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1.2 EL ESPÍRITU SANTO EN EL NUEVO TESTAMENTO


El Espíritu prometido en el A.T es difundido ampliamente para el cumplimiento
de la promesa en la persona de Jesús poseedor y dador del Espíritu de Dios.
Actuación y promesa son las dos vertientes de un mismo dinamismo que
promueve la historia dándole sentido; porque al mismo tiempo que en Cristo se
cumple la promesa del Espíritu de Dios que resuena en toda la historia de
Israel, el mismo Jesús promete a su vez la comunicación del Espíritu a los que
crean en El.
Los autores del N. T han desarrollado incipientemente de manera sistemática
las relaciones de Jesús con el Espíritu. En nuestro esfuerzo vertebramos este
capítulo en tres partes: En la primera parte presentamos una visión global de la
presencia y actuación del Espíritu en la vida pública de Jesús; en segundo
lugar, la promesa de Cristo sobre la efusión del espíritu y el sentido teológico
de pentecostés y en la tercera parte la identidad del Espíritu Santo en la
síntesis teológica.
El don pleno del Espíritu no había sido dado todavía en el antiguo testamento
(Jn 7, 39); era preciso un gesto maravilloso del Padre para que el Espíritu
descendiera definitivamente (Is 63, 17-19) y, este gesto se cumplió en Cristo.
Tanto su persona como su misión aparecen, según los evangelistas, selladas y
llenas del Espíritu y de sus dones.

1.2.1 Presencia y actuación del Espíritu en la vida pública de Jesús


a. En sus Obras: Jesús aparece en todo momento actuando en el Espíritu.
Prepara su aparición en público con oración y ayuno en el desierto, a donde es
impulsado por el Espíritu que impone la voluntad de Dios, repitiéndose así
aquellas traslaciones rápidas de los profetas en aras del Espíritu (Mc 1, 12; 1R
18, 12; Ez 3, 14).
Marcos dice que es impulsado, Mateo suaviza la expresión por llevado o
conducido (4,1), y Lucas hace que sea el mismo Jesús quien lleno del Espíritu
se aleje del Jordán para ir “en” Espíritu al desierto. El Evangelio manifiesta de
manera especial que Jesús estaba constantemente lleno del Espíritu Santo y
que se le debe considerar no tanto como a un carismático, sino como Señor del
espíritu.
La finalidad de la entrega específica del Espíritu en este caso no es otra que la
victoria de la prueba a la que había de someterse Jesús en el desierto, como si
tales pruebas no pudieran ser superadas airosamente sin la fuerza
suplementaria del Espíritu de Dios.
Existe un pasaje en San Marcos, que según los exégetas, ofrece todas las
garantías de autenticidad (3, 28-30: “Yo os aseguro que se perdonará todo a
los hombres...pero el que blasfema contra el Espíritu Santo no tendrá perdón
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nunca”). Esta sentencia se vuelve contra aquellos que calumnian las acciones
poderosas de Jesús diciendo que era obra del demonio, no reconociendo la
presencia del Reino de Dios en Jesús (Lc 11, 14-22).
b. En su Mensaje: Jesús se aplica así mismo el oráculo de Isaías (Lc 4, 18; Mt
12, 22-29; Is 61, 1-3;). El heraldo que toma la palabra es un profeta, la noticia
que presenta es tan maravillosa que es necesario un don excepcional del
Espíritu, una unción que viene a impregnarle definitivamente y no una unción
pasajera. Jesús es el tipo de profeta por excelencia a quien el Espíritu no
investirá sólo por algún tiempo y para alguna misión particular, sino para toda
su vida, porque su existencia entera será mensaje divino y cada uno de sus
gestos será la buena nueva, el evangelio.
San Juan es el evangelista que pone en boca de Jesús las mejores
enseñanzas acerca del Espíritu de Dios: 3, 5-8, presenta el Espíritu como
principio de vida y de nuevo nacimiento. Ciertamente, el hombre logra la propia
identidad personal, a través de la configuración con Cristo, esto sólo puede ser
obra del Espíritu de Dios y no de las propias fuerzas y artificios. Jn 4, 24, En el
diálogo con la Samaritana, Jesús se refiere a la adoración de Dios en Espíritu y
en verdad. La expresión “Dios es Espíritu” no encierra una definición
estimativa de Dios, sino una descripción operativa, nos dice cómo obra Dios
con nosotros, no como es en sí. Adorar a Dios en Espíritu y verdad no significa
escapar de los signos sensibles y esconderse en el santuario interior de
nuestra conciencia para adorarle, sino renunciar a toda tentativa de acercarse a
Dios por itinerarios personales y reconocer para nuestra suficiencia viene de
Dios (cf. 2Co 3, 5).
Un tercer texto de Juan es el discurso “Eucarístico” en Cafarnaúm (6, 63), el
cual afirma la oposición de los dos términos antitéticos carne-espíritu. Carne
designa al hombre entero abandonado a las propias fuerzas y por lo mismo
expuesto a la debilidad y caducidad, frente al Espíritu que es el mundo de las
fuerzas y vida divina que ha transformado la carne inerte.
El cuarto texto (7,38ss) conjura cuatro realidades: Cristo resucitado, el Espíritu,
la fe y el agua. Cristo resucitado es la fuente del Espíritu, el Espíritu es como el
agua que calmará la sed de los hombres evitando una muerte segura por la
sed (Ex 17, 6; Dt 8, 15); la fe es el medio de apropiarse el espíritu,
convirtiéndose así en el manantial del mismo Espíritu.

