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A THEOLOGICAL REFLEXION
OVER THE ROSARY OF MARY
KEY WORDS: Rosary, Christ’s mystery, Mary’s mystery, universality.
SUMMARY: two are the main features of the Rosary of Mary: the richness of its content
and its universality. In its content, the Rosary makes us live the whole mystery of Christ.
And also remember all the mystery of Mary: her divine Motherhood participating in the
redemption, her virginity and the Assumption. Also it reminded us her festivities such
as the Visitation or her Presentation at the temple. Its universality allows all the souls
to access at those mysteries, so it is the prayer most loved and practiced by Christians.
Although not a liturgical prayer, it should be recognized in the first place after the
liturgical worship.
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A modo de introducción
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Para llevar a cabo la rehabilitación del pecador, tal como Dios la quería,
tenía que ser un Dios-hombre el que cumpliera todas las condiciones que Dios
se había impuesto. En la constitución de este hombre-Dios intervienen Dios
con la unidad de naturaleza, las tres Personas divinas y el Verbo, de una manera
personal y propia. Esto era suficiente para la misión a llevar a cabo. No existía
necesidad alguna, pero, por deseo divino, quiso contar como asociada a su Madre.
El Concilio XI de Toledo (a. 675) enseña que “se ha de creer que la encarnación
del Hijo de Dios fue obra de toda la Trinidad, porque las obras de la Trinidad
son inseparables”23. En efecto, la naturaleza divina es la que asume la naturaleza
humana. Lo cual quiere decir que la naturaleza divina es el principio de la
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acción, dado que ésta ha sido realizada por su virtud; pero dicha naturaleza
divina no es el término de la acción; lo es por razón de la persona24. En efecto,
la asunción, en sentido activo, lo hace Dios ut natura, y atrae a Sí lo que asume,
aunque existen facetas que se apropian a cada una de las tres personas; en sentido
terminativo, la asunción significa comunicar a lo asumido la personalidad del
asumente. Esto lo realizó en propiedad solamente la segunda Persona.
Del hecho de que la asunción de la naturaleza humana, en sentido activo,
lo realiza Dios ut natura, no significa que de ningún modo se reflejara en dicha
asunción cada una de las personas. “La encarnación, afirma santo Tomás, es
común a toda la Trinidad, pero bajo ciertos aspectos es atribuida a cada una
de las personas. Se atribuye al Padre la autoridad sobre la persona del Hijo,
que por la concepción tomó la naturaleza humana; se atribuye al Hijo el
acto mismo de la encarnación, y al Espíritu Santo la formación del cuerpo
que asume el Hijo”25. Lo cual no significa que algo que es común a las tres
se atribuya a una en particular porque le pertenezca a ella sola o ella sola lo
haga, sino porque, mediante esta apropiación, se clarifica de alguna manera
lo que tiene de propio “ad intra” en el mismo seno trinitario. En cuanto
al “terminum assumptionis” es la persona; es decir, pudo ser cualquiera de
las tres la que diera la propia personalidad a la naturaleza humana26, pero
de hecho fue solamente el Verbo27. La rehabilitación que se iba hacer del
pecador era para comunicarle la gracia santificante que lo haría hijo de Dios.
Parecía conveniente que fuera el engendrado del Padre en la eternidad para
que pudiera servirnos de modelo.
Aunque todo lo que procede del hombre, como criatura, es limitado,
el pecado, como ofensa de Dios, no se mide solamente por lo que en ella
pone el que infiere dicha ofensa, sino, principalmente, por la dignidad de
la persona ofendida. La persona ofendida es Dios; la gravedad de la ofensa
tendrá un desvalor infinito, porque la dignidad de Dios es infinita. Y Dios
quiso que la reparación del hombre, para que éste quedara redimido fuera
justa y tuviera, por tanto, un valor infinito.
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32. Lc 1, 31-38.
33. Suma Teológica, 3, q. 8, a. 2: “unde tota Christi humanitas secundum scilicet animam et corpus,
influit in homines quamtum ad animam et quantum ad corpus: sed principaliter quantum ad
animam; secundario quantum ad corpus”.
34. Suma Teológica, 3 q. 27, a. 2: “Et hoc significatur Ez. 43, 2, ubi dicitur: ‘Ecce gloria Dei Israel
ingrediebatur per viam orientalem’, id est per Beatam Virginem, ‘e terra’ id est caro ipsius, ‘splendebat
a maiestate eius’, scilicet Christi”.
