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RAÚL ERNESTO CAMPBELL ARAUJO

PA’ TAN GRANDE QUE ES


NACO (Aventuras Infantiles)

EDITORIAL AVISA

1
Primera Edición, 2008

Campbell Araujo, Raúl Ernesto


Pa’ Tan Grande Que Es Naco (Aventuras Infantiles) —
México , 2008
Colección Privada

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra


- incluido el diseño tipográfico y de portada—,
sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico,
sin el consentimiento por escrito del editor.

Comentarios y sugerencias: avisa@prodigy.net.mx

Diseño de Portada: Ana Paula Campbell Girón

D.R. © 2008, Editorial Avisa


Benito Juárez, 250; 83190 Hermosillo, Sonora

Impreso en México · Printed in Mexico

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Pa´ tan grande que es Naco

PA’ TAN GRANDE QUE ES NACO


(Aventuras Infantiles)
I N D I C E:

INTRODUCCION………………………………….……….. 11

DE LOS CONDES DE ARGYL……………………………. 17

MIS ORIGENES Y ASCENDENTES …………………. 18

PRIMERA NEVADA ……………………………………… 19

LA CONFUSION DE MI NOMBRE …...………………….. 21

CARNICERIA Y VERDULERIA AMBULANTE .………. 23

LOS ASES DEL VOLANTE ……………………………… 24

LA NOCHE DE LOS ALACRANES ……………………… 26

PRECOS AVENTURA DE MOJADO.…………………… 29

LAS NAVIDADES DE MI PUEBLO...…………………… 32

AVENTURAS EN PRIMARIA ..…………………………. 39

LAS DIVERSIONES DEL PUEBLO ……………………… 45

DE LA FLORA DE MI PUEBLO ..……………………… 48

DE PAPALOTES Y VIENTOS ..………………………… 51

PASEO Y CACERÍA ….…………………………………... 53

DE LOS JUEGOS Y JUGUETES INFANTILES .……… 55

LOS ADOBES DE MI CASA ..…………………………… 59

LOS POLLITOS TIENEN FRIO ...………………………… 62

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Pa´ tan grande que es Naco

LAS GALLINAS DE MI MADRE………………………… 64

EL TREN CARGUERO ..…………………………………… 66

LOS PERSONAJES PINTORESCOS ...………………… 68

EL PADRE PORTELA ..……………………..……………… 77

LA ESTACION DE RADIO ……………………….……… 79

EL INGENIO DE MI PADRE .……………….…………… 82

PRINCIPIANTE DE VENDEDOR .…………..…………… 85

LOS FANTASMAS Y EL SAUZ …………………....……… 88

EL INCENDIO DE LA ADUANA …………………………... 90

LA ESTUFA DE MI MADRE ..…………………..………… 92

LA VIDA NOCTURNA .…………………………...………… 94

LA FLOTILLA DE CARROS ..………………...…………… 95

DE LOS VIAJES A CANANEA...………………………...… 97


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PARIENTES Y AMIGOS EN CANANEA ….…………... 2
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LOS VIAJES AL OTRO LADO ...………………………… 5

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Pa´ tan grande que es Naco

INTRODUCCION:
____________________________________________________________

Para definir el título de este mi primer libro “Pa’ tan grande


que es Naco”, hubo mucha resistencia de mi parte para aceptarlo,
porque siempre que se referían al pueblo era para contar chistes de
color subido con relación a la vida nocturna del mismo; inclusive, en
alguna ocasión, en mis tiempos de estudiante quise escribir de
manera formal la historia de mi pueblo y no faltó quién me
respondiera, en el periódico, con bromas de mal gusto que hacían
alusión a mi entrañable Naco.
En esta ocasión, sinceramente, lo hago con todo el respeto e
ingenuidad del mundo. Cuando uno es niño cualquier calle,
cualquier arroyo, cualquier tienda, la escuela, el trabajo, son
imponentes y, entre otras cosas, están a una gran distancia, casi
hasta el final del mundo. Son muchos los largos infantiles pasos que
tenemos que dar para llegar a un lugar y más largos aún cuando
tenemos mucha creatividad de niños; sin embargo, nos damos
cuenta con el pasar de los años que aquel gran mundo, como en “El
Principito” puede ser el patio de nuestra casa y concluimos que
podía más nuestra fantasía que el área geográfica que estamos
localmente pisando.

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Pa´ tan grande que es Naco
Ya de adultos llegamos a la conclusión de que “Pa’ tan grande
que es Naco” era una realidad que nuestra mente infantil, en su
momento, no aceptaba, en ese gigante e imaginario universo en
que nos movíamos.
Por otra parte, platicando con un buen amigo escritor, me
decía que admiraba de mi estilo la capacidad de síntesis y yo le
decía que admiraba su capacidad de expresión al tratar
suficientemente amplio un tema. No sé, si influyó mi carrera
universitaria de contador, para permitirme ser muy concreto en mis
comentarios; Lo anterior, como una justificación a la escasez de un
florido léxico y como parte de esta introducción como explicación
de los motivos del libro.
Hace mucho tiempo que tengo la inquietud de escribir un libro
de acuerdo a mis posibilidades y limitaciones literarias, para
recordar mi agradable infancia con los personajes pintorescos, los
eventos significativos y los lugares que fueron llenando mi vida de
imborrables recuerdos y gratas experiencias, mismas, que
definitivamente formaron mi carácter para emprender mi vida de
adulto en familia, en la sociedad y ser parte del mundo en que nos
toca seguir bregando el resto de nuestra vida. De ninguna manera
existe la pretensión de lograr una obra literaria, ni de concurso, ni
de “palabras domingueras”, ni re‐ buscadas, ni de diccionario, sino
más bién desarrollar un estilo sencillo y claro, como ha sido el
mismo en el transcurso de más de 40 años de escribir
inconstantemente en varios me‐ dios impresos de comunicación.

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Pa´ tan grande que es Naco
Con toda la desvergüenza que esto implica, confieso que en
este intento existe una carencia absoluta de diálogos, lo que me
obliga a ser muy ameno en mi narrativa, la cual tampoco he
desarrollado en mi incipiente vida de escritor, y busco aderezarla
con mucha imaginación, con cosas chuscas y expresiones muy
detalladas.

Por otra parte traté de respetar los pochismos (1), aunque


Horacio Sobrazo en su libro de “Vocabulario Sonorense” no esté
muy de acuerdo en el uso de estas palabras, la pronunciación típica
del sonorense y algunas palabras muy regionales lo cual me justifica
en mis faltas de ortografía que solo he aprendido por excepción y
actualmente por las ayudas que ofrecen los programas de
informática para revisiones de ortografía y gramática. Esto último
me da pauta para afirmar que cualquier persona que sepa usar
una computadora, ahora, puede ser escritor siempre y cuando
busque su propio estilo. Con las nuevas tecnologías la parte
gramatical está resuelta.
En alguna anterior ocasión que pretendía ser aprendiz de
Cuentista y osadamente me atreví a entrar a un concurso estudiantil
de este género literario, donde obviamente no obtuve ningún
premio. En esa ocasión, la Profesora Josefina de Ávila, me
recomendó que leyera mucho a cuentistas clásicos, cosa que nunca
obedecí dentro de mi rebeldía, pero que hoy lamento. Obviamente
reconozco la estrechez de mi vocabulario, la falta de sinónimos, los
errores gramaticales, en que puedo incurrir; sin embargo, mando el

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Pa´ tan grande que es Naco
corazón por delante con algo que me apasiona y me quita el sueño:
Escribir un Libro.
Siempre he mantenido fresca, en mi mente, la conseja popular
que dice que el hombre para sentirse completo en su objetivo, para
que fué concebido en este espacio vital, debe tener un hijo,
sembrar un árbol y escribir un libro. Sin muchas pretensiones de mi
parte y a como el sentido común y la experiencia me lo ha indicado
busco lograr estas metas; es decir, empírica‐ mente, he cumplido
satisfactoriamente las dos primeras me‐ tas, aunque humildemente
pretendo, en esta ocasión, cumplir con la tercera.
Aprovecho este espacio para reconocer sincera y públicamente
que la segunda meta de mi vida se debe al trabajo arduo y
entregado de mi compañera de toda la vida que supo tener, criar y
educar a nuestros hijos, en un núcleo familiar bién integrado y de la
cual me siento orgulloso y me estoy colgando las medallas.
Es importante señalar, antes de empezar la narración de mi novela
anecdótica, de mis años de infancia, y que someto a la crítica y al
comentario del lector al que puedan llegarle estas líneas que hoy
escribo.
Quizás al final, los expertos, observarán que no he leído
ninguna obra de ningún autor clásico, ni siquiera “Hermanos
Karamazov”, ni “Crimen y castigo” , ni ningún otra obra de Fedor
_______________________________________________________
(1)“Pochismo”: m. Vocablo o giro del inglés, correcto o deformado, usado en el habla
española.-“Vocabulario Sonorense”. Autor: Horacio Sobarzo

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Pa´ tan grande que es Naco
Dostoievski, pero si estaría muy dispuesto para contradecir una
trabajo arduo y entregado de mi compañera de toda la vida que
supo tener, criar y educar a nuestros hijos, en un núcleo familiar
bién integrado y de la cual me siento orgulloso y me estoy colgando
las medallas.
Es importante señalar, antes de empezar la narración de mi
novela anecdótica, de mis años de infancia, y que someto a la
crítica y al comentario del lector al que puedan llegarle estas líneas
que hoy escribo.
Quizás al final, los expertos, observarán que no he leído
ninguna obra de ningún autor clásico, ni siquiera “Hermanos
Karamazov”, ni “Crimen y castigo”, ni ningún otra de Fedor
Dostoievski, pero si estaría muy dispuesto para contradecir una de
las frases celebres de este escritor ruso: “Lo peor que le puede
pasar a un hombre es escribir”; Por el contrario, Lo mejor que me
ha pasado, como entretenimiento y ociosidad, es la inquietud
innata de escribir algo de mis días de infancia tan empíricamente
como pueda.
Quizás la profesora Conchita leal que un día por allá en los
años sesenta, en la clase de literatura española, en las aulas de la
secundaria de la Universidad de Sonora, enseguida del edificio
principal de rectoría, me entusiasmó y motivó diciéndome que
tenía aptitudes para escribir, hoy se arrepienta de tal aseveración
y atrevimiento.
¡Pero, en fin, la suerte está echada!

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Pa´ tan grande que es Naco
Los que tengan una manera sencilla de ver las cosas, los que
pequen de ingenuidad, sabrán que este disparate escrito puede
traerles una hora de amena lectura, sin muchas complicaciones, sin
mucho rebuscamiento.
¡Si no cumplo este objetivo tan sencillo, entonces, sí, habré
fallado!
Todo lo anterior lo recalco para al final explicar lo que heredé
o tomé de mis padres y tratando de darle una justificación y
explicación a mi existencia. Aunque parezca insignificante todos
estos detalles influyeron decisivamente en la formación de mi vida.
Afortunadamente, cuando uno analiza la información
retrospectivamente uno se va dando cuenta con los años porqué
estamos aquí, el camino que hemos recorrido, cual es la ruta que
nos está trazada y que tan visible es el horizonte al final de
camino terrenal. Bajo esta premisa fundamental podríamos decir
que nada es casual y que con todo este caudal de información
nosotros podemos construir nuestro destino, a veces muy a tiempo
a veces demasiado tarde; pero, a fin de cuentas, como decía Nervo:
¡nosotros somos los arquitectos de nuestro propio destino!
Este es el comienzo de mi vida, rodeado de muy buenos
augurios, que me hicieron y han hecho feliz a medida que pasa el
tiempo, agradeciendo al creador, algún ángel y quizás una
estrellota que anda resguardando mi espalda, a pesar de las cosas
buena y malas que pudieron haberme sucedido, pero al final son
cuentas reconfortantemente positivas y formativas; pero en este

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Pa´ tan grande que es Naco
momento, solo quiero plasmar aquella niñez in‐ igualable, alegre,
aventurera que me toco vivir en mi pueblo.
¡Que disfruten los niños y lo que aún tienen alma de niño!

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Pa´ tan Grande que es Naco

DE LOS CONDES DE ARGYL:

Si quiero entender el porqué de mi carácter y de mis genes,


les diré que Los estudiosos de nuestros antepasados afirman que
provenimos de las tierras altas de Escocia, descendientes de los
Condes de Argyl y pertenecientes al famosos Clan Campbell; otros
dicen, que somos herederos de las tropelías que hicieron los piratas
ingleses, incluyendo escoceses, provenientes de Europa al llegar a
Carolina del Norte. Ya posesionados en las llanuras
norteamericanas, al pasar de los años, y con su espíritu
aventurero, durante la guerra civil de “La mesilla” el Gobierno de
Estados Unidos les dio la concesión de explorar las tierras
mexicanas rumbo a las californias quedando las últimas raíces del
tronco de estos intrépidos conquistadores al sur, en suelo
mexicano, y particularmente esta ramificación quedo en tierra
Sonorense.
Después de la Revolución Mexicana, a inicios del siglo pasado,
mi abuelo paterno se casó con Carolina López Campbell y fué
Comisario de Magdalena, Sonora, lugar que acogió los restos del
Padre Francisco Eusebio Kino; sus parientes cercanos Santiago y
Adeodato, con el mismo espíritu aventurero tuvieron una
participación muy activa en la vida social y política e nuestro Estado
en aquéllos tiempos. Santiago R. Campbell Noriega, hermano de mi
abuelo aparece en el Archivo Histórico del H. Congreso del Estado
en la Segunda Época en la IV Legislatura que comprendió de 1869 a
1871 como Diputado de ese período. En la Legislatura VII de 1875
a 1877, también, aparece Adeodato Campbell con el mismo cargo.
Además, fueron reconocidos revolucionarios que participaron
en las campañas internas bélicas que marcaron el inicio de la etapa
moderna del mismo periodo en nuestro país en el siglo pasado.

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Pa´ tan Grande que es Naco
Conocieron a caudillos revolucionarios como Venustiano
Carranza, Álvaro Obregón, Pablo González, Manuel M. Diéguez,
José María Maytorena. En 1915 pasó por Magdalena Francisco Villa
y el General Cañedo con planes de iniciar el famoso ataque a mi
pueblo y el vecino de Agua Prieta.
Mi padre tuvo tres hermanos mayores Luz, que siendo joven
aún, emigró a Palomas, Chihuahua, ocupando importantes puestos
públicos localmente, entre ellos el de la Presidencia Municipal; mi
tía Dora, casada con el ilustre maestro Guadalupe Minjares
Hernández, estableció su residencia en Benjamín Hill; finalmente mi
tío Héctor, que formó parte de nuestra historia infantil, decidió
radicar en el pequeño y pintoresco pueblo fronterizo de Naco.
Debo decir que mi padre se llamaba solo Raúl. Un buen hombre, sin
vicios, muy trabajador, que le gustaba mucho la inventiva,
empleado federal, técnico del pueblo, cácaro(1) del cine, músico
lírico con especial inclinación al piano, ocasionalmente compositor,
poeta y no sé cuantos oficios mas.
Un gran hombre al que admiré por su trabajo, por su manera
de aferrarse a la vida y con quién compartí muchas experiencias y
aventuras, con quién aprendí de los oficios elementales, a quién
admiré hasta los últimos momentos de su vida. Verdaderamente un
ejemplo a seguir. Cumplió cabalmente con la misión de un padre y
predicó con el ejemplo, que es lo más importante.

____________________________________________________________
Cácaro: m. Adjetivo. Expresión común durante la función de cine dirigida al operador cuando
se interrumpía la proyección por causas imputable al mismo o a la cinta.
Similar a “cácalo” que significa artificio, maña, ardid.‐Diccionario para
Entender al Sonorense.

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Pa´ tan Grande que es Naco
MIS ORIGENES Y ASCENDENTES:
___________________________________________________

Si quisiéramos buscar mi conformación genética por los


Araujos, de sangre árabe y española, mi madre era una mujer bajita
de estatura, piel rosada, ojos color miel, nariz recta, de espíritu
emprendedor, muy tesonera, trabajadora y de mucha ambición.
Bajando de la Sierra Madre Occidental, cerca de la Colonia
Morelos y el río Bavispe, antes de llegar a la Angostura y en las
faldas de la Sierra del Tigre en parte noreste del Estado, casi al inicio
de los años veinte del siglo pasado, nació mi madre. La cuarta de
seis hermanos descendiente de gente ligada a la minería. Con el
cierre de este mineral bajo hasta Pilares de Nacozari, tierra de Jesús
García Corona héroe universal fallecido en 1907 en los tiempos de
auge de la compañía minera de ese lugar hasta su cierre a mediados
de los años treinta; de ahí buscaron colocarse en minerales como el
de Cucurpe residiendo en Magdalena, en los tiempos de los Trelles,
los Lafontaine, los Arellano, los Colosio, los Fernández, los Grijalva,
los López, los Dávila, los Villegas y los Luján, entre otros, que vienen
a mi memoria.
Eran tiempos de los bailes en la Terraza del Cuervo, con la
orquesta de los Hermanos Othón, en las fiestas de Octubre donde
se conocieron mis padres bailando al ritmo de los valses de aquellos
tiempos.

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Pa´ tan Grande que es Naco
PRIMERA NEVADA:
_________________________________________________________________________________

No sé por qué siempre asocio el día 7 de Diciembre de 1941


cuando los japoneses sorprendieron y derrotaron humillante‐
mente a los Norteamericanos en Pearl Harbor, 7 años antes de mi
venida al mundo. Batalla épica que fue la más grande lección de
guerra a nuestro vecino coloso del norte. Eran los finales de la
Segunda Guerra Mundial.
Cuenta mi madre que el 7 de Diciembre del año de mi
nacimiento fué una mañana nevada como aquellas que solo
recordamos, en detalle, más adelante, como extraídas de una pos‐
tal navideña.
Debo decir que mi pequeño pero simpático pueblo está bajo
el cobijo de la ladera norte de la solitaria Sierra de San José,
escenario de muchas leyendas e historias de revolucionarios,
espantos y aparecidos; siguiendo por la entonces polvorienta y
pedregosa carretera de Cananea 15 kilómetros antes de llegar a
Agua Prieta tomando a la izquierda en el Rancho los Difuntos y
pasando por Mina de Oro, entrada oriente natural a esta montaña.
Llegando al pueblo mi primera casa estaba situada en la calle
principal, Calle Madero, esquina con Insurgentes después de la
Plaza de Toros y de la antena de la radio, frente a los Ramírez,
donde estaba el tanque de agua y donde estuvo después el Cine
AlZA en contra esquina de la Escuela General Ignacio Zaragoza; esta
última donde cursé mi educación primaria y de la cual hago
referencia más adelante para contarles todas mis aventuras, los
recuerdos de los Directores, mis maestros, mis compañeros y otros
personajes ligados a esta institución de enseñanza primaria. Donde
nací, pues.
Mi primer morada era de paredes de madera con techo de
lámina con pronunciada inclinación que servía para evitar la
acumulación de nieve en cada temporada invernal y que pudiera

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Pa´ tan Grande que es Naco

provocar el hundimiento de la cubierta de dos aguas; también


tenía, el terreno de nuestra casa, una entrada lateral para el
automóvil de mi papá y un inmenso patio al fondo donde corríamos
todas nuestras aventuras sin necesidad de andar en la calle, que era
una consigna fundamental de los principios familiares de nuestra
madre.
En el tiempo de mi nacimiento, fuí el sexto hermano,
antecediéndome solo dos vivos y siguiéndome posteriormente
cinco más, de la prolífica descendencia de mis padres, que total,
entre vivos y difuntos, hubiéramos sumado 11 hermanos.
De mis hermanos mayores vivos, inmediatamente anteriores a
mí, una nació en Magdalena de Kino, tierra originaria de mi padre, y
el hermano de en medio nació en Cananea, tierra última por
adopción de mi abuela materna y los hermanos de mi madre.
Mi padre llegó a Naco, tuvo varios oficios y después fue invita‐
do por su hermano mayor para trabajar en la Aduana Fronteriza; sin
embargo su actividad laboral fué intensa en el pueblo. En este
hogar, con esta familia, Este fué él inició de mi vida.
En Naco viví desde mi nacimiento hasta los 11 años terminada
mi preparación primaria en la Escuela Ignacio Zaragoza, duran‐ te el
tiempo que fueron directores el famoso Profesor Tomás Camacho
Puente y el no menos famoso Francisco “El Diablo” Valdez Villa.

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Pa´ tan Grande que es Naco

LA CONFUSIÓN DE MI NOMBRE:
___________________________________________________

A los pocos días de haber nacido fuí dado en bautismo a mi


querida tía Ernestina, una morena, alta, de hablar suave y delicado,
a quién admiro, respeto y recuerdo con mucho cariño.
La conjunción del deseo de mi tía y el nombre de pila de mi padre
dieron origen a mis dos nombres propios.
Obviamente en pueblo chico, en aquellos tiempos, era ley
general la palabra y no se requerían papeles; sino más bién, de la
confianza entre sí de sus habitantes; pero mi Acta de Nacimiento
ante el Registro Civil tenía solo inscrito el nombre de mi padre, cosa
que mucho tiempo después, en mi juventud, supe.
La algarabía del día de mi bautizo y la euforia de mi tía hizo
que cundiera entre los asistentes a este evento el nombre completo
de Raúl Ernesto.
En el pueblo, por ser tan pequeño, se entrelazaban confiada y
sanamente las buenas relaciones familiares, compadrazgos y todo
acto que requiriera de testigos, padrinos y demás circunstancias
ante la escasez de firmas en un círculo social muy pequeño y
cerrado, de tal manera que el Director de la Escuela Primaria, el
inolvidable “Flaco de Oro”, Profesor Tomás Camacho Puente,
originario de Cananea, maestros de mucho prestigio, en aquellos
tiempos era compadre de mis progenitores y abusando de su
amistad omitió exigirnos papeles formales y exactos que me
identificaran para mi ingreso al primer año en el plantel educativo
de educación básica; con trabajo si se fijó en que fueran eso: solo
los Papeles oficiales.
Seis años después, precedido por el prestigio intelectual de mí
hermano mayor, Faustino el joven de 10 de calificación,

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Pa´ tan Grande que es Naco

en la Secundaria Mártires de 1906, en Cananea, tampoco se cuidó


el más mínimo detalle en cuanto a mi nombre de pila incompleto,
lo que años posteriores y ante la exigencia de los tiempos
modernos me creo problemas en una episodio muy largo de contar.
Pero, esa es otra historia.

