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MUCHACHO GAY
Nataniel Estrada
LA DESGARRADORA VIDA
DE UN MUCHACHO GAY
LA DESGARRADORA VIDA
DE UN MUCHACHO GAY
NATANIEL ESTRADA
PÁGINA LEGAL
PÁGINA LEGAL.................................................................7
NOTA DEL AUTOR...........................................................9
ÍNDICE..............................................................................11
DESARROLLO..................................................................13
1.- Donde acta est fábula y comienza la gran tribulación, al
duro y sin guante.............................................................15
2.- Donde se orean al sol algunos trapos sucios.................31
3.- Donde se definen algunos conceptos.............................35
4.- Donde las pesadillas de sus noches se agolpan unas tras
otras, y por eso no lo matan...........................................39
5.- Donde se le empieza a notar al Zurdo el oficio de
mediador...........................................................................43
6.- Donde el Muchacho vende el cobre como si fuera oro
............................................................................................47
7.- Donde al Muchacho le tuercen la vida, ¡y de qué
manera!.............................................................................53
8.- Donde el príncipe de este mundo inscribe las tablas de
su Ley en el corazón del Muchacho..............................67
9.- Donde nos enteramos de cómo conseguía las cosas....69
10.- Donde buscando otra bicicleta se encuentra con una
inesperada y certera sentencia.......................................73
11.- Donde se demuestra que no siempre una Coca-Cola
es la pausa que refresca...................................................79
12 La desgarradora vida de un Muchacho gay
– ¿Qué te pasa?
– Nada. ¿Por qué no nos vamos ya? Todos se van a dar cuenta
de que llevamos un buen rato escondidos en este lugar.
– Muchacho, a veces tú te pasas de bobo – lo atacó sin piedad
como era su costumbre-. Aquí todo el mundo sabe ya en lo
que tú estás, pero no se inmiscuyen en mis cosas para no
revolver la porquería y que los salpique. Al que más y al que
menos no le conviene que aquí se cuele la policía. La mayoría
es como yo, ni estudian ni trabajan, viven de las apuestas de
juego. Tú no te preocupes, que en esta cancha yo le conozco a
cada uno la pata que les cojea, por eso no se meten conmigo.
– Sí – el Muchacho se lamentó dibujándosele en el rostro una
expresión de angustia-, yo sé que todos me miran de una
forma rara, que se ríen cuando yo llego, que se burlan de mí a
mis espaldas. Yo sé… se los noto en las miradas y las risas …
– Ya no me invitan a jugar con ellos como antes, a no ser por
dinero y después de acordarlo previamente contigo.
El Zurdo lo miró de reojo. Nunca lo hacía de frente,
temeroso tal vez de que los ojos fueran una ventana por donde
32 La desgarradora vida de un Muchacho gay
hacer del mundo real un sitio placentero para vivir, lo único que
te toca a ti es cerrar los ojos, pensar en otra cosa, y después pedirle
que te compre lo que te haga falta. Eso sí, tienes que ser
cuidadoso, que no se dé cuenta de que lo haces sólo por interés, si
no se te pone mala la cosa. ¿Está claro?
- Sí
CAPÍTULO 6
devolver las pelotas con el dominio del que bien sabe lo que está
haciendo; la hábil colocación de la mano y la raqueta en la
posición correcta para un saque afortunado; y estaba seguro de
que el Zurdo también le había reconocido la buena disposición de
rival. No acertaba, pues, a comprender porqué aún no le había
pedido medir sus fuerzas en un partido que se prometía, antes de
empezar siquiera, que sería el de dos formidables jugadores, los
mejores.
Cuando ya estaba bien sazonado de impaciencia, asado en el
fuego lento del martirio de su espera, un mediodía caluroso el
Zurdo se apeó de su displicencia, se le acercó condescendiente y le
disparó sin preámbulos, ¿te gustaría jugar conmigo? Asintió con la
cabeza porque apenas tenía aliento para responder a la pregunta
que había deseado ansioso que le formularan desde hacía un mes.
Se levantó presuroso del banco de los espectadores, se
amarró una cinta en los cabellos para evitar que el flequillo,
cayéndole sobre los ojos, le molestara la visión, empuñó la raqueta
firme entre sus manos y se dispuso a pelear no un match
cualquiera, sino el que estaban esperando todos: el partido de la
fama. Y fue tanto el alivio que sintió porque le descargaran de
encima el peso de sus esperanzas, que no alcanzó a descubrir el
propósito torcido de la frase con la que el Zurdo se le coló en la
vida y mucho menos anticipar en ese momento, que lo que se iba
a decidir en esa competencia aparentemente deportiva no era sólo
el veredicto de una supremacía, sino la meta para siempre de su
existir.
