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nunca”). Esta sentencia se vuelve contra aquellos que calumnian las acciones
poderosas de Jesús diciendo que era obra del demonio, no reconociendo la
presencia del Reino de Dios en Jesús (Lc 11, 14-22).
b. En su Mensaje: Jesús se aplica así mismo el oráculo de Isaías (Lc 4, 18; Mt
12, 22-29; Is 61, 1-3;). El heraldo que toma la palabra es un profeta, la noticia
que presenta es tan maravillosa que es necesario un don excepcional del
Espíritu, una unción que viene a impregnarle definitivamente y no una unción
pasajera. Jesús es el tipo de profeta por excelencia a quien el Espíritu no
investirá sólo por algún tiempo y para alguna misión particular, sino para toda
su vida, porque su existencia entera será mensaje divino y cada uno de sus
gestos será la buena nueva, el evangelio.
San Juan es el evangelista que pone en boca de Jesús las mejores
enseñanzas acerca del Espíritu de Dios: 3, 5-8, presenta el Espíritu como
principio de vida y de nuevo nacimiento. Ciertamente, el hombre logra la propia
identidad personal, a través de la configuración con Cristo, esto sólo puede ser
obra del Espíritu de Dios y no de las propias fuerzas y artificios. Jn 4, 24, En el
diálogo con la Samaritana, Jesús se refiere a la adoración de Dios en Espíritu y
en verdad. La expresión “Dios es Espíritu” no encierra una definición
estimativa de Dios, sino una descripción operativa, nos dice cómo obra Dios
con nosotros, no como es en sí. Adorar a Dios en Espíritu y verdad no significa
escapar de los signos sensibles y esconderse en el santuario interior de
nuestra conciencia para adorarle, sino renunciar a toda tentativa de acercarse a
Dios por itinerarios personales y reconocer para nuestra suficiencia viene de
Dios (cf. 2Co 3, 5).
Un tercer texto de Juan es el discurso “Eucarístico” en Cafarnaúm (6, 63), el
cual afirma la oposición de los dos términos antitéticos carne-espíritu. Carne
designa al hombre entero abandonado a las propias fuerzas y por lo mismo
expuesto a la debilidad y caducidad, frente al Espíritu que es el mundo de las
fuerzas y vida divina que ha transformado la carne inerte.
El cuarto texto (7,38ss) conjura cuatro realidades: Cristo resucitado, el Espíritu,
la fe y el agua. Cristo resucitado es la fuente del Espíritu, el Espíritu es como el
agua que calmará la sed de los hombres evitando una muerte segura por la
sed (Ex 17, 6; Dt 8, 15); la fe es el medio de apropiarse el espíritu,
convirtiéndose así en el manantial del mismo Espíritu.
era poseedor del Espíritu antes de ese momento, y además adelanta de algún
modo el hecho de la pascua a otros momentos decisivos de la vida terrena de
Cristo: la transfiguración y muerte, el bautismo, encarnación y nacimiento.
a. En la Encarnación: Desde la encarnación vemos ya la presencia y
actuación del Espíritu en Cristo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra “(Lc 1, 20). Como explicación teológica
tenemos que decir, en primer lugar, que Jesús entra en el mundo como la
palabra de Dios que se pronuncia en la historia de manera inteligible al hombre,
haciéndose carne (Jn 1, 14). En este instante decisivo, a la Palabra está
asociado el Espíritu, pero la Palabra y el Espíritu tienen rasgos distintos: la
Palabra se impone desde fuera con dura plasticidad (Hb 4, 12; Is 49, 2), el
Espíritu es un fluido que se infiltra sin que se le vea. La palabra resuena en los
oídos (Rm 10, 17). El Espíritu interioriza la palabra en el corazón de creyente
(1Jn 5, 6; 3, 24; 4, 2.6.13).