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Pa´ tan Grande que es Naco
CARNICERIA Y VERDULERIA AMBULANTE:
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La compañía Minera de Cananea, las CCCC (Cuatro “C”) tenía


convenios con la aduana para surtir de la cooperativa carnes y
verduras, de tal manera que todos los lunes, días fríos, húmedos y
nublados, se estacionaba en mi casa una camioneta blanca,
modelo 1950, sin ventanas laterales en la parte posterior con doble
puerta en la parte trasera, que poco a poco empezaba a surtir el
pedido de mi madre.
Cuantas veces esperamos temprano y vimos llegar la
camioneta con el chofer, impecablemente vestido de blanco, sus
botas blancas y hasta guantes del mismo color que con mucha
destreza, pulcritud y eficiencia surtía rápidamente las cocinas de
nuestras casas y de quienes dependía nuestra buena alimentación.
En el interior de la casa, en la cocina, mi madre tenía una
inmensa mesa de madera rústica de gruesos troncos donde se
cubría la superficie de rabanitos, zanahorias, cebollas, pepinos,
papas, lechugas y un sin fin de coloridas frutas y verduras que
cubrían la mitad de la mesa principal; y, por otra lado, variados
productos cárnicos y viseras como sesos, riñones, hígado, corazón,
pulpas, pollos y otras cosas de la despensa, que desde muy niños
nos enseño mi madre a comer para que fueran parte de nuestra
nutritiva alimentación; pero, lo que más nos impresionaba era la
cola de vaca que servía para un buen cocido, toda vez que se
cortaba en trocitos y que alguna vez nos tocó participar en esta
concreta actividad culinaria bajo la supervisión de mi madre; se
ponía a cocer y se le agregaba el repollo, la papa y las zanahorias.
Cualquier caldo que llegaba a nuestro paladar y estomago era como
un reconfortante y cálido bálsamo que servía para irradiar calor al
interior de nuestro pequeño cuerpo y mitigar el frío que por
aquellos días se hacía sentir en el ambiente.

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Pa´ tan Grande que es Naco

Eran tiempos de los cincuenta del siglo pasado, donde poco o


nada se sabía del cáncer, solo de productos del campo que nada
tenía que ver con enlatados o químicos conservadores.
Era raro ver latas, solo la leche “Carnation” (Clavel) y las sopas
Campbell´s, son marcas que todavía recordamos. Inclusive, eran los
tiempos, en que el lechero entregaba en litros de cristal. Todas las
mañanas recogían del marco de la puerta principal los embases
vacíos de repuesto y dejaba los nuevos rebosantes de leche
bronca con un “sellito de vaca” de aluminio con motivos rojos y
azules solo para que no se derramara el blanquecino líquido y fácil
de desprender de la botella, que identifican la calidad de lácteo.
El café servido con leche previamente hervida, dejaba en la
parte superior de líquido una deliciosa y espesa nata, que en otras
ocasiones acostumbrábamos a untarla cual mantequilla sobre un
pan Virote bién tostado y partido por la mitad. Casi el cien por
ciento de la alimentación era natural, fuera de toda contaminación
y procesos que implicarían al pasar de los años el uso de
conservadores.
Había que ir cada fin de semana a los quesos y requesones de
Doña María a Mina de Oro, punto de entrada a la Sierra de San
José. Ahí estaba con todas sus hijas batiendo la mezcla láctea para
después colgarla dentro de saquitos harineros amarillentos medio
percudidos sobre las vigas de su pequeña vivienda donde las
moscas volaban impacientes sin poder penetrar en el queso,
librando una feroz batalla con el mantelito viejo, húmedo y muy
usado con que constantemente las queseras las espantaban. Ya en
nuestro hogar saborearíamos en una pequeña tortilla de harina
recién hecha o sobre frijoles recién cocidos y medios molidos, que
nos hacían olvidar el antihigiénico espectáculo del proceso de la
elaboración del queso.
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Pá tan grande que es Naco

LOS ASES DEL VOLANTE:


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La aventura más grande que tuvimos en esta casa a la edad de


cinco años mi hermano Faustino y yo, fue el día en que mi madre
mientras aplicaba un permanente en su blonda cabellera a una
vecina decidimos aprender a manejar.
Brincando desesperadamente sobre el asiento, girando
incesantemente el volante y emitiendo sonidos parecidos al motor,
freno y llantas de nuestra nave, iniciábamos estacionados nuestra
loca carrera, imaginado que de tal velocidad imprimida a nuestro
vehículo casi volaba. Era como recorrer el mundo sin tiempo y a
mucha velocidad.
Un día de esos, porque no había de otros, sobre el pasillo
lateral había dejado mi padre su automóvil, Obviamente sin las
llaves de encendido. Era un automóvil cuarenta y cinco de aquellos
que parecían tanques de guerra por su peso, formas curvilíneas,
amplios guardafangos, asientos corredizos de puerta a puerta,
llantas Rin 15 que parecían 20. Hoy no puedo creer la fuerza de mi
hermano y mía para mover dicha unidad con las fuerzas que nos
daban nuestros pocos años de edad; quizás la pendiente del terreno
estuvo a nuestro favor.
Siempre nos hacíamos ilusiones de ser grandes pilotos con el
auto estacionado y el motor apagado; pero, ese día nuestra
aventura iba a tener su máxima realización.
Esa tarde, ante la ausencia de mi padre en el hogar, habidos
de más emociones, se nos ocurrió salir del enfado con el auto
estacionado en el callejón interior y decidimos iniciar una loca
aventura, más excitante por la desolada calle principal de nuestro
pueblo, camino abajo rumbo a la garita ó entrada fronteriza a 5
cuadras de distancia.
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Pá tan grande que es Naco
Abrimos el pesado portón doble de madera del garage(1),
metimos cambio el cambio en neutral y con el motor apagado
logramos que el auto tomara una cuneta de la calle y se moviera
hacía la izquierda de la amplia avenida.
Acordamos, ya sobre la pista de arranque en dirección correcta
que mi hermano Faustino de 7 años empujaría el carro, yo sería el
piloto y acto seguido toda vez que el auto tomara velocidad el se
uniría a mí como copiloto en la loca carrera que emprenderíamos.
Faustino al ver el avance de nuestro auto, rápidamente abrió la
puerta, se trepó al asiento raudo y veloz, y tomó posesión como
segundo de abordo, de la nave para iniciar nuestra gran aventura.
Hacía tiempo, en aquellos días, que mi madre con su espíritu
de emprendedora daba permanente(2) en el pelo de las vecinas;
algo así como la estilista del pueblo con tintes y pelos ondulados.
Ahí estaban las señoras sentadas oliendo a amonio con sus grandes
tubos rosados, pedacitos de papel aluminio, el color de pelo
húmedo muy intenso, las manos de mi madre manchadas de negro
o rubio y la tertulia en todo su apogeo.
Mientras esto sucedía, afuera, pasamos por enfrente de la
casa y la vecina que en ese momento se estaba arreglando el pelo
con mi madre sorprendida al vernos por la ventana, pasar
conduciendo un automóvil pegó el grito de alerta a mi madre
informándole incrédula que acaba de ver pasar el carro de mi
padre por enfrente de la casa conducido por nosotros.
Inmediatamente salió mi madre a la banqueta y corrió tras del
carro para alcanzarnos una media cuadra más abajo, enfrente de la
entrada de la escuela, haciéndonos indicaciones de que
detuviéramos la marcha.
_______________________________________________________
(1)“Garage”: m. Pochismo. Lugar donde se guardan autos. Puede ser un callejón, terraza
o patio exclusivo para ese fin.
(2)‐“Permanente”.‐ Se refiere a un estilo de peinado ondulado en las mujeres. Vgr.‐Las
ondulaciones constantes que se forman en los caminos de terracería
reciben este mismo nombre.
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Pá tan grande que es Naco

Con gran pericia, desesperación y nerviosismo, metimos freno


como pudimos estacionamos el automóvil y no pasó a mayores, solo
el susto y la reprimenda de tal osadía con promesas de amenaza
para cuando llegara nuestro padre dar cuenta de todo nuestro
atrevimiento, lo cual poco nos importaba, después de esta
estrujante aventura.

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Pá tan grande que es Naco

LA NOCHE DE LOS ALACRANES:


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Mi abuela materna Salomé, era un mujer grandota, muy


blanca, nariz recta, muy parecida en su cara a mi madre, vos fuerte y
muy estricta. Era viuda y vivía con ella mí Tío Emeterio, el más chico
de mis tíos maternos, uno joven moreno, alto, delgado, nariz recta,
pelo negro azabache, ojos picarescos, buen sentido del humor y
que trabajaba en migración como celador.
La casa estaba a media cuadra de la nuestra en la calle
Madero, la principal del pueblo, y la avenida García Morales. Era
una casa en esquina y a línea de calle con una banqueta muy
grande y una puerta principal enorme con marco de madera hasta
el piso; siempre pintada de blanco.
También tenía un patio posterior muy grande con cerco de
ocotillo. No jugábamos mucho, ya que este espacio era común para
otras casas y sobre todo porque tenía el sanitario al fondo del patio.
Este era, un cuarto de madera viejo con una fosa cuadrada grande
de olores fétidos y sobre ella un piso y banca de madera con un
orificio al centro que servía para hacer las necesidades fisiológicas
de los habitantes de esa morada. Inclusive era peligroso, a nuestra
edad ir solos.
Por las noches la única luz era de un poste en la esquina de los
pocos que había en esa calle principal. De niños nos entreteníamos
platicando y contando toda la noche el número de los automóviles
que venían de Cananea que eran bién pocos y no llegaban a diez.
A lo lejos, dirigiendo la mirada al sur de la calle principal,
veíamos cada cierto tiempo, quizás quince minutos, un par de luces
redondas, algunas de ellas parpadeantes, otras impares, que poco a
poco se acercaban a la esquina, mientras adivinabamos que tipo de
unidad podía ser: carro cerrado, pick‐up, camión o troque(1).
24
Pá tan grande que es Naco
Pasaban los minutos, de esas largas no‐ ches que llegaban al pueblo
y que eminente tenían que pasar
por la calle principal.
Siempre fui el más chispa y extrovertido de mis hermanos, de
tal suerte que por las noches en otras ocasiones me dedicaba a
platicar con los transeúntes, sin importar sexo, ni edad, el chiste
era entablar una conversación. Aunque no sabía lo que hacía a mi
tierna edad, era fácil pedirle la bacha(2) a cualquier señor que
pasaba fumando. ¿Me da la bacha señor?, era el saludo obligado de
un mocosito de 5 años, lo que provocaba las risas de los
noctámbulos vecinos. Me llamaba mucho la atención ver la brasa
encendida de los cigarrillos en la oscuridad, como luciérnagas
intermitentes.
Cada año llegaban las atracciones al pueblo y se colocaban a
un lado de la plaza por la calle Hidalgo rumbo al poniente.
Siempre estábamos esperando la presencia de estos pocos
acontecimientos de entretenimiento; en el pueblo la única
diversión era el cine con sus películas del Santo, Pedro Infante, El
Águila Negra y una que otra de caricaturas; que más bién, estas
últimas, eran una recopilación de cortometrajes de 3 minutos.
No había televisión, salvo blanco y negro en algunos lugares de
Bisbee.
Aquella noche de fin de semana, muy temprano, fuí el primero que
estaba listo para irme a pasear en los carritos, los caballitos, las
sillitas voladoras y los volantines. Recién bañado, me senté a
esperar en el marco de madera de la puerta principal a que mis
restantes hermanos, siete en total, estuvieran listos para ir a
disfrutar de los juegos mecánicos. Habría que imaginarse todo el
trabajo y tiempo necesario que implicaba a mi madre alistar con
baño, peinado y cambio de ropa limpia a 8 hermanos.
______________________________________________________________________
(1).‐“Troque”.‐Vgr.‐“Troca”.‐ Camioneta con caja para carga (Angllicismo).‐
Dicciona‐rio para entender al Sonorense.
(2).‐“Bacha”.‐ Parte última del cigarro a punto de consumirse.
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Pá tan grande que es Naco
Esperando sobre el marco de la puerta me hizo mucha gracia
ver para mí unos desconocidos animalitos de color negro con pinzas
enfrente con la cola bién parada en la parte trasera, que
desfilaban por todo el marco en un incesante ir y venir; y, el
atractivo era girar la cabeza a un lado y otro de las piernas hacía el
marco de madera del piso de la puerta, para verlos caminar como
en procesión.
¡ Muy bién ordenaditos!
Ya estando todos listos, nos fuimos a divertirnos a las
atracciones que cada año se colocaban a un lado de la Plaza
Principal que estaba junto al Palacio Municipal, rumbo al poniente
por donde cruzaban las vías del ferrocarril que venían de la línea
fronteriza, en la aduana, para pasar por la calera y luego acelerar
rumbo a Cananea para llevar la imponente maquinaria de la minera.
Al estar en los carritos del carrusel, primer juego en que me
subía, me sentí mal sin explicarme el porque de mi incomodidad.
No sentía dolor solo malestar y no sabía que estaba pasando, ni
podía explicarlo. Solo un llanto interminable.
Mi padres preocupados porque no cesaba de llorar
suspendieron la diversión familiar.
Llegamos a la casa de la abuela y nos fuimos a la medianoche a
Cananea bajo la constante observación de mis reacciones por parte
de mi madre.
Solo recuerdo, acostado en el asiento trasero de la camioneta
de mi padre, con la vista al cielo y la marcha de las luces, una tras
otra, del alumbrado público de las calles del mineral bién entrada la
noche.
El diagnóstico de los médicos del Hospital del Ronquillo fue
que presentaba envenenamiento por picadura de alacrán.
Nunca más he vuelto a jugar con estos venenosos insectos; por
el contrario, no les tengo la más mínima consideración en busca de
su exterminio.

26
Pá tan grande que es Naco

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Pá tan grande que es Naco
PRECOZ AVENTURA DE MOJADO:
___________________________________________________

De las aventuras iniciales que pintaban para definir mi


carácter, contrario al inteligente, dedicado y serio de mi hermano
mayor Faustino, la que recuerdo fue en mis primeros días de
escuela cuando me inicié en el estudio en el “kinder” del pueblo, al
doblar la esquina de mi casa y a una cuadra de la casa de mi
abuela. En este jardín de niños ya había estado mi hermano
Faustino un año anterior. Exactamente en la Calle Madero y
Cananea. En seguida, sobre la calle principal, estaba el correo o
Servicio Postal Mexicano atendido por Don Jesús Iturralde.
Un buen día a la hora de recreo se me ocurrió, ¡vaya que era
ocurrente!, invitar a mi hermano a ir de compras al lado americano.
La pre‐primaria por la calle principal quedaba a cuatro cuadras de la
línea divisoria con Estados Unidos. Mi padre trabajaba en la aduana
y todos los celadores mexicanos nos conocían; también, algunos
elementos de migración americana conocían a mi padre.
De la operación del supermercado americano del señor
Wilson, Naco Mercantil, sabia cuando llegaba mi padre a comprar la
provisión semanal para nuestra alimentación cada uno de sus
movimientos. Mi progenitor hablaba con el dueño de la tienda,
revisaba cuidadosamente un cuaderno para ver su saldo, abonaba a
su cuenta y solicitaba los productos de la nueva despensa que nos
serviría para la alimentación de la siguiente semana. No era una
operación desconocida para mí a mis cinco años de edad.
Generalmente íbamos toda la familia por las tardes o al empezar la
noche en el automóvil de mi papá.
De acuerdo a los conocimientos anteriores el momento llegó para
aplicar lo aprendido en la práctica.
Caminamos las cuatro cuadras a la frontera, cruzamos la
aduana mexicana y la gringa, sin pasaporte, ni visa, ni nada. No
había nadie que nos detuviera, ni se diera cuenta o por enterado;
28
Pá tan grande que es Naco
sin necesidad de escondernos, ni brincarnos la malla, ni buscar un
hueco, solamente caminar tranquilamente con des‐ enfado y sin
preocupación.
Llegamos a la tienda, hablamos con el gerente, un señor
chapito, de piel blanca y regordete con lentes. Ni tardo ni perezoso
y causándole mucha gracia y admiración que visitáramos su tienda
solos a esas horas de la mañana, mi hermano y yo. Esbozo una
dulce pero maliciosa sonrisa y se dispuso a atendernos como todos
unos adultos responsables de sus actos. Nos proporcionó dos bolsas
de papel cuadradas de color café y un pesado cucharón de plomo
fundido y nos dirigimos a los grandes cajones de madera con dulces
surtidos, de todos colores y sabores, que tenía a discreción en los
pasillos de los cuales depositamos tan ricas golosinas con el mismo
cucharón en las bolsas.
El gerente siguiendo con el juego de nuestro atrevimiento nos
atendió de la mejor manera posible, como los clientes más
importantes de ese momento y nos presentó el libro donde
aparecía la cuenta de nuestra familia para que firmáramos la página
por el importe el consumo de dulces en que habíamos incurrido,
ese día, sin la autorización de mi padre y mi madre. Nos dio una
pluma para firmar y no sé qué garabato habremos hecho pero era
una constancia de que habíamos estado ahí y habíamos consumido
productos de la tienda.
Hasta ese momento, todos nuestros movimientos habían
estado fríamente calculados. Todos había salido a la perfección;
pero, nuestro error fué que no pudimos aguantarnos las ganas de
devorar tan rico banquete y esperar a hasta regresar del lado
mexicano para consumir las golosinas adquiridas y a la primer
sombra que encontramos nos dispusimos a tomar acción.
Caminamos por la acera oeste, contraria a la de las oficinas de
migración, hacía donde estaban tres grandes tanques de gas
butano estacionarios montados sobre enormes bases de concreto

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Pá tan grande que es Naco
que surtían los cilindros domésticos de las casas del pueblito
americano.
¡Era una inmensa sombra!
Con todo el tiempo del mundo ahí nos sentamos
tranquilamente a degustar nuestras ricas golosinas. Cómodamente
sentados en la tierra al amparo de la sombra de los gigantescos
tanques y habiendo apenas desenvuelto el primer dulce, nuestra
paz y nuestro deleite terminó cuando dos agentes de la aduana
americana se aproximaron a nosotros y tomándonos de la mano
nos llevaron a la oficina de la garita mientras localizaban a algún
familiar nuestro.
¡Pa’ tan grande que es Naco!, no tardó más de cinco minutos
en llegar nuestro querido padre, muy molesto y avergonzado de
nosotros. Con el consabido regaño y las disculpas a las autoridades
norteamericanas por tal atrevimiento de sus hijos, nos tomó
fuertemente de los bracitos y casi nos llevaba levantados en el aire,
uno por cada lado, de regreso a lado mexicano.
Habría que analizar en la historia del pueblo si mi hermano y
yo fuimos los primeros “mojados” menores de edad que voluntaria
y temerariamente desafiamos a los guardias norteamericanos para
invadir suelo extranjero en aras de realizar actos comerciales
cuando no se tenía la más remota idea de entrar en un tratado de
libre comercio o participar en un mundo globalizado, en la compra
de una maravillosa bolsa de dulces gringos. ¡Ni el arroyo de los
Morales, tres cuadras al oriente de la garita, registra en su anales
históricos tal afrenta.
En fin, la imaginación no tiene límite y menos en dos
pequeños infantes que no entendían de razas, ni nacionalidades.
Pensar que hoy, cincuenta años después se piensa en un muro de
acero para evitar el cruce de connacionales a tierras
norteamericanas en busca del sueño americano, en busca de
mejores oportunidades de trabajo y dar un mejor nivel de vida a
sus familias.
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Pá tan grande que es Naco
LAS NAVIDADES DE MI PUEBLO:
___________________________________________________

Ya casado, viviendo en Hermosillo unos cuantos años atrás,


cuando mi hija mayor estaba en primaria, le pidió a mi esposa que
le tradujera un cuento de navidad de la película sobre una versión
actualizada del famoso hombre barbado de rojo que aparece en
noche buena entregando regalos por la chimenea, personaje
principal de toda una leyenda que ha perdurado por años,
olvidándonos muchas veces del verdadero significado del
nacimiento del hijo de dios; Pero, al igual que en otra película de
Cuentos de Navidad donde un niño y su hermano menor tienen las
más grandes aventuras, quise convertirme en el actor principal de
las navidades de mi infancia y dicté mis vivencias en el pueblo en
esas fiestas decembrinas tan recordadas por mí.
La historia comenzaba más ó menos así: Después de salir
deansiadas vacaciones a mediados del último mes del año
empezaban los preparativos navideños con el primer acto de ir por
la tarde en el amplio chevrolet modelo 51 de mi padre cerca de la
sierra San José, por el lecho del arroyo, a buscar el pino, entre
muchos, de nuestra total predilección. Sobre una loma rojiza y
plana, nos esperaba la enorme plantación natural in‐ terminable de
coníferas que nos obsequiaba todo los años la madre naturaleza.
Después de algunos minutos de discusión entre ocho hermanos
del tamaño, si se veía más bonito gordo o flaco, alto o bajo, se
tomaba la decisión de cuál sería el que adornaría mejor la sala de
la casa en navidad; para luego, hacha en mano ayudando los
hermanos mayores hombres a nuestro padre, pro‐ ceder a cortarlo
de la parte baja del tronco y fijarlos con cuerdas sobre la parte
superior del auto con las ventanas abiertas para poder pasar por el
interior la cuerda que lo sujetaba ante el delicado cuidado y la
algarabía de todos por el éxito de nuestra misión y la alegre
esperanza de verlo adornado con las luces multicolores en forma de
31
Pá tan grande que es Naco
velas con burbujas efervescentes y guirnaldas plateadas a su
alrededor, una gran estrella luminosa en lo alto y otros motivos
de decoración en color rojo.
Llegando a la casa, era motivo de seguir reunidos en la
ceremonia de adorno del árbol navideño. Había que sacar las cajas
viejas del año pasado, revisar una a una las extensiones de luces
que todos los focos estuvieran prendidos y reponer los que no,
revisar una a uno los adornos y buscar en las tiendas los
reemplazos de alguno de ellos que ya no estuvieran en buenas
condiciones.
Ya todo estaba listo para empezar la decoración: primero
colocar las esferas, pirinolas, figuras de Santo closes, de Ángeles y
demás adornos, luego colocar en espiral cada extensión de foquitos
multicolores y finalmente en el mismo sentido color las guirnaldas.
El momento cumbre era cuando las extensiones se
conectaban y el árbol quedaba luminosamente encendido.
Ahí podíamos pasar las horas de las noches disfrutando
nuestro éxito, contemplando cada uno de los motivos, esperando
la llegada de los regalos y la Navidad.
Pasando los días y ante la proximidad de la Noche Buena, no
había fiestas decembrinas en mi pueblo que no estuvieran
acompañadas por una o varias nevadas; que generalmente era por
las mañanas.
El cielo cerrado con nubes en forma de bolitas de algodón,
semejando la piel del borrego, era presagio del hermoso fenómeno
natural y como plumitas reventadas del mismo algodón de una
vieja almohada rota, empezaba a caer la nieve ligeramente para ir
creciendo su intensidad hasta convertirse en una cortina
permanentemente blanca caída del cielo.
En este momento la nevada nos obligaba, contra nuestra
voluntad, a resguardarnos en el interior de la casa con juegos de
mesas, comiendo palomitas alrededor del calentón, cantando

