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REFLEXIÓN TEOLÓGICA

SOBRE EL SANTO ROSARIO

JAVIER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

Palabras clave: Rosario, misterio de Cristo, misterio de María,


universalidad.
Resumen: dos son las principales características del Rosario de María: la
riqueza de su contenido y su universalidad. Por su contenido, el Rosario nos
hace vivir todo el misterio de Cristo. Y se recuerda también todo el misterio
de María: su Maternidad divino-corredentora, su Virginidad, la Asunción.
También sus fiestas, como la visitación o la presentación. Su universalidad
le pone al alcance de todas las almas; por ello es la oración más querida y
practicada por el pueblo cristiano. Aunque no es una oración litúrgica, se le
debe reconocer el primer puesto después del culto litúrgico.

A THEOLOGICAL REFLEXION
OVER THE ROSARY OF MARY
KEY WORDS: Rosary, Christ’s mystery, Mary’s mystery, universality.
SUMMARY: two are the main features of the Rosary of Mary: the richness of its content
and its universality. In its content, the Rosary makes us live the whole mystery of Christ.
And also remember all the mystery of Mary: her divine Motherhood participating in the
redemption, her virginity and the Assumption. Also it reminded us her festivities such
as the Visitation or her Presentation at the temple. Its universality allows all the souls
to access at those mysteries, so it is the prayer most loved and practiced by Christians.
Although not a liturgical prayer, it should be recognized in the first place after the
liturgical worship.

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JAVER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

A modo de introducción

La estructura misma del Rosario y la riqueza de contenido han contribuido


a que se le haya llamado de muchas maneras y que se le haya comparado
con otras realidades. Todo ello ilustra tanto la estructura como la riqueza
del contenido.
Fue san Pío V quien ilustró y, en cierta manera, definió la forma
tradicional del Rosario mediante la Constitución apostólica Consueverunt
Romani Pontifices. En efecto, el 17 de septiembre de 1569, fecha en que se
publica dicho documento, representa un hito importante en la historia
doctrinal pontificia acerca del santo Rosario. En el primer párrafo de
esta Constitución le da al Rosario el nombre de psalterium Beatae Mariae
Virginis1.
León XIII acumula sobre el Rosario una serie de nombres y
distintivos. Lo llama corona mariana2, compañera inseparable de la vida3,
prenda de corona gloriosa4, rosas de gratísimo perfume5, bandera de la fe
cristiana6. El Papa del Rosario lo llama también: eximia precationis
formula, idoneum fidei conservandae instrumentum, et insigne specimen perfectae
virtutis7. Y, finalmente, llega a llamarlo distintivo y compendio del culto que
se debe a María8.
A Pío XI ha de agradecer la Iglesia la encíclica Ingravescentibus malis
en donde llama al Rosario resumen del Evangelio y de la vida cristiana9.

1. Pío V, Constitución Consueverunt Romani Pontifices, 17-IX-1569, en “Bullarum Privilegiorum


ac Diplomatum Romanorum Pontificum amplissima collectio...”, t. IV, pars. III (1568-
1580) Romae 1746, pp. 71-72; cfr. J. Ibáñez - F. Mendoza, Características y elementos del
santo Rosario en el magisterio pontificio de los cuatro últimos siglos, en “Estudios Marianos” 43
(1978), pp. 261-278.
2. Cfr. Fidentem piumque, en H. Marín, Documentos Marianos, Madrid 1954, p. 317; Diuturni
temporis, Marín, p. 341; y Octobri mense, Marín, p. 246.
3. Cfr. Fidentem piumque, Marín, p. 323.
4. Cfr. Fidentem piumque, Marín, p. 323.
5. Cfr. Parta humano generi, Marín, p. 349.
6. Cfr. Iucunda semper, Marín, p. 295.
7. Cfr. Magnae Dei Matris, Marín, p. 268.
8. Cfr. Octobri mense, Marín, p. 248.
9. Cfr. Pío XI, Ingravescentibus malis, Marín, p. 496.

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REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

El Rosario, dirá Pío XII en 1946, es el breviario de todo el evangelio,


meditación de los misterios del Señor, sacrificio vespertino, guirnalda de Rosas,
norma de vida cristiana, garantía cierta del poder divino, apoyo y defensa de nuestra
esperada salvación10.
Paulo VI, enlazando con el magisterio de Pío XII, llama al Rosario escuela
de virtudes domésticas11, destacando en él la índole pro-litúrgica, en cuanto que,
como la liturgia, tiene un carácter comunitario, se nutre de la Sagrada Escritura
y gravita en torno al misterio de Cristo y además –aunque sustancialmente
distinto a ella– conduce naturalmente a la Liturgia, ya que la meditación de los
misterios constituye una óptima preparación a la celebración de los mismos en
la acción litúrgica y convertirse después en su eco prolongado12.
Tanto Pío XII13 como Paulo VI14 y Juan Pablo II han llamado al Rosario
compendio de todo el Evangelio. El Papa polaco juzga conveniente que después de
la encarnación y vida oculta de Cristo, y antes de considerar los sufrimientos
de la pasión y el triunfo de la resurrección, la meditación se centre también
en los momentos significativos de la vida pública. La incorporación de
nuevos misterios –llamados por el Papa “misterios de luz”– no prejuzga
ningún aspecto esencial de la estructura tradicional del Rosario, sino que
se orienta como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de
Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria15.
Por el contenido se puede afirmar que el Rosario es una práctica
devocionalmente cristológica16 o, como veremos, cristológico-mariana. Su
contenido cristológico es total. En él constan las tres grandes partes del
misterio de Cristo según la pauta del Kerygma (humillación, muerte,
exaltación) y la cooperación de María en cada una de ellas.
San Pablo subraya las tres etapas: encarnación, pasión-muerte,
resurrección-exaltación en el himno cristológico de la carta a los filipenses:

10. Cfr. Pío XII, Philippinas insulas, Marín, p. 591.


11. Cfr. Pablo VI, Mensaje radiofónico, en “L’Osservatore Romano”, 9-XII-1964.
12. Cfr. Exhortación Apostólica Marialis Cultus, 2-II-1974; AAS 66, pp. 113-168.
13. Cfr. Epístola Philippinas insulas, Marín, p. 591.
14. Cfr. Marialis Cultus, AAS 66 (1974), pp. 113-168.
15. Cfr. Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, Vaticano 2002, pp. 27-28.
16. Cfr. Marialis Cultus, AAS 66 (1974), p. 155.

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1- “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser


igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de
siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte
como hombre.
2- Y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de
cruz.
3- Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo
nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los
cielos, en la tierra y en los abismos”17.
En la primera parte se presenta a la persona que va a protagonizar el
misterio del Dios hecho hombre para redimirnos. Si tenían que cumplirse
las condiciones que Dios había puesto, era necesario que el Hijo se hiciera
cargo de ello. María interviene en la aparición del Hombre-Dios. El Jesús de
12 años en el templo aparece ejerciendo sustancialmente el papel de quien
“enseña” y la revelación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a
las cosas del Padre y, ante las exigencias del Reino, cuestiona hasta los más
profundos lazos de afecto humano.
Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús,
“misterios de luz” (1- Bautismo en el Jordán; 2- su autorrevelación en las
bodas de Caná; 3- su anuncio del reino de Dios invitando a la conversión; 4- su
Transfiguración; 5- institución de la Eucaristía), cada uno de estos misterios
revela el Reino, ya presente, en la persona misma de ese Jesús del templo.
En estos misterios, excepto en el de Caná, la presencia de María queda en el
trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que
otro momento de la predicación de Jesús (cfr. Mc 3, 31-35, Jn 2, 12)18.
La segunda parte es la ejecución sacerdotal del misterio de Jesucristo. Es
un sacrificio y requiere la acción del sacerdote que sacrifica y ofrece. Allí
está María.
La tercera, finalmente, es la segunda fase del sacrificio. Dios manifiesta
su aceptación resucitando y exaltando al sacerdote que se victima. Y aquí
también está María.

17. Flp 2,6-10.


18. Cfr. Rosarium Virginis Mariae, Vaticano 2002, pp. 30-32.

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REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

Además de esta coincidencia de las partes podemos subrayar dos


coincidencias más. La primera es la advertencia que hace el Apóstol y que sirve
como cabecera al himno: “tened entre vosotros los mismos sentimientos
que tuvo Cristo”19. Lo cual significa y da a entender que hemos de revivir
en nosotros todo el misterio del que va a hablar. Vivencia que detalla en
otros pasajes de sus cartas20. ¿Acaso no es ésta la finalidad del rezo y de la
contemplación de los misterios todos del Rosario?
La segunda coincidencia es la presencia de María en todo el misterio.
Ella no solamente lo vive, sino que lo realiza. Pero este detalle no aparece
explícito en el himno cristológico de la carta a los filipenses. Sin embargo,
la implicación de María en todo el misterio protagonizado por su Hijo la
encontramos en el contexto doctrinal de Pablo. María, para san Pablo, es la
Madre del Hombre-Dios. Y Éste, engendrado de María, es, en la teología
paulina, el Redentor. Pero en esta maternidad de María, tal como la propone
san Pablo (Ga 4,4), según Bover, está implicada la maternidad espiritual
sobre todos los redimidos21. Así pues, María estará presente cuando se
realiza la redención, es decir, en la muerte y la resurrección, pues es entonces
cuando se explicita la maternidad, que antes aparecía sólo como implicada.
Pero la estructura misma del Rosario ha contribuido a que se le haya
comparado con otras realidades. Se le ha comparado con los sacramentos22.
Efectivamente, entre el Rosario y los sacramentos existe una gran analogía
por razón del contenido aunque no por la eficacia que ambas instituciones tienen
para hacernos vivir el misterio de Cristo.
El Rosario propone el misterio de Cristo de la misma manera que fue visto
por san Pablo en el himno de la carta a los filipenses: humillación, muerte y
exaltación; pero el Rosario, por sí solo, no hace vivir el misterio en quien lo
reza. En cambio, los sacramentos, sí. El signo sacramental posee una virtud
eficaz para causar y comunicar a quien lo recibe la gracia que le hará vivir el
misterio que el signo sacramental refleja. Tenemos la eficacia del opus operatum.