La concepción de Jesús es fruto del Espíritu; Cristo no existe en la carne
sino por el Espíritu, que le engendra en su humanidad a través de María
incorporándose así a nuestro mundo como hijo de Dios. Jesús no proviene del
Espíritu por haber nacido sin intervención humana, sino por el hecho, de que
en toda su existencia está surgiendo totalmente desde Dios y expresa su
presencia entre los hombres.
b. En el Bautismo: Señalaremos algunas aportaciones sobre un análisis
teológico del bautismo de Cristo. El pasaje lo podemos considerar desde una
doble perspectiva,
1. Desde una perspectiva histórica-psicológica: El bautismo marca el
momento en que Jesús habiendo madurado su vocación temporal e impulsos
de su conciencia de la paternidad de Dios, ha decidido presentar en público su
“pretensión mesiánica”. En la encarnación la intervención del Espíritu estaba
encaminada a dar a Jesús su identidad personal en su entrada en la historia,
su ser como hijo de Dios (Lc 1.32-35). En el bautismo interviene para dar un
actuar acorde con su condición de hijo de Dios en su vida pública. Pasa del
ser al obrar, de la esencia a los hechos, sobre todo en medio de una
sociedad hostil a esa pretensión, encierra una serie de dificultades, cuya
superación sólo se logra con una especial fuerza del Espíritu, la misión de
Cristo se ha explicitado posteriormente como testimonial (o profética),
liberadora (o sacerdotal y redentora), y real o normativa.
Para mejor cumplimiento de esta triple misión, el Espíritu desciende sobre
Jesús en el momento de su bautismo, viniendo a ser este descenso el
“Chrisma” (Unción) por el que Jesús se convierte en “Cristo” (Ungido).
Mientras que en la antigua alianza los sacerdotes, reyes y profetas eran
ungidos con óleo material, en la nueva, Cristo y los cristianos son ungidos con
el Espíritu para que realicen todas las cosas en la fuerza del espíritu. La
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actividad pública de Jesús comienza con una experiencia inédita del Espíritu y
así, Jesús viene a ser el “espiritual” por excelencia, el prototipo de los que se
dejan llevar por el Espíritu (Rm 8, 14).
2. Desde una perspectiva Sacramental: El bautismo de Jesús pretende
adoctrinar a los creyentes acerca del significado teológico de los sacramentos
de la iniciación cristiana. La Iglesia primitiva ve en los ritos de la iniciación
cristiana la aceptación por parte de Dios del creyente como amado y la
concesión del Espíritu Santo para el testimonio público de su fe.
1.2.3 La promesa del envío del Espíritu Santo por Cristo
En efecto si el Espíritu de Dios “reposaba” y actuaba en Cristo, también iba a
ser transmitido a todos cuantos creyeran en él. Por eso, Cristo lo promete a
sus discípulos como el fruto mesiánico de su redención (Jn 7, 39; 20, 22ss; Lc
24, 49; Hch 2, 33).
a. Con vista al Testimonio: Leer primero los textos de Mc 13, 9-11; Mt 10, 18-
20; Lc 12, 11ss; 21, 14s.
Estos textos reflejan la situación de persecución de las primeras comunidades
palestinenses y judeo-helenísticas. Podemos admitir que los neo conversos
cristianos experimentaron de una manera particularmente viva la asistencia del
Espíritu Santo con ocasión de las persecuciones a que se vieron expuestos por
parte de sus conciudadanos paganos o judíos(1Tes 1, 5s; 2, 14). Podemos
decir que estos vaticinios puestos en boca de Jesús son fruto de la reflexión
cristiana sobre las calamidades experimentadas durante la persecución. El
estupor que causó a los medios cristianos la reacción, al mismo tiempo audaz
(no violenta), de los fieles perseguidos, inmediatamente hace pensar en la
fuerza secreta del Espíritu Santo unida a su testimonio público por Cristo; una
fuerza que tenía su origen en el mismo Jesús.
Esta asociación del Espíritu al testimonio no es nueva. Por primera vez
aparece Neh 9,30 donde se llama al espíritu de Yahvé expresamente testigo;
toda su acción a través de los profetas no fue otra cosa que dar un testimonio
de Dios ante los hombres. Asociación que se prolonga en el nuevo testamento.
En los sinópticos, el Espíritu sustituye a los discípulos acusados ante los
tribunales “para dar testimonio de Jesús”, es decir, el testimonio dado por los
discípulos se identifica con el Espíritu.
