y que comienza a confundir la salud de la suma con el temble-
que de los añadidos. El añadido se verifica en la nocturna con las uñas
que arañan. El sueño del vulturismo, la putrefacción, la secular esquele-
tada a la entrada de la ciudad, la sal castrando la tierra, la cal, la ceniza y
la sal. Peligrosísima erotización con la tuerta. El buitre picoteando en los
ojos, su pragmática para que los cronistas de Indias no pudieran relatar
la nueva iluminación de sus ojos. En su pesadilla alguien nos aprieta
incesantemente, como una pasta dentífrica que se aprieta, la lengua arde,
como el mechero en un hígado petrificado. Así, frente al ojo saltado de
Felipe 11, Saura opone el ojo saltón de Goya. Frente al buitre, el cangre-

[119]
120 JOSÉ LEZAMA LIMA

jo. Sale el cangrejo con sus risotadas del infierno, nos comunica electri-
cidad con sus muelas, pasea por el torso desnudo. El cangrejo destroza
al buitre como un niño que juega con inexorable precisión.
La gran poesía española desató las cenizas convirtiéndolas en mari-
posa, e igualó al erizo, que juega en el índice del diablo, con el zurrón de 111. CUBA
la castaña. Pero antes hay que destruir la cripta cenizosa, la cal que
retuerce los huesos, la sal que destruye los metales y los árboles. Saura
sabe que hay que lograr los hechizamientos del chocolate, reavivando
las cenizas del ahorcado, llevándolas al despertar del nuevo cuerpo
evaporado.

Febrero y 1970

[121]
Paralelos. La pintura y la poesía
en Cuba (siglos XVIII y XIX)
Antes de saltar embebido las clavijeras amarras, el misterioso surca-
dor Cristóbal Colón se aposenta demorado frente a unos tapices. Ha cru-
zado una poderosa llanura, lo que debe haberle producido la sensación de
una navegación inmóvil, está en un extremo de Castilla la Vieja y entra
para oír misa de domingo en la Catedral de Zamora. Siente la grandeza de
uno de los más hermosos tapices que existen, que compite con dignidad
castellana con La Dama y el Unicornio, de Cluny. Uno de los tapices
entreabre las guerras de Troya, con el rapto de Elena. En el centro, una
barca medieval de gran tamaño, los mástiles ganan la altura del tapiz, apa-
rece un marinero de extraña catadura, muy barbado, soltando el ancla,
otro marinero recoge las amarras. Rimas provenzales limitan el panel, en
tomo del mástil, como palomas. Después está la tienda de Aquiles, en su
fondo el ulular de la batalla. Bosque de danzas y estandartes, abriéndose
en el bosque los ojos de las damas para contemplar las murallas de Ilión.
El caballo blanco de Aquiles, un doncel rubio sostiene las riendas. Alter-
nan cerca de la tienda los griegos y los orientales, más parecen susurrar
sus murmuraciones los comerciantes, que su vanagloria los guerreros.
Las ropas son de nobles bizantinos, algunas parecen venidas de Catay o
de Cipango. Un grupo de damas contempla aisladamente a un caballero,
que penetra en el mar de los combatientes con un desenfado singular. En
los otros tapices las muertes de Aquiles, Troilo y Paris. Los caballos se
recubren de unas gualdrapas tan guarnecidas como el manto que cubre el
elefante de un rajá. Aparecen curvados barcos, como góndolas de la Sere-
nísima. Debajo de los muros y las ruinas estallán las flores como llamas
torneadas. Un caballero pisotea las rosas de más sonriente amanecer. Las
interminables llanuras de flores se confunden con las más presuntuosas
alfombras persas con motivos de venatoria. Cuando el Almirante va reco-
giendo su mirada de esos combates de flores, de esas escaleras que aíslan
sus blancos como aves emblemáticas, del arquero negro cerca de la blan-
cura que jinetea Tanequilda, y las va dejando caer sobre las tierras que van
surgiendo de sus ensoñaciones, se ha verificado la primera gran transpo-
sición de arte en el mundo moderno. De esos tapices ha saltado a tierra, y

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124 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIA ARTIZADA 125

los blancos fantasmales, las cabelleras de las doncellas y los arqueros jarse en una parábola que diga impresionismo, nada más diverso en la
sombríos han comenzado a perseguirlo y arañarlo. manera inmediata con que los hombres ciñen la materia artizable.
¿Qué brújula adoptar para la navegación de poesía y pintura cubanas en Aunque en «Les Phares», Baudelarie hace desfilar los pintores que
siglos anteriores? Situar en la parábola de la poesía de esa secularidad las ama -Rubens, Leonardo, Rembrandt, Miguel Ángel, Watteau, Goya,
eficacias plásticas, me parecería regalar el tema ya por arbitrario o por con- Delacroix-, sería dificil señalar su momento de acercamiento a uno de
sabido. Subrayar en los momentos de eficacia plástica las evaporaciones los poemas de Las flores del mal. Ve ese desfile con cierta objetividad,
poéticas, se me quedaría como descomedimiento. Buscar así la solución o exenta de la obligación de incorporarlos a su obra. Es sólo el mejor tes-
el simple planteamiento de poesía y pintura, nos quedaríamos con casi timonio que nosotros podemos dar de nuestra dignidad, 1 esa sangre
todos los poetas, con casi todos los pintores, creceríamos en una baratona ardiente que rueda de siglo en siglo y viene a morir al borde de la eter-
regalía de citas o en una giradora cúpula de linterna mágica. Nada más lejos nidad del Señor, según la última estrofa de ese poema. Si hace un retra-
de lo que buscamos, de nuestra apetencia y de la verdadera eficacia de este to de Daumier, queda tan sólo como la posibilidad del signo poético y
tema. Ni siquiera seguir a Ybrovac, en La transposition d'art, dedicado a de su inaudita precisión para ver a uno de sus más eficaces contempo-
Les trophés, siguiendo a Theophile Gautier, que fue el verdadero maestro ráneos, pero cómo empeñamos en demostrar la resonancia de la obra de
de esta manera, pero para lograr esas correspondencias entre los colores, las Daumier en Las flores del mal. Igual afirmaríamos de su soneto «Sur la
insinuaciones y los perfumes, es necesario una plenitud que nuestra expre- tasse en prison», hecho sobre un cuadro de Delacroix, éste parecía enfu-
sión aún no ha alcanzado. Le parfum, la couleur et le son se répondent. Son recerse porque Baudelaire subrayaba siempre el lado mórbido de sus
incuestionables, pues, las relaciones de Baudelaire con la pintura de su épo- cuadros, terminando Delacroix por exclamar en presencia de la crítica
ca, como lo es también la poesía de Mallarmé, haciendo saltar el fauno en que le hacía Baudelaire: «Me aburre». No obstante, ningún pintor como
el contorno de la siesta, como lo haría también Debussy. Había un soporte Delacroix exaltaba en Baudelaire sus potencias de admiración. En su
crítico en Baudelaire, que lo llevaba a detener la fluencia, como había en cuarteto «Lola de Valence», sobre el retrato de Manet, donde el verso
Mallarmé la búsqueda de un absoluto, que lo llevaba a perseguir el oro de final, le charme inattendu d'un bijou rose et noir, está lleno de todo el
las Walquirias y el del Rhin, a sumergirse en la onda infinitamente reversi- encanto de Baudelaire, pero Manet será siempre el más maestro de los
ble, como si retomase a Orfeo o a Anfión cuando la palabra era un sonido impresionistas y Baudelaire el más apasionado enemigo de la fugacidad
de conjuro y cada sentencia poética necesitaba las comprobaciones del can- de las sensaciones y del relativismo impuesto por las variantes de lo
to. Pero el hecho de que Baudelaire se acercase a la obra de Ingreso de Dela- temporal en la apreciación de la belleza.
croix, nos llevaría a rastrear y a negar la presencia de esos pintores en Las De esa manera hierve un color, se exalta o predomina una franja, un
flores del mal, y su acercamiento a lo horrible goyesco pudo haberlo adqui- hilillo tiembla en la vibración del sonido, ¿cómo entresacado y subra-
rido en la tragedia griega, pasada a los lamentos de Fedra o de Berenice, al yarlo? Aletea sin contorno con la brusquedad de una aparición, pero
mismo tiempo que Mallarmé no pudo evitar cierto disgusto al conocer que después aparece como un pie de estalactitas en las mismas profundi-
alguien intentaba musicalizar La siesta del fauno. Pues todo paralelo pare- dades del infierno. Es el verde o el matiz que como un gusano se entre-
ce brotado del júbilo del simpathos, que después la crítica aísla y separa, mete en la separación y ascensión de lo poético. Se aparta del color,
colocando entre la aparente semejanza distancias inconmensurables. pero capta un esbozo o un gesto y es la palabra poética la que ordena
No obstante, Valéry reconoce en el simbolismo el rescate de la músi- las condensaciones que diferencian la igual sutileza de un aire seme-
ca, jamás he encontrado en su obra la más escasa referencia a Claudio de jante. Viejas al espejo y garzones desnudos para tentar los demonios 1
Francia, ni muchos menos que en la historia de la cultura aparezca ajustan bien sus medias. Es Baudelaire ordenando los monstruos de la
Mallarmé con su músico acompañante. Sin embargo, aunque Valéry razón somnolienta del aragonés tremendo. Eso es algo semejante a la
había jurado no escribir sobre ninguno de sus contemporáneos, hacía una comparación de la poesía de Keats con un melocotón, uno de los acier-
excepción con Proust. Desde el principio de su poema, Mallarmé excla- tos de la mejor manera crítica de Charles Du Bos. Pero la poesía de
ma: Estas ninfas las quiero perpetuar, Debussy desde sus primeros com- Keats se fundamenta en la fluencia de un espacio hechizado, en un flu-
pases envuelve a esas ninfas en salpicaduras, en el claroscuro del bosque, jo que se ha apoderado de las infinitas metamorfosis del aire, al extre-
donde suena el como que sopla a sus nubes. Y si todo eso puede aseme- mo de que algún crítico inglés ha afirmado que después de Shakes-
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peare, ofrece Ke;...ts el mayor flujo de esa poesía. La comparación de que se agrieta, asciende en emblemas a signos descifrables. L~ no?le
poesía y melocotón que hace Chales Du Bos sigue siendo de una cer- hazaña de configurar lo oscuro, de que ya hablaba Goethe, consideran-
teza tan encantadora como profunda. La contemplación de un meloco- dala como una de las proezas del hombre, es entre nosotros de captación
tón, que nos regala de inmediato como una graciosa presencia matinal, en extremo ondulante para formar un claroscuro. De la misma manera
el hechizo de todos los sentidos, las ondulaciones jaspeadas del amari- que esa dimensión del claroscuro aparece en la pintura renacentista, tiene
llo y del púrpura, la fragancia de su pelusilla que nos entrega por anti- su instante de surgimiento en lo histórico. Si en nuestros siglos XVI y xvn
cipado como un despertar en el plenilunio. esos elementos histórico-expresivos no han alcanzado una altura dimen-
En la alquimia china se intenta reemplazar los cuerpos por su color, sionable o de simple relación, es inadecuado establecer un contrapunto
manteniendo éste las mismas cualidades del cuerpo sobre el que se apo- histórico expresivo, donde lo configurativo opera sobre un mero remoli-
senta. Es decir, el cinabrio que se asemeja en la alquimia china a la san- no traslaticio, sobre un almácigo de sombras. Pero aún hay más, en esos
gre, es reemplazado por el pájaro escarlata de los cinco colores. Se le dos siglos tan sólo no existen lo configurativo operante, ni siquiera lo lar-
mezcla en el caldero con el líquido hirviente y comienzan las metamor- valllega a su etapa formal, en el sentido escolástico de etapa última de la
fosis de los cinco colores: blanco, amarillo, negro, verde y rojo. Cada uno materia, a la materia que se remansa por una extinción de su potencia.
de los cinco dragones que representan los cinco colores, pierden su figu- Como los donceles que exornan las tapicerías de Zamora, sale de
ra y se convierten en la sucesión del color, en sus incesantes mutaciones. noche Remando de la Parra, de la servidumbre del gobernador Juan
La sustancia hirviente comienza a fraccionarse en estalactitas, en una Maldonado. Sale a sus correrías por barracas de cómicos, por extrava-
formación tan irregular, dice la fórmula alquímica, como una dentadura gancias de bailetes nochemiegos, donde el crótalo y el calabazo araña-
de perro. Aparecen variaciones rocosas que se apoyan sucesivamente. do sincopan la sangre. Pero ese Hemandillo es tan sólo un títere ale-
Ése es el momento que tiene que ser captado por el pintor chino. teante, con pausas ahogadas, movido por un vejete burlón que sopla el
Si de nuevo volviésemos a reproducir esas incesantes mutaciones polvo y estornuda por la galería de la Sociedad Económica de Amigos
indetenibles, ese color al que podíamos llamar quiditario, liberado de del País. Pese a su broma, este viejecito Joaquín José García tiene que
sus hipóstasis contingentes, podríamos repasar este tema, poesía y pin- ser querido y reverenciado, pues si no lo hacemos parece que nos daría
tura en una secularidad, liberado de sus manifestaciones contrastadas, un pellizco en las mejillas. En sus páginas, más hundidas que sencillas,
de un color para la voz poética y otro para la visión. El malva de un agrandadas por la imago actuante con bigotes de lince, se atreve con el
Proust o de un jade mexicano, encarnados en la chaquetilla de Alberti- corralón para comicuchos, entreabriendo una barraca cerca del castillo
na o en un cuchillo azteca para los sacrificios. Un color de infinitas de la Fuerza. Es un día de San Juan, que el calendario ecuménico seña-
mutaciones que se deslizara sobre una sentencia poética o anublase la la para que la sangre salte sus dos círculos. Sorpresiva una paradoja muy
visión como un acto de creación sin diversificaciones, semejante al nuestra: hay alboroto, pero al final los verbeneros quieren que la come-
' .
espíritu del vuelo operando en un ángel o en un ave de conJuros. dieta vuelva a comenzar. En esa suma de gritones, como dentro de la
Entre nosotros es casi imposible configurar una tesis o un punto de serpiente con la cabeza en la cola, como en el Ouroboro de los egipcios,
vista aproximativo sobre nuestro pasado, ya de poesía, ya de pintura, por- se señalan con más precisión los cuatro músicos que están rajando la
que los diversos elementos larvales aún no se han escudriñado, ni siquie- leña de laMa Teodora. La gritería fiestera le ha dado entrada al ritmo.
ra señalado su regirar ectoplasmático. Si no aparecen las larvas, cómo Y aquí el viejecito dice verdad, pues lo popular santiaguero lo apuntala
vamos a abrillantar el caparazón. Lo larval sólo podemos captarlo en sus y recuerda las dos hermanas negras dominicanas, colocando sus grillos
mutaciones, en su devenir para llegar a ser un cuerpo, una forma, una rociados en el traste. Aunque la fecha de esta broma es de 1598, muy
materia artizable. En la cultura china vemos que antes de poder descifrar cerca del1608 de El espejo de paciencia, el polvoso Joaquín José no se
los veinticuatro caracteres emblemáticos en el espaldar de la tortuga, hay atreve a invencionar un juego poético, pues debe saber que la claridad
que verla irritada, faltándole una pata, maldiciendo y desencadenando la cronológica de una sentencia poética es tan imperturbable y precisa
invasión de las aguas. La conjugación de la línea que sigue, elemento como los dictados del Observatorio Astronómico. Temiendo ser delata-
másculo con la línea que se fragmenta, se agrieta y se rompe, nos da la
' . do antes de tiempo, don Joaquín José no hace la broma poética, pues un
lectura de los exagramas del rey Wong. El hervor de las aguas, la tierra lenguaje no puede ser remedado sin que la contracción de su náusea
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expulse la copia, y así sabemos con inaudita precisión que los griegos obra, para el que tanto gustaba de la broma, del amor a la erudición
poéticamente jamás se expresaron como Alexander Pope o Leconte de excéntrica, de marcar los papeles muertos como si fuesen naipes para
Lisle. Vacilante, pero ayudado por los cronistas de Indias, se atreve con descifrar en ellos la carta del diablo. El nombre de esta obra es ahora fas-
el color, pero no con el paisaje elaborado ni con el hombre adelantando cinante para mí: Protocolo de antigüedades. Yo había jurado que dos de
su diálogo en el bosque y anotando sus impresiones con la secularidad las palabras más aborrecibles de nuestro idioma eran protocolo y pleni-
del aceite coloreado. Parece como si el viejecito guiñase sus pequeños potenciario. Protocolo, al perderse sus sílabas, parecía como si aporta-
ojos, cuando fingiendo una malicia que no tiene, intenta, como hacían ra de nuevo un toco loro, y plenipotenciario me sonaba en la membrani
los cronistas de Indias, comparar un hicaco orillero con una agrandada timpani como una chirriante planta de energía eléctrica provinciana. Y
cereza o una uva de manglar con una cereza cominera. El cronista com- de pronto me reconcilio con esas palabras de tan aparente mala catadu-
para las frutas descubiertas con las de allá, pero al final se cae en que no ra, que recobran la sacralidad de los chisporroteos de una herrería. Pues,
es lo mismo. Así, hablando del mamey, dice: «La color es como la de la en realidad, sólo encuentro en ese 1848 cubano, en el Protocolo de anti-
peraza, leonada la corteza, pero más dura y algo espesa.» A las guaná- güedades, una falsedad viviente y operante, esa alegría que se despren-
banas las encuentra «tan grandes como melones, pero prolongadas, por de de la erudición acudiendo a la taberna conversacional, como los can-
encima tienen unas labores sutiles que parece que señalan escamas, tos metafisicos de Purcell en un mesón o al doctor Johnson conversan-
pero no lo son ni se abren». La evaporada guayaba, continúa el cronis- do con Walter Savage Landor, en la Taberna del Diablo, rodeado de
ta, «echa unas manzanas más macizas que las manzanas de acá», «y de amigos regocijados, extrayendo sus citas del copetín báquico.
mejor peso aunque fuesen de igual tamaño». Es casi lo mismo, pero la Va sacando de la manga de su pequeña erudición, coloreada y bur-
comparación demostrativa enseña la diferencia, pero para nuestro inge- lona, los excéntricos que podrían haber poblado aquel vacío de nuestro
nuo burlón es lo mismo cosas que ni siquiera se pueden comparar por siglos XVI y XVII. Podrían haber sido amigos del ballet del gobernador
semejanza para encontrar la desemejanza. El cronista capta una nueva Maldonado. Nicolás Massini, por ejemplo, se había ganado fama de
naturaleza, pero se confunde en la semejanza de las formas, igual tama- prodigio en las curaciones. Los príncipes le acudían en sus lamparones
ño pero distinto peso, como si con nuevos ojos fabulosos pudiera pesar y en los desalientos de muerte. El papa Clemente VII lo nombra su
la fruta contorneada en el nuevo cristal de la brisa que comienza. Tiene médico de cabecera y le ruega el traslado para Roma. Tenía una domés-
un aire de parecido, entrevé el cronista, pero los nuevos sentidos inau- tica a la que consultaba y cuyos oráculos le cegaban la obediencia. Sien-
gurales precisan que tiene un aire que lo distingue y diversifica. Pero no do la opinión de esa criada llamada Santa muy desfavorable, le escribió
es tan sólo haber intentado poblar la nadería de nuestro siglo XVI, don al Papa negándose a servirlo. Los bromistas romanos acuñaron de
Joaquín José García trae las extravagantes figuras con que se puede inmediato el epigrama: el sanguijuelista seguía más a su Santa que a su
regar esa planicie de nuestra expresión. Puede señalar, como vimos, las Santidad. Si intentaba trasladarse a otro sitio, verificaba la lista minu-
barracas apoyadas en la fortaleza, los alborotos populares y las amena- ciosa de lo que formaría su equipaje, tenía que ser la mejor diseñada de
zas gubernamentales. Parece traer además los seres que transcurren, sus manías. Cuando iba a partir llamaba por su nombre a toda la pre-
que acompañan, que levantan eco en la vecinería. El aventurero convi- sunta compañía viajera. Comenzaba Nicolás, y él mismo decía presen-
ve con la extravagancia, con el anecdotario. Los tiempos les son muy te. Llamaba después a sus servidores y después a los caballos y a los
favorables a esos personajes extraídos por el burlón literario. En alguna perros. Como éstos no podían responder a sus llamados, tenía entre su
de sus páginas nos regala una inventiva alegría, que lo emparienta con servidumbre imitadores del relincho de los caballos y del ladrido de los
la familia de los Marcel Schwob y los Chesterton. Las sílabas sencillas perros. De los animales se pasaba a los paquetes y a los objetos y para
de su nombre han comenzado a evaporar, como si fuese un ser de fic- ellos tenía voces ejercitadas en remedar el golpe de la madera contra el
ción que usa el seudónimo de un ente real: Joaquín José García. Su obra suelo, el chirrido de la cerradura, el deslizarse de la seda por los más
tiene el menos fascinante de los títulos, y es por su sencillez que se reco- pulimentados metales, el sonido del viento agitando las pelucas en el
bra, como si rehusase el de conde Cagliostro, para acogerse al vulgar fondo de sus venturosas cajas. La erudición de Massini era tan elegan-
napolitano de José Bálsamo. Tiene el título del que rehúsa nombrar, del te como extensa. Sus herederos, inmutables, dejaron que sus manuscri-
que no quiere titular al azar. Nada más inadvertible que el título de su tos siguieran su destino, que hoy sabemos era el de perderse.
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Ahora el doncel Remando de la Parra }lace una visita a Rutilio Gra- reflejos marinos. Nuestro amarillo no es el hepático e hispánico, sino
co, era propietario de la pobreza, del gusto, de los delirios poéticos y da en el escudo de larefracción y del chisporroteo, y a veces nos
del cientificismo. Sus biógrafos afirman que lo que escribía tenía la recuerda los versos de Goethe:
locura que excita la risa y el genio que doblega la admiración. En un
carnaval romano, siendo flacucho y débil, tuvo la peregrina ocurrencia Cuando al muro de lluvia
de disfrazarse de Hércules. Fiel a la tradición que representaba a ese Febo se agrega,
al punto el arco iris
dios con la mayor fidelidad, se mostró desnudo, cruzó su hombro con brillante engendra.
una piel de león, jineteando su caballo con alas cartoné. Hacía un frío Su curva ya en la niebla
de nieve, y el jurado que repartía los premios en ese carnaval tuvo la también percibo;
donosa ocurrencia, sin poder contener la risa, de darle un primer pre- que aunque blanco parezca
del cielo vino.
mio, que el héroe mostró con orgullo hasta la extinción de sus días.
Pero los polizontes romanos le otorgaron un premio más sombrío: Nuestro blanco no es una túnica penitencial de Zurbarán sino es el
lo encerraron en una casa de locos. En esas celdillas mostró la más exa- halo contrastado por el color amarillo, es también el cono de luz en el
cerbada y racional disciplina en sus investigaciones literarias. Pero un centro de la ley del torbellino y del dios que huye. Hunde a nuestras
día, en ausencia del cocinero, penetró en el refectorio y se incorporó hojas matizadas, como un cortinaje de pájaros y flores en las ruinas del
todas las viandas de la pertenencia de los otros moradores. Así recupe- cafetal Angerona. El verde matizado de las hojas se estabiliza en una
ró la libertad, pues el administrador manifestó que no podía permane- casaca de Escobar o en la fronda que rodea una hamaca de Collazo,
cer recluido un loco tan voraz. pero se pierde inutilizado en el paisaje de cañaverales. Pero del azul
Los detalles de su biografia culminan el día que invencionó un dimensión y de nuestros playeros corales ardiendo, que tanto habían
triple sombrero, empotrados unos en otros como los cañutos de seducido a la imaginación traslaticia de Humboldt, mezclados con la
un anteojo. Para saludar a un amigo de la cotidianidad se quitaba un óptica y la teoría de los colores salidos de Weimar, no saca una línea
sombrero, para saludar a una persona de la nobleza se quitaba dos, apuntalada. El malicioso viejecito cae en la trampa del verde y se com-
manteniendo un sombrero en la mano derecha y otro en la izquierda. prueba que está enredado al compararlo con el verdeante laurel. Pero
Cuando saludaba a un alto dignatario se quitaba el primero y el segun- para la imaginación occidental, ese verde laurel es lo ardiente, es el
do sombrero, siguiendo las indicaciones anteriores, y el tercero lo deja- fuego vencido por las hazañas del hombre, es el fuego amenazante
ba caer hacia atrás, pendiente de un amaestrado cordel. En premio a esa frente a los dioses. Es una amenaza del verdor, de las estaciones frente
invención que él consideraba fundamental, pidió ser mantenido por el a las descargas eléctricas de las cejas de Júpiter. Por eso el Greco hizo
Estado o en su defecto ser remitido de nuevo a la casa donde se había arder el verde, una franja del fuego de los querubines. Nuestras prime-
mostrado como un murciélago caído con su noche en la sangre de una ras rebeldías, el cañaveral ardiendo. Una corona de laurel, en el len-
fosa nasal. Cuando muere, ya él había colocado sobre el lecho mor- guaje de los símbolos, es el hombre que ha vencido a los dioses, ha
tuorio una corona, que representaba un sol naciente extendiéndose rechazado la aristía y ha vencido la areteya. Es de la familia del desti-
sobre láminas de cobre. no espantoso, uno de los condenados, pero ha logrado atravesar el río
El buen viejecito, aunque malicioso, intenta colorear la arribada, y ha llegado a la isla de la imago. Ha trepado por el fuego y ha hecho
las primeras mañanas, y es ahí donde se hunde sin reaparecer. Los hica- regresar la ceniza al cristal.
cos, que cree a la manera de los cronistas que tenían la bisagra del Nuestro hazañoso burlón no se atreve con el lenguaje y fracasa con
inmediato paisaje y la cornucopia de la cabra de Amaltea, que son cere- el color. El lenguaje se le hace imposible de remedar, es un contrapun-
zas grandes, los encuentra «de un rosado más o menos bajo, amarillos to infinito donde convergen el horno entrañable del hombre y su ima-
blancos y negros y como sus hojas son verdes en la semejanza verde gen de lo estelar, y eso es tan terrífico como placentero, y fracasa con
del laurel». Confunde, baraja, pero al final no le saca la nariz a la brú- el color porque sus sentidos no son todavía fabulosos, no puede dete-
jula. Habla de un rosado bajo, olvidando que nuestro mejor rosado sale ner, diríamos recordando la alquimia china, las· cinco mutaciones del
del caracol y de las agallas, viene de la nutrición soterrada y de los color en el pájaro escarlata.
132 JOSÉLEZAMALIMA LA MATERIA ARTIZADA 133

Paradójicamente, con mucha abundancia de luz tendemos a la pérdi- 0 de un animal acariciado, sino de un fantasma para el que todavía no
da de lo esencial. La sacralidad de lo que es verdaderamente importante hemos invencionado la guadaña que le corte las piernas.
se nos escapa en vida, se desconoce después de la muerte y cuando abri- En el siglo XVIII el artesanado se adelanta en los trabajos de made-
mos los ojos ya nos vemos obligados a reconstruir, pero de la misma ra, ya en la rubia caoba o el verde viejo, tendencioso a una oscuridad
manera que la intuición no puede actuar sobre los jardines de Saturno, la azulenca, del cedro. Es el barroco cóncavo y jesuita de Borromini, que
imagen se atemoriza ante lo perdido, porque comienza a describir enlo- lo mismo se abullona y curva en una lasca de la piedra lateral de la
quecidos movimientos elípticos, no sobre el vacío engendrado por la pér- Catedral habanera, o en una cómoda del palacio Brunet o en un guar-
dida, sino sobre el encuentro, pues actúa pensando no sobre el tesoro per- dacasullas y estolas de la iglesia de la Merced. Trabaja el artesano una
dido en Esmirna, sino sobre lo perdido en Esmirna que se encontró en jarra de barro, sopla para pronunciarse el tronco, sumerge en el azar sus
Damasco. Siempre imagina que la aguja que se perdió en la nieve, se · dedos para afinarle un cuello de florentina, curva como una congelada
encuentra en el pajar. Pero es precisamente en el pajar con la aguja per- cascada la boca silenciosa, pero espera la gracia a que los dones caigan
dida donde la imago actúa con la piedad devoradora de los vultúridos. sobre la vigilia y que un día señalado desde lo invisible la boca de la
En nuestra expresión lo mismo se pierde el rasguño de los primeros jarra comience a cantar. En ese júbilo Manuel del Socorro Rodríguez
años que lo más rotundo y visible de lo inmediato. Lo mismo perdemos escribe sus octavas de Las delicias de España. «Toda la idea del poe-
un anillo hecho por Darlo Romano, nuestro primer platero en el si- ma, nos dice, es dar al buril español asunto para una lámina.» Las dos
glo XVI, que se inutiliza por la humedad un baúl lleno de la letra de José mejores estrofas del poema, y su más logrado verso, tunicelas de líqui-
Martí en el anteayer que viene sobre nosotros como una avalancha. Pero do brocado, están abundosas de reflejos marinos, son líquidas, espe-
quien poseía ese baúl olvidó una primera regla de la conducta, es decir, jeantes, pero el buril que graba se muestra inseguro. La jarra del arte-
que el poseedor de un baúl lleno de los escritos de Martí, entre las furias sano canta, pero su imposta es todavía demasiado insegura. Sus Hijas
de un huracán o de un terremoto, está en la obligación de salvarlo antes bellas de la hija de la espuma, están muy cerca en la intención de aque-
que salvar su vida, como dice la orden del día de una de las grandes bata- llas otras famosas, Siendo amor una deidad alada, 1 bien previno la
llas contemporáneas, deberá morir en el mismo sitio antes que retroce- hija de la espuma, pero en la realización están a una distancia estepa-
der un paso. Casi todo lo hemos perdido, los crucifijos tallados y el cua- ria. Pero en cuanto se fija en lo inmediato, en la pálida extensión de la
dro de la Santísima Trinidad, de Manuel del Socorro Rodríguez; las piel de las manos cubanas, las ve amasadas de lirios y de rosas. Ese
recetas médicas de Surí puestas en verso; las frutas pintadas por Rubal- amasijo le viene bien a Garcilaso, a Góngora o a Pedro de Espinosa.
cava; las aporéticas joyas de Zequeira, pérdida en este caso más lamen- ¿Es esto sueño o ciertamente toco la blanca mano?, dice el verso de
table todavía puesto que nunca existieron; las pláticas sabatinas de Luz Garcilaso, quien sabe sacar el blanco aún del sueño, pero todavía entre
y Caballero; las cenizas de Heredia; la galería de retratos de capitanes nosotros Manuel del Socorro Rodríguez no puede fijarle un color a la
generales, de Escobar; alguna mancha de Plácido en el taller de Esco- mano que ciñe o que acaricia. El río que saca la cabeza en sus estrofas
bar; las pulseras, he visto una de hilos de seda que era un primor, y las es el Manzanares, con embadurnadas mezclillas areneras y escayola-
peinetas de carey, de Plácido; una receta de manjar cubano hecho por das dieciochescas. Mezclillas y el rencorete de la piedra natural.
Manzano; no conocemos ni siquiera un sermón de Tristán de Jesús José Surí, en su cazuela de sanguijuelista, que desprecia al protome-
Medina, brillante y sombrío como un faisán de indias; el recuerdo de dicato y prefiere sus oraciones para sacarle los demonios a los cuerpos,
alguna sobremesa de Martí niño con sus padres, donde tiene que estar hierve las piedras preciosas extraídas del estuche del lapidario de San Isi-
el secreto de su cepa hispánica y de su brisa criolla, que une como una doro. En sus ingenuos romances hay algo de provinciano aprendiz de
suprema sabiduría la madre y el caudal del río; sabemos que Julián del brujo. No parece interesarle la venatoria de la fauna que viene a lamerle
Casal hizo aprendizaje y algunos intentos de pintar, nadie ha visto una las manos, ni la canasta de frutas, que su dietética médica aconseja, pero
de sus telas de aficionado; en el Museo no hay un solo cuadro de Juana que no gusta aromen en sus octosílabos. Su deleite, como un alquimista,
Borrero, sus Negritos son para mí la única pintura genial del siglo XIX son las piedras preciosas para derivar de ellas el calor que la humana
nuestro. Todo lo hemos perdido, desconocemos qué es lo esencial cuba- combustión necesita. Las piedras que San Juan pone en el Apocalipsis,
no y vemos lo pasado como quien posee un diente, no de un monstruo en la nueva ciudad a la que tenemos que llegar después de la extinción de
134 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 135

la Jerusalén terrestre, las esparce en cinco versos: jaspe, zafiro, topacio, Rubalcava hace llevar las frutas a la misma mesa donde están sus
esmeralda, calcedonia, crisólito, berilo, sardio, jacinto, sardonia, criso- montoncillos de libros. Es muy libresco, dice nuestra tontura critica, y
prasa y amatista. Así da una prueba irrecusable de su americanidad, cer- no puede saborear con propio paladar nuestras propias frutas. Pero por
ca de la piedra incaica animada por la energía solar o el zafiro que los eso mismo parte de la gula de mondar las frutas que el canónigo Soto
aztecas ponían en la boca de los muertos, como la adormidera de los de Rojas acariciaba cerca de los arrayanes de la Alhambra:
griegos, para que las exploraciones de los muertos se animasen con las
Gozarás de la guinda
calorías del alma de la piedra. Todas esas piedras preciosas que Suri aca- el ácido sabor, que limpia el gusto,
rrea para la fundamentación de la nueva ciudad, adquieren después un la de semblante garrafal robusto,
solo color: el jaspe. Pero veamos lo que nos dice Suri: y cereza que alinda
a la color del que con Baco brinda.
Espero, aunque titubeante
El plectro, y la vida ronca, Y la fruta que engendra
Diré, que el jaspe señala el armenio albarcoque más temprano
La fortaleza grandiosa, será tierra del cielo de tu mano,
Que en el instante primero aunque te dé en su cendra
De la Concepción dichosa, la blanca plata de su dulce almendra.
Infundió el Omnipotente
En esta excelsa Paloma, Tendrá tu mesa llena
Para domar los abismos ... de ancho plato la ciruela breve,
cana la endrina, entre raspada nieve,
la sana damacena,
El jaspe es como una voluta de color que asciende, es un color muy y la obloganda, que en los dientes suena;
acariciado por las nudosas manos de Góngora. En esa fortaleza de jaspe
no puede ser Suri alistado como guerrero. Es un color favorito del cordo-
bés y en verdad que ni un alquimista que le prometiera la vida eterna
lograría arrebatárselo, pues el pregonero de la gloria, como ya le llama- Las uvas moscateles
mos a Góngora en otra ocasión, cuando alza en la luz, acerca los frutos de y las albillas, ámbar en racimos,
de sus panales pámpanos opimos
la Orplid más lejana, y más cuando pregona un jaspe, el color suena como -si en pechos de Cibeles
una batalla vista entre dos luces en un espejo. En sus estrofas «A San bermejas leches no--, cándidas mieles.
José», le preocupa que el celebrado Timante impusiera el precepto de
dibujar un gigante 1en lo abreviado de un lienzo, pinta solamente un dedo Si de la patria olvido
necesitares, con mejor reposo
para que reconstruyamos lo atolondrado y descomunal del gigante. En el te la dará que Loto mentiroso
lienzo pequeño se ve un dedo muy grande, pero en ese dedo hay tantas el melón escogido,
joyas que apenas logramos destacarle un color al incesante chisporroteo. que escribe su nobleza en su vestido.
Absorto Zequeira, más repasa el oro quemado de la piña, que la pul-
La zamboa bienquista,
pa destilada en una palidez cariciosa. La piña no era del gusto de Carlos monstruo en el ser, en el obrar notable,
V, pero jamás falta en los copetines galantes de Talleyrand. Joaquín confortará tu corazón amable,
Lorenzo Luaces le señala un ripio a Zequeira: liberalpomona 1con la muy haciéndote conquista
verde túnica se viste. Subraya Luaces el muy verde, pero para nosotros no del olfato, del gusto y de la vista.
es un ripio, es la total ausencia, no ya del verde, irrecusable como un fanal, La granada avarienta
sino también de colores inte~edios. En los dominios de la orquesta, te dará la riqueza que atesora,
Zequeira seria la batería, destacándose el redoblante de su decisivo paseo y el prudente moral la dulce mora,
nocturno en una ronda que todavía nos obliga a cerrar las ventanas. A la cuya color sangrienta
la tragedia de Tisbe representa.
entrada del infierno ve sapos, no los colores que danzan en la llama.
136 JOSÉLEZAMALIMA LA MATERIA ARTIZADA 13 7
Pero lo que más me gusta de ~ubalcava es la forma como le señala el Mientras tanto pensemos que el encuentro con el Capítulo 22, de La
morado al caimito, el color que le regala por pareja --con el verde-, y docta ignorancia, de Nicolás de Cusa, será una poderosa y definitiva,
el templo que le levanta, que no es el obelisco rural de Zequeira, sino el salvadora revelación. Como no puede haber sucesivos máximos, el
de Jano con las dos puertas batientes. Cuando el verde aparece, el mora- máximo inteligente es el máximo de la historia en la eternidad, de tal
do se extingue, pues en el gusto apuntalamos que cuando uno de ellos manera, concluyo yo, que la historia en la imagen no es la historia de
comprueba, el otro se retira. Ese morado y ese verde ofrecen, pudiéra- la sucesión sino la del súbito en la eternidad. La complicación con-
mos decir, un progreso de nuestra voluptuosidad. Ese morado, más que trayente es' lo providencial súbito y absoluto. De tal manera que ~i
en la frutilla entresacada por Rubalcava, me gusta recorrerlo en los man- hacemos algo, o bien su opuesto, bien nada, todo sucede en lo provi-
tos y pliegues que Escalera deja caer suavemente sobre sus santos pinta- dencial absoluto. Prevé muchas cosas, que pudo no prever, sin que
dos. Se ve la morada voluptuosidad del artesano mestizo, como si en un esto le dé intervención a lo contingente sucesivo. «La naturaleza
juego del mediodía contemplásemos al padre de Plácido haciéndole los humana dice Nicolás de Cusa, es una y simple, si naciera un hombre
rizos a la bailarina burgalesa y atreviéndose por primera vez a acariciar- que nun~a se esperaba que hubiera de nacer, nada se añadi~ía a la ~atu-
le las mejillas. raleza humana, al igual que nada se disminuiría en ella, SI no naciera,
Lo que más nos obliga a sonreírle hoy a Rubalcava es cuando ras- como ocurre cuando mueren los no nacidos.» La verdadera naturale-
guña un predominio de la encajeria sobre el abril naturaliter. No se ha za humana, la materia signata, que todo lo rubrica como súbito ab~o­
subrayado ese triunfo que en parte recuerda aquellas perversas inge- luto de los que son como de los que no son, de lo hecho y de la vacie-
nuidades de Wilde, cuando veía más betún y hollín por las calles lon- dad, del bostezo y del hágase. Para las operaciones. de 1~ eter~id.a~ la
dinenses después de las nieblas avanzando por los paisajes de Turner. imagen se ve como cara, el pudiera ser como una Ide~tid~d I!lfn~lta.
Hay en ese leído y escapado soneto de Rubalcava un rechazo de la El súbito absoluto participa sobre lo que no se puede anadu m quitar.
necesidad, de la funcionalidad, que lo convierte en un gracioso y La historia está hecha, pero hay que hacerla de nuevo. La lucidez de
pequeño manifiesto de arte. Tan improbable como la influencia de lo estelar se une con la oscuridad de lo telúrico, se une también con la
Manuel Maria Pérez en Sully Prudhomme, es la de Rubalcava en Wil- música de las esferas sobre el haz del abismo. La marcha de la esfera
de. Pero no evade un patetismo, tan noble como irónico, el hecho de no está perturbada por ese haz de abismos. Si ocurre lo que nunca ha
que una de las más escandalosas tesis de arte, coreada por todo el sim- ocurrido es igual a si no ocurre lo que siempre ha ocurrido. El oso dor-
bolismo finisecular, fuera siquiera suspirada por uno de nosotros con mido una estación concurre igual que el aporético Aquiles, inmóvil
una gracia dieciochesca. Es claro que si un Joachim du Bellay hubie- dando zancadas o que el domador de potros a orillas del Eurota~. El
ra escrito ese soneto, Wilde tendría que inclinarse presionado por súbito nuestro participa sobre lo que podría suceder, que es supenor a
algún erudito voluptuoso. Pero eso no le importa a Rubalcava, que lo que sucede o no sucede. Y ese podría ser no está en lo his~óri~o en
diseña sus preferencias en ese soneto con una evidencia irrecusable. potencia sino en acto. «Los hombres que fueron, concluye Nicolas de
Cuando Nise borda, inventa una floreciente primavera. La seda colo- Cusa, son y serán, sino también los que pueden ser, aunque n~ sean
reada se diversifica en formas de capricho, pero en los dedos de Nise nunca, del mismo modo son comprendidas las cosas mutables Inmu-
aprenden a ser rosas que no se marchitan, que gozan de vida eterna. tablemente.» Y ese acto que actúa sobre las cosas que no fueron Y
Flora, avergonzada, sale a ver a Nise, cerca del bastidor, dando punta- serán o sobre las que fueron y no serán, está dotado de necesidad. Ese
das de vida. Iguala Rubalcava en una forma sorpresiva al artesano con acto al actuar sobre la necesidad, en el máximo inmutable, es la abso-
la naturaleza. Esa labor del bastidor compruébala Flora como superior luta necesidad. Esta absoluta necesidad de lo histórico, que iguala lo
a su broche en abril, se enoja, no quiere esperar, muestra un mohín de que pudiera ser con lo verificado, realícese o no, y que es la partici-
vergüenza. Está convencida de que la rosa del encaje supera a la rosa pación en la identidad de la esfera, dista mucho del dromenón,. del
en etat sauvage. hecho cumplido de los griegos, que se fundament~ ~n ellogo~ optz.kos.
La imagen actuando en la historia se obliga a completar, a formar Pero desde la Epifanía a la Resurrección se participa en la Identidad
esferas. Recordemos aquella profecía de Orígenes: El día de la Resu- de lo temporal, el tempus habemus y el tempus destruendi se igualan
rrección acudiremos en la forma perfecta, es decir, como esferas. en la identidad del rotar de la esfera.
138 JOSÉLEZAMALIMA LAMATERIAARTIZADA 139

La historia se ha hecho sobre el droménón de los griegos, su hecho confesional. Su Eros no le aporta una equivalencia entre su yo y ese
cumplido está en la raíz del concepto generacional de Tucídides: la his- yo que tiene que soltar para que vague por los bosques. En ese momen-
toria comienza en nosotros. Y en la roca del Cáucaso el titán ruge su to su diálogo con la naturaleza no va más allá de paralizar la copa de la
orgullo, aliándose con el tiempo y el fuego para destronar a Zeus Cro- palma con el talle de su amada. Su emedo en el Eros adolescentario
nión. El fuego en manos del hombre se fue convirtiendo en el pez de todavía no se desemeda en la naturaleza. Es curioso que esos amores
escamas tan sutilizadas que ya se deslizaba como la luz. Pero ahora ya · del Heredia de 1825, aparecen muy mejorados en los versos aconseja-
sabemos que la historia tiene que comenzar a valorarse a partir de lo que dos por Del Monte. Sus gemidos de niño mimado ante el rechazo, la
va a ser destruido. Es decir, que vastísimas extensiones temporales que indecisión o la indiferencia de las niñas de que se ha enamorado, vaci-
no lograron configurarse se igualarán a grandes extensiones que alcan- lan en el rasguño de su mano para acomodar esos sentimientos al ver-
zaron la ejecución de su forma, pero que fueron destruidas. De tal mane- so, y se disculpan los consejos de un amigo, que, un poco en especta-
ra que .ú~camente la imago puede penetrar en ese mundo de lo que no dor de esos gemidos, le aconseja volver sobre los versos y sacarle con
se reahzo, de lo que puede destruirse y de lo que fue arrasado. Así como mayor paciencia una pinta más fina. En sus primeras salidas al campo,
tenemos que penetrar en una inmensa extensión de tiempo y de hechos piensa incesantemente en los paseos conversados con Del Monte y en
que fueron altamente configurados, por ejemplo, en la cultura babilóni- aquellos consejos de bosque octosilábico y romanceado que recibe.
ca, a ~avés d~ unas cuantas piezas, soldables tan sólo por la imago, del Está lejos de su padre, y su psiquismo que necesita de paternales cui-
Palacio Sargon. Lo que se configuró pero fue arrasado se iguala con las dados y vigilancia, se muestra benévolo para salir a pasear con Del
extens.iones planet~rias surca~as por enormes ríos cuya corriente dejó Monte por los bruñidos y definidos valles matanceros. Pero más que
de flmr, por los crateres enfriados de la luna o por la extinción en la Del Monte, quien lo acompaña desde la lejanía en esos paseos, es su
atmósfera de las posibilidades de la vida. De tal manera que esas épo- padre. ¡Salud, oh padre, 1 del ser y del amor y de la vida!, dice uno de
cas que apenas fueron configuradas, tales nuestros siglos XVI, XVII y sus versos. Cada vez que una de esas niñas un tanto asustadas por su
XVIII pueden ser consideradas como arrasadas por un fuego invisible. vehemencia se aleja de él, Heredia emplea la palabra traición y se con-
En e~e momento la, imago irrumpe con tantos ojos como Argos y per- suela entonando una loa al sol, al Señor, al Padre, al Gran Viejo como
s~~Ida por tantos tabanos como Eco, de la familia Inaquea, maldita por se le llama en las culturas primitivas. Heredia, que fue toda la vida un
J_uplter al negarse. a sus complacencias. El rastreo de la expresión artís- enfant gaté, tal como lo vio Martí con esa intuición casi aterradora que
tica se ha convertido en la lucha entre la imago, ascendida a primer pla- tuvo para lo cubano más esencial, cuando penetra en la casa de su
no, Yel fuego extendiéndose como un árbol infinito o replegándose a un niñez, señala al padre cuidándole los versos y a la madre evitándole los
punto que vuela. ruidos, se siente siempre atraído por la niña, ya es la Isabel Rueda, que
Ese concepto, tal vez el último que pueda tener el hombre de la tiene trece años cuando él tiene dieciocho, ya es la Jacoba Y áñez,
imagen,. y que únicamente podrá ser esgrimido por un verdader~ poe- que tiene quince cuando él tiene veinticuatro, con la que se casa, hija
ta, que tiene que ser como ya lo vio Novalis, omniscente, es decir, «un de un magistrado amigo de su padre, en cuya casa se siente un poco
cosmos en miniatura». Así el hombre podrá adquirir un nuevo sentido como en la suya. Veía siempre a la amada como a su hermana, y su cari-
configurativo histórico artístico, como si lo estelar se revolcase con lo ño por su hermana Maria Ignacia lo acompañó mientras vivió en toda
telúrico, y le fuera dado contemplar ese espectáculo en un fortín de su pasión y su delicadeza. Yo señalo esa situación, y no por una de las
acero, calcinado por la expansión de las cadenas nucleares mirando a habituales trampas del psicologismo, frente a las cuales me ha gustado
través del ojo de la cerradura de una puerta resquebrajada.' mostrarme siempre un tanto desdeñoso, porque ahí debemos señalar su
A través de ese ojo de la cerradura, vemos al romántico cubano a verdadera grandeza y aun yo diría la raíz de su sacralidad en la poesía
un José Maria de Heredia, al lado de su paisaje. Cuando le llega'el cubana.
moment~ de s~ltar ~u yo de romántico, su diálogo con el paisaje cir- Ya hoy tenemos la segura ganancia de que la madurez de un escri-
cunstancial es mdeciso. El paisaje que entreabre en el Eros de su ado- tor, y aun de un hombre en general, no depende de la sucesión crono-
lescencia, cuando se atormenta con las Belisa y las Lesbia de sus pri- lógica. Entre los quince y los veinticinco años de Heredia, transcurre
meros poemas, no logra situarlo a la altura de esa liberación de su yo el tiempo de su más cabal expresión poética, la perfección configura-
140 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 141

da de sus sentimientos, su mayor ejecución formal, la total asimilación escribe al juececillo para apiadarlo por su horror a la sangre. Pero en la
de sus ancestros, dignidad y ternura, la decisiva impulsión de su Eros, carta que le escribe después a la madre no quiere mostrar vacilación,
enamorado de la proyección de su propio simpathos, y huraño, melan- quiere quedar bien con su madre, más que con su conciencia, por estar
cólico, gemebundo ante la manifestación del apathos de los extraños, su conciencia llena de ese terror que se engendra cuando sabemos que
pero con los que tiene que contar para el amor o el tiempo gustoso de nos van a enjuiciar los benévolos y que para esa conciencia su fallo es
la amistad, frente a los cuales tiene siempre una reacción enceguecida por lo tanto más terrible. Nada más poderoso en lo reminiscente que el
por su Eros. Lo mismo si lo vemos conspirando, paseándose, batién- regaño de la madre, pues sabemos que ya antes de regañamos nos había
dose con las ruinas o con un prodigio de la naturaleza, viviendo en el perdonado. Temblamos más cuando nos puede condenar un dios más
palacio presidencial de México, conversando con su padre o con sus misericordioso que justiciero, pues nada despierta más terror expiato-
hijos o jadeando con sus grandes ojos abiertos la disnea de la agonía, rio que los fallos de la bondad. Sabemos entonces que nos ha conde-
es siempre un niño mimado, guardado, con la injustificada sacralidad nado la poesía y la salud de lo bello, y que ya no podremos interpretar
de la conducta de un niño, que se siente acorralado o dichosamente dis- la sonrisa de la vida en el despertar matinal.
tendido por la conducta magistral del padre o la tierna severidad, dul- El paisaje que vislumbra Heredia es el occidental: largas cintas de
ce como una confitura, para usar la expresión proustiana, de su madre. verdor o matizaciones coloreadas de hojas, frutos y flores. Jardines o
Actúa mirando hacia atrás, como el gamo, tripulado por el dios joven granjas de cafetales. Las filas de naranjales, la derrumbada hoja del
de la poesía, según la mitología griega, para ver a la serpiente desli- plátano por la opulencia del rendimiento, los mirtos, claveles y rosas,
zándose por el árbol, silenciosa como la caída de la hoja en el tercio- por los que muestra cierto desdén al comienzo de su duelo con la cata-
pelo del otoño. Mira hacia atrás, en cuya sofocada penumbra vislum- rata, y la palma, en el magnetismo de su aislada individualidad, frente
bra siempre los ojos que lo acarician, los de su padre regalándole un al rayo, que le quema un boquerón en cuya calcinación las abejas ela-
reloj si sabe bien su latín, fingiendo el sueño mientras su madre lo arro- boran su miel de coco, deslizada góndola en los bronquios apretuja dos.
pa entre el frío y los lobos o las muchachitas que con el permiso de sus La muerte de su padre lo lleva a tocar el espíritu de las ruinas, la aridez
padres se han paseado con él por el puente de San Juan. de que hablan los místicos, los desiertos, las sombras y la lenta caída
Necesita decir desquerido y desamorado, como si el prefijo como de Helios Fúlgido. Adolescente, vestido de negro por el luto reciente y
un ancla tironease de esas palabras para hacerlas más desgarradoras. A con su corbata de plastrón agrandada como un murciélago, se sienta en
sus dieciocho años exclama: ¿qué me importa ¡infeliz! el Universo 1 si las ruinas de la pirámide tolteca. Tiene que comenzar ampliando sus
me olvida la infiel? Es su Eros de adolescencia el que todos tienen que herbarios y clasificaciones botánicas, con la vid, el pino, encontrado de
soportar, si no el Universo le importa muy poco al mimado, pues por un nuevo frente a la catarata, la oliva, árbol cuidado por Palas Atenea a la
olvido de los demás está dispuesto a olvidar el Universo. Se me dirá que entrada de la ciudad. Pero aquellas ruinas lo que han hecho es destapar
no hay que tomar muy en serio las manifestaciones rijosas de un ado- el frasco de los cuentos de su niñez. Las piedras rotas le dejan el paso
lescente, pero esas manifestaciones que al principio los demás no toman al fantasma, el gigante que sacude a la noche para que lo deje adorme-
en serio, son las más fundamentales para el hombre. Además la sacrali- cerse. La presencia del gigante le hace sentir terror, como lo vuelve a
dad congénita de un adolescente poeta, obliga a que cada una de sus sen- sentir al dar los primeros pasos para batirse con el dragón, que en este
tencias se considere dictada por la más secreta y arrebatada pitia. caso es una catarata. La pesadilla de la visión ruinosa le ha traído la
La sacralidad de Heredia como poeta se fundamenta en el hecho de visita de su padre el magistrado, disfrazado de fantasmal gigante, escri-
que a ese niño guardado, mimado, le fue impuesto un destino dictado biéndole incontables memoriales al sádico Monteverde para que cese
por un dios irritado, por su Ananké, por la fatalidad. Destruyéndolo, tal de disparar contra los prisioneros. Y la sangre comienza a diluirse en
vez, pero en definitiva engrandeciéndolo y alzándolo a un destino don- la infinita gama de rosados de la panoplia crepuscular.
de por la rebeldía intenta increpar a la inexorable deidad. En ese senti- Se atemoriza también frente al despeño de la catarata, pero algo secre-
do, los primeros lanzazos que recibe de la fulminación de lo inexora- to le dice que ya está poseído por el devenir, por la misteriosa e intocable
ble, le despiertan una reacción ingenuamente política. Cuando conspi- fluencia. Lo terrífico, lo que él considera como terrífico, lo ciñe, supone-
ra con Los caballeros racionales, lindo nombre de conspiración, le mos que esperando ver surgir al fantasma de un solo ojo en la frente, pero,
142 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIA ARTIZADA 143

con prudencia odiseica, cree que ovillándose, volviéndose a la niñez con de la falda materna, por jugar como un inocente pequeño salvaje rousso-
el clásico Outis, Outis, Nadie, Nadie, podrá decapitar a sus terrores y al niano, con la graciosa prensora cuyas modulaciones entreabren los
gigante. Como en una pesadilla nos parece verlo surgir de la noche de las hoyuelos de la niña al sonreír.
ruinas, acercarse a la tumba de su padre y ponerle el epitafio para su paz Escobar logra a veces aislar la gracia de un niño o la importancia
definitiva: No otra corona que el agreste pino 1a su terrible majestad con- de un infantón, visto con total aquietamiento de parvenu, sin asomo de
viene. En medio del asordamiento de las aguas crecidas, como en el final ironía. Ninguno de esos mozalbetes van a pasearse un domingo en la
de los mundos, recuerda que ya no lo acompañan aquellas muchachas que finca de su padre, ninguno de esos señores corre un caballo por la fres-
se paseaban con él por el puente de San Juan. Ahora sí percibe que no está cura matinal de una sabana. El mismo Escobar viaja por academias,
acompañado, el niño mimado está en un total desamparo. Su padre muer- suspira ante la clásica campiña toscana, pero jamás cala una piña ni ve
to, su madre en la lejanía, su Eros de la adolescencia se derrumba como trepar una palmera. Prefiere que los palafreneros, me~tizo~ com~ él, le
el humo que se levanta del puente desempedrado. Aísla cada uno de los hablen de las granjas de los caballeros. Sus retratos s1n ps1colog1smos
momentos del caer de las aguas, la corriente se irisa y se fragmenta, su vocingleros ni mañosas circunstancias, donde los rostros alzados como
reacción es la misma que si viera un colibrí o un tomeguín penetrando y naipes borrosos que se adelantan con la luz apagada, lanzan después
saliendo de la floresta abigarrada. Véd, llegan, saltan, es un gracioso inol- del hartazgo un buche de agua sobre el aguamanil de plata, sin jamás
vidable, cubanísimo pizzicato en la cuerda, una roulat de violín interpo- hundir el cuenco de la mano para abrevar en el río del paisaje.
lada por una ejecución demasiado nerviosa. Como buen romántico, ha Los poetas menores del romanticismo cubano se pierden en inválidas
tomado todas sus precauciones topográficas antes de acercarse a la moti- morosidades, y los grabadores, ambos en esa primera mitad del siglo XIX,
vación desatada y fluyente. Oye relatos, como un fotógrafo que toma dis- buscan las plazas de las ciudades principales, en sus momentos de pleni-
tintas vistas, mide, compn1eba, rectifica el sitio donde obtener la mejor tud silenciosa, o sueltan la carcajada negra el día de Reyes. En ocasiones
visión. Espuma también la leyenda que salta molto vivace e con fuoco de los caballeros se asoman al valle de Yumuri, grabado de Barañano, con el
las aguas. Le relatan que en su canoa un indio se quedó dormido, la rostro un tanto vuelto hacia la ciudad, sin continuar avanzando sus corce-
corriente lo ha deslizado hasta los rápidos donde ya no puede retroceder, les para producir el diálogo entre el yo confesional del romántico y el pai-
intenta luchar, se convence de que es inútil, se tapa la cabeza con los bra- saje que se adapta a las violentas imposiciones de los estados de ánimo.
zos y espera el cumplimiento de su destino. Heredia ha triunfado en el Los tripulantes, grabado de Miahle, sobre bueyes irritados jadean la
duelo, ¿triunfado? Al final se ve como muerto y cree que Dios estará con- caminata para llegar a Baracoa, pero quién puede conversar en ese infer-
tento por la excepcionalidad del combate que ha presenciado. En esos nal traqueteo del transporte y la vegetación, sin un resquicio por donde
grandes momentos, el romanticismo poético americano, que Heredia tenderle nuestra mano. En la Vista del puerto de La Habana, grabado de
representa por entero, nuestra pintura no gana el paisaje todavía, está Gameray, los paseantes conversan entre sí, los aguadores y los dulceros
enredada en mitologías desconchadas, en símbolos de cementerio, en tor- desfilan también sin tiempo para la conversación y para el regodeo con la
pes destrezas académicas, sólo logra atraemos a la pintura de una familia naturaleza en tomo. En el cafetal La Ermita, grabado de Miahle, sólo hay
cubana, que parece constituida en la plenitud del siglo XVIII, el grupo un tiempo áureo para el refinado sembradío, no para el éxtasis con el aro-
familiar Manrique de Lara pintado por Veramy. Podría haber sido también ma de la flor del café, donde Plácido hunde su anhelante respiración.
la familia de Heredia, pues hubo mucha amistad entre el magistrado, el Mientras tanto, desfilan las aguas lentas, a veces graciosas, a veces
pintor francés y el joven poeta. El magistrado y su esposa muestran un el tedio rebaja la gracia, a veces con destellos sobresaltados, otras el
señorío imperturbable frente a la bandeja con el desayuno matinal. El sobresalto es tan sólo un ademán grotesco, del domesticado río de los
caballero de casaquín, como si fuese a ser pintado por Escobar, su júbilo poetas menores del romanticismo. Ya en las marianaidas de Desval,
al despertar le permite trenzar en su índice un perroquete. La madre, con ninfas de los baños de Marianao, se enreda el cocuyo:
encajes y cintas, está aderezada como si fuera a recibir la visita del virrey
... el cucuí luciferó el espacio
de México, pero mientras tanto saborea su desayuno vestida como todos
De los humildes aires de la noche,
los días, es decir, con la mejor galanía y con la mayor sencillez. La infan- Con ráfagas de verde y de topacio,
tina bate las manecitas en el aire, como si quisiera abandonar la encajería Hiende volando temeroso el día.
144 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 145