19. Flp 2,5.


20. Hemos de vivir la pasión (Rm. 8,17), la muerte (Rm. 6,5), la resurrección (Ef 2,6) y la glorificación
(Rom. 8, 17).
21. J. M. Bover, Teología de san Pablo, BAC, Madrid 1946, p. 511.
22. E. Hugon, El Rosario y la santidad, Barcelona 1935, pp. 10-13.

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Lo que en el Rosario se contempla se hará vida en quien lo reza por el fervor


que suscite en él tanto la contemplación del misterio, como la recitación de
oraciones que acompañan al rezo. Es la eficacia del opus operantis.
Existe, pues, una analogía entre el Rosario y los sacramentos en cuanto
al contenido que recuerdan los signos sacramentales que se reciben y las
decenas del Rosario. Se trata del misterio de Cristo. Pero existe diferencia
entre el modo como hacen vivir al cristiano este misterio los sacramentos y el
Rosario de María.
Cuatro, pues, son las partes de nuestro trabajo sobre las que vamos a reflexionar:
1. “Incarnatus de Spiritu Sancto et ex Maria Virgine”: misterios gozosos.
2. Cristo, “la luz del mundo”: misterios luminosos.
3. Cristo “pasus, mortuus, sepultus”: misterios dolorosos.
4. La vida resucitada y glorificada: misterios gloriosos.
A modo de conclusión.

1. “Incarnatus de Spiritu Sancto et ex Maria Virgine”:


misterios gozosos
A. Dios-Redentor, María la Madre divina corredentora

Para llevar a cabo la rehabilitación del pecador, tal como Dios la quería,
tenía que ser un Dios-hombre el que cumpliera todas las condiciones que Dios
se había impuesto. En la constitución de este hombre-Dios intervienen Dios
con la unidad de naturaleza, las tres Personas divinas y el Verbo, de una manera
personal y propia. Esto era suficiente para la misión a llevar a cabo. No existía
necesidad alguna, pero, por deseo divino, quiso contar como asociada a su Madre.
El Concilio XI de Toledo (a. 675) enseña que “se ha de creer que la encarnación
del Hijo de Dios fue obra de toda la Trinidad, porque las obras de la Trinidad
son inseparables”23. En efecto, la naturaleza divina es la que asume la naturaleza
humana. Lo cual quiere decir que la naturaleza divina es el principio de la

23. J. Ibáñez - F. Mendoza, Fe divina y católica de la Iglesia, Madrid 1978, n. 6, p. 520.

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acción, dado que ésta ha sido realizada por su virtud; pero dicha naturaleza
divina no es el término de la acción; lo es por razón de la persona24. En efecto,
la asunción, en sentido activo, lo hace Dios ut natura, y atrae a Sí lo que asume,
aunque existen facetas que se apropian a cada una de las tres personas; en sentido
terminativo, la asunción significa comunicar a lo asumido la personalidad del
asumente. Esto lo realizó en propiedad solamente la segunda Persona.
Del hecho de que la asunción de la naturaleza humana, en sentido activo,
lo realiza Dios ut natura, no significa que de ningún modo se reflejara en dicha
asunción cada una de las personas. “La encarnación, afirma santo Tomás, es
común a toda la Trinidad, pero bajo ciertos aspectos es atribuida a cada una
de las personas. Se atribuye al Padre la autoridad sobre la persona del Hijo,
que por la concepción tomó la naturaleza humana; se atribuye al Hijo el
acto mismo de la encarnación, y al Espíritu Santo la formación del cuerpo
que asume el Hijo”25. Lo cual no significa que algo que es común a las tres
se atribuya a una en particular porque le pertenezca a ella sola o ella sola lo
haga, sino porque, mediante esta apropiación, se clarifica de alguna manera
lo que tiene de propio “ad intra” en el mismo seno trinitario. En cuanto
al “terminum assumptionis” es la persona; es decir, pudo ser cualquiera de
las tres la que diera la propia personalidad a la naturaleza humana26, pero
de hecho fue solamente el Verbo27. La rehabilitación que se iba hacer del
pecador era para comunicarle la gracia santificante que lo haría hijo de Dios.
Parecía conveniente que fuera el engendrado del Padre en la eternidad para
que pudiera servirnos de modelo.
Aunque todo lo que procede del hombre, como criatura, es limitado,
el pecado, como ofensa de Dios, no se mide solamente por lo que en ella
pone el que infiere dicha ofensa, sino, principalmente, por la dignidad de
la persona ofendida. La persona ofendida es Dios; la gravedad de la ofensa
tendrá un desvalor infinito, porque la dignidad de Dios es infinita. Y Dios
quiso que la reparación del hombre, para que éste quedara redimido fuera
justa y tuviera, por tanto, un valor infinito.

24. Suma Teológica, 3 q. 3, a. 2.


25. Suma Teológica, 3, q. 32, a. 1 ad 1um. Cfr. J. Ibáñez - F. Mendoza, Dios Trino en Personas,
Ed. Palabra, Madrid 1988, pp. 166-170.
26. Suma Teológica, 3, q. 3, a, 5.
27. Suma Teológica, 3, q. 3, a. 8; cfr. J. Ibáñez - F. Mendoza, Dios Trino en Personas, pp. 184-186.

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Pero esto ya no podía hacerlo un hombre, ni todos los hombres juntos,


pues la suma de valores finitos, nunca dará como resultado la infinitud.
Y Dios decretó la encarnación de su Hijo. “El pecado cometido contra Dios,
enseña santo Tomás, tiene cierta infinitud por razón de su infinita majestad;
la gravedad de la ofensa se mide por la dignidad de la persona ofendida; para
la satisfacción perfecta es necesario, por lo tanto, que la obra satisfactoria
tenga una eficacia infinita, la de quien es Dios y hombre”28.
Para ofrecer una satisfacción perfecta, que tuviera una eficacia infinita,
viene el Hijo de Dios al mundo y hace posible la glorificación que pedía
Dios.
Y al valor interno, infinito, de los actos rehabilitadores quiso Dios poner
un límite externo. Cualquier acción buena de este Dios encarnado hubiera
bastado para ofrecer al Padre la gloria que pedía, pues todo adquiría su valor
de la dignidad infinita de la Persona divina que lo realizaba. Pero el plan
de Dios requería la muerte del Redentor. Y no una muerte cualquiera, sino
una muerte sacrificial. El Hijo mismo declara insuficientes los sacrificios que
se ofrecían a Dios: “sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado
un cuerpo. Holocausto y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces
dije: ¡He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad!”29. Es decir, le
pide un cuerpo para ser Él mismo el sacerdote y la víctima sacrificada. Y por
esta oblación del cuerpo de Jesucristo, y de una vez para siempre, y en virtud
de esta voluntad somos santificados.
Pero el plan de Dios no termina aquí. Este hombre mortal tenía que
ser nacido de mujer. Dios pudo crear, sin intervención de nadie, una
naturaleza humana mortal y encarnarse en ella para poder ofrecer así el
sacrificio expiatorio. Pero quiso nacer de una mujer. Así aparece en el
Protoevangelio: en la victoria del bien aparecen juntos la descendencia y su
madre30; así aparece cumpliéndose en los evangelios de la infancia, y así lo
constata san Pablo31. Pero Dios quiso que el Verbo-Redentor procediera
de la estirpe pecadora de Adán y que tuviera por madre a María. Ella fue la

28. Suma Teológica, 3, q. 1, a. 2 ad 2um.


29. Hb 10,5-7.
30. Gn 3,15.
31. Ga 4,4-6.

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elegida para engendrar virginalmente, bajo la sombra del Espíritu Santo,


a Jesús, el hombre Dios, que iba a ser el Redentor del género humano.
A María le da Dios a conocer el misterio y le requiere su consentimiento32.
Quien de Ella va a nacer se llamará Hijo del Altísimo; le pondrá por nombre
Jesús, que quiere decir salvador; salvará a su pueblo de sus pecados y su
reino no tendrá fin. En otros términos: María va a engendrar al hombre-
Hijo de Dios que salvará a su pueblo mediante un sacrificio expiatorio.
María entiende todo lo propuesto por el Ángel con la luz de su fe y de los
dones del espíritu Santo que poseía desde el momento de su concepción. Y
María da su consentimiento.
Y la totalidad de la persona de María actúa en la maternidad. Actúa su
cuerpo con el que engendra al Hijo de Dios; su entendimiento con el que conoce
todo lo que el Ángel le ha propuesto, y su voluntad con la que consiente en
ello. También se da en María una plenitud de acción sobrenatural: la gracia se
manifestaba en la voluntad de María por el amor con que aceptaba; la fe, en
el entendimiento, por la luz con que veía los designios de Dios; y el cuerpo
al que también llega el efecto de la gracia33 por la claridad que parecía salir
de él34.
El consentimiento que María da al Ángel la constituye en Madre de Dios
y madre nuestra. En esa naturaleza humana que Ella engendraba estábamos
representados todos y con esta representación la asumía el Verbo35. En el
casto seno de la Virgen, donde Jesús tomó carne mortal, adquirió un cuerpo
espiritual, formado por todos aquéllos que debían creer en Él, y se puede
decir que llevando a Jesús, María llevaba en él también a todos aquellos
para quienes la vida del Salvador encerraba la vida... Debemos decirnos
originarios del seno de la Virgen, de donde salimos un día a semejanza de un

32. Lc 1, 31-38.
33. Suma Teológica, 3, q. 8, a. 2: “unde tota Christi humanitas secundum scilicet animam et corpus,
influit in homines quamtum ad animam et quantum ad corpus: sed principaliter quantum ad
animam; secundario quantum ad corpus”.
34. Suma Teológica, 3 q. 27, a. 2: “Et hoc significatur Ez. 43, 2, ubi dicitur: ‘Ecce gloria Dei Israel
ingrediebatur per viam orientalem’, id est per Beatam Virginem, ‘e terra’ id est caro ipsius, ‘splendebat
a maiestate eius’, scilicet Christi”.
35. Suma Teológica, 3 q. 30, a. 1: “Ut ostenderetur esse quodam spirituale matrimonium inter Filium
Dei et humanam naturam. Et ideo per amnuntiationem expetebatur consensos Virginis loco totius
humanae naturae”.