32
Pá tan grande que es Naco
canciones y en fin muchas actividades para que llegara el
momento exacto de disfrutar los juegos en la nieve.
Contra nuestra voluntad, para evitar un resfriado, solo nos
quedaba asomar nuestra carita por las ventanas para contemplar
tan increíble fenómeno natural y sorprendente espectáculo.
Poco a poco el suelo se iba cubriendo de una sábana blanca
inmaculada, que a veces lograba más de treinta centímetros de
altura. Era el momento de buscar en la cocina la taza de peltre
blanco con orilla azul para pasarla suavemente por el escalón de
cemento la puerta principal y tomar toda la nieve posible, ir a la
cocina y agregarle una buena cantidad de leche del clavel y dos
cucharadas de azúcar para tener nieve de sabor al instante.
Esperando el momento, mi madre nos invitaba a reunirnos en
familia en las sillas que circundaban el calentón que estaba en la
sala para saborear el sabroso esquite(1) de maíz, que
improvisadamente en una olla de aluminio vertía los granos mi
madre, para esperar pacientemente entre tronido y tronido, como
de ametralladora, cada vez más intenso, de los granos
reventados, mientras momento a momento incesante Doña Marina
agitaba la olla. Finalmente, aderezar con sal tan rico postre.
La historia del calentón con la ingenuidad de un niño, la
malicia desenfrenada y el vuelo a la imaginación, se asemejaba al
cuerpo de una mujer morena, buena piernas, esbelta cintura y
curvilínea en todas sus formas que se perdía al momento de llegar
al grueso tubo de escape del humo que terminaba en el techo del
cuarto y la enorme parrilla que tenía el calentón en su parte
superior y que suplía su hermosura de la parte inferior, en un
cambio brusco de sentimientos encontrados, per‐ mutado por el
deleite del delicioso esquite. En otras ocasiones, con más tiempo y
como segunda parte del proceso, mi madre, preparaba una rica
miel de piloncillo con canela que agregaba a las palomitas para
(1).‐“Esquite”.‐ m. Palomitas de maíz.‐ Diccionario para Entender al Sonorense

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Pá tan grande que es Naco
formar sólidas bolas de “ponteduro”.
Las mañanas nevadas de mi pueblo podía más el juego y las
distracciones que el abrigo, la ropa rota o el hoyo de los zapatos,
sobre todo cuando sabíamos que íbamos a participar en una
cruenta guerra infantil sin cuartel con bolas de nieve.
No había tiempo para preparar el tradicional muñeco de nieve
porque mi primo “El Caneli” ya estaba apertrechado en la esquina
más próxima del callejón de los Morales dispuesto a la batalla
viniendo desde la otra punta del pueblo, cerca de la línea, a invadir
y ocupar nuestro territorio. Aquí cabe la frase famosa que distingue
a mi pueblo:” ¡Pa’ tan grande que es Naco!”.
Terminada la guerrita, mínimo de media hora de duración, con
toda la tranquilidad del mundo empezábamos a juntar nieve para
elaborar tres bolas grandes que darían cuerpo a nuestro orgulloso y
simpático mono de nieve y buscábamos los arte‐ factos, piedras,
ramas, botes, trapos viejos y cualquier objeto más próximo que
teníamos para darle forma y que fuera el monumento a nuestra
victoria. Al primo le ganábamos porque éramos muchos contra uno
solo, de cualquier manera nos daba mucha pelea. Vale la pena la
aclaración. A fin de cuentas se regresaba sonriente de su osadía.
Durante los días fríos de estas temporadas lo mínimo que
podíamos esperar era una helada y donde amanecíamos con los
charcos de agua con una capa de hielo espesa sobre la superficie; o
bién, sobre los árboles observar las estalactitas o figuras caprichosas
sobre rocas u otros objetos que habían quedado la noche anterior
a la intemperie y expuestas al agua.
Previo a la navidad nos llevaban, según mi recuerdo, por las
noches a las tiendas de Douglas, Arizona, para ver el Santa Claus y
desde el momento de estarnos estacionando en la calle principal
veíamos con desesperación a través de los inmensos e impecables
cristales de la tienda, en primer plano una gran cantidad de
juguetes sobre el piso, un caminito despejado al centro y al fondo,
en lo alto, sobre un pedestal la impresionante figura de nuestro
34
Pá tan grande que es Naco
visitado. Había que decirle que nos habíamos portado bién, aunque
esto traicionara nuestro principio de no decir mentiras. En algunas
ocasiones nuestros padres influían para que comentáramos el
pecado más grande cometido en el año ante la amenaza de que al
mentir perdíamos la oportunidad de que nos visitara Santa la noche
del 24 de Diciembre; y después, hacíamos un amplio relato de
todo lo que queríamos que nos trajera en navidad, casi la lectura
del periódico completo.
Después de este emotivo acto nos veníamos con la esperanza
de que todas promesas de Santa nos fueran cumplidas aunque esta
fuera una larga e interminable lista de juguetes.
De los juguetes inolvidables, ante mis inquietudes deportivas
me amaneció un raro balón redondo con costuras que no sabía si
era de basquet ball, fútbol americano, rugby o algún otro deporte
desconocido. Me quedé pensando sin Santa Claus sabía de
deportes o quizás no tenía tiempo para dedicarse a ellos por tan
grave error cometido; pero, terminó siendo, sin serlo, un excelente
balón de fútbol soquer en la amplia calle improvisada de cancha y
porterías tan largas como las amplias bocacalles, sin alumbrado
público con iluminación natural de las noches de luna llena salvo
en el extremo de la calle principal donde si existía un poste con
una anaranjada luz a punto de desaparecer. Esos eran nuestros
juegos nocturnos que a la luz de la luna practicábamos con nuestros
pequeños amigos vecinos.
Mi mejor regalo de navidad fueron mis pistolas vaqueras y la
estrella de Sheriff que con mi amplia chamarra de cuero con
barbitas en los brazos, mi sombrero de fieltro tipo americano, la
mascada de seda roja que le había quitado a mi hermana mayor y la
infaltable escoba de madera de mi madre me invitaba a emular al
artista mexicano de moda Gastón Santos en su incansable lucha
contra “La Flecha envenenada”.
No quedó ni una silla completa en mis suertes del lazo
arrastradas por todo el patio trasero montado en mi briosa escoba
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Pá tan grande que es Naco
que obedientemente me seguía cual corcel estrictamente educado
a la alta escuela.
Mi hermano Héctor Guillermo, de apenas una año, también
participó en estas aventuras arriesgando el pellejo cuando
montado sobre mis hombros sorteaba las ramas bajas de los
árboles frutales con precisión milimétrica cual más diestro jinete
en mancuerna con un caballo humano loco, desenfrenado, pero,
súper inteligente que calculaba muy bién las alturas en un galope a
gran velocidad por todo lo ancho y amplio de este patio trasero
entre surcos, sembradíos y árboles frutales. Tantas veces lo
hicimos hasta que nos descubrió mi mamá a punto del soponcio(1).
En otra navidad, a mi hermano mayor le amaneció un rifle de
municiones que para empatar la batalla y al viejo estilo del western
americano me obligó a tomar el papel de indio.
En ese tiempo, estaba mi padre construyendo una inmensa
recamara, pues éramos seis hijos hombres. Las paredes de adobe
sin enjarre, ni ventanas, era un buen refugio, tipo Santa Fé, para la
lucha que tenía que enfrentar con mi hermano Faustino. El tenía
todo el estereotipo del soldado americano de la Guerra de
Sucesión: delgado, blanco y de ojos azules.
Tomando cada quién su posición al fondo del terreno, atrás de
los árboles frutales y la siembra, estaba apertrechado en el
gallinero con su rifle de municiones muy bién cargado.
Mis peñascos de pedazos de adobe de indio bravío solo
lograban impactar las paredes; pero, afortunadamente el soldado
americano nunca acertó con sus municiones, era de mala puntería,
y así terminó una cruenta batalla más donde no hubo vencedores ni
vencidos.
La mañana del 25 de Diciembre siempre íbamos tempranito a
la escuela, inclusive con los juguetes que nos habían amanecido, mi
hermana con una muñeca rubia, ojos redondos azules y de cabellos
___________________________________________________________________________
(1).‐“Soponcio”.‐ Dícese cuando una persona está a punto del infarto.

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Pá tan grande que es Naco
rizados tan grandes como ella, que casi la arrastraba. Yo
clásicamente vestido de vaquero con mis pistolas al cinto y mi
sombrero vaquero. Hacíamos cola para recibir una gran bolsa con
muchos dulces, naranjas y cacahuates de los que nos regalaba
“guisler” y su secretaria la “Licha Pacheco”. El cúmulo de dulces
que recibí en una navidad los vertí sobre la caja de mi carro de
lanzadera y los paseé algunos días por el patio trasero de la casa.
Una más de estas navidades inolvidables, fué el día que muy
temprano fuimos a una pista aérea pedregosa de terracería atrás
del panteón, al lado poniente del pueblo. Por la mañana había una
larga fila de niños con sus padres dispuestos a disfrutar del
espectáculo único de viajar en avioneta.
Con el atractivo de que Rubén Pérez y su hermana la primer
mujer piloto que estuvo en el pueblo, eran los promotores de tan
singular evento. Después de las indicaciones de permanecer a
distancia de la pista, cuando menos pensamos, ya está‐ bamos
abordado la nave. Con las instrucciones de no acercarnos a las
puertas iniciamos el despegue dimos una vuelta sobre ambos
Nacos, observando desde las alturas la división territorial entra
ambas fronteras, la diferencias en las construcciones de un lado y
de otro, la gran extensión de terreno rojizo con muchos terrenos
baldíos y escasas casas pero con la emoción de algo que nunca
habíamos hecho: realizar nuestro primer vuelo en avión a la edad de
7 años.

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Pá tan grande que es Naco
AVENTURAS EN PRIMARIA:
_______________________________________________________

Como platicaba en un principio, no hubo problema alguno


para inscribirme en la Escuela Primaria Ignacio Zaragoza y concluir
ahí mis estudios de educación básica.
Ya nos habíamos cambiado de domicilio a la calle García
Morales a la vuelta de la escuela doblando la esquina de los
Sequeiros en la calle principal.
El primer personaje, que infundía mucho respeto y teníamos
que saludar formalmente era Pacheco. Este señor con hechura
militar, impecable y formalmente vestido de “caqui”, zapatos tipo
botín muy bién voleados, voz gruesa y fuerte, cuerpo erguido, era el
conserje o mozo y era el primero ante quién pasábamos revista al
ingresar a los patios de la escuela por la puerta principal. La figura y
la voz fuerte, sobre todo, de Pacheco eran impresionantes y con el
tiempo nos íbamos acostumbrando a ella de tal manera que
avanzado el ciclo escolar ni lo oíamos, ni lo tomábamos en cuenta,
con la confianza de que su autoridad solo era actuada y poco
convincente.
De ahí surgió una frase que usábamos cuando niños: ¡Como
dijo Pacheco!, porque llegaba un momento en que nadie
escuchábamos lo que decía este insigne personaje y mucho menos
le hacíamos caso.
De los primeros recuerdos en los juegos con los amiguitos de
primer año y que más me quedó grabado en mi memoria, era
hacerle rueda al Buelna y jalarle las trenzas que traía en su pelo,
mientras este giraba en el centro para evitar que no lográramos
nuestro objetivo. Este niño, de mayor de edad que nosotros,
cursaba el primer año y era compañero de salón y se decía que
había tenido una enfermedad muy grave y su madre lo había
encomendado a San Francisco lo cual lo obligaba a traer un hábito
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Pá tan grande que es Naco
café hasta los tobillos, con un cordón blanco en la cintura y
trenzas largas; aparte, de haber perdido algunos años de escuela.
Ramírez, Delgado, de la Rosa, Martínez, Buelna son algunos de
los apellidos que recuerdo de mis compañeros de primer año.
Los viajes de aventuras de Mario Martínez con sus postales de
Hermosillo, sus edificios y el mar, era algo extremadamente
lejano que nos parecía increíble, sin embargo siempre nos tenía
boquiabiertos contándonos de sus vacaciones en la capital.
En ese tiempo la capital del Estado estaba por terracería a seis
horas de camino de mi pueblo; de hecho, ya ir a Magdalena era
toda un odisea al cruzar las Sierra de La Mariquita y Sierra Blanca,
con su curva de la herradura, que anteriormente era a través de un
túnel en el camino.
Era un sueño imposible de alcanzar en ese momento.
De las maestras las Tamayo, eran serías y distinguidas,
morenas altas y muy preparadas. El inolvidable “Coqueno”(1)
Córdova, muy atlético, bién vestido y bueno para las matemáticas
tenía fama de enamorado y de muchas ocurrencias.
Las clases de este maestro las recibíamos en el desayunador
escolar separado del edificio principal y donde inclusive recibíamos
clases por las tardes que parecían pesadillas motivadas por la
necesidad de la siesta de mediodía, después de una buena comida
de aquellas que preparaba mi madre. Total que un día me tocó el
vaso de agua helada, pero a Martínez, uno de los aguerridos del
grupo, ante su mal comportamiento le pidió el maestro que trajera
una rama larga de los eucaliptos del patio que se veían al través de
las ventanas del desayunador, lo cual Martínez hizo presto con toda
ingenuidad, sin saber del acto suicidad que estaba cometiendo.
Acto seguido, le pidió que colocara, una encima de otra, tres cajas
___________________________________________________________________________
(1).-“Coqueno”.- Masculino. Gallinea o coquena. Perdiz de tamaño mediano, de plumaje
moteado como el armadillo. Anidan en el suelo y casi no vuelan. Ellas y las
godornizas hacen nidales en común, ponen y parten por docenas en el monte.
SALOMÓN GARCÍA JIMÉNEZ.-“Pájaros libre.”.

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Pá tan grande que es Naco
de plástico azul vacías donde se acomodan las botellas de refrescos indicándole
que se colocara encima de ellas, de frente a la pared y a espaldas de
los mesa bancos de los demás compañeros y que inmediatamente
se remangara, una a una, las mangas de los pantalones hasta las
rodillas. A cada vuelta del pantalón el compañero husmeaba los
movimientos del maestro quién tranquila y malévolamente
deshojaba lentamente la rama del árbol para reducirla a una vara.
Cada vez que Martínez volteaba para conocer las ocultas
intenciones del maestro, este zumbaba la vara sin tocarlo y el
llanto desesperado no se hacía esperar; es decir, cuando la vara
dejaba de zumbar el compañero dejaba de gritar con un llanto
desgarrador, sin que nunca fuera la in‐ tención del maestro pegarle
con la vara.
Dora Toscano, una rubia despampanante, escultural, de
pelo corto rubio, muy bonita cara, faldas cortas, piernas bién
torneadas era la novia de todos los que estábamos en cuarto
año; nos embelesábamos con sus clases o más bién con su figura;
eso sí, tal cual bella era, era su exigencia; sin embargo, aprendimos
mucho de ella. Era el sueño de muchos imberbes niños de 10 años.
Por el contrario Berta Romo, a nuestra corta edad, nos parecía una
viva réplica de María Félix, “La Generala”. Morena, espiga‐ da, pelo
largo negro ondulado, ceja arqueada, voz fuerte y vestida a estilo de
la diva. Toda una artista y declamadora profesional; se daba el tú
por tú con Edna Campbell Ramírez, maestra también de nuestra
escuela. Aunque no nos dio clases no quiero dejar pasar la
oportunidad, por su reconocida vocación, a la prima, que siempre
gozó de una reputación envidiable como mentora, independiente
del parentesco.
De los eventos inolvidables de la Primaria, aunque hasta
cierto punto accidentado, se desarrolló una tarde en las canchas
de la escuela cuando jugando básquet‐ball, Manuel de la Rosa, de la
misma generación, enojado con otro alumno de la escuela corrían
alrededor y lanzó un peñasco de regular tamaño tra‐ tando de
40
Pá tan grande que es Naco
atravesar la cancha para atacar a su rijoso amigo; pero coincidió,
con una descolgada que me dí para encestar el balón en el aro
contrario que intercepté la piedra en su camino e inmediatamente
se inflamó mi tobillo provocando un insoportable dolor y el llanto
obligado. Como siempre Fabián Martínez Bojórquez, era muy
acomedido, tomó acción para llevarme a mi casa de caballito o a
papuchi(1) a la vuelta de la escuela.
Del Director de la escuela les platico más delante, por qué
fue todo un personaje ligado escolar y familiarmente a mi vida de
niño. Tomás Camacho Puente, maestro de vocación e ilustre
sonorense forjador de muchas generaciones de estudiantes. Las
graduaciones de Primaria con alumnos de sexto año se hacían en el
Cine Internacional de los Liera, ubicado por la Avenida principal y la
calle Hidalgo dos cuadras de la línea divisoria con Estados Unidos.
Recuerdo la noche que me gradué elegantemente vestido con saco
y corbata; pero, con mi peinado relamido al frente en el copete y
parado esponjosamente en la parte posterior de mi cabeza, como
cresta de gallo de pelea. Una foto no muy digan de verse; es decir,
se echó a per‐ der la foto del recuerdo de mi graduación de
primaria. En el programa aparecía la Maestra Edna Campbell
declamando con mucha expresión y emoción “La Caída de las
Hojas”. Recuerdo un verso que decía:”……..espera, me decía
suplicante, espera la caída de las hojas……..”. Y Edna se
posesionaba dramáticamente de su personaje con voz y gestos al
borde del drama.
En estos mismos festivales de fin de año, en otra ocasión,
cuando se graduó mi hermana Francisca bailó el Jarabe Tapatío
llevando por charro bravío a mi primo “El Canelí”; Son Mexicano
que ejecutaron impecablemente ante un público que abarrotaba
las butacas de la sala principal del cine y que se desbordaba en
aplausos para tan imberbes danzantes folklóricos.
(1).‐ “Papuchi” .‐ Llevar a cuestas una persona a otra sobre las espaldas….
Diccionario para Entender al Sonorense

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Pá tan grande que es Naco
LAS DIVERSIONES DEL PUEBLO:
_______________________________________________________

Aparte de los recuerdos de las épocas decembrinas y de los


días de escuela, como diversión en su máxima expresión, teníamos
que buscar otras actividades que distrajeran nuestras inquietudes
infantiles.
Habían pasado los buenos tiempos de las corridas de toros
y todavía, en mi época, quedaban ruinas de lo que había sido el
importante coso taurino con su redondel impecable añorando una
tarde de toros. Único en la región. Testigo mudo de faenas
inolvidables, contaban nuestros antecesores. Una de las épocas de
apogeo del pueblo fue durante la Segunda Guerra Mundial cuando
en sus periodos de descanso regresaban de Europa a Fort
Huachuca los soldados norteamericanos y venían a mi pueblo,
cruzando la frontera, a divertirse de diferentes formas, entre ellas,
eran famosas las corridas de toros por los importantes diestros del
capote que aparecían en los carteles. Era un círculo inmenso de
paredes que ocupaban la cuadra y cuyas entradas principales habían
sido cerradas con rejas negras. Esta construcción era un mudo
testigo de esos buenos tiempos económicos del pueblo.
En comunidades chicas, muchas veces pequeños e
insignificantes eventos, son motivos de grandes acontecimientos
sobre todo para la mente infantil que no tiene límite en cuanto a la
imaginación, es por eso que las crecidas del arroyo de la ladrillera,
que atraviesa de norte a sur a Naco, era un espectáculo después de
cada lluvia o aguacero fuerte de temporada. Dejando de caer la
última gota de lluvia el ruido del bramido de la caudalosa corriente
anunciaba que el arroyo venía crecido, llevando entre sus aguas
todo tipo de objetos de uso doméstico y de automóviles. Llantas,
palos, estufas viejas, colchones, varillas, maderas, que kilómetros
arriba había recogido de los basureros del sur, rumbo a Mina de

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Pá tan grande que es Naco
Oro. No me imagino cuanta de esta basura iba a parar al lado
americano.
Esperar que amainara la corriente para ver cual era el
valiente conductor que se atreviera con su modelo cuarenta cruzar
las aguas del caudaloso arroyo hasta el final ; o bién, de quién
lanzaba una cuerda de extremo a extremo para cruzar a pie. Del
otro lado estaba la ladrillera de los Morales, que generalmente era
a quienes veíamos cruzar al arroyo en su tonelada negro a veces
cargado de ladrillo y otras veces solo con su plataforma vacía.
Donde vivían los Romero había una vinatería que aunque
no era una diversión para menores era una actividad importante en
el pueblo y seguir sus procesos, para nuestra edad, era todavía más
impresionante. Llegaban los camiones rabones car‐ gados de unas
duras pencas verdes con rombos blancos de las hojas espinosas
recortadas, con forma de piña. Se depositaban sobre una enorme
fosa que previamente se había calentado y se mantenía hirviendo
para luego ser tapada. Al destapar‐ se la fosa, las pencas habían
perdido su fuerza y su color era miel. En grandes molinos se
extraía el jugo y quedaban solo los gajos convertidos en gabazos.
Cuando quedaba uno que otro gajo antes de moler este se
convertía en un delicioso fruto dulce que se chupaba y que se podía
adquirir en esa vinatería. No había que comer mucho porque podía
alcanzarlos el alcohol o por lo que se escaldaba la lengua con tanta
fibra de la penca. El líquido extraído se fermentaba y se envasaba
en pachitas (1) de vidrio llenas de mezcal. No recuerdo la marca, ni
hacia donde se llevaba ese licor, pero si se decía que era del mejor
de la región. Ahí nos enviaba mi padre por el gabazo, la fibra de
deshecho para los adobes; pero, algunas veces, confieso, chupamos
de las pencas dulces su delicioso jugo, aunque todavía no estaba
fermentado, ni sabía a licor. Era un delicioso postre más de los
originales de mi pueblo.
(1).‐ “Pachitas”.‐ Botellas de 250 mm cúbicos planas de cristal que se acostumbra a llevar en
la bolsa del saco o en la bolsa del pantalón generalmente con bebida alcohólica.