Hasta el primo de Zenea, el profesor de eontabilidad Ildefonso Estra- Tiende sus nevadas plumas
da Zenea, se enloquece con el colibrí y lo chispea en un romancillo. El cisne tranquilamente.
Erguido el cuello luciente
Se va impulsando tan leve,
Volando de rosa en rosa
Que apenas el agua mueve;
y de la acacia al jazmín,
Y con gracioso donaire
su existencia primorosa
A la voluntad del aire
pasa alegre el colibrí.
Deja sus alas de nieve.
Y ya cirniéndose al aire,
ya posándose en la flor, Y pasa también, cómo no dejarla pasar con el adecuado ceremonial,
con gentileza y donaire la fulgurante noche de la muerte, del soneto de Tristán de Jesús Medí-
convida su hembra al amor. na. Viene a completar el Eros y elludens, y si entre nosotros todo ful-
Con sus plumas de esmeralda
gura, por qué eximir de esa fulguración a la muerte, como la vida
y su cuello de carmín, que cobran los metales al destellar o la frigidez de la fruta en la mañana
en la pudorosa falda que comienza lo invisible de la ambivalencia, el análogo que salta en
de un celeste querubín. forma de pez al lado de la barca de Amón Ra, hasta que logra saltar a la
energía solar, traído por sus rayos comienza de nuevo a saltar en la vida.
Trisca, y al ver de su boca
la frescura y el color, Todos estos poetas menores del romanticismo le preparan un buen
la liba con ansia loca, recibimiento al paisajismo de la pintura cubana en la segunda mitad del
porque la juzga una flor. siglo XIX. Es un paisajismo menor, gracioso, reiterado. Con su ria-
chuelo, su guardarraya, su bohío entre dos palmeras, pero hemos aca-
Pasa inquieto y revoltoso
dando un silbo de placer, bado reconciliándonos con ese paisajismo minucioso, por el primor de
se le ve que huye dichoso, la materia trabajada, por la continuidad de una vocación total, por el
quizá para no volver. aprendizaje cuidado por las gracias. Chartrand en sus cuadros de
mayor tamaño se disminuye con avalanchas verdeantes y atiborrados
(Fragmentos de «El colibrí», publicado en la revista El Coli-
palmerales. Cuando ciñe sus pequeños cuadrados de madera y lenta-
brí, p. 20, n. 0 1, 1847.)
mente traza sus miniaturas, la materia se le rinde con cierta morosidad
que nos atrae aún más bajo el cristal de la pátina donde regala sus de-
Sólo los cubanos podemos pasar del colibrí «al tiempo hermoso en
que murió mi hermano», de Federico Milanés. Esa tendencia muy licias.
En esa segunda mitad del siglo XIX, mientras la pintura muestra ras-
nu~stra de convertir ~n un Edén el tiempo transcurrido con los que ya
estan muertos. Es el tiempo hermoso, en que conocemos una totalidad guños y balbuceos paisajistas, la poesía logra su plenitud al acercarse
de dichas, roto por la muerte, pero disculpado por ese tiempo hermoso a la naturaleza, al esquivarla después, y por último en José Martí, don-
Y que es el único al que de verdad le reconocemos hermosura. Una de de ya la relación poesía-naturaleza alcanza su plenitud al ascender la
las causas por la que nuestro dolor se convierte en pertinaz e invisible poesía a propia naturaleza. Donde esa relación con el paisaje ya ni
melan~olía, s?bre ese fondo a veces nuestra alegria da un salto abiga-
siquiera intenta proponérsela, pues en Martí el paisaje, en su Diario y
rrado, Indescifrable tal vez para los ajenos. en otros muchos momentos de su obra, es ya la cantidad hechizada por
~asa también ~1 cisne menor de Roldán, que le permite a un poeta
la poesía. Pero antes de llegar a esa plenitud, tenemos, oh Telémaco,
medwcre entreabir de pronto una décima que haría las delicias de Jor- que dar un rodeo donde hay muchas cosas sabrosas que contar.
ge Guillén o de Monseñor Ángel Gaztelu: Ningún paisaje de ese momento cubano ni siquiera puede remedar
una mañana nuestra presentada por el Cucalambé, o el crepúsculo ves-
Sobre el cristal de una fuente pertino entrevisto por Zenea. La neblina que decapita el Cuculambé
Sin guijas y sin espumas, por la mañana, se evapora en azul del mar para formar los tintes ves-
146 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 147
pertinos de Zenea. La energía solar en la nitidez de lo estelar o agrie- Con este milagro de nuestra poesía desaparece el paisaje en la lite-
tando con su lanzazo lo telúrico, gana esa porción para la poesía, en un ratura, todo paralelismo con el paisaje de la pintura se pierde. Llega
día nuestro. La mañana, la tarde están ya en la poesía en ese momento para nuestra poesía una sacralidad en que el diálogo y la soledad se
cubano, pero ni por asomo están en la pintura que se adelgaza como entrelazan, proyectan una sobrenaturaleza surgida de la imagen,
siempre que un virtuosismo europeo en manos de europeos, no de ame- creando una nueva realidad resistente como un cuarzo y configurando
ricanos, intenta lanzarse sobre el paisaje donde la naturaleza no es el instante como una flor que se rehace. La poesía se vuelve sobre sí
todavía cultura, es decir, donde hay que invencionar el paisaje con nue- misma para oír su propio silencio. Pero ese silencio ahonda más en la
vos sentidos fabulosos, como ya vimos en aquellos dichosos cronistas sucesión de sus poblados. Los campesinos amarran sus caballos en las
de Indias, que no fueron pintores de dos dimensiones, pero que hicie- estacas de jiquí, los palafreneros, encendidos sus hachones, llevan a los
ron nacer una nueva expresión. señores hasta el teatro o la casa donde se baila, ¿pero quiénes son los
Ahora son unas manos en extremo delicadas, invisibles casi, su que bailan? Bailan la poesía y la novela, el rostro de una descansando
visibilidad reaparece por modo milagroso, las que logran una nueva en el hombro de la otra, las dos rodillas frotadas con sombría volup-
dimensión para nuestra poesía. Es aquel nelumbio, flor con la que tie- tuosidad. En el baile, la embriaguez y el azar se nivelan sin sobresaltos
ne semejanza según Martí, nadando oculto por el agua, pero también en la novela. Es el baile de la Cecilia Valdés, donde Domingo del Mon-
nadando y ocultado por la noche. Es el silencio vegetativo, la gota te conoce a Rosita Aldama, cuya palidez parece que va a flotar como
que no se oye, la doncella dormida en la base de un árbol cuyas hojas una paloma de cera en cada uno de los pliegues del vals. Desde el inge-
caen con la lentitud del rocío sobre el río congelado. La rapidez ina- nuo baile donde Heredia gime sin esperanzas, hasta el orgulloso gra-
presable de la paloma sobre la oscura mazorca de maíz. No es la bado Gran baile en el navío Isabel JI, el 11 de abril de 1858, donde
noche con aquellos blandos animales, que aparecen en el sueño de sor todavía las cubanas artizan sus abanicos para ablandar la marcialidad
Juana Inés de la Cruz, que duermen con una piedra entre las garras, hispánica, entra un galán en metáfora de quinqué y se despide una
para estar más de parte de la vigilia que de la lentitud suspendida de dama en imagen de cuello termidoriano, la llama de la poesía y la som-
los humores. Es la noche del adormecimiento en el bosque de Luisa bra de la novela se entrecruzan y bailan también sus rigodones. Julián
Pérez de Zambrana, de la penetración en lo oscuro como regida por del Casal entrega en la guardarropía su capuchón de naipe marcado y
una melodía inaudible que logra estremecernos. Es el vino que no se dirige a la casa del pintor Collazo. Se acerca con delectación a uno
embriaga y la miel que no cesa, de que nos hablan las Escrituras. de los lienzos. Sobre una alta silla de mimbre, dama con igual palidez
Silenciosamente enlaza la noche con la oscuridad de la muerte. El que Rosita Aldama, sentada, nos parece, de espalda al paisaje. Volup-
destino la lleva sola y errante a vagar por el bosque oscurecido. Ella tuosamente su nlirada juega por la terraza, palmerales de jardinería
no ha buscado esa soledad y rehúsa un caminar errante, pero sólo le cercanos al mar. En el centro un jarrón alza en triunfo un monstruoci-
es permitido oír «un eco conocido que ha pasado en las alas del vien- llo terrestre ansioso de caminar dentro del mar como el caracol: la piña
to». Atraviesa el bosque en la noche para buscar la huella de unos con su cabellera de ondina tropical. Fuerza la mirada: ¿qué es lo que
pasos, pero los astros no duermen y su silencio borra las huellas de ve? Ya Casal está muerto, pero vuelve a mirar y entonces ve a Juana
las pisadas: ¿qué pintura cubana de su época puede seguir esa excur- Borrero pocos días antes de su muerte. La ve que pinta con la misma
sión casi fantasmal de Luisa Pérez de Zambrana por la ingravidez de sabiduría que cuando tenía doce años. Ahora puede precisar por qué
una noche que con un sosiego feérico desciende sobre el bosque Sanz Cartas fue el primer maestro de la niña. Desfilan las miniaturas
hechizado? Pienso en estos momentos en La dama perdida en el bos- de Sanz, los dos cisnes que buscan la luz y los árboles donde por el
que, del aduanero Rousseau. Igual zona de hechizos, igual absorto. entrecruzamiento de las hojas parece que la copa está llena de hadas y
Igual sobresaltado silencio para percibir las cascadas heladas, los de mariposas. Las hadas que no se ven porque viven en la luz y la luz
pasos soplados para borrar las huellas, igual silencio moviendo las forma unas embarcaciones y las barcas están llenas de hadas que van
hojas. Ambos parecen oír con el brazo levantado a la abeja sumergi- desembarcando en la copa de los árboles. Y la niña las va desmenu-
da que lleva la gota de agua a la estalactita donde el río se enroscó zando entre su pulgar y su índice. Son palabras, son colores, son los
como el sueño circular del trigre blanco en la eternidad. escarchados que se cruzan en aspas sobre la muerte.
148 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 149

La más disciplinada voluptuosidad inteligente debe detenerse en los el libro de estampas japonesas que ha adquirido con procedimientos de
Negritos, de Juana Borrero. Se dice que este cuadro fue pintado en el sur obsesión infantil. Ha pasado por la vitrina donde se exhibe el primor
americano, así lleva desde su raíz esa lejanía que necesita el cubano para japonés, hunde sus manos en los bolsi~l~s y comprueba la rasante
acercar. Pero percibimos que lo mismo esos negritos podrían ser los ausencia de blanca. Pasa y repasa por la vltnna donde el retrato del sha-
hijos del palafrenero del doctor Borrero, o reírse de los que pasan, en gun Taira ha logrado alucinarlo. Recibe su paga en La Ca:icatura, tie-
una calle por donde pasan muy pocas gentes, podrían ser también los ne la obsesión de que ya alguien lo ha hecho suyo, llega Jadeante a la
hijos del farero del Cabo de las Tortugas. Pero no importa. La primera colección de estampas, no nos riamos, lo mismo hacían Renoir o Van
fascinación que evaporan es el mantener tanto tiempo su sonrisa frente Gogh, y comienza el repaso de la delicia. Las damas y los amigos sabo-
al pincel. Han logrado una especie de continuo de la sonrisa. Para rean una taza de té en el Pabellón de la Vacuidad. Un entrante, Tokono-
lograrlo, tienen que haberse tomado sus precauciones. La boca se ha ma, en la pared, reemplaza el wu wei de los taoístas. El kakemono fija
endurecido con innegable socarronería infantil, ofreciendo como una lo visto agradablemente en la niñez. Se trata siempre de reemplazar en
resguardada bahía a la sonrisa maliciosa y reservada a la vez. Vemos la cinta de las metamorfosis, de los cinco colores derivados del pájaro
como una sonrisa que descansa en el rabillo del lince. Al centro se le escarlata, que ondulan y gimen al fuego, por una visión placentera que
acerca alguien que no sabemos si es un amigo emparentado con los nos fue regalada para siempre por el paideuma infantil. Siente que una
niños o el mismísimo demonio que viene a tentar divirtiéndose. Parece cultura milenaria apoya las sustituciones de su poema, las paternidades
traer una noticia de sorpresiva importancia o un simple aviso de retira- del viejo sol reemplazadas por la luz de gas del microcosmo de su habi-
da para un menester menor. Nos sobresaltamos un tanto, pues ese ten- tación, el oro de la mies pide tregua al oro grotesco de la cabellera teñi-
tador o sencillo avisador, con la gorra cruzada, que parece que ha llega- da, los conjuros del ópalo en lugar de la serenidad irrefutable de los
do corriendo y se ha detenido de pronto sin cansancio visible, nos astros. Sabemos que saboreaba con delectación muchos poemas nues-
recuerda al gran Meaulnes que llega sin avisar a la fiesta donde se le tros, por ejemplo. «La bacante», de Luaces, o «A Miss Lydia Robbins»,
espera sin que él lo sepa. Pero su llegada que brota de una causalidad de José Agustín Quintero. Pero aunque no lo sabemos con precisión le
misteriosa, logra una adecuación de prodigio con la sonrisita que no se atribuimos la lectura de «A Nise bordando un ramillete», que tiene que
extingue, como una rima perfecta entre la gorra con la visera corrida haber conocido como una agradable fatalidad de las cosas que por obli-
hacia un lado de la cara y las piernas cruzadas de los garzones. Las gación llegan a nosotros. ¿Qué cubano ha dejado de leerlo desde la
vivencias profundas que produce la contemplación de los Negritos, son niñez? Y allí encuentra con sosegada sorpresa aquel vencimiento del
semejantes a las que produce la Gioconda. No creáis que deliro. Lo que abril por la espumosa encajería. La perennidad de las rosas del bastidor
en un sitio cualquiera puede intentarse con el enigma de una dama rena- ante el temblor efímero de las rosas del instante, ¡qué delicia ese
centista aislada en un coro de rocas, puede intentarse también en otro momento de nuestra poesía, en que al adquirir Casal con el avivado pai-
con enigmáticos negritos sonrientes, donde el coro de rocas está reem- deuma de la niñez una colección de estampas japonesas, lo lleva a recor-
plazado por la indescifrable arribada de otro negrito con la gorra cruza- dar al Rubalcava del XVIII cubano, que humilló el abril de la naturaleza
da. Yo no hablo de la falsa categoría de lo cualitativo alcanzado en un con un bordado que hizo retroceder a Flora!
arte, sino de las vivencias profundas que produce en el espectador el La poesía se apodera de la sacralidad de la lejanía. Tanto Casal como
reto de las instantáneas aglomeraciones de lo que es verdaderamente Martí se quedan absortos ante la Orplid, la ciudad de estalactitas, don-
configurador en el hombre. Leonardo creó esa familia de la sonrisa que de lo real y lo irreal se entrelazan en la lejanía que ondula. En la reali-
no se extingue, tan resistente como las rocas cubiertas por el incesante dad, Casal rechaza a la más bella cubana de su época, para convertirla
devenir del oleaje, pero esa familia tampoco se extingue y sigue innu- en materia de sus cantos tiene que disfrazarla de japonesa y verla desen-
merables rutas como el arca de la alianza que encalla en cualquier are- volverse en la galería de espejos de un baile. La realidad de Casal está
nera. Y en esa familia está la sonrisa de nuestros negritos, conservada en el disfraz y en el baile, la irrealidad de Martí está en que su imagen
genialmente por Juana Borrero en el espejo del cuenco de su mano. tiene que operar sobre la tierra prometida que le es negada y en la que
Por la tarde Casal desea ver a su amigo Ramón Mesa, quien tiene únicamente puede encontrar los manantiales paradisíacos que lo col-
una meravigliosa colección de raras ediciones. Quiere enseñarle a Mesa men. Pero en ambos, realidad e irreaildad, y es ahí donde está la raíz de
150 JOSÉ LEZAMA LIMA
LAMATERlAARTIZADA 151
su sacralidad, en un grado muy superior desde luego en José Martí, tie- la pandereta. Pero al final, pues siempre la extrañeza que se prolonga
ne que actuar la imagen que devuelve la lejanía. Por eso al final Casal termina en el terror, Martí apaga las luces del baile con uno de los más
sólo tiene deseos de aniquilarse, y Martí cuanto más penetra en la muer- deslumbradores y enigmáticos versos suyos: como delante de un ciego
te más cerca está de la Orplid, de lo real entregado como en una resaca pasan volando las hojas. Esa metáfora está tan disfrazada como los
por la lejanía. Parece oír de nuevo el aviso teresiano que le da la grave- personajes del baile, y su extrañeza nos produce también un terror sua-
dad hispánica: ni por artificios humanos pretenda sustentarse, que ve. Una primera aproximación nos llevaría a contentamos con que el
morirá de hambre. Cuanto más avizora la muerte, Martí repite incesan- ciego no ve, permanece indiferente, las volantes hojas. Pero si nos
temente que se siente como un niño, que lo tocan nuevas claridades, que aproximamos con más temeridad a esos versos de Martí, derivamos
camina en una calma gozosa, como los místicos orientales que ante las que lo único que ve un ciego es que delante de él pasan volando las
pausas silenciosas exclaman conteniendo la respiración: Dios es uno. hojas. Aquí podemos rubricar lo que ya ha ido ganando Martí en rela-
Alcanza la poesía en Martí la mayor dimensión de que ha disfrutado ción con el primer romanticismo. Heredia, para llegar a la sublimidad
un cubano. La primera que se toca y descubre por aquellos españoles de terrífica, necesita del asordamiento de la gran catarata, pero a Martí le
ultramar como los llamaba Arango y Parreño, refiriéndose a los cubanos basta, con esas adquisiciones suyas que son para siempre, ver las indes-
del XVIII, Zequeira, Rubalcava, saltaban galoneados a reforzar batallones cifrables hojas que vuelan delante de un ciego, para mantener esa
dominicanos, o se iban a gobernar a Cartagena, o mostraban sus pelucas atmósfera de terror llevadero, pero igualmente enigmático que necesi-
de oidor en las audiencias mexicanas. Otra dimensión añade el romanti- tamos a la salida de un baile. Otro de sus bailes, también en la lejanía,
cismo herediano: el bosque norteño, el terror y la muerte en la lejanía. Con transcurre en el valle de Tenochtitlán, donde entierra a una hermana.
Heredia, la poesía se apodera de toda la concha caribeña. Santo Domingo, Siempre en Martí la tierra chupando la lejanía. Las manos como corta-
Venezuela, México, los Estados Unidos quedan señalados por la expan- das en un film de Eisenstein van dejando las pistolas y los puñales en
sión de la poesía cubana. Martí trae la más grande dimensión, dilata el mar la canasta donde aún se abrillanta la sensual resistencia de las frutas.
Caribe hasta abrirlo de nuevo al Atlántico, y a éste lo mete de nuevo en el Pero una mano, que es la del Eros y la bondad enloquecidos, extrae de
Mediterráneo. Sus vivencias se proyectan en una dimensión colosal: La la canasta maldita la pistola con la que termina una inocencia. A la sali-
Habana, España, Francia, Inglaterra, los Estados Unidos, México, Guate- da del baile, el trineo, la muerte. El trineo con el que se va de nuevo a
mala, Venezuela, Haití, Santo Domingo y Santiago de Cuba. Ha comple- una lejanía. Un latigazo, y la suavidad infinita de la nieve.
tado un círculo y en su Diario comienza por poner pie en la arenera de las En esos momentos es cuando José Martí comienza a fijar la escritu-
primeras fiestas americanas en el descubrimiento. Es lo que le faltaba para ra dibujada de su Diario, que es para mí el más grande poema escrito
completar y al final ha edificado un círculo que lleva inscripto a la Tau de por un cubano, donde las vivencias de su sabiduría se vuelcan en una
lo horizontal y lo vertical. Cuando muere, lo que queda es un almácigo con dimensión colosal. Este poema únicamente puede ser comparado con
la Tau de lo estelar y lo telúrico, que aún reaviva y lanza una lengüeta de las Sole~ades del viejo Góngora o con Las Iluminaciones o Una tem-
fuego que jamás será atravesada por el alfiler de oro de Fulvia Popea y que porada en el infierno, del hechichero niño de la tribu, del arúspice furio-
aím sigue siendo la más reverenciada y querida para la conducta secreta y so, del mejor lector del hígado etrusco, Rimbaud. En ese poema parece
las decisiones del día de la verdad en la muerte. como si Martí hubiera terminado las dos Soledades que se le quedaron
Martí también entra al baile, pero entra para bailar con la más fea, sin escribir a Góngora, la Soledad de las selvas y la Soledad del yermo.
con la muerte. Pero en su caso la muerte es la más bella, pues la sacra- N o importa la diferencia de los estilos ni las apariencias del ceremonial,
lidad de su poesía está en morir en su tierra, que es paradójicamente me refiero tan sólo a la cantidad hechizada. Y como los poemas que
tocar su lejanía, parece tener en la reminiscencia aquel terror de los pri- alcanzan esa calidad, en cualquier idioma, no pasan de los cinco perso-
meros siglos del cristianismo, de que el que muere fuera de su tierra no najes de una mano, nos obliga a compararlos y barajarlos. La cantidad
puede acudir a la resurrección en el valle del esplendor, en el camino hechizada comprendida entre «Lo la, Jolongo, llorando en el balcón y un
de la gloria. El baile de los cazadores tiene algo del bairán hindú para jarro hervido en dulce, con hojas de higo», es la misma cantidad com-
hombres fuertes. La cazadora va disfrazada con un frac colorado y el prendida en el paréntesis que va en las Soledades, desde (dando desde
cazador lo hace de vizconde pintado que ha reemplazado el hacha por luego algunos tajos para desfigurar la escritura y descifrarla después)
152 JOSÉLEZAMALIMA
LAMATERIA ARTIZADA 153

Pasos de un peregrino son errantes, hasta 1Perdidos unos, y a media gida del sembradío y la de la mal~i~ión en la ~~tación estéril. D~ce la
rienda, /niega el sudor, niebla el alien~o. Y Martí empie.za a completar sentencia hermosa como una canc10n y el plamdo para acompanar la
caducidad inevitable. El que se le acerca siente que vuelve a nacer y oye
esa escritura dejada vacía por los clásicos. Nos va a deJar a~abada~ ~a
Soledad de la selva y la Soledad del yermo. Góngora no podta escnbu en sus dictados a la pitia délfica que nos repite que lo bello es lo más jus-
sobre esos temas, hay una fatalidad en lo que se escribe y en lo que se to y la salud lo mejor. El taita vive en una cabaña, apartado, con peque-
ños animales graciosos, y él mismo se hierve sus yerbajos para la incor-
diserta. Y eso q~e faltaba en lo clásico hispánico, e~taba rese~ado para
un americano y para un cubano, la selva que necesita y el desierto que poración deleitosa. Dice la palabra de prudencia o inicia la gran re?el-
pregunta y la flecha de la soledad americana que le parte la cabeza. día. Es un rey, un sabio, un hechicero, cuando muere parece como SI un
Para habitar esa cantidad hechizada, un poeta tiene que haber alcan- toro benévolo se lo llevase de paseo a la región de los lagos.
zado la sabiduría, ¿pero qué clase de sabiduría estaba ya en Man:í cuan- La sabiduría del taita es la que ya Martí atesora en su Diario. La pri-
do muere? La verdadera sabiduría hay que establecerla a partu de la mera parte de esa escritura es para la sabiduría que lleva Martí. Su
manera de aprender, el oído contra el viento. La lengua clásica que mue-
primitividad, del puer senex, de lo que hay de niño viejo e~ el ho~bre.
La sabiduría en su esencia tiene un carácter cosmológico y tnbal. ve es a veces como la de los cronistas. «El suelo, nos dice, de fango seco,
Arranca del encantamiento de las primeras reacciones y de la indistin- se abre a grietas.» El movimiento que como una cuña mete en las pala-
bras, el verbo repite el sustantivo, como cuando lo que se dice está en su
ción en la aparente diversidad. En la pelotilla del infante y e~ el ~l~bo
nacimiento. «Se abre a grietas», donde la lupa de un purista comproba-
ocular cansado del venerable de la tribu, está ya la esfera anstotehca,
ría una reiteración de entomólogo, Martí se niega a separar verbo y sus-
está ya la sabiduría como caudal del río. Lánzanse salivazos, coli~~as de
tantivo, aunque los dos vayan en la misma dirección. Su lenguaje no es
cigarros, ramajes secos, los animales ahogados en su morado cruJie~te,
las hibernaciones de los organismos que descansan en sus profundida- nunca aprendido, sino pintado como un garabato para ser reconocido
por la siguiente caravana. Para acercar una sensación a la nuestra, dice
des la conciencia vertebral de los peces movilizados en el instante de
capturar sus reflejos, lo invariable de su lámina aparienc~al que oculta
que el limón se exprime en la uña de la mula, reemplazando casco por
uña, para pegar más la sensación a la uña del hombre. Se encuentra con
sus incesantes mutaciones, todo ello forma el caudal del no. En su .fon-
do, la madre del río, secreto de su crecimiento, y encima lo estelar silen- un pico roído de la época de Colón, que servía para las excavaciones de
la Mina de la Bulla, formada del rumor de los indios al despertar para el
cioso de los taoístas. Ese caudal del río es la riqueza que opera en la
trabajo. Y luego la alucinada evocación de la casa pompeyana, cons-
sabiduría. En Cuba solamente ha sido alcanzada la sabiduría por el tai-
truida por cubanos de casa arrasada. No cree que el gallo se debilite por-
ta, el negro esclavo al llegar a su ancianida~ y en la P?esí~ de la sacra-
que coma arroz, pero lo mejor es que esté donde escarbe. Se encuentra
lidad que culmina en José Martí. Estos estilos de sabiduna surgen .del
con «un peregrino, que con su canturria dislocada tenía absorto al gen-
hombre que se desenvolvió en circunstancias extremadamente ho~tlles
tío». Martí encuentra el ensalmo, le habla el francés a chorros y lo redu-
y de muy dificil desciframiento. En aquellos hombres de r~accwnes
ce hasta la fuga. Se solaza con esa sabiduría y cuando no se le amiga
fulgurantes, regidos por cordones nerviosos en extrei??, sutiles como
sabe sacudirle la cabeza a la serpiente. En el otro Diario, está ya con los
los insectos, que a la postre tenían que mostrar una decisiOn serena Y. un
guerreros acampados a la sombra de las colinas. Su sombra se agranda
camino irrectificable. Cuando se llega a ser un taita, se ha sufrido
cuando conversa cerca de la hoguera. Ve surgir el gigante de las ruinas,
mucho desde la niñez y su radio en el tiempo se proyecta desde los abue-
tal como lo vio Heredia, pero ya en Martí el gigante está reducido por la
los a los nietos que viven en la unidad de una estancia, ya sean cafeta-
corbata que le ha hecho un niño. De pronto se oyen las reyertas de los
les, plantaciones cañeras o sembradíos extensos y s,utiles. En su~ ochen-
reyes en la tienda maldita de Agamenón. Hay una página arrancada. Me
ta años el taita irradia como un monarca, su baston es un espmazo de
manju;rí, o en sus manos enarbola un gajo de naranjo. Aconseja, ~a la
detengo absorto ante ese vacío" Pero mi perplejo se puebla, allí están,
uno tras otro, los tres negritos de Juana Borrero. La página arrancada ha
receta para cortar la fiebre y une el destino de los enamorados. Senala
servido de fondo a la sonrisa acumulativa e indescifrable del cubano.
la llegada de las lluvias y el peligro de la cal~inación por .el rayo. Cono-
ce el zumbido de la cañada del río y el rehncho pecuhar del caballo
cuando se acerca enmascarado el ciclón. Señala la mañana para la reco- Abril y 1966
Hierro forjado a una noble
artesanía colonial
Gracias a los tres últimos números de la revista Arquitectura los tra-
bajos coloniales de hierro forjado han cobrado un reavivado dominio.
Qué noble artesanía otorgan, qué delicado sentido para expresar su
dependencia arquitectónica. Su abstracción figurativa, su manera resuel-
ta de adquirir una forma en un material donde el ritmo se asegura en rela-
ción con una resistencia que sólo se vence a fuego. Los que hemos visto
trabajos contemporáneos de hierro forjado nos sentimos un tanto decep-
cionados al observar cómo líneas y ritmos se preocupaban de mostrar su
diferenciación a su capricho. Pero, por el contrario, en estos trabajos
coloniales de hierro forjado, la religación y contrapunto de los distintos
fragmentos de expresión arquitectónica aparecen concurrentes. Entresa-
quemos de esos hierros coloniales los colgadores de lámparas. Su fun-
cionalidad se agazapa en la flexibilidad y el ornamento de una figura de
sostén, la lámpara tendrá que pender, sostenerse en un punto. Todo el
ornamento y la sutil distribución del material parecen así vigilar y diri-
girse a ese punto. Punto que mantiene moviente y animado, flexible y
como recorrido por una ligereza rectificable, el resto del colgador.
Cómo encaman esos hierros coloniales, libertados de su simple fun-
ción de sostén, en figuras que la pintura más novedosa de hoy podrá
recrear y saborear. Uno de esos trabajos coloniales de colgadores de lám-
paras parece un arlequín de Kandinsky; otro una holoturia, esbelta y ten-
sa, que ha venido a recostarse en el muro; otro nos recuerda una flor de
Paul Klee. Parece que una de las glorias de la imaginación contemporá-
nea es encontrar por semejanza una forma orgánica, en esa artesanía que
había comenzado por renunciar a las posibilidades de un inmenso orgu-
llo. Estúdiense por nuestros pintores la esbelta gracia y el don resuelto de
esos trabajos en hierros coloniales. Formas y ritmos inestimables tal vez
para nuestra pintura contemporánea, que merecen la venturosa y perdu-
rable compañía.

23 de marzo de 1950

[155]
Otra página para Víctor Manuel
Un prejuicio, pedantesca dulzura reclamada por Unamuno, una
demora dormida y espaciada, pueden llegar a ser una ganancia respetuo-
sa, cuando llevan la tolerable disculpa de Montaigne -que tantas tan-
gencias ofrece con las últimas afirmaciones de Stravinsky: «Je parle de
moi comme d'un arbre». Para llegar a la conclusión intelectualista de que
la vida es un silogismo intelectualizado --<<Dios es el resultadO>>-- era el
más plausible modo hablar de sí mismo como si se tratase de un árbol, o
dicho más cordialmente, en los últimos momentos de una sustancia orgu-
llosa, pero fija y alcanzada, la forma exhausta volvía invisible a recoger
sus últimos frutos, no como indiferente tránsito de las esencias, sino como
prueba irrecusable de los envíos de la sustancia inicial. También es preci-
so recordar que afirmaciones queridísimas de Platón y de Lulio nos acon-
sejaban que para llegar a la unidad era necesario que la especie hubiese
alcanzado la perfección eidética, la idea flexible encarnada en el cuerpo
bello, poseedora de la única forma diminuta espacial, diariamente visita-
da por la vista y por el tacto. Dispensadme, pero la mayoría de nuestros
pintores después de haber traído un gris fatigué, se encontraron, eso les
sirvió para adquisiciones posteriores, que les ayudaba graciosamente
para el más seguro gris verdeante nuestro. Lo verde marcha por dentro
como una oruga que humedece el gris. Gris de cansancio afrancesado,
producido por el bostezo de aquel arte de mandarín simbolista -por las
impurezas del arte puro y por las otras imprevisibles- era el mejor gris
para la malaria de los instintos de nuestras indiferenciadas boberías, dirí-
amos naderías si éste no fuera un linajudo vocablo agónico. Cualquier
arte que intentase la piedra filosofal, la estatuaria de sus elementos suma-
dos, tropezaría, después de recorrida diariamente la largura de su exacti-
tud, con el homúnculo ya producido por sus elementos de buenas fábricas
sumadores, salta si es exacta la fuerza del exorcismo. Yano se trata de fije-
za de la exactitud, sino que después del asegurado elemento, de la unidad
en el número sumado, tendríamos que olvidar la frase que abre las venta-
nas, y nos quedamos también exactamente presos.
Nos quedábamos en la unidad y en la prisión. Ser prisionero de sus
sumandos era la manera más clara y modesta de separar el a priori de
la sustancia, cuando los amábamos entrelazados como la hoja, el pes-

[157]
15 8 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 159
cado y los frutos \,;n los triunfos góticos. Aunque este amor de Dios, nos Una pintura enemiga del fluir incluidor. Se nutre de sus márgenes,
recuerda Spinoza, no haya tenido comienzos, posee sin embargo todas de los arquetipos expelidos por su ley central, refugiado en la grata
las perfecciones del amor. Se ha de amar a Dios con voz y con instru- pureza de lo espacial pictórico, pues ya lo sabemos, cuando nuestra
mentos perfectos, ¿quién lo duda?; pero poseer elementos artísticos sustancia central se paraleliza con el exterior saúco, la exhalación natu-
que se alcen hasta el efecto en la medida distancia, es el primer rasgo ral se rinde apretadamente, y el espacio que más se aprovecha, en arte-
para la caricatura. Rafael, dice Ors, es el único artista que no soporta sanía casi sumergida, es también el tiempo más gentil, soportador tan
caricatura. La sustancia exhalada por la gracia -pulso para el buen sólo en su corteza del diminuto cuchillo que corta el arquetipo fluyen-
dibujo de la rosa y la geometría del respirar- produce una forma libe- te de las aventuras.
rada de las maldiciones de la forma formada.
Pensemos que esta pintura de Víctor Manuel, enclavada en la bús- Junio, 1937
queda de su compilatoria, usemos la expresión cara a las escolásticos,
traslada el problema pictórico a una sustancia concreta, inamovible. Si
es un retrato, la cara ladeada, con mentón recogido hacia la diestra que
respalda, esboza una blanda pero eficaz resistencia frente al aire. Se ha
intentado no la particularización caprichosa, el rasgo que corre hasta el
confín, sino lo que en los ojos traza una extensión: la nariz, que tanto
recuerda las del fayum, es bisagra del punto respirante, centro de la
incorporación y la exhalación; la raíz coralina, el agua batidora de sus
guijas y anémonas, en la incisión moluscoidal. El vidrio líquido que
corre por los ojos es más espeso, como que ya ha de repetir el milagro
del dibujo griego, acercarse hasta reproducir, trágica intención en la
hostil infinitud, el cuerpo que oscila en la imposibilidad de las formas
concurrentes. Luego, otra vez la cara ovalada, la cara de frotar flechas
contra los encerados adolescentes, es decir, menos cansancio, más pla-
ta para el gris y el azul fabuloso. Luego, también una larga filiación de
grises estatuas abullonadas, los árboles de un verde que desciende de
los entrecruzamientos en lo semejante de lo llovido: cristal de lluvia
sobre inmóvil verde. La inmovilidad de los árboles se iguala aquí con
la espera de las figuras. Su secreto, su acento, se burla, borra las hue-
llas para que sea el cuerpo el que adquiera sus consagraciones, en un
solo río aporético detrás de su superficie de carne opalescente, tiempo
de obsidiana, sandalias de cuarzo romano, cobre y hoja de tabaco. El
fayum de sus figuras coincide con su sorprendente manera de empas-
tar. El tiempo cuartea, entra y sale en la tela como un platelminto nutri-
do con las cintas de escribir de la diversidad. Por una deliciosa y seve-
ra paradoja, Víctor Manuel llegaba por las razones pascalianas a su
mundo aporético, donde la hoja cae sobre la tortuga, donde la lanza se
astilla al subdividir la potencia naciente y el movimiento puro, estatua
discursiva en el tiempo. Retraso cartografiado, limitado, recordado.
Sin venir del sueño, va a su claridad del sueño con luz. Luz fija, movi-
miento inmemorial sin resacas.
Pintura de sombras
La flecha irritada de Belgephor -percepción inmediata de las cosas-
ha escarbado con intención de relativismo bizantino en los claros ojos
minervinos -vertebración inefable de los sentidos-. El criticismo vigen-
te, señalada baraja, pascaliano cubileteo, nos revela su cansancio en las len-
tas excursiones dellogos dentro del mito, olvidando la yodación playera de
lo que nos pertenece y de lo que se señala; pero una mitología pura, una
expresión apical del latido de las noches se pierde sin aparecer como autén-
tico pecado original del irreconciliable de las sombras, sino como suciedad
borrosa de romanticismo. Por primera vez entre nosotros en el arte ululan-
te de Ponce, con las ambigüedades de anegarse en la malevolencia de los
tópicos noctivagos, una mitología de monstruos 1 jorobados, harpías y estig-
mas, aparece como contrarréplica al don de la espera o del canto, a las pal-
meras y al aire verde manso. Habíamos cultivado una expresión directa-
mente amable, graciosa. Se colocaban los materiales del color con delibe-
rada astucia, entregada por la técnica y la alquimia, gamuzando los senti-
dos: pero nadie se atrevía con la corpulencia de mal gusto salvador ante las
colocaciones desplegadas por el ajedrez francés, ni por deseo irrecusable-
aparte de intelectivas disociaciones avérnicas, a pinchar la conjuntiva
caliente de la lechuza y exhalar una desesperada grita interrogante.
La inquietud nacía como marginalia entre el sugerir y el decir, y ese
sobrante se ocupaba con el centro simpático, con el centro frío de los
peces: pero la inquietud vertebral si surgía, era para clamar por un cintu-
rón de renunciamientos y castigos. Si a la sorpresa de los motivos no
acompañaba una nueva presencia ascensional de las arenas, ruinas, mira-
das infinitesimales, sumergimientos babilónicos de la subconciencia,
aunque el arranque sea inefable y el ajuste se escape a una suma de par-
tes, se quedaba en el color pasivo. La presencia artística que escapaba a
los motivos insospechados; a las suciedades del sueño, a las experiencias
de la superfetación de planos, al hundimiento en la cuarta dimensión,
devenía sin duda expresión romántica, tibiedades de recuerdos. Es por
eso que en sus más lisos caminos, Ponce se encuentra enredado dire.cta-
mente en sus historias anteriores, salvando a veces lo habitual del moti-

1
Tachado: «muertos».

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162 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 163

vo con la sinergia de la materia que arde. Cuando el recuerdo nos es en instantes enlevecidos como un pellizco en la médula oblongada --o
devuelto en expansiones reversibles, fijas en la vigilia de la conciencia, un retorcimiento de las manos para torturar arenas, tortura en tono menor
la voz se nutre de voces oídas o de reflejos de sombra, con la pobrísima por lo incalculable de una uña sin repetición posible sobre sí misma-.
garantía de los espejos. Es sin duda un arte romántico, no tan sólo en su La inquietud mental se ha descargado y alimentado de mitos caucásicos,
vida de recuerdos, sino en que la expresión, sin fijarse en la asepsia de de expresiones medievalesas, de crítica renacentista, pero ha impedido
los motivos, se coloca fuera de toda inmanencia desligada, diluyéndose en su miniatura dialogal la presencia vertical de divinas encamaciones,
conjuntamente en los sentidos que ya fueron alcanzados, despedazados. dioses del sueño y furias contraídas del sexo.
Cuando esos recuerdos no vivan tan sólo en un plano o en la conciencia Si la inquietud mental quedaba como el sentido intelectivo ¿fijador?
fija, Ponce habrá traspasado el romanticismo, ya en la multiplicación de de las descargas exteriores a través de los sentidos, a los que quitaba su
las unidades coloreadas hasta el rompimiento de las figuras en naipes y limpia eflorescencia directísima, la inquietud vertebral, ascensión pura
pestañas, estará fuertemente enclavado, por sus arterias, por sus corpu- de la cultura corporal, relieve de cosquillas impulsivas habrá que enar-
lencias, a las ganancias diurnas sin recuerdo de sentidos anteriores; pues carlas con su nuevo Medioevo, con sus cuevas románticas donde no
un simple conocimiento de fisiognómica histórica nos revela las zonas podrá fijarse la magia crítica. A la inquietud mental acompañaba como
de empate del romanticismo de ayer con las actuales experiencias dela- reversibilidad subterrígena la seguridad crítica, las dosis fijas o cam-
toras del subterráneo del sexo, o en esas nuevas túnicas del humo lentí- biantes de ingredientes constitucionales, a la inquietud vertebral-pul-
simo que van cercando a las palomas de cuerpos de niños, como de vuel- saciones desconocidas, sorpresas de la respiración vegetal- suele
tas de espaldas en las meninges del reblandecido. acompañar el romanticismo como primer levantamiento en el ímpetu. Si
¿Por qué este romanticismo de Ponce aún nos despierta, hasta donde en los ejemplarios pictóricos de Ponce alguna fuga de mirlo de cemente-
se pueden utilizar sus nervaduras, separándolo de algunos de sus acen- rios la corvanda de las monjas engarabitadas, rotas de narices y ricas en
tos ya inexistentes o de sus sentidos meramente históricos? Poruna razón manteos nocturnos, es primicialmente como un método para pactar con
genésica de polémica artística, de reacción utilísima a un arte que osci- las sombras sin hipocresía de dominio intelectivo o seguridad crítica, con
laba de las seguridades del criticismo renacentista al buen gusto de los materiales que aún se escapan como la sangre en la punta de los dedos.
ciudadanos franceses, y aún como réplica un tanto desmelenada a los Pintor telúrico, sin utilizar la composición de los cambiantes con su pes-
intentos de fórmulas sabias, a las seguridades de secretos anteriores tañeo movedizo, va directamente a la mera presencia de figuras abisales.
dominados por el criticismo vigente con el mérito cuantitativo de la De las esquinas surgen sombras. Van a dejar ante los párpados dos figu-
suma de experiencias. La inquietud mental--consecuente con el inten- ras que han esperado activamente hasta interponerse, entrecruzarse, y en
to de disociar intelectivamente las síntesis anteriores- devendrá colo- las manos el polvillo con que nos ha rozado el murciélago.
cación crítica de materiales entrecruzados en una mezcla de jazmines, La tentación ha llegado con siete estrellas y se ha paseado con alti-
paraísos artificiales, y fina cronometría, o sea, el cansancio de la suce- va cola entre los siete candeleros, pero su pardusco aire ha transportado
sión habitual de las letras, aunque oscilados por los soplos de humo y la la rama seca. La dinámica expresiva aunada a la adustez de los colores,
mecánica de los ordenamientos absolutos. Los artistas de pulso adquiri- la esfumatura -nubes, conchas, tenuidad combada como una mano en
do, que cuentan tan sólo con la experiencia de la inquietud mental-in- la que se recostaban las figuras- de los contornos disociados hasta el
variablemente sintéticos o disociativos- harán miniaturas o superpon- borde en que lo irreal deja de ser luciferino, para existir como ardentía
drán miniaturas, pero sus ganancias serán meramente conjugacionales. o sublimación del símbolo irritado en lucha con la angeología mística,
La inquietud mental con su piedra filosofal para lo falso bueno engendra dinámica, expresiva. Fuga del paso lento de los viejos símbolos a la cla-
ofrecimientos críticos, juegos reversibles, desde el Renacimiento hasta ridad de las nuevas encamaciones. Su vehículo ha sido el símbolo
los últimos desmontamientos filológicos, ha detenido aporísticamente la colectivo, llegado por los sucesivos históricos o por los anhelos repeti-
flecha del espíritu inefable, la pura garganta ardiente. Sus nutriciones dos -así en la manera de acercarse a los calcinados temas bíblicos-.
han sido meramente históricas; raras veces ha alcanzado lo química- Tentación, Cristo medieval, Santa de Á vila, donde el símbolo de todos
mente puro. Ahondando en entregas anteriores ha olvidado simultanear- alcanza una esquematización, un aprovechamiento de las masas exac-
las con una nueva mitología de dioses mecánicos, creados y descargados tas, radicalmente diferenciado. Un artista, cuya mecánica creativa estu-
164 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 165

viese tan sólo bajo la égida de la inquietud mental, hubiese resuelto ese tura, de una reconciliación de contrarios, como ejemplificación de un
complejo unitivo a través de los intraspasables, donde la síntesis última momento en· que el romant.icismo se puede recoger, como oposición
significase para el receptor otra tensión en la reconstrucción del símbo- entre la inquietud mental y la vertebral, a la que no hacemos referencia
lo, pues la descarga de la inquietud elaborada o acumulada rara vez como romanticismo histórico o fisiológico, sino sencillamente como un
alcanza un permanente estado de gracia. Para alcanzar un rompimiento arte esquivo de presentaciones, en la disparidad diferenciada apenas por
conjuncional, la inquietud vertebral aunará la tierra con el instante de su el hilo innombrable de un zumbido de peces, manos por debajo del mar,
misma expresión, y ese latido central propiciará el almendro fosfores- en que se separan la calidad y el problema de cultura, en que la extraña
cente de la expresión y de la autodestrucción. Buscar la imagen históri- vegetación de Bizancio se quiebra ante el puntualísimo girasol de
ca a través de un duermevela subjetivo donde las contorsiones funam- Roma. Si un romanticismo puede ser recusable, superado por la inquie-
bulescas o trágicas de la subconciencia no olviden ni reproduzcan en tud mental, y cansado ya de terminarlo en arquitectura ya llamada o en
medidas invariables, pero sin diluirse en el trascendentalismo o el sim- palabra matrimoniable, puede aparecer este romanticismo utilísimo en
bolismo o en la clamorosidad del color hinchado. Trascendentalismo o el momento en que va a recibir el nombre amable de inquietud vertebral.
simbolismo, propaganda del respeto excesivo a la amplitud de las ideas En Ponce, el romanticismo es en parte tolerable, y dejémosle, aunque
canonizadas en el subrayado y en la mantención. Inquietud vertebral, como palabra del otoño anterior, ya que le trae provisoriamente como
revelaciones parciales o llamas místicas, agujeta de aire simple y azufre cuerpo imperial, como la voz que ordena y manda de una Roma enemi-
de ciencia desconocida. ga de romanticismo, de inquietudes meramente mentales, de sombrías
Cierto es que a esta pintura de Ponce, enturbiada de humores, se le claridades y de claras sombras, que no conoce de romanticismo hasta el
podrá exigir más alegría al recorrer los caminos de la pasión o airearlas momento en que éste ha dejado su situación embarazosa, y empieza a
con irónica levedad; pues a veces se juntan la nocturnidad del motivo, llamársele inquietud vertebral, es decir, Suma de Partenón con nuevos
el arrastre de las uñas de las aves de presa, largos silbidos tembletean- males, cubileteo de quid divinum y more geometrico.
tes, tratados con pulso incapaz de orearse con aires mañaneros o saltar
en plumas de sonrisas, pero remediadas, otras salvadas en líneas resba-
ladas, perdidas, en Desnudo y Carnaval, con las que las figuras se tapan
sus caras vistas hasta insuflarles una vida nueva de impulsos desgarra-
dos. Unas veces chillidos cementeriles a la manera desleal de Valdés
Leal, en otras la nobleza alargada en los cuellos interrogantes del Gre-
co. A los tableros de damas, a las cuadrículas con que pintores excesi-
vamente demorados o fieles a sí mismos, sentados en la modernidad
fácil de su repetidísimo pintar cuadrado, Ponce ha escapado con una
addenda de pintura no modelada, tampoco redonda, donde las figuras
se quedan en actitudes de asomos sugerentes, de desapariciones letales;
las situaciones han ascendido a meras presencias, quedándose algunas
veces en los deterioros del romanticismo o del simbolismo, pero lle-
vándose siempre un montón de pinchazos, de interrogantes, de temblo-
res traspasados. ¿Nos quedaremos en la tentación, en la humillación de
los símbolos o ascenderemos a los dominios angélicos de la definición
de nuevos cuerpos dominados, fervor y amores geométricos?
Trocando la valoración de calidades -lo que la inquietud mental ha
desechado por su simplísima tectónica yuxtapuesta-, podemos en
cierto modo aceptar un romanticismo «fantasma de levita con caspa de
estrella», cuando viene rompiendo en la tracción de un problema de cul-
Fundación de un Estudio Libre
de Pintura y Escultura
El nombre de este estudio libre comporta una doble situación que
es necesario esclarecer. Yo estudio y yo no estudio, y además otro
extremo riesgo so en la libertad que entre nosotros toma el camino dere-
cho y hecho del romanticismo, en la ingenuidad visible, es decir, en la
que no se hace visible por la malicia o por la cortesía. Disciplina gra-
ciosa, pedantería amable y tan querida, algo así como aquella Teología
Natural, el nombre acariciado desde Montaigne a d'Ors. Los extremos
nos están hiriendo, pero aquí al menos --dada la valiosa dirección que
integra al «Estudio Libre», no ha de llegamos esa libertad en el senti-
do de dirección rapidísima, sino recordando a Yung, la libertad forma-
da por las oleadas de elementos impuros que únicamente se hacen car-
ne y afirmación cuando el sujeto artístico se ha hecho de su dogma san-
guíneo, de su prejuicio orgánico. La Academia de «San Alejandro», ha
sido en este sentido un infecundo alarde de anarquía artística, apresu-
rado, irresponsable. Es por eso que el «Estudio Libre», empieza a tra-
bajar sin precedentes de dogma o de pasión, encontrándose en una
situación de valiosa nitidez en la organización de sus trabajos. Algunos
de sus integrantes son ya conocidos por sus falansterios ambulantes,
por su tienda donde quiera, por ejemplo Víctor Manuel.
Sus profesores serán Abela, Víctor Manuel, Arche, Sicre y Ramos
Blanco. Todos ellos se encuentran enclavados en un momento de inte-
gración que para el discípulo tiene que ser un pinchazo, un fervor y un
compromiso, una duda también. De ellos, Abela y Víctor Manuel ofre-
cen, lo que subrayará su interés profesora!, una labor de problematis-
mo y libre desenvoltura. Abela empeñándose en arrancar con una téc-
nica de la Escuela de París, valiosas respuestas a símbolos insulares y
a la bondad de la hirviente materia ofrecida. Víctor Manuel en su des-
precio por los accidentes y en su devoción por la forma cerrada, puede
ser una seguridad contenciosa y un juego libre, pero seguro; alegre,
pero disciplinado, con mucho de Ulises, aunque le va haciendo falta
también lo necesario de Simbad. Sicre y Ramos Blanco, con un esfuer-
zo que ya va siendo un esfuerzo de dignidad frente a la materia y a los

