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LA DESGARRADORA VIDA DE UN

MUCHACHO GAY
Nataniel Estrada
LA DESGARRADORA VIDA
DE UN MUCHACHO GAY
LA DESGARRADORA VIDA
DE UN MUCHACHO GAY

NATANIEL ESTRADA
PÁGINA LEGAL

© Primera edición, Editorial Universitaria, 2015.


Calle 23 No. 565 e/ F y G, Vedado, La Habana, Cuba.
E-mail: eduniv@mes.edu.cu
Teléfono: (+537) 837 4538
e ISBN PDF 978-959-16-2416-1
NOTA DEL AUTOR

El autor quiere jugar limpio con el lector y cree firmemente


que debe aclararle que él no es, en modo alguno, un novelista.
En esta época de frases acuñadas y conceptos registrados
formalmente, admite que lo califiquen de “narrador de
historias”; de esas que piden a gritos ser contadas porque
tienen un gran por ciento de veracidad, - ¡aunque parezcan
increíbles! - y, lo reconozco, un 4,8% de imaginación contenida
en una botella de cerveza clara, que es la musa comprometida
del autor.
También el autor le permite al lector que comparta con él
la autoría de esta crónica de una vida desgarrada. Puede el
lector describir los paisajes donde el Muchacho paseaba sus
huesos, adornar a su gusto las habitaciones donde se escondían
tantos secretos, engalanar a los personajes con los atavíos de
marcas y precios cósmicos a su puro antojo. El autor quiso
concentrarse en lo importante, y lo logró; le deja los detalles al
lector junto con su agradecimiento por el ejercicio de paciencia
que va a hacer.
¡Ah!, también quiere el autor prodigarle al lector toda su
gratitud por el respeto que va a concederle al libre albedrío, y
así como se rinde ante el derecho que tiene cualquiera de vivir
como mejor le parece, y de escoger la orientación sexual que le
convenga, del mismo modo admitirá, con nobleza y sereno
juicio, el derecho que tiene la otra parte de vivir con un
referente de valores y principios diferentes, más cercanos a los
gustos de Dios, y con una sexualidad más conservadora; y,
desde ese punto de vista, el lector dispensará la obligatoriedad
o no, de aceptar otras formas de vivir tan libre … demasiado
libre.
ÍNDICE

PÁGINA LEGAL.................................................................7
NOTA DEL AUTOR...........................................................9
ÍNDICE..............................................................................11
DESARROLLO..................................................................13
1.- Donde acta est fábula y comienza la gran tribulación, al
duro y sin guante.............................................................15
2.- Donde se orean al sol algunos trapos sucios.................31
3.- Donde se definen algunos conceptos.............................35
4.- Donde las pesadillas de sus noches se agolpan unas tras
otras, y por eso no lo matan...........................................39
5.- Donde se le empieza a notar al Zurdo el oficio de
mediador...........................................................................43
6.- Donde el Muchacho vende el cobre como si fuera oro
............................................................................................47
7.- Donde al Muchacho le tuercen la vida, ¡y de qué
manera!.............................................................................53
8.- Donde el príncipe de este mundo inscribe las tablas de
su Ley en el corazón del Muchacho..............................67
9.- Donde nos enteramos de cómo conseguía las cosas....69
10.- Donde buscando otra bicicleta se encuentra con una
inesperada y certera sentencia.......................................73
11.- Donde se demuestra que no siempre una Coca-Cola
es la pausa que refresca...................................................79
12 La desgarradora vida de un Muchacho gay

12.- Donde aparece un testigo que confirma la historia sino,


¿quién se la va a creer?....................................................93
13.- Donde el Muchacho se mete aún más entre las patas de
los caballos........................................................................99
14.- Donde se hace una pregunta sencilla, se ofrecen tres
probables respuestas y no se nos dice cuál es la correcta
..........................................................................................117
15.- Donde el Muchacho declama su propio monólogo
interior al estilo de un Joyce aplatanado, sacándose de la
mente – y del pecho – unas cuantas reflexiones serias, y
algunas boberías.............................................................119
16.- Donde descubrimos que el marinero del parque Tulipán
y la Pájara Pinta no son tan inocentes como creíamos135
17.- Donde, por más increíble que parezca, el Muchacho se
dedica a la albañilería....................................................151
18.- Donde abundan el estropicio, el rebumbio y los tropiezos
..........................................................................................157
19.- Donde el Muchacho debe caminar su milla verde... casi
hasta el final....................................................................167
20.- Donde se demuestra que los supuestamente condenados
a cien años de soledad, sí tienen una segunda
oportunidad....................................................................175
EPÍLOGO........................................................................191
PRIMER FINAL..............................................................193
SEGUNDO FINAL..........................................................199
TERCER FINAL..............................................................203
DESARROLLO
CAPÍTULO 1

1.- Donde acta est fábula y comienza la gran


tribulación, al duro y sin guante

– Ciudadano, queda bajo arresto como principal sospechoso en


el asesinato de Lorenzo …
No escuchó el final de la frase porque el estremecimiento que
le produjo aquel vendaval de mala voluntad, derribándole la
casa de sus embustes de trece certeras puñaladas, se lo impidió.
El secreto celosamente guardado por el Muchacho
durante más de nueve años se le hundió de un solo estornudo
como hielo quebradizo en la primavera. No hubo una
pregunta, ni una sola siquiera, que no recibiera completa y
satisfactoria respuesta. ¿Quién?, ¡no me digas! ¿Y cuándo?, ¡qué
barbaridad! ¿Y cómo?, ¡qué salvaje! ¿Y con quiénes?, ¡qué
desvergüenza! ¿Y dónde?, ¡Ave María Purísima! ¿Y cuántos?,
¡qué despelote! ¿Y cuántas?, ¡qué hipocresía! Y, ¿desde
entonces?, ¡qué mentiroso!
Tanta maña desplegada, tanta astucia desperdiciada, tanta
cautela despilfarrada para que al final su puñetero hado le
pusiera ese traspié y él se cayera de boca contra el piso, con
toda su suerte disimulada escombrándole encima.
16 La desgarradora vida de un Muchacho gay

El tal Lorenzo amaneció chapoteando en el lodo de su propia


sangre mezclada con la de los dos últimos niños de su perver-
sidad, cruzados en bandolera sobre su pecho, cosidos los tres a
puñaladas por la misma mano. Los descubrieron a los dos días de
su muerte una mañana de julio en el trópico, por el fuerte olor a
podrido que ya traspasaba las paredes del apartamento y se regaba
puertas afuera por los pasillos; lo que le hizo decir a un vecino, sin
pensar en el alcance atinado de sus palabras: ¡C…, ahí dentro hay
un animal muerto! ¡Qué peste!
Aquella habitación ofrecía un espectáculo espeluznante
cuando la policía forzó la entrada e irrumpió en un escenario que
más tenía de matadero de reses que de dormitorio! El crimen no
había sido cometido a sangre fría, ¡ni lo piensen!, lo perpetraron
con la sangre bien caliente del odio y la venganza, porque trece
cuchilladas limpias no eran boberías, sino el ensañamiento que
abrió, sin una gota de remordimiento, las fuentes de tres vidas
para salpicar de sangre hasta el techo.
Cuca, la celestina del viejo apartamento, había mudado sus
posaderas para Ibiza. El marido, muerto. Los dos muchachotes de
nueve años atrás, se habían largado para el Norte. ¿Y el aparta-
mento? Alquilado a otro gay criollo, de cuyo nombre no puedo
acordarme, para que lo cuidara a la par que se cubría la cabeza con
un techo.
Tras el fallecimiento del padre, el hijo de Cuca – tanto
apuntaba como banqueaba en el mismo negocio homosexual de
Lorenzo -, se la llevó a vivir con él. Lorenzo lo ayudó a emigrar
unos diez años antes, en parte, porque la hermandad afeminada es
más solidaria que los hermanos de la costa en eso de propiciarle a
los miembros de la cofradía la huida a su propia Isla Tortuga,
La desgarradora vida de un Muchacho gay 17

donde pueden desplegar sus hermosas alas, a todo lo largo y


ancho, y con más comodidad que en este feudo machista. Y, en la
otra mitad de la parte - le quedaba un cuarto para su inveterado
egoísmo -, por pagar la deuda que había contraído con el hijo de
Cuca al prometerle la salida del país si convencía a la madre de
alquilarle su casa. Y si no hubiera sido por la tanta influencia que
éste ejerció sobre Cuca “para que no te mueras de hambre y te
ganes un buen dinero rentándole este moderno apartamento a
todos mis amigos y conocidos, que yo me ocuparé de enviártelos
desde el viejo mundo”, ¿dónde hubiera hospedado Lorenzo
tamaña promiscuidad?
Pero ahora, con la partida de la vieja, el escondite tuvo que
cambiar de coordenadas. Longitud: seis kilómetros más al norte.
Latitud: segundo piso. Un apartamento de dos habitaciones, más
pequeño que el de Cuca pero también más íntimo. No había otros
inquilinos – como sí ocurría en casa de Cuca -, ni siquiera el
dueño, con quienes compartir la familiaridad de un viejo
depravado, cada vez más viejo, con sus dos últimas adquisiciones
infantiles, cada vez más jóvenes. El mercado está escaso de buen
material, decía, así que debo aprovechar las excelentes oportu-
nidades cuando se presentan. Ahora hay que aflojar más billetes
para pagar este antro, que el dueño cree haber decorado con buen
gusto y en onda con lo más moderno del confort doméstico. ¡Pobre
indio subdesarrollado!, ni p … cuenta se da de que las lámparas de
techo con aspas giratorias que cuelgan en todas las casas, ¡en todas,
carijo!, y las mesitas de sala, de aluminio disimulado con pintura
negra, y tapas de cristal, no son la nota alta de la elegancia, sino de
la cultura kitch. Hace falta mucho dinero para sufragar los gastos
de los paseos, que aquí todo es el doble de caro; y para satisfacer los
antojos, ¡cómo piden!, de estos niños. ¡Niños, joder!, será por la
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edad, porque tienen una mentalidad de negociantes que ni yo.


Cada camada de estos perrillos hambrientos es más avispada y
maliciosa que la anterior. ¿Qué hacer?, es carne joven y fresca. Me
hacen sentir vivo, y eso es lo que me importa.
Lorenzo estaba tan exaltado e inspirado con los dos infantes
que en ese último arribo al país no le avisó a ninguno de los viejos
amores ni a los de la hornada intermedia, ¡a nadie!, incluyendo en
ese interdicto, en esa excomunión del paraíso de los dólares, los
regalos y los buenos sitios para el disfrute, al propio Muchacho a
quien decía amar como a nadie en el mundo. Para su sorpresa, sin
embargo, se le aparecieron en el apartamento porque se enteraron
gracias a los tambores maricas, que estuvieron vapuleando toda la
noche la noticia a los afiliados al gremio: ¡Lorenzo llegó!, ¡Lorenzo
llegó!; y se instalaron allí dispuestos a agarrarse con uñas y dientes
a las seis semanas de su estancia, con tal de tumbarle aunque no
fuera más que las cervezas y la excelente comida.
El Muchacho se quedó de una pieza. Jamás le pasó por la
cabeza que Lorenzo lo relegara a un puesto intermedio en sus
preferencias. Nunca pensó que podría perder el sitial del elegido
excelso. Aunque revolotearan alrededor de Lorenzo otros
mariposones, él se afirmaba en la creencia de ser especial, único,
el magnífico… y el de más antigüedad en el escalafón. Desde
luego, él no se daba cuenta exacta de que eso no era un atenuante
sino un agravante para el paladar de Lorenzo que los prefería muy
jóvenes, y ya el Muchacho estaba a punto de cumplir veintitrés
años. ¡Había envejecido perceptiblemente como para competir
con éxito contra el relevo fresco!
Si el golpe del olvido le pareció bajo, peor fue digerir la
amarga pócima que Lorenzo le hizo beber de un tirón, sin
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respirar. En esta oportunidad no había regalos para el Muchacho:


ni walkman, ni shampoos, ni relojes pulsera, ni pullovers. ¡Nada de
nada! ¡Cero!
Con el transcurrir de los días, les fue calando la sospecha el
hecho de que Lorenzo los toleraba en su apartamento gracias a
una gran dosis de apatía. No los expulsaba de allí, pero tampoco
los invitaba a salir ni a comer con él, en la casa, las recetas de alta
cocina que solía prepararles antaño. Todavía más, la alacena no
estaba abundantemente surtida - había comprado sólo algunas
gaseosas y paquetes de galletitas de chocolate, que poco debieron
costarle -; y la cocina parecía un salón de cirugía: todo limpio y en
su lugar. Eran invisibles, todos, para Lorenzo, absorto como
estaba en su delirio pasional.
Los niños tenían, uno, doce años, y el otro, trece, contados
desde su nacimiento hasta la fecha. Si la cuenta se les anotaba por
la cantidad y la calidad de los artilugios y las trampas que ya
sabían desplegar con los extranjeros viejos y gordos como
Lorenzo, quien finalizaba la lista de sus conquistas en apenas un
año y la mitad de otro con el número cuatro, estaban más
cargados de tiempo que el bíblico Matusalén. Trabajaban en
engranaje perfecto como las piezas imprescindibles de un equipo
de alta precisión, para deslizarle a Lorenzo por delante de sus
propias narices los pases de su magia de fascinación bien
calculada. Se pavoneaban por toda la casa testimoniando su
arrogancia y vanidad ante los desdichados proscritos, seguros de
que tenían al toro fuertemente agarrado por los testículos.
El que más indispuesto se sentía por el vaho de la conjura
mezquina que respiraba desde esos niños, era el Muchacho. Sin
Lorenzo se desvanecía, como ceniza arrojada al viento. Todos sus
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bienes, todos sus planes, y sus esperanzas, a las doce de la noche


de su final con él, se convertirían de nuevo en una calabaza, seis
ratones, un viejo perro, un penco artrítico y una zapatilla de
cristal rota en mil pedazos.
El peligro venía por el lado oscuro de esos dos diablillos, y no
había nada que hacer, salvo asegurarse un poco el porvenir.
Cuando un homosexual perdía el interés por algún amante se
volvía más que indiferente, peligroso. Desde luego que él había
aprendido a la perfección el estilo de actuación depurada que el
Zurdo, el primero, le enseñó. Eso sí era el Muchacho, un actor
consumado, magistral, de los que en su interpretación llegan a
creerse el papel que encarnan. Vivía prestada la vida de su
personaje hasta la renovación de la cartelera con una nueva obra y
un cambio de escenario. Quizás la que actuó para Lorenzo haya
sido la obra predilecta de su repertorio, porque se mantuvo sobre
las tablas por más de tres mil doscientas ochenta y seis funciones.
Dos millares y un poco más de los que necesito Scherezada para
entretener a su sultán.
Ahora, por desdicha, su estrella declinaba y sería uno más del
mediocre montón. Su última función tenía que ser perfecta, así
que dejó pasar los días sin dar muestras de resentimiento o de
celos, mientras que lentamente fue criando un mal bicho dentro
de él. Lo acunó entre sus brazos; lo mimó y le dio calor; lo hizo
comer y beber de su venganza; y cuando se lo sacó del corazón era
una víbora maligna deseosa de hacer daño.
El día de su oportunidad, ¡imbécil!, ¿cómo pudo ocurrírseme
semejante idea?, fue hasta el apartamento alquilado, seguro de no
encontrar a Lorenzo que se había ido al cine con la nueva
compañía, como comprobó llamándolo antes por teléfono. Se
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aprovechó de esa ausencia, entró a la habitación del viejo con el


juego de llaves copiadas en un descuido de Lorenzo, y le robó
todo: su ropa y los zapatos, la de los niños, las walkmans que se
habían ganado con tanta destreza, los artículos de aseo, y los
electrodomésticos, lo poco que había almacenado en la alacena y
en la heladera, las maletas y los maletines de piel donde escondió
lo robado y los dólares, cientos, que pudo encontrar al alcance de
su pesquisa. Lo único que dejó a la vista en aquella peladera
fueron las huellas ostensibles del hurto, para que Lorenzo
aprendiera que con él no se podía jugar. Total, nadie le podía
ajustar cuentas a su revancha, ni Lorenzo. ¿Denunciarlo a la
policía y que se le descubrieran todos sus desenfrenos? Ni loco;
eso nunca lo haría el marica español. No le convenía.
Al menos, así lo creía el Muchacho. ¡Qué mal matemático era
para la vida real, no la que él se inventaba! Donde le parecía estar
sumando, restaba; y cuando creía multiplicar, dividía y se quedaba
en ceros: a Lorenzo y a los niños los asesinaron el mismo día del
robo, al filo de la medianoche, cuando estaban profundamente
dormidos.
Entonces, la policía lo tachó con la peor línea, la que nunca
se le ocurrió, la de asesino. La investigación en la escena de los
hechos descubrió su rastro fresquito por toda la casa. El móvil del
hecho saltaba a la vista, desvalijar de sus pertenencias a un
ciudadano extranjero. Y el producto de su ratería se le ocupó en el
dormitorio de su propia casa, aún guardado en los maletines. ¡Ni
una oportunidad tuve para vender las cosas! No se necesitaba más
para inculparlo y condenarlo.
¡Ah!, si hubiera podido detener su tiempo y ponerlo en
marcha hacia atrás, llegar al punto donde se le enredó el futuro y
22 La desgarradora vida de un Muchacho gay

desde allí comenzar de nuevo sin el tremendo peso de su secreto,


y para ello pagar con la mitad de su sangre o con veinte años de su
juventud, de buena gana lo hubiera hecho con tal de que no le
desnudaran el pasado, así, frente a los ojos de todo el público.
¡Qué pena!, eso era imposible porque la verdad estaba plantada
firme, esperándolo en el cruce de sus caminos, aunque él tratara
de irse por un atajo siniestro siguiendo su rancia costumbre.
Primero fueron los interrogatorios, la investigación policial y
el procesamiento de la evidencia. El cuéntanos toda tu vida, el
cómo conociste al ciudadano español Lorenzo Amuchástegui
Sorría, el dónde estabas la noche de autos, trató de contestarlos
con aire despreocupado y con el impulso de injusto acusado con
el que insistía en engañar a todos, incluyendo a los oficiales del
caso. El Muchacho les conocía a medias el oficio de inquisidores;
sin embargo, estos policías eran más diestros en sortearle las
protestas que los del caso del nieto de Petra. No le permitieron
una sola evasiva, ni una disculpa alucinada, cercándolo con el
mismo potro del tormento mental y la misma astucia psicológica
que puso en boga Torquemada para hacer confesar a los
sospechosos de herejía, hasta pegarlo a la última pared de su
escondite.
El Muchacho supo que el momento decisivo había llegado,
que ya no tenía más recursos de picardía que inventar ni le
quedaban fuerzas con que intentarlo. Se desgarró entonces el
pecho sin pensar el rumbo, se sacó entero el corazón y, con él, la
monstruosa verdad de su tiempo de crápula. Y les dijo que sí, que
el Zurdo fue y cómo pasó; que sí, que Lorenzo fue y cómo pasó;
les contó de todos sin olvidar un detalle, sin negarle el paso a lo
desagradable. En lo único que se mantuvo irreducible fue en no
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admitir la culpa por el asesinato de Lorenzo y los dos menores.


¡Ese crimen no me lo achaquen a mí; de ese soy enteramente
inocente!
Con la embajada presionándole las espaldas, y la
exageradamente desfigurada noticia que corría por boca de la
población del descuartizamiento de varios extranjeros perpetrado
por un asesino en serie, y la mala fama del Muchacho criada tan
miserablemente que ya podía acostarse a dormir por cien años,
como Rip van Winkle, que ella solita se encargaría de destruirlo,
los policías no querían creerle la falta de culpabilidad. En lo
personal, el condimento de lo subjetivo les condicionaba la
opinión deleznable que tenían del Muchacho. Ellos, hombres a
todo, no podían simpatizar con un prostituto. Si era tan ingenioso
con las mentiras como para mantenerse casi una década sin que le
descubrieran la doble vida y si había tenido ánimo suficiente para
cometer tantas atrocidades con su existencia, y con la de otros,
¿por qué creer que ahora, por esta sola vez, estaría diciendo la
verdad?
Después fue la vista pública, el juicio, el desfile de testigos y el
veredicto del tribunal. El Muchacho asistía aletargado a un
proceso que le parecía contemplar desde mundos paralelos. Él,
parado de este lado; del otro, los declarantes, el fiscal y un
abogado defensor que esgrimía un solo argumento, la juventud de
mi defendido, para sacarlo con la menor sentencia posible. ¿Sería
posible?
Era tal el embotamiento de sus pensamientos y la molicie de
sus emociones que escuchaba a todos hablar como si no
estuvieran arrancándole las tiras de la piel, una a una, dejándolo
24 La desgarradora vida de un Muchacho gay

en pelotas, sino que fuera a otro al que estuvieran juzgando, uno


al que nombraban Muchacho, ¿qué habrá hecho?
Oyó asombrado las respuestas del Zurdo a las preguntas del
fiscal. Escuchó perplejo las declaraciones de Cheché, Chamizo y
David, en la esquina azul; y en la roja, las de Valia, Bárbara y
Yunisleidi, persiguiéndole a puñetazos de anécdotas escabrosas
por todo el cuadrilátero del interrogatorio del fiscal. Oyó también
las explicaciones que dieron los vecinos sobre su controvertida
convivencia con él. Todos los comentarios lo acusaban; todos lo
pintaban más horrendo y mentiroso de lo que en realidad era. A
mí nunca me engañó… Por encima de la ropa se le veía la pinta…
Yo jamás simpaticé con él… Es un ladrón y de ahí al asesinato hay
pocos pasos…
Los pescadores suelen divertirse con el espectáculo macabro
de los tiburones despedazándose a dentelladas entre sí. Cuando
pescan un tiburón de mediano tamaño lo levantan hasta la borda
del barco y lo abren en canal desde la garganta hasta el vientre,
entonces lo desenganchan del anzuelo y lo devuelven al mar. El
animal comienza a devorar sus propias entrañas, porque el
instinto de alimentarse es más fuerte que la vida que se le escapa.
El olor intenso a sangre y sus coleteos frenéticos, atraen a otros
tiburones que se lo zampan en un santiamén. En la lucha por
arrancar los trozos más grandes, se hieren unos a los otros;
entonces, el hedor de tanta sangre los vuelve locos y terminan
comiéndose a los de su misma especie. Quedan, si acaso, después
de la batalla por la muerte, dos o tres ejemplares de mayor
corpulencia.
El Muchacho había sido testigo de esa horrenda escena aquel
verano de vacaciones, a bordo del yate alquilado, cuando el
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capitán de la nave, por congraciarse con Lorenzo, ejecutó el lance


ante ellos. Se le cortó la respiración mirando el frenesí de los
ataques. Los cuerpos se empujaban feroces, y las mandíbulas de
doble hilera de dientes afilados se cerraban con chasquidos
audibles para los que permanecían sobre el bote. El agua,
arremolinada por los movimientos caóticos de las aletas y las
colas, fue perdiendo su hermoso color verdeazul y tiñéndose de
rojo Y esa misma escena era la que ahora veía el Muchacho frente
a sus ojos al oírlos hablar de él, ¡ya sintieron el olor de mi sangre
en el mar!, y no conseguía olvidar que todos eran tiburones, tanto
los que se descuartizaban en el agua, como los que observaban
desde la borda.
Ni una voz se levantó compasiva o, al menos, justa, para
mencionar un gesto fortuito de hidalguía que, en alguna incierta
ocasión, le notara al Muchacho. Quien más obligado estaba, por el
salario siquiera, el abogado defensor, aunque la ética lo ayudaba a
disimularlo, sentía repugnancia al defender a un puto que se
alquilaba a los hombres por dinero y que había consumado como
un salvaje la alevosía de asesinar a dos angelitos pervertidos por
un viejo disoluto y engañador. Ese estaba bien muerto, por
sinvergüenza, como también debía estarlo el Muchacho. Para él
era un perro rabioso, un peligro para la sociedad si lo dejaban
suelto. ¡Exterminarlo, eso es lo que hay que hacer!, se decía para
sus adentros mientras mal cumplía las funciones del oficio,
poniendo cara y adoptando poses de profesional competente.
¿Y el fiscal?, no tuvo que esforzarse mucho para convencer a
los espectadores, convocados allí por la universal y permanente
fascinación humana por todo lo monstruoso, y al tribunal, de que
su petición de pena máxima estaba más que justificada.
26 La desgarradora vida de un Muchacho gay

No había pisado la sala del juicio y ya estaba condenado de


antemano por todos, hasta por los suyos. Antes de que el pelotón
de fusilamiento le agujereara el pecho de cinco precisos plomazos
dirigidos a su seco corazón, su familia lo había dado por muerto y
enterrado. ¡Qué vergüenza!, para nosotros es como si nunca
hubiera existido. Nadie vio la cara de su madre, de su padrastro,
de su hermana; la presencia de cualquier tío o tía, de algún primo
o prima, ni en la cárcel ni en la corte. Lo dejaron solo, solito. El
señorito Muchacho entrando en el patio, ¡que lo fusilen!, ¡que lo
fusilen!, déjenlo tieso, bien muertecito, brincar, saltar por los
buenos aires … (Con o sin acompañamiento musical, lo mismo
daba)
El Muchacho no alcanzaba a comprender cómo se podía
decidir la vida o la muerte de un ser humano sobre la endeble base
de las opiniones de unos perturbados desgraciados similares a él.
¿En qué bondad, en qué moralidad, en qué sensatez lo
aventajaban Cheché y Bárbara? ¿Y si la situación se viraba del
revés? ¿Ellos sentados en el banquillo de los acusados y los demás,
incluido el Muchacho, desfilando como testigos de sus malas
obras? La flecha del arbitraje, ¿para dónde se movería?
La policía estaba obligada a ser sagaz y objetiva, sin confun-
dirse con las huellas o las evidencias circunstanciales. Debió
comprobar la coartada del Muchacho que, a la hora del crimen,
estaba sentado en su balcón escuchando música a la vista de todos
sus vecinos, y buscar la verdad hasta debajo de las piedras, pero se
fue por el camino más corto. Puestos a escoger por sí mismos, los
hombres siempre toman la ruta más fácil, la de menos
responsabilidades, y los policías no eran la excepción. Hombres
con un gran sentido de la violencia y con el anhelo secreto de
La desgarradora vida de un Muchacho gay 27

someter a otros disimulado tras las leyes y el uniforme, mas


hombres al fin y al cabo, se aferraron a una presa en la mano
mientras el verdadero asesino se iba volando.
Tan parecidos a los heraldos de la muerte por sus vestiduras
negras, los miembros del Tribunal lo miraban distantes y
sombríos. ¿Es que ya habían alcanzado el estado de gracia de la
perfección que da permiso para juzgar a otros? ¿Dónde estaban
ellos cuando él pasaba hambre en su casa y se sentía más solo que
un perro en un cementerio? Tal vez fueran excelentes personas e
intachables ciudadanos, pero el Muchacho también pensaba en
cuántos secretos malévolos podían esconder sus vidas, cuántos
pensamientos impúdicos le rondarían la mente cuando se
encontraban en la intimidad consigo mismos, cuántas traiciones y
deslealtades habían tenido que cometer para escalar hasta allí, a
cuántos juicios ante los jefes habrían sometido a sus colegas para
conseguir el nombramiento.
¡Bah!, un juicio es una farsa y los que participan en él son
unos bufones tramposos con categoría de testigos o categoría de
juristas. Estaba claro para él que desde esa perspectiva tan
importante sentencia, la vida o la muerte de un ser vivo, solo tenía
que ver con el lugar donde uno aposentaba las sentaderas. Y eso,
lo mismo podía ser en el banco del acusado que en el estrado de
los testigos o en los butacones de alto respaldo del Tribunal. El
sitio estaba predeterminado por la mala o la buena suerte de que
te incriminen sin mucho esfuerzo las pruebas reunidas, de que se
ensañen contigo y tuerzan tus actos los llamados a declarar en tu
contra, y de que cuatro hombres crean que un pergamino con
letras góticas, obtenido tras cinco años de estudios superiores, los
califica para poner fin a una vida que ellos no han creado. ¡A él, al
28 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Muchacho, le había tocado la peor suerte desde hacía años! No


había por qué lamentarse.
– Póngase de pie el acusado. Este Tribunal …
En el silencio de tan sobrecogedor momento, por encima de
la voz del Presidente, escuchó el llanto acongojado de una
persona. ¿Quién derramaba lágrimas por el que va a morir?
Curioso, buscó entre la multitud morbosa que se apiñaba en el
salón y allá, lejos, cerca de la puerta de salida, vio una triste figura
de mujer que se enjugaba el rostro con un pañuelo de tosco lienzo
blanco. Los sollozos estremecían sus hombros caídos y su pecho
se agitaba por el llanto. Para el momento en que se descubrió la
cara, ya el Muchacho había adivinado quién era: la vieja de aquel
domingo frustrado, la que le había descubierto la calamidad a su
vida.
Ahora estaba allí, ¿cómo se habrá enterado?, llorando por él
como si el reo a ajusticiar no fuera un fenómeno de atracción en el
circo humano, sino el último cisne negro sobre la faz del planeta,
cuya hecatombe solemne sería también el final del canto de los
pájaros, del aletear de las mariposas, la extinción del rugido del
tigre en la espesura, el último bosque de bambúes devorado por
un oso panda solitario, el estallido en mil fragmentos del cristal de
la esperanza y el funesto reinado, por todos los siglos venideros,
del desaliento y el odio.
Contó su tiempo de correcaminos impenitente hacia atrás y
hurgó en muchos de sus recuerdos. Le tanteó el alma a la
comunidad gay para encontrarles, si no el amor, al menos la
simpatía. Les tomó el pulso a sus novias para descubrirles el
cariño. Le midió la compasión a su familia intentando amanecer
La desgarradora vida de un Muchacho gay 29

con ellos. Y en esos rumbos solitarios no encontró a nadie que le


hubiera amado como esa desconocida. Después de conocerle sus
horrores, sin espantarse por ellos, sin pedirle nada a cambio, ni su
cuerpo, ni su dignidad, ni su sumisión, aquella desconocida
innominada le había tendido los brazos cálidos a través de un
puente de lágrimas. Si la humanidad era capaz de tal altruismo, él
lo estaba descubriendo ahora, al final del tiempo que le habían
concedido para vivir, cuando ya casi no valía la pena.
– … queda sentenciado a la pena de muerte por fusilamiento, que
ha de cumplirse el día …
CAPÍTULO 2

2.- Donde se orean al sol algunos trapos sucios

– ¿Qué te pasa?
– Nada. ¿Por qué no nos vamos ya? Todos se van a dar cuenta
de que llevamos un buen rato escondidos en este lugar.
– Muchacho, a veces tú te pasas de bobo – lo atacó sin piedad
como era su costumbre-. Aquí todo el mundo sabe ya en lo
que tú estás, pero no se inmiscuyen en mis cosas para no
revolver la porquería y que los salpique. Al que más y al que
menos no le conviene que aquí se cuele la policía. La mayoría
es como yo, ni estudian ni trabajan, viven de las apuestas de
juego. Tú no te preocupes, que en esta cancha yo le conozco a
cada uno la pata que les cojea, por eso no se meten conmigo.
– Sí – el Muchacho se lamentó dibujándosele en el rostro una
expresión de angustia-, yo sé que todos me miran de una
forma rara, que se ríen cuando yo llego, que se burlan de mí a
mis espaldas. Yo sé… se los noto en las miradas y las risas …
– Ya no me invitan a jugar con ellos como antes, a no ser por
dinero y después de acordarlo previamente contigo.
El Zurdo lo miró de reojo. Nunca lo hacía de frente,
temeroso tal vez de que los ojos fueran una ventana por donde
32 La desgarradora vida de un Muchacho gay

pudieran verle el alma al desnudo. Pensó que el Muchacho


necesitaba entrenarse para el deporte más importante, el de la
vida, donde la mayor parte de los juegos se perdían si no se le
ponía trampas al contrario y si no se hacía caso omiso de las reglas
inventadas por otros; y se dispuso a enseñarle una lección del arte
de vivir con muy pocas prohibiciones.
¡C… en ellos! ¿A ti que te importa lo que piensen y hagan los
demás? ¡Y menos los comem… esos! Tú eres diferente, superior.
Ahora perteneces a un mundo más selecto, el mundo de los que
hemos roto con todos los convencionalismos, de los que hemos
saltado más allá de la hipocresía de la sociedad y vivimos al
descubierto, sin importarnos que nos critiquen.- tomó una
bocanada de aire y se impulsó para continuar-. Escúchame bien,
se te van a abrir mil puertas que a estos fracasados les están
cerradas. En los países desarrollados el que lo desea puede ser
m…; nadie se mete con uno. Sólo en un país atrasado como este
se ve que uno tenga que esconderse para hacer lo que le venga en
ganas.
Al Zurdo le dio por filosofar a bajo costo y dijo:
En definitiva la vida es de uno y se vive una sola vez. Hay que
vivirla gozándola a plenitud y sacándole el mayor provecho
posible, porque al final, cuando te mueres, vas para el hueco a que
te coman los gusanos. Si te pones a pensar en los demás, se te
funde el celebro y no sales adelante…
- Cerebro.
- ¿Qué?
- Que se dice cerebro.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 33

Ah, no te hagas el culto que tú eres un burro con corbata. ¡Te


imaginas, Muchacho – el Zurdo no se molestó por la corrección
gramatical, puso sus manos tras la nuca y se recostó relajado a la
pared-, viviendo en una ciudad civilizada! ¡El paraíso gay! Y en
ese sí que no hay un aguafiestas diciéndote ¨ no hagas esto ¨, ¨ no
comas de este árbol ¨. ¡Qué va! En ese edén el que reina te lo
permite todo. Él mismo no aguantó tantas reglas, se le reviró al
Otro y salió “echando” con la tercera parte de los ángeles rebeldes
como él… Bueno, eso es lo que me decían en las clases de
catecismo.
– ¿Clases de catecismo? ¿Tú? ¿Tú ibas a la iglesia? No puedo
creerlo.
– Eh, ¿qué te pasa? ¿A ti que te importa si yo iba o no iba a la
iglesia? Pa’ que te enteres: yo era monaguillo. Sí, señor, como lo
oyes. – Evocó con cierto tono de tristeza en la voz:
Yo no he visto una loca de carroza más desordenada que el
cura de esa parroquia. Él fue el que me metió en esto cuando yo
tenía tu edad. Trece años, ¿no? ¡El muy … hijo de mala madre! En
la misa que si los diez mandamientos, y sé bueno, y ama a tu
prójimo y, después, en la sacristía el despelote. Por eso, lo que me
hicieron a mí, se lo hago a otros. ¡Qué c…
Sin transición pasó a otro tema:
- Me prestaron una cámara fotográfica. Vamos a retratarnos.
Le puso el brazo por los hombros al Muchacho y le ordenó:
- ¡Sonríe!
CAPÍTULO 3

3.- Donde se definen algunos conceptos

– ¡Qué estafadores! ¡Yo te digo a ti, eh!


