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la araña Anansi quería poseer las historias de la Humanidad.

Para ello,
debía comprárselas al dios del Cielo, Nyankopon, su actual dueño. Hasta la fecha
nadie lo había conseguido. Y es que, el precio a pagar era muy alto, tan alto que
pocos fueron los que lo intentaron y de los que se atrevieron ninguno lo consiguió.

"¿Qué te hace pensar que te vaya a dar mis historias? Son muchos los pueblos ricos
los que lo han intentado y ninguno lo ha conseguido", se jactó indiferente el dios
del Cielo. Pero Anansi sabía lo que era la perseverancia y no se dejó desanimar.
"Dime el precio y yo lo asumiré", exclamó. "Si quieres mis historias deberás
traerme a Onini, la pitón; a Osebo, el leopardo; a Mmoboro, el avispón y a
Mmoatia, el espíritu", sentenció Nyankopon. Lo que no se esperaba era lo que iba a
suceder... 

Pues manos a la obra. Anansi regresó a casa para pedir ayuda y consejo a su madre
Nsia y a su esposa Aso. Juntos los tres, idearon un plan. Las preciadas historias
debían acabar en su familia. Así fue como Anansi y Aso se acercaron al río donde
acabaron discutiendo sobre si la rama del cocotero era o no más larga que Onini.

La pitón, escondida, no perdió detalle de la conversación. Y como siempre


acabamos metiéndonos en debates donde nadie nos ha invitado, la pitón no pudo
resistirse y decidió medirse con la rama, pues su ego le decía que ella era más larga.
Por su piel escurridiza y su falta de costumbre a estar completamente estirada,
Onini se prestó a ser atada con una enredadera a la rama para desplegar toda su
longitud. La pitón había sido engañada, ya estaba capturada sin
posibilidad de huir.

La trampa para Osebo, el leopardo, fue un profundo hoyo. Por consejo de Aso,
Anansi cavó entre el arroyo y la guarida de la víctima. Para no dejar pistas, cubrió el
suelo de hojas. Sólo un día tuvieron que esperar, pues a la mañana siguiente el
leopardo estaba atrapado y retenido en el hoyo. La mitad del trabajo ya estaba
hecho.

Era el turno de hacerse con la avispa Mmoboro. Para ello, Anansi limpió una
calabaza y tras vaciarla la llenó de agua. Con valentía, nuestro protagonista se
aproximó a un enjambre y simulando que llovía aconsejó a la avispa guarecerse en
su calabaza. La sorpresa fue grande al encontrarse Mmoboro con sus alas mojadas
dentro de la calabaza sin poder emprender el vuelo. Ya sólo quedaba una
víctima. Anansi ya se veía dueño de la historias de la Humanidad.

Mmoatia cerraría el círculo de la leyenda. Anansi talló una muñeca a la que cubrió
de goma de un árbol. Cuando acabó con la talla la dejó descansar en el suelo junto a
un plato de puré de ñame donde los espíritus solían ir a jugar. Goloso como era
Mmoatia no pudo resistirse y preguntó si podía comer algo. Pero la muñeca no
contestaba. Furioso y hambriento, el espíritu le dio una bofetada en la mejilla,
donde se le quedó la mano pegada. Incrédulo ante lo que pasaba echó la otra mano
para agredir a la muñeca y ésta también quedó pegada. La última víctima ya había
sido atrapada.

El dios del Cielo debía cumplir ahora su palabra. "¡Mirad! Grandes reyes han
venido en busca de mis historias pero ninguna ha sido capaz de pagar su precio. Sin
embrago, Anansi lo ha logrado. Así que desde hoy y para siempre entrego mis
historias a Anansi y a partir de ahora se conocerán como los Cuentos de la
Araña".

La astucia, el ingenio y la picardía siempre van de la mano de la sabiduría y son


unos conocimientos que existen desde que el mundo es mundo... ¡Y todos podemos
acceder a ellos! 

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