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168 JOSÉ LEZAMA LIMA

instrumentos utilizados. Aunque entre nosotros la escultura se encuen-


tra en un momento mucho más elemental que los ofrecimientos más
seguros de la pintura, igual que en la morfología general del arte con-
temporáneo.
«Estudio Libre» tendrá que enfrentarse con la anarquía de la sensi- Arístides Fernández (1904-1934)
bilidad que le arroja «San Alejandro» y contra la posibilidad de cual-
quier romanticismo indiscreto que entre nosotros comporta lo libre y
altanero. Cuando la muerte irrumpe de una manera indiscreta en los años
otorgados a una vida de expresión y relieve artísticos, parece que esa
Verbum, La Habana, junio, 193 7 mitad secuestrada se trueca en la cara benévola de infinitas posibilida-
des favorables. La simpatía de los estoicos parece así imponerse a las
precipitaciones de Cronos, dios áspero. Aun para aquellos que parecen
aceptar un pragmatos de la posteridad, que sólo desean enfrentar las
sucesiones con la forma y totalidad de una obra que se rinde, tendrán
que reconocer en los artistas muertos como por sorpresa y anticipa-
ción, un latido, una fermentación especial en la obra que pudieron alle-
gar. No es así como aludimos a las extensiones o a los desarrollos favo-
rables de una obra liberados de la compañía de un tiempo que tiene que
ser obra siempre favorable a esas extensiones, a la curva descrita por
una obra que se integra. Es, por el contrario, a cierto resguardo, que
podemos valorar como una elegancia anticipada, como un filo y res-
plandor apagado que adquiere la obra ante los asaltos de la cuchilla. El
tiempo que no se otorgó, que no adquirió su marcha desenvuelta sobre
una extensión, parece abandonar su tirantez de prueba o aprovecha-
miento, para mantenerse como el halago invisible después de una
desacertada sorpresa. Pues es obvio que cuanto menos se otorgó el
tiempo a una obra o a una persona, el reverso del mismo parece alcan-
zar un resplandor donde la simple posibilidad es un hecho, donde la
potencialidad se trueca por instantes en forma. Así tenemos una tenta-
ción concurrente, llevar la obra de los artistas como Aristides Fernán-
dez, muertos en sorpresa de años que se le negaron, a ese reverso de
ponderable simpatía; o por el contrario, caer en ese pragmatos de la
posteridad, que lleva a valorar toda vida en función de la curva parabó-
lica de su desenvolvimiento. Es decir, que toda vida segrega una obra,
independientemente de los favores dispensados por un tiempo que se
extiende. Conclusión, toda vida tiene una obra y una frustración, li-
berada de las entregas cordiales o de la insolente cejijuntez de Cronos.
Si una vida se muestra en esperadas y prolongadas sucesiones, el
tiempo se agazapa, se entretiene por sus laberintos o se desvanece en lar-
gos períodos de indiferencia. Aun en la hosca brevedad de una vida, si el
tiempo que la acompañó se hizo sucesivo, aquel reverso de simpatía que

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170 JOSÉLEZAMALIMA LAMATERIAARTIZADA 171

le regalábamos a la frustración temporal comienza a ironizar o a mostrar en su aparición y en la manera como el tiempo descargó en ella su ren-
sus causalistas disculpas. La brevedad de la vida de Aristides Femández cor y secuestro, y como, no obstante, ofrece ese pleno, esa llaneza sus-
muestra así una más delicada fascinación al prescindir de esas sucesio- tantiva, engendrados por una obra que opera, ocupándolo totalmente,
nes o etapas. Nada de los descansos de una vida que ya sus contempo- sobre sus horas de aprendizaje. Si su obra se hubiese desenvuelto con
ráneos logran reproducir como causal. Así su obra tiene la unidad y la un tiempo acomodaticio y favorable, quizá mostraría nuevos llenos y
apretada sustancia de lo hecho de un súbito en el tiempo. Pues en su vaciados. Pero la obra de él que hoy podemos apreciar muestra una eta-
obra, la otra voz destemplada y compañera, la conciencia crítica de lo pa de ese pleno. A su expresión la nutren los recursos de un aprendiza-
que en él es suscitante y productivo, no se manifestó en dualismo y con- je adolescente, al mismo tiempo que esos elementos de configuración
trastes, en esa esterilidad vigilante que se manifiesta aún en las más natural eran bastantes para alcanzar la forma y figuración de su expre-
derramadas sobreabundancias. Las exigencias que su obra nos hace no sividad.
surgen de prudentes notas críticas acompañantes, sino como de algo Cuando su crecimiento orgánico como artista alcanzó su forma, su
exterior a su obra, de esencia muy connatural con ella, que la ciñe y la obra se revelaba como un súbito por la apretada unidad temporal en que
penetra con la agudeza de un presagio. El tiempo que le fue secuestra- ella se volcaba. Seis meses antes de morir, produce casi toda la obra de
do no puede ser valorado en función de la rapidez con que perfeccionó él que hoy apreciamos. Eso le otorga como un secreto tono de apertu-
sus ejercicios críticos, sino de una vigilancia exterior constituida como ra espacial, realizado en un súbito temporal. Parecía deslizarse en un
un motivo particular en el conjunto de su expresión. lento aprendizaje, su órgano de apoderamiento del mundo exterior se
Acuciado por esa vigilancia particular su obra va a ofrecer otra demoraba en contingencias que parecían no configuradas aún. De
reducción. Burlándose de ese tiempo restado, atravesará, al expresar- pronto, en ese súbito, su materia de trabajo recibía su productividad
se, las oportunidades favorables de lo propicio o la carencia de discul- formal. Habían bastado seis o siete meses de trabajo antes de su muer-
pas de su plenitud, de su lleno. Las dispares notas de una frustración, te, para que sus anteriores experiencias dispersas alcanzaran en él su
cualquiera que sea el tiempo que se le otorgue o se le niegue, sólo es necesidad formal.
conveniente valorarlas cuando se vuelve a un período de nutrición o Así, venturosamente, ya existe en la plástica cubana un fermento
adolescencia y allí se insiste y se destruye. Es esa vuelta, ese estático perdurable. La sustantividad del haz de incitaciones de Aristides Fer-
aclaramiento, ese descanso, lo que revela una frustración como algo ya nández son un fermento tan necesario en nuestra plástica como la
de veras inalcanzable. La muerte de Aristides Femández, después de la resuelta obra que algún día se integrará en la plástica nuestra. De la
adolescencia, ya en una primera juventud, y la manera especialísima en misma manera que en nuestra poesía existe el fermento Julián del
que reveló su trabajo, establecieron una secuencia entre su formación Casal, en el básico sentido de que en su poesía lo que hizo y lo que se
y su forma, entre la acumulación de sus percepciones como artista y su le quedó a medio hacer, como lo que se le presentó como impedimen-
relieve en la expresión que alcanzó. Su obra no exhibe así el desgano to o muro intocable, serán siempre una sutil levadura de impulsiones.
secreto que muestra la frustración, sino lo que se ganó en una acome- Pues a veces una fermentación es tan incesante y devoradoramente
tida de oportunidad y gracia. El hecho de que su aprendizaje está en la creadora como la más cumplida ejecución. Aun si se alcanzase la eje-
cercanía de su momento de madurez, muestra a ambos resueltos, apre- cución, el fiel entre percepción y representación en nuestra plástica,
tados, gentiles. Por eso su obra y su manera serán siempre un islote en sería entonces más reclamable todavía ese fermento, que llevaría a la
la plástica cubana, un punto de incitación y enigma. Su obra no ofrece forma como producto y síntesis las incitaciones del devenir y de la
esas esperas indiferentes, esas prolongaciones ociosas, donde la críti- inclusión. Ese fermento gravitará siempre como la posibilidad de que
ca puede situar sus piezas de observación. Las maneras particulares de nuestra perspectiva plástica es habitable.
su expresión reclamarán otras igualmente particularizadas para su cap- Qué distinción revela, ya hoy, si lo reconstruimos, el aprendizaje de
tación. No obstante, esa extraña vigilancia exterior que acompañó a su Aristides Femández. Con qué avasalladora claridad irrumpen sus fuen-
obra, no hay en ella ningún apresuramiento, ningún sobresalto por la tes nutricias, convergiendo hacia su centro de transmutaciones. Super-
irrupción de lo indetenible. Iguales en su cercanía, lo son igualmente sona merece adquirir el relieve de esas indecisiones y sierpes de los
en su cumplimiento, su aprendizaje y su expresión. Extraña esta obra años formativos. Asiste a San Alejandro, pero esas intermitentes visi-
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tas sólo le despiertan el deseo de rehacer, de recomenzar. En esos plástica. Aclaran por su deseosa inconclusión; aclaran por descenso de
momentos ( 1925) la verdadera tradición se presentaba en sus formas su oscuridad preparatoria.
más extremas de movimientos innovadores, aparentes rupturas con un Esas aproximaciones, esos intentos, no tienen una inerte funciona-
pasado al que se quería espumar y potenciar de nuevo. Pertenece así a lidad, valorada en relación con su plástica. Ofrecen la misma atada vio-
esa tradición americana, reencontrada y como surgiendo de sus nuevas lencia, igual intento de penetración en una sustancia devoradora. Cla-
valvas, que consiste en oponerse adámica y juvenilmente a la otra tra- ro que la resistencia de la materia, la profundidad del aceite, tenían que
dición finiquitada y sobada. Su obra parecía siempre como que reco- ser para él notas de más relieve que la palabra para su búsqueda. La
menzaba, atravesando prolongadas pausas acumulativas. Ese adamis- misma palabra le cobra prestancia de masas y sustancias que deseasen
mo tiene su espita: sus incursiones a la finca, al ingenio de un amigo un contorno, una imposición que la movilizase más por sus cualidades
suyo, pintor también. Allí se le despierta como el germen de cierta de materia que por la sutileza de su aliento. Sus relatos se sitúan en
rebelión panteísta, en la que las plantas y los animales se ejercitan con gozosas descripciones, con crujidos de leves sarcasmos y sombrías
el hombre. Hay en esos momentos en él como cierto roussonismo, no rebeldías. Una comprobación, no asordinada, mediante la cual persis-
ingenuo pues marcha acompañado de la más heroica artesanía, que le te como una crepitación de las peticiones de la materia. Sus cuentos
lleva a aceptar la tradición que hay en el hombre y la pureza que hay en muestran un andante del que su pintura prescinde, pues aquí la inape-
la naturaleza. Con esos sentimientos que lo toman acucioso ante el pai- labilidad del contorno hace defatum. El lleno y la apretura de sus cua-
saje, que él procura que sean primarios para librarse de la tradición y dros no está todavía en su prosa que se muestra con la desenvoltura del
adquirir aquella pureza, precisará siempre al hombre marchando más paseante que detalla una hoja o se sumerge en un crepúsculo. «La casi-
hacia su paisaje que hacia su circunstancia. Por lo menos, ese paisaje ta, comienza uno de sus cuentos, pintada de verde, tenía las puertas y
como circunstancia, va segregando un tipo de hombre como árbol, que ventanas cerradas, aquel día de lluvia diminuta y fría.» Como la nota
tiene la iluminada circunstancia del árbol. «En los campos se hallan verde, surgiendo de la lluvia, parece que quiere borrar el paisaje, supri-
bichos, dice el tremendazo Martín Fierro, de los que uno necesita.» mir la anécdota lluviosa. Y cómo, por el contrario, en sus cuadros, las
Desde el aislamiento de un árbol-cerrados los ojos-, hasta ese pri- nubes y las copas de los árboles vienen como a cumplimentar un des-
mer plano de visión, Arca de Noé, en que el bosque -abiertos los tino que los cierra como una brusca tapa.
ojos- se trueca en un rumor, en un prolongado rumor romántico per- Los hombres que transcurren por sus relatos parecen tomar un
cibido como totalidad y osadía individualistas. nombre momentáneo, pero después, como en un sumergido olvido, sin
En esa granja lee a Balzac y a Dostoievski. En la ciudad, oye día tras abandonar su distinción particular, van siendo aludidos como el hom-
día a Beethoven. Esas preferencias son sus particularidades, son, bre, el hombre. Detalle que readquieren también sus figuras humanas
pudiéramos decir, preferencias en especie. Su otro paisaje, pues sus plásticas, cerradas como en bultos genéricos, en germinales indistin-
lecturas, sus excursiones, son como paisajes donde él se inserta. ciones. Sus hombres se sientan en el bosque en una participación hie-
Las libretas de apuntes y relatos que él redacta pueden ser valora- rática. Figuras de un ritual elemental, se limitan a gravitar en la noche,
das como las precisiones que su mundo plástico necesita. Gran parte de abrazándose con las raíces o con los espíritus del bosque.
sus experiencias fundamentales como artista las realiza en la palabra El hombre, el bosque, el· cazador, el árbol, son dichos como si al
escrita. Algunos de sus cuadros parecen la forma, la ejecución de sus nombrárseles cobrasen el rostro de una persona cercana. Precisan un
experiencias en la escritura. La inconclusión de sus intentos literarios mundo sencillo, genérico. Generoso, Candelaria, Catalina, son nomi-
parece como dirigirse a su conclusión plástica. De todas maneras, gran naciones de modos de vivir campestres, torvos y secos estilos de vida.
parte de sus cuadros parece que necesitan esa comprobación anterior, Sus nombres abren las persianas por donde pasan sombras, pidiendo
esa detención en la captación de su sustancia. Preparan en su áspero sorbos de café y calmantes para la fiebre. En el fondo de la casa se pre-
sabor como la solicitud de una vuelta, que los mismos instrumentos cisan escritas conmemoraciones de días fatídicos, contados gestos
con los que se atacó aquella realidad artística, se vuelvan contra otra necesarios para sepultar nuestras inapetencias e hibridismos. Es revela-
pizarra más absorbente de su posible forma. Relatos o simples himnos dor su cuento «La mano». Los fragmentos dañados de un cuerpo bus-
de rebelión roussoniana, son como autobiografías del absoluto de su can desaparecer, sumergirse en otra posibilidad, donde tal vez logren
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aposentar con armonía. En ese cuento, ia mano dañada es espiada partes integrantes que son de las ~bras de la natural.eza, la embel}ecen
exquisitamente, seguida día tras día como los ejercicios de un halcón. y agregan todavía un nuevo atractivO>~. El comentano d~ A. Femandez
Un día el brazo verdea con exceso, la sangre se amodorra allí en una sorprende la raíz más erótica qu~ estotca de esa sensuahdad del de~alle
pereza lívida y gastada. Es el día que esa mano camina hacia su muer- unida a una totalidad desconoctda. Y anota entonces: «Es~e capttulo
te. «Córteme esos papeles», le suplica el sutil espía al empleadillo de la tiene en su fondo una ternura comparable a la de San Franctsco; es un
mano lívida, y así el brazo recobra su libertad, se aparta de un cuerpo amor inagotable, hasta en la maldad.» Reconciliación total, pues belle-
que le enviaba las incorrecciones de una sangre que no lo fertilizaba. za cruel o crueldad bella giran y se desvanecen en el círculo. Círculo
Dañado, lívido, con archipiélago de lamparones, el brazo se vuelve con de lo inerte y reiterado, de la rueda no abierta en espiral, y que .engen-
furia y escarnio hacia su libertad, hacia la nueva posibilidad de su bús- dra en el hombre la inteligencia tierna, por rechazo con aquella mcons-
queda. ciencia inerte carente de logos.
Hay en ese cuento ciertas decisiones que conviene enmarcar, como Cuando Marco Aurelio nos afirma la carencia de daño en los ele-
representativas de sus preocupaciones y del potencial de su carga como mentos al transformarse de un estado en otro, subrayaba la ataraxia
artista. «La mentalidad humana, nos dice Arístides Femández, es inca- estoica que rehúsa la desconfianza y el temor. La adhesión de Arí.sti-
paz de percibir ese proceso subconsciente de las cosas; pero yo adivino, des Femández a esos aforismos donde el Emperador conduce su ftlo-
más que adivinar comprendo, más que comprender, veo, veo claro.» sofía, es alegre y armoniosa. Cree entonces encontrar «la esencia de la
Qué mundo de poesía se rendiría si se pudiera precisar la voluntad transformación de la materia», «el panteísmo puro». Pero en ambos
secreta del mundo exterior. Si se pudiese escindir el inerte aparencia! pensamientos que escoge y subraya -la crueldad que se integra ~n la
de las cosas, su frío consciente, terriblemente extenso, y el abismo en ternura de algún cosmos desconocido y los procesos de la matena-
que se encajan, donde se adormece el posible salto de su subconscien- hay siempre la persecución de una esencia. Esencia -~usente de su
te. Así también las cosas pueden participar como de la otra historia que búsqueda dialéctica- que sólo él podía correr y persegutr por ardor e
mantiene inédito y latente el mundo exterior. Pues es tenaz y devora- infusa participación. Esencia que en su obra plástica es ~aptada co~o
dor en el hombre llevar una nueva causalidad poética allí donde la ausentes y robustas percepciones que de pronto se actuahzan y adqute-
materia se mostraba fugaz, irreductible o rencorosa. Es eso precisa- ren su inmediato de primer plano y de hierático coro. Y en su literatu-
mente la finalidad del arte, apresar en sus redes fragmentos o cuerpos ra en un sencillo retomo a la transparencia y simplicidad arcádicas.
aún no podridos de lo exterior. Zonas no dañadas, susceptibles de ' Las intercomunicaciones entre su obra escrita y la plástica destie-
adquirir su forma, cuerpos de constante ejecución frente al devenir. rran el tema de cuál de esas experiencias tuviese la primacía, ya en el
Redes o aprehensiones que adquieren en sus ondulaciones la medida deseo de la aventura artística o en la mayor fortuna cualitativa. Hay en
de la visión del hombre. Es entonces cuando irrumpe la visión del artis- ambas como una medida que se alcanza, como un sumergimiento que
ta, ve delante, se adelantan hacia él, adquieren relieve objetos antes se tolera. Nos conducen a percibir cuál era el cosmos del sujeto de crea-
escuálidos o inertes. Pero no la visión como medida, en sentido griego, ción. Establecen la primera relación, y como la más lícita, entre el suje-
sino en el de un agrupamiento al que nos allegamos de un súbito. Pues to y la obra. Pero una vez establecida esa licitud, nos servimos de su
es quizá una de las mayores sorpresas del arte, que elaborado por frag- recíproca y reversible magia. Desprenden el paradigma de esa oscura
mentos, tiene que ser reconstruido para la ulterior definición, en una y tumultuosa frustración que puede hasta ahora mos.trar nu~s~o arte,
captación de peligrosa instantaneidad. Esa manera de visión es el preferible a habitar hinchados fragmentos y presuncwnes htbndas. Y
carácter esencial del arte de Arístides Femández. Lo veremos de nue- como de esa frustración, Arístides Femández pudo mostrar un torce-
vo más sustanciado y certero, en sus trabajos plásticos. dor que aún nos sirve y un acoso valedero para las más variadas cir-
En los días de su muerte, Arístides Femández subrayaba y anotaba cunstancias de nuestro arte.
un Marco Aurelio. Llega y subraya aquel pensamiento: «La inclina- Arístides Femández vivió el período polémico del arte nuevo en
ción de las espigas hacia la tierra, las pobladas cejas del león, la baba Cuba. Paréntesis temporal que podemos situar entre 1925 y 1933. No
que cae del hocico de los jabalíes y otra multitud de cosas, considera- el de su madurez y cumplimiento, el de la constitución de la pintura
das aisladamente, carecen del menor encanto; y sin embargo, como nuestra en un estado de continuidad y fortuna en el tiempo. Su arte se
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le presentaba en búsquedas y solicitaci0nes irregulares, pero así se fondo teologal. Así A. Femández, que en su niñez se había librado de
libraba también de los riesgos de la ornamentación, de fijos elementos las anécdotas plásticas, mostraba, ya al final de su parábola, una total
plásticos y de la plasmación de recursos insistidos por la toma de con- indiferencia por los campos de batalla picassista. Apegado por tempe-
ciencia de lo que se fijaba como nuevo. No disfrutó de eso que después ramento a una visión que presuponía los objetos como enterrados en el
se ha llamado con cierto cinismo «el reconocimiento y juego de los aire, extendiéndose en hojas y raíces secretas, tendía a la liberación del
estilos». No hay por eso en él, la pausa de lo que se otorga o la hueca objeto plástico de su factura dialéctica, de su reconstrucción sintética.
falsedad alegre de la regalía. Su arte, no nacido del lento ejercicio d~ Una sustancia, y no una síntesis, repitamos. Pero al repetir, ganemos al
trampas críticas, no tendía a una síntesis. Lo que capta lo adquiere por menos lo que ha de entenderse por sustancia plástica. Objetos como
el centro de su visión intuicional. Su arte no es de una espontaneidad sustancia, cuerpos sustantivos.
tortuosa, como acostumbraba decir Henry James, con sus regustos cal- Cuando la extensión homogénea se particulariza adquiere su reali-
mosos, sino el de una súbita visión que busca más la sustancia, que dad, es decir, su forma. Esa extensión homogénea, desciende de la uni-
ofrece una síntesis. dad, es la sustancia. Producto de su visión, el artista realiza particula-
Adquiere su madurez como artista y los deseos de ejercitarla en un rizando, por parte, pero sin ofrecer una súmula, sino, por el contrario,
momento de significativa ruptura política. Araña las paredes con un tiene que ser un delante adquirido de súbito, trabajado por contingen-
Cennino Cennini en ristre, buscando posibilidades para nuestro fres- cia y accidente, mostrando una fulminante toma de posesión. La apre-
quismo, cuando las turbas brindan por la polis. La romántica lucha ciación de esa sustancia plástica presupone una extensión, la que se
contra el tirano se cumple en agosto de 1933, Arístides Femández cre- potencia y se hace posible al poder crear objetos plásticos, particulari-
yó que esa ruptura política debía alcanzar paralelo artístico. Cree que dades, que no son las del mundo exterior, sino que se ofrecen con otra
los pintores deben abandonar momentáneamente sus elegantes avan- forma tan necesaria como su conclusión en objetos de realidad. Unos
ces y retrocesos ante la tela del caballete, para buscar, por andamios y tulipanes, o un florero azul, o el valle del Are, pintados por Cézanne,
trepamientos, una extrema absorción del aceite, visible por las multi- carecen de realidad comparativa, prescinden de todo paralelismo entre
tudes encerradas o paseantes en un espacio ancho. Su cuadro El ente- su realidad y su visión o ente formal. Será pues una sustancia plástica
rramiento de Cristo parece irradiar ese momento. Lo irradia con cier- aquella que al particularizar la extensión adquiere una incesante posi-
ta vastedad, con cierto desplazamiento de las figuras hacia un delante, bilidad de forma plástica. Por eso nos parece un tanto ingenua la incul-
que sólo lo puede mostrar la pared. Se ha ensayado así con figuras pación de Severini, de que Cézanne intentaba tan sólo el contorno sen-
corales, con el titanismo del enterramiento central y con la sucesión sible de los objetos. El contorno de una idea no puede ser nunca el de
magra de colinas que crecieron como un coliseo. una sustancia plástica. Su intento, el de Severini, de contorno absolu-
Esa búsqueda de la sustancia en Arístides Femández queda paten- to, nos parece ilusorio, válido tal vez para un mundo eidético; estable-
te en lo que podemos llamar su cezannismo intuicional. Por la gravita- cería en lo plástico la fría anarquía de un mundo de piezas de engaste.
ción de una materia como misterio, roto no por una metodología artís- Con todo, será preferible un análisis de la mancha, ganado por la sen-
tica, sino por esa continuidad de la vigilia que parece como reconstruir sación, vista de reojo por Severini, que una síntesis crítica, regalo de un
o sensibilizar al tiempo en las manos, Cézanne habita esa jerarquía orbe parmenídeo. Pues esa metodología artística, con el propósito de
medieval que se deriva de un aliento como misterio, que rebasa los con- liberarse de la sensación, ha sido irradiadora de gran parte del oma-
tomos del hombre, pero que mantiene como inextinguible aquel con- mentalismo de la plástica que ahora transcurre; mientras que la lucha
tomo, aquellos límites respaldados por el respirar de la materia. Así librada en el contorno de los objetos, no en los límites, sino en la exten-
como por la diversidad, enhebrada sirena de las experiencias, por la sión de cada sustancia plástica, constituye el trágico intento de nuestra
síntesis, por una corrupción trágicamente visual del absoluto formal, época de volver a animar la materia que va hacia la forma, de evitar que
Pablo Picasso representaba esos renacimientos (como en el cansancio la forma sea el cinturón de una materia que se extingue o se sumerge.
de la sonrisa asexual de Leonardo, o en ese orgulloso paraíso ascen- Esa búsqueda de la sustancia era, venturosamente, antípoda de un
sional de Goethe) que se abren en la cultura europea, cuando la suma mundo relacionable. De las sorpresas de relación, insistidas por los
de excepcionales temperamentos no se aúna con estilos corales de tras- surrealistas. De las relaciones de los objetos o de las imágenes, pues
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esa sustancia plástica puede entregarnos con más profundidad su metá- He intentado, le dice en una carta a Diego Rivera, por varias veces, hacer
fora plástica, un mundo de transformaciones, que los valores relacio- pruebas de la pintura al fresco y he fracasado lamentablemente; la parte téc-
nica me ha detenido. Me explicaré: he preparado el mortero a base de cal y
nables. Éstos comienzan por asegurar un elemento. Esa constitución de
arena, lo he aplicado sobre el trozo de pared en la que he querido hacer la
elementos plásticos, centro del decorativismo del arte actual. prueba, esperando tres o cuatro horas para que se endureciese la amalgama,
Ese espontáneo rehusamiento de toda metodología artística, lo calcando el cartón me he detenido siempre en el momento de pintar; el reto-
conduce a la rectitud de su artesanía. Es sorprendente, en los tres retra- que no chupa, el color no penetra en la masa, se corre: He aquí lo que me
tos de su madre que pinta alrededor de los veinte años, la precisión de desespera, lo que me ha hecho perder el sueño desde hace quince días. He
fabricado el mortero con distintas proporciones de cal y arena, una, dos ... sie-
matices y el despliegue sutil del color, para ganar el registro de las te veces. En vano, todo en vano. Registré librerías y bibliotecas, en busca de
variantes de un rostro. Artesanía que responde a un llamado, al cum- un tratado que aclarara mis dudas, con resultado negativo. ¡En toda La Haba-
plimiento de una misión, pues habitar el señorío de su arte en la ado- na no se encuentra el más insignificante librejo sobre la pintura mural!
lescencia, es tener la claridad para escoger entre el remolino de los tér-
minos, para alejarse de la materia rectificable o concupiscible. Cuan- Es ese intento de fresquismo, cuya reducción a intención lo acaba-
do llega a la madurez de su forma, pocos meses antes de morir, sus mos de ver expuesto tan dramáticamente, el que lo lleva a situar el color
intentos muralistas lo llevan aún más al ardor de sus ejercicios artesa- en una perspectiva de humildad. A ver, como en una ancestral cortesía,
nales. Después de raspar la cáscara de cal de una pared, descansa inte- la perspectiva multitudinaria participando de la metáfora plástica.
rrogando a la mezcla del mortero su última resultante. Esa arrogancia Esa desesperación que raspa una y otra vez, para encontrar la absor-
no brota para encontrar una respuesta particular al presunto sibilino de ción justa del muro, tenía más prolongadas raíces e impedimentos más
un yo desatado, sino surge de un impedimento, de la profundidad de ceremoniosos y ancestrales. Arístides Fernández estaba fascinado por
una carencia. En la imposibilidad económica de hacerse .de color, deci- el muralismo mexicano en aquellos momentos en que tomaba posesión
de ir a su encuentro a través del misterio del mortero y de la cocción. de las rebeliones frustradas o expresadas de su historia. No alcanzó la
Antes de ver sus colores mordiendo la tela, desplegándose a la toma de aguda crisis de su estancamiento en un punto muerto. Pues esa alianza
la mancha central y sus contornos, los repasó bullendo sobre el fuego mediante la cual un artista logra sumergirse en un yo colectivo, en la
o participando del nuevo corpúsculo que surgía de la mezcla. Regido unanimidad del artesano medieval, sólo se logra en un momento de
por esa carencia, apretada su pasta por aquella prueba de cocción de la esplendor de la mansión, palacio de estado o templo, que necesitamos-
que había nacido, su gama gana un estricto repertorio de color y enla- trar a una perspectiva coral las vicisitudes o el camino de la pasión de
ce de matices. Azules, violetas y tierras, sus pitagóricos tres colores, Cristo. La suma de rebeliones que constituye la más clásica integración
tienen así el peso y pesadumbre de lo necesario y el asco de la regalía del estado, eran las constantes de la historia mexicana, era pues posi-
y baratura. ble mostrar en extensos tapices al pueblo sus momentos de plenitud.
Esos inquietantes impedimentos, que lo llevaban a la artesanía, al Hemos empleado la expresión metáfora plástica y queremos que
carecer de esa continuidad coral, de esa como segregación de lo coral enarque su lomo en claras luces. Para el griego, metaforizar consistía
proyectado en el tiempo, agobiaban a Arístides Fernández, desconcer- en extraer una pieza de un cosmos para encajarlo en otro. Transporta-
tándolo en tal forma que a veces sólo nos deja lo atenaceado y ríspido miento que era para el griego fin esencialísimo del arte. Un objeto
del gesto. Cuando la artesanía carece de sucesión y de deseos corales, extraído del mundo exterior era llevado a la mentira primera, a una sus-
se convierte en el experimentalismo de un arte de valores relacionables titutiva vida que le hacía cobrar relieve artizado. He aquí el por qué en
o de simple alteración de sus proporciones. Sin embargo, en Arístides Aristóteles la expresión «reproducir» se hace sibilina. La fijeza del
Fernández, esa paradoja! artesanía adquirió la espesura de una resis- reproducir acrecentaba el misterio del transportamiento de los objetos,
tencia que nos interroga, de un no otorgamiento que se acecha. La pues al reproducir se llevaba el objeto a una nueva linde. Esa metáfora
mayoría de su obra conservada, acuciada por esa intuición de aprove- plástica parece golpear, avivar constantemente la sustancia plástica de
chamiento temporal, que secretamente le impone la muerte, tiene esa A. Fernández. Esos transportes, en algunas de sus acuarelas asumen
apretura del color que surge de las trasmutaciones de la mezcla, y no riesgos corales. Figuras en opuestas actitudes, conservando a veces
del color mostrado y regalado como resultante. cierto grotesco hieratismo, se entrelazan, se precipitan, como desper-
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tadas por una melodía presagiosa, rodeando~!os árboles, sentándose en Por diestra y humilde paradoja, si las esencias de su obra parecen
sus troncos, o abrazando su corteza. ¿De qué cosmos fueron extraídos? ganadas de un súbito, en el acudilniento a la diversidad de la materia,
¿En cuál fueron situados, sustituyendo la primera oquedad en la que aparecen sucesiones en dificultades y entregas. Ya vimos cómo en el
despertaban? dibujo insiste buscando el arquetipo del rostro. El que parece servirle
El mundo plástico de Arístides Fernández estaba avivado por la para el resto de su obra. Después, en sus gouaches, sus intentos son de
constante evaporación de sus valores intercambiables. En sus dibujos, agrupamiento y desfile coral. Aquel rostro, frecuente motivo en sus
acuarelas y óleos, las mismas figuras circulan en la diversidad de sus gouaches, multiplicado por su identidad, transcurre por el bosque.
circunstancias. Sus rostros son como sus azules, sus cabelleras como Mientras grupos de figuras desean perderse bosque adentro; otros, ani-
sus violetas, reaparecen agitados por su nueva sorpresa. Son, precisa- mados de una pétrea inmutabilidad, se sientan en su mundo vegetal
mente, esos transportes -rostros que abandonan su comarca para rea- para liberarse de lo temporal. De esos grupos que transcurren o renun-
parecer junto al río-, los que centran una circunstancia de constantes cian a la anécdota del fluir, se aísla una figura que mezcla lo hierático
variaciones por un implacable fatum. y lo grotesco. Queda como si oyese irónicamente una lejanía, o mar-
Sus dibujos muestran --deslizamiento sucesivo del carboncillo chase rectificando, o se abrazase a un árbol. Esos agrupamientos de
que se cierra en el rostro- la primera obsesión de una forma que se esperas y paseos, hechos para deslizar y perseguir una figura de sole-
mueve por insistencia, que varía por reiteración. Siempre el mismo ros- dad que se abandona a su riesgo.
tro, que no desea tener encarnación nominada e individual, sino que se A. Fernández rectificaba desde sus comienzos esas bastas empre-
gana su arquetipo como salvación y triunfo de las especies. Algunas sas de color que entre nosotros se entregan al gouache. Se alejaba de
veces, recuerdan sus rostros los de Van Gogh, después que éste pasó esa concepción que lleva a la aguada pintarrajeas y desfiles colorea-
por la estampa japonesa. Ojos y boca se extienden o retroceden con dos. Pues es mal aprendizaje de color, suelto en el gouache, para recti-
insulares perspectivas -polinesias, cubanas criollas, japonesas-, ficar en el óleo. Sus gouaches emprenden sólo los colores que siempre
mientras la continuidad deseosa de la piel revela el hibridismo, la ince- utilizará para las economías y sobreabundancias que se le hacen nece-
sante consagración como ritual y primavera. Momentáneas referencias sarias. Observo su proyecto para un mural de la sala de lecturas de la
a los relatos de la piel, pero basta quedarnos con la primera observa- cárcel de mujeres. Negro y amarillo le bastan. Gana las dimensiones
ción: el arquetipo de ese rostro que vuelve siempre, hasta diferenciar- con el negro y despliega matices de amarillos, desde el amarillo vio-
se por sutilezas acordadas por la reminiscencia. En la consagración de lento de la figura central del primer término, hasta el blanco amarillo
ese rostro, había ejercitado búsquedas y borradores, en su integración, de las figuras, que en el fondo de la sala, se vuelcan sobre la lectura.
despliega secretamente la posible madurez de sus óleos. Sabremos Los agrupamientos de figuras han encontrado una secreta ley tan sutil
agradecerle, hoy que todo ensayo se muestra vuelto sobre sí mismo, como su respiración. Ley y ritmo se entrelazan.
enfurruñado y hostil, que nos suprimiese los caminos por los que llegó La ausencia del verde en los óleos marca la primera señal de su tra-
a ese rostro. La muestra del roto de las experiencias; de los contenta- tamiento de los colores. Sólo en dos cuadros sorprendemos su apari-
dos dispersos; somnolientos deshilachados fragmentarios; bruscos ción por necesidad y el desgano y reojo ante esa aparición. El verde de
islotes de intuiciones no apoyadas; estatuas, no ya sin nariz, sino sin las colinas de su Enterramiento de Cristo, está como deshecho ante la
ombligo, quedan como el oscuro frío, frío caos descensional de lo apa- caída de la noche y las interrupciones de azul que lo invaden. En otro
recido inerte, apestada tierra que no se transparenta por el cenital y la paisaje, aparecen las copas de dos arbolillos; un plano sombreado hun-
gracia. Fue para Arístides Fernández, la ganancia de ese rostro como de la mitad de la masa de verdes en un impositivo domeñamiento.
una señal que le comunicaba proximidades, que ya no constituían ¿Creía que la llegada de la luz sobre los verdes los refractaba en tal for-
obsesiones formales, sino nuevos transportamientos en su metáfora ma que daba nacimiento a otros colores más diferenciados? ¿Creía que
plástica. Alejado en sus dibujos, no lo permitían su formación rousso- el verde debe aparecer en la indecisa dimensión de la búsqueda de su
niana y apegada al dato primario, de un paralelismo de forma y figura; luz, pero ya ante ésta se deshace en colores más alejados? Lo cierto es
fue, sin embargo, en aquellos ejercicios donde se apegó para partir a que la luz lo aleja de ese color, pues ve nuestra luz y su complejo viaje
nuevas semejanzas y metáforas. alrededor de los objetos, y no regalada y estallante.
182 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 183

Son el violeta, azul y tierras, los colores que más llenan en sus óleos los élitros, en las nervaduras, en los musgos, en el cobre verde áureo,
los encubrimientos de sus estructuras. Es el violeta el color que más suti- en la rapidez de esos pequeños mundos que parecen tener noches y días
liza frente a la luz. Si ya en la Escala óptica se habla de la luz como actua- correspondientes a un tiempo para el que nosotros no tenemos órgano
lidad del diáfano, consíguese con este violeta una decisiva actualidad, la de seguimiento. En su Idilio y La familia se retrata, el tratamiento de
más tosca materia la recibe como una voz que la inunda. Con ella logra esas tierras, pulverizado por la luz, o tendientes a su atomización, aso-
un acercamiento de los objetos. Color que se hace radicalmente permea- ma siempre entre sus figuras o sus violetas y azules. Un incesante pulu-
ble a la luz y a ella se abandona. En su Idilio, el cielo que más se acerca lar, constantes evaporaciones, donde cada resultante de color está
sobre uno de los árboles parece como si le ocultase la copa y que la vio- obtenida por granos que vuelven sobre la tela con obsesión para la
lencia de la luz la ocupase en su totalidad. Armada de ese color la luz diversidad, correspondiente a esa obsesión de unidad que le sorpren-
logra abrir nuevos espacios a la penetración en la materia. Lo emplea en díamos a sus rostros.
pequeños fragmentos de sus cuadros como temiendo que su excesivo Las vicisitudes a las que se obliga por su obra y el riesgo de su vida,
empleo se convirtiese en un sofisma de la iluminación. Pero cuando lo lo llevan al convencimiento de que los mejores, la familia de los Atri-
emplea parece que la materia danza y se entreabre ante la luz, justa res- das, tienen que soportar un espantoso destino, lo terrible de Rilke. Su
puesta y mediodía espléndido. condena implacable, su destierro, los castigos que le son impuestos,
·Su azul está empleado como dimensión. Con él logra la profundi- señalan en el artista su espacio asimilable, las experiencias que tiene
dad, los lejos, como decían los contemporáneos de Velázquez. Color que configurar. Pues el cultivo del éxito, residuo de formas ya habita-
que extiende y que hace rodar como masas y nubes. Sumergimiento das, y su mundo de vaciedad caótica, van marcando en el artista con-
para los objetos, en el que está también su concepción de la luz. Así su temporáneo el rechazo de ese destino, para habitar la suma de expe-
duración o dimensión de profundidad no está intentada por un claros- riencias anecdóticas. Había seguido Arístides Fernández el consejo
curo, sino por la vivacidad de un color que retrocede, pero que aún así cezanniano: su obra se había elevado espiritualmente, pero el artista
sigue sensibilizado por la luz. Hay un color que se gana apenas se sale permanecía oscuro. Anónimo, en relación con los que seguían la
de la primer mancha de la tela. N o es su distancia, sino la no llegada de corriente mayor y banal, sigue sus particulares experiencias. Su obra
la luz, la que hace que ese azul exhale o retire sus figuras. La posibili- hecha en la oscuridad, desdeñosa y rodeada de desdén, no pierde el sen-
dad de la transparencia marca la posibilidad de alegría de todos los tido hímnico de lo coral. Sentido profundo que lo lleva a considerar que
cuerpos. En sus Lavanderas, dos colores, azul y blanco, bastan para toda obra es el preludio de una ruptura, absoluto de una libertad que se
realizar uno de sus cuadros más íntegros en su misterio, donde cuantas nutre de una permanente rebelión. Pues toda obra fraguada como una
dificultades surgen se resuelven en un golpe rápido de visión y térmi- secreta rebelión, termina con libertades y danzas. Como una rebeldía
no. El azul mantiene las indecisiones del alba; allí las figuras no pare- del sujeto y como una integración en la libertad como absoluto.
cen aún desprendidas de una primera aparición germinal, mientras los Después de su muerte, su obra ha seguido también los designios de
blancos ofrecen su escudo a la lenta arribada de la luz. Son dos colores lo implacable. Su fascinación parece ejercerse a través de esa oscuri-
que proclaman su exclusiva necesidad, pareciéndonos que hubiese lle- dad que la ha rodeado. Ella comienza de nuevo sus ocultas aventuras.
gado la monotonía si penetrase algún accidente o color no esperado. Se Pero quizás ya con un sentido de más relieve y relevancia. Con el ale-
había convertido ese azul bajo especie de fondo total, bastaban unos gre convencimiento de que su sustancia plástica será siempre una cla-
diseños o incisiones para que figuras y cuerpos los poblasen. ridad necesaria para encontrar nuestra sustancia universal.
Los tierras marchan como colores intermedios. Captan la sutileza
1950
de nuestros vegetales, donde las hojas y los insectos insisten en una
diversidad no detenible. Su matización depende de la riqueza de gra-
nos que caerán sobre la tela. Aquí ya la preocupación de la luz se recha-
za como metafísica interrogación, porque es la misma materia la que
entona la metamorfosis de su recorrido, sus infinitos enlaces y rotos
concéntricos. La misma materia se rompe y se reconstruye, asaltada en
Arístides Fernández,
otra de sus visitas
Aristides Femández es un pintor de regresos y de visitas inespera-
das, sus ausencias gustan de excepcionarse. Cada aglomeración tempo-
ral, gusta de deshacerse ofreciéndonos esta pintura bienquista. Como se
despidió silenciosamente, llegaba separando las algodonosas cortinas
del silencio. Lo mismo la persona que las sumas de lo temporal, gustan
en extensión que se reitera, el repaso de esta pintura que es uno de nues-
tros enigmas y uno de los lujos del placentero. Su brete fue de súbito,
pero catarle es un lentísimo soberano. Las exigencias históricas tienen
la necesidad de esta pintura, nos recorre ese primer escalofrío, ese pla-
cer que se define como lo cubano penetrando en un arquetipo universal
y después rescatándose de nuevo como una insinuante plenitud de lo
que nos pertenece inalienablemente. Y por eso vuelve, insiste, graba su
rocío en los ventanales y en las más cercanas espaldas. Si no pregunta-
rnos por él, él viene para saber de un otoño cruel, de una cejijuntez inmi-
sericorde. Ya que existen los artistas que después de haber descendido
a la tenebrosa Moira, siguen su camino inexorables, otros, como Aristi-
des Femández, tuercen su camino, vuelven, preguntan por nuevos nom-
bres porque necesitan de nuevas amistades.
Aristides Femández es un pintor de obra breve, pero es uno de los
nuestros que ofrece más cuadros inmutables ante la posteridad. El retra-
to de su madre, que hizo tres veces, fijando el arquetipo de la mayor
delicadeza, del más ponderado resguardo y del cuidado más acendrado.
No hay soporte intermedio para rescatar otros lienzos de una anécdota
que reclama o distingue. De una diferenciación, de un detalle rendido
por un azar conjugado con destreza. Parte de la costumbre, de lo seme-
jante, de lo igual en lo igual. Pero ahí está para siempre. Es una madre
cubana. Es el arquetipo de lo delicado. Colmo de la gravedad, colmo de
la ascensión. Como si dijéramos lo verde francés, el amarillo español,
es la madre cubana. La intuición que tuvo Aristides Femández para fijar
ese rostro, es la que lo acompaña siempre. Parte de lo visible y logra lo
que es visible para todos. Por la intensidad, por la gravedad, por un esta-
do de concentración que irradia y cruj~ntro, logra un azul nues-