El Muchacho levantó la vista del plato de harina de maíz
seco que estaba comiendo y miró distraídamente a la madre
– ¿Quiénes? – preguntó.
– Los vendedores que despachan en el agro estatal, quiénes si
no. Son unos ladrones, mira esto – sacó de la bolsa de nylon
un mango de mediano tamaño, muy maduro -. Me costó
cinco pesos, ¡cinco pesos!, y tú lo ves así pero no está maduro.
¡No, mi’jito, ni lo pienses! Está madurado con el líquido ese
que le echan para que uno se crea que ya está bueno para
comer, y lo compre. ¡Yo te digo a ti, eh! Ese país está perdido,
lleno de estafadores y gente deshonesta, y los precios por los
cielos, como si una estuviera hecha de dinero y loca por ir a
tirárselo en las manos.
La madre terminó de pelar la cáscara de la fruta y se la
comió sin compartir un trozo con el Muchacho.
– ¿Te enteraste de lo de la hija de Francis?
– No, ¿qué le pasó? – el Muchacho comenzó a prestar atención a
la conversación. Conocía a la chica en cuestión. Muy bonita,
36 La desgarradora vida de un Muchacho gay

verdaderamente bella. A él le parecía casi perfecta: largo y sedoso


cabello de color miel de caña, los ojos un poco más claros pero de
igual tonalidad; el cuerpo grácil y esbelto, como el de una modelo
de pasarela; y la piel dorada por el sol caribeño. Siempre callada,
con la mirada pegada al suelo, las manos llenas de libros
escolares y el mismo aire de la gatita de Mari Ramos, la que tira
la piedra y rápidamente esconde la mano.
Ese tipo de mujer al Muchacho le provocaba pánico, porque
cuando parecían listas para un espectáculo selecto, de pronto
sonaban un escándalo que lo dejaba a uno con la boca abierta de
par en par.
- Se va para Chile con un médico que conoció acá – soltó la madre
regocijada.
- ¡No juegues!
- Oye la historia, que es muy divertida. ¡Yo te digo a ti, eh! Resulta
que ella era novia de un muchacho chileno,compañero de la
universidad. Creo que se graduó este año – la madre se quedó
pensativa unos segundos -, no recuerdo bien. Bueno, el caso es
que el novio regresa a su país y con este médico, que venía a pasar
sus vacaciones aquí, aprovechó para mandarle los papeles e
iniciar los trámites de casamiento. El médico viene a la casa de
Francis, a traer el encargo, y cuando vio a la hija se volvió
turulato por ella. ¡Iba todos los días a visitarla! Y na’, se
empataron y ahora el que se la lleva es él. Ese hombre ya se ha
gastado un dineral con tal de agilizar el papeleo en su embajada.
¡Yo te digo a ti, eh!
- ¿Y el otro? – preguntó el Muchacho.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 37

- Se quedó bota’o. Ese es un muerto de hambre, que tuvo la buena


suerte de ganarse una beca para estudiar gratis en este país. El
padre es jardinero y la madre, cocinera, en casa de este médico. –
la madre no hizo un esfuerzo por disimular su desprecio.
- Tú hablas de la pobreza como si fuera un delito.
- Un delito, no; una enfermedad maligna, sí.
- ¿Ya se casaron, digo, la hija de Francis y el médico ese?- el
Muchacho desvió la conversación por otro rumbo; no valía la
pena enfrascarse con su madre en una discusión que nunca iba a
ganar.
- ¡Casarse! No, todavía. Lo que pasa es que el hombre es casado.
Primero tiene que llevársela, instalarla allá y después se divorcia.
Ella no va a tener problemas, Muchacho - le aseguró -. El tipo es
rico, tiene una clínica privada en la capital. Ya le compró a la
hija de Francis una casa en Valparaíso, con piscina y todo…
La madre detuvo su hablar atropellado y miró al techo de la
cocina en busca del dato que le faltaba:
- No, espera, no se la compró, esa es la casa que él tiene para
descansar, porque Valparaíso en Chile es como nuestra mejor
playa; sin el sol sabroso, por supuesto. En esa casa va a vivir ella.
El tipo está forrado de billetes. ¿Qué te parece?
- Así que el tipo es casado –comentó con ironía el Muchacho. La
madre no se dio por enterada.
- Casado, con hijos y nietos
- Entonces, ¿qué edad tiene ese hombre?
- Cincuenta y cuatro.
38 La desgarradora vida de un Muchacho gay

- ¡Cincuenta y cuatro! ¡No chives! Esa muchacha no puede tener


más de veintiuno o veintidós años. El tipo le lleva de diferencia
como treinta años o más. ¡Qué horror! – la sorpresa se le salió en
un grito.
- ¿Y qué? A ver, dime, ¿y qué?
- Que es imposible que esté enamorada de un viejo que puede ser su
padre y, ¡cuidado!, hasta su abuelo.
La madre lo miró como si frente a ella no estuviera sentado
su hijo, sino un bicho raro:
- Tu padrastro tiene razón cuando dice que a ti te faltó el oxígeno
al nacer. ¿Tú eres retrasado mental, o qué? Eso no importa, lo del
amor no importa. A lo mejor se enamora de él con el tiempo,
¿quién sabe? Lo que sí importa, y métete bien esto en tu cabeza, es
que este país se ha vuelto una selva. Hay millones de leones y muy
pocas cebras. Esto es supervivencia, ¿oíste? Aquí se salvan los que
piensan bien las cosas. La hija de Francis se salvó: literalmente
pasó a mejor vida. Ahora podrá tener ropa de marca, buenos
zapatos, perfumes caros. Será bien recibida en cualquier lugar,
¡no digo yo! Y, además, podrá ayudar a la familia mandándoles
dinero, que buena falta les hace – y agregó – La hija de Francis lo
supo hacer muy bien, ya lo creo que sí
El Muchacho clavó su mirada fijamente en la madre y
saboreando cada palabra le soltó con rencor:
- Y eso, dejar plantado al novio y casarse con un viejo sin amarlo,
solo por el dinero y el confort, ¿no es estafa y deshonestidad?
CAPÍTULO 4

4.- Donde las pesadillas de sus noches se agolpan


unas tras otras, y por eso no lo matan

El Muchacho despertó empapado en sudor, al borde de la


cama. En el brevísimo instante de pasar de la inconsciencia del
sueño a la realidad del despertar, se oyó a sí mismo gritando de
terror por las tres pesadillas de tormento, así en fila india, que
había tenido esa noche.
Dormir, el estadío existencial humano que más se parece
a la muerte por el mismo olvido de la memoria, y similar
reposo del cuerpo, a él se le convertía en el momento más
sobrecogedor del día. Sabía, ¡oh, sabía muy bien!, que aunque
el cansancio de toda la jornada estuviera pronto a derrotarle
los malos sueños; que por más que se tragara una carga de
barbitúricos capaz de tumbar a un elefante y dejarlo roncando
patas arriba; que no obstante echarse al coleto una pipa de
cerveza que ni el alcohólico más bragado soportaría, los
monstruos de sus pesadillas saldrían siempre triunfadores.
La mala existencia, el desamor en su vida, las compañías
erradas, los propósitos de circo con que armaba la carpa de su
andar por el mundo, las mentiras ruidosas, todo, despertaba en
el abandono del sueño a su Pepe Grillo particular. Como no
40 La desgarradora vida de un Muchacho gay

tenía otra vía de escape para tantas emociones pérfidas, la


frustración de su juventud se le desbordaba en los rematados
sueños de cada noche.
La primera congoja nocturna lo situó en una pequeña y
oscura habitación con paredes de cal y canto, como una celda de
monasterio, y con el techo tan alto que no alcanzaba a
vislumbrarlo por la lobreguez del recinto. Varias figuras
encapuchadas, tocadas con sayones de grueso paño carmelita y
con las manos ocultas dentro de las amplias mangas del hábito, se
movían lentamente en círculos, por todo el lugar. Una de ellas
levantó la cabeza y por un instante pudo atisbar su rostro de
calavera carcomido por los gusanos. En ese instante, fue arrojada
abruptamente desde muy arriba una paloma negra, que cayó
muerta a sus pies. El Muchacho dio un salto atrás y el sueño se
desvaneció.
De pronto, se encontró hundido en el mar, con el agua hasta
el pecho. Era un mar inmenso e insondable, con el agua de un
oscuro color, casi negro, que se confundía, allá, en el horizonte,
con el cielo encapotado de nubes grises. A su alrededor flotaban
miles de cadáveres en descomposición. Los cuerpos de hombres,
mujeres y niños, con la piel violáceo-verdosa, los ojos casi salidos
de las órbitas y un rictus de pesar en sus bocas semiabiertas, le
cerraban el paso hacia la orilla. Sentía que sus pies pisaban sobre
los huesos ya limpios y hundidos de muchos muertos. Esa
sensación de caminar por encima de las osamentas de quienes
quizás, ¡ay, Papá Montero!, hubieran sido unos canallas rumberos
como el propio Muchacho, le revolvió las entrañas. Pero ese
sueño también se le cortó a pico como el anterior.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 41

El último, el tercer sueño, tenía como decoración de fondo, el


brillante y espléndido vestíbulo del hotel de sus andanzas. El
Muchacho estaba parado a diez metros de la puerta de salida.
Frente a él, avanzando lentamente a su encuentro sobre el espejo
pulido que era el piso, cortándole el paso a su retirada, venía la
encarnación viva del retrato de Dorian Gray. Las putrefacciones
de sus vicios, la viscosidad de sus maldades, la purulencia de sus
bajas pasiones, las excrecencias de sus defectos, le colgaban por
doquier. El rostro le era desconocido, pero mientras se iba
acercando más y más al Muchacho, éste veía, como en un
calidoscopio borroso y deformado, las caras de su madre, de
Lorenzo, la odiada de su padrastro, la del Zurdo y las de muchos
más …! la suya también!
De un salto se tiró de la cama y corrió al baño a vomitar la
mala bilis del alcohol revuelta con sus desventurados sueños. Y
ahí se quedó jadeando, doblado sobre el retrete, poniéndole una
mordaza al corazón desbocado y diciendo en voz baja: déjenme en
paz, déjenme en paz, por favor, déjenme en paz.
CAPÍTULO 5

5.- Donde se le empieza a notar al Zurdo el oficio


de mediador

¡Qué clase de tonto eres! ¡Qué verraco me has salido! ¿Tú


piensas que puedes zafarte de esto, así, tan fácilmente? Por
todas partes te van a señalar con el dedo: ¡mira, por ahí va el
mariposito de playa!, y tú sabes lo que eso significa en este
país. Si yo hablo, Muchacho, te tienes que esconder debajo de
una piedra, irte en una balsa pa’l c ..., ¡qué sé yo! Déjate de
boberías y ponte pa’ las cosas que hay un montón de tipos,
nacionales y extranjeros, con billetes en la mano y dispuestos a
darte todos los gustos, si tú les das lo que ellos quieren, claro.
- Pero… yo pensé… tú me dijiste…
- A ver, ¿qué pensaste? Si es que esa cabeza tuya piensa, tal vez
sólo sirve para llevar el pelo. ¿Y qué te dije yo?
Yo pensé que esto … era contigo y con nadie más; que tú
me quieres como a un hijo o, al menos, como a un hermano.
Yo creía que se quedaría para siempre en secreto, un secreto
que solo conoceríamos tú y yo. Eso de estar con otros… no
sé… si mi familia se entera, mi mamá …
44 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Te digo algo, tú mamá lo va a saber si no haces lo que te digo,


porque te lo juro por la mía que le mando un anónimo, o lo que
sea… Claro que te he tomado un poco de afecto, por eso mismo
quiero que salgas adelante en la vida… El amor es muy bonito,
pero no da para comer. Y esto, como tú lo llamas, puede
continuar oculto, siempre que tú seas agradecido conmigo y me
ayudes a vivir también. Mientras estés tranquilito y te dejes guiar
por mí, nadie lo va a saber. ¿Entendiste?
– Sí
Chico, mírate en un espejo. Estás flaco como un espagueti.
Pareces un indigente, sin una muda de ropa decente que ponerte,
porque lo que usas para cubrirte el cuerpo son trapos. Nunca
tienes un centavo arriba. Vives de la caridad ajena, de lo que uno
te regala y todo pa’ comprarte esa comida chatarra que sólo tú, un
hambriento, puedes comerte. ¿Alguna vez, en tu puñetera vida, te
has tomado una Coca-Cola?
- Nunca.
- ¿Has probado el jamón de pierna?
A veces lo he comido en casa de un vecinito que el padre es
gerente …
¿Y tú piensas seguir así toda la vida, de pobretón? Este es el
momento, que eres un niño y eso se paga bien. Cuando pasen
unos años, vas a tener que pagar tú. Míralo como un trabajo, una
labor ocupacional como otra cualquiera, para comprar lo que
necesites, ahorrar dinero, darte la gran vida… En definitiva, ¿no
es esa la aspiración básica de todo hombre?
- Es verdad.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 45

Mira, hay un tipo, un español que se llama Lorenzo, podrido


en dólares, porque es dueño de un restaurante, allá, en Ibiza, una
isla que le pertenece a España. Ese tipo viene acá a gastarse el
dinero y a disfrutar la vida. Yo lo traigo a la cancha de tennis y él
escoge ente todos ustedes al que más le guste. ¡Ese se gana a la
gallina de los huevos de oro! Lorenzo lo viste de los pies a la
cabeza, le da dinero, lo lleva a pasear a un montón de lugares que
tú ni siquiera te imaginas que existen, además, no te dejarían
entrar sin buena ropa ni dinero; y a cada rato les manda regalos
desde España. ¿Tú tienes reproductora?
Lo que se dice reproductora, no. Mi padrastro construyó un
aparato parecido en el talle donde él trabaja, y así oímos los
casetes…
Yo te estoy hablando, estúpido, de un equipo de verdad.
Quiero que tú sepas que Lorenzo siempre les regala walkman a los
chicos que lo complacen. ¿Te imaginas con una walkman de tu
propiedad?
- Tengo hambre…
- ¡Bah!, arréglatelas como puedas, porque me cansé de pagarte los
almuerzos y meriendas. Yo creo que ya es hora de que me
devuelvas todo lo que me he gastado en ti. Lorenzo…
- ¿Tú crees que se fije en mí?
Es muy probable que sí. Tú tienes el tipo y la edad que a él le
fascinan. Yo voy a hacer todo lo posible para que te tome en
cuenta, pero pon de tu parte, que no tienes ya nada que perder y sí
mucho que ganar. Si eres inteligente y discreto, y callado, que es lo
más importante, a lo mejor te saca del país y te acomoda en su
isla. Oye mi consejo, que yo tengo más experiencia que tú en
46 La desgarradora vida de un Muchacho gay

hacer del mundo real un sitio placentero para vivir, lo único que
te toca a ti es cerrar los ojos, pensar en otra cosa, y después pedirle
que te compre lo que te haga falta. Eso sí, tienes que ser
cuidadoso, que no se dé cuenta de que lo haces sólo por interés, si
no se te pone mala la cosa. ¿Está claro?
- Sí
CAPÍTULO 6

6.- Donde el Muchacho vende el cobre como si


fuera oro

- Muchacho – le preguntó su madre inquisitivamente -, ¿dónde


tú conociste al viejo extranjero ese? A Lorenzo, ¿se llama así,
eh?
El Muchacho achicó los ojos como un cerdo que mientras
hoza las cáscaras del sancocho, no cesa de mirar a quien se las
sirvió.
- Realmente conocerlo, lo que se dice conocerlo, yo no creo que
sea el término que mejor se ajuste para explicar mi relación
con él. A la que sí conozco bien, ya lo creo que sí, muy bien, es
a la hija, Sandra.
- ¿La hija? ¿Sandra? – volvió a investigar la madre.
- Sí, Sandra se llama la segunda hija de Lorenzo. ¡Ni te
imaginas la triste historia de ese pobre hombre! – y adoptó el
aire de un conmovido por la pena ajena, mientras
desmenuzaba un trozo de pan de canela sobre el viejo mantel
a cuadros que cubría la mesa Era una postura estudiada, pero
logró captar la atención de la madre.
- ¿Qué historia es esa?
48 La desgarradora vida de un Muchacho gay

- Él nació el mismo año en que España se vio envuelta en una


guerra civil – se acordó de Miguel Hernández, poeta, apresado en
una canción de Serrat, y le espetó sin compasión alguna -, lo
alimentaron de cebollas desde su nacimiento hasta los dos años
de edad.
- ¡Qué barbaridad! ¡Yo te digo a ti, eh!
- Primero se le murió la madre – el Muchacho fue descubriéndose,
a medida que avanzaba en el relato, unas dotes insospechadas de
juglar -; después, el padre. Y, ¡pum!, de cabeza para un orfanato.
- ¡Qué horror!
- No te creas, que ahí no le fue tan mal. Le enseñaron un oficio: el
de cocinero. Cuando salió de allí se puso de suerte y consiguió
plaza de ayudante de cocina, en un restaurante de moda. Se
perfeccionó en el oficio, se graduó como chef de alta cocina y, en
cuanto se le presentó la oportunidad, se compró su propio
establecimiento.
Una sensación de frío le bajó por la espina dorsal,
estremeciéndolo. Guardó silencio por unos segundos, los
suficientes como para recordar la noche que, pasado de tragos,
Lorenzo se desató en un reguero de confesiones y se enteraron de
cómo vino el español a convertirse a su vez en sodomita. Buena
parte de la historia de la guerra civil, la perdida de los padres y la
reclusión en el orfanato, era verdad; lo que no le había ido nada
bien en ese lugar. Noche tras noche, dos niños mayores y un
celador, lo desnudaban y se burlaban de su cosita de bebé, y
después lo violaban por turno hasta que amanecía. Todas las
noches mientras vivió en el orfanato.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 49

- ¿Y qué pintas tú en todo ese drama? – la voz chillona de la madre


lo sacó de la meditación, como si le hubieran sonado un gong
descomunal cerca del oído.
¡Contra!, ¿me habrá leído el pensamiento? – se preguntó en
su interior.
- Espera un poco, ya verás – en su voz había urgencia porque se
armara de paciencia -. Se casa Lorenzo y pasan unos años antes
de que la esposa quedara preñada. ¡Qué alegría la del
matrimonio! Pues, la alegría les duró muy poco. La mujer traía
jimaguas y el parto se le complicó…
El Muchacho aguantó el clímax del relato para que su madre
lo apremiara.
- ¿Qué pasó? No te detengas.
- Nada, que se le murió la mujer y el varoncito. Porque eran, los
jimaguas quiero decir, una niña y un varón. Lorenzo tuvo que
hacer de padre y madre de la niña, Sandra. ¡Calcula cuánto la
querrá! Fíjate que ni se volvió a casar, por no ponerle madrastra
a la hija – no pudo aguantarse las ganas de clavarle un dardo de
ironía a su madre, que no tenía muchas entendederas para
percatarse de su intención.
- ¡Vaya, c …! , ni una novelita de Corín Tellado le gana en tragedia
a ese cuento …
- Sin embargo, es la pura verdad. A veces las personas triunfan por
un lado de la vida, en este caso por el lado de la fortuna, y por el
otro, no hacen más que sufrir. Ahora puedes tener una idea de lo
que su hija significa para él. ¡Ah!, y el recuerdo del niño
malogrado. Ahí entro yo en esta historia. Conocí a Sandra hace
50 La desgarradora vida de un Muchacho gay

unos meses, en la playa. Salimos un par de veces, intercambiamos


teléfonos y direcciones y chao, chao, si te he visto ni me acuerdo.
Por lo menos eso fue lo que yo pensé. No creí nunca que ella lo
tomara en serio…
- ¿Y por qué no la trajiste para que tu padrastro y yo la
conociéramos?
- Si vinimos una vez, pero ustedes no se encontraban en la casa.
- ¡Yo te digo a ti, eh!
- El padre, Lorenzo, vino a establecer una firma en nuestro país, o
a hacer negocios para su cadena de restaurantes, ¡qué sé yo! Tú
no puedes calcular el billete verde que tiene ese viejo extranjero,
como tú dices. Me localiza para entregarme una carta de Sandra
y unas boberías que ella me mandaba de regalo, y ahí se forma,
porque Lorenzo dice que yo me parezco a su finada esposa, y que
su hijo, si viviera, tendría ahora mi edad. Y que le parece verlo a
él cuando me mira a mí. Y que su mayor deseo es que mi relación
con su hija madure lo suficiente como para casarnos. Y que
espera que yo me mude para Ibiza y sea su socio en el negocio. Y
un sinfín de proyectos por ese rumbo. ¿Qué te parece?
La madre no le contestó en el acto porque no pudo cerrar la
boca, abierta por el asombro, y el Muchacho continuó:
- Por cierto, él te manda estos regalos como, déjame ver si recuerdo
bien sus palabras, “testimonio de su más alta consideración y de
parte de su seguro servidor que besa su mano …”
- ¡Qué hombre más fino! ¡Qué perfume más caro! ¡Givenchy, yo te
digo a ti, eh! Se ve que es un hombre rico y culto – el Muchacho
aguantó la risa todo lo que pudo. Entre él y Lorenzo habían
La desgarradora vida de un Muchacho gay 51

fraguado esta farsa. Tenía sus dudas de que pudieran tragársela


fácilmente pero Lorenzo, que le sabía a la vida más que él, lo
tranquilizó con la seguridad de que el perfume carísimo haría la
obra de convencimiento en una persona que, como su madre, no
tenía amor más que para las cosas materiales
- ¿De qué te ríes?
- Me gusta verte contenta – le mintió -. Ves que yo no soy tan
tonto. Me aprendí bien la lección que me diste con lo de la hija de
Francis. Estoy pensando mejor las cosas…
- Pues sigue pensando bien y no metas la pata, que la amistad de
un hombre maduro te conviene. A ver si a él le oyes los consejos.
Lorenzo puede ser como un padre para ti, y te puede dar lecciones
valiosas y sabias acerca de los negocios y de la propia vida, ya que
el tuyo es un borracho inútil que no se acuerda de que existes…
– Si tú supieras que eso mismo creo yo…
CAPÍTULO 7

7.- Donde al Muchacho le tuercen la vida, ¡y de


qué manera!

No sabía, ni siquiera se imaginaba a lo que iba, cuando el


Zurdo lo llevó cayendo la noche a las duchas solitarias del club
náutico y comenzó a besarlo y acariciarlo con los mismos
recursos que la mujer mejor plantada del mundo le ofrecería al
hombre de su vida. Es verdad que no le alcanzó el mal presagio
para reconocer que el menor motivo que el Zurdo tenía para
hacer aquello era la ternura, por eso no le quedó siquiera la
incierta disculpa del amor para tanta desgracia. Pero sí
aprendió, y de un solo golpe, la cruda lección de la
manipulación de algunos seres humanos por sus propios
semejantes, lo que le endureció su corazón de niño como
cualquier piedra de la orilla maltratada por las olas de un mar
de perturbación.
Un par de meses atrás, había barrido con emociones
fuertes y renovadas, el desconsuelo de permanecer a solas en el
vacío de su apartamento casi todo el día, el aburrimiento de
ver las mismas caras del barrio; de jugar los mismos juegos, de
los mismos recorridos en bicicleta por calles que le eran harto
conocidas. Entonces, se le escapó a la madre y le escamoteó su
paradero, para que no pudiera seguirle las huellas cuando a
54 La desgarradora vida de un Muchacho gay

ratos, impulsada por las reconvenciones de los vecinos, se dignaba


a reconocer que él existía. El Muchacho estaba allí sin pedirlo,
para bien o para mal, clamando a gritos su atención, haciéndose
notar con sus torpezas y sus locuras sorprendentes ¡para que
sepan que vivo, para que me tomen en cuenta, no un segundo, no
una hora, sino todo el tiempo!, y ella no lo quería ver la mayor
parte de las veces.
El de sus padres había sido un matrimonio de fracaso. No
supo nunca ni quiso averiguar cuáles fueron las razones, lo único
que recordaba eran las peleas de rebumbio, los gritos de insulto de
su madre, ¡bastardo, eres un cobarde, y un alcohólico!, las malas
palabras de borracho de su padre, ¡p…, para qué me habré casado
contigo!, y sus deseos de huir. Nada deseaba más en esos
momentos que esconderse en un rincón del patio y tapar sus
oídos con sus manitas, bien fuerte, para olvidar el doloroso
zumbido en la cabeza que amenazaba con hacérsela pedazos, tal
como había sucedido con su corazón la primera vez que los había
visto pelear. Después no, después se acostumbró.
Tampoco olvidaba las veces que su madre los sacó de la casa,
a él y a su hermana, demasiado tarde en la noche, sin comer, para
refugiarse en la de una vecina o arrastrarlos de la mano hasta
donde su tía vivía, temerosa de la violencia descontrolada y en
progresivo aumento del padre, que ya había adoptado el modo de
las golpizas. En dos o tres ocasiones, con sus pocos años, el
Muchacho lo había atacado con el palo de hacer la limpieza para
impedirle que estrangulara a la madre, pegada contra la pared y
casi asfixiada. Y también a todo eso se habituó con el tiempo.
Ese mal éxito de su casamiento fue el mejor pretexto que
tuvo su madre para desorganizarle la vida. Se demoraba en el
La desgarradora vida de un Muchacho gay 55

trabajo más allá de su horario y lo recogía tarde en la escuela,


cuando todos los niños se habían marchado y quedaba él solito
con una asistente tan enojada por la desconsideración, que se
vengaba diciéndole: ¡mira la hora que es y yo aún aquí con el niño
más insoportable de la escuela! Para seguir retrasando el regreso al
hogar, pasaba antes por casa de una vecina, su confidente, y se
entretenía en largas conversaciones sobre la desgracia de su vida,
su pobreza extrema, un nuevo amor y la demora de una permuta
de viviendas que sería una buena solución para tantos problemas.
Hasta que se daba cuenta del retraso ¡y yo sin bañar a los niños y
sin hacer la comida, yo te digo a ti, eh! Entonces se apuraba en
preparar cualquier cosa para cenar, mientras el Muchacho
esperaba cayéndose de sueño, o se dormía del todo, para
finalmente comer desganado y acostarse a deshora.
Lo peor era que dormía tan poco que al día siguiente se
mostraba irritado y agresivo con sus condiscípulos, y en
capacidad disminuida para comprender y realizar con rapidez las
tareas que los demás niños sí cumplían al punto. Como le
pusieron lastre en exceso al normal desarrollo de su inteligencia
natural, se convirtió en el centro de las burlas de todos, maestros y
alumnos, por sus respuestas erradas, por su despiste en el aula y
por la cantidad de asignaturas reprobadas. Se sintió rechazado y
respondió también con su rechazo; ya que no podía ser el mejor
en rendimiento académico, sería el mejor en indisciplina, y perfiló
ese estilo a medida que fue creciendo.
Con todo, fue su mejor época. Aprendió a manejar su tiempo
con absoluta independencia y a regirse por reglas que él mismo se
inventó para hacer siempre lo que le viniera en ganas. A su madre
le bastaba con que se mantuviera en las cercanías y se reportara
56 La desgarradora vida de un Muchacho gay

puntual a la hora de cenar, aunque esta fuera una exigencia


bastante difícil de cumplir, aun con la mejor voluntad del
Muchacho. ¡Esa hora en su hogar era impredecible!
¿Feliz? Sí, a su juicio lo era. Vivía en una casa espaciosa con
amplio jardín delantero y un patio grande para planearse los
juegos más peligrosos; y con una habitación para él solo, donde
dormía a pierna suelta el cansancio de todo un día de mataperreo.
Mantenía la inocencia intacta. Tenía una familia. Es verdad que
sus padres se odiaban, pero aún vivían junto a él y lo tomaban en
cuenta, al menos, para hacerlo partícipe de su discordia, tratando
de sumarlo a sus respectivas causas y ordenándole que se pusiera
de una parte o de otra. No le exigían más. El sueño dorado para
un niño simple: ¡vivir en libertad como un perro jíbaro en el
monte!
¡Qué mala suerte para él! Toda esa vida fácil, despreocupada
y sin orden se le vino abajo como una caña brava azotada por un
viento de pérfidas rachas cuando sus padres, al fin, se separaron y
cada cual cogió su camino. Su madre, su hermana y él, vinieron a
parar a un pequeño apartamento de dos dormitorios en el tercer
piso de un edificio prefabricado, construido por una microbrigada
en apenas nueve meses. Una habitación compartida con la
hermana; la otra, para asentar el amor gitano de su madre con un
nuevo compañero.
Ahora se le redujo el espacio de sus correrías en una casa más
pobre y más pequeña que le pareció una jaula, un barrio
desconocido y unos vecinos que no le aceptaron las malacrianzas
con la misma compasión que aquellos que lo vieron nacer y crecer
en medio de tanto disturbio, y un padrastro que llegó a su destino
La desgarradora vida de un Muchacho gay 57

a imponerle un rumbo de concierto cuando ya andaba desbocado


y sin remedio por este loco mundo.
Las cosas empeoraron porque las discusiones y peleas
continuaron, pero ahora junto a un hombre que no tenía ningún
derecho a reprocharle, si no era su padre. A su padrastro le
molestaba todo lo del Muchacho y le sobraba razón: su forma de
hablar a gritos, sus groserías, sus hábitos desaseados, la ausencia
total de horario. Y su madre, negándose a perder el amor de su
vida por culpa de unos hijos insufribles, ¡igualitos a su padre!, se
puso de su parte. Dejó de interesarse totalmente por ellos, los
apartó de sus pocas prioridades y los abandonó a merced de su
ligereza de adolescentes. A la hermana la becó, al Muchacho lo
borró de su tiempo, y se lavó la escasa conciencia con la frase: ¡ya
están grandecitos, que aprendan a luchar en la vida, que yo no soy
eterna!
El le daba tirones al borde de la saya de su corazón para que
lo atendiera, para que lo viera parado ahí cerca, pequeñito y
desamparado, no con la mirada lejana que había adoptado para
echarle en cara que fuera el motivo de sus desavenencias
conyugales, no, sino como a un niño perdido en el páramo de su
soledad que la necesitaba tanto para encontrar el camino de
regreso.
Sus esfuerzos fueron vanos; lo más que logró fue asombrarla
con sus malas obras. Y, ¡bueno!, extremó la perfidia contra su
padrastro, arruinándole la calma con sus extravagancias, mientras
a la madre le saturaba la paciencia con las quejas de los maestros y
de los vecinos que le llovían pertinaces desde todas las
direcciones.
58 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Por eso se les fue, en venganza, a abrirse él solito y de par en


par las puertas de la cancha de tennis del Club Náutico, a cielo
descubierto y cercana al mar, con el empujón triunfal de su estilo
diestro e ingenioso en el juego. Era un deportista intuitivo y
casual, pero excepcional, porque el juego fue el mejor recurso que
se buscó para sudar el miedo de su soledad. Con él se permitía
agotarse físicamente para no pensar en nada más, y eso le guió la
sensibilidad en su propio entrenamiento. Cuando no andaba
extenuándose en el pedaleo de su vieja bicicleta para fortalecer las
piernas, se dedicaba a perfeccionarse a sí mismo durante las horas
interminables de su tedio, contra la pared de fondo de su edificio,
exasperándoles los nervios a los vecinos con el rebote insistente de
la pelota.
Tenía un cuerpo delgado y flexible, hecho a propósito para el
ejercicio, de huesos largos y músculos tensos, y poseía una
singular capacidad para coordinar rápidamente lo que su mente
decidía con lo que su cuerpo debía ejecutar. Así les fascinó el
ánimo, él, con sus pocos trece años, a muchachos de veinte, a
jóvenes de veinticinco, a hombres de treinta. ¡Ah, qué
trascendente se sintió cuando todos le rogaron, todos le pidieron
que, ¡por favor!, les compartiera un torneo! Todos, menos el
Zurdo.
El Muchacho lo había visto con frecuencia cada tarde en la
cancha, siempre rodeado de niños; pero no fue a esa original
sociedad a la que dio excesiva importancia. Sin dudas, el Zurdo
era un extraordinario jugador, casi tan bueno o más que el propio
Muchacho y esa podría ser la simple razón, si es que alguna buscó,
de la admiración que sentían por él todos esos niños. Más
cautivado estaba con seguirle el juego de cada día, verlo recibir y
La desgarradora vida de un Muchacho gay 59

devolver las pelotas con el dominio del que bien sabe lo que está
haciendo; la hábil colocación de la mano y la raqueta en la
posición correcta para un saque afortunado; y estaba seguro de
que el Zurdo también le había reconocido la buena disposición de
rival. No acertaba, pues, a comprender porqué aún no le había
pedido medir sus fuerzas en un partido que se prometía, antes de
empezar siquiera, que sería el de dos formidables jugadores, los
mejores.
Cuando ya estaba bien sazonado de impaciencia, asado en el
fuego lento del martirio de su espera, un mediodía caluroso el
Zurdo se apeó de su displicencia, se le acercó condescendiente y le
disparó sin preámbulos, ¿te gustaría jugar conmigo? Asintió con la
cabeza porque apenas tenía aliento para responder a la pregunta
que había deseado ansioso que le formularan desde hacía un mes.
Se levantó presuroso del banco de los espectadores, se
amarró una cinta en los cabellos para evitar que el flequillo,
cayéndole sobre los ojos, le molestara la visión, empuñó la raqueta
firme entre sus manos y se dispuso a pelear no un match
cualquiera, sino el que estaban esperando todos: el partido de la
fama. Y fue tanto el alivio que sintió porque le descargaran de
encima el peso de sus esperanzas, que no alcanzó a descubrir el
propósito torcido de la frase con la que el Zurdo se le coló en la
vida y mucho menos anticipar en ese momento, que lo que se iba
a decidir en esa competencia aparentemente deportiva no era sólo
el veredicto de una supremacía, sino la meta para siempre de su
existir.
El Zurdo lo derrotó y el Muchacho le agradeció callado la
gentileza de no restregarle por la cara su victoria. Sobre todo, que
le tendiera la mano como si no hubiera ocurrido algo relevante y
60 La desgarradora vida de un Muchacho gay

que le hiciera el ofrecimiento del desquite para el otro día, y los


siguientes también, si él quería.
Jugaron durante dos semanas, en silencio, concentrados,
calculándose mutuamente las debilidades, hasta aquel día de la
buena suerte en que el Muchacho pudo derrotarlo. ¿O el Zurdo se
dejó vencer? Si su asombro fue grande por el triunfo, más sorpresa
se llevó cuando el Zurdo, para felicitarlo, le rodeó los hombros
con sus brazos y lo apretó contra sí con el mismo gesto orgulloso
de un hermano mayor, porque en esos quince días, ni antes de
entrar a la cancha ni al salir de ella empapados de sudor y
agotados de cansancio, se había permitido el menor acercamiento
amistoso.
A partir del abrazo, sin embargo, lo distinguió de inmediato
y le puso la trampa, imposible de eludir para quien vivía tan triste,
de su cálida compañía. Se le fue haciendo imprescindible con su
solicitud, ¿ya almorzaste?, ¿qué comiste? Se le hizo tan inevitable
con su preocupación, ¿cómo es tu mamá?, ¿tu padrastro te trata
bien? Se le colgó de la vida como una planta trepadora con su
complacencia de anda , chico, toma este dinero, no tengas pena y
cómprate algo de comer, que debes estar muerto de hambre con
tanto ejercicio, que el Muchacho llegó a quererlo como a nadie, ni
a los de su propia familia. Sus sentimientos, sus pensamientos con
respecto al Zurdo, se le resumieron en el solo deseo de que todos
los días fueran las dos de la tarde para estar a su lado allí, en el
club: y que todas las tardes fueran las de aquel día en que el Zurdo
le había dado el beso espontáneo en la mejilla que su padre
siempre le negó.
Fue al atardecer y al final del verano. Después de jugar un
partido, otro, y enseguida otro hasta cansarse, el Zurdo le propuso
La desgarradora vida de un Muchacho gay 61

aliviarse la fatiga con un chapuzón en el mar. Retozaron como


niños inocentes, empujándose, hundiendo sus cabezas bajo el
agua, subiéndose en los hombros del otro para lanzarse al mar
desde un trampolín natural, y se rieron como locos, felices de vivir
ese momento sencillo. Más tarde, tendidos en la arena, con los
ojos cerrados para evitar los rayos del sol que declinaba, relajados
por la calma y la soledad en aquel rincón de la playa alejado del
bullicio del público veraneante, el Zurdo lo desarmó de la
tranquilidad al incorporarse sobre un codo y quedarse mirándolo
fijamente, en silencio, durante un largo rato, hasta desconcertarlo
con un estremecimiento que no alcanzó nunca a explicarse. Le
apartó suavemente el cabello mojado de la frente con un dedo de
su mano vigorosa, se inclinó peligrosamente acercando su cara y
le dio un beso tan prolongado en la mejilla, que el Muchacho se
embriagó con el olor salobre de la piel del Zurdo, con el calor de
su cuerpo casi encima del suyo y con su respiración agitada,
desconocida, silbándole tan cerca del oído.
El Zurdo se recobró enseguida y volvió a su modo distante.
No repitió el gesto en los días siguientes, ni lo mencionó siquiera
y fue entonces que el Muchacho se le pegó a su tiempo como una
rémora desorientada que acabara de encontrar su asidero. No le
perdió pie ni pisada. Donde estaba el Zurdo allí estaba él,
escuchándolo deslumbrado contar sus hazañas, imitándole el
estilo de jugador, aprendiendo sus ademanes y su vocabulario de
jerga; orgulloso, en fin, de ser el amigo inseparable de alguien tan
superior.
¡Pobrecito!, no echó cuentas de las sombras que rodeaban al
Zurdo, un hombre cercano a los treinta años, alto, fornido, con un
cuerpo duro y bien proporcionado, lo que se dice atractivo. Un
62 La desgarradora vida de un Muchacho gay

tipazo de ejemplar de la especie masculina que jamás reparaba en


las mujeres delgadas o entraditas en carnes, rubias o trigueñas,
blancas o morenas, jovencitas o maduritas, que le pasaban por
delante semidesnudas en aquella playa tropical. Permanecía los
ratos de descanso solazándose con sus amiguitos… menores de
edad. Vivía sin trabajar, pero siempre tenía dinero en abundancia
para colmar sus gustos y el de los niños que lo acompañaban. No
buscaba la compañía de los otros jugadores, excepto el tiempo
necesario para jugar un torneo y los demás también lo esquivaban
fuera de la cancha. Y nada de eso alarmó al Muchacho, al
contrario.
De tal manera lo acorazaba el cariño que el día que escuchó
un comentario sarcástico no le quiso dar crédito. Alguien, no
recordaba quien, se le acercó y le dijo sin más aclaración, ¡ten
cuidado con el Zurdo!, y él se obstinó en conservar su amistad; y
cuando se enteró que el Zurdo, en parte, vivía de las apuestas en el
juego, no le dio importancia, como tampoco le dio muchas vueltas
a sus dudas. Las resolvió con un manotazo ligero de su
inconciencia adolescente, como lo resolvía casi todo. Para el
Muchacho no tenían relevancia las rarezas del Zurdo
escondiéndole algo a la vida; ni sus diálogos apartados y a media
voz, con los niños de su corte; ni su leyenda de corruptor sin
comprobar todavía, ¡nada! Lo único que le interesaba era que el
Zurdo lo quisiera más que a los demás, que lo besara en la cara,
que le pasara la mano por los cabellos, que lo abrazara contra su
cuerpo, que le diera todo el afecto del mundo que él andaba
necesitando desde que nació y, sobre todo, que lo siguiera
ayudando a vivir.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 63

