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Aventuras de Arturo Gordon Pym

Edgar Allan Poe

1861

Exportado de Wikisource el 28 de enero de 2023

1
BIBLIOTECA
DE
EL DIARIO MERCANTIL.

AVENTURAS
DE ARTURO GORDON
PYM,
POR EDGARDO POE.

TRADUCIDA ESPRESAMENTE
PARA LA BIBLIOTECA DEL DIARIO
MERCANTIL.

TOMO I.

2
VALENCIA: 1861.
Imprenta de José Rius, plaza de San Jorge, núm. 3.

ÍNDICE.
Prólogo
............................................. III
I. .Aventuras
. . . . . . . . . precoces
.............................. 1
II. .El
. . escondrijo
..................................... 18
III. .Tigre
. . . . .rabioso
.................................. 44
IV. .Motín
. . . . . .y. degollacion
................................ 59
V. .La
. . .carta
. . . . .de
. . .sangre
............................ 72
VI. .Vislumbre
. . . . . . . . . de
. . .esperanza
........................... 85
VII. .Plan
. . . . de
. . . rebelion
................................ 101
VIII. .El
. . apareado
..................................... 113
IX. .La . . .pesca
. . . . . de
. . .víveres
............................ 127
X. .El . . brick
. . . . . misterioso
................................ 141
XI. .La . . .botella
. . . . . . de
. . .Oporto
........................... 150

BIBLIOTECA
DE
EL DIARIO MERCANTIL.

3
AVENTURAS
DE ARTURO GORDON
PYM,
POR EDGARDO POE.

TRADUCIDA ESPRESAMENTE
PARA LA BIBLIOTECA DEL DIARIO
MERCANTIL.

TOMO II.

VALENCIA: 1861.
Imprenta de José Rius, plaza de San Jorge, núm. 3.

4
ÍNDICE

I. .La
. . .paja
. . . . mas
. . . . corta
............................ 3
II. .¡Al
. . .fin!
.................................... 17
III. .El
. . albatro
. . . . . . . y. .el. .pajaro
. . . . . . bobo
.................... 35
IV. .Las
. . . islas
. . . . .desconocidas
............................... 50
V. .Esploración
. . . . . . . . . . . hácia
. . . . . .el. .polo
.................... 58
VI. .¡Tierra!
....................................... 68
VII. .Hombres
. . . . . . . . nuevos
............................... 78
VIII. .Klock-Klock
....................................... 91
IX. .¡Enterrados
. . . . . . . . . . . vivos!
............................ 161
X. .Cataclismo
. . . . . . . . . . artificial
............................. 113
XI. .¡Tekeli-li!
....................................... 122
XII. .El
. . laberinto
..................................... 134
XIII. .La
. . .evasion
.................................... 145
XIV. .El
. . gigante
. . . . . . . blanco
.............................. 157
XV. .Congeturas
....................................... 167

5
PRÓLOGO.

A mi regreso á los Estados-Unidos, ocurrido hace algunos


meses, despues de la estraordinaria série de aventuras de los
mares del Sur y otros parages, cuyo relato hago en las
páginas siguientes, la casualidad, me hizo conocer á
muchos caballeros de Richmond (Virginia) que mirando
con gran interés todo lo que se refiere á los parages
visitados por mí, me instaban sin cesar y me decian que
estaba en el deber de dar mi narracion al público. Yo teniai
sin embargo, muchas razones para negarme a obrar así; las
unas de carácter puramente personal; que á mi solo me
concernían, y las otras de naturaleza algo diferente. Una de
las consideraciones que me hacían especialmente retroceder
era la de que no habiendo llevado diario durante la mayor
parte de mi ausencia, temía no poder redactar de pura
memoria un relato bastante minucioso, bastante coordinado

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para poder ofrecer entero carácter de verdad, de la cual seria
sin embargo la espresion, no llevando consigo mas que la
exageracion natural, inevitable, á que todos tendemos
cuando relatamos sucesos cuya influencia ha sido poderosa
y activa sobre las facultades de la imaginacion. Otra razon
era que los incidentes que se trataba de referir eran de una
naturaleza tan positivamente maravillosa, que no teniendo
necesariamente mis aserciones otro apoyo que el de ellas
mismas (no hablo del testimonio de un solo individuo, y ese
medio indio), no podria esperar fe si no en mi familia, y en
aquellos de mis amigos que en el curso de la vida habían
tenido ocasion de conocer mi veracidad; pero segun todas
las probabilidades, la masa del público miraría mis asertos
como una impudente é ingeniosa mentira. Debo decir
tambien que la desconfianza en mi propio talento de escritor
era una de las causas principales que me impedian ceder á
las sugestiones de mis consejeros.