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cuerpo unido a su cabeza. Por esto somos llamados, en un sentido espiritual


y místico, hijos de María, y Ella, por su parte, Madre de todos nosotros”36.
Y todo esto se realizó en un instante de tiempo: apareció el Hombre-
Dios, el Redentor37 y la Madre de Dios, del Redentor y de los redimidos.
Por el consentimiento de María y la acción del Espíritu Santo se hacen
presentes en el mundo el Cristo personal y el Cristo místico y también
la Madre de los dos Cristos. Nos encontramos ante el uso por un agente
natural, de palabras llenas de contenido espiritual y todo puesto en manos
de un agente superior que es capaz de producir un efecto superior, que ni el
agente natural ni las palabras eran capaces de realizar por sí solos. Y esto,
¿no es precisamente un sacramento?38

B. Los misterios gozosos del Rosario y san José


Los misterios gozosos nos presentan al Hombre-Dios y a la Madre
divino-corredentora. Aparece también el misterio de la Trinidad dado que
las tres divinas personas son actores de la encarnación. Y está presente la
finalidad por la que el Verbo asumió la naturaleza humana y María se hace
su Madre virginal. Este es el contenido del primer misterio. El nacimiento
en Belén (tercer misterio) es la puesta al descubierto del misterio escondido
en las entrañas maternales de María. El segundo, cuarto y quinto es la
convivencia humana y religiosa durante los años de su formación. La humana
con los parientes, por ejemplo, la visita a santa Isabel y la vida en familia
con sus padres que conservaban todo lo referente al Hijo en su corazón. La
convivencia religiosa puede sintetizarse en la presentación en el templo y en el
viaje todos los años a Jerusalén.
Mientras exista el Evangelio los nombres de Jesús, María y José serán
inseparables39. El recuerdo de José está unido indisolublemente, en la
meditación de los misterios del Rosario, a los de Jesús y de María. Se puede

36. Pío X, Ad diem illum, Marín, op. cit., pp. 369-370.


37. Suma Teológica, 3 q. 7, a. 13: “Gratia non praesuponitur in humana natura ante unionem...
Et ideo gratia uniones, secundum intellectum, praecedit gratiam habitualem”.
38. Suma Teológica, 3 q. 52, a. 1 ad 2um; cfr. E. Sauras, Glosa teológico-tomista del Rosario de
María, en “Scripta de Maria” 3 (1980), pp. 136-137.
39. Cfr. Mt 1, 18 Jesús, María y José: “Cum esset desponsata Mater eius Maria Joseph”.

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afirmar que el Rosario nos hace conocer el puesto del santo Patriarca en la
Encarnación y en la Redención y también su sitio y misión en la Iglesia.
Jesús es la parte esencial de esta Trinidad de salvación en la tierra. Él es
el único Redentor. María lo es como Madre del Redentor y Corredentora.
Y José por haber convivido con ellos. José une a Jesús y María con lazos
sagrados, pues tiene sobre ellos un verdadero derecho. En algún sentido,
son su propiedad. La esposa pertenece al esposo. La unión de María con José
es toda ella espiritual; son dos virginidades juntas. Unión perfecta y total.
María es completamente de José.
Si María pertenece a José, Jesús será propiedad del esposo de María.
Si el jardín pertenece a José, el Niño Jesús, árbol nacido en ese jardín, le
pertenece también.
Para ser un digno poseedor de Jesús y de María, José recibió una gracia del
todo singular. Su misión matrimonial no sólo lo une con Ella y con Jesús, sino que
lo relaciona de modo inefable con la Trinidad Beatísima, de donde, en definitiva,
reciben su máxima grandeza tanto María como su esposo José. Así lo manifiesta
el Magisterio de la Iglesia al señalar la dignidad de San José como relacionada con
la unión hipostática40. El divino Redentor es la fuente de toda gracia; después de Él
está María, la dispensadora de los tesoros celestes. Por si alguna cosa hubiere
que pudiera despertar en nosotros una confianza todavía mayor, lo sería, en
cierta manera, el pensar que San José es el único, como afirma Pío XI, que
puede hacerlo todo así con el divino Redentor como con su Madre divina, y
eso con tal autoridad que sobrepasa la de un mero administrador o guardián41.
Pero su pertenencia a ese orden hipostático relativo no es intrínseca, como
la de la Humanidad Santísima y la de la Santísima Virgen, que fueron
instrumentos físicos del Espíritu Santo para la Encarnación, sino extrínseca;
no es, por tanto, una pertenencia física, sino moral, en la medida en que fue
predestinado para ser, de una parte, guardián de la virginidad y honor de
María y, de otra, para ser Padre legal y protector del Hijo de Dios; no es
inmediata, sino mediata, es decir, a través de la Santísima Virgen.

40. Cfr. J. Ibáñez - F. Mendoza, San José, en La Madre del Redentor, ed. Palabra, Madrid 1980,
pp. 240-242.
41. Cfr. J. Ibáñez - F. Mendoza, San José, op. cit., p. 241; vide testimonio de Pío XI, Homilía
19-III-1935.

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Así pues, la misión de José, esposo de Santa María y padre de Jesús nos
es admirablemente revelada en los misterios gozosos. Tanto la Anunciación
como la Visitación nos hacen conocer al esposo de María; la Natividad, la
Presentación y el encuentro del Niño en el Templo nos muestran al padre
bienhechor de Jesús. Toda la historia del alma de José se sintetiza en siete
dolores y siete gozos y los misterios gozosos son como la superficie donde
queda reflejado el cielo sereno del alma de José.

2. Cristo, “la luz del mundo”: misterios luminosos

Para resaltar el carácter cristológico del Rosario y para que pueda decirse
que el mismo es más plenamente ‘compendio del Evangelio’, el Papa Juan
Pablo II consideró oportuna la incorporación de los misterios luminosos
en el Rosario. Dicha incorporación de los nuevos misterios se orienta,
sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta
oración, a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana,
como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo42.

A. Eucaristía y misterios del Rosario

Tanto la Eucaristía como el Rosario realizan una veneración y asimilación


de los misterios redentores. El Rosario, como Eucaristía moral, lo hace más
explícitamente; la Eucaristía, como Super-Rosario sacramental, lo realiza
con una realidad muy superior. Ambas son y constituyen una evocación
de los misterios de la Redención: desde la Encarnación a la Ascensión.
Si la Eucaristía es memorial y aplicación del sacrificio de Jesús, por
concomitancia presencializa a Cristo no sólo encarnado y victimado, sino
también resucitado, ascendido y glorificado. Y en este Cristo victimado, que
es el Cristo sacramental, operan en nosotros todos los misterios redentivos
que obraron nuestra salud.
Es incomparable el grado de eficacia entre el Rosario y la Eucaristía.
El Rosario es una consideración y aprovechamiento espiritual de los

42. Cfr. Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, Vaticano 2002, pp. 27-28.

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misterios redentores de Cristo. La Eucaristía, sin embargo, presencializa,


celebra y aplica sacramentalmente todos esos misterios. Por ella recibimos
sacramentalmente al Verbo humanado, sacrificado y resucitado en sacrificio
y alimento.
La Eucaristía, por tanto, no es un misterio más del Rosario. La relación
del Rosario con la Eucaristía la constituye el Rosario entero, puesto que
rememora los misterios que la Eucaristía actualiza sacramentalmente. No se
puede hacer del todo una parte más: la Eucaristía abarca, a su manera, todos
los misterios del Rosario, y el Rosario, a su modo, incluye a la Eucaristía en
el conjunto de todos los misterios43.

B. María y los “misterios de luz”

La presencia de María en estos misterios queda en el trasfondo. En


los Evangelios encontramos alguna insinuación de su presencia en algún
momento de la predicación de Jesús (cfr. Mc 3,31-35; Jn 2,12) y nada
nos transmiten sobre su presencia en el momento de la institución de la
Eucaristía. Pero podemos afirmar que el cometido, que desempeña en Caná,
acompaña toda la misión de Cristo. La revelación que en el momento del
Bautismo proviene del Padre, en labios de María aparece como la gran
invitación materna a la Iglesia de todos los tiempos: “Haced lo que Él os
diga” (Jn 2,5). Es como el telón de fondo mariano de todos los misterios
luminosos44.
Pero la realización de María con la Eucaristía se puede delinear
indirectamente partiendo de su actitud interior. María, con toda su vida, es
mujer “eucarística” como la ha llamado Juan Pablo II45.
Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, nadie como María puede ser guía
en una actitud como ésta. María, con la solicitud materna de Caná, parece
decirnos que el que transformó en Caná el agua en vino, puede hacer del pan
y del vino su cuerpo y su sangre, para hacerse así “pan de vida”.

43. Cfr. M. Llamera, El problema de la reforma del Rosario, “Estudios Marianos” 35 (1971),
pp. 236-237.
44. Cfr. Juan Pablo II, op. cit., Vaticano 2002, p. 32.
45. Cfr. Juan Pablo II, Encíclica “Ecclesia de Eucharistia”, Vaticano 2003, pp. 68-72.

ScrdeM 43
JAVER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

María, de algún modo, ha practicado su fe eucarística antes incluso de


que ésta fuera instituida, y esto por el hecho de haber ofrecido su seno
virginal para la Encarnación del Verbo. Si la Eucaristía remite a la pasión
y la resurrección, Ella es continuidad con la Encarnación. María anticipó
en sí lo que se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe
sacramentalmente en Cuerpo y la Sangre del Señor.
María, en la Visitación, se convierte en el primer “tabernáculo” de la
historia, y el Hijo de Dios se ofrece a la adoración de Isabel e irradia su luz
a través de los ojos y la voz de María, anticipando así en la Encarnación la fe
eucarística de la Iglesia.
Pero María hizo también suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía a
través de toda su vida y no sólo en el Calvario. María, preparándose todos
los días para el Calvario, se podría afirmar, vive una especie de Eucaristía
anticipada que culminará en la unión con su hijo en la pasión y se manifestará
después en la celebración eucarística celebrada por los Apóstoles.
En la Eucaristía, “memorial” del Calvario, está presente todo lo que
Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, también está
presente lo que Cristo ha realizado con su Madre a favor nuestro. Así
pues, María, como Madre de la Iglesia, está presente en toda celebración
eucarística. Si Iglesia y Eucaristía son inseparables, inseparables son
también María y Eucaristía.
En definitiva, ¡la Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea,
como la de María, toda ella un magnificat!46.