1.2.2 Momentos privilegiados de la actuación del Espíritu en Cristo


Podemos distinguir algunos momentos peculiares, en la vida de Jesús, que
manifiestan de un modo especial la presencia y actuación del Espíritu en. La fe
apostólica descubre en la resurrección la plena posesión del Espíritu por Jesús.
Pero si la pascua es el momento en que se manifiesta todo su poder y
esplendor, la tradición sinóptica deduce que esto fue posible porque Jesús ya
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era poseedor del Espíritu antes de ese momento, y además adelanta de algún
modo el hecho de la pascua a otros momentos decisivos de la vida terrena de
Cristo: la transfiguración y muerte, el bautismo, encarnación y nacimiento.
a. En la Encarnación: Desde la encarnación vemos ya la presencia y
actuación del Espíritu en Cristo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra “(Lc 1, 20). Como explicación teológica
tenemos que decir, en primer lugar, que Jesús entra en el mundo como la
palabra de Dios que se pronuncia en la historia de manera inteligible al hombre,
haciéndose carne (Jn 1, 14). En este instante decisivo, a la Palabra está
asociado el Espíritu, pero la Palabra y el Espíritu tienen rasgos distintos: la
Palabra se impone desde fuera con dura plasticidad (Hb 4, 12; Is 49, 2), el
Espíritu es un fluido que se infiltra sin que se le vea. La palabra resuena en los
oídos (Rm 10, 17). El Espíritu interioriza la palabra en el corazón de creyente
(1Jn 5, 6; 3, 24; 4, 2.6.13).
La concepción de Jesús es fruto del Espíritu; Cristo no existe en la carne
sino por el Espíritu, que le engendra en su humanidad a través de María
incorporándose así a nuestro mundo como hijo de Dios. Jesús no proviene del
Espíritu por haber nacido sin intervención humana, sino por el hecho, de que
en toda su existencia está surgiendo totalmente desde Dios y expresa su
presencia entre los hombres.
b. En el Bautismo: Señalaremos algunas aportaciones sobre un análisis
teológico del bautismo de Cristo. El pasaje lo podemos considerar desde una
doble perspectiva,
1. Desde una perspectiva histórica-psicológica: El bautismo marca el
momento en que Jesús habiendo madurado su vocación temporal e impulsos
de su conciencia de la paternidad de Dios, ha decidido presentar en público su
“pretensión mesiánica”. En la encarnación la intervención del Espíritu estaba
encaminada a dar a Jesús su identidad personal en su entrada en la historia,
su ser como hijo de Dios (Lc 1.32-35). En el bautismo interviene para dar un
actuar acorde con su condición de hijo de Dios en su vida pública. Pasa del
ser al obrar, de la esencia a los hechos, sobre todo en medio de una
sociedad hostil a esa pretensión, encierra una serie de dificultades, cuya
superación sólo se logra con una especial fuerza del Espíritu, la misión de
Cristo se ha explicitado posteriormente como testimonial (o profética),
liberadora (o sacerdotal y redentora), y real o normativa.
Para mejor cumplimiento de esta triple misión, el Espíritu desciende sobre
Jesús en el momento de su bautismo, viniendo a ser este descenso el
“Chrisma” (Unción) por el que Jesús se convierte en “Cristo” (Ungido).