Entre los caballeros de Virginia á quienes interesaba en gran


manera mi narracion, y especialmente toda la parte relativa
al Océano Antártico, se hallaba Mr. Poe, el editor del
SOUTHERN LITERARY MESSENGER, revista mensual publicada
en Richmond por Mr. Thomas W. White. El entre otros me
instó en gran manera á redactar al momento una relacion
completa de cuanto yo habia visto y sufrido, y á fiar en la
sagacidad y el sentido comun del público, afirmando, no sin
razon, que por grosero que resultase mi libro bajo el punto
de vista literario, su mismo carácter estraño, si es que lo

7
tenia, seria la mejor razon para que fuese aceptado como
verdad.

A pesar de este consejo no pude resolverme á la empresa, y


viendo mi resistencia me propuso que le permitiese redactar
á su manera una relacion de la primera parte de mis
aventuras, con sujecion á los hechos por mi referidos, y de
publicarla bajo el velo de la ficcion en el MENSAGERO DEL
SUR. No hallé objecion que oponer á esto y consentí,
estipulando únicamente que se conservase mi verdadero
nombre. Dos trozos de la supuesta ficcion fueron
publicados en el MENSAGERO (números de Enero y Febrero
de 1837), y con el objeto de dejar bien sentado que era una
pura ficcion, el nombre de Mr. Poe fue puesto como autor
de los artículos en la tabla de materias del MAGAZINE.

El modo cómo fue recibida esta superchería me indujo al


fin á emprender una compilacion regular y una publicacion
de las mencionadas aventuras; por que vi que á despecho de
la apariencia de fabula de que tan ingeniosamente había
sido revestida esta parte de mi narracion impresa en el
MESSAGER (en la cual por otra parle ni un solo hecho había
sido alterado o desfigurado), el público no estaba dispuesto
á aceptarla como pura fabula, y muchas cartas fueron
dirigidas á Mr. Poe manifestando la conviccion contraria.
De aquí deduje que los hechos de mi narracion eran de tal
naturaleza que llevaban consigo la prueba suficiente de su
autenticidad, y que por consecuencia, no tenia mucho que
temer de la incredulidad popular.

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Despues de esta esposicion de hechos se verá á primera
vistalo que me pertenece y es de mi mano en la narracion
que sigue, y se comprenderá tambien que ningun hecho se
ha desnaturalizado en las páginas escritas por Mr. Poe.
Hasta para los lectores que no han visto los números del
MENSAGERO seria superfluo indicar dónde acaba su parte y
dónde comienza la mia: la diferencia de estilo lo hará notar.

New-York, Julio de 1838.


A. G. Pym.

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I.

AVENTUREROS PRECOCES.

Mi nombre es Arturo Gordon Pym. Mi padre era un


respetable comerciante de abastos de la marina en
Nantucket donde yo he nacido. Mi abuelo materno era
attorney con muy buena clientela. Tenia suerte en todo é
hizo muchas especulaciones muy felices sobre los fondos
del Edgarton New Bank cuando se creó. Por éstos y otros
medios consiguió crearse una fortuna bastante regular. Creo
que á mí me tenia mas afecto que á nadie en el mundo y
tenia motivos para esperar á su muerte la mayor parte de su
fortuna. A la edad de seis años me envió á la escuela del
viejo Mr. Ricketts, escelente caballero que solo tenia un
brazo y modales bastante escéntricos, y persona muy
conocida de casi todos los que han visitado á New-Bedford.
Estuve en su escuela hasta la edad de diez y seis años y la
dejé entonces por la academia de Mr. E. Ronald, situada en
la montaña. Allí intimé relaciones con el hijo de Mr.
Barnard, capitan de navío que viajaba ordinariamente por la
casa Llody y Vredemburg; Mr. Barnard es muy conocido

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tambien en New-Bedford y estoy seguro de que tiene
muchos parientes en Edgarton.

Su hijo se llamaba Augusto y tenia dos años mas que yo


próximamente. Habia hecho un viage en el ballenero John
Donaldson y me hablaba sin cesar de sus aventuras en el
Occéano Pacífico del Sur. Iba frecuentemente con él á casa
de su familia donde pasaba el dia y algunas veces toda la
noche, dormíamos en la misma cama y él estaba seguro de
tenerme despierto casi hasta la aurora refiriéndome una
multitud de historias sobre los habitantes de la isla de
Tinian y de otros sitios que habia visitado en sus viages. Al
fin vino á interesarme muy particularmente todo lo que me
decia y poco á poco concebí el mas violento deseo de ir á la
mar. Yo poseia una canoa con velas que se llamaba el Ariel
y que valia unos setenta y cinco dollars: tenia puente con
parapeto y aparejos de sloop. He olvidado su porte, pero
podía llevar diez personas sin gran dificultad. Con esta
embarcacion teníamos costumbre de hacer las excursiones
mas endiabladas, y ahora, cada vez que lo pienso, tengo á
gran milagro el contarme en el número de los vivos.