Pero esa noche en las duchas no lo rechazó, no sólo por los


pretextos de cariño que se daba a sí mismo, sino porque se asustó
tanto que el miedo lo clavó en su sitio y no le dio una
oportunidad, ni una sola, para reaccionar. Una cosa eran los besos
¿inocentes?, que le gustaban, sí; y los abrazos del consuelo que
necesitaba, sí, y que él interpretó con el código emocionado de
quien recibe una herencia caída del cielo, bendiciéndole con el
padre o el hermano que nunca tuvo, y otra muy distinta cruzar esa
difusa línea divisoria entre el bien y el mal que siempre le había
sido perfectamente desconocida hasta ese instante, mas línea de
contención al fin y al cabo y, lo peor de todo, cruzarla por el lado
equivocado.
Lo espantaba el sitio de su primera revelación, maloliente y
sombrío. Le sobrecogía el ánimo que los sorprendieran en el
equívoco y al mismo tiempo, paradojas de su inconciencia, sentía
curiosidad por saber cómo ocurrían esas cosas con alguien que
parecía quererlo mucho, por descubrirle sus mañas al sexo, sin
adivinar que no sería cómo él se lo estaba imaginando: el deseo
del Zurdo de estar a solas con él sin la molesta presencia de los
demás niños, para besarlo y abrazarlo un poco más que otras
veces.
¡Qué va! Fue mucho peor que eso. Le partió para arriba sin
ningún disimulo, sin avisarle, besándolo con rabia hasta que le
produjo asco, no quiero, por favor, no quiero; te lo suplico, déjame
ir. El Zurdo se enfureció tanto, se volvió como loco, cállate y haz
lo que te digo; no te me vengas a hacer ahora el chivo con tontera,
si esto es lo que tú estabas pidiendo a gritos con la pegajosería
arriba de mí todo el día, que el Muchacho resolvió su temor y sus
erráticos escrúpulos con la determinación de que lo besara como
64 La desgarradora vida de un Muchacho gay

quisiera y que lo tocara a su antojo, con tal de no hacer la única


cosa que no deseaba en lo absoluto: enojar al Zurdo y espantar así
al mejor exorcista del demonio terrible de su soledad.
La decepción que sufrió fue tal que le dejó el alma en
escombros para todos los tiempos humanos y en posesión de un
cuerpo que le fue ajeno durante muchos años, porque el ídolo de
su afecto, el atleta formidable, fuerte y musculoso, se le desdobló
grotescamente como una prostituta de orilla, suplicándole al niño
de su noche.
Era su primera experiencia de sexo. Nunca había dado, ni
recibido tampoco, un beso en la boca ni siquiera a las niñas de su
infancia, y donde hubiera sido justo encontrar la dulzura de la
iniciación, tropezó con el zarpazo tosco de ser despojado de su
inocencia sin ninguna compasión, por un tipo que pareciendo
hombre en verdad era una mujer.
Al terminar aquello, ¡apúrate, c…, que nos pueden coger!, sin
haber sentido más que algunos aislados destellos de placer, el
Zurdo le leyó en el desaliento el doble desencanto y anticipándose
a un rechazo inminente le derrumbó la vida a los pies de un solo
trancazo preciso diciéndole: ya no puedes salir de este mundo, ni
te atrevas, porque le cuento a todos que tú eres un m …
El Muchacho decidió callarse porque se culpaba a sí mismo
por el bochornoso incidente. Los pocos a quienes podría acudir, si
la vergüenza le hubiera alcanzado para tanto, en vez de ayudarlo y
defenderlo lo apartarían para siempre con un gesto de desprecio.
Se reprochaba haber tentado al Zurdo con cierta inocente
permisividad, con algunas palabras mal entendidas, con la
urgencia del cariño. Por eso tomó la primera más importante
La desgarradora vida de un Muchacho gay 65

decisión de su vida, la que le marcaría un rumbo de desastre casi


diez años. A su juicio le quedaba el Zurdo, sólo él, para su solitaria
vida, así que lo que hizo la primera vez por ignorancia, lo siguió
haciendo por miedo, y después por costumbre, y finalmente por
indiferencia, pero con el Zurdo.
A partir de ahora, ese tipo sí se le presentó tal cual era en
realidad, enseñándole otra cara de la vida, más sórdida aún. Lo
adiestró en mentir de tal forma y él se aplicó al aprendizaje con tal
devoción por complacerlo, que la mentira se le convirtió en una
segunda piel. Comenzó a mirar el mundo con la visión
distorsionada que el Zurdo le exigía. Entre la indiferencia de su
familia y las insistentes lecciones del Zurdo; dividido entre el
secreto de su culpa y la arrogancia con que acostumbraba
disimular la tremenda inseguridad que le devoraba las entrañas, el
Muchacho se negó la promesa de su propio futuro, porque el
Zurdo le ordenó la tranquilidad, a su estilo; reorientó su hastío, a
su manera; le hizo fijarse en su estampa de mendigo, en su
hambre perpetua, en su escasez de dinero; y le encaminó la vida
de errabundo por derroteros tortuosos.
Con el paso de los días, el Zurdo también le descubrió que no
era escasamente un cazador solitario acechando a sus presas en un
claro del bosque para su propio deleite, sino un montero menor
que las conducía, como ovejas que se habían perdido retozando
con el lobo, al Muchacho entre ellas, hacia el cubil de una fiera
mayor, precavida y segura, que mantenía en su país de origen la
apariencia de un respetable comerciante, mientras aprovechaba
sus vacaciones en éste para ser lo que más le gustaba: un pederasta
empedernido que se moría de ¿amor?, chapoteando en el pantano
66 La desgarradora vida de un Muchacho gay

de su propia perdición, por cualquier niño que se le pusiera


delante.
Para el momento en que le conoció la pinta de intermediario
al Zurdo, ya estaba convencido de que no tenía escapatoria, que se
había condenado para la eternidad y que le daba lo mismo el
Zurdo que Juan o Pedro, siempre que le compartieran la carga de
su mal destino y lo ayudaran a vivir más cómodo. Estaba entonces
en buena disposición cuando el Zurdo se lo metió por los ojos, se
lo hizo tragar crudo y sin masticar, lo preparó para entrar sin
miedo a su guarida y lo convenció de cuánto material obtendría
de Lorenzo, el español, si este fijaba su atención en él. Lo que
mantuvo el Muchacho fueron las dudas de que su cuerpo de
lagarto asustado y su inocencia recién corrompida pudieran ser
artes suficientes para atraer a un pederasta tan codiciado, sin
saber que esas eran precisamente las mejores cartas de su triunfo.
CAPÍTULO 8

8.- Donde el príncipe de este mundo inscribe las


tablas de su Ley en el corazón del Muchacho

1.- Yo salí de mi casa en un éxodo voluntario que me


condujera a la tierra de promisión del triunfo y la fortuna.
Por eso, no tendré otro dios delante de mí, porque puedo
ser como Dios.
2.- No me haré imagen, ni ninguna semejanza de lo que está
arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, que no sea mi propia
imagen reflejada en el espejo. Me inclinaré ante ella y la
honraré, la contemplaré arrobado hasta alcanzar el éxtasis.
3.- Andaré por la vida a golpe de mentiras, venganzas y
maldad, porque eso es lo que he aprendido de los hombres.
A los que me aborrecen les pagaré con mi odio y a los que
me aman, si alguna vez me los tropiezo al doblar cualquier
recodo de mi destino, pues hasta ahora son ejemplares en
peligro de extinción, les cumpliré en tanto me convenga;
después, los engañaré. Les tomaré la delantera porque los
seres humanos son relativamente buenos cuando aman,
solo que el amor es engañoso y de corta duración, y acaban
siempre traicionándolo a uno.
68 La desgarradora vida de un Muchacho gay

4.- No tomaré mi nombre en vano. Lo usaré como un escudo


implacable para abrirme paso a sangre y fuego en el mundo.
Haré que todos me idolatren porque yo soy el Alfa y el Omega,
el principio y el fin, el centro del universo entero, y así tendrán
que reconocerlo.
5.- Me acordaré que todos los días son de reposo, los seis de la
semana y el domingo también, y los emplearé en divertirme y
gozar sin preocuparme por nada. No trabajaré en obra alguna
mientras pueda evitarlo.
6.- No mataré, a menos que sea absolutamente imprescindible
para mi sobrevivencia, pero haré algo casi tan infame como
matar: destruiré el alma y pisotearé a todo el que se me cruce
en el camino por el simple placer de procurarme ese goce. ¿Por
qué habría de ser benévolo con una raza tan despiadada como
la humana?
7.- No cometeré adulterio, no tendré porqué. Viviré en una
solazada promiscuidad que tendrán que aceptar,
obligadamente, los que quieran estar a mi lado.
8.- Estaré atento a todo lo que hablen y hagan mis semejantes para
usarlo en su contra, cuando se ajuste a mi comodidad y a mi
conveniencia.
9.- Envidiaré la casa de mi prójimo, su dinero, su ropa, todos sus
bienes materiales en tanto yo no los pueda tener también, y
mejores que los de ellos.
10.- Nunca sabrán por mi boca quién soy realmente. Yo soy mi
propio Dios.
CAPÍTULO 9

9.- Donde nos enteramos de cómo conseguía las


cosas.

– ¿Tú me quieres, aunque sea un poco?


– ¡Cómo no!
– ¿Y por qué cuando me ausento, tú me traicionas?
– ¿Sentimentalismo? ¿A tu edad? Lorenzo, ¿en verdad tú crees
que yo puedo vivir del aire durante seis meses hasta que estés
de vuelta? Además, salgo con esas muchachas para despistar a
mi familia…
– No me refiero sólo a las chicas, sino a los otros…
– ¡Ah!, ¡esos imbéciles! Si tú apenas me dejas dinero cuando te
vas. Y eso que me prometiste que contigo no me iba a faltar
nada. Entérate de una vez, ellos me pagan todos los gastos. Y,
bueno, también por no estar solo, por tener a alguien que
cuide de mí. La soledad de un amante abandonado es una
carga muy difícil de soportar sin compartirla con otros seres
humanos.
70 La desgarradora vida de un Muchacho gay

– Sólo estoy esperando que alcances la mayoría de edad para hacer


todas las gestiones legales y que te vayas a vivir conmigo a Ibiza.
– ¿Y en calidad de qué entraría en tu casa, y en tu vida, allá? Si en
Ibiza tú le ocultas a todos tu síndrome de Julio César y Alejandro
Magno -¿no son esos los personajes citados por ti en nuestro
primer encuentro?-, no entiendo cómo me vas a presentar a mí:
¿Cómo tu joven amante? No, no, no, que me da vergüenza –dijo
la cucarachita Martina. ¿Cómo un sobrino indiano que va a
residir contigo en tanto aprende lo secreto del negocio de
restaurantes? No, no, no, que no puedo arriesgarme a que en el
futuro me robe hasta la camisa. Ay, Lorenzo, tú le das vueltas a
un proyecto que yo estoy casi seguro que no te ha pasado nunca
por la cabeza. Lo tuyo, lo que sí has sabido hacer bien, es
romperme la vida al medio, mezclándome en tu depravación.
– Muchacho, Mefistófeles no puede entrar si no se le invita a pasar.
– ¿Mefistófeles?
– Sí, el diablo. Según leyendas europeas, el demonio sólo entra a
una habitación si se le invita a hacerlo. Yo no te forcé, no te puse
un puñal en el pecho, ¿no es cierto?
Yo era un niño … aún sigo siendo menor de edad y no me
permitieron siquiera decidir … Siento curiosidad por saber si en
España tú resultarías penalizado … Sabes, se me ha ocurrido una
idea, sólo para estar informado que, como decía un patriota del
patio, es el modo óptimo de ser libre. Un día de estos le voy a
preguntar a mi tía, la que es oficial de la policía, cuáles son las
leyes en este país con relación a la corrupción de menores y al
trasiego de drogas desde el extranjero …
La desgarradora vida de un Muchacho gay 71

- Pero … pero … tú no estás hablando en serio …


- ¡Qué nervioso te has puesto! Descuida, es sólo una inocente
indagación. Puedes estar tranquilo; mientras tú seas mi amigo,
un buen amigo, ¿qué digo?, el mejor amigo, yo te guardaré
lealtad. ¿Entiendes, Lorenzo?
- ¡Claro, Muchacho, claro! Tú bien sabes que eres especial para mi
y que te distingo de los demás… ¿Tienes hambre? ¿Quieres que te
prepare algo de comer?
- No, gracias. Estoy aburrido.
- ¿Vamos hasta el hotel a tomarnos unas cervezas?
- No.
- Dime lo que quieres, Muchacho, que yo te complazco cualquier
deseo.
- ¿Sí? Bien, creo que me aburriría menos si tuviera una bicicleta. Sí,
estoy seguro que una bicicleta ahuyentaría mi tedio. Tal vez ni
tenga que buscar compañía cuando tú no estés, si tengo una
bicicleta para ejercitarme en ella todo el día.
- Voy a telefonear para que envíen un taxi a recogernos. Vamos al
hotel a comprarla ya.
- Lorenzo, por favor, que sea la mejor bicicleta de la tienda. Estoy
harto de marcas mediocres.
- ¡Lo que tú digas!
CAPÍTULO 10

10.- Donde buscando otra bicicleta se encuentra


con una inesperada y certera sentencia

Estaba sentado frente al televisor, más aburrido que un


caballito de mar solitario en una gran pecera de exhibición,
cuando apareció en la pantalla la convocatoria, ¡Atención, a
todos los interesados en participar en un maratón deportivo!,
para el próximo domingo. El lugar, la fuente de la juventud,
cercana al hotel de sus correrías – el Muchacho, como criminal
empedernido, regresaba una vez, dos veces, muchas, a la
escena de sus crímenes, ¡un día lo iban a atrapar! -. La hora,
ocho de la mañana, ¿de madrugada?, ¡qué horror! El recorrido,
desde la fuente hasta la bahía, ida y vuelta. El premio, o mejor,
los premios, quince flamantes bicicletas para todo terreno, de
producción nacional, por supuesto. Una por categoría, porque
podían competir los menores de doce años de ambos sexos, y
entre doce y dieciocho, y jóvenes, adultos, ancianos de sesenta
y cinco años en adelante, y los minusválidos, y los sordos e
hipoacúsicos, y los ciegos y débiles visuales… ¡Evocación
moderna de aquella corte de los milagros del París medieval!
¡Suelten la muleta y el bastón, y vayan corriendo tras su
bicicleta! ¡Todos, caramba, aunque después no puedan usar el
premio por sus limitaciones físicas! Invita y premia la
74 La desgarradora vida de un Muchacho gay

organización juvenil, que es preferible esta fiesta engañosa del


deporte que una citación para hacer prácticas militares el único día
de la semana destinado al descanso.
Llegó temprano. La excitación le sirvió de reloj despertador.
Montado en la bicicleta que consiguió de Lorenzo, hizo el trayecto
de su casa hasta el sitio de la competencia. Allí le pusieron unas
pegolinas en el pecho y la espalda que ostentaban el número 34.
Después se sentó al borde de la fuente a esperar el comienzo del
certamen. En pocos minutos fueron cientos los competidores que
se congregaron en la pequeña plaza. El Muchacho, dorando su
autosuficiencia al calor de su vanidad, confiaba ciegamente en la
ligereza de sus piernas, acostumbradas al ejercicio en los partidos
de tennis y al pedaleo en su ciclo, para llevarse el premio de la
categoría juvenil masculina, la brillante y nueva bicicleta, la
debilidad de sus debilidades.
El suspiro de la anticipada victoria le sacó todo el aire del
pecho. Paseó su mirada alrededor, en un círculo amplio de
observación, examinando las piernas de las jovencitas, para ver si
eran torneadas; y los tennis de los muchachos, para reconocer si
eran de marcas calificadas. Se detuvo en la mujer que estaba
sentada a su lado. Parecidos a ella veía a miles diariamente por las
calles de la ciudad sin concederles su atención. De mediana edad,
pelo canoso recogido en la nuca, ropas sencillas, zapatillas de tela
baratas, y un reloj de pulsera en la muñeca izquierda. Ni un
minuto de su tiempo les dedicaba a esas personas. Para él eran
inodoras, incoloras e insípidas; meras sombras chinescas en el
escenario urbano. No eran criaturas con potencialidad para
reportarle algún beneficio, por tanto, no valía la pena reparar en
ellas.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 75

Sin embargo, esta mujer… esta mujer…. esta mujer -


caramba, él no sabía explicar lo que no entendía bien -, esta mujer
le apresó los ojos con los suyos. Emanaba de su mirada tal fuerza
interior, despedía toda ella un descomunal aire de paz, exhalaba
un olor a limpio que nada tenía que ver con el jabón común que
usaba para asearse, y le lanzó una sonrisa empaquetada con un
amor portentoso y enigmático, que él sintió un sobresalto
inusitado por primera vez en su existencia.
Sonó el disparo de arrancada. Salió el primero entre todos los
concursantes y mantuvo esa ventaja hasta que se perdió de vista
del punto de salida. Tres kilómetros, a carrera forzada, tendría
que correr con sus musculosas piernas, ¿o quizá lo que necesitaba
en realidad era un corazón de campeón?
La voz del presentador del espectáculo ya anunciaba la
llegada del primer triunfador a la meta. Los ganadores eran
llevados a la plataforma donde se encontraba la presidencia del
evento, para tomarles los datos personales y rellenar los
certificados de propiedad de las bicicletas, y para presentárselos a
la multitud, que los vitoreaba con el mismo entusiasmo que los
españoles al Cordobés en la plaza de toros de Madrid. - ¡Oh!,
¡miseria de la diversión en la nación, que con cualquier cosa que
se le parezca uno se entusiasma! - Vieron entrar a la meta a un
niño de once años, el primero.
Notaron que pasaban los ciegos, los mancos, los viejos
decrépitos con un trotecito de jamelgo asmático, y un alucinado
veloz en su silla de ruedas, y el grueso de los deportistas. Hasta
que la masividad fue raleando y anunciaron que llegaban tres
finalistas, los únicos que faltaban por cruzar la línea de meta. De
esos tres, el último era el Muchacho.
76 La desgarradora vida de un Muchacho gay

A unos quinientos metros de la partida le fueron ganando el


paso los otros competidores. Se fue quedando atrás cada vez más y
si ya no tenía posibilidad de obtener la bicicleta, no valía la pena
esforzarse, ni siquiera para obtener un puesto digno en la lista de
arribo al final de la carrera. Era un símbolo, lo de la carrera, sí, era
un símbolo. Sólo le aguantaba la voluntad para el primer impulso.
Y así era siempre en cualquier cosa que ocurriera o que se
propusiera. El último, detrás de los tullidos de empeño, de los
ciegos a la realidad, de los sordos a la Verdad proclamada a gritos
por toda la creación, de los distanciados y desesperados de amor.
Peor, a la zaga de todos ellos, que ya iban bien atrás.
- ¿Qué querías? – oyó una dulce voz a sus espaldas –. Si vas último
en la carrera por la Vida, ¿esperabas llegar primero en esta?
Se viró airado para azotar al entremetido con una de sus
groserías sísmicas. Entonces la mujer le toreó la mala disposición
con una verónica de compasiva mirada que lo dejó clavado en el
ruedo del torvo envite, como un eral desorientado.
- Esa es la mala noticia. Ahora tengo para ti la buena nueva de
que, no importa quién seas ni lo que hayas hecho, hay una
esperanza feliz para ti en el arrepentimiento. Por encima de todos
aquellos que no te han amado, o te han querido mal, hay uno que
es Amor. Uno que es el Camino, la Verdad… la Resurrección. Por
ti, por mí, por todos, por amarnos de una manera que no
alcanzamos a comprender, se despojó de su realeza y se hizo
Hombre. Él fue a pagar tu deuda en la Cruz, y a cumplir el
propósito eterno de su Padre. En Él está escondida la Vida que te
está haciendo tanta falta hace años. Mientras estés corriendo tras
tu propio ideal del yo, lo único que vas a lograr es el fracaso. Esta
La desgarradora vida de un Muchacho gay 77

carrera solo se gana haciendo un alto en el camino, llegando a la


Cruz y dejando que su bendición te alcance.
- Señora, ¿qué bobería está usted diciéndome? - trató de ser cortés
en la respuesta.
- Entérate de una vez, hay un Cristo victorioso de la muerte que
quiere darte vida, y dártela en abundancia. A la puerta de tu
corazón está, esperando por tu decisión para derramar dentro de
ti ríos de agua viva. ¡Ay, déjalo entrar!
- Oiga, yo no estoy muerto
La mujer soltó la risa como una cascada de agua cristalina que se
despeña ladera abajo y dijo:
- ¡Eso es lo que tú crees!
- Por favor, señora, déjeme tranquilo – le espetó ya sin paciencia -.
Bastantes problemas tengo en mi vida para estarle prestando
atención a esos disparates. Usted no me conoce, no sabe nada de
mí. Yo soy hijo de Satanás. A mi nadie puede quererme.
- Tienes razón – asintió comprensiva sin escandalizarse por la
blasfema afirmación -. Yo no te conozco, pero Él sí… desde el
vientre de tu madre. Él ha usado mi boca para hablarte. Un día,
cuando el tiempo de tus desastres se haya cumplido en ti, te
acordaras de Sus palabras. No lo olvides.
La mujer le dio la espalda y se alejó del Muchacho. Él la vio
desaparecer sin volver la cabeza ni un solo instante, con el paso
seguro y desenvuelto de quien ha cumplido una encomienda, y la
ha cumplido bien. Entonces, muy a su pesar, no pudo ser
completamente insensible a los efluvios de su ternura y a la
autoridad con que había hablado para él y con una frase se
78 La desgarradora vida de un Muchacho gay

martilló las entendederas hasta guardársela para siempre en un


bolsillo de su pequeña memoria afectiva: la Vieja Loca de la
Fuente.
CAPÍTULO 11

11.- Donde se demuestra que no siempre una


Coca-Cola es la pausa que refresca

Aquella tarde de su desgracia, el Muchacho los vio llegar


juntos, al Zurdo y a Lorenzo, al campo deportivo donde
simulaba entretenerse jugando tennis con otros chicos como
él, cuando en realidad estaba empeñado en una competencia
más formidable, la de llevarse por delante a los demás y pisar la
puerta de entrada al mundo del éxito como el Zurdo le había
enseñado y como él había aceptado que debía ser. Los
principios morales y los ideales heroicos no le iban a surtir la
mesa ni ampliarle el guardarropa. Por eso extremó la precisión
de su juego, la elegancia de sus movimientos, gritó más que los
otros y dio saltos de delfín tras la pelota. Hizo de todo, ¡contra!,
para que le notaran la presencia.
Su ansiedad terminó y sus dudas se disiparon de golpe
porque el español lo escogió a él entre tantos mejores, que
también habían hecho lo posible y lo imposible por subastar
sus mejores plumas en la vidriera de exhibición, y lo invitó a su
casa alquilada, con el pretexto humilde pero inverosímil, de
disfrutar juntos de una apetitosa merienda, ¡y nada más! Sin
embargo, volviéndose al Zurdo le dijo con énfasis de mercader:
80 La desgarradora vida de un Muchacho gay

– Me llevo a este conmigo.


Y así mismo fue. Lo llevó a un apartamento moderno en un
lugar céntrico de la capital, cercano al hotel más frecuentado del
momento. El Muchacho se deslumbró con una casa tan bien
instalada, casi lujosa: las paredes recién pintadas, los muebles
modernos, los adornos de porcelana fina, los cuadros de afamados
pintores del patio, ¡algo así, solamente en las películas! Su atención
fue atraída desmedidamente por el enorme y sofisticado equipo
de música que parecía ocupar toda la sala; lo comparó con el que
había en su casa y el suyo no pudo ni empezar la competencia,
¡descalificado por pésima calidad … y por feo!
- Ponte cómodo, chico; voy a la cocina a prepararnos algo de
comer.
Le oyó decir distraído al español, concentrado como estaba
en la colección de casetes, algunos de artistas conocidos - y otros
de cantantes que ni sabía que existían-, en las innumerables teclas,
botones y llaves del equipo, y en el control remoto, primera vez
que veo esta cosa, ¿cómo se usará?
Cuando llegó la bandeja de su perdición, llena de sándwiches
de jamón y queso con el pan francés bien tostadito, dulces de
chocolate, una botella grande de Coca-Cola, ¡al fin voy a
probarla!, y un paquete de confituras surtidas, el viejo se sentó
frente a él a verlo comer vorazmente .El niño estaba cohibido, por
lo que se le venía encima y porque era la primera ocasión en que
tenía tratos con un extranjero que a él le pareció educado, amable
y rico, por añadidura, aunque también viejo y fofo. Quería
causarle buena impresión para no buscarse problemas con el
Zurdo si a Lorenzo le daba por quejarse, pero no podía controlar
La desgarradora vida de un Muchacho gay 81

el temblor de sus manos, ni el balbucear de su boca cuando, entre


bocado y bocado, le fue contestando las preguntas:
- Sí, todo está muy sabroso. No, no he comido nunca nada de esto
antes; primera vez que lo pruebo.
Su inhibición fue cediendo cuando le notó el nerviosismo al
viejo en la lujuria de su mirada. Mientras devoraba a mandíbula
abierta la merienda de su compra, el sodomita no veía la santa
hora de engullirlo completo, con zapatos y todo si fuera preciso, a
él, un niño que bien podría ser su nieto, aunque para ello tuviera
que pasar como una aplanadora por encima de prohibiciones,
normas morales, buena conciencia y hasta por arriba de su propia
madre, si fuera necesario, ¡qué caray!
Para darle una tregua a su impaciencia y esperar calmado a
que el Muchacho terminara, a Lorenzo le dio por contarle
entusiasmado la vida de los grandes hombres que habían tenido la
misma debilidad de ellos y le pedía su parecer sobre Alejandro
Magno y Julio César, par de afeminados que habían hecho
historia cada uno a su modo, y que estaban en todos los libros
respetables que narraban una época ya perdida en el tiempo. El
Muchacho permanecía en el silencio cómplice del que no dice
nada porque no hay nada que decir, pero los sesos se le hacían
caldo de incertidumbre tratando de adivinar qué haría ese tipo
con él. Tenía miedo, y asco, y temor del Zurdo, y pena de que
todos se enteraran y, al mismo tiempo, pensaba en la pobreza de
su casa, en la despensa vacía, en tantas miserias sin resolver, y en
la natural posibilidad de que este viejo pajarón lo sacara del país
para empezar una nueva existencia, muy lejos de aquellos que
podían ser testigos del tropezón de su vida. Cerró, pues, de un
buen portazo todas sus inquietudes repitiendo en su mente
82 La desgarradora vida de un Muchacho gay

incansablemente esta frase: ¡Cerrar los ojos y no pensar en nada;


tengo que ganarme la salida del país! ¡Cerrar los ojos y no pensar
en nada; tengo que ganarme la salida del país! ¡Cerrar …
Cuando lo creyó conveniente, cuando ya no pudo más, el
extranjero lo tomó de la mano y lo condujo hasta el dormitorio y
lo hizo tenderse vestido en la cama. Lorenzo no se perturbó para
nada por su estampa de pena y acostó su gordura al lado del
Muchacho. Vestía ropas caras y exhalaba un aliento mentolado
que se confundía con la fragancia de su perfume predilecto, pero
no era eso lo que le daba la seguridad que tanto necesitaba para
olvidar su figura de sátiro viejo. La seguridad estaba bien
disimulada en el fajo de dólares que guardaba en su cartera de
bolsillo, por eso acercó su cara confiado, mirando con insana
avidez la boca sensual del niño, jugueteó con el mechón de
cabellos claros que le caía sobre la frente y le susurró:
- Conmigo te puedes dar la gran vida.
En la penumbra de atardecer de la habitación, el Muchacho
recordó las escenas de su vida que lo habían arrastrado hasta allí.
Lo del Zurdo, tal como lo entendía ahora, había sucedido
simplemente con su complicidad. Él solito, por idiota, se había
metido entre las patas de los caballos y ahora lo estaban pateando
por todos lados. Se sentía despreciable, sucio, como trapo de
inmundicia, y sin la remota posibilidad de enmendar el rumbo. ¡A
meterle el pecho, pues, y seguir adelante!, que a esa corta altura de
su existencia ya nada era importante. Lorenzo no tenía necesidad
alguna de aburrirlo con la perorata sutil de la vida, obra, arribos y
fugas de los grandes homosexuales de la historia si en ese
momento, de una vez por todas, había decidido hacer lo que
fuera, sin tener que echar mano a tanto convencimiento
La desgarradora vida de un Muchacho gay 83

inservible. Ante la duda hamletiana de ser o no ser sosteniendo


tamaña calamidad sobre sus hombros, consintió en ser despojado
de los últimos vestigios de su dignidad, porque comerciar con su
propia carne, al fin de unas cuentas mal sumadas, no le parecía
tan terrible como le oía decir a los mayores. Para él sería la certera
oportunidad de obtener lo que nunca había tenido, y de
tranquilizar su inquieta conciencia con la excusa de que había que
sobrevivir a toda costa. Esa era la lección mañosa que la poca
educación de su familia le había dejado como herencia: ¡hombre
bien vestido, bien recibido!
Regresó a su casa, sucio de besos negociados pero con un
pullover de regalo en la mano y en el bolsillo un billete de cinco
dólares que, al cambio del momento en el mercado negro, se le
convertirían en ciento veinte pesos, moneda nacional, ¡buena
basura! No lo trastornaba ningún sentimiento de culpa como la
primera vez, ni de alegría tampoco por haber triunfado de todos y
haberse alzado con la promesa de ir de compras, ¿mañana?,
¿entonces quiere que regrese? Vagaba desdoblado por un agujero
negro; dos en uno. Tomado de su mano, a su lado, caminaba un
Muchacho con un sendero luminoso abierto frente a él , mientras
el otro que igualmente le apretaba la mano era él mismo, un
sujeto infame que ni siquiera sabía bien por qué se vendía.
La escasa voluptuosidad que sintió después de un rato de
intimidad con un tipo obligado a punta de carabina por la
sarcástica naturaleza a conformarse con menos que nada, si la
péndola de querubín con la que había nacido y crecido no le
colaboraba en ninguna consumación, fue la del paladar
deslumbrado por la gaseosa de su relajación, los dulces de su
degradación y los caramelitos verdes y rojos, de fresa o de menta,
84 La desgarradora vida de un Muchacho gay

de su prostituido candor. Un recuerdo desagradable lo asaltó y no


tuvo nada que ver con Lorenzo; fue la evocación, que le revolvió
los rencores como si fuera bilis, de las golosinas negadas por sus
padres con reiterada crueldad durante su primera niñez. Por eso
cuando su madre, por pura rutina, le preguntó qué le pasaba, él le
respondió con encono, ¡Nada!
Los siguientes días fueron un vendaval de verdades
insospechadas que le quebraron aún más la vida para siempre. Ni
el extranjero era tan generoso como se lo habían vendido ni su
existir, que ya había perdido la brújula de la razón, sería tan fácil
de ahora en lo adelante.
Aprendió primero que el viejo, sin apocarse por el asalto
temible del ridículo, acunaba la secreta ilusión de ser amado por sí
mismo y no por lo que pagaba, así que sus gastos fueron siempre
muy prudentes durante los años que duró su fragmentada
relación. Las grandes compras prometidas para el día siguiente se
vararon en un jean barato y no en el de marca que él deseaba, dos
sencillos pullovers de algodón y una barra de chocolate. Tendría
que acostumbrarse con el correr del tiempo a que Lorenzo
repitiera, viaje tras viaje, los mismos regalos, como si su
imaginación no alcanzara para más; una walkman, ¡ya tengo tres!;
un reloj de pulsera, modelos distintos cada vez, por supuesto; dos
shorts y tres pullovers, diferente talla, diferente color quizás, pero
los mismos de siempre: uno diría Ibiza en el borde del bolsillo, el
otro Formentera, y el tercero, inevitablemente, tendría impreso a
la altura del pecho, con grandes letras y colores chillones, el
logotipo del restaurante del viejo, “Los Gansos Salvajes”, que el
Muchacho usaría haciendo concesiones al mal gusto, sin turbarlo
lo alusivo que resultaba entre los nacionales semejante publicidad.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 85

