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Theodor Schwenk

el CAOS
SENSIBLE
c r e a c i ó n de las formas
por los m o v i m i e n t o s del agua y el aire
Theodor Schwenk

E L CAOS SENSIBLE
Creación de las formas
por los movimientos del agua y del aire

EDITORIAL ANTR_P_SDFI_A
<5

SUMARIO

Prefacio a la primera edición francesa del comandante Cous-


teau 7
Prólogo 9
Los movimientos esenciales del agua 13
Circuitos y superficies helicoidales 13
La ola 27
Génesis del remolino 37
El remolino 44
Las cadenas rítmicas de remolinos 51
Remolinos en anillo 55
Lo inmóvil nace del movimiento 58
El agua, órgano sensorial de la tierra 65
El agua como medidora del orden cósmico 68
El agua como modeladora de la superficie terrestre 73
Tres cualidades esenciales del agua 80
El oído 84
El intestino 88
El corazón 90
Sabiduría fluyente 94
Sobre la esencia espiritual del agua 98
Agua y Aire 100
El agua en la envoltura aérea de la tierra 105
El aire 114
Corrientes aéreas sensibles 119
Sobre la esencia espiritual del aire 124
El verbo cósmico creador 127
Apéndice: Las formas de las corrientes en el arte 134
Bibliografía 139
Lista de fotografías 144
Apuntes sobre las fotografías 147
Prefacio
a la primera edición francesa
del comandante Cousteau

Desde el mágico instante en el que mis ojos se abrieron en el fondo


del mar, no he podido ver, pensar ni vivir como antes. Fue hace 26
años; ¿qué ocurrió? Tantas cosas al mismo tiempo, que todavía no he
terminado de analizarlas. M i cuerpo deslastrado flotaba en el espa-
cio, el agua se apoderaba de mi piel, las formas de los seres marinos
eran puras hasta el impudor, el examen detenido de los gestos tomaba
un valor. De pronto, comprendí que la pesantez era el pecado original
cometido el día en el que los primeros seres salieron del mar y que la
redención no llegaría más que en el momento en el que regresáramos
de nuevo al mar, como lo han hecho ya los mamíferos marinos.
Cuando Tailliez y yo nos encontrábamos en medio de la ronda nupcial
de los grandes Caranx de plata en las islas de Cabo Verde, estába-
mos maravillados por la armonía fluida del ballet: si cada pez adapta-
ba voluptuosamente la curva de sus flancos a las mínimas exigencias
del medio, el banco entero se organizaba en espiral como un torbelli-
no. En el mar Rojo, a lo largo de los acantilados de coral, con Dumas,
he seguido a los grandes tiburones grises, admirablemente perfilados,
por supuesto, pero ante todo sensibles por todo su cuerpo al líquido
del que eran expresión. En Córcega, sobre la pendiente del talud, a
200 metros de profundidad, a través de las ventanillas de mi platillo
sumergible, he visto largos perros de mar nadar veloces a ras del
suelo sin levantar la mínima nube de arena...
Y en Alborán, por encima de los bosques de laminarias gigantes, he
buceado de noche con Falco en el torrente de aguas atlánticas, que
se precipita a la velocidad de 3 nudos en el Mediterráneo. Nos dejá-
bamos llevar a la deriva bajo el casco del «Espadón» con los proyec-
tores y a nuestro alrededor, el mar vivo cantaba un himno al «caos
sensible».
El inmenso caldo de cultivo rebosaba de racimos de huevos de larvas
transparentes, de pequeños crustáceos apenas teñidos, de largos cin-
turones de Venus que un gesto hacía que se enrollasen a distancia, de
cúpulas de cristal pulsátiles que nuestros rayos luminosos transfor-
maban en auténticas joyas. Pequeños toneles de agua organizada, los
Salpes, se aglutinaban en cadenas de 20 y 30 metros de largo, su
transparencia punteada de pequeñas manchas anaranjadas en el co-
razón de cada individuo...
Toda esta variedad multiforme, era agua modelada por sus propias
leyes, que tomaba vida en sus caprichos, que intentaba tomar con-
ciencia.
Este conjunto de recuerdos tiene para mí un sentido nuevo, inspirado
por el notable libro de Theodor Schwenk que tengo el honor de pre-
sentarles.
PRÓLOGO

Durante estos últimos siglos las relaciones del hombre con el ele-
mento agua se han modificado completamente. Hoy en día nos
parece natural disponer, sin ningún esfuerzo, del agua requerida
para nuestras necesidades cotidianas. Pero no siempre ha sido
así. Antiguamente, a menudo no se podía obtener el agua más que
con grandes esfuerzos. Por esto se ofrecía un verdadero culto a
este elemento. Los hombres sentían en ella la presencia de ciertas
divinidades y se le acercaban con respeto. Las deidades acuáti-
cas han sido a menudo las primeras en aparecer en las Mitologías.
Paulatinamente se ha ido extinguiendo este sentimiento acerca del
contenido espiritual del agua. Hoy día se la considera como mate-
ria manimada o potencia energética.
A l comienzo de la era en que la técnica empezó a desarrollarse
había todavía en el mundo personajes singulares que eran capaces
de vislumbrar en su conciencia este contenido espiritual de las aguas.
Hombres como Leonardo da Vinci, Goethe, Novalis y Hegel, po-
dían aún aproximarse a la verdadera esencia de las aguas. Da Vinci,
que fue ciertamente el primero en realizar experiencias sistemáti-
cas, en el sentido moderno, sobre la cinemática de fluidos, observa
sin embargo el mundo maravilloso oculto en este elemento y perci-
be las relaciones entre las leyes del agua y la génesis de los seres
vivos. En la época de Goethe y de los Románticos, los filósofos de
la naturaleza se interesaban todavía por la esencia del agua, arque-
tipo de todos los líquidos y sustrato de formaciones orgánicas. Ellos
experimentaban lofluyentecomo lo universal, lo que todavía no es
elemento inmóvil, sino capaz de dejarse modelar desde afuera, como
lo indeterminado, pero a la vez determinable, como un «caos sensi-
ble» (fragmento de Novalis).
A medida que la humanidad iba descubriendo las leyes físicas del
agua aplicándolas para beneficio de su tecnología, la sabiduría anti-
gua sobre el alma y el espíritu de este elemento, se va quedando en
el olvido. Desde entonces, no se tiene en cuenta la esencia de lo
que es el agua, sino únicamente su valor material. El hombre apren-
dió a utilizarla y a basar en ella toda una estructura tecnológica. Ha
conseguido dominar su fuerza, es represada en pantanos artificiales
y conducida por enormes tubos como auténtica energía fluyente
que hará mover la pesada maquinaria de las turbinas. Hoy en día el
hombre la concibe como una fuerza física aplicable para obtener
unos resultados asombrosos. El pensamiento técnico y económico
se ha convertido en amenaza pues tiene como única meta poner a
su servicio todos los dominios de la vida, para hacer uso de ellos y
sólo en base a estas miras lo valoran y administran todo. Pero hoy
hay que poner en cuestión los resultados que parecían definitivos y
satisfactorios. La economía especuló con ella. A l principio se la vio
susceptible de ser explotable. Se empezaron a desecar los terrenos
pantanosos para conseguir más tierras de labranza, se talaron los
bosques, se encauzaron y enderezaron artificialmente los ríos, se
acotaron las tierras. Se desnaturalizaron los paisajes. Hoy llegamos
a la conclusión de que de esta forma se han llegado a alterar y
dañar muchas de las delicadas funciones vitales del organismo glo-
bal de la naturaleza. Un pensamiento que no se interesa más que
por la utilidad no puede percibir las grandes correspondencias vita-
les. Hoy es necesario que el ser humano aprenda de la naturaleza
misma las consecuencias fatales y antieconómicas que han tenido
su parcialidad y cortedad de miras; en todas partes se está produ-
ciendo un cambio de opinión y se está tomando conciencia de que
todos los procesos de la vida están relacionados entre sí. Se han
descubierto las desastrosas consecuencias ecológicas que traen
consigo las modificaciones que se pueden efectuar en los procesos
circulatorios vitales de la naturaleza, así como que el agua es algo
más que un simple medio energético o de transporte.
El ser humano no sólo ha perdido de vista la verdadera esencia del
agua, sino que está a punto de llegar a un grado irreversible en su
contaminación. El que tantísimas fuentes estén secándose en toda
la tierra es un síntoma de este triste proceso y los esfuerzos tan
considerables que se están haciendo para remediarlo nos dan una
idea de la seriedad de la situación. Pero la acción reparadora sólo
podrá ser práctica y fecunda si a partir de la conciencia moderna se
redescubre la esencia del elemento acuoso, salvándola así del olvi-
do en que cayó.
Este libro que tienen ante ustedes pretende ayudar a verificar este
redescubrimiento. Trata, sobre todo, de mostrar el agua como re-
presentante de todo lo que fluye en la naturaleza tanto animada
como inanimada. Trata también sobre los movimientos del aire.
Ambos elementos, agua y aire, son equiparables tanto en su com-
portamiento como en su movimiento. Bajo determinadas condicio-
nes, los movimientos del aire imitan a los del agua y viceversa. En
este sentido los especialistas les denominaron fluidos. Pero sólo en
lo referente a su propia esencia nos podremos formar una idea tan-
to de sus diferencias como de sus analogías.
El autor describirá primero fenómenos simples que cada uno puede
observar. Estos fenómenos que se producen en el agua y en el aire
pueden ser interpretados —o al menos éste es nuestro deseo—
como las letras de un escrito, como la lectura y el aprendizaje del
alfabeto de la naturaleza. Pero quien quiera quedarse en una visión
meramente fenomenológica es mejor que renuncie a su lectura y a
la comprensión de su sentido, pues tan sólo verá letras sueltas don-
de hay palabras y frases escritas.
El autor va a mostrar un camino que permita sobrepasar la
fenomenología pura para llegar a «leer». Será una tarea ardua, en
la cual el lector tendrá que profundizar con bastante atención y pa-
ciencia para poder llegar a elaborar unas amplias perspectivas.
Cuando se observan libremente y sin ideas preconcebidas los movi-
mientos de los fluidos sentimos que en nuestro pensamiento se rea-
liza una metamorfosis: se hace cada vez más apto para comprender
lo viviente. Esta metamorfosis en nuestro pensar es un paso decisi-
vo que nos tenemos que decidir a dar en nuestros días.
Desde el punto de vista de nuestra metodología, habría que añadir
que en este libro hemos elegido el término «elemento» por encerrar
mucho mayor contenido que el de estado de agregación. La palabra
elemento expresa una fuerza activa, creadora de fenómenos, y que
se funda en una entidad real. Dado que aquí no trataremos de com-
posiciones químicas, sino del movimiento de los fluidos y de las for-
mas que se originan a partir de dichos movimientos, el autor no ha
hecho, en general, ninguna diferencia, entre el agua tal como existe
en la naturaleza y los líquidos internos de los organismos. Los movi-
mientos estudiados son esencialmente comunes a todos los líquidos
y veremos que son movimientos típicos, independientes de toda di-
ferenciación química.
El presente trabajo está basado en observaciones científicas, pero
también y sobre todo en la ciencia espiritual de Rudolf Steiner. Éste,
en su inmensa obra, ha demostrado cómo se puede ampliar correc-
tamente el pensamiento científico para acceder a las realidades de
lo viviente y a sus fundamentos espirituales.
No nos gustaría emprender esta tentativa sin antes recordar con
gratitud todo lo que debemos a Rudolf Steiner. Por otra parte, un
trabajo como éste hubiera sido inconcebible, de no haber sido por el
intercambio vivo llevado a cabo con personas de diferentes medios.
El autor es consciente de todo lo que debe a este intercambio. Fue-
ron muchos los que le asistieron a lo largo de los años con su conse-
jo y ayuda. Sería imposible citarlos a todos, pero el autor quiere
evocarles aquí y expresarles su reconocimiento. Agradece particu-
larmente a Helga Brasch por su valiosa ayuda en la redacción del
libro, a Walther Roggenkamp por su tan comprensiva contribución
a la ilustración del texto, a los editores, cuyo apoyo y ayuda permi-
tieron la publicación del libro.

Herrischried, Selva Negra


Verano 1961 Theodor Schwenk
Los movimientos esenciales del agua

Circuitos y superficies helicoidales

Dondequiera que se encuentre el agua, tendrá siempre la ten-


dencia a adoptar la forma esférica. Envuelve el globo terrestre y
reviste a los objetos con una fina película. Cuando cae en forma
de gotas, tiene la tendencia a adoptar la forma esférica, cuando
se deposita en forma de rocío en las noches estrelladas puede
transformar una pradera insignificante en un firmamento de bri-
llantes esferas acuosas.
Cuando el agua está en movimiento tiene la tendencia a buscar
oquedades y niveles más bajos que el suyo, obedeciendo así a la
fuerza gravitatoria terrestre. Es una ley terrestre la que la obliga
a derramarse y a correr, la que la priva de su forma esférica
original y la incita a moverse de forma más o menos rectilínea
hacia una meta concreta. De todas formas, el agua intentará
siempre adoptar la forma que le es propicia. Entre esta tenden-
cia y la tracción de la gravedad, tiene el agua múltiples posibili-
dades de llegar a alcanzar un equilibrio rítmico. Este juego de
movimientos con su esplendorosa creación de formas es de lo
que vamos a ocuparnos en los siguientes capítulos.
Una esfera es un «todo»; de la misma manera, el agua buscará
siempre la forma de constituir un todo orgánico que una todas las
partes unitarias de ella misma, reuníéndolas en circuitos. En un
circuito no podemos distinguir ni comienzo ni fin, todo en él está
íntimamente unido y en relaciones recíprocas. El agua es el ele-
mento de los circuitos por antonomasia. Si lesionamos los circui-
tos vivientes, alteramos una unidad y ponemos en movimiento una
cadena lineal de causas y efectos que obedecen a leyes inorgánicas.
Entre los circuitos acuáticos más conocidos tenemos que citar el
ciclo de sus agregados o «estados físicos». Asciende en forma de
vapor procedente de los océanos, mares y ríos, sumándose a las
grandes corrientes atmosféricas que circulan alrededor de la tie-
rra. Cuando llega a áreas frías, como al ascender por las laderas
de las montañas, se condensa en forma de nubes y posteriormen-
te desciende en forma de rocío, lluvia, nieve o granizo. Pero es tan
sólo una pequeña parte de las precipitaciones (algo más de un
tercio) la que afluye a los arroyos y ríos, los cuales la conducen al
mar. El resto se evapora nuevamente en la atmósfera y sigue su
camino por las grandes vías aéreas de bajas presiones u otros
sistemas de corrientes. Así el agua realiza un ciclo, del estado
líquido al estado líquido pasando por el estado de vapor. Este ciclo
se reproduce unas 34 veces en un año. Ya sea en las corrientes
marinas, o bien llevada por las grandes corrientes aéreas, o preci-
pitándose nuevamente sobre la tierra, nos la encontramos siempre
fluyendo en el recorrido de sus pequeños o grandes sistemas cir-
culatorios. A l llegar al seno del mar, parece como si hubiese al-
canzando su mayor objetivo. Pero no se detendrá ahí. Será arras-
trada y transportada por las grandes corrientes marinas por las
que seguirá circulando, ya sea en la superficie o en las profundi-
dades, las cuales están surcadas por gigantescos sistemas circu-
latorios. Nos podemos hacer una idea aproximada de la dimensión
de éstos, si pensamos que los océanos ocupan el 71 por 100 de la
superficie del planeta. Con 4°C el agua alcanza su mayor densi-
dad (esta proporción se modifica un poco cuando se trata del agua
salada). A l llegar a este punto el agua tiende a hundirse, mientras
que la que se encuentra algo más caliente en los niveles más pro-
fundos tiende a ascender a la superficie. Estas masas frías rue-
dan sobre el fondo de los mares y avanzan desde los polos en la
dirección de las lejanas zonas ecuatoriales, para regresar de nue-
vo hacia los polos. Los mares, los lagos y los ríos tienen también
sus movimientos cíclicos específicos, como pronto veremos. El
mundo de las plantas toma parte, en gran medida, en el ciclo del
agua. Las plantas están compuestas predominantemente de agua.
Un inmenso río de agua transpirada por sus estomas asciende de
praderas, campos y bosques. Una hectárea de bosque puede trans-
pirar a la atmósfera en un día de verano hasta 40.000 litros de
agua. Es así como el mundo de ios vegetales participa directa-
mente en los grandes procesos del organismo terrestre. Constitu-
ye una fracción considerable del camino que el agua recorre so-
bre el globo terrestre. Por esto no podemos hablar de sistemas
circulatorios autónomos en cada planta. Su corriente de savia no
es sino una parte de un sistema circulatorio del que ella misma
forma parte y que continúa por un lado en la atmósfera y por otro
en la tierra. Las plantas son auténticos sistemas capilares, a tra-
vés de los cuales el agua —verdadera sangre de la tierra— circu-
la y efectúa intercambios con la atmósfera. Podemos decir que
tierra, atmósfera y mundo vegetal forman reunidos un vasto orga-
nismo en el que el agua circula como si se tratase de sangre
vivificante.
Este ciclo que acabamos de describir aquí, inmensamente amplia-
do, es el mismo sistema circulatorio que los anímales y el hombre
portan dentro de sí. Lo que para los vegetales sobre la tierra cons-
tituye un inmenso sistema circulatorio, lo llevan los animales y el
hombre encerrado en un pequeño espacio y lo mueven las mismas
leyes y ritmos que hacen circular el agua fuera, en el seno de la
naturaleza. A l igual que en el hombre, en cuyo organismo interno
nos encontramos con multitud de subsistemas circulatorios con
funciones específicas pero sin disociarse de la función global del
organismo, nos encontramos la Naturaleza entera atravesada con
todos estos tipos de subsistemas, unos más grandes, otros más
pequeños, pero estrechamente relacionados entre sí. Cada uno
desempeña un determinado cometido. Cada lago en buen estado,
cada pantano, constituyen una unidad viviente de funciones, al
mismo tiempo que un órgano del paisaje en el que se encuentran y
éste a su vez integrado como miembro de un organismo aún ma-
yor.
Cuando consideramos tales hechos, percibimos que el agua se halla
presente en todas partes sobre la tierra, desempeñando numero-
sas funciones. Comprendemos que ella no es únicamente un «cuer- <' _
po» dotado de pesantez, sino un medio interrelacionador increíble- ^ «* 4

mente activo sobre el que se fundamentan todos los procesos crea- 4.


s
dores de la vida. Después de estos elementos conocidos por to- "N**- ***^*
dos, vamos a abordar una tarea algo más ardua: dar a conocer
aquellas particularidades del agua que han permanecido ignora- , f -> ^.
das hasta hoy por la mayoría. í i
' ~%
Contemplemos el discurrir de un riachuelo y fijémonos en su for- « * •»
ma de oscilar, veremos cómo serpentea su cauce por los valles.
Nunca le veremos avanzar en línea recta. ¿Encontraríamos la ra-
zón de ser de estos meandros en la misma «esencialidad» del agua? 1
' lf*V
¿Qué es lo que incita al agua a formar estas curiosas curvas y M
bucles? En este caso sus esfuerzos por encerrarse en un círculo * .«a»» "-• ••'
resultan infructuosos, pues de ninguna manera podría el agua fluir
de nuevo valle arriba en dirección al punto de partida. Ya desde su
nacimiento, sus movimientos circulares se verán influenciados por
el empuje gravitatorio del plano inclinado de las montañas que
arrastran el agua hacia los valles, oscilando de un lado a otro. El
ritmo de un meandro es específico del curso del agua que lo des-
cribe. Un cauce ancho dará origen a oscilaciones amplias, mien-
tras que uno estrecho oscilará más «rápido» y originará meandros E l a ua
% V"fl*!>* e n l a
naturaleza siempre
.. . A intenta formar meandros.
mas pequeños, apenas perceptibles.

' La palabra «meandro» es el nombre de un río de Asia Menor que describe bellos y
rítmicos bucles.
Siempre el río y el paisaje acompañante se acoplan armoniosamen-
te y la vegetación los entreteje y vincula en un todo viviente. En un
río cuyo curso ha sido rectificado sucederá lo contrario, se compor-
tará como un ser árido y sin vida. Corresponde a la imagen del
«paisaje interior» de un alma humana que no es capaz ya de vibrar
con los ritmos naturales.
El flujo sinusoidal de un río natural está animado por todo un juego
de corrientes sutiles. Estas dan origen a una multiplicidad de movi-
mientos internos que están estrechamente ligados a la vida y al rit-
mo del curso del agua. A la corriente que se dirige valle abajo se le
adiciona otra giratoria. Se puede observar en la ilustración del corte
En el cauce de un rio no sólo nos encontramos
transversal del río. Por lo tanto, a pesar de la impresión que provoca
con la corriente que se dirige valle abajo, sino
también con corrientes transversales que a la observación superficial, el agua de un río no fluye únicamente
describen bucles. en una dirección, sino que gira al mismo tiempo alrededor del eje del
curso del río.
El sentido de la rotación se explica de la siguiente manera: el agua
de la superficie pasa del lado «interior» de la curva hacia el lado
«exterion> (llamamos «interior» al segmento cóncavo del cauce y
«exterior» al segmento convexo). Ahí el agua desciende
oblicuamente hacia el fondo y retorna de nuevo a lo largo del cauce
hacia la orilla interior, remontando seguidamente a la superficie. La
resultante de la corriente rectilínea más el movimiento giratorio, es
una helicoide. Contemplando más atentamente, nos encontramos
siempre dos hélices yuxtapuestas a lo largo de la corriente, lo que
vemos en el esquema adyacente.
Fijémonos atentamente en un punto de la corriente situado en la
proximidad de la orilla de la concavidad de un meandro. Veremos
en la superficie cómo el agua fluye hacia la orilla exterior. A l mismo
tiempo otras corrientes giratorias ascienden hacia la superficie, de
tal manera que en unríohay una diversidad de superficies helicoidales
pasando por abajo y por encima unas de otras, lo que significa un
constante fluir en múltiples direcciones. Nos formaremos una ima-
gen más exacta de este movimiento si lo comparamos con un cabo
integrado por varios hilos, con la diferencia, claro está, de que el
agua está en movimiento continuo, en cambio incesante, además de
Las corrientes transversales secundarias en que cada hilo está constantemente recorrido de nueva agua. Sin
un segmento del río presentan intensidades embargo esta imagen de los hilos no representa el movimiento espi-
diferentes: intensas en el lado de menor ral en sí. Sólo en este contexto podemos hablar de «hilos» de agua.
pendiente, se hacen más débiles en la orilla En la realidad son auténticas superficies, planos en espiral que se
de máxima pendiente del meandro siguiente.
desarrollan en el espacio deslizándose los unos sobre los otros.