Referiré una de estas aventuras, por via de introduccion á


una historia mas larga y mas importante. Una noche habia
gente en casa de Mr. Barnad y al fin de la velada Augusto y
yo estábamos bastante borrachos. Como tenia yo de
costumbre en casos semejantes, en vez de volver á mi casa,
preferí pasar la noche con él. Augusto se durmió muy
tranquilamente, ó al menos tal creí, sin decir una palabra de

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su asunto favorito, (Era la una poco mas ó menos cuando se
retiró la concurrencia). Podria haber trascurrido media hora
desde que nos habíamos acostado, y yo iba á quedarme
dormido, cuando Augusto se despertó de repente y soltando
una gran blasfemia, juró que no se sujetaria á dormir por
todos los Arturos Pym de la cristiandad, cuando soplaba tan
hermosa brisa de sur-oeste. Mi asombro fue grande no
sabiendo qué quería decir y pensando que los vinos y
licores le habían puesto absolutamente fuera de sí. Se puso,
sin embargo, á hablar muy tranquilamente diciendo que
bien sabia que yo le creia borracho, pero que en su vida
habia estado mas sereno: que estaba fatigado de verse en la
cama como un perro, haciendo tan buena noche y que
estabạ reşuelto á levantarse; á vestirse y á dar un paseo en
canoa.

No sabré decir lo que pasó por mí, pero apenas habian


salido de su boca estas palabras, cuando sentí el escalofrio
de la escitacion, un gran deseo de placer y hallé que su idea
descabellada era la cosa mas deliciosa y mas razonable del
mundo. La brisa que soplaba era casi una tempeștad, y el
tiempo era muy fno, porque era ya muy entrado Octubre.
Salté sin embargo de la cama en una especie de estado de
demencia y le dije que era tan valiente como él, que como
él, estaba cansado de estar en la cama como un perro, y tan
dispuesto á hacer todo género de espediciones de recreo
como todos ļos Augustos Bernard de Nantucket.

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Nos vestimos apresuradamente y corrimos hácia la canoa
que estaba amarrada al muelle viejo y arruinado, junto á la
cantera de construccion de Pankey y compañia, batiendo
horrorosamente las vigas rústicas, Augusto entró y se puso
á vaciar lą barca; porque estaba medio ļlena de, agua.
Hecho esto izamos el foque y la vela mayor, tomamos de
lleno el viento y nos lanzamos con audacia mar adentro.

El viento, como ya he dicho, soplaba fresco del şuroeste: la


noche era clara y fria. Augusto habia tomado la barra y yo
me habia colocado junto al mástil sobre el puente del
camarote. Bogábamos en línea recta con gran celeridad y no
habíamos pronunciado una palabra desde que
desamarramos la barca del muelle. Entonces pregunté á mi
camarada qué derrotero pensaba seguir, y cuándo creia que
volveríamos á tierra. Augusto silbó por espacio de algunos
minutos, y dijo al fin con tono regañon:

— Yo voy á la mar; en cuanto á vos podeis iros á casa si os


parece.

Miréle entonces y observé al instante que á pesar de su


fingida indiferencia estaba entregado á una fuerte agitacion.
Yo podia verle con claridad á la luz de la luna: su rostro
estaba mas pálido que el mármol, y su mano temblaba de tal
modo, que apenas podia sostener el timon. Vi que ocurria
algo grave y esperimenté una inquietud formal. En aquella
época yo no era muy fuerte en la maniobra y me hallaba
completamente á merced de la ciencia náutica de mi amigo.

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El viento acababa de refrescar de repente, y nos empujaba
vigorosamente lejos de la costa; sin embargo yo me
avergonzaba de manifestar el menor temor y por espacio de
una hora próximamente, guardé resueltamente el silencio.
Sin embargo, no pude soportar por mas tiempo esta
situacion y hablé á Augusto de la necesidad de volver á
tierra. Como la vez anterior se estuvo cerca de un minuto
sin responderme y sin hacer caso de mi consejo.

— Ahora mismo, dijo al fin.... tenemos tiempo.... á casa....


abora mismo.

Ya me esperaba una contestacion de este género; pero habia


en el acento con que fueron pronunciadas estas palabras
algo que me produjo una sensacion de temor inesplicable.
Mírele otra vez con atencion. Sus labios estaban
completamente lívidos y sus rodillas temblaban de tal modo
la una contra la otra que apenas podia tenerse en pie.

— ¡Por amor de Dios, Augusto! esclamé completamente


espantado; ¿qué teneis? ¿qué hay? ¿qué decidis?