De valor, lo que se dice de valor, lo único que pudo obtener a


cambio del permiso para manosearlo, fue la bicicleta para todo
terreno que le compró el español en la tienda del hotel. Sería esa
su posesión más preciada, y no por los doscientos cuarenta y tres
dólares que costó, sino por la sutileza que desplegó para
conseguirla y porque con ella, corriendo a toda velocidad,
haciendo giros inesperados en todas las esquinas, frenando
abruptamente, se olvidaba de quién era en el presente y volvía a
ser el niño que alguna vez había sido casi feliz.
Agradecido estaba, cómo no, de que se soltara en gastos
cuando de paseos se trataba, aunque no fuera por generoso, sino
por comprarse la compañía, porque de esa manera pudo
disfrutarle la estancia en lugares prohibidos para los nativos y en
centros turísticos que nunca soñó conocer. Saborearle las cervezas
de su dinero, ¡esto sí es vida!, relajado junto a cualquier piscina de
cualquier hotel capitalino, si por todos deambuló con su
presencia. Ilusionarse con su primer y único viaje en avión, el que
lo transportó a un cayo famoso por el confort que brindaba a los
turistas, y que le proporcionó el ensueño esperanzado de que
volaba lejos y alto, tan alto y muy lejos que se escapaba de todos. Y
sentir el placer de divertirse sentado en la popa de una
embarcación arrendada, con la brisa marina batiéndole los
cabellos y acariciándole suavemente el rostro con su olor de salitre
y de misterio, navegando a toda máquina, como si no fuera un
vendedor de pecados, sino el heredero de una gran fortuna
viviendo ese momento simple, sin pensar en el precio que debía
pagar…pronto.
Eso sí, Lorenzo le prohibió terminantemente, al menos los
dos primeros años o hasta que tuvo tanto interés en conservarlo
86 La desgarradora vida de un Muchacho gay

que se lo toleró todo, el delito de lesa sodomía de mirar a una


joven bonita. La vez que olvidó la orden, lo golpeó el bochorno de
que un hombre de tan finos modos como el viejo español, se
desordenara en público sin importarle el lugar, ni la hora ni los
testigos, y ofreciera el espectáculo risible, sin cobrar por la entrada
además, de taconeos histéricos sobre el tablado y lloriqueos
celosos, con los que reclamó la parte de amor y el derecho a la
exclusividad que creía corresponderle. El Muchacho se guardó esa
vergüenza, pero cuatro años más tarde se la cobró en grande
acostándose con una jinetera cualquiera, casi delante de los ojos
de Lorenzo y en la misma cama de su perversión.
La segunda verdad de su desamparo en esos días fue que si
bien el que pagaba quería ser el impar y mejor amado, sí se daba el
gusto de amar a varios a la vez, por aquello de que entre muchas
opciones donde escoger a lo mejor encontraba a alguien que lo
quisiera desinteresadamente.
- ¡Joder, y no por lo que les regalo o les compro!
Su mezquindad se repartía entre otros compromisos como el
Muchacho, a los que suministraba estimulantes y drogas pasados
por la aduana del aeropuerto en inofensivos frascos de gotas
nasales; para vencerles de esa manera su pudor inicial. En el punto
más caliente de la juerga tomaba fotos para su colección errada,
¡quiero recordarlos cuando yo esté ausente! El Muchacho apostaba
su cabeza a sabiendas de que no iba a perderla, con la seguridad
de que Lorenzo mentía. No era la nostalgia ni el falso amor que les
daba, la causa que lo tentaba a apretar el obturador de la cámara,
sino el interés de venderlas a muy buen precio a las revistas
pornográficas de su país y recuperar brutalmente el dinero que
dilapidaba en ellos , ¡que yo no soy tan rico como creen todos!
La desgarradora vida de un Muchacho gay 87

Sorprendentemente, algunos parámetros de ese escabroso


mundo no conseguían que el Muchacho adelantara un paso más;
se mantenía como una mula plantado en sus trece, con sus cuatro
cascos firmes en la terquedad de no ceder aunque lo trocearan en
pedacitos de un centímetro de espesor. Jamás les permitió, ni al
Zurdo, que no lo intentó pues le fascinaba su posición de pasivo,
ni a Lorenzo, que no tenía con que consumarlo y transigía en
estacionar el placer en manoseos y besos, ni a ninguno de los que
le fueron saliendo al paso en su vida, que lo trataran en la cama
como si fuera una mujer. Y nunca accedió a ser cómplice en las
bacanales organizadas por Lorenzo con sus infantiles acólitos,
mucho menos a dejarse apresar en imágenes tan lujuriosas. En el
primer caso, no había para él idea más pavorosa, aunque fuera
remota, que la de sentir dolor físico; tantos y tan duros golpes le
habían propinado a su alma que, tal vez por una capital postura
defensiva, se negaba a que lo hirieran en lo más delicado de su
carne. Y en el segundo, lo aterraba que el destino le pusiera la
zancadilla de que algún vecino, un amigo de la familia, ¡vaya
usted a saber por dónde anda la casualidad!, su propia madre o su
padrastro, vieran su foto en las revistas que circulaban de
contrabando. Atrapado en el embrollo de la evidencia visual, ni
imitando toda la fecundidad en ardides de Ulises saldría del mal
paso frente a su familia.
Por otro lado, con la costumbre reiterada perdió el
desasosiego del comienzo y pronto no le importó una
desvergüenza más. Se ganó la confianza de Lorenzo,
perfeccionando en él su arte inigualable de mentiroso, ¡yo te
quiero, para mí no hay nadie más que tú y nunca lo habrá!,
cerciorándose de que el español le creía, ¡idiota!, porque pensaba
que era verdad. Se vengó de su tacañería con el hábito innoble de
88 La desgarradora vida de un Muchacho gay

robarle los productos de belleza y aseo personal, y unos pocos


dólares, como también lo hacían los otros chicos, y repartir las
sospechas entre todos. Le cobró cara la ruindad de no querer
reconocer que la piel joven y fresca tiene un precio alto en
cualquier mercado que se respete menos en esta plaza de indios
pobres, y le espació los goces hasta que se quejaba y de las quejas
pasaba a las súplicas y de estas a cedérselo todo, a uno que con sus
negativas se colocaba en un escalón original con respecto a los
demás, con tal de obtener aunque fuera una caricia, un beso, una
migaja de amor, porque el viejo pederasta de tanto exigirlo,
después pedirlo y al final rogarlo, vino a parar en lo que menos
esperaba, enamorarse como un perro del Muchacho.
Una dificultad tuvo, una grande, que no pudo resolver
totalmente hasta que se quedó solo en su casa con apenas quince
años a cuestas, y fue esconderle el lado oscuro de su alma a su
familia: que ya no era el mismo, que se había acostumbrado a
otros usos y que necesitaba disponer de su tiempo a su antojo sin
tener que inventar las torpes disculpas de su ausencia y que, por
favor, no le cobraran cada desaparición con gritos, amenazas y
palizas.
Más fácilmente solucionó lo de esconder los regalos que
recibía de Lorenzo y el producto de sus felonías, porque los
guardaba en las casas de aliados con la misma carga de su secreto
y en las condiciones más reconciliadas para apreciar el esfuerzo
empleado en procurarse cierto bienestar. Así se evitó el enojo de
aclarar su origen, porque pese a su descuido para con él y al valor
desmedido que le daban a las cosas materiales, nunca sus
parientes le perdonarían que obtuviera ese beneficio escogiendo
para la cama una pareja equivocada.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 89

Supo también en la primera tarde con Lorenzo, y eso lo


estremeció, que sus visitas de vacaciones se producían sólo dos
veces al año y nunca permanecía más de seis semanas en cada
oportunidad. La cuenta era bien simple: doce menos tres serían
siempre nueve meses de perplejidad e inseguridad, ¿qué hago
entonces con todo ese tiempo inútil, de qué voy a vivir esos meses?
Como salida adoptó una sencilla y cómoda a su parecer, porque
no conllevaba ningún gasto de energía física o moral. Por nada del
mundo permitiría que le derrotaran la facilidad con que estaba
resolviendo sus problemas: con el viejo la buena vida, los paseos y
algo de dinero, bien o mal habido; en su ausencia, los otros. En lo
que no pensó fue que esa solución engañosamente simple, lo
obligaría a arrastrar largo tiempo la intranquilidad de espanto de
sus pesadillas nocturnas, por la inesperada y artera traición del
subconsciente que se convirtió en su peor enemigo.
En fin, eso sería después. Ahora, en su iniciación con
Lorenzo, lo que sí le costó aceptar, lo que lo turbó un tanto -
¡miren ustedes por donde le afloraron los recatos!- era la revelación
asombrosa de que la casa donde se alquilaba tanta iniquidad no
estaba habitada solamente por el español. Una anciana bordeando
los setenta, Cuca, la propietaria, y el marido también, ocupaban el
dormitorio contiguo al de Lorenzo; escuchaban los ruidos del
placer; les veían las caras a los otros niños al levantarse agotados
de tanto jolgorio por las noches; atendían sus necesidades;
participaban en sus fiestas y los trataban con naturalidad aun
cuando se paseaban desnudos por toda la casa, sin que una
sombra de pudor les cruzara el rostro; y como si bajo ese techo no
ocurriera tanto desparpajo, sino que fuera el patio, a la hora del
recreo, de una escuela primaria.
90 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Sin embargo, lo peor, lo más infame de todo ese


develamiento, fue saber, además, que esa vieja ostensiblemente
indecente a juicio del Muchacho, que pocas veces se permitía tales
ajustes de razones contra otras personas, había sido en el primer
año de euforia perturbadora, la secretaria respetada del líder más
querido y llorado por el pueblo común, una especie de holandés
errante criollo condenado por toda la eternidad a navegar el
Caribe encima de una corona de flores marchitas. La anciana
desplegaba ese estandarte, se envolvía en él, se lo restregaba por la
cara a sus vecinos y conocidos, urgida de ocultar que se pasaba
por el trasero tantas consignas y tanta retórica oficial, tanta
memoria iconizada, que
- ¡Lo que quiero es vivir bien, caramba, y no morirme de hambre!
Más adelante le daría un giro completo hacia el otro extremo
a esas apreciaciones iniciales, para justificarse a sí mismo. No
podía ser tan condenable lo que estaba haciendo si una pareja de
abuelos, educados en otras coordenadas morales, y repletos de
ideales fervorosos, lo veían como lo más natural del mundo.
Finalmente se reconcilió con el pasado insurrecto de Cuca,
porque era la garantía de que no se produjera una redada de la
policía abriendo al comentario de todos, esa caja de Pandora
oculta en su casa. Y por último, se sintió a sus anchas en ese sitio
cuando pudo propiciar la amistad entre su familia y Cuca, y esta le
apuntaló la historia de embustes urdida por Lorenzo y por él, en
las frecuentes conversaciones telefónicas que sostenía con la
madre del Muchacho.
Todo lo fue acomodando así a sus pretextos. Lo insuperable,
lo que no pudo resolver tan expeditamente, sería la convicción de
que ¿para siempre? estaba condenado a vivir una existencia
La desgarradora vida de un Muchacho gay 91

desgarradora, una vida secreta y dual, como un actor desdichado


obligado a interpretar dos papeles siniestros hasta el fin de los
tiempos. Ni su familia lo iba a entender, ni este país, preciado de
ser el más macho entre los machos, perdonaba jamás la culpa de
ser invertido y menos, mucho menos, si se hacía por dinero. Por
eso solucionó esa doble vida con la disposición de mentirles a
conciencia y con el gusto a punto de caramelo por sentirse un
magistral simulador, un animal escondido, que se vengaba de
todos con la burla dudosa de que nadie, nunca, le asaltaría en
descampado la verdad mientras él pudiera evitarlo. ¡Primero
muerto antes que descubierto!
CAPÍTULO 12

12.- Donde aparece un testigo que confirma la


historia sino, ¿quién se la va a creer?

A quien pueda interesar:


Por este medio yo, Luz María Álvarez, vecina del
apartamento 11, en uso de mis facultades mentales, declaro
que a veces se pasaba hasta una semana completamente solo,
encerrado en su apartamento. Su hermana se iba con el marido
de turno y nos olvidábamos de ella por tres o cuatro meses. En
ocasiones, no sabíamos de él en un buen rato … se desaparecía
y no le veíamos la cara por muchos días, ¡qué digo!, por seis
semanas. Su madre se acordaba de pronto de su existencia y le
traía algo de comer, y no lo encontraba en la casa. Nadie sabía,
ni ella, dónde se metía. En una ocasión enfermó seriamente y
nos enteramos después de que mejoró. Estuvo en cama, con
fiebre altísima y sin probar bocado, más de setenta y dos horas.
Su hermana andaba perdida por ahí, y ni su madre ni su
padrastro vinieron a interesarse por él. ¡Qué nos íbamos a
imaginar nosotros, sus vecinos, que estaba tirado en una cama
como un animal herido y desahuciado! Creíamos que andaba
por cualquier otro lugar, como siempre. No, no estudiaba: lo
habían expulsado de la escuela, por sus ausencias y por sus
problemas de disciplina. En medio de una clase, un compañero
94 La desgarradora vida de un Muchacho gay

de aula le dijo no sé qué y le entró a piñazos, delante de la


profesora que estaba embarazada. Rompieron sillas, mesas… y sus
respectivas narices. A la profesora se la llevaron para el hospital
medio desmayada por el susto. Creo que ese fue el día que lo
botaron definitivamente y lo trasladaron para una escuela-taller a
que aprendiera un oficio. Él nunca se presentó. No llegó a
terminar la enseñanza secundaria. ¿Trabajar? Sí, se vinculaba
laboralmente por momentos, breves momentos; en ningún
empleo se mantuvo por mucho tiempo. Cuando tenía un poco
más de quince años, ocurrió el desagradable incidente con el nieto
de Petra, la del primer piso. Lo veíamos jugar con el niño y jamás
nos pasó por la cabeza que fuera a pasar lo que… De eso no
quisiera hablar porque fue un asunto muy bochornoso.
Pensábamos que el Muchacho, un ser que nunca había
recibido mucho afecto por parte de sus padres, que tenía un
padrastro que lo aborrecía, sabía en carne propia lo que era el
abandono y por tanto estaría dispuesto a derramar en ese niño el
cariño que a él le habían negado. ¡Y mire usted por dónde salió el
tiro! Sabe, uno espera que las personas no repitan en otros sus
experiencias negativas, pero no es así; al contrario, las remachan.
El padre del Muchacho, ¡que en paz descanse!, era un borracho
empedernido, violento y agresivo. Cuando se pasaba de tragos se
transformaba en un monstruo que lo mismo hería con las
palabras desquiciadas que salían por su boca, que con los puños y
patadas con que les pegaba a su mujer y a sus hijos. Si cree que
vivir ese infierno día a día haría que las víctimas abominaran del
alcohol y de las agresiones, pues se equivoca. El Muchacho no es
un alcohólico todavía, pero toma como un pellejo descosido y va
por la misma senda de la pendencia. Oiga, los refranes no se
La desgarradora vida de un Muchacho gay 95

equivocan, como que acuñan la sabiduría popular de siglos. “De


tal palo, tal astilla”, es el que pega aquí. Perdóneme, me he salido
del tema… ¡Por poco lo matan de la paliza que recibió de manos
del padre del niño! ¡Y vaya usted a saber!, tal vez estaba diciendo
la verdad y nadie se la creyó. Yo creo que bastante buenos han
salido para la poca atención que tuvieron: su hermana bien pudo
convertirse en una p… de esquina y él, en un delincuente que a
estas horas estaría preso. ¿Cómo? Bueno, sí, no son precisamente
un dechado de virtudes. Sin embargo, las pocas veces que hablé
con él, noté que se expresaba bastante bien para un joven de esa
edad, lo que me sorprendió mucho dado el ambiente familiar,
inculto y grosero, en el que ha vivido desde que nació. En dos o
tres oportunidades lo vi leyendo unos libros. No, lo siento, no
recuerdo los títulos. Espere… me parece que uno de ellos, un
volumen grueso, de portada oscura, decía algo de unos anillos. ¿El
Señor de los anillos? No sé, es posible. Lo considerábamos un
chico problemático, muy desajustado emocionalmente, que le
faltaba el respeto con extrema facilidad a cualquier adulto.
Teníamos una pésima opinión sobre él, y al mismo tiempo le
teníamos lástima, porque estábamos convencidos de que él no era
más que la resultante de tantos años de desamor. No, señor,
ninguno de nosotros le puso remedio a esa falta de afecto. No lo
rechazábamos de plano, pero tampoco lo aceptábamos sin
reservas. Es que, sabe usted, parecía guardar un secreto muy
grande y terrible, que nos distanciaba de él. ¿Qué? Sí, tuvo
relaciones con algunas muchachas, que terminaron de manera
desastrosa. Una, no recuerdo el nombre, una trigueñita, delgada,
casi una niña, lo atacó con un cuchillo y si no es por nuestra
intervención, en esa casa se hubiera lamentado una desgracia. Por
las tardes, yo me siento en el balcón de mi casa, y me da por
96 La desgarradora vida de un Muchacho gay

pensar en las cosas de la vida. ¿Venimos a la Tierra con un destino


ya fijado de antemano? Ahora que se ha puesto de moda lo del
ADN, y los genes, y todo eso, me pregunto si no tendremos una
predisposición genética para el mal y para el bien. Vaya, lo que los
religiosos llaman el pecado original, ¿no será más que la herencia
del mal con que nacemos? Soy una vieja, y estos ojos que se los
han de comer los gusanos bajo la tierra cuando muera, han visto
mucho, señor mío. ¿Usted cree que se puede cambiar a una
persona al cambiar su medio ambiente? Pues mire, hace unos
cuantos años, en Filadelfia, el gobierno destinó un billón de
dólares para hacer que una barriada de un índice de criminalidad
altísimo se convirtiera en un lugar bello. Yo lo vi en un video que
me prestaron. El día de la inauguración todo se mostraba
hermoso, veredas nuevas, edificios relucientes, programas de
educación, escuelas recién inauguradas, planes de rehabilitación
social bajo el lema del “amor fraterno”… Pensaron que todos los
criminales iban a cambiar, porque se les estaba sacando de un
ambiente corrompido y poniéndolos en un nuevo ambiente. Diez
años después, las puertas colgaban de sus bisagras, las tuberías
habían sido vendidas para comprar alcohol, las calles eran
barriadas otra vez y todo el vecindario había vuelto a lo mismo. Ni
el rico es malo por ser rico, ni el pobre es malo por ser pobre. La
única diferencia entre los dos es que el rico tiene dinero para
cubrir sus porquerías. Todos nacemos como cera virgen, con las
mismas posibilidades para convertirnos en ángeles o en
demonios. ¿Qué decide que la balanza se incline a uno u otro
lado? Tengo casi la certeza que son las decisiones que tomamos,
nuestras responsabilidades, algunas acertadas, las más erradas, las
que van moldeando esa cera hasta que toma la forma de nuestro
real yo. No obstante, me asaltan algunas dudas: ¿podemos elegir
La desgarradora vida de un Muchacho gay 97

por nosotros mismos o algunas elecciones nos son impuestas?;


¿por qué hacemos el mal que tal vez no deseamos hacer, y no el
bien? ¿Acaso es una sola decisión, o varias desacertadas, las que en
un punto del camino nos convierte en diablos? ¿Qué fue lo que en
realidad pasó con este Muchacho? No sé, no tengo respuestas…
CAPÍTULO 13

13.- Donde el Muchacho se mete aún más entre


las patas de los caballos

La verdad es que le resultaba más cómoda la calamidad de sus


afeminados porque ellos, con el ansia destapada de disfrutar de
un tipo así, tan bien dotado por la naturaleza, y con el temor
de que se les fuera con otro, por lo menos le lavaban la ropa, le
tenían siempre un plato de comida caliente en los rescoldos de
la cocina, le daban el dinero que le hacía falta, le compraban
los cigarrillos de la mala salud y lo que le pedían a cambio para
él no era un sacrificio. Con chicas o con homosexuales, el sexo
era un instrumento para silenciar sus instintos primarios y
para intercambiar necesidades: él, las de su comodidad y
cuidado; ellas y ellos, las de su placer físico satisfecho.
Les prestaba su miembro, así, como quien concede un
favor. Colaboraba en el espectáculo de su desorden pero
guardaba, distante y frío, su corazón. Y les soportaba, ¡qué
remedio!, sus celos extravagantes y sus súplicas de “no me
dejes, yo no puedo vivir sin ti; olvídate del español y quédate a
mi lado para siempre”, como si con Lorenzo fuera diferente y
él no lo quisiera para lo mismo, para que me mantenga y no
estar solo. Eso sí, se exigía una sola regla y la cumplía con
100 La desgarradora vida de un Muchacho gay

persistencia: controlar la situación sentimental, que gracias a ellos


ya el alma se le había vuelto de piedra.
Desdichado que era, le tocó conocer a un amasijo humano de
infelices, pobres diablos acomplejados, que el único rédito que le
veían a la vida era el de la lujuria, no importa cuán cultos,
educados y centrados se mostraran hacia el mundo. Para colmo,
ahora les había caído un estorbo más encima de su existencia
traumatizada, para alentarlos al mal vivir. Unos chiflados, de esos
excéntricos abundantes en épocas de exacerbada crisis moral, con
tanto amor fingido y con tantas caricias prodigadas al egoísmo
personal, y con tantas palabritas livianas acuñadas como concepto
de “preferencias sexuales”, levantaban fortalezas inexpugnables en
el necesario camino de su expiación. Amablemente los empujaban
a continuar adelante, sin desmayar, en su éxodo hacia el abismo y,
además, encima solicitaban que se lo agradecieran. .
Con más o menos algunas diferencias en la intensidad de la
manifestación, todos aquellos gays del Muchacho eran unos
desafortunados aplastados por el peso de una culpa que no
acababan de asumir con la entereza de la verdad. Se escondían de
la sociedad y de la familia, peor aún, de sí mismos; o desafiaban al
mundo con la exhibición de su descaro y su libertinaje. Les eran
usuales los trámites de embustes, comentar de todos y extorsionar
a sus amantes con la revelación de sus relaciones y de todo lo que
habían hecho juntos en una cama, si los abandonaban
definitivamente por otra pareja. Porque ahí descansaba la medida
de toda su insignificante existencia, en la carga que llevaban en el
corazón de que no podían conseguir el amor más que pagando
por él, no solo en metálico o especie, sino en el precio de fastidio
La desgarradora vida de un Muchacho gay 101

de tolerarle todas las gracias al capricho de turno, con tal de


tenerlo contento.
Eso les aumentaba la cuota de infelicidad, obligándolos a
emplear los medios más mezquinos para asegurarse la compañía.
También por esa misma razón admitían, con cierta complacencia,
que sus amados estuvieran eventualmente con otros o, ¡delito de
lesa m…!, con otras: que los explotaran al máximo, que les
robaran y los dejaran en los puros cueros y con las manos en los
bolsillos, siempre que se quedaran junto a ellos. Pero, ay del que
se atrevía a abandonarlos cuando todavía estaban obsesionados,
porque metamorfoseaban sus mimos y promesas de amor eterno
en venganzas sórdidas y en oportunismos crueles, y se regaban
histéricos animando un espectáculo de bulla que dejaba al más
avisado sin una gota de aliento.
Los fue conociendo a través del Zurdo y de Lorenzo. El
Zurdo le presentó a Lorenzo, y por éste conoció a los muchachos.
Por el Zurdo llegó también a Cheché, y en casa de Randy, a donde
Cheché lo invitó a disfrutar de unas películas de porno gay, vio al
Pirri por primera vez. A Angelito lo trató por mediación del Pirri,
que se lo presentó en el muro costanero donde poco tiempo
después descubriría a Yunisleidi, una especie de zona franca del
sexo cercana al hotel centro de su universo negociable, y por
Angelito llegó a la casa de David. La excepción fue Chamizo,
detectado fuera de la órbita repetitiva de homosexuales que
siempre se daban cita en la misma zona de moda.
A las leyes de esa república de locos pervertidos, como timón
para dirigir su vida, se sometió el Muchacho. Lo único que le
faltaba por agregar a la distorsionada escala de valores que le
habían inculcado su familia, el Zurdo y Lorenzo, era el criterio
102 La desgarradora vida de un Muchacho gay

existencial que tenían esos homosexuales, aunque debo admitir


que en algunos momentos, escasos y, tal vez por eso, geniales, el
Muchacho se percataba de que vivía en un mundo irreal
inventado por alguien maléfico. No obstante, les entró siempre
con una a su favor, que representaba mucho en la visión del
progreso que tenían estos maricas, ser el preferido de un
pederasta extranjero y rico –términos redundantes porque aquí el
foráneo es millonario aunque no tenga un céntimo de más en su
país, y el potentado, aún nacido en esta latitud, siempre es un
extraño en su propia patria. Una razón inmejorable para habituar
al Muchacho a considerarse un ídolo mimado y consentido, que
acrecentó desmedidamente el inmejorable concepto que tenía de
sí mismo.
Le hicieron creer que con el simple aporte de su cuerpo y de
su juventud, se lo merecía todo. Le acondicionaron sus
inexistentes principios a la norma de que todo le estaba permitido
para la satisfacción de su yo. Perfilaron su lado más oscuro de
parlanchín y chantajista porque le enseñaron, y él lo aprendió
muy bien, que para sacárselos de encima tenía que conocerles
minuciosamente lo que más temían y hacer un buen uso de esa
información. Lo hicieron más propenso a la violencia, no a la
física, sino a la más lesiva, la espiritual. Lo convirtieron, en fin, en
un monstruo que ni siquiera se daba cuenta que existía, si las
pocas veces que se miró en el espejo embrujado de su alma vio a
un joven atractivo, bien vestido, que se alzaba con muchas
victorias a muy poco costo.
Así le fue con Cheché, el administrador de la panadería, un
hombre casado y con dos hijos pequeños, que le enseñó a fumar
los otros cigarrillos, los de marihuana. Al menos éste, y es lo más
La desgarradora vida de un Muchacho gay 103

que se puede decir a su favor, lo adiestró en el oficio de panadero


y le alivió durante seis meses la insoportable presión de la familia
para que trabajara. Al mismo tiempo, le enseñó otros vicios,
además de fumar cáñamo o ver filmes de relajo en compañía de
m… y lesbianas. Lo instruyó en la depravación de espiar y
murmurar de los trabajadores de la panadería y lo educó en el
delicado arte de robarle al estado, revelándole el secreto de la
mina inagotable de su dinero, consistente en elaborar el pan para
el consumo regulado de la población por debajo de la norma
técnica establecida y con los materiales ahorrados confeccionar un
producto de mejor calidad, que vendía a través de un ventanillo
trasero, bien disimulado por las sombras de los árboles del patio
de la panadería, al dos mil por ciento por encima del precio
oficial.
Entusiasmado, recorría cada noche, en la inseparable
compañía de su bicicleta, el prolongado camino que lo conducía
al gustazo de amasar el pan de flauta, el de piquitos, los panecillos
de cumpleaños, el de canela, los cangrejitos y las galletas de sal,
tostaditas y crujientes, y ponerlos a cocinar en el horno gigante de
la panadería. Al finalizar el turno de la madrugada, se iba de allí
con unos cuantos billetes en el bolsillo, una bolsa de panes y una
gran empanada de carne cocinada con harina, sal, azúcar,
manteca pastelera y todos sus ingredientes de delicioso sabor.
Invariablemente pasaba por la nueva casa de la madre, seguro de
que ya el padrastro se habría marchado para el trabajo, a
restregarle su inquina en la cara, regalándole unos panes y un
trozo de empanada que no le habían salido tan gratis como ella
imaginaba.
104 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Al cabo de unos meses no le bastó con eso al Muchacho.


Mucho era el gusto que le daba a Cheché para obtener tan poco.
Se arrogó, pues, la autoridad de disponer del dinero que se
guardaba en la caja chica el día antes de depositarlo en el banco,
sin pedir permiso. Estaba seguro de que si Cheché llegaba a
sospechar de él no armaría un escándalo. No le convenía ponerse
en evidencia delante de los empleados ni que los ecos del
rebumbio llegaran a oídos de su esposa. Hasta que Cheché lo
descubrió. Y se equivocó porque sí le formó un alboroto en
grande amenazándolo con denunciarlo a la policía si no devolvía
todo lo robado. El Muchacho contraatacó intimidándolo a su vez
con contarles a todos los empleados los comentarios que “su
administrador” hacía sobre ellos y con declarar ante las
autoridades policiales de qué forma ejecutaba el fraude
incomparable que le reportaba miles de pesos de ganancia al mes.
Dejó a Cheché paralizado por el estupor de haberle insuflado vida
a su propio Frankestein. La única respuesta que se le ocurrió fue
gritarle: ¡Lárgate al infierno, y no te aparezcas nunca más por aquí,
malagradecido!
Fue así también con Chamizo, al que conoció en el trabajo de
su madre, empleado en el puesto que ella le consiguió a su hijo,
cansada como estaba de su inveterada vagancia. Se le acercó al
Muchacho con el imperdonable disfraz de la amistad
desinteresada, cuando se le veía a simple vista, ¡no lo sabré bien
yo, que le conozco la pinta a un m… a diez metros de distancia!,
que andaba en esos jaleos desde hacía mucho tiempo y que su
debilidad eran los jovencitos como él. Solo que se cuidaba mucho
la buena fama, derrotado de antemano por el temor de un
escándalo, ¿Aquí, en mi centro laboral? ¡Ni loco!, y por eso se
La desgarradora vida de un Muchacho gay 105

demoró un poco más que los demás en comprometer al


Muchacho para su causa. Primero lo interesó en el negocio de
unos ceniceros de cristal, muy finos y muy caros, desviados
milagrosamente de su curso legal hacia las tiendas del estado por
una mano invisible, y vendidos a bajo precio en las aguas
subterráneas del mercado negro. Reportaban beneficios netos del
ciento por ciento. Las ganancias a la mitad, ¿te parece bien? Con
ese pretexto se le hizo inseparable a la hora de la merienda, a la
hora del almuerzo, a la salida del trabajo. Finalmente lo invitó a su
casa y sucedió lo de siempre, lo que deseaba con toda su alma y
con parte de su cuerpo, inquieto ya por las largas que le dio al
asunto, y no era ni remotamente, ¡qué peregrina idea!, la venta de
unos ceniceros de basura que poco le importaban. El mercadeo
trascendente para él era comprarle las caricias al Muchacho al
precio que fuera necesario. Los comentarios no se hicieron
esperar ni las risitas irónicas ni los silencios comprometidos,
cuando ellos llegaban donde todos. Eso le dañó tanto un prestigio
ya bastante lastimado frente a su familia, que el Muchacho se
marchó sin cobrar su tercer sueldo, ¡que se lo cojan, c…, pero que
me dejen tranquilo! y, encima, con el enojo rabioso de su madre
para colmo.
Siguió en relaciones con Chamizo unos meses más. Por
cierto, viviendo muy bien atendido en su casa, en un ambiente
refinado, amable, que el Muchacho intentó imitar con relativo
éxito. El placer colosal de esa relación no vino dado por el
combate físico cuerpo a cuerpo entre un gladiador y una magnolia
deshojada, quiero decir entre el Muchacho y Chamizo, sino por los
cientos de libros que atesoraba esa casa. La razón preciosa de su
estancia los seis meses que duró, fue el cautiverio por
consentimiento propio para poder sumergirse en las páginas,
106 La desgarradora vida de un Muchacho gay

olorosas a bosques de abetos, de tantos libros maravillosos. Al


mismo tiempo que acabó la lectura de los más amados, se le agotó
a Chamizo el dinero ahorrado. Estaba desempleado y para colmo
de desgracia sin el negocio de los ceniceros. Un buen día, el
Muchacho hizo sus maletas – casualmente, Lorenzo arribaba esa
noche -, y se largó sin dejar ni el olor de su rastro, llevándose
consigo el dinero sagrado, ¡este no se puede tocar, mucho menos
gastar!, celosamente guardado por Chamizo en un escondite
secreto para una emergencia médica o para capear el temporal de
mala racha, si se le prolongaba.
Chamizo le montó guardia durante varias semanas, lo acechó
en todos los sitios que el Muchacho frecuentaba, hasta que lo cazó
en lo de Randy y no le importó estar en casa ajena, ni los curiosos
asomados a los balcones, ni los transeúntes alarmados detenidos
en la calle, nada, le dio un soberano escándalo, ¡Chamizo, el
educado!, ¡Chamizo, el elegante!, ¡Chamizo, el Doctor en Ciencias
Informáticas!, por ladrón y por m… ¡Ah!, también puso a prueba
la blandenguería del Muchacho con una intentona de
intimidación, contarle a la madre, al padrastro y a toda la
parentela de degenerados que habían parido y criado a ese hijo’e
p…, la vida oculta que malvivía el Muchacho. ¿Conatos de
amenazas con él? Le replicó que entonces tendría mucho gusto en
explicarle a la policía, con todo lujo de detalles, el origen de los
ceniceros robados a la producción de una fábrica, ¡A ver a cuánto
tocamos los dos en este reparto de amenazas!
Y así también con el Pirri. No, con el Pirri no, casi estuvo a
punto, pero no. Tanto lo había acosado, tanto había intentado
sobornarle el ánimo con sus ofrecimientos, que por fin se había
dejado llevar hasta un auto abandonado en un placer yermo,
La desgarradora vida de un Muchacho gay 107

donde el Pirri quiso descuidársele del todo rápidamente. Él no


alcanzó a seguirle los antojos porque lo asustaron los faros de los
autos que pasaban por la cercana carretera. Con él no, si el Pirri
vivía tan a ocultas como el Muchacho, prohibiéndole la misma
verdad a su familia, sin un lugar tranquilo donde esconder sus
amores de ocasión y, lo peor, con menos dinero. Al Muchacho no
le convenía en absoluto compartirse con él.
Pero con David, sí. Se lo presentó Angelito. David fue un
paso más en su transitar cuesta abajo. Cada homosexual que
entraba a su vida, y cada chica, resultaban peores que el anterior.
Este era una loca de carroza que se decoloraba el pelo y se lo
amoldaba con rulos, se depilaba las cejas y llevaba las uñas de las
manos largas y pintadas como una mujer. Era un gordo
repugnante y viejo como Lorenzo, pero un poco más viejo, al que
le faltaban algunos dientes en la boca. Había estado preso dos
años por corrupción de menores, pero el Muchacho no se cuidó
de esa mala celebridad ni de la estrecha vigilancia con que lo
cercaban los vecinos. Le siguió peligrosamente el rumbo del
tráfico ilícito de medicamentos, porque con la venta de las
pastillas para la alucinación obtuvo unos ingresos considerables.
David era un caso digno de estudio para un equipo
multidisciplinario de celebridades científicas. Él le puso la tapa a
la vida sórdida del Muchacho. Hijo único de una familia
acaudalada, su conversión en homosexual a los catorce años, les
provocó la muerte a sus padres con un intervalo de seis meses
entre el infarto del miocardio del padre y el aneurisma de la aorta
de la madre. Se vio solo y joven, sin unos parientes que le
amargaban la vida reprochándole a toda hora su afición a vestirse,
parlotear, moverse y acostarse en una cama para el sexo, como
108 La desgarradora vida de un Muchacho gay

una mujer. Lo mejor de todo fue que se quedó con la fortuna del
padre para dilapidarla a su voluntad.
La fórmula por la que regía su vida era bien sencilla. Le
gustaba ser afeminado, sin complejos ni inhibiciones,
ostensiblemente. Se realizaba como mujer en todas sus relaciones,
asumiendo el papel de amante diligente y esposa hacendosa para
los quehaceres domésticos. Los prefería jóvenes, casi niños; claro,
siempre mayores de dieciséis, que no se le antojaba estar tras los
barrotes por segunda vez. Un modelo aparentemente sencillo,
mas la oculta verdad era otra. Su vicio era de los que costaban, y
costaban muy caros.
Para mantener a todo tren a los incontables niños de su
fatalidad, vendió el automóvil de su padre, un Chevrolet’58, por el
que le dieron miles de pesos. Mas tarda uno en decir ¡salud! que lo
que demoró ese fajo de billetes en esfumarse. Después, cambió la
imponente casona de la familia, de seis dormitorios, cuatro baños,
sala, saleta, biblioteca, comedor para recepciones y un merecido
etcétera, por una más pequeña de dos dormitorios, con tal de
recibir una buena cantidad de dólares por encima. Esos siguieron
velozmente el mismo destino de los anteriores. A los pocos meses
se deshizo de la vajilla francesa de legítima porcelana de Sévres,
orgullo de su madre, y de la cocina de gas con horno y seis
hornillas, marca Kelvinator. Más tarde, del teléfono y los
muebles… Cada compromiso podía ser recordado por la pérdida
de algunas de las propiedades de la herencia: Mario, el del juego
de cuarto estilo Regencia: Jorge, el del refrigerador Westinghouse
de dos puertas; Daniel, el del juego de sala Luis XV, de caoba y
torneado por esmerados ebanistas… La lista era interminable.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 109