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Pá tan grande que es Naco
LA FLORA DE MI PUEBLO:
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En mi pueblo abundaban los bellotales (1), pero sobre todo


los mezquites.
Yo recuerdo que en alguna ocasión comí unas bellotas
inmensas como de tres centímetros de largo que podían ser la
envidia de Chip y Dale, las ardillitas de las tiras cómicas de nuestros
tiempos, por su tamaño y su dulzura.
Los árboles de mora de la escuela primaria eran una delicia
al paladar y por las tardes íbamos a recoger mis hermanos mayo‐
res y yo este fruto del suelo; o bién, treparnos a sus inmensas
ramas para obtener moras moradas y algunas rosadas que eran
más frescas. Parecían unos verdaderos ahuehuetes. Por la calle
Madero, enfrente de la entrada a la escuela primaria, había una
señora, cuyo nombre no recuerdo, que tenía en su patio interior
muchas matas de higo simulando una espesa selva y nos invitaba
esta amable señora, por las tardes, para que le ayudáramos a
recoger los frutos de los árboles y nos pagaba con parte de la
cosecha. Llegábamos a la casa bién surtidos con este fruto,
duraznos, manzanas, granadas y membrillos.
Otro tipo de fauna eran los ocotillos (2) que en su estado
original en el monte parecían banderillas de toros clavadas en el
suelo de todos los llanos de lugar y que después cortadas en largas
varas rectas se convertían en originales cercos. Las va‐ ras largas
muy derechas cubiertas de una cáscara delgada de espinas,
enterradas en el suelo, con tres líneas de alambres de púas
entrecruzados separados a la misma distancia servían para
delimitar el interior de los terrenos entre un lote y otro.
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(1)”Bellotales”.‐ Deformación de la palabra derivada del fruto, la bellota, del encino blanco,
también llamado cusi. Diccionario para Entender Al Sonorense;
(2).‐“Ocotillos”.‐Arbusto regional de pequeñas hojas y varas rectas espinosas.‐
Diccionario para Entender al Sonorense

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Pá tan grande que es Naco
Lo curioso era la temporada en que florecían estando las
varas largas, tiesas y secas, aparecían en la parte superior del
ocotillo unas pequeñas florecitas de hojas rojas y pistilos amarillos,
las cuales cortábamos inmediatamente para llevárnoslas a la boca y
chupar su dulce néctar, poco abundante, pero muy rico.
Al margen del arroyo de los Morales, donde jugábamos a
los indios y vaqueros montados en nuestras escobas de madera, en
la parte alta había mucho mezquite con su varas curvas, desnudas y
esqueléticas, pero con muchas vainas de péchitas (1) colgando y
grandes grumos de “chucata” en los nudos de sus troncos.
Cuando no era temporada de lluvias, este arroyo fue
testigo de innumerables aventuras infantiles, de los suculentos
banquetes con péchitas y de la recolección de “chucata”, savia del
mezquite que era un excelente pegamento mejor que el “engrudo”
de harina cruda. No hubo cuaderno despastado ni trabajo manual
que ofreciera resistencia a estos adhesivos naturales.
En el entronque de la carretera Agua Prieta Cananea en el
Rancho los Difuntos había una casa de Hacienda con sus corra‐ les
de madera y una pileta en medio donde se alimentaba el ganado y
donde mi inteligente hermanos Faustino un día, a un yate de
plástico que le había amanecido se las ingenió para colocarle una
propela de lámina de bote, un motorcito de otro juguete viejo y un
par de baterías. Lo hacía navegar de extremo a extremo de la pila,
aunque a veces le hacía agua el casco y se suspendía el viaje.
También ahí, en la parte sur del casco de la hacienda pasaba un
arroyo entre inmensos árboles don‐ de más de una vez jugamos a
los indios y vaqueros montados en nuestras escobas de palo
ataviados con sombreros y pistolas al cinto. Inocentemente
moríamos y revivíamos una y otra vez mientras surcábamos todas
las veredas a punta de balazos.
____________________________________________________________
(1).‐“Péchitas”.‐ s.f.‐La vaina del Mezquite.‐ Fruto para elaborar un atole. ‐
Vocabulario Sonorense. ‐Horacio Sobrazo.

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Pá tan grande que es Naco
DE PAPALOTES Y VIENTOS:
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Tomar una par de varas largas, bién rectas y delgadas,


ponerlas en forma de cruz, unirlas por el centro y a los extremos con
un hilo para cubrirlas con papel cebolla de colores lisos, pero
vistosos, pegadas con mucho engrudo sobre los hilos de los
extremos del rectángulo, buscar un trapo viejo ligero que hiciera de
cola, era todo lo necesario para volar nuestro papa‐ lote en forma
de rombo en tiempo de vientos.
En la parte baja de la pequeña cuesta delante de nuestra
casae iniciar carrera de la calle Independencia hacia lo alto de la
pendiente era un buen lugar para lograr el ascenso sin ningún
contra tiempo augurándonos un éxito seguro en el despegue de
nuestro vistoso cometa. Salvo que el tamaño y los ajustes de la
cola no hubieran sido lo correcto lo cual nos provocaba que el
aparato volador se viniera en picada haciendo giros cual avión
derribado de la Según da Guerra Mundial, lo cual nos incitaba a
tratar de lograrlo nuevamente. Ya en el aire a mínimo veinte
metros de altura era un placer observarlo, todo serenidad, eran
momento de relajación. El regreso implicaba irse moviendo de lugar
para evitar en el descenso quedar enreda‐ do en los cables de
energía eléctrica, hasta que lográbamos tener nuevamente entre
nuestras manos la obra de arte concebida para intentar otro día
una nueva aventura.
Los ventarrones de mi pueblo, con lo amplia de sus calles y
la planicie donde está situado, eran fuertes e inolvidables. Decíamos
que “estaba chiflando el diablo” cuando el viento empezaba a
soplar y al pasar sobre los cables conductores de energía eléctrica,
entre poste y poste, produciendo un interminable chiflido
tetricamente musical. Era la señal de que habría grandes
ventarrones.

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Pá tan grande que es Naco
Después, había que guarecerse ya que la pequeña arena
que levantaba el viento de las calles de tierra golpeaba fuertemente
algunas partes del cuerpo por donde se filtraba con gran fuerza
esas pequeñas partículas. Lijaba la cara y las manos al grado de que
nos obligaba a cubrirlas con el cuello de la camisa hasta el último
pelo de la cabeza y las manos ocultas sobre las bolsas delanteras del
pantalón.
La visibilidad era imposible y solo por referencias de postes
y bardas en las cuales nos cobijábamos tratando de protegernos;
solo así, podíamos seguir y llegar a nuestra casa.
Era como caminar por instrumentos. Los pasos eran lentos y
en contra de la fuerza del aire, echando el cuerpo hacia enfrente a
pesar de nuestra corta edad.
Muchas tardes al ir por el mandado al changarrito (1) de la
esquina, teníamos que enfrentar este fenómeno de la naturaleza,
cual si estuviéramos cruzando el desierto del Sahara.
Para nosotros parecía que estábamos viendo remolinos
gigantes o tornados; pero, afortunadamente el viento no levantaba
objetos pesados de la tierra, solo la incomodidad de la arena
penetrante.
Los vientos por la noche además de la arena iban
acompañados de un aire frío, que igualmente penetraba por
nuestras ropas y se no hacía largo el camino para llegar a
arroparnos con las cobijas o calentarnos a la orilla de calentón de
leña.

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(1).‐ “Changarrito”.‐ Diminutivo.‐Cualquier tipo de negocio pequeño incluyendo aba‐
rrotes.‐ Diccionario para Entender al Sonorense.

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Pá tan grande que es Naco
PASEOS y CACERIAS:
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Nosotros de cacería solo sabíamos tirarle con la mano


piedras a los botes. Aprendimos a hacer resorteras con una
horquilla de una rama de mezquite en forma de “Y”, bién pelona,
que tuviera de diámetro más o menos el grueso del dedo gordo y
de largo un poco más grande que la mano. Unas ligas de hule
gruesas amarradas al extremo de cada punta y en medio la lengua
de vaqueta de un zapato viejo, recortada ovalada como camita para
sostener entre nuestro dedos las piedras que lanzaríamos a
cualquier animal pequeño o insecto que se moviera. A veces en
lugar de piedras tomábamos frutos pequeños los cuales podíamos
lanzarlos a nuestros amigos en “guerritas”. Los más elegantes
cuando tiraban a las cachoras era con canicas ó catotas de cristal de
muchos colores.
No sé cuando ni como un día mi padre nos enseñó un rifle
calibre 22 que había adquirido y por las tardes, durante una
semana, nos estuvo invitando de cacería a pie rumbo a la Sierra de
San José a mi hermano Faustino y a mí.
Ocasionalmente nos salía entre los arbustos una liebre y mi
padre preparaba con anticipación su arma de fuego para que
nosotros hiciéramos el disparo que nunca daba en su blanco.
Para no regresar con la frustración de ser malos cazadores
buscaba latas de refrescos y a disparo fijo afinábamos puntería
hacía el blanco inmóvil hasta terminar las balas o perforar las latas;
generalmente sucedía lo primero. Nunca más volvimos a saber del
rifle ni que sucedió con él. Como que solo fue un gusto y una
aventura más que compartimos con mi padre.
Los paseos de la escuela eran rumbo a Mina de Oro
entrando hacía la Sierra de San José de la que se contaban muchas
historias de revolucionarios y tesoros escondidos que nadie
jamás había podido encontrar, lugar cercano y único para los

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Pá tan grande que es Naco
amantes de la cacería en el pueblo que se perdían por el poniente
en lontananza hasta el final del cañón central que los llevaba al
corazón de este solitario monte.
Una agradable y fresca mañana le tocó a mi grupo de sexto
de Primaria salir del pueblo a primera hora de la escuela y tomar
camino al pie al sur rumbo al entronque de Cananea.
¡Llegamos a Mina de Oro!
Dimos vuelta a la derecha y a cien metros estaba una
inmensa alfombra de zacate de pastizal amarillo y a poca distancia,
uno de otro, los frondosos bellotales, como le decían en mi pueblo,
cuyo nombre correcto es encinos o nogales, que daban una amplia
sombra donde cabía todo el grupo de alumnos.
En ese lugar cantábamos y bailábamos rondas infantiles,
jugábamos incansablemente a las “encantadas” y otros juegos,
hasta que despertábamos nuestro hambriento apetito para
degustar unos exquisitos lonches o sándwiches de carne para untar,
huevos cocidos en su cascarón, sardinas entomatadas en lata, entre
otras viandas, que nuestras madres habían preparado la noche
anterior. De postre, hasta el hartazgo, una deliciosas bellotas de
todos tamaños. En especial unas que tenían el tamaño de las que
aparecen en los cuentos de ardillitas, llamadas bellotas de cochi, ya
que afirman que estas son las preferidas de los puerquitos de la
región.
En otra ocasión, mí tío Faustino de espíritu aventurero y
minero, tomo el mismo camino, junto con nosotros, rumbo al
poniente entre las dos crestas de la Sierra de San José y logramos
llegar por el cañón a un peñasco cobrizo que en su parte inferior
tenía una entrada en forma de boca y de donde surgieron muchos
comentarios de pobladores de Naco que en alguna ocasión habían
osado penetrar a las lúgubres cavernas con pasillos estrechos,
amplias explanadas y grandes precipicios internos en busca de los
tesoros ocultos de Pancho Villa y otros revolucionarios.

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Pá tan grande que es Naco
DE LOS JUEGOS Y JUGUETES INFANTILES:
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En la esquina de la calle principal un pobre foco alumbraba


las cuatro esquinas y poca luz llegaba al frente de nuestra casa
que estaba casi a la otra esquina de esta calle. Los juegos de la
noche eran solo de pelotas y otros como “La chinchilagua” (1 ), “la
burriquita”, “Las cebollitas”, “Esconde la cuarta”. El primer juego
consistía en que un equipo se ponía abrazados unos de otros con la
cabeza oculta por debajo de los brazos, a un lado de las sentaderas
del de adelante, formando una especie de gusanito y el equipo
contrario corriendo a prudente distancia brincaba sobre esta
cadena humana tantos cuantos fueran del equipo hasta caer o
doblegar al equipo que estaba clavado. A este se le permitía hacer
movimientos, cual potros salvajes, para tratar de derribar al
contrario.
En “La burriquita” se trababa de brincar a un compañero
que estaba de frente a una larga cola de participantes con las ma‐
nos sujetas a las semi‐dobladas rodillas con la cabeza oculta entre
ambos brazos para evitar cualquier mal golpe. A cada brinco había
que hacer una rima predeterminada de acuerdo al número de
brinco que tocaba. Por ejemplo: “A las Dos te dá la tos”, “A las
cuatro sale tu retrato”, “Cinco de aquí te brin‐ co”, “A las ocho te lo
pico y te lo mocho”, total que cada número consecutivo tenía su
rima.
En “La esconde la Cuarta” que no era otra cosa que un cinto
alguien se ofrecía a prestarlo porque era el más grueso, el más largo
y quizás el más doloroso. El juego era sencillo: Había una base que
regularmente era el poste más grande, se trataba de esconder en
algún rincón el cinto y todos los jugadores tenían que ira buscarlo.
Obviamente nos íbamos primero al rincón más cerca que
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(1).‐ “Chinchilagua”.‐f. Vgr. “Chinchilegua”.‐ Diccionario para Entender al Sonorense.‐
Irma Rascón
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Pá tan grande que es Naco
veíamos y que nos latía pudiera ser el escondite de la prenda. Entre
más lejos nos íbamos teníamos más riesgo de que el contrario
encontrara la prenda y nos agarrara a cintarazos. El que la
encontraba tenía derecho, aparte de los cintarazos, a esconderla
pero no a participar en la búsqueda hasta el próximo turno.
Había que esperar el día para dar rienda suelta a los
juegos infantiles con los juguetes de la época; además de la “Bebe‐
leche” con sus cuadros numerados y orejas pintados sobre
banquetas con gises de colores que habíamos tomado del salón
de clases de la escuela.
Si hoy hablamos de los juegos de mi infancia comparados
con el Atari, Nintendo, X‐box y demás los niños de hoy no nos en‐
tenderían. La electrónica solo llegaba a los tocadiscos, radios y a los
nuevos televisores blanco y negro que empezaban a aparecer en las
tiendas americanas.
Para nosotros los juegos eran el “Chapete” hecho de un
viejo calcetín impar, sin importar el color, ni los dibujos que tenía, al
cual le introducíamos un puño de arroz, fríjol o cualquier
gramínea. Lo zurcíamos con hilo y aguja en mano para lograr una
bolsita amoldable a los golpes del talón por la parte interna o
externa de ambos pies y a veces hasta con la rodilla, logrando
malabares acrobáticos y suertes de acuerdo al ingenio de cada
quién. La prueba consistía en hacer más suertes y durar en mayor
tiempo posible antes de que el “chapete” cayera al suelo.
Jugar a las “Canicas” tenía varías modalidades en circulo, a
la rayita, al hoyito y en todas corría la apuesta de perder el total de
las mismas. Había una serie de trampas que no se permitía que se
cometieran como el hueso el mandolón. Se vendían en redes
plásticas en forma de bolsa y que contenían esferas de cristal de
todos colores y de dos o tres tamaños.
El trompo de madera con punta de fierro, un juguete
artesanal mexicano, aunque algunas veces no faltaba un infante
osado que con mezquite, pino o cualquier tronco de algún arbusto,
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Pá tan grande que es Naco
navaja en mano, torneara algo parecido al trompo y con un clavo
acerado en la punta. Aprender a enredarlo con la cuerda, bailarlo,
sostenerlo en la mano, deslizarlo sobre la misma cuerda, y lanzarlo
sobre otro trompo del compañerito era todo un proceso de la
temporada.
El trompo debería quedar inerte al realizar esta prueba.
Luego cautelosamente y con toda libertad se iba enredando la
cuerda en la parte central del mismo para colocar el ojillo en
nuestro dedo anular
Toda que lográbamos dominar el trompo empezaba la
competencia. Pintábamos con el dedo o un palito un círculo de
regular tamaño en la tierra y al centro se ponía el trompo del amigo
que había perdido a la suerte y tenía que iniciar “clavado”. Con su
respectivo turno uno a uno iba intentando golpear al trompo
“clavado” lanzando con la mano y bién enredado el trompo propio,
Tenía que golpear al del compañero y seguir bailando. Cualquier
falla implicaba tomar el lugar del trompo “clavado”. Cuando al fin
se lograba sacar a golpes al trompo en el piso, fuera de quién
fuera, el castigo era darle diez picotazos con la punta de acero del
trompo, sin importar que se partiera en dos.
Los “Yo‐Yos” originalmente, también eran de madera y
había una o dos compañías nacionales que hacían giras artísticas
con jóvenes que habían logrado en concursos los primeros lugares
en la destreza con este juguete. Una de las reglas principales para
dominar el Yo‐Yo era extender la cuerda y humedeciendo el dedo
gordo e índice con saliva pasarlo de arriba a abajo por toda la
cuerda tratando de desenredar cualquier nudo o giro demás que
tuviera. Lo principiantes solo lográbamos subir y bajar el Yo‐Yo en
no más de cinco oportunidades. Los expertos hacían el trapecio, el
perrito y otra serie de suertes que eran de concurso. Todos los años
había una fecha en que primero aparecían los Yo‐Yos en la tienda y
al mes ya estaba la caravana de artistas para mostrarnos sus
gracias.
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Pá tan grande que es Naco
El Balero de madera, otro juguete artesanal mexicano de
fuertes colores rojo, verde, morado pintados en círculos y grecas
muy artísticas labradas sobre la misma madera. Este juguete a
diferencia del Trompo y el Yo‐yo era muy fácil de imitar. Solo había
que tener un palito y algún objeto cilíndrico que tuviera un orificio
en medio para amarrarlo un hilo corto entre ambas piezas. Aquí no
había más que encestar el cilindro en el palito con un giro curvo en
forma de arco asiendo el palito con los dedos de la mano. Había
quién le daba dos que tres vueltas en el aire antes de encestar cual
clavadista en alberca olímpica. El triunfador era quién lograba más
encestes continuos sin fallar.

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Pá tan grande que es Naco
LOS ADOBES DE MI CASA:
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En el transcurso de esta historia no me cansaré de


mencionar las virtudes de mi padre y todo el ingenio que ponía en
resolver cualquier situación del oficio que se tratara en la casa, con
el carro ó en la oficina.
Mi padre, una tarde llegó con unas guías de madera las
cuales unió en pares, poniendo pedazos de la misma en intervalos
semejando una escalera. Ante nuestra curiosidad insistente nunca
nos revelaba el secreto final y nos llevaba paso a paso como todo
un maestro. Después de la madera, al siguiente día, apareció una
dompada (1) de tierra, arcilla o barro del arroyo.
Al tercer día nos envió a la vinatería que estaba calle abajo,
doblando la esquina, media cuadra adelante, por Avenida In‐
dependencia, entre García Morales y Plutarco Elías Calles, para
pedir regalado un poco de gabazo del que quedaba después de
haberse horneado la penca del maguey de la región, habiendo
exprimido sus pencas y habiendo extraído su mezcal, producto a
comercializar. Aquel gabazo eran unos gajos secos y fibrosos que
poco a poco desmenuzábamos sobre la tierra convertida en lodo y
que daba una masa consistente.
Era el momento de, pala en mano, empezar a vaciar los
cuadros intermedios de la supuesta escalera en el suelo con barro
revuelto con fibra de cabeza de maguey. Toda la parte posterior del
terreno de mi casa amanecía cubierto por hileras de mosaicos de
tierra simétricamente cuadrados. El siguiente paso era levantarlos
del suelo y ponerlos de canto de acuerdo como proyectaba el sol
sus rayos de luz. Un día hacía un lado, el otro hacia el otro y - - -
_______________________________________________________
(1).‐“Dompada”.‐Medida para materiales petreos de construcción, equivalente a la capacidad de un
“Dompe”. ( “Dompe”).‐ Camión de Volteo que se utiliza para cargar piedra, arena, etc.-
Diccionario para Entender al Sonorense.

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Pá tan grande que es Naco
después de unas tres volteadas siguiendo al astro rey el adobe ya se
encontraba listo para ser utilizado en las paredes de mi casa.
La siguiente parte de nuestra actividad, era ir a la calera
que se encontraba en el centro del pueblo hacía la salida a
Cananea. Ubicación geográfica natural ya que el ferrocarril aparte
de servir de medio de transporte de los equipos de la Compañía
Minera de Cananea, que cruzaba la línea fronteriza y el pueblo de
punta a punta, servía para llevar la cal hacía otras partes de la
región.
Dos sacos de ixtle(1) sobre nuestro poderoso carro de
lanzadera que había sido pintado igual que el chevrolet de mi
padre, el de Camacho y el de mi tío Emeterio, muy temprano
iniciábamos nuestro caminar tres cuadras adelante rumbo a Agua
Prieta y en las rampas que servían para cargar los furgones de
ferrocarril encontrábamos grandes peñascos de cal viva.
Ya de regreso a casa, con arena se hacía un rodete y en el
centro colocábamos la cal misma que no impresionaba cuando
estaba en ebullición, semejando erupciones volcánicas a pequeña
escala y donde el consejo era no acercarse más que a una distancia
prudente por el peligro de quemarnos. Tres días observábamos el
fenómeno natural y espectáculo del enfriamiento de la cal hasta
que mansamente quedaba como una torta tranquila y reposada.
El Siguiente paso era agregarle la arena y ya estaba lista
la mezcla para pegar adobe y enjarrar paredes.
Empezando por las esquinas, con un hilo de guía, poco a
poco las paredes iban subiendo hasta llegar a las dos vueltas finales
que dejaban huecos de 4 pulgadas, separados un metro uno del
otro, donde iban a reposar las enormes vigas que iban a servir para
soportar la madera amachambrada (2), sobre la cual, de abajo
_______________________________________________________
(1).‐“Ixtle”.‐ Fibra textil obtenida principalmente del maguey que sirve para confeccionar
cuerdas y tejidos.
(2).‐“Amachambradas”.‐ Madera con bordes que coinciden para embonar y permanecer

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Pá tan grande que es Naco
unidas una con otra.

hacia arriba, de un lado a otro, corrían los rollos de cartón negro,


rojo o verde arenados que eran pegados con chapopote(1) y una
enormes tachuelas. Ayudar a mi padre, desde sostenerle la
escalera, porque era el primero que me subía al techo por los
brazos del verde sauz llorón que estaba muy cerca de las paredes,
hasta poner los clavos era una distracción más en las tardes
desocupadas.
La misma cal viva se separaba en cubetas metálicas de 20
litros con el mismo procedimiento para otro uso.
Había que ir al supermercado de los Córdova y comprar
polvos colorantes que se mezclaban con la cal reposada para pintar
las paredes de acuerdo a los colores de los gustos personales de
cada quién.
Con una cuadrilla de 6 hermanos hombres, que no pasaba
de 12 años el mayor, brocha en mano, iniciábamos el espectáculo
de pintar las paredes de los cuartos, que previamente habían sido
enjarrados.
Sobre la parte inferior de las vigas, en el interior del cuarto se
ponían guías entrecruzadas sobre las cuales se extendía y estiraba la
manta a manera de plafón con una roseta eléctrica
estratégicamente colocada en el cruce de las guías del centro.
Finalmente, con la misma cal, se pintaba el cielo interior
generalmente de color blanco.
Con esto y los pisos de concreto se daba por concluida la
obra.

).‐“Chapopote”.‐ Derivado del petróleo de contextura pegajosa que se usa para pegar cartón ó usar con
asfalto.

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Pá tan grande que es Naco
LOS POLLITOS TIENEN FRIO:
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Los Viajes al “otro lado” me traen recuerdos de una de mis


inolvidables travesuras.
Resulta que mi madre tenía un gallinero en el fondo del
terreno donde en alguna ocasión mi hermana menor estuvo en
serios aprietos cuando sentada en una esquina un gallo giro no la
dejaba salir.
Sin desviarme del tema, lo que quería comentar es la
ocasión en que recibieron baño los pollitos.
Cada cierto tiempo íbamos a Zorrilera y mi madre adquiría
una caja rectangular piramidal más o menos de un metro, de
cartón con perforaciones redondas, por los lados, a manera de
respiraderos, y en el interior dividido en forma de cruz en grupos de
cuatro 25 pollitos recién nacidos para hacer un total de 100.
Un buen día de invierno, al caer la tarde, mis padres no se
encontraban en casa, nos quedamos los hermanos menores y
con todo el ocio del mundo registrando todo lo que estaba a mi
alcance se puso frente a mí una nueva caja de pollitos. Al abrirla me
dió un olor desagradable asociado con el piso de la caja que estaba
entre gris, blanco y amarillo producto de la digestión de las
pequeñas aves.
Como era mi estilo, de acelerado y atrabancado, de
inmediato, busque una tina galvanizada inmensa, traje la manguera
verde del jardín, cubrí como 10 centímetros de agua la tina y acto
seguido tomé con mis brazos la caja y la vacié sobre el recipiente.
En esta acción algunos pollitos le tuvieron miedo al agua y
se resistieron volando a diferentes lugares fuera de la tina
quedando esparcidos por el piso de la recamara. Con mis manos
recogía, fuera de la tina, los que no querían bañarse en esta
inmensa alberca y de inmediato los depositaba nuevamente en ella.