Mientras que en la antigua alianza los sacerdotes, reyes y profetas eran
ungidos con óleo material, en la nueva, Cristo y los cristianos son ungidos con
el Espíritu para que realicen todas las cosas en la fuerza del espíritu. La
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actividad pública de Jesús comienza con una experiencia inédita del Espíritu y
así, Jesús viene a ser el “espiritual” por excelencia, el prototipo de los que se
dejan llevar por el Espíritu (Rm 8, 14).
2. Desde una perspectiva Sacramental: El bautismo de Jesús pretende
adoctrinar a los creyentes acerca del significado teológico de los sacramentos
de la iniciación cristiana. La Iglesia primitiva ve en los ritos de la iniciación
cristiana la aceptación por parte de Dios del creyente como amado y la
concesión del Espíritu Santo para el testimonio público de su fe.
1.2.3 La promesa del envío del Espíritu Santo por Cristo
En efecto si el Espíritu de Dios “reposaba” y actuaba en Cristo, también iba a
ser transmitido a todos cuantos creyeran en él. Por eso, Cristo lo promete a
sus discípulos como el fruto mesiánico de su redención (Jn 7, 39; 20, 22ss; Lc
24, 49; Hch 2, 33).
a. Con vista al Testimonio: Leer primero los textos de Mc 13, 9-11; Mt 10, 18-
20; Lc 12, 11ss; 21, 14s.
Estos textos reflejan la situación de persecución de las primeras comunidades
palestinenses y judeo-helenísticas. Podemos admitir que los neo conversos
cristianos experimentaron de una manera particularmente viva la asistencia del
Espíritu Santo con ocasión de las persecuciones a que se vieron expuestos por
parte de sus conciudadanos paganos o judíos(1Tes 1, 5s; 2, 14). Podemos
decir que estos vaticinios puestos en boca de Jesús son fruto de la reflexión
cristiana sobre las calamidades experimentadas durante la persecución. El
estupor que causó a los medios cristianos la reacción, al mismo tiempo audaz
(no violenta), de los fieles perseguidos, inmediatamente hace pensar en la
fuerza secreta del Espíritu Santo unida a su testimonio público por Cristo; una
fuerza que tenía su origen en el mismo Jesús.
Esta asociación del Espíritu al testimonio no es nueva. Por primera vez
aparece Neh 9,30 donde se llama al espíritu de Yahvé expresamente testigo;
toda su acción a través de los profetas no fue otra cosa que dar un testimonio
de Dios ante los hombres. Asociación que se prolonga en el nuevo testamento.
En los sinópticos, el Espíritu sustituye a los discípulos acusados ante los
tribunales “para dar testimonio de Jesús”, es decir, el testimonio dado por los
discípulos se identifica con el Espíritu.
Igualmente, Jesús renueva antes de su ascensión la promesa del Espíritu, que
revestirá a los apóstoles de fortaleza con vista al testimonio público que habrá
de dar a su favor (Hch 1, 8; Lc 24, 49). De manera semejante, el anuncio del
Espíritu Santo que hace Jesús en su última Cena le asigna esta función del
testimonio en apoyo del testimonio de los apóstoles (Jn 15, 26s). Y este
testimonio convencerá al mundo del “pecado, de la justicia y del juicio” (Jn 16,
8).
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Toda esta terminología de la promesa es la empleada por la técnica de