— ¡Qué hay! balbuceó Augusto con toda la aparieneia de


un gran asombro, soltando la barra del timon y dejándose,
caer hácia adelante en el fondo de la canoa: ¡qué hay! ¿qué
ha de haber? nada.... nada absolutamente.... A cass.... ya
vamos; ¡qué diablo! ¿no lo veis?

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Entonces vi toda la verdad: corri á levantarle. Estaba
borracho, bestialmente borracho; no podia ni tenerse en pie,
ni hablar ni ver. Sus ojos estaban vidriosos. En el colmo de
mi desesperacion le solté y rodó como un leño por el agua
del fondo de la canoa, de donde lo habia sacado. Era
evidente que durante la noche habia bebido mucho mas de
lo que yo sospechaba y que su conducta en la cama habia
sido el resultado de una de esas borracheras profundamente
concentradas, que, como la locura, dan á veces a la víctima
la facultad de imitar el estado de las personas que gozan de
la integridad de sus facultades intelectuales. La atmósfera
fria de la noche habia producido muy pronto su efecto
acostumbrado; la energía espiritual habia cedido á su
influencia y la percepcion confusa que sin duda alguna
habia tenido entonces de nuestra peligrosa situacion no
habia servido mas que para apresurar la catástrofe. Estaba
ya completamente inerte y no habia ninguna probabilidad
de que saliese de aquel estado en algunas horas.

No es posible figurarse toda la estension de mi horror. Los


humos del vino se habian evaporado y me dejaban
doblemente tímido é irresoluto. Yo sabia que era
absolutamente incapáz de gobernar la barca y que una brisa
furiosa con un fuerte reflujo nos arrastraban hácia la
muerte. Era evidente que se aglomeraba una tempestad
detrás de nosotros; no teníamos ni brújula ni provisiones y
era claro que si seguíamos el camino actual perderíamos de
vista la tierra antes de despuntar el dia.

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Estas reflexiones y otras infinitas igualmente terribles,
cruzaron por mi mente con terrible rapidéz, y por espacio de
algunos instantes me paralizaron hasta el punto de quitarme
la posibilidad de hacer el menor esfuerzo. La canoa volaba
en direccion del viento, cabeceaba y bogaba con terrible
celeridad, sin llevar un rizo en el foque ni en la vela mayor,
y sumergiendo completamente la proa en la espuma. Como
Augusto habia soltado la barra era un milagro de milagros
que no se pusiera de través y yo estaba harto agitado para
pensar en acudir al timón. Pero afortunadamente la
embarcacion se mantuvo al viento y poco á poco recobró en
parte mi presencia de ánimo.

El viento aumentaba de una manera furiosa, y cuando


despues de sumergirse la proa nos levantábamos, la ola caia
pesadamente sobre la popa y nos inundaba. Y además yo
tenia los miembros tan completamente helados, que casi
habia perdido la conciencia de mis sensaciones. Al fin
invoqué la resolucion de la desesperacion, y precipitándome
sobre la vela mayor, la largué toda. Como debia yo esperar,
la vela se tendió sobre la proa y sumergida por el agua, se
llevó en seco el mástil. Este último accidente me salvó de
una inminente destruccion. Con el foque solo podía ya huir
delante del viento, embarcando de vez en cuando grandes
volúmenes de agua por la popa, pero con menos terror de
una muerte inmediata. Me apoderé de la barra y respiré con
un poco mas de libertad al ver que nos quedaba un resto da
esperanza da salvacion.

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Augusto yacía aun insensible en el fondo de la canoa, y
como se hallaba en peligro inminente de quedar ahogado,
porque habia cerca de un pie de agua en el sitio donde
estaba, me ingenié para levantarlo un poco y mantenerle en
la posicion de un hombre sentado, y le sujeté la cintura con
una cuerda que até á una anilla del puente del camarote.

Habiendo arreglado así las cosas lo mejor que pude, helado


y agitado como estaba, encomendé mi alma á Dios é hice
propósito de pasar por lo que me sucediese con todo el
valor de que era capáz.

Apenas habia adoptado esta firme resolucion, cuando de


repente un grito prolongado, un aullido inmenso como si
saliera de los fauces de mil demonios, pareció cruzar el
espacio y pasar por cima de nuestra barca. Mientras viva
janeas olvidaré la intensa agonía de terror que esperimenté
en aquel momento. Mis cabellos, se pusieron de punta, y
sentí congelárseme la sangre, en las venas, mi corazon cesó
de latir enteramente y sin levantar siquiera los ojos una sola
vez para ver la causa de mi terror, caí de cabeza como un
peso inerte sobre el cuerpo de mi camarada.