16
Los dos torbellinos secundarios, sumados al
flujo valle abajo, dan origen a un movimiento
en forma de espiral (Móller).

Esto se puede observar de forma más exacta en el vapor de una


taza de té o en el humo de un cigarro que asciende en forma de
velos en espiral.
Estas corrientes provocan también una fuerte erosión en las orillas.
Ésta será más intensa en las orillas exteriores que en las interiores
de los meandros. Estas últimas presentan contrariamente una ten-
dencia a la formación de depósitos. Los materiales extraídos de las
orillas exteriores fluirán en el seno de las corrientes helicoidales río
abajo hacia las pendientes interiores, donde se irán depositando. A
causa de estos fenómenos, la orilla exterior del río comienza a avan-
zar. La amplitud de la curva se va reforzando. El círculo del mean-
dro se vuelve cada vez más pronunciado. Un día, como consecuen-
cia de una crecida, el círculo se cierra. Desde entonces el agua
dejará de circular por dicho meandro, originándose las llamadas
«aguas muertas».

Debido a la erosión que tiene lugar en las


orillas, los meandros se van pronunciando
cada vez más, hasta que a causa de una
crecida llegan a cerrarse, originando las
«aguas muertas» (según V, Biilow).

17
Investigaciones realizadas en aguas canalizadas del curso inferior
del Rhin han demostrado, hace ya decenios, que lo natural en el
curso del agua es la tendencia a la formación de sinuosidades y de
meandros. Incluso cuando fluye entre riberas que han sido rectifi-
cadas, la corriente usará sus últimas fuerzas para llevar a cabo esta
forma de movimiento. Los muros más sólidos de los canales no
pueden hacer frente a la persistencia de esta «voluntad» del agua y,
allá donde ofrezcan la mínima resistencia, cederán y se abrirán. El
río intentará por todos los medios transformar este trayecto recto,
antinatural e impuesto, en otro sinuoso más adecuado. De este modo
se alargará su recorrido y disminuirá la velocidad de la corriente, no
erosionándose demasiado el lecho, ni siendo absorbidas las reser-
vas subterráneas del agua.
Cuando estudiamos el flujo del agua por el interior de tuberías
rectilíneas <le sección triangular o poligonal, nos vemos tentados a
creer que el agua fluye en línea recta. Sin embargo esto no sucede
así. Incluso en este caso se forman torbellinos en su interior, análo-
gos a aquellos que observamos en los ríos. Pequeños remolinos se-
cundarios crean, juntamente con el movimiento longitudinal princi-
pal, superficies helicoidales en movimiento.
Puede llegar a suceder que dos remolinos vecinos entren en con-
tacto, el uno entra en el espacio del otro y viceversa, lo que dará
Aguas muertas del Mississippi (según Peschel).
origen a una oscilación interesante de la misma naturaleza que un
meandro.
Incluso aunque no haya orillas que limiten y contengan la corriente,
ésta obedecerá a la ley rítmica de los meandros. Esto lo podemos
observar por ejemplo en el océano, en el que grandes sistemas de
corrientes, como el «Gulf Stream», fluyen por entre medio de sus
aguas. La corriente del golfo tiene su punto de partida en el Golfo
de Méjico y atraviesa el Atlántico describiendo grandes bucles has-
ta la Europa Septentrional. Es un gigantesco río de agua caliente en
el seno de aguas más frías; él se ha construido, por así decirlo, sus
propias riberas de agua fría'.

En el océano A tlántico la corriente cálida del


Golfo describe, en medio de las aguas frías,
grandes meandros que se desplazan con el
tiempo.

Por lo tanto un solo y mismo principio se verifica en todas las aguas


corrientes, sea cual fuese su dimensión; desde el simple arroyuelo
con sus pequeñas sinuosidades, pasando por los ríos de los tamaños
más variados, hasta las grandes corrientes oceánicas a escala
planetaria, este principio es inherente a todas las aguas en movi-
miento y tiende a realizarse independientemente del medio que le
rodee. Éste puede ser la dura roca de las montañas, el hielo del
glaciar con sus fuentes, guijarros, cantos rodados o aluviones, etc.,
o bien incluso las «murallas» de agua caliente o más fría.
Bien sea en un medio orgánico o incluso aéreo, el fluido trabaja
según una ley idéntica, como veremos más tarde. Nos encontramos
aquí ante una ley que se manifiesta siempre bajo las condiciones
físicas más diversas y que no será influenciada por ellas. Pero la
corriente del Golfo no es únicamente un ejemplo de este principio,
sino que ilustra otro caso que ahora trataremos.

1
La rotación de Ja tierra no se queda, desde luego, libre de la influencia del desplaza-
miento de estas enormes masas de agua. Dado el carácter complejo de esta influencia,
no la expondremos aquí. 19
La posición de los meandros de la corriente del Golfo oscila en el
transcurso del tiempo; no basta con decir que están rítmicamente
dispuestos en el espacio, sino que lo están también en el tiempo.
Los bucles descritos por esta corriente se desplazan. Esto mismo
puede ser observado a escala más pequeña en todo riachuelo. Se
trata de un modo de expresión específico del agua: ésta va trazando
su camino en el medio ambiente según un ritmo espacial que está
subordinado al «flujo del tiempo», que va modificando paulatina-
mente la disposición de sus meandros. En este caso, la relación
entre el agua y el tiempo es patente y es necesario que nos esforce-
mos en volver a reconocerla para poder llegar a comprender la
naturaleza profunda del agua y al mismo tiempo los movimientos
orgánicos, es decir, la vida misma. Allá donde algo líquido se mueva
sucederá de forma rítmica. El devenir de la Naturaleza está anima-
do por innumerables ritmos. No se trata únicamente de las mareas
y de las corrientes marinas, que son ritmos en el tiempo; un lago, un
estanque, un pozo con sus aguas subterráneas, todos ellos poseen
en sus oscilaciones un tipo de flujo y de reflujo.
El transcurso del día o incluso períodos más largos son la base en la
que se apoyan los ritmos de una corriente natural, Así hay épocas
en las cuales los ríos excavan en la profundidad de su cauce y otras
en las que se ensanchan más sus márgenes. Este fenómeno es bien
conocido por los leñadores que transportan los troncos flotando río
abajo. Algunas veces el río lleva los troncos a las orillas y otras
permanecen bien en el centro de la corriente. Resumiendo breve-
mente: hemos expuesto que el agua tiende a adoptar de por sí la
forma esférica; allí donde abandona la forma que le es «propia»,
intentará compensar esta pérdida mediante la circulación. La resul-
tante de la relación de la «forma propia» con la gravedad dará ori-
gen a movimientos en forma de superficies curvas que se desliza-
rán las unas sobre las otras, de lo que resultarán formaciones
sinuosas entrelazadas. Estos ritmos espaciales se subordinan a los
ritmos temporales que son menos amplios, pero a menudo estricta-
mente determinados.
Para concretar algo más las consideraciones precedentes, vamos a
mostrar algunos ejemplos del reino de los seres vivos. Todo ser
viviente cuando realiza sü forma visible específica a partir de su
«tipo» o «idea» pasa obligatoriamente por una fase líquida. Algunos
de estos organismos se encuentran muy próximos a este estado
acuoso, es decir, poco solidificados, otros se condensan y se amol-
dan más o menos a las leyes de lo sólido. Pero hay algo que es
común a todos: su paso por el estado líquido deja en ellos huellas
reconocibles en su estructura adulta. De aquí la pregunta: ¿están
las leyes del agua ligadas a los organismos y a sus formas? o, ¿sería
el agua la que con su ductilidad extrema se somete a sí misma a los
principios formadores que la dominan, a fuerzas formativas, a «ideas»
creadoras de las cuales ella no sería sino su expresión visible? Esto
significaría que el agua es el «cuerpo» de un mundo de fuerzas
superior a ella que puede intervenir por medio de ella en el terreno
de lo material, desempeñando un papel de mediador en la forma-
ción de los organismos. Más adelante volveremos a ocuparnos de
esta pregunta tan importante, que irá siendo respondida, o al menos
parcialmente, a lo lareo de esta obra.

Numerosos animales acuáticos unicelulares


han condensado en su forma corporal el
movimiento-tipo delflujo.Así, su locomoción
se efectúa la mayoría de las veces en forma de
espiral.

Los Infusorios son seres vivos aún poco condensados que apenas
se distinguen de su medio acuático. Muchos de ellos muestran cómo
la forma globular y la tendencia locomotriz dan origen a una estruc-
tura helicoidal que facilita la propulsión.
Los movimientos de las aletas de los peces son enteramente obra
del agua: son como velos de agua ondulante solidificados. Son for-
mas de agua en movimiento encarnadas en lo orgánico y por tanto
hechas visibles. Un solo y mismo principio formador se expresa a
través de la arquitectura del organismo, su función y el medio am-
biente. Los tres confluyen en el movimiento (foto 15). 21
El esquema adjunto, que muestra una lámela branquial del
Espirógrafo, habla por sí solo. El Espirógrafo es un gusano tubular
que vive en el Mediterráneo y que despliega en el agua marina sus
tentáculos sinusoidales. En caso de ser agitado o excitado, los retira
e introduce inmediatamente en el interior de su túbulo, cuyo tracto
presenta la forma de tubo de tornillo. Las lámelas branquiales de
este animal presentan el mismo principio espiral completamente
materializado.
No son tan sólo los animales nadadores, sino también los organis-
mos bañados en el líquido, los que presentan, más o menos nítida,
esta tendencia. Hemos visto cómo en el caso de la corriente del
Golfo, dos líquidos diferentes, a saber, el agua caliente y el agua
fría, pueden deslizarse durante mucho tiempo la una contra la otra
sin apenas mezclarse. De la misma manera, un río limpio y otro
sucio en su confluencia mantienen durante un tiempo su respecti-
va autonomía en el seno de la corriente común; su superficie divi-
Hasta en la estructura sutil de las lámelas soria se distingue de forma notoria. Nos volvemos a encontrar
branquiales, el Espirógrqfo presenta
con el mismo fenómeno en el corazón, allí donde confluyen las
superficies en espiral (según Ludwig).
sangres arterial y venosa: entre ambas se forma un tabique líqui-
do. En el curso de la evolución en la escala animal este tabique se
ha ido realizando de forma cada vez más material. ¿No es acaso
la sangre del hombre y de los animales un sistema de células en
suspensión en un líquido? Nos reencontramos aquí, por lo tanto,
con los fenómenos fundamentales del líquido en movimiento. El
pez denominado Protóptero constituye un ejemplo en el que el
tabique cardíaco transversal, que separa las dos clases de sangre,
tiene una forma espiral muy significativa. Tal como resulta del
ejemplo de la corriente del Golfo, los líquidos son separados desde
el principio en la corriente común. Este proceso puede ser expli-
cado en el esquema adyacente que representa un tubo acodado o
un ancho vaso sanguíneo.

En el tabique transversal del corazón del pez Corrientes secundarias en un tubo acodado,
Protóptero, las dos corrientes sanguíneas que o en un vaso sanguíneo ancho.
entran en contacto han dado origen a una
lámina helicoidal.

t
22
Obedeciendo a la fuerza centrífuga, el agua corriente o la sangre
hacen presión sobre la pared interna de la tubería. De esto resulta
que en la zona central las dos corrientes «se rocen» a lo largo de
una superficie. Si en ese lugar introducimos un tabique, no ocurrirá
1
modificación esencial alguna en el movimiento del líquido .

Podemos observar cómo se crea una auténtica superficie libre de


compromiso alguno, sobre la cual podría desarrollarse y hacerse
patente un tejido que únicamente se limitaría a hacer visible algo
que ya estaba allí previamente creado por el movimiento. El esque-
ma adjunto nos muestra claramente el proceso que ocurre en el
tubo acodado. Las superficies divisorias alineadas, antes verticales,
se van retorciendo hasta la horizontal en la salida. Sí cubrimos la
pared interior de una tubería con un barniz plástico, aparecerá des-
pués, como grabada o dibujada sobre su superficie, la trayectoria
del agua corriente. El dibujo adyacente nos muestra estos trazos.
Teniendo en cuenta el hecho de que estos trazos se encuentran
sobre una pared cilindrica, no podemos explicar su curvatura en dos
direcciones. Pero, puesto que las fuerzas del agua corriente origi-
nan formas helicoidales, un tubo elástico se torcerá en espiral debi- La pared interna de un tubo acodado ha sido
do a esa acción, y con él su tabique transversal. En este último la impregnada de un material blando sobre el
cual aparecen grabados los movimientos de la
sustancia viviente se podrá insertar y la hace así visible. Que tales
corriente (según Hinderks).
fuerzas de torsión existan realmente en los tubos elásticos llenos de
agua corriente se puede comprobar mediante una experiencia fácil
de realizar con una manguera para regar jardines. Cuando se deja
suelta se pone a oscilar fuertemente describiendo líneas serpenti-
nas y es imposible de controlar a no ser que se cierre el grifo. Aquí
naturalmente las fuerzas son más poderosas que en la corriente
sanguínea. Debemos renunciar a analizar ahora más a fondo este
fenómeno pues lo que aquí más nos interesa son las formas que se
crean en los líquidos. Digamos aún que una génesis orgánica tan
importante como ésta del tabique transversal del corazón puede ser
comprendida a partir de los movimientos del líquido, sin que se haga
necesario el tener que recurrir a explicaciones preconcebidas, como
tan a menudo hacemos.

1
Contrariamente a lo que aquí acabamos de exponer, en los conductos estrechos de
agua el flujo será siempre «laminar», es decir que el agua fluye siempre en estratos
paralelos, sin corrientes secundarias ni tprbefHtys. 23
El Protóptero reproduce esta tendencia formativa en su intestino. A
lo largo de la pared interior del tubo intestinal se halla un pliegue
espiral bien diferenciado que permite reconocer de nuevo aquí las
leyes de las corrientes liquidas. ¿No está sometido a estas leyes el
contenido del intestino?

En el intestino del pez Protóptero hay un «plie- Recordamos que el agua tiene el «deseo» de adoptar la forma esfé-
gue espiral» (según Newton Parker).
rica y de reproducir de esa manera la forma del cosmos. Pero si
interviene entonces una fuerza tal como la gravedad que la obliga a
seguir un camino rectilíneo aparece como resultante una torsión en
espiral.

Antes de su nacimiento se halla el niño en una envoltura líquida


protectora. No ha entrado aún definitivamente en el campo de fuer-
zas terrestres. Se encuentra como acostado en el interior de una
esfera y es todo él casi enteramente líquido o por lo menos en los
primeros estadios de la vida embrionaria. Su forma, antes líquida, se
va densificando progresivamente. En cuanto entra en el ámbito te-
rrestre abandona el espacio curvo del agua y entra en relación con
las fuerzas rectilíneas. En la medida en la que se va entregando a
sus influencias- su cuerpo se irá solidificando, lo cual es una condi-
ción indispensable para poder alcanzar la posición vertical y la mar-
cha. Volveremos a encontrar los trazos de sus orígenes en el mundo
esférico de las aguas, es decir, en el cosmos; entre otras, en la
forma de crecimiento de sus miembros. Observamos también las
huellas de los compromisos que han intervenido entre la tendencia
inicial cuna y las fuerzas rectilíneas de la tierra. Las formas ar-
queadas y más o menos espirales de los músculos y de los huesos
son también unrecuerdodel medio acuoso así como la huella de los
esfuerzos realizados para dominar el estado sólido. (Los mismos
principios formadores en huesos y músculos son válidos tanto para
el hombre como para los animales superiores.)
Hemos visto al agua corriente describiendo superficies sinusoidales.
Nos podemos hacer una imagen más correcta derramando el agua
de un recipiente en capas anchas. Éstas se curvan al derramarse
bajo el borde del recipiente. Éste es un fenómeno que reviste una
gran belleza en las fuentes en las que el agua fluye de cubeta en
cubeta.

La superficie en espiral se encuentra hasta en


la estructura de numerosos huesos: húmero
humano.

24
A menudo podemos distinguir arcos semejantes en las formas de
los músculos. Sobre todo los de las extremidades, que están atrave-
sados por todo un sistema de corrientes en las cuales se basa dicha
forma esencialmente. Vasos y músculos expresan, por lo tanto, la
misma cosa. Pero este movimiento penetra por mediación de los
tendones hasta el hueso mismo. El hueso es un verdadero «monu-
mento de piedra» que conmemora el flujo al cual debe su origen.
Gracias a un método especial que debemos a Berminghoff pode-
mos poner en evidencia la estructura de líneas de corriente en la
sustancia ósea. Después de haber descalcificado el hueso hacemos
una multitud de pequeños agujeros redondos con una lezna fina en
la superficie. A continuación los rellenamos de líquido coloreado.
Con el paso del tiempo vemos que estos pequeños agujeros, redon- Musculatura del hombro y del pecho
deados al principio, se van alargando poco a poco y nos indican las humanos.
líneas de tensión en la sustancia ósea. Prolongando y uniendo estas
fisuras artificiales llegamos a hacer visibles los «sistemas de flujo»
del hueso que sin realizar este artificio permanecerían ocultos.
Benninghoff ha estudiado con este método numerosos huesos. El
esquema presentado a continuación puede servir para hacernos una
idea al respecto. Vemos cómo los sistemas de corrientes se prolon-
gan hasta el interior del hueso mismo donde se engendra la estruc-
tura trabecular del tejido esponjoso, insertándose entonces en la

La superficie de muchos huesos conserva


todavía las estrias que forman los motivos en
espiral que nos recuerdan al agua corriente y
turbulenta. Omóplato del hombre (según
Benninghoff).

25
Las estrias en la superficie de un hueso se prolongan al interior de la sustancia
esponjosa en las lámelas (según Wolff).

estática y la dinámica de la posición vertical y de la marcha. Así se


completa un círculo, pues la estática y la dinámica de los miembros
dependen de la tracción ejercida sobre ellas por los músculos. De-
trás de ellos se encuentra la voluntad invisible del ser humano. An-
tes de que algún movimiento sea perceptible, ella envía un flujo de
sangre al músculo a mover.
Así, por lo tanto, las formas fijadas de los vasos, músculos, ligamen-
tos, tendones y huesos revelan un mismo y único movimiento fluido
que condujo a estos órganos a una progresiva solidificación, mante-
niendo bien reconocibles las huellas de la corriente helicoidal. En
cuanto a los movimientos de los miembros humanos con su extraor-
dinaria riqueza de posibilidades, ¿no parece como si elevasen a un
nivel superior la ley de los movimientos líquidos?
De todas formas conviene que recordemos que ninguna formación
orgánica puede ser un simple efecto de la acción física de las co-
rrientes. Todo aquello que vive manifiesta un ser, una entelequia, la
cual obra igualmente en las corrientes físicas.
La ola