jurisprudencia y entiende la historia como un vasto proceso judicial que
prolongará el proceso seguido contra Cristo en su pasión y al que la
intervención del Espíritu Santo le dará un giro inesperado. En efecto, el nuevo
modo de vida “en el espíritu” que está a punto de surgir entre los discípulos se
opone al modo de vida del mundo, suscitando con ellos enfrentamientos y
hasta persecuciones (Jn 15, 18-16, 4).
b. Con vista a la enseñanza: Nos fijamos ahora en los textos de Juan 15, 26;
14, 17-26; y 16, 13 en los que se presenta el Espíritu prometido en sus
funciones de maestro de la verdad.
En el curso de la última cena, Jesús promete el Espíritu, bajo este apelativo en
tres momentos diferentes. La verdad tiene en San Juan un significado amplio,
profundo, que supera lo que nosotros entendemos por verdad “lógica” o
conformidad del conocimiento con la realidad objetiva. En general, para la
Biblia, la verdad es la misma realidad, o mejor, es la suprema realidad, es el
mundo de las realidades divinas, que son las únicas duraderas y consistentes
en la contraposición de todas las demás verdades de carácter creatural, que
son efímeras, caducas y en la misma medida, engañosas.
Esta verdad, aplicada a la historia, consistirá en descubrir, bajo la alternancia
cambiante de los acontecimientos, la secreta voluntad de Dios, que conduce la
trama de la historia hacia metas previstas de salvación.
A esta verdad parece referirse San Juan en la promesa del Espíritu hecha en la
última cena. Están a punto de acontecer sucesos que dejarán desconcertados
a los apóstoles: la muerte y la resurrección de Cristo. Su profundo sentido, su
finalidad última en la mente de Dios no puede ser entendida por ellos a la
razón con el conocimiento oscurecido por tantos intereses egoístas. Lo
entenderán más tarde (Jn 16, 12), se convertirá en “la palabra de la verdad”, la
buena noticia de la salvación (Ef 1, 13).
El Espíritu Santo no enseñará verdades nuevas, sino simplemente inducirá con
sus ilustraciones internas en la inteligencia de las verdades ya reveladas por
Cristo. El magisterio externo de Jesús se completará con el magisterio interior
del Espíritu Santo, el cual está capacitado para desempeñar esta función
porque no hablará por propia cuenta, sino que transmitirá a los creyentes lo
que recibe en su comunión con el Padre y con el Hijo en el seno de la Trinidad
(Jn 16, 14ss).

1.2.4 La promesa de Cristo se cumple en un modo teofánico en


Pentecostés
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Los dos evangelistas que más nos hablan de la promesa del Espíritu son Juan
y Lucas, los cuales presentan versiones distintas del cumplimiento de la misma
promesa.
a. San Juan: el mismo día de la Pascua. Mientras que Lucas anuncia la
venida del Espíritu sobre los apóstoles para el día de Pentecostés (24, 49),
Juan sin embargo, la sitúa en el mismo domingo de Pascua. ¿Por qué?.
Fijémonos en el texto de Jn 20, 22: Cristo resucitado insufla su Espíritu sobre
los apóstoles. Gestos que quiere decir varias cosas. En primer lugar si Jesús
era poseedor del Espíritu ya en su vida terrena, sólo el resucitado se convierte
en dador del Espíritu. Cristo es resucitado por el poder del Espíritu (Rm 1, 8; 8,
11), y así viene a ser el mismo “Espíritu vivificante” (1Co 15, 45). La
resurrección, al hacer de Jesús el hombre “espiritual” por excelencia, le
capacita al mismo tiempo para comunicar el Espíritu a los suyos según su
promesa.
En segundo lugar, Juan se hace eco de una antigua idea de los medios Judíos,
en especial de los que se movían entorno a Juan el Bautista, según la cual se
esperaba a un hombre que “purgaría” a los hombres de su espíritu de
“impiedad” y los purificaría por medio del Espíritu Santo de toda acción impura,
procediendo así de una nueva creación (Sal 50-51; 12-14; Ez 36, 25-27). Al
insuflar su Espíritu Cristo reproduce el gesto creador de Gn 2, 7 (cf. 1Co 15,
42-50), en donde Cristo debe su título de segundo Adán al Espíritu que recibe
en la resurrección (Rm 1, 14). Mediante la resurrección, Cristo se ha
convertido en el hombre nuevo que, por la comunicación del soplo de que está
animado, es capaz también de engendrar la nueva humanidad que compartirá
su triunfo sobre la muerte y el pecado (Poder perdonar).
Por último, Jesús, infunde su Espíritu sobre los apóstoles en el momento en
que éstos están a punto de asumir en público sus responsabilidades
misioneras, el mismo que El recibió, el espíritu en el bautismo, momento en
que decidió presentar en público su pretensión mesiánica: la universal
paternidad de Dios como exigencia de una mayor justicia en las relaciones
interhumanas. Este sería el pentecostés Joánico o, si se quiere, la plenitud de
la pascua Joánica, que incluye ya el don del Espíritu de Cristo.
b. San Lucas: cincuenta días después en Pentecostés: La efusión del espíritu,
que teológicamente considerada está vinculada a la resurrección (Jn 20, 22),
es historiada y escenificada por Lucas, al igual que la ascensión, en un cuadro
de movimiento dinámico y traslada a una fecha más tardía, cincuenta días
después de la primera experiencia pascual. Según el acuerdo actual de los
exégetas, esta separación ofrece poca posibilidad de ser histórica, en el
sentido más corriente de la expresión. Lucas la propondría así buscando poner
de relieve la importancia del acontecimiento para el comienzo de la misión de la
Iglesia. Sólo aquel que no distinga entre el hecho sustancial (La presencia del
Espíritu Santo en la Iglesia) y su formación literaria (llamas, viento, ruido, etc),
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se sentirá obligado a admitir que la primitiva comunidad sólo recibió el Espíritu