Cuando recobré el sentido me hallé en el camarote de un


gran buque ballenero. El Pingonin, con rumbo á Nantucket.
Algunos individuos me examinaban inclinados sobre mí, y
Augusto, mas pálido que la muerte, me friccionaba las
manos con actividad. Cuando vió que yo abria los ojos sus
esclamaciones de gratitud y de alegría escitaron

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alternativamente la risa y las lágrimas de los hombres de
rudo semblante que nos rodeaban. Pronto me fue esplicado
el misterio de nuestra conservacion.

El ballenero nos habia echado á pique navegando hacia


Nantucket con todas las velas que podia aventurar en
aquella borrasca, y corriendo hácia nosotros en ángulo casi
recto. Algunos hombres iban de vigía en la proa; pero no
vieron nuestra barca hasta que fue ya imposible evitar el
encuentro: sus gritos de alarma fueron los que tanto me
aterraron. Segun me dijeron el enorme buque habia pasado
sobre nosotros con la misma facilidad con que nuestra
barquilla hubiera pasado sobre una pluma, y sin el menor
desórden en su marcha. Ni un grito habia salido del puente
de la canoa martirizada; solo se oyó un ligero ruido como si
algo se rasgase, que se mezcló con el mugido del viento y
del agua cuando la frágil barca, ya sumergida, fue oprimida
y como cepillada por la quilla de su verdugo; pero no hubo
mas. Creyendo que nuestra barca, que como ya hemos
dicho, estaba desarbolada, no era mas que un casco
desechado, el capitan (capitan E. T. V. Block de New-
London), iba á seguir su derrotero sin pensar mas en la
aventura. Por fortuna los hombres que estaban de vigía
juraron que habian visto positivamente un hombre en la
barra y dijeron que aun era posible salvarle. Esto produjo
una discusion; pero Block montó en cólera y dijo al cabo de
un instante que su oficio no era cuidar eternamente de las
cáscaras de nuez; que el buque no viraria de bordo por
semejante bicoca y que si se habia sumergido un hombre,
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suya era la culpa; que se la echase á sí mismo y que podia
ahogarse con todos los diablos.»

El segundo del buque, llamado Henderson, defendió la


cuestion, justamente indignado, como toda la tripulacion, al
oir unas palabras que denotaban tanta crueldad y tan
completa ausencia de corazon. Habló con mucha claridad,
viendo que le apoyaban los marineros; dijo al capitan que le
tenia por un hombre digno de la horca y que estaba decidido
á desobedecerle, aunque le ahorcasen por ello al llegar á
tierra. Corrió á la popa empujando á Block, que se puso
muy pálido y no respondió una palabra, y apoderándose de
la barra, gritó con voz firme: — ¡La barra a sota-vento!
Los hombres corrieron á sus puestos y el buque viró en
redondo. Todo esto habia ocurrido en cinco minutos poco
mas ó menos y parecia apenas posible salvar al individuo
que creían haber visto á bordo de la canoa. Sin embargo,
como sabe el lector, Augusto y yo habíamos sido pescados
y nuestra salvacion parecia ser el resultado de una de esas
maravillosas contingencias que las personas buenas y
piadosas atribuyen á la intervencion especial de la
Providencia.

Mientras el buque permanecía á la capa el segundo hizo


botar la canoa y entró en ella con los dos hombres que
decian habernos visto en el timon. Acababa justamente de
bajar á la canoa (la luna era muy clara), cuando el buque
sufrió una fuerte y prolongada sacudida, y en el mismo
instante Henderson, levantándose sobre un banco, gritó á

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sus marineros que nadasen á la cola. No decia otra cosa y
gritaba sin cesar con impaciencia: ¡Nadad á la cola! ¡nadad
á la cola! Los marineros nadaban tan rápidamente como les
era posible; pero entretanto el buque habia dado la vuelta y
comenzaba á navegará pesar de que todos los brazos que
habia á bordo se ocupaban en amainar velas. A pesar del
peligro de la tentativa el segundo se encaramó á los
obenques así que los tuvo á su alcance. Otra gran sacudida
sacó entonces el costado de estribor fuera del agua casi
hasta la quilla, y al fin se hizo visible la causa de su
ansiedad. Apareció el cuerpo de un hombre sujeto del modo
mas singular en el fondo pulido y brillante (el Pingonin
estaba forrado y claveteado en cobre) y daba violentamente
contra el buque á cada movimiento del casco. Despues de
algunos esfuerzos ineficaces renovados á cada sacudida del
buque, á riesgo de aplastar la canoa, fui secado al fin de mi
peligrosa situacion é izado á bordo; porque aquel cuerpo era
el mio. Parece que usa de las cabillas del casco que habia
salido abriéndose paso por el cobre, me habia detenido al
pasar por debajo del buque, sujetándome al fondo del modo
mas singular. La cabeza de la cabilla habia agujereado el
cuello de mi chaqueton de tela grosera y la parte posterior
de mi cuello y se habia clavado entre dos tendones, hasta la
oreja derecha. Inmediatamente me acostaron, aunque no
daba señales de vida. No había médico a bordo y el capitan
me prodigó toda especie de atenciones sin duda para
enmendar á los ojos de la tripulacion la conducta atroz que
habia seguido en la primera parte de la aventura.