Igualmente, Jesús renueva antes de su ascensión la promesa del Espíritu, que
revestirá a los apóstoles de fortaleza con vista al testimonio público que habrá
de dar a su favor (Hch 1, 8; Lc 24, 49). De manera semejante, el anuncio del
Espíritu Santo que hace Jesús en su última Cena le asigna esta función del
testimonio en apoyo del testimonio de los apóstoles (Jn 15, 26s). Y este
testimonio convencerá al mundo del “pecado, de la justicia y del juicio” (Jn 16,
8).
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Los dos evangelistas que más nos hablan de la promesa del Espíritu son Juan
y Lucas, los cuales presentan versiones distintas del cumplimiento de la misma
promesa.
a. San Juan: el mismo día de la Pascua. Mientras que Lucas anuncia la
venida del Espíritu sobre los apóstoles para el día de Pentecostés (24, 49),
Juan sin embargo, la sitúa en el mismo domingo de Pascua. ¿Por qué?.
Fijémonos en el texto de Jn 20, 22: Cristo resucitado insufla su Espíritu sobre
los apóstoles. Gestos que quiere decir varias cosas. En primer lugar si Jesús
era poseedor del Espíritu ya en su vida terrena, sólo el resucitado se convierte
en dador del Espíritu. Cristo es resucitado por el poder del Espíritu (Rm 1, 8; 8,
11), y así viene a ser el mismo “Espíritu vivificante” (1Co 15, 45). La
resurrección, al hacer de Jesús el hombre “espiritual” por excelencia, le
capacita al mismo tiempo para comunicar el Espíritu a los suyos según su
promesa.
En segundo lugar, Juan se hace eco de una antigua idea de los medios Judíos,
en especial de los que se movían entorno a Juan el Bautista, según la cual se
esperaba a un hombre que “purgaría” a los hombres de su espíritu de
“impiedad” y los purificaría por medio del Espíritu Santo de toda acción impura,
procediendo así de una nueva creación (Sal 50-51; 12-14; Ez 36, 25-27). Al
insuflar su Espíritu Cristo reproduce el gesto creador de Gn 2, 7 (cf. 1Co 15,
42-50), en donde Cristo debe su título de segundo Adán al Espíritu que recibe
en la resurrección (Rm 1, 14). Mediante la resurrección, Cristo se ha
convertido en el hombre nuevo que, por la comunicación del soplo de que está
animado, es capaz también de engendrar la nueva humanidad que compartirá
su triunfo sobre la muerte y el pecado (Poder perdonar).
Por último, Jesús, infunde su Espíritu sobre los apóstoles en el momento en
que éstos están a punto de asumir en público sus responsabilidades
misioneras, el mismo que El recibió, el espíritu en el bautismo, momento en
que decidió presentar en público su pretensión mesiánica: la universal
paternidad de Dios como exigencia de una mayor justicia en las relaciones
interhumanas. Este sería el pentecostés Joánico o, si se quiere, la plenitud de
la pascua Joánica, que incluye ya el don del Espíritu de Cristo.
b. San Lucas: cincuenta días después en Pentecostés: La efusión del espíritu,
que teológicamente considerada está vinculada a la resurrección (Jn 20, 22),
es historiada y escenificada por Lucas, al igual que la ascensión, en un cuadro
de movimiento dinámico y traslada a una fecha más tardía, cincuenta días
después de la primera experiencia pascual. Según el acuerdo actual de los
exégetas, esta separación ofrece poca posibilidad de ser histórica, en el
sentido más corriente de la expresión. Lucas la propondría así buscando poner
de relieve la importancia del acontecimiento para el comienzo de la misión de la
Iglesia. Sólo aquel que no distinga entre el hecho sustancial (La presencia del
Espíritu Santo en la Iglesia) y su formación literaria (llamas, viento, ruido, etc),
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las lenguas de fuego, el hablar en diversas lenguas, no son sino los signos
internos y el efecto maravilloso de la venida del Espíritu Santo (2, 2-4), signos
que habrá de comprender a la luz y como cumplimiento y acontecimiento
salvífico del Sinaí (Ex 19, 16-24).
3. Acontecimiento visible y teofánico: Parece evidente que en el relato de
pentecostés, la intención teológica de Lucas se centra en descubrir la venida
del Espíritu Santo como un acontecimiento visible, perceptible, a los sentidos.