cincuenta días después de pascua. En realidad, el envío del Espíritu es sólo
una consecuencia de la glorificación de Jesús (Jn 7, 39; Hch 2, 33).
Sea lo que fuere, de todo esto, lo cierto es que este acontecimiento de
pentecostés (Hch 2, 1-42) marca una etapa decisiva en la historia de la
salvación. Lo que Cristo había prometido, lo que los profetas habían anunciado,
llega a su cumplimiento en la Iglesia. No sin razón, la comunidad cristiana
primitiva sitúo la venida del Espíritu Santo en un día de Pentecostés.
Intentemos seguir la evolución de esta fiesta para comprender esas razones y
descubrir su sentido teológico.

1.2.5 Evolución histórica y sentido teológico de Pentecostés


1. La fiesta Agrícola: En su más primitivo origen, la fiesta del Pentecostés
tuvo un carácter agrícola. Prescrita en el código de la Alianza (Ex 23, 16; 34,
22) recibe dos nombres: “fiesta de la siega y fiesta de las semanas”. En
paralelismo con la fiesta de pascua, carácter pastoril y nómada, que ofrecía a
Dios las primicias de los rebaños en los recentales como acción de gracias por
la fecundidad de los ganados, en esta fiesta se ofrecía las primicias de la siega
para agradecer a Dios la fertilidad de la tierra. Se llama también “fiestas de la
semana” porque su celebración se fija “una semana de semanas” después de
pascua, es decir, cuarenta y nueve días después (Dt 16, 9-12; Lv 23, 15-22).
En las interpretaciones rabínicas existen muchos cómputos diferentes para fijar
la fecha de la celebración. Pero entre unos y otros podemos deducir que esta
fiesta:
- Aparece en solidaridad con la pascua, siendo un satélite y complemento de la
misma.
- En la simbólica de los números, siete veces siete días más uno (cincuenta
días) constituye un símbolo de plenitud (Lv 23, 15). Siete más uno son ocho, y
el octavo día, ya cumplida la obra de la creación, empieza esta a desplegar su
vida normal.
- Se la hace recaer en domingo, “en el día siguiente al sábado”, recurriendo al
tema de la nueva creación.
De momento, esta fiesta celebra la vida de la creación vinculada al
determinismo cíclico de la naturaleza, sin mencionar el “espíritu”. Pero ya
sabemos por el génesis que la fe Judía atribuye la vida natural al poder
desplegado por el Espíritu de Dios.
2. La fiesta de la promulgación de la Ley: Encontramos las primeras
alusiones de la historización de esta fiesta en Dt 16, 9-12 y 26, 1-11. El
oferente de las primicias de los cereales debe recordar que “su Padre” fue un
arameo errante y que “él fue esclavo en Egipto”, reconociendo que sus tierras
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son don gratuito de Dios. De esta manera, la atención iba a recaer