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Entretanto Henderson se había alejado otra vez del boque, á
pesar de que el viento iba tomando la impetuosidad del
huracan. Al cabo de algunos minutos dió con algunos restos
de nuestra embarcacion y poco despues uno de los hombres
le afirmó que percibía de vez en cuando un grito entre los
mugidos de la tempestad. Esto animó á los marineros á
perseverar en sus pesquisas por espacio de mas de media
hora á pesar de las repetidas señales del capitan Block que
les mandó volver al buque, y de que cada minuto que
pasaban en aquella frágil barca era para ellos un peligro
mortal é inminente. Es en efecto difícil concebir como su
pequeña canoa pudo librarse de la destruccion ni el espació
de un minuto. Estaba además construida para el servició de
la pesca de la ballena y tenia, como despues tuve ocasion de
observar, cabidádes para respirar á imitacion de algunas
canoas de salvamento de la costa del pais de Gales.

Despues de buscar en vano durante el espació de tiempo


que he dicho, resolvieron volver á bordo. Apenas habian
tomado este partido, cuando un grito débil partió de un
objeto negro que pasaba rápidamente junto á ellos.
Pusiéronse en persecucion del objeto y lo alcanzaron. Eran
el puente y el camarote del Ariel. Augusto se agitaba allí
como si estuviera en la suprema agonía. Al apoderarse de él
se vió que estaba atado con una soga al maderage flotante.
Esta cuerda era la que yo le había pasado por la cintura,
atando los estrenaos á una anilla para mantenerle en una
posicion cómoda, y con esto le habia proporcionado por lo
visto el medio de salvarle la vida.
21
El Ariel estaba ligeramente construido y el casco al
hundirse se habia roto: naturalmente el puente del camarote
fue levantado por la fuerza del agua, se desprendió
completamente del resto y se puso á flotar por la superficie,
sin duda con otros fragmentos. Augusto flotaba encima y
habia librado de este modo de una muerte terrible.

Hasta mas de una hora despues de hallarse á bordo del


Pingonin no pudo dar señales de vida y comprender la
naturaleza del accidente que había sufrido nuestra
embarcacion. Al cabo de algun tiempo se despertó
completamente, y habló mucho de sus sensaciones durante
su permanencia debajo del agua. Apenas recobró un poco el
sentido, se halló sobre el nivel del agua, girando, girando
con increible celeridad, y sintiendo una cuerda muy
apretada, y que tenia dos ó tres vueltas en derredor del
cuello. Un momento despues sintió que, subia rápidamente,
y dando con la cabeza un golpe violento contra una materia
dura, volvió á quedar insensible.

Al volver otra vez en sí se sintió mas dueño de sí mismo:


sin embargo, su razon estaba todavía singularmente confusa
y oscurecida. Entonces comprendió que habia ocurrido
algun accidente, y que se hallaba en el agua, aunque su boca
estaba sobre la superficie, y podia respirar con alguna
libertad. Quizá en aquel momento el camarote vagaba
rápidamente con el viento, y le arrastraba así flotando sobre
el resto de la canoa y tendido boca arriba.

22
Mientras hubiera podido conservar esta posicion, hubiera
sido casi imposible que se ahogase. Un golpe de mar le
arrojó entonces enteramente al centro del puente, y
esforzóse por conservar esta nueva posicion, gritando de
vez en cuando: — ¡Socorro! Precisamente en el punto en
que fue descubierto por Mr. Henderson se habia visto
obligado á soltar la presa á causa de su debilidad, y
volviendo á caer en el mar se creyó perdido.

Durante todo el tiempo que duró esta lucha, no tuvo el


menor recuerdo del Ariel ni de nada que tuviese relacion
con el origen, de la catástrofe, y habíase apoderado de sus
facultades un vago sentimiento de terror y de desesperacion.
Finalmente, cuando la sacaron del agua le abandonó
completamente la razon, y cómo ya he dicho, hasta una
hora despues de hallarse á bordo del Pingonin no tuvo
perfecta conciencia de su situacion.

Por lo que hace á mí salí de un estado muy cercano á la


muerte despues de tres horas y media, durante las cuales se
emplearon todos los medios á favor de vigorosas fricciones
con franelas empapadas en aceite caliente, procedimiento
sugerido por Augusto. La herida del cuello, aunque de
apariencia bastante horrible, no tenia mucha gravedad y
pronto quedó curada.