El Zurdo lo derrotó y el Muchacho le agradeció callado la
gentileza de no restregarle por la cara su victoria. Sobre todo, que
le tendiera la mano como si no hubiera ocurrido algo relevante y
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una mujer. Lo mejor de todo fue que se quedó con la fortuna del
padre para dilapidarla a su voluntad.
La fórmula por la que regía su vida era bien sencilla. Le
gustaba ser afeminado, sin complejos ni inhibiciones,
ostensiblemente. Se realizaba como mujer en todas sus relaciones,
asumiendo el papel de amante diligente y esposa hacendosa para
los quehaceres domésticos. Los prefería jóvenes, casi niños; claro,
siempre mayores de dieciséis, que no se le antojaba estar tras los
barrotes por segunda vez. Un modelo aparentemente sencillo,
mas la oculta verdad era otra. Su vicio era de los que costaban, y
costaban muy caros.
Para mantener a todo tren a los incontables niños de su
fatalidad, vendió el automóvil de su padre, un Chevrolet’58, por el
que le dieron miles de pesos. Mas tarda uno en decir ¡salud! que lo
que demoró ese fajo de billetes en esfumarse. Después, cambió la
imponente casona de la familia, de seis dormitorios, cuatro baños,
sala, saleta, biblioteca, comedor para recepciones y un merecido
etcétera, por una más pequeña de dos dormitorios, con tal de
recibir una buena cantidad de dólares por encima. Esos siguieron
velozmente el mismo destino de los anteriores. A los pocos meses
se deshizo de la vajilla francesa de legítima porcelana de Sévres,
orgullo de su madre, y de la cocina de gas con horno y seis
hornillas, marca Kelvinator. Más tarde, del teléfono y los
muebles… Cada compromiso podía ser recordado por la pérdida
de algunas de las propiedades de la herencia: Mario, el del juego
de cuarto estilo Regencia: Jorge, el del refrigerador Westinghouse
de dos puertas; Daniel, el del juego de sala Luis XV, de caoba y
torneado por esmerados ebanistas… La lista era interminable.
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enredo. Casi, porque nunca más pudo andar suelto por las calles
de la ciudad, sin el temor de que la brigada especial lo detuviera, le
pidiera su identificación, lo investigara por la planta de radio en la
central y le descubriera la etiqueta de abuso lascivo con que la
dirección de prevención de menores le cobró parcialmente su
deuda con la justicia. Tales contratiempos terminaban siempre
con el Muchacho durmiendo la noche en una sucia celda de
cualquier estación de policía.
De lo que no pudieron salvarlo fue del comentario malicioso
de los que conocieron de cualquier manera el incidente, ni de la
acusación muda de libidinoso con que lo tacharon en el acto sus
vecinos. Al principio, apenas salido del hospital, se encerró en su
cuarto y no salía más que para asistir a los interrogatorios con los
oficiales del caso y a las entrevistas con la especialista en conducta
de menores. Cuando bajaba las escaleras sentía los ojos de todos
clavados en su espalda; hasta se atrevía a adivinar lo que
murmuraban a su paso, con todas las d disponibles: ¡depravado,
degenerado, degradado, disoluto, descarado! La mala fama del
suceso corrió por el barrio, y por el reparto y luego por todo el
territorio municipal. A medida que avanzaba, como los círculos
concéntricos que se agrandan hacia la orilla, en las aguas
tranquilas de un lago que ha sido trastornado por el lanzamiento
de una piedra, así se fue distorsionando el carácter íntimo del
rumor. A veinte manzanas de su casa, ya el Muchacho era el
monstruo desconocido que había violado a un niño de cuatro
años.
Él se defendió lo mismo que un gato acorralado que se tiende
sobre su lomo y descubre sus afiladas zarpas para abrirle el vientre
al contrario. ¡Y después de todo tuvo suerte! Lo salvó la
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Fue su primera pelea, cuerpo a cuerpo, con una rival del sexo
opuesto, pasados sus quince años. Fue ella la de la iniciativa con
tal de que le diera veinte pesos para comer algo, porque estaba
desfallecida de hambre. Se tumbó de espaldas sin desvestirse,
levantó su saya, abrió las piernas y lo apremió para que cumpliera
con lo que le tocaba. El Muchacho la cubrió con su cuerpo y no
supo bien lo que hizo. Tampoco ella lo estimuló con una voluntad
de ternura, porque aquello no tenía más significado que ganar un
poco de dinero. Por eso no se llevó siquiera el triunfo de su
virilidad, sino el regusto amargo en la memoria de haber sido
estafado en el precio.