En ríos, torrentes, lagos y mares podemos observar un juego muy


diverso de movimientos. La forma de movimiento que se repite con-
tinuamente y que es más característica a la vista es la ola. Podemos
verla en cada arroyuelo, en cada río en el que el agua fluye sobre
piedras, la vemos aparecer cada vez que el curso de agua encuen-
tra un poste o las pilastras de los puentes, etc. ¿Quién de nosotros
no ha observado alguna vez este fluir incesante? El cuadro es siem-
pre el mismo, a pesar de que el agua que pasa ante nuestros ojos
sea siempre nueva. Aquí, una roca la divide y, habiéndola sobrepa-
sado, vuelve a reunirse, oscilando a la derecha y a la izquierda,
dando origen a torbellinos. Allá, la vemos saltar por encima de una
piedra y continuar después su ruta en forma de ondulaciones. Pero
¿se desplazan estas olas? Observando detenidamente, podemos
constatar que son siempre las mismas olas las que permanecen de-
trás de la misma piedra: el agua corriente atraviesa continuamente
su forma, pero esta última permanece inalterada. Podríamos creer
que esto está en contradicción con la idea que habitualmente se
tiene de las olas. Normalmente las vemos progresar sobre una su-
perficie tranquila, ya sea que un guijarro caiga en el agua durmiente
provocando olas circulares que van haciéndose cada vez más gran-
des, o que encontrándonos a bordo de un barco las sintamos pasar
bajo el casco meciéndonos, o en el suave oscilar de un madero
sobre las olas del mar, sin desplazarse notablemente. Si dejamos un
pequeño objeto flotante en un río a merced de la corriente, lo vere-
mos desplazarse comente abajo hasta el lugar en el que las olas son
originadas por la presencia de una piedra. En lo referente a los
movimientos del agua hay por lo tanto dos tipos bien diferentes de
olas:
En el río: la forma de la ola permanece inmóvil en el sitio, pero agua
siempre nueva fluye a través de esta forma.
En el lago: la forma de la ola se desplaza sobre la superficie, el
agua, en cambio, permanece inmóvil en el mismo sitio.
Para ambos tipos de olas el agua revela su sensibilidad extrema a
las impresiones exteriores, A la más pequeña excitación causada
por una piedra del río o por una ligera brisa que acaricia la superfi-
cie del laeo. el agua responde con un movimiento pendular. Todo
ritmo es el resultado de dos factores: 1) el agua, 2) la fuerza exte-
rior que actúa sobre ella. La ola es el resultado de una composición
de fuerzas, por ejemplo, entre el agua y el viento; surgirá en su
punto de encuentro. Aquí el agua se comporta un poco como un
órgano sensorial: «percibe» el mínimo roce o choque y origina ense-
guida, entre los dos antagonistas, un equilibrio móvil, rítmico.
En los dos tipos de olas —aquellas que atraviesa la corriente y aque-
llas que avanzan— puede llegar a suceder que diferentes cadenas
de olas se interfieran y superpongan. En la foto 3 vemos cómo so-
bre las olas principales (provocadas por piedras dispuestas al azar
en las orillas de un río) aparecen otras olas más pequeñas, las «olas
capilares» debidas a la tensión superficial del agua. Cuando cade-
nas de olas procedentes de diferentes direcciones se encuentran,
aparecen siempre semejantes interferencias. Vemos aparecer en-
tonces motivos, estructuras regulares, esto en los dos tipos de olas.
La foto 6 muestra ejemplos de olas capilares engendradas por mi-
núsculas ramitas en un arroyo natural. En este caso las olas se
quedan atrapadas en ese sitio y serán atravesadas por agua siem-
pre nueva. Observen, en esta foto, los motivos que se forman en los
lugares donde se entrecruzan los trenes de olas. (Ver las láminas al
final del volumen.)
Entre las olas del segundo tipo se producen también interferencias.
En las inmensidades de alta mar, cuando se levantan vientos sufi-
cientemente fuertes, se pueden originar poderosas montañas de agua
de formas casi piramidales. En los promontorios terrestres que se
adentran en el mar. donde se encuentran olas procedentes de mu-
chas direcciones, pueden ser observadas a menudo. A veces, y de-
bido a la enorme potencia concentrada en ellas, pueden constituir
un serio peligro para la navegación.
La superposición de numerosos sistemas de olas, las unas más gran-
des, las otras más pequeñas, es un fenómeno natural importante.
Este muestra con evidencia que una sola y misma porción del espa-
cio puede ser ocupada por varios movimientos diferentes. En el
dominio de los cuerpos sólidos no puede nunca ocurrir una
interpenetración: allá donde haya un cuerpo no puede haber otro.
Pero particularmente en el agua los movimientos y los ritmos más
variados pueden interpenetrarse. Dicho de otra manera, en un solo
lugar puede haber tan sólo un cuerpo, pero existir un gran número
de movimientos cuyas formas y ritmos difieren. Este es un principio
fundamental y universal, gracias al cual se imprimen en el espacio
estructuras que lo diferencian y ordenan. Con ello el movimiento se
muestra independiente del espacio. Aparece en el espacio y juega
un papel ordenador. Todo movimiento posee una cierta velocidad.
Aquello que se expresa en la velocidad de un objeto es caracterís-
tico de dicho objeto: un movimiento, dependiendo de si se desarrolla
rápida o lentamente, con pereza o energía, decisión o indecisión
tomará un carácter u otro. Esto es aún más neto cuando el movi-
miento es rítmico, pues la rítmica interna de los seres manifiesta
algo de su naturaleza esencial. Esto es igualmente válido en lo que
concierne al agua: la velocidad, el tamaño y el ritmo de las olas
caracterizan indiscutiblemente la naturaleza propia de cada estan-
que. Un marino experto sabe reconocer por el aspecto de las olas
su origen y su causa. Puede suceder, por ejemplo, que hacia la cos-
ta sudoeste de Inglaterra avancen grandes olas procedentes de una
tempestad desencadenada en el cono sudamericano. Estas olas fue-
ron desencadenadas por los vientos agitados cerca de América del
sur y alcanzaron las costas europeas. Olas de semejante tamaño
nacen cuando un viento fuerte sopla durante bastante tiempo sobre
las vastas extensiones marinas (llamamos «largo» a la distancia entre
dos crestas sucesivas). Al nacer el huracán la superficie del agua
se va plegando y a continuación se van originando olas de un tama-
ño cada vez más considerable. Entretanto, las primeras olas de pe-
queña longitud de onda van avanzando. Pero las olas grandes que
tienen una velocidad de propagación bien superior las alcanzan.y
sobrepasan.

Las olas más largas alcanzan a las más cortas y las


propasan (según H. Walden).

29
en ei curso ae su recorrido aparecerá un interesante juego: las olas
largas, que han nacido las últimas, pero cuya velocidad es superior,
toman la delantera; las olas más cortas les siguen, y otras, más
cortas todavía, serán las últimas. Estas últimas habrán consumido
su energía bastante antes de que las largas hayan terminado su
viaje. La naturaleza propia de un estanque se expresa, ya lo dijimos,
por las olas que en él nacen y se combinan de las más diversas
maneras. Pero esta naturaleza propia se manifiesta también por un
balanceo autónomo que oscila según grandes ritmos y que porta en
sí mismo el juego de olas propiamente dicho, que son engendradas
por el viento. Todo recipiente, ya se trate de un océano, un lago o un
estanque tendrá su balanceo propio y característico que dependerá
de la forma, el tamaño y la profundidad de la cubeta. La individua-
lidad morfológica global de un lago se revela una vez más por medio
de esta oscilación. La podemos comparar con un «tono» sobre el
cual el lago estuviese afinado. Este tono tiene armónicos al igual
que una nota de violín o de flauta. A l igual que dichos instrumentos
el lago vibra según una longitud de onda fundamental, a la cual se
añaden las longitudes de onda parciales. Estos armónicos no deben
ser confundidos por el lector con el juego de olas propiamente di-
cho, cuya causa es el viento.
La oscilación propia de un recipiente presenta relaciones de «reso-
nancia» más o menos marcadas con las fases de la luna. Sabemos
que este cuerpo celeste es el responsable de la aparición en la tierra
del fenómeno de las mareas. Su fuerza es máxima en el momento
en el que la oscilación propia del recipiente coincide con el movi-
miento de la luna..Ocurre entonces como en el juego del columpio
de niños. Una vez que el ritmo está establecido es necesario tan
sólo un empuje mínimo para mantener su impulso. De la misma
manera un lago o un mar que se encuentra ya en plena oscilación a
causa de cambios bruscos de la presión atmosférica locaL por ejem-
plo, aumentará la amplitud de la misma cuando ésta se ponga en
sintonía con el ritmo de la luna. Sobre la superficie de toda la tierra,
todos los recipientes, grandes o pequeños, responden así con la
emisión de tonos inaudibles, pero no por ello menos reales, a la atrac-
ción de la luna. Todos ellos juntos son como un inmenso instrumento
musical extendido en el espacio, sobre el que la luna toca melodías
inaudibles que junto a ella van viajando alrededor del mundo. A los
dos tipos de olas que hemos distinguido anteriormente se les añade
un tercero: la ola estacionaria de la oscilación propia de los reci-
pientes. A l igual que el segundo tipo de olas, esta tercera no lleva
consigo un verdadero fenómeno de flujo. Pero estos fenómenos
pueden llegar a aparecer, por ejemplo, cuando este tipo de olas vie-
nen a «morir» sobre una orilla plana de una playa. Las mareas traen
con ellas olas de este género, a las cuales se sobreañaden corrien-
tes, en cuyo caso se pueden también formar olas del primer tipo,
como en los ríos. Esto puede ocurrir en el caso de que la ola
«muriente» encuentre obstáculos a su paso, tales como pequeños
guijarros, etc.. Sobre un arenal bien plano asistimos al espectáculo
de estas comentes de vaivén: con la llegada de cada ola vemos a la
arena primero avanzar y después retroceder. Y es en estas peque-
ñas corrientes alternativas donde pueden nacer, en el roce del agua
con los guijarros, nuevas olas, de las del primer tipo.
Dicho de otra forma, sobre una playa, el movimiento rítmico de las
olas engendra una serie de corrientes cuyo sentido alterna incesan-
temente. Pero una corriente puede formarse también sobre el «dor-
so» de una ola cuando el viento sopla lo suficientemente fuerte como
para que la superficie de ésta comience a deslizarse sobre el resto
de su cuerpo (o espesor). El agua que fluye de esta manera sobre el
dorso de la ola se mueve entonces más rápidamente que la misma,
sobrepasa su cresta y se vierte en su «valle». De esto se derivan el
enrollamiento y otros diversos tipos de movimientos. Tenemos des-
de ese momento una ola rompiendo, unas capas de agua se deslizan
sobre las otras y vemos la ola precipitándose espumante. Lo mismo
sucede cuando grandes olas avanzan hacia la playa, pero son fre-
nadas en su avance tan sólo en su porción inferior, de tal modo que
su porción superior más rápida se va inclinando progresivamente
hasta precipitarse hacia delante.

Una ola viene a morir sobre la playa.

Los movimientos internos de las olas pueden ser puestos en eviden-


cia por medio de pequeñosflotadores:podemos constatar que cada
uno de ellos, mientras que la ola se eleva, describe un pequeño bu-
cle. El flotador se mantiene sensiblemente en el lugar en el que lo
hemos dejado, pero efectúa una rotación minúscula. 3\
Una ola, en general, no origina corriente
alguna. El agua que ella atraviesa se limita a
describir círculos en el mismo lugar.

Una ola, en general, no origina corriente alguna. El agua que ella


atraviesa se limita a describir círculos en el mismo lugar.
Así, cada ola desencadena un número inconcebible de pequeñas
rotaciones que se cortan, se tocan y se interpenetran. Cuando las
olas se deslizan sobre aguas menos profundas, los pequeños bucles
se alargan en forma de elipses que se irán estirando proporcional-
mente a la disminución de la profundidad. Finalmente, la rotación se
modifica en una corriente de vaivén que todos nosotros hemos ob-
servado en las playas.

Cuando una ola muere en una orilla plana,


los movimientos circulares se vuelven
elípticos y terminan convirtiéndose finalmente
en el vaivén horizontal.

Podemos también provocar corrientes de forma experimental, a par-


tir de procesos rítmicos, haciendo oscilar, por ejemplo, vasos llenos de
agua a los cuales impulsamos con movimientos de vaivén. Se forma-
rán entonces sistemas de corrientes más o menos complejos, pero
regulares, en los cuales la estructura estará en función de las carac-
terísticas de las oscilaciones (frecuencia, intensidad, amplitud, etc.).

Cuando hacemos oscilar un recipiente lleno de


agua vemos formarse modelos deflujomuy
precisos que están en función de la forma del
mismo (según Parlenko).

32
Con todos los tipos de movimientos que acabamos de describir lle-
gamos a adentrarnos en los principios esenciales que están obrando
en la naturaleza creadora.
— En la ola del primer tipo que aparece estacionaria en un río, tras
una piedra, en cada instante se está creando una forma de movi-
miento que es atravesada continuamente por nuevo material acuo-
so. En ella encontramos una imagen primordial de todas las formas
vivas, las cuales, a pesar de tener su materia en un recambio ininte-
rrumpido, conservan permanentemente su forma.
— En las olas del segundo tipo, que son las de propagación rítmica,
vemos cómo desplazan su forma sobre el fluido inmóvil. Esto se
convertirá en un laborioso e inimaginable juego de pequeños movi-
mientos que se descompondrán en una multitud de superficies en su
interior. Es la resultante y una imagen visible de su armonización
rítmica. Este fenómeno está también en estado latente en un espejo
de agua completamente en calma y equilibrada: la acción más ínfi-
ma será suficiente para desencadenar el movimiento. Su velocidad
de propagación e intensidad dependerá de la de las fuerzas puestas
enjuego. Las olas grandes se propagan a mayor velocidad que las
pequeñas, y esto entraña la posibilidad de realizar una clasificación
según su longitud de onda. En el mundo de los sonidos vemos un
principio análogo en el momento en que se produce un fenómeno
acústico, pero como ya dijimos anteriormente, las diferentes veloci-
dades de los movimientos y los ritmos, ya sean más rápidos o más
lentos, expresan caracteres esenciales de los seres.
A causa de la interferencia de olas de diferentes tamaños, veremos
aparecer modelos, motivos y formas que proceden del movimiento
puro. En cada punto de cruce en el que coinciden olas de tantas
procedencias, se crearán formas en el espacio, ya sean formas
piramidales o planos curvos de apariencia orgánica. El agua tiene,
por lo tanto, la posibilidad de engendrar formas a partir de simples
orientaciones de fuerzas o de movimientos y será éste un principio
que jugará un papel muy importante, por ejemplo, en los procesos
de desarrollo embrionario. En grande como en pequeño, la natura-
leza entera está atravesada de ritmos que, cuando se combinan y
compenetran, darán origen a formas. Cuando vemos aparecer los
motivos tan complejos en las olas del primer tipo, tenemos ante no-
sotros una imagen verdaderamente concreta de la génesis de las
formas orgánicas, así como del cambio de sustancias (metabolis-
mo) en las formas vivientes.
Así vemos cómo el elemento líquido contiene desde un principio las
formas de movimiento de las que los seres vivos se sirven para
edificar su cuerpo. Para poder comprender en toda su extensión la
génesis de las formas en la sustancia viva, hay que tener en cuenta,
ante todo, el hecho de que en un solo y mismo lugar del espacio se
pueden interpenetrar y superponer diversos movimientos. Debido a
su carácter especial, el elemento líquido dona el medio idóneo para
que puedan ser modeladas estas formas en el espacio, lo que sería
imposible en el mundo de lo sólido, en el que reina la ley de la impe-
netrabilidad. La Naturaleza nos desvela aquí uno de sus secretos al
mostrarnos que los movimientos están más allá del espacio. Estos
parecen proceder de un dominio superior al espacio, para ordenar
el mundo material y el líquido, que siéndole tan dócil, es su portador
por excelencia.
En su origen, las olas y las corrientes son cosas distintas, sin embar-
go también se pueden combinar. Hay ritmos que pueden dar lugar a
corrientes. Inversamente, como veremos más adelante, hay corrien-
tes que pueden dar origen a ritmos. Ese es otro principio que la
Naturaleza aplica, también en la génesis de los seres vivos, a partir
del líquido. Hemos observado, por ejemplo, en el huevo de gallina
que los procesos internos del desarrollo embrionario van acompa-
ñados de ondas rítmicas. Una débil onda recorre el amnios del hue-
vo de un extremo al otro y después vuelve sobre ella misma. Es un
movimiento regular de báscula que modela incesantemente la sus-
tancia. Recordemos que al pasar una ola, el medio, aun permane-
ciendo en el mismo lugar, se diferenciará en innumerables peque-
ñas formas raótües que interfieren entre sí de múltiples maneras.
Determinados experimentos han demostrado que este principio pue-
de ser utilizado de tema artificial: sometiendo los huevos a movi-
mientos rítmicos se puede llegar a provocar el desarrollo embriona-
1
rio, incluso aunque los huevos no hayan sido todavía fecundados .
La raya ha incluido en sw¡ aletas laterales los
La circulación de la sangre en el ser humano y los animales supe- movimientos de las olas
riores nos muestra que la naturaleza propia de un ser se expresa en (según Hesse-Doflein).
las corrientes rítmicas que le atraviesan. Esto se muestra bien pa-
tente en la diferencia existente entre la circulación pesada y pere-
zosa del elefante y la vibrante y veloz de un pequeño animal de la
talla de un colibrí.
Los cilios vibrátiles de los animales acuáticos inferiores transfor-
man las ondas rítmicas en una corriente rectilínea. Gracias a esto el
animal produce o bien una corriente de flujo a su alrededor, o bien
se desplaza él mismo hacia delante en el agua. El epitelio ciliado
que tapiza las membranas interiores de algunos órganos en los ani-
males superiores y en el hombre, da lugar a fenómenos análogos.
Pero en este caso no sirve para propulsar al ser entero, sino que
desplazan ciertas sustancias en direcciones determinadas por el in-
terior de un órgano.
Mediante movimientos en oteadas rítmicas creadas por las aletas
de los peces se provocan corrientes que permiten al animal despla-
zarse. Esto lo vemos nítidamente en aquellos animales cuyas aletas
no se encuentran subdivididas sino que poseen una continuidad des-
de la cabeza a la cola. Por ejemplo, el Gymnoto eléctrico o el len-
guado (foto 15). Esto mismo sucede con la manta raya, la cual en
sus «alerones» laterales reproduce perfectamente el principio de
las olas: la ola pasa por su línea de natación recorriéndola de delan-
te hacia atrás. La raya empuja la cresta de la ola hacia atrás y por
reacción se verá propulsada hacia delante. Son muchos los anima-
les acuáticos que han incorporado así los movimientos del agua a la
forma de sus cuerpos.
Otros animales, por ejemplo las serpientes, han adoptado el princi-
pio de la ola para la completa locomoción de sus cuerpos. Esto se
aprecia sutilmente viéndoles nadar: en esos momentos las ondula-
ciones del agua y las del reptil se confunden en una imagen única
(foto 14).

1
Se puede llegar también a este mismo resultado por medio de excitantes químicos,
pero recordemos que los fenómenos químicos guardan mucha más relación con los
ritmos de lo que podamos creer. Más adelante volveremos a tratar sobre esto. 35
La importancia que joega la rítmica ondulatoria en la economía de
los organismos se ve ilustrada por los movimientos peristálticos del
intestino. Los procesos imesrinaks van acompañados ininterrumpi-
damente de ondulaciones y su cese compromete la vida del orga-
nismo entero.

Si tiramos de un cuerpo pisciforme


situado bajo el agua, vemos como éste
da lugar a olas que pueden ser
representadas por líneas
topográficas (según un manual de
física experimental).
La génesis del remolino

Hasta ahora hemos venido considerando a la ola como un fenóme-


no rítmico en el que agua y aire, siendo elementos vecinos, perma-
necen netamente diferenciados y separados. Pero esta situación se
altera completamente cuando la ola se repliega sobre sí misma y se
precipita. Se crean entonces enrollamientos en caracol que delimi-
tan cavidades llenas de aire; los dos elementos que hasta entonces
se encontraban yuxtapuestos se mezclan engendrando la espuma.
El agua de la espuma se evapora y es proyectada rítmicamente a la
atmósfera en forma de ligeros velos neblinosos.

Donde quiera que una capa superior de agua se desplace rápida-


mente sobre otra más lenta, se originarán oquedades en las que el
agua irrumpirá en forma de movimientos circulares. Una visión len-
ta del fenómeno nos mostrará cómo la ola se eleva primero sobre el
nivel del agua. Posteriormente la cresta toma velocidad y se ade-
lanta al movimiento general, después comienza a enrollarse sobre sí
misma. Lo que conocemos como nuevo principio moldeador es el
repliegue de la forma de la ola y su final enrollamiento en forma de
voluta.

No solamente hay una línea de demarcación entre el agua y el aire;


también pueden crearse tabiques en el mismo seno del agua: por ejem-
plo, cuando confluyen dos ríos o incluso cuando la corriente se encuen-
tra con un obstáculo y vuelve a reunirse después de haberlo contorneado.
En el punto de confluencia aparece un tabique entre las aguas que
fluyen a velocidades diferentes. Este tabique se comporta como aquel
que separa el agua del aire en la ola de precipitación: se repliega y se
enrolla (foto 23). Lo que aquí nos interesa es estudiar los fenómenos
que tienen como escenario estas superficies delimitantes; éstas pueden
ser horizontales o verticales. En todos los casos los fenómenos son los
Cómo una ola se enrolla en un remolino.
mismos que tienen lugar en la ola de precipitación, que ya hemos estu-
diado. Son mucho más fáciles de observar cuando las superficies de
contacto son verticales. Efectivamente, en las olas marinas, donde la
superficie es horizontal, el rollo de agua está sometido mucho más fuer-
temente a la fuerza de gravedad, lo cual origina una rápida disgrega-
ción en espuma.
Podemos observar este fenómeno de las superficies acuosas
delimitantes en cualquier riachuelo de agua corriente donde haya,
por ejemplo, sumergida en la orilla la ramita de un arbusto o cuando
una gran piedra que emerge a la superficie actúa a modo de obstá-
culo y provoca la escisión de las aguas. Éstas después de haberla
contorneado vuelven a reunirse. Esta línea divisoria comienza a
oscilar de un lado al otro enrollándose y creando volutas. A cada
lado de la superficie de separación se crea una serie de remolinos
que se ordenan simétricamente y de dos en dos, alternando su sen-
tido de rotación y moviéndose en el sentido de la corriente.

Cadena de torbellinos bien desarrollada


(según Homann).

En los arroyos limpios y transparentes se muestran a modo de pe-


queñas hondonaditas redondas, en las cuales de vez en cuando se
ven girar diminutos pedacitos de madera, polen, etc. En días despe-
jados, cuando el sol brilla sobre el agua, aparecen normalmente pro-
yectadas sobre el lecho del arroyo las sombras circulares regular-
mente espaciadas de los remolinos que van siendo transportados
por la corriente.
Allí donde se encuentran corrientes de agua, ya sea tras un obstá-
culo como el que constituyen los pilares de un puente, por ejemplo,
o la coincidencia de dos corrientes de agua que fluyen al unísono,
siempre serán estas coincidencias el escenario de estos fenómenos
rítmicos y de los arremolinamientos (foto 23). De la misma manera,
cuando un río desemboca en un lago, en la superficie de contacto
entre las tranquilas aguas de éste y las fluyentes del río que pene-
tran en su seno se crean movimientos rítmicos y remolinos. Cada
oscilación de la superficie de contacto puede provocar el nacimien-
to de un nuevo «organismo de agua» que es una nueva forma autó-
noma, giratoria e independiente en ese todo y que se llama remolino
38 (foto 37).
En toda corriente aparecen superficies y fenómenos como los que
acabamos de describir, sólo que no alcanzan a destacar a la vista en
aguas transparentes, permaneciendo por regla general invisibles.
Una simple observación muestra que el agua de un río fluye más
lentamente en las orillas que en el mismo centro de la corriente. En
otros términos, que los estratos más rápidos resbalan entre otros
más lentos, formándose, debido a esto, superficies de demarcación
que recubren cada estrato o nivel y que a su vez los separa de los
otros. Lo mismo se puede constatar en la circulación del agua por
los tubos; incluso en tubos finos donde ya no existe la posibilidad de
formación de remolinos, los estratos parietales se mueven a veloci-
dad sensiblemente inferior que los centrales (flujo laminar). Nos
podemos formar una imagen más clara sobre la relación recíproca
de estas superficies si nos imaginamos cómo se deslizan las unas
sobre las otras las hojas de un libro no encuadernado, si lo inclina-
mos de un lado a otro. Cuando la diferencia de velocidad entre los
estratos vecinos sobrepasa unos ciertos límites se llega a la forma-
ción del remolino. Resumiendo: los remolinos resultan siempre del
enfrentamiento de dos antagonistas, lo móvil y lo inmóvil, borde só-
lido y agua corriente, etc. La turbulencia de un curso de agua está
en función de estas superficies, donde la velocidad es discontinua.