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186 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIA ARTIZADA 187

tro, un acompañamiento de hojas que es lo sobrenatural compartido. Una pasión que no excluye el silencio y un silencio que se entreabre
Hizo visible lo más secreto de un pintor cubano, su participación y su como un coliseo misterioso. En otra de sus hazañas, su lienzo Los
desdén. Se oye todavía la conversación que rodea a este pintor, mientras novios, la expectación de la naturaleza parece agazaparse y lo rotundo
seca un pincel o mezcla los amarillos, y la ventana por donde se retiran de las dos figuras alcanza la ganada evidencia de los dos escogidos. El
parecen brujas o manos crispadas, los despedidos vergonzantes. ' devenir del cielo de Los novios, en una desenvoltura del azul y del vio-
. Penetró en lo cubano sin ningún grito ornamental. Ni cargazón de lado que se entrechocan o se contemplan como la substancia propia,
hojas, ya que el ancho troncón, con su impasible fundamentación, se como el color de una carne irreal. Las figuras que rodean a las dos cen-
afirma más que lo floreal perecedero y la hoja lindamente multiplica- trales, son de un azul peculiar, móvil, gravitante, esperador. Es un azul
da. Un desmesuramiento, un encogerse, un bajar la mirada o fijarla penetrado por la luz que lo polariza sutilmente, pero sin destruirlo. El
como tironeada, un túnico que extiende un color, una sorpresa ante la violado de las dos figuras centrales, se armoniza con el azul de las otras
musiquilla cotidiana o una imposibilidad ante la sorpresa tronada. figuras y con el azul y violado de las masas celestes, asomadas al ancla
Aquí lo cubano es como una manera de envolver lo externo en mirada dura de los árboles.
cubana, que se hace lenta y vegetativa para seguir con un acompaña- En el llamado Paisaje en piedra, Arístides Fernández se adelanta
miento de mucha espera, de mucha confianza en la lluvia que diviniza con un azul conquistado y desde allí comienza a flechar. Este cuadro es
o en la fulguración que en el matojo entreabre la línea del horizonte. otra manifiesta hazaña de nuestra pintura. Destaca tan sólo dos colo-
Pequeño cuerpo tierno, que se entreabre y acuesta en el acantilado y se res: un azul y un blanco trabajados con una movilidad prodigiosa. Las
pone después a caminar entre lo costero y los confines donde el delfin figuras en el amanecer se esbozan como bultos entre la despedida de la
pellizcado salta todo pasado por la ensoñación brusca del alba. La noche y el alba contorneante. Allí están los cantos, la fervorosa blan-
noche carnal y la línea del horizonte aprietan sin sentirlo casi al cuba- cura, el trabajo indescifrable, la protesta oída por un dios escondido, el
no. Después es un gran despejo que comienza a marearse frente a la azul que se desliza en ráfagas como en una batalla naval. Es un des-
serpiente, sin importarle por qué lo más interesante de la serpiente, sus pertar, donde el azul y el blanco aparecen primigenios, como lavados
ojos, están diluidos en el aire de jinetuelo. por un dios marino en el humilde orgullo de su parábola solar.
En La familia se retrata, otro de los más esenciales momentos de Hace una crecida suma de años que este pintor que se despidió de
nuestra pintura, el visible de lo cubano esplende. Haber sacado toda nosotros con la fuerza eficaz de su juventud, regresa paradojalmente,
una familia criolla de su casa, para ponerla en la naturaleza inconteni- como uno de los asombros más juveniles que ha tenido nuestra pintu-
ble, haberla fijado, sin amputada, durante un tiempo que es el de la ra. Murió joven y se mantiene joven. Allí, donde la madurez es tan sólo
eternidad de la espera, resuelto en un instante afortunado, es una de las una juventud desatada y bien guarnecida, está su reinado.
principales proezas de nuestra pintura. No se esperaba ese agrupa-
miento y lo logra por primera vez, quedando prefijado para futuras Febrero y 1965
acometidas. Y la gracia del pequeño perro que viene como rodando, a
que le den su rodaja de tiempo, a permanecer entre el bosque y la cuchi-
lla que lo va a separar de su ladrido sorpresivo. Dentro del símbolo
general, cada retratado en su permanencia peculiar, una pucha de flo-
res, una pierna cruzada, un túnico extendido en una mancha de color,
atestiguan una mirada que se recrea por la ternura y se totaliza por la
fuerza. Están las figuras sacadas del misterio de su casa, de las encru-
cijadas del caracol, sin despertar sobresaltado, como si hubiese un res-
guardado puente de humo que une la casa, la excepción y el tiempo
eterno que hace visible por el entredeux pascaliano.
Así Arístides Fernández había ido convirtiendo su naturaleza en un
espectador que dialoga apasionadamente con cada una de sus figuras.
Otra página para Arístides Fernández
Clareada conducta y voz rebanada por la urgencia del tiempo nega-
do pasaron en Arístides Femández del rendimiento a las sombras, a un
espacio pictórico rápidamente poblado que asomaba en la gracia de la
expresión que renace. Esa voz que iba juntando cada una de sus letras,
reuniendo en tensiones sucesivas cada una de sus superaciones o túni-
cas abandonadas en mantenido virtuosismo ascensional, se quedó
detenida, rodeada de hermética y de caballerosidad. Rechazaba la
palabra de ángeles malos con una lentitud que era seguridad irrempla-
zable y con un aprisionamiento de geométricos amores. Así como otros
en adelantarse a sí mismo y en fugaz dispersarse, él en aguardarse, bus-
carse, perderse y volver nadador de aguas, nieblas y peces de ojos
malos, como de quien oye el tic-tac del tiempo sonando como un puño
de azabache. Mientras la impresión no llevaba implícita la exacta can-
tidad de expresión; mientras la niebla rodeante en el ruido subterráneo
de la saturación, que iba aumentando el nivel de sus aguas desde la
invasión de lo horizontal melódico y falso hasta la invención estructu-
rada de la nueva lámina de anatomía. Es el momento en que la diferen-
ciación más secreta surge de la raíz brotante de la expresión, después
del anegarse y del contenerse, anticipada experiencia en que el artista
asciende como objeto indiferenciado, como cosa sensible extemizada.
Los puntos sucesivos, adquiridos en una cerrada prolongación, son
invisibles aún para el sujeto creador, tanto como para el participante,
utiliza la expresión y en ella asciende, ya tampoco podrá fijar el mila-
gro de distinguir la aguja de la espada o el cofre del violoncello. Esta
palabra -o mejor aún, este fragmento que de él nos alcanzó- tiene el
eterno gozo de las vísperas, de la contención informe. No esperó ya
más y fabricó en la gloria de todos, que hizo a la muerte domeñada
venir después, ser la consecuencia de una expresión que nacía sin tiem-
po anterior o de pacificación y sin tiempo sobrante.
Las transiciones con que el espacio se va rindiendo al tiempo van
resbalando equilibradas con la tranquilidad de puntos impulsados. El
espacio aireado, desmayado sobre su transparencia y continuidad ya
ganada, aparece como el revés persa de un tiempo sobrado que irá
poblando de divanes, de lágrimas de espermas en voces suspiradas, de

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190 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 191

ruidos que agitan sus poblaciones. Espacio desapercibido, excesiva- ya nos apoderamos cuando vemos los largos diálogos del sujeto crea-
mente dotado por los regalos amontonados del tiempo o espacio sono- dor y de la obra participante. No hay tampoco una arista fácil ofrecida
ro por los intersticios del éter. Una perfecta salvación aparecería si en por un rostro conocido en largas presencias, fácilmente encerrables en
el momento en que el espacio estuviese apercibido, con la asepsia del una etiqueta resumen, sino el tajo del tiempo negado hasta el exceso y
mármol recorrido, el tiempo desapareciera. Tiempo hay mientras los la salvación por el espacio apretado de situaciones. (Hay que decir que
ángeles del día van transportando cada una de sus presencias para la . toda esta obra visible se hizo en la urgencia de cinco o seis meses de
definición o la nueva agitación. Una regalía temporal le significaría al labor, y por eso nos parecen las obras menores de un gran pintor cuyas
artista que soporta el acabamiento de sus posibilidades de expresión un obras fundamentales se han perdido.)
conocimiento de increación. Discriminación, pecado de increación Gentilidad de este espacio que suprime definiciones, motivos y
engendrado por el tiempo dilatado innecesariamente después de la entrecruzamiento S. Las situaciones, es decir, el disparo de la retina que
existencia del espacio alegremente poblado. encarcela un fragmento esencial, meras situaciones, meras ascensio-
No podrá así tener el tiempo más que una función paralela, coope- nes. Se define con fines de humildad o imperio o dedicatoria. Un moti-
radora. Todo cuerpo, dice Leibnitz, es un espíritu momentáneo, o sea vo es una simple aventura preparada por las posibilidades del tiempo,
que carece de recuerdos. El tiempo estará para Arístides Fernández, pero ya en las situaciones, indual realidad del sucesivo espacial y del
tenso, espumado, esperando la violencia de su salto ponentisco, y el fluir temporal, rostro, flora y piedra son el centro del paisaje. Es ésta
espacio en que se mueve su expresión, replegado, asustado, tendido, una pintura de situaciones irreemplazables e inaplazables, aun en
ofrecerá ocupación absoluta y asomo de figuras tartáricas golpeando aquellos intentos mesiánicos se está lejos de dictar una lección obliga-
en las ventanas con el tamborileo de las largas uñas, de las caras sin da, sino el dolor beethoviano parece mostrársenos en camino a la ale-
amanecer. De las figuras del Greco y de su especial manera de ocupar gría, pero sin intentar el sentido o la aplicación del dolor con intención
el espacio se ha dicho que cualquier desmontamiento o meras inclina- de polémica histórica. Recordemos dos dibujos. Aparece en uno de
ciones produciría el choque destructor de las figuras. Aquí el tiempo ellos la posible sala de lectura de una penitenciaría con asistencia blan-
como preparado por las hilanderas que se van agotando y que la lenti- quísima, asombra la cantidad de figuras y el contorno que las acoge,
tud va avanzando como la crecida de la marea de la siesta en Ceylán, le lección para sombras con una invisible capacidad de espera sin inte-
quedará la grácil ocupación de insuflarlo en el espacio de la conducta rrogaciones, se lee y se escribe en la piedra, pero existe la alegría por
clarísima o en el espacio de la expresión, como un desfile de las nie- lo propiciatorio del espacio. Las voces se han perdido y el silencio es
blas que vuelan a la escultura del cuadro sinóptico. Es una jugarreta a radicalísimo, pero hay un río que está pasando por debajo del brazo. En
lo Doctor Fausto. Lo ondulatorio y la divagación de humo asiático se el otro es como la orgía de las almas en pena o de la revelación en el
van apoderando de los tejidos del color o de las imágenes, como si el cuerpo. Van pasando entre árboles, hombres duramente esenciales,
tiempo que las ha ido despectivamente regalando tuvieran que pagarlo correctamente existenciales. De pronto un estallido metálico más que
en los espacios descastados, en la línea muerta o en la pasajera anéc- un estremecimiento pánida. Es un momento en que hay una escisión
dota. entre los grupos que no hablan ni llevan barajas en los bolsillos, pero
Se trata, pues, por su misma condición de voz sin presencia, de un hombre ¿diferenciado o representativo? se aísla para apretar sin
espacio insuflado gentilmente pero detenido, de una expresión que hay cesar un árbol, se ha volcado sobre la parda pasividad botánica, mien-
que atrapar por sorpresa, mágica arista secreta. No podemos reclinar- tras los grupos se olvidan de su continuidad y parecen inundarse en el
nos en la continuidad de su búsqueda ni situar el meritísimo regodeo en canto de los coros. Son dos dibujos de una inmanencia deliciosa, muy
tapizarse y lograrse en silenciosa impresión que va a verticalizarse raras veces alcanzada entre nosotros. Las situaciones para él no serán
como un surtidor de expresión, tejida columna de aire congelado y nunca un reparto o equilibrio de ajustes, sino el potencial en que coin-
geometría delicada. Espacio detenido, espacio pictórico que tuerce las cidan la respiración del paisaje y el insustituible espacio que ofrece la
figuras, tiempo negado. Espacio órfico recorrido como por una alegría expresión articulada. Espacio poblado, pero inmanente, gozado en la
de delfin, vencedor de telarañas oníricas. En vano buscaríamos en él afirmación del idealismo eleático: nada nace, todo es. La multiplicidad
una posición adquirida críticamente, que es el elemento pasivo del que de las figuras, raras veces va a diluirse en la emoción del número o de
192 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 193

grandes masas en emigraciones asiáticas, prefiriendo mostrarse en la cantidad de emoción anterior que entraña le hacen pensar en su en-
grupos de perfiles revelados en su árdido torcedor. Un hombre se goza trada en el reino ontológico de los fines. La historiografia arrastra las
en un reposo milenario y el árbol llora la pesadez de su cabellera for- imágenes y le da el trascendentalismo vacuo de los símbolos. Un sur-
zosa, para resolverse en el armonismo de un hombre que aprieta sin gimiento, un ascendimiento o descendimiento, una situación. El rostro
cesar un árbol. Grupos de vida escultórica llevando su gracia en el que asoma, las figuras animadas en la alegría conjugacional, una sies-
espacio subconsciente de raíz mágica. Fruición de resolver ese conte- . ta bajo árboles duros que nos muestran sus espaldas de piedra. La sim-
nido laberinto en la expresión paradigmática que se goza en los mode- ple presencia dentro del espacio amoroso y el estarse allí quieto sin ser
los del ser y de las esencias. Es el movimiento de las figuras en una len- recogido por los aditamentos del símbolo directo o de las consecuen-
tísima emigración sobre la nieve irrevelada, hasta que por la animación cias aplicables. ¿No podrá hablarse lo mismo que de rostros agitándo-
del espacio que las acoge para mantenerlas en una detención irrefrena- se debajo de la conciencia, del espacio subconsciente que se tiende sin
ble, como en un círculo recreado o en los puntos sucesivos de un fle- ver la corrección del ajuste y las figuras que levanta?
chazo, vuelven entonces a agitarse rozando el aire quemado. Es para N o podemos afirmamos en la delicia de reconstruir su evolución
mí la gracia de su arte, algo de lo que pudo resolver ante el tiempo que tan secreta hasta el momento en que conjuntamente -y por eso su obra
se le negaba o que le huía como un pez de ojos malos. Aquella manera tiene el aspecto de un pestañeo extraordinariamente acaparador-,
como las figuras dominan su exquisita fatalidad y dominan tan escul- aparece la obra bien hecha cerrada en la integración de sus perfiles.
tóricas como dejadas caer flotantes en la benevolencia tendida del aire Ninguno de sus rendimientos artísticos tiene carácter sucedáneo, y uno
que las envuelve, que conservará las formas, pero dejándolas como de sus juegos más atractivos es la manera tonal como toda ella irrum-
muñecos, como cabezas de chivos rufos tratados en madera, como pió sin antelaciones. No nos mostró su evolución exteriorizándola en
árboles que caminan y hombres vegetales. fragmentos o mostrándonos sus internos meandros, pereza de nosotros
¿Hasta dónde, pues, adentramos en el surgimiento encalidecido de que lleva a verticilar la imprescindible integración previa con la obra
estas figuras y este espacio que no se separa si no es con la vivencia bien hecha. Un maratón estricto es el remate de la estructura que se
inconfundible de su aprisionamiento? Asomo de confusos ademanes abre en flor de arquitectura, pero sin intentar lanzamos persiguiendo el
telúricos que han ascendido de su tibia geografia y que van creándose, cuerpo. En la concha de los sueños, ante los recuerdos con los párpa-
cerrándose en líneas y obligándose en perfiles, sin consecuencias, sin dos limpios de comunicación colectiva o de aprovechamiento asido,
miradas. Una creación de símbolos es un proceder que avanza desde la pactado, las caras se han desgajado de sus escamas, de sus simpatías y
mera causal diferenciación particular hasta un modo genérico trazado han clavado un cuchillazo entre el aire y las caricias del aire, han sepa-
por el tedio crítico, por el común denominador de una marginalia dife- rado rostros de rostros, y se han ido doblando la esquina con su comi-
renciada, de una paradoja mítica. Un símbolo únicamente existe por do grito, pero ha quedado el milagro del rostro intraspasable claván-
los aglutinantes favorables que se han puesto de acuerdo para seguir el dose en el espacio. De los rostros retorcidos como alambres que tienen
río de miradas que se van alargando sobre una planicie o el gusano que la noche y la enfermedad y el dolor que no osa decir su nombre, pasa-
se muerde la cola sobre el desierto de un mosaico. ¿Para qué símbolos, mos a la multiplicidad de estas figuras aplastadas a manotazos de taras
para qué la simbólica, para qué figuras simbólicas? Se trata de una ancestrales, a la situación de los rostros en el aire que se congela, en
superstición producto del decadentismo finisecular o de la discrimina- que con una manera pascaliana, lo grave o imperial, se burlan de la gra-
ción que oscila entre la diplomacia de las antítesis y la expresión inuti- vedad y de la ley de la gravedad. Este espacio frecuentemente acoge-
lizada que admite su contrario. Bajo árboles plúmbeos tupidos de intra- dor y armónico gusta de romperse en excesivas curvas, en trazos movi-
table niebla se han situado hombres oscura y húmedamente azules, con bles, como si la palabra del primero serenísima se llenara de inquietud
cuerpos alargados de sueño y cansancio cezannesco, con una manera en el juego demónico de las curvas faciales, no obstante, resignada-
más allá de la impresión y de la expresión, del impresionismo y del mente se muestran en el espacio injusto, pero tan escultórico, tan ten-
expresionismo abstracto y del expresionismo de los contornos. Más didamente milenario, tan imperial. En los aceites se han escogido todos
allá del símbolo y de la historia y de lo particular trascendente. Un sím- los escarceos rapidísimos de la línea para llevarlos a una tonalidad de
bolo nada más que entorna un valor funcional, con la fatalidad de que un sincretismo irrompible. El tiempo seguía saltando como un pez de
194 ' JOSÉ LEZAMA LIMA

ojos malos. Prefiriendo un colorido abs.oluto salta por encima de la


obligación cuantitativa de los temas o de la representación para dete~
nerse en la inefabilidad de un planeta que no gira, de un humo solidi~
ficado. No hablemos de reacciones colectivas, sino de colocaciones
primigenias transidas de la alegría del cuerpo que se integra. Lo mis- Amelia
mo en el fervor morado de los trabajos en los altos hornos hasta la
familia que quiso perdurar -la biografia seductora de esta familia des;-
de su inicio hasta el momento que existió ante el fotógrafo que la dis~ Si la vista se tiende por cada uno de los lienzos que Amelía Peláez nos
puso para nueva perdurable detención- o la animalidad triunfando ofrece como una muestra de su aceptación y sus diferencias, sorprende-
sobre las limitaciones, gravitando de tensiones quemadas en amoroso mos la comprobación de cada una de las notas de color que se incluyen,
espacio. Las ganancias que debemos atribuirle y en las que quedó son: como si el color al avanzar fuera buscando exactas ambivalencias, parejas,
A) La prisión del rostro como causa originaria y negación de espacio. ejercicios de manos. El color que emplea es una minucia de las aproxima-
B) La multiplicidad de las figuras en núcleos escultóricos que parecen ciones. El color, más que una proliferación que se apoya, tiende a una
haberse librado de la prisión del aire y de la fijeza de la caída en tierra. movilidad que penetra. Ese color se goza en el girar del círculo de sus com-
C) Como por un entrecruzamiento de limpidez esencial con una fuer~ probaciones. Las variantes de un mismo color se van extendiendo por los
te fatalidad la historia no existe y el espacio nace. D) Como las figuras planos sucesivos, su composición se fundamenta en esos planos, que son
no reposan sino nacen en el espacio «blanco de todos los colores», contorno, límite, ordenamiento, pero también resolución, dirección de la
resolviéndose las contorsiones faciales y el tono interrogante en el gru- materia, proa del color. Cada uno de esos planos representa la dinamia, las
po escultórico del espacio puro sin el demonio familiar de la ley del variantes y como el mundo de infinitos matices que rodean a una figura o
movimiento. a un cuerpo y a las delicias que rinden el ofrecimiento de una fruta. Mues-
La palabra que había juntado cada una de sus letras iba a quedarse tra así su arte como un modo sereno para llegar a lo deleitable. Mientras el
asegurada sobre el agua con un altísimo sentido de artista fracasado y color se extiende en la ganancia de su disfrute, ofrece siempre un centro de
salvado. serena composición y de convergencia iluminada por los sentidos.
El verdadero aprendizaje de Amelia Peláez, comienza con los ejer-
Diciembre, 1935 cicios del cubismo. Como lo que estaba detrás del cubismo era un asce-
tismo a la española y coronando ese ascetismo los extensos planos
blanquísimos y hieráticos de Zurbarán, fue ese inicial cubista en nues-
tra pintora un revisar de la gran tradición. Punto de acercamiento de
dos tradiciones, pues mientras la tradición europea le enseñaba lo que
había de suprimirse en el cuadrado de la tela, la otra tradición nuestra
lo llenaba de todos los comienzos en las playas inaugurales. Una tradi-
ción que la llevaba, en el estudio de los estilos, a incorporar la historia
universal como si fuera el mediodía. No rechazar es siempre el rayo
que penetra. Y a medida que esas poblaciones de recuerdo cobraban su
fuerza migratoria, la luz penetrando en la materia la completaba y reha-
cía, le ordenaba a los cuerpos tanto su permanencia como su paso dan-
zario, desde la cercanía a la línea del horizonte. La luz es su más cons-
tante interrogación, no acepta una figura o un cuerpo que la luz no haya
acorralado para ajustar su vitalidad y su crecendo. Parece como si la
arribada de la luz a las figuras, le ofreciese las circunstancias de su
vivir, la novela cíclica de sus trabajos y sus noches.

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196 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 197
Todos vemos la casa de Amelía Pelá.ez con un hierático respeto. el conocimiento de la casa colonial, como lo había sido la total ocupa-
Conocemos la calidad de las hojas que la rodean. La domesticada cen- ción de su propia casa. Comprendía que su poder de observación no
tella de sus pájaros, el recuerdo de la máscara japonesa que tenía en su podía depender de un día de excepción, como de la ronda de la luz en
cuarto su tío Julián del Casal y ella emplea para asustar a sus sobrinos. tomo a las lucetas penetradas por el espacio interior y el rodeante, de
La severidad ascética de su cuarto de estudio, donde sólo vemos sus ins- los juegos de los insectos sobre las mamparas coruscantes, del rendi-
trumentos de trabajo y la colección de lo que ha realizado. La historia- miento halagador de los puntos o de las impresiones de los peces en su
da dignidad de un patio, que manifiesta la ornamentación de una verja; retiramiento incesante. Amelia poseía la tradición de una calma noble.
en su rica espontaneidad amigada con la luz. De tal manera que cuando Pero poseía también una espera incesante para el instante privilegiado,
vemos la barca solitaria o las liebres tratadas en constantes planos cubis- aquel que en la luz rebrota sobre el escudo y otorga la penetración.
tas, la luz y el color de la casa que las muestra logran comunicarle su Su dibujo parece brotar de su Juego de cartas. Pero ese dibujo, que
necesidad profunda y la veracidad de sus orígenes. Su casa encierra el es imprescindible en la historia de lo logrado por nosotros en la línea,
secreto, la profundidad y la gravitación de su arte. Inclusive nos enseña ofrece algo más que un triunfo de la forma. El juego parece desenvol-
la nobleza de su caligrafia plástica, la carnalidad de sus signos. Nos verse en un desierto, los rostros son invisibles, como ocultados por una
muestra el ejemplar único de La agonía de Petronio, donde la suntuosi- intensidad que los destruye. Las figuras están fundidas con la mesa,
dad de la letra escogida y los márgenes invadidos por el color, miden la con la arenilla, con la inalterable contemplación de las nubes. Una
hondura de su factura en la ornamentación. Ella brota de su casa, reco- mano muestra sus cartas, haciéndole un guiño a un posible veedor invi-
rrida por una sencilla canción criolla, dicha en la musitación matinal, sible. En otra mano asoma levemente un signo. Lo imprescindible que
con la voz entre el sueño y la dicha. Inmejorable sitio para el aroma del aparece en ese dibujo brota para rendir lo intenso, es el pathos que aso-
café, para la concentración que se deshace en asombros innumerables. ma como una regalía de la nitidez en la ejecución. La sorpresa de ese
Como trazada por esas verjas móviles de las que tanto gusta su pin- pathos es un elemento muy humano que va penetrando en su manera,
tura, su naturaleza muerta, pescado o fruta, ofrece un vasto mundo sus temas han sido ganados por una simpatía universal, lo que empezó
relacionable. En sus comienzos, Amelía empleaba la mesa conventual siendo una experiencia contemporánea culmina en la aceptación total
de los cubistas, subdividida y arañada por la luz, pero en su centro ni de una obra como un clásico de nuestra pintura.
botellas ni guitarras ni la luz enteléquica, visitadora universal. En su Cuando contemplamos lo que este arte tuvo que poner en marcha
centro el pez de iridiscencias que se desliza de hoja a colibrí, la pulpa para lograr sus realizaciones, nos invade una clásica confianza. Qué
que se realiza desde la pulpa a la semilla, desde el color como una puntual disciplina contemplando su simpatía por la significación total
nebulosa a las estructuras como respuesta que se suceden. de su figura, no extraída, no aislada, sino en su devenir, acometida por
Sus naturalezas muertas tienen un tratamiento peculiar, pues ofre- la luz, batida por sus enlaces y rechazos. La soberanía alegre del arte-
cen el secreto manifestado del interior de una de nuestras casas hechas sano, repasada por una mano que conduce a la unidad de una obra total.
en las ganancias de los detalles, en los más disfrutados arabescos, don- Las mamparas, aportando la fugitividad del cristal y la resistencia puli-
de los peces y las frutas ascienden, entre el ornamento más inmediato, mentada de la madera, sirviendo de fondo a flores y a frutos, prolon-
mesas o manteles, al conjunto del ornamento arquitectónico. Son las gando así los tonos y los matices. Las verjas que unen toda la compo-
formas sucesivas, entrelazadas, convergiéndose o mirándose con una sición, con infinitos puntos reavivados para amigar las distancias. Las
rica aceptación calmosa. No era una transmutación esperada, tenía lucetas, ofrecidas casi siempre en una gama caliente, uniendo los dos
enfrente, como todo artista americano, una historia universal que se espacios, el interior arquitectónico y el de la lejanía. Y al centro, sin
había vuelto tan sorpresiva como si empezase de nuevo sin ningún caer en la cornucopia que prolifera en su regalía, el triunfo de las fru-
impedimento con una alegría de estar presente el día que la nebulosa tas. Pero ahí empieza un vasto mundo relacionado con el orden de la
se echó a andar para ser penetrada por la voluptuosidad tactil. Desde arquitectura, una ornamentación espacial que no cierra la composi-
Braque, el cubismo fue un medio del cual cada uno se sirvió a su medi- ción, sino agranda la luz.
da. Por eso, Amelia pudo decir con Braque: el cubismo apenas me inte- Amelia Peláez de nuevo en el centro de su casa. A lo largo de los
resa, lo que yo amo sobre todo es la pintura. Era tan necesario para ella corredores, las liebres y las barcas acuchilladas por los planos que
198 JOSÉ LEZAMA LIMA

quieren traer la última pregunta de la luz.: Rodeando la respuesta de


cada lienzo, asoma en el patio una hoja grande, deslizada y espejean-
te. También ella cuida esa hoja, con la sagrada función de todos los
días. Su arte ha sido perdurable, porque es a esa hoja a la que Amelia
ha escuchado. Es la que sigue haciendo las más eternas preguntas. Una página para Amelia Peláez
La Gaceta de Cuba. La Habana, junio 15, 1964
La hostilidad entre la carnalidad y la estructura -manto que ex-
tiende su secreto o sequía de la pera desperezada en una eléctrica navi-
dad- pudiera acaso resolverse en lo que Valéry ha denominado som-
bre soif de la limpidité. La nitidez anhelada con una persecución tan
vigilante terminará enviando nubes de abejas, que penetrarán en nues-
tro cuerpo llevándose nuestra más valiosa colección de terrones verdes.
Pues una estructura que puede ser un reposo, se solazará trocándose, y
muy rápidamente, en un martirio de los sentidos. De los sentidos obli-
gados a resistir, a decapitar a los visitantes entretenidos en calcular el
diámetro de una esfera o las franjas amarillas de la pereza ¿amarillas,
grises? La más digna castidad de la pintura de Amelia Peláez quedará
fijada porque en un momento en que los dedos parecían inundar la
visión, obligándonos a repetidas comprobaciones o superficiales cari-
cias; se apartó para entregamos junto con la pasión por lo inmóvil-ab-
soluta legitimación de esa detención que es lo que más reclama la pin-
tura de hoy, huyendo de todo tránsfuga detenerse en el devenir-. Se
apartó para damos la medida de esa casta inmovilidad.
Aparentemente Amelia quería perpetrar una lejanía galicana: bus-
car la estructura --concepto inmóvil-, alejándose de la extensión
cubierta por un enemigo: la luz desesperada. Pero esa estructura más
que una entelequia será una espada, balanza o paloma del Espíritu San-
to, luchando, como se ve en uno de sus lienzos de furioso verdor, con-
tra un oleaje fuera del definidor logos. No obstante, la paloma no pue-
de ceder su espiga de trigo. Pues la inteligencia antes de adquirir una
acomodación voluptuosa, tendrá que meter espada para evitar la sepa-
ración o el orgullo del túmulo a las voces secretas. Para huir de eso que
se ha llamado hijos engendrados por la noche de Picasso -el surrea-
lismo-. Amelia ha preferido el expresionismo abstracto, después se
multiplicó el nombre de cubismo, para habitar lo que Picasso ha engen-
drado de día y frente al Mediterráneo. Por no oír ciertas malignas apa-
riciones mezzo uomo e mezzo cavallo, no hay que caer en la urna cine-
raria de la cuarta dinastía egipcia. Amelia Peláez así lo ha comprendi-
do con una servicial cabalidad. Servicio imperial el de suspender la
espada de la inteligencia de un hilo por el que pueden bajar monstruo-

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200 JOSÉ LEZAMA LIMA

sillos que nos demuestran que la continuiciad de ese hilo es de humo


mágico y no de sustancia meramente porosa. El fuego podría destruir
ese hilo, pues la inteligencia disfrazada de espada ha convertido aque-
llos animalejos en ángeles propietarios de escalas no visibles. Es la
prueba de la hoguera que tienen que resistir los ojos minervinos. Así la En la muerte de Amelia Peláez
nitidez alcanzada por Amelía Peláez, está reclamada en cada una de sus
investigaciones por una sombría sed.
Adquirió una forma dentro de la polémica contemporánea. Tra-
Febrero, 1940 bajó por gentiles aproximaciones un estilo criollo, que era también
universal, donde lo criollo volvía a abrir los ojos de lince al lado de
Argos. La cuenca mediterránea, en ella, como en los mejores, se
abría como un Atlántico, que era el verdadero mar nuestro, de nue-
vo de lo criollo a lo universal, donde la levitación de las sirenas osci-
laba en la línea del horizonte. Partía de una fruta, de una cornisa, de
un mantel, y al situarlo en la lejanía, en la línea del horizonte, lo
reconocíamos como lo mejor nuestro, distinto en lo semejante. Cada
uno de sus elementos plásticos venía de una gran tradición, rindién-
dole el áureo homenaje de crear otra tradición. Una voluptuosidad
inteligente que comenzaba por ser una disciplina, una ascética, un
ejercicio espiritual. Paradojalmente, era una ascética que levantaba
un bodegón con frutas, donde la pulpa abría los ojos al ras de la cor-
teza dorada.
Amelía Peláez había sabido construir una recreación teresiana.
Quien la vio trabajando en el primor de los dulces criollos, se dejaría
convencer de esa secreta alegría teresiana que se abría en su vida de
todos los días como la luz nuestra en su cuadrado de trabajo.
Mantener y avivar una tradición fue regalo concedido a muy pocos.
Esa repostería criolla era en el fondo un avivamiento de los carbones,
como en aquella doméstica y trascendental cocina de Velázquez, como
los alquimistas, en los grandes transmutadores en los que se pusieron
en marcha para damos una substancia universal. Era la infinita pro-
longación de las formas, desde el pez hasta el pájaro, yo diría el brazo
de un pez que se prolonga hasta obtener el rostro de un pájaro. Esta
gran morfología estudiosa de las series y de las excepciones que ini-
ciaban series, era en su dimensión más profunda una mística buscado-
ra de la unidad.
Su obra al paso del tiempo se había convertido en la más fascinan-
te de las óperas. Era una piscina, un acuario, un inmenso desplegado de
ópera, en cuyo centro ocurrían hechos, la voz concluía lo que había ini-
ciado el pas de quatre de un primer término, el guante quedaba solo
,,li
sobre el mantel, adquiriendo la incesante espaciosidad de un mar pací-

[201]
202 JOSÉ LEZAMA LIMA

fico. Parece como si en ella la expresión recoger el guante, se llenase


de un lentísimo crujido, de una vaporación inextinguible. Recogió un
guante y con él penetraba por todos los espejos.

La Gaceta de Cuba, La Habana, abril-mayo, 1968 Máscaras de Portocarrero


René Portocarrero es uno de nuestros pocos artistas que son una
necesidad exigida inexorablemente por su circunstancia. Su mano y su
imaginación eran esperadas por la divinidad que conduce ansiosas
líneas a un nódulo formal, signo y símbolo perseguidos como una espi-
ral. Artista necesario, alcanza su madurez henchida de una plenitud, es
decir, se constituye en una constante de esplendor en el enlace de las
generaciones. Juventud necesaria, irrumpidora, generacional. Esencial
redescubrimiento de las figuras a su llegada, nuevos ordenamientos.
Madurez necesaria, artesanía, indiferencia a las clases y a laflatterie.
Pertinaz rayo iluminando su cono de visión. Evaporación de cualida-
des y esencias que lo convertirán en una constante de interrogaciones
para otros hombres que desenredarán nuevos paisajes. Alcanzar una
madurez como proeza en la jerarquía de las formas, que es el espléndi-
do caso excepcional de Portocarrero, significa alcanzar cualidades y
esencias que se van reiterando en las generaciones. Nuevos hombres
luchan por las esencias, que no son nuevas pues flotan como arqueti-
pos de lo temporal, y están repitiendo un cuerpo, un aliento, que alcan-
zó el misterio de sus analogías. ¿No existen hoy las constantes de jaba-
linas, halos, sonrisas, manzanas, gatos y guitarras? He ahí nombres que
se aclaran, cuerpos que acuden de nuevo como en los conjuros órficos.
Esa misma madurez de Portocarrero lo hará buscar formas como
las máscaras, modos de artesanía como el grabado. La lucha entre la
máscara y el rostro, semejante a la de heraclitanos y parmenídeos, ya
que el hombre alcance su plenitud en la máscara, como en los semi-
dioses y gigantes del teatro esquiliano, o si por el contrario, el rostro es
una especie inmutable, que puede transfigurarse por instantes, pero
que vuelve a su apoyo ya escogido a perpetuidad, su signo encarcelado
en el espejo. Lo inquietante del tema de la máscara y el rostro es que la
máscara es la que fluye, no se reitera, es el elemento hereclitano de la
diversidad, mientras que el rostro en la lejanía se fija en concepto o
arquertipo; la cera ondula, se diversifica infinitamente, es inapresable.
Si una persona no se enmascara, no logra tampoco detener la muerte.
Por eso conviene distinguir, en un ademán bruscamente tajante,
entre la máscara griega y los Rostros Falsos, de los iroqueses. El hom-

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204 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 205

bre puede rectificar su altura -zancos-; alcanzar otras naturalezas en la misma desnudez en su sencillez ecuacional. ¿Llevan las extrañas
su rostro -máscaras-. Y hablar a personas que no se ven, pero que notas de su dispersión? ¿Saben que después del baile, de las señales de
tienen que contestar. Reemplazo en los actores griegos de la voz, sin los dones que recomienzan, tendrán que atravesar la tierra desconoci-
respuesta, por el canto, que tiene que conllevar respuesta. Orfeo en los da? De inmediato comprobamos, que al trazar el juego de sus anillos y
infiernos, donde la condicional para su canto es tan sólo ser asimilado de sus sombras alrededor de las hogueras, mantienen los rostros, la
sin asombro, sin volver el rostro para reconocer. La máscara es la for- lejanía en que han colocado sus ornamentos, y las máscaras, su reapa-
ma más lograda del reconocimiento. rición en una melancolía de raíz icárica, del imposible que llevan como
Todo hombre enmascarado es, para otra dimensión, fácilmente posible para todos los días. Búsqueda icárica que ofrecen para la
reconocible por los dioses. Pero los Rostros Falsos iroqueses surgen de intranquilidad burlona de los dioses y para el hombre en su dimensión
la banalidad del curanderismo, de la cabalgata operática de la magia última, cuando la gracia se expandió con el ritmo de la luz que nos tocó
negra. Portocarrero se desenvuelve en la tradición plenaria de las más- al despertarnos. Rectificamos el sueño, pero ya esa luz nos dejó
caras, donde la enfermedad o el madreporario injerto del automatismo enmascarados.
no son posibles, pues sabe que en cada hombre hay la infinitud del Algunas de estas máscaras de Portocarrero parecen como si hubie-
mundo alcanzado por su máscara, que es un rostro reconocible por lo sen perdido sus cuerpos. Quedan reducidas así a un punto de apoyo, la
estelar figurativo. Toda especie perfecta, nos dice el orgulloso huma- flacidez curva de un brazo apoyada en un bastón. El otro punto de apo-
nismo de Goethe, debe de convertirse en un ser incomparable. Ese ser yo es la propia máscara. Han pulverizado su cuerpo y su rostro, y lo
de naturaleza superior comienza por su máscara y siente cómo todos reencuentran, como el aliento soplado en una hoja transparente, en
sus movimientos se ajustan a la nueva piel. Si un ser no se trasmuta en nuevos centros de apoyatura. Si el imposible de su máscara, y el bastón
su máscara no alcanza nunca el misterio de su yo separado y superior. que espera ser dominado, siquiera sea por las oscilaciones del humo,
En ese momento de madurez, Portocarrero ha sentido como necesa- desapareciesen, su existencia tendría que ser eleática. En un tiempo
rio que su imaginación trace su equivalencia con la materia que cuida. En estático su existencia se haría de nuevo posible y enloquecedora, como
sus mosaicos de cerámica, en el vidriado de sus platos, y ahora en la fije- el bastón de ágata de los emperadores chinos, dividido en sus mitades
za de la plancha del grabado, él ha comprobado cómo sus evaporaciones el día del juramento del trono, y que ha permanecido intacto a través de
son concentradas de nuevo en las invariables exigencias de la artesanía. los milenios. Pues ya Portocarrero nos regala ese momento en que a
Goya se desesperaba al principio de sus trabajos con los artesanos del una misma hora del día, se le ve dentro y fuera de su subterráneo.
hilo entrecruzado, deseando furiosamente que siguiesen el libre trazado Los cuidados extremos -la delicadeza que asoma en cada uno de
de su imaginación liberada de la gravitación de la materia. Pero al intuir sus registros y detalles-, con que ha sido conducido este cuaderno de
aquel lenguaje de la materia que desea también alzarse hasta su signo, dibujos de Portocarrero, es un orgullo para el tacto que comprueba,
lograba la fulguración secreta de sus colecciones de tapices. Frente a los para la mirada que se detiene golosamente por cada una de sus dignas
tapiceros, que sentían como un dolor secular la desviación de cualquier provocaciones. El cuaderno mismo parece haber asegurado una cali-
irregular movimiento, del salto inapresable de una espiral regida por el dad como de máscara, como si el rostro de la pintura cubana y la más-
capricho, se veía obligado a detener sus monstruos y a imponerle nuevos cara que le ha regalado Portocarrero coincidiesen, siquiera sea en los
cánones y números claves al sueño de la razón, logrando una nueva razón momentos excepcionales en que repasamos la perfecta factura de estos
animista, respirante, desenvuelta como en scherzando. Al detener sus grabados, en una figuración potente y audazmente extraña.
monstruos, pues la artesanía siempre paga con creces, lograba una razón
Julio JO, 1955
prodigiosa. Bastaba un ciego secular, una guitarra milenaria, para que su
canto se extendiese por los hilos como por innumerables cañas.
La máscara, nos indica Portocarrero, «es una forma del Ave
Fénix», renace como rostros multiplicados en tomo a las hogueras. La
melancolía de esas máscaras coincide lo mismo con las figuras perdi-
das en el barroquismo de las sutilezas, pero también con el disfraz de
René Portocarrero
y su eudemonismo teológico
Le meilleur compte rendu d'un tableau
pourra etre un sonnet ou une élégie.

CHARLES BAUDELAIRE

El ángel aparecido como monstruo está emplazado como la mejor


manera de luchar contra el monstruo. Lo monstruoso rechaza lo infor-
me, ya que se obstina en quedar como la diosa con cabeza de pájaro. El
monstruo ha perdido con honor, ya que en cualquier momento Porto-
carrero lo puede disfrazar de ángel. En esta pintura lo monstruoso ha
perdido su no representación y lo angélico su definición tranquila y
consejera. Pero una expresión juzgada por su contrario seria un primer
trasmundo y no queremos el desprendimiento de la melodía como qui-
cio de lo nocturno, sino como ojo de la gota.
El músculo contorsionado, de la misma manera que el movimiento
comunicado al agua para buscar el punto muy hacia dentro, crea el
músculo que al reproducirse se nutre del espacio ocupado por gas o
materia que le pesa hacia dentro. El cordel prolongado, guirnalda a su
arquetipo, es el deshilado temporal. El cordel prolongado, el músculo
prolongado, forma en la destrucción del cuerpo por su prolongación,
el surgimiento de los monstruos arenosos, igualmente prolongados. El
cordel, extremoso en sus prolongaciones, es ahora el crema arenoso. El
músculo retorcido, que comenzó prolongado, logra su arquetipo en la
construcción del color. El músculo retorcido rezume una gota: el car-
mesí. Si se le suprime, y no se comenzó por las prolongaciones del
cuerpo, puede quedar junto al otro peligro de abstracción del crema
arenoso. El carmesí como gota de músculo, y el crema en cuanto sus-
tituimos el surtidor por el esqueleto del teleósteo, muy predado a su
final, van quedando como los primeros colores rezumidos gota a gota.
La rezumida gota carmesí se puede trocar en un cuadrado rosa. El
desuso mundanal de emplear el rosa como una sombra de pespuntes o
escapado dejo del subrayado, pero el rosa estructurador violento del
brazo, o bien servía para sensualizar la superficie de un círculo, que si

[207]
208 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 209

no sería desolado, o se mantenía por su capacidad decidida para ocu- Lo primero caído en esa penetración no eran tan sólo las adheren-
par el sitio del rojo. Es éste un rosa que en sus contracciones, en sus cias falsas, brillantes o aromosas, sino el ángel coincidente. Ya antes, en
extendidos sobresaltos, venía a sustituir en la violencia de sus inten- sus dibujos, el ángel que une los fragmentos, el que los ata y convierte,
ciones, a los colores brillantes pero pasivos, a la detonación de ciertas había estado en punto, oportunísimo. El ángel penetrante, el que utiliza
gamas comenzadas por la violencia de su acumulación explosiva, pero sus fuerzas en un látigo o cabello de nervioso fuego, agudizado por el
resueltas después en despaciosa marea impulsada algodonosamente ángel de las vigilias, había señalado el tiempo y seña de irrumpir, de
por las nubes. despeñar a los monstruos. Aunque Portocarrero, muy en lo suyo plásti-
Quiero subrayar aún más la intención de ese rosa de Portocarrero. co, no le interesaba ese jadeo del ángel frente al monstruo que agoniza.
Entre varios colores que chocan o se entremezclan, el rosa, paradojalmen- Veía él al ángel por su evaporización de la materia. Lo utilizaba por pri-
te, viene a emplearse como una síntesis violenta. No es una resultante del mera vez en su legítimo sitio de poseedor del espacio; lo quería adivi-
oficio, del acercarse o alejarse de la tela, sino por fría violencia se impone nar como sustancia. El ojo bovino que por excesivo detenimiento hacía
un plano eidética, una decisión de su voluntad y sus ideas. Desde luego que del paisaje un mausoleo o un cartón con cariátides, leonardesca solu-
esa solución no es esporádica ni se aleja de la más pura problemática ínte- ción renacentista, quedaba presto vencido por el ángel del instante que
gramente plástica. El hecho como tal cosa se verifica en una deliciosa irrumpía cuando era llamado. Y más aún, en cualquier rincón del aire,
coincidencia en que la intervención operadora al actuar ha sumado ya a su o desprendiéndose, acudía para formar un cuerpo o cerrar una compo-
intuición el segmento aditivo del mundo exterior, de tal manera que en sición, evitando utilizar el romanticismo nórdico de lo lejos.
aquel lento colocar de granos, en aquella sobresaltada marcha, un plano El ángel acudía como el punto. Su don de humildad lo extendía o
rosado y violento, si es una solución de vigor angustiado, es también el plegaba como elemento de composición. Ángel de composición que
momento en que ya se ha alejado de ciertas apresuradas soluciones surre- después que Portocarrero lo hubo dominado, se obligaba de nuevo a
alistas, de la choza de los terrores donde arenga el cazador maniatado. verlo desenvolverse ya con respecto a la mariposa. El ángel se mos-
Ese rosa corroído no es el del mundo exterior, ¿es acaso un reduc- traba por cualquier intersticio ganado, pero la mariposa obligando a
to que a lo lejos tiene que lucir? ¿Es una solución? ¿Y por lo mismo levantar los ojos aparecía como un subrayado. La mariposa si adelan-
una solución plástica? No ha dejado don de humildad -en su devo- taba quedaba presa de sus metamorfosis, si se fijaba en un punto lo
ción a la materia operadora-la simple aventura de las posibilidades simbólico irrumpía. En ocasiones, los ángeles tornaban con alas de
de la forma sometida a la materia última que intenta reducir. Así en el mariposas. Se busca entonces hacer de ellos un nuevo origen, de don-
Greco, cuando el verde o el gris eran utilizados contrastados por la de derivar acaso una nueva sucesión. En esa instantánea intususcep-
brevedad intensa del otro: hacer del gris una abeja cuando el verde es ción, el combate permanece y se oye. Sólo he visto en algunos códi-
una hoja: hacer del verde la más arremolinada y breve de las esferas ces miniados, en grabados del Apocalipsis, las alas presentadas en
cuando el gris es una hoja. Proporciones, distancias, combinatorias, compañía de un gran ojo. Cuando Portocarrero mezcla a la corporei-
cuyo destino era encubrir con dichosa elegancia una rapsodia agonís- dad transparente del ángel, las problemáticas alas de la mariposa, lo
tica. Tan sólo al poner un dedo sobre la materia operada, ¿acaso la hace con afán de oscurecer ese ojo, ya que rehúsa como una pesadilla
madera no se empañaba y el dedo en ese instante no comunicaba el o deshora, el que sus ángeles puedan aparecer como una guardia
rocío de su transpiración? Ese instante del contacto, ¿no era la más doméstica.
peligrosa de las pausas? En sus dibujos la misma táctica plástico jerárquica del ángel le per-
Era así como el trabajo de las combinaciones de color y forma se mitía acudir con más continuidad al ángel compositivo. El que por
-- hacía secreto al recibir la violencia de ese plano que venía impulsado cualquier rendija penetra y saluda. Como su elemento, el del ángel,
para decidir una contienda. A veces hacía pensar en que gustaba Por- propio y de satisfacciones es el aire, el marco viene a ser y quedarse en
tocarrero de destruir con esa imposición última la obra de su paciencia. el ojo. Veo ahora en uno de sus dibujos un especial encuentro entre el
Después pensamos que ha desconfiado de la primer fácil reconstruc- ángel y el monstruo. Es el mismo combate, entre el monstruo y la nada,
ción de la mirada, y que ha preferido cumplir por partes, cobrando así el horror o la verdad mentirosa, sólo que Portocarrero ha preferido a
el conjunto una apariencia de sugerente sigilo. estas furias enemigas su presentación en simple traspaso a la transpa-

i i
210 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 211
rencia angélica. Se combatían al cruzarse, cruzamiento fosforescente, neciendo él todavía en lo oscuro. El ángel compositivo, liberado de su
aunque ambos pasen por distancias paralelas, pero sin tocarse. El rueda, por la prolongación de la espera, adquiere su hieratismo. Éste
encuentro entre nosotros todos -pequeños y con espadones- hubie- surge de una escisión entre la espera y el sujeto en el que intenta vaciar-
se sido con corrupción de elementos. Nuestros salientes, los brazos y se aquella espera. Aquí también, en estas figuras de Portocarrero, el hie-
la frente, se habrían hundido en el ajeno cuerpo, propiciando algún ratismo es plástico, por la misma inmotivación simbólica de la espera.
roce inapropiado. Mientras ese combate evitaba la impura simultanei- El ángel compositivo se acostumbra a la suprema oportunidad de
dad de los cuerpos, las figuras empiezan a pesar en un lado del cuadro, su destreza, pero también nos hacía pensar en aquella afirmación del
que era colateral al centro del otro encuentro entre lo difundido gene- Beato Simón de Rojas de que en el cielo no hay bodas. Porque lo que
roso angélico y el monstruo parado en sus estirones de cuello amargo. gustaría a aquel ángel, componiendo y penetrando, rehusaríalo bus-
Las dos figuras del relieve o de la estilística, acuden hieráticas como cando de nuevo el simbolismo del palacio nocturno y espejante. Y ya
testigos del lento crecimiento de las flores. en esos pasos, que requieren la cámara apropiada, aparecería, como en
Así las figuras en estos dibujos quedan como inmóviles interroga- todo reinado perdurable, escasez de vino y de cosechas, abundancia de
ciones, es decir, como un espacio poblado parcialmente, ya que la tri- frutos callados y de reuniones familiares. De pronto, por presencia del
bu de población total es la de los ángeles. Si el ángel compositivo apa- ángel que recuerda, las reuniones familiares de la niñez se transmutan
recía como horror a un fragmento posible del vacío, las figuras venían en el encuentro de dos reyes en la Isla de los Faisanes.
a los paréntesis, no como señales del moverse detenido, ni como defi- La corte como feria engendra dos actitudes similares: el destierro y
niciones de rostros, sino como huecos hieráticos de extremos tal vez el pobre en la corte. Por sucesivas ausencias y penetraciones, la corte
vacíos, de opuestas muertes. Pero una vez que el ángel compositivo como feria ha traído en Portocarrero, su hieratismo de cámara recepto-
alcanzó su remisión circular, iba a provocar el remolino de su penetra- ra, más que de misterio o nombre no figurativo. Esa brevísima referen-
ción en el monstruo pintarrajeado. La transparencia pobladora iba a cia que hacemos al arsenal cuantitativo, su mundo de riquezas, que des-
ininteresarse por sus quehaceres anteriores, pues ahora ocuparía la pués se ha de trocar en la elaboración de la obra en condicionante. Nin-
resistencia de la tela y su manera de acercársele grano a grano, instan- gún artista nuestro puede como Portocarrero instalar un hecho plástico
táneamente y por la suma angélica de sus instantes. en medio de las más variadas riquezas y penetrarlo después con una gra-
Contemplamos el desarrollo del arco y el arco del desarrollo. Pero vedad y posesión tan inefables. Las esencias de La Cena, se deben a esa
La Cena, logra aislar el presunto simbolis1no de su espera. No del sim- interpretación de lo cuantitativo que hemos señalado, por eso su sim-
bolismo recusable, de aquel que adolece de un respaldo sinfónico o de bolismo, que no podrá ser antiplástico, viene ahora a ser todo el respal-
su forshadowing, de sus sombras de antemano, sino de aquel más do de la persona y de la criatura al Ángel como Figura. Una de las pocas
valioso que nos dice de la manera de flotar, pero no de sus correrías. De veces de nuestra historia plástica, en La Cena de Portocarrero, se mos-
aquel que logra aclararnos, por su oscuridad acostumbrada, la especial traba, sin dispendio confesional, por la misma evidencia de las figuras,
situación que rodea el aislamiento que provoca que el desprendimien- que eran los mismos seres del yo más oscurecido, sólo que en esa cáma-
to lento de la obra sea soplado por la penetración rápida del halo ra usaban antifaces y sus ademanes eran más lentos y acuosos.
correspondiente. Vemos ya aquí al simbolismo como un tiempo entre La integración ordenaba que un cuadro como La Cena sólo podía
un desprendimiento y una penetración, y no a cuatro figuras centradas ser continuado por otro como Mujer con tiesto. De las vastas zonas de
por una bandeja con los peces cruzados. El simbolismo evaporado por evaporación, de las insistentes apariciones diestras del ángel composi-
la obra es lo que nos permite la entrada en la circunstancia de su crea- tivo, había que pasar a las reducciones, donde el ofrecimiento del mun-
dor, y así La Cena que logra hacer de oscuras definiciones un solo cen- do cuantitativo tiene que ser sorprendido en el esplendor de su instan-
tro inapresable, nos resuelve aquello que cultivado por fragmentos te. Así esta Mujer con tiesto revela, por modo muy expreso, la enjutez
hubiese huido inevitable. de lo comprobado, de lo comprobado escogido entre una embriagada
Corte y cortejo y el misterio palaciano es la estación de lo visible en diversidad. La figura bastante y la jardinera central aún tratados con
el durmiente que se ve obligado a su marcha, sin desprenderse de la muy opuesta técnica: el rostro quiere hacerse simultáneo y la jardine-
opresión nocturna, y cree así en la suntuosidad por la que anda, perma- ra se hace fijamente representativa; constituyen ambos, no el ángel que
212 JOSÉLEZAMALIMA LAMATERIAARTIZADA 213
puede hacerse por cualquier resquicio, sino', lo que el ojo brotó con frenesí aturdido, y después pintarnos unos interiores de gracias sutiles.
antológico sigilo. Su misma riqueza central evita que nos fijemos en Si esa diversidad fuese sucesiva o se mostrase por etapas, tal vez nos
ciertos deleites de los accidentes, así ciertas agradables leyes de factu- llevaría a situar a Portocarrero dentro de la problemática contemporá-
ra del trabajo del colateral y del detalle, de tal modo que mientras una nea del conocimiento de todos los estilos. Por el contrario, nos encon-
de las piernas de la única figura,. está tratada buscando una estructura tramos que siempre la obra se le muestra como un conjunto que ha sido
propia, reconstruida y ganada posteriormente por la violencia del pla- iluminado en un instante.
no mterventor, la flor que se muestra más allá de las hojas de la jardi- Cada vez que él aseguraba un elemento de lo cercano colonial, ver-
nera, está construida con la figura ganada en su abandono de antema- ja o arco coloreado, le provocaba, lo que es frecuente en la lírica ingle-
~o. Además, ert esta tela de Portocarrero, la descarga intensiva, el color sa, a distance landscape, una impulsión para caer en las tierras más
Impuesto por fragmentos animistas, por granos que parecen mostrar distantes. El coral de nuestras tejas lo llevaba a lo moscovita. La seque-
u~m vor~cid~d instantánea al caer sobre la tela, no muestran la impudi- dad de nuestro barroco jesuítico lo conducía a la espita del Kremlin, a
Cia de nmgun color predominante, como no sea el doloroso sumando la delgadeza de las cúpulas regidas por el último arco de longitud sono-
de las veces que el brazo ha ido a la tela. Ni un color predominante, ni ra de la campanada. Línea sutil que separa lo moscovita de lo chino.
un. plano. pr~longa?~, como la hamaca del voluptuoso que queda en la ¿Marcha china de Stravinsky? Mundo fosfórico pascual, ardimiento de
epidermis, sm decidirse a ahondar en el rico colorido instantáneo de la lo blanco dejado en alambre de carboncillo sinfónico. Conocimiento
dermis, anhelada por el místico y su fijeza frente al envés. de la estilística, oscurecida de pronto, por la impulsión hacia los den-
Cualquier diferenciación o distancia entre los dibujos y los óleos de tras últimos, donde existe un reparto por radiaciones. Oscurecimiento
Portocarrero, o aquellos que problematizan inútilmente sobre la no central, hecho visible por radiaciones; líquidos levantamientos donde
existencia de esa antinomia, va quedando ya como un tema banal para el destello reemplaza la lengua o el pulso. Palabra oída al metal de la
el oc.io del estío. Los que tal confusión propiciaban pensaban más en la verja o la piedra del último ofrecimiento, porque irradian su vibración
serpiente .de la meta~orfosis, pero olvidaban el tema de los orígenes, en música destemplada para el tiempo, pero recogida transversalmen-
donde se mstala la rmz del por qué se crea. Y así, como una rica biolo- te en arañazo para el espacio incisivo.
gía posterior ha eliminado el tema de la evolución, para asistir al de los Lo que ahora hace Portocarrero es una plenitud de temblor apreta-
oríge?es, así también es muy igual el que una obra de maestría tenga do inquisitorialmente. ¿Definirlo? Llaneza incisiva no definida. Con-
s~ asiento en un octosílabo romanceado. La serpiente de las diferen- trastando cualquier definición suya o de nosotros, con su generosidad
cias -que aparece en los fáciles desprendimientos de las metamorfo- ascética, sus temblores aparte. Generosidad que ha hecho de sus grie-
sis- si !l~?aba era para asistir al trueque del Ángel en el Maligno, y la tas, la primer oquedad inquisitorial de la que tiene que salir el barroco
desapancwn de la presencia oscura trocándose en eco azufroso. Pero nuestro, pero dejando siempre el hueco frío, la oscuridad caliente, el
el tema de los orígenes iguala todos los momentos creadores de la cria- fósforo nocturno de cada existencia. No adulterando por desemejan-
tura, Y hace de cada instante un dragón semitraspasado. Así Portoca- zas. La radiación de la materia se intercomunica con el sueño del que
rrero, el de los dibujos y el de los óleos, el que habla y el que calla, está crea vigilando, como el coro asustado aún ante el inquisidor ya muer-
t?do ~ominado por la rica apetencia de sus orígenes, dándonos el tes- to. El conocimiento muy diestro de lo que él ve, le llevarán a fijar sus
timoniO de lo primero que él vio que se hizo. Sólo que el ejército de un riquísimas derivaciones en forma quizás inaudita para los estilos que
crea?or va extendiendo sus ejercicios hasta que aprieta el centro que hasta ahora han sido posibles entre nosotros, que se harán encrucijadas
contiene las dos espadas. Así en Portocarrero lo cuantitativo simbóli- cuando el oído, que es el que sabe iniciar, se aventure, riesgo mayor y
co que comienza en sus dibujos, es después trasladado en forma inten- menor, por la noche del estómago de los peces de tamaño mayor.
siv~-figU:a~iva, a sus óleos, para admitir tan sólo el reÚeve, la feria y el Esa no existente división, óleos y dibujos, arranca de una inicial
testlmomo Irrecusable. presentación, no de un dualismo ocultado o resuelto. Así la última
Se~ía. falso situar en ~ortocarrero su diversidad como expresión del colección de dibujos de Portocarrero, muestra ahora un nuevo riesgo.
conocimiento de los registros. Es delicioso que pueda darnos algunas Sus dibujos inician aventuras, como sus óleos son los finales de Ulises,
escenas de la Pasión, como un primitivo teutón, de oscura raíz, de rico definiendo sus recuerdos. Allí Portocarrero intenta llegar a lo diferen-
214 JOSÉLEZAMALIMA