C. Los otros misterios luminosos: Bautismo en el Jordán, Caná,


anuncio del Reino de Dios y Transfiguración

a. Bautismo en el Jordán
Toda Judea y Jerusalén acudía para bautizarse. Y llega Jesús
desde Nazaret de Galilea para que Juan lo bautizara (Mc 1,9). Lo
verdaderamente nuevo no es que Jesús venga de otro territorio
geográfico, sino que se mezcla entre los pecadores y quiere ser bautizado.

46. Cfr. Juan Pablo II, “Ecclesia de Eucharistia”, p. 72.

44 ScrdeM
REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

El bautismo comportaba la confesión de los pecados. ¿Cómo podía


Jesús reconocer sus pecados? Mateo nos refiere la pregunta que Juan
hace a Jesús: “Yo soy el que necesito que me bautices, ¿y tú acudes a
mí?” (Mt 3,14). Pero Jesús le contesta: “Déjalo ahora. Está bien que
cumplamos toda justicia. Entonces Juan lo permitió” (Mt 3,15). Jesús
con esta respuesta, lo reconoce como una aceptación incondicional a la
voluntad de Dios.
Este sí a la voluntad de Dios supone una expresión de solidaridad con
los hombres, que son pecadores y culpables, pero que tienden a la justicia.
Los bautizados, al entrar en el agua, reconocen sus pecados tratando de
liberarse del peso de sus culpas. Jesús, en cambio, tal como lo presenta san
Lucas, recibió el bautismo mientras oraba (Lc 3,21). Inicia su vida pública
tomando el puesto de los pecadores; y el significado del bautismo de Jesús
se manifiesta sólo en la cruz, pues el bautismo es la aceptación de la muerte
por los pecados de los hombres, mientras que la voz del cielo (Mc 3,17) será
una referencia anticipada a la resurrección47.
Conviene subrayar la imagen del cielo: sobre Jesús el cielo está abierto.
Su comunión con la voluntad del Padre abre el cielo por ser precisamente
allí donde se cumple la voluntad de Dios. Y el Padre proclama la misión de
Cristo que supone un ser: es el Hijo predilecto en el cual Dios se ha complacido.
Finalmente se preanuncia el misterio de la Trinidad, que se manifestará en
totalidad en el transcurso del camino completo de Jesús.

b. Las bodas de Caná


“El Señor preparará en este monte para todos los pueblos... un festín
de vinos de solera... de vinos refinados” (Is 25,6). El don del vino nuevo se
encuentra en el centro de las bodas de Caná (cfr. Jn 2,1-12).
Digamos, de entrada, que es importante la datación: “Tres días
después había una boda en Caná de Galilea” (Jn 2,1). Se alude aquí a que
se trata de una primera manifestación de Dios que está en continuidad
con los acontecimientos del Antiguo Testamento que tienden a su
cumplimiento.

47. J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, desde el Bautismo a la Transfiguración, en “La esfera de los
libros”, Madrid 2007, pp. 33-46.

ScrdeM 45
JAVER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

La respuesta de Jesús a su Madre: que todavía no ha llegado su “hora”,


está relacionada con esta datación. Jesús no actúa por iniciativa suya, sino
siempre partiendo del designio del Padre. La “hora” hace referencia a su
“glorificación” en que cruz y resurrección se ven como un todo único.
Esa hora no había llegado todavía, pero Jesús puede anticipar esa “hora”
misteriosamente con signos.
Y esta anticipación de la hora se sigue produciendo en nuestros días.
Lo mismo que un día Jesús, por el ruego de su Madre, anticipó su hora, lo
mismo ocurre siempre en la eucaristía: por la oración de la Iglesia, el Señor
anticipa en ella su segunda venida. La Eucaristía nos hace salir de nuestro
tiempo orientándonos hacia aquella “hora”.
Lo mismo que en la multiplicación de los panes, también aquí en Caná, la
señal de Dios es la sobreabundancia. Esta sobreabundancia en Caná es una señal de
que ha comenzado la fiesta de Dios con la humanidad, señala la hora mesiánica.
La hora de las bodas de Dios con su pueblo ha comenzado con la venida de Jesús.
El agua, que se usa para la purificación ritual, se convierte en vino, signo
de la alegría nupcial. El cumplimiento de la Ley llega a su zenit en el ser y
actuar de Jesús. El agua sigue siendo “agua”, lo mismo que lo sigue siendo
ante Dios todo lo hecho por el hombre con solas las fuerzas humanas. La
pureza ritual nunca puede hacer al hombre “capaz” de Dios. Y el agua se
convierte en vino, y de este modo se crea la fiesta que sólo la presencia de
Dios y de su don pueden instituir48.

c. Anuncio del Reino de Dios


El reino de Dios aparece en el Nuevo Testamento dentro de múltiples
contextos49 y su sentido último ha resistido el esfuerzo de múltiples intérpretes
de la Biblia por definirlo satisfactoriamente. El Reino de Dios ha sido
entendido como una realidad política y temporal. Otros lo han considerado como
ya realizado completamente en la obra de Jesús y en la acción cristiana en el curso
del tiempo. Ha sido visto también como meramente interno perteneciente a la

48. Cfr. J. Ratzinger, l. cit., pp. 294-299.


49. La expresión “Reino de Dios” aparece en el Nuevo Testamento 122 veces; 99 se encuentran
en los tres Evangelios sinópticos y 90 están en labios de Jesús. En los demás escritos del
Nuevo Testamento el término tiene un papel marginal.

46 ScrdeM
REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

interioridad del hombre. Otros lo han interpretado como un reino meramente


escatológico. Todas las interpretaciones enumeradas son visiones deficientes.
Determinar la naturaleza total del Reino de Dios y el sentido pleno en
la predicación de Jesús es un cometido teológico imposible. Será más que
suficiente entender algo de lo que quiere decir el mensaje evangélico acerca
del reino y usar esa idea de modo iluminador.
Lo totalmente cierto es que el Reino de Dios llega al mundo con Jesús
de Nazaret. Una nueva y definitiva etapa de salvación se instaura en el
mundo. Este Reino, que no está sometido a ninguna contingencia humana,
es reconocido por los que esperan en la Palabra de Dios que lo ha anunciado
a hombres expectantes y virtuosos.
Que el Reino de Dios llega con Jesús, y por su poder irresistible, lo indica
la derrota de Satanás, que hasta la venida de Jesús, se hallaba en posesión
del mundo. La acción de Jesús, sobre el demonio, pone de manifiesto que
alguien más poderoso que Satanás, ha entrado en el mundo: “Si arrojo
demonios por el Espíritu de Dios, afirma Jesús, es que el Reino de Dios ha
llegado a vosotros” (Mt 12,28). Pero aunque el Reino de Dios no es de este
mundo (Jn 18,36), existe una relación inseparable de éste con la historia
humana. No es un reino temporal, pero es visible a través de las acciones de los
discípulos de Jesús, que pueden ser llamados “hijos del Reino”.
Aunque dicho Reino puede reconocerse mediante los ojos de la fe, dado
que su plenitud corresponde al más allá de Dios, su orientación es escatológica.
El Reino de Dios supone inevitablemente la restauración del hombre caído
y su reinserción en el orden de la gracia. Ciertamente este Reino supone la
libre contribución del hombre y necesita del ministerio de la Iglesia que
actualiza las energías del Reino a través de los cristianos.
Así pues, el Reino de Dios es la respuesta de la presencia salvadora y
operativa de Dios en el mundo de valores y bienes últimos que todo hombre
necesita para vivir como verdadero ser humano. Estos bienes habitan por
la creación en un ser caído y sólo pueden ser desarrollados por la gracia del
Reino. Estos bienes y valores del Reino son un don de Dios y se difunden desde
lo más íntimo del espíritu del hombre, en el que habitan por la gracia.
El Reino de Dios no hay que buscarlo fuera, sino que “el Reino de Dios
está dentro de vosotros” (Lc 17,21). El Reino lo lleva consigo, infundido por
ScrdeM 47
JAVER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

la gracia, todo hombre. Y cada cristiano es portador de bienes inagotables


como la verdad, la justicia, el amor y la paz. Este reino se difunde y actúa en
el mundo desde las vidas de los hombres creyentes.
El Reino de Dios no es la Iglesia, si bien guarda con ella una relación
muy estrecha como dimensión de un único misterio global. La Iglesia es
como la red barredera; en ella hay peces buenos y malos. En el Reino sólo
hay hombres y mujeres buenos que pueden ser conocidos e identificados por
sus frutos como hijos del Reino. Pero la Iglesia es indispensable para este
Reino. Ella es la que engendra los hijos mediante la gracia, la oración y la
celebración del culto, centrado en la Eucaristía50.

d. La Transfiguración del Señor


Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y los llevó a un monte alto, a solas
(cfr. Mc 9,2). Y los volvemos a encontrar juntos en la angustia de Jesús en
el monte de los Olivos (cfr. Mc 14,33), imagen que contrasta con la de la
transfiguración. Aparece el monte como lugar de máxima cercanía de Dios.
Diversos montes aparecen en la vida de Jesús como un todo único: el
de la tentación, el de las bienaventuranzas, el monte de la oración, el de la
trasfiguración, el monte de la angustia, el monte Calvario y, finalmente, el
de la ascensión. El simbolismo general del monte se perfila: como lugar de
la subida, sobre todo interior; como liberación del peso de la vida de cada
día; como lugar desde donde se puede contemplar la belleza e inmensidad
de la creación y que me hace intuir al Creador. Moisés y Elías recibieron en
el monte la revelación de Dios; ahora están con Aquel que es la revelación
de Dios en persona.
Lucas es el único evangelista que ha mencionado el motivo de la subida:
subió “a lo alto de una montaña para orar” y “mientras oraba, el aspecto de su
rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco” (9, 29). Se ve lo que sucede en
la conversación de Jesús con el Padre. Esta compenetración íntima de Jesús con
el Padre se convierte en luz pura. Jesús mismo es Luz de Luz. Y esto es lo que se
percibe por los sentidos, lo que Jesús es en lo más íntimo de su ser. Jesús resplandece
desde el interior es decir, no sólo recibe la luz, sino que El mismo es Luz de Luz.