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Pá tan grande que es Naco
No tardé mucho en darme cuenta de que no eran patitos, ni
sabían nadar, y que estaban titiritando de frío sin poder hacer nada
para defenderse de su destino inocentemente cruel.
La reacción de nuestra parte fue tardía.
Empezó la emergencia y para pronto lo primero que
encontré a mi vista fue un ropero de tres lunas con dos puertas
laterales y cajones al centro. De un lado iba la ropa sucia y del otro
la recién lavada.
Muy considerado de mi parte y ante el origen de la suciedad
de los pollitos opté por la puerta de la ropa que ese día había
lavado mi madre. Dentro de ropero acomodaba unos pocos de
trapos y sacaba de la tina uno pocos de temblorosos pollitos. Los
cubría por encima con más ropa y nuevamente colocaba otra tanda
de indefensos polluelos.
La acción fue rápida ante la premura de que mi madre
llegara y terminada la última acción de rescate de los pollitos moja‐
dos cerré la puerta con llave, de aquellas que salían en los cuentos
de la abuelita.
Poco después, caída la noche, llegaron mis padres y al no oír
el piar de las avecitas empezaron a indagar con todos sus hijos que
había pasado durante su ausencia.
Primero apareció la caja semidestruida sin ningún pollito en
su interior lo que me obligo a confesar mi osadía. Antes de terminar
mi declaración mi madre se adelantó al ropero y con asombro
vio como estaban inertes sus cien pollitos. Ni uno solo se pudo
rescatar.
¡Fue la pérdida más grande que tuvo el negocio avícola de
gallinas ponedoras de mi madre!

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Pá tan grande que es Naco
LAS GALLINAS DE MI MADRE:
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Siempre, no me cansaré de repetir lo emprendedor de mi


madre y ¡eh, aquí! Que se de dio una nueva oportunidad de iniciar
un negocio desde la calidez del hogar.
Cada año compraba su caja de 100 pollitos, los cuales
veíamos crecer en la parte trasera de nuestro patio.
Había una pequeña bodega de adobe y enseguida un cerco
de tela de gallinero. Alambre doble entrelazado en forma de
hexágonos, por donde solo podían asomar las gallinas su pico.
Todos los días tempranos teníamos que salir con el saquito
de salvado o grano para alimentar los polluelos que más tarde
serían gallinas ponedoras. Todas eran gallinas blancas de cresta
roja. Ya en edad productiva a la vez que las alimentábamos
recogíamos los huevos, todavía calientes, que nos servían para
nuestro ponche de café con leche, desayuno Express para los seis
hermanos que íbamos a primaria. los blanquillos sobrantes eran
para tomar un baldecito galvanizado y vender huevos con los
vecinos del pueblo.
El negocio era redondo. Cuando las gallinas se hacían
viejas había que utilizarlas para un buen caldo o pollo en mole. Mi
madre nos enseño también a sacrificar gallinas, sobre cuyo acto
se tendía un mito: Había que hacer un círculo de un metro de
diámetro con dos diagonales en forma de cruz. Traíamos un
tronquito de madera puesto justamente sobre el centro en la tierra
y que nos quedara a la altura de nuestra cintura el otro extremo,
colocábamos cuidadosamente el cuello de la gallina asida de las
patas con una mano y con machete en la otra dábamos un golpe
certero trozando el buchi (1) en dos. Quitábamos apresuradamente

(1).‐“Buchi”.‐ f.‐ Garganta. “Buche”.‐Papera, Bocio.‐ Diccionario para Entender al


Sonorense.‐ Irma Rascón.

59
Pá tan grande que es Naco

el tronco y la gallina sin cabeza se revolcaba en el círculo con


movimientos epilépticos, esparciendo su sangre que
incesantemente salía del cuello.
Si el cuerpo inerte en su reposo final no salía del círculo
cruzado nuestra suerte seguiría siendo muy buena; pero, si el
movimiento de muerte de la gallina la colocaba fuera del círculo
nos traería desgracias. El diablo nos castigaría. Nunca nos pasó
nada, pero siempre que matábamos una gallina nos acordábamos
de esta sentencia.
La otra parte del proceso de sacrificio de las gallinas para
convertirlas en rica comida, era ver a mi madre con una enorme
calentadera de aluminio con agua hirviendo, teniendo por depósito
una olla tamalera, vertía sobre el ave el agua para que aflojara
todas las plumas, las cuales remojadas tenían un pestilente olor.
A la hora de la comida ni nos acordábamos de este
desagradable momento solo degustábamos, una y otra vez, un
sabroso caldo o ensalada de gallina.

60
Pá tan grande que es Naco
EL TREN CARGUERO:

Líneas atrás comentaba de la época de auge económico que me


tocó vivir por las grandes y constantes importaciones que realizaba
la Compañía Minera de Cananea.
Mi padre era responsable del archivo de la Aduana de Naco y
trabajaba hasta las dos de la tarde; sin embargo, en este tiem‐ po,
después de comer, regresaba para participar en los trámi‐ tes
extraordinarios aduaneros de los equipos de la minera que
implicaban horas extras de trabajo y obviamente mayor remu‐
neración.
Era impresionante ver las largas plataformas del ferrocarril
cargadas con gigantescos tractores, “dompes” o “yugles” que se
desbordaban por los lados de las mismas plataformas y que
cortaban la circulación de una de las principales calles del pue‐ blo
de oriente a poniente por espacio de algunos días. Todos los
equipos de un invariable color amarillo.
Esta era la función más importante del tren en la ciudad y era
un atractivo más ver las maniobras del maquinista saliendo del
casco urbano del pueblo.
Más adelante, rumbo al sur, estaba la calera con sus patios, sus
pisos y las paredes de las construcciones cubiertas de blanco,
donde había grandes rampas elevadas del nivel del piso y por
donde se descargaba toda la piedra viva que se vendía a un
proveedor que la empaquetaba y vendía en todo el Estado.
Era un espectáculo ver partir al tren carguero con su máquina
de vapor y con sus clásicos sonidos anunciando su partida. Los
cabuses de pasajeros poco o nada recogían de viajeros y
prácticamente no nos causaban ninguna admiración; más bién,
las casas rodantes, vagones de madera, de los trabaja‐ dores que
se instalaban en la calle posterior a la plaza del pue‐ blo que

61
Pá tan grande que es Naco
permanecían por tiempo indefinido y donde éramos testigos de su
peculiar forma de vivir y pensando como logra‐

62
Pá tan grande que es Naco
ban tener una casa habitación en tan poco espacio eso si nos
causaba admiración.
El tren venía de Agua Prieta llegaba al pueblo y seguía su des‐ tino a
Cananea. Del mineral tomaba rumbo a Santa Cruz y Luego a
Nogales.

63
Pá tan grande que es Naco
LOS PERSONAJES PINTORESCOS:

Los años en que pasé la infancia en Naco, políticamente hablando,


fueron los tiempos en la Presidencia Municipal de Miguel Ayala
Molina, Jesús Manuel Franco Martínez, José Gonzalo Escobar, Jesús
Ramírez Loaiza y Eduardo Monteverde los cuales se caracterizaron
por mantener un ambiente cordial y pacífico en la comunidad.
En mi pueblo, de aquellos tiempos, había apellidos de gente
muy distinguida como los Villegas, Córdova, los Martínez, los
Franco, los Bravo, los Romo, los Acuña, los Morales, los Saave‐ dra,
los Figueroa, los Pérez, los Castro y otros que se escapan a mi
memoria, pero siempre existen aquellos que se distinguían por no
ser el común denominador de los usos y costumbres del pueblo.
Anteriormente en esta narración han surgido nombres aisla‐
dos de personajes de mi pueblo como Pacheco, Camacho, los
Martínez, y de los que más tarde pueden aparecer como Mar‐ ía la
del “Peinado”, el celador “Fumanchú”, el Billy Saavedra, pero
merecen un espacio especial los más pintorescos del pueblo y
puedo empezar con:
Sequeiros, El mil usos: Era un personaje muy ligado a la escue‐ la.
Recuerdo cuando lo conocí que nos llevaron por primera vez a
cortarnos el pelo. Nos sentamos por primera vez en la vieja pero
auténtica silla de un peluquero, que blandiendo su navaja sobre la
correa vieja desgastada de baqueta sujeta a una lado de la silla,
platicaba sin parar, entre broma y broma, risa y risa, nos rasuraba
los extremos de nuestras patillas y el cuero cabelludo en su parte
posterior. Previo al corte con una vieja y ruidienta maquinita que
entre tras y tras iba devorando nuestro dócil cabello. Estaba, en un
cuarto con muchos cua‐ dros, después de la cocina. Al salir al patio
de su casa estaba lleno de leña, que había recogido días antes en su
viejo “troque”, la cual comerciaba entre los vecinos al igual que las

64
Pá tan grande que es Naco
gallinas, de las cuales nos tocó ver sacrificadas y totalmente
desnudas, entre otros productos que este viejito ponía a dis‐
posición de la gente del pueblo. Pero, su relación con la escue‐ la,
aparte de que colindaba, eran sus famosas melcochas de piloncillo
que veíamos que estiraba y estiraba sobre un papel encerado hasta
lograr el punto y trenzarlas para darle una me‐ jor presentación a su
rica golosina; también, sus pirulínes color rojo de azúcar que
vaciaba sobre uno pequeños “cucuruchos” recortados de papel
encerado con un picadiente clavado al centro que nos servía para
sostener entre nuestros dedos tan dulce producto. Todos los
compañeritos de primaria, a la hora de recreo, hacíamos largas
colas, que a veces no respetába‐ mos y era un solo
amontonamiento, ante al urgencia de ad‐ quirir tan rico manjar o
por la presión que pendía sobre nues‐ tros oídos de escuchar la
campaña que de nuevo llamaba a clases. Parecía que la vieja
pared colindante con la escuela, con ladrillos colocados alternados
y que permitían huecos pa‐ ra realizar estas compras, se vendría
abajo ante la presión de la turba desesperada; había quién, se
trepaba a la barda o subía tres huecos arriba para tener un lugar de
preferencia.
Si quisiera describir físicamente a Siqueiros diría que era el
papá de Memín Pinguín, de los cuentos. Un hombrecillo ma‐ yor de
edad, de escaso pelo, chimuelo, muy platicador y que se sabía
todos los chismes de nuestra comunidad.
Monchi “La Loca”. Era una mujer de edad avanzada, de quién nunca
supe su nombre propio ni apeados, tez muy blanca casi
transparente, sus mejillas rojas carmesí y ojos muy bién pinta‐ dos,
su boca extremadamente colorada contrastando con su piel blanca
lechosa, no muy cabal en sus sentidos aunque no sabíamos si tenía
demasiados ordenados sus pensamientos o eran motivo de sus
elucubraciones, que no importando si era temporada de frío o
calor siempre andaba por las calles con un abrigo café con cuello
65
Pá tan grande que es Naco
voluminoso de peluche negro de animal de pieles exóticas, sus
tacones altos, mucho garbo al

66
Pá tan grande que es Naco
caminar y cuatro perros con elegantes correas detrás de ella. Era
todo un espectáculo verla caminar por las desoladas calles del
pueblo. Inspiraba sentimientos encontrados de risa y de miedo,
aunque al conocerla y platicar con ella su formalidad y seriedad
eran tenebrosas.
Platicaba muchas cosas del pueblo, en su ir y venir por todas las
calles, chismes pues, en voz baja y pastosa, con léxico ele‐ gante y
muy fluido. Decían quienes la conocían que en su tiempo había
tenido mucho dinero y se había quedado en ese entorno. Su
manera de ser, de vestir y de expresarse denotaba algo del pasado
que de ella escasamente se sabía. ¡Era un mis‐ terio su pasado!
Sabía de todos los movimientos del pueblo y de todos los chismes
que escuchaba o le contaban esquina tras esquina. Si no acertaba
en sus comentarios, si dejaba a mi madre con muchas dudas de lo
que se decía en Naco y los acontecimientos que estarían por venir.
Le decía a mi madre que se cuidará mucho de tal o cual persona y
argumentaba su dicho con una extensa explicación tratando de
justificar y fun‐ damentar en plena labor de convencimiento lo que
ella estaba afirmando.
El Panadero “Chale Garner”: Venía todos los días por las tar‐
des a una hora en que ya lo estábamos esperando impacien‐ tes
para que apareciera en la esquina subiendo la pesada cuesta
con sus deliciosos productos. Después de regresar de la escuela, nos
poníamos a andar en bicicleta, jugar o contar chistes con Lupe
Camacho, hijo del profesor, quién decía que los chistes no le trían
chiste.
El “Chale”, como cariñosamente le decíamos porque nos cau‐ saban
ternura y admiración por su trabajo, era un señor ma‐ yor de
cuerpo atlético y gran altura cual todo prototipo del anglosajón,
pelo blanco, piel rosada y con una dona de tela sobre su cabeza
que le servía para apoyar la mesa de madera con cuatro patas que
siempre cargaba sobre la misma.
67
Pá tan grande que es Naco
Cuando lo veíamos doblar la esquina, le gritábamos, caminaba

68
Pá tan grande que es Naco
unos pocos y apresurados pasos inmediatamente bajaba su mesa
cubierta con una pulcra sabana blanca que despedía agradables
olores a pan dulce recién horneado. Había que em‐ pinarse con los
tobillos un poquito para alcanzar a disfrutar con la vista los
geométricos y rojos “cortadillos” semi‐ cubiertos de coco
espolvoreado, las figuras en forma de red del dulce de las
conchitas de vainilla y chocolate y un sin fin de opciones de
diferente formas y colores de repostería. No hab‐ ía más pérdida de
tiempo y sacábamos nuestros veinte centa‐ vos y ni tardos ni
perezosos devorábamos la masa quemante de sus dulces
panecillos. Se perdía al final de la calle y doblaba hacia la escuela
Primaria. Era el cuento de todas las tardes. Pocos años después
descubrimos por el Panadero de Cananea que vendía sus productos
por la calle Durango que los panade‐ ros de aquellos tiempos
tenían el mismo estilo o sistema de comercializar sus panes dulces.
”Magda” la de Don Telesforo. Era una mujer morena, chapa‐ rrita,
de largas trenzas y con vestido auténticamente a la usan‐ za de los
inditos del sur, muy parlanchina y poco juiciosa, pero al fin una
buena vecina. Muchas veces nos cuidó o estuvo pen‐ dientes
cuando nuestro padres se ausentaban de la casa y no‐ sotros
también muy seguido la visitábamos pues solo estaba el callejón de
los Morales de por medio entre casa y casa.
De sus ocurrencias recuerdo la noche en que platicando y ju‐
gando con todos mis hermanos en presencia de mi madre in‐ ventó
un juego en que agarrados de su mano derecha nos pre‐ guntaba si
queríamos hacer un giro a la izquierda o a la dere‐ cha como si
fuera una apuesta que no íbamos adivinar con sus respectivas
consecuencias de sufrir un tropezón. Sin saber en el último
momento de la acción hacia que lado doña Magda nos iba a girar su
brazo. Yo fuí el primer atrevido que pasé a superar la prueba en el
primer giro, que sin adivinarlo y yendo en sentido contrario me

69
Pá tan grande que es Naco
aferré inmediatamente a sus cortas piernas, antes de sucumbir en
el suelo, ante el engaño recibi‐

70
Pá tan grande que es Naco
do.
Mi hermano mayor, Faustino, era muy serio, no era muy afec‐ to a
los juegos, ni tenía mucha destreza física y generalmente me seguía
en mis andanzas, juegos o aventuras que corría por ser casi de mi
misma edad. ¡El atrabancado era yo!
Cuando vió mi reacción y la prueba superada, pensó que el juego
estaba demasiado fácil y se ofreció a que doña Magda le hiciera la
prueba de equilibrio. Al primer giro salió por los suelos, sin tener de
donde asirse, con sus cuatro extremida‐ des, cerca del árbol de
navidad, con la nariz sangrando. Fue una broma de mal gusto para
mi madre que salió en defensa de su hijo y que casi le cuesta la
amistad a Doña Magda. Esta fue la primera y última vez que
practicamos este juego con esta inolvidable personita. En otras
ocasiones le hacíamos mandados y nos invitaba a comer. Era como
ir a un restauran‐ te sureño, en el que nunca habíamos estado, con
comida es‐ pecializada. A veces era muy rica la comida y muy
original; otras veces era poco digerible por lo enchiloso y
condimenta‐ do del platillo.
Su esposo don Telesforo, ancianito de corte militar y de físico
muy parecido a Magda, siempre vestido de “caqui”, nos conta‐ ba
historias muy trágicas de su niñez, como el día que vio mo‐ rir a un
hermano en los surcos de una parcela, allá en su pue‐ blo
michoacano, atravesado en el estómago por una vara ju‐ gando a
los jinetes montado en la misma punta.
Este personaje siempre estaba impecablemente vestido con el
traje caqui, zapatos muy bién voleados y chamarra verde, con su
pistola al cinto para cumplir como celador de la aduana, a veces en
la línea y otras en la garita de “Los difuntos”.
María de Yépiz: Tenía una refresquería pintada de verde peri‐ co,
en la contra esquina de la comandancia de policía. En la acera sur
poniente de la Calle Madero y Morelos cruzando la calle con Bertha

71
Pá tan grande que es Naco
Romo. Por la banqueta de su establecimiento había unas bancas y
enfrente una inmensa ventana donde

72
Pá tan grande que es Naco
vendía raspados y granos de elotes.
El atractivo eran sus pericos parlanchines que ante las pregun‐ tas
de tan folklórica dama respondían a la par con ella, cual‐ quier
cosa. Parecía un concurso para ver quién hablaba más. Era una
mujerona que impresionaba por su cuerpo, vestimen‐ ta
desalineada, lo fuerte de su voz y lo mal hablado de su léxi‐ co;
parecía que siempre estaba enojada, pero ya tratándola en el fondo
era una amable persona. De aquellas que tienen una defensiva
coraza para impresionar, pero en el fondo son bue‐ nas personas.
En contra parte su esposo, Gustavo Yépiz, era un hombre de
complexión delgada, elegante en su vestir, de voz baja y edu‐ cada,
muy correcto en sus acciones y en su decir; sin embargo su mujer
era el show por las noches en el pueblo.
Mi buen amigo “Pancho López”: Un émulo del personaje del
corrido. Este Pancho López, era chico, no matón, pero muy
enamorado. Ni más ni menos oír la canción y ver a mi tío pan‐ cho
era una asociación involuntaria inmediata. Respetaba mu‐ cho a la
gente que había estudiado y se comportaba a la altu‐ ra. A Pancho
López le gustaba mucho la política, era su tema preferido y siempre
estaba hablando del tema criticando a todos los políticos sin
distinción de partido, también todo lo que sucedía con el gobierno,
en todos los niveles; pero con un patriotismo en el hablar a prueba
de fuego. Primero vivió por la Avenida Madero enfrente de la Nóbel
secundaria en el edifi‐ cio municipal, enseguida del Doctor
Clemente. Después se cambio dos cuadras adelante por la Calle
Madero rumbo al poniente.
Cuentan que estando soltero, en Agua Prieta, se enojó con la
novia y esta emprendió graciosa huída a pie a pasos acelera‐ dos. A
una cuadra de distancia Pancho López sacó su pistola y le disparó
en el momento en que la muchacha tropezaba, en la guarnición
de la banqueta de la esquina, lo que permitió que no fuera
herida por la bala; pero, al verla caer, Pancho
73
Pá tan grande que es Naco
tomó la pistola, nuevamente se la puso en la boca y jaló del gatillo
con tan buena suerte que esta segunda bala se desvió y le salió
justo detrás de la oreja. No fué de gravedad, solo quedó “colti”
al recuperarse. Socorro su esposa era una mujer sufrida, abnegada
que se la llevaba lamentándose de sus en‐ fermedades y suerte al
haberse casado con Pancho López , que quizás era la causa de sus
quebrantos por tanto sobre sal‐ to que la mantenían al hilo de la
navaja; pero, siempre seguía junto a él.
Tenía dos hijas más o menos de mi edad, “la Negra” y “la gue‐
ra”, estaban en la escuela y eran las muchachas más guapas, de
carácter y coquetas de mi generación.
Memo Yates: Su tienda estaba al poniente doblando por la madero
una cuadra antes de llegar a la línea, pasando por la Gasera de los
Romo, cruzando las vías del ferrocarril, rumbo al panteón. Por la
Juárez Oriente, pasando la Lerdo.
Un señor entrado en años, alto, regordete, pelo negro con copete
caído y un amplio bigote. Siempre estaba riéndose, contando
chistes o hablando de los últimos acontecimientos de la región
mientras aten día diligentemente a los clientes que se acercaban
por el azúcar, fríjol, papas y demás artículos de la despensa. Era
muy agradable ir a visitar su abarrote. Se llevaba muy bién con
toda la gente y especialmente con mi padre.
Era el clásico “Changarrero” bromista, muy enterado y con ciertas
dotes políticas lo que los llevó posteriormente a ocupar la
Presidencia Municipal convirtiéndose en Don Guillermo Yates
León.
La última vez que lo ví fue a fines de los 70’s cuando regresaba
de una Convención del PRI en Hermosillo siendo la primera
autoridad del municipio. Nos encontramos, mi padre y yo, en una
nevada de 30 centímetros de alto en la curva bajando del Puerto en
el cerro de la Mariquita en Cananea. Temprano a las
8 de la noche de ese día teníamos intenciones de regresar a
74
Pá tan grande que es Naco
Hermosillo, habiendo pasado las vacaciones en el mineral para
pasar fin de años con nuestra familia. Tomamos el camión de
Transportes Norte de Sonora a las siete de la tarde cuando
empezaba una leve llovizna de agua nieve. Una hora después
estábamos en el puerto y el camión hizo un extraño deslizán‐ dose
al lado derecho deteniéndose en una roca. Más adelante solo el
precipicio o voladero. Con mucha serenidad y cautela el chofer nos
indicó que deberíamos bajar por la parte poste‐ rior del camión.
Tratando de llegar a Hermosillo a como diera lugar ayudamos a
unos conocidos a empujar su automóvil rumbo al sur llegando en
el intento solo hasta el ángulo de la pronunciada curva donde una
veintena de automóviles esta‐ ban en un completo desorden. En
ese punto nos encontramos con “Forito 60” de unos muy
cuadraditos que venía de regreso a Naco. Solo que para ganarnos el
raite(1) había que empujar la unidad unos 500 metros cuesta
arriba. Ante el cansancio y la desesperación de avanzar en nuestro
cometido el ingenio se nos agudizaba y se me ocurrió cortar mazos
de rama seca de la orilla de la carretera. Eran arbustos cenizos con
ramas espi‐ gadas y flores amarillas en la punta. En cada
oportunidad gritábamos nuestra intención de colocar en la parte
delantera de la llanta trasera dichas ramerías para que los
impulsores humanos estuvieran preparados a la reacción acelerada
del automóvil. Fue una serie de sentones de los cincuentones em‐
pedernidos que instintivamente les provocaba externar pala‐ bras
altisonantes a cada movimiento improvisado. Después de este
infortunado incidente regresamos felices a Cananea a las tres de la
mañana a despertar al compadre Sandoval por la Avenida Durango.
El Doctor Clemente.‐ Este galeno acaba de llegar recién egre‐
sado de la escuela de medicina y cual su apellido era un hom

(1).‐ “Raite”.‐ m. Traslado.‐Conducción de una persona que efectúa, generalmente sin cobro, el dirigente de
un vehículo. Del inglés ride paseo en caballo o en coche.‐ VOCABULARIO SONORENSE. ‐
Horacio Sobrazo.
75
Pá tan grande que es Naco

bre tranquilo, apacible, buena gente, de complexión delgada,


moreno, regular estatura y nariz pronunciada. Era todo lo con‐
trario de su vecino Pancho López. Había que tocar un timbre a línea
de calle sobre la puerta para ser atendido en su consulto‐ rio. Fue el
partero que con una ayudante atendió a mi madre en los
alumbramientos(2) de mis hermanos menores, fue quien me atendió
cuando me conmocioné, atendió a mi padre cuan‐ do se quemó,
Cuando tuvo apendicitis y cuando estuvo mal de los riñones y no sé
en cuantas ocasiones más. Se ganó el res‐ peto y admiración de
toda mi familia y el pueblo. Su actitud de servicio lo llevó a ocupar
posteriormente la Presidencia Muni‐
cipal.