ciado por lo indiferenciado, a lo intemporal por lo histórico. Prueba


exhalada por un anhelo de últimas posibilidades de llegar a una inser-
ción de la gracia individual en la res extensa.
No era ya el reconocido procedimiento que nos afirmaba que sólo
un demorado viaje por las fronteras de nuestra piel nos traería Ecume- Homenaje aRené Portocarrero
ne, Ménades y Euménides. La misma representación se utiliza como
un reencuentro donde la verja y el vitral han sido producidas por la
visión que sabe anteceder o prevenir el hecho plástico. Insértase en una En el devenir de una obra los peligros y las devanadoras en acecho
previa forma estilística ¿no es acaso poseer un secreto, ignorando que ejercitan su acción disociativa. La lentitud~ ~1. súbito puestos en mar-
se posee, porque es él el que nos posee? Poseemos un secreto que se cha por un artista, están rodeados de esas VICISitudes a~versas, de es_os
avecina precisamente porque no lo queremos poseer. Poseer lo indife- oscuros remolinos, que hay que penetrar y rechazar por Igual. Cualquier
renciado es el único secreto ya nacido innominable, por eso es la últi- brusquedad, sin alejar el adverso designio, demora los reencuentros que
ma total aventura, permitida cuando ya no somos in integrum arrastra- una obra propicia y aclara. No la brusquedad, sino la delicadeza de la
dos por la circunvalación de la sangre y el signo del espíritu. Calma espera es el único instrumento que marcha paralelo al devenir de una
peligrosa que se allega antes de pronunciar ese gesto en que nos que- configuración, de un destino cumplido. Al mismo tiempo que su arte-
damos con la mano puesta ya definitivamente en el oído, para oír las sanía se ejercita, se muestra tembloroso al cumplir sus etapas y avivar
palmadas que suenan por debajo del mar. How vaste, how real is a sus respetos a la parte del fuego. Ahora vemos laobra de Portocarrero,
human being, himselfor herself, nos viene a decir la voz heraclitana de en lo que ya está realizado y en la posibilidad de_ nuevas aventuras. _Se
Whitman, bañándose largamente en el río. Ahora ya no se trata de una siente un poco como el Ulises que regresa y el Srmbad que se despide
vastedad en esa inserción, sino de una expresión que no sólo sea bús- para nuevas travesías, y es ahora cuando podemos apoderamos, en la
queda o el reposo de adormecerse en una cariátide. Esa inserción en las fascinación de su entero desfile, de su delicadeza que ha dado tantas
formas prendadas por la artesanía, libera al yo de las cenizas de su des- pruebas y de su reciedumbre que ha vuelto tantas veces de las pr?fun-
censo último, para convertirse en el musgo que siente las pisadas, de la didades con nuevas vetas y nuevos signos. Portocarrero ha realizado
misma manera que el cuerpo siente la voz y las voces. Los trabajos últi- una hazaña silenciosa, sus vigilias y sus ensoñaciones han fortalecido la
mos de Portocarrero atestiguan ese estadio. Ha ido a ciertas artes sin dignidad de los hombres que preparan las romerías y las excursiones
nombre, a una jarra o verja, a las formas más sensatas de la ornamen- subterráneas. Su espera y sus configuraciones nos dan una espléndida
tación. Ha prescindido así de las cenizas del sujeto ante el soplo de la lección cubana de acumulación temporal sin prisa y de cumplimiento
mirada, y su visión lejos de aislarle es el mismo círculo del silencio, espacial en el más señorial esplendor de las formas. Y todo ha sido
donde caben el rostro último y el acarreo del ancestro. El ángel com- dicho y hecho sin presunciones de comodidad ni cosn1opolita vanaglo-
positivo, la mariposa y la feria, indistintos ya, vienen a convertirse en ria. Ha sido dicho y hecho con delicado y recio temblor. Temblorosa-
el punto, la línea y el círculo. mente como dice la vieja canción china, como si estuviese ante un pro-
fundo 'abismo como si se aventurase sobre una delgada capa de hielo.
Septiembre, 1942 Así como 'ta aparición de las letras aclara la cercanía de la casa, sin
subrayar la semejanza, el paisaje es un testimonio del recorrido de la ima-
ginación de un pintor, significa una situación que tiene que valorarse en
términos de lejanía. La misma expresión que empleamos, términos de
una lejanía, nos viene a decir una lejanía que se aísla, que la imaginación
logró atrapar como un signo, como un hecho cumplimentado. Términos
de lejanía es una expresión ambivalente como escuchando aparte.
Véase algunos paisajes de ruinas, donde por la índole de la evoca-
ción pudiera pensarse en una cercanía punzante para el pintor. Iacopo

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216 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 217

Bellini no necesita más que un pozo que jura en la limpidez de sus cua- castillo medieval, están siempre en la lejanía de su visión. Señales de un
drados de cemento, su ausencia de agua. Un ángulo de ladrillos cosmos plástico que ordena la altura como techo de los más diversos
incumplidos en su ascensión ¿la casa empezada sin concluir o la cas~ estilos y la horizontal como ciudad a la que se llega y de la que nos des-
terminada y destruida? Pero esa ruina se apoya en un arquetipo terre- pedimos como un hilo continuo que habita lo que los chinos llaman el
nal distante, intocable. No es necesario que el pintor enlace esa región camino del centro.
en sus cercanías, por el contrario, se expresa como un punto en la leja- En alguna página anterior sobre Portocarrero, habíamos hecho
nía. Se ve que esas ruinas no nacieron en un dictado de la cercanía, sino referencia a ese landscape, a ese paisaje establecido en la distancia
en un movimiento de la imaginación que se detuvo en esas ruinas traí- para circulizar la tierra ganada por la imagen. Desde entonces. Porto-
das por la mano alargada de la imagen. Para un pintor, pozo escalona- carrero no sólo ha fortalecido esa presencia de la lejanía, sino que ha
do desce~~ional y ladrillos incumplidos, convertidos en dos arquetipos ganado una nueva dimensión, el inscape. Esa palabra, traída a la poe-
que partlctpan del espíritu ruinoso, la visión tiene que ser llevada al sía inglesa por Manley Hopkins, expresa el secreto ontológico, la for-
último rincón del mundo, allí donde la imaginación llega pidiendo tre- ma interna, en el extremo de toda configuración, es como la melodía
g_ua. Esa distancia no se logra tan sólo extrayendo arquetipos para que lleva el hecho realizado a volver sobre el sujeto para provocarle una
sttuarlos en el sitio donde el pintor tiene que asistir a la cita. epifanía. La lejanía se convierte en un hecho que muy pronto el pintor
En algún paisaje de Mantegna, la dicha de las colinas se entrea- convierte en una imagen, pero la imagen reobra sobre el sujeto, con-
bre al lado de una mágica ciudad enmudecida en la total ausencia de virtiéndose en una forma interna, que es al propio tiempo la forma
sus moradores. Coliseos, minaretes, campanarios y puertas de entra- interna de la materia en su devenir y en su signo. El primer envío del
da en la ciudad, se ofrecen en un procesional de piedra quemada, ro- hecho cumplido, nos da la penetración de la imagen en el sujeto, pero
deada de mogotes habitables. Aquí el espíritu de las ruinas se mues- el inscape produce una melodía que desovilla la forma interna. La for-
tra en la lejanía, pero en una lejanía abandonada. En ese abandono de ma de la penetración es la etapa última de la materia, tal como la vie-
la ciudad ha entrado la muerte, un vultúrido se aquieta en el extremo ron los griegos, la melodía de la forma interna se resuelve en la infini-
ramaje de un árbol repelado. En el centro del árbol, algunas hojillas tud, en el crecimiento en la escala de Jacob, con la llegada de esa melo-
se untan de un betún inconmovible. La imaginación penetrando en la día que rompe la planicie de la semejanza en la externidad.
lejanía antes de extinguirse, y esa posesión que el hombre recaba en Portocarrero demuestra la medida que han ido integrando sus
ese abandono para la ausencia mortal o para las romerías flamencas, visiones, que toda ciudad se sustenta en la imagen, como toda casa tie-
elaboran la presencia de un paisaje. ne su raíz en la forma interna, en el inscape, en la melodía que devuel-
Ahí la colina está al costado de la ciudad. Sin embargo ... El encan- ve la penetración. En el centro de toda casa hay una estructura, un
tamiento de la ciudad, provocado por maldición de errancia, le presta árbol, que convierte lo real en sacramental, lo sacramental en germi-
la extratemporalidad de la lejanía. La colina contempla impasiblemen- nativo. El árbol en el centro de la casa logra un tiempo sin anteceden-
te la ciudad despoblada, con montes rocosos que presuponen la vivien- tes ni consecuentes, un tiempo resguardado de su fragmentación en los
da retrocediendo ante la invasión de las aguas crecidas. Es ellandsca- anillos de la serpiente. En lo inmediato y en la lejanía, el cubano senti-
pe de Shelley o de Turner, la emisión de un lento y blanco vapor, res- rá siempre esas ciudades y esas casas de Portocarrero, como una ima-
puesta del rocío dejado por el paso de la noche sobre el hombre o el gen que tocó el árbol. Sencillamente, como un árbol.
vegetal. Entre el envío de la penetración de la imagen y la melodía de la
En Portocarrero es frecuente la fijación de esas ciudades en un es- forma interna proliferante, el artista cuida una semilla, es un horno
pacio de lejanía y en un tiempo reconstruido. Lo mismo lo encontramos humus. Es decir, devuelve una forma viviente y una posibilidad germi-
en_ Ouro Preto, en las encaladas iglesias hechas por el Aleijadinhno; en nativa. En cualquiera de los trabajos de Portocarrero, aparece siempre
la tsla de San Luis, entre medievales techos arcillosos y chimeneas cuyo la lentitud, el ceremonial, el sacramento de la semilla en el horno
humo revela la sobremesa dilatada; en la Bagdad de Harum Al Raschid, humus. Su ceremonial calmoso le permite prolongar la vía contempla-
recibiendo incesantemente a los mercaderes que traen los prodigios. El tiva en la terraza donde la luna alcanza el signo de las fiestas de la reco-
barroco americano, la iglesia bizantina, la liturgia cismática griega, el lección, donde el sol alancea lo germinativo. Un artista tan ricamente
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dotado como Portocarrero, en esa dimensión del guardador de la semi- sabiduría, es decir, a la suspensión, al peso dejado por la imagen, a la so-
lla, tiene que conllevar un tiempo de espera paralelo a ese germen con- beranía del pulso para exhalar esa segregación del cuerpo en el umbral
figurado en hecho concurrente, imagen, penetración, melodía y forma de la forma artizada.
interna en devenir. Como ese tiempo de espera, expresa paradojalmen- En la época en que el vacío taoísta alcanzó su madurez creadora, en
te la más numerosa y diversa obra de pintor jamás realizada entre el siglo vA. de C., se logra también la plenitud del habitar esa suspen-
nosotros, nos inclina a pensar en esas rápidas recurrencias de la ima- sión, ya en una conseja del Libro del tao se nos dice, «el que se ena-
gen reminiscente en la adolescencia, espacio de crear por la imagen un mora con el cuerpo busca el uno indual». Dentro de aquel wu wei, de
hecho que sólo existe por su potencialidad para reconstruir un recuer- aquella madurez del vacío creador, la imagen fijada adquiere el relie-
do en la futuridad. La mano del garzón que siente el frío de la moneda ve del uno indual. Un búfalo, los insectos que raspan una flor, un cer-
inexistente, que huye del perro dormido, que sentado en las losetas vato, una barca, brotan en la pintura china de ese wu wei, de esa sus-
debajo de la mesa, la siente como techo, pagoda y montaña. Paraíso de pensión, observados calmosamente por el pintor, que ha comenzado
la perrera compartida, campanillas de seguir sin cansancio los saltos por situar esas incitaciones como uno indual, como brotes únicos de
del canario. En un niño movilizado en un caserón del Cerro, la imagen ese vacío donde el cuerpo penetra para atrapar la imagen fijada. El apo-
es una prolongación de la casa trasladada al hecho de las dimensiones derarse de esa imagen era considerado por los pintores taoístas, como
espaciales de la tela. He ahí la manera esencial de su esclarecedora un hecho surgido de sembrar en el espacio vacío.
cubanía en la fortaleza de la casa como imagen y en la dispersión por El tiempo de espera en Portocarrero aprovecha al máximo el tiem-
la muerte de los padres. De ahí deriva la ancestralidad hierática y resis- po en que su cuerpo se obliga a mirar la incitación que tal vez desapa-
tente de su tiempo de espera. recerá para siempre. Tanto sus árboles como sus flores, dentro de la tra-
Anteriores a toda abstracción y a la geometría de la ornamentación, dición cezanniana del no modelar, modular, están apoyadas en esas
el pintor siente las imágenes hápticas de los primitivos y de los místi- sustituciones, que forman un continuo entre el hálito y la energía cos-
cos. El cuerpo se apega a toda suspensión de donde surgen esas imá- mológica. La espera ha permitido esa integración, no su rescate, de la
genes hápticas. Entre el objeto y el pintor se establece una relación que respiración de la persona con la emanación terrenal. Durante muchas
de pronto oscila, se rompe y termina por desaparecer. El pintor tendrá estaciones, Portocarrero pintaba árboles de hiperbólica fundamenta-
que soldarlas con un grupo de imágenes que penetran en esa suspen- ción. Había estado poseído por el espíritu de la delicadeza al deleitar-
sión. Supongamos una venatoria medieval, el pintor ha fijado un cer- se con sus ángeles en la luz, pero sentía el sobresalto de sus descensos
vatillo, y ya prepara la trampa de sus carbones. Sin correr el cervato al romperse la columna de aire, el cisne de mercurio. La irrupción de
hacia el bosque, el pintor siente que ya no está. Una relación de sim- ese tronco en el tiempo de espera fijaba la misma imagen como un
patía entre su visión y el fino animal ha desaparecido. Se ha estableci- hecho rendido, que ocupando el centro de la composición le serviría
do una suspensión. Las formas del cervato habían comenzado a irra- después para extenderse por toda la ciudad. El árbol en el centro,
diar, después se han cerrado en un punto, por último, la forma evapo- impulsión de infinitos laberintos, le regalaba las cien puertas que reci-
rada y reconstruida del animal temeroso se ha desvanecido. Pero en ese ben lo furtivo, lo exhalante, el nomadismo, y devuelven lo petrínico, el
vacío el pintor oye la melodía, la serie de puntos en vibración que sigue descanso de la caballería. Desde que Portocarrero pintó aquellos tron-
a una desaparición; acaricia la forma de la ausencia de un animalejo cones su pintura adquirió su natural cauce, su revelación habitable. Era
cuyo cuerpo en su totalidad está hecho para responder al acecho con un un verídico camino de pintor, la materia misma le entregaba la dife-
alerta perpetuo, dictado por una red nerviosa, hecha para defenderse de renciación y el crecimiento. Sus tierras, su azul y su verde nacían del
lo furtivo, la serpiente que silba y salta, que diabólicamente lo persi- arraigo, de la corteza y de las dimensiones entregadas por el árbol.
gue. Ve en la presencia y en la suspensión, y compara en su balanza Ventanas, azoteas, puertas y ermitas se debieron al crecimiento inmó-
invisible los dos sabores, principio de toda sabiduría. Es el cuerpo en vil del vegetal. Todo árbol que se pinta, invita a pasar la noche dentro
su totalidad apoderándose de la imagen dejada por el cervato al huir de de su corteza, invita a pasar a la ciudad.
la visión hacia el bosque. Se ha seguido la trayectoria griega del hecho ¿Quiere lo anterior decir que la tradición del wu wei, del vacío de
cumplido en su espiral, forma viviente, al salto, al sabor, a la sal, a la los taoístas, se opone a la tradición griega dellogos optikos? De nin-
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guna manera. Se trata sólo de un cambio de operaciones, de otro sitio gados por los dedos. Visión y visión en lo oscuro y las matizaciones de
donde el pintor libra sus batallas. No era en la fijeza lograda por la ima- los dedos.
gen dentro de ese círculo de vaciedad, donde se cumplimentaba la La mano no es ya un fragmento, sino también una totalidad ani-
detención antes de perderse en la indistinción del bosque. El griego mista, ya por naturaleza, como un erizo, o per artem, como un puente
daba su batalla plástica en el peligro del contorno. El límite y la infini- o el ligamento del sonido. La mano que penetra para limpiar las aga-
tud luchaban hasta que la zona oscura retiraba sus naves. El contorno, llas del pez, vuelve con delectación sobre el cuello de la jarra, trans-
en el visible simbolismo de las figuras y en el cuerpo humano, queda- mite al pelo del gato el fósforo y el color, unidos por la gravitación del
ba siempre por encima del devenir, del lado del devenir como logos. aceite. Cennino Cennini aconseja que los pelillos entren en un cañuto
Cézanne se estremecía al observar que el contorno le huía. Ahí de buitre, de ganso, de gallina o palomo. Aliviarlos en greda mojada.
están ya señalados los dos peligros que han sido poderosamente crea- Atarlos con seda encerada. Luego para el gobernalle un asta de casta-
dores en la pintura contemporánea. Uno es un peligro ancestral: lograr ño. Y el agua clara para purificarlos al comenzar la invocación de la
un vacío creador, engendrar y fijar dentro de esa suspensión. El otro jornada. Vemos como el animismo de la mano se expande a través de
es las ondulaciones o serpientes del contorno. La necesidad de rom- una naturaleza sutilizada que el pintor respira.
per el fatalismo del contorno llevó al artista contemporáneo al con- Todo ese problematismo puede haber rozado la expresión de Por-
vencimiento de que más allá del caos está la terra incognita, y que en tocarrero, pero en él todo problematismo marcha acompañado de la
esa nueva dimensión la ocupación de la imagen sería total. Eran tres sorpresa que llega a una tierra desconocida y la va recorriendo calmo-
creencias nacidas de un júbilo dionisíaco. La creencia de que el caos samente en su especial tiempo de espera. Todo lo que él mira fijamen-
es más trágico que el combate librado en el contorno. La creencia de te, puede hacer, como Persiles, una excursión maravillosa. No obstan-
que la tierra desconocida era más creadora que el espíritu de las rui- te, es un mundo de necesidad, de fatalidad. El agua que escurre, gravi-
nas. Y la otra creencia en que lo caótico y desconocido pueden ser ta a los infiernos.
captados por una imagen liberada del estilismo crítico. El reverso ace- Portocarrero se encuentra ahora en ese momento que los griegos
chante de todo lo anterior era que una embriaguez demasiado calmo- llamaban el adyton. Su Orplid, su Fata Morgana, hallan su ley de gra-
sa puede llevar lo dionisíaco un tanto desfallecido a las nuevas Colum- vitación. La lejanía espejea en la sangre, a la entrada de las profundi-
nas de Hércules. dades. Lo inmediato, patio de la casa, se le trueca en la tierra descono-
Para un pintor de nuestros días el temor radica en que la duración cida, repasada por el trabajo de todos los días sin mengua de la sorpre-
de la imagen pueda ser captada por su verbo plástico, es decir, la simul- sa. Su acto naciente está ya sembrado en la costumbre. La continuidad
taneidad de imagen y signo. En el temor de que esa sincronización sea de su faena tiene ya la asimilada sorpresa de la nocturna estelar, de la
inadecuada, el pintor se ha refugiado en el signo, en los consejos de la identidad escarbada, en las contracciones de la semejanza. Nada se le
geometría, en una ornamentación que prescinde de todo animismo, interrumpe, si el homúnculo se le rompiese, se le encontraría en su
para refugiarse en la caligrafia china, o en una estructura reminiscente ombligo, creencia astrológica de un matemático renacentista, la direc-
sobre la que gira la imagen. Su misma mano marca un tiempo de per- ción de la fábrica de planetas.
manencia, una penetración y una salida en la modulación. La mano que El adyton en un artista es ese momento en que la tierra desconoci-
rige lo oscuro, que tornea la forma para alcanzar un contenido arquetí- da, después de haber entrado y escapado por sus cien puertas, penetra
pico, es también la única balanza para el matiz. Al penetrar en la arci- en la sustancia de su propio inconnu. Sabe que es un daimon, un ángel,
lla logra una balanza entre el máximo aprovechamiento de la potencia una figuración y una transfiguración. Sabe que el desconocido feno-
y su destreza retirada antes de la extenuación. En el pintor la mano es ménico es el propio desconocido numinoso, que es el perro que no
su órgano de primitividad, de tanteo, y al mismo tiempo, de peso de los ladra cuando se acerca el diablo, que es la vuelta del cuerpo para pene-
contrarios. La mano penetra en lo oscuro y los dedos matizan los ins- trar en el sueño, y la otra vuelta del cuerpo al despertar.
tantes diversos en la urdimbre de la tela. Aún dueño de su visión, el pin- En la sobreabundancia del arco lunar, entre el sueño que no inte-
tor tiene en los dedos la conciencia palpatoria. Tiene los ojos para la luz rrumpe la sucesión y el alba que comienza en un punto por rasgar la
y los ojos del ciego que reconocen en la súmula de los instantes, entre- seda, el ancestro. En la adolescencia recuerdo mis ceremoniosos salu-
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dos al padre de Portocarrero. Su devoción pQr el recitativo se anclaba comenzó a recoger las formas ofrecidas en sus distancias, la gravitación
en las décimas calderonianas sobre el libre arbitrio. Grandes mosta- de las figuraciones aparecidas al regir el centro del reencuentro de la
chos, que el hijo ha conservado como una superstición. Atuendo negro, visión con la mirada. La naturaleza, reto del mundo fenoménico, y la so-
inseparable de una digna madurez. Y después preguntarle por su hijo. brenaturaleza, mundo de símbolos en devenir, empezaban a tocarlo con
Su respuesta placentera: «Está bien, sigue pintando.» Pero, ay, ya él no la voracidad de un Eros de conocimiento plástico. En esa dimensión en-
puede damos esa respuesta, pero su imagen sí puede oír la nuestra, contramos ya su ángel y su mariposa. Sus dos primeros arquetipos, to-
pues es ahora el que pregunta, y su alegría al oímos: está bien, sigue mados del intelligere cum angelis de la teología medioeval y de las
pintando. Su necesidad, su fatalidad. Al adquirir Portocarrero la madu- metamorfosis entre los griegos. Cuerpo de diamante, transparencia para
rez de su desarrollo como artista, la continuidad de su labor parece la luz, y las transformaciones en el devenir. La relación entre lo sobrena-
como si acechado por un peligro tenaz, la única manera de conjurarlo tural y lo natural aclarada por el ángel. La relación entre lo natural y lo
fuesen los signos que día a día graba sobre la tela, para alejar a la tene- sobrenatural, hecha misterio en cada uno de los fragmentos totales, don-
brosa Hera, dueña de las moradas subterráneas, intérprete maligna de de una luz descomponiéndose en la mariposa iguala la iridiscencia pira-
los descensos de la luna fría, en el día del año dedicado a los engendros midal del rayo atravesando las nubes. Los egipcios creían ver en esa
infernales. refracción las escapadas del alma en la muerte. Reaparición y recono-
Es el momento de describir una circunstancia de la obra de Porto- cimiento en el extenso de un logos cinegético.
carrero, en un día de triste excepción. Recibimos la noticia de que la Aquí el ángel no se limita a ser un arquetipo ascensional, ni la tría-
madre de nuestro pintor había fallecido en una finca en los aledaños de da coral que guarda el ser esencial, donde los blancos y los amarillos
Regla. La noche, relucientes todas sus colecciones estelares, era dema- se despliegan en los juegos de transparencias intervenidos por la luz,
siado húmeda para un asmático temeroso. Gemía al llegar y al despe- los ángeles de Portocarrero comienzan por servir de intermediarios
dirme en el helor de la madrugada, creía que no podría llegar a mi casa. entre la naturaleza y la figuración. Los ha utilizado no tan sólo en
Pero la visión anterior había sido de opulenta maravilla en la tierra des- temas hagiográficos, en los acudimientos del ángel con el alimento
conocida, omada con ribetes sombríos por el día de excepción de la sobrenatural eucarístico, sino en puntos donde la luz de la tela necesi-
muerte familiar. La finca rizaba sus sorpresas en la artizada naturaleza ta agudizarse y contrastarse. A medida que sus ángeles se arracimaban,
coruscante, en el medio la casa de un criollismo noble, todas sus piezas aquel blanco y amarillo se trocaba en la policromía de la luz refracta-
revelaban un refinado vivir. En la sala los cuadros de Escobar mostra- da. Su angeología no cae nunca en el manerismo, pues no tratada en
ban los antepasados señoriales. En los alrededores la finca enarcaba sus sucesión causalista su obra, sino en el espíritu que anima las formas,
fascinaciones en las grutas y sus juegos en los surtidores cambiantes. porque su ángel antes que ser un reiterado arquetipo ascendente y
Las palmas con señalada estrategia guardaban distancias ideales. Ya transparente, transmigra a la mariposa. En algunas de sus catedrales
defendían roqueros con apretada sutileza botánica. Ya trazaban la altu- aparecen ángeles sorprendidos en lo alto de columnas truncadas. El
ra adonde se lanzaba la punteada presunción de los surtidores. Ya en los ángel, la suprema sabiduría de la total ubicuidad, tiene aquí como una
muros últimos de la finca, donde chillaban los faisanes las sombrías inocencia que va alzando con sorpresa la cabeza, bien guamida por las
interrupciones errantes de la noche, movían sus grandes hojas en los alas entrelazadas. Esconden una sorpresa, un pudor, una malicia sin
avisos de los soplos marinos. Pero en el centro de la casa, la muerte, la daño, pellizco apenas en el sueño de la realidad.
necesidad, la fatalidad. Fue el momento en que comenzó a pintar los Su ángel representa, en realidad, la espiral, la curva dinámica del
troncones, persiguiendo la anchura de la fundamentación. El oculta- espíritu vital. El propio espacio exige un signo, cuando ya el ángel
miento del ancestro por la muerte, lo llevaba a la totalidad del arraigo, asciende para colmarlo. Pero ya la complacencia del ángel en sus bie-
a las desmesuradas raíces en búsqueda del río, al develamiento del deve- nes naturales, fue causa del despeñadero en los abismos. Véase su sem-
nir vital. piterna cercanía con la naturaleza, pues para mantenerse en plenitud de
Entre aquella botánica de propio arraigo, con un esclarecimiento co- su transparencia, tenían que justificar el eterno olvido de su posibili-
municado por sus ancestros, con una creadora marea que lo penetraba dad de encarnación. En cuanto el ángel recupera su naturaleza, piérde-
para darle por anticipado la medida de sus posibilidades, Portocarrero se. Su tendenciosidad a las hijas de los hombres, termina siempre en
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crecidas de diluvio, con conversión de malditos en pedernales fríos. del color. Ya no es el vigía de la medianoche, el ángel dormido cubre
Esclarecen y abrasan, pero ese abrasamiento de orden sobrenatural tie- al mundo, se ha transformado en una infinita carpa pensante.
ne el ordenamiento natural de las llamas de toda plutonía, perfección Mientras, como ya vimos en lo anterior, según el decir del teólogo
en el símbolo danzante del devenir. San Juan de la Cruz no puede evi- poeta, los ángeles jugaban a flores del orden sobrenatural, los encuen-
tar llamarle a los ángeles flores de las praderas infusas, gracioso y subi- tros de ángel con flores o con paserinas de plumaje solar, engendraban
do esmalte en un vaso de oro excelente. Los ángeles como flores, de las mariposas, profanos ángeles del orden natural. El intelligere del
San Juan de la Cruz, recuerdan el demonio mosquito, de Santa Teresa. ángel está entre el vivir del animal y el sentir del vegetal, aquel vacío
Flores, una agudeza de la gracia en la naturaleza, acogidas por el reci- recortado para fijar el ciervo, antes de hundirse en el bosque, por obra
bimiento plenario de los sentidos. Aconsejados los ángeles en el mira- de ese espacio donde el ángel opera y transparenta, une como lo que
dor de los humanos, algo de éstos les allega y les da apego por los dos pasa debajo de un arco de luz, o esclarece con una candela la sucesión
órdenes en las dos naturalezas. Lo natural y lo sobrenatural, sin tener de lo oscuro, gárgola tragante.
la corriente del mismo anillo, se miran con cierta impregnación. Para A veces, hemos visto un mueble en extremo elaborado, pintado por
esas vigilias, completas en las miradas de los dos ordenamientos, pare- Portocarrero, y a su lado una mariposa con toda su iridiscencia mati-
ce estar hecho el milagroso verso de San Juan de la Cruz: rompe la tela nal. La peana colonial alza con total esbeltez su ébano rizado. Las for-
de este dulce encuentro. N o habían llegado a unión las dos naturalezas, mas en extremo opulentas tenían la compañía de la plenitud del color.
cuando parece que ya han dejado un recuerdo por el apego en la dis- Destácase el mueble en un primer plano, para dar paso al cuidado del
tancia de la intermisión. artesano que traza molduras, pámpanos, figuras de sostén, listones que
El ángel pictórico de Portocarrero está dictado por el mediodía. juegan una geometría simbólica de laberintos espiraloides. En su
Parece recordar que lo bello es lo más justo, y lo más justo, el medio- extensa serie sobre los interiores del Cerro, uno de los momentos más
día. En su dibujo Primavera, el ángel sólo repercute por su ausencia, significativos de su arte, al mismo tiempo que expresivo de nuestras
pero en la lejanía, en el espíritu que agudiza las figuras, ya el ángel era más esenciales realidades para el vivir, logra por la iluminación de
una divinidad escondida. Su ángel parece esconder, sentarse sobre los muebles, lucetas, mamparas, patios con surtidores, figuras casi siem-
baúles donde están los escondidos, o señalar con su índice el oculto pre en gesto de espera, una de nuestras parcelas artísticas donde lo
tenebrario. Cuando después Portocarrero llega a sus motivaciones de cubano alcanza naturalmente su universalidad. Muchos de los palacios
máscara, el ángel escondido, señalando la figura masqué, parece guar- de ese barrio han sido destruidos, o alterado su ordenamiento, o con-
dar el rostro fijo, arquetípico, invariable. En otra de sus acuarelas, el servado tan sólo el hechizo de uno de sus fragmentos, Portocarrero ha
mediodía angélico seduce la medianoche vegetal y su ensoñación inde- podido reconstruirlo en su existir, apoyado por sus recuerdos infanti-
terminada. Allí los ángeles, manejando la sutileza de sus insinuacio- les. Las paredes, las puertas, la riqueza ornamental de los muebles,
nes, señalan el arquetipo del Eros buscado. Avivan la figura, rozan su están hechas en su realidad para fijar innumerables detalles del arte del
desnudez, tratando de descansar sus brazos para iniciarlo en las com- vivir. Nuestro pintor ha reconstruido ese barrio, en una forma que que-
probaciones del tacto sobre los hechizos de la medianoche. Los dos da como el camino para sus futuras catedrales.
ángeles manteniendo en el desvelado la tensión, procuran allegar el Sus mariposas aparecen como puntos referenciales para el color. Se
arquetipo a un punto donde la ensoñación y la realidad destellan. han apoderado de todo el color y lo hacen vibrar, trasladan como una
En su óleo El ángel dormido, rechaza las virtudes intermedias, o el columna sin peso todo el arco iris. Se refracten, avancen o retrocedan,
arquetipo del ángel ascendente, para recuperar una totalidad. Curvado ante cualquier oposición de densidad, ganan un ángulo con todos los
el ángel sobre su propio pensamiento, se extiende por todo el cuadra- colores. El agua liberada de sus profundidades se llena de reflejos. Nos
do de la tela. Sin perder su figuración, el ángel invade todo el color, alejamos y parece que una piedra de las profundidades se apoya sobre
comunicándole a la materia como una abierta movilidad. El arquetipo, los colores, los destruye y pulveriza en irisaciones que se entonan y se
abandonado a la cantidad de movilidad, se disuelve en unas pastas deshacen. En sus desfiles, en sus motivos de carnaval, la mariposa
envolventes, a las que ha logrado transmitir un absoluto inteligible, una interviene en el frenesí, se descompone en innumerables colores que
materia interpretada, angélica por su docilidad al eco y a la respuesta muerden al danzante. El aire se deja invadir por esa teoría de las muta-
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ciones, logrando que el espíritu del torbellino esparza el color, que el nacimiento de una nueva alegria, participando en la integración de
como la manta, el pez diablo, parezca volar en las profundidades mari- un coro que transfigura en otro cuerpo y en otro instante. El recuerdo
nas, comunicándole a los reflejos una tinta tan espesa como diversa en del Greco en estas crucifixiones de Portocarrero, con su color que eva-
sus tonalidades. pora la combustión de la materia, lanza su avivadora sal a la hoguera
Al lado de un mueble retorcido y opulento, en una cámara barroca transfigurativa. El color desenvuelto como una nebulosa hasta su con-
que muestra su pleno en la sofocación de su exceso, la mariposa es la figuración, así la pincelada es gruesa y parece seguir las leyes de su
medida del color, un arquetipo de la luz invadido por los colores de la secreto movimiento, hasta que el tiempo transfigurado interviene en
flor. Un signo de asombro intacto. En uno de sus interiores del Cerro, aquellas extensiones de color y lo hace crujir como si un relámpago
una niña contempla posada en su mano una mariposa que suavemente avivase las provocaciones rendidas de la arcilla.
la interroga. El diálogo, intraducible, se prolonga entre el perplejo Este tratamiento en la crucifixión como culminación de toda
inmóvil de la niña y la mariposa domesticada. La luz que se refracta transfiguración, adquiere su plenitud en Portocarrero en el espléndi-
como un caballo alado, tiene en la mariposa ese punto de color que se do lienzo sobre el Cristo de Trinidad. Ahí aparecen las colinas, el tem-
deja acariciar. El ángel, la mariposa y la flor, tienen en su obra la pre- plo y el sacrificio en la transfiguración. Las colinas y el templo se tra-
sencia de un acto trinitario, con un poderoso espíritu unitivo: las meta- tan en una lejanía tensa en la búsqueda de su aproximación, como en
morfosis del color, la luz y la refracción de la luz y un punto de recu- espera del hecho que se va a consumar. La cruz se yergue sobre la tie-
rrencia temporal: la flor. rra, traída por las aguas, así en la tradición del pueblo de Trinidad,
En aquella oscilación entre el ángel y la mariposa, entre el arqueti- como si la crucifixión hubiese tenido lugar en una realidad temporal
po y las metamorfosis, Portocarrero, en sus crucifixiones, va a ganar y terrenal que nos pertenece. La violencia del color rodea el sacrifi-
una más profunda y terrible vía, la de la transfiguración. Ya no se trata cio, los colores tropicales concurren a la consumación en una rever-
de una espera, para que el espíritu de las mutaciones llegue a configu- beración peculiar. Es un llamado hecho al hombre en el propio idioma
rarse, pues en la transfiguración lo arquetípico y la metamorfosis de su naturaleza.
adquieren la plenitud de su presencia y desarrollo. Veamos a una de sus Un repaso critico de la plástica de Portocarrero se podría cumpli-
crucifixiones, la del paneau de la iglesia de Bauta, cómo el ángel mentar en tomo a los agrupamientos por temas, ya ángeles, mariposas,
recostado en la horizontal de la cruz se detiene en lo indescifrable de la casas del Cerro, crucifixiones, catedrales, plazas, ciudades, juglares.
tau, de un dios que paga un precio mortal para regresar a su ordena- Estudiar esos agrupamientos, formando una insularidad de motivacio-
miento sobrenatural. Sus manos parecen querer sostener la figura nes, seria apoyarse tan sólo en lo sucesivo que se entrega. He aquí un
ultrajada, pero su rostro comprende que es un dios, en cuyo destino no error muy difundido por la critica de elementales solfeos de las habi-
puede penetrar, que vuelve otra vez a su morada. Contempla, un tanto tuales cátedras de historia del arte. Producto del facilismo, de muy
absorto, aquella suprema prueba de la transfiguración. En un espacio escasas e inservibles intuiciones acerca de las obras cuya sola mecáni-
totalmente iluminado, el vacío taoísta que se vuelve creador por sí mis- ca brinda, comienzan por aceptar un desarrollo sucesivo, como si en la
mo, la figura, colmadas todas sus vicisitudes, se transfigura, es decir, obra de un creador no hubiese rectificaciones creadoras, vueltas a los
adquiere su plenitud al trocarse la figura en arquetipo, en la duración comienzos, balbuceos aun en sus momentos de mayor madurez y cosas
de un instante que es la semilla de toda la temporalidad acumulada. En ganadas de un súbito, para siempre en los primeros tanteos y aproxi-
la eternidad de lo coral sólo puede situarse lo transfigurado, lo plena- maciones. Semejante al desarrollo de lo temporal donde el tiempo for-
rio espacial en la eternidad. ma islotes, campos magnéticos, desarrollos circulares, que hacen que
En esa dimensión de lo transfigurativo, la pintura de Portocarrero una persona a quien saludamos la víspera como rozagante y estrena-
ya no es tan sólo lo barroco, está animada de una poderosa fuerza dora, al día siguiente le sorprendemos las arrugas y aun dificultades en
ascensional gótica, cuyo espíritu traspasará a veces a las construccio- la marcha, a tal extremo que al paso del tiempo al aflorar de nuevo el
nes de sus plazas, comunicándoles un crescendo en la infinitud. El recuerdo, pensamos que debe estar paseando, rodeado de sombras en
color de los paños, los pliegues de las túnicas, los agrupamientos, el los Campos Elíseos, y días más tarde vemos la reaparición de la figu-
ángel sorprendido por la agonía que lo doblega, pero que ya cree intuir ra, pero con la sorpresa de una nueva ligereza en la playa, rodeado de
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sus amigos más jóvenes, saliendo de la onda'. como un delfín, rodeado recepción de los muertos. De ahí la frecuencia de la esqueletada en el
de líquenes y de cangrejos. carnaval, de los muertos, en su sobrenaturaleza, que llegan al borde del
Una crítica que sea creadora, es decir, que engendre en el espectador río. Ejercicios de purificación en que rechazamos una parte de noso-
un acto naciente, un centro de simpatía irradiante, tiene que partir del tros, en que incorporamos una parte que no nos pertenece. Rechazo del
animismo de lo cohesivo. En esos islotes de lo temporal expresivo, bus- visible hecho para la muerte, aceptación de lo invisible como purifica-
car la nueva especie que surge de lo logrado, pero no como una entele- ción en toda máscara. Rechazo y purificación, primer atuendo para la
quia, sino con sus mismas razones oscuras, aun con sus frustraciones. visita de los muertos.
Tiene así la crítica, logrado ese nuevo espíritu de lo cohesivo, que vol- Portocarrero nos ha dado una muestra en extremo valiosa de esa
verse hacia ese oscuro creador, hacia esa frustración que engendró un avalancha de lo invisible en la recepción de los muertos y en la purifi-
nuevo conocimiento, partiendo del error de lo no logrado. Por ejemplo, cación como espera para preparar la sobrenaturaleza, en un impecable
en el momento en que lo que es verdaderamente creador lucha en Miguel cuaderno dedicado a las máscaras. Se inaugura el cuaderno, en un jue-
Ángel con el manierismo, descubrir qué es lo que une en un animismo go que evita las sorpresas anticipadas, con la figura que muestra en la
fuertemente cohesivo, su Sibila de Cumas con el prescindir en los ánge- mano su máscara. Contempla la máscara como si contemplase un espe-
les de las alas y buscar en la tensión de los talones, su ascensionalidad, el jo. Entre la máscara y el rostro se esboza un paralelo, tan sólo que en la
primitivo fervor hacia la altura, el cielo como techo y la montaña como máscara hay un momento de proporciones como para penetrar en el
primera casa orante. Sorprender en el cansancio que se esboza en un orden nuevo. En toda la expresión de Portocarrero existe siempre esa
artista mayor como Miguel Ángel, el fervor en la búsqueda de la altura, enemistad, ya armonía, ya reconciliación, entre naturaleza y sobrena-
como un primitivo que ve en el desprendimiento de la levitación, un dios turaleza. Ambos órdenes, enemistados o reconciliados, subsisten. En
que impulsa, no el símbolo de las alas como apoyo para el vuelo. la primera figura del cuaderno, aparece ya la totalidad que se va a desa-
En la reminiscencia de la transfiguración nace la máscara, mante- rrollar en una variadísima combinatoria. Generalmente cuando sus
niendo en el hombre una medida alcanzada o por alcanzar en su vuel- figuras se paralizan, una muestra gran acopio de argumentos; la otra,
co sobre otra circunstancia. La máscara es la permanencia del orden se esquematiza, como si quisiese permanecer por su rechazo de ele-
sobrenatural en los efimeros. Hay una dimensión en el hombre en que mentos aceptados por la figura que enfrenta. Las manos ocupadas con
se exige el gigantismo, el canto y la permanencia conjura! del tiempo frecuencia en magia de suertes geométricas, abanicos o sombrillas. En
transfigurativo. En una época de plenitud clásica, el XVII francés, el la ocupación de las manos, ocultas a veces detrás de unos listones
rostro soportaba, antes de perderse en la sala de baile, la máscara de corintios sobre el pecho; en otras figuras, joyas como flores, pero siem-
cera, que fijaba la transfiguración vuelta hacia lo humano, y la másca- pre un ritmo con los juegos de las máscaras y los rostros en los bailes
ra del orden sobrenatural, en la que apartándose de las habituales regio- o en la llegada a la terra aliena. En otra de las láminas un enmascara-
nes contempladas por el rostro, aparece la transfiguración del rostro do jefe tribal, opulento como en la visita a un mercado, tiene a su lado
distinto, propio de un mundo sobrenatural, que comienza por destruir a una presunta infantina, cuya máscara de timidez rectificable muestra
el rostro y el ordenamiento natural de anterior pertenencia. Cuando una corona feudal. El primer enmascarado está lleno de símbolos, de
alguien muere, la máscara de cera es intraspasable, adquiere una tona- alusiones y flechas, la figura que le acompaña está reducida a un
lidad gemebunda y trágica. Ningún rostro se atrevería a llegar a una esquematismo esencial de gestos, de líneas, la sencillez del acopla-
sala de baile, con esa máscara de cera que no puede vencer el recuerdo miento de la máscara con el rostro es de una lograda reducción del
del rostro sobre el que se apoya. La otra máscara, la que se aplicaba hecho al signo. Al final de la colección la máscara ya ha realizado su
sobre la máscara de cera, estaba ya hecha para la tierra transfigurativa proeza, el rostro con el cuerpo acompañante desaparecen. La máscara
en la nueva región. La máscara de cera estaba para guardar la desola- se extiende en un brazo, la mano se apoya en un bastón de soporte esfé-
ción del límite en la muerte, la otra máscara para penetrar en el acerca- rico. En otra de las figuras finales de su colección de máscaras, el ros-
miento terrenal de los muertos. tro desaparece en el acoplamiento para la penetración en el mundo
En la cultura etrusca la mascarada y las purificaciones se verifican sobrenatural, el resto del cuerpo aparece resguardado como un embal-
enfebrus, febrero, y en ese mes se hacen también sacrificios para la samiento para la eternidad.
230 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 231