35. Suma Teológica, 3 q. 30, a. 1: “Ut ostenderetur esse quodam spirituale matrimonium inter Filium
Dei et humanam naturam. Et ideo per amnuntiationem expetebatur consensos Virginis loco totius
humanae naturae”.
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afirmar que el Rosario nos hace conocer el puesto del santo Patriarca en la
Encarnación y en la Redención y también su sitio y misión en la Iglesia.
Jesús es la parte esencial de esta Trinidad de salvación en la tierra. Él es
el único Redentor. María lo es como Madre del Redentor y Corredentora.
Y José por haber convivido con ellos. José une a Jesús y María con lazos
sagrados, pues tiene sobre ellos un verdadero derecho. En algún sentido,
son su propiedad. La esposa pertenece al esposo. La unión de María con José
es toda ella espiritual; son dos virginidades juntas. Unión perfecta y total.
María es completamente de José.
Si María pertenece a José, Jesús será propiedad del esposo de María.
Si el jardín pertenece a José, el Niño Jesús, árbol nacido en ese jardín, le
pertenece también.
Para ser un digno poseedor de Jesús y de María, José recibió una gracia del
todo singular. Su misión matrimonial no sólo lo une con Ella y con Jesús, sino que
lo relaciona de modo inefable con la Trinidad Beatísima, de donde, en definitiva,
reciben su máxima grandeza tanto María como su esposo José. Así lo manifiesta
el Magisterio de la Iglesia al señalar la dignidad de San José como relacionada con
la unión hipostática40. El divino Redentor es la fuente de toda gracia; después de Él
está María, la dispensadora de los tesoros celestes. Por si alguna cosa hubiere
que pudiera despertar en nosotros una confianza todavía mayor, lo sería, en
cierta manera, el pensar que San José es el único, como afirma Pío XI, que
puede hacerlo todo así con el divino Redentor como con su Madre divina, y
eso con tal autoridad que sobrepasa la de un mero administrador o guardián41.
Pero su pertenencia a ese orden hipostático relativo no es intrínseca, como
la de la Humanidad Santísima y la de la Santísima Virgen, que fueron
instrumentos físicos del Espíritu Santo para la Encarnación, sino extrínseca;
no es, por tanto, una pertenencia física, sino moral, en la medida en que fue
predestinado para ser, de una parte, guardián de la virginidad y honor de
María y, de otra, para ser Padre legal y protector del Hijo de Dios; no es
inmediata, sino mediata, es decir, a través de la Santísima Virgen.
40. Cfr. J. Ibáñez - F. Mendoza, San José, en La Madre del Redentor, ed. Palabra, Madrid 1980,
pp. 240-242.
41. Cfr. J. Ibáñez - F. Mendoza, San José, op. cit., p. 241; vide testimonio de Pío XI, Homilía
19-III-1935.
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Así pues, la misión de José, esposo de Santa María y padre de Jesús nos
es admirablemente revelada en los misterios gozosos. Tanto la Anunciación
como la Visitación nos hacen conocer al esposo de María; la Natividad, la
Presentación y el encuentro del Niño en el Templo nos muestran al padre
bienhechor de Jesús. Toda la historia del alma de José se sintetiza en siete
dolores y siete gozos y los misterios gozosos son como la superficie donde
queda reflejado el cielo sereno del alma de José.
Para resaltar el carácter cristológico del Rosario y para que pueda decirse
que el mismo es más plenamente ‘compendio del Evangelio’, el Papa Juan
Pablo II consideró oportuna la incorporación de los misterios luminosos
en el Rosario. Dicha incorporación de los nuevos misterios se orienta,
sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta
oración, a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana,
como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo42.
42. Cfr. Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, Vaticano 2002, pp. 27-28.
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43. Cfr. M. Llamera, El problema de la reforma del Rosario, “Estudios Marianos” 35 (1971),
pp. 236-237.
44. Cfr. Juan Pablo II, op. cit., Vaticano 2002, p. 32.
45. Cfr. Juan Pablo II, Encíclica “Ecclesia de Eucharistia”, Vaticano 2003, pp. 68-72.
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a. Bautismo en el Jordán
Toda Judea y Jerusalén acudía para bautizarse. Y llega Jesús
desde Nazaret de Galilea para que Juan lo bautizara (Mc 1,9). Lo
verdaderamente nuevo no es que Jesús venga de otro territorio
geográfico, sino que se mezcla entre los pecadores y quiere ser bautizado.