Después conoció a Judit, una niña morena y frágil, lo único
limpio que cruzó su destino por aquellos días. La abuela, a la que
le sobraba la clarividencia de una pitonisa por el peso de los años,
le conoció los sustos al Muchacho de una sola ojeada y cortó
aquellos amores de raíz con un rotundo: ¡No quiero que lo veas
más! ¡No te conviene!
A partir de esa prohibición él se empeñó a fondo como un
corredor de larga distancia. Iba todas las tardes desde su casa
hasta un municipio distante, un viaje casi de extremo a extremo
de la provincia, sólo por verla. Y no pudo estar con ella más que
tres o cuatro veces a la salida de la escuela, menos de una hora
juntos para intercambiar unos pocos besos, porque la “maldita
vieja” le vigilaba a la nieta el tiempo de regreso como un carcelero
de cuidado. Hasta que el Muchacho se cansó de tanto
infantilismo, que no estaba para eso sino para cosas más
importantes y productivas.
En su conteo personal seguía Valia, que residía a pocas
cuadras de su casa y a la que nunca pudo descubrirle el secreto de
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por qué, con quince años apenas, ya estaba casada con un hombre
de cuarenta cinco, que ni siquiera vivía allí con ella En esa casa
podía cortarse con un cuchillo la sombra de un misterio que él
nunca llegó a descubrir, ni tampoco le interesó hacerlo. Lo suyo
era vivir arrastrado por los acontecimientos, de cualquier
naturaleza que fueran, y no andar de detective privado buscando
explicaciones que le eran indiferentes.
Para acostarse con Valia contaba con la complicidad de la
madre, la apatía del padre y la ausencia de un marido que no vio
más que una vez, y de lejos. Su relación con ella coincidió con un
tiempo de Lorenzo, por eso no le dedicó mucho entusiasmo,
alternándose como estaba entre el español y sus amigos, y ella.
Llegó el día en que el padre de Valia le conoció la fama a la
historia del nieto de Petra y con una sola palabra, ¡Fuera!, lo
expulsó de su casa para siempre dejándolo perplejo con esos
remilgos trasnochados, precisamente ellos que no podían explicar
claramente el raro secreto que encerraban entre esas cuatro
paredes.
Y Bárbara, que hizo con él lo mismo que él con el español: le
robó buena parte de su ropa y muchas de las baratijas por las que
tanto había sudado. Encima lo amenazó con revolverle sus
antecedentes con la policía y con la repetición de una paliza más
terrible que la primera, propinada ahora por sus hermanos, sus
primos, por sus tíos, todos en pandilla, si se arriesgaba a
denunciarla por el hurto.
Tenía dieciséis años como el Muchacho, pero le sabía las
cosquillas a la vida mucho mejor que él. Era una trigueña indiada,
casi mulata, con un pelo negro brillante que peinaba suelto hasta
los hombros y un grácil cuerpo de criolla que supo aprovechar
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- Mi padre tiene una pequeña finca en… y donó buena parte del
terreno para establecer una misión cristiana; no somos una
Iglesia convencional, ni pertenecemos a ninguna
denominación histórica: nos esforzamos por ser piedras de
testimonio viviente del Cristo en quien creemos, como lo
hicieron los cristianos de la Iglesia primitiva.
- No tenemos pastores ni la estructura de poder tradicional de
las iglesias de la contemporaneidad: nos dejamos guiar
espiritualmente por aquellos que nos presiden en la fe. No
queremos ser religiosos, ni estar metidos en una iglesia el día
entero como si fuera un club social, y convertirnos en más
pecadores, y lo que es peor, convertir a otros en más pecadores
de lo que eran antes de conocer a Cristo.
- Tenemos mucho por hacer aún. La casa “pastoral” tiene el
techo de guano y las paredes de tabla, e igual “arquitectura”
posee el templo, y los bancos son de rústica madera, y por
acueducto y alcantarillado tenemos un pozo de piedra – volvió
a reír a carcajadas.
– Usted siempre se está riendo…
– Hijito mío, los cristianos tenemos dos motivos inexcusables
para estar alegres: hemos sido perdonados y salvados. ¿Hay
algún motivo mayor de regocijo? – y volvió sobre el tema -.
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estado siempre para ti, para mí y para todos los que le abran la
puerta de su corazón. No titubees y da ese gran paso de fe. Él aún
sigue aquí y lo hará por los siglos de los siglos, hasta el fin, ¡Amén!
SEGUNDO FINAL