Comienzo de una cadena de remolinos


(según Walter).

Acabamos de ver lo esencial de la génesis de los remolinos. Es


necesario el encuentro de los contrarios, o por lo menos de medios
diferentes (sea del tipo que sean) para que puedan nacer los remo-
linos en un medio móvil. Estas diferencias pueden ser lo caliente y
lo frío, lo denso y lo tenue, lo pesado y lo ligero (por ejemplo el agua
salada y dulce), lo viscoso y lo fluido, lo ácido y lo alcalino, etc. En
resumen, podemos decir que ahí donde haya la más sutil diferencia-
ción, el agua se comporta como un organismo sensorial, que en
cierto modo al «percibir» esta descompensación la lleva a través de
un proceso rítmico a una mezcla equilibrada.

Cuando el agua calientefluyeen el I


agua fría, o viceversa, los remolinos
tienden a mezclarse.
El desarrollo secundario de las olas conduce, pues, a fenómenos de
replegamiento y enrollamiento, los cuales se mueven como formas
en voluta aisladas en el seno de la corriente. Entre dos medios que
se diferencian cualitativamente, como por ejemplo el agua y el aire,
al comienzo tienen lugar simples movimientos de vaivén que no so-
brepasan la forma ondulatoria. Pero en el movimiento en el que se
sobrepasa este límite y se forman cavidades de agua que encierran
el aire en su interior los dos medios se compenetrarán activamente:
a esto es a lo que se llega en las «rompientes» de las riberas marí-
timas o en los torbellinos de los ríos. Hay más sustancias además
del aire que puedan ser encerradas en estas cavidades. Tomemos
como ejemplo el enfrentamiento de una corriente de agua fría con
otra de agua caliente. Podemos entonces constatar que en el seno
mismo del agua, el agua fría es encerrada y rodeada por el agua
caliente o viceversa. La cavidad entonces se puede llenar y funcio-
nar como un recipiente. Lo que nos interesa aquí es esta génesis de
formas cóncavas o «bolsas» que contienen un líquido de otra natu-
raleza que aquel de las paredes.
La creación de estos espacios internos, de estas «bolsas», es el
rasgo primordial de la creación de todos los órganos, tanto en los
animales como en el hombre. Todas estas ondulaciones, plegamientos
e invaginaciones forman parte del fenómeno de la gastrulación, que
tiene lugar al principio del desarrollo embrionario de los animales
superiores. La gastrulación marca el primer estadio de la formación
de los órganos que serán más tarde el soporte de una conciencia.
Pero estas invaginaciones nos las volveremos a encontrar a todos
los niveles en la naturaleza.

Esbozo embrionario del hombre (según Clara).

Este fenómeno-tipo de enrollamiento en remolino que tiene vida


propia en el vasto medio acuoso, nos lo encontramos de hecho en
todas las organogénesis; pero en este caso, no se trata de diferen-
cias de velocidad entre corrientes, sino de diferencias de velocidad
entre crecimientos. Las superficies celulares vecinas crecen a dis-
tintas velocidades, unas más rápidas que otras, lo cual lleva consigo
la formación de replegamientos, de enrollamientos, etc., de los que
surgirán finalmente los órganos. Como los torbellinos, los órganos
tienen una vida relativamente autónoma, se delimitan estando al
mismo tiempo en contacto fluido con el resto del organismo. La
crisálida de la mariposa es un ejemplo perfecto: el órgano enrosca-
do se despliega al final de la metamorfosis apareciendo desarrolla-
do en forma de patas, antenas, etc.

Dentro de la crisálida rígida de la mariposa,


el crecimiento es más o menos rápido
dependiendo de las zonas. Esto origina p
liegues que representan el esbozo de órganos
(según Eidmann, según Weber).

Encontramos igualmente, al menos los primeros estados de este


proceso primordial, en el reino vegetal. En el cono vegetativo de las
extremidades se forman sinuosidades onduladas que se enrollan
agrandándose y de ellas, en una etapa posterior, se originarán las
hojas. En general, la planta no llega hasta la formación de torbelli-
nos. No se encuentran verdaderas cavidades más que en la forma-
ción de la flor, pero es porque ésta está emparentada con el mundo
de las mariposas y de los insectos, es decir, en vías de una
animalización.

Brote de alga (según Goebel).


Frecuentemente, la planta se desarrolla en forma de «cayado» que
más tarde se desplegará en la gran superficie de una hoja, tal como
sucede, por ejemplo, en los heléchos (foto 44).
1
Hemos visto que las superficies de demarcación en el seno mismo
del agua son el escenario de procesos rítmicos: son igualmente los
lugares en los que, de forma preferente, se desarrolla la vida. Pare-
ce como si los impulsos creativos de las formas vivientes tuviesen
necesidad de estas superficies para poder manifestarse en el mun-
do material; ya sean las membranas celulares —superficies de con-
tacto entre las células— en las que la vida se halla misteriosamente
latente, o las vastas superficies delimitantes de las corrientes mari-
nas, bien conocidas por los pescadores debido a su riqueza piscícola,
o ya sea finalmente en los inmensos planos de las superficies inter-
nas naturales o artificiales que delimitan las masas rocosas subte-
rráneas por donde se filtra, se purifica y revivifica el agua. Allá
donde se encuentren, estas superficies delimitantes constituyen el
origen de los procesos vitales y de la creación de formas orgánicas.

Primeros esbozos de las hojas en un cono vegetativo


(según Sachs).

También en el proceso del devenir evolutivo del planeta, la corteza


terrestre ha debido ser el asiento de vastas génesis orgánicas que se
desarrollaron en un medio todavía líquido en aquel entonces. En nues-
tros días estos impulsos se han, por así decirlo, coagulado, fijado, han
llegado al reposo. Pero a pesar de todo, su huella es todavía visible;
principalmente en las montañas, durante la construcción de los túne-
les, se pueden observar fenómenos que testifican sobre los estados
primitivos de la tierra en los que el globo estaba todavía manifiesta-
mente penetrado de procesos vitales.

Formación de pliegues en la superficie


terrestre: las grandes cadenas de montañas
en Europa Central y en Africa del Norte.

ATLAS

1
La traducción literal de Werwundene Flachen sería «superficies vulnerables».
42 (N. del T.)
1
En su libro «Lebenstufen der Erde» , W. Closs describe de una
forma grandiosa y basada sobre hechos geológicos, los procesos
primigenios que tuvieron lugar en el globo terrestre. Hasta en la
estructura microscópica de las rocas, él nos lleva a observar los
principios formativos, presentes de nuevo, impresos en la materia
en el curso de los numerosos acontecimientos cósmicos. Nos acer-
camos también a estos misterios cuando estudiamos los movimien-
tos rítmicos de la vida y de su elemento portador, el agua.
En el transcurso de las eras geológicas, numerosas metamorfosis
han debido tener lugar por toda la superficie del globo.

Corte transversal de los Alpes en el Simplón.


Longitud del corte: aproximadamente 25 km.
Espesor: aproximadamente 9 km
(según Schmidt).

1
En español, «Fases de la vida terrestre». 43
El remolino

Un flujo acuático aun con aspecto uniforme está desglosado en su


seno en grandes superficies internas. Cuando se forman los remoli-
nos detrás de las piedras de los ríos o de los pilares de un puente,
por ejemplo, dichas superficies o facetas serán impelidas hacia el
seno del remolino describiendo círculos, o hacia su periferia con
movimientos en espiral. Todos estos fenómenos son prácticamente
imperceptibles a causa de la transparencia del agua. Pero si le aña-
dimos a ésta un colorante, entonces se vuelven aparentes. Obser-
vamos que en su centro, el remolino gira mucho más velozmente
que en la periferia y cómo las diferentes facetas dotadas de dife-
rentes velocidades se deslizan las unas sobre las otras (foto 37). Se
ha originado, pues, un organismo aislado, independiente a pesar de
que, desde luego, se encuentra incluido en el seno del agua y rela-
cionado con el todo.
El remolino, como entidad independiente, muestra, si lo observamos
bien de cerca, un ritmo propio: unas veces se estira desmesurada-
mente hacia el fondo contrayéndose a lo ancho, y otras su eje
longitudinal vertical estirado retorna hacia arriba, dilatándose el re-
molino en su anchura. Luego vuelve a estirarse y estrecharse para
a continuación encogerse y dilatarse y así sucesivamente. De esta
manera aparece una pulsación rítmica.
Podemos hacernos una imagen patente de lo expuesto si instauramos
un movimiento circular en un recipiente cilindrico de cristal hasta que
aparezca un embudo en la superficie y el consiguiente remolino. Des-
pués echamos unas gotas de colorante. Observamos cómo las facetas
o superficies periféricas giran más despacio que las centrales y cómo
en todo este conjunto empiezan a aparecer contracciones y dilatacio-
nes en un pulsar rítmico. Especialmente las facetas más internas des-
criben movimientos helicoidales en forma de sacacorchos que se van
destacando a medida que el movimiento circular del agua se va dete-
niendo. Este movimiento helicoidal de superficies ha sido ya descrito
en el primer capítulo como uno de los movimientos tipo o primordiales
de las aguas. Así, estudiamos el remolino como un organismo que ha
encerrado en sí mismo sus propias formas, ritmos y movimientos.
Continuando con nuestras observaciones, encontramos que las dife-
rencias de velocidad —lento en la periferia, rápido en el centro— en
el seno del remolino, están íntimamente relacionadas con los gran-
des movimientos planetarios. Si pasamos por alto pequeños deta-
lles, vemos que coinciden con la segunda ley de Kepler, según la
cual los planetas circundan al sol de una forma semejante a lo que
ocurre en el remolino: los que se hallan en la proximidad del sol se
desplazan a mayor velocidad que los que se encuentran más aleja-
dos de él.
Esta ley gobierna el sistema solar en su totalidad, desde los planetas
más próximos al sol hasta los más alejados. El remolino nos ofrece
un reflejo de los movimientos cósmicos y de sus relaciones. Sus
superficies externas giran lentamente, al igual que los planetas más
alejados del sol y sus superficies internas rápidamente como es el
caso de los planetas centrales. El sol será, siguiendo esta compara-
ción, el centro del remolino. Hay que tener en cuenta que la gravi-
tación de los cuerpos celestes se efectúa en elipses y no en círcu-
los. El remolino tiene todavía una particularidad de trascendencia
cósmica: si tomamos un minúsculo flotador con una señal fija en
uno de los extremos y lo ponemos en un remolino, veremos que sea
cual fuere la posición del flotador en el remolino, aquél no ha girado
sobre sí mismo, pues la señal indica siempre la misma dirección en
el espacio. Esto quiere decir que la señal fijada en el flotador se
mantiene continuamente paralela a sí misma apuntando hacia un
único y mismo punto infinitamente lejano. Por supuesto esta direc-
ción invariable es la que hemos dado a la señal en un principio y por Un trozo pequeño de madera arrastrado por
el remolino. Laflechatomada como punto de
lo tanto es totalmente aleatoria. Esto significa que el remolino está
referencia se dirige siempre hacia la misma
orientado de forma imperceptible, hacia la esfera de las estrellas dirección.
fijas.
Así, el remolino se nos presenta como un sistema de movimientos
que reproduce en pequeño las grandes leyes del cosmos. Por su
orientación espacial, se dirige hacia las estrellas y por sus movi-
mientos internos, imita al sistema solar. El sol se corresponde con el
centro de succión del remolino en el que la velocidad es teórica-
mente infinita. Dado que en el ámbito terrestre las velocidades muy
elevadas son inalcanzables, el agua pierde su cohesión en el centro
del embudo y será reemplazada por el aire. El aire es aspirado por
este centro, de una manera rítmica, a lo largo de las formas
helicoidales del torbellino.
1
En su obra «Technische Strömungslehre» , Eck caracteriza los fe-
nómenos que ocurren en el centro del remolino de la manera si-
guiente: para R = 0, P = - °° (es decir, cuando el centro del remolino
tenga una medida de radio igual a cero, la presión será de menos
infinito). De esta manera nos vemos inevitablemente conducidos a

1
Teoría y técnica de las corrientes. 45
hablar de presiones negativas, de presiones bajo el vacío (no con-
fundir con las bajas presiones en el sentido ordinario). ¿Qué se en-
tiende por presión negativa? Las presiones de las cuales hemos
hablado hasta aquí se dirigen perpendicularmente al cuerpo y hacia
su interior se las precede de un signo positivo.
Para poder representarnos lo que sería estar bajo una presión nega-
tiva, lo mejor que podemos hacer es pensar en la teoría de la resis-
tencia de los sólidos. Una presión negativa no se considera aquí
más que como una tensión o una tracción. Esto es igual para los
líquidos. En general tendría que romperse antes la cohesión del lí-
quido y éste tendría «que volatilizarse».
Llegados a este punto sería interesante que estudiásemos un ex-
tracto de la investigación científico-espiritual llevada a cabo por
Rudolf Steiner sobre las condiciones reinantes i n el centro del sol.
«Imagínense que tuviésemos un espacio determinado lleno de aire,
al que denominásemos con la letra " A " y al que precediésemos con
un signo positivo, es decir, +A. Seguidamente empezamos a hacer
el vacío en dicho espacio de tal forma que " A " se va haciendo cada
vez más pequeño. Pero como ese espacio está siempre contenien-
do algo, continuamos escribiendo +A. Aunque el vacío absoluto en
las condiciones terrestres es prácticamente inalcanzable, vamos a
pensar por un momento que sí fuese posible. En ese caso, nos en-
contraríamos en el espacio en el que se hizo el vacío, tan sólo espa-
cio puro. Denominémoslo 0 (cero). Tiene un contenido de cero.
Ahora podríamos hacer con el espacio lo mismo que ustedes hacen
con sus monederos; cuanto más lo hayan llenado, más podrán sa-
car. A l final su interior contendrá cero. Si ahora quieren seguir gas-
tando ya no podrán sacar nada, pero pueden contraer deudas, que-
dando el contenido del monedero en negativo.

+A 0 -A

De la misma manera se pueden ustedes representar un espacio que


no sólo esté vacío sino que también esté dotado de poderes de suc-
ción, es decir, con menos de cero en su interior (-A). Este espacio
no es que esté vacío sino que tiene un "contenido" que es lo contra-
rio de la plenitud material. Es un espacio de estas características el
situado en el sol. El sol está dotado interiormente de un poder de
succión. No existe la presión de los gases, sino lo contrario de las
presiones. El sol está ocupado de materia negativa. Lo que aquí les
expongo lo hago a modo de ejemplo para que comprendan que no
se puede aplicar simplemente al cosmos extraterrestre las leyes
que reinan en la tierra.»
(Extracto de una conferencia del 24 de junio de 1921).
De forma general, sólo conocemos las leyes del comportamiento
terrestre del agua. Sin embargo, la estructura del remolino nos mues-
tra que el agua obedece también en secreto a las leyes cósmicas.
Más tarde volveremos a tratar este aspecto tan desconocido del
elemento líquido.
El remolino es como un órgano móvil dispuesto en el seno de un
organismo más grande e igualmente móvil. Tiene su ritmo propio;
forma sus propios tabiques internos y se pone en comunicación
con los lejanos confines del mundo. Por estas propiedades, el re-
molino recuerda particularmente al dominio de las formas orgáni-
cas. Es una entidad aislada dentro de un todo fluctuante. De la
misma manera un órgano se aisla en el seno de un organismo,
crea su ámbito propio, y sin embargo, permanece en comunica-
ción con la totalidad por medio de la circulación sanguínea. El
órgano recibe su orientación del organismo y de la periferia cós-
mica. Tiene sus ritmos propios y se diferencia en su propio retícu-
lo de superficies internas.
Todos los estados sucesivos de la formación del remolino desde el
replegamiento inicial, apenas perceptible, hasta el enrollamiento
completo, pueden encontrarse en la naturaleza, allí donde se produ-
cen formas orgánicas. Todo organismo y todo órgano pasan al prin-
cipio de su desarrollo por un estado líquido. Las posibilidades de
movimiento que ofrece el remolino abren el camino por el cual más
tarde el órgano alcanza su diferenciación y su especialización fun-
cional. En comparación con el órgano, el remolino de agua perma-
nece completamente indiferenciado, no siendo nada más que movi-
miento puro: representa un arquetipo primordial de los órganos. Todas
La superficie de separación entre dos
las posibilidades de diferenciación y especialización están todavía
corrientes se enrolla en un remolino
latentes en él. Esto permite entrever cómo la génesis específica de (según Bjerknes).
cada ser vivo está ya prefigurada, en el elemento líquido, en el nivel
de movimiento puro.

Evolución de un esbozo hipoflsario de un


lagarto. Alrededor del centro constituido por
lafutura hipófisis, los tejidos se enrollan como
el agua en lajigura precedente (simplificado,
según Gawrilenko).

47
Ahora vamos a ilustrar todo esto con un par de ejemplos. En el
primero, el fenómeno del remolino en sí aparece eclipsado en cuan-
to a su forma, aunque será importante como fenómeno plástico for-
mativo que ordena la formación del órgano. Durante el desarrollo
embrionario de una especie de lagarto llega un momento en el que
aparece el esbozo de ese importante órgano de secreción interna
que es la hipófisis. A partir de este momento en la región cefálica
los procesos de crecimiento conducen a una especie de
enrollamiento.
El esquema de la página 47 muestra la extremidad del polo cefálico
del lagarto y el lugar de emplazamiento del polo hipofisario. Los dos
estadios representados llevan ya consigo una depresión en el lugar
de asiento de dicho órgano y el enrollamiento de la región cefálica.
Si observamos ambos estadios veremos a la región cefálica girando
alrededor del esbozo hipofisario, tomado como un centro. Este es-
bozo juega aquí el papel del centro del remolino y los tejidos circun-
dantes se enrollan en cierta medida a su alrededor. En este ejemplo
el remolino no sería más que un modelo «planeando» sobre el desa-
rrollo. Si tenemos en cuenta el hecho de que la hipófisis es un órga-
no que dirige todos los procesos de crecimiento del cuerpo, podría-
mos sentirnos con la suficiente autoridad como para afirmar que
ella actúa ya desde el comienzo del desarrollo como un centro di-
rector invisible. Si además tenemos en cuenta las correspondencias
existentes entre los remolinos y el cosmos, tendremos la formidable
imagen de un centro superior de organización, responsable de un
microcosmos de órganos.

En el ejemplo que sigue tenemos un remolino líquido funcionando


realmente como órgano sin adquirir forma solidificada. En la lamprea
de agua dulce nos encontramos con un estado primitivo de los ca-
nales semicirculares del oído de los animales superiores. De los tres
canales semicirculares solamente uno de ellos está formado. Los
otros dos están reemplazados por remolinos de líquido ocupando
cada uno de ellos un alveolo. El movimiento del líquido será produ-
cido y mantenido por un epitelio de cilios vibrátiles. Si estos alveolos
estuviesen reemplazados por materia densa, los canales constarían
En lugar de un sistema completo de tres de membrana y de hueso tal como sucede en los animales más
canales semicirculares, la lamprea de agua desarrollados. En la lamprea de agua dulce este reemplazamiento
dulce posee un canal semicircular único y dos todavía no ha tenido lugar y el líquido se mueve, pues, libremente en
alveolos en cuyo interior un líquido es puesto el alveolo. Es el líquido mismo el que juega el papel de órgano, co-
en rotación por medio de cilios vibrátiles
municando al animal la sensación de su posición en el espacio. Así,
(según De Buriel).
esto que en el caso de los animales superiores se ha fijado en una
forma densa y sólida, está todavía en la lamprea en su forma origi-
48 nal de remolino giratorio.
El órgano de los animales superiores se presenta, por lo tanto, como
un movimiento que ha alcanzado el estado de reposo. En el medio
líquido que baña todavía al órgano, tienen lugar a partir de ahora, los
movimientos que condicionan la función sensorial.
El órgano vecino de los canales semicirculares en el hombre, el
caracol, nos ofrece el ejemplo perfecto de un remolino fijado en
una forma orgánica. Es como si las espirales del agua se hubieran
coagulado en una estructura extremadamente diferenciada. Más
tarde nos detendremos en los fenómenos de formación del oído
interno. Estos tres ejemplos nos muestran las tres etapas o esta-
dios en los cuales el remolino se muestra como un principio pura-
mente dinámico, como un principio creador pero invisible y como Disposición de lasfibrasen el nervio auditivo.
un órgano finamente diferenciado. Por doquier, en la naturaleza, El desarrollo de la espiral recuerda a un
torbellino liquido, es como si un remolino
nos encontramos con todos los estados intermedios y variaciones
invisible de fuerzas se hiciese visible
de este fenómeno. (según De Burlet).
Todos los moluscos, las formaciones en espiral del reino vegetal, e
incluso ciertas estructuras cristalinas, nos sirven de ilustración (fo-
tos 42 y 43).
En la cornamenta de muchos mamíferos nos encontramos igual-
mente con el remolino, actuando en este caso como mediador entre
el ser individual y el medio que le rodea. Numerosos de estos cuer-
nos son verdaderamente órganos sensoriales que sirven para orien-
tar al animal en el medio ambiente en el que vive. La figura nos
muestra los cuernos de un antílope africano. Podemos ver clara-
mente el movimiento helicoidal y el eje central alrededor del cual el
remolino del cuerno se enrolla.