En el esclarecimiento de sus símbolos, al fin, la máscara aparece en a encontrarlo en su pintura de flores. Es un mero antecedente causalis-
el diablito de las iniciaciones o purificaciones. Si el mal sólo es ausen- ta sus flores previas a sus mascaradas, pero desde el punto de vista del
cia o negatividad, su rostro sólo es máscara, anticipo de un rostro en la instante configurativo de color y formas, sus flores y sus máscaras son
reprobación. En la carnavalada hay un punto de intersección, un ins- simultáneas. Algún texto último de Portocarrero (1962), nos revela que
tante en el que el subterráneo de los muertos se vuelca en la visitación mientras pintaba los diablitos de nuestro carnaval, meditaba en las flo-
con los vivientes. La imagen de lo sumergido y el espíritu de la visita- res. ¿No expresan ambos, diablitos y flor, la misma absorción de la
ción forman en el carnaval un punto que es una imagen. El diablito vie- energía, lo unitivo del devenir y la cristalización? Llamas, instantes,
ne de lo invisible, lo representa. Es la energía de los muertos, en un coro despedidas. Este elemento vegetativo en la obra de Portocarrero es
viviente igualmente hierático. Escondidas las máscaras en un escapa- extraordinariamente rico. Ya vimos cómo después de la muerte de sus
rate de tres lunas, en una barbacoa, irrumpen por el conjuro o el día padres procuraba arraigarse en aquellos troncones de extremada fun-
señalado. La vivienda de los muertos, los muñecos con el espíritu damentación. Se destacaban en un llano rodeado de colinas, o bien se
como el fósforo, las luces que caminan sobre el río de noche, saltan curvaban buscando un entrelazamiento comunicativo. No obstante
como si recibiesen en su médula la punción de una luciérnaga. Es el estar arraigados en una esencial cubanía, recordaban los mitos egipcios
instante del carnaval, que Portocarrero ha interpretado entresacando de la fecundación. Osiris en el mundo subterráneo de los egipcios es
del diablo danzario la hilacha candela. Cubre al diablito con oscurida- también el dios de la fecundación, en el centro del círculo de creci-
des señoriales de calamar, lo exorna con aletas como alas de un pez mientos y muertes. Esta fase del sumergimiento, de lq que se oculta en
manta, en las que se recuesta como en una concha blanda para el salto. una estación para reaparecer de nuevo, es en extremo suscitante en esta
En un equilibrio sincronizado mantiene sobre los vaivenes de su testa pintura. Ese mundo del sumergimiento le entrega su hieratismo. Todo
la opulencia de color regalada en una cestilla de frutas, que exhala una lo que él ha pintado nos causa la impresión de llevar implícita su esta-
sierpe curvada sobre el oído. La naturaleza sometida a la energía del ción de sumergimiento, para reaparecer de nuevo como las hojas del
diablito, en estas pinturas de Portocarrero donde la dicha se transpa- trigo en la luz. Esa escala vegetativa se muestra en un recorrido de tron-
renta en una enigmática fulguración, se aviva, se cuartea, rectifica una cos, hojas, flores y frutas, en una especie de árbol en el centro de la ciu-
bocanada en un pasillo de sortija, aunque el pez conserve su sudor den- dad, del pintor y del cosmos. Augura siempre un crecimiento de médu-
tro de la masa de agua. Su diablito ha traído al carnaval una naturaleza la de saúco, espejo coloidal de los comienzos.
que participa del nuevo turbión tanto como de lo orgiástico ancestral. En un mosaico de Portocarrero, que se encuentra en nuestro Museo
En nuestro carnaval, parejo con la esqueletada, va la burla de los Nacional, la figura está rodeada de hojas y de aves presagiosas. Sus
estilos. Los marqueses, los venecianos, el alacrán y el fuego, el galle- hojas tienen tanto de resguardo emblemático, como de ornamento pri-
go y el bailongo, el sombrero de copa con la manteleta para borrar el mitivo que une la naturaleza con la figuración geométrica. La hoja
sudor, delante la farola rotando en el seguimiento de la Selene cerosa. liberada de su sostén vegetativo, tiene del signo y de la proporción. En
Con un palo de piñata se rompen las gárgolas de los estilos, el estiba- la hoja hay siempre algo del resguardo contra Hera, diosa del infierno,
dor ceñido de plisados y encajes, estornuda a lo vienés. Se le ha esca- a la que corresponde también el dominio del aire. El trigo renace ro-
pado un diente de oro, es la señal para empezar la arrollada. Así Por- deado de hojas. Resguarda la semilla de los demonios del aire. En los
tocarrero burlándose de la antítesis de los estilos habituales ha mez- lienzos de Portocarrero, donde la hoja interviene, el hieratismo, el mito
clado en sus carnavales el frenesí y la serenidad, ha colocado ~áscaras egipcio de la fecundación, los convierte en un escudo que nos defien-
sobre rostros escultóricos. Equilibra sus figuras con peanas, sombrillas de y acompaña en el sumergimiento y en el demonio del mediodía.
y bastones. La plancha metálica de los colores del diablito se apoya en Portocarrero se acerca de nuevo a ese tema de la fecundación, en su
una peana de coruscante relieve. La sombrilla, agujereada, deja pasar gran dibujo Palemón el estilita. La columna ha sido reducida al mínimo,
la lluvia y el sol. En lo orgiástico el bastón es la orden de mando, lo fáli- para lograr el predominio de la vegetación. La prescindencia de la casa,
co sin apelaciones. el total triunfo del vegetal, están representados por esa columna como
Si tuviese que señalar en la propia obra del pintor, un antecedente centro de la composición. Parece que anegada por el variable recorrido
de esas mascaradas en el mes de la visita de los muertos me decidiría de la hoja, la columna se acoge de nuevo a su puro espíritu troncal, no
'
232 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 233

sustitutivo de sacrificar en el bosque. Allí, p0r la soledad, por el absolu- bita su destino, depende de la noche placentaria que lo rebasa, su icneu-
to de la total elección, el hombre en lo alto de la columna parece tener el mon, su fuerza destructiva para lograr una medida lo acompaña con
secreto de la casa del árbol. El yo en lo alto de la columna árbol se ha ane- terrible ternura. La aceptación y el rechazo hacen ondular sus flores, el
gado en la naturaleza, para después lograr la unidad transparentada de los éxtasis de la forma tocada se prolonga en aquella terateia de los grie-
dos órdenes. El torbellino y el resguardo de las hojas llevan su soledad a gos, lo maravilloso que tiene tanto de excepción como de costumbre.
la comunión sacramental con la naturaleza recorrida por la voz, ya por el Portocarrero, en algunos de sus últimos escritos sobre pintura, ha
espíritu sobre las aguas, ya por el verbo sobre la tierra. señalado el estado de inocente primitividad de la correlación niño-flor.
En algunas de sus naturalezas muertas, muestra la gozosa con- Como la flor, pudiéramos decir, busca el niño, y como el niño se hun-
fluencia formal de nuestras frutas: el criollísimo frutero levantando el de en la flor. Como la flor, arquetipo del instante, requiere los sentidos
triunfete de la piña. Sus escamas de oro quemado y su cortesana cabe- ina~gurables del infante. Cada éxtasis en lo temporal, requiere nuevos
llera de algas, han logrado todo su esplendor en Portocarrero. Así como sentidos que le son connaturales. Cuando la flor alcanza su plenitud, su
el Estilita en lo alto de la columna mostraba su desamparo, la belleza éxtasis, nos viene a decir Portocarrero, el niño la llama Juana. N o hay
formal de nuestras piñas se ha mostrado en lo alto de verjas y muros de ninguna Juana en su familia, pero el niño ha creado una familia que al
azoteas. En lo alto de esas columnas vemos la piña mostrar su exquisi- paso del tiempo coincide con la de su sangre, donde esa Juana respon-
ta dilatación en el olor y el sabor. Su antitético reto al tacto, ya hirien- de siempre que él la llama. Una vez más la verdad del artista se ha
te la corteza, ya regalada piel la pulpa que rinde lentamente sus humo- impuesto a la realidad del mundo exterior.
res. Cerrada en sus formas, la vemos en estas naturalezas de Portoca- «El delicado afán de algunas plantas para alcanzar la luz. La deli-
rrero, hechizar la colaboración de todos los sentidos. Veo ahora una de cada paciencia geométrica del Uccello», nos dice en el mismo citado
sus mejores alabanzas plásticas de nuestras frutas y en especial del escrito. Portocarrero siente vivazmente esa morfología, esa coinciden-
suculento reinado de la piña. Un gallo curvado en la fascinación de su cia de la naturaleza y del hombre en una geometría natural. De esa
policromía cierra la composición. Pero no es el gallo elemental, mote- manera, el coralario que aparece sobre una concha de tridacna, tiene un
rón de colores, proclama de un cóncavo barroco pechugado. Proviene crecimiento semejante al que el artista le sigue otorgando cuando la
del sacrificio de las iniciaciones. Es el gallo untado con toda la energía coloca sobre una peana barroca en el interior de una casa del Cerro. El
del diablito. Es lo denomíaco sacrificado a la consumación de las for- afán de crecimiento en la naturaleza, ha coincidido con la larga espera,
mas, quedando lo luciferino emanando en el aire pleno. con la paciencia, que al acumular y distribuir su voluntad, sigue un rit-
Quisiéramos entresacar la expresión consumación de las formas. mo natural. En la lejanía los pliegues arenosos del desierto remedan
En el tratamiento de lo vegetativo, es donde Portocarrero ejercita con una cebra que camina hacia nosotros. Estos problemas de morfología
más severidad esa consumación, ese sacrificio que el artista realiza de y de perspectivas de traspasos de un cuerpo a otro en la lejanía, son
continuo, entre las vicisitudes del devenir hasta lograr la forma y el muy numerosos en el extensísimo cosmos plástico de Portocarrero. El
dilatarse del éxtasis formal en esa región de los hechizos en su perma- coral que pasa a una concha moluscoidal, la concha que como una
nencia. Es en sus flores donde Portocarrero ha expresado ese éxtasis cerámica china de dos colores pasa a la peana barroca, mezclan la bús-
del instante, esa corriente que al buscar una configuración logra la pro- queda de la luz natural y provocada para llevar el crecimiento discon-
fundidad del esse non esse, de algunas hierofanías que se expresan a tinuo a la forma y a la paciencia requerida para que una geometría cos-
través de lo manifestado y de lo no manifestado. Lo que los egipcios mológica trueque la naturaleza en una ciudad, en una medida para el
lograban por medio del icneumon, es decir, lo que destruye para que se hombre. En ese mundo anterior a la cultura, lo colosal es dimensión y
logre la medida del hombre, el fiel entre la creación y la disolución. Al tamaño, pero para los griegos colosal es lo que ha sido reducido a figu-
lograr que la llamada rata del faraón destruyese los huevos del coco- ra. Ya tendremos más ocasión cuando penetremos en una de esas ciu-
drilo, hacían habitable por los humanos el valle del río. La rata del fa- dades de Portocarrero, de detenemos en esa principalía del artista: el
raón se escapaba de los recintos sagrados, y sin aprovecharlos para su hombre segregando o haciendo naturaleza.
nutrición, comenzaba a destruir los huevos de un exceso de fecunda- Vemos en las hojas de nuestro pintor, ese mundo de la fecundación
ción que dañaba al hombre. En Portocarrero, como todo artista que ha- egipcia, el culto de Osiris. En el mundo de las formas, la flor y la mari-
234 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 235

posa no son indistintas. En el ropaje de Isis'hay algo de la flor y de la va a considerar el mundo de todos los días como maravilloso, eterna-
mariposa. La diversidad coloreada en el lino del ropaje de Isis, tenía la mente naciente y renovado. Situada la imagen del otro lado, el objeto
iridiscencia de la mariposa, la transparencia de la membrana de colo- por el análogo del doble, gana la unidad de los dos órdenes, es forma
res para el vuelo. El blanco centelleante, el amarillo de la flor de aza- formante y es imagen dentro de un círculo que vuela.
frán y el púrpura, rebrillaban en su túnica con bordados de estrellas y El hecho formal, de Klee, se relaciona con el principio del contac-
los más diversos frutos y flores. to eficaz, de Kandinsky. Tiene a su vez puntos de contacto con el prin-
El mundo de la vegetación es la expresión del sumergimiento, de lo cipio de la necesidad interior, formulado por el mismo Kandinsky. Esa
que muere sin agotar las condiciones de la posibilidad. Vimos cómo en economía se fundamenta en la delimitación, mediante la cual sobre una
la muerte de sus padres aparece en Portocarrero aquel arraigo de los superficie se destaca un objeto material. O bien la abstracción, a la cual
troncos poderosos. En un tiempo cíclico reaparece en Portocarrero ese pertenecen el cuadrado, el círculo, el triángulo, el rombo, el trapecio y
mundo del renacer fecundante. Así reaparecen en su pintura de 1944 las innumerables formas cada vez más complicadas que no tienen
esos troncos, pero ahora más cubanos, más necesarios desde su raíz nombre en las matemáticas. Para un artista que se expresa, ese contac-
hasta la indistinción de la copa en los colores que giran en nuestra to eficaz comprende la inmensa zona donde la delimitación y la abs-
atmósfera. Brotan del sumergimiento de lo ancestral y de la estación de tracción se entrelazan. No hay una oposición entre el «en alguna par-
la posesión solar. El árbol es en su pintura una vasta zona de lo posesi- te» con el «éste» de Kandinsky, seducido como estaba el gran gnósti-
vo sobre la ciudad y la energía del diablito. El círculo de la energía luci- co de la pintura contemporánea, por el requerimiento goethiano para la
ferino se abre en nuevas espirales, los entrelazamientos del árbol van pintura del «bajo continuo».
organizando la nueva ciudad en la imagen que se reconstruye. Portocarrero ha sentido también el friso de la identidad sobre el que
Así podía hablar Klee de la sinfonía formal, del arte como génesis se verifican esos enlaces y sustituciones. «El pintor, nos dice, es ese
no como producto. En breves líneas nos ha señalado lo que para él era hombre expulsado del paraíso de la inmediatez.» Pero hay una preci-
el camino de la expresión artística. El fuego en su devenir, en la ener- sión, una nitidez, donde el pintor se libera de la condenación de lo suce-
gía humana de su propagación, traspasado a la mano que lo lleva al sivo, para lograr «el hecho formal» fuera de lo temporal, un «éste»
cuadro de donde brota una chispa que vuelve otra vez al ojo. Existe cuya polarización es el espíritu universal. Con esas seguridades de con-
para Klee una fuerza formante, que liberada de todos los demás ele- cepto y de visión, va preparando esas ciudades más allá de las empali-
mentos, logra constituirse. Pero para que el pintor obedezca la totali- zadas, el sumergimiento del «éste» trae como consecuencia el surgi-
dad de su fuerza forman te, había ya que romper con ellogos optikos de miento del hecho liberado de las secuencias. Hay un hecho puro que el
los griegos. El sentirse invadido por las fuerzas que ascienden, por la artista siente ascender: Van Gogh pinta unos zapatos viejos, parecen
energía cosmológica, por las invisibles pero respirantes interrelaciones usados por todos los hombres y por un solo hombre, U ccello dibuja una
entre el devenir y el acto que expira. Si dependiese del ojo griego la copa de cristales talismánicos, queda como el arquetipo del cuenco de
visión del pintor contemporáneo al llegar a circulizarse la persecución la mano que refracta la cascada. La mano, después de su diálogo con el
del hecho formal, se refractaría en innumerables ruedecillas. Pero sa- espíritu de las aguas, alza la copa. Portocarrero pinta una mariposa, del
bemos que al llegar la visión del pintor al muro, no comienza el tamaño de un vultúrido con las alas muy abiertas, y sentimos el deve-
réquiem de su fracaso, por el contrario, su visión nace ya armonizada nir de la lava coloreada llevar a la ciudad del hechizo un color que se
con la pululación de la otra ciudad que comienza al saltarse la empali- entrega a otro color que renace, que se convierte vivazmente en el olea-
zada dellogos optikos. La sinfonía formal de Klee se logra en la inte- je de lo temporal. El hecho puro puede ser habitado por lo más noble
racción de la vertical de la esfera lejana con la horizontal de «en algu- del hombre, ahí están su cuerpo y su imagen, su muerte y su resurrec-
na parte». Ya el mundo del pintor no puede surgir de la visión creada ción. Cuando el artista logra el hecho puro, en el tiempo no causal, con-
por el ojo, sino de la ciudad que está del otro lado de la empalizada. Allí vierte su cuerpo en imagen y su imagen en cuerpo. Ha creado su sabi-
encuentra amigos, familiares muertos, cabañas a la orilla del mar, habi- duría, su profecía y su bienaventuranza.
tadas por pescadores silenciosos de inmensas redes. Su imagen más Las construcciones de Portocarrero, del otro lado de la empalizada,
allá del límite, de la línea del horizonte, del tabique subterráneo, lo lle- región donde se ha penetrado transfigurado, gravitación de la imagen,
23 6 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 237

relación de los dos ?rdenes, comienzan por no prescindir de sus ele- parejo con el de las figuras en primer plano. La figura que representa
mentos anteriores. Angeles, mariposas, máscaras, flores, representan una voraz lujuria casi en la más tosca animalidad, está enmascarada,
un mundo categorial plástico: arquetipos, metamorfosis, transfigura- se muestra desollada, corta de piernas como un cerdo. Rota la piel, las
ciones para el orden sobrenatural, o lo que el pintor llama tiempo mun- entrañas muestran una pululante diversidad de color. Rojos, grises,
do, reaparecen en los trabajos que ahora vamos a repasar. Una pared la azules, violetas, se revuelven en las entrañas revueltas. La otra figura,
puede tratar regida por las incesantes metamorfosis, como si desplega- en una forma en extremo lograda, muestra la lividez de la sorpresa, la
se la volante iridiscencia. El mundo egipcio de lo vegetativo estacio- ajena animalidad ha logrado inmovilizarla, tironeada parece que
nario, la flor del azafrán, blanco, amarillo y bermejo, acompañan cual- retrocede sin término. Los colores parecen rotar siguiendo el torbelli-
quier despliegue de sus construcciones en la proliferación incesante, no de infernal voracidad que los dictamina. El elemento dinámico se
en un devenir que busca despiadado lo simbólico que evapora, que ha apoderado deLcentro de la composición, pero al fondo la casa de
invariablemente se deshace y renace sobre su propia respuesta. un verde quemado se deja recorrer por sombríos corredores, mundo
La imagen de la casa es la infancia. En los interiores del Cerro se arterial de la alejada edificación, que aliado del cuerno sangrante de
puebla la imaginación del despertar, del inaugurar los sentidos sumados la luna, contemplando el grosero diálogo de las criaturas, muestra sus
al tacto que comprueba. Aquellos retratos de Escobar, en la mágica deli- rameados laberintos. La sucesión en los mismos colores que van inva-
cia de la granja de sus ancestros, se mezclan en la medianoche a la vida diendo las dos figuras, se reitera en toda la tela, con la salvedad de la
de sus moradores, disimulando las distancias con objetos reconocibles, casa verde del fondo. Aquí el color parece como la piel de un cuerpo
amistosos, huellas de una extraña visitación. El garzón, arropado para que se va extendiendo de acuerdo con sus necesarias progresiones. El
un traslado gozoso, cambia los interiores de su casa por el exterior natu- color no se distribuye como para llenar los contornos dibujados de la
ral de la finca de gloria. Va así elaborando su imaginación, extraída de figura. Se va desenvolviendo en sus metamorfosis, creando figuras,
la felpa envolvente, de los retratos que descienden y condescienden, de edificando ciudades, transformando como decían los taoístas de la
la sorpresa infantil de saber que lo van a llevar a otra ensoñación en otra época clásica, el brazo izquierdo en un gallo, el brazo derecho en una
casa. Pero además, es muy frecuente en la familia cubana, cuyo fino ballesta.
tejido de resistencia llega siempre a constituir la casa como centro para En la historia pictórica de la ciudad, Monsu Desiderio y Antón
las prolongaciones de la imaginación, tener que receptar en algún Caron han creado inmensos funerales, visiones de sibilas, apoteosis
momento de su desenvolvimiento, lo que hemos llamado el espíritu de donde la ciudad y el bosque han hecho una inmensa pira, ya El palacio
las minas. Así la niñez del cubano que ha sido llamado a expresar sus ideal, de Facteur Cheval, semejante a un cuarzo elaborado por un
sensaciones, queda siempre como la nostalgia de ese momento de pie- arquitecto enloquecido, rodeado de un bosque de estalactitas. Pero esos
. nitud familiar. Entre nosotros la niñez del artista habitó un palacio de preludios de la dosis de sueño y realidad, caros a los surrealistas, no
plenitud familiar, que al paso del tiempo los más diversos hados, ya los están en la fundamentación de las ciudades de Portocarrero. No parten
de la sangre en sus apasionadas exigencias o los de la necesidad en sus de la imagen en el orden natural, sino de la gravitación del orden de la
irrisorias variantes, se encargarán de destruir. Rodeado de ese mundo sobrenaturaleza. Son mucho más profundas que una suma ecuestre del
arenoso, que se formaba y deshacía al conjuro de vientos indescifrables, sueño en la lejanía y de la vigilia en lo inmediato. No parten de la ima-
entre tentaciones que tenían lo inapelable de la fatalidad, nuestros artis- ginación, sino de una inmensa masa coral que se transfigura, que pene-
tas han tenido que buscar la isla de las pascuas infantiles. En Portoca- tra en la nueva región, para las que ha creado leyes de gravitación siem-
rrero sus inmensas plazas y catedrales son como una trágica venganza pre hacia el centro del espejo y de la esfera universal, de la distancia
que ha triunfado, en una de las formas más prepotentes de nuestra que busca su esclarecimiento en el árbol.
expresión, contra ese espíritu de las minas. No es una súmula la que anhela Portocarrero en esas ciudades,
Vemos una de esas casas surgidas de la plasmación de su imagen nacen de la unidad del Eros de la niñez, el espíritu de las ruinas se ha
en el Cerro. La casa pintada no del fiestero verde de nuestros bosques, transformado también en el orden de la sobrenaturaleza. El pintor ha
sino de un verde expectante, secamente rasurado por el tiempo, se comenzado por saber que si edifica plazas y catedrales, la ciudad le
levanta sobre su soledad, sin vecinería. El tamaño de la casa marcha pertenece. El niño ha reemplazado la casa derruida por el paseo de la
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LAMATERIAARTIZADA 239

gan a un paréntesis espacial que se complementa con todo el macro-


ciudad, por el desfile del mundo que creía e'ncerrado en su casa y que
cosmos. El papalote lanzado por Goya, en La Grotte, une la espiral, la
ahora reencuentra en su transcurrir alegre. Cuando Portocarrero
dinámica ascendente del espíritu de las ruinas con lo estelar. Para un
comenzó a pintar sus ciudades, debe de haber tenido la sensación de
pintor lo estelar es el complemento obligado de todas las variantes de
que el sótano y el techo de su casa del Cerro, iban creciendo en aspas
cruzadas a su lado, en silenciosos paseos. la población de objetos, geometría y cuerpos ~ue_ d~spla~a. Sabe que la
proliferación incesante de sus figuras en la Inflmdad tiene que estar
En esos resueltos laberintos que unen la casa con la ciudad, quisie-
apoyada en la dinámica de su tratamiento de lo estelar. .
ra yo recordar dos cuadros, uno del Greco, otro de Goya, que explican
Dentro ya de la ciudad, en espera de la llegada a la plaza y de la edi-
mejor el crecimiento orgánico de la ciudad en la sobrenaturaleza, que
ficación de sus catedrales, Portocarrero iba a detenerse en prolongadas
es la manera también de Portocarrero. En el Monte Sinaí, del Greco, la
experiencias morfológicas de manifestaciones fe~oménicas y de figu-
pequeña ciudad parece situada en el centro de un castillo fortaleza. ~le­
ras geométricas, de superficies surcadas por honzontales barrocas Y
gan las caravanas y los más extraños viajeros, los montes vecmos
verticales góticas, de incesantes laberintos con su hilo y sus monstruos.
muestran como caras humanas en relieve. Los montes rocosos ofrecen
Carretes de energía y espirales ascendentes, altemab~n c~n ca~aco~es
escalinatas para llegar a la vaciedad de su culminación. El color gira
y el caracol del oído, las altas gargantas de las florent~nas ~maginanas
como una espiral lanzada a lo estelar receptivo. Es la tierra requema-
con el cuello de las jarras, las sogas de los puertos medlterraneos con el
da, la ciudad oprimida por la piedra, los montes indiferentes a las esca-
hilo de Ariadna. Desenvueltas esas figuraciones en un color tumultuo-
las para el hombre. Es un lugar propicio a las transfiguraciones. Alcan-
so, tan variado como exuberante, les comunicaban a las redu~ciones y a
zar esa altura, es manera de vivir, es ya transfigurarse. La naturaleza
la geometría una carnalidad de reto _Y re_spuesta,d_e la luz. VIstos en_su
que rodea al hombre en esa dimensión, es ya sobrenaturaleza.
horizontalidad, las más diversas motivaciOnes, cahces, caracoles, puna-
Veamos ahora el prodigioso La Grotte, de Goya, donde lo estelar
les, serpientes, dados, torres de copas levantadas por eq~ilibristas
gravita en tal forma sobre el fragmento de edificación que se muestra,
japoneses, bigotes, sombreros tejidos, no pueden presumir de una
obligándonos a la reconstrucción de una totalidad invencionada, q~e
demorada estancia en su accidental, pues el relumbre del color le pres-
nos lleva a la inicial de ese momento que va a transformarse. La arqui-
ta incesantes sustituciones, entrelazamientos y apoyos. Sabemos que
tectura derruida ha sido sustituida por lo estelar, con tal fuerza para el
todas esas figuras irán proliferando, que están todas avivadas ~orla
nuevo acoplamiento, que parece una pintura para la complacencia de
secreta ley de su ascensionalidad. Esa plenitud gozosa de la prolifera-
un demiurgo. Las bromas, las solemnidades, las sorpresas, agrupadas
ción al cobrar su furor de verticalidad, adquiere después en sus catedra-
en torno de la mesa, en un lateral del cuadro, mezclan la alegría ino-
les 1~ textura de una suma imponente de horizontal y vertical trepando
cente del escondido debajo del mantel para que lo busquen las palo-
hasta alcanzar la tregua de la agujeta, que después de haber res~mi~o la
mas, con la figura enfática del hombre báquico, un poco Rembrandt,
imploración de lo coral, alcanza el triunfo de lo unitivo y la vert~cahdad.
un poco del Velázquez que se burla de los guerreros, para formar un
agrupamiento que transcurre con sorprendida sencillez en sus trans- El gran acierto de Portocarrero consiste e~ ~~ber llevado 1~ hor:~ontal Y
la vertical del simple plano de la composicion, a esa culminacwn de la
portes a una circunstancia no interpretada, pero que, no obstante,
ciudad y de la plaza, a la ascensión constante de la catedral, de ~aber
parece ofrecerle una tregua. En ambos cuadros del Greco y Goya, el
unido la horizontal con la mano vertical del Pantocrator. Muy leJOS de
tratamiento de lo estelar ha sido resuelto en forma de prepotentes tur-
esta pintura, esos ejercicios de composición a la manera de Mon~an,
biones en espiral. La materia utilizada por los dos pintores, evapora y
donde el cruzamiento lineal está reforzado por un fragmento del circu-
rota. Es la totalidad del hombre que penetra en la totalidad de su cir-
lo, pero en Portocarrero, en la intersección de horizont_al vertical, está
cunstancia. Por el tiempo entreabierto se ha llegado a lo espacial que
la mirada del hombre o del dios escondido. Su profundidad nace de no
se transfigura, que es al propio tiempo un inmenso potencial transfi-
gurante. olvidar que la agrimensura es el preludio d~ la _ge~I?-etría, que_ la casa
del hombre visible antecede a la casa del Dws mvtsible. Las cmdades
El cuadro iniciado por Goya en su Visión fantástica, se termina en
que puebla, mezcladas a un crecimiento me~ioeval, a la encantadora
realidad en La Grotte. Las dos figuras aladas, arrebatadas por la ima-
diversidad de la juglaría, nacen al lado del no o amuralladas por los
ginación sabática, llegan a un monte con una puerta. Al traspasarla lle-
240 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 241

bosques, no por diseños que prescinden de la onda heraclitana y el ár- la ciudad, donde se participa del crecimiento por el oficio, la ceremonia
bol central. guerrera o religiosa, los juegos de armas. La plaza era el reducto de esos
En algún grabado chino Fou Hi, fundador del bastón sagrado, inmensos desfiles, ya de la concurrencia de los mercaderes, ya de la
empuña la escuadra, su hermana Niu Kua, el compás, ambos se entre- representación de autos sacramentales, de las mascaradas y los juglares,
lazan por las dos colas unidas. En la Edad Media se reconocen también de los fastuosos colores de las estaciones germinativas y del sombrío fre-
los constructores de compás, cúpulas, cimborrios, y los de escuadra, nesí de las danzas de la muerte. La plaza está utilizada por Portocarrero
muros, ventanas. Entre los chinos la escuadra sigue siempre el Dosel como un cuarzo mágico que le permite ver la delimitación de cada obje-
Celestial, logrando medirlo. Las ciudades de Portocarrero parecen to en su unidad y los entrelazamientos de la diversidad. Tuvo la dicha de
hechas siguiendo esa orientación. La escuadra avanza sobre una curva poder recorrrer la habanera Plaza de la Catedral, una de las hermosuras
del compás. La fundamentación casi siempre en colores terrosos, vio- más permanentes entre todas las americanas. Muy cerca de la calle de los
lentos; los arcos, los fragmentos del compás, se resuelven en azules mercaderes y los oficios. Muy cerca, el mar, los bastiones, el desembar-
espesos, de profundidad, surcados por el amarillo metálico de la noche cadero de los hombres de guerra. Muy cerca, el hechizado Castillo de la
estelar. Un amarillo interrogante en un azul cerrado, el azul inconmo- Fuerza, con las rondas de Hernando de Soto, saltando por las almenas
vible de las crecidas nocturnas, mientras el gnomon rojo, gris, negro, como un humo que se evapora con desgano, después de escaparse del
como un procesional va avanzando al seguir la paradoja! constelación fondo del río. La casa derruida, que en un momento de su vida atraviesa
terrestre del Carro del Toldo, es decir, la techumbre, los ejes, las rue- todo cubano, termina en los fastos perdurables de la Plaza de la Catedral.
das, la galga, perseguidos por el cuadrado mágico que se descompone Los paseos infantiles de Portocarrero, con el sótano y el techo en la ima-
en escuadras. gen de su casa del Cerro, terminaban en la plaza donde se cumplimenta-
En sus trabajos de factura abstracta, la espiral dinámica subsiste ban los desfiles de las corporaciones y los disciplinantes, y en el domi-
trocada en la dirección del movimiento del color. Fue para Portocarrero nio de la plaza, formando parte del cuadrado, no en su centro, la catedral,
un momento ascético de delimitación y de elaboración de gamas frías. batida por las letanías de un oleaje cercano.
La diversidad de figuras y de símbolos que él había puesto en movi- Portocarrero ha pintado la Plaza de la Catedral en un día de festi-
miento, está reemplazada por una extensa superficie blanca, donde val. Graciosas parejas de criollos regocijados se abandonan a las ondu-
comienzan a reaparecer triangulaciones complementarias de ese color. laciones de una de nuestras contradanzas. Todo el primer término está
No existe en su pintura abstracta, un reemplazo del objeto o del cuer- ocupado por una contingencia tumultuosa a la que la danza da ocupa-
po por una figuración geométrica, sino una constante exploración geo- ción, proporción y suave frenesí. La catedral, al fondo, no está tratada
métrica sobre la durée, la resistencia de cada cuerpo, su sostén último todavía en su ascensión gótica, sino con el desenvolvimiento curvilí-
ante los asaltos de la temporalidad. Ha pintado un diablito, buscando neo de un pórtico barroco. Las ondulaciones de la danza parecen apo-
dentro de la fluencia de una figura en el tiempo, aquel momento en que yarse en el barroco curvo, asimilador de toda la espaciosa diversidad
deshecha la sucesión, se logra una verdad en que no dependemos de de la horizontalidad. En la curvatura de las piedras del pórtico y de los
aquel acecho. Un cuadrado de dos lados inclinados, en el centro un cír- cuerpos en la danza, la brisa, depurada por las colinas y las playas,
culo, ocupa la figuración del diablito. Pero en ese círculo se observa un extiende una matización voluptuosa de azules, oro moteado y franjas
reojo, una oblicuidad propensa al salto, que nos deja un diablito esen- coralinas.
cial, pura gala de lo quiditario demoníaco. La triangulación de las man- En esas plazas la opulencia de color de Portocarrero luce toda la
gas y de las piernas, unidas en un diablito danzado que brota del cen- magnificencia de su plenitud. La pizarra roja de los techos, al lado de
tro mágico de un ojo que logra fijarse dentro del remolino. La abstrac- los azules en las profundidades de cada curva de piedra. En lo alto de
ción ha logrado expresar la energía, ya no en la forma de espiral, sino columnas lucen sagrarios de estalactitas que descomponen la luz en
de un círculo situado en el centro de recurrencia de la totalidad del volantes colores, sueltos como espirales por la plaza abierta. Las
movimiento. columnas independizadas de sus conjuntos lucen en su remate casetas
En sus laberintos de figuras, Portocarrero preparaba la diversidad de con cruces bizantinas, parecen ermitas vacías en espera de extraños
asistencia a sus plazas, por eso necesitaba el ordenamiento medioeval de visitadores.
242 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIA ARTIZADA 243

Cuando se dice que Portocarrero ha pintado catedrales, esa expre- En la miniatura donde por modo tan prodigioso se muestra el espíritu
sión debe tener más connotación que cuando nos referimos a Monet o epifánico, aparecé el edículo gótico, que Portocarrero utilizaría en
a Utrillo. En nuestro pintor después de un extraño recorrido adquirió muchas de sus plazas. Pequeña edificación en las encrucijadas de los
un valor total, sumular en el sentido medioeval, de signo, arquetipo, caminos, el edículo gótico tiene algo de sagrario, de templo abreviado
metamorfosis, sumergimiento y hecho cumplido. Era un inmenso que recoge las oraciones de los peregrinos, Portocarrero en sus plazas
logos que podía asimilar, reunir o incorporar cuanto había hecho con lo enriquece con ornamentaciones barrocas, agrandando las columnas
anterioridad, desde las viñetas hasta los trazados curvos del carbón que sostenedoras y dándole nuevas fascinaciones a la caseta que parece
señalan los distintos planos en la dimensión a cubrir. Le permitían el guardar sacramentales misterios. Portocarrero los ha trasladado de los
trazado de un signo sin detenerse ni rechazar el devenimiento de las caminos a sus plazas, enriqueciendo con esos edículos góticos la cer-
metamorfosis. Un poliedro (je cristal de roca, que cumplidos sus ejes canía de sus catedrales.
de cristalización, conserva la riqueza germinativa de color en sus muta- A lo largo de los caminos que lo conducían a la catedral, nos deja-
ciones. Así como los chinos de la era de los reyes sagrados, para resol- rá el recuerdo de la casa pinareña, con sus columnas anchurosas, como
ver el paralelismo no concurrente de tiempo y espacio, cada diez mil aquellos troncos con los que nos había dado una señal tan convincente
años contaban un ciclo, en el símbolo de la catedral veía Portocarrero de su arraigo. Las casas de techo bajo muestran esos portales apunta-
el tiempo en el vacío temporal, la eternidad, y el espacio transfigurado lados por un exceso columnario para soportar la criollísima furia de
que le perrnite acoplarse de inmediato a la tierra desconocida. La cate- nuestros vendavales. Las casas, con sus azules y rosadas columnas, con
dral le autoriza la incesancia de la suma y el permanente escarbar en la sus enredaderas numerosas y frágiles, muestran su reciedumbre en sus
identieiad. aparentes excesos de soporte. No obstante la delicadeza de sus colores,
Los paseos que había impulsado el espíritu de la casa derruida, ter- de la regalía de su follaje curvilíneo, del esmero de una botánica que
minaban en la imago que iba alcanzando la madurez de Portocarrero. crece sin el temor de las pruebas que tiene que soportar, la casa pina-
La naturaleza y la casa de su niñez se transformaban en la catedral y la reña resiste con gracia y poderío las sombrías exigencias del espíritu
sobrenaturaleza de su madurez. Su imagen iba adquiriendo el castillo, de las ruinas. Portocarrero encontraría en esas casas pinareñas una
los caminos, la plaza y la catedral. Así como ya vimos, en relación con mezcla de delicadeza y resistencia que su pintura expresa por modo
el mundo vegetativo, el tiempo del sumergimiento, es en el mundo de inimitable. La fineza justa que le sale al paso al tiempo furioso y lo
la sobrenaturaleza donde Portocarrero realiza otro tiempo visible, enreda y lo vence, es una constante de su trabajo de pintor. El tiempo
cenital, tan misterioso y profundo como el de la estación sumergida. Es del juglar, ya lo hemos dicho, pero preferimos reiterarlo por el signifi-
el tiempo del juglar en el castillo. De pronto, una tribu errante, una cado que tiene en la obra de Portocarrero, visible, cubano, cenital, se
familia desconocida, el envío de un pueblo lejano, un misterio en suma, iguala en su pintura con el tiempo del sumergimiento, invisible, telúri-
adquiere su visible en un momentáneo coro que se aposenta, durante co, cosmológico.
un tiempo que no es el sucesivo causal, en el castillo. Vemos otra vez En ese tiempo del juglar que transcurre en la brevedad de un juego
cómo en el curso de su obra, cón1o ellandscape, la visión lejana, bro- en el castillo, entre el bosque y su demora en la plaza, que busca y logra
ta de aquel inscape, de aquel recogimiento del torturante paisaje cer- por otro modo que el que hemos llamado tiempo del sumergimiento,
cano, de los hechizos de la casa, los retratos, los paseos, que el garzón vemos algunos dibujos de Portocarrero, con la alborozada llegada de los
logra incorporar mientras dialoga con esas sutiles acometidas del mun- juglares al castillo. Un león de feria cubre todo el primer plano, cerca
do exterior, pero que después cree perder o desvanecerse durante el del juglar, con las manos juntas en oración, favorece la elegancia de la
sueño, asombrándose de nuevo al reencontrarlos. fiera reposada. Otro juglar pasa con la alegría que le dará su estancia en
En ese tiempo del juglar tenemos que contemplar La Vendimia y La el castillo. Todos los moradores absortos en la contemplación de las
Epifanía, en Las horas dichosas del duque de Berry, siglo XIV. Al final destrezas y prodigios. El magnífico dibujo está logrado con un esencial
de los paseos de su adolescencia, Portocarrero se había detenido para esquematismo, con una economía de medios que se van reservando para
repasar esas dos miniaturas, que fortalecían su imagen de castillos, la cabeza del león, donde un tratamiento barroco y tiernamente irónico
catedrales, caminos y techumbres pizarrosas de la ciudad medioeval. termina por cerrar la composición con un alegre sortilegio.
244 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIA ARTIZADA 245

En ese tiempo transcurren los Banquetes, uno de los mayores vienen a decir los pensadores que vivieron en la época de la edificación
logros de su pintura. Los pescados y las frutas sobre los manteles, se de las grandes catedrales. Portocarrero situaba así en sus catedrales la
vuelcan sobre los sentidos en una avalancha gobernada. En su trata- progresión dentro de la medida del hombre y el color que sigue en su
miento de forma y color muestra Portocarrero la diversidad de sus inscape los impulsos dictados por una imagen que va más allá de ese
recursos y la sutil adecuación del color al relieve de las formas. Los discontinuo para elaborar un encuentro de los dos órdenes, de las dos
gestos absortos, a veces sombríos, como tocados por una extraña mal- naturalezas. Esa imagen seguía también los impulsos de su Eros infan-
dición, tienen un hieratismo como en espera de un signo que aclarará til, que transformaba el crecimiento en la infinitud en una diada inde-
su destino. Los copones, heridos de reflejos, soportan la profundidad finida. El garzón al desfilar por los caminos se ha sentido la pareja de
del vino medioeval. Regidos por un encuentro presagioso de señores y todas las cosas que su visión ha fijado, su Eros ha encontrado su cauce
juglares, sus emblemas oscilan para avivar el color en sus metamorfo- en la diada que crece sin cesar, un poco a la manera del Unicornio,
sis. En el tiempo del juglar, llevada y despedida al castillo, la concu- entre el bosque que lo hace invisible y la incandescencia de la imagen.
rrencia del banquete lleva en sus raíces a la dispersión y las luces en la La misma imago de su infancia situaba en el sótano de la catedral la
medianoche los enigmas de la próxima aventura. muerte, como antaño en el sótano de la casa derruida, el tiempo del
La dispersión continúa hasta la nueva concurrencia en la plaza. Allí sumergimiento; y el techo de su casa, la misma casa de la infancia, cul-
la tribu misteriosa se aposenta en el atrio de la catedral. Portocarrero en minaba en la agujeta de la catedral, tiempo del juglar, saltaría como pri-
alguno de sus murales, principalmente en el que realizó para el Teatro mera pregunta hecha a la sobrenaturaleza.
Nacional, cumple su finalidad de unir esas poblaciones movedizas, ese Monet ha pintado catedrales con el relativismo de la sensación,
inmenso séquito de juglares, emigrantes, actores, seres fragmentarios, Utrillo las ha reiterado con la fijeza de su aislamiento, pero Portoca-
desprendidos de ciudades milenarias por las invasiones y el llamado rrero ha pintado catedrales con un sentido muy diverso, con un exten-
del espíritu errante. Su movilidad, el fervor de su errancia, se detuvo en sísimo desfile que llega al absoluto de un crecimiento vertical. Lo este-
esos seres en el cuadrado de la plaza y en las ordenanzas de sobrenatu- lar es en su obra tan viviente como un organismo que recepta todas las
raleza dictadas por la catedral. Donde ellos se detuvieron, contem- incrustaciones coralinas, todo el furor de los sumandos, todos los inte-
plando la edificación que asciende sin tregua por lo oracional, el coro, lectos agentes, para usar la expresión escolástica, que se imantan en la
la agujeta, el hálito transfundido en la materia harinosa. Devorados por sustancia estelar, todos los peregrinos que caben en la constelación del
un destino que no interpretaban, obtienen en la catedral el crecimiento Carro del Toldo. La mano del Pantocrator se cruza en su obra con la
sin límite natural que sus vidas necesitaban. El mural se prestaba a la mano del juglar que cubre el aleph persa. Ha atravesado el laberinto
detención de esa inmensa fluencia en una gran superficie, y Portoca- minoano, encontrándose al final del mismo con la bruja que dirige los
rrero que había llevado ese conjunto en sus plazas, encontró en el mural ocho vientos y las veintiocho mansiones en lo alto de la torre de esta-
la extensión y la visibilidad apropiadas para llevar la totalidad de su lactitas, preparando los festines. Ha bajado a la catedral por la calle
visión al muro, grandes conjuntos de expresión en la madurez de su donde el obispo cruza bajo palio, y se ha retirado a dormir por la calle don-
arte, mostrados a grandes conjuntos de espectadores, que observaban de el mariscal, con la espada desenvainada, como en las tablas del Tarot,
esos coros transfigurándose en la plaza y obteniendo una alegre y ple- va a llevar su caballería a las márgenes del río, para que se nutra con la
na sobrenaturaleza. yerba de larga vida. Ha asistido a representaciones teatrales en Esco-
Por el crecimiento en la infinitud, en la catedral la horizontal cia, para oír la última obra teatral de Eliot, donde los highlanders sen-
adquiere su absoluto. En la dimensión de la horizontalidad, la ciudad tados en primera fila sonaban el tambang y el tittibuck y la infinita
vuelve al bosque, el bosque envía con indescifrable frecuencia sus tri- melodía del zootivar. Se ha quedado absorto allí donde las crónicas
bus errantes sobre la ciudad. En la dimensión de la verticalidad cre- deben recoger la muerte del colibrí sobre la flor azul pinareña, for-
ciendo en la infinitud, la imagen por la distancia crea una incandes- mando una nueva flor donde el crecimiento y la muerte participan por
cencia discontinua, un resplandor rojo, naranja, amarillo y blanco, que igual. En un país sin catedrales góticas, ha sido el edificador de la gran
va penetrando en un azul como dimensión estelar de profundidad. catedral. Y su edificación había recorrido los caminos seculares del
Supongamos un punto luminoso y tendremos una esfera luminosa, nos bosque y el castillo, las casas con columnas salomónicas, las plazas
246 JOSÉ LEZAMA LIMA

donde coinciden el tiempo del sumergimiento y el tiempo del juglar, al


recordar que los gitanos, desde la época del rey envenenador, eran lla-
mados los egipcios. Al darle las gracias a Portocarrero por el impre-
sionante espacio que ha poblado debían de dárselas en una acción de
gracias en nuestra catedral, rodeada de calles como barajas, con las Todos los colores de Mariano·
mutaciones que transcurren en cada día y en cada noche, con el pórti-
co invadido por canastas, con el laberinto audicional de los peces y
bigotes de Sils María y los dolores de parto de Molly Bloom. Así esta En verdad que iba resultando peligroso para nuestro pintor recién
obra imponente que abarca desde la mariposa hasta la catedral, que venido encontrarse de pronto, o con retrasada lentitud, con los envíos
convierte a Portocarrero en uno de los grandes pintores americanos, anteriores. No era una fascinante panoplia las dimensiones del arsenal
iniciada con el perplejo tembloroso de deslizarse, como en la canción con que se encontraba. Se había trabajado entre tantas demoradas inse-
china de la época clásica, sobre una delgada capa de hielo, culmina con guridades que tampoco le podían mostrar unas cuantas preciosas defini-
la temblorosa reciedumbre de la oración anselmiana: «Enséñame a ciones. ¿Podrían mostrarle, a pesar de su irrefutable cansancio actual,
buscarte y muéstrate al que te busca.» ciertos hallazgos de cara sorpresa o ciertos leves pespuntes, donde el pin-
tor siguiente pudiese redescubrir puntos referenciales? Tenían que pare-
Mayo y 1962 cerle figura giradora de estampa, pintores con los que se tropezaba o rese-
ñar como primitivos los que si no mostraban fuerzas primiciales, al menos
habían ocupado un espacio que tenía que perdurar como los más leves
entretenimientos del destino. Mantenía a esa generación anterior las ele-
gancias de abrir los ojos a la luz, pero también la fealdad que se deriva de
una contemplación a deshora, o de propias exigencias cuya oportunidad
podía discutirse. Generación que abría los ojos al ajeno deslumbramien-
to, creía fabricar cuando reconstruía, adivinar cuando recogía el dictado
del espejo. Generación necesaria desde el punto de vista de lo ornamen-
tal sucesivo, de sustanciales hallazgos dudosos o poco hurgados, abría un
paréntesis desmesurado de viente años, que tenía que atolondrar o deses-
perar a los que venían después, que imposibilitados de toda tregua tenían
que trazarse de nuevo una continuidad invisible. Tenían que aunar la rup-
tura y la continuidad invisible, el respeto y el rapto, la herejía y el acatar
un lugar irremplazable que había sido cubierto. Y así fue un doble pro-
blema de delicadeza: la amistad formal que encubre los más secretos pla-
nes para no llegar a la grosería renacentista de la no justificación indivi-
dualista, que quiere a toda costa no escoger entre los dos ejércitos.
Esa generación había sido necesaria, pero la continuidad de los
puntos de su parábola, que se había iniciado con cumplimiento y recta
interpretación del tiempo, terminaba ya en el puro hastío de un inte-
rregno humoso o en prolongaciones indecisas. La noble Tabia del artis-
ta que reduce sus símbolos a balcón y a serpiente que se hunde y rea-
parece en su cola -espera de la artesanía y misteriosos hallazgos en la
fidelidad de la substancia-, no estaba ya en aquella generación, ni por
el contrario mostraba reencuentros, reconocimientos, fatales amista-

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248 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 249

des. Entre las dos últimas generaciones había tan sólo relaciones de ciones, esas vistas fijas nos parecían una costosa equivocación. No se
delicadeza, pero no de intercomunicación. Se recogía la nobleza de una venía a pedir un reemplazo más, sino a coger de nuevo los objetos y
actitud, pero se desconfiaba de la obra. Unos, nutriéndose de migas, sumergirlos, pasarlos por el polvillo de un crepúsculo que danza y oscila.
insistentes, insuficientes, o repitiendo las tres o cuatro verdades que Nos habíamos ido acostumbrando a cierto artista que descubría o
creían haber adquirido. En lo hondo había una diferencia radical: restaba en vez de cumplir, que mostraba el fracaso como la última posi-
maneras del oficio, modo de entrar en el taller. Mientras que la anterior bilidad insalvable. Claro está que entre nosotros ese descubrir, era prefe-
generación de pintores -aquella que se había despegado de los aca- rencia por otro descubrir, reproducción de otra aventura en la cual
démicos- había mostrado una muy trágica irresolución: la técnica alguien había salido despedazado. Hoy nos acogemos a la bondad de otra
infiel y las formas yuxtapuestas, ambas desacordes; la actual, se sentía postura: alejamos lo contemporáneo, lo vemos con más necesaria tregua,
más resuelta al aunar experiencia de trabajo y forma adquirida. ¿Podría y los envíos de épocas más lejanas los asediamos con más perfilada
situarse acaso por eso en una actitud presuntuosa? amistad. Debemos así llamar a Goya un contemporáneo, un compañero
Solamente queremos señalar algunas virtudes, la vuelta a algunas vir- de aventura, y a Matisse, un maestro de cuyo taller nos separan varios
tudes. Experiencias de taller, es decir, normas, trasunto de la propia adqui- cambios de parejas de caballos. Al desaparecer ya la distancia en el tiem-
sición; no ley, producto de un burdo proceso de homogeneización. Nor- po, podemos en el espacio realizar otras piruetas, situar nuestra voluntad
mas, no leyes, canon, no fórmulas. ¿No recordáis el tema de los órganos en la forma acompañante que nos plazca. Así cuando vemos a Mariano
del xvm: la fuga per canon? Las generaciones vuelven las cosas oscuras, apoderándose de ciertas riquezas sutiles de Cézanne y de Picasso, es que
pero los artistas de vida prolongada nos llenan de claridad y de pronta res- ya empieza a verlos no en contemporáneo, sino a distanciarlos. Un cam-
puesta. De vida prolongada que comprende desde las primeras humilla- bio de óptica que era necesario como la última prueba de esos maestros.
ciones hasta el cabal reencuentro en la unidad. Quizás la mayor ganancia Veíamos a Picasso en contemporáneo: Inquiríamos por sus épocas, por
de la actual generación esté en no creer en el orgullo de su ruptura o desa- las raíces que pudiera tener su época griega; lo impulsábamos a que
simiento y sentir que las generaciones no surgen en el necesario contras- intentase un acercamiento con Goya; veíamos elementos diabólicamen-
te de lo sucesivo, sino en localización de creación, en nacimientos que se te impulsados que la destreza de la composición iba reduciendo a un pun-
producen como forma de distintos fenómenos de cultura. to de trágica gravitación. Herejía mayor, veíamos también a Cezánne en
Hablábamos de técnica infiel y de formas yuxtapuestas. Para no contemporáneo: la copa de los árboles reemplazada por un volumen de
demoramos en la atracción del desarrollo de ciertos temas genéricos sombras; la manzana que en su inicio había sido una esfera adquiere
anclémonos en ciertos recuerdos. Vemos una campesina de Bretaña, los dimensiones por los accidentes de su vida en suspensión. ¿Esa primera
tres planos directos y sucesivos, se abren en fáciles semicírculos, que van nueva actitud frente a Picasso pudiera nacer del convencimiento de que
a tener inmediato eco en un color metálico, extendido, que viene a defi- los nuevos artistas no podrán ya demorarse recorriendo su última etapa?
nirse en un contorno rotundo, que siempre acusa a la luz, pero sin recibir- ¿Se mostrará un interregno nostálgico en la plástica porque ya Picasso
la ni resbalada. El primer plano aloja ese contorno de tijera de las figuras no nos dará nuevas etapas? Con respecto a Cézanne pudiera representar-
centrales y bastas; en el plano intermedio, figuras que se deslizan soplán- se esa segunda actitud de los pintores más jóvenes, dedicándole el menor
dose frases amables o recostados en la siesta que brinda un parque negli- tiempo a las variantes de su trato con Zola. Cuando se habla de Cézanne
gente; y por último, el grueso y radical paredón gris con reflejos violetas no tocar para nada el tema de Zola. El Cézanne revolucionario, ha engen-
de pátina. La tiza ha trazado tres sucesivos arcos concéntricos pero la drado una primera mirada de la cual tenemos ya que ir alejándonos.
figura queda sin encaje definido; está rota la invisible continuidad, y el La fines se paysanne, dice uno de sus contemporáneos, se malait en
paredón puede ser reemplazado por una fronda o un tronco de calcinación lieu ades manieres exagérémentpolies. Es decir, un Cézanne -fino ar-
acartonada. Todo allí es posible de ser reemplazado, pero esos pintores se tesano, fino de trato, sin trato con Zola ni aún para discrepar-, preocu-
encargaban de no hacerlo. La decoración mantenida les parecía deliciosa pado vorazmente por la creación de una nueva lógica de la sensación;
y la pintura nueva se iba convirtiendo entre nosotros en una vista fija, ela- su misma frase una lógica nueva y original. ¿No está acaso transitada
borada fijamente, con cumplida fijeza. Y como nuestros reflejos eran por esa fineza que le lleva a darle tanto miramiento al surgir de una lógi-
marinos y los objetos flotaban en una atmósfera de espejeantes matiza- ca irreal--como a la misma visión-?
250 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 251