Por las leyes no escritas, sí cumplidas al pie de la letra, de la


comunidad gay, estaba obligado a comprarles a sus amantes las
últimas confecciones de la moda en las boutiques de firmas
exclusivas, los zapatos de buenas marcas, los cigarrillos caros - las
cervezas también -, los víveres de calidad, ¡Yo no como piltrafas; a
mi hay que ponerme en la mesa langosta, vino blanco, queso
Roquefort! ¿Qué te has creído, viejo gordiflón?, y esas compras
tenía que hacerlas en un país donde los precios andaban
disparados por las alturas cósmicas. ¿Qué herencia podía aguantar
tanto saqueo continuado sin agotarse en breve tiempo? Cuando el
Muchacho lo conoció, conservaba únicamente un apartamento
pequeño como una casa de muñecas, con dos dormitorios
minúsculos, un baño y una cocinita donde no cabían dos personas
al mismo tiempo, par de sillones en buen estado aún, y en su
cuarto del placer una armazón de madera de pino barato,
asentada sobre cuatro patas flojas, un bastidor oxidado, y
haciendo las veces de colchón unos cuantos sacos de yute
doblados bajo las sábanas.
A Angelito le había alquilado el cuarto que no usaba para que
viviera con su amante niño. El inquilino corría ahora con todos
los gastos, porque necesitaba ese escondite para su relación
riesgosa con un menor de edad.
¡Ay!, Angelito era toda otra historia. Había tratado por años,
infructuosamente, de reprimir su homosexualidad para no
maltratar a su familia con el disgusto. Llegó a casarse incluso con
una linda muchacha de su pueblo natal y con ella tuvo un hijo
varón. Cuando el bebé tenía apenas nueve meses de nacido, no
pudo más y se entregó a un hombre mayor, casado; una
personalidad relevante de la cultura en su villa. El escándalo fue
110 La desgarradora vida de un Muchacho gay

gigantesco. Lo obligaron a marcharse del poblado con un


interdicto de reprobación y le prohibieron regresar, ni para ver a
su hijo alguna que otra vez. Después de eso se dedicó con empeño
a recuperar el tiempo perdido. ¡La memoria no le alcanzaba ya
para todos los que le habían pasado por encima del cuero!
La última pareja que tenía, con la que vivía en casa de David,
era un desdichado niño, siempre taciturno y callado, huérfano de
madre con apenas seis años de edad. Tenía dos hermanos
mayores y un padre que nunca se repuso del asombro por la
obligación que la vida le había echado sobre los hombros, sin
pedirle su parecer y cuando menos lo esperaba. Se había quedado
sin mujer y con tres críos, y no sabía qué hacer. Resolvió el
problema, cómo no, los lanzó mar afuera, a la línea del segundo
canto de beril del destino, donde siempre aguardan los tiburones
para comer, ¡que se las arreglen como puedan!, y se olvidó de ellos.
El mayor de sus hermanos vivía con un homosexual
adinerado y muy refinado, que lo complacía en todos sus deseos,
pero no en el más apreciado de la libertad. El pacto era así: te visto
de la cabeza a los pies con la ropa de moda, te satisfago el apetito
con las golosinas más deseadas, te compro todos los juegos de video
que existan en el mercado para que te entretengas jugando el día
entero, en fin, si me pides pajaritos de Marte volando cabeza abajo,
te los regalo. La condición es esta, no puedes salir de esta casa a
nada, ni al balcón a tomar aire fresco o a comprobar el estado del
tiempo. No quiero que te vayas con otro y mucho menos que te
enamores de una mujer. ¡Pobre, hermanito!, vivía desesperado
con las complacencias atragantadas en la garganta, y preso como
una doncella medieval, aherrojada su castidad por un cinturón de
hierro con siete cerrojos.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 111

El mediano, hasta apenas un año antes, disfrutaba de una


gloria impresionante. Lo apodaban “la Massiel”, por sus shows
travestis y sus stripteases frente a un público de gays. ¡Infeliz!,
parece que se hartó de una fama tan dudosa, porque un día se
amarró un pañuelo en la boca bien fuerte para no gritar, empapó
sus ropas con keroseno y se dio candela. ¡Lo que quedó de él se
podía recoger con una cuchara! Tenía quince años cuando se
borró de la vida con un auto de fe ejecutado por sí mismo. ¡Y del
recuerdo de todos! Ni uno solo de los espectadores que
componían su entusiasta público, se acordaba de él al paso de
unos meses.
Y el menor, Alexander, estaba con Angelito desde los doce
años. Parecía un animalito acorralado que no gozaba nada la vida
que le daba su amo, pero menos le gustaba la idea de quedarse sin
timonel para sortear la tormenta de su futuro. Por eso se pegaba a
Angelito como una lapa empecinada a la roca de su resguardo.
¡Tenía tanto miedo de terminar como sus hermanos!, sin darse
cuenta que iba a la par de ellos en el balance de las desdichas. Él
andaba triste, Angelito feliz y el gordo solo cuando llegó el
Muchacho.
Cuando llegó no, cuando lo trajo Angelito, precisamente
para que hiciera feliz también a David. La seguridad y el contento
en su relación con el niño, dependían en gran medida de la
satisfacción personal de David. Si al gordo lo ganaban los celos
por verse a sí mismo abandonado mientras olfateaba a su
alrededor la felicidad de Angelito saliéndosele por los poros, lo
más probable sería que decretara la expulsión de la pareja, sin
derecho a apelación. No había lealtad ni amistad en la comunidad;
todo era negociable y tenía un precio. La tarea prioritaria para
112 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Angelito era conseguirle un amante a David, como condición


insoslayable del derecho al refugio. Ya lo había hecho en otras
ocasiones, y estaba entrenado para el oficio de celestino.
El Muchacho no tenía un centavo en los bolsillos. Accedió
gustoso a ser cómplice de Angelito, y se quedó junto al gordo en
su apartamento por más de dos meses. Eso sí, lo aprovechó todo
lo que pudo: su dinero, sus perfumes y la exquisita comida, por
momentos mucho mejor cocinada que la de Lorenzo. Los
primeros días, el Muchacho vivió encerrado entre esas cuatro
paredes, sin asomar toda su humanidad. Atisbaba por las
persianas entreabiertas de las ventanas para comprobar si algún
vecino o algún visitante, vendedor, cobrador de la luz, cualquiera,
no era alguien conocido de él o de su familia. Siempre se daba a sí
mismo un plazo de setenta y dos horas, si transcurrido ese límite
el peligro no lo había derrotado, entonces estaba seguro de que
nada le sucedería. Respiraba tranquilo y olvidaba el desasosiego
de ser descubierto.
A pesar de tanta miseria como había en aquella casa, si no se
la pasaba tan bien como estaba acostumbrado el Muchacho,
tampoco se la pasaba mal, según su mediocre criterio.
Sobrevivían, es cierto, pero le daban contento a los goces
primarios: comían bien, bebían mejor, se iban de compras a las
galerías para darle contento a los jóvenes, fornicaban y dormían.
¿Y qué más se podía esperar de ellos? Jamás en su vida el
Muchacho tuvo su ropa, su sobrevalorado atuendo, mejor lavado
y planchado que en esos días; los antojos cumplidos antes de
expresarlos en voz alta; la comida, a su hora; un compañero de
juegos, Alexander; compañía humana las veinticuatro horas del
día; dinero abundante; y nadie juzgándolo. Se sentía el rey de la
La desgarradora vida de un Muchacho gay 113

creación, hasta que llegaba la noche y se enfrentaba a sus


infernales sueños.
El gay florecido tardíamente, Angelito, era una fiera para
conseguir dinero. Él sí se cuidaba de las apariencias, del riesgo que
corría si lo hallaban en compañía de un menor – le había pedido a
Alexander que nunca dijera su edad, a nadie -, por eso trabajaba
en una dependencia municipal del ministerio que atendía la salud
de la población, pero no vivía solo de un salario que apenas
alcanzaba para empezar a vivir. Tal actitud taimada era parte de
su fachada para no enajenarse más la voluntad de los vecinos,
bastante escandalizados ya por la convivencia tan próxima a unas
parejas de invertidos que vivían como dos matrimonios normales.
Y, a todas estas, ¿qué edad tendrá el muchachito ese, el que parece
más jovencito? Para mí que es un menor. El dinero, el de verdad, el
buen dinero, el montón de billetes para vivir regalado, lo adquiría
aprovechando la escasez de medicamentos en el país.
Burlaba el control establecido consiguiendo a bajo precio las
tarjetas imprescindibles para adquirir las medicinas en las
farmacias estatales. Con la ayuda de un amigo ducho en esos
menesteres, las rellenaba cuidadosamente y las acuñaba con el
duplicado de un sello oficial. Ahí terminaba su gestión. La otra
parte la ejecutaba el Muchacho, que con esa documentación falsa
compraba alucinógenos en la farmacia donde trabajaba su madre
y vendía cada píldora en un buen precio a los que gustaban de
endrogarse, recostados al muro del malecón. Su mamá era su
principal socia en la estafa, sin hacerse ni hacerle muchas
preguntas, y las ganancias se repartían equitativamente entre ella,
David, Angelito y el Muchacho. Se alzaba hasta con quinientos
pesos diarios, moneda nacional, el equivalente a unos veinticinco
114 La desgarradora vida de un Muchacho gay

dólares, más lo que le tumbaba al gordo mariquita. ¡Sí, señor!, fue


un tiempo relativamente próspero, pero se le vino abajo por un
camino que nunca sospechó.
En el mismo edificio que David vivía un gran amigo de su
padrastro, y él no lo sabía. Y su padrastro corrió a contárselo a la
madre para que despertara del sueño en que se sumergía con
relación a su hijo desde hacía cinco años, no para que lo ayudara o
para que lo salvara de una probable caída al borde del
despeñadero, porque si de algo estaba más que seguro era que el
Muchacho ya se había perdido, hacía mucho rato. Entonces, en el
momento decisivo le faltó el valor para decirle la vedad con toda
crudeza, ¡que tu hijo es m…, carijo, abre los ojos de una vez! Se
limitó a contarle que el Muchacho se escondía en un antro de
cuidado.
A la mañana siguiente, la madre se le apareció al Muchacho
en casa de David, dispuesta a comerse vivo al primero que se le
atravesara en el camino, y le ordenó perentoriamente que saliera
de ahí cuanto antes. El Muchacho la obedeció presto. Primero,
evitaba los problemas a toda costa, y más si la familia resultaba
involucrada en ellos y, después, no le era difícil abandonar a
David, tal como lo había hecho antes con otros. Se trataba de un
asunto tan fácil de resolver como cerrar la espita que tenía
instalada en cierto lugar del corazón. Nunca llegó a sentir siquiera
aprecio por ninguno, menos por el viejo gordo ese, aunque todo el
tiempo que le concedió le juró, a los otros también, que lo amaba
como a nadie.
A David le hizo el amor con más lástima que a los demás y
con menos frecuencia, lo humilló con sus escapadas para ver a la
chica de ese momento y se dio el gusto de golpearlo en el pecho
La desgarradora vida de un Muchacho gay 115

con la goma trasera de su bicicleta cuando tuvo el atrevimiento de


sujetarlo por la camisa, rogándole que no se le fuera.
Y así fue con todas y con todos, o tal vez parecido, durante
unos diez años de su maldecida existencia, hasta aquel julio de
pasmo cuando Lorenzo fue asesinado.
CAPÍTULO 14

14.- Donde se hace una pregunta sencilla, se


ofrecen tres probables respuestas y no se nos
dice cuál es la correcta

¿Hasta dónde se puede deslizar uno cuesta abajo en la


pendiente de la vida?
a) Hasta el infinito… y más allá.
b) Hasta la muerte y con ella el olvido… ¿o el perdón?
c) Hasta que te frenen de un trancazo.
CAPÍTULO 15

15.- Donde el Muchacho declama su propio


monólogo interior al estilo de un Joyce
aplatanado, sacándose de la mente – y del
pecho – unas cuantas reflexiones serias, y
algunas boberías

Caballeros, miren esta foto, ya no me acordaba de ella. Aquí


tenía yo trece años, ¿trece?, sí, esa edad. Vean al Zurdo, ¡no se
lo pierdan!, sentado a mi lado con el brazo sobre mis hombros.
Tal parece que me quisiera de verdad. ¡Mentiroso!, todos los
hombres son mentirosos, lo llevan en la sangre. Y esta, ¡qué
cómica!, esta fue el día de mis quince. ¡Qué celebración me
hizo Lorenzo! ¡Yo, con dos langostas en la mano! Bueno,
únicamente en fotos se vuelven a ver. ¿Cuántas fotos tomó
Lorenzo en esa fiesta? A ver, una, dos, tres, cuatro, cinco…
cinco, sí. Aquí, detrás de la mesa, están los dos muchachos,
Cuca, el marido y yo, que tengo puesto el short de lycra que
me trajo Lorenzo de regalo. Ese año adelantó su viaje unos días
para estar presente en mi cumpleaños. ¡Cómo hay cosas de
comer en la mesa! La verdad que no fue tacaño en esa ocasión.
Además de la espléndida comida que él mismo preparó, ¡y lo
rico que cocina, el muy…! , se gastó un dineral en botellas de
120 La desgarradora vida de un Muchacho gay

vino y whisky, y me regaló un pullover azul oscuro al que le había


hecho incrustar en la espalda mi nombre, Muchacho, con letras
de fieltro. ¡Qué clase de tipo es Lorenzo! No se atreve a ser en su
país, así que viene al mío y se aprovecha de nuestras miserias para
hacer impunemente sus porquerías. Nos están colonizando de
nuevo estos gallegos. No renuncian a la idea de que somos su
colonia. ¡Ni dándoles candela por el fondillo sueltan el hueso! El
país se ha convertido en una zona franca para ellos, si se lo
permiten oficialmente. ¿Y a mí qué? Me conviene, así puedo ir a
buenos lugares. ¿Al campismo? Eso es para perros. ¿A pasar
trabajo cocinando con leña, bañándose en contagiosas piscinas o
en playas de rocas y erizos, porque las playas de verdad, las de sol
bueno y mar de espuma y arena fina son para Pilar, si tiene el
buen recaudo de desembarcar con un pasaporte de extranjera en
una mano y unos cientos de dólares en la otra? Yo no me meto en
política, ¡qué va!, la política es una cochinada, pero existo en este
espacio y en este tiempo. ¡Tiempos difíciles! Arengas fanáticas,
propaganda, escasez material… y de valores, y después de
proclamar una verdad y al cabo de unos años defender lo opuesto
sin respeto a la memoria colectiva, lo que tenemos es una doble
moral que no la brinca ni un chivo. Un divorcio entre lo que
hacemos, decimos y lo que pensamos. La conspiración del
silencio. De esto no se habla y de lo otro, tampoco. Muchas
consignas y cómo nos gusta todo lo de los capitalistas, empezando
por mí. Hoy, coreando y aplaudiendo; mañana, allá, navegando
noventa millas por un mar desconocido en una balsa
improvisada. Pregonamos la humildad y la austeridad, y el reparto
equitativo de la miseria, pero lo que queremos es una mansión, no
un apartamento de micro; y un nivel de vida de nuevos ricos.
¿Qué pincho, qué maceta, qué gerente vive en un apartamento de
La desgarradora vida de un Muchacho gay 121

micro, así como el mío? ¡Que me mencionen uno solo y me callo


para siempre! ¡Lo juro por mi madre! Dinero, viajes, para vivir al
estilo de la gran burguesía, eso es lo que quieren todos. ¡No me
vengan con cuentos! Los hombres se disponen a la lucha para
lograr cambios, para hacer un mundo mejor, pero el patrón de
cambio que tienen en la conciencia es equipararse a la gente rica.
¿Me van a decir a mí que se peleó para comer un solo pan al día?
¡No me chiven! Al que se lo dijeran al principio de la lucha,
abandonaría el combate con tal ligereza de piernas que lo único
que se vería es el polvo levantado a su paso. ¿Un mundo mejor
con los mismos hombres y mujeres sin cambiar desde adentro,
más bien involucionando? Un mundo mejor empieza justamente
por la gente cambiada, mejorada, y esto es un sálvese quien pueda.
Con un conjunto de leyes constitucionales promulgadas, no se
transforma la naturaleza interna de ningún ser humano. Entre
paréntesis, las leyes se dictan, pero apenas se cumplen… Más
tarde o más temprano afloran su mentalidad egoísta, sus vicios,
sus ambiciones. El hombre nuevo aquí no se logró. El hombre
nuevo es mi padrastro, ¡qué caray!, que el partido por acá, el
partido por allá, pero cómo le gustan los billetes verdes. No
protestó cuando le di cuarenta dólares para comprarse unos
zapatos, ni me preguntó de dónde los había sacado. Tampoco le
interesó saber cómo conseguía los panes y la empanada con los
que se llenaba la boca, así, atragantado como un puerco,
masticando a mandíbula abierta. En esos momentos no soy el hijo
de Satanás como siempre me está diciendo, no. Se queda callado,
y ¡no quiero, no quiero, pero échenmelo en el sombrero! ¡Hijo’e
p…! Sólo tengo una foto junto a Lorenzo. Bueno, él siempre
estaba con la cámara en la mano. Esta, la única, la tomaron los
muchachos. Fue en el yate alquilado aquel verano de vacaciones.
122 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Yo estaba rendido de cansancio y me dormí en uno de los


camarotes. Lorenzo se acostó a mi lado y también se durmió
profundamente. Ahí aprovecharon los sinvergüenzas esos para
tirarnos la foto. Después de todo, yo soy un tipo con tremenda
suerte; esa es la verdad. He estado a punto de estrellarme unas
cuantas veces, pero siempre escapo por un pelo. Ahora mismo,
me pongo a mirar estas fotos y me veo retratado solo con
hombres. No hay una foto en la que esté con una muchacha. Ni
una sola. Y mi madre no se da cuenta de eso, con cualquier
historia la duermo. Cuando lo del nieto de Petra, tenían que
matarme para que yo dijera otra cosa que no fuera que ese niño
mentía, que nada había ocurrido, y ella me creyó... Caramba, una
de las pocas veces que intento ser bueno y por poco voy preso.
Conclusión: no se puede ser bueno. Al que se unta de miel, se lo
comen las hormigas. Hay que andar por la vida con la maldad
bajo la manga como una Mágnum 44… Como también se creyó el
cuento de que Lorenzo es mi suegro, casi un padre para mí. ¡Qué
padre! ¿Y lo de los ceniceros con Chamizo? No, y me coge en casa
de David y se traga la fábula del negocio con las pastillas. Señores,
eso fue para orinarse de la risa, lo que pasó fue que yo me asusté
porque no me lo esperaba, por eso no pude disfrutarlo como se
merecía. Le abrió la puerta David, todo partido, y mi madre me
dice después que ni siquiera por un buen negocio debía tener
tratos con un mariquito; que ese tipo era, por lo menos,
afeminado. Yo, “que no, mami, no digas eso, es un poco
amanerado porque es muy educado y culto”. ¿David, culto? Yo
creo que ese tipo no lee ni el periódico. Quizás no sepa leer. ¿Será
analfabeto? A mí sí me gusta la lectura, aunque reconozco que
algunos libros merecían ser escritos, y otros no. Unos cuantos de
ellos desearía haberlos escrito yo. Cuando los iba leyendo me
La desgarradora vida de un Muchacho gay 123

decía que el autor había copiado mis ideas, pensamientos y


sentimientos, porque los estaba reconociendo impresos en las
páginas que hojeaba. Es curioso encontrarse con alguien talentoso
que puede darle forma escrita, coherente y además embellecida, a
lo que es un embrollo de imágenes y representaciones confusas en
nuestra mente, y que al leerlas uno pueda exclamar “eso es
exactamente lo que yo quería decir”… ¡Un escritor médium que
podía penetrar mi mente! ¡Qué absurda idea! Hay libros que son
todos los buenos libros del mundo, y todos los libros de un gran
autor no son más que un solo libro, escrito y reescrito de mil
maneras diferentes. Otros, son tan dulzones que empalagan.
Muestran una cara retocada de la vida, que da náuseas. La
mayoría de los personajes son lindos y heroicos, y si hay algún
villano lo retratan estereotipado. Un día voy a escribir un libro yo
mismo para mostrar a los seres humanos como son realmente,
para correr el velo que oculta todas sus miserias y todos sus vicios,
para hablar de los horrores que todos se empeñan en callar como
si el mundo fuera un lugar idílico, y no el campo de batalla que es
en verdad. No nos engañemos más con la mentira que nos obligan
a creer de la cooperación, la solidaridad y la comunicación entre
los hombres. El gran problema de la humanidad en estos
momentos es la incomunicación entre los humanos, y el egoísmo
que conduce al individualismo; palabras que suenan tan feas que
mejor se encubren con una palabra bonita, tolerancia. ¡Ay!, no
descendemos de los hombres primitivos que, en la cueva húmeda
y oscura, compartían equitativamente el mamut cazado gracias al
esfuerzo colectivo, sino del que entró con la maza descomunal en
la mano y los mató para comerse, solito, toda la carne. Así ha sido
a lo largo de toda la historia de la humanidad y si ha ocurrido
algún cambio en esa regularidad es que las cosas han empeorado
124 La desgarradora vida de un Muchacho gay

aún más… ¡Venir a hablarme de Dios!, la Vieja Loca de la Fuente


me habla de Dios. ¿Dónde estaba Él la noche de las duchas que no
se apiadó de mí? ¿Dónde ha estado en estos diez años de mi vida,
si vida se le puede llamar a los actos que ejecuto cada día? ¿Dónde
se ha ocultado en cada guerra, en cada epidemia, en cada
hambruna por la que hemos pasado en los últimos seis mil años?
¿Por qué se cruzó de brazos cuando llevaban a su hijo a morir? Si
yo fuera Dios no hubiera permitido jamás que crucificaran a mi
hijo… Lo puse de padre de Angelito y me justifiqué con el
negociazo del parkisonil. Ella se lo tragó todo. No une esos datos.
No le llama la atención que siempre que yo ando metido en líos, a
mi lado hay un m… A veces creo que ella es completamente
entretenida o será que no quiere darse cuenta para no complicarse
la vida. Yo, homosexual, lo que se dice homosexual, no soy. A mí
me gustan las mujeres. Esto es una profesión como otra
cualquiera. No tengo un título, ni oficio, ni siquiera un trabajo
cómodo y decente. ¿Cómo tenerlo si no cursé estudios superiores?
¡Qué digo!, ni eso, porque yo conozco universitarios que están
pasando el Niágara en bicicleta. Noticia de última hora: la
bicicleta, además, tiene una goma pinchada. No sé hacer otra cosa.
Total, es mi cuerpo lo único comprometido en este quehacer. Me
baño bien después, y ya está. Mi hermana… ya perdí la cuenta de
los maridos que
ha tenido. Empezó con catorce años, en la beca, que para eso
han servido: los alumnos con las alumnas, las alumnas con los
profesores, y los profesores con las profesoras. ¿Y los estudios?
Bien, gracias. Miren a mi hermana, terminó el bachillerato y no
sabe ni hablar. Nadie la critica por su vida pública. Nadie dice que
es una p... Cierto que todo hombre que se le acerca, la usa, se
La desgarradora vida de un Muchacho gay 125

satisface y cuando se aburre, se marcha por donde mismo vino.


Ninguno se casa, ni funda una familia con ella. Sin embargo, mis
parientes la aceptan; dicen que ha tenido mala suerte. Esa es su
verdad. En resumen, hay tantas verdades como hombres y
mujeres poblando el planeta. Aproximadamente, seis mil millones
de verdades. Seis mil millones de fortalezas amuralladas,
defendidas por un solo castellano atrincherado. Esta es mi verdad
y la protejo con la espada de mi decisión, y los demás tienen que
aceptarla o, al menos, tolerarla, aunque sea una idiotez lo que
estoy proclamando. Y allá van los deficientes neuronales a darle a
uno palmaditas en las espaldas para que no los tachen de
intolerantes, porque ese es el peor crimen que se puede cometer
en la actualidad. No importa que la tolerancia reafirme el
egocentrismo, ni que colabore en cultivar pasiones en los seres
humanos que dañen a otros, levantemos firme esta bandera en
aras de la civilización y el modernismo, y no la dejemos caer:
tolerancia, tolerancia, tolerancia… Lo único que les voy a pedir,
por favor, es que no nos obliguen a nosotros, las víctimas, a
sostenerla junto a ustedes…No me lo publicarían, ¡qué va!, ¿cómo
podrían publicar un libro que ponga en tela de juicio su tan
adorada tolerancia? ¿Un libro que les escupiera en el rostro su
responsabilidad por la violencia descomunal que ha engendrado
el egoísmo? ¿Un libro que ridiculice la cruzada en defensa de la
“libertad personal” de hacer lo que a cualquiera le da la gana? ¡Ni
que estuvieran locos! No me lo publicarían… El problemático soy
yo para mi familia. Eso me pasa por andar en la compañía del
anillo partido y volador, la compañía del anillo rosado con
maripositas azules, la compañía del anillo con la voz aflautada.
¡Qué grupito! Cuidado, ahora no se les puede decir m… Ahora
son los que tienen una orientación sexual diferente. Los pintan
126 La desgarradora vida de un Muchacho gay

normales, buenos, tipos bien educados, refinados, verdaderos


entendidos en arte, sensibles, trabajadores, maduros, sensatos,
responsables… y no tengo para cuándo acabar con las lisonjas y
los ditirambos. ¿Existirá una fábrica en algún lugar intrincado del
globo terráqueo que, por encargo, se los entregue a la sociedad así,
casi perfectos? Los que yo conozco son unos inadaptados sociales,
trágicos e intrigantes. Te arman un espectáculo en la vía pública, y
en la intimidad también, como si fueran vedettes famosas
actuando en el Molino Rojo de Paris, sin importarles quiénes los
estén mirando. Se quitan unos a otros los amantes. Hay un
amasijo de promiscuidad, un “todos contra todos”, asqueroso. La
mayoría tiene el mismo origen: una madre dominante, un padre
abusivo, algún adulto amigo o miembro de la familia que los
inició en este camino cuando eran apenas unos críos. Les fascina,
a su vez, corromper niños y atraerlos a su corte particular. No les
gusta trabajar, sino vivir de los negocios prohibidos. ¡Carijo!,
quizás haya tres o cuatro que sean la excepción; pero los demás sí
son así. Yo los conozco bien. Hacen un esfuerzo por parecer
comedidos y en cuanto voltean la espalda, alborotan como
gallinas que han puesto un huevo. Se depilan las cejas y las
piernas. Se visten y actúan como mujeres. ¡Qué asco! Se roban
unos a otros: el dinero, la ropa, la comida, los amantes, los
secretos. Y si alguien se trastorna y piensa que la latitud geográfica
es la máxima responsable de esas manifestaciones, ¡contra!,
recuerden el caso de Alan Turing. Lo leí en un libro de Historia
muy bien documentado. Fue a la policía a denunciar el robo
cometido en su casa por un amigo íntimo temporal, ¿sería idiota?
Alan Turing, un científico inglés. Las leyes británicas de ese
entonces condenaban la homosexualidad con pena de cárcel, así
que lo metieron preso a él y a su amiguito. A uno, por m…, - yo
La desgarradora vida de un Muchacho gay 127

agregaría “y por imbécil” - y al otro, por ladrón. Si a un profesor


del King’s College de Cambridge le robó el m… que vivía con él,
¿qué vamos a esperar de los tropicales? Dicen que Turing, un
genio de piel pálida y aspecto desgarbado, que se convirtió
póstumamente en una especie de ídolo para los gays, se suicidó en
l954, igual que hizo la Massiel. No es que se diera candela, esa
forma atroz de morir sólo se les ocurre a los criollos, sino que
autodesapareció del mapa terrestre de una forma elegante, a la
inglesa. A lo mejor se lanzó desde lo alto de la Torre de Londres, o
se cortó las venas sumergido en una bañera de bronce y mármol,
con el agua aromatizada por las sales de baño, o apuró hasta las
heces – me gusta esa frase hecha, un día la pondré en el primer
libro que escriba - una copa de cicuta tendido en un sofá de la sala
principal del Castillo de Windsor, en horario de visita para el
público. Se esfumó, finito, kaput, koniec, the end. ¡Y esas son
personas normales… con diferente orientación sexual! ¿Por qué
hay tanto índice de suicidio entre ellos? ¿Alguien ha controlado la
estadística de cuántos suicidios ocurren entre los que no han
salido del closet todavía, y entre los que han manifestado su
homosexualidad libremente y sin reparos? Sería interesante
hacerlo, porque si el por ciento es mayor en los gays confesos,
asumidores de su propia orientación sexual con responsabilidad,
¿de dónde les viene tanta infelicidad como para borrarse del mapa
de la vida sin titubear? ¿Y por qué hay organizaciones
internacionales, como las de los Alcohólicos Anónimos, pero para
homosexuales arrepentidos, que quieren que los ayuden a no
serlo? Los miembros de la OMS, que se niegan a las terapias de
reorientación deberían permitirle a los homosexuales corromper a
sus propios hijos, a ver si les iba a gustar esa idea. A mi me dicen
que soy un ñame con corbata, pero pienso que si el hombre es un
128 La desgarradora vida de un Muchacho gay

animal más que evolucionó a partir de células primitivas hace


millones de años – alguien que me explique cómo la materia
engendró lo espiritual, porque el hombre tiene pensamientos y
sentimientos, tiene alma y espíritu, algo de lo que carecen las
demás especies zoológicas -, pero, bueno, a lo que iba, si es un
animal, yo no he visto que un tigre quiera ser tigresa, ¿por qué el
hombre quiere ser mujer? Si en la naturaleza apareciera un
espécimen con diferente orientación sexual dirían que es una
aberración de la familia zoológica, una mutación que pone en
peligro la ley de la propagación de la especie. Mujer con mujer,
hombre con hombre, ¿cuánto tiempo tardaría en extinguirse la
especie humana? Tendrían que adoptar niños y, ¿bajo qué
influencias los criarían? ¿Bajo la de estos trastornados que son
incapaces de planear y dirigir su propia vida? ¿Cómo van a guiar a
un niño en su desarrollo emocional si ellos mismos son
interesados, son mentirosos y se esconden de todos como
alacranes bajo las piedras? ¿Qué clase de padre, o madre, serían?
Producción en sucesión de niños traumatizados, generación tras
generación, en un círculo vicioso, hasta que se maten todos y la
Tierra quede desierta… Las guerras mundiales fueron máquinas
que causaron la brutalidad del mundo. Después de esos horrores,
los hombres creyeron que tenían derecho a todo. ¡A hacer y decir
todo lo que le viniera en ganas! Al mismo tiempo, quizás cierta
voz interior les revelaba que esa tendencia no contribuiría al
mejoramiento del género humano, digo en lo moral y lo
espiritual, y quisieron acallar esa voz engañándose a sí mismos. A
pesar de tanto adelanto científico y técnico, en el fondo no somos
más civilizados que un Cromagnon, pero disfrazamos nuestra
bestialidad con el supuesto respeto a las individualidades y con el
imaginario derecho a la plena satisfacción del yo… Castigamos a
La desgarradora vida de un Muchacho gay 129

los asesinos en serie. Se les pone en la silla eléctrica, el paredón de


fusilamiento o en una institución médica para el tratamiento de
sicópatas por el resto de sus vidas. Me pregunto por qué.
Podríamos decir que tienen una orientación diferente en cuanto a
relacionarse con los demás seres humanos, y dejarlos libres…
Muchos me dirán que los homosexuales no pueden ser
condenados hasta que cometan un delito. ¿Y quién los va a
denunciar? ¿Los niños sodomizados por ellos? Ese es el gran
problema. Nos sentimos tan culpables, y sucios, y avergonzados,
que no nos atrevemos a exponer nuestra miseria a la vista del
mundo. Quedamos atrapados para siempre en la maraña de la
indefinición, y los homosexuales, impunes. Y es el cuento de la
buena pipa, el de nunca acabar. Los niños heridos se aferran al
silencio, los pederastas escapan al castigo, los niños crecen y se
transforman en sodomitas a su vez y someten a otros niños, y una
vuelta de rosca más a la historia sin fin. Bah, a los humanos les
encanta coquetear con las palabras para justificar la porquería.
Diferente orientación sexual para identificar a traumatizados,
sociópatas, pederastas, infelices niños abusados que se convierten
en adultos abusadores por la ley inexorable de la injusticia.
Tolerancia para poder cerrar los ojos y pretender que no pasa
nada, hasta que la burbuja de porquería les explota en la cara a la
masa humana confiada en que la pasividad y la permisividad son
el bálsamo mágico que convierte a los hombres en buenos.
Respeto a la individualidad, al ideal del yo y la autorrealización,
para encubrir la alabanza al egoísmo, al egocentrismo y al “solo
me importo yo, los demás que se las arreglen como puedan”. Tal
vez lo que necesitamos es una sola verdad, una sola ley por la que
regirnos, una vara de medir con la que comparar nuestras
130 La desgarradora vida de un Muchacho gay

acciones y nuestras emociones, y una balanza para pesar nuestro


corazón. Quizás lo que nos esté haciendo falta
no son seis mil millones de jueces imperfectos con su justicia
propia, juzgándolo todo con el rasero de su verdad “made in me”,
sino un solo juez perfecto. ¿Y si resulta que la Vieja Loca tiene
razón? No, no puede ser. Los hombres no necesitan crear dioses a
su imagen y semejanza. Cada individuo es suficiente para dirigir
su vida siempre que lo haga con un criterio razonable. Tenemos
derecho a escoger la libertad. ¿O no? … Vaya, no estoy
procurando la destrucción en masa de todos los gays, ni su
internamiento en centros de aislamiento. Estoy intentando que
nos traten como personas que necesitamos la ayuda de nuestros
semejantes porque somos… somos… ¿enfermos?... ¿pecadores?
… ¿Qué estoy pensando? Yo soy igual a ellos, me he estado
describiendo a mí mismo, semejante basura humana… No, no,
¡qué va!, por nada del mundo. Es cierto que actúo como ellos,
pero lo hago forzado por las circunstancias. Si te metes en una
manada de lobos, no te queda más remedio que gruñir y morder,
si no te quedas sin tu trozo de caribú. Pero yo soy hombre, yo los
uso para triunfar… ¿Qué triunfo, carijo? ¿Un televisor roto,
cuatro walkmans inservibles, un buen reloj de pulsera, una cama
con el colchón desvencijado? ¡Buena bazofia! … De nada me han
servido los libros, sólo para sentir más dolor. Los libros son como
las personas. Los hay genuinos y nobles, leales, semejantes a los
buenos cofrades del rey Arturo, sentados a su alrededor en la
Tabla, y te sirven de espejo para medir toda tu miseria humana. Y
los hay hipócritas, manipuladores y malvados, y también te
puedes mirar en ellos para ver el horror en que te has convertido.
En cualquier caso, la confrontación es muy dolorosa… En verdad
La desgarradora vida de un Muchacho gay 131

es difícil entender a los seres humanos. ¿Quién nos conocerá


realmente, tal como somos? ¿Quién sabrá lo que ciertamente
estamos pensando, sintiendo… planeando? Porque de una
manera nos ven los que nos rodean, pero es una manera
distorsionada ya que no tienen toda la información para asegurar
que conocen nuestra mente… y nuestra alma. Y de otra forma,
siempre más benévola y justificativa, nos vemos nosotros…
Ningún sistema político, ni filosófico, ninguna religión, ha sido
capaz de ayudar al hombre a ser mejor ser humano. Los
furibundos seguidores de tal o cual doctrina acaban siendo peores
que sus enemigos o terminan amando aquello que han odiado
toda su vida… Yo quisiera huir y empezar de nuevo… Ya seré
millonario cuando esté en otro país… La culpa la tiene mi madre.
Yo no la entiendo, se pasa la vida diciéndome que tengo que
cambiar, que me ponga a trabajar o a estudiar, que me junte con
buenas personas y en el asunto este de la venta de medicamentos,
con lo perseguido que está, ella me ayuda. Uno tiene que
buscársela en este país como sea, pero si lo piensa bien es del
caramba negociar con la salud de la gente, y a ella no le importa.
A mi tampoco, pero por lo menos yo no me contradigo como ella
hablando tanta porquería. Por eso lo que me dice me entra por un
oído y me sale por el otro. Y le sigo mintiendo todo lo que me da
la gana… Esta foto, la única que tengo de una mujer, no sé dónde
la consiguió Lorenzo, la puse debajo del cristal de la mesita de
noche. Por detrás está dedicada por el propio Lorenzo, de su puño
y letra, y dice No te olvido, te amo, Sandra. Con esta foto salí
airoso de un montón de problemas. Mi madre se creyó que yo
tenía una novia española que me iba a sacar del país, y eso la
arrebató. Pensó que después, con el paso del tiempo, yo me las
ingeniaría para llevármela a ella, a mi padrastro y a mi hermana.
132 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Mientras tanto, les mandaría dólares y paquetes con ropa y