50. Cfr. J. Morales, Los santos y santas de Dios, Rialp, Madrid 2009, pp. 189-200; y
J. Ratzinger, l. cit., pp. 73-90.

48 ScrdeM
REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

También las vestiduras de Jesús, blancas como la luz, durante la


trasfiguración hablan de nuestro futuro. Las vestiduras blancas expresan una
criatura celestial, ángeles o elegidos. Estas vestiduras son blancas porque
han sido lavadas en la sangre del Cordero (cfr. Ap. 7,14).
Moisés y Elías, la Ley y los Profetas, hablan con Jesús y de Jesús. Lucas
nos dice: “Aparecieron con gloria, hablaban de su muerte que iba a consumar
en Jerusalén” (Lc 9,31). El tema de su conversión es la cruz, que es un salir
de esta vida y llegar a la gloria. Esta cruz trae la salvación y que la pasión se
transforma en luz y alegría.
Los tres discípulos están impresionados por lo grandioso de la aparición:
“Estaban asustados” (Mc 9,6). Y Pedro toma la palabra –“no sabía lo que
decía”– (Mc 9,6): “...Vamos a hacer tres chozas...” (Mc 9,5). Pedro quería
dar así un carácter estable al suceso de la aparición levantando tiendas del
encuentro; la nube que cubrió a los discípulos podría confirmarlo.
“Se formó una nube que los cubrió y una voz salió de la nube: ...escuchadlo”
(Mc 9, 7). Se repite la escena del bautismo de Jesús. A la proclamación de la dignidad
filial se añade el imperativo “escuchadlo”. Y así concluye la transfiguración.
Esta última palabra recoge el sentido más profundo: los discípulos que vuelven
a bajar con Jesús tienen que aprender siempre de nuevo: “Escuchadlo”.

3. Cristo “pasus, mortuus, sepultus”: misterios dolorosos

La redención del género humano se consuma mediante un sacrificio


ofrecido a Dios por los pecados de los hombres. Y en él intervienen tres
agentes o personas. Dos son las que intervienen en este contrato: el sacerdote que
hace el sacrificio y lo ofrece y la persona o “numen” al que se le ofrece y que lo
acepta. Cuando el sacrificio no era ratificado no surtía efecto alguno, cuando
se aceptaba, pero era insuficiente, era preciso repetirlo y multiplicarlo.
En la vertiente de quien hace y ofrece el sacrificio, vertiente sacerdotal,
nos encontramos con Jesús y con su Madre, que se sacrifica y ofrece con
la misma finalidad por la que lo realiza su Hijo. En la vertiente de quien
lo acepta nos encontramos con la aceptación de Dios que se manifiesta en
la acción que se realiza en las dos personas que le han ofrecido el sacrificio:
la resurrección de Cristo y glorificación del cuerpo de María.
ScrdeM 49
JAVER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

Vamos a abordar lo que respecta a la vertiente primera, es decir, la del


sacerdote y su Madre.

A. Ejecución sacerdotal del misterio de Cristo

Cristo, entre los judíos, no era sacerdote, sino laico, pues no pertenecía a
la tribu de Leví, sino a la de Judá. Su sacerdocio no se fundaba en la sangre
o en la herencia; pertenecía a otro orden, como a otro orden pertenecía el
sacrificio que iba a ofrecer. Su sacerdocio tuvo su origen en una unción sagrada
recibida en la encarnación. Desde el momento en que el Verbo recibe el
cuerpo para ofrecer el sacrificio que el Padre quería, el hombre Cristo recibe
no sólo la gracia sustancial de la unión hipostática, sino también la gracia
capital. Una de las dos o las dos juntas le ungieron sacerdote y la habilitaron
para ofrecer el sacrificio sacerdotal; único y eficaz. No habría, por tanto que
repartirlo. Era el Hijo de Dios hecho hombre: hostia y a la vez sacerdote
(Hb 10,5 ss.), que entra en el sancta sanctórum, no con sangre de animales,
sino con su propia sangre (Hb 9, 11-14; 25-28).
El Señor no podía aparecer ante los judíos como sacerdote, puesto que
no procedía de Leví. Pero a los Doce, a los Apóstoles, les indicó que lo
que sucedía en la Cena y lo que iba a suceder el día siguiente eran actos
propiamente sacerdotales. Se entregaba con derramamiento de sangre, como
víctima por los pecados de todos los hombres. Su sacrificio no era un sacrificio
judío, ni su víctima, ni su sacerdocio, ni la alianza que se inauguraba eran
iguales. Estas eran superiores.
Pero nadie mejor que quien realiza el sacrificio conoce la intención que pone
en lo que hace, y Cristo la manifestó. Dijo que se entregaba por los pecados de
los hombres (Mt 26,28). Cristo va a la pasión y muerte para glorificar al Padre
(Jn 17,1), es decir, para devolverle la gloria que el pecador le había quitado
al pecar. Y añade: “Yo me sacrifico por ellos, para que ellos sean santos”
(Jn 17,19), es decir, para que queden limpios de toda mancha de pecado51.

51. “...Nomen sanctitatis duo videtur importare. Uno quidem modo munditiam: et huic significationi
competit nomen graecum, dicitur enim agios quasi sine terra. Alio modo importat firmitatem ... sancta
dicebantur quae legibus erant munita et violari non deberent. Potest etiam secundum Latinos hoc nomen
sanctus ad munditiam pertinere: ut intelligatur sanctus quasi “sanguine tinctus” eo quod antiquitus illi
qui purificari volebant sanguine hostiae tingebantur”, en Suma Teológica, 2-2, q. 81, a. 8.

50 ScrdeM
REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

Según el capítulo 10 de la Carta a los Hebreos se repetía muchas veces


el sacrificio por los pecados. Pero la suma de muchos finitos no puede hacer
un total que sea infinito. Cristo pide un cuerpo para ofrecerlo a la muerte.
Lo ofrece y ya no ha hecho falta repetir el sacrificio redentor (Hb 10,14). Si
la gravedad de la ofensa se mide por la infinitud de la majestad del Dios
ofendido, la obra satisfactoria perfecta debía tener un valor infinito; el valor
de quien es hombre-Dios52.
Pero este sacrificio tiene virtud para redimir todos los pecados de todos
los hombres. Por el primer Adán a todos llegó el mal; por el segundo a todos
llegó el bien, la gracia. Si por la caída de Adán y Eva entraron en el mundo
el pecado y la muerte; llegada “la plenitud de los tiempos”, el mismo Señor
ofrece el sacrificio por muchos (Mt 26,28), es decir, por todos: “cuando yo
sea levantado sobre la tierra, atraeré todos hacia mi” (Jn 12,31-32).
El sacrificio de Cristo iba a ser redentor de todos los hombres y de todos
los pecados de los hombres, pues Cristo posee una gracia capital cuya virtud
alcanza a todos porque la gracia de Cristo-Cabeza, tenía que redundar en
todos los hombres como en miembros suyos53. Con ella se satisface la deuda
penal en la que los hombres habían incurrido al pecar. Porque “la cabeza
y los miembros son como una persona mística, la satisfacción de Cristo
pertenece a todos los hombres como a miembros suyos”54.
Pasión y muerte de Cristo que constituyen un sacrificio eficaz por sí mismo,
como eficaces por sí mismos son los sacramentos que aplican su valor. Y
sacramento es la pasión y muerte de Cristo. Se trata de una realidad que
respecto a la gracia tiene razón de signo y significado, de continente y
contenido y de causa y efecto. Pero la muerte de Cristo no sólo es causa
comunicativa de la gracia, sino productiva. Por consiguiente, la muerte de
Cristo es un sacramento fontal55.

52. Suma Teológica, 3, q. 48, a. 2, ad 2m.


53. Suma Teológica, 3, q. 48, a 1.
54. Suma Teológica, 3, q. 48, a. 2 ad 1m.
55. Suma Teológica, 3, q. 50, a. 6: “Sed “in facto esse” mors consideratur quod jam facta est separatio
corporis et animae... Et sic loquimur de morte Christi. Hoc autem modo mors Christi non potest esse
causa salutis Nostra per modum meriti, sed solum per modum efficientiae: inquantum seilicet nec per
mortem divinitas separata est a carne Christi, et ideo quidquid contigit circa carnem Christi, etiam
anima separata, fuit nobis salutiferum vitute divinitatis unitae”.

ScrdeM 51
JAVER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

Aunque todas las acciones y pasiones de Cristo son parte del misterio
redentor, y aunque cada una de ellas pudo, por sí sola, redimirnos. No fue
así. Tanto el Padre como el Hijo, destinaron el proceso de la vida de Cristo-
Redentor a que fuera eficaz para redimirnos solamente en cuanto debía estar
coronado por la muerte.

B. Incorporación de María al misterio redentor de Cristo


“El inefable Dios... habiendo decretado, con plan misterioso escondido
desde la eternidad, llevar a cabo la primitiva obra de su misericordia... por
medio de la encarnación del Verbo, ...eligió y señaló desde el principio y
antes de los tiempos una Madre, para que su unigénito Hijo, hecho carne
de ella, naciese en la plenitud dichosa de los tiempos”56. La predestinación
de María, hecha por Dios con el único y mismo decreto redentor de la
encarnación del Verbo, la hace inseparable de su Hijo. Para que el Verbo de
Dios llegara a ser Hombre fue necesario el consentimiento de María además
de su colaboración. Anteriormente he considerado la intervención bio-
fisiológica, sicológica y sobrenatural de María en la aparición del Redentor.
Esta colaboración de María tiene lugar también en el quehacer del Hijo, es
decir, en el protagonismo de la redención.
Las madres viven y aman lo que sus hijos hacen y la misión que
éstos cumplen. Nadie como María amó a su Hijo y ninguna misión tan
transcendental como la del sacrificio redentor con el que se iba a dar a Dios
la gloria que los pecadores le habíamos quitado y que iba a beneficiar a todos
los hombres pecadores. María, en el momento preciso de la encarnación, es
consciente de que en su seno materno están encarnados el Cristo personal
y el Cristo místico y, por consiguiente, de que quedaba incorporada a la
consumación del segundo Cristo cuando el primero consumase la función
redentora. Las palabras proféticas del anciano Simeón de que una espada
atravesaría el corazón maternal de María (cfr. 2,35) estarían siempre
resonando en sus oídos.
La presencia de María al pie de la cruz y la encomienda recibida de que
fuera la madre de Juan tiene un sentido teológico profundo. María estaba