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Pá tan grande que es Naco

(2).‐ “Alumbramiento”.‐Dicese del acto de participar en el nacimiento de un ser vivo

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Pá tan grande que es Naco
EL PADRE PORTELA:

El padre Elías Rafael Portela ocupa una página especial en nuestro


corazón, desde nuestros tiempos de infancia. Fué el guía
espiritual de la familia.
Llegó a Naco de párroco cuando tenía yo escasos 7 años. Le debo
toda mi inclinación religiosa, principios y moral que que‐ daron
fuertemente arraigos en mi mente.
La Iglesia estaba en la Calle Juárez y Avenida Independencia,
una acera antes de llegar a la casa de los Campbell‐Ramírez.
Faustino y yo fuimos acólitos de sus misas de los sábados por la
noche y tuvimos que aprendernos el padre nuestro, ave maría y
el credo en latín, escritas sobre tres tarjetas brístol con puño y
letra del mismo padre, que más o menos repito hoy sin ton ni
son, como las tablas de multiplicar, pero que por vergüenza nos se
las daré a conocer en esta ocasión. Durante misa le ayudábamos a
recoger limosnas y ya en la sacristía, con sus pisos de mosaicos
blanco y rojo quemados, colocados cual tablero de ajedrez, y unas
largas cortinas del mismo color, que colgaban del cielo al piso,
contábamos las monedas que habían depositado los fieles, en sus
limosnas. Como premio muchas veces el padre nos invitaba a
cenar con él en la casa cural.
Ya desde entonces eran muy bonitos los nacimientos que to‐
das las navidades detalladamente presentaba sobre una mesa con
todos los personajes bíblicos, el ambiente del pueblo de Belem y
una bóveda celeste hermosamente iluminada por las estrellas.
También, se hicieron famosos en Naco los rosarios vivientes,
donde una vez mi hermano menor Héctor fue niño Dios, acos‐ tado
sobre una paja y cubierto solo por una “zapeta”, pañal pues, un 12
de Diciembre en que hacía mucho frío. Ante los reclamos al padre
por tal atrevimiento, él les contestaba que tanto había sufrido
Jesucristo que los que estaba haciendo con
78
Pá tan grande que es Naco
el recién nacido era insignificante.
Mi hermano mayor y yo éramos muy parecidos y el Padre Por‐ tela
nos puso de apodo “los cuates FAB”, en alusión a un co‐ mercial de
radio que anunciaba dos jabones por uno, con una melodía muy
pegajosa que es escuchaba incesantemente en la única radio local
de los Franco y que estaba en boca de todos. Lo que empezó como
una sugerencia fue cobrando fuerza con el pasar del tiempo y un
buen día el Padre Portela buscó una respuesta definitiva a su
planteamiento de enviarnos a Her‐ mosillo al seminario. El
presbítero no fué muy lejos, pues mi madre le contestó que con lo
diablo que era yo no tenía voca‐ ción, ni nada que hacer en dicha
escuela e internado católico. Quizás mi hermano Faustino pudiera
haber sido un buen mi‐ nistro de dios, un buen sacerdote, tenía
todo para serlo y en eso tenía toda la razón del mundo mi madre.
Por su parte, el Padre Portela nunca más volvió a insistir en este
propósito. Hoy en día, la más reciente ocasión en que tuvimos
oportuni‐ dad de visitar al Padre Portela aquí en Hermosillo en el
Clínica San Francisco, poco antes de su defunción, entre risas y con
mucho gusto recordamos todos estos pequeños detalles de nuestra
infancia en la iglesia del pueblo.

79
Pá tan grande que es Naco
LA ESTACION DE RADIO:

En mi pueblo el único medio de comunicación disponible era la


radio y ligada a ella sucedieron algunas cosas en mi familia. La
Estación de radio era del señor Manuel Franco, que estaba en el
segundo piso de la mueblería, propiedad de la misma persona
por la calle Madero esquina con la calle que daba a la Iglesia. Mi
padre había participado en la instalación de la ante‐ na trasmisora;
algo sabía de comunicaciones también.
Ya en cuarto año de primaria, ante la proximidad del 20 de
noviembre, el Director solicitó alumnos para participar en un
programa radiofónico conmemorativo de la Revolución Mexi‐ cana.
De lo “aventado” que era fuí el primero en apuntarme y
proponerme para declamar un modernista y pacífico poema militar,
de autor desconocido, que decía:

”Los soldados ya no marchan como antes a pelear, Es la era del


progreso,
Es la era de la paz,
En que hoy los hombres son felices en el pueblo y la ciudad,
Yo quisiera ser soldado, A la patria dar honor y
Marchar disciplinado a los toques del tambor,
¡Vivan!, ¡vivan los soldados!, Les diremos con honor.”

Más de una semana “macheteando” desde que me levantaba hasta


dormirme; en la escuela, en la casa, en el carro, todo el día, no
podía fallar. Era mi debut en radio, porque han de sa‐ ber que de
niño yo quería ser, cuando fuera grande, jinete o artista.
Por fin llegó el día esperado, un sábado, no había clases en la
escuela. Había que estar temprano según había tomado nota, antes
de las 10 de la mañana, en la cabina, para presentarse ante los
micrófonos de la radio que se escuchaba en todo el

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Pá tan grande que es Naco
pueblo y la región, ya que tenía importante fuerza en su fre‐
cuencia.
Me levanté temprano, me puse mi mejor ropa, me peinó mi madre
y presuroso tomé la calle principal para llegar a la esta‐ ción que
estaba situada en el segundo piso de la mueblería y cual sería mi
sorpresa que en una cabina media oscura no había nadie, solo el
locutor. Con mucha cordialidad, tratando de consolarnos, de la
manera más atenta me informó que el programa había sido a las 8
de la mañana y las trasmisión ya había concluido.
Tal fue mi decepción y fracaso que hasta puedo declamar
cuantas veces quieran este militar poema.
Pero, no quiero dejar sentido a nadie y creciéndome al castigo
quiero aprovechando la oportunidad les diré que tengo otra poesía
infantil que recuerda mis tiempos de infancia:
“¡Que alegre y fresca la mañanita!
Me agarra un aire por la nariz, Un perro ladra, un niño grita
Y una muchacha gorda y bonita sobre una piedra muele maíz. La
cocinera bate que bate
Con una taza de chocolate
Que ha de pasarle por el gaznate (8)
con la tostada y el requesón.

Por la radio me enteré con profunda tristeza, un mediodía, recién


llegado de la escuela, de la muerte de mi ídolo inolvida‐ ble Pedro
Infante al estrellar el avión que el mismo piloteaba en Mérida,
Yucatán, y del cual solo había quedado la placa de platino en la
cabeza de su operación de otro accidente aéreo parecido.
Por aquellos tiempos las radioemisoras eran un medio impor‐
tante de estar enterado.
Otro momento que viene a mi memoria es el día en que el
campeón nacional de box de nuestros tiempos perdió la coro‐

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Pá tan grande que es Naco
na ante un alemán.
Mi hermano mayor, Faustino, se hizo fanático del box al seguir de
cerca la trayectoria del Ratón Macías. Un buen día por la tarde, a
punto de caer, ya para oscurecer, estaba oyendo acostado en
un sillón de la sala, tapado con una cobija para el frío, en un radio
portátil, la famosa pelea del alemán Halimi contra el ratón Macías.
Fue una batalla sangrienta, round tras round, pero al final la
decisión fue para el alemán y el Ratón Macías había perdido su
campeonato.
Cada vez que pasaba por la sala se iba descomponiendo el
rostro de mi hermano y poco a poco iba desapareciendo su cara en
la parte alta de la cobija, pareciendo que el tamaño de la misma se
encogía.
Finalmente, llegó lo inesperado, y debajo de la cobija yacía mi
hermano cubierto en llanto ante tal derrota. Evidentemente fui yo
quién descubrió tan desagradable acontecimiento y pre‐ suroso
corrí hacía mi madre para informarle de lo que estaba ocurriendo.
No hubo, toda esa noche, palabras de aliento para consolar a mi
hermano mayor.

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Pá tan grande que es Naco
EL INGENIO DE MI PADRE :

¡Este es un capítulo que me llena de orgullo comentarlo!


Mi abuelo paterno Enrique fué Comisario de Magdalena en
1916 o 1918, también fué telegrafista y era gente de sociedad en
aquellos tiempos, pero habían descuidado un poco la edu‐ cación
de sus hijos. Iban creciendo solos como la hierba. A mi padre lo
enviaron un año a estudiar inglés a Nogales, Arizona, con pocos
resultados. Después de trabajar en el Centro Mer‐ cantil de Bencho
Grijalva pariente de él en Magdalena, Sono‐ ra, su hermano mayor
Héctor a finales del 47 ó principios del
48 estaba trabajando de Sub‐administrador en la Aduana de
Naco y lo llamó para que se fuera a trabajar al pueblo ocupan‐ do el
puesto de Jefe de Archivo. La oficina de mi padre estaba en el
segundo piso, al final del edificio que ocupaba esta de‐ pendencia
federal y que controlaba todas las importaciones que por esa
puerta de entrada a nuestro país se realizaban. Labor que
desarrollaba por las mañanas hasta las 2 de la tar‐ de.
Al llegar a Naco por poco tiempo había trabajado en la Junta
de Agua, en el alumbrado público, pero la primera vez que le
fallaron los frenos al bajar de un poste aplicó la renuncia in‐
mediata a este oficio.
En la construcción de la antena de la estación de radio tam‐
bién tuvo su participación y presumía cada vez que tomába‐ mos
camino rumbo a Cananea apuntando a las, para noso‐ tros,
inmensas torres de comunicación.
Toda vez que se asentó en su trabajo, en la aduana por las
mañanas, después de comer, por las tardes era el radiotécnico del
pueblo y a él llegaba todos los aparatos eléctricos, espe‐ cialmente
los radios y tornamesas.
Para complementar su trabajo, primero fue el operador de
máquinas del Cine Internacional y finalmente del Nuevo Cine
83
Pá tan grande que es Naco
ALZA que se había construido, precisamente, en el lugar en

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Pá tan grande que es Naco
donde estuvo anteriormente nuestro primer hogar.
Recuerdo la vez en que muy obediente, como era costumbre al
acostarnos, fui a darle el “beso de las buenas noches” y él, con una
barba entrecana, un tanto crecida, estaba reparando un radio que
estaba encendido de tal manera que haciendo contacto con la
electricidad generaba corriente la cual motivo que al momento de
extender mi labios para ponerlos en su mejilla recibiera una
pequeña descarga eléctrica ante la risa pícara de mi padre y el
festejo de mi madre. Después una nal‐ gadita y a la cama.
Mi padre, como dije anteriormente, por la noches era “el ca‐ caro”
del cine ALZA. Teníamos entradas gratis, pero sujetos a que la
boletera nos autorizara a entrar dependiendo de la cla‐ sificación de
la película. Siempre y cuando no fueran películas para adulto.
No nos perdimos ninguna película de Pedro Infante, Fernando
Casanova y Gastón Santos, entre los más recordados, de ahí
nuestro espíritu de revolucionario, de vaquero, de auténtico
mexicano. Todas estas películas dieron creatividad a nuestros
juegos de niños.
Al entrar al cine nos íbamos a la cabina de proyección donde
estaba trabajando mi padre y en la ventanilla que estaba des‐
ocupada, de una de las máquinas, eran dos, asomábamos
nuestra cabecita infantil, Faustino y yo, peleándonos por el lugar
para disfrutar de la función de cine.
De repente veíamos en la inmensa pantalla una mancha negra
que iba siendo devorada desde el centro por una mancha
amarilla que después se convertía en blanca y detenía la pro‐
yección de la película ante los desaforados gritos e imprope‐ rios de
los asistentes a la función.
Mi padre más rápido que volando detenía la máquina, avanza‐
ba la película los suficiente para brincar el pedazo malo, enro‐ llaba
casi suelta la nueva punta de la media película y encend‐ ía la
maquina de nuevo ante la algarabía de los presentes que
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Pá tan grande que es Naco
celebraban las rapidez con que se le daba solución a la emer‐
gencia.
La cinta de celuloide que contenía la película, eran tres estu‐ ches
cilíndricos inmensos de lámina que llegaban por Trans‐ portes Norte
de Sonora del camión que venía de Cananea a Agua Prieta y se
regresaban el siguiente día en el mismo me‐ dio.
Antes de devolver las películas había que regresar la cinta al inicio
carrete en una mesa larga con dos mangos en los extre‐ mos y un
eje para que girara.
Las cintas cinematográficas había que regresarlas en buen es‐ tado
y para pegarlas había que localizar la parte mala, recortar algunos
cuadros con sumo cuidado, en ambos extremos, y pegar con un
buen pegamento transparente sin salirse de la rayita que servía de
margen entre cuadro y cuadro.
Cuando íbamos con mi padre a la cabina del cine para ayudar‐ le a
estos menesteres el incentivo eran los carbones en forma de lápiz
cubiertos con una capa delgada de cobre que por haberse
consumido no alcanzaban a chocar uno con otro y producir la
chispa que iluminaba intensamente una bóveda cerrada con una
pequeña puerta que solo podía abrirse cuan‐ do las máquinas
estaban apagadas para cambiar de carbón. Esta bóveda tiene un
salida cuadrada al frente del tamaño de la película de 36
milímetros. Pasa la película por unos carretes dentados frente a la
salida frontal y después con un gran lente se proyecta sobre la gran
pantalla del frente del escenario. También, nos daba de regalo los
cuadros que sobraban del recorte de las películas que con mucha
curiosidad mirábamos frente al sol, algunos en blanco y negro y
otros de colores.
Total que siempre andábamos con carbones para dibujar y viendo
cortos de películas.
Actualmente, cuando veo la película “cinema Paraíso”, me
acuerdo de este pasaje de mi niñez.
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Pá tan grande que es Naco
PRINCIPIANTE DE VENDEDOR:

En mi casa había un gallinero al fondo del terreno; en medio,


árboles frutales y bajo su sombra surcos sembrados de hortali‐ zas
y al frente estaban los cuartos que habitábamos. Mi madre
era muy trabajadora y tenía espíritu de comercian‐ te, siempre
andaba buscando que hacer o que vender; modes‐ tamente, son
talentos que heredé de mi madre desde peque‐ ño.
De mis ocho hermanos era el primero que me apuntaba para
realizar cualquier actividad y después entendió mi madre que no le
quedaba otra opción, de tal manera que algunas veces, muy
temprano por la mañana, recogía los huevos de la granja con
mucho cuidado para que no se me quebraran y los deposi‐ taba en
un balde galvanizado y empezaba mi recorrido por todo el pueblo,
calles abajo, para vender este producto de gallina.
Decía, renglones anteriores, que mi madre nos enseño a ser
muy trabajadores, de tal manera que compraba sus sobrecitos de
semillas de verduras del lado americano. Llegando a la ca‐ sa,
inmediatamente, ponía la pala más grande que nosotros en
nuestras manos para que volteáramos la tierra e hiciéra‐ mos
surcos derechitos. Terminada esta labor, nos traía los so‐ brecitos y
nos indicaba que usáramos solo tres semillas por cada hoyito, que
estaban distante uno del otro casi medio me‐ tro. Los hoyitos los
hacíamos con una pequeña y derechita vara.
Todos los días había que levantarse temprano, extender la
manguera y surco por surco regar desde las semillas hasta ver poco
a poco como se habría la tierra, salía el broto, hasta que se
convertían en pequeños arbustos con sus flores y después los frutos
ya maduros; por su parte, en el maíz veíamos como su espigado
tronco iba creciendo hasta tener entre sus ramas el elote.

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Pá tan grande que es Naco
Listos para la cosecha, a media mañana, recogíamos tomates,
elotes, ejotes, calabacitas, pepinos y demás hortalizas que
habíamos sembrado tres meses atrás. Nuevamente el balde no se
hacía esperar y recorríamos las calles del pueblo ofre‐ ciendo tan
naturales y frescas verduras.
Por la tarde mi madre, que siempre estaba ideando que hacer, en
unas amplias zafatas de bordes delgados preparaba harina con
mucho carbonato y las ponía a secar en el sol, previamen‐ te
cuadriculada la masa, para darle un tamaño regular a los “duros”,
chicharrones de almidón. En aceite hirviendo freía los “duros” y los
esponjaba, los depositaba en número de seis en bolsitas, estas las
ponía en una caja abierta de arriba y con un cáñamo de ixtle la
amarraba en la parte superior para que el cordón pasara por mi
cuello y dejara libres mis brazos para manejar el producto y el pago
del mismo. Había que agregarle. Íbamos al cine Internacional, de los
Liera, a esperar la entrada y salida de la primera función para
ofrecerles a los espectado‐ res nuestra golosina aderezadas con
chile colorado de una botella que llevamos ex profeso, perforada en
la tapa con un picahielo, para poder esparcir sobre los duros la
salsa. Algunas veces nos desviábamos, en contra esquina del cine,
al billar, enseguida de la gasolinera, donde algunos billaristas
empeza‐ ban a hacer tiros de calentamiento. Me asomaba por la
venta‐ na, curiosamente, para ver las carambolas y escuchar el
ruido del golpe de una bola con otra, mientras los jugadores se des‐
plazaban suavemente de un lado de la mesa al otro, buscando el
mejor ángulo de disparo.
Fue tanta la fama que adquirí de vendedor que dos o tres veci‐ nas
le solicitaban autorización a mi madre para que ofreciera sus
productos.
Así, con mi caja a la cintura y la soga al cuello vendía afuera

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Pá tan grande que es Naco
del billar, en el cine, en el estadio de beis‐bol, en las calles del
pueblo y en cualquier lugar. Es importante señalar que no era por
necesidad mi afición a las ventas, sino por inquietud per‐

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Pá tan grande que es Naco
sonal de estar haciendo algo. Y por otra parte lo inquieta de mi
madre de estar ideando alguna forma de ganarse unos cen‐ tavitos
más, quizás sin necesidad, pues mi padre tenía hasta tres trabajos.
Pienso que más bién era para ocupar el ocio de todos los días.

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Pá tan grande que es Naco
LOS FANTASMAS Y EL SAUZ:

Asociando la sierra de San José con Pancho Villa y sus miste‐ riosos
y desconocidos tesoros, el sitio de Naco con la muerte de muchos
soldados revolucionarios, daban mucho para con‐ tar historias
verbales de terror y de aparecidos en las tertulias. Todas las noches
de reuniones con vecinos eran comentarios de tal o cual situación
sobrenatural que describía con lujo de detalles lo acontecido,
ante el asombro de los escuchas. Yo no creo en esas cosas, ni
nunca he creído, pero a mi corta edad mi imaginación empezaba a
dar vueltas por las noches y semidormido en la recámara más
grande, que tenía un amplio ventanal, de 3 por 3 metros, hacía el
callejón de los Morales, las noches de luna llena, las ramas del Zaus
llorón, pegado por fuera a la pared, meciéndose de un lugar a otro
al empuje del viento, se proyectaban sobre los cristales y
semejaban un enorme gorila, dinosaurio, dragón o mounstro de los
cuentos de fantasías, que de un momento a otro podría romper la
ven‐ tana y devorarnos.
Esto era imaginación pura, pero una mala noche, los cuentos
de fantasmas se volvieron realidad cuando mi padre grito es‐
pantado que veía sobre el vidrio de la cocina a una mujer, ves‐ tida
impecablemente de blanco, con un niño que se asomaban al interior
de la casa desde el patio trasero.
Fueron varias noches que despertamos agitados ante el grito
estentóreo de mi padre, señalando con su dedo índice sobre la
ventana de la cocina, que ahí estaba, otra vez, la mujer con su niño;
Acto seguido, mi padre, presuroso, salía persiguiendo a los
fantasmas, gritándoles que se fueran, desde el interior e la casa, y
contaba como veía que se desaparecían en la barda contigua al
fondo del terreno, donde estaba el gallinero. Cor‐ tas se nos hacían
las cobijas para taparnos y no presenciar tal evento, mientras
esperábamos que nuestro padre nos prote‐ giera.
91
Pá tan grande que es Naco
Esto no sucedió una vez sino varias, lo cual confirmaba que los
fantasmas si existían.
Es la única ocasión, en mi vida, que he estado tan cerca de estos
eventos sobrenaturales. Más adelante, por las noches, temprano,
íbamos a asomarnos, trepándonos en la barda, pa‐ ra ver si
podíamos ver tan fugaces figuras, sin resultado algu‐ no.