progresivamente en los acontecimientos del éxito que tuvieron lugar en el
desierto: La llegada del pueblo al SINAI (Ex 19, 1-4).
Los autores Judíos y los monjes de Qumrán se apoyaron en esta
conmemoración para hacer de Pentecostés la fiesta de la ley y de la asamblea
del Sinaí. La pascua había procurado la liberación de hecho de la esclavitud
de Egipto. Pentecostés concede la libertad de derecho; Esta institucionaliza lo
que aquella había obtenido, da un ordenamiento jurídico a la independencia
nacional, crea la constitución por la que los liberados deben organizar su
convivencia.
Convencido que pentecostés era la fiesta de la alianza, el autor de jubileos
(que no pertenece al canon del antiguo testamento) condensa en este día
todas las alianzas concluidas entre Dios y los hombres: con Noé, con Abraham,
y con Moisés, por otra parte, muchos reyes renovaron la alianza en el día del
pentecostés (2Cro 15, 10-15; Sal 67-68, 16-19, que siempre fue un salmo
para esta fiesta). No hay que extrañarse, pues, de que la restauración de la
alianza y la convocatoria de una nueva asamblea hayan sido fijadas en el NT el
día de pentecostés (Hch 2, 1-11) y que los factores de interiorización de esta
nueva alianza se hayan colocados sobre los temas antiguos.
3. El Pentecostés del Espíritu: Parece ser que al referirse al acontecimiento
de pentecostés, san Lucas está preocupado sin duda con toda la tradición
apostólica primitiva- de hacer una relectura del acontecimiento del Sinaí.
Podemos ver cómo la narración lucana es una réplica del relato del Éxodo:

Éxodo 19, 16-18


“Al tercer día, al amanecer, hubo sobre la montaña truenos, relámpagos y una
densa nube acompañado de un potente sonido de trompeta y, en el campo
todo el pueblo tembló. La montaña del Sinaí estaba toda llena de humo,
porque Yavhé había descendido a ella en forma de fuego”.
Hechos 2, 1-4
“llegado el día de Pentecostés, llegado el día de Pentecostés, se hallaban
todos reunidos en un mismo lugar, cuando de repente vino del cielo un
ruido semejante al de un viento impetuoso, que llenó toda la casa donde
estaban; y vieron aparecer unas lenguas como de fuego, éstas se dividieron y
se posaron sobre cada uno de ellos.

De esta comparación se deduce que la fe cristiana entiende que la mañana de


Pentecostés, mientras los apóstoles meditan, como sus contemporáneos, en la
promulgación de la ley sin duda a la luz de los recientes acontecimientos- se
renuevan para ellos los fenómenos del Sinaí. El paralelismo de los fenómenos
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teofánicos es evidente: el ruido, el viento y la violencia mencionados en el v.2


son los rasgos característicos de la alianza del Sinaí (Hb 12, 18s; Ex 19, 16),
además de ser las notas distintivas del Espíritu de Dios. Estas manifestaciones
“llenan la casa” del mismo modo que el Sinaí quedó totalmente invadido (Ex 19,
18). El ruido viene del cielo como el que retumba sobre la montaña (Ex 19, 3;
Dt 4, 36).
Las lenguas de fuego se explican igualmente en el contexto del Sinaí (v3).
Muchos targum imaginaban que la voz que se oyó en el Sinaí se dividía en
siete o en setenta lenguas para manifestar el universalismo de su mensaje: La
palabra de Dios ha sido llevada a todas las naciones, aunque sólo Israel la
escuchó.
Se comprenderá que estas lenguas fueron de fuego recordando Ex 19, 18 y 24,
27, como Dt 4, 15 y 5, 5 que la teofanía del Sinaí muestran a Dios hablando en
la llama del fuego. Esta base veterotestamentaria nos da la clave de la
interpretación del pentecostés cristiano.

4. La convocatoria de una comunidad universal: Al pie del Sinaí tuvo lugar


la convocatoria de todas las tribus Judías que habían salido de Egipto en
sucesivas oleadas, esta era la “Iglesia” (convocatoria y reunión) del AT. Ahora
en pentecostés tiene lugar la convocatoria de una nueva asamblea (Iglesia),
pero está de carácter universal, universalismo puesto de manifiesto por:
- La mención de la multitud (v.6), como una alusión a la promesa que Dios hizo
a Abraham de hacerle un día padre de una “multitud” (el mismo término) de
naciones (Gn 17, 4s; Dt 26, 5).
- La lista de las naciones: Partos, Medos, Elamitas, Mesopotamia, Judea,
Capadocia, Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia, Cirene, y hasta
Romanos, etc, (V,11). Ciertamente ésta lista es simbólica del universalismo,
porque la mayor parte de los presentes serían Judíos de la diáspora que se
hallaban ocasionalmente presentes en Jerusalén. De todas formas, el universo
entero está presente en sus primicias Judías.
- El don de Lenguas (v.5), que no parece ser solamente el carisma de la
glosolalia como un hablar a Dios estático en lenguas ininteligibles (1Co 12, 30;
13, 1, 14, 2-29), si no que participaba del carisma de la profecía como una
proclamación de la fe destinada a los demás en sus lenguas vernáculas.
Pero lo más importante el acontecimiento consiste en que el Espíritu Santo es
el gran protagonista de esta unidad en la diversidad. El Espíritu se presenta
aquí como el garante de la unidad y, al mismo tiempo, como la fuente de la
diversidad, San Pablo desarrollará después esta doctrina (1Co 12, 13, Ef 4, 4).
5. La nueva Alianza en el Espíritu: Al pie del Sinaí tuvo lugar la
confederación de todas las tribus Israelitas en un estado único por la
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aceptación de una alianza común expresada en las estipulaciones de la ley (Ex