56. Pío IX, Epist. Apost. “Ineffabilis Deus”, Marín, p. 171.

52 ScrdeM
REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

en el Calvario padeciendo con el Hijo y por los mismos fines por los que
se ofrecía el Hijo: devolver a Dios la gloria que le habíamos arrebatado
con nuestros pecados y ganar la gracia para los que, pecando, la habíamos
perdido. María estaba dando a luz a la inmensa generación de redimidos,
hijos espirituales, representados en la persona de Juan.
Desde el momento mismo en que el Verbo recibe el cuerpo para poder
ofrecer el sacrificio que Él quería, el hombre Cristo recibe dos gracias: la
gracia sustancial de la unión hipostática y la gracia capital. Una de ellas o
las dos juntas según opinan los teólogos, le ungieron sacerdote y así queda
capacitado para el sacrificio sacerdotal. También María, al concebir al Verbo
en su seno virginal, por la gracia de la Maternidad divina o por la gracia de
la Maternidad espiritual, o por ambas juntas –como en el caso del hombre
Cristo–, queda capacitada para ejercer una función sacerdotal cuando ofrezca
a Dios Padre el sacrificio de su Hijo y se ofrezca a sí misma juntamente con
Él. El magisterio de los Papas ha sido muy claro a este respecto. “De pie,
junto a la cruz de Jesús, estaba María, su Madre,... ofreciendo Ella misma
a su propio Hijo a la justicia de Dios y agonizando con su muerte en su
corazón, atravesado por una espada de dolor”, dirá León XIII57. Benedicto
XV afirmará: que “padeció con el Hijo... Y lo inmoló en lo que de su parte
dependía, de suerte que se puede afirmar, con razón, que redimió al linaje
humano con Cristo”58. Y Pío XII enseñará que “Ella fue la que,... unida
siempre estrechísimamente con su Hijo, lo ofreció, como nueva Eva, al
Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el holocausto de sus derechos
maternos y de su materno amor, por todos los hijos de Adán...”59. Según
enseña san Pío X: “su misión (la de María) fue también guardar esa víctima,
alimentarla y presentarla al altar en el día fijado”60.
Hoy, después del Vaticano II, sería un contrasentido negar a María lo que
tienen todos los cristianos. El sacerdocio es un término análogo. Y todos los
cristianos poseen un sacerdocio aunque no sea de la misma manera ni por la
misma unción sacerdotal. Cristo fue ungido sacerdote por la gracia (bien de

57. León XIII, Iucunda semper, H. Marín, p. 288.


58. Benedicto XV, Inter sodalicia, H. Marín, p. 419.
59. Pío XII, Mystici corporis, H. Marín, p. 562.
60. Pío X, Ad diem illum, H. Marín, p. 371.

ScrdeM 53
JAVER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

la Unión hipostática, bien por la gracia capital) que recibió en el momento


de la encarnación del Verbo. Los ministros son ungidos sacerdotes por el
carácter del sacramento del orden. Los fieles por el carácter bautismal. María
no ha recibido ninguno de los caracteres indicados. Pero por analogía con el
Hijo, María recibió dos gracias correspondientes a las dos de su hijo: a la de
la unión hipostática, la de la Maternidad divina; a la gracia capital, la de la
Maternidad espiritual. Y de este modo, María queda capacitada para ofrecer
sacerdotalmente el sacrificio con cualquiera de estas dos gracias o con las dos
a la vez61. La dignidad de Madre corredentora capacita a la Santísima Virgen
para ofrecer al Padre, por nosotros, el sacrificio de su Hijo.

C. Cristo y María en los misterios dolorosos

En esta primera etapa del sacrificio, que corresponde al sacrificador y al


oferente, Jesús y María aparecen juntos, porque en el mismo instante Dios se
hace hombre y María se hace Madre de Dios. Los dos actúan juntos: los dos
padecen, los dos mueren, Jesús física y María místicamente, y los dos ofrecen
el sacrificio con la única intención de dar a Dios la gloria arrebatada por el
pecado y de conseguir la gracia para el género humano pecador.
El evangelio presenta a Jesús en los cinco misterios de dolor. A María, en
cambio, sólo en el quinto, al pie de la cruz padeciendo con el Hijo, mientras
recibe el encargo de ejercer sobre los hombres, representados en san Juan,
una maternidad especial, que contiene una maternidad corredentora. La
tradición, además, la hace presente físicamente en el cuarto misterio, que es
el camino de la cruz y subida al Calvario. Es cierto que María no siguió a su

61. En los primeros años del siglo XX, hubo una oposición a reconocer la dignidad sacerdotal
de María, debida toda ella a una errónea interpretación de un documento del Santo Oficio.
“Puesto que sobre todo en tiempos recientes se ha empezado a pintar y difundir imágenes
que representan la beatísima Virgen María revestida con ornamentos sacerdotales,... los
cardenales... el día 15 de enero de 1913 han decretado: la imagen de la B. V. María revestida
con ornamentos sacerdotales debe ser reprobada” (Dz-Hün 3632). Hay que observar que no
se reprueba el título, sino que prohíbe el uso de imágenes de María revestida de sacerdote.
El sacerdocio de María es muy otro. Y corría el peligro de considerarla como un sacerdote
ministerial. Cfr. E. Sauras, Glosa teológico-tomista del Rosario de María, “Scripta de Maria”
3 (1980), 145-146; y M. Llamera, La Virgen María agente del culto cristiano, “Teología
Espiritual”, 21 (1977), 7-63; idem, El sacerdocio maternal de María, “Scripta de Maria”
4 (1981), 551-623.

54 ScrdeM
REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

Hijo en todas sus correrías apostólicas; pero María estuvo presente en lo que
sucedía en las últimas horas de su vida. El amor que tenía a su Hijo le haría
vivir todos los pasos que el Hijo daba. Ella viviría en su carne y en su espíritu
la angustia del huerto de Getsemaní, la prisión, los azotes, la coronación. Le
sale al encuentro en el camino del Calvario y se coloca al pie de la cruz. En una
palabra, el mismo espíritu del Hijo y por los mismos fines redentores.
Pero el recuerdo de San José, ¿está ausente de los misterios dolorosos?
Hemos asistido a la muerte de Jesús y acompañamos su alma al limbo de los
Santos Padres. El alma de Jesús y el alma de San José se encuentran. “Santo
Tomás enseña que Nuestro Señor, al descender a los infiernos, concedió a las
santas almas la visión beatífica”62. Podemos pensar en el preciso momento
en el que el alma de San José ve con visión intuitiva, cara a cara a Dios con
toda su majestad.

4. La vida resucitada y glorificada: misterios gloriosos

El sacrificio ofrecido por Cristo y por María es aceptado por Dios en


el mismo momento del ofrecimiento: buena era la víctima, buenos eran
los oferentes y buena era la finalidad con que la hacían. Pero era necesario
manifestar sensiblemente esa aceptación por parte de Dios.
En el caso de Cristo, la resurrección iba a manifestar que Dios había
aceptado el sacrificio del Señor. La resurrección como unión del alma con
el cuerpo y vuelta a la vida biológica es ciertamente un milagro. Pero no
sólo eso. En el caso de Cristo no salió del sepulcro, como Lázaro, en estado
natural. Salió en estado glorioso. Lo cual significa que el alma de Cristo, que
siempre había tenido la visión beatífica de Dios63, era ya bienaventurada en
toda su plenitud, y esta bienaventuranza del alma redundaba en el cuerpo
al que comunicaba las dotes del cuerpo glorioso64. Además, respecto a
nosotros, Cristo era declarado Señor y exaltado sobre todas las cosas a través
de su resurrección.

62. Cfr. E. Hugon, El Rosario y la santidad, Barcelona 1935, pp. 116-117; cfr. Suma Teológica,
3, q. 53, a. 2.
63. Suma Teológica, 3, q. 9, a. 2; y q. 10, a. 4.
64. Cfr. todo el capítulo 15 de la primera Carta a los corintios.

ScrdeM 55
JAVER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

Y si María ha estado íntimamente asociada a Cristo en el sacrificio,


también lo estará en la resurrección, en la exaltación y en el señorío sobre
todas las cosas.

A. Resurrección del Redentor

Si Cristo y su Madre aparecen, sobre todo en los misterios de dolor,


como actores. Ahora debemos afirmar que aparecen como beneficiarios de
lo llevado a cabo en las fases precedentes. El actor ahora, y aquí, es Dios.
Siempre aparece Dios como causa de la resurrección del hombre Jesús
(cfr. Hch 2,24 y 3,15). Alguna vez aparece la apropiación trinitaria, de la
que hablamos en la encarnación, al Espíritu Santo como parte activa de la
resurrección (cfr. Rm 8,11).
La resurrección de Cristo no es sólo la vuelta a su vida biológica, sino
que es la adquisición de una nueva vida. Nueva en cuanto al alma y nueva
en cuanto al cuerpo. El alma de Cristo, que había tenido siempre la visión
beatífica de Dios, era bienaventurada en toda su plenitud. El cuerpo de
Cristo recibe cierta redundancia de la felicidad bienaventurada del alma,
mediante la cual el cuerpo aparece glorioso.
Cristo, por su resurrección, se ha hecho causa de la nuestra. Nosotros, al
final de los tiempos, resucitaremos, es decir, recuperaremos la vida biológica;
y esta vida será gloriosa: en cuanto al alma, por la visión intuitiva y posesión
plena de Dios; y en cuanto al cuerpo, por las dotes del cuerpo glorioso al
resucitar. Así lo enseña san Pablo (1Co 15,20-23). Pero la vuelta a la vida
biológica lleva consigo la vida de la gracia que perdimos con la culpa de
Adán. Si Cristo no hubiera resucitado “estaríamos todavía en nuestros
pecados” (1Co 15,20-23).
Tanto la muerte de Cristo como su resurrección causan en nosotros
nuestra muerte al pecado y la adquisición de la nueva vida de la gracia,
pues la gracia sanante y la gracia elevante son dos aspectos de un mismo
hábito sobrenatural, el de la gracia santificante. La justificación de las
almas incluye tanto la remisión de la culpa como la vida nueva de la gracia.
Según santo Tomás, “en cuanto a la eficacia que deriva del poder divino,
tanto la pasión de Cristo como su resurrección es causa de la justificación
bajo los dos aspectos. En cuanto a la ejemplaridad, la pasión y la muerte es
56 ScrdeM
REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