Ver a Cézanne y a Picas so como maestros \renacentistas, no como a Hasta ahora los órganos disfrutados habían sido filosóficos. Los
contemporáneos; reposemos, no acercarse a ellos con la pupila irrita- órganos de Aristóteles, Santo Tomás y Bacon, habían tenido en el cam- <

da. ¿Propiciaba eso una engañosa huida hasta el borde mismo de la pode la especulación, la misma importancia que los órganos de Ra-
mar? ¿Nos impulsa esa actitud a colocamos bajo el signo del cordero, fael, el Greco y Picasso, en los dominios de la plástica. Ellos todos han
y a buscar como una nueva humildad un nacimiento que no aparece por sumado, las intuiciones anteriores, de pequeños islotes que no logra-
ninguna parte en forma de ruptura? Mariano entre nosotros ha coloca- ban constituirse en fenómenos de cultura, en decisivos momentos en
do en un nuevo plano la irrupción de esas influencias. Las ha llevado a que el estilo se hacía coral, como en esta prueba mayor del Picasso: allí
la asimilación voluptuosa; a un lento apoderamiento poroso, no al pas- las disociaciones de la forma parecían coincidir con las más desespe-
mo ni a la primer mirada. Las ha naturalizado como el sujeto que repi- radas atomizaciones del sujeto, y después se ha encontrado, como en
te el misterio de dormir en una cama de ajena pertenencia. Habrá en eso pago de tanto dolor de individuo, que a su primera visión creadora sus-
un misterio gustoso hasta que un día Mariano decida perderse en la tituye una devoradora claridad sobre todas sus conquistas, que le ha-
propia cámara que rechaza, imposible ya para los otros. cían quedar como muestra coral, como estilo de todos, cómodamente
Si nos acercamos a Picasso hace más de treinta años, con un ardor habitable. Ningún artista de nuestra época puede presumir de habérse-
presuroso, tenemos que alejamos de él con lentitud cuidadosa, sin le definitivamente escapado. Mariano no ha sido de los que han resis-
elevarlo a modelo de la propia frustración. No podemos huir de tido esa tentación. ¿Cómo convertir ese signo en un reproche?
Picasso para arroparnos como niños implorantes -dos infantiles Podía haberse escapado Mariano disfrazado de criatura inocente,
dimensiones-, ni tampoco para abrir toscamente la almendra que él pero aun así estaría en verdad rondándole Picasso. ¿No es él también
con fino gesto de sobriedad andaluza había creído necesario llevar de los que saben fingir el fingimiento, pintando el velero como el
hasta lo hermético. ¿Cómo evitar los peligros de huirle -nueva afel- infante a gatas? Mariano no ha soportado ese hecho fatal con incons-
pada trampa-, cuando ya estábamos superando los peligros de acer- ciencia, que nos llevaría a la divertida conclusión de que si Picasso pin-
cárnosle? ta para qué tienen que probar fuerza otros pintores menores. Que no ha
Picasso ha creado el organum de nuestra época. Un complicado soportado impasible ese dictado de la pitia, lo prueba su indiferencia
suceso donde lo extenso --estilística- se mezcla al sujeto con sufi- ante la variabilidad de las formas, buscando incesantemente un senti-
ciente impulso para traspasarlo, para comunicarle el necesario fuego. La do que las abarque. Y la linealidad de ese presunto sentido aislado,
última substancia que todo artista consideraba como lo que se le escapa- final, único, aislado, fatal.
ba y que tenía en cada uno de sus instantes la necesaria fuerza para oscu- Pero a pesar de esas influencias, en Mariano contemplamos dicho-
recerlo y dispersarlo, lo ha llevado a brindar esa épica de lo perceptible. samente el reencuentro de su espejo con sus deseos insatisfechos, y es
Ha sido un fenómeno de cultura que ya ha tenido muestras anteriores. Si cierta la lealtad de sus virtudes ya que en sí mismo se encuentran y se
aceptamos que la plástica ha tenido tres órganos, tres sumas, donde el torturan. Lo voraz de su curiosidad está contrastado por la fijeza de su
problema del conocimiento de los estilos se ha acogido y fundido al de voluptuosidad que le gusta repasar el mismo cuerpo. Cualquier prueba
las más irresolubles torturas del sujeto participante, pudiéramos acaso de propio convencimiento y destino de expresión, la podría soportar
tener el más seguro acercamiento con Picasso. Rafael, el Greco y Picas- con verdadera indiferencia. Su primer acudimiento frente a la tela,
so han presentado esos tres órganos, esos fieles exactos del dominio del reproduce con suma discreción un agudo momento de creación. Allí
conocimiento plástico hasta ellos y al mismo tiempo las más golosas acuden todos los colores que quieren sumarse, cerrarse en el uno, des-
excursiones a lo oscuro o a lo paradisíaco. Ya que otros ejemplos mues- pués, despertados, empezamos a unirlos por su amistad o por la intran-
tran sin duda una vacilación hacia una de esas actitudes, Velázquez se quilidad de sus deseos. Es la misma prueba que podemos señalar para
inclina definitivamente, a pesar de su Villa Medicis, del lado del conoci- la poesía: para que la palabra escogida consolide su eficacia, tiene que
miento límite. Goya, a pesar de su Marquesa de Pontejos, donde hay haber brotado de todas las palabras. Si no es la única palabra soplada
curiosas aproximaciones a Watteau, hechas también a puro conocimien- por el ángel, creará entonces frente al espejo, desconfiando de su pecho
to de los estilos, se inclinaba definitivamente a los peligros de la sala- y de esas palabras, han de irse reproduciendo a la sola palabra que vue-
mandra, cociéndose en el fuego, a las primeras pruebas. la como un punto que vuela; pero siempre detrás de esa única palabra
252 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERJAARTIZADA 253

reducida, han de encontrarse todas las palabras en ascensión hacia el milando totalmente en sí, todos aquellos métodos de servicio que él ha
movedizo punto inefable. utilizado e iniciar una nueva maniobra de riesgo y sangre propias.
Después de ese acudimiento primero, empiezan ciertas destrezas, Por eso a pesar de las decisivas influencias que él ha tratado de
ciertas sutiles vetas amarillas que aprisionan el contenido de un rojo, incorporar, su arte a la postre no queda como una suma más, como un
o ciertas masas de distancia y de sombra que han venido a trocarse en diestro torero de los estilos, sino que su pureza radica en su cumpli-
las alteraciones lentas del malva. No debe confundirse, decía un pri- miento y el haber reemplazado el abigarramiento de conocer superfi-
mitivo, que el rojo se aísla, purificándose de cualquier invasión. cialmente diversos estilos por un blanco, negro o malva esenciales. El
Su desprecio, recordemos, a propósito de Mariano, estas palabras negro, como turbión final, a donde acuden sumándose los colores, es
de Claudel, por lo que había descubierto al precio de lo que no había extraído de su uso anterior, que lo presentaba en melodramática rela-
encontrado. Él se ha dado cuenta que muchas veces el descubrir, sólo ción con la anécdota o como burda solución a fondos y a distancias.
enmascara el no haber encontrado. Ha convertido las influencias en un Ahora lo vemos empleado por Mariano con suma destreza, para apun-
tema de reencuentros, de citas en punto. Frente a ciertas malicias que talar en su centro un color demasiado extendido, o apaciguar un efec-
se complacen siempre en enseñarle un modelo anterior, nosotros pen- to demasiado inmediato. El amarillo, huyendo de una simplista inter-
samos con más sencillez que si él quiere puede encontrar la influencia pretación de radiación de ondas luminosas, ataca como una bandada de
justa y correspondiente, de la misma manera que un erudito en estado insectos sobre el verde, que mordido por esos innumerables fragmen-
de gracia puede hallar para cada una de sus sensaciones y de los cam- tos, termina destrenzando una luz picada, sutil, de silencioso ardor. Ese
bios del aire, la defensa de un aforismo griego. Esas influencias tan amarillo se hace aún más invisible cuando escondido detrás de sus sie-
oportunas y escuetas, vienen a revelar en secreta paradoja, las decisio- nas, asoma de una manera rápida, reapareciendo en exquisitos poros,
nes del arte de Mariano, que parte siempre del cuerpo, extendiéndolo pero sin poder detemerlo ya que se sumerge y asoma, o se esconde y
o presentándolo en muy directo contraste. Oponiendo a las extensiones reaparece después con una alegre calidad marina. Pero el color frente
del cuerpo las peligrosas invasiones de lo botánico. En su tema más fre- al cual Mariano reacciona con más resortes de apoderamiento es un
cuentado, la figura aprieta tranquilamente el gallo, sin que ese proble- malva que en ocasiones, sobre todo en algunos dibujos, se emplea
ma se distienda de una interrogación plástica, y el animal se decida a como fondo en una modificada gama que se agazapa en un negro cen-
soportar también ese abrazo sin llevar su cólera a la visión, pues cuan- tral, que en sus periódicos contornos se trueca en un azul, o que se
do se decide a transportar la furia a su pico, viene a resolver su cólera muestra asediado por un amarillo que la atmósfera lentamente disipa.
en la legitimidad de un único color. En ese gallo que él ha pintado, el blanco ha dejado de ser el sopor-
Mariano ha saltado en el Picasso, lo que en él había de valorizador te o el disculpador amigo, para convertirse en el cuerpo blanco, en ser
y asimilador de todos los estilos, para detenerse en ciertos temas de blanco. No ha sido empleado para buscar transparencias o encristalar-
rara fijeza plástica o en ciertos métodos de trabajo, en el deleite de lo, sino para aminorar aquel desafío de gestos -los cuales harían que
detenerse en los medios, tanto como en el iluminado sutil deleite total. al ver el gallo algunos quisieran acompañarlo de tantas otras cosas ino-
Tanto es así que los recursos de expresión de Mariano que exigen una portunas-lo que desafía ahí, por el contrario, es el tamaño de blanco.
nutrición poderosa -primitivos tanto como impresionistas, Matisse Y lejos de limitar el gallo entre su pico y su espolón, lo que ha dejado
tanto como Picasso- adquieren su forma por reducciones volteadas es ese volumen de blanco, y la varonía ha ganado transportada a un
que vuelven y que insisten. Pluralidad en la nutrición, ascendiendo espacio ancho, de anchura radicalmente plástica.
hasta la única forma, indiferenciable ya y subsumida. El cuerpo que se Observamos en casi todos los cuadros de Mariano una fuerza que
extiende o que se doblega; las frondas y su reducción a una sola rama; se nutre de su propia paradoja sensual, no de inteligente opinión des-
el gallo japonés o el español, hecho para el deleite de su varonía, o el viada. Por eso su barroquismo no está en torcer ni en retorcer, o en
que se entretiene, en los paseos de su indiferencia, en apoderarse de la interminables multiplicaciones absolutas y de lo absoluto, sino que
perla laberíntica del gusano. Una división escueta, primaria, y la total pudiera aparecer en la multiplicación botánica en la que la figura se
reducción de los cuatro elementos, pudieran en cualquier momento acoge, pero presto esa aparente situación es borrada por la paradoja
recobrar solamente sus propias huellas, arrojando afuera, es decir, asi- sensual en la que finalmente resuelve. Esa paradoja sensual es una
254 JOSÉ LEZAMA LIMA

paradoja de plan..~s, fin propio de un pintor, 1pues en ocasiones a la


dimensión de la figura corresponde en el plano de fondo unas cuantas
espigas altas, o unas flores que asaltan con mil ojos, y que no se colo-
can, desde el punto de vista de los planos, en una relación de mayor o
menor, sino que pasan a ser utilizadas como antítesis primitiva de colo- Un mural de Mariano
res o como elemento dinámico de flujo del cuadro, ya que la figura
siempre se aísla~ tendiendo a rodearse de matices independientes, de
La suerte del mural había corrido entre nosotros distintos riesgos y
aisladas esferas de propios movimientos.
aproximaciones. A veces, quedaba detenido en un simple fluir de lo
A la paradoja de planos acompaña el color en una dimensión deli-
monumental y declamatorio, subrayando con una jauría de colores lo ilus-
cado-fuerza. Lo delicado descendiendo de una sutileza: la fuerte exten- trativo histórico. En otras ocasiones, y ha sido éste el riesgo mayor, un pul-
sión de las gamas neutras. Es muy observable la reacción de Mariano so ejercitado en el óleo, regido por sus posibilidades de ensayo y por cuan-
contra un procedimiento de contraste muy recurrido. En él todo pare- tas intenciones quedasen registradas en un momento de aguda crisis del
ce surgido de las prolongaciones de la primera mancha que se coloca individualismo en las artes, se quedaba confundido y absorto, acostum-
sobre la tela, es decir, el primer color apoderándose en cada una de sus brado a gobernarse con un fervor complaciente, cuando tenía plástica-
extensiones de las vicisitudes del sujeto de creación. La primer man- mente que partir no de las sirtes y remolinos de su yo, sino de las violen-
cha móvil que ha de ser para el pintor lo que para los teólogos es el pri- tas in1posiciones de lo morfológico y de lo espacial arquitectónico. Los
mer motor inmóvil. Primera mancha necesaria que hace depender los intentos muralistas en nuestros días, van quedando como una probanza a
demás colores como simples accidentes, pero con perdurable depen- la que acudimos en los momentos de vacilación plástica intemporal, ya
dencia de la primer suerte de la creación, de su riesgo o destino. por haber sido muy temporal; liberada de soluciones anecdóticas, ya por
Una cita oportuna pudiera tener la misma raíz que un verso crea- haber oído el tumultuoso crescendo de las conversaciones momentáneas.
do. He aquí que Mariano nos trae ya un problema de madurez: un espí- En los actuales momentos de la plástica cubana, el mural va
ritu que cuenta con las vicisitudes de los estilos anteriores y que es al cobrando las mismas posibilidades que entre nosotros tiene el naci-
mismo tiempo un artista de orígenes y primeros inicios, y que sabe miento de la novela. De la misma manera que una generación muy ejer-
replantear las perdurables cuestiones tomándolas en su nacimiento, citada en los dominios de la poesía, resueltos ya sus problemas de
las que le llegan con el mismo soplo que si no hubiesen sido ya inter- enraizamiento y de hipóstasis, se encamina a la novela como suma de
pretadas. Eso ya no es tan sólo una situación individual sino una con- posibilidades y de aventuras, como consecuencia de los recursos ya
veniencia esperada, los indicios de la aparición de un estilo coral. Las ganados en el ejercicio de la palabra poética, buscando en las solucio-
groseras invasiones de verdor con que aturdían sus cuadros algunos nes de la novela participación por imagen en el contrapunto de la cir-
cunstancia. El mural apetece igual experiencia de convergencia de
trabajadores anteriores, o el rosado torbellino de veladuras, está total-
recursos adquiridos y de proyección hacia una integración coral, don-
mente reemplazado aquí por las gamas sutiles que intentan amigar el
de la crisis del individualismo empirista y enamorado de rápidas con-
contorno y la atmósfera, el cuerpo y la transparencia luminosa. Era
centraciones de energía expresiva, se disuelva en vastas paredes de
necesario apartar la luz de sus furias más decisivas, para recobrarla reciprocidad en la participación.
después cuando ella readquiere una calidad marina alrededor de los Los estudios y ensayos de Mariano, sobre todo los realizados efi-
cuerpos, y apartándose de la vulgaridad insatisfactoria de la mañana, cazmente en México, muy cerca del ascético rigor en el dibujo, de la
saber sustituir los bermellones por la gama de los malvas y destruir la serena sensualidad en el color de Rodríguez Lozano, lo mantenían en
propia impulsión de los verdes por pequeños granos naranjas y rápi- forma, en ejecutiva capacidad, para intentar, con reposada confianza
dos empleos del siena. en cada uno de los dificil es momentos de la realización, un fresco don-
de lo planteado y resuelto lograra un tamaño, una sucesión y una resis-
Enero 11, 1947 tencia, casi nunca alcanzados entre nosotros. Es preciso confesar que

[255]
256 JOSÉ LEZAMA LIIVIA

el frescor de Mariano, en el Instituto Odontológico, El dolor humano,


alcanza un tamaño que ajusta al fresco dentro de la gran tradición de
ancha espacialidad dominada en una perspectiva arquitectónica. Pero
muy rápidamente Mariano iba a vencer otro de los obstáculos mostra- Mariano y Lozano en el Lyceurii ... ·
dos por el fresco en las construcciones contemporáneas. Alcanzar el
punto donde pueda desplegarse la perspectiva adecuada. El predomi- o la materia artizada
nio de las líneas horizontales en un puntal de pequeño tamaño, demo-
raban al espectador que deseaba hacer la experiencia del fresquismo
laico en el devorador desarrollo verticalizado. Mariano resolvería muy La exposición del pintor Mariano y el escultor Lozano (hoy a las
pronto esa interrogante lanzada sobre el actual fresquismo. El trata- 6 p.m. en el Lyceum) se abre para repaso del paladar que después de
miento sucesivo y entrelazado de su composición acompañaba gusto- haber dado vueltas y laberintos, desea sólo el contentamiento de la
so la perspectiva en marcha ganada por el devenir de ese espectador, obra bien hecha. Los dos artistas, después de haber recorrido las más
que al fin encontraba en su propia movilidad el asidero de esos frescos. seductoras experiencias contemporáneas, no han llegado a la conclu-
La forma en que iba a ser trabajada la capa preparaba su resistencia en sión, venturosamente, de que hay que seguir sobre lo inconcluso e ince-
la textura del color y en la absorción de la mezcla arenosa. Las líneas sante, sino por el contrario, han arribado a un momento de dominio del
que aparecían en la composición de ese fresco de Mariano, no eran material y de las circunstancias. El trabajo de ambos, persiguiendo
empleadas con la profusión de los que llenaban sus intentos murales durante años las más nutricias variantes de forma y materia, se mues-
con flechas y regaladas observaciones lineales, sino como niveles del tra ahora gozosamente, como después de una larga y acuciosa cacería
desarrollo de la composición, sinuosidad que aclaraba cada uno de los surgen las piezas que doblegan el convencimiento y modulan el gusto.
fragmentos, al mismo tiempo que medía su unidad tonal. La anécdota de terror imaginativo, los monstruos que se desperezan
El título de este fresco, El dolor humano, llevaría a pensar que las ante las sirenas o las bailarinas de Delfos, las imposibilidades de un mun-
figuras que se utilizarían en su desarrollo abandonarían la presencia de do de oquedad infinita, de absoluta ausencia, son borradas por las aspira-
todo símbolo infuso para anclarse en alabanzas de planificaciones y ciones plásticas de Mariano. Se fijaba en Braque, que volvía a Cézanne,
rodajes industriales. Las furias, los demonios, los conjuros enigmáti- que miraba con nuevos ojos a los venecianos y a los españoles. Los cua-
cos del gallo chino o los resueltos y placenteros del gallo francés, los dros que ahora despliega muestran un tratamiento muy especial del azul;
ángeles escorzados y manteniendo el predominio comunicativo de sus elementos plásticos tratados con cuidado por el tacto de las figuraciones
remeras, los áspides interpuestos como sutiles lianas en las escalas del que intenta rodear; rostros florentinos que son los de personas muy cer-
dolor corporal, sirven para damos los fragmentos simbólicos de la bús- canas; rituales que en el momento de ser contemplados eran alejados por
queda del vencimiento del dolor, no por medio de filisteos somníferos el artista para no sentirse arrastrado por el ancestral hecho inefable.
dosificados. Aunque Mariano trata esas sustancias lenitivas, como la El trabajo acumulado por Alfredo Lozano en cada una de sus escul-
adormidera de los ritos órficos o el cáñamo del paranirvana, como una turas, ha seguido un camino similar al de Mariano. Cada escultura suya
líquida comunicación de las dos esferas, fue intento deseado, antinó- tiene una vigorosa biografia de continuidad y de ensayos. Pudo haber
mico de lo sobrenatural infuso y que le resultó recíproco y teocéntrico. rendido la escultura a la pintura, pero él sólo traza y trabaja dentro de
Ha aquí un mural que representa una madurez en la piel de aceptacio- lo que cree el ámbito propio de la escultura. En el relieve o la terraco-
nes y rechazos. La que representa, no por síntesis o copiosos suman- ta, la piedra o el vaciado, el escultor muestra la misma metafisica espa-
dos, sino por un desarrollo en la propia identidad de la sustancia, que cial, la más constante depuración de las estructuras. Su artesanía y su
en el momento de anegarse en todas sus posibilidades, se goza en pro- arte se entrelazan y comunican constantemente, de tal modo que si el
yectarse como una fuerza de futuridad. artesano escoge una materia, manzano, por ejemplo, su arte la afina y
define hasta conseguir lo que los clásicos llaman la materia artizada.
Orígenes, n. 0 34. La Habana, 1953
17 de nov. de 1949

[257]
En el estudio de un pintor
o los pelillos de un pincel
Qué hondura de luz creadora y derivada visitar estudios de pintores
modernos cubanos. Qué seguridad de pulso el saber que la historia de
artística creación continúa su acarreo y sus asibles y preferentes acla-
raciones. La ya de por sí alegre búsqueda de los colores, sus compro-
baciones sobre la asimilación de la tela, su empaste de apretura o sus
gemidos indetenibles cuando el cuarteado con lento crujido hace su
aparición y restriega apresuramientos y caídas, o mano conducida por
la lentitud hasta el rendimiento de la materia. Las telas o los papeles,
vueltos expresivos por la otra materia que van a recibir y a entregar de
nuevo aumentada por los rasguños, las manchas, la geometría que bus-
ca encamar por la figura y el cuerpo. Los pelillos de un pincel, punto
final de una energía brotada de una sutilísima polaridad, sus primeras
pruebas mantenidas por la ligereza grave del aceite, avanzando des-
pués con su pulpa de festival y dominio.
Así nuestra pintura va haciendo de su paisaje un paisaje de cultura,
es decir, mundo exterior con el cual ya el hombre ha dialogado, hacién-
dolo suyo por definición y subrayado sensiblemente. Al ir penetrando
en nuestra expresión, al ir alcanzando forma artizada, parece como si
fuéramos penetrando en nuestro paisaje, rindiendo así la naturaleza a
la cultura y haciendo de la cultura la segunda naturaleza, que parece ser
lo propio del hombre.
El sueco que irrumpe un día por los estudios de nuestros pintores,
el inglés que estudia la sutileza o violencia de nuestra luz; la nortea-
mericana doncella que muestra curiosidades por nuestros estilos de
expresión, cifras son de esa universalidad que rodea a las mejores ex-
presiones de nuestros artistas.
Se va así ganando un estilo, se va haciendo de la diversidad una
impulsión hacia lo que de veras tendremos que alcanzar y hacer nuestro.
Hay allí un estado, una permanencia a través de generaciones que mar-
chan serenas y lúcidas hacia su dignidad y la ejecución de sus formas.

27 de enero de 1950

[259]
Nuestros pintores o la búsqueda
del contrapunto
Qué buen hacer, qué continuidad histórica tiene ya adquirida nuestra
pintura, su trabajo va haciendo un estilo donde podremos reconocemos
como existencia histórica. Un estilo, una escuela, un tejido de trabajo don-
de la originalidad quede justificada dentro de una tradición. Ayer se clau-
suró la exposición del Women Club, y podían verse las claras señales que
van haciendo de nuestra pintura el primer asidero que se encuentran las
formas universales de la curiosidad, cuando se ponen en contacto con
nuestra sensibilidad insular. Un cuadro de Lam, de Portocarrero, de Ma-
riano, no tan sólo son formas de expresión donde un temperamento de
riqueza y excepción señorea, sino también, y esto es su guión histórico,
donde la luz que descubre, el color que absorbe el misterio de la atmósfe-
ra rodeante y el contorno que muestra sus definiciones plásticas, están
fijados en forma perdurable, donde nos tocamos y nos reconocemos.
Claridad y esplendor sumos gana ese tejido artístico en nuestro país
al mostrar su legitimidad en forma tal que la curiosidad por aprehender
ajenas formas de expresión, ha sido la más valiosa y servicial para damos
esas claridades que nos hacían falta. Pues el hombre de hoy no puede evi-
tar esa valoración universal, ese juicio por comparación y escala en el ran-
go que sólo otorga la libre concurrencia artística. Un Escobar, un Colla-
zo, en el siglo pasado, eran figuras de aislamiento y esporádicos resulta-
dos. Si los nutria Goya o Vicente López o los impresionistas, no lograban
entre nosotros engendrar secuencias o formar estilos donde la sucesión de
las generaciones se incluyesen al resumirlos. Pero en nuestros pintores de
hoy la diversidad busca como una forma donde identificarse y acogerse,
buscando un contrapunto o polaridad donde se encuentren las sucesiones.
Hora es ya de que el Estado cubano penetre en la búsqueda de esas
formas, acogiéndolas y enarcándolas. Soñamos con cuadernos, posta-
les, monografías de nuestros pintores. Esa pintura.se ha hecho digna de
un Estado potente y novedoso. ¿El Estado puede justificarse, tenso y
despierto, ante esas formas de expresión?

3 de febrero de 1950

[261]
Pintura primitiva o la inteligencia
que amanece
Rafael Moreno, uno de nuestros primitivos, muestra de nuevo su
trabajo plástico que se quiere de ingenuidad y de alegria directa, aleja-
do por gusto y regusto de las indecisiones de la ironía. Sus antiguos jar-
dines, intentados con candorosa precisión, donde cada piedra o ladri-
llo traza su contorno; sus leones mansos como perros de agua, seme-
jantes a los que se alisaban el crinaje en los cuatro ríos paradisíacos, a
los que aparecen en los retratos de San Jerónimo o del Cardenal Alber-
to. Conviene limpiarle las aristas al actual concepto del primitivismo
plástico, derivado más del Aduanero que de los fresquistas sieneses del
siglo XIIT. Ya con respecto a los primitivos medievales nos hemos ale-
jado de aquella valoración que los consideraba si ingenuos o simples al
concebir, carentes de recursos en los instrumentos de expresión. Por el
contrario, ya ese mundo de los primitivos se ve con la misma plenitud
de otras épocas de aparente madurez, concepción y ejecución mante-
nían su legitimidad con respecto a la intención de arte. Si el halo de los
santos no era el adecuado en el perfil de los rostros,. no era por la ine-
xistencia de una perspectiva, sino por la indistinción voluntariosa en
los atributos de los bienaventurados. La distancia de los objetos a las
figuras si se lograba por achicamiento de los primeros, no era por des-
conocimiento de claroscuro, sino por la pertenencia animista que el
hombre hacía de sus alrededores en figuras o en árboles. La ingenui-
dad de Rousseau no fue nunca por desconocimiento o simpleza del que
vacila y adopta soluciones de campestres huidas. Él tenía como una
alegria tierna, como una inteligencia que amanece, desconocido bené-
volo que le entreabría las granadas y los gallos en los saltos de sus colo-
res, quedando sus figuras como sorprendidas de que hayamos sido
nosotros los que las sorprendieron. Hay como un desconocido, que
parece que siempre se conociese, o que al menos no se alejó demasia-
do como para hacerse hosco en una ausencia de rencores críticos y
mutuas acusaciones.

3 de marzo de 1950

[263)
,,,

En una exposición
de Roberto Diago
Nuestras manos y nuestros dedos son muy obstinados en convertir
una sucesión en lo súbito. Decididos a traer todas las plantas a nuestro
jardín, miramos en tomo con el convencimiento rotundo del bosque,
olvidando, como en el ejemplo mayor, que el bosque no es tan sólo lo que
no se ve, sino lo que no existe: un encantamiento. Las distancias tempo-
rales de que gozan y agonizan los estilos aparecen resueltas y formales,
descargándose en un punto, llegando a nosotros en su última etapa catas-
trófica. Como la sucesión o desfile de los estilos sería para nosotros un
apagado resplandor crepuscular, necesitamos recibirlos en el último
semicírculo de la muerte del pez, o cuando esos estilos en un tiempo
sucesivo se han descargado por un peso de preferencias por la borda.
Esas afortunadas sucesiones son tan necesarias en la era crítica de la
suma de los estilos, que recibirlas en su descarga súbita es como la espi-
na olvidada en el pastel de pescado. Pero quien a la hora de crear recibe
como súbito lo sucesivo es que el Diábolo le abre demasiado los ojos,
porque lo quiere perder. Quien con esa astucia incalificable y soez acu-
de con su bártulo, ve en esa transmutación débil que sólo puede articular
una forma momentánea, las hilachas sobrevivientes, un estilo escapado
de aquel desfile que se decide a ocupar un lugar impremeditado, desa-
paciblemente ese fragmento siendo sucesivo revela lo atenuado de aqué-
lla y al mismo tiempo el destemplamiento, el cuerpo de la jerarquía de
las formas. Si un estilo después de su transmutación sigue lo incierto del
modo en que fueron asimiladas esas sucesiones. Si ya dejamos el noso-
tros y hablamos de Europa, la transmutación que empuña el artista es el
simple trueque de lo sucesivo en lo súbito; siente como todos los acci-
dentes confluyen a la forma necesaria, al diseño de un cuerpo que alcan-
za las pervivencias de sus contracciones en el tiempo.
En las mejores calidades del artista americano, cartas o crónicas de
Indias, churriguera, barroco jesuita o romanticismo descriptivo (el de
Whitman o el de Martí) se alcanzó un signo de justificación en el que
sucesivo y súbito jugaron fiel y raya. Y así es necesario igualar en el
barroco los regresos de los jesuitas españoles en Italia con los envíos

[265]
266 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERJAARTIZADA 267

americanos a España, y que ya no regresaran. En la Sacristía de la Car- español y el nuestro, el que tiene como padre el gótico flamígero, tar-
tuja de Granada, se ve las degeneraciones iridiscentes de un barroco dío o cansado, y como hijo al churriguera de proliferación incesante.
que rezuma lo mozárabe que trabaja sobre la plata suave y blanda de Es el caracol del barroco donde no pudo alzarse la agujeta y donde la
Indias. Así cuando el zahorí de siempre intenta que el artista america- inquietud teocrática no pierde al encontrarse con una sequedad de raí-
no se vuelva hacia la luna del arte primitivo, olvida que no puede exis- ces y fue transmitida a la forma, que de esa manera termina por ser
tir para el americano primitividad del ser sino transposición que es materia primera, y no la última como la precisaban los tomistas. Por-
transfiguración más que metamorfosis. Esa primitividad, al pretender que ese barroco que nos seguirá interesando, no el vuestro, el de la cita
liberarse de las sucesiones, se negaba a su nacimiento, como veremos de Wolflin y Worringer, doctísimas antiparras de Basilea o de Heidel-
en un manuscrito persa del siglo XIII, donde aparece una doncella ama- berg, se formó con una materia, plata o sueño que dio América, y con
mantando a un corzo joven y que se iguala con la Hungría actual don- la forma deformada, entraña y forma de las entrañas, y aliento sobre la
de las mujeres amamantan a cabritos y lechones o a las singalesas que forma y rotas o diseñadas tripas taurinas, destripaterrones, cejijunte-
amamantan, con delicada voluptuosidad, a elefantes recién nacidos. El ces, sangrientas guardarropías, enanos pornográficos, lagrimones de
americano que quiere hacer primitivismo nos entrega una estilización perlas portuguesas y descarados silogismos. Y todo lo que allí era una
rezagada y un tardío desvanecimiento. No es lo mismo una estilización vieja forma pintiparada, y aquí una materia nueva que se aliaban para
en madera de bambara de la cabeza de un antílope que representa la incrustar un árbol en un pórtico y así entreabrir un balcón y ver en nues-
abundancia y la fecundidad, que un mito situado dentro del antropo- tras ananás un molusco, y sumergirlas en una redoma, para que a tra-
morfismo y rinde una descastada estilización animista. Nuestro vés de las refracciones de su temperamento, alcance una forma. Por eso
yo reminiscente ofrece las primeras cuantías más necesarias que el yo no creeremos nunca que el barroco es una constante histórica y una
ancestral, de la misma manera que nuestra memoria muscular fideliza fatalidad y que determinados ingredientes lo repiten y acompañan. Y
lo que la n1emoria prenatal no logra reencontrar. Encontrar esa primi- los que quieren estropear una cosa nuestra, afirmando que en la cultu-
tividad intetjeccional por medio del automatismo, significa la inge- ra griega hubo un barroco y otro en el medioevo, y otro en la China,
nuidad de tomar conciencia de la liberación de la censura, lo que repre- creen estáticamente que el barroco es una etapa de la cultura y que se
senta la más dañina de las evidencias del artista, aquella que le lleva a llega a eso, como se llega a la dentición, a la menopausia o a la gingi-
detenerse en el primitivismo de los comienzos del paisaje de cultura o vitis, ignorando que para todos nosotros, en el descubrimiento históri-
de su ser, en sus instantes de cansancio tardío, lo que lleva a una estili- co o en la realización, fue una arribada, un desembarco y un pasmo de
zación animista y al cese de sus resistencias para captar el puro acto de maravillas. Pues en España no fue el barroco un estilo que había que
nacimiento. valorarlo en presencia o lejanía del gótico, sino como un humus fecun-
Si por ese índice encontramos el falso totemismo tomado con una dante que evaporaba cinco civilizaciones. Fue así una arribada a una
conciencia recontructora y analítica, el barroco podía venir a abrir su confluencia, donde el orgullo de gobierno y la teocracia, impedían el
falso refinamiento de pavorreal y de cola de Juno. Porque cuando deci- amaneramiento del barroco del resto de Europa (con la excepción del
mos barroco español o colonial, caemos en el error de utilizar palabras barroco de la venerable coral bachiana). Era también un desembarco,
de la historiografía artística del resto de Europa para valorar esos la posesión de una invitación o tentación inconnu, en que la amistad
hechos nuestros, de nuestra cultura, totalmente diversos. Compárese El con estilos visibles, nos llevaba a una paz en lo invisible o para decirlo
Escorial con la iglesia de San Andrés, en Roma, ambos con el común con Nietzsche a la felicidad en el espíritu de terror. Venían a dejar el
denominador de barroco y se verán más diversas en su elan creador que pasmo y las maravillas de que al expresarse en aquel barroco, a pesar
en su realización formal; o. si se quiere el ardor del Monte Sinaí del de las exquisitas diversidades de la inicial y partida, la cifra de un súbi-
Greco, con el de una canción báquica del caballero Marini. Cuando to, la expresión de un súbito que rechazaba los olvidos de las sucesio-
Góngora, en unos versos de ocasión, tiene que acercarse al barroco nes, las metamorfosis. Se alcanzaba así en él, los sumergimientos, los
ignaciano dice ardiendo en aguas muertas, llamas vivas. Eso sucede olvidos, los golpes con la flor de la adormidera utilizados por los grie-
en el barroco jesuita cuya raíz es moralizante y severa, dogmática y gos, las metamorfosis dictadas por los designios de Jove que transfor-
ascética. Pero el barroco de verdad, el valedero y no el escoliasta, es el maban el diocesillo Jacinto en la flor del Jacinto. Se ofrecía no sólo el
268 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERlAARTIZADA 269

hilo de Ariadna, el misterio de los enlaces que persigue las más asimé- hueso, frotado con vinagre, cobre y arena, de los cubistas, escapado de
tricas mutaciones sino, por el contrario, la transfiguración, cómo el ais- ~u sequía condenada, sino la viola de gamba en la apoyatura de la agu-
lamiento del ser en el ser o los pasos duros, secuestrados y misteriosos Jeta partenopea del cuello; el celo lleno de cornisas, rizos y golondri-
de las grandes corales, asoman como una respiración que ya no es nas. El mismo número, las proyecciones, las abcisas, los consejos leo-
necesaria para un cuerpo, sino la propia figura que se aleja, parece apo- na~descos, permanecen como elementos plásticos y se constituyen en
derarse de otro cuerpo no interpretado, desciende, habla con una pala- objetos de provocadora resistencia. Así en aquellos gravísimos conse-
bra que había que recoger entre los delfines y los confines, y regresa; .. jos de cómo pintar la noche. Primero, un gran fuego, que transmite
Rodeado de esos tridentes y tentaciones, Roberto Diago mostraba color a la cosa. Y la hoguera originando las dos grandes sucesiones: la
una cortesía que no lograba ocultar su desdén. Como una muestra dies- de ~os vecinos bermejos, que conservan la cercanía del ascua, y los más
tra y sutil de su formación, asiste a la Academia inquietándose, y a aleJados que sólo se interrogan en las tinieblas. Las figuras que están
la Escuela libre con nostalgia del canon y del dibujo de las ideas. En la cerca se recubren con manos y túnicas, vuelven el rostro y reclaman la
indetenible flora de Haití, viendo cómo las corolas se sumergen en fuga. ~os que poca visión les queda que pertenezcan ya a la hoguera,
la tierra bajo el peso de hidrópicos insectos, entreabre de nuevo como aparec1endo con las manos en tal forma que parece que se cuidan de un
un encantamiento el número de oro. Se constituía así la sección áurea resplandor.
en un daimon, ángel o duendecillo, que terminaba conociendo por . Entreabrimos la granada; elaboramos picadillo de cresta y plumas
fugacidades, por apresamientos fugacísimos, pero los que eran todos hoJosas de gallo. Y alegrémonos de esa vuelta del número áureo como
necesarios, el desconocimiento de la envoltura yeminal y el otro des- el martillo de plata que golpea el aliento de nuestra nariz en el ~ueño.
conocimiento que más nos mira. Los artistas impresionistas y lluvio- El instrumento mismo, apoyándose en nuestro cuerpo, regalándonos
sos han aborrecido los números áureos porque los han visto a través de otro cuerpo, que es una buena prueba de hilandera, que mira fija, inter-
las secuencias renacentistas de ley, norma o constante (estado, eticidad minablemente a cada hombre.
y física), olvidando que para los antiguos la progresión numeral era tan
ensalmo o conjuro como la escala de Jacob. Nadie, sin embargo, podrá 12 de noviembre y 1948
derivar que Diago extrae chispas de sequedad a un poliedro neoclási-
co. Me parece, y es un gusto, ver cómo esa sección no es el andamiaje
o tirante sobre el cual enarca la caparazón de formalidades y que se
desvanece como la escayola después de la quema del teatrucho. Es por
el contrario, el aparecido que empuja cuando las visibilidades o emi-
nencias se redondean y afincan, y al cual reconocemos como una
modulación que envuelve para extraer, decidiéndose a ocupar role de
atmósfera fija y vibrante, como el mayor busca ocupaciones decididas
en la vibración del plato de cerámica que el niño sintió como terror,
pareciéndole injustificada su extinción y sintiendo la violencia de
alguna cuchilla que raspaba, hundía y desaparecía.
Es muy voluptuoso en derivaciones que la evaporación de las figu-
ras marche acompañada de su cristalización. Como si la gruta que for-
ma la selvatiquez en campo de gules, propinase la estalactita que cas-
ca su secreto. Sus figuras, sus decisiones, adquieren presto la forma de
instrumentos que el hombre comunica, entrega, recorre en la continui-
dad, olvida para reencontrarlos, pero apropiándose esa forma de los
objetos colocados sobre nuestro cuerpo, tañidos como por la tercera
mano. Las coordenadas para buscar el número de salvación no traen el
Martínez Pedro y el nacimiento
de las aguas
El salto lento del turbión a las formas se puede asemejar a las invisi-
bles sorpresas del pez en su marcha. Hay una resistencia que se ha vuelto
asimilable, una contramarcha que coopera con una vibración impuesta
por el sentido. El espíritu maternal de las aguas es el gran recipiendario,
tiene algo de la totalidad germinativa y de los comienzos indistintos. Ya
no se busca la variación de la gota irisdiscente o la variación relativista o
cambiante de la fluidez, sino como el bautizo por las aguas hecho con una
balanza tan sutil como si pesara la respiración o las sombras de Osiris.
Sobre las aguas corre el reflejo de un rayo sin sentido que después se para-
leliza y va comprobando sus infinitas semejanzas. Es como una delicia
líquida, ir de la interrogación sucesiva a la comprobación semejante. El
torbellino en las profundidades, después un círculo, después un rostro. Y
con una instantaneidad vertiginosa el rostro vuelve a sumergirse en la dia-
gonal de la fuerza del desprendimiento, de la ruptura que engendró una
vibración sucesiva. La fluencia líquida es la primera muestra de una ambi-
valencia universal, de las semejanzas entre la gorgona etrusca y una cabe-
llera ticianesca, entre la cola de Juno y el pavorreal, unos huevos de insec-
tos que forman unos racimos de plátano para el despertar de Fedro a ori-
llas del Crisorroa. La marcha del río desprende las infinitas variaciones
del elfo penetrando en la raíz del castaño. La infinita visión que se abre en
el espejo del río se cierra en el último silbido de la lava. Aún el agua estan-
cada, los deseos de Blake, produce la totalidad de la imagen.
En Martínez Pedro aparecen las delicias de las escaramuzas de la torre y
el alfil. La torre está poblada de guerreros que recuerdan, que se apoyan en
los ramajes y en las frutas, mientras el alfll se aventura por la extensión desér-
tica, rozando apenas la provocación líquida. Se esboza una flor que puede ser
un sexo, pero después precisamos que ha comenzado por no ser una flor. Los
sentidos van a su esbozada comprobación de delicias, pero de inmediato rec-
tifican y vuelve del acto que se esbozaba el germen que permanecía latien-
do. Felizmente nunca se esclaviza una forma que concluye extenuado su
ejercicio espejeante. Cada gota de la respiración apoyada sobre las aguas
supera la estela espumosa, pudiéramos decir que su gota de aire se diluye en
una vastedad donde opera el mágico aglutinante del simpathos.

[271]
272 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 273

Paradojalmente Martínez Pedro muestra la más hipostasiada extra- el ojo configura y la mirada asegura y devuelve, permanece incesante. Es
sensorialidad en relación con lo cosmológico y lo anemónico (lo estelar una pintura dual para la que se ha vuelto grotesco el rebuscamiento espec-
cayendo en el mar y el aire como descifrador, como llave mágica). Los tante, pues el ojo es también un caracol, una espiral, un pez. Si un reflejo
mistagogos interpretan la caída de la gota de las nubes como un emblema se hiciera indetenible sería una estocada mortal. Los bultos en el banco de
lunar, donde también se sitúan la espiral, el caracol, la mujer, el mar, y el arena tendrían que comenzar por electrizarse de nuevo.
pez, todos ellos estableciendo fulminantes metamorfosis, pues para un La sabiduría de su trabajo ha borrado en Martínez Pedro todo organis-
pintor, los emblemas marinos son como escribir una novela de rostros mo lento y rápido; instante y reflejo, tiene la lentitud que fulgura del árbol
multánimes e inapresables. absorbente. La presa que devuelve es siempre el rumor de un caracol.
Allí el diálogo se reduce a los encuentros de la fluencia con la brisa. Ahí Teníamos que esperar que Martínez Pedro al sensualizar la geometría
muestra uno de sus dones excepcionales, lo anemónico, es decir, la sensibi- llegara a lo germinativo. Un dibujo en extremo acucioso nos da la delica-
lidad plena del vegetal ante la visita del aire. En sus lienzos el aire parece da sorpresa de abrirse como una flor para mostrar el secreto de la mujer.
que interroga en instantes privilegiados. Todos los colores se ponen en Colores que presumen una tibia fascinación, que nos envuelven como
movimiento tripulando la curva dórica del delfín. Van hacia un punto áureo una carnalidad transparente y que van entreabriendo en sus contracciones
donde el hombre parece soñar con la salvación germinativa. Un sexo des- centrales la más imantada seda vegetativa. Es un detalle inapresable el
cubierto, ensoñado, donde el hombre parece metamorfosearse en sus orí- roce del insecto, una hoja apenas entreabierta y en medio de grandes man-
genes vegetales para sembrarle imágenes que son un recuerdo o un traspa- chas de color, que gravitan como un secreto la más exquisita diversidad,
so de la sonrisa onírica. En el mar se verifica la comprobación soñada de la el emblema que se entreabre del nacimiento de un caracol, de una flor, de
imagen, porque ahí la imagen desaparece de inmediato. Pero en esa imagen la espuma transparentándose sobre la vellosidad de Afrodita, entre un del-
están lo germinativo, la raya del pez, los dictados de la luna, la espiral con fm adormecido y una concha que emana agua viva. Y el juego de las dos
su simbólica del pez como falo, como un pez que se desprende del cuerpo. densidades engendra el nacimiento de nuevos celentéreos en las profun-
Ha ido profundizando la penetración en la gota de agua cuando didades. El roce de dos colores engendra cuerpos, que a su vez se des-
logra configurar ese momento en que la brisa la penetra como un hacha prenden en pedúnculos errantes que fluyen en corrientes de colores que
y la esparce sobre el cuerpo. Algunos pueblos primitivos creen que las arañan. Por el ritmo de los colores que penetran llega a precisar el paisaje
doncellas pierden su virginidad al ser tocadas por la gota que se des- marino, la gama de los azules nos señala si estamos en los políperos de la
prende de las estalactitas. Por todas partes la hidrogenia unida a la hidro- fundamentación o en lo cercano paradisíaco de la luminosidad.
mancia, los orígenes y sus lecturas en la imago como un lince. Las aguas Martínez Pedro ha actuado con un tratamiento lustral el agua extensi-
se presentan en su indistinción, en su indiferenciación como para ser el va. Su obra ofrece un tratamiento alquímico, como si buscase el saúco ger-
mundo propicio al devorador poder hipostático de la imagen. Por eso minativo después de muchos intentos de mezclas de azogue con arcilla. La
del mar nació el espejo (el doble solar) y la copa (el cuenco de la mano). frase de un alquimista, que tiene la solemnidad de un himnario, parece
Lo infinito multánime y lo infinito reducible, el agua y el reflejo, el fue- haberla hecho suya: «Si nuestra Piedra no es puesta en la matriz de la hem-
go y la mano, la imagen y el análogo infinito, el agua y la arcilla. bra, a fin de que sea nutrida, no crecerá.» Esos maestros nos previeron que
El agua manifiesta sus instantes por hilachas, por ráfagas de energía. todos los colores aparecen antes de la blancura, sólo después ocurre la ver-
La frase de Novalis: el agua es una llama mojada, la comprobamos en los dadera blancura. Así el cuerpo adquiere la brillantez de los ojos de los pes-
reflejos marinos o en el nacimiento de una ola. Un reflejo es el silencioso cados y entonces se trabaja dentro de la circunferencia. Así esta obra tiene
paso de la llama por la líquida llanura. De ahí esos ejercicios de Martínez la fuerza de una estación nueva y recomenzada de un ritual vegetativo, de
Pedro donde el ojo se obstina en perseguir hasta sus últimos chisporroteos la consagración de un conjuro oficiante hecho con la más universal senci-
una parábola que termina por diseñar el secreto interno del caracol. Lo llez. Sus colores buscan tan sólo un devenir, una fiesta donde la sucesión
que comenzó por una geometría natural termina por una morfología uni- es el esbozo perenne de una motivación que se deshace con los innumera-
versal. El cono, el cubo, el hexaedro, tienen en esa geometría natural una bles cuerpos invisibles del oleaje. Pero nuestra reminiscencia devuelve con
fuerza germinativa semejante al origen de las especies. El ojo solfea de seductora precisión una medusa, una germinativa corola rosada o un cara-
nuevo la sabiduría que se expresa y la corriente germinativa entre lo que col que conversa sabiamente en la sinuosoidal de las mareas.
274 JOSÉLEZAMALIMA

En el mar todo reflejo se configura con instantaneidad, toda forma


tiende a destruirse por un contenido sucesivo. En esta pintura estamos en
presencia de infinitas metamorfosis que no necesitan de lo onírico para
marcar sus pausas y reapariciones. Una medusa es una orquídea, la catle-
ya de las bromas eróticas del Swan proustiano. Esas metamorfosis se apo-
Raya y raya
yan más en la pureza del color que en las figuraciones. El violeta aparece rayado de L.
entre tonos rosados con un esbozado sustentáculo cerúleo. La luz más que
una reacción sobre el color está reemplazada por las variadísimas liaisons
del violeta, que así viene como a señalar la extensión del movimiento. Sin pretender darle tregua a Monsieur Tribulat Bonhomet, podemos
Las curvas, el movimiento, esbozan el secreto de su pintura. Una afirmar que en una abstracción plástica encontramos naturaleza, geo-
curva rosa se contrasta con una línea ascendente de ultramar. Rosados metría, exceso de composición, movimiento como una cantidad que se
y violetas se vuelcan sensuales sobre los puntos de apoyo, casi siempre expresa, sentimiento como rehusar o sufrir provocaciones del punto en
una corola germinativa, que aclaran la visión y muestran un devenir la infinitud, acechanzas del estilismo a través de la historia o regalías
configurativo, pero sin esperado causalismo, sino como una necesaria lúdicas a la orilla del mar. Observemos unas cáscaras de plátano, sepa-
sorpresa. Felizmente apenas esbozan una cosmología simbólica, rada de su pulpa excesiva la platabanda que se rinde, en cuanto el cor-
comienzan de nuevo a embestirse el violeta y el rosa, se hacen y des- púsculo las dora, ofrecen diversas compuertas detrás de su resistencia
hacen hasta arremolinarse en la presencia total de un color. leonada, se agrietan en serie o arengan con ojos de pescado discordan-
Aquellas fuerzas germinativas, que son en realidad por la diversidad tes. Parecen tambores yorubas no rectificados sino destruidos por el
de sugerencias que son capaces de enarcar, aquellas espirales impulsa- fuego, o papeles de encuadernación húmedos por una evapora~ión no
das por el centro, comienzan a establecer figuraciones, cuerpos, a veces previsible. El pintor moviendo la punta de sus dedos en la matena colo-
a regañadientes, como si quisieran regalarnos una peligrosa e inquie- reada, agrieta, rectifica o avanza con decisión, como el tiempo de las
tante sorpresa, donde aparentemente el ojo parece encontrar una tregua. estaciones aliado con la energía solar alcanza sobre la cáscara un nuevo
Pero muy pronto ese mundo de vibraciones, de remolinos más peligro- animista ordenamiento. Y sabido es que el dedo acompaña el cálculo de
sos cuanto más lentos, de la energía que esboza un presunto cuerpo don- una parábola, las ascensiones por el cuadrante, o el astro de una elipse
de volcarse, empieza a rodear de nuevo los cuerpos desprendidos como silenciosa. Es la tierna geometría embrionaria. Ahora podemos ver,
queriéndoles comunicar un despertar inédito al sentir una presencia que sobre fondo negro, reiteradas esferas amarillas. No se trata del habitual
se acerca como presuntas algas y posibles estrellas de mar. contraste de esos colores, ni de la presunta simbología de los paseos de
Esa flora apenas encontrada y tocada se convierte en la constante la corona asiria por una azotea nocturna. Se trata de una escena de
ambivalente de lo germinativo. La sutileza sexual de las plantas se iguala fecundación al natural de la altea o malvavisco. Pólenes que van a un
con la movilidad del secreto vegetativo y las formas errantes. Es una bús- ovario, que atraviesan el estigma del pistilo. Semillas, bolsitas y creci-
queda incesante de formas y un incesante ocultamiento de esas formas miento, en aquellos amarillos que se acogen a una dimensión que es al
abandonadas por la inefable delicia de toda posibilidad de nacimiento o propio tiempo lo envolvente placentario. Sucesivos co~céntricos e~ la
del nacimiento de toda posibilidad.
pintura de Martínez Pedro, que se rompen para c?nvertlrse en.long_I~­
Por las cercanías, por las semejanzas, Martínez Pedro ha logrado
des de onda, bastan para expresar la alegría naciente de la v1bracwn.
reconstruir el cuerpo, del incesante movimiento al receptáculo del germen,
Sobre un fondo, generalmente de cobalto, que esquematiza la dimen-
de la gota al corpúsculo, un cuerpo que viene de las profundidades y que
sión la vibración comienza a trocarse en un punto proporcional, pero
aún está recorrido y acariciado por esos desprendimientos germinativos.
com'o aquí el mar quiere mostrar una penetración terrígena en el relati-
Ha podido demostrarnos que solamente es en el mar donde el cuer-
vismo de sus entrañas, tenemos que esperar que la dimensión, que es
po habla, donde se expresa el cántico de su totalidad misteriosa.
una omnipresencia, comience a mostrar la vitalidad de sus distancias
relacionables. Es una tierra nuestra, sobre un fondo relacionable el
Enero y 1971
[275]
276 JOSÉ LEZAMA LIMA

triángulo de las manos unidas del nadador, que reeorre las marinas esca-
las homéricas, desde las sirenas gemebundas al manatí sentimental. Al
penetrar nuestra tierra el mar universal, se fijan las mutaciones de nues-
1
tros mitos • Verticalizados 2 sobre una pared, los peces remedan gallos.
Al penetrar en el agua, la energía solar comienza la ebullición figurati- Ver a Fayad Jamis
v~. Los maestros de la ebullición de la más importante de las hojas, con-
sideran que hay tres momentos en el bullir: ojos de pescado, perlas y sal-
tos de gallo, o llevado a la manera de Martínez Pedro, el cobalto nos da Parece que en estos dibujos y aguadas de Fayad Jamis, como si se
la precisión del recorrido de la luz; una raya blanca, la alegria del pez, o tratase a veces de interpretar un trabajo anterior, como si hubieran lle-
sencillamente lo que viene hacia nosotros, y el encuentro en la compo- gado a su lejanía familias secretas, flagelos amiboideos o simples cru-
sición es ese majestuoso esperar del cobalto o del negro, sosteniendo a jimientos de la materia ansiosa de respirar. Un trabajo gobernado y
veces esa cantidad de color una extensa franja blanca, comienzo del dirigido sobre otro trabajo invisible que raspa, añora, rectifica. Máqui-
movimiento, de la ebullición y de la precisa lección solar. nas irreales, diseñadas por la imagen, lúdicas, como dólmenes sin fina-
Pero existirá siempre el malhumor del que [se] sobresalta oyendo lidad, en espera tal vez de que un cataclismo les dé su función propia o
hablar de formas ovoides, y, sin embargo, muestra su complacencia su costumbre adivinatoria. Máquinas con advertencias y números,
mirando una perla en la corbata de plastrón de Stendhal. Hay aquí un indescifrables y conversadoras. Se trata de indicar un signo, de diseñar
punto y un plano de composición, el punto que significa la concentra- una letra, como un puente, un pozo de agua, los bueyes, cerca de la
ción y la dirección de las líneas de fuerza y el color extendido en el pla- casa, éxtasis de participación en el homogéneo desierto. Una señal que
no de composición. La línea, que según Kandinsky, es lo invisible o el no quiere convertirse en símbolo y se impulsa en el costado lateral del
recuerdo dejado por la estela de puntos, es la rotación del constante pez. Una fulguración que entreabre las hilachas del subconsciente,
punto de intersección de la imagen invisible y de la dimensión del pero sin redondearse ni terminar en lo explícito inmóvil: una flecha de
color. La estela de puntos es el embrión del hombre en lo invisible, el cuyo extremo pende una linterna atravesando un ramaje. Caminos y
total cuerpo del hombre agazapado en lo que no se ve. Un hombre rutas de la imagen con advertencias de la realidad: modere velocidad.
escondido es una tensión, como un punto que vuela es una tensión. Se indica un peligro, pero se declara innecesaria la escafandra. El ojo
Ninguna fundamentación de color, un plano básico, coloca al hombre sigue dominando, trazando las secretas escalas de un imperio que se
en el bosque, aliado de la columna en el templo, son dos líneas cuya deshace y reconstruye por instantes, mientras cada color de su recuer-
tensión asciende. En esa pintura de Martínez Pedro, la energía del pun- do de variante parece desplazarse movido por la brisa, pero no, un eje
to -que puede avanzar destruyéndose en una línea blanca, ecuación de cristalización extremadamente proliferante, establece una relación
de peces-, penetra en la lámina de cobalto sin fruncir su superficie, de energía entre los leves crujidos de la materia y su configuración
pero convirtiendo la abstracta triangularidad del triángulo en las manos
abierta a una florescencia inexplicada.
unidas del nadador. Rayas, rayas, pero al final Martínez Pedro nos ha
Fragmentos de árboles posibles que buscan otra unidad, impulsados
convencido a todos de que la raya del Bidasoa es lo mismo que la isla
de los Faisanes. por otro mundo que los tienta, como si gozaran de una poderosa emi-
gración de las formas que saltan de sus rúbricas habituales para sentir-
se extrañamente felices en regiones ignoradas. Lento ingurgite buscan-
[¿1975?} do una forma probable, un asidero, un ancla para otro desconocido.
Sabemos ya que cuanto más se agazapa la invernación, las metamorfo-
sis se hacen infinitas, huracanadas, incesantemente rotatorias. Cor-
púsculos rotativos que van ascendiendo hasta contemplar un perro en
acecho, y que no sabe morderse la cola escindida. Cristalizaciones y
1

2
Tachado: «Vi el pez, dice el misterioso Almirante, como un gallo de tres colores.» nacimientos. Esbozos de cuerpos que pueden surgir, como el recorrido
Variante: «horizontalizados».
del pez de las arenas que resisten al árbol que se entrega. Estiramientos

[277]
278 JOSÉ LEZAMA LIMA

y retiramientos, cuerpos que pueden surgir, apoyarse y desaparecer,


dejando las sombras de su apoyatura. Acaso la peana barroca que se
prolongó en un humo galopante. La forma jugando las dos esferas
comunicantes: círculos sobre dólmenes, tortugas emigrando en un tro-
zo de hielo, sosteniendo con sus cuatro patas, como en las fábulas chi-
Los pintores y una
. . ,proyectada
nas, lo estelar. De pronto, las embarcaciones se detienen en el ojo de la expOSlCIOn
imagen, entonces podemos entrever la nueva ciudad. Y van desembar-
cando la linterna de las profundidades y las flechas que nos marcan las
huellas anteriores, la posibilidad de nuevas formas de reconocimiento. Nuestros pintores de más calidad han dicho en diversas formas su
En París o en La Habana, Fayad Jamis sigue caminando, como en repudio de una bienal que se organiza entre confusiones y señales bien
uno de sus poemas, bajo la lluvia y logra llegar a la aldea donde con- visibles de desaciertos y tanteos fantasmagóricos. Nosotros creemos
fluyen los siete ríos. Allí percibe tierras ablandadas por la lluvia, pre- que habiendo alcanzado nuestra pintura una calidad que pocos países
sionadas por las uñas, que bastan para levantar el árbol dentro de la ciu- americanos pueden mostrar otra igual, toca a ese grupo de pintores
dad o el templo en el bosque de los druidas. La lluvia sigue creando, la encargados por su destino y su forma alcanzada, de ser los que muevan
tierra presionada sigue en sus inaudibles crujidos, cuando podemos y resuelvan las posibilidades de una exposición de la índole de la pro-
captar el tirabuzón del pez. La energía del devenir que penetra en la yectada. Durante muchos años han conducido su arte y su expresión en
materia como una exhalación, ha logrado configurar esas mutaciones una forma adecuada, han ido formando en generaciones sucesivas un
que exigen una lentitud secular en la espera que proclama y decide. trabajo plástico de alta calidad y de nobles fines, han planteado y
En esos toneles que estallan en el sueño, Fayad ha extraído sus rojos resuelto en ocasiones dificil es problemas de asimilación de estilos uni-
entrelazados con sus negros, sus sienas quemados, sus azules alusivos versales y de aplicación al lenguaje de nuestro paisaje, esa madurez los
a lo inmediato, sus amarillos que interrogan o enfurecen en la luz. Y capacita para organizar y conducir cualquier exposición de una forma
todos los colores que maneja con mágica alternancia, removidos, avan- resolutiva. Consultéseles para organizar una exposición universal
zando, penetrando vorazmente en la nueva ciudad. Sueño de las heca- como homenaje a Martí, y que sean ellos los que decidan esa empresa
tombes y ciudades nocturnas en lo alto de rocas. Estampas chinas don- y lleven esa responsabilidad.
de la naturaleza se descubre en los colores que penetran. Rotación
vital. La mano rotando en la materia para provocar desprendimientos, Orígenes, n. 0 34. La Habana 1953
zumbidos de insectos, flores que desaparecen. En el goce voluptuoso
de la energía que se anticipa a toda configuración, ha sabido apretar
una pulpa con los ojos. Una voluptuosidad paciente ha marchado en él
acompañada de una lentitud milenaria. Su materia acariciada y reco-
rrida sin cansancio, es ya la espera que proclama y decide con las com-
probaciones del minero y el despertar del niño con su esfera de ince-
sante rotación.