Caracol y canales semicirculares en el


hombre (según Rauber-Kopsch).
Cuernos del antílope Kudu de Africa.

También aquí parece como si un remolino invisible, planease sobre


el desarrollo desde el principio, pues el cuerno va creciendo de año
en año siguiendo de forma regular su trayectoria en espiral con una
precisión absolutamente matemática. Resulta muy significativo el
hecho de que los ejes de los dos cuernos convergen, ya sea en un
punto del órgano olfativo, ya sea entre los ojos o sus inmediaciones.
Esto resalta la correspondencia de estos cuernos con la función
sensorial. Hay que añadir que ellos están constituidos por finas
lámelas helicoidales análogas a aquellas que están presentes en un
remolino de agua.
Las cadenas rítmicas de remolinos

Al sumergirse una brizna de hierba o una ramita en un arroyo, se


forman detrás de ella una serie o cadena de pequeños remolinos
que continúan su trayectoria en el seno de la corriente. Son prácti-
camente invisibles, pero cuando el sol atraviesa las aguas limpias y
llega la claridad hasta el fondo, se pueden ver las pequeñas som-
bras circulares proyectándose sobre el cauce, como ya vimos en
páginas anteriores, y que regularmente espaciadas avanzan con la
corriente. En la superficie, coincidiendo con el remolino, vemos pe-
queñas depresiones en las que de vez en cuando nos encontramos
girando una hojita, un trocito de madera o polen. Al igual que para el
remolino aislado, podemos llegar a poner en evidencia estas cade-
nas añadiendo colorantes apropiados al agua y abarcaremos de este
modo con una mirada todo el proceso (foto 23). Los remolinos de
una cadena semejante son alternos, es decir, inversos dos a dos en
cuanto a su forma y a su rotación. Se encuentran unidos por un
meandro de agua más calmada que serpentea entre ellos. Cuando
el río fluye lentamente no aparecen, no se forma más que una su-
perficie delimitante, ondulada y oscilante; pero cuando corre bas-
tante rápido esta superficie se enrolla sobre sí misma dando origen
a los remolinos. A causa de este hecho comprendemos por qué son
alternantes. Los primeros en aparecer se disponen de cualquier
manera. Solamente después de crearse el impulso oscilatorio, dicha
alternancia rítmica llegará a «estabilizarse».
Un fenómeno muy similar ocurre cuando sumergimos y arrastra-
mos un palo perpendicularmente a la superficie de aguas inmóviles.
Este método es mucho más práctico a la hora de estudiar las cade-
nas de remolinos. De la foto 25 a la 28 se muestran ejemplos al
respecto. La foto 29 muestra la ondulación provocada por un bas-
tón al que movemos lentamente. La foto 28 muestra el enrollamiento
completo. Las fotos 25 y 27 muestran diferentes metamorfosis de
cadenas o estelas de remolinos dependiendo del grosor y de la for-
ma del bastón. Será su anchura la que modifique el ritmo de la
estela. Los bastones anchos producen remolinos espaciados, los
estrechos producen remolinos más cercanos los unos de los otros, Cadenas rítmicas de remolinos en el agua.
así como más numerosos para la misma unidad de recorrido. Todo
esto, por supuesto, con la condición de que la velocidad del bastón
51
así como la de la corriente sean las mismas en todos los casos. Para
hacer más visibles las estelas de remolinos hemos mezclado con el
agua un líquido viscoso de tal manera que, haciendo más lentos los
movimientos, nos permita seguir el fenómeno con la vista. De las
imágenes 25 a la 28, que aparecen al final del libro, se desprende
clarísimamente cómo la estela de remolinos constituye un todo cu-
yos diferentes miembros se relacionan entre sí según leyes rítmicas
precisas.
Cuando observamos todo un campo atravesado por la cadena de
remolinos, como en la foto 26, podemos llegar a constatar que los
torbellinos están separados por superficies de demarcación bien v i -
sibles. Los remolinos, por una parte, ya no continuarán aquí su de-
sarrollo progresivo, pero vemos al agua envolvente caer tanto en un
sentido como en el otro, en el seno del espacio libre que se crea
detrás del ancho bastón que propulsamos. Todo esto nos permite
ver mejor el ritmo del fenómeno. La superficie de demarcación pre-
senta excavaciones y protuberancias; por otro lado, un examen más
detallado pone al descubierto una estructura secundaria más sutil
aún, pequeños movimientos que rizan el agua de forma perpendicu-
lar a la superficie «articular». La figura situada aquí abajo es un
esquema simplificado de la foto 26.

«Líneas de corriente absoluta» de la cadena de


remolinos representada sobre la foto 26.
Cuando examinamos las articulaciones del hombre y de los anima-
les superiores constatamos que en la «cabeza» (epífisis) de los hue-
sos largos las finas trabéculas de la sustancia ósea se hallan orien-
tadas perpendicularmente a la superficie articular. Ellas se prolon-
gan, sin cambiar notablemente de dirección, en la parte homologa
del hueso de enfrente como si no existiese intervalo alguno entre los
dos huesos.
También los huesos se han ido solidificando a partir de un estado
previamente fluido durante la vida embrionaria. No nos debe, por lo
tanto, resultar extraño reencontrarnos en ellos con estructuras in-
ternas que nos recuerdan a las de nuestra foto número 26. Las
fuerzas de los torbellinos, estabilizadas y devenidas sólidas, se po-
nen al servicio de una dinámica: la de los miembros en acción.
Cuando el agua fluye rápidamente sobre numerosos pequeños obs-
táculos, como por ejemplo sobre gravilla, se formarán innumerables
pequeñas cadenas de torbellinos que se enredan las unas con las
otras dando origen a la «turbulencia». Ésta surge también en el
momento en que aparecen grandes diferencias de velocidad entre
la zona central y las marginales de un curso de agua, lo que resulta Lámelas óseas en la
difícil de analizar a simple vista, incluso hasta en los más simples humana.
detalles, debido a la velocidad a la que ocurre todo. En la foto 35 se
ve bien todo esto.
Muchos árboles tienen cortezas rugosas que presentan salientes
que se asemejan a imágenes detenidas de aguas turbulentas (fotos
34,36,38). Pero como los movimientos de los líquidos que circulan
por la madera no son turbulentos, parecería más bien como si las
corrientes invisibles de fuerza que atraviesan el vegetal hubiesen
dejado su impresión en estas formaciones de la corteza.
La alternancia rítmica de los remolinos de una serie es un principio
que se vuelve a encontrar en el esbozo de los órganos «pares»,
tanto del hombre como de los animales. Allí todavía vemos que el
movimiento orgánico está preformado en el líquido y que el ser vivo
se sirve de ello para crearse un cuerpo material. ¿Cómo han sido
dadas al líquido todas estas facultades? No podemos comprenderlo
más que a partir de la actuación de un espíritu viviente y creador de
todos estos fenómenos. Durante el desarrollo embrionario del ser
humano y de los animales, el ordenamiento por pares se manifiesta
ya en los primeros estadios, desde el esbozo de los segmentos pri-
mordiales (somitas). Muchos órganos, como por ejemplo los miem-
bros, los ríñones y algunos órganos de los sentidos, permiten reco-
nocer desde la aparición de su esbozo el principio bilateral. Está
particularmente resaltado en el órgano olfativo, muy perfeccionado
en ciertos animales, tales como el corzo. La sustancia ósea se ha
condensado aquí en forma de cadenas de remolinos, lo cual dispone
amplias superficies sensibles de contacto con el aire, con las que el
animal puede olfatear las condiciones ambientales en sus sutilezas
más extremas. Veremos más adelante cómo estas formas en espi-
ral están en concordancia también con las leyes del aire en movi-
miento. El esquema aqui adjunto reproduce un corto plano del órga-
no, aunque en realidad se trata de volúmenes que se corresponden
más bien con el tipo de remolino que vamos a estudiar en el capítulo
siguiente.

El órgano olfativo óseo del corzo está


finamente ramificado en espirales, lo que
aumenta muchísimo la extensión de la
superficie sensible (extraído de v. Frisch).

Detalle aumentado de las lámelas óseas en el


órgano olfativo del corzo.

54
Remolinos en anillo

Hemos dicho que una serie o cadena de remolinos es engendrada a


partir de una brizna de hierba o una ramita que quiebra una corrien-
te de agua dividiéndola, o también a causa de un bastoncillo que
desplazamos en línea recta por aguas en reposo. A partir de la línea
de intersección creada aparecen los torbellinos en una serie
alternante rítmica. Cuando dos cursos de agua procedentes de di-
ferentes direcciones se reúnen, en su superficie de contacto se for-
mará una cadena de remolinos. Veamos a continuación un caso
particular: una corriente fina de agua penetra en aguas en calma.
Este estrecho hilo de agua juega el papel de un tabique situado en-
tre dos masas de agua en calma, un tabique fluyente que como toda
superficie acuosa en movimiento dará lugar a formaciones rítmi- Comparación de dos cadenas de remolinos de
cas. En este último ejemplo el sentido de rotación de los remolinos orígenes diferentes. El sentido de rotación
será alterno, como en los casos anteriores. Pero el sentido de rota- cambia según el agua corriente rodee un
ción es inverso dependiendo de que la causa del fenómeno sea un obstáculo, o afluya a través de una ranura en
obstáculo en una corriente, o la emanación de un estrecho hilo de un líquido en reposo. Pero la disposición de
los remolinos permanece idéntica.
agua en una masa de agua en reposo.
La ley que ya hemos mencionado es válida en este caso también:
para un hilo estrecho de agua la separación entre los remolinos será
pequeña, para otro más ancho la separación será mayor. En el caso
de que el hilo de agua que fluye sea muy ancho, será únicamente la
superficie de demarcación la que se ondule y enrolle. Podemos re-
sumir lo dicho anteriormente de la manera siguiente:

— Obstáculo estrecho numerosos pequeños remolinos, poco


espaciados.
— Afluente estrecho numerosos pequeños remolinos, poco
espaciados.
— Obstáculo ancho pocos remolinos, muy espaciados.
— Afluente ancho pocos remolinos, muy espaciados'.

Hasta aquí hemos tratado la génesis de los remolinos rítmicos sólo


en la superficie del agua. Pero los remolinos son volúmenes. Cada

1
Ecuación de Strouhol: n • d/u = cíe; siendo n =frecuencia;d= grosor del bastón;
u = velocidad. 55
uno de ellos constituye, como ya hemos dicho anteriormente, un
embudo dotado de un poder de succión y orientado hacia abajo.
Tenemos que tratar de representarnos la cadena de remolinos como
una hilera de embudos de este tipo, más o menos profunda. Los
remolinos pueden también ser formados experimentalmente bajo la
superficie del agua. En este caso son algo diferentes, pero de acuerdo
con lo que se ha dicho hasta ahora, son fáciles de interpretar. De
entre las innumerables posibilidades que pueden darse en la natura-
leza elegiremos dos:
I . Hacemos fluir, por un tubo estrecho de sección cuadrangular, una
corriente fina de agua coloreada en un agua incolora y en reposo,
bajo su superficie.
I I . Obligamos al agua corriente a rodear un obstáculo sumergido. El
hilo de agua coloreada que sale del tubo inscribe en el agua en
reposo una fina película de demarcación que se ondula y enrolla. La
foto 24 nos muestra dicho fenómeno, el cual es muy parecido a las
estelas que se forman en la superficie (foto 28).

Cuando el agua corriente rodea un obstáculo ancho sumergido, apa-


rece una película de demarcación alrededor de éste, siguiendo sus
contornos. Se forma una especie de bolsa que delimita un espacio
interno también lleno de agua. La película se ondula en toda su
extensión originándose una sucesión rítmica de dilataciones y con-
tracciones. Las fases de dilatación crean unas «campanas de agua»
regularmente espaciadas que migran con la corriente. Se irá inscri-
biendo de esta manera en el agua un tipo de pulsación por el hecho
de que unos volúmenes se van delimitando. Este juego de contrac-
ciones y dilataciones se pone en evidencia por la sucesión de cam-
panas de agua (foto 22). Evidentemente este pulsar de la superficie
divisoria no está relacionado con modificaciones en la densidad del
fluido. Sin embargo, observamos que el principio de la pulsación
rítmica es inherente a los procesos de flujo Igualmente se manifies-
ta cuando se encuentran corrientes bajo el agua, sin importar la
causa.
Resumiendo, digamos que en el agua que fluye se origina tras los
grandes obstáculos una forma acampanada bien delimitada por una
nítida membrana divisoria. El agua que contiene es de la misma
densidad que el agua que la rodea. Esta campana se desplaza con
la corriente y es seguida, a intervalos iguales, por otras campanas
idénticas. Digamos que una masa casi orgánica, que no está ligada
a ninguna diferenciación de sustancia, se libera de la masa homogé-
nea. Se trata de una génesis de forma a partir del movimiento puro
y que, pulsando rítmicamente, se irá imprimiendo en el agua. Y aho-
ra, en vez del hilo de agua, utilizado en la experiencia anterior, pro-
pulsemos una única y breve embolada coloreada al interior de un
líquido en reposo. Esto provoca la formación de una sola campana,
cuyo borde libre se enrolla hacia el exterior. Al mismo tiempo que la
campana se desplaza, este borde continúa enrollándose hasta el
momento en el que toda la campana se ha convertido en anillo (fo-
tos 55 a 58), el cual continúa la trayectoria iniciada y persiste mu-
cho tiempo.
El anillo consta de finísimas lámelas ordenadas en espiral, de lo
cual nos podemos hacer una idea si enrollamos un paño y después
unimos sus extremos formando un anillo. Retorciendo este anillo
sobre el mismo, para que las capas interiores del tejido pasen al
exterior, nos damos cuenta de una manera aproximada de la com-
plejidad del paso de la forma de campana a la de anillo en espiral.
Durante el trayecto el anillo pierde su forma circular, se vuelve
lábil y comienza a tener en su periferia unas prominencias que le
dan el aspecto de una estrella (foto 56). El número de prominen-
cias depende de la velocidad de la embolada inicial, crece en fun-
ción de esta velocidad. En el interior del anillo se forman unas
estructuras muy complejas que se hacen parcialmente visibles
cuando el anillo choca contra una superficie. Podemos realizar
esta experiencia cuando provocamos el avance del anillo desde el
fondo hacia la superficie del agua, contra la cual choca y revienta
formando una estrella (foto 58). Algo similar ocurre cuando una
gota de líquido cae sobre la superficie de otro líquido (foto 59).
Este procedimiento se puede usar para determinar las diferencias
cualitativas entre diversos fluidos. Diferentes líquidos y solucio-
nes mantenidos bajo las mismas condiciones físico-químicas se
comportan de forma diferente y originan formas estrelladas bien
determinadas.
El proceso que acabamos de describir sobre la emisión de una em-
bolada de agua en un fluido en estado de reposo, la naturaleza lo
realiza en numerosos casos por medio de muchos animales acuáti-
cos como las medusas, en las que el 99 por 100 de su peso es agua.
Unicamente su apariencia exterior expresa de una forma neta las
leyes del movimiento de fluidos. Su forma es muy similar a las cam-
panas de agua, así como su manera de moverse. Para avanzar ex-
pulsa por medio de pequeños chorros un poco del agua que encierra
la cavidad de su cuerpo y así se desplaza hacia delante por reac-
ción. Cada chorro o embolada expulsada adquiere la forma de la
campana que hemos descrito anteriormente. Esta campana tiene la
misma forma que la medusa, es como su reflejo invertido que se
desplaza en la dirección contraria. Con cada chorro de agua expul-
sado, la medusa se reproduce, por así decirlo, en el agua, pero de
manera efímera, puesto que todas las formas así creadas se desva- 57
La medusa para propulsarse expulsa agua necen rápidamente. De cualquiera manera, por medio de sus pro-
periódicamente. Estas emisiones originan en
pulsiones, la medusa va dejando tras de sí una estela de formacio-
el mar las «campanas de agua» que son el
reflejo invertido del animal. (Esquema.)
nes acampanadas que en cierto modo la recrean. Es como una es-
pecie de lenguaje que ella inscribe en su elemento.
Precisamente es en el mundo de las medusas y de los pólipos en el
que vemos más claramente cómo el agua se individualiza para pre-
parar el habitáculo de un ser dotado de sensibilidad.
Muchos de los movimientos y formas acuáticas que hemos estudia-
do hasta ahora reaparecen en los animales marinos inferiores, tanto
en sus estructuras corporales como en sus formas de locomoción.
Junto con las medusas podemos nombrar también las estrellas de
mar, los erizos y la inmensa variedad de moluscos (fotos 42 y 43).

Lo inmóvil nace del movimiento

«El que nuestro cuerpo sea un río organizado, es algo de lo que


no podemos dudar.»
(Fragmento, Novalis)

En diversas ocasiones hemos hablado de la importancia de las su-


perficies externas o internas del agua, puesto que es en ellas donde
se originan las formas y procesos rítmicos. Ahora bien, toda crea-
ción de forma implica la creación de superficies que delimitan un
espacio interior de otro exterior. Esta creación es el resultado de la
acción conjunta de fuerzas internas y externas. A l estudio de este
principio nos dedicaremos en los párrafos siguientes.
Sin ir más lejos, una piedra que sobresalga en un arroyo dará lugar
a la aparición de una superficie concreta delimitante. Esta superfi-
cie permanece relativamente en reposo, en el seno del agua que
fluye.
La piedra es un obstáculo en el curso del río. El agua se desvía
hacia ambos lados de ella para encontrarse de nuevo una vez que la
58 ha sobrepasado.
Inmediatamente después de la piedra hay un espacio de «agua
muerta» relativamente en calma y que permanece separada de la
rápida corriente adyacente por una superficie divisoria. Esta su-
perficie es el resultado de la acción conjunta de dos fuerzas: por
un lado la fuerza de la corriente y por otro lado la fuerza de resis-
tencia que origina la piedra asentada sobre el cauce. Existen por
lo tanto dos territorios, uno exterior ocupado por el agua que fluye
rápidamente, y otro interior en el que el movimiento del agua es
más lento. A todo esto se añaden movimientos de vaivén y trayec- Cuando el agua quefluyeencuentra una pla-
ca, seforma en la corriente una superficie de
torias circulares.
demarcación (según Kopp).
Ahora imaginemos que quitamos la piedra, pero que conservamos
su fuerza de resistencia intacta, sustituyéndola por una contraco-
rriente que provocamos en este lugar. Simplifiquemos la experien-
cia de la manera siguiente: supongamos que de una cañería, cuya
desembocadura se encontrase en el lecho de un río o de un canal,
hacemos salir un chorro de agua perpendicular a la corriente de
dicho río. Este chorro constituye un obstáculo que la corriente está
obligada a contornear. Aparece, por lo tanto, como en el caso de la
piedra, una superficie de demarcación, que es una forma inmóvil
rodeada de líquido en movimiento. Así para que aparezca una for-
ma inmóvil no es imprescindible la presencia de un obstáculo sólido
en el seno del río. La forma puede engendrarse por fuerzas de agua
allí presentes, a partir del movimiento.
Para comprender mejor este proceso representémonos lo siguiente:
una fuente que mana, perpendicular al suelo, en un estanque engen-
dra en el lugar de la salida una prominencia acuosa semiesférica,
que desaparece rápidamente pero se vuelve a formar en cuanto
sale agua de nuevo. De la misma manera la abertura de un tubo o
un geiser artificial, originarán una pequeña colina redondeada cuya
fuerza de propulsión se irá debilitando a medida que se aleje del
punto de emisión. Si hubiera una inclinación, el agua correría lógica-
mente pendiente abajo. Si a esta fuente se le superpone una co-
rriente rectilínea, esta última encontrará una resistencia allí donde
se localice la fuente. Habrá un punto en el que las dos fuerzas se
encuentren en equilibrio, en el cual no podremos ver el agua del río
penetrar en el dominio de la fuente, ni al contrario. El agua que llega
a ese punto rodea al obstáculo y a continuación vuelve a encontrar
la corriente general. El resultado de la colaboración de dos corrien-
tes es la aparición de una superficie de demarcación. No es otra
cosa que la «figura de equilibrio» resultante de la acción entre dos
fuerzas. Esta delimita sus dominios respectivos en función de las Esquema de un chorro o fuente
fuerzas de ambos: cuando la fuente crece, la superficie se ensan- — Corte.
cha; si se debilita, la superficie se encoge y por lo tanto el espacio — Visto desde arriba.
interior disminuye. 59
Estas superficies son tan sensibles como las balanzas de precisión,
Sumemos ahora a este sistema un agujero de desagüe situado en el
lecho del canal, y a una cierta distancia delante de la fuente. Vemos
cómo la fuerza de succión de este nuevo elemento guarda la misma
relación que la fuente con la corriente general, pero en sentido con-
trario, es decir que la superficie de demarcación se cierra en vez de
abrirse. Hemos delimitado así un espacio interior cerrado. Cual-
quier modificación del desagüe provocará la dilatación o contrac-
Composición de unafuente con una corriente ción de la superficie, de tal manera que la figura general sufrirá
paralela: se forma en el agua una superficie unos ensanchamientos o estrechamientos.
de demarcación.
Podemos decir que semejantes superficies situadas en medio del
agua que fluye son unos indicadores extremadamente sensibles de
las modificaciones más sutiles de las fuerzas que están en juego.
Son unos «resultados» que se estacionan incluso en el seno de aguas
muy agitadas y que reaccionan como órganos sensoriales muy sen-
sibles a cualquier modificación que tiene lugar en ellos o alrededor
de ellos. Si añadimos otras fuentes u otros elementos de succión la
figura se dilata o se contrae, existiendo numerosas posibilidades.
Vemos que el contorno de un cuerpo puede explicarse gracias a la
acción conjunta de las diversas corrientes, ya tiendan a brotar, a
fluir en capas paralelas o a vaciarse por un desagüe. Inversamente,
la presencia de la forma de un cuerpo actúa en una corriente de
Composición de un chorro y de un sistema de agua al igual que lo hacen las fuentes o los sistemas de desagüe. No
desagüe con una corriente paralela. Se forma
resulta difícil el imaginar que también se puede utilizar el movimien-
una superficie de demarcación cerrada.
to giratorio de un remolino para engendrar, junto con otras corrien-
tes, formas precisas.
La superficie de demarcación actúa como un auténtico órgano sen-
sorial a toda modificación de presión (cambio de velocidad) produ-
cida en el interior o exterior del espacio que limita. Isaachsen des-
cribe un caso de este tipo: se trata de una placa que obstaculiza el
flujo de una corriente. Justo antes de la placa se forma un espacio
de «agua muerta» delimitado por una superficie sensible. «Es como
si el agua en este espacio muerto poseyese un órgano capaz de
medir y de regular la presión, y de hecho es lo que ocurre. La punta
de dicho «espacio muerto» es por lo tanto, una especie de antena
sensible, un órgano que mide y regula, que suspende y reestablece
la presión dinámica causada por la velocidad del flujo. Por lo tanto
vemos cómo la confluencia de aguas procedentes de diversas di-
recciones engendra superficies que son las «figuras de equilibrio»
de las diferentes fuerzas presentes. Puede tratarse de formas ce-
El agua que fluye baña a una placa transver-
sal (según Isaachsen). rradas, en sosiego en el seno del movimiento, y que responden por
medio de contracciones o dilataciones a los cambios más sutiles de
la corriente. Tienen las características de órganos sensoriales de
60 una gran sensibilidad.
¿No es realmente grandioso este fenómeno que permite la apari-
ción de formas perceptibles, no por su diferenciación material,
sino tan sólo por la acción conjunta de distintas corrientes, es de-
cir, de fuerzas? Tenemos así la posibilidad de concebir el génesis
de formas, en general, no a partir de la materia sino de un juego de
movimientos. Es el movimiento, por lo tanto, el que abraza a la
materia y la ordena. Considerando todos estos hechos, podemos
tener acceso a la comprensión de los procesos que conducen al
desarrollo del embrión, tanto en el hombre como en los animales
superiores. Es imposible concebirlos ni a partir de la materia, ni de
la división celular.
En el crecimiento de todo organismo vivo, realmente constatamos
la existencia de un flujo de corrientes. Un flujo de crecimiento más
rápido origina el hinchamiento de ciertas zonas; otras zonas vege-
tan debido a que las corrientes de crecimiento permanecen estacio-
narias, e incluso pueden llegar a desaparecer.
Todos los estadios del desarrollo embrionario presentan una alter-
nancia de hinchamientos y de succiones, de cuyo juego complejo
derivará finalmente la forma específica adulta. Lo podemos obser-
var desde los primeros estadios: el huevo fecundado aumenta de
1
tamaño y posteriormente se invagina en la fase de gastrulación .
Estas son las leyes esenciales de la morfogénesis, que siempre en-
contramos en el transcurso del desarrollo del embrión; las divisio-
nes celulares les están subordinadas. Pero también este principio
superior que rige los fenómenos de hinchamiento y de succión es
una manifestación de la idea creadora que está por encima de él.
El principio que acabamos de definir aparece en todas las
embriogénesis con todas las variaciones imaginables. Una multitud
de hinchamientos y de succiones colaboran para engendrar una for-
ma viva. Se puede comparar esta forma de actuar con la de una
orquesta de varios instrumentos, con sus entradas, sus pausas guia-
das de acuerdo con una partitura, por un director de orquesta invisi-
ble. El conjunto origina un solo «cuerpo sonoro» cerrado en sí mis-
mo. A menudo son las fuerzas de dilatación las que predominan; por
ejemplo, cuando se produce la formación del globo ocular, y tras un
lapso de tiempo determinado cesan su actividad en esta zona para Embrión humano.
continuar en otras áreas. — Mitad del primer mes.
— Final del primer mes.
— Mitad del segundo mes.