zapatos. ¡La pobre!... ¿Qué han hecho de nosotros los aprendices
de brujos de las ciencias y la tecnología, con sus descubrimientos e
inventos? Mucho progreso material, mucho avance tecnológico y,
en proporción inversa a esta escalada de mejoramiento, el corazón
se va encogiendo hasta alcanzar el minitamaño de una uva pasa
arrugada. ¿Adónde fueron a parar los caballeros andantes que
deshacían entuertos, los Ruslanes, los Cid Campeadores, los
Sigfridos, que en la infancia – ay, la edad de la inocencia –
queríamos igualar? La sociedad moderna mide el éxito por las
posesiones materiales que puedas exhibir y no por las virtudes…
¿Sólo para esto nacemos? ¿Venimos a este mundo a correr en pos
de sueños de grandeza personal, a esforzarnos por conseguir cada
nuevo equipo electrónico que sale al mercado, a ganar el dinero
suficiente con que comprar la última colección de ropa y zapatos
de afamados diseñadores, a adquirir el modelo de coche recién
fabricado, casarnos, tener hijos para enseñarles nuestros propios
valores retorcidos y, al final, morirnos? ¿Eso es todo? ¿Qué hay
más allá de la muerte? Si esa es la plenitud de vida que un ser
humano puede alcanzar, somos la especie más miserable e infeliz
sobre la faz del planeta… Bueno, mírenme a mí, luchando estoy,
en la primera línea del frente de batalla del diario existir, sin una
sola gota de felicidad, para conseguir que Lorenzo me ayude a
emigrar, y así lograr mi avance material, igualito que los demás. A
pesar de tanto razonamiento, pienso y actúo como el resto de los
hombres de la Tierra… Gracias a esta foto pude presentárselo a
mi madre, y eso la arrebató aún más, por los regalos que le haría
un extranjero. ¡Me va a decir a mí que piense bien las cosas antes
de hacerlas si ella piensa menos que yo! Aunque, no sé, Lorenzo
no parece el mismo últimamente. Ya no me trata como antes. Lo
La desgarradora vida de un Muchacho gay 133

percibo distante y frío. ¿Qué estará pasando por la mente del


gordo barrigón ese?...
CAPÍTULO 16

16.- Donde descubrimos que el marinero del


parque Tulipán y la Pájara Pinta no son tan
inocentes como creíamos

Para que la mentira se le convirtiera en una fortaleza


inexpugnable como quería el Muchacho, eran necesarias una
memoria a toda prueba, discreción y voluntad sostenida con
firmeza hasta sus últimas consecuencias, pero la mayoría de las
veces le era imposible recordar con claridad la hoja de ruta de
sus embustes en el laberinto en que se había convertido su
vida. La falta de moderación y el ondear en la dirección del
viento de sus caprichos, como una veleta de carne y hueso, sin
poder mantener el aliento aferrado a su proyecto inicial,
conseguían que la verdad se le escapara a gotas por las grietas
de su inconstancia. Y esforzándose porque nadie le viera el
rostro a lo evidente, se enredó en sus propias disculpas
logrando lo que nunca se propuso que sucediera, la rendición
de todos a la certeza de que alguien que usaba tanta destreza en
sus dobleces, tenía mucho que ocultar… aunque no supieran a
ciencia cierta qué.
Vivir escondido como un topo desorientado en la cueva
bajo tierra de sus fingimientos, no era tan fácil como supuso en
136 La desgarradora vida de un Muchacho gay

un principio. Sin embargo, la solución era bien sencilla y al


alcance de la mano: armarse de todo el valor del mundo, declarar
a pulmón abierto la torcida verdad que muy pocos entenderían,
pero que por lo menos le limpiaría el pecho de la inquietud que se
lo estaba desbordando, y mantener en alto, sin desfallecer, sin una
debilidad de alto costo, el pendón de su diferencia. No tenía otra
opción consecuente con el destino que otros le habían cargado
encima.
¡Un momento!, le quedaba todavía, sí, una segunda
alternativa, la más difícil quizás, reconstruir su futuro a partir del
abandono y del olvido de un pasado tan reciente. Borrarlo todo y
comenzar de nuevo con un conteo propio de su suerte, pero si
bien le sobraba un raro valor para embestir con los desatinos del
fracaso, los que nadie con un poco de sentido común se atrevería
a acometer, nunca tuvo el coraje suficiente para entrarle de frente
a la vida y liarse a golpes con ella. ¡No, señor!, se comportó como
el conjunto promedio de la humanidad, esos que a cada rato se
fijan excelentes aspiraciones pero sostienen el impulso menos de
setenta y dos horas, y adoptó el peor estilo. Se mantuvo entre dos
aguas sin decidirse por una u otra orilla, y con esas maneras
evasivas le confundió las sospechas a todos los que estaban al
tanto de su existencia. ¡Ah, no hay nada más patético, por lo
frecuente, que la falta de valor para hacer lo correcto!
Por eso no tenía amigos, conocidos sí; muchachotes que lo
saludaban por la calle con un ¿qué hay?, sí; pero amigos, no. Nadie
que lo visitara en su casa para un rato de charla amistosa, que lo
invitara a divertirse sanamente en un día soleado y alegre de playa
veraniega, a ir de fiesta para bailar toda la noche con alguna chica
de su predilección hasta soltar las suelas de los zapatos, o al cine
La desgarradora vida de un Muchacho gay 137

una tarde de domingo. Nadie para conspirar mutuamente los


secretos de la juventud. A veces sentía nostalgia de una vida más
limpia y descomplicada. Estaba en un estadío existencial en el que
necesitaba tanto de la compañía de otros adolescentes como él y le
hubiera gustado pertenecer a un grupo natural de jóvenes,
inventarse con ellos mil juegos y distracciones, y agotar sus
fuerzas en entretenimientos propios de sus quince años. ¡Pero eso
era imposible para él! La amistad y el amor, legítimos, reclaman
con justa causa, lealtad, y los adolescentes del barrio y de la
escuela, generosamente vitales y simples, transparentes como un
cristal lavado por la lluvia, tan dados a pasarle las cuentas rasantes
a los demás, adultos o jóvenes, no podían dejar de rechazarle la
conducta turbia con la que se les presentaba a ratos.
Al principio, cuando se mudó al vecindario, le permitieron
que les compartiera el tiempo, pero los asustó yendo más lejos que
ellos en las peripecias cotidianas. Era tanta su necesidad de
sobresalir, de llamar la atención, que gritaba más, y más alto, que
los otros; respondía con mayor violencia a los mayores; les
proponía las actuaciones más peligrosas; y los inducía a faltar a
clases con la misma frecuencia que él lo hacía. Al pasar el tiempo
le llegaron a temer la cercanía, porque era el motivo abundante de
que los regañaran en sus hogares. Como a nadie le gusta aprender
por consejos ajenos, sino por trastazos propios, a ratos, cada vez
más espaciados, lo seguían admitiendo, solo por llevarle la
contraria a sus padres.
Siempre corriendo como un desatinado, a toda velocidad en
su vieja bicicleta, sin horario ni disciplina, hasta el día que se pasó
de la marca prudente en la rapidez de la vida y le empezaron a
notar al Muchacho los efugios y las salidas torpes en las
138 La desgarradora vida de un Muchacho gay

respuestas. De la noche a la mañana, como si un hada madrina


inspirada lo hubiera congraciado con la varita mágica de la
fortuna, se transformó de sapo extravagante en enigmático
príncipe. Mientras ellos contaban, centavo a centavo, el dinero de
bolsillo que le daban sus familiares con mucho sacrificio, rogando
que les alcanzara para comprar la entrada al cine y merendar
después un helado, el Muchacho disponía siempre de una
cantidad de billetes que les acobardaba la impresión, cuando los
sacaba a la vista de todos para darse tono.
A eso, y a la mejoría de su guardarropa, le dio la explicación
de que el hermano de su madre, el tío que vivía en Miami,
comenzó a enviarle todos los meses, paquetes de ropa y dinero.
Los muchachos sabían, comentado por sus padres de sobremesa
en sus casas, y estos a su vez se habían enterado por boca de la
propia madre y la hermana del Muchacho, que el tío rico del
Norte era indiferente a su pobreza, y no les aliviaba la angustia del
diario vivir ni con la remisión de un pomo de Centrum una vez al
año
El colmo fue cuando se les apareció con una bicicleta para
todo terreno y les contó que se la había regalado su tía, la policía.
La usó unos años su prima, les dijo, pero como se había casado, la
tía temía que el abandono le herrumbrara las piezas y se la había
pasado a él. Ellos lo miraban, y a la bicicleta, y a él de nuevo,
perplejos de la excusa descarada con que intentaba conculcarlos,
si a su lado, flamante, con las gomas nuevas, el brillo reluciente de
la pintura, y los restos del papel de embalaje todavía pegados al
cuadro, estaba la bicicleta proclamando a viva voz que recién
había sido comprada.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 139

Y le sumaban también lo de la escuela. Empezaba, desde


hacía dos años, cada curso escolar en el mismo grado y eran
usuales sus ausencias para quedarse en su cama durmiendo la
mañana. A mediados de diciembre y a principios de junio,
invariablemente le empeoraban los pretextos y se perdía hasta seis
semanas; no se le veía el pelo por ningún rincón del barrio.
Reaparecía siempre con una historia increíble: que había andado
como devoto peregrino, él que no creía ni en la madre de los
tomatés, caminando esa distancia hasta un santuario al otro
extremo de la república; que había ido pedaleando hasta otra
provincia como turista de mochila para conocer la región; o que
había respondido a un llamado de la Academia de Ciencias para
incorporarse como voluntario a marcar tortugas en su época de
desove.
La penosa fatalidad residía en el hecho de que en el mismo
tiempo que él se disculpaba lejos, a un testigo sin propósito, pero
con un tanto de buena estrella, le había parecido verlo sentado en
el malecón con un hombre viejo, extranjero a todas luces, y dos
jovenzuelos más. Eso les aumentaba el desconcierto porque si sus
ausencias tenían una explicación, aunque fuera de naturaleza
inverosímil como las que él les daba, qué hacía la madre
quejándose con los vecinos de que no sabía nada del paradero del
Muchacho
Los aburrió con sus mentiras irrespetuosas, insultó la
amistad con sus engaños y les estafó la buena fe. Entonces, lo
apartaron totalmente, lo rechazaron, no por la orden expresa y
tajante de sus padres, ¡con ese no te quiero ver; es una amistad que
no te conviene!, sino por el imperativo de sus oportunas
intuiciones: ¡ese tipo no sirve, es un basura!
140 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Al sentirse prohibido reaccionó de la forma a la que ya se


estaba acostumbrando: todos eran unos comem… y él, un
incomprendido, una víctima de la estupidez del mediocre rebaño
humano que no tenía propuestas de altos fines en la vida. Él no, él
era más sagaz y ambicioso que los que le rodeaban y sabía sacarle
buen partido al diario vivir. Lo más triste del tema es que no se
consideraba a sí mismo un homosexual. Bajo presión y a mucho
reventar confesaba, y exclusivamente en el marco estrecho de los
conocidos en su otra vida oculta, que era un “entendido”. Se
valoraba como un triunfador lamentablemente desvalorizado por
el juicio de unos perdedores, inhábiles para apreciar cuánta
fantasía engendraba su intelecto en cada mentira que les lanzaba
al rostro.
Así enfrentaría en lo adelante, por el resto de sus días, los
problemas. Pasearía sus huesos por todos los caminos con la
máxima bien aprendida del Zurdo de c… en todos, si nadie le
daba un plato de comida. No le importaba la opinión ajena, más
que en lo concerniente a su perfil gay. Impregnó sus opiniones,
sus impresiones, sus pasiones, su modo de relacionarse con los
demás, con un intenso aroma de egoísmo. Su particular manera
de pensar, le fue cerrando todas las puertas, una a una, y poco a
poco. Con sus gestos de autosuficiencia de la peor calidad, con su
prepotencia y con su vanidad acariciada a extremos inconcebibles,
se aisló de buena parte de la humanidad.
La experiencia de trauma con el Zurdo le trastocó el orden de
todas las cosas. Desde la noche aciaga con él en los baños del club,
y después con Lorenzo, y más tarde con los otros, fue adoptando
un código de ordenanzas que le fueron, primero, sugeridas y a
continuación, inculcadas por voluntad ajena. Leyes que servían
La desgarradora vida de un Muchacho gay 141

nada más para cierta clase de vida y en el marco de un exclusivo, y


excluyente, grupo humano, el de los m…, y que para el Muchacho
funcionarían, a largo plazo, como una daga de doble filo, como ya
tendría oportunidad de comprobar en carne propia.
Al grupo sencillo de los adolescentes le correspondía
pertenecer por derecho propio. Al equipo interesado de los
homosexuales lo incorporaron a la fuerza. Y ahí permaneció por
la rutina de la comodidad. Entre Lorenzo y Lorenzo, el Zurdo,
para distraer el ocio y porque tenía que compartir con él lo que le
sacaba al viejo español; y con las necesidades resueltas en su casa a
nivel de pobreza, pero resueltas al fin y al cabo, la pasaba mejor
que otros. No se le ocurría pedirle más al hado funesto que jugaba
con su destino. Como otras personas, hacía comparaciones y
hallaba grandes diferencias entre su miseria y la indigencia de los
demás, y por ese estrecho, casi invisible, margen de discrepancia,
se consideraba a sí mismo mejor.
Pero se peleó con el Zurdo, a muerte, apenas un par de meses
antes de su peor desliz, y por una tontería, si se comparaba con
todo lo que le había permitido al Zurdo que lo esquilmara. Tenía
esa extraña virtud, que cultivada con maestría hubiera hecho de él
un ente forjado con el bronce con que se tallan los grandes
hombres, de ser irreducible en cuestiones en las que se jugaba su
amor propio. El Zurdo le robó su vieja bicicleta, ya inservible
prácticamente y con rebaja en la estima material si se la cotejaba
con la todo terreno, sin embargo, para él era el fetiche que lo
asociaba a tiempos dichosos por lo vírgenes. Creía, ¡y esta era una
superstición muy custodiada en el fondo de su oscura alma!, que
si la perdía nunca encontraría el camino de regreso a una vida
más clara.
142 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Ahora la cancha de tennis le estaba vedada. Aunque el Zurdo


tuviera su debilidad, no vacilaba en entrarse a trompones con el
hombre más macho, y a él se la tenía jurada si asomaba las narices
por el club. Lorenzo, muy lejos, tanto como el tiempo que le
restaba para estar de regreso, y el Muchacho, más abandonado
que nunca. Se sentía muy solo y cometió un error, y otro, y
muchos más, en su casa y con los socios del barrio, hasta aquel
imperdonable que por poco tiene que pagar muy caro.
Una temporada de su soledad en que nadie le estaba
ayudando a vivir, ignorando cómo distraer su tedio sin amparo, le
dio por inventarse la excusa irregular de que el nieto de Petra, su
vecina de los bajos, podría entretenerse jugando a los niños con él,
que ya tenía quince años arriba. Todo empezó una mañana limpia
que trajo aquel día azul intenso de julio. Eran apenas las once y
acababa de levantarse muy temprano para su gusto. El Muchacho
se sentó en un banco del jardín, a la entrada de su edificio y se
quedó quieto como un cocodrilo calentándose al sol. No pensaba
en nada. Ese calor de infierno no lo invitaba a hacer ningún
esfuerzo físico, y menos intelectual. Le gustaba leer – a los que
están descifrando las claves de este libro les está permitido
asombrarse-, porque era una minúscula llave que le permitía
acceder al escondite alpha en el que se encontraba a salvo de los
infortunios de su vida. Por mucho que se esforzaron en
encarcelarle la inteligencia con que Dios lo dotó, esta se escapaba
por el túnel excavado con la lectura. Desgraciadamente, esa
tórrida mañana de estío no estaba ni para ese esfuerzo del
intelecto.
Observaba sin ver, todavía somnoliento, al nieto de Petra
arrodillado en la acera, llorando, con su cometa rota entre las
La desgarradora vida de un Muchacho gay 143

manos. El niño sí miró a su alrededor, desesperado, buscando


ayuda, y entonces lo vio a él, el único en las cercanías que podía
remediarle la mayor tragedia de sus ocho años, la rotura de su
juguete preferido, un rústico papalote casero. Con una
espontaneidad de pasmo, el niño se le acercó a pedirle entre
sollozos que se la arreglara, y tentado estuvo el Muchacho de
mandarlo al diablo para que lo dejara tranquilo, vegetando. En ese
momento recordó otro julio de su destino, aquel acostado en la
arena junto al Zurdo, y entonces se fijó detenidamente en el niño
por primera vez desde que vivía allí.
Un instante antes no tenía una sola idea en la cabeza; cinco
minutos después ya estaba dándole vueltas a la siniestra
ocurrencia de que sería tan bueno para su distracción como
cualquier otro. Ninguna consideración lo detuvo. No tomó en
cuenta, no quiso hacerlo, que el nieto de Petra era un niño frágil,
con un aire desvalido que inspiraba lástima; un niño muy
pequeño y delgado para su edad, y de contra, enfermizo. Le
importó menos que un grano de pimienta que su madre y Petra
mantuvieran relaciones cordiales de vecinas, o que lo planeado
fuera a ocurrir en su mismo edificio, en su barrio y, tal vez, se
ocasionara un percance de proporciones demoledoras. No, nada
de eso lo atajó; hacer su capricho se le convirtió en una idea fija.
En un pozo negro y profundo de su corazón, como una dragón
maligno en su cueva, habitaba una ira contenida contra todos, su
familia, Lorenzo, el Zurdo, contra cualquiera, hasta ese infeliz
inocente que era el nieto de Petra. Cuando la bestia asomaba sus
narices, el Muchacho se disparaba en los malos propósitos y no
había fuerza humana, ni divina tampoco, que lo contuviera.
144 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Con una solicitud sorprendente en él, siempre tan


indiferente a la pena ajena, tomó la cometa de las manos del niño
y se la compuso, mejorándola aún más. Le aseguró los amarres a
las varillas de empalme, le cambió el papel rasgado y se la pintó de
rojo y azul. Le regaló también un rollo de cordel apropiado para
maniobrarla y se brindó a enseñarle cómo empinarla en la mejor
dirección del viento, para que subiera más alto rumbo al sol.
El pobre niño se entusiasmó con la dedicada atención de un
inesperado amigo, mayor que él, colocado por la suerte en su
camino. Igual que le sucedió a él con el Zurdo, el nieto de Petra lo
buscaba. Como un cachorrito de perro que ha encontrado un
compañero de juegos, andaba cerca del Muchacho todo el tiempo.
Meneaba su imaginaria colita alborozado cuando lo veía
dispuesto a guiarle la diversión y ladraba contento si le
remendaba sus juguetes rotos, dejándolos como nuevos. ¡Y lo
consiguió! El niño lo quería, se le veía feliz a su lado. El Muchacho
no lo regañaba como lo hacían sus padres y su abuela, al
contrario, le estimulaba las malacrianzas y se lo consentía todo.
Ocultándose de los familiares del niño, el Muchacho le fue
ganando la confianza poco a poco hasta lograr que se le
abandonara del todo. Se prestó a compartirle los juegos propios
de un pequeñín, para que lo viera como a uno de su misma edad,
sin espantarlo anticipadamente con una actitud de adulto.
Aprovechaba los traveseos para tocarlo, acostumbrarlo a su
proximidad y al calor de su piel. Empleó con el niño los mismos
recursos de tanteo que el Zurdo con él. Avanzó cautelosamente,
pulgada a pulgada, en el terreno de su perversidad, hasta que
consideró que todo estaba como agua para chocolate. Ya no
quería esperar más. En realidad deseaba repetir, por segunda
La desgarradora vida de un Muchacho gay 145

oportunidad, la experiencia violenta de despertar a la culpa con


una pasión ambigua, la simplicidad vital de un ingenuo crío, tal
como le había sucedido a él mismo un par de años antes. Si a mí
me pasó, ¿por qué no hacérselo a otro?, repitió al Zurdo.
Pero se le fue la mano, ¿cómo te atreviste a tanto, c…? ,
porque no se trataba solo de un chiquillo de ocho años, sino del
miembro más pequeño y querido de una familia que, por menos
de lo que él intentaba, era capaz de pasarle la raya al más pinto de
los palomos, usar un punzón como un lápiz afilado para dividirlo
y con lo que quedara de él hacer una resta exacta, dejándolo en un
saldo de puros ceros.
Nunca estuvo más cerca del riesgo de perder la vida, ni
siquiera la tarde de miseria en que fue golpeado en la frente con
un hierro contundente intentando robarle la buena bicicleta, en
medio de la ola de delitos que estremeció a la capital porque vino
aumentada en proporción directa con la súbita penuria que sufrió
la población; o cuando cayó distraído en un pozo de tres metros
de profundidad y por poco se desangra herido en la nariz y la
cabeza, medio inconsciente por el dolor durante horas, hasta que
fue encontrado casi de milagro por el borracho de su salvación,
equivocado en el camino de regreso a su casa, que el día que
estimó que ya eran demasiados los juegos de policías y ladrones.
Que ya la canela y el pan no alcanzaban para tanta rueda. Que la
pájara pinta no quería más estar sentada en la rama, sino abrazada
al marinero compuesto del parque Tulipán. Y que el arroz con
leche no podía ser para la viudita de la capital que se quedó sin
casar por tonta; era para comérselo ellos solitos, con los dedos, en
el desierto de la habitación del Muchacho.
146 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Un mediodía, casi un mes después de cultivar su estrategia


con una voluntad inusual en él, invitó al niño a su casa porque ni
su madre ni su padrastro estaban allí a esa hora y los vecinos
dormían la siesta en el bochorno de las dos de la tarde. Lo entró a
su cuarto con el subterfugio de enseñarle los juguetes de su no
muy lejana infancia y lo único que le dijo al niño fue que le iba a
enseñar un juego mejor pero tendría que ser un secreto entre los
dos, que no podía contárselo a nadie, ni a su familia, porque le
iban a prohibir los retozos en lo adelante, con él y con cualquiera.
Para no asustarlo tan pronto, se desvistió con irritante
parsimonia, hasta que estuvo más desnudo que Adán, sin siquiera
las hojas de higuera silvestre. Comenzó a desabotonar la camisita
del niño que temblaba como una hojita de romerillo arrastrada
por el viento – no de frío, sino porque el Muchacho se le había
vuelto de golpe un extraño -, y no dio un paso más adelante en la
ruta de esa pasión innoble. No pudo. Horas y horas estuvo
pensando, más tarde, a ver si descubría cuál había sido la
poderosa mano invisible que le paralizó de súbito la maldad con
que planeaba actuar, y no obtuvo respuesta.
Cuando espantó al niño de su casa, empujándolo con rabia
puertas afuera, no lo venció ningún instinto de delito, sino de
alivio. No acertaba a explicárselo, pero muy en el fondo de su
alma sabía que había hecho bien en no descuartizar al nieto de
Petra con esa injusticia, como también le habían hecho a él.
Lo que no pudo presentir fue que le quedaba poco tiempo de
calma; que la bomba aún demoraría un poco en explotar, pero
que su estallido le removería hasta los cimientos una vida de
porquería celosamente guardada, ¡y por poco se la demuele!
Porque el niño le cumplió la promesa… a medias. No subió más a
La desgarradora vida de un Muchacho gay 147

su lado, no dijo ni esta boca es mía en su casa, pero en la escuela


sí. Se enteró la maestra y se lo explicó todo a la madre, y la madre
desesperada se lo contó al padre, y el padre no puso a nadie al
corriente de lo que estaba pasando. Esperó al Muchacho a la
entrada del edificio y no lo dejó ni respirar profundo; le dio los
golpes que se estaba mereciendo desde los trece años, no por
m… , ¡qué va!, por mentiroso, por degenerado, ¡que es mi hijo,
sinvergüenza; yo te mato!
Ni cuatro hombres pudieron quitarle de encima aquel león
enfurecido que le daba con las manos y las piernas de su
venganza, con una piedra de su desquite, con un madero de su
rencor, hasta que alguien tuvo la temeraria idea de salvarle la vida
golpeando al padre en la nuca para atontarlo. El pobre hombre
para la comisaría y el Muchacho, bañado en sangre y medio
muerto, para el hospital. Ya habría tiempo para otro ajuste de
cuentas.
Ese tiempo llegó más pronto de lo que él esperaba y hubiera
deseado. La policía lo sometió a un interrogatorio y a otro, y dos
días después, y ven el miércoles por la mañana, no, el viernes por
la tarde… Él se aferró con obstinada ferocidad a la tabla milagrera
del que no tuvo testigos, la palabra de un menor contra la palabra
de un menor: no, que no fue así, que eso no sucedió, que ese niño
miente, quizás le pasó con otro y me está echando las culpas a mí.
Le examinaron la vida completa, a él que ni iba a la escuela; le
espantaron el sueño con el miedo a la reclusión en un centro de
¿rehabilitación? de menores; y le abrieron un expediente de
fechoría. Y si no le sucedió algo más fue porque su tía, oficial de la
policía, removió cielo y tierra, comprometió a sus amigos en el
asunto, interpuso sus buenos oficios, pero lo sacó casi limpio del
148 La desgarradora vida de un Muchacho gay

enredo. Casi, porque nunca más pudo andar suelto por las calles
de la ciudad, sin el temor de que la brigada especial lo detuviera, le
pidiera su identificación, lo investigara por la planta de radio en la
central y le descubriera la etiqueta de abuso lascivo con que la
dirección de prevención de menores le cobró parcialmente su
deuda con la justicia. Tales contratiempos terminaban siempre
con el Muchacho durmiendo la noche en una sucia celda de
cualquier estación de policía.
De lo que no pudieron salvarlo fue del comentario malicioso
de los que conocieron de cualquier manera el incidente, ni de la
acusación muda de libidinoso con que lo tacharon en el acto sus
vecinos. Al principio, apenas salido del hospital, se encerró en su
cuarto y no salía más que para asistir a los interrogatorios con los
oficiales del caso y a las entrevistas con la especialista en conducta
de menores. Cuando bajaba las escaleras sentía los ojos de todos
clavados en su espalda; hasta se atrevía a adivinar lo que
murmuraban a su paso, con todas las d disponibles: ¡depravado,
degenerado, degradado, disoluto, descarado! La mala fama del
suceso corrió por el barrio, y por el reparto y luego por todo el
territorio municipal. A medida que avanzaba, como los círculos
concéntricos que se agrandan hacia la orilla, en las aguas
tranquilas de un lago que ha sido trastornado por el lanzamiento
de una piedra, así se fue distorsionando el carácter íntimo del
rumor. A veinte manzanas de su casa, ya el Muchacho era el
monstruo desconocido que había violado a un niño de cuatro
años.
Él se defendió lo mismo que un gato acorralado que se tiende
sobre su lomo y descubre sus afiladas zarpas para abrirle el vientre
al contrario. ¡Y después de todo tuvo suerte! Lo salvó la
La desgarradora vida de un Muchacho gay 149

consideración jurídica de ser un menor. Nadie pudo adivinarle


que a esa edad ya tenía la experiencia y la maldad de un hombre
hecho, pero no derecho. No pudieron probarle lo ocurrido,
porque mientras él mostraba en sus respuestas un aplomo y
seguridad convincente, el nieto de Petra, asustado por la sordidez
de la oficina donde se lo comían a preguntas tantos adultos
desconocidos, no hacía más que llorar y balbucear palabras
incoherentes e ininteligibles. Nada pudo sacarse en claro, solo
quedó una fuerte sospecha. El examen médico reveló que el
pequeño no había sido objeto de ninguna penetración; y la propia
sicóloga de la policía le tiró la toalla de su descargo, cuando les
explicó al padre del niño y a la madre del Muchacho que a veces
esos juegos sexuales entre niños, si es que habían ocurrido, eran
normales, sin que significaran un homosexualismo latente.
La intervención de la tía le fue muy valiosa. Su madre
también lo ayudó, no podía negarlo, mas no lo hizo por amor a él
sino por su propia conveniencia para salvaguardar su
matrimonio, en precario equilibrio por la marejada de
comentarios que se les había venido encima y que incomodaban
al marido. Necesitaba minimizar los daños colaterales, por eso se
consagró enfáticamente a detallarles a los vecinos el dictamen de
la sicóloga y a introducir dudas razonables en la versión del nieto
de Petra, en un esfuerzo planeado para que no le cuestionaran su
gestión de madre ni la clase de educación que le había dado al
Muchacho.
Pero a puertas cerradas, dentro de las tristes paredes del
apartamento, tuvo que soportar las bofetadas y los
acometimientos brutales de su madre que le creyó su versión, le
convenía, aunque se sentía indignada de que él le hubiera dado la
150 La desgarradora vida de un Muchacho gay

posibilidad a todos los vecinos de comentar sobre la familia y de


que hubiera avergonzado a su marido con una conducta que no
había quedado totalmente aclarada. Y aguantar la indiferencia de
su padrastro que no le dirigió más nunca la palabra, que lo
ignoraba como si no existiera, que miraba a través de él como si
no lo tuviera delante de sus ojos todo el tiempo.
Su madre le negó el alivio de mudarlo de allí bien lejos y tuvo
que cargar con el peso de su falta y con el castigo de todos los días,
a todas horas, de verle la cara a los padres y al niño de su
infortunio. Ella sí se fue, dejándolo más solo que nunca. No
enseguida, sino a los seis meses del bombazo, siguiendo al marido
que no soportaba respirar el aire cercano de tanta vergüenza
alrededor del Muchacho .Pero no se conformó con eso, le
estableció además ley de veda permanente en las visitas a la nueva
casa para no disgustar a su padrastro con su presencia
Se quedó solito con sus quince años, en una casa que le
tumbaba el techo sobre los hombros. Se quedó solito, sin el resto
de control que lo frenaba un tanto en la pendiente. Solo, para
atenderse a sí mismo. Vacío, para dormir en la soledad de sus
noches las horrendas pesadillas de su sombría suerte. Desolado,
para reportarse mensualmente ante la oficial que quedó encargada
de atenderlo hasta que cumplió dieciséis años. Solitario, si su
hermana, como un cometa esporádico, aparecía en el firmamento
de su vida cada cuatro meses, y no precisamente para socorrerlo
en sus desventuras. Solo para vivir solo, él que tanto necesitaba
que lo enseñaran a vivir.
CAPÍTULO 17

17.- Donde, por más increíble que parezca, el


Muchacho se dedica a la albañilería

El tiempo corrió y lo del nieto de Petra se convirtió en un tema


delicado del que no se hablaba abiertamente, como si una
conspiración secreta, no convenida pero eficaz, lo hubiera
desterrado al silencio. Quedó la incertidumbre de lo ocurrido
en la intimidad de ese cuarto; la posibilidad de que el crío
fantaseara con la imaginación desbordada o que realmente el
Muchacho hubiera intentado algo tortuoso.
- ¿Quién podría saberlo con certeza?,
se decían todos calladamente.
Como ocurría siempre con cualquier grupo humano,
después de tanta pasión desquiciada y tantos comentarios
desordenados con un tanto de verdad por acá y mucho de
imaginación por allá, ahora que habían pasado los meses y la
exaltación se había calmado, nadie quería transitar el camino
de la difamación y perjudicar a un joven de quince años, que
encima de todo le había caído la desgracia de tener que
manejárselas por su cuenta, completamente abandonado por
los suyos.
152 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Esa misma veintena de personas que, unas semanas atrás, de


buena gana le hubieran pasado una soga por el cuello y lo
hubieran ahorcado, ahora sentían lástima por él. En todas las
épocas y en la totalidad de las latitudes geográficas se manifiesta
semejante el comportamiento humano. Las mujeres parisinas que
hubieran descuartizado con infinito placer a la “loba austriaca”,
cuyas frivolidades, excesos y dilapidaciones le quitaban el pan de
la boca a sus hambrientos hijos, cuando percibieron que había
sido injustamente injuriada como madre y como mujer,
levantaron sus voces de apoyo en la sala del tribunal que juzgaba a
la otrora reina de Francia. Nuestros nacionales no iban a ser
menos, que lo mismo da París que aquí para inexplicables, aunque
admirables, comportamientos humanos.
En realidad lo hicieron más porque el nieto de Petra no se
acordara nunca del incidente que por el Muchacho. De cualquier
manera él quedó incluido en el beneficio. ¡Ah!, ¡alerta!, desterrado
al silencio, no al olvido de muerte de la memoria. A pesar de todo,
al Muchacho le quedó una sombra en su historial de tránsito por
la vida, como una nube oscura y cargada que presagia tormenta y
que solo espera el primer relámpago para desatarse en un
torrencial aguacero.
Rechazado por su familia, repudiado secretamente por sus
vecinos, excluido por todos, procuró hacer la menor estancia
posible en su apartamento. En la playa, en la casa de cualquier
gay, recorriendo calles desconocidas en la bicicleta de su tortura,
sí; dondequiera, menos allí. Sabía que tenía que cuidar su pellejo
más que nunca, y extremó sus artes de inspirar lástima, y mejoró
su talento de manipulador. Cuantas veces subía y bajaba las
escaleras, saludaba a los vecinos con graciosos movimientos de
La desgarradora vida de un Muchacho gay 153

cortesía. A punto estuvo de convencer de su total inocencia a la


oficial de la policía que lo atendía, con la mirada de injusto
acusado que ponía en sus ojos siempre que se encontraban. Si no
lo logró del todo, fue por la dosis de suspicacia que
persistentemente mantiene un investigador en virtud de su oficio,
aun cuando se incline a favor de un sospechoso.
Se dobló ante la censura de su madre, su padrastro, su tía,
como un junco de río. Quería conquistarlos de nuevo para su
engaño y se dispuso a trabajar sin tener la edad solicitada para
ello. En verdad no le interesaba cumplirles, sino entretenerlos con
la promesa de enmendarse. El Muchacho creía que un sólido y
legítimo juramento, aunque no se cumpliera, valía tanto como
diez desempeños consumados. Para él la intención cubría
multitud de faltas. A lo que aspiraba realmente era a que
olvidaran y lo dejaran en paz. Y por eso aceptó diligente el trabajo
en la construcción de un hotel, que le consiguió su tía. Él, que no
soportaba el esfuerzo, con un pico y una pala en la mano, bajo un
sol inclemente, mezclando argamasa, diez horas diarias,
¡increíble!
El de la panadería no se lo consiguió nadie. El de la panadería
se lo buscó él mismo con el rítmico uso de su pelvis, y le sirvió de
mucho para aminorar la cólera que sentían sus familiares por su
ánimo de vago. Al cabo de más de mil novecientos años produjo
de nuevo el milagro de los panes, uno de los triunfos de multitud
del Nazareno que obraba bajo el impulso de Su Amor. El
Muchacho no estaba ennoblecido por tal sentimiento. Él se
lanzaba descarriado e impetuoso por un camino pecaminoso,
pero consiguió convertir la norma de un pan diario per cápita,
establecida oficialmente por la distribución de la canasta familiar,
154 La desgarradora vida de un Muchacho gay

en variedades de sabrosos y crujientes panes y una empanada,


tamaño extra, de carne picada y bien condimentada.
En tiempos tan difíciles aparecerse día a día con el cuerno de
la abundancia en las manos, le abrió las puertas del perdón y la
misericordia, hablando metafóricamente, por supuesto; y,
literalmente, la puerta del nuevo apartamento de su padrastro; del
umbral no podía pasar. Lo coronaron con los laureles de la
victoria, como a un legionario romano. Su madre le retornó el
cuidado. Cada dos o tres días se daba una vuelta por el
apartamento del Muchacho y si no lo veía, por andar él en su
personalísima diáspora clandestina, dejaba sus maternales huellas
en un plato de comida cocinado para su deleite y guardado en la
nevera, o en un poco de ropa lavada y planchada sobre la cama
tendida por ella.
¡Caballero, los prodigios que puede hacer la comida cuando la
gente está hambrienta! ¡Que me vengan a decir a mí que no tienen
el estómago en el lugar del corazón!, se lamentaba él, cuando
notaba que más se demoraba la levadura en leudar la masa de los
panes, que la alegría en sembrar su rastro por toda la cara de su
madre y su padrastro frente a la amplia bolsa que contenía la
pitanza. La dilatada sonrisa, los ojos brillantes, la exultación de
toda su actitud conciliadora para con el ingenioso proveedor que,
hasta el día antes de aparecerse con las primeras provisiones, era
tratado como un leproso, le provocaba náuseas. Pero no iba a
cortarles los suministros, porque cada trozo de pan que se
tragaban, cada pedazo de empanada que engullían, era una
porción de su venganza, secreta y callada. Con ella alimentaba a
su dragón, siempre hambriento.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 155