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47. J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, desde el Bautismo a la Transfiguración, en “La esfera de los
libros”, Madrid 2007, pp. 33-46.
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50. Cfr. J. Morales, Los santos y santas de Dios, Rialp, Madrid 2009, pp. 189-200; y
J. Ratzinger, l. cit., pp. 73-90.
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Cristo, entre los judíos, no era sacerdote, sino laico, pues no pertenecía a
la tribu de Leví, sino a la de Judá. Su sacerdocio no se fundaba en la sangre
o en la herencia; pertenecía a otro orden, como a otro orden pertenecía el
sacrificio que iba a ofrecer. Su sacerdocio tuvo su origen en una unción sagrada
recibida en la encarnación. Desde el momento en que el Verbo recibe el
cuerpo para ofrecer el sacrificio que el Padre quería, el hombre Cristo recibe
no sólo la gracia sustancial de la unión hipostática, sino también la gracia
capital. Una de las dos o las dos juntas le ungieron sacerdote y la habilitaron
para ofrecer el sacrificio sacerdotal; único y eficaz. No habría, por tanto que
repartirlo. Era el Hijo de Dios hecho hombre: hostia y a la vez sacerdote
(Hb 10,5 ss.), que entra en el sancta sanctórum, no con sangre de animales,
sino con su propia sangre (Hb 9, 11-14; 25-28).
El Señor no podía aparecer ante los judíos como sacerdote, puesto que
no procedía de Leví. Pero a los Doce, a los Apóstoles, les indicó que lo
que sucedía en la Cena y lo que iba a suceder el día siguiente eran actos
propiamente sacerdotales. Se entregaba con derramamiento de sangre, como
víctima por los pecados de todos los hombres. Su sacrificio no era un sacrificio
judío, ni su víctima, ni su sacerdocio, ni la alianza que se inauguraba eran
iguales. Estas eran superiores.
Pero nadie mejor que quien realiza el sacrificio conoce la intención que pone
en lo que hace, y Cristo la manifestó. Dijo que se entregaba por los pecados de
los hombres (Mt 26,28). Cristo va a la pasión y muerte para glorificar al Padre
(Jn 17,1), es decir, para devolverle la gloria que el pecador le había quitado
al pecar. Y añade: “Yo me sacrifico por ellos, para que ellos sean santos”
(Jn 17,19), es decir, para que queden limpios de toda mancha de pecado51.
51. “...Nomen sanctitatis duo videtur importare. Uno quidem modo munditiam: et huic significationi
competit nomen graecum, dicitur enim agios quasi sine terra. Alio modo importat firmitatem ... sancta
dicebantur quae legibus erant munita et violari non deberent. Potest etiam secundum Latinos hoc nomen
sanctus ad munditiam pertinere: ut intelligatur sanctus quasi “sanguine tinctus” eo quod antiquitus illi
qui purificari volebant sanguine hostiae tingebantur”, en Suma Teológica, 2-2, q. 81, a. 8.
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Aunque todas las acciones y pasiones de Cristo son parte del misterio
redentor, y aunque cada una de ellas pudo, por sí sola, redimirnos. No fue
así. Tanto el Padre como el Hijo, destinaron el proceso de la vida de Cristo-
Redentor a que fuera eficaz para redimirnos solamente en cuanto debía estar
coronado por la muerte.
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en el Calvario padeciendo con el Hijo y por los mismos fines por los que
se ofrecía el Hijo: devolver a Dios la gloria que le habíamos arrebatado
con nuestros pecados y ganar la gracia para los que, pecando, la habíamos
perdido. María estaba dando a luz a la inmensa generación de redimidos,
hijos espirituales, representados en la persona de Juan.