1
Por lo que acaba de decirse queda claro que aquí se trata de un principio fonnativo
general, y que no podemos examinar en este libro, las diferencias en el desarrollo
embrionario de los diversos grupos de animales.
Sin duda, la partitura existe solamente en una esfera superior en el
devenir corporal desde la cual actúa sobre la materia, siempre flui-
da y maleable del embrión, hasta modelar con ella una forma armo-
niosa. Para que la forma humana aparezca es necesario que se
unan y armonicen las posibilidades más complejas. Detalles dema-
siado elaborados conducen más bien a formas animales, muy espe-
cializadas. Pensemos, por ejemplo, en el crecimiento desmesurado
del pico de una grulla, en comparación con las tan proporcionadas
regiones bucales del hombre. En el desarrollo excesivo de estos
caracteres se exterioriza precisamente la esencia del animal (ver
Poppelbaum: «Mensch und Tier»; El hombre y el animal).
Nosotros hemos renunciado a profundizar en detalles de
embriogénesis pues confiamos en los conocimientos generales que
el lector tenga al respecto. Aquí nos limitaremos a citar un ejemplo
en el que varios movimientos colaboran para constituir un órgano
sensorial: el ojo.
De entrada digamos que el globo ocular deriva de una invaginación
del primitivo cerebro anterior. Llega un momento en el que ésta
toca la pared interna de la envoltura corporal, la cual en este punto
se invagina en forma de vacuola hacia el seno de la vesícula ocular.
Posteriormente se densificará y dará origen al cristalino. Este últi-
mo se inserta en la vesícula ocular, que se irá ahuecando para ha-
cerle sitio. Progresando hacia el interior y desprendiéndose final-
mente de la cobertura corporal, quedará el cristalino instalado en el
interior de la órbita así formada.
La estructura del fondo de ojo humano presenta también las hue-
llas de su creación a partir del principio de hinchamiento-succión
de una corriente.
La Fovea centralis, situada al lado del punto de emergencia del ner-
vio óptico, se encuentra en la misma relación con éste que el punto
de aparición de una corriente con un punto de succión.
El campo de fuerzas derivado de la acción recíproca de ambos, se
ve claramente en la disposición de los filamentos nerviosos de la
retina. Ya hemos hablado sobre la inaudita sensibilidad de las super-
ficies nacidas a partir de corrientes en el seno del agua. Esta sensi-
bilidad no está, entiéndase, basada en la existencia de un sistema
nervioso, sino que resulta puramente del juego de fuerzas compro-
metidas, no explicable a partir de la materia ¡cuánto más sensible
ha de ser pues una membrana viviente configurada como una ba-
rrera, que además está materialmente diferenciada! ¿No nos está Disposición de las fibras delfondo del ojo
develando la Naturaleza aquí uno de sus secretos al prefigurar lá alrededor de la Fovea centralis y punto de
emergencia del nervio óptico (según Michel).
sensibilidad animal en lo líquido, pero tan sólo en tanto que función
que se condensará más tarde en el mundo de lo viviente en forma
de órganos nerviosos y sensoriales?
En un estado todavía muy primitivo, la ameba nos muestra el princi-
pio de expansión y contracción que gobierna la superficie sensible
de su ser. La ameba se encuentra a un nivel de proceso embriona-
rio y en un estado cuasilíquido. Puede emitir a voluntad de una re-
gión cualquiera de su cuerpo un «pseudópodo», es decir, un miem-
bro semejante a un saliente amorfo, para después retraerlo por «suc-
ción» y emitir otro posteriormente en otro punto de su cuerpo. A
todo estímulo procedente del exterior, la ameba responde modifi-
cando su forma, o bien se dirige invaginándose en un punto al en-
cuentro de aquello que la estimuló emitiendo un pseudópodo, es decir,
el líquido de su cuerpo fluye en esa dirección, o bien se retraerá por
lo que el líquido será aspirado hacia el interior de su cuerpo. Perci-
bimos aquí una primera insinuación imperfecta del instinto, a nivel
del líquido viviente.
Entre los animales acuáticos unicelulares encontramos las variacio-
nes más diversas de este fenómeno. Muchos de ellos tienen, por
ejemplo, la facultad de coagular por un tiempo sus pseudópodos y
de pasarlos al estado líquido a continuación. Utilizan la transición
fácil del estado de «gel» al de «sob> (de la consistencia gelatinosa a
la sólida) y viceversa para hacer durable o fugaz a su voluntad su
forma corporal. Estos animales juegan, por así decirlo, en el domi- Una ameba envuelve una partícula alimenticia
nio límite, tan lábil, que es su elemento vital. y la ingiere.

Otros anímales construyen su forma de tal suerte que será simple-


mente la envoltura de movimientos de succión y emanación de agua.
Tal es el caso de la esponja, por ejemplo, en la que el agua penetra
continuamente a través de finos canales (aspiración) y posterior-
mente vuelve a salir del animal manando en un gran chorro hacia
fuera. De esta manera al entrar puede ser tomado el alimento que
se halle suspendido en el agua.
Cuanto más fuerte sea el chorro hacia fuera, más lo será también la
fuerza de aspiración y viceversa. La forma concreta de la esponja
expresa plenamente esta relación de ritmos.
Hemos descrito ya en el caso de la medusa un fenómeno sencillo
de emisión «pulsátil» de agua. Estos animales liberan al medio que
les rodea una sucesión rítmica de emboladas que inscriben su pro-
pia imagen en el agua, pero invertida. La forma de la medusa en sí
no es más que una expansión rítmica modificada por la resistencia
del agua que la rodea. Tan sólo con la intención de aclarar todo un
poco más es por lo que hemos descrito separadamente los «gestos
primordiales» que en realidad se manifiestan uiidos en colabora-
ción íntima unos con otros como en un coro. Pero la Naturaleza nos
revela a menudo sus secretos sobre algunas cosas particulares,
mediante gestos aislados.
~ • T , •• „ J„ „ „„,,MAv,
m A„ ncn.n Si la Naturaleza crea seres en los cuales ella manifiesta uno u otro
Comentes de succión y de emanación ae agua
e s u s
en una esponja (según Kühn). ¿ «gestos originales», ha creado uno también en el que los ha
hecho confluir a todos: «El hombre... El hombre tal como aparece
ante nosotros es una forma acabada; sin embargo, esta forma ha
surgido a partir del movimiento. Ha sido engendrada por formas
Arquetípicas que se componían y descomponían. No es lo móvil lo
que ha salido de lo inmóvil. Es lo inmóvil lo que tiene su origen en lo
móvil...» (Rudolf Steiner, extracto de la conferencia del 24/6/1924).

64
El agua, órgano sensorial de la tierra

Tal como hemos explicado, las superficies de demarcación en el


seno del agua corriente son «sensibles». Responden a las más lige-
ras modificaciones del medio mediante contracciones, formaciones
de sinuosidades, u oscilando según ritmos precisos. El agua está
siempre dispuesta a formar estas superficies en número incalcula-
ble; no es por lo tanto esa masa amorfa e inanimada que vemos
comúnmente. Está subdividida en una infinidad de membranas sen-
soriales en movimiento, dispuestas a percibir e impregnarse con to-
das las influencias que a ella lleguen procedentes de su entorno.
Lejos de encerrarse en ella misma, el agua admite en su interior
todos los impulsos de fuera. Es el medio impresionable por excelen-
cia. Pero es tan extremadamente sensible que no se limitará a res-
ponder a las modificaciones de su entorno inmediato, sino que tam-
bién recibe, como ahora veremos, las influencias más sutiles e im-
ponderables procedentes de los confines del sistema solar. Esta afir-
mación podría parecer de entrada algo osada. Sin embargo, han
sido ya realizadas sobre ello diversas experiencias que demuestran
que el agua puede verdaderamente percibir los cambios en la posi-
ción de los cuerpos celestes del sistema solar.
Por ejemplo, cuando agitamos un recipiente lleno de agua, creamos
en el seno del líquido, como ya dijimos, superficies internas que se
deslizan las unas sobre las otras. En cuanto lo hacemos llegar al
reposo esta génesis de superficies se acaba, al mismo tiempo que
cesa toda su sensibilidad; el órgano sensorial se repliega. Cuando el
agua es agitada engendra las múltiples formas que hemos descrito
más arriba. Sucede lo mismo cuando el agua se mueve libremente
en la naturaleza. De todo esto resulta que no es tan sólo el acto de
agitar el agua en los recipientes lo que la «abre» en tanto que órga-
no sensorial; puesto que con otro tipo de movimientos obtenemos el
mismo resultado.
Entre la gran multiplicidad de «constelaciones» de planetas (con-
junciones, oposiciones, etc.) y experiencias que han sido realizadas
a tal fin, tomemos la de un día de eclipse de sol.
Disponemos de una serie de botellitas idénticas, a medio llenar con
agua. Durante el día del eclipse, las agitamos la una tras la otra de
forma rítmica y en intervalos idénticos de tiempo (por ejemplo, cada
cuarto de hora), no tomando cada botella más que una sola vez. Es
decir que cada vez, «abrimos» la sensibilidad del agua en una sola
de las botellas, a las influencias procedentes del estado momentá-
neo del firmamento. La receptividad se acaba en el momento que
llevamos el agua al estado de reposo.
Por lo tanto cada vez se inscribirá en el agua un nuevo aspecto del
cielo: el lento avanzar de la luna hacia el sol, el comienzo del eclip-
se, la culminación del mismo con el máximo oscurecimiento del sol,
finalmente el alejamiento gradual de la luna. A l final de esta serie
de operaciones tenemos toda una colección de botellitas idénticas
que han sido agitadas en todas las fases sucesivas del fenómeno
astronómico. Estas fases están ahora, por así decirlo, «grabadas»
en ellas.
¿Cómo hacer ahora para interpretar lo grabado? Hay varios méto-
dos, entre los cuales hemos elegido el siguiente: en el agua de cada
botellita, una vez finalizada la experiencia, hacemos germinar semi-
llas de trigo, lo cual requiere días o incluso semanas. Todos los gra-
nos se sumergen a la misma hora, el mismo día y bajo condiciones
absolutamente idénticas. El crecimiento de los tallos de trigo va a
permitir descubrir las diferencias cualitativas entre las diversas aguas
en un principio parecidas. En el mismo tiempo, los tallos de trigo de
una de las botellas crecerán más rápidamente que los de otra. Me-
dimos el crecimiento longitudinal para cada una de las botellas y
esto nos da una idea del desarrollo del eclipse de sol.

Sector del eclipse central

Sector del eclipse central Un eclipse de sol se imprime en el agua en movimiento


(curva de crecimientode las plantas).
El agua que ha sido «agitada o abierta» en el mismo momento en el
que tiene lugar el eclipse no permite que los tallos crezcan tanto,
como el agua que ha sido «abierta» antes y después de que el fenó-
meno cósmico tenga lugar. Se puede hacer una curva de crecimien-
to reuniendo la longitud de todos los tallos. Igualmente se pueden
hacer curvas de este tipo para otras constelaciones planetarias, pero
hay que tener en cuenta cada vez caracteres nuevos en función de
los astros considerados '.
Se han hecho otras experiencias con el método de la «ascensión
dinámico-capilar» de L. Kolisko. También en este caso el resultado
ha sido que la cualidad del agua se modifica dependiendo del mo-
mento (constelación), en el que haya sido agitada. Por supuesto
todo lo que ha quedado grabado en el agua de una botella se perde-
rá rápidamente al agitarla por segunda vez, puesto que la «abrire-
mos» al nuevo acontecer cósmico de ese momento. ¿Cuál es el
significado de todo esto en la economía de la Naturaleza?
Un arroyo que serpentea murmurando alegremente sobre las pie-
dras de su cauce engendrará una multitud de pequeños remolinos y
superficies internas que son verdaderos órganos sensoriales abier-
tos al cielo, que perciben el «río» del devenir cósmico. El agua, al
ser absorbida después por todas las criaturas terrestres, las plantas,
los animales y el hombre, les transmite todas las impresiones recibi-
das y las difunde por todas partes. Así gracias al agua en movimien-
to, el mundo terrestre tiene la posibilidad de mezclar, sin cesar, en
su vida el cambiante río de los acontecimientos cósmicos.

1
Para los matemáticos, señalamos que los resultados de esta experiencia se han
obtenido de acuerdo con las leyes estrictas de la estadística. Se pueden encontrar los
detalles en la obra del mismo autor «Grundlagen der Potenzforschung» (en español,
«Fundamento de una investigación sobre las diluciones»).
El agua como mediadora del orden
cósmico

El agua cubre la mayor parte de la superficie terrestre, moviéndose


ininterrumpidamente y de la forma más variada. Esta cobertura
acuosa es tan móvil y sensible que se la puede considerar, en su
totalidad, como un órgano mediador entre el cosmos y la tierra. De
esta forma, ella permite que la tierra participe en el acontecer cós-
mico. ¿No tiene esto un significado trascendental?: el mundo de los
astros se halla entretejido en los movimientos del agua; ésta trans-
mite las leyes del devenir cósmico a toda la vida de la tierra, y todos
los procesos vitales están vinculados íntimamente, gracias al agua,
a la gravitación de los cuerpos celestes. Allá donde el agua esté en
movimiento, en el arroyo que murmura, en el río que fluye y en el
«vals» de su corriente, en el vaivén de las olas y en la espuma de las
rompientes, en todas partes el mundo extraterrestre interviene. De
esta manera el agua es verdaderamente una imagen del tiempo que
fluye al ritmo de los astros. Todas las criaturas de la tierra viven en
el seno de este fluir; él vive en ellas y mantiene, mientras dura su
flujo, la vida.
El agua y el acontecer cósmico están vinculados al tiempo en los
ritmos de las mareas. La relación entre las fases de la luna y las
mareas es tan conocida por todos, que aquí no nos detendremos en
ello.
Pero los ritmos de la luna influyen, igualmente, a pequeña escala,
sobre el agua. En el pasado se contaba con estos ritmos a la hora de
la excavación de los pozos. Estos sólo se construían cuando la luna
se encontraba en una constelación zodiacal determinada y en una
fase muy concreta. Pues siguiendo el curso de la luna, el agua as-
ciende o desciende no solamente en los mares sino también en el
interior de la tierra. Cuando este astro se encuentra en determina-
das posiciones, el agua al excavar se alcanza enseguida, pero el
pozo en cambio se agota fácilmente. En otras fases habrá que ex-
cavar más profundamente hasta alcanzar el agua, pero después su
nivel se mantiene de forma duradera.
En observaciones recientemente realizadas en galerías de minas
abandonadas e inundadas, se manifiesta el mismo fenómeno, que
tiene lugar, por la influencia lunar, en las reservas acuosas subterrá-
neas. Los viejos conductores fluviales de troncos conocen una re-
gla: los cursos de agua tienden a ensancharse con la luna llena,
mientras que con la luna nueva excavan su seno en profundidad;
estos movimientos internos dependen, evidentemente, de las fases
de nuestro satélite. De esto se deduce que cuando haya luna llena
no será un buen momento para conducir los troncos rio abajo, ya
que tenderán a desplazarse hacia la orilla, mientras que en luna
nueva los troncos se concentrarán en el eje de la corriente. Obser-
vaciones como éstas, realizadas en el pasado y basadas en la expe-
riencia, vuelven a ser hoy en día redescubiertas poco a poco. Por
no citar nada más que un ejemplo, diremos que los ingenieros han
hecho recientemente una comprobación curiosa:
Es sabido que en el seno de numerosas presas de centrales hidro-
eléctricas se acumulan cantidades considerables de cantos rodados
y guijarros cuya eliminación va ligada a costos grandiosos. Se pue-
den evitar estos gastos abriendo las compuertas bajo ciertas fases y
posiciones lunares, puesto que se ha comprobado que el agua tiene
entonces fuerza suficiente para arrastrar consigo las piedras.
Numerosos usos tradicionales, practicados todavía en nuestros días,
son el testimonio de un antiguo conocimiento que tenía en cuenta
los cambios cualitativos del agua bajo el efecto de determinados
acontecimientos celestes. Por ejemplo, en algunas regiones del
Himalaya, en las que muchas de estas tradiciones son todavía man-
tenidas, todos los recipientes se vacían antes o después de un eclip-
se. Los leñadores tienen en cuenta los cambios en el flujo de la
savia de los árboles a lo largo del año. Dependiendo de la posición
de la luna en el zodíaco habrá un flujo determinado de savia en el
árbol y de ésta dependerá posteriormente la conservación y la cali-
dad de la madera. La madera muy resistente es la que se corta en
invierno y en fase de luna nueva. Hoy todavía, en Sudamérica, las
maderas preciosas llevan marcadas en un cuño la forma de la luna
correspondiente a la fase en la que fue cortado el árbol. Depen-
diendo de esto será ajustado su precio en el mercado. Los ejemplos
que se pueden tomar del mundo vivo son innumerables para ilustrar
estas correspondencias existentes entre el agua y el mundo celeste.
Pero de entre todos ellos vamos a elegir uno que es significativo, y
nos limitaremos a preguntarnos lo siguiente: ¿No resulta extraordi-
nariamente llamativo que los animales marinos sepan de alguna
manera prever los acontecimientos astronómicos y se adapten a
ellos? Existe un tipo de «eperlano», emparentado lejanamente con
los salmones y que habita en alta mar. Una vez al año, en el mes de
mayo, coincidiendo con la época del desove, estos peces se dirigen
hacia las costas de California. Allí permanecen en las proximidades
de la playa y esperan a la marea alta que tiene lugar el tercer día
después de la luna llena. Entonces se dejan arrastrar por la última
ola de esta marea, por aquella que alcanza la máxima altura. Las
hembras desovan entonces sobre la arena blanda y húmeda y los
machos fecundan los huevos. Con la ola siguiente, los peces vuel-
ven a nadar hacia el mar abierto. Pero esta ola es la primera de la
marea baja y por lo tanto los huevos que fueron puestos en la arena
no podrán ser alcanzados por el agua y devueltos al mar. Durante
los trece días siguientes, el agua no llegará nunca a estos niveles.El
decimocuarto día la marca volverá de nuevo a ser lo suficientemen-
te alta como para que las crías, recién salidas del huevo, puedan ser
arrastradas por las olas mar adentro, donde permanecerán hasta
alcanzar su pleno desarrollo como adultos. Años después, en el mes
de mayo, retornarán a las mismas costas para desovar,- tres días
después de la luna llena. Estos peces viven en relación tan estrecha
con las marcas, es decir, con los movimientos cósmicos del agua,
que saben con una precisión astronómica de segundos cuándo la
marea alta del mes de mayo alcanza su cota más elevada. Es el
único instante del año en el que la constelación de tres astros —sol,
luna y tierra— les ofrece las condiciones favorables para su repro-
ducción.
Resumiendo, el agua en movimiento recibe la fuerza de las conste-
laciones planetarias y las transmite al suelo y a todas las criaturas
terrestres. El acontecer celeste, el mundo acuático y de los anima-
les que en él viven, constituyen una unidad. Los animales marinos
hacen visibles las fuerzas celestes que penetran en su elemento.
Pero también las criaturas de tierra firme participan de lleno en esa
relación por medio de sus fluidos circulantes internos.
En el hombre, las leyes cósmicas intervienen en el ritmo de la respi-
ración, de la pulsación del corazón y de la circulación sanguínea.
Mediante las 18 respiraciones que en término medio realiza el hom-
bre por minuto —25.920 al día— él se vincula al sol, cuyo punto
equinoccial tarda 25.920 años en recorrer el zodíaco. Por otro lado,
la respiración humana guarda una relación con el latido del corazón
de 1 a 4, ya que 18 respiraciones tienen lugar en el mismo tiempo en
el que el corazón realiza 72 latidos. Esta relación numérica no pare-
ce ser debida al azar, y la volvemos a encontrar en la naturaleza
fuera del hombre. Las velocidades de propagación de las vibracio-
nes sonoras son 4 veces mayores en el agua que en el aire; esta
proporción es particularmente exacta en el agua del mar, cuyas pro-
piedades son similares a la de la sangre humana. Así, los ritmos
macrocósmicos, pasando por la respiración del hombre, llegan a las
pulsaciones de su sangre, de manera que el ser humano vive de
acuerdo con los ritmos del universo.
Acabamos de demostrar por medio de diferentes ejemplos que el
7 t agua tiene la facultad de moverse guardando una relación con los
fenómenos del cosmos. Veamos ahora una propiedad muy conoci-
da: el principio deArquímedes. Resulta bien conocido que al retirar
una piedra pesada del fondo de un río, en el momento de sacarla del
agua, de pronto parece aún más pesada. Dicho de otra forma, pare-
ce pesar menos dentro del agua que fuera de ésta. Se deduce de
esto que un cuerpo sumergido recibe un empuje de abajo hacia arri-
ba. ¿Cómo se produce este empuje? Cuando una piedra cae al sue-
lo significa que una fuerza tira de ella hacia abajo, fuerza que nos
representamos actuando sobre su centro de gravedad. La dirección
de caída es, generalmente, una trayectoria rectilínea y vertical. Esto
mismo se cumple en la caída de las gotas de agua. Sin embargo,
está claro que hay otras fuerzas en acción en el seno del agua tal
como vemos en el ejemplo del cuerpo sumergido, y que esas fuer-
zas actúan en todas las direcciones. La presión del agua actúa per-
pendicularmente sobre cada punto de la superficie de dicho cuerpo
sumergido con una fuerza equivalente al peso de la columna situada
por encima de dicho punto. Es decir que sobre la cara inferior de
dicho cuerpo el agua presiona de abajo hacia arriba.