El Pingonin entró en el puerto á las nueve de la mañana,


despues de luchar con una de las brisas mas fuertes que han
soplado nunca en la mar de Nantucket. Augusto y yo nos

23
arreglamos para entrar en casa de Mr. Barnard á la hora del
almuerzo, que felizmente se habia retardado un poco á
causa de la reunion de la noche anterior. Supongo que todas
las personas que estaban á la mesa se hallaban demasiado
cansadas para observar nuestra escuálida fisonomía, porque
no hubiera sido necesaria una gran atencion para ver el
trastorno. Por otra parte son capaces, de hacer milagros en
materia de engaños y no creo que se le ocurriera á uno solo
de nuestros amigos de Nantucket que la terrible historia que
contaron en la ciudad algunos marinos diciendo que habian
echado á pique un buque en la mar y ahogado á treinta ó
cuarenta pobres diablos, pudiera referirse al Ariel, á mi
camarada y á mí. El y yo hemos hablado despues mas de
una vez de la aventura, pero nunca sin estremecernos. Ea
una de nuestras conversaciones Augusto me confesó
francamente que en su vida habia esperi, mentado tan atrós
sensacion de espanto como cuando á bordo de nuestra
barquilla habia comprendido de repente toda la intensidad
de su embriaguéz y se habia sentido dominado por ella.

24
II.

EL ESCONDRIJO.

En toda historia de mero perjuicio ó de peligro no podemos,


ni aun de los mas sencillos precedentes, sacar conclusiones
ciertas en pró ó en contra. Se creerá tal vez que una
catástrofe como la que acabo de referir debió enfriar en
gran manera mi pasion naciente por el mar. Pues al
contrario, nunca he esperimentado tan ardiente deseo de
conocer las estrañas aventuras que accidentan la vida de un
navegante, como una semana despues de nuestra milagrosa
salvacion.

Este corto espacio de tiempo bastó para borrar de mi


memoria las tintas timbrosas é iluminar todos los toques de
color, deliciosamente icitativos, todo el lado pintoresco de
nuestro peligroso accidente. Mis conversaciones con
Augusto iban siendo cada dia mas frecuentes y crecian en
interés. Tenia un modo de referir sus historias de mar, la

25
mitad de las cuales por lo menos sospecho ahora que eran
para imaginacion, muy capaz de obrar sobre su
temparamento entusiasta como el vino y sobra una
imaginacion algo sombría, pero siempre ardiente.

Y lo estraño era, tambien que al pintarme sobre todo los


mas terribles momentos de angustia y desesperacion de la
vida del marino, conseguía cautivar mas poderosamente
todas mis facultades de pensar y de sentir, en favor de tan
novelesca profesion. En cuanto al lado brillante de la
pintura solo despertaba en mí una simpatía muy limitada.
Todas mis visiones eran de naufragio y de hambre, de
muerte ó cautiverio en las tribus bárbaras, de una existencia
de dolores y de lágrimas pasada en alguna, roca pardusca y
desnuda, en un océano inaccesible y desconocido.

En tus sueños y estos deseos (porque llegaban á ser deseos)


son muy comunes, como despues, se me ha dicho, entre la
numerosa familia de los hombres melancólicos; pero en la
época á que me refiero los consideraba yo como relámpagos
proféticos de un destino á que me sentia, por decirlo así,
consagrado, Augusto, entraba perfectamente en mi
situacion de ánimo, y realmente es probable que nuestra
intimidad hubiera tenido por resultado un cámbio recíproo o
de parte de nuestros caractéres.

Ocho meses, poco mas ó menos, despues del desastre del


Ariel la casa Lloyd y Uredemburg, (casa relacionada hasta
cierto punto con la de los Sres. Enderby, de Liverpool, si no

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estoy engañado) tuvo la idea de reparar y equipar el brick
Grampus para una pesca á la ballena. Era un casco viejo
apenas capáz de sostenerse en la mar, aun despues de haber
hecho todo lo posible para recomponerlo. Por qué razon fue
escogido con preferencia á otros buenos buques
pertenecientes á los mismos propietarios, no lo sabré decir;
pero el hecho es que fue escogido. Mr. Barnard quedó
encargado del mando y Augusto debia marchar con él.

Mientras equipaban el brick me instaba con frecuencia para


que aprovechase la escelente ocasion que se ofrecia de
satisfacer mi deseo de viajar. A veces me hallaba muy
dispuesto á escucharle, pero la cosa no era tan fácil de
arreglar. Mi padre no se oponia directamente; pero mi
madre sufria ataques de nervios así que se trataba del
proyecto; y lo peor de todo fue que mi abuelo, de quien yo
esperaba mucho, juró que no me dejaría un cuarto si volvía
á hablarle del asunto.