Desde el momento mismo en que el Verbo recibe el cuerpo para poder
ofrecer el sacrificio que Él quería, el hombre Cristo recibe dos gracias: la
gracia sustancial de la unión hipostática y la gracia capital. Una de ellas o
las dos juntas según opinan los teólogos, le ungieron sacerdote y así queda
capacitado para el sacrificio sacerdotal. También María, al concebir al Verbo
en su seno virginal, por la gracia de la Maternidad divina o por la gracia de
la Maternidad espiritual, o por ambas juntas –como en el caso del hombre
Cristo–, queda capacitada para ejercer una función sacerdotal cuando ofrezca
a Dios Padre el sacrificio de su Hijo y se ofrezca a sí misma juntamente con
Él. El magisterio de los Papas ha sido muy claro a este respecto. “De pie,
junto a la cruz de Jesús, estaba María, su Madre,... ofreciendo Ella misma
a su propio Hijo a la justicia de Dios y agonizando con su muerte en su
corazón, atravesado por una espada de dolor”, dirá León XIII57. Benedicto
XV afirmará: que “padeció con el Hijo... Y lo inmoló en lo que de su parte
dependía, de suerte que se puede afirmar, con razón, que redimió al linaje
humano con Cristo”58. Y Pío XII enseñará que “Ella fue la que,... unida
siempre estrechísimamente con su Hijo, lo ofreció, como nueva Eva, al
Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el holocausto de sus derechos
maternos y de su materno amor, por todos los hijos de Adán...”59. Según
enseña san Pío X: “su misión (la de María) fue también guardar esa víctima,
alimentarla y presentarla al altar en el día fijado”60.
Hoy, después del Vaticano II, sería un contrasentido negar a María lo que
tienen todos los cristianos. El sacerdocio es un término análogo. Y todos los
cristianos poseen un sacerdocio aunque no sea de la misma manera ni por la
misma unción sacerdotal. Cristo fue ungido sacerdote por la gracia (bien de
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61. En los primeros años del siglo XX, hubo una oposición a reconocer la dignidad sacerdotal
de María, debida toda ella a una errónea interpretación de un documento del Santo Oficio.
“Puesto que sobre todo en tiempos recientes se ha empezado a pintar y difundir imágenes
que representan la beatísima Virgen María revestida con ornamentos sacerdotales,... los
cardenales... el día 15 de enero de 1913 han decretado: la imagen de la B. V. María revestida
con ornamentos sacerdotales debe ser reprobada” (Dz-Hün 3632). Hay que observar que no
se reprueba el título, sino que prohíbe el uso de imágenes de María revestida de sacerdote.
El sacerdocio de María es muy otro. Y corría el peligro de considerarla como un sacerdote
ministerial. Cfr. E. Sauras, Glosa teológico-tomista del Rosario de María, “Scripta de Maria”
3 (1980), 145-146; y M. Llamera, La Virgen María agente del culto cristiano, “Teología
Espiritual”, 21 (1977), 7-63; idem, El sacerdocio maternal de María, “Scripta de Maria”
4 (1981), 551-623.
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Hijo en todas sus correrías apostólicas; pero María estuvo presente en lo que
sucedía en las últimas horas de su vida. El amor que tenía a su Hijo le haría
vivir todos los pasos que el Hijo daba. Ella viviría en su carne y en su espíritu
la angustia del huerto de Getsemaní, la prisión, los azotes, la coronación. Le
sale al encuentro en el camino del Calvario y se coloca al pie de la cruz. En una
palabra, el mismo espíritu del Hijo y por los mismos fines redentores.
Pero el recuerdo de San José, ¿está ausente de los misterios dolorosos?
Hemos asistido a la muerte de Jesús y acompañamos su alma al limbo de los
Santos Padres. El alma de Jesús y el alma de San José se encuentran. “Santo
Tomás enseña que Nuestro Señor, al descender a los infiernos, concedió a las
santas almas la visión beatífica”62. Podemos pensar en el preciso momento
en el que el alma de San José ve con visión intuitiva, cara a cara a Dios con
toda su majestad.
62. Cfr. E. Hugon, El Rosario y la santidad, Barcelona 1935, pp. 116-117; cfr. Suma Teológica,
3, q. 53, a. 2.
63. Suma Teológica, 3, q. 9, a. 2; y q. 10, a. 4.
64. Cfr. todo el capítulo 15 de la primera Carta a los corintios.
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65. Suma Teológica, 3. q. 56, a. 2 ad 4m: “quantum ergo ad efficaciam, quae est per virtutem divinam,
tam passio Christi quam resurrectio est causa iustificationis quo ad utrumque. Sed quantum ad
exemplaritatem, proprie passio et mors Christi est causa remissionis culpae, per quam morimur peccato;
resurrectio autem est causa novitatis vitae, quae est per gratiam sive iustitiam”.