propiamente causa de la remisión de la culpa y la resurrección es causa de


la nueva vida que nos viene por la gracia”65.
Pero en relación con nosotros, Cristo por su resurrección, era declarado
Señor y exaltado sobre todas las cosas. “...Resucitándole entre los muertos y
sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad,
Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo, sino
también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas las cosas” (Ef 1,20-22).
Cuando se habla del señorío de Cristo muerto y resucitado conviene
prestar atención al señorío de Cristo sobre las personas.
Cristo ejerce su señorío en el cielo además de estar sentado a la derecha de
Dios Padre. Está también allí para ser, en algún modo, el medio mediante
el que se substancia la bienaventuranza de los santos. El medio subjetivo
por el que se alcanza es el lumen gloriae. El medio objetivo, a través del cual
los bienaventurados encuentran a Dios al que ven intuitivamente y del que
gozan plenamente, es Cristo resucitado. En el cielo el templo donde mora
Dios es el Cordero: “Pero no ví Santuario alguno en ella; porque el Señor,
Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su Santuario” (Ap 21,22).
También ejerce Cristo su señorío sobre los hombres de la tierra. Sólo Él
puede penetrar en la conciencia y doblegar la voluntad de cada hombre. Al
igual que de nuestra cabeza desciende a nuestros miembros la capacidad
sensitiva y motriz, de Cristo Cabeza desciende a nosotros la gracia santificante
manifestada principalmente en la fe y en la caridad. Con la fe penetra en la
intimidad de la razón y la doblega, y con la caridad penetra en la intimidad
de la voluntad66. Cristo de este modo ejerce un señorío sobre todo hombre
que llega a su parte más íntima reservada al mismo Dios.
Y finalmente también los que viven en los abismos también se sometieron al
señorío alcanzado por Cristo mediante se resurrección. “Bajando al infierno

65. Suma Teológica, 3. q. 56, a. 2 ad 4m: “quantum ergo ad efficaciam, quae est per virtutem divinam,
tam passio Christi quam resurrectio est causa iustificationis quo ad utrumque. Sed quantum ad
exemplaritatem, proprie passio et mors Christi est causa remissionis culpae, per quam morimur peccato;
resurrectio autem est causa novitatis vitae, quae est per gratiam sive iustitiam”.
66. Suma Teológica, 3, q. 69, a. 5: “de la cabeza espiritual que es Cristo descienden a los
miembros el sentido de lo espiritual que consiste en el conocimiento de la verdad y el
movimiento espiritual que se tiene por influjo de la gracia”.

ScrdeM 57
JAVER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

de los condenados, afirma santo Tomás, los convenció de su incredulidad y


malicia; a los que estaban detenidos en el purgatorio les dio la esperanza de
alcanzar la gloria y a los Santos Padres, que estaban allí detenidos solamente
por el pecado original, les infundió el lumen gloriae67.

B. María, Madre asunta

a. La Maternidad divina de María exige la Asunción


María es Madre de Dios, y por serlo es llena de gracia, y por ser llena
de gracia es Madre de la gracia, de toda gracia. La Maternidad divina de
María es, por su misma naturaleza, vivificadora. Ella, mediante la generación
virginal, incorpora a todos los hombres al Verbo de Dios convivificando a
todos en Cristo. María es causa de la vivificación de las almas que un día
causará la vivificación de los cuerpos. La presencia, hoy, del cuerpo de María
en el sepulcro sería incompatible con la Maternidad divina, pues Ésta, por
su propia naturaleza, es destructora de la muerte.
La dignidad y perfección de la Maternidad divina, la máxima después de
la de Dios68, alcanza también al cuerpo de María, dado que es parte esencial
no sólo de su ser, sino también de su Maternidad. La naturaleza física de la
Virgen, por ser de la Madre de Dios, tiene mayor derecho a perpetuidad que
toda la creación. Y no sólo el ser íntegro de María, sino su naturaleza física
misma, es, por la dignidad que participa indestructible, y exige una vida
corporal proporcionada a la vida gloriosa del alma.
María, por exigencia de la realización entre Madre e Hijo, es Madre asunta.
La unión no sólo ontológica sino también física, que hace que Jesús y María se
pertenezcan mutuamente, los identifica en una unión moral, que funda sus vidas
en una unión amorosa, mediante la cual María vive en el corazón del Hijo y el
Hijo en el corazón de la Madre. El amor, que la Madre tiene al Hijo y que el
Hijo tiene a la Madre, causa en ellos una compenetración de vida y misterios,
razón indefectible de la Asunción de la Virgen. El amor que la Virgen tuvo a su
Hijo y que la hizo participar en los misterios redentores de su vida y su muerte,
¿no era capaz de hacerla participar en los misterios de su resurrección y gloria?

67. Suma Teológica, 3, q. 52, a. 2.


68. Pío IX, Ineffabilis Deus, H. Marín, p. 171.

58 ScrdeM
REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

Pero esta exaltación de María a la Asunción gloriosa no sólo es condigna


y adecuada a su Maternidad divina, sino también a todos los demás privilegios
que conlleva dicha Maternidad. En efecto, si con la muerte de María acaba la
vida temporal, todos privilegios y gracias de María son otros tantos títulos
de glorificación. El final de tanta gracia no pudo ser el sepulcro. Todas las
exigencias de los distintos privilegios se aúnan ahora en una exigencia definitiva
para demandar un fin condigno de la Madre Virgen, cual es su resurrección
inmediata y glorificación en cuerpo y alma, es decir, su Asunción69.

b. La Maternidad espiritual de María exige la Asunción


La formulación básica de la analogía entre María y Jesús puede hacerse
del siguiente modo: María es madre de Dios y de los hombres, porque Cristo
es Dios y Cabeza de los hombres; es decir, María es Madre de Dios y de los
hombres según las exigencias de la unión hipostática y de la capitalidad de
Cristo. María, pues, es Madre de Dios, porque Jesús es Dios, y puesto que
la humanidad del Verbo lleva consigo ser Cabeza de los hombres, Ella es
madre de los hombres porque Jesús es cabeza de ellos.
Suponiendo la Maternidad espiritual de María en conformidad con
la capitalidad de Cristo, lo que Cristo es como Cabeza, Ella lo es como
Madre, y lo que corresponde a Cristo como Cabeza, a Ella le corresponde
como Madre. Si Él, por ser Cabeza, es Vivificador de todos los miembros,
Redentor y Resucitador, Ella, por ser Madre, será Convivificadora, Corredentora
y Conresucitadora. Si a Cristo, por estas funciones capitales, le son debidas la
incorrupción, la pronta resurrección y la glorificación celeste en cuerpo y
alma, a la Santísima Virgen, por las funciones maternales le son debidas la
incorrupción, la resurrección y la pronta glorificación en cuerpo y alma.
Cristo, Cabeza Vivificador de todos los hombres, luego acreedor de
resurrección y glorificación completa. Si María es Madre espiritual de los
hombres, es Convivificadora de todos ellos, y, por consiguiente, acreedora de
resurrección y glorificación completa, es decir, en cuerpo y alma. Y es que la
capitalidad vivificadora de Cristo y la Maternidad espiritual convivificadora
de María son principios destructores de la muerte y no sólo de la espiritual,

69. Cfr. J. Ibáñez, Maternidad divino-espiritual de María, fundamento de su Asunción en cuerpo y


alma al cielo (I), Scripta de Maria, serie II, 4 (2007), pp. 169-200.

ScrdeM 59
JAVER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

sino también de la corporal. Y ello, aunque se refiere principalmente a la


gracia, llega a la vida inmortal de los cuerpos, ligada a la gracia, como la
muerte se encuentra ligada al pecado. Ahora bien, ser destructores de la
muerte, siendo causa de la vida, y sucumbir a la misma muerte, siendo
destruidos por ella, es totalmente incompatible. Así pues, se puede concluir
que Jesús, Vivificador como Cabeza, y María Convivificadora como Madre
espiritual, sólo pueden morir para compensarla muriendo y vencerla
resucitando. Pues la excelencia de la capitalidad de Cristo y de la Maternidad
de María requerían la primacía de la resurrección tanto de Jesús como de la
Santísima Virgen y no debían compararse a todos los demás hombres, que le
son inferiores tanto como miembros, como por hijos70.
Cristo, Cabeza, Redentor de los hombres, luego vencedor de la muerte y
acreedor a la inmediata resurrección y completa glorificación. María, Madre
espiritual de los hombres, Corredentora, luego vencedora de la muerte y acreedora
a la inmediata resurrección y completa glorificación, es decir, en cuerpo y alma.
Dios quiso que nuestra redención fuera obra de justicia y que, por
consiguiente, los actos redentores debían ser liberadores de la culpa,
satisfactorios de la pena y merecedores de la gracia. También quiso Dios que
estos tres valores se dieran cita en uno, o lo que es lo mismo que la Redención
se hiciera mediante un sacrificio. Dios quiso además que Cristo, nuestro
Redentor, fuera a la vez Sacerdote y Víctima, Sacrificador y Sacrificado, y, de
este modo, la victimación del sacerdote pertenece a la medida externa del
acto redentor. Finalmente fue preciso que el sacrificio llegue hasta la muerte
del Redentor.
Vengamos a María. María es Madre de Cristo no sólo en cuanto hombre,
ni sólo en cuanto Hombre-Dios; sino también en cuanto Redentor y Cabeza
nuestra. Y así, en virtud de esta Maternidad se realiza en sus entrañas maternales
el misterio de la capitalidad, como en virtud de la Maternidad divina se realiza
en sus entrañas el misterio de la unión hipostática. Y si a Cristo se le concedió
la capitalidad para que nos redimiera, la Maternidad espiritual de María
tampoco tiene otra explicación que la de una Maternidad redentora. En la
Maternidad de María sobre Cristo Cabeza, o Cristo Redentor, se encuentra la
razón más profunda de la corredención mariana. Corredención que consiste