11, 19; 36, 26). En Pentecostés se presentan los primeros cristianos como la
inauguración de la alianza nueva y la promulgación de una ley que ya no está
grabada en la piedra, sino en el espíritu, en el corazón y en la libertad (v.4; cf.
Ez 11, 19; 36, 26). Esta convicción ha contribuido, sin duda, a la redacción
imaginativa del descenso del Espíritu. Lo esencial, sin embargo, se encuentra
más allá de las imágenes; Dios no nos da sólo una ley sino también su propio
Espíritu.
Explorando la comparación con el pueblo de Israel podemos decir que, si la
Pascua de Cristo nos ha ganado la libertad de los hijos de Dios, pentecostés
nos ha constituido en “Iglesia”. Pero esta “constitución” ya no es legal, sino
espiritual, porque el Espíritu ha venido a sustituir la ley, y el Espíritu Santo es
recibido en la Iglesia no sólo para su naturaleza o estructura, sino también para
su misión. Cuando la Iglesia está a punto de inaugurar su misión pública, en
medio de unas circunstancias hostiles necesita ser revestida de la “fuerza del
Espíritu Santo” con vistas al testimonio, es decir, con vistas al martirio (Hch 1,
8s). La Iglesia nace así con carácter de universalidad y, la Alianza que el
Espíritu concluye con ella interesa a toda la humanidad. Por eso será
misionera hasta el fin de los tiempos, pero poniéndose al servicio de todas las
lenguas y de todas las culturas, porque las asume a todas sin dar prioridad a
ninguna de ellas.