66. Suma Teológica, 3, q. 69, a. 5: “de la cabeza espiritual que es Cristo descienden a los
miembros el sentido de lo espiritual que consiste en el conocimiento de la verdad y el
movimiento espiritual que se tiene por influjo de la gracia”.
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71. Cfr. J. Ibáñez, Maternidad divino espiritual de María, fundamento de su Asunción en cuerpo y
alma al cielo (II), en “Scripta de Maria” serie II, 5 (2008), pp. 115-150.
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Estos misterios recogen los pasos de la segunda parte del ciclo pascual,
es decir, la resurrección y la exaltación de los dos actores protagonistas.
La resurrección y ascensión del Seños hacen contemplar la vivencia que
tuvo María de ellos, todavía no reproducidos físicamente en Ella. Llegado
el tiempo, estos mismos misterios se reproducen en María, como se habían
reproducido los de la pasión con el dolor y sufrimiento de sí misma. María
murió y resucitó enseguida y subió al Cielo a tomar posesión de la gloria y
recibir el señorío sobre todo lo creado que, juntamente con el Hijo había
ganado. El tercer misterio contempla la aplicación a nosotros, mediante el
Espíritu Santo, de la gracia que Hijo y Madre nos habían ganado.
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A modo de conclusión
Dos son, entre otras, las principales características del Rosario de María:
la riqueza de su contenido y su universalidad.
Por la riqueza de su contenido el Rosario es muy apto para hacernos vivir
todo el misterio de Cristo y no sólo una faceta del mismo. Pues “refleja el
esquema del primitivo anuncio de la fe y propone nuevamente el misterio
de Cristo de la misma manera que fue visto por san Pablo en el celeste
himno de la carta a los filipenses: humillación, muerte y exaltación”73. En el
rosario se recuerda también todo el misterio de María. El privilegio mariano
esencial es el de su Maternidad divino-corredentora, en él encuentran su
razón de ser todos los demás, como el de la Virginidad y de la Asunción de los
que no se podría prescindir sin deformar y mutilar la figura de esta Madre.
Luego encontramos fiestas, que no son privilegios, como la visitación, la
presentación, que son hechos particulares de la vida de María.
La universalidad del Rosario, o lo que es lo mismo, su aptitud para poner
al alcance de todas las almas la doctrina y el ejemplo de Jesús y de María.
A esta universalidad de derecho se corresponde la universalidad de hecho,
pues, el Rosario ha sido y es la devoción mariana más querida y practicada
por el pueblo cristiano:
“Súplica universal de cada una de las almas particulares y de la inmensa
comunidad de los redimidos, resaltaba así Juan XXIII, esta universalidad,
que desde todos los puntos de la tierra se encuentran en una misma plegaria:
ya sea en la invocación personal... ya sea en la participación en el coro inmenso
y unánime de la Iglesia por los grandes intereses de la comunidad entera...
El Rosario de María, pues, viene elevado a la condición de una gran plegaria
pública y universal frente a las necesidades ordinarias y extraordinarias de la
Iglesia santa, de las naciones y del mundo entero”74.
El Rosario, aunque no es oración litúrgica, tiene una provechosa vigencia
en la piedad eclesial, que se le debe reconocer el primer puesto después del
73. Paulo VI, Marialis cultus, AAS 66 (1974), 155, cfr. C. Pozo, Apéndice en María en la obra
de la salvación, BAC, Madrid 1974, p. 390.
74. Juan XXIII, Il religioso convengo, Colec. de encíclicas y documentos pontificios, ed. A. C.,
Madrid 1962, pp. 2.433-2.434.
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culto litúrgico. Más aún, se puede afirmar que sin tener el valor de plegaria
litúrgica, teniendo en cuenta la insistencia con que la han recomendado los
Papas y los obispos a los fieles, el Rosario tiene un valor oficial en la Iglesia.
Se puede decir que es el breviario del pueblo cristiano.
En efecto, y bajando al terreno de la vida de cada día, termino con unas
palabras del Fundador del Opus Dei: “El principio del camino, que tiene
por final la completa locura por Jesús es un confiado amor hacia María
Santísima. –¿Quieres amar a la Virgen? – Pues, ¡trátala! ¿Cómo? –Rezando
bien el Rosario de nuestra Señora”75.
75. San Josemaría, Santo Rosario, ed. Rialp, Madrid 1975, p. 12.
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