70. Cfr. Suma Teológica, 3, q. 53, a. 2, Ad 1m.

60 ScrdeM
REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

en hacer actos esencialmente redentores, si bien en un plan de dependencia y


subordinación a Cristo, que es el Redentor y supremo analogado.
María interviene cierta y misteriosamente en el momento en que se
consuma la redención en la Cruz. Y lo hace con el acto físico de su presencia
(Jn 19,25) y con el acto moral de consentir en lo que se estaba realizando.
Bastaba con el primer “fiat” de la Encarnación para participar activamente
en todo cuanto era necesario para la Redención.
No puede hablarse de la Redención de Cristo y de la Corredención de
María en un sentido unívoco, sino en un sentido análogo con analogía de
proporcionalidad, o intrínseca. Y tampoco se debe usar indistintamente
las expresiones “cooperador formal” y “corredentor formal”. Se puede dar
el caso en que la cooperación no trascienda los límites de la analogía de
atribución, y si bien coopera, no hace formalmente aquello a lo que se
coopera. En efecto, puede existir una cooperación formal, que no sea corredención
formal, a la Redención. Pues quien presta la materia para la corredención,
con intenciones redentoras, coopera formalmente. Pero, por esto, María
no es Corredentora formal. Solamente llega a serlo cuando realiza los astos
específicamente redentores.
Si María, pues, es Corredentora, debió ofrecer sacrificio y se debió sacrificar
en él; y esto, hasta la muerte en el calvario. Por más que María no muriera
físicamente de hecho en el Calvario, hubo, causa más que suficiente para
que no sobreviviera a Jesús, porque la muerte más cruel que correspondía
entonces a María era vivir la muerte del Hijo, muriendo como Madre.
En efecto, María no necesitaba ser muerta en una cruz propia para compartir,
como Corredentora, la muerte de su Hijo. Si María es todo lo que es por ser
Madre, es su Maternidad la que la une con la muerte de su Hijo, la que la hace
suya. La misión de María, de dar al mundo la Víctima sagrada de su Hijo, la
cumple sin cesar desde la Encarnación hasta consumarla en el Calvario. Es
suya la muerte de su Hijo, es suya su inmolación. Esta es el acto supremo de
su misión maternal corredentora. Y si Cristo no pudo hacer por nosotros nada
más sublime que inmolar su vida, habría que concluir que la inmolación de
su Hijo fue la sublime inmolación de su Maternidad; inmolando a su Hijo,
Ella se destruía y moría como Madre. Si María sobrevivió en el Calvario, no
fue para ahorrarla el dolor de morir, sino porque la muerte que le correspondía
entonces era vivir la del Hijo y esto muriendo como Madre.
ScrdeM 61
JAVER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

Pero si a Cristo-Cabeza le corresponde la resurrección y completa


glorificación como Redentor, a María, Madre espiritual le corresponde la
resurrección y completa glorificación como Corredentora. Cuando afirmamos
la necesidad de resucitar, se sobreentiende anticipadamente. Y esto por pura
determinación divina. Según ésta, no hay otro modo de redimir que el de
morir y resucitar enseguida. En efecto, una muerte, que se afronta para
matar a la muerte, es una muerte que entraña la resurrección. Por eso los
que mueren para matarla no pueden permanecer muertos y la muerte victoriosa
no puede ser vencida por la muerte derrotada. Y así, si la muerte redentora
era mortal para la muerte, luego tuvieron que resucitar.
Por lo que se refiere a la resurrección y completa glorificación de la Corredentora,
es preciso recordar que la Maternidad espiritual de María, en la actual
economía, se ejerce mediante la corredención formal y que esta corredención
conduce a María a realizar los actos esencialmente redentores como son la
muerte y la resurrección anticipada. Siendo María Corredentora, si Ella no
ha resucitado, María no ha terminado su obra y la corredención estaría sin
acabar. Si Cristo y María merecieron la resurrección de todos los hombres en
el último día, debían ellos disfrutar los primeros la glorificación que con tanto
dolor y afrenta habían merecido para todos los demás.
La unión de los hombres, miembros, con Cristo Cabeza, nunca se puede
comparar con la que tiene María, Madre divina, con su Hijo, dado que
comparte la misma capitalidad. Si esta unión de María con el Hijo no basta
para resucitar a la Madre, tampoco será suficiente, para resucitar, nuestra
configuración con Él.
Finalmente, Cristo como Cabeza, y María, como Madre, vivificador y
convivificadora de toda vivificación espiritual son Resucitadores, es decir, causa
de la vida inmortal y gloriosa de los cuerpos, puesto que éstos han de tener
la misma causa que la vida sobrenatural de las almas ya que existe una
interdependencia entre una y otra. Más aún, tanto Jesús como María no serían
auténticos vivificadores si no llegaran a la resurrección gloriosa de los cuerpos,
dado que la resurrección no es más que la vivificación que debe alcanzar al
hombre entero. Sin resurrección, la donación de la vida quedaría sin terminar71.

71. Cfr. J. Ibáñez, Maternidad divino espiritual de María, fundamento de su Asunción en cuerpo y
alma al cielo (II), en “Scripta de Maria” serie II, 5 (2008), pp. 115-150.

62 ScrdeM
REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

C. La cuarta serie de los misterios del Rosario

Estos misterios recogen los pasos de la segunda parte del ciclo pascual,
es decir, la resurrección y la exaltación de los dos actores protagonistas.
La resurrección y ascensión del Seños hacen contemplar la vivencia que
tuvo María de ellos, todavía no reproducidos físicamente en Ella. Llegado
el tiempo, estos mismos misterios se reproducen en María, como se habían
reproducido los de la pasión con el dolor y sufrimiento de sí misma. María
murió y resucitó enseguida y subió al Cielo a tomar posesión de la gloria y
recibir el señorío sobre todo lo creado que, juntamente con el Hijo había
ganado. El tercer misterio contempla la aplicación a nosotros, mediante el
Espíritu Santo, de la gracia que Hijo y Madre nos habían ganado.

San José en los misterios gloriosos

La persona de José está unida inseparablemente, en la meditación de los


misterios del Rosario, a la de Jesús, y de María. Como hemos afirmado José
une a Jesús y María con lazos sagrados, pues tiene sobre ellos un verdadero
derecho. En algún sentido son su propiedad.
José fue, sin duda alguna uno de los que escoltaron el alma de Cristo
cuando resucitó; el triunfo de Jesús fue también el triunfo de José. Cuando
Jesús sube al Cielo, José sube con su Hijo y cuando está en el trono eterno
para ejercer como Juez y como Rey, dice a José que se siente a su lado y
confía el cuidado de la Iglesia a quien fue protector en su infancia. Y cuando
en los dos últimos misterios contemplamos las glorias de Santa María, grato
nos será contemplar las glorias del Santo Patriarca. Así uniremos los triunfos
de su esposo a sus propios triunfos.
Si la Iglesia fue instituida para perpetrar la Encarnación a través de los
siglos y la Iglesia es la prolongación necesaria de la Encarnación, José tiene
y ha de tener en la Iglesia una misión análoga a la que le fue confiada en la
Encarnación; guardián y protector de la Sagrada Familia, será guardián y
protector de la cristiandad72.

72. Cfr. E. Hugon, El Rosario y la santidad, Barcelona 1935, pp. 117-120.

ScrdeM 63
JAVER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

A modo de conclusión

Dos son, entre otras, las principales características del Rosario de María:
la riqueza de su contenido y su universalidad.
Por la riqueza de su contenido el Rosario es muy apto para hacernos vivir
todo el misterio de Cristo y no sólo una faceta del mismo. Pues “refleja el
esquema del primitivo anuncio de la fe y propone nuevamente el misterio
de Cristo de la misma manera que fue visto por san Pablo en el celeste
himno de la carta a los filipenses: humillación, muerte y exaltación”73. En el
rosario se recuerda también todo el misterio de María. El privilegio mariano
esencial es el de su Maternidad divino-corredentora, en él encuentran su
razón de ser todos los demás, como el de la Virginidad y de la Asunción de los
que no se podría prescindir sin deformar y mutilar la figura de esta Madre.
Luego encontramos fiestas, que no son privilegios, como la visitación, la
presentación, que son hechos particulares de la vida de María.
La universalidad del Rosario, o lo que es lo mismo, su aptitud para poner
al alcance de todas las almas la doctrina y el ejemplo de Jesús y de María.
A esta universalidad de derecho se corresponde la universalidad de hecho,
pues, el Rosario ha sido y es la devoción mariana más querida y practicada
por el pueblo cristiano:
“Súplica universal de cada una de las almas particulares y de la inmensa
comunidad de los redimidos, resaltaba así Juan XXIII, esta universalidad,
que desde todos los puntos de la tierra se encuentran en una misma plegaria:
ya sea en la invocación personal... ya sea en la participación en el coro inmenso
y unánime de la Iglesia por los grandes intereses de la comunidad entera...
El Rosario de María, pues, viene elevado a la condición de una gran plegaria
pública y universal frente a las necesidades ordinarias y extraordinarias de la
Iglesia santa, de las naciones y del mundo entero”74.
El Rosario, aunque no es oración litúrgica, tiene una provechosa vigencia
en la piedad eclesial, que se le debe reconocer el primer puesto después del

73. Paulo VI, Marialis cultus, AAS 66 (1974), 155, cfr. C. Pozo, Apéndice en María en la obra
de la salvación, BAC, Madrid 1974, p. 390.
74. Juan XXIII, Il religioso convengo, Colec. de encíclicas y documentos pontificios, ed. A. C.,
Madrid 1962, pp. 2.433-2.434.

64 ScrdeM
REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE EL SANTO ROSARIO

culto litúrgico. Más aún, se puede afirmar que sin tener el valor de plegaria
litúrgica, teniendo en cuenta la insistencia con que la han recomendado los
Papas y los obispos a los fieles, el Rosario tiene un valor oficial en la Iglesia.
Se puede decir que es el breviario del pueblo cristiano.
En efecto, y bajando al terreno de la vida de cada día, termino con unas
palabras del Fundador del Opus Dei: “El principio del camino, que tiene
por final la completa locura por Jesús es un confiado amor hacia María
Santísima. –¿Quieres amar a la Virgen? – Pues, ¡trátala! ¿Cómo? –Rezando
bien el Rosario de nuestra Señora”75.

Javier Ibáñez Ibáñez


Sociedad Mariológica Española
Zaragoza

75. San Josemaría, Santo Rosario, ed. Rialp, Madrid 1975, p. 12.

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