Pero estas dificultades, lejos de amortiguar mi deseo, fueron


como echar aceite en el fuego. Resolví marchar á todo
evento y cuándo hube comunicado mi resolucion á Augusto
nos ingeniamos para hallar un plan y poner lo por obra. Sin
embargo, me guardé muy bien de volver á hablar una
palabra del viage á ninguno de mis parientes, y como me
dedicaba ostensiblemente á mis estudios ordi narios,
supusieron que habia renunciado al proyecto. Despues he
examinado con frecuen cia mi conducta con tanta sorpresa
como dis gusto. La profunda hipocresía de que me va lí

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para llevar á efecto mi proyecto, hipocre sía que por tanto
tiempo inspiró mis palabras y mis acciones, no pude
hacérmela soportable si no merced á la ardiente y estraña
esperanza con que contemplaba la realizacion de mis
sueños de viage, tan asiduamente acariciados.

Para llevar á cabo mi estratagema, veiame obligado á dejar


muchas cosas á cargo de Augusto, empleando la mayor
parte del dia á bordo del Grampus y encargado por su padre
de hacer algunos preparativos en el camarote y en la sala.
Pero por la noche teníamos seguridad de encontrarnos y
hablábamos de nuestras esperanzas. Un mes habia pasado
de este modo sin haber podido hallar un plan de resultado
probable, cuando me dijo al fin que ya lo tenia pensado.

Tenia yo un pariente que vivia en NewBedford, un tal Mr.


Ross, en cuya casa tenia yo costumbre de pasar algunas
veces dos ó tres semanas. El brick debia hacerse a la vela á
mediados de Junio (Junio de 1827) y quedó convenido que
un dia ó dos antes de hacerse á la vela, mi padre recibiria,
como de costumbre, un billete de Mr. Ross, rogandole que
me enviase á su casa para pasar una quincena con Roberto y
Emmet, sus hijos. Augusto se encargó de este billete y de
enviarla á su destino. Habiendo fingido, pues, que me iba á
New-Bedford debia, reunirme con mi camarada que me
preparaba un escondrijo á bordo del Grampus. Segun me
aseguró, este escondijo quedaria preparado de un modo
bastante cómodo para poder permanecer algunos dias
durante los cuales no debia dejarme ver. Cuando el brick

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hubiera hecho suficiente camino para imposibilitar la
vuelta, entraña yo en pleno goce del camarote; y en cuanto
á mi padre se reina con gusto de la jugarreta. Por lo demás
era seguro que econtraríamos muchos buques por medio de
los cuales conseguirla enviar una carta á mis padres para
explicarles la aventura.

Llegamos por fin á mediados de Junio y todo estaba ya


preparado. El billete fue escrito y enviado, y un lunes por la
mañana salí de mi casa, fingiendo que me iba en busca del
paquebot de New-Bedford. Yo me fui directamente en
busca de Augusto, que me esperaba en una esquina. En
nuestro plan primitivo entraba el quedarme yo oculto, hasta,
el anochecer, y trasladarme entonces á bordo del brick; pero
como nos favorecia una densa niebla, se decidió que me
ocultase sin perder Página:Aventuras de Arturo Gordon
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Pym (1861).djvu/51 ricias consolarme de todas mis penas y
exhortarme á sufrirlas con valor.

Al cabo de algun tiempo lo singular de su conducta me


llamó poderosamente la atencion. Despues de lamerme el
rostro y las manos por espació de algunos minutos, se
detenia de repente y exhalaba un sordo gemido. Cuando le
tendia la mano le hallaba invariablemente tendido de
espaldas y patas arriba. Esta conducta tan insistente me
parecia estraña y no podia esplicármela de ningun modo.
Como el pobre perro parecia afligido, inferí que había
recibido algun golpe, y cogiéndole las patas las tenté una
por una, pero sin hallar ningun síntoma de mal. Entonces
supuse que tenia hambre y le di un gran pedazo de jamón
que devoró con avidéz, volviendo en seguida á su estraña
maniobra. Imaginó entonces que sufría como yo los
tormentos de la sed y ya iba á aceptar esta conclusion como
la única verdadera, cuando se me ocurrió la idea de que
hasta entonces no habia examinado mas que las patas y que
podia tener su herida en cualquiera otra parte del cuerpo. Le
tenté con cuidado la cabeza, y no hallé nada; pero al pasar
la mano á lo largo del lomo, sentí como una pequeña
ereccion del pelo que le cruzaba en toda su redondéz, y
sondeando el pelo con el dedo descubrí un hilo que le
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rodeaba el cuerpo. A favor de un examen mas atento
encontré una pequeña faja que me causó la sensacion del
papel de escribir.

El hilo sujetaba esta faja y lo habían afianzado de modo que


quedase fija exactamente debajo del brazo izquierdo del
animal.

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