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Pá tan grande que es Naco
EL INCENDIO DE LA ADUANA:
La aduana de Naco es un edificio de dos pisos con amplios
ventanales en la parte sur del segundo piso, mismos que se
quebraron con el impacto de la explosión.
El día que se incendió la aduana, era frío, estaba nublado, eran
como las ocho de la mañana.
Afortunadamente para los demás empleados y desgracia de mi
padre, otra de las grandes virtudes de mi progenitor, era que
siempre le gustaba estar temprano en el trabajo y esto provocó que
en esta ocasión casi le costara la vida.
Una mañana cruda de invierno, con el cielo nublado, nos saca‐ ron
de la escuela para que nos fuéramos a la casa sin saber el motivo
de lo que estaba pasando.
Poco tiempo después de que estábamos reunidos mi madre, todos
los hermanos y yo, llegó sobre un amplio guardafango delantero de
un automóvil mi padre, si no fuera trágico diría que como una reina
en tiempo de desfile. Iba completamente tieso, sin ningún gesto en
su cara, las manos y demás piel des‐ cubierta y ceniza, solo lo
protegía una vieja chamarra de cuero café tipo de piloto de la
Segunda Guerra Mundial. Posteriormente tuvo que ser
hospitalizado en Cananea, des‐ pués de aplicársele
provisionalmente una crema amarilla y espesa para mitigar su
dolor.
Al mes de que se recuperó de sus quemaduras, nos comentó
que habiendo sido el primero en llegar temprano y estando en su
escritorio al fondo del segundo piso, seguidamente hizo su arribo el
conserje el cual le comentó de prender la calefacción. El piloto del
gas estaba a la entrada del este segundo piso y se conducía a través
de tuberías a otros calefactores de ambiente hasta el final del
archivo donde trabajaba mi padre.
Un día antes se había hecho un decomiso de más de cien latas

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Pá tan grande que es Naco
de naftalina que no se llevaron al almacén porque fue una
operación por la tarde cuando ya estaba cerrada la bodega, de tal
manera que se le hizo fácil colocarlas provisionalmente en

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Pá tan grande que es Naco
este lugar.
Recuerda mi padre que desde la entrada al segundo piso el conserje
le comentó que iba a prender el calentón porque es‐ taba haciendo
mucho frío.
Claramente mi padre vió una flama azul que avanzaba rápida‐
mente, por afuera del tubo, hasta llegar al archivo donde esta‐
ba.
Mi padre se paró en la puerta y seguidamente escuchó la ex‐
plosión que lo lanzó cual pípila con la puerta de madera en la
espalda por todo el interior del segundo piso.
Todos los cristales del segundo piso se rompieron, el fuego no se
propago y la peor parte le tocó a mi padre.

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Pá tan grande que es Naco
LA ESTUFA DE MI MADRE:

Si en mi casa fuimos ocho hermanos, debemos imaginarnos la


importancia de la estufa. Eran los tiempos en que se empeza‐ ba a
usar el gas en el pueblo, había un expendio de cilindros de los
Romo Mitre.
La cocina era el último cuarto, pequeño, de la casa hacía el
interior del predio. Siempre sobre la estufa de leña había una
cafetera. Hasta la fecha no he dejado de beber café y recuerdo las
mañanas apresuradas cuando sobre la mesa de la cocina había
varias tasas de café esperándonos antes de ir a la escue‐ la. Después
de bañarnos, vestirnos y peinarnos relamidos con la Wildrot,
brillantina o gel de moda de aquellos tiempos, y a veces con una
poquita de saliva, como toque final, pasábamos a desayunarnos. Las
humeantes tasas de café con leche y nata estaban esperando que
mi madre rompiera un huevo calenti‐ to, de nuestro propio
gallinero, para batirlo en cada una de ellas y darnos de
emergencia un “ponche” de café con leche. Por las noches las
reuniones eran en la misma cocina, mien‐ tras mi madre
preparaba unos ricos frijoles con queso con unas papas fritas
riquísimas, acompañadas, por supuesto, de una tasa de café.
Muy seguido mi madre compraba dos kilos de harina para
hacer tortillas sobre el comal y más tardaba en terminar de tostar la
última tortillas cuando ya se habían acabado las que recién hechas
había puesto sobre la mesa. Éramos muchas bocas que alimentar.
La cocina también tenía sus aventuras. Como una tarde en que
estando mi madre tostando café, con un kilo de grano verde y otro
de azúcar, revolviendo y revolviendo, por un costado del sartén
brinco la llama al azúcar, e inmediatamente la flama alcanzó el
plafón; Acto involuntario, pero de sobre vivencia, mi madre, bajo
el sartén al piso, que seguía encendido. Tomó la arrobita de 10
kilos de harinado las deliciosas tortillas y los
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Pá tan grande que es Naco
vertió sobre el sartén incendiado; a los pocos segundos, la harina
fue perdiendo su blanco color para irse dorando y ad‐ quiriendo un
tono café en presagio de la prolongación de la flama. Corrió mi
madre al patio y tomo la tina galvanizada re‐ donda, la misma de
los pollitos, entró a la cocina y la volteó sobre el sartén que había
recuperado su fuego tratando de sofocarlo. Con una de las asas de
la tina y el palo de la escoba invertido arrastró la tina hasta sacarla
de la cocina al patio y asunto arreglado. El asunto había pasado y
no tuvo mayores consecuencias, por la noche ya estábamos
cenando como de costumbre con tortillas calentitas unos ricos
frijoles recién machucados, con mucho queso y unas papas fritas a
un lado bañadas con salsa roja del “Búfalo” o “Devil Red”

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Pá tan grande que es Naco
LA VIDA NOCTURNA:
Evidentemente a mi edad no andaba por esos lugares, estaba
prohibido, pero recuerdo el famoso “Monterrey” cerca de la línea
que era un centro de baile más o menos decente donde venía
gente de toda la región los fines de semana a disfrutar de música
de orquestas más populares de aquellos tiempos. Mucha gente que
visitó a Naco recuerda este centro de baile como un icono de la
diversión nocturna de nuestro pueblo. Ya de adultos menores en
alguna ocasión posterior que visitamos nuestro querido pueblo nos
tocó ir a bailar al Monterrey y confirmamos que había una
ambiente de diversión agradable sin ningún incidente lamentable
que comentar.
De la zona de tolerancia, donde estaba todo el ajetreo de la
vida nocturna del pueblo, recuerdo que estaba retirada al sur
poniente, después de pasar algunos terrenos baldíos y empe‐ zaba
donde estaba una jaula de changuitos en despoblado. Hasta ahí era
el límite donde se nos permitía llegar como ni‐ ños bién portados.
Por las noches al llegar de Cananea lo pri‐ mero que veíamos eran
las luces multicolores de la única calle de estos centros nocturnos,
aunque alejados cuatro cuadras al poniente del pueblo. Nunca
supimos de escándalos que invo‐ lucraran al pueblo con la zona de
tolerancia, ocasionalmente se sabía de alguna mujer que
andaba en malos pasos. Es secreto a voces, que esta fuente de
ingresos cobró su auge durante la segunda guerra mundial
cuando los soldados de Fort Huachuca venían los fines de semana
a liberarse de ten‐ siones y a deshogar sus instintos de placer sin
límites con las mujeres de mala nota de Naco. Como el chiste del
“gringo” que presumía en cada esquina del brazo de Rosita, su
novia, y al oído le decían sus interlocutores cada vez que la
presentaba que había tenido que ver con todos los hombres del
pueblo. Después de dos o tres comentarios adversos de su

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Pá tan grande que es Naco
relación con gran enfado y coraje el norteamericano pronunció la
fa‐ mosa frase: ¡Pa´Tan Grande que es Naco!

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Pá tan grande que es Naco
LA FLOTILLA DE CARROS:

Ya que estamos con el asunto de la pintada, esto me lleva a


contar las noches de pintura automotriz.
El profesor Camacho, mi tío Emeterio y mi padre tenían auto‐
móviles muy parecidos y casi del mismo modelo. Siempre to‐ caban
en sus reuniones el tema automotriz, las marca y mode‐ lo de
vehículos de moda y sus preferencias en la próxima ad‐ quisición
tratando de influir uno en el otro. Eran los tiempos cuando se
emitían los decretos de importación temporal de vehículos,
trámites que mi padre conocía al detalle por su tra‐ bajo en la
aduana. ¡Vayan juntando dinero porque tal fecha llegará el oficio
para l autorización! le informaba mi padre a sus amigos.
Un buen día tuvieron la ocurrencia de adquirir pintura por cu‐
betas, una azul cielo y otra rosa mexicano, en tonos muy tier‐ nos,
¿quizás estaban en oferta en el supermercado Naco Mer‐ cantil o
quizás en el Rancho Market? Decidieron el día que iban a iniciar
sus labores, el turno que tocaría cada carro y ma‐ nos a la obra.
Dada la voz de arranque, esto motivo a que du‐ rante una semana
estuvieran quitando vistas cromadas y acce‐ sorios exteriores,
empapelando vidrios, asientos, tablero y cubiertas de tela del
interior de las puertas, para compresor de aire en mano empezar
a pintar los guardafangos de un co‐ lor y todo lo demás del carro de
color previamente elegido. Hasta nuestro carro de lanzadera no
escapó a tan afortunada oferta quedando pintado de un original
rosa mexicano. Lo cu‐ rioso es que en el pueblo no había muchos
carros, “Pa´ Tan Grande que es Naco”, y los que existían
conservaban sus colo‐ res sobrios y formales de fábrica como negro,
blanco, gris, ver‐ de. Lo anterior provocaba que cuando los
automóviles recién pintados en el patio de mi casa salían a las
solitarias y polvo‐ rientas calles de mi pueblo eran fácilmente

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Pá tan grande que es Naco
identificables des‐ de la entrada del pueblo hasta la línea
divisoria. Solo a este

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Pá tan grande que es Naco
trío de tranquilos, pero ocurrentes, personajes se les permitía esta
osadía. A veces parecía manifestación o desfile de alguna marca
cuando lograban coincidir en un punto de la calle prin‐ cipal ó eran
objeto de referencia. ¡No se podían esconder de nadie! Allá ví a Don
Raúl, allá estaba Emeterio y Camacho iba a tal parte, nos se podían
esconder de los demás habitantes del pueblo.

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Pá tan grande que es Naco
DE LOS VIAJES A CANANEA:

De la familia y hermanos de mi padre a excepción de mi tío Héctor,


unos estaban en Magdalena, otros en Benjamín Hill y los más
alejados en Palomas, Chihuahua; pero los hermanos de mi madre
la mayoría estaban en Cananea, lo que motivaba que casi todos los
fines de semana tomáramos camino rumbo a esta bella ciudad
minera.
Desde la salida, como en los cuentos, tenían que checar (1) mis
padres que todos sus hijos estuviéramos arriba del carro debi‐
damente acomodados unos en el asiento de enfrente y otros en el
asiento de atrás. ¿Cómo acomodar diez pasajeros en un solo
automóvil? En toda ocasión, revisar que las puertas estu‐ vieran
debidamente cerradas a excepción del día en que en‐ frente de
casa al dar la vuelta en “U” para tomar la calle prin‐ cipal la puerta
del copiloto, o sea de mi madre. Se abrió y, co‐ mo en las
caricaturas, iba mi hermano mayor colgado de la puerta en pleno
giro, lo que motivo que cundiera el pánico y se detuviera
inmediatamente la marcha del vehículo.
El camino polvoriento y pedregoso a Cananea estaba lleno de
llanos y vaditos y sus campos cubiertos de espigas doradas que
suavemente se mecían con el viento y para romper la mo‐ notonía
del tapete dorado que formaban sus campos aislada‐ mente
algunos bellotales. Había lugares donde se veían unas cadenas de
álamos, pero eran lugares muy especiales. Había dos lugares
importantes: La ladera sumamente inclinada del arroyo antes del
entronque con la carretera de Agua Prieta y el arroyo de los
Alamos después de pasar un solitario cerro pronunciado.
Ya fuera del pueblo, un mediodía en fin de semana, cuando el
automóvil había adquirido velocidad pasando de Mina de Oro,
donde vivieron una señoras amigas de mi madre y donde

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Pá tan grande que es Naco
(1).‐“Checar ”: Verbo. Tr. Revisar, confrontar cotejar.‐ Vocabulario Sonorense.‐ Autor:
Horacio Sobrazo

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Pá tan grande que es Naco
conocimos por primera vez como se hacía el queso, ante de llegar a
la pendiente pronunciada para conectarnos con el en‐ tronque de
Agua Prieta frente al Rancho los Difuntos brinca‐ mos de un lado a
otro en el asiento de atrás, como cinco her‐ manos, meticulosa y
previamente acomodados, e inmediata‐ mente por la ventana
trasera que daba hacía el interior de la carretera vimos pasar, más
rápido que el auto de mi padre, una llanta rodando y que
fácilmente nos estaba rebasando, pero que identificamos
inmediatamente como parte de nues‐ tro automóvil.
Una gracia más de mi padre: era buen mecánico. Revisó la llanta y
se dio cuenta que las tuercas de las llantas habían que‐ dado flojas y
habían motivado el accidente. Con los birlos y las roscas que
quedaban ni tardo ni perezoso sacó el “yack” (1) ó gato hidráulico,
monto nuevamente la llanta, ajustó las pocas tuercas que
quedaban y continuamos nuestro viaje rumbo al sur.
Llegábamos a la garita de Zaragoza y mi padre saludaba con
mucha alegría y camadería a todos los celadores que eran co‐
nocidos de él, como si nada hubiera pasado.
Uno de los puntos más importantes en nuestros acostumbra‐ dos
viajes era cuando llegábamos a los Álamos. Lugar, que precedido
por una solitaria, empinada y alta loma que tenía la opción de
rodearla por la parte baja rumbo al poniente; pero, sin embargo
siempre en busca de la aventura era todo un es‐ pectáculo subirla
para después bajarla hasta llegar al arroyo más grande de este
trayecto y a cuya orilla se encontraban una inmensa hilera de
árboles de este nombre. Cuando llegá‐ bamos a este punto ya era
visible la chimenea de fundición de
la llamada “4C”, siglas de la minera Cananea Cooper Company

1).‐“Yack” (Jack): Herramienta mecánica . “Gato”, mecanismo auxiliar para elevar suspensiones de autos.
Diccionario Enciclopédico de Términos Técnicos.‐Collazo.‐Mc‐Graw
Hill.

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Pá tan grande que es Naco
Co., Las crecidas de este arroyo eran impresionantes, había
ocasiones en que los automóviles tenían que espera horas para
que bajara el nivel de sus aguas y solo con la ayuda de un tractor se
lograba cruzar.
De regreso a Naco el domingo por la noche era muy peligroso
después de pasar el arroyo y ascender la loma de los Álamos, la
bajada ponía, muchas veces en aprieto al más experimenta‐ do
chofer. Como la ocasión en que mi padre, con el Profesor Camacho
de copiloto, descendían en su automóvil este cerro y en la parte
baja se encontraba un pick‐up blanco de modelo atrasado
atravesado sobre el camino. Estirando sus largas piernas en su
asiento delantero, casi formando una línea re‐ cta, con el carro de
bajada sobre la empinada pendiente y nada más se escuchaba
nerviosamente, pero fuertemente, exclamar: ¡Frénale Raúl!,
¡Frénale Raúl!, ¡Frénale Raúl!, cada vez con más insistencia. Una ágil
maniobra de mi padre y no pasó a mayores el incidente. Ya después
relajados y de buen humor comentaban que Camacho venía
agarrado con las uñas de los pies.
Cuando recorro mentalmente estos detalles del camino a Ca‐
nanea asocio las aventuras de la Sierra de San José, la cual conocí
en una sola ocasión hasta sus entrañas un domingo que le
hablaron a mi padre sus sobrinos para informarle que su hermano
Héctor, un viejo aficionado a la cacería, se había quedado en lo alto
de la Sierra con su camioneta Jeep des‐ compuesta. Mi padre salió
con nosotros desde ese día a me‐ diodía por un camino paralelo al
arroyo de los Morales al po‐ niente del pueblo viajando de norte a
sur; mismo camino que esta vez anduvimos. Había caído la tarde y
sobre una alta ex‐ planada en las entrañas de la Sierra San José
estaba mi tío ba‐ tallando solo pero tranquilo hasta que llegamos a
ayudarle y con los conocimientos empíricos de mecánica que tenía
mi padre hicieron prender el motor de la cuatro por cuatro. Ya
entrada la noche, con luna llena que nos indicaba claramente
106
Pá tan grande que es Naco
el camino sobre una larga ladera que conducía de la sierra al pueblo
regresamos todos contentos al pueblo, no si antes había oído
aullar a los lobos en una noche de luna llena, pero si me quedé
impresionado por esta aventura en mi corta vida. En otra ocasión,
un día lluvioso, por la tarde, íbamos a Cana‐ nea y a nuestro paso
nos encontramos un pick‐up, verde oscu‐ ro, más ó menos
“forito”36, cargado de sandías. Se detuvo mi padre a platicar con
ellos y le regalaron unas pocas de estas frutas y de despedida, al
ver mi padre que el camioncito no tenía cristales en las puertas
laterales, muy amablemente les preguntó que si no tenían frío, a
los que ellos respondieron que nada más subían el vidrio y
simultáneamente, en el inter‐ ior, se empinaron en la boca un galón
de licor para enseñárse‐ lo a mi padre y se diera cuenta que clase
de vidrio. Episodio que concluyó con sonoras carcajadas.
También fue un momento inolvidable el día que toda la familia
salimos de paseo al represo más cercano que estaba pasando la
garita de San José y donde mi padre invitó a don Telesforo, un viejo
celador, de pequeña estatura, regordito, venido de Michoacán, de
carácter muy estricto y con acento sureño en su hablar. Abordo
nuestro carro, por la tarde, y ya estando en lo alto del cordón de
tierra que contiene las aguas del represo, después de haber jugado
desde la orilla con piedras arrojadas a las mismas aguas, volviendo
la mirada atrás donde estaba nuestro automóvil, pude ver un bulto
muy grande en medio de un esquelético mezquite. Corrí la voz
entre Don Telesforo, mi padre, mi madre y mis hermanos y
corrimos a ver de qué se trataba. El celador y mi padre se dieron
cuenta de que era una venada, pero cuya cacería estaba vedada,
pero con la ven‐ taja de que los celadores fungían como inspectores
forestales. De cualquier manera esperaron a que cayera la tarde
para trasladar el ejemplar en amplia cajuela del “chevroletito”.
Don Telesforo, su mujer Magda y su hija Esperanza eran veci‐
nos nuestros y solo nos separaba el callejón de los Morales.
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Pá tan grande que es Naco
Con ellos convivimos a diario y fueron parte de nuestros días de
infancia.
Llegamos a Naco y fué una fiesta ver como destazaban la ve‐ nada y
fue tanta la carne que se obtuvo que quedaron llenos los
refrigeradores y muchos días comimos carne en sus dife‐ rentes
recetas hasta los consabidos tamales.
Lo curioso de este incidente, fue que mi padre, al siguiente día
del hallazgo, muy temprano en la Aduana comentó de lo suce‐ dido
con sus compañeros. Solo faltaba platicarle a su hermano Héctor,
aficionado a la cacería, y cual sería su sorpresa que mi tío le
reclamo, primero, airadamente por el venado que se había traído
mi padre y que horas antes había cazado él, pero finalmente
terminó entre risas y carcajadas cediendo mi tío la presa a su
hermanos que ya había dispuesto de ella junto con Don Telesforo
un día antes. Y nuevamente se repitió el refrán:
¡Pa´ tan grande que es Naco!

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Pá tan grande que es Naco
LOS PARIENTES Y AMIGOS EN CANANEA :

En alguna parte comenté que por parte de mi madre toda la


parentela estaba en Cananea y esto motivaba a realizar viajes
frecuentes los fines de semana al mineral. En capítulo por se‐
parado cuento de las aventuras del camino que nos tocó vivir, pero
quiero recordar a Cananea como lo viví en mis años de infancia.
Los Castro Aldaco vivían en Mesa Sur subiendo la cuesta a la
izquierda hasta la tienda de los Holguín doblando a la derecha. Ahí
vivió mi abuela Salomé un tiempo con mi tío Faustino, su esposa,
Sandra, Griselda, Faustinito e Irene y en alguna oca‐ sión por
enfermedad de la madre de mi madre vivimos noso‐ tros también
en esa casa yendo por el callejón un tiempo a la Escuela Melchor
Ocampo. En ese tiempo por la noche el ulular de la sirena de la
Minera de Cananea para anunciar cambio de turno muy de
madrugada era impresionante comparado con las señales que
hacían las bocinas de alarma de la segunda guerra mundial cunado
se aproximaba un ataque aéreo ene‐ migo. También había un reloj
que con su incesante e incansa‐ ble tic‐tac no nos dejaba dormir.
También recuerdo de esta casa el oxidado cerco de madera de
color grisáceo cubierto por enredaderas verdes y trompillos color
morado.
Mi tío Emeterio Rico Duarte se casó con una compañera de
trabajo de la Compañía Minera, Carmela Díaz, de la dinastía de los
famosos Díaz como “Cuco” y “Chucurruy”. Este último era único
para relatarnos largos y fantasiosos cuentos de aventu‐ ras del mar
y de cacería. Nos mantenía atentos y embelesados sentados en la
mesa del comedor de la casa que se encontra‐ ba por la Calle
Chiapas Final, en la cuadro de “Los Díaz” rumbo al estadio de
béisbol y campo de Golf. Viniendo del centro rumbo al escuela
secundaria Mártires de Cananea 1906 dando vuelta por la Juárez

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Pá tan grande que es Naco
rumbo al oriente en la casa de Aurelio y Francisco Chico Rodríguez
frente a la Gasolinera de los Meli‐

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Pá tan grande que es Naco
coff, tres cuadras adelante se encontraba la Colonia de los
Díaz.
Mi tía Ernestina esposa de Mario Bustillos y sus hijos Ernesto, La
Nena y Fernando vivieron a la vuelta de la Calle Obregón una o
dos cuadra antes de llegar a la Unidad Deportiva frente al Clínica de
los Mineros. En la Esquina por la misma calle vivía Damián Bustillos
un personaje ilustre de esta ciudad por su cine, compositor,
maestro de música y radioaficionado. Era impresionante entrar al
cuarto que tenía dedicado exclusiva‐ mente para sus equipos de
radio‐transmisión. Hacía contacto con radio‐aficionados de todas
partes del mundo y lo veíamos con sus abultados audífonos en
serias y cerradas conversacio‐ nes. Era una afición que ha mi
padre le gustaba pero nunca hizo el intento de tener un equipo
como este. En estos tiem‐ pos íbamos muy seguido a Cananea por
la enfermedad de mi abuela Salomé Duarte y llegábamos con mi tía
Ernestina. Un poco más abajo vivía mí tía Maria Araujo con Roberto
y Delia sus hijos.
Después estos últimos familiares mencionados se cambiaron por la
Durango yendo por la iglesia de Nuestra Señora de Gua‐ dalupe
rumbo al sur pasando por arriba del puente de la Juá‐ rez llegando
hasta “La Azteca” y dando vuelta a la izquierda antes de la bajada
para llegar a la casa de los “Canela”. Ahí vivían los Denojean, los
Acosta, los Ortiz, los Sandoval que habíamos conocido en Mesa Sur
y que eran compadres de mi papá los Escalante Camou viejos
amigos de la familia de mi madre y los Bustillos Rico. Hago
referencia a este domicilio porque era el punto reunión en las
navidades cuando venía‐ mos de Naco para iniciar un peregrinar
con caravana de auto‐ móviles en la media noche hasta la
madrugada celebrando la noche buena. Inolvidable el animo y
entusiasmo de mi tío Faustino cuando interpretaba la canción de
moda de Javier Solís: “Gema”. A donde quiera que fuera la cantaba

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Pá tan grande que es Naco
con muy buena entonación y mejor sentimiento, casi al punto de
las

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Pá tan grande que es Naco
lágrimas; pero recobraba el ánimo y la risa al instante.

