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Un producto se refiere a los atributos físicos, precios, prestaciones.

Una marca, en
cambio se identifica con algo inmaterial e invisible, que identifica, califica y, sobre
todo, da valor añadido. Es lo que el cliente siente una vez ha satisfecho su
necesidad al consumir el producto.

La importancia de la marca también está en la generación de confianza. Los


clientes compran un producto por la confianza que tienen de que será la mejor
opción para resolver su necesidad. Esa confianza se genera a través del
cumplimiento repetido de las promesas realizadas, lo que genera una buena
reputación y una buena imagen. Esa buena imagen que se asocia a la marca se
traslada a los productos y estos se venden mejor.

Una buena marca es aquella que ha sido creada y desarrollada para transmitir
una serie de valores que benefician a la empresa. Esos valores dependerán del
posicionamiento de los productos, de la empresa y de la marca. Una buena marca
es aquella que ofrece una imagen única, transmite unos valores inconfundibles y
genera una vinculación emocional con su cliente.

La marca es el elemento que genera esa vinculación emocional. No es el producto


ni la empresa, es la marca, que representa la experiencia del usuario con el
producto y con la empresa. La importancia de la marca está en su capacidad para
evocar emociones y ser recordada. También en su capacidad de ser nombrada,
porque el sabor de un helado, la sensación de confort en un coche o la suavidad
de un tejido no se pueden explicar, ni transmitir, ni comunicar de forma tan precisa
como con una palabra.

De ahí la importancia de tener una buena marca. Una marca sonora, pregnante y
memorable. Una buena marca no nace de la casualidad. Una buena marca nace
de la cabeza de un especialista en marcas. Pero no porque haya sido agraciado
con el don divino de la creación de las marcas, sino porque tiene una metodología
de trabajo para crear primero y desarrollar después buenas marcas. Esa
metodología es la que genera una Estrategia de Branding y que ya te he
comentado en otros artículos.

Cuando tratamos de crear una marca nueva, una de las cosas más importantes
que tendremos que hacer es buscarle un buen nombre. Un nombre que sea breve,
sencillo, fácil de leer y de pronunciar en cualquier idioma, agradable al oído,
vistoso, que nos evoque el mundo del producto, original, moderno, que aporte
distinción, fácil de memorizar, que se pueda registrar y, por supuesto, acorde con
las características del sector del negocio y del producto en sí.

Como ejemplo tenemos a Europa, el cual, en el 2006, la legislación de dicho


continente prohibió utilizar los apelativos "eco" y "bio" a los productos de
alimentación no procedentes de la agricultura ecológica. Así que Bio de Danone
(marca de productos lácteos) no tuvo más remedio que cambiar de nombre. Pero
lo hizo siguiendo una estrategia realmente inteligente. Durante los seis meses de
transición que permitía la ley, el nombre del producto fue cambiado a Bio Activia,
de manera que cuando la palabra Bio desapareciera de los envases, los
consumidores ya se habrían familiarizado con la palabra Activia. Otras marcas en
la misma situación no se complicaron tanto la vida, pasaron de BioCentury a
BiCentury, y de BioManán a Bimanán, sin mayor problema. Sin embargo,
BioFrutas de Pascual, en cambio, optó por cambiar totalmente de nombre y se
convirtió en Pascual Funciona, pero en realidad no funcionó y cuatro años
después, tuvo que cambiar nuevamente de nombre a BiFrutas de Pascual.
Es por lo anterior, que, en algunas veces, la inteligencia comercial consiste en no
esperar resultados inmediatos de un proyecto a largo plazo. Por otra parte,
muchas marcas quieren ser todo para todos, y acaban siendo nada para nadie. 

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