Sobre la superficie de un cuerpo sumergido la


presión del agua se ejerce siempre
perpendicularmente. La presión en la
parte de abajo del cuerpo es mayor que
en la parte de arriba, lo que provocará el
empuje enunciado por Arqulmedes.

Esto naturalmente hará disminuir el peso del cuerpo sumergido,


haciéndole experimentar un empuje hacia arriba equivalente al peso
del volumen de agua que desaloja. Comparando todo esto con las
fuerzas de gravedad siempre dirigidas hacia abajo, vemos aparecer
en el agua fuerzas dirigidas en todas las direcciones. El cuerpo su-
mergido será presionado en toda su superficie por fuerzas que ac-
túan perpendicularmente a él y de esta forma pierde su peso. Diga-
mos por lo tanto, que el agua, al aligerar la pesadez de los cuerpos,
pertenece al ámbito de las fuerzas de los planetas. Debido a esto, el
agua se sitúa entre las fuerzas procedentes de las esferas celestes
y aquellas que emanan de la tierra.
Esta capacidad del agua de aligerar los cuerpos, de liberarlos de la
gravedad y acercarlos, por así decirlo, hacia el cosmos, es de un
enorme significado para toda la vida sobre la tierra. El crecimiento
en el mundo vegetal sería impensable de no existir esta propiedad
del agua. En el caso de una conifera americana, la Sequoia, capaz
de alcanzar a veces más de 80 m de altura, el agua manifiesta con 7j
fuerza su triunfo sobre las fuerzas terrestres gravitatorias. Por do-
quier en la Naturaleza, ella actúa como mediadora entre la tierra y
el universo, libera a los cuerpos sólidos de su pesadez y transmite a
la tierra los impulsos celestes. En los capítulos siguientes denomina-
remos «fuerzas universales» a aquellas que irradian desde la peri-
feria cósmica, y nombraremos, en lo que sigue a continuación, con
estos términos, aquellas concepciones que fueron desarrolladas por
primera vez por Rudolf Steiner. Por otra parte, trataremos como
«fuerzas centrales» aquellas que se aplican al centro de gravedad
del cuerpo y que son medibles a través del peso. Las «fuerzas uni-
versales» irradian a partir de la cúpula celeste y actúan aligerando y
provocando la «levitación».
El agua hace, por lo tanto, de intermediaria entre estos dos tipos de
fuerzas, las equilibra de mil maneras. Es el elemento que hace posi-
ble la manifestación de la actividad celeste sobre la tierra.
El agua como modeladora de la
superficie terrestre

El poder ascensional es una propiedad del agua sin la cual sería


absolutamente inconcebible la vida sobre la tierra. Pero el compor-
tamiento del agua es asimismo de enorme utilidad a la vida en lo
concerniente a sus reacciones frente al frío y al calor. El agua con-
gelada no es más que una roca dura que obedece a las leyes de la
gravedad, pero que queda liberada de ellas en cierto modo, en tanto
que el hielo es más ligero que el agua, es decir que flota. Si sucedie-
se lo contrario y el hielo pesase más que el agua, se hundiría y por lo
tanto los océanos, los ríos, los lagos, etc. se irían helando paulatina-
mente desde el fondo hasta la superficie y el planeta no tardaría en
convertirse en un desierto helado. Pero en tanto que el hielo flota, el
agua manifiesta una vez más su tendencia esencial que es la de
servir a la vida.
La densidad más alta la alcanza el agua con 4° Celsius, como se ve,
por encima del punto de congelación. Por encima y debajo de esta
temperatura se dilata y se vuelve específicamente ligera. El agua
que se queda- en las grietas de las piedras, al congelarse se dilata
actuando de esta manera como una cuña que rompe en pedazos las
piedras más duras. Así, ella conduce al mineral sólido e inanimado a
penetrar en el circuito vital. En efecto, el agua con el paso del tiem-
po, disgrega las rocas de forma cada vez más fina convirtiéndolas
en arena, en limo, etc., es decir, en el sustrato necesario para el
mundo vegetal y para todo el ciclo vital que desencadena. Este mis-
mo proceso tiene lugar anualmente en los campos, en los que la
congelación del suelo cultivable y de sus constituyentes orgánicos
contribuye a fertilizar la capa superficial.
Todo este proceso será potenciado gracias a la capacidad que tiene
el agua de disolver los materiales sólidos, en lo que está basado,
entre otras cosas, su gran poder purificador. Debido a este poder
disolvente, el agua puede transportar las partículas nutritivas en los
organismos, lo cual condiciona toda la vida. Imaginémonos cómo el
agua disuelve, aparentemente sin ningún esfuerzo, un trozo de azú-
car, el cual nosotros sólo conseguiríamos pulverizar a base de gol-
pes y esfuerzos. Por otro lado el agua tiene también la capacidad de
disolver los gases, entre otros el anhídrido carbónico, en combina-
ción con el cual adquiere la propiedad de atacar a los minerales.
Bajo condiciones adecuadas, el agua puede dejar en libertad los
cuerpos que ha disuelto, lo cual provoca la aparición de formacio-
nes geológicas interesantes, como las concreciones o «terrazas»
de aragonita del parque de Yellowstone en América del Norte,
Pero no es únicamente gracias a las fuerzas expansivas y de diso-
lución por lo que tiene el agua la capacidad de traer de nuevo los
minerales al circuito de la vida, sino también gracias a su acción
mecánica de rozamiento. Los fragmentos de la roca desprendidos
van rodando pendiente abajo hasta caer en una torrentera o en un
río, en el seno del cual, al perder peso, continúan siendo arrastra-
dos y rodando río abajo. Como si se tratase de un enorme y pode-
roso molino, en el agua se van limando los ángulos y cantos de las
piedras a causa de la fricción de unas con las otras en los así
llamados molinos o «marmitas de hadas» o «marmitas de gigan-
tes», frecuentes en los lechos rocosos de los ríos. Las piedras
llegan así a convertirse con el tiempo en grava y arena finísima
que flotando corriente abajo van a constituir el sustrato de un sue-
lo fértil. Toda la civilización del Antiguo Egipto sería absolutamen-
te impensable sin este fenómeno. Las crecidas del Nilo que distri-
buían el limo fecundante por todas partes, eran acompañadas de
Las formas redondeadas de los «molinos» de
ceremonias rituales. Estas crecidas permitían vivir y civilizarse a
los glaciares y de las «marmitas de gigantes»
de los torrentes, resultan del desgaste sufrido
todo un país en medio del desierto.
por las rocas a causa de las piedras que el ¿No resulta desde luego bien significativo el que este elemento, siem-
agua comente pone en movimiento. pre dispuesto a servir a la vida, suavice por doquier ángulos y can-
tos y pulverice todo lo sólido? Morfológicamente acerca al mineral
al dominio de las formas orgánicas en tanto que les da un aspecto
esférico o elíptico. Las piedras giran en las «marmitas» agrandán-
dolas y ensanchándolas continuamente. Tanto la piedra que gira
como la marmita en sí, tienen forma esférica (foto 40).
Toaos estos fenómenos se desarrollan en repeticiones periódicas:
es el ritmo lo que termina mostrándose más fuerte que lo sólido.
Año tras año va limando las rocas destruyéndolas y a la llegada
puntual de las crecidas arrastra los fragmentos de esta abrasión.
Cada ola, cada arroyuelo pequeño, trabaja ininterrumpidamente en
este proceso de disgregación. Las piedras, rodando durante siglos
en los embudos de las marmitas, rítmicamente van pulverizando y
tallando la roca en profundidad. El lecho de un curso torrencial de
agua es una cadena de marmitas de este género que van excavando
el fondo y «hundiendo» el curso de agua en las gargantas o caño-
nes. Más abajo, el río más calmado lleva la arena y las piedrecitas y
utiliza toda la rocalla resultante de su erosión para la construcción
de su cauce, es decir que las orillas las va creando a partir de grava
fina y gruesa que va depositando selectivamente en forma de «ban-
cos». Conviene que tengamos bien en cuenta que el agua no es
74
solamente causante de devastación o demolición sobre el terreno,
mediante sus propiedades erosivas. Precisamente gracias a los pro-
ductos de la erosión, el río crea sus propios límites en tanto que con
ellos construye sus orillas a modo de muros de contención y sitúa
obstáculos en su seno que van frenando la velocidad de la corrien-
te. Es muy importante que tomemos Conciencia de esta facultad
que posee el agua de poder remediar ella misma, con los productos
de su erosión, los excesos de su fuerza. La tierra de aluvión que ella
transporta puede dar origen, al depositarse, a diques naturales. Es-
tos a veces se disponen en sucesión rítmica, con lo cual las regiones
de aguas profundas se.alternarán con regiones de aguas menos
profundas y la velocidad de la corriente será frenada. Vemos, por lo
tanto, lo que para el conjunto de una región puede significar la rec-
tificación o canalización artificial del curso de un río. Conocemos
numerosos ejemplos de trabajos que por su arbitrariedad y falta de
consideración, han tenido consecuencias devastadoras*.
Un significativo ejemplo de cómo un río va creando estas barreras
o diques nos lo ofrecen los lagos de Plitwitz en Yugoslavia, los cua-
les se formaron mediante la paulatina aparición de barreras calcáreas
que se fueron sedimentando perpendiculares a la corriente y dis-
puestos de forma regular, de tal manera que ésta se hizo más lenta
y se detuvo, ensanchándose en forma de lagos.
En su desembocadura en el Golfo de México, el Mississippí nos
muestra un buen ejemplo sobre cómo una gran corriente se cons-
truye a sí misma sus riberas. Esta va transportando materiales fina-
mente pulverizados que se van depositando en la desembocadura
en el fondo del mar, hasta que llegan a alcanzar la superficie libre;
así, el cauce del río va-penetrando en el mar. Con el paso de los
siglos el Mississippi ha depositado tanta tierra que allí donde antes
estaba el mar hoy se pueden edificar ciudades. Un sistema fluvial
de este tipo se muestra como una totalidad que engloba en sí misma
los diversos brazos del río y sus afluentes. De hecho cada río tiene
su «dominio», denominado incorrectamente «cuenca» (ya que no es
Delta del Mississippi.
algo excavado), formado por sus afluentes, los cuales a su vez tie-
nen afluentes más pequeños alimentados porriachuelosy arroyuelos.
Si seguimos estos últimos hasta su origen nos perderíamos en el
finísimo retículo de los capilares del suelo, a menudo puestos en
evidencia por las raíces de las plantas que en ellos se insinúan. Un
sistema fluvial se parece mucho a un sistema circulatorio. Corrien-
te abajo, un torrente principal se une con otro más importante; pon-

1
Entendemos que hay ocasiones en las que verdaderamente se hace necesario el
rectificar con moderación el curso de un río para ponerlo en armonía con el paisaje
civilizado. 75
gamos como ejemplo el Neckar que se vierte en el Rhin, siendo
para éste tan sólo un afluente. Así es como todos los sistemas flu-
viales se unen en la superficie del globo formando una red compleja
muy similar al sistema circulatorio del hombre. En éste también los
retículos capilares que irrigan los órganos confluyen en una unidad
superior. De la misma manera que el agua construye sus riberas,

Red hidráulica del cauce del Brenz, afluente


del Alto Danubio (según G Wagner).

así también lo hace el flujo sanguíneo a partir de los corpúsculos


que flotan en su seno.
A l igual que en el sistema circulatorio humano, la menor alteración
o lesión influye en el circuito general. Podemos decir que un siste-
ma fluvial percibe las alteraciones artificiales de su red, aunque el
hombre no se dé siempre cuenta a tiempo. El sistema fluvial, a cada
momento, resulta afectado ya sea para bien o para mal. Un triste
ejemplo nos lo ofrecen las desconsideradas modificaciones realiza-
das en el curso superior de ciertos ríos, lo cual puede ocasionar
peligrosas crecidas e inundaciones en el curso inferior. Este tipo de
modificaciones pueden alterar la estructura original del curso del
agua del suelo. No es solamente el curso del río el que sufre las
consecuencias de estas infiltraciones, sino también todas las tierras
próximas al río, corriente arriba. La fina red de capilares del suelo
75 se modifica profundamente en las pendientes que encuadran al río
«rectificado»; éste erosiona cada vez más su lecho, que se va hun-
diendo. Ahora bien, los cauces que han sido demasiado erosionados,
aspiran el agua de los alrededores inmediatos y esta fuerza de suc-
ción se va transmitiendo pendiente arriba con el consecuente peli-
gro de que el terreno se vuelva paulatinamente más estéril. El agua
corriente tiende siempre a la formación de redes y ramificaciones.
Esto se ve claramente en las playas de la costa durante la marea
baja (fotos 10 y 17). La observación detallada y cuidadosa de cada
una de estas redes pone en evidencia la tendencia al enrollamiento
y a la formación de meandros que al comienzo del libro describimos
como movimientos primordiales de las aguas.
Para comprender la colaboración del agua con la tierra, no sólo
tenemos que tener en cuenta su actividad de triturar y disolver, sino
también su capacidad de depositar, remover y ordenar los materia-
les que ha pulverizado y transportado. Ya hemos hablado de la for-
ma en la que se disponen la gravilla y los bancos de arena, de las
concreciones y de la formación de terrazas. Esta actividad también
es rítmica. Se ordena en el espacio en trazados periódicos. Por ejem-
plo, a gran escala, las presas naturales que se forman a intervalos
regulares y se disponen transversales a la corriente; y a pequeña
escala, los surcos ramificados y sinuosos que las olas imprimen en
los ríos arenosos y en las playas costeras. Sin cesar, el material que
se deposita es remodelado en su superficie de una forma rítmica.
Los relieves de las playas son en general transversales a las peque-
ñas corrientes, al igual que las presas naturales a los ríos. Las for-
mas que aparecen dependen de la profundidad, la velocidad del agua
y las características del material de depósito (arena, gravilla, etc.).
Las fotos 8 y 12 muestran algunos ejemplos. Si examinamos de
cerca estos fenómenos vemos que las formas inscritas en el mate-
rial plástico están en cambio continuo. Retroceden lentamente para
que el material nuevo ocupe su lugar.
Pero su progresión es mucho más lenta que el fluir del agua; por lo
tanto, tenemos que tener en cuenta dos movimientos diferentes: un
movimiento rápido, el del agua y un movimiento de formas que ella
imprime en el suelo. Son verdaderos paisajes arenosos en miniatu-
ra, con sus accidentes, valles y colinas labrados en el fondo. Volve-
mos a encontrar siempre superficies sinusoidales cuyo aspecto su-
giere todavía una idea de formación orgánica. Recuerda el aspecto
de las fibras musculares en el hombre y en los animales superiores
{foto 18).
Existen incluso analogías con las estructuras sólidas del organismo,
por ejemplo, las de los huesos de la columna vertebral y de las eos-
tillas. ¿No son los huesos, en último término, también «depósitos»
dejados por el elemento liquido? Así, los movimientos del agua, esta
«sangre de la tierra» y Jos i ene ves que ella imprime en lo sólido
están muy emparentados con un gran número de génesis, orgánicas
tanto en el hombre como en los animales (fotos 9 y 18). A escalas
más pequeñas aparecen también formaciones onduladas dispuestas
rítmicamente, como por ejemplo, al realizar movimientos de «vai-
vén» en un recipiente que contenga agua y un fino sedimento en el
fondo. Resumiendo, como si se tratase del fluir del tiempo, corre el
agua sobre la tierra. Es la melodía de fondo que acompaña incesan-
temente la vida en sus múltiples manifestaciones. Ella actúa, sin
cesar, sobre la tierra firme puliendo, triturando, disgregando, trans-
portando, al mismo tiempo que en otros lugares modela, reconstru-
ye y ordena todo para la vida. En un sistema fluvial, esta «sangre de
la tierra» pone en circulación grandes cantidades de materiales in-
dispensables para la existencia del globo y de sus criaturas. En el
transcurso de miles de años va transportando las rocas más duras y
las montañas más altas. Disuelve las formas existentes convirtién-
dolas en materia fluida, poniéndola a disposición de una nueva crea-
ción. El agua es, de ésta manera, la gran distribuidora de las sustan-
cias, la que las transforma. En un continuo ligar y disolver, destruir
y construir, recrea el agua, de forma continua, el organismo de nues-
tro planeta. ¿No es acaso el mismo fluir del tiempo lo que se está
manifestando ante nosotros? Frente a todo aquellofirmementeim-
plantado en el espacio, el agua se manifiesta como algo mucho más
fuerte, conduciéndolo todo una y otra vez hacia un desarrollo reno-
vador que sirva a la vida.
El mismo fluir del tiempo se ordena de acuerdo con unos ritmos: la
duración del girar de la tierra alrededor del sol, el año, y la rotación
de la tierra sobre sí misma, las fases de la luna y el recorrido reali-
zado por los planetas. Incluso las aguas del globo terrestre modelan
el mundo material siguiendo unos ritmos.
Podemos encontrar una objeción y es que todo esto ocurre de forma
coercitiva y según la regla inmutable de las causas y efectos. Diga-
mos que en este devenir la causa y el efecto cambian a menudo sus
funciones; en muchos fenómenos del medio líquido, la causa es tam-
bién y al mismo tiempo el efecto y recíprocamente. Pues la causa y el
efecto se integran para constituir un todo móvil, formado por múlti-
ples acciones y reacciones. De la misma manera que en un organis-
mo vivo las causas y los efectos se entrelazan en relaciones recípro-
cas, así por ejemplo, las olas que corren sobre la playa disponen la
arena del suelo en forma de ondulaciones y rizos y esta disposición
influye recíprocamente sobre la forma de la ola. Esta colaboración
estrecha e incesante hace aparecer un tipo de organización. Pero
ésta sólo puede contemplarse desde un plano superior y no se revela
en su totalidad nada más que al pensamiento humano.
Podemos decir lo mismo de las plantas y los animales. Los actos
instintivos de los animales, tan llenos de sagacidad, son a veces
como una imagen de la sabiduría de la naturaleza inorgánica. El
agua frena su curso, cuando éste es excesivo, con obstáculos que
va depositando en su trayectoria, los cuales hacen más lenta la ve-
locidad de su flujo y se mantienen en relación armoniosa con el
paisaje. De esta manera evita que la tierra fértil sea arrastrada al
mar, depositándola en la campiña. Toda esta sabiduría está presen-
te en la actividad de una criatura como el castor. Todas sus activi-
dades nacen de la tendencia del agua a regularizar su curso aumen-
tando la fertilidad de la tierra. El castor conduce esta función del
agua a una mayor perfección pues construye presas que frenan y
regulan el curso del río. Estos actos instintivos se armonizan de tal
manera con la economía del agua y de la tierra que cuando se acer-
ca una crecida, él aumenta la altura de sus diques impidiendo de
esta manera una inundación. La_ conocida fertilidad de la cuenca
del Mississippi se debe a esta labor del castor, pues mediante su
milenaria actividad ha frenado el curso del'rio y favorecido los de-
pósitos de limo. Finalmente, hoy en día se ha reconocido la impor-
tancia de estos animales y se hacen grandes esfuerzos para
readaptarlos al curso superior de los ríos de donde habían sido ex-
terminados. El castor puede ser un contrapesp importante y eficaz
para los inconvenientes que lleva consigo la rectificación de los ríos
realizada por el hombre. Sin estos animales, la intervención inconsi-
derada de los técnicos llevaría a una pérdida anual de inmensas
cantidades de suelo fértil, que sería arrastrado a los océanos.
Tres cualidades esenciales del agua