Los mismos rasgos que nos llevan a calificar el acontecimiento visible, una
manifestación sensible del mismo Espíritu. De este modo, si por el “ruido
impetuoso” Lucas quiere indicar la venida del Espíritu de Cristo como un
acontecimiento capaz de ser percibido por los sentidos, por las lenguas de
fuego que se divide y posan en cada uno de ellos quiere mostrar que es el
mismo Espíritu el que actúa en muchas personas, y que esta identidad puede
ser de algún modo experimentada, desde el momento en que todos se ponen a
hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les concede expresarse (Hch 2,
4). Todo se produce de un modo tal, que puede ser experimentado por los
sentidos, es decir, de una forma visible y audible. Así pues, en los efectos de
la efusión del Espíritu es posible ver y oír algo del Pneuma mismo, invisible y
suprahistórico, al igual que en la humanidad de Jesús se podía ver y oír algo
del logos mismo, invisible y suprahistórico (1Jn 1, 1ss).
Pero debemos añadir en este lugar que el cumplimiento de la promesa de
Cristo de un modo teofánico y visible, o experimentable, no sólo sucede en el
“pentecostés apostólico”, sino también en lo que se ha llamado el “pentecostés
de los gentiles”, que aún no había aceptado el anuncio de Jesús el Cristo. Es
el mismo Lucas quien nos relata, en Hch 10, 44-48, como durante el discurso
de Pedro en casa de Cornelio, el “Espíritu cayó sobre todos los que le
escuchaban la palabra... siendo también derramado sobre los gentiles”. Los
signos que acompañan a esta venida del Espíritu son semejantes al
pentecostés: “Quedaron atónitos”, “les oían hablar en lenguas nuevas y
glorificar a Dios”. También en este caso la venida del Espíritu sucede pues, de
un modo teofánico. En él queda patente que el Espíritu es enviado a todas las
gentes, como anunció el profeta Joel (3, 1-3) por Él se nos indica la libertad del
Espíritu, que no es tratado a ningún signo, sino que es derramado incluso a los
que todavía no han sido bautizados, y comienzan a creer en el mensaje de
Jesús: “Cayó sobre todos los que escuchaban la palabra” (10, 44).
4. Acontecimiento Eclesial: Pentecostés no sólo significa un punto de
llegada, sino también un punto de partida. Si la venida del Espíritu Santo en el
Jordán inaugura la vida pública de Cristo, la venida del Espíritu Santo en
pentecostés inaugura la vida de la Iglesia. Y si el misterio pascual es el acto de
nacimiento de la Iglesia, pentecostés será su “bautismo en el espíritu”, es decir,
el momento de su investidura apostólica, el inicio de su misión. A partir de este
instante, el Espíritu se manifiesta en la Iglesia como elemento decisivo para su
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edificación repitiendo, los mismos gestos que obró en Cristo. Movidos por la
fuerza del Espíritu, los apóstoles comenzarán a dar testimonio (Hch 1, 8)
anuncian la palabra de Jesús (Hch 4, 8-31; 6, 7; 9, 20; 18, 5) actúan con la
gracia carismática del Espíritu (Hch 8, 29; 10, 19-47; 10, 38; 11, 27), afrontan
con valentía las persecuciones (4, 8; 5, 32; 6, 10), repite en la creación de
Jesús (7, 59ss; 21, 14) rompen el pan por las casas para perpetuar la
“memoria” del Señor (2, 42; 4, 32). El Espíritu está presente en la vida y en las
decisiones de la comunidad naciente hasta el punto que ni dudan en decir: “nos
ha parecido a nosotros y al Espíritu Santo...” (Hch 15, 27). Y cuando la
comunidad encomienda a alguno de sus miembros una misión especial
también allí está presente el Espíritu, como sucede con Felipe (Hch 10, 20),
Pablo y Bernabé (Hch 13, 24).
El Espíritu se manifiesta, pues, como aquella fuerza viva y operante que edifica
a la Iglesia en medio del mundo y de la historia. Toda la actividad misionera de
la Iglesia se realiza bajo el signo del Espíritu. Y es el mismo Espíritu quien
renueva continuamente a la Iglesia para conducirla a la unión perfecta con el
esposo.