El Muchacho aprovechó la afortunada coyuntura para


endilgarle el relato imaginario sobre una supuesta novia española
e involucrar así a Lorenzo en la vida de la familia, sin levantar una
polvareda de inquietantes sospechas. Con él, sobre todo si venía
cargado de regalos, lo dejaban visitar la casa en presencia de su
padrastro, lo invitaban a sentarse en el sofá de la sala y le ofrecían
educadamente una taza de aromático café. Eso sí, bien claro que
se lo dijo a Lorenzo, y a los demás: por ninguna razón, ni la más
grave y justificada, los quería visitándole en su domicilio. Los
contactos, como siempre, por teléfono.
Fue triste vivirlo, difícil explicarlo y muy complicado
relatarlo, pero la verdad es que el empeño de trabajar no se le
sostenía mucho tiempo, a lo sumo unos tres meses. No sabía y no
podía planificarse un futuro más allá de ese tiempo. Por regla
general se granjeaba la antipatía de los empleadores con su
indisciplina y su aire grosero, anticipando el despido. Se
justificaba continuamente haciendo recaer las culpas en las malas
pulgas de los jefes y protestando su inocencia con una
perseverancia digna de mejor causa. Y una vez, y otra, conseguía
aumentarle la esperanza a su familia con la promesa de que
¡Ahora sí, ya lo verán; la próxima oportunidad no la
desaprovecharé, y ganaré no sólo un sueldo, sino la madurez
necesaria para asumir mi vida de soltero!
Le quedaba un problema pendiente y para resolverlo se
buscó sus propios y originales recursos de evasión. No por gusto
había trabajado de constructor. Se armó de la cuchara de albañil
condenado, mezcló el cemento de sus embustes con la arena de
sus enmascaramientos y se empleó a fondo para rellenar las
hendiduras de su dudosa reputación de hombre. Para su barrio y
156 La desgarradora vida de un Muchacho gay

en su casa, las chicas; para el centro de la ciudad y en cualquier


otro lugar, los hombres -¡perdón, es un decir!-. No daría nunca
más, si podía evitarlo, un traspié como el del nieto de Petra.
CAPÍTULO 18

18.- Donde abundan el estropicio, el rebumbio y


los tropiezos

Fue un poco más cauteloso en lo adelante y ni así consiguió


engañar a las chicas de su camino. Dándole tantas vueltas a sus
mentiras, vino a parar en los usos del avestruz, esconder la
cabeza en un hoyo estrecho y por mucho que la certeza se
manifestara a todo tren y el peligro de ser descubierto le
soplara fuerte en las plumas de la cola, imaginar que si él hacía
como que no veía nada, si no confesaba, si no admitía lo que
estaba sucediendo, los demás tampoco caerían en la cuenta de
la verdad.
En cumplimiento de este plan, distribuyó el tiempo
compartido entre jovencitas y sodomitas. Primero fue aquella
rubia, de la que ni el nombre llegó a saber, que se le entregó
muy rápido, sin conocerlo apenas, con un amor estropeado
como él mismo les daba a otros, sobre el piso de losas frías de
una casa en ruinas cerca del club. Quería que sus conocidos de
la cancha de tennis lo vieran con una muchacha al menos una
vez, para confundirles las sospechas que tenían sobre su
hombría.
158 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Fue su primera pelea, cuerpo a cuerpo, con una rival del sexo
opuesto, pasados sus quince años. Fue ella la de la iniciativa con
tal de que le diera veinte pesos para comer algo, porque estaba
desfallecida de hambre. Se tumbó de espaldas sin desvestirse,
levantó su saya, abrió las piernas y lo apremió para que cumpliera
con lo que le tocaba. El Muchacho la cubrió con su cuerpo y no
supo bien lo que hizo. Tampoco ella lo estimuló con una voluntad
de ternura, porque aquello no tenía más significado que ganar un
poco de dinero. Por eso no se llevó siquiera el triunfo de su
virilidad, sino el regusto amargo en la memoria de haber sido
estafado en el precio.
Después conoció a Judit, una niña morena y frágil, lo único
limpio que cruzó su destino por aquellos días. La abuela, a la que
le sobraba la clarividencia de una pitonisa por el peso de los años,
le conoció los sustos al Muchacho de una sola ojeada y cortó
aquellos amores de raíz con un rotundo: ¡No quiero que lo veas
más! ¡No te conviene!
A partir de esa prohibición él se empeñó a fondo como un
corredor de larga distancia. Iba todas las tardes desde su casa
hasta un municipio distante, un viaje casi de extremo a extremo
de la provincia, sólo por verla. Y no pudo estar con ella más que
tres o cuatro veces a la salida de la escuela, menos de una hora
juntos para intercambiar unos pocos besos, porque la “maldita
vieja” le vigilaba a la nieta el tiempo de regreso como un carcelero
de cuidado. Hasta que el Muchacho se cansó de tanto
infantilismo, que no estaba para eso sino para cosas más
importantes y productivas.
En su conteo personal seguía Valia, que residía a pocas
cuadras de su casa y a la que nunca pudo descubrirle el secreto de
La desgarradora vida de un Muchacho gay 159

por qué, con quince años apenas, ya estaba casada con un hombre
de cuarenta cinco, que ni siquiera vivía allí con ella En esa casa
podía cortarse con un cuchillo la sombra de un misterio que él
nunca llegó a descubrir, ni tampoco le interesó hacerlo. Lo suyo
era vivir arrastrado por los acontecimientos, de cualquier
naturaleza que fueran, y no andar de detective privado buscando
explicaciones que le eran indiferentes.
Para acostarse con Valia contaba con la complicidad de la
madre, la apatía del padre y la ausencia de un marido que no vio
más que una vez, y de lejos. Su relación con ella coincidió con un
tiempo de Lorenzo, por eso no le dedicó mucho entusiasmo,
alternándose como estaba entre el español y sus amigos, y ella.
Llegó el día en que el padre de Valia le conoció la fama a la
historia del nieto de Petra y con una sola palabra, ¡Fuera!, lo
expulsó de su casa para siempre dejándolo perplejo con esos
remilgos trasnochados, precisamente ellos que no podían explicar
claramente el raro secreto que encerraban entre esas cuatro
paredes.
Y Bárbara, que hizo con él lo mismo que él con el español: le
robó buena parte de su ropa y muchas de las baratijas por las que
tanto había sudado. Encima lo amenazó con revolverle sus
antecedentes con la policía y con la repetición de una paliza más
terrible que la primera, propinada ahora por sus hermanos, sus
primos, por sus tíos, todos en pandilla, si se arriesgaba a
denunciarla por el hurto.
Tenía dieciséis años como el Muchacho, pero le sabía las
cosquillas a la vida mucho mejor que él. Era una trigueña indiada,
casi mulata, con un pelo negro brillante que peinaba suelto hasta
los hombros y un grácil cuerpo de criolla que supo aprovechar
160 La desgarradora vida de un Muchacho gay

muy bien a partir de los once años. Desde entonces rodaba de


cama en cama acostándose con hombres mayores, empezando
con sus tíos y terminando con desconocidos, para sacar sus
ventajas. Mientras sus amiguitas de la escuela jugaban con sus
muñecas, ella entretenía su tiempo con otros juegos, prohibidos
pero muy beneficiosos.
Como vivía bastante cerca del Muchacho, conocía
suficientemente su mala fama. Eso no le importó. La primera vez
que lo miró a lo más profundo de los ojos, presintió que al
Muchacho le escaseaba el valor y aunque no era su tipo,
¡demasiado joven para zarandearlo a mi entero gusto y dejarlo
babeándose por mí!, sabía que era el candidato ideal para ser
despojado, saqueado, desvalijado, robado, arruinado y
despellejado con absoluta impunidad. Él no estaba en condiciones
de protestar, ni tampoco tendría coraje para hacerlo.
Lo engatusó con su cuerpo y sus modos de pantera. Se le coló
de a poco en la vida, y en el apartamento, y esperó el tiempo
propicio para que el Muchacho confiara en ella. Entonces le robó
toda la ropa, los zapatos, una de las walkman y dos relojes,
dejándolo más pelado que una gallina antes de caer a la olla de
agua hirviendo para ser sancochada. Miento, le dejó dos cosas: la
tristeza de perro apaleado por haber perdido sus preciadas
posesiones, que tanto trabajo le había costado quitarle a Lorenzo,
y la prohibición, bajo amenaza de muerte, de pasar siquiera a una
manzana de la casa de Bárbara. Nunca más en su vida caminó por
esas calles, ni cuando le acortaban el recorrido hacia otro sitio,
porque de ningún modo pudo quitarse de encima el aterrador
susto de encontrarse a la vuelta de alguna esquina con ese clan
familiar de delincuentes.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 161

De todas, con la que estuvo más tiempo, siete meses, y a la


que casi llegó a amar, fue Yunisleidi. También fue la única que
supo quién era Lorenzo, que descubrió por azar lo oculto de sus
relaciones, ¡hubiera preferido que no se enterara; mas, qué se le va
a hacer!, y que los acompañó en sus paseos por la ciudad, sin
sentirse incómoda por una situación tan espinosa para una novia
recién estrenada. A veces la molestaba un tanto que el Muchacho
se quedara a dormir en lo de Lorenzo, pero como tantas otras
cosas eso también pasó a ser secundario en su vida. Ella misma ya
le había cogido igual la ruta a la desvergüenza, ¿cómo podría
reprocharle a él que estuviera en la dura lucha por ganarse el pan
de cada día?
La conoció, ella dieciséis, él a punto de cumplir los dieciocho,
tarde en la noche y velada con las pastillas de su escape. Estaba
sentada en el muro del malecón y rodeada por un grupo de
amistosos evadidos como ella. El propio Muchacho les vendió los
narcóticos a todos ellos para que siguieran persiguiendo cometas
y asteroides por el espacio estelar donde parecían flotar. Al tocarle
la mano helada, de piel suave y muy blanca, con diminutas venitas
azules, él sintió un parpadeo de estrellas y mariposas en su
corazón que no había sentido jamás. Ese mismo amanecer se la
llevó para su casa a vivir con él, sin pedirles permiso a unos padres
que se alegraban de que se la llevara cualquiera, el primer
desconocido de la calle, con tal de que les aliviara el naufragio que
significaba criar una hija así.
Tanto llegó a quererla que le presentó las armas de su
disposición para cocinarle las comidas de su ineptitud, es verdad;
mal lavarle sus vestidos, sus sayas, sus blusas, sus sostenes, sus
blúmers, es verdad; limpiar la casa para ella, es verdad; hacer de
162 La desgarradora vida de un Muchacho gay

todo, caramba, con tal de que no volviera a sentir la añoranza de


sus noches ambiguas en el muro del mar de la ciudad.
Yunisleidi fue una taza de su propio caldo. Lo que a él le
proporcionaban sus gays, tenía que suministrárselo a su vez a ella:
mantenerla, acomodarle las necesidades, darle dinero para sus
gastos y ayudarla a vivir cuando él mismo no sabía cómo hacerlo.
Ella se levantaba más tarde que el Muchacho y no había fuerza
humana, ni razones, ni pretextos, ni amenazas, ni gritos, que la
hicieran desplegar un mínimo de esfuerzo físico. Se pasaba las
horas acostada o sentada, con la mirada perdida en un punto de
lejanía inexistente y le importaba un bledo que el techo le cayera
sobre la cabeza o que la cena estuviera lista a la madrugada. Sin
embargo, bien sabía prepararse algo de comer, a hurtadillas,
escondiendo las sobras en el tacho de la basura, cuando él no
estaba presente. Y la energía le sobraba cuando la ganaban las
ganas de salir de la casa y perderse durante horas, sin dar una
explicación plausible sobre su paradero.
Era más mentirosa que el Muchacho, si eso era posible. Y las
disculpas se le ocurrían con más fantasía que a él, si eso era
posible, porque él era sumamente ducho en ese menester. Tenía
menos escrúpulos que el Muchacho, si eso era posible; él no tenía
ninguno. Yunisleidi era más descarada y menos leal que él, y eso sí
no era posible. Quizás porque lo atraía una competidora tan
formidable en su propio terreno, el Muchacho la quería con toda
su alma…solo que la quería distinta, tal como la había concebido
en sus más originales sueños. ¡Qué ironía del afán humano!, él,
que era un desastre por cualquier ángulo que se le mirara, se había
inventado para amar a la mujer cuasi perfecta. Por eso, aunque le
perdonaba sus engaños, la acosaba con exigencias de pulcritud
La desgarradora vida de un Muchacho gay 163

que a ella le recordaban las de sus padres. Así que le igualó el


empeño engañándolo más, mintiéndole más, revolcándose frente
a él como un animal salvaje que presenta sus garras y sus
colmillos para resistirse a las recriminaciones que él creía justo
hacerle. Ella lo rechazaba por no comprender cómo alguien que
tenía tanto de qué avergonzarse fuera tan osado como para
cuestionarse sus modos.
Aquello terminó como una fiesta de borrachos pendencieros,
a golpes y a cuchillo pelado. En una de sus insensatas peleas, la
última y la más escandalosa, Yunisleidi se aplicó con
perseverancia y con las tijeras de su aborrecimiento a dejarle toda
la ropa hecha jirones. Después cogió un martillo y golpeó hasta
reducirlo a añicos el reloj de pulsera que Lorenzo le trajo en su
último viaje. En ese momento, entró él a la habitación preocupado
por el cese de sus gritos y por el tac-tac de un martilleo
inexplicable y ciego de rabia, por la repetición doble de que lo
tocaran donde más le dolía, en los regalos que recibía y en los
robos que consumaba contra el m… español, ¡mucho que sudo
para conseguirlos y primero Bárbara, ahora la hija’e p… ésta!,
comenzó a cobrárselas a puñetazos, a trompadas, patadas, hasta
que ella pudo zafarle el cuerpo a lo imprevisto, que no había
calculado tamaño daño en su reacción.
Fue a la cocina, tomó un cuchillo grande y afilado para
defenderse y con él en alto le partió para arriba al Muchacho,
dispuesta a abrirlo en canal como a una res en el matadero. ¡Él se
asustó, no digo yo si se asustó! Esquivó las cuchilladas corriendo
por toda la casa, hasta que ya no pudo más y le dio por gritar
pidiendo auxilio. Lo salvaron los vecinos que tumbaron la puerta
a patadas y le quitaron de encima a esa loca de su mala suerte.
164 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Tienen derecho a creerlo o no: ¡siguió con ella! Increíble,


¿verdad?, pero cierto. Cuando su madre, alertada por los vecinos,
se enteró del ataque con arma blanca y expulsó a Yunisleidi del
apartamento, ¡Esta casa es mía y aquí no quiero gentuza como tú.
Yo te digo a ti, eh!, el Muchacho asumió su defensa. Le reclamó a
su madre, con buenos y malos argumentos, su derecho a vivir con
ella aun para su desgracia, aunque lo descuartizara y regara sus
pedazos por todas las esquinas de la ciudad. ¡Muerto, contra, pero
con ella! Fue la propia Yunisleidi, poco tiempo después, la que le
puso punto final a su historia, cansada de una relación tan
escandalosamente indigna que a ella misma le asqueaba.
Y también aquella jinetera de la noche, desconocida para él
pero con una estelar reputación en el inframundo de la
prostitución de ambos sexos. No la volvió a ver en su vida – se
casó con un belga, ¿con un belga?, ¡si la norma siempre han sido
los españoles!, y se fue a vivir con él, y con los dos hijos que le
parió, al principado de Mónaco convirtiéndose, gracias a la
profunda gratitud que sentía por quién la había rescatado del
ghetto de sus miserias, en una amantísima esposa y una purísima
madre, ¿o al revés? -; sin embargo, le guardó siempre un lugar de
privilegio en su memoria, porque ella fue la colaboradora
espléndida para humillar al viejo con mayor alevosía que la que el
sodomita había empleado con el Muchacho unos años antes en el
escándalo del hotel. Esta sí le sabía a la cama todos sus secretos
impúdicos, ¡muchos años en el negocio!, y condescendió a irse
con él a sabiendas de que sería una noche de pérdida en su
provechosa industria. De vez en cuando le gustaba hacerlo para
darse placer a sí misma y por la compasión que sentía por los
menesterosos de amor como el Muchacho. Esta fue la Mujer que
La desgarradora vida de un Muchacho gay 165

le adivinó la infelicidad y a pesar de su oficio de meretriz, esa


noche se sacó toda la ternura que guardaba intacta en su corazón
y lo amó como si fuera de verdad. El Muchacho sintió satisfacción
por partida doble, ella le procuró el placer de sentirse hombre por
primera vez en su vida y él se dio el gusto de dormir con ella en el
mismo lecho de sus amores con Lorenzo. Mientras, éste lloraba en
la cocina, y no por las cebollas del pollo a la cacerola que estaba
cocinando para él, sino por las de su desdicha, ¿cómo puede
hacerme esto a mí, que lo quiero tanto?
No le era fácil con ellas, nada fácil. No le daban lo que él
necesitaba - ¡mucho amor! -, al contrario, le pedían lo poco que
con el abandono de su pudor conseguía para sí mismo. En
ocasiones ni se lo pedían, se lo robaban o se lo destruían en un
ataque de furia incontrolable. De cierta manera, aunque su
juventud les traicionaba la cordura y sus pocos recursos de
preparación para la vida les trastocaban los juicios, todas, menos
Yunisleidi, tenían la primitiva intuición como mujeres al fin de
que algo pasaba con el Muchacho, algo raro que no acertaban a
explicarse.
Luego, el círculo de sus movimientos lo llevaba
reiteradamente a relacionarse con el mismo tipo de chicas para su
tormento. Podía trasladar su coto de caza a cualquier región
geográfica, cerca o lejos de su casa, y las piezas que le gustaba
cobrar, y que se le ponían a tiro, eran siempre las mismas especies
corrompidas. Una doncella majestuosa y cordial como una gacela
dorada en un bosque de ensueño, nunca se le hubiera atravesado
complacida en el camino de su persecución.
Empezaba bien, conquistándolas ataviado con sus
primorosas galas de seductor, como un pavo real que exhibe sus
166 La desgarradora vida de un Muchacho gay

brillantes plumas para el cortejo de amor con la hembra. En poco


tiempo les soltaba un graznido de impacto arrollador que dejaba
escapar los signos de su miseria espiritual y todas concluían que
no era digno de respeto, mucho menos de amor.
El Muchacho no era muy conciente de lo que sucedía con él.
Externamente se comportaba como un conquistador arrogante,
pavoneándose con su superioridad de espécimen macho, que era
su trampa más torpe para ocultar el miedo. En oposición, el lado
más hondo e íntimo de su naturaleza, se sentía inferior frente a
ellas tan consecuentes con su feminidad, en tanto a él se le había
derrumbado la buena disposición con que había nacido,
escogiendo una dualidad sexual. Le gustaban y las odiaba al
mismo tiempo, porque les temía. Llegaban a dominarlo,
doblegaban su voluntad, le violaban el amor propio y eso le hacía
resbalar entre las contradicciones de sus reclamaciones y el escaso
decoro que les mostraba. Se movía en una cuerda muy floja y
peligrosa porque las violentaba con su mitomanía y sus venganzas
mezquinas, lastimaba su sensibilidad con sus groserías y acto
seguido les suplicaba, lloraba porque no lo abandonaran y volaba
en alas del ridículo a implorarles que regresaran junto a él, cuando
ellas se hastiaban de un juego que las dejaba sin una gota de
resuello honrado. Como ellas también eran defectuosas por el
lado de la moral, la relación terminaba siempre como un
pandemonio a golpes de escándalos, insultos y agresiones físicas.
En ningún momento hubo una excepción, con ninguna; solo la
repetición interminable de su abyección.
CAPÍTULO 19

19.- Donde el Muchacho debe caminar su milla


verde... casi hasta el final

– ¡Cristo, Cristo, sálvame! Si es verdad que tú eres


todopoderoso, si es cierto que tú haces milagros, devuélveme la
vida que me van a quitar.
No comió, no durmió en cuarenta y ocho horas. Tendido
en el banco de piedra que hacía las veces de lecho, sin colchón
ni cobertor, con las manos cruzadas sobre el pecho y la mirada
fija en el desconchado techo de la pequeña celda, no hizo más
que suplicar, una y otra vez:
- ¡Cristo, Cristo, sálvame! Si es verdad que tú me amas, si es
cierto que fue por mí, porque me amas, que tú moriste en la
cruz, sálvame.
Dos días antes de su muerte se llevó la sorpresa de su vida
cuando vio, plantada en la puerta de la celda como si fuera la
cosa más natural del mundo, a la Vieja de la Fuente. Ni la más
fecunda fantasía de su mente atribulada por la proximidad del
fin, lo había preparado para esa aparición. ¿Qué poder de
seducción había usado? ¿Con qué palabras de convencimiento
se había abierto las puertas de la cárcel? ¿De qué ruegos se
había valido para persuadir a los guardianes de la galera de los
168 La desgarradora vida de un Muchacho gay

condenados a muerte? El Muchacho nunca lo supo. Ella no lo


dijo, y él no preguntó.
La pobreza se le seguía notando en la basta ropa de algodón,
desteñida y con algunos zurcidos oficiosamente disimulados, las
zapatillas de tela, el pelo gris atado con sencillez en la nuca, y el
viejo reloj en la muñeca, pero allí estaba, como siempre, con la
sonrisa hermosa y los ojos de luz. Traía en la mano derecha un
paquete envuelto en papel de traza y atado con un cordel, y en la
izquierda, la del corazón, toda la determinación del mundo.
Dos sentimientos contradictorios se liaron a golpes en el
pecho del Muchacho, cuando la reconoció. Temió que se soltara
en cánticos, y aleluyas, y exorcismos, y en parrafadas de palabras
huecas, sin sentido para quien estaba contando los minutos que le
quedaban por vivir, y en presiones para que se arrepintiera y
ganara el Cielo antes de que los fusiles del pelotón de la muerte le
cerraran los ojos para siempre, como le había visto hacer a tantos
religiosos por las calles y parques de la ciudad. Y alivio, ¡contra!,
ni los perros se mueren tan solos, porque alguien se compadecía de
él lo suficiente como para escoltarlo hasta el umbral del último
olvido.
La mujer desató el cordel que anudaba el paquete y abrió el
envoltorio con ademanes pausados, como si estuviera cumpliendo
un ritual sagrado. Sacó una muda de ropa de hombre, olorosa a
limpio y bien planchada, una pastilla de jabón barato, un frasco de
agua de violetas, una máquina de afeitar desechable y un peine.
Con voz dulce le pidió a los guardias, ¡por favor, si no les causa
molestia!, que le consiguieran un balde lleno de agua, y se
apresuraron a cumplirle el ruego esos mismos que, en los meses
que llevaba preso, apenas le dirigían la palabra más que para
La desgarradora vida de un Muchacho gay 169

insultarlo y que jamás le habían facilitado la vida en la prisión, ni


un tantito así.
Sin hablar, con movimientos reposados, plenos de ternura,
comenzó a ungirlo para su muerte. Le lavó el abundante cabello
dorado; le enjabonó la cara y lo afeitó cuidadosamente; le restregó
el cuerpo con el jabón barato hasta que lo dejó tan blanco y limpio
como el día en que nació; y le frotó vigorosamente los brazos y las
piernas con el perfume. Luego lo amortajó con el pantalón azul
oscuro y la camisa blanca que había traído para la ocasión. Lo
miró a lo profundo de sus ojos verdes y le dijo la única frase que
pronunció en todo ese tiempo:
- Si vas a flaquear hazlo ahora, pero no les des el gusto de verte
llorar.
El resto de la hora permitida lo pasó sentada a su lado, calla-
da, con las manos del Muchacho entre las suyas. Y en esos
minutos contados lentamente, uno a uno, el Muchacho supo que
ella lo parió y amamantó, lo consoló de cada golpe de sus trave-
suras infantiles, se sentó junto a él a repasarle las lecciones de la
escuela, le enseñó buenos modales, le impuso un horario para
vivir, le prohibió irse lejos de la casa, sacó al Zurdo a escobazos de
su vida, lo ayudó a elegir carrera y lloró de orgullo el día de su
graduación y, finalmente, se lo entregó a Dios hecho un hombre
de bien.
Un buen rato después de su partida, el Muchacho aún seguía
en la misma posición, respirando paz, ¡menos mal!, después de
veintidós años de vida miserable. La plegaria comenzó a brotar
espontáneamente de sus labios. No lo hacía por una profunda
convicción de la existencia de Aquel que la Vieja adoraba, sino
170 La desgarradora vida de un Muchacho gay

por complacerla a ella, la única persona que le había acompañado


en el último trance difícil de su vida, y porque no tenía otra tabla
portentosa a la que aferrarse para no pensar en las bocas oscuras
de los fusiles frente a él ni en su joven cuerpo ensangrentado y
desmadejado en el piso, como una marioneta sin hilos.
- ¡Cristo, Cristo, sálvame! Si tú me concedes la vida por segunda
vez, yo te juro que la voy a vivir sólo para ti
A las cinco y media de la mañana de su último día, lo
despertaron sacudiéndolo fuertemente por los hombros, pero no
estaba dormido. Una pregunta formulada con sarcasmo rompió el
silencio en la pequeña celda: ¿Cuál es tu último deseo? No se tomó
el trabajo de responder, porque el único deseo que anhelaba
ardientemente su alma era el de seguir viviendo, y esos hombres
no se lo iban a cumplir. Además, la pregunta era pura retórica,
pues aun si hubiera deseado algo fútil, el tiempo no era suficiente
para cumplírselo. ¡Lo iban a fusilar media hora más tarde, apenas
deslizándose en la ciudad la claridad de un nuevo día!
El Muchacho había decidido morir como nunca había
vivido, con todo el decoro de que pudiera echar mano en tan
grotesco escenario. Se sentó en el banco y se calzó las rústicas
sandalias que usaban los presos, se peinó el cabello hacia atrás con
los dedos, se irguió en toda su estatura y permitió que le ataran las
manos a la espalda. Esbozó apenas una sonrisa en su hermosa
boca por lo que tenía de irónica la situación. Resulta que no lo
habían acusado y condenado por todas las sirvengüencerías
cometidas en una década de rodar por el mundo, sino por la que
nunca se hubiera atrevido a consumar. Enderezó los hombros,
echó el pecho hacia delante y avanzó con pasos firmes por el largo
pasillo.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 171

La luz del sol lo cegó momentáneamente, reventándole en los


ojos cuando salio al vasto patio circular de la prisión. Cuando se
acostumbró a la luz tenue del día que apenas comenzaba, después
de meses en penumbra, vio el poste terrible clavado en un
extremo del perímetro. Entonces recordó a aquellos mártires del
primer siglo, arrojados a las fieras para deleite del populacho
romano, y sintió miedo. Miedo de no mostrar la misma valentía y
resignación de aquellos, y de no conservar su dignidad hasta el
último minuto, haciéndose aguas en los pantalones. Miedo de que
ya nunca más vería el mar, ni olería la fragancia a hierba mojada
que deja la lluvia a su paso; que no tendría jamás una nueva
esperanza. Y miedo de que el recuerdo que les dejaría a los que le
conocieron fuera sólo el de un bárbaro asesino, o algo peor aún,
que le tocara el triste sino de los que mueren en afrenta: el silencio
unánime para no acordarse jamás de que alguna vez semejante
animal existió entre los humanos.
Comenzó a repetir con voz audible lo que ya venía
remachando para sus adentros desde hacía dos días, ¡Cristo,
Cristo, sálvame!, para que le diera el valor de recorrer los últimos
metros sin que le flaquearan las piernas. Los guardias se mofaban
de él, ¡Grítale más alto que no te oye!, ¡Ese no te va a salvar na’!,
¡Oye, los milagros no existen!, y el Muchacho continuaba
repitiendo incansable la misma frase: ¡Cristo, Cristo! Y mientras la
coreaba, sentía una paz que lo inundaba todo y le daba la certeza
de poder cumplir como un hombre su último acto sobre la Tierra.
Lo ataron al poste del suplicio. Vio entonces las caras
barbilampiñas de los soldados del pelotón de fusilamiento, tan
jóvenes como él mismo y pensó cómo dormirían sus noches
después de cumplir la orden de ¡Fuego! gritada por su superior al
172 La desgarradora vida de un Muchacho gay

mando. Antes de que le vendaran los ojos, alzó la barbilla y miró


al horizonte. El sol se despertaba, tímido aún. Suspiró
profundamente y esperó a oír los plomazos de los fusiles que
acabarían con su juventud.
- ¡No disparen, no disparen! Oye, tú, aguanta ahí, no disparen.
- ¿Que no disparen? ¿Qué pasó? – preguntó sorprendido el jefe del
pelotón.
- Na’, que el salao’ este tiene una suerte del carijo. El verdadero
asesino se entregó y dice el mayor que al mariquita este no lo
podemos fusilar, porque ya se enteró la prensa extranjera de que
es inocente.
Para regresar a la celda necesitó la ayuda de dos guardias que
lo sostuvieron por las axilas, mientras las piernas le colgaban
flojas como las de una marioneta, negadas a obedecer la orden del
Muchacho de mantenerse firmes. Lo tiraron en el piso del cuartito
como un costal de harina que se cae por su propio peso, y ahí se
quedó, panza para arriba, con la respiración agitada y la mente en
blanco. De repente, un rayito de luz penetró por el ventanuco alto
de la celda, abriéndose camino entre un rayón de los polvorientos
cristales. Jamás, en todos los meses de su vida de preso encerrado
allí, había visto la luz del sol entrando por la ventana. En ese lugar
lúgubre, todo el día era siempre la noche.
Las partículas de polvo del haz de luz jugaron en el aire con
las sombras de la habitación y sobre su pecho, del lado del
corazón, fueron formando el contorno de una estrella de seis
puntas, la estrella de David. El misterioso rayito de luz fue
creciendo y creciendo, hasta llenar de una claridad intensa todo el
lugar. Era perceptible, o a él se lo pareció, la presencia de un ser
La desgarradora vida de un Muchacho gay 173

majestuoso llenando con su realeza y señorío la pequeña celda. El


Muchacho, sin siquiera imaginarse que estaba saltando dos mil
años atrás en el tiempo para hacer las mismas preguntas que Saulo
en el camino a Damasco, preguntó:
- ¿Quién eres, Señor?
- YO SOY el Cristo, a quien tú has negado por veinte años, el Cristo
de la Vieja Loca de la Fuente, el dador de la Vida, que vengo a
dártela por segunda vez
El Muchacho abrió los ojos lentamente, y cuando se
acostumbraron a la deslumbradora luz, le pareció ver la figura de
Aquel que es el más hermoso de los hijos de los hombres, la Luz
de Israel, que lo miraba con los ojos de fuego de Su Amor. En
apenas unos segundos, toda la vida del Muchacho le fue
proyectada en imágenes ante su perpleja vista y se dio cuenta que
no había sido contra el Zurdo, ni contra Lorenzo, que su ira
contenida se había desatado; ni que su sed de venganza había
estado dirigida contra Chamizo, Cheché o David; ni que su
justicia propia le había impulsado a ser malévolo con su madre y
su padrastro; ni siquiera que el desorden de sus valores vitales le
había conducido a la violencia contra las muchachas de su vida.
Contra Dios, y sólo contra Dios, había pecado.
Toda su vida había sido una monstruosa mentira. El Amor
era el gran ausente en cada minuto de sus veintitrés años de
existencia y sin esa estrella guiando su transitar por la vida, el
reino del rencor y la venganza había entronizado sus leyes en su
corazón. Había sido conciente de la falta de amor de los otros
hacia él: su familia, sus vecinos, sus amantes de ambos sexos, y
como un juez severo había dictado una sentencia demoledora
174 La desgarradora vida de un Muchacho gay

contra ellos. A su desamor le achacaba la responsabilidad por


todo lo malo, y lo torcido, y lo tenebroso, y lo perverso que le
había acontecido en su infancia y en su juventud. Pero ahora,
frente a la Verdad, se daba cuenta de que el más siniestro suceso
que había vivido no era la falta de afecto de los otros hacia él, sino
el vacío de ese Amor en su corazón para con sus semejantes.
El Muchacho comenzó a llorar por primera vez en su
atormentada vida con un llanto profundo y desgarrador. Fue
como abrir las compuertas de un mar aprisionado por el pesar.
Mientras más lloraba, sentía que las lágrimas arrastraban consigo
todas las inmundicias de su vida, tal como el río desviado por
Heracles, el campeón, limpió de estiércol los establos de Augías.
Por más de tres horas estuvo llorando de forma incontenible, boca
abajo en el suelo, con los brazos abiertos en cruz, como un
penitente a los pies del Rey de las naciones. Los sollozos dolorosos
que lo estremecían de los pies a la cabeza, el quejido lastimero que
se escapaba de su pecho, apenas dejaban escuchar la súplica
incesante que brotaba de sus labios:
- Perdóname, Señor, perdóname.
CAPÍTULO 20

20.- Donde se demuestra que los supuestamente


condenados a cien años de soledad, sí tienen
una segunda oportunidad

El ómnibus del penal lo dejó en el Parque Central de la ciudad.