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Pá tan grande que es Naco
lágrimas; pero recobraba el ánimo y la risa al instante.
LOS VIAJES AL OTRO LADO:

A Bisbee, Arizona, viajábamos constantemente, casi todos los fines


de semana. Las viejas tiendas del JC‐Penny con sus altas paredes de
ladrillo rojo, sus pisos de madera y, porque no, sus paletas de nieve
de vainilla cubiertas de helado de naranja que eran el premio a
nuestra obediencia y buen comporta‐ miento. Recuerdo, también, a
la vuelta rumbo a Tombstone, la tierra de Wyatt Earp y sus
hermanos en el famoso duelo del OK Corral, antes del túnel entre
montañas, el impresionante tajo abierto de la mina en plena
producción con sus gigantes‐ cos camiones, tractores y maquinaria
que desde el punto de observación sobre la carretera semejaban
pequeños insectos saliendo de un hormiguero dando giros
interminables en espi‐ ral desde el fondo del hoyo hasta lograr el
nivel de la superfi‐ cie del pueblo. Enfrente de la Mina estaba
asentado el viejo Bisbee con construcciones que parecían no haber
superado el tiempo. Casa multicolores con techo de lámina oxidada.
Preci‐ samente ahí, por el arroyo embovedado al norte, Mi padre
tenía al compadre Julián del cual lleva el nombre otro herma‐ no
mío. Había que dar vuelta a la derecha y tomar una cuesta bién
empinada llegando hasta la punta donde estaba la casa de este
compadre. Ahí jugábamos en los columpios colocados sobre un
verde, nivelado y tupido suelo de zacate americano. Más tarde
pasábamos a la sala y nos poníamos a ver televisión degustando
galletas y sodas “gringas”. Fueron nuestros prime‐ ros encuentros
con la Televisión en blanco y negro para disfru‐ tar de algún western
americano a la John Wayne.
Íbamos a Zorrillera una colonia pegada al poniente de Bisbee
camino a Warren. Era una sola calle larga paralela a la carre‐ tera y
en la falda del cerro que colindaba con el otro poblado rumbo a
Douglas. Llegábamos con una familia que su hijo hab‐ ía estado en la

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Pá tan grande que es Naco
lágrimas; pero recobraba el ánimo y la risa al instante.
Segunda Guerra Mundial y las fotos en blanco y negro de este
personaje vestido de militar nos impresionaban.

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Pá tan grande que es Naco
por lo impresionante de insignias y traje militar. ! Sueños de niños
al fin ¡
Entre el Rancho Market y Zorrillera, al norte, entrábamos a la
parte de atrás de la mina donde había grandes almacenes y equipos
cubiertos de plomo. En este lugar le regalaban a mi padre unos
troncos, en forma de bloques cuadrados que ten‐ ían el tamaño
ideal para usarlos en la chimenea o estufa de leña. Limpiábamos los
maderos y al partirlos aparecía una ma‐ dera fina, sin botones, muy
blanca y que servían para alimen‐ tar nuestros medios de
calentamiento en tiempo de frío.
Los últimos tiempos de nuestra estancia en Naco, íbamos de
compras al Rancho Market, un pequeño supermercado que estaba
en el entronque donde iniciaba el camino a Fort Hua‐ chuca o Sierra
Vista. En contra esquina de este supermercado había un lote de
carros de desperdicio y refacciones usadas donde acudía mi padre,
los fines de semana, para adquirir lo que necesitaba para echar
mecánica y tener perfectamente afinado el motor, alineada las
llantas y que no le faltara una sola vista a nuestro auto. Mi padre
con la confianza que le otorgaba el “Gringo” se paseaba por el
inmenso lote de autos “destartalados” que solo servían de partes
usadas con el com‐ promiso de que el cliente debería pinza, tenaza
o desarmador en mano quitar la refacción de su interés. Al final el
Gringo” decía cuanto había que pagar antes de salir del lote.
Otro punto cercano era Waren un pintoresco y clásico puebli‐
to americano, con verdes patios frontales en las casas de la calle
principal, sus estaciones de policía y de bomberos, paso obligado
cuando veníamos de Douglas, donde veíamos a Santa Claus, rumbo
a Bisbee y queríamos cortar camino a Naco para no entrar a este
último pueblo. En Warren mi padre tenía un viejo tío de apellido
Samuel Moore, con el que se ponía hablar de los parientes mientras
se tomaban una tasa de café en una acogedora sala tipo americano
que brillaba de limpia. Ahí es‐

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Pá tan grande que es Naco
taban el par de viejitos para atender al sobrino y toda su prole
desviviéndose en atenciones. Era un momento muy agradable pasar
por la casa de los Moore.
Fue aquí, donde alguien nos regaló nuestro famoso carro de
lanzadera que para nosotros parecía un camión tonelada. Un caja
metálica, lo único que tenía de los carritos americanos de catálogo,
montada sobre dos tablones de 2x4, uno fijo para los ejes traseros y
el otro giratorio en forma de cruz, para salir enfrente de la caja. En
esta parte, de nuestro flamante carro, un largo tornillo atravesaba
el eje central para sujetar y darle la posibilidad de giro al eje de
enfrente. Cuatro llantas de hule macizo en las terminaciones de los
ejes y dos roldanas en el parte del eje delantero para amarrar a sus
extremos una piola de regular tamaño que nos permitiera jalarlo
estando de pie, o bién convertirnos en intrépidos pilotos sentados
sobre la caja metálica, mientras otro hermano nos empujaba de la
espalda. El regreso por las noches, a la mitad del camino del Rancho
Market a Naco eran inolvidables, cuando desde lejos divisába‐ mos
una majestuosa pantalla al aire libre con siluetas que po‐ co a poco
se iban definiendo, era el anuncio de que la función de cine ya
había empezado. Mi padre estacionaba su carro, con toda la
familia, por la carretera, fuera del drive in para que disfrutáramos
de una película de blanco y negro. Cuando era película para
mayores de 18 años imprimía más velocidad con el acelerador y nos
quedábamos con las ganas de de disfrutar el auto cinema.
Eran camino muy andado, mis padres, regularmente todos los
fines de semana o iban al norte o iban al sur. Casi nunca está‐
bamos en el pueblo el sábado y domingo.

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Pá tan grande que es Naco
LOS DEMAS AVENTURADOS VIAJES:

A Agua Prieta viajábamos cuando íbamos de compra, en Navi‐ dad


y a visitar al primo y compadre de mi Papá Santiago Campbell
Fraijo, originario de Magdalena, casado con Rebeca Campos
Castillo y de cuyo matrimonio nacieron las primas Elena y Elvia.
Mi tío Santiago ocupó muchos puestos públicos como Juez Local
Propietario de 1936 a 1940, ejerció el cargo de Presidente
Municipal de 1941 a 1943 periodo en el cual se edificó el Hospital
Civil, la Plaza Mariano Azuela, el Monumen‐ to a la Bandera y
algunas escuelas de la ciudad. También fue comisionado para
organizar el Primer Juzgado Mixto en 1945. También obtuvo la
Notaría Pública No. 34 de Agua Prieta. también él y su familia
acostumbraban a visitarnos seguido en Naco.
Roberto López Aguirre su esposa Mercedes, robertito y sus
demás hijos eran motivos suficientes para ir de visita con toda
nuestra familia. Ellos se habían mudado de Cananea y el esta‐ ba en
el poder judicial en esta plaza.
Los Campbell de Agua Prieta, de Betina, y sus hijos que tenía
un centro de capacitación eran otro motivo para tomar rumbo a la
frontera de Douglas y cruzar al lado mexicano, aunque había una
carretera de terracería que seguía la línea divisoria hasta llegar a
divisar la torre de fundición.
Finalmente, en este capítulo, visitamos al Profesor Tomás Ca‐
macho Puente y su familia que recientemente se habían tras‐
ladado de Naco a Agua Prieta con toda la carga de chistes que nos
había hecho en el límite del patio de nuestra casa en la García
Morales su hijo Lupe y todas las ocurrencias de que hacía gala tan
insigne maestro.
A mediados de los cincuenta acaba de adquirir mi padre un

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Pá tan grande que es Naco
automóvil chevrolet 1950 y obviamente con la novedad anda‐ ba
buscando siempre lugares que visitar. Recorrimos muchos caminos
de terracería y cada vez trataba de ir más lejos en su

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Pá tan grande que es Naco
aventura mi progenitor.
En alguna ocasión fuimos a Santacruz. Salimos por naco rum‐ bo a
Cananea y a la altura del riíto tomamos una brecha del otro lado de
la Sierra de San José. Caminamos toda la tarde y llegamos casi al
oscurecer a este poblado de ricas manzanas, estaba medio nublado.
De regreso por un largo y solitario ca‐ mino de tierra muy liso, nada
pedregoso, bordeando toda la línea divisoria donde solo
encontramos un viejo portón con un guardia americano. De no ser
porque era de noche diría que estábamos viendo la película “Por
mis Pistolas” de Mario Mo‐ reno “Cantinflas”. Nada trascendente
de escribir a casa, viaja‐ mos sin pena ni gloria.
Mi tía María se había ido a vivir a Pitiquito y un buen día se
planeó en familia ir a visitar a la hermana de mi mamá. Saldr‐ íamos
ese fin de semana. Salimos un sábado a mediodía, pasa‐ mos a
Cananea por mi tío Emeterio, ya no éramos diez en el carro éramos
once, los tres adultos enfrente y los infantes en los asientos de
atrás. Lo más difícil de nuestro viaje era cruzar la Sierra de la
Mariquita en Cananea, donde esta el Puerto, y luego Sierra blanca
con su Herradura y su túnel antes de lle‐ gar a Imuris. En medio de
este tramo carretero en la parte alta de la Sierra descendiendo una
pendiente en línea recta venía un camión de redilas como a 100
metros. Al encontrarnos la polvadera fue doble y mi padre perdió
el control del volante de tal manera que tomamos la orilla de la
cuneta rumbo al desfiladero. Por reacción instintiva mi tío Emeterio
que iba al extremo del otro lado de mi madre que iba en medio del
asiento delantero, estiró sus brazos y tomó el volante por de‐ bajo
de las manos de mi padre y enderezó de nueva cuenta el auto para
ponerlo en dirección correcta sobre la carretera. En el asiento de
atrás los hermanos nos caímos del asiento, cru‐ zamos de un lado a
otro y nos confundimos con las almo‐ hadas, cojines y presentes
que llevábamos a la tía María. No me acuerdo bién, pero creo que
hasta una gallina voló.
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Pá tan grande que es Naco
Cruzada la sierra y después del susto, nuestro automóvil se orilló en
la última bajada antes de llegar a Imuris para disfrutar del Río con
sus abundantes aguas cristalinas debajo de una hermosa y verde
arboleda.
Legamos ese día por la noche a Pitiquito y entre la cena y el
acomodo de los tendidos se nos fue el día. Al siguiente por mañana,
un día nublado, como si se tratara de un tour turísti‐ co caminando
a pie nuestros primos Pastor, Carlos, Roberto, Albino y Jesús “El
Chino” nos invitaron a cruzar el río seco y lleno de grava donde
solo se veía una vereda de algún auto‐ móvil que había cruzado más
temprano. Nuestro destino final era la Iglesia de Caborca que había
construido el Padre Kino y que es un monumento histórico de
aquella región. Regresa‐ mos cansados y hambrientos y ya nos
estaban esperando mis padres para iniciar el largo camino de
regreso a Naco.
Después mi tía de fue a vivir más lejos de Naco. Unos dos años
después supimos que estaba en Hermosillo. Nuevamente a la
aventura, ahora más lejos.
Se organizó un viaje a Hermosillo un fin de semana. No hubo
contratiempos en el camino. Llegamos por la mañana por un
boulevard lleno de naranjos enfrente del café Combate. Escu‐
chando en la radio coincidentemente la marcha con música de
fondo y un estribillo, que decía:
“Café Combate de rica aroma, Café Combate la gente toma, Café
Combate es el mejor,
¡Es exquisito!, ¡Es superior!
Por esos todos a una voz dicen:
Si no es Combate no es buen café
Café Combate hay uno solo, Ese es el bueno pídalo usted.
Ya dentro de la ciudad nos dirigimos a la Colonia 5 de Mayo arriba
de la calle Revolución buscando un número por la calle Fronteras,
era el único dato que teníamos. No encontramos a la Tía María y
nos fuimos a desayunar al Mercado Municipal
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Pá tan grande que es Naco
en la acera de la Zapatería Preciado. Un par de tacos de cabe‐ za en
tortilla de maíz para cada quién y levantamos anclas de regreso a
Naco. Nunca se nos ocurrió poner un anuncio o ser‐ vicio social en
la radio para indicar un punto de reunión y ver a nuestros parientes.
En fin, ¡En fin: bajados de la Sierra de San José! , ¡En fin: gente de
pueblo!

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Pá tan grande que es Naco
SECUNDARIA EN CANANEA:

Llegó el verano del 60 junto con mi graduación de primaria. Se


hablaba incipientemente de una secundaria en el pueblo, pero mi
hermano mayor me había antecedido en la Escuela Secun‐ daria
Mártires del 1906, en Cananea, y era el deseo de mis padres que
continuara los estudios en la vecina ciudad mine‐ ra. Tuvimos que
trasladarnos con toda la familia, a excepción de mi padre que
seguía trabajando en la aduana, y con todos los muebles a Cananea.
Llegamos de noche en el mes de sep‐ tiembre al famoso “Quequi”
de los Rentaría. Una casa que estaba ubicada al Norte del puente la
Juárez y un lado de la Cárcel de Cananea, la que está situada en una
mesa. A la orilla este de la mesa rumbo a la calle Durango,
enseguida del mira‐ dor existía una construcción de tres pisos el
primero era el sótano, el segundo era la casa donde habitaba la
familia Ren‐ taría, de gratos recuerdos, y en el último piso superior
vivía‐ mos nosotros. La única salida a tierra firma era entrando por
la Juárez por un pasillo de madera que servía de división para bajara
los siguientes pisos. La casa tenía un andador en muy mal estado
que la circundaba y al cual estaba prohibido salir. No había patio, ni
tierra y las puertas interiores estaban cance‐ ladas con candados a
excepción de la entrada principal.
El inmenso abismo, lleno de altos quelites y acelgas, entre la
Juárez Durango, fue testigo de inolvidables batallas infantiles de
indios y banqueros, de bandidos y ladrones y otra serie de
aventuras que compartimos con los “gueros” Escalante, todo un
ejercito; también, con Adrián, con Lalo Sandoval, con el Denogian,
el Montoya y muchos más de cuyos nombres no puedo
acordarme.
Igualmente, todas las tardes, después de que pasaba el pana‐

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Pá tan grande que es Naco
dero, muy parecido al “Chale” Gardner de Naco, nos salía la fiebre
minera del béisbol y desde el inicio de la Durango hasta el abarrotes
“La azteca”, era el terreno de juego con pelota de

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Pá tan grande que es Naco
esponja en mano para realizar emocionantes y cerradas juga‐
das de este deporte.
Después vivimos por la Tercera y callejón Benjamín Hill, en‐ frente
del doctor Abril, a un lado de la escuela americana; cer‐ ca de los
Castros, las López y los Fragosos. La casa era muy bonito, tipo
americano, con un portal del dos aguas al frente, con muchos arcos,
toda de blanco, sus techos de dos aguas de verde y al fondo un
huerto de árboles frutales. La novedad, en esa nueva morada era el
diván que quedaba entre el plafón y el techo, donde nos metíamos
a ver en la oscuridad, a veces con una pequeña lámpara, para
buscar sorpresa que habían dejado los inquilinos anteriores.
Mis hermanos de primaria iban a clases a la Leona Vicario de
lunes a viernes y madrugaban el sábado para que mi madre los
alistara y tomar el único camión de Transportes Norte que salía del
mineral rumbo a Agua Prieta, pasando por Naco, lle‐ vando a mi
madre de guía.
La escuela secundaria tenía clases los sábados por las maña‐
nas hasta las 2 de la tarde. Llegábamos a la casa nos quitába‐ mos
el pantalón, la camisa y cuartelera de “caqui”, al igual que las
polainas de lona blanca y nos poníamos ropa de vestir para iniciar el
largo y aventurado viaje a nuestro inolvidable pueblo. Eran tiempos
en que no oíamos hablar de drogas, cuando mu‐ cho de mariguana
como algo muy oculto prácticamente invisi‐ ble. Todo mundo se
conocía. Se veía poca gente de malos sen‐ timientos y pocos
acontecimientos violentos provocados por la maldad del hombre se
sucedían. Había suma, o quizás, exa‐ gerada confianza entre
todos, aún siendo desconocidos y hablo de gente de Cananea,
Naco y Agua Prieta.
Caminábamos hasta el aeropuerto a la salida norte de Cana‐ nea,
donde ocasionalmente veíamos aterrizar y despegar avio‐ nes, los
más grandes eran bimotores. En este lugar pedíamos “raite”, todos

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Pá tan grande que es Naco
los sábados a mediodía, y de esta rutina surgió una serie de
aventuras.

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Pá tan grande que es Naco
El viaje más placentero fué la tarde que un norteamericano, minero
jubilado de la compañía, acompañado de su esposa, una mujer
adulta, de pelo blanco, de cuerpo frágil, de finas hechuras, nos dio
“raite” en una camioneta blanca pequeña. Nos prendió el aire
acondicionado, nos cedió el amplio asiento trasero volteado a la
inversa del los otros, nos ofreció soda de sabores y una caja de
galletas americanas y nos dispusimos a disfrutar el amplio
panorama, ante una inmensa polvadera, los dorados campos de
zacate con un que otro bellotal alrede‐ dor del camino de
terracería, y ver como se iba alejando la torre de fundición,
subimos las cuesta de “Los Álamos”, con sus inmensos árboles en
fila, seguíamos por lo Ejidos, dobla‐ mos en los Difuntos, pasamos
por Mina de Oro y llegamos fe‐ lizmente a Naco. Un viaje de
primera, VTP., mucho mejor que tomar el camión de Transportes
Norte.
En otra ocasión el viaje los hicimos en cuatro escalas: a los
Alamos, al Ejido Cuauhtemoc, al Ejido Zaragoza y por fin entra‐ da la
noche a Naco. Sin mucha malicia, entre raite y raite, ca‐ minábamos
tratando de ganarle tiempo al tiempo a pesar de los 60 kilómetros
de distancia que separaban a nuestros pue‐ blos. Nunca
pensábamos, a nuestra corta edad, que pudiéra‐ mos, por
circunstancias del destino, quedarnos a medio cami‐ no. De esta
aventura el recuerdo que nos queda es el intermi‐ nable, eterno
para nosotros, tiempo para realizar este viaje; amén, de frío, las
cobijas y gente desconocida que nos acom‐ pañaron en esta
trayectoria.
Una tarde los Acuña, muy conocidos nuestros, en su viejo pick
‐up color café, modelo del 40, a la altura del mismo aeropuer‐ to de
siempre, le hicimos la parada para que nos llevaran a Naco y a los
lejos lograron detener la marcha del vehículo. Nos comentaron que
no traían frenos y que cuando llegáramos al pueblo avisáramos con
anticipación de cual era la esquina de la casa para reducir la
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Pá tan grande que es Naco
velocidad. Íbamos muy incómodos, Faustino y yo, ladera tras
ladera, vado tras vado, aferrados a

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Pá tan grande que es Naco
una vieja plataforma de madera con muchos huecos, sin “racas”.
Solo la de la parte delantera pegada a la cabina esta‐ ba completa.
Parecía que de un momento a otro se iba a des‐ integrar.
A llegar a la esquina de los Siqueiros la unidad había bajado la
velocidad a su mínima expresión y era el momento de saltar. Loa
Acuña no harían la indicación y nos gritarían cuando era el
momento de dejar la nave. A un grito de ¡Ya!, Faustino saltó por un
lado y yo erróneamente, contrario a la gravedad, de atrás de la
plataforma, dando una maroma que no se logró concretar,
golpeando con la cabeza en el suelo. Los Acuña si‐ guieron su
marcha presurosos, sin detenerse haber que había pasado, y mi
hermano mayor me recogió del suelo. Llegué consciente hasta la
esquina y después no podía abrir los ojos, pero sí escuchaba todo lo
que alrededor se decía cuando esta‐ ba llegando a la casa y mis
hermanos menores le avisaban a mi madre del accidente. Mi
estado semiinconsciente duró co‐ mo unas cuatro horas y por la
noche desperté con mucho do‐ lor de cabeza, después de que había
estado pendiente de mi recuperación el Doctor Clemente.
Lo sabroso de estos viajes de fin de semana, ya en Naco, era
cuando no iban mis hermanos menores, ni mi madre, al pue‐ blo.
Mi padre se portaba espléndidamente bién con nosotros y nos
invitaba a cenar a un restaurant que estaba pegado a la línea,
después de la aduana y la agencia. Era muy modesto, cuatro mesas
en un cuarto y dos señoras regordetas, simpáti‐ cas y platicadoras,
que bromeaban con nosotros y mi padre; pero, que tenían una
mano excelente para la cocina y dos “chimichangas” en tortilla de
harina refritas con carne des‐ hebrada con papas en su interior,
acompañados de unos frijo‐ les refritos con queso regional
espolvoreado encima era lo máximo para nosotros.

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Pá tan grande que es Naco
EL FINAL DEL CAMINO :

Poco a poco nos fuimos alejando de Naco, al siguiente año nos


venimos a Hermosillo y atrás del camino rojizo, empedrado y
polvoriento quedaron todas mis aventuras, los bonitos recuer‐ dos,
el vuelo de la imaginación y la nostalgia por mi pueblo. Siempre he
dicho que tuve una niñez maravillosa, veo pelícu‐ las de navidad y
me recuerdo en mis navidades, pero siempre tengo presente los
lugares y las calles de Naco que fueron es‐ cenario de mis inocentes
travesuras y a pesar de las burlas de mi pueblo con la famosa frase
“Pa´ tan grande que es Naco”, para mi fue el pueblo que me vió
nacer, me permitió crecer, sin sobresaltos, alegremente, y por eso
recuerdo a mi maravi‐ lloso y grande pueblo de Naco.

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Pá tan grande que es Naco

BIBLIOGRAFÍA:

1.‐VOCABULARIO SONORENSE.‐ Autor: Horacio Sobrazo.‐


Primera Edición 1966
Publicaciones del Gobierno del Estado de Sonora.
2.‐DICCIONARIO PARA ENTENDER AL SONORENSE.‐
Autor: Irma Rascón
Talleres Gráficos de la Universidad de Sonora.
3.‐ DICCIONARIO ENCICLOPEDICO DE TERMINOS TECNICOS.‐
Autor: Javier L. Collazo
McGraw‐Hill Book Company.
4.‐ REVISTA DEL COLEGIO DE NOTARIOS DEL ESTADO DE SO‐
NORA.
Número 16, 2da. Época
PROTOCOLOS CERRADOS.‐ Edición Diciembre de
1983
5.‐H. CONGRESO DEL ESTADO DE SONORA.‐
Comunicación social.‐ Legislaturas.

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