Amaru, Lima, enero, 1971

[279]
Nueva Galería ... •'.

La galería, como empalizada del bambú aporético de las imáge-


nes, representa una raíz de cultura, cuyas vicisitudes y rectificacio-
nes pertenecen al espíritu secreto pero dueño de sus operaciones.
Una galería antes de ser cultura es naturaleza, es decir, representa
los avances de una vivienda tan sumergida como hierática, que avan-
za con pasos inaudibles y con inefables preferencias, hasta alcanzar
un crujimiento de la tierra favorablemente signada y una luz que se
decide. El fiel de una galería es así como una mágica ambivalencia
entre el secreto potencial, la mañana sin espejos historiados, y la ciu-
dad que entreabre sus cien puertas para establecer el contorno de
resguardo frente a la gorgona oprimida melodiosamente por el dios
del río.
Al disminuir la eficacia del taller, en el furor de la crisis del indivi-
dualismo, en que el pintor huye de su conversión en objeto o en ser con-
templado, la galería aparece como una interrogación que se integra
entre ese taller coral, donde las jerarquías angélicas del artesanado
están compartidas, y el museo afanoso de establecer frias escalas en lo
laberíntico del estilismo. Así la maciza unidad de tiempo en la secula-
ridad, se convierte en un heraclitano paseo donde fluir o resbalar
embriagan más que las precisas jornadas del sueño entre el cuerpo que
emite y la imagen que se insufla.
El sostén de gravedad de una galería es la ley secreta de sus preferen-
cias, mostradas casi como su misterio o sus imanes ocultos en las más
silenciosas consagraciones. Unas veces, como en Velázquez, es el espejo
el que proyecta su luz inmóvil sobre la infanta de las barajas. Una puerta
entreabierta, como en Teniers, establece un voluptuoso dualismo entre la
visita de primer término y el simple paseo que apuntala con el índice una
imagen extraída del reposo desdeñoso. Si por una visibilidad de su anto-
logía, la galería rompe su pausa entre el taller y el museo, se convierte
entonces en tosco sótano donde el hastío fuma su pipa de murciélagos.
La pintura nuestra, que ha ido más allá de sus límites de descubri-
miento o hallazgo, de una síntesis entre su técnica y su paisaje, ha
entrado ya en esa fase de misterio de incorporación, donde la metafisi-
ca del aire se resuelve en la geometría hipostasiada de figura -susti-

[281]
282 JOSÉ LEZAMA LIMA

tución en la identidad de la infinitud-, y en la imagen o evaporación


concurrente en las cordenadas del paisaje. Ya no se trata de descubrir
un azul de fondo al amarillo estelar de nuestros primeros planos, de
encontrar los iconos sagrados del campesinado, o de lucetas irisadas
como un pavón paradojal en púrpura o naranja. Lo que ahora espera es Temporada en el ingenio
un misterio que se trueca en un secreto, un vuelco de la semilla en chis-
pa. Entre lo real y lo invisible, una fulguración. Y la prueba de ese acto
de fuego traspasado, está en ese análogo que busca ya lo desconocido Todo trabajo de transformaciones debe ser llevado a las profun-
como una nota exigente, devoradora casi, con lo que puede mostrar didades, a su genésico espacio oscuro, como apenas entreabierta la
como hecho y atesorado. Si una galería, al ascender de su misterio de concha asoma la aleta pectoral del delfín, como un reto en búsqueda
naturaleza al secreto de la cultura, logra mostrar lo resuelto con ese del uno primordial.
desconocido parténico, en fin, lo adquirido con lo retador, adquiere la Si todo fuese oscurecido por un sueño infinitamente extenso, las
airosa nadada de su flecha. Si el silbo flechero de la que ahora se inau- incesantes transformaciones de la caña necesitarían de ese sumergi-
gure hace diana, logrará un sonido matinal henchido, como el que pro- miento en las profundidades de la caparazón de la tortuga avivado
rrumpe en el ameno rey del despertar. por el pincho quemante. Esas metamorfosis de una vertical genética
a un polvillo dilatado en las irradiaciones del paladar, es decir, de un
Octubre y 1957 phyton a un corpúsculo, atraviesan el sucesivo mundo placentario,
las sombras que se desprenden, el espacio oscuro que penetra en
punta de espejo,, y llegan a las cavernas del centro de la tierra, des-
pués de ofrecer las libaciones de la sangre réproba o maldita. A
pocos les está concedido dar un paso en esas minas secretas, donde
las transformaciones se cumplen en el sueño originario de las caver-
nas, donde un Polifemo probó por primera vez el vino y quiso des-
truir al hombre. Pero el hombre que penetra en una mina siente el
terror secreto, el tiempo que estará en las profundidades metamor-
fósicas y secuestrado a la luz reinante. Una humedad que se esboza
es un signo indescifrable, las nuevas pausas de la respiración son un
aviso, un polvillo que comienza a rodar preludia la avalancha de la
caballería que nos viene a llevar.
La lámpara, paradojal enemiga de las profundidades, comienza
a valsar contra el muro, un ratón sale de la boca del diablo y el cor-
tinón de las pesadillas comienza calmosamente a plegarse.
Las transformaciones asumidas por el genio de las profundida-
des, aparecen paradojalmente en el ingenio fijado sobre la superficie
y el cantabile de la llegada de la luz. Ese acarreo secreto, ese prolon-
gado descendit, ese trabajo de filtraciones que necesitan las galerías
más soterradas, los instala el ingenio como uno de sus prodigios en
la evidencia y en la luz palpatoria. La sabiduría de esos moradores en
las galerías de la luz, no tiene que descender sino penetrar en una cau-
salidad vigilada de cerca por el hombre. Hierve, resbala, se fija en
inverosímiles corpúsculos de platino, dilatando la onda temporal en

[283]
284 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIA ARTIZADA 285

el paladar que se vuelve sobre el horno asimilativo del hombre. Un ha palpado y corrido sus figuras hacia delante, donde la luz irrumpe
timbre y el sudor se apacigua, resuella la melaza y la sabiduría orga- desemejante o fraccionada, sino que reclama las más perentorias
niza su lenguaje donde se vence alfatum por un inmenso júbilo sose- exigencias de la ciudad, porosidad, vasos comunicantes, conversa-
gado. Ese hombre trabaja en la luz, sus galerías secretas están en la ciones. Una vigilancia, yo diría mejor una cortesía, se establece
evidencia, sus profundidades son visibles, transcurren y conversan. entre las máquinas y el hombre que espera con una sabia actividad
Algo inmutable las protege, están cerca del fuego de cocción, ven fabulosa. La cámara se va aposentando desde la poderosa dimensión
pelear incesantemente la piedra y el fuego, el recipiente y el espíritu de las máquinas hasta la pequeñez del corpúsculo irisado, lo enorme
errante, como el trabajo que ofrecen es el de una mina en la visibili- aquí tiene que ser conjugado con una inverosímil pequeñez. El Chi-
dad, su rendimiento es supratemporal, viven la inconmovible secula- nolope no se ha descolgado por la ventana de la inaudita casa del
ridad de la imagen operando en el tiempo. Es más un período geoló- desierto, por el contrario ha llegado a la ciudad donde la suma de los
gico que una industria, una medida relacionable entre el vegetal, el ecos se interpreta, donde el diálogo rinde secretos, donde el polen y
hombre y el fuego, una proporción de visibilidad en relación con una la médula de la palma se reducen a un cristal de azúcar, pero lo
etapa solar. asombroso es que las máquinas y el hombre pueden producir el mis-
En algunos grabados del siglo pasado, aparecen en el ingenio, en mo corpúsculo mágico. Y oh, sorpresa de las sorpresas, en el desfi-
el barracón de las primeras calderas, con la melaza espumeante, le de estas proposiciones, cuidadosa continuidad de nuestros graba-
sillones y hamacas para el sueño y la conversación. La cotidianidad dores, donde se mezclan el ejercicio secreto y la justa visible, vemos
volvía a instalarse en la secularidad, en un juego de posibilidades del al juglar Chinolope con su cámara, su ojo de buey, que da un vuelco
que sólo los cubanos conocemos el secreto. El más sabio de los completo y lo fija entonando un grave en el coro de los discipli-
genios habitaba la casa del ingenio. Las máquinas respondían como nantes.
al toque de una virtuosidad, un ejercicio diario le regalaba infinitas
destrezas posibles. Al lado de la máquina un artesano incomparable Revista Cuba. La Habana, noviembre, 1868
que une el sosiego a la sabiduría, vigila la dirección apropiada o el
salto del líquido, el cansancio de un torbellino o un diente que tiem-
bla en la cremallera, cuidando de apuntalar el instante que desfalle-
ce o ha sido mal interpretado. Vigila cada instante para. seguirlo,
pues todo el contrapunto del ingenio está a la altura de su visibilidad.
Una pausa que no interpreta puede ser el triunfo atormentado de la
muerte. El silencio que toca un timbre, marcha en torno de las can-
ciones que impulsan a los bueyes, ambas participan. Allí la electri-
cidad y el buey vuelven de nuevo a ser divinizados. La más podero-
sa energía y la paciencia más poderosa coinciden en la búsqueda de
ese corpúsculo que entraña el uno primordial. El juglar deambula
desde la plaza a la casa de las transformaciones sutiles. Lleva un lar-
go cayado del que pende un ojo de buey. Ese ojo tiene como la tem-
peratura de la permanencia de las situaciones, es también un amule-
to para el azar concurrente y un ojo que penetra como una gota y
devuelve como un espejo universal. ,Suma de paradojas, es un juglar
chino-japonés, que exhuma sin abrumarnos el patronímico de Lope.
Su cámara, como un fulgurante ojo de buey, capta que las máquinas
están entre las manos que soplan y la tierra que devuelve. Una pene-
tración de las manos en el crecimiento lentísimo. La reminiscencia
Lo cubano o la síntesis súbita
Como un avant goút del Museo Nacional, en Los Pasos Perdidos,
ofrecimiento de obras plásticas cubanas. Entre las líneas de expresión,
tales como los grabadores, el costumbrismo, el paisajismo, el miniatu-
rismo, ninguna adquiere relieve de sugerencias y rendimientos artísti-
cos, como el retratismo de Escobar y la manera de llegar a lo cubano,
de apoderarse de atmósferas, situaciones y añadirle casi inefablemen-
te ese plus de matices que viene a situar una obra de arte, como los cua-
dros de Guillermo Collazo. La sencillez de los retratos de Escobar y la
voluptuosidad de las situaciones plásticas de Collazo, vienen a ser
notas distintivas de un arte que necesitaba de esos antecedentes para las
potentes perspectivas que después diseñaría.
Los retratos de Escobar se entroncan con aquella línea de retratis-
tas españoles que desde Pantoja de la Cruz a Carreño de Miranda bus-
caron sólo esas sorpresas que se derivan de acercarnos a un objeto pre-
fijado, asegurándolo y apuntalándolo, para ver cómo el devenir, impre-
vistas gracias y sorpresas, venían a rendimos un trabajo artístico muy
alejado de sus intenciones. Viendo su «Retrato de niño», sentimos el
gozo del infante que estrena como galones y distintivos que no son
suyos, una casaca que tal vez sea de su padre. Se observa que para posar
el garzón a indicaciones del pintor, buscó un casaquín que si revelaba
un rango no mostraba su oportunidad artística. Sus retratos más que
manchados de monotonía, trazan como una colección de fotografias
familiares, que se animasen de pronto, deliciosos y endomingados,
para asistir a un bautizo en la catedral o ir a ofrecerle sus respetos al
nuevo gobernador general que ha llegado. Han escogido sus encajes de
pechera, el color de sus guantes en relación con una piel color naranja,
su abanico cerrado y sus alhajas de severo ceremonial. Parecen que
gustosos quisieran formar parte de una novela que ya nadie escribirá.
Collazo, en los finales de un siglo que para nuestra pintura había
comenzado con el modo ingenuo de Escobar, viene a presentamos con
suma discreción elegante, cómo lo cubano es una síntesis súbita y no
un allegamiento de acarreos y materiales superpuestos. Que vive
muchos años en París, pues eso lo hace más finamente cubano. Que
pinta una visita a la manera francesa, pues el cuadro se instala en las

[287]
288 JOSÉLEZAMALIMA

gracias exquisitas de una visita cubana de fin de siglo. Se ríe una bue-
na alegría, hay un verde que nadie se atrevería a regalárselo a Francia,
asoman gentilezas y requiebros que parecen el halago, el susurro de
una cortesanía cubana que se ha universalizado por sus profundas y Índice de nombres*
seguras calidades.
ABELA, Eduardo (1891-1964): 167. BoRROMINI (Francesco Castelli) (ca.
16 de marzo de 1950 AGUSTÍ, San (354-430): 11, 59. 1599-1667): 133.
ALEIJADINHO (Antonio Francisco da Cos- Bosco, El (Hyeronimus van Aeken)
ta Lisboa) (1739-1814): 13, 108-110, (1450-1516): 65.
216. BRAQUE, George (1882-1963): 103, 196,
ALONSO, Dámaso: 18. 257.
ANAXIMANDRO DE MILETO (ca. 61 0-ca. BRÉMOND, Henri (1865-1933): 44.
524 a. C.): 12. BRUEGHEL EL VIEJO, Peter (ca. 1525-
ANSELOMO, San (1033-1109): 246. 1569): 31, 79.
APOLLINAIRE, Guillaurne de Kostrowitsk:y BUONARROTTI, Miguel Ángel (1475-
(1880-1918): 76, 78. 1564): 125, 228.
ARANGO Y PARREÑO, Francisco (1765-
1837): 150. CABRERA INFANTE, Guillermo: 17.
ARCHE,Jorge: 167. CAGLIOSTRO (José Bálsamo) (1743-
ARisTóTELES (384-322 a. C.): 26,251. 1795): 128.
CANO, Alonso (1601-1677): 66.
BACON, Francis (1561-1626): 251. CARLOS V (1500-1558): 134.
BACHELARD, Gaston (1884-1962): 48. CARON, Anton: 237.
BALTHUS (Baltasar Klossowski de Rola): CARPENTIER, Alejo (1904-1980): 14.
61, 62. CARREÑODEMIRANDA, Juan (1614-1685):
BALZAC, Honoré de (1799-1850): 53, 95, 287.
172. CASAL, Julián del (1863-1893): 38, 132,
BAQUERO, Gastón: 12, 13. 147,148, 149,150, 171, 196.
BARAÑANO, Leonardo: 143. CENNINI, Cennino (ca. 1370-ca. 1440):
BARDET, Gastón: 101-102. 176,221.
BARRÉs, Mauricio (1862-1923): 65. CÉSAR, Cayo Julio (100 a. C.-44 a. C.): 30.
BAUDELAIRE, Charles (1821-1867): 16, CÉZANNE,. Paul (1839-1906): 17, 66, 67,
56,77,87,88, 124,125,207. 89,114,176,177,220,249,250,257.
BEATO DE LIÉBANA (m. 798): 58, 59. CicERÓN, Marco Tulio (106-43 a. C.): 30.
BEATO HORTA: 87. CLAUDEL, Paul (1868-1955): 252.
BEAUVAIS, Vicent de (ca. 1190-1296): 58. CLAUDIO DE FRANCIA (siglo XV): 124.
BEETHOVEN, Ludwig van (1770-1827): CLEMENTE VII (1478-1534): 129.
172. CLODIO, Publio (93-52 a. C.): 30.
BELLAY, Joachin du (1524-1560): 136. COCTEAU, Jean (1892-1963): 91, 93.
BELLINI, lacopo (1400-1470): 215. CoLóN, Cristóbal (1451-1506): 123, 153.
BERNARDO, San (1091-1153): 60. COLLAZO, Guillermo (1850-1896): 147,
BLAKE, Willian (1757-1827): 271. 261,287.
BONNARD, Pierre (1867-1947): 17, 18,99- CONDE DE VILLAMEDIANA (Juan de Tassis
100. Peralta) (1582-1622): 37.
BaRRERO, Juana (1878-1896): 132, 147, Cossío, Manuel Bartolomé (1858-1935):
148, 153. 65, 66.

• Este índice y los siguientes han sido elaborados por Miguel Ángel Ramos Sánchez.

[289]
290 JOSÉ LEZAMA LIMA LAMATERIAARTIZADA 291
COURAGEAD, Louis (1841-1896): 57. Fou HI: 60, 240. lNGRES, J.-A.-Dominique (1780-1867): Luz Y CABALLERO, José de la (1800-
CRISTO: 58. FOUQUET, Jean (1420-ca. 1470): 78. 124. 1862): 132.
CURTISS, George Willians (1842-1892): FRANCESCA, Piero della (ca. 1412-1492):
29. 114. JACOBODELA VoRÁGINE, Beato (ca. 1228- MALDONADO, Juan: 127, 129.
CURTIUS, Emst Robert (1886-1956): 20, FRANCISCO DE Asís, San (1182-1226): 58, 1298): 59. MALLARMÉ, Stephane (1842-1898): 42,
66. 175. JAMES, Henry (1843-1916): 176. 124.
JNvns, Fayad: 16,277-278. MANET, Edouard (1832-1883): 16, 106,
CHAMPOLLION, JeanF. (1790-1832): 28. GARCÍA, Joaquín José: 127, 128. JERÓNIMO, San (m. ca. 420): 76, 115,263. 125.
CHARDÍN, Juan B. Simeón (1699-1774): GARCÍA MARRuz, Fina: 13. JIMÉNEZ, José: 9. MANN, Thomas (1856-1941): 113.
73, 89, 113. GARcíA VEGA, Lorenzo: 13, 20. JoHNSON, Samuel (1709-1784): 129. MANTEGNA, Andrea (1431-1506): 216.
CHARLES DE ÜRLÉANS (1394-1465): 87. GARCILASO DE LA VEGA (1503-1536): 133. JOYCE, James (1882-1941): 20, 66. MANZANO, Juan Francisco (1797-1854):
CHARTRAND, Esteban (1840-1883): 145. GAUTIER, Téophile (1811-1872): 124. JuAN DE LA CRuz, San (1542-1591): 224. 132.
CHESTERTON, Gilbert Keith (1874-1936): GAZTELU, Ángel: 13, 144. JuAN EVANGELISTA, San (m. ca. 100 d. c.): MARCO AURELIO (121-180 d. C.): 174,
128. GIRAUDOUX, Jean (1882-1944): 99. 58, 133. 175.
CHEVAL, F acteur: 23 7. GOETHE, Johann Wolfgang von (1749- JUANA INÉS DE LA CRUZ, Sor (1651-1695): MARIANO (M. Rodríguez): 16, 19, 247-
CIITRICO, Giorgio de (1888-1978): 113. 1832): 55, 72, 89, 113, 127, 131,176, 146. 257,261.
CHUANG-TZU (siglo III a. C.): 14. 204. ' MARTÍ, José (1853-1895): 10, 38, 108,
GóMEZDELA SERNA, Ramón (1891-1963): KANDINSKY, Wassily (1866-1944): 155, 132,139,146,149-153,265,279.
DA VINCI, Leonardo (1452-1519): 125, 72. 235,276. MARTÍNEZPEDRO, Luis: 15,271-274,275-
148, 176. GóNGORA y ARGOTE, Luis de (1561- KEATS, John (1759-1821): 16, 125, 126. 276.
DANTE ALIGHIERI (1265-1321): 75. 1627): 18, 37, 65, 133, 134, 151, 152, KLEE,Paul(1879-1940): 155,234,235. MASSINI, Nicolás: 129.
DAUMIER, Honoré (1828-1879): 125. 266. KONDORI (El indio Kondori): 107-108. MATISSE, Henri (1869-1954): 19, 56, 87-
DEBUSSY, Claude (1862-1918): 99, 124. GONZALO, San: 109. 89,249.
DEGAS, Edgard (1834-1917): 114. GOYA Y LUCIENTES, Francisco de (1746- LABRUYÉRE, Jean de (1645-1696): 75. MEDINA, Tristán de Jesús (1833-1886):
DEL MONTE, Domingo (1804-1853): 139. 1828): 66,93, 111,119,125,204,238, LA CONDAMINE, Charles M. de (1701- 132, 145.
DELACROIX, Eugene (1798-1863): 56, 239, 249, 250, 261. 1774): 56. MESA, Ramón: 148.
124, 125. GRACIÁN, Baltasar (1601-1658): 108. LAPEROUSSE, JeanF. (1741-1788): 56. MIAHLE, Francisco (1810-1881): 143.
DESCARTES, René (1596-1650): 32, 34, GRACO, Rutilio (154-78 a. C.): 130. LALANDE, André (1867-1963): 103. MILANÉS, Federico (1815-1890): 144.
35, 92. GREco, El (Domenikos Theotokopoulos) MIYARES, Enrique Hemández (1859-
LAM, Wilfredo: 261.
DESIDERIO, Monsu: 237. (1541-1614): 15, 16, 17, 20, 65, 66, 67, LAURENCIN, Marie (1885-1956): 78, 103, 1914): 38.
DIAGO, Roberto (1920-1957): 16, 18,268. 88, 114, 115, 131, 164, 190, 208, 238, MODIGLIANI, Amadeo (1884-1920): 103.
104.
DIDEROT, Denis (1713-1784): 84. 250, 251' 266. LAWRENCE, David Herbert (1885-1930): MOLINA, Tirso de (Gabriel Téllez) (1571-
DIEGO, Eliseo: 13. GRIS, Juan (1887-1927): 103. 1648): 113.
96.
DOSTOIEVSKI, Fiódor Mijáilovich (1821- GUERRERO GALVÁN: 113. LAZo, Agustín: 113. MONDRIAN, Pieter C. (1872-1944): 239.
1881): 45, 172. GUILLÉN, Jorge (1893-1984): 144. MONET, Claude (1840-1926): 242,245.
LECONTE DE LISLE, Charles (1818-1894):
Du Bos, Charles (1882-1939): 16, 125, GUSTAVO ADOLFO Il (1594-1632): 31. 128. MONTAIGNE, Michel de (1533-1592): 87,
126.
LEIBNZ, Gottfried W. (1646-1716): 190. 157, 167.
DUQUE DE BERRY (1340-1416): 78-79. HEREDIA, M.a Ign:acia: 139. MONTEVERDE, Domingo (1773-1832): 141.
LIMBOURG, Paul (siglo XV): 78.
HEREDIA Y CAMPUZANO, José M.a de MORENO, Rafael (1887-1955): 263.
LONGO (siglo III): 58.
EISENSTEIN, SerguéiM. (1898-1948): 151. (1803-1829): 132, 138, 139, 140, 141, LóPEZ, Vicente (1772-1850): 261.
ELIOT, Thomas Steams (1888-1965): 245. 142, 153. NIETZSCHE, Friedrich (1844-1900): 25,
LóPEZHALCóN, León: 45.
EMPÉDOCLES (483-430 a. C.): 25. HERNANDODELA PARRA: 128, 130. 93,267.
LOZANO, Alfredo: 257.
ESCOBAR, Vicente (1762-1874): 131, 132, HOGARTH, William (1697-1764): 105. NovALIS (Friedrich von Hardenberg)
LUACES, Joaquín Lorenzo (1826-1867):
143,222,236,261,287. HOKUSAI, Katsushika (1760-1849): 103. (1772-1801): 18,138,272.
134.
ESPINOSA, Pedro de (1578-1650): 133. HOPKINS, G. Manley (1844-1889): 217. NovoA, Rosario: 14.
LUCRECIO, Tito Lucrecio Caro (95-55 a.
HORACIO, Quinto (114-50 a. C.): 30.
C.): 88.
FEIJOO, Samuel: 13. HUERTA, Victoriano (1845-1916): 111. ÜRAA, Pedro de: 281.
LUIS, San (Luis IX) (1214-1270): 57.
FELIPE Il (1527-1598): 65, 119. HUGO, Victor (1802-1885): 20, 44. ORÍGENES (m. 254 d. C.): 136.
LUis XI (1423-1483) 28.
FERNÁNDEZ, Arístides (1904-1934): 15, HUMBOLDT, Karl W. von (1767-1835): ÜRozco, José Clemente (1883-1949): 19,
LUIS XVI (1754-1793): 45.
18, 169-194. 131. Luuo, Raimundo (ca. 1253-ca 1315): 157. 117-118.
292 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 293

0Rs, Eugenio d' (1882-1954): 65, 158, RIBERA, José de (El Españoleto) (1590- STENDHAL, Henri Beyle (1783-1842): 276. VERLAINE, Paul (1844-1896): 38, 39.
167. 1652): 66. STRAUSS, Johann (1825-1899): 15. VícTOR MANUEL (Manuel García Valdés)
ORTEGA Y GASSET, José (1883-1955): 65, RrCHELIEU, Duque de (1582-1642): 31. STRAVINSKY, Ígor (1882-1971): 157,213. (1897-1969): 18, 19, 157-159, 167.
66. RILKE, Rainer Maria (1875-1926): 49, SURÍY ÁGUILA, José (1696-1762): 132. VIEIRA DA SILVA, M. a Elena: 61.
183. VITIER, Cintio: 9, 13.
PACHECO, Francisco (1571-1654): 65. RlMBAUD,Arthur(1854-1891):34,38,39, TALLEYRAND, Charles Maurice de (1754-
PANTOJA DE LA CRUZ, Juan (1553-1608): 42, 151. 1838): 134. WATTEAU,Antoine(1684-1721): 85,125,
287. RIVERA, Diego (1886-1957): 111, 114, TAMAYO, Rufino: 113. 250.
PARMÉNIDES DEELEA(siglo VI a. C.): 52. 178. TENIERS, David (El Joven) (1610-1690): WHITMAN, Walt (1819-1932): 214,265.
PEDRO, San (m. ca. 64 d. C.): 59. RODRÍGUEZ, Manuel del Socorro (siglo 281. WILDE, Osear (1856-1900): 136.
PELÁEZ, Amelia (1897-1968): 9, 195-202. XVIII): 132, 133. TERESADEJESÚS, Santa(1515-1582): 224. WINCKELMANN, Johann Joachin (1717-
PÉREZ, Manuel María: 136. RODRÍGUEZ FEO, José (1920-1993): 13. TOLOUSE-LAUTREC, Henri de (1864- 1768): 55.
PÉREZ CISNEROS, Guy (1916-1953):13. RODRÍGUEZ LOZANO: 114, 255. 1901): 91. WOLFLIN, Heinrich (1864-1945): 267.
PERRET, Auguste (1874-1954): 101. RODRÍGUEZ SANTOS, Justo: 13. ToMAsDEAQUINO, Santo(1225-1274): 251. WORRINGER, Wilhelm. 267.
PICASSO, Pablo Ruiz (1881-1973): 15, 17, ROLDÁN, Amadeo (1900-1939): 144. TUCÍDIDES (ca. 460-ca. 400): 138.
19, 20, 52, 66, 77, 87, 91-93, 95-97, ROMANO, Darío (siglo XVI): 132. TURNER, J. M. William (1775-1851): 106, YÁÑEz, Jacoba. 139.
113,114,176,199,249,250,251,252. ROUSSEAU, Henry (El Aduanero) (1844- 136,216. YBROVAC: 124.
PIÑERA, Virgilio (1912-1979): 13. 1910): 14,75-86,146,263.
PLACIDO (Gabriel de la Concepción Val- ROUSSEL, Raymond (1877-1933): 112. UCCELLO, Paolo (1397-1475): 233,235. ZAMBRANA, Luisa Pérez de (1835-1922):
dés) (1809-1844): 132, 143. RUBALCAVA, Manuel Justo de (1769- UNAMUNO, Miguel de (1864-1936): 157. 146.
PLATÓN (428-348 a. C.): 11, 31, 58, 157. 1805): 132, 135, 136, 149, 150. UTRILLO, Maurice (1883-1955): 242,245. ZAPATA, Emiliano (1869-1919): 111.
PLINIO EL JOVEN (Cayo P. Cecilio Secun- RUBENS, Pieter Paul (1577-1640): 125. ZENEA, Ildefonso Estrada: 144.
do) (61-113): 53, 58. VALDÉSLEAL, Juan de (1622-1690): 164. ZENEA, Juan Clemente (1832-1871): 144,
RUEDA, Isabel: 139.
VALÉRY,Paul(1871-1945):20, 111,124, 145.
POMPEYO MAGNO, Cneo (106-48 a. C.): RussELL, Bertrand A. W. (1872-1970):
199. ZEQUEIRA, Manuel de (1764-1846): 132,
30. 103.
VAN GOGH, Vicent (1853-1890): 56, 105, 134, 136, 150.
PONCE, Fidelio (1895-1949): 161-165.
114, 149, 180,235. ZOLA, Émile (1840-1902): 249.
POPE, Alexander (1688-1744): 128. SÁNCHEZ COELLO, Alonso {1531-1588):
VELÁZQUEZ, Diego da Silva (1599-1660): ZULOAGA, Ignacio (1870-1945): 66.
PORTOCARRERO,René: 13, 15, 16, 18,20, 65.
62,66, 72,105,201,238,250,281. ZUREARÁN, Francisco de (1598-1664): 66,
203-246,261. SANCHEZ COTÁN, Fray Juan (ca. 1560-
VERAMY: 142. 72, 131, 195.
PosADA, José Guadalupe (1852-1913): 1627): 71, 72, 73.
19, 111-112. SANZ CARTAS, Valentín (1850-1897):
POULSEN, Valdemar (1869-1942): 55. 147.
POUSSIN, Nicolás (1594-1655): 89. SAURA, Antonio: 119-120.
PRousT,Marcel(1871-1922): 99,124,126. SAVAGELANDOR, Walter: 129.
PRUDHOMME, Sully (Renato Francisco P.) SCHWOB, Marcel (1867-1905): 128.
(1839-1907): 136. SEVERINI, Gino (1883-1966): 177.
SHAKESPEARE, William(1564-1616): 125.
QUEVEDO, Francisco de (1580- 1645): 72. SHELLEY, Percy Bysshe (1792-1822):
QUINTERO, José Agustín: 149. 216.
SrcRE, José Gómez: 167.
RACINE, Jean (1639-1699): 44. SrMóNDEROJAS, Beato (1552-1624): 211.
RAFAEL (Raffaello Sanzio) (1483-1520): SrQUEIRos,DavidAlfaro(1898-1974): 114.
31,92, 114,115,158,250,251. SMITH, Octavio (1921-1987): 13.
RAMOS BLANCO, Teodoro (1902-1970): SóCRATEs(470-399 a. C.): 31, 32.
167. SOLDEVILLA, Loló: 281.
REMBRANDT, Harmenszoon van Rijn SOTO, Remando de (1499-1542): 241.
(1606-1669): 62, 125. SOTO, Luis de: 14.
RENOIR, Auguste (1841-1919): 99, 103, SOTO DE ROJAS, Pedro (1590-1655): 135.
149. SPINOZA, Baruch (1632-1677): 158.
REYNOLDS, Sir Joshua (1723-1792): 105. STEIN, Gertrude (1874-1946): 91-92.
Índice de conceptos
Adyton: 221. Cristo: 58.
Alquimia: 14, 59, 126, 131, 133, 134,201, Cubismo: 91, 92, 195, 196, 199.
273. Cuerpo:23,35,36,39,40,92, 158,173,
América: 82, 107, 109, 111, 117, 279. 174,190,218,235,259,274.
-lo cubano: 19, 185, 186,225,287. Cultura y natura: 92.
-lo criollo: 201.
Analogía; 27. Deseo: 34, 35, 83.
Ángel: 95-97, 126, 190, 200, 207, 209, Dificil convencional: 99.
211,214,223,224,225,251. Dios: 11, 47, 48, 150.
-y nombre: 97. Discontinuidad: 12, 32, 42.
Arquitectura: 1Ol. Disgresión: 19.
Arte,fmalidad: 174. Distancia: 24, 39, 43, 216, 265.
Artesanía: 133, 214. Dromenón: 137, 138.
-invisible: 105. Durée: 240.
Artista y modelo: 95-96.
Artizar: 20, 96, 222, 259. Eleusis: 35.
-materia artizada. 20, 125, 126,257. Emanación: 66.
Ataraxia: 175. Epifanía: 217.
Escultura: 257.
Barroco: 15,107,108,226,253,265,266. Esencia (s): 175, 181,203.
Bodegón: 71-73, 196. Esfera: 136, 137.
Espacio: 33, 63, 78, 159, 190, 191,
Cantidad: 31, 61,275. 193.
-hechizada: 12, 145. Espíritu: 35, 36.
Canto: 47, 52,204. Estelar: 137, 150, 152,238, 239,245.
Caos: 78, 117, 220. Estilismo: 99.
Casa: Estilos:
-infancia. 236-237. -juego de los: 176.
Causalidad: 24, 31,105,174. Estructura:61,62, 199,217.
Ceniza: 119-120,214. Éxito: 183.
Color: 50, 56, 59,105,106,125, 130,131, Expresionismo abstracto: 199.
157, 161, 178, 181-183, 187, 195,207, Éxtasis: 36.
208,212,225,226,227,237,252,253, Extrañamiento: 11, 72, 151.
273,274.
-quiditario: 126. Fijeza: 12, 34.
Composición: 71, 195. -:-inmovilidad: 199.
Conceptismo: 17. Forma~: 35, 104, 158, 177, 197, 208,
Contacto eficaz: 235. 217.
Contemplación: 63, 71, 217. -rueda de las: 85.
Continuo: 23, 32, 42, 49, 52, 148. Fragmento: 42, 43, 47, 62, 77, 78, 105,
Copia: 105. . 173, 174, 1'91, 210 238,265.
Cosmos: 18. Fresquismo:
Creación: 104. -mexicano: 117-118, 178-179.

[295]
296 JOSÉ LEZAMA LIMA LA MATERIA ARTIZADA 297
-rnuralismo: 178, 244, 255-256. Naturaleza humana: 137. -hiperbólico: 42. Tiempo y espacio: 12, 36, 43, 63, 78, 137,
Fruición verbal: 18. Número: 40. Ser: 26, 32, 42. 144, 159, 169, 170, 171, 190, 191, 193,
Fuego: 138,269. -Cuerpo y: 24. 194,215,227,238,242,284.
Ojo: 91, 92. -No ser: 29, 43. -tiempo del sumergimiento: 243.
Hierus lagos: 47. Olvido: 49, 173. Simbolismo: 11, 210, 212. -tiempo paradisíaco: 85.
Hierro forjado: 155. Orfisrno: 47-54, 77. Sírnbolos:27,43, 164,192,193. Tokonoma: 149.
Horno humus: 217. Origen: 93, 209, 212. -egipcios: 78. Totalidad:24,25,43, 77, 78,175,224,238,271.
Horizontal y vertical: 76, 88, 217, 234, Simpatía: 86, 140, 197,271. Tradición: 87.
239, 244, 276. Paisaje: 138,141,145,146,147,173,191, Sobrenaturaleza: 12, 101, 147, 223, 224, -horror referens: 113.
-deformación: 88. 215,216,282. 229,237. -influencias.: 113-115,201,250,252,261.
-dialogado: 100. Súbito: 137, 170, 171, 174, 177, 181,215,
Icneumon: 232, 233. Poesía: 37, 39, 42,251. 227,265,267. Unidad: 26, 44, 91, 157, 162, 164, 201.
Identidad: 49. -Conocimiento poético: 25, 27. Sucesión:24, 78,137,209,227,240,248, -Conceptual: 26, 44, 77.
Imagen: 11,26,28,35,42,43,44,77,132, -Emisión poética: 41. 265,267. -Uno: 49, 52, 150, 283, 284.
138,147,217,218,220,234,235,245, -Extensión poética: 39. Sueño:48,56,205,213,221. -Uno indual: 58.
271,272,277,282. -Nutrición poética: 34. Suspensión: 28, 218,219, 220, 249.
-háptica: 218. -Poema: 33, 42. Sustancia: Verdad: 72,240.
Imitación: 26. -Progresión del poema: 40. -Cartesiana: 32,214. -Corno desvelamiento: 42.
Impresionismo: 195. -Sustancia poética: 34. -Y síntesis: 17 6, 177, 250. Visión: 61-62,85,92,174,176,177,199,
Indeterminación: 83. -Y silencio: 147. 214,216,221,223,235,249.
Infierno: 52,53,54. -Verdad poética: 30. Tapiz: 59, 123, 204. Vivencia oblicua: 12, 27, 28.
Inquietud: 161, 162. Popular: 77, 78. Teoricisrno: 100. -transversalidad: 213.
Inscape:217,242,245. Posibilidad: 50, 173,208,217. Terateia: 233.
Instante: 42, 76, 147, 197, 211, 213, 232, «Posrnodernidad»: 12. Terror: 141, 151, 183. Wu Wei: 149,219.
272,273. Posteridad: 169.
Ironía: 16. Prirnitivisrno: 77, 218,263,266.
Irradiación: 35, 39,40,43, 63, 99,213,218. Prueba hiperbólica: 12, 32, 33, 34.
Puer senex: 152.
Lejanía: 215-217. Puleritudo: 72.
Liaison: 42, 82.
Logos:25, 16,220,223,242. Realidad: 96, 282.
-lagos optikos: 137,219,234. -e irrealidad: 149.
Luz:61,62, 132,138,181,182,195-198, Realismo: 61, 112.
226,274. Relación: 177.
-fija. 158. Resprración: 71, 219.
Retraso cartografiado: 158.
Mal: 230. Retrato: 92, 143, 158, 178, 180-181, 185,
Manierisrno: 11, 15, 20,228. 287.
Máscara: 45, 96, 97. Ritmo: 43, 181.
-y rostro: 203-204, 228-230. Románico: 55, 57-60.
Melancolía: 144. -Pintura: 59.
Mentrra:25,30,33. Romanticismo: 161-165, 168,265.
Metáfora: 24, 26, 27, 28, 37, 42, 179. Ruina: 101-102,215,220,236,237.
Metamorfosis: 24, 27, 42, 43, 149, 223,
267,272,277. Sección áurea: 268.
Mírnesis: 11. Secreto ontológico: 217.
Mística: 66,218. Semejanza: 11, 23, 26, 31, 128,217.
Monumento: 101. Sencillez: 71.
Muerte: 49, 82, 111, 144, 145, 146, 147, Sensación: 1OO.
150,169,174,178,203,245. -lógica de la: 249.
-muertos: 134, 228-230. Sentido: 12, 29, 40,251.
Índice de personajes míticos y de ficción
AGAMENÓN: 153. ERos:48, 138,140,142,223,224,245.
ALBERTINA: 126. EROS URANO: 48.
AMAZONAS: 53. EUMÉNIDES: 214.
AMóN-RA: 29, 145. EUMONO: 31.
ANANKÉ: 50, 107, 140. EUROPA: 44.
ANFióN: 124. EUROTAS: 137.
APOLO: 53, 54.
AQUILES: 25, 123, 137. FATA MORGANA: 221.
ARGOS: 138. FAUSTO, Doctor: 190.
ARlADNA: 267. FEDRA: 124.
ARlSTÓN: 31. FEDRO: 271.
AluuNA: 33. FLORA: 136, 149.
ATREO: 27.
ATRIDAS: 25. ÜIOCONDA: 148.
AvEFENIX: 204.
HADES: 47, 49, 50.
BELGEPHOR: 161. HARUMAL-RASCHID: 216.
BELISA: 138. HELÍADAS: 52.
BERENICE: 124. HERA: 231.
BLOOM, Molly: 246. HERACLES: 29, 50, 130.
BONHOMET, Tribulat: 44,275. HERODÍAS: 76.
HORUS: 54.
CALÍOPE: 53, 54. IFIGENIA: 27, 54.
CALIPSO: 44. ISIS: 234.
CAOS: 48.
CERBERO: 50. JACINTO: 267.
CERES: 35. JANO: 136.
CIBELES: 135. JASÓN: 53.
CRONOS: 169. JovE: 267.
JUNO: 271.
CHARMIDES: 81. JÚPITER: 44, 138.

DANAIDES: 50. K.HwAN: 29.


DEHUTI-NECHT: 28. KR!SHNA: 33.
DEMÉTER: 18,48,51,52,53.
Dn<E: 50. LEDA: 47.
LESBIA: 13 8.
BAGRE: 53. LESBIANAS: 53.
Eco: 138. LETEO: 50.
ECUMENE: 214.
EGERIA: 84. MARSIYAS: 76.
ELENA: 123. MEAULNES: 148.
EREBO: 48. MÉNADES: 214.

[299]
300 JOSÉ LEZAMA LIMA

MINERVA: 55. RADAMANTO: 50.


MINO: 44. RATALAINE: 45.
MINOTAURO: 44. REMo: 30. • COLECCION METROPOLIS
MOIRA: 25. RóMULO: 30.

NISE: 136. SATURNO: 132. Directores: JOSÉ JIMÉNEZ y RAFAEL ARGULLOL


NOCHE: 48. SILENO: 51.
SIMBAD: 167,215. LUCIANO ANcEscm,: La idea del Barroco. Estudio sobre un problema estético.
SíSIFO: 49, 51. ROSARIO AS SUNTO: Ontología y teleología del jardín.
ÜRESTES: 25, 27. lNGEBORG BACHMANN: Problemas de la literatura contemporánea. Conferencias de
ÜRFEO: 18,25,48,49,51,53,54, 124. Francfort.
TANEQUILDA: 123.
ÜRIÓN: 41. ANTONIO BANFI: Filosofía y literatura.
TÁNTALO: 49.
ÜRMUZ: 57. MARÍA FERNANDA BENEDITO: Heidegger en su lenguaje.
TÁRTARO: 48.
ÜSIRIS: 54,231,233,271. ALBRECHT BETz: Hanns Eisler. Música de un tiempo que está haciéndose ahora
TAURUS: 44. mismo.
ÜUROVOROS: 127.
TELÉMACO: 145. JosÉ LUIS BREA: Nuevas estrategias alegóricas.
TÉRMINO: 51. GIORDANO BRUNO: Los Heroicos Furores.
PALAS ATENEA: 27, 141.
TESEO: 5Ó. EDMUND BURKE: Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo
PAN: 44, 76, sublime y de lo bello.
TIESTES: 27.
PARIS: 123. MASSIMO CACCIARI: Drama y duelo.
TISBE: 135.
PASIFAE: 44. MATE! CALINESCU: Cinco caras de la modernidad. Modernismo, vanguardia, decaden-
TORO: 44.
PENÉLOPE: 27. cia, kitsch, posmodemismo.
TRIPTOLEMO: 50.
PERSÉFONA: 35, 89. GIANNI CARCHIA: Retórica de lo sublime.
TRISMEGISTO: 50. FERNANDO CASTRO FLÓREZ: El texto Íntimo. Rilke, Kafka y Pessoa.
PERSILES: 221.
TROILO: 123. Luis CERNUDA: Pensamiento poético en la lírica inglesa del siglo XIX.
PIRITOO: 50.
POLIDORO: 25. EuGENIO D' ÜRS: Introducción a la vida angélica. Cartas a una soledad.
ULISES: 48, 49, 215. EUGENIO D' ÜRS: Lo barroco.
POLIFEMO: 283. EuGENIO D' ÜRS: Tres horas en el Museo del Prado. Itinerario estético, seguido de los
POLIMÉSTOR: 25. VENUS URANIA: 95. Avisos al visitante de las exposiciones de pintura (2.a ed.).
POLIXEMA: 25. EUGENIO D' ÜRS: Tres lecciones en el Museo del Prado de introducción a la crítica del
PRÍAMO: 25. WALQUIRIAS: 124. arte.
PROMETEO: 25. ALFREDO DE PAZ: La revolución romántica. Poéticas, estéticas, ideologías.
YOLA: 29. EuGENE DELACROIX: El puente de la visión. Antología de los Diarios.
PROSERPINA: 25, 53.
Yu:29. RENÉ DESCARTES: Compendio de música.
PSIQUE: 18, 51.
DENIS DIDEROT: Pensamientos sueltos sobre la pintura.
QUIRÓN: 54. ZEUS CRONIÓN: 138. MARCEL DUCHAMP: Notas.
MARSILIO FICINO: De Amore. Comentario a El Banquete de Platón (3.a ed.).
A. GARCÍA BERRIO y T. HERNÁNDEZ FERNÁNDEZ: Ut poesis pictura. Poética del arte
visual.
SERGIO GIVONE: Historia de la estética.
RAMÓN GóMEZ DE LA SERNA: Una teoría personal del arte. Antología de textos de
estética y teoría del arte.
IGNACIO GóMEZ DE LIAÑO: Paisajes del placer y de la culpa.
GEOFFREY H. HARTMAN: Lectura y creación.
LEÓN HEBREO: Diálogos de amor.
FRIEDRICH HOLDERLIN: Cartas.
RICHARD HUELSENBECK (ed.): Almanaque Dadá.
DANIEL lNNERARITY: Hegel y el romanticismo.
JosÉ JIMÉNEZ: Imágenes del hombre. Fundamentos de estética (2.a ed.).
K. P. KAVAFIS: Prosas.
S0REN KlERKEGAARD: Temor y temblor (2.a ed.).
PIERRE KLOSSOWSKI: El baño de Diana.
GOTTHOLD EPHRAIM LESSING: Laocoonte.
JosÉ LEZAMA LIMA: La materia artizada. Crítica del Arte.
PEDRO MADRIGAL DEVESA: Robert Musil y la crisis del arte.
CHANTAL MAILLARD: El crimen perfecto. Aproximación a la estética india.

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