La mañana se presentaba con la cara lavada por la pertinaz
lluvia de la madrugada, y el Muchacho pensó que era un
perfecto y hermoso día para comenzar de nuevo. Se sentía
cansado y muy viejo, como el más viejo de todos los hombres
de la Tierra - es que habían sido demoledoras las emociones
vividas en tan corto tiempo-. Estaba desnutrido por el rancho
de la cárcel, y tenía un hambre de perros. Su otrora hermoso
cuerpo regalado gracias a la buena comida, se recortaba ahora
tan delgado contra el paisaje que movía a lástima. Al mismo
tiempo, experimentaba tal ligereza de espíritu por haber
soltado la fastidiosa carga de sus pecados, ¡una servidumbre
tan pesada para tan breve vida! que, desafiando a Kundera, le
parecía soportable, agradable y seductora, la levedad de su ser.
El Muchacho no tenía adonde ir. Su madre lo daba por
muerto y había vendido el apartamento por una suma
razonable de dinero, según le informó el director de la cárcel al
devolverle sus documentos de identificación, ¡Te salvaste por
176 La desgarradora vida de un Muchacho gay

ahora! ¡Con tu mal vivir, tu poco cerebro y sin un techo sobre la


cabeza, dentro de unas semanas te tenemos de vuelta por acá!
¡Vamos a ver si es verdad que Cristo te cambió la vida!
No tenía trabajo, ni un centavo en el bolsillo. Nunca había
tenido amigos, ahora menos que las aguas albañales de su indigna
existencia se habían desbordado por toda la ciudad y que el hedor
no podía ser disimulado .Sin embargo, no sentía inquietud por lo
que pudiera depararle el destino. Asistía, como un espectador
despreocupado y feliz, a su propia resurrección como creatura del
Padre, y la maravilla de ese despertar ocupaba toda su atención.
Con un pie suspendido sobre la tumba, el Muchacho había estado
tan cerca de la muerte que ahora valoraba en toda su justa
dimensión el milagro de la vida que se le había regalado por
segunda vez.
Bajo una frondosa ceiba, un banco de mármol lo invitaba a
descansar un rato. Mientras se acercaba a la pública butaca vio
una paloma blanca acicalando sus plumas con su fuerte pico. El
pájaro ladeó la cabeza y sus ojillos penetrantes se quedaron
observando los movimientos del Muchacho, pero no se movió del
lugar a pesar de que el joven se sentó cerca de ella. ¡Qué paloma
tan mansa!, pensó el Muchacho.
Él, que tantas veces había soñado con aves negras de mal
augurio, presagiadoras de muerte y destrucción, en aquellas
noches de terribles pesadillas, se regocijaba con la agradable
sorpresa de que le diera la bienvenida de vuelta a la ciudad, un ave
que, desde que la memoria ejercía su oficio, simbolizaba la paz y la
pureza.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 177

La paloma remontó el vuelo con movimientos gráciles de sus


alas en cuanto el Muchacho, sentado a su lado, estiró las piernas,
como si ya hubiera cumplido la encomienda de recibirlo, y se
perdió en las alturas entre las nubes.
El Muchacho entrecerró los ojos y dejó que los rayos tenues
del sol le acariciaran el macilento rostro. Un torbellino de
pensamientos le ocupaba la mente. No estaba seguro de que lo
vivido unos minutos después de salvarse de la muerte hubiera
ocurrido realmente o fuera fruto de una imaginación calentada
por la inminencia del fin abruptamente interrumpido. ¿Había
escuchado aquella voz inefable? ¿Había visto verdaderamente la
imagen indescriptible de la Vida? No podía aseverarlo con
absoluta convicción, y no le importaba. Sus sentidos naturales
podían cuestionarse la evidencia, mas su alma lo aceptaba con la
íntima certeza de que algo nuevo, maravilloso, había ocurrido y
que ya él no podía vivir más en su antigua manera. Aquellos ojos
como de fuego lo habían taladrado; en ese preciso momento sintió
que su antigua vida se consumía y que era sembrada en él una
nueva simiente. La salvación era un regalo que se le había hecho
sin merecerlo y el Muchacho se preguntaba quién era él, horrible
pecador, para que Dios tuviera misericordia de su destino.
No podía saberlo, pero dos milenios antes, otros perdidos sin
rumbo habían experimentado la misma conmoción cataclísmica
al encontrarse frente a frente con Jesús. La samaritana del pozo; la
adúltera a pique de ser furiosamente apedreada: Saulo, el
perseguidor de los cristianos; y, ahora, este deslumbrado
muchacho, todos, no habían podido permanecer indiferentes ante
la presencia vital del Alfarero. Ni uno solo de ellos pudo continuar
178 La desgarradora vida de un Muchacho gay

su antiguo estilo de vida después de un encuentro, cara a cara, con


Aquel que es la perfección del Amor.
Allí, en la quietud sombreada del banco del parque, el
Muchacho recordó el extravagante desenlace que lo había sacado
del borde de la tumba halándolo por un fino cabello. Pocas horas
antes del cumplimiento de su sentencia, el padre de uno de los
niños asesinados confesó haber sido el autor del triple crimen.
Irrumpió en la sala de conferencias de un evento científico de
nivel internacional, abarrotada de ponentes de renombre mundial
y de periodistas de agencias extranjeras y nacionales, ¡para que
sepan lo que pasa en este país!, hizo su insólita declaración y
después se voló los sesos ante la atónita mirada de los que habían
tenido que ser espectadores a la fuerza.
¡Pobre hombre!, pensó el Muchacho. Siguiéndole las trazas a
las mentiras del hijo, lo descubrió donde menos hubiera querido
encontrarlo: prostituyéndose en el submundo homosexual.
Tamaña e inesperada revelación sobre su único hijo varón le
produjo un irresistible dolor que le equivocó el amor. Queriendo
evitarle al hijo las penas y sufrimientos, y la mala enfermedad del
cuerpo y del corazón que con toda probabilidad le acarrearía esa
vida, tomó la más salvaje decisión que pudiera dictar una razón de
aparente cariño. Le quité la vida que yo mismo le di. ¡Lo prefiero
muerto antes que m…! , dicen las malas lenguas que esas fueron
sus últimas palabras, antes que un pistoletazo bien atinado en las
sienes le borrara toda angustia del alma.
El Muchacho imaginó el acontecimiento y le aturdió tanto
desperdicio de vida y tan desesperado amor y, al mismo tiempo,
comprendió el profundo y significativo dolor de ese padre por la
suerte que pudiera tocarle al hijo. Nadie estaba más capacitado
La desgarradora vida de un Muchacho gay 179

que él, para comprender que ese magnificado, tolerado y hasta


explicado mundo homosexual era una réplica anticipada del
infierno, y que ningún ser humano normal desearía esa suerte
para un ser querido.
Ese mundo infernal había sido el universo de sus rutinas
hasta unos pocos meses atrás. Y aunque siempre le había parecido
que tomaba una distancia objetiva del problema fundamental de
su existencia, permitiéndose juzgar a los m… de su vida como si él
no fuera su igual, ahora, desde la perspectiva del arrepentimiento,
reconocía todo el espanto en el que se había involucrado por
propia decisión y qué consecuencias terribles acarreaba una vida
vivida sin Dios; sobre todo porque se debía soportar el
impertinente, y persistente, fardo de la vergüenza.
Mucho antes de que el Presidente leyera el veredicto que lo
sentenciaba a muerte, mucho antes de que lo condujeran hasta el
poste del cumplimiento y mucho antes de que le apuntaran con
las bocas siniestras de los rifles, ya estaba muerto. Un muerto que
iba a morir. ¡Qué inconsistente!, pensó. Se había creído siempre un
triunfador, cuando no era más que un triste despojo humano
separado de la única fuente de Poder verdadero, capaz de
proporcionarle una existencia plena de dignidad.
Más de veinte años de su vida habían transcurrido en una
ignorancia total de la existencia de Dios. Jamás había escuchado
hablar de Jesucristo ni de su agonía en el Calvario, ni de su
resurrección triunfante. Las exigencias morales de Dios para los
hombres le eran tan desconocidas como pilotear un cohete
espacial. Mucho menos conocía de un plan eterno de Dios que se
inspiraba en un profundo amor del Creador por toda su obra,
incluyendo a las criaturas humanas.
180 La desgarradora vida de un Muchacho gay

El único mensaje al que lo había acostumbrado su familia, los


gays, “las novias” y la sociedad era al del odio y el enfrentamiento.
¡Tenemos que acabar con el enemigo; hacerlo morder el polvo de la
derrota! ¡Prepararnos para la lucha, es la palabra de orden! ¡Todos
los que no sean como nosotros, todos los que no piensen como
nosotros deben ser aniquilados! ¡A mí el que me la hace, me la
paga! ¡Somos unos incomprendidos, y unos perseguidos; debemos
c.... en todos y seguir adelante con nuestra vida! Al final, la cosecha
había sido abundante en rencor y animadversión los unos por los
otros. Nada del amor y el perdón que fundan, y reconstruyen, y
restauran hondas heridas.
Un análisis apenas profundo de su vida le permitía al
Muchacho deducir que todos esos años había existido como un
ente quebrado, fragmentado en pedazos, coexistiendo con la
negación de un Todo necesario para una vitalidad con sentido.
Había recorrido con pasos firmes el sendero de la hostilidad: era
el peor enemigo de sí mismo, el más encarnizado adversario de
sus iguales, el porfiado destructor de la naturaleza. Se llevaba la
palma del dudoso triunfo de haber roto toda relación consigo
mismo, con los demás hombres y, por supuesto, con Dios. Ahora
sabía bien, ¡oh, sí lo sabía!, que la única y sola responsable de la
desgracia de su vida era la ira que, como principio genérico, había
comandado todos sus pensamientos y todas sus acciones.
Pero también sabía, con una convicción formidable nacida
desde lo profundo de su corazón, que no solo Dios había obrado
el milagro de salvarle la vida, sino que se estaba produciendo en él
un segundo milagro, más colosal tal vez que el primero, y era la
maravilla de su regeneración. Por ese milagro se habían escapado
La desgarradora vida de un Muchacho gay 181

a toda prisa de su vida sus delirantes maldades, sus maliciosas


murmuraciones, su desenfrenada ira, su intolerante pereza.
Cerró los ojos por unos segundos y puso sus recuerdos,
entonces, en los días posteriores al portento que le devolvió a la
vida, ¡y no me estoy refiriendo a la respiración, al bombeo del
corazón ni al uso de los cinco sentidos, sino a la plenitud de
existencia que solo da el Creador!, cuando descubrió – para
asombro del Muchacho, por boca de uno de los guardias de la
cárcel- que había un grupito de presos, también redimidos como
él, que se reunían a entonar alabanzas a Su Salvador, a orar y a
leer porciones de la Biblia por turnos, como los cristianos
primitivos, dirigidos por un hermano que los presidía en la fe.
¿Sí? ¿Aquí en la cárcel de un gobierno ateo? ¿Y las autoridades
carcelarias se lo permiten? ¡Qué Todopoderoso es Dios!
En esa pequeña célula lo acogieron con tal benevolencia y
amor aquellos, que como él, tenían un pasado común de
envilecimiento, deshonra y violencia, que el Muchacho sintió que
por fin estaba socialmente incluido en un grupo humano para su
bien. El Muchacho los examinó uno a uno y se sorprendió de ver,
en los rostros macilentos y ojerosos de la mala vida en el penal,
una paz interior y una luz prodigiosa irradiándoles el rostro,
cuando levantaban sus ojos a lo alto para entonar los cánticos de
agasajo a Dios, y para orar.
Con ellos hizo su oración de fe para romper sin equívoco
alguno con todo su pasado de ignominia. Aprendió a levantar su
cuerpo del camastro cuando entraban las primeras luces del
amanecer para sumirse en profunda oración con el Padre, y para
meditar en Su Palabra; a compartir todo lo que poseía, que era
bien poco, porque nadie lo visitaba, con sus hermanos de fe y con
182 La desgarradora vida de un Muchacho gay

otros presos necesitados, él, que siempre había sido un redomado


egoísta; y, lo más sustancial, a comunicarle a los demás reclusos
las buenas nuevas del arrepentimiento y la salvación, sin sentir
ningún reparo ante las burlas de los de endurecido corazón.
Ellos le regalaron su primera Biblia, un ejemplar barato en su
apariencia externa, mas le reveló al Muchacho, inveterado lector,
que al fin había encontrado El Libro, el Único Libro, el que daba
todas las respuestas al misterio de la existencia; el Libro que
mostraba la caída del primer Adán -y todo el pecado y corrupción
consecuentes-, y el plan de Dios para la salvación, mediante la
humillación, el arrepentimiento y la aceptación del postrer Adán:
Jesús, el Cristo.
Él, que amaba los libros, al fin había encontrado el libro de
todos los libros: había historia antigua, que le fascinaba, donde se
mezclaban los egipcios y los hebreos, y otros pueblos de la
antigüedad; aventuras, como la de Jonás, viajero a bordo del
vientre de una ballena, y la de Sansón, nazareo dotado de fuerza
extraordinaria por ese propio voto; escaramuzas, combates y
batallas, cuyos líderes, Josué y David, hicieron gala de esforzada
valentía, y sabiduría; habían poemas de amor de una delicada
fragancia; y refranes, consejos, filosofía de la buena, cánticos. Y la
vida de Jesús y de los apóstoles, con toda la sana y sencilla
doctrina que inculcaron a aquellos primeros cristianos.
Súbitamente descubrió que Dios se había tomado muy en
serio la tarea de su regeneración y que, de una manera sutil, casi
imperceptible, había ido procurándole todos los medios para no
renunciar al empeño de dedicar su vida entera a agradecerle su
perdón y su bondad, como le había pedido una y otra vez, y otra
vez, en sus oraciones. Con Él no había casualidades, y el
La desgarradora vida de un Muchacho gay 183

Muchacho no tuvo dudas de que la existencia de la célula que lo


acogió como un igual, que el permiso para reunirse, que el
testimonio de sus vidas como servidores del Dios único, que su
modesta Biblia, que el cambio que poco a poco se estaba
produciendo en su existencia, todo ello venía de Él.
Abrió los ojos y notó la presencia de un hombre sentado a su
lado en el mismo banco. No lo había sentido llegar. De una rápida
ojeada lo examinó de los pies a la cabeza y se puso en guardia por
si al sujeto se le equivocaban los rumbos.
Era un hombre de unos 36 o 37 años, de cuerpo fornido y de
manos recias que delataban a la distancia su condición de
trabajador manual. Tenía el cabello negro y algo encrespado,
aunque suave y sedoso; sus ojos, profundos y serenos, también
eran negros. Lo más original de su rostro era la barba oscura y
recortada, que lo remataba. Calzaba sandalias de cuero crudo en
los pies desnudos. Y no pareció molestarlo en lo absoluto la
minuciosa inspección que le estaba realizando el Muchacho.
Como el hombre no aventuró ningún avance, ni siquiera
intentó establecer una trivial conversación, el Muchacho se relajó
y así permanecieron los dos, sentados uno junto al otro, casi un
cuarto de hora, como si fueran dos viejos amigos descansando
después de una larga caminata. Si alguien le hubiera preguntado,
el Muchacho no habría sido capaz de explicarle porqué este
perfecto desconocido le parecía un amigo de toda la vida.
Súbitamente, su atención fue atraída por el deleznable
espectáculo de dos mujeres, discutiendo con violencia en plena
calle como si estuvieran en el desierto del Sahara y no frente a una
multitud de transeúntes, por un supuesto lugar en una cola para
comprar detergente.
184 La desgarradora vida de un Muchacho gay

- ¡Qué pena! – dijo el Muchacho.


- Amén– dijo el hombre.
Los dos se miraron. El hombre sonrió con dulzura y el
Muchacho bajó la cabeza, ante la poderosa mirada que lo taladró
de lado a lado. El hombre extendió su diestra callosa hacia el
Muchacho en gesto amistoso:
- Jesús Galí León, para servirte – fue su presentación.
El Muchacho se fijó que en su muñeca había una profunda
cicatriz de bordes irregulares, como una desgarradura, y pensó
que tal vez era un carpintero que había sufrido un accidente de
trabajo. Fue una idea que se le ocurrió, no sabía porqué. ¡Trampas
de la imaginación! Extendió también la suya y, por primera vez en
largos y torcidos años, dijo su verdadero nombre y no el apodo
con que le conocía su familia o aquellos que le habían arruinado
un tiempo que no quería recordar.
- Francisco José Lezcano Serguera, para servirle a usted también –
igualó la fórmula de cortesía.
- ¡Ah, tienes un nombre bíblico! José, uno de los hijos del viejo
Jacob… Sí, chico, el que fue vendido por sus hermanos… El que
fue asediado lujuriosamente por la mujer de Potifar… El que…
La cara perpleja del muchacho le desató los nudos a una risa
franca y cordial. La carcajada del hombre mostró una dentadura
perfecta, de dientes blanquísimos.
- Perdóname, chico, a veces olvido que muchos no conocen esa
historia – golpeó sus rodillas con las palmas abiertas de sus
manos, mientras continuaba riendo.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 185

- Al contrario, la conozco muy bien –dijo el Muchacho


mostrándole su libro-. Si me sorprendí fue por la providencia de
encontrar a otro creyente donde menos lo esperaba.
- Sí, hermano, cristiano de los pies a la cabeza, y a mucha honra.
¡Qué Dios más maravilloso tenemos! ¡Fíjate cómo ha hecho que
nos encontremos en este céntrico parque!- y continuó regocijado –
¡Estás de suerte! Hoy salí de la casa con el deseo de regalarle este
libro al primero que Dios pusiera en mi camino. Aquí tienes, es
tuyo.
Tomó del banco, a su lado, un libro de tapas negras y letras
doradas que el muchacho no había visto antes, porque el cuerpo
del hombre lo tapaba a su mirada, y se lo tendió con un gesto de
franca amistad.
- ¿La Sagrada Biblia? – el muchacho leyó en voz alta - No puedo
aceptarlo, ya tengo una. Además, este ejemplar es muy
voluminoso, y antiguo. Debe valer mucho. Yo no puedo aceptar...
- Vas a tener una eternidad.... de tiempo, quiero decir, para leerlo –
sonrió enigmático el hombre -. Tómalo, no tengas pena. Si lo que
se va a regalar no es valioso para uno, no vale la pena regalarlo.
Sería entonces una limosna.
La trifulca mujeril, después de un breve interludio, levantó el
telón para representar el segundo acto, y el muchacho aprovechó
para disimular la emoción que se le filtraba por cada entresijo del
alma por una ruta diferente: por primera vez en la vida recibía un
regalo desinteresado.
- Hay mucha violencia verbal, y mucha violencia física también,
entre los seres humanos de hoy, ¿verdad?
186 La desgarradora vida de un Muchacho gay

El hombre levantó los ojos y se quedó mirando a aquellas dos


mujeres que competían en sus agresiones, chapoteando entre los
precarios restos del orgullo que alguna vez tuvieron y regando a
los cuatro vientos lo poco que les quedaba de prudencia.
- El culpable de todo es el humanismo. Y no estoy juzgando, lo digo
con profunda pena. El humanismo es la realización propia, el
hombre convertido en su propio Dios – comentó atribulado -.
Pero, ¿sabes?, José Francisco, como Dios el hombre no se ha
desempeñado muy bien; sólo hay que seguirle la pista a la historia
de la humanidad para cerciorarse de ello.
- Sin embargo – apuntó el muchacho -, no cejan en su esfuerzo por
hacernos creer que hemos avanzado en el sendero del progreso y
que el hombre es el líder de esa marcha y el artífice de la
prosperidad que hoy disfrutamos. Por lo tanto, enarbolan la
ideología del humanismo como la única capaz de capacitar al
hombre para tener dominio de sí mismo y alcanzar el bien por si
solo.
- Bueno, el hombre tiene tendencia a disimular sus verdaderas
motivaciones. El refrán del humanismo no es “Conviértete en un
mejor ser humano y ayuda a tus semejantes sin mostrar interés
de ningún tipo”. De cierto, de cierto te digo que es “Si te hace
sentir bien, hazlo”. Por ejemplo, ahora es frecuente ver a una
madre que abandona a su esposo y a sus hijos porque la hacen
sentirse limitada en la vida. Si le preguntáramos porqué lo hace,
seguramente respondería: “Yo tengo derecho a vivir mi propia
vida” O puedes ver a dos mujeres como estas gritándose
improperios frente a todos, sin recato alguno, y si les preguntas
por qué lo hacen, te dirían “Tenemos derecho”. En contraste,
La desgarradora vida de un Muchacho gay 187

tienes a José cuya historia ya conoces, por suerte. José no huyó de


la mujer de Potifar que intentó seducirlo, él huyó de sí mismo, de
la tendencia humana a hacer lo incorrecto. Yo sé que él decía en
sus plegarias a solas, “¿Cómo podría fallarle a mi Dios de tal
manera; cómo podría traicionar a Potifar que ha confiado en mí;
como un hombre como yo podría hacer esto?”. Ves, hijo mío, eso
es lo que yo llamo dignidad.
El muchacho pensó que el hombre no sabía que estaba
hablando con quien mejor podía entender sus palabras, que
parecían dirigidas solo a él. Siempre había criticado ese
personalismo materialista cuando se trataba del que manifestaban
los otros hacia él, sin querer ver cuán involucrado estaba en ese
egocentrismo y cuánto lo practicaba él mismo con todos los que
se le acercaban, cuando lo único que le interesaba era salirse con
la suya a toda costa. La consecuencia final de ese ejercicio era una
vida sin dignidad.
Siempre creyó que la dignidad era un atavío externo que se
alimentaba de buena ropa, perfumes caros y zapatos de auténtica
piel, y no una condición interna del alma de resistirse a lo malo
aunque sus ventajas resultaran atrayentes. Ahora, por lo menos,
no pecaba de ignorancia en ello, porque ahora, con la ropa
miserable y los tennis baratos que le habían proporcionado en el
penal, se sentía más decente que nunca antes en su vida. Por amor
a Él era capaz de no hacer lo malo; no le importaba si en ello le iba
la vida.
Después de una pausa, el hombre dijo con tristeza: - El yo es
lo único que importa. Así es la cultura del egoísmo. ¡Qué
desdichada es la humanidad! Siempre corriendo en pos de su
propio ideal de felicidad, y siempre equivocando el camino. No
188 La desgarradora vida de un Muchacho gay

importa a quien dañes, o si es bueno o malo, el deseo del hombre


es tener total soberanía para hacer lo que su carne le dicte. El final
de esa “libertad” es esclavitud. ¡Y todavía el hombre cree que es
dichoso… y libre!
Se calló un rato mientras dejaba que la explosión de luz de la
mañana le iluminara el hermoso rostro. Miraba sin ver a la
muchedumbre de hombres y mujeres que desfilaban ante su vista.
Su concentración estaba puesta en disfrutar un magnífico
momento de la creación, ¡esa hermosa mañana estival!, que se
reflejaba en sus facciones con una expresión de beatitud. Al
mismo tiempo, unas líneas de sufrimiento le marcaban la faz en
forma de profundas arrugas como si fuera un anciano milenario
que llevara la carga de dolor de la humanidad toda.
Reaccionó de súbito y volteó la mirada hacia el muchacho,
diciéndole:
- ¿Saliste hoy mismo de la cárcel?
- ¿Cómo lo supo?
- Hijo mío, esas ropas que llevas puestas son un letrero
lumínico visible a larga distancia. No, no tienes que decirme por
qué estabas preso. Eso no es de mi incumbencia, queda entre el
Padre y tú. Sí me gustaría saber qué piensas hacer y, sobre todo,
qué piensas ser de ahora en adelante.
El muchacho dejó escapar un suspiro prolongado antes de
contestarle:
- Pues, no lo sé a ciencia cierta. No tengo familia, ni amigos, ni
trabajo, ni siquiera tengo un lugar donde vivir – y esperó
sobrecogido que el hombre le creyera tamaña desgracia.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 189

- No eres el primero, ni tampoco serás el último que tiene esa


situación, aunque tú estás en una posición privilegiada con
respecto a muchos hombres cualesquiera que mueven sus huesos
por este mundo: tú tienes a Cristo, y Él proveerá.
Puso sus manos en las del muchacho apretándolas
fuertemente y le aseguró:
- En cuanto al “qué vas a hacer”, no te preocupes por eso. En
verdad, en verdad te digo que esta tarde estarás hospedado
conmigo en casa de mi padre.
EPÍLOGO

Donde al lector se le ofrecen tres finales y se le permite escoger


uno de ellos; pero se le advierte que su elección lo hará
reflexionar sobre su propia existencia.
PRIMER FINAL

- Mi padre tiene una pequeña finca en… y donó buena parte del
terreno para establecer una misión cristiana; no somos una
Iglesia convencional, ni pertenecemos a ninguna
denominación histórica: nos esforzamos por ser piedras de
testimonio viviente del Cristo en quien creemos, como lo
hicieron los cristianos de la Iglesia primitiva.
- No tenemos pastores ni la estructura de poder tradicional de
las iglesias de la contemporaneidad: nos dejamos guiar
espiritualmente por aquellos que nos presiden en la fe. No
queremos ser religiosos, ni estar metidos en una iglesia el día
entero como si fuera un club social, y convertirnos en más
pecadores, y lo que es peor, convertir a otros en más pecadores
de lo que eran antes de conocer a Cristo.
- Tenemos mucho por hacer aún. La casa “pastoral” tiene el
techo de guano y las paredes de tabla, e igual “arquitectura”
posee el templo, y los bancos son de rústica madera, y por
acueducto y alcantarillado tenemos un pozo de piedra – volvió
a reír a carcajadas.
– Usted siempre se está riendo…
– Hijito mío, los cristianos tenemos dos motivos inexcusables
para estar alegres: hemos sido perdonados y salvados. ¿Hay
algún motivo mayor de regocijo? – y volvió sobre el tema -.
194 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Necesitamos hombres y mujeres que pongan la mano en el arado


y no miren atrás. Si estás dispuesto a trabajar incansablemente
por la extensión del Reino de Dios, te puedo dar alojamiento y
tres comidas calientes diarias hasta que puedas valerte por ti
mismo.
El muchacho sólo atinó a mover la cabeza significativamente
en señal de asentimiento; si hubiera abierto la boca el llanto se le
hubiera escapado en torrentes de lágrimas. Lo menos que quería
era mostrar debilidad ante este recio hombre y que se llevara la
falsa impresión de que estaba adquiriendo un trabajador
blandengue para la obra misionera.
– Vamos, hijo – dijo disimulando que se había percatado de la
emoción del joven.
Y el muchacho lo siguió.
Al llegar a la finca, se dio de bocas a manos con un sinfín de
turbulentas emociones que se habían dado cita allí para recibirlo,
y ahora sí que no pudo contener el llanto, ante el impacto de la
misteriosa, y al mismo tiempo, maravillosa manera que tenía Dios
de obrar en su vida.
A la primera persona que vio fue a la Vieja Loca de la Fuente.
Yo soy la madre de él – dijo señalando para el hombre que había
conocido en el parque-, y la madre de todos ellos – con un amplio
ademán circular del brazo señaló a todos los que estaban
trabajando en levantar el templo- y ahora tu madre también, si me
lo permites.
Y se echó a reír con la misma risa de cascada limpia con que
se le presentó por primera vez en la vida.
La desgarradora vida de un Muchacho gay 195

– Por eso su hijo se ríe tanto, lo aprendió de usted – fue lo único


que se le ocurrió decir al muchacho en ese momento.
– Perdóname por no haber vuelto a visitarte en la cárcel; es que
una sacrolumbagia impertinente me tiró en cama por seis
semanas; pero no he dejado de orar por ti a toda hora y en todo
lugar, y ya veo que mi buen Dios te ha librado de la mala suerte y
te ha traído a mí.
El hijo, atónito, la miró unos prolongados segundos hasta
que se recuperó:
– ¡Qué chiquito es el mundo!, o mejor dicho, ¡qué grande es Dios!
¿Este es el muchacho que tú fuiste a visitar a la cárcel? ¿Para él
me pediste el pantalón y la camisa donados por los hermanos?
¡Alabado sea Dios, para quien no existe nada imposible!
Y le confesó:
– Por la gracia de Dios, yo soy el encargado de esta misión, así que
vamos a trabajar muy unidos. ¡Bienvenido a la casa de Dios!
Los demás hermanos se le acercaron, uno, siéntate, que debes
estar cansado; y otro, hace mucho calor, ¿quieres un vaso de
limonada?; y otro, toma mi pañuelo para que te seques el sudor; y
otro, hermanos, díganle a Josefa que le eche más agua a la sopa,
que tenemos otro invitado para almorzar; y todos se rieron, el
muchacho también.
A partir de ese día se dispuso a trabajar como nunca antes lo
había hecho y se convirtió en un ejemplo lúcido de multioficio,
porque lo mismo ayudaba en la carpintería al pastor, que a los
hermanos a mezclar el cemento y la arena y levantar las paredes
del templo, o a Josefa en la cocina. Era el primero que se levantaba
196 La desgarradora vida de un Muchacho gay

para animar a la cuadrilla, ¡vamos, vamos, que a Dios le gustan los


trabajadores madrugadores!; el más entusiasta del devocional
familiar que hacían antes de comenzar la faena diaria; el más
servicial y solicito; el más alegre -llegó a ganarle en risas al propio
pastor y a su madre-; el más consagrado a testimoniar con su
propia forma de vivir que era un seguidor impenitente de Cristo;
y el más manso y humilde de toda la congregación.
En este joven hermoso, sano, de mirada limpia y bondadosa
era difícil, ¡qué difícil, totalmente imposible, diría yo!, encontrar al
Muchacho de antaño. Si su familia carnal, sus vecinos, y sus
conocidos de aquel entonces lo vieran ahora, no podrían
reconocerlo. Ahora era tan bienaventurado: había encontrado una
verdadera familia, le daba placer el trabajo duro y ayudar a otros,
y vivía solo para Cristo, que la felicidad le lavaba el pasado.
Después que sus manos, otrora suaves, se encallecieron, y
que su rostro de aterciopelada piel se curtió por el trabajo al aire
libre, y todo en él tomó un aire de masculina firmeza, Cristo le
reveló el verdadero oficio que tenía para él: evangelizar a aquellos
que no conocían al único y verdadero Dios, y le llevó en campañas
misioneras a los más recónditos lugares de la nación, esos que
todavía disponían de una sola planta eléctrica para el suministro
de electricidad a todo el caserío, o un televisor colectivo instalado
en la casa de la cultura para ver el noticiero, la novela o la pelota, y
donde la escasez y la miseria reinaban por sus fueros.
Lo primero que hacía era compartirles la vida comiendo el
arroz con boniato hervido, o el chícharo –y nada más- que era
frecuente en sus mesas; durmiendo en hamacas o en el suelo de
cemento; ayudándolos a reparar los techos de sus casas; acompa-
La desgarradora vida de un Muchacho gay 197

ñándolos en la siembra o cosecha de sus pequeñas parcelas, o a


apacentar a sus animales. Después les predicaba.
Sentía predilección especial por enseñar acerca del arrepen-
timiento y el perdón, y por demostrar sin lugar a duda posible
que, a pesar de tanta tecnología desenfrenada, tanto avance
científico, tanto desastre natural y tanta calamidad humana, Dios
seguía aquí, como Padre, como Hijo, como Espíritu Santo, sin
desligarse de la historia de la humanidad.
Seguía consolando a los enfermos y a los moribundos; seguía
proveyendo para los menesterosos y los hambrientos; seguía
calmando tempestades; seguía volviendo inútiles los reinos que
los hombres levantaban para no pensar en Él: fama, dinero,
sistemas político-filosóficos y hasta religiosos.
Una mañana de domingo, después de diez fructíferos años de
servicio al Padre, ya casado y con tres hijos a los que criar, daba
fin a Su mensaje con el llamado a la conversión entre los
visitantes. Un joven, que le recordó a sí mismo una década atrás,
por su extrema delgadez, su palidez y las ropas inequívocas de ex
presidiario, se acercaba tímido por el pasillo central del lugar de
reunión.
– Ven – le dijo con dulzura -, Cristo te está llamando.
– ¿Podrá Él perdonar los horrendos pecados que yo he cometido?
Usted no sabe lo que yo he hecho…
El evangelista se llevó el dedo a los labios sugiriéndole al
joven que guardara silencio, y le dijo:
– Del lugar sombrío y profundo donde tú estás, Él también me sacó
a mí, y me ha traído hasta aquí para predicar de Su Amor. Ha
198 La desgarradora vida de un Muchacho gay

estado siempre para ti, para mí y para todos los que le abran la
puerta de su corazón. No titubees y da ese gran paso de fe. Él aún
sigue aquí y lo hará por los siglos de los siglos, hasta el fin, ¡Amén!
SEGUNDO FINAL

– Anda, vamos, sígueme. ¡Ya es hora!


El recio hombre se puso en pie y avanzó tres pasos. Luego
se detuvo como si hubiera olvidado algo. Se viró en dirección
al muchacho y le respondió una pregunta formulada unos
meses antes:
– Si alguna vez, en la angustia de tu desesperación y en la
amargura de tu soledad, te preguntaste dónde estaba Dios que
no veía el mal que te hacían, déjame decirte algo: Siempre
estuvo a tu lado, amándote desesperadamente en silencio,
esperando por ti... y aún sigue aquí.
Le volvió las espaldas nuevamente y mientras se alejaba
murmuró bajito, para sí mismo:
– Aún sigo aquí.
El muchacho se levantó también, tomó el viejo libro entre
sus pálidas manos y lo apretó contra su corazón, y sin titubear
echó a andar detrás de Él hacia la luz al final del sendero.
A las seis de la tarde, el vendedor de fritangas que tenía su
carrito acomodado al otro lado del parque, se preguntó porqué
el muchacho sentado en el banco de mármol, no se había
movido del lugar en todo el santo día.
200 La desgarradora vida de un Muchacho gay

Desde que empezó su jornada de trabajo, a eso de las nueve


de la mañana, se había fijado a intervalos en el joven flaco,
desgarbado y mal vestido que, a veces, parecía estar ensimismado
en íntimos pensamientos y, en otros momentos, aparentaba
hablar con alguien imaginario. ¡Bah!, un loco más de tantos que
pululan por este lado de la ciudad; sólo que más joven. ¡Qué pena!
A punto de recoger sus enseres y marcharse del sitio que
ocupaba cada día, ojeó por última vez al muchacho y una
agitación que no podía definir le encendió los recelos. Algo
sucedía, y era algo grave.
Su subconsciente había estado en alerta todo el día, como un
piloto automático con sus intermitentes destellos de apagada luz
rojiza, hasta que captó su atención por completo.
Ahora se explicaba por qué volvía una y otra vez su mirada
hacia el muchacho. Tal inmovilidad por más de 6 horas, en
alguien tan joven, no era natural. ¡No podía serlo! Así que se
acercó con cautela, pero antes de hacerlo lo suficiente ya sabía que
estaba muerto.
A la sombra del centenario árbol, semioculto a la mirada de
los indiferentes y presurosos caminantes que ni reparaban en él, el
muchacho permanecía con la cabeza erguida, recostado al
espaldar del banco, en tanto un tenue hilillo de sangre le goteaba
desde la comisura de la boca. Su corazón no soportó el horrendo
sufrimiento de toda su vida, ni la calamidad del presidio, ni la
agitación por la inminencia de una muerte indigna a balazos
interrumpida milagrosamente y se le reventó en pedazos dentro
del pecho. Entre los brazos apretaba con firmeza un grueso libro
de forro negro, muy viejo,
La desgarradora vida de un Muchacho gay 201

- ¡Debe valer miles de pesos! – pensó el vendedor,


arrebatándoselo del regazo y escondiéndolo en su carrito, con la
idea de venderlo más adelante por un buen montón de dinero -.
¿Y cómo alguien con semejante herencia tiene la pinta de un
pordiosero? - y en sus piernas, posada mansamente, se acurrucaba
una paloma blanca, atraída quizás por su inmovilidad de estatua
o, tal vez, por el urgente aroma a bienaventuranza que se
desprendía de su piel.
¡Era el muerto más lindo del mundo! Todo su cuerpo
exhalaba un infinito aire de paz y su rostro armonioso había
recobrado la belleza varonil unos segundos después de expirar. La
solemne serenidad que le había escaseado en vida, le exudaba en
ese instante por todos los poros como un raro incienso. Las ramas
del árbol trenzaron, con sus sombras, un halo sobre su cabeza;
parecía coronado por los laureles de la victoria. Sus claros ojos
verdes no se habían empañado con el velo de la muerte y se
quedaron abiertos, sorprendidos, sobrecogidos por la maravilla
del último milagro de su vida: ¡el Rey, majestuoso, ataviado con
toda su hermosura y grandeza, el Rey en persona, había venido a
buscarlo para llevarlo con Él a la Vida!
TERCER FINAL

A los tres meses exactos de haber salido de la cárcel, cuando la


memoria del susto por la inminente muerte se le había
borrado, el Muchacho ya había vuelto a las andadas,
revolcándose en el pantano de sus viejos amores gays.
¿Y qué esperaban? Es el hombre lo que es, aunque le den
puntapiés.
Basada en hechos reales, “La
desgarradora vida de un Muchacho gay”
aborda la otra cara de las relaciones
homosexuales desde el ojo censor de
su protagonista, un joven gay que, tal
vez nunca pensó serlo, pero que fue
obligado por las circunstancias de
todo tipo a adoptar una conducta
sexual dispareja y que, con
hipercriticismo revela lo real-patético,
los estremecimientos emocionales y la
sordidez del comportamiento de un
grupo humano, que en la modernidad
ha sido embellecido hasta la saciedad,
sin considerar que en tanto grupo
humano su conducta, basada en las
relaciones interpersonales de sus
miembros, puede ser tan complicada
como la de cualquier otro conjunto de
seres humanos, como la propia novela
revela.
La novela “La desgarradora vida de un
Muchacho gay” – bajo otro título - fue
una de las cinco finalistas en el
Concurso Premio Nelson del año
2009, subsidiaria en español de la
editorial estadounidense Thomas
Nelson Publisher.

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