1.2.6 Características del Pentecostés Cristiano


Si queremos todavía describir sumariamente las notas distintivas de la venida
del Espíritu Santo en pentecostés, diremos que se trata de un:
1. Acontecimiento Escatológico: Esto puede apreciarse en que el Espíritu se
da un modo “pleno”(Pleroun”: “complere”, “replero”), llenándolo de todo con su
fuerza (2, 1-3); se trata de un don universal que se extiende a todas las razas y
pueblos: “Todos les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas del
Señor” (2, 8-11); Pedro y la comunidad vieron en este acontecimiento el
cumplimiento de la profecía de Joel (2, 16-21), y es entonces cuando los
apóstoles comprenden y empiezan a predicar la muerte y resurrección de
Cristo (2, 22-36). Todos estos datos demuestran que no se trata de una
manifestación temporal o pasajera del Espíritu, sino del don escatológico, de la
efusión definitiva y universal de los últimos tiempos.
2. Acontecimiento Extraordinario: La efusión del Espíritu se realiza en efecto
de un modo extraordinario, pues no sucede por ninguna mediación ministerial
(2,16-33), ni a través de un signo preestablecido, como lo manifiesta el hecho
de que se emplee las expresiones “effundere”, “effucio”, es sencillamente el
fruto de una intervención directa de Dios por Cristo, que de este modo cumple
su promesa y lleva a conclusión la alianza nueva. El ruido, el viento impetuoso,
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las lenguas de fuego, el hablar en diversas lenguas, no son sino los signos
internos y el efecto maravilloso de la venida del Espíritu Santo (2, 2-4), signos
que habrá de comprender a la luz y como cumplimiento y acontecimiento
salvífico del Sinaí (Ex 19, 16-24).
3. Acontecimiento visible y teofánico: Parece evidente que en el relato de
pentecostés, la intención teológica de Lucas se centra en descubrir la venida
del Espíritu Santo como un acontecimiento visible, perceptible, a los sentidos.
Los mismos rasgos que nos llevan a calificar el acontecimiento visible, una
manifestación sensible del mismo Espíritu. De este modo, si por el “ruido
impetuoso” Lucas quiere indicar la venida del Espíritu de Cristo como un
acontecimiento capaz de ser percibido por los sentidos, por las lenguas de
fuego que se divide y posan en cada uno de ellos quiere mostrar que es el
mismo Espíritu el que actúa en muchas personas, y que esta identidad puede
ser de algún modo experimentada, desde el momento en que todos se ponen a
hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les concede expresarse (Hch 2,
4). Todo se produce de un modo tal, que puede ser experimentado por los
sentidos, es decir, de una forma visible y audible. Así pues, en los efectos de
la efusión del Espíritu es posible ver y oír algo del Pneuma mismo, invisible y
suprahistórico, al igual que en la humanidad de Jesús se podía ver y oír algo
del logos mismo, invisible y suprahistórico (1Jn 1, 1ss).
Pero debemos añadir en este lugar que el cumplimiento de la promesa de
Cristo de un modo teofánico y visible, o experimentable, no sólo sucede en el
“pentecostés apostólico”, sino también en lo que se ha llamado el “pentecostés
de los gentiles”, que aún no había aceptado el anuncio de Jesús el Cristo. Es
el mismo Lucas quien nos relata, en Hch 10, 44-48, como durante el discurso
de Pedro en casa de Cornelio, el “Espíritu cayó sobre todos los que le
escuchaban la palabra... siendo también derramado sobre los gentiles”. Los
signos que acompañan a esta venida del Espíritu son semejantes al
pentecostés: “Quedaron atónitos”, “les oían hablar en lenguas nuevas y
glorificar a Dios”. También en este caso la venida del Espíritu sucede pues, de
un modo teofánico. En él queda patente que el Espíritu es enviado a todas las
gentes, como anunció el profeta Joel (3, 1-3) por Él se nos indica la libertad del
Espíritu, que no es tratado a ningún signo, sino que es derramado incluso a los
que todavía no han sido bautizados, y comienzan a creer en el mensaje de
Jesús: “Cayó sobre todos los que escuchaban la palabra” (10, 44).
4. Acontecimiento Eclesial: Pentecostés no sólo significa un punto de
llegada, sino también un punto de partida. Si la venida del Espíritu Santo en el
Jordán inaugura la vida pública de Cristo, la venida del Espíritu Santo en
pentecostés inaugura la vida de la Iglesia. Y si el misterio pascual es el acto de
nacimiento de la Iglesia, pentecostés será su “bautismo en el espíritu”, es decir,
el momento de su investidura apostólica, el inicio de su misión. A partir de este
instante, el Espíritu se manifiesta en la Iglesia como elemento decisivo para su
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edificación repitiendo, los mismos gestos que obró en Cristo. Movidos por la
fuerza del Espíritu, los apóstoles comenzarán a dar testimonio (Hch 1, 8)
anuncian la palabra de Jesús (Hch 4, 8-31; 6, 7; 9, 20; 18, 5) actúan con la
gracia carismática del Espíritu (Hch 8, 29; 10, 19-47; 10, 38; 11, 27), afrontan
con valentía las persecuciones (4, 8; 5, 32; 6, 10), repite en la creación de
Jesús (7, 59ss; 21, 14) rompen el pan por las casas para perpetuar la
“memoria” del Señor (2, 42; 4, 32). El Espíritu está presente en la vida y en las
decisiones de la comunidad naciente hasta el punto que ni dudan en decir: “nos
ha parecido a nosotros y al Espíritu Santo...” (Hch 15, 27). Y cuando la
comunidad encomienda a alguno de sus miembros una misión especial
también allí está presente el Espíritu, como sucede con Felipe (Hch 10, 20),
Pablo y Bernabé (Hch 13, 24).
El Espíritu se manifiesta, pues, como aquella fuerza viva y operante que edifica
a la Iglesia en medio del mundo y de la historia. Toda la actividad misionera de
la Iglesia se realiza bajo el signo del Espíritu. Y es el mismo Espíritu quien
renueva continuamente a la Iglesia para conducirla a la unión perfecta con el
esposo.

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