Por todo lo expuesto hasta ahora, se han ido haciendo cada vez más
claras tres propiedades del agua que se armonizan para darnos una
idea completa de este elemento. Dos de ellas están a la vista. La
tercera es prácticamente desconocida ya que solamente se devela
después de una meticulosa observación.
La primera de estas cualidades es su idoneidad como medio para
todos los procesos metabólicos, tanto del gran organismo terrestre
como de cada uno de los seres vivos.
La segunda la constituye su parentesco estrecho con el ritmo tanto
en el tiempo como en el espacio.
La tercera la conocimos cuando estudiábamos la sensibilidad de las
superficies internas del agua y el funcionamiento de este elemento
como órgano sensorial de la tierra frente al cosmos.
Estas tres cualidades se funden en un todo, confluyendo plenamen-
te las unas en las otras. Las tres resultan bien conocidas en el mun-
do de los seres vivos. ¿No parece acaso como si el agua misma
fuese un organismo? ¿No podemos contemplar en el agua misma
como un reflejo de la constitución tripartita del ser humano? ¿No es
de alguna forma como un arquetipo todavía puramente funcional?
Podemos reconocer en las tres actividades del agua, efectivamen-
1
te, el sistema metabólico , el sistema rítmico y el sistema
2
neurosensorial . ¿No serán estas tres actividades del agua el sustrato
de todos los seres vivos y las directrices fundamentales que orien-
tan su forma y su organización corporal, según su especie, hacia
una u otra de estas funciones? Contemplemos, pues, estas cualida-
des en base a las preguntas suscitadas. Si pensamos que el agua es
el componente principal de todos los organismos, se nos hace evi-
dente la importancia tan trascendental que tiene como elemento
esencial de lo viviente. Renuncia a toda forma propia, llena con
gusto todas las formas huecas y baña por todas partes los cuerpos
que en ella se sumergen. Numerosos seres, entre los que se en-
cuentra el hombre, en el curso de su desarrollo salen del agua para
aclimatarse a las condiciones de la tierra firme. El embrión humano

1
Metabolismo: del griego metabalcin: cambio (N. de T.)
2
Ver las conferencias fundamentales de Rudolf Steiner a este respecto.
en el interior délas envolturas maternas y completamente sumergi-
do en agua, va densificando poco a poco sus órganos a partir de lo
fluido. El recién nacido está prácticamente compuesto de agua, e
incluso el anciano tiene todavía una proporción del 60 por 100 de la
totalidad de su cuerpo. Los primeros alimentos que el ser humano
absorbe, y en general también los últimos, son sustancias líquidas.
Gracias a la capacidad de disolver y a la gran fluidez de este ele-
mento, las plantas, los animales y el hombre pueden absorber sus-
tancias sólidas. La mayoría de los procesos metabólicos dependen
de la capacidad disolvente y mediadora del agua. Ningún proceso
anabólico o catabólico en el interior del organismo sería pensable de
no ser por ella. No se deposita y desde el punto de vista químico se
comporta como un cuerpo neutro, por lo que puede participar sin
1
dificultad en casi todas las transformaciones de la materia .
Sin embargo, todos los cambios materiales van acompañados de
procesos térmicos, para los que el agua es un elemento esencial. El
agua tiene la facultad de absorber, no sólo grandes cantidades de
sustancias disueltas, sino que también es receptora de grandes can-
tidades de calor, que va a transportar allá donde ella fluya. Los
países de Europa Septentrional deben a esta capacidad del agua la
suavidad de su clima, ya que la corriente del Golfo pasa cerca de
sus costas trayendo consigo el calor procedente de los trópicos.
Esta corriente continúa fluyendo hasta las zonas polares, donde se
enfría y densifica, hundiéndose hacia el fondo; a partir de aquí cir-
cula en profundidad por todo el Océano Atlántico desencadenando
de nuevo grandes intercambios de sustancias en su seno (un fenó-
meno análogo existe en el Pacífico). En la economía térmica de
nuestro planeta, estas corrientes marítimas desempeñan un papel
muy significativo ya que pertenecen al sistema regulador de los cli-
mas, los cuales se van midiendo en forma de temperaturas medias
anuales conforme a la escala de grados Celsius y de ellos depende
la vida de la tierra. Todo esto nos lleva, en último análisis, a com-
prender la capacidad receptora de calor del agua y que en la sangre
humana desempeña un papel tan importante.
Para que el hielo se funda y se obtenga agua a 0° Celsius, se nece-
sitan 80 calorías; cada aumento posterior de 1°C de temperatura
exige un aporte de una caloría por litro de agua. A decir verdad no
se trata nada más que de medidas aproximadas; un examen más
detallado nos muestra que el calor necesario para elevar 1°C la

1
Sobre los fenómenos tan importantes de osmosis y difusión en la célula viva se
puede consultar, entre otras, la obra fundamental de L . J. Henderson: Die Umwelt
des Lebens (El medio ambiente).
temperatura, no es igual a lo largo de toda la escala termométrica y
que es mínimo a 37°C.
A partir de esta temperatura, la de la sangre humana precisamente,
el agua se calienta con muchísima facilidad. ¿No se percibe ya en
esta ley térmica, un tipo de alusión al organismo humano? ¿No está
presentida, preformada en el agúala organización calórica del hom-
bre? En cualquier caso, la organización humana está basada en el
elemento líquido y en sus propiedades térmicas particulares. Todo
esto nos conduce a plantearnos una vez más la pregunta formulada
al principio del capítulo, pero esta vez partiendo del hombre.
Cualquiera de las cualidades del agua que estamos considerando
son alusiones al mundo de lo viviente, a sus procesos metabólicos,
al hombre mismo y, finalmente, a realidades todavía más lejanas.
Con la tercera de las cualidades mencionadas —la sensibilidad—
nos situamos en el polo contrario al del metabolismo. Hemos visto
como el agua misma, en estado líquido, se caracteriza por su sensi-
bilidad. Los más pequeños impulsos suscitan en ella reacciones muy
marcadas. Una ligera elevación de la temperatura es suficiente para
modificar notablemente su viscosidad (fluidez). Esta fluidez o faci-
lidad de desplazarse indica en todo momento las condiciones térmi-
cas del medio. A l igual que la miel, el agua es más fluida cuando
está caliente que cuando está fría. Así pues, al estar expuesta al sol
fluye y se arremolina más fácilmente que al discurrir a la sombra de
un bosque. En cuanto abandona las entrañas oscuras de la fuente o
la frialdad del bosque, se amolda a nuevas condiciones entregándo-
se a ellas hasta en su estructura más íntima. Así como un órgano de
los sentidos, se abre a las influencias del exterior. Gracias a su ca-
pacidad de ser transparente a la luz, así como de reflejarla, se con-
vierte en una especie de ojo para la tierra.
Su tensión superficial, que le hace tender hacia la forma esférica
de la gota, manifiesta nuevamente la gran sensibilidad a las in-
fluencias del exterior. Basta con añadir pequeños vestigios de una
sustancia extraña a un recipiente de agua, para modificar rápida y
enormemente la tensión que reina en la superficie. El agua pues-
ta, apenas unos instantes, en reposo, tiene ya otra tensión superfi-
cial que el agua en movimiento. Esta tensión se modifica igual-
mente, con los cambios más sutiles de temperatura. La tensión
superficial de un chorro fino que emana de una tubería estrecha
se asemeja a un instrumento receptivo sobre el cual tocasen de-
terminados fenómenos exteriores, principalmente los rítmicos. Por
ejemplo, este chorrito, por la acción de ondas sonoras se descom-
pone en gotas; reacciona de una manera análoga debido a las pe-
queñas modificaciones eléctricas ambientales. Su «sensibilidad»
es igual a la del oído humano.
Una ligera corriente de aire que pasa sobre un espejo de agua des-
encadena la formación de pequeñísimas ondas capilares sobre la
superficie; de igual manera, una varilla que incida sobre una co-
rriente de agua en calma da lugar como reacción inmediata, a todo
un sistema de ondas superficiales (foto 6). Pero el agua todavía se
deja impresionar más al recibir una piedra que haya sido arrojada
en su seno; a continuación transmite esta impresión, de forma rítmi-
ca, al resto de la superficie del agua. Los grandes ritmos de las
mareas son, en definitiva, una respuesta a fuerzas que actúan entre
la tierra y el cosmos y para los cuales el agua, gracias a su gran
impresionabilidad, actúa a modo de órgano sensorial.
Las superficies internas, de las cuales hemos hablado ampliamente,
son las membranas sensibles que vibran a las influencias más suti-
les de los confines extraterrestres, como lo demuestran todas las
experiencias descritas anteriormente.
Las superficies de demarcación entre dos corrientes se asemejan
también a membranas que responden a la menor modificación de las
tuercas allí presentes, con la creación de inflexiones y sinuosidades.
Las hemos definido como «figuras de equilibrio» extremadamente
sensibles. Isaachseen los llama «sensores», instrumentos dotados de
la misma sensibilidad que los órganos sensoriales, y Novalis denomi-
na al elemento acuoso el «caos sensible» por excelencia.
El que todos los movimientos del agua sean rítmicos nos conduce a
la segunda cualidad enumerada. Toda perturbación en la superficie
de un estanque desencadena una serie periódica de ondas, toda
rama que incida en la corriente de un río provoca una sucesión
rítmica de remolinos, y toda superficie de demarcación entre dos
corrientes origina un juego rítmico de olas y remolinos. La acción
conjunta y armónica de la tierra, la luna y el sol encuentra su expre-
sión visible e inmediata en lasfluctuacionesrítmicas de las mareas.
Este gran ritmo de flujo y reflujo es a su vez portador de innumera-
bles ritmos más pequeños, como, por ejemplo, los de las olas provo-
cadas por el viento. Pero para que un ritmo se origine se necesita
siempre, por lo menos, la actuación de dos fuerzas que gracias a él
llegan a equilibrarse. Por doquier el agua nos aparece como un fac-
tor de equilibrio. Incluso, en ella misma, equilibra sus diversas cua-
lidades. Su «elemento vital» por excelencia es el ritmo, y cuanto
más rítmicamente se mueva, más viva será su esencia. Allí donde le
sea arrebatado el ritmo, donde no pueda fluir libremente en mean-
dros, corretear entre las piedras, formar olas y murmurar, empieza
a desfallecer y a morir. Deja de ser, entonces, una mediadora entre
el cielo y la tierra.
En los seres vivos, es la portadora de los ritmos fluctuantes en el
ascenso y descenso de la savia en las plantas, en las pulsaciones
rítmicas de los líquidos orgánicos en el hombre y en los animales.
También ahí vibra al compás de los rítaos grandes y pequeños del
organismo terrestre y del universo y se los comunica a los seres
vivos de la tierra. Todas las cualidades indispensables para mante-
ner la vida de los organismos sólo le pertenecen al agua. Todas
estas cualidades permanecen en ella de manera puramente funcio-
nal, son movimiento puro, se entretejen las unas con las otras, y sin
embargo están realmente presentes y activas. Nos dan la imagen
de la organización tripartita del hombre: sistema metabólico, siste-
ma rítmico, sistema neurosensorial; pues el ser humano es una sín-
tesis armoniosa de todos los seres vivos.
Estas cualidades que en el agua se encuentran unidas y fluyendo al
unísono, las encontramos diferenciadas en el hombre y en los ani-
males, condensadas en los sistemas orgánicos correspondientes. En
los párrafos que siguen, se van a estudiar tres órganos representa-
tivos de los tres sistemas: el oído como órgano del sistema sensorial,
el intestino como órgano del sistema metabólico y el corazón, final-
mente, como el centro de la organización rítmica en el hombre. Es-
tos tres órganos nos hablan de tres cualidades básicas del agua y
recíprocamente el agua nos hablará de los tres sistemas funciona-
les del hombre.

El oído

Es el órgano gracias al cual podemos percibir algo que nos llega del
interior profundo de las cosas; nos lo encontramos profundamente
retraído en una cavidad del cráneo. Su estructura, de las más deli-
cadas, se aloja en su interior y está bañada en líquido. Está encaja-
da en un nicho excavado en un «peñasco» como si se tratase de un
molusco enroscado que hubiese eliminado y depositado a su alrede-
dor toda esa sustancia durísima para protegerse a sí mismo. Junto
con el sistema de los canales semicirculares, su órgano vecino, cons-
tituye uno de los órganos más sensibles de todo el cuerpo. Una
simple ojeada al pabellón auditivo externo nos muestra la presencia
de formas sinusoidales que conducen hasta la misma entrada del
conducto auditivo externo en el que concluyen. Emulando a un re-
molino con su forma de embudo, conduce el pabellón auditivo al
conducto auditivo externo al final del cual nos encontramos con una
primera membrana, el tímpano, el cual delimita externamente el oído
medio, en el que se aloja la pequeña cadena de «huesecillos».
Estos representan una minúscula reducción del sistema locomotor
(según Rudolf Steiner). Comunican las vibraciones a la membrana
denominada «ventana oval» que da al oído interno. Desde aquí las
vibraciones serán transmitidas a regiones aún más profundas y te-
nebrosas: «el caracol» del oído interno. Hasta llegar aquí, primero
hay un paso por un elemento aéreo, después por el elemento sólido
(la cadena de huesecillos) y a continuación por el elemento líquido
(laberinto). Cada una de las formas que aparece intercalada en este
trayecto nos devela su origen, en tanto que reproduce los movi-
mientos del elemento acuoso. Todo esto lo reconocemos especial-
mente en los canales semicirculares contiguos al oído interno y for-
mados junto con él a partir del mismo esbozo embrionario. Son tres
pequeños canales cilindricos curvos orientados en tres planos per-
pendiculares, según las tres direcciones del espacio y conteniendo
en su interior un líquido.
Todo movimiento de la cabeza determina un desplazamiento
longitudinal de dicho líquido. Unos cilios sensitivos comienzan a
moverse en el seno del líquido, desencadenando impulsos nerviosos
que inmediatamente nos informan acerca de nuestros movimientos
y posición en el espacio. El funcionamiento de este órgano está,
pues, basado en la circulación del líquido en circuito cerrado. Ani-
males inferiores, tales como la lamprea de agua dulce no poseen
más que un canal semicircular. Los otros dos son reemplazados por
dos alveolos, en el interior de los cuales losflagelosvibrátiles de sus
paredes impelen al líquido a circular en'forma de vértices. En este
caso, los dos canales que faltan aparecen en un estado puramente
funcional que revela el proceso formativo inicial y que aparecerán
materializados más adelante en la escala filogenética. A l culminar Volumen geométrico según Boy: modelo del
su formación, este órgano toma aspecto de forma entrelazada tri- espacio enrollado en sí mismo o helicoidal.
ple, dotada de tres remolinos, que ofrece al hombre la capacidad de
mantenerse erguido en el espacio y de vivenciarse en el movimien-
to. En la Geometría Proyectiva moderna nos encontramos en la
lemniscata —que plasma la idea del espacio enrollado en sí mis-
mo— el modelo aplicable a la original disposición de los canales
semicirculares.
El caracol membranoso del oído interno es un conducto tubular con
terminación ciega, que contiene líquido y está rodeado de él. Reúne
en sí mismo el fenómeno de las superficies curvas con el de la
torsión en espiral. El remolino, en este caso, llega a condensarse en
un órgano sensorial de los más perfectos y delicados. Los principios
formativos que penetran todo el órgano del oído son aquellos de las
superficies ondulantes de contacto. El caracol del oído humano (según De Burlet).
Parece como si durante el desarrollo embrionario, la vesícula auditiva
primitiva, el sáculo, hubiese sido fuertemente aspirado en un remo- 85
uno y su superncie se nuoiese enrollado y convertido en memorana
sensible, todo ello habiendo efectuado una rotación de 90°, sobre sí
misma.
Hay por lo tanto entre estas «rampas» del caracol dos recintos lí-
quidos diferentes, uno extemo y otro interno entre los cuales se
halla contenido el órgano realmente sensitivo que se va formando.
Aparte del caso de las cámaras del laberinto de la ya mencionada
lamprea, no nos encontramos fluidos circulantes en el estudio del
desarrollo filogenético del órgano del oído. Parece más bien como
si el principio giratorio llenase con su dinamismo el proceso de la
embriogénesis y la dirigiese. Si pudiésemos por lo tanto realizar una
En el caracol del oído, la membrana basilar toma cinematográfica acelerada del desarrollo del canal coclear,
se enrolla y se ensancha hacia arriba, esto nos permitiría reconocer en él el movimiento realizado por un
formando la cúpula del caracol.
remolino.
Si en el seno de un líquido en reposo actuamos mediante impulsos
rítmicos pueden aparecer remolinos con formas espirales bien cla-
ras. Por ejemplo, actuando sobre la superficie del agua, con movi-
mientos rítmicos de vaivén podemos dar origen a un sistema regular
de remolinos.
Recordemos lo que sucede en el proceso de la audición: impulsos
rítmicos procedentes del exterior son transmitidos constantemente
a la ventana oval, fina membrana en contacto con el líquido del oído
interno; así podemos atribuir la génesis arremolinada de este órga-
no al mundo de los sonidos rítmicos. Este órgano habría entonces
nacido del sonido y para el sonido. Parafraseamos así un célebre
dicho de Goethe concerniente al ojo, formado por la luz y para la
luz. De hecho el alargamiento y enrollamiento del sáculo lleno de
líquido no empieza a aparecer en el mundo animal más que en aque-
Un cuerpo que movemos constantemente en el
llos que abandonan el habitat acuático para establecerse en la tierra
agua origina un campo de remolinos. firme y por lo tanto, en un medio aéreo capaz de hacerles llegar las
vibraciones sonoras de la atmósfera. Los cocodrilos y pájaros son
los primeros en desarrollar el caracol del oído. Podríamos, por lo
tanto, reconocer los diferentes grupos de animales por el grado de
enrollamiento alcanzado en dicho órgano. Desde luego hay que añadir
que ciertos grupos de animales sobrepasan la meta, batiendo verda-
deros records en cuanto al número de espirales: cinco vueltas en el
roedor Paka por dos y media en el hombre.
En el proceso de la audición, este remolino solidificado que es el
oído interno, se ve recorrido todo él de líquido, realizando varios
tipos de movimientos circulares. En la membrana basilar, superficie
de demarcación entre las rampas del caracol, se origina con cada
sonido un tipo o una serie de ondas características que serán repro-
ducidas por el líquido situado por encima y por debajo de ella. A l
igual que sucede en toda superficie de contacto entre dos corrien-
86
tes, se formarán pequeños remolinos. Sin embargo el principio es
inverso, puesto que aquí es la superficie misma la que dará origen al
impulso. Sobre esta membrana sensible hay un receptor determina-
do, siempre el mismo para cada sonido, en el que sus ondas serán
ampliadas. El lugar para los sonidos agudos se halla situado en la
extremidad inferior de la espiral, no lejos de la ventana oval; los
sonidos graves se localizan en la extremidad superior, en la cúpula
del caracol.
En cuanto penetran sonidos procedentes del exterior en el oído in-
terno, la linfa se verá recorrida de uno a otro extremo por cadenas
de remolinos. A esto se le suma una selección de ritmos. En tanto
que los de más bajas frecuencias, tratándose de ondas más largas
—sonidos graves— alcanzan el extremo más distante de la mem-
brana basal, los sonidos agudos son de altas frecuencias, o sea,
ritmos rápidos y cortos, que se extinguirán prácticamente a la en-
trada del órgano. Tenemos aquí en miniatura la misma imagen que
hemos visto en los océanos. Recordemos que en la mar las olas
grandes pasan a las olas pequeñas, las cuales «mueren» tras haber
realizado un corto recorrido. Las primeras llegaban tras un largo
Corte transversal del caracol del oído de la
recorrido a costas lejanas. Esta selección se asemeja más bien a un cobaya (según De Burlet).
tipo de análisis. Pero a éste le sigue una síntesis en tanto que el
hombre reúne lo que está separado para crear la unidad del «cuer-
po sonoro». Este fenómeno lo volvemos a encontrar de una u otra
forma en el ámbito de la nutrición y los procesos metabólicos. Aquí
todo alimento es antes que nada disociado y después reestructura-
do en la forma de una sustancia específicamente humana, tal como
las proteínas de nuestros tejidos. Este trabajo se realiza según unas
leyes numéricas: en el oído según leyes musicales, y en la nutrición,
de acuerdo con la ley de los números enteros de los pesos propor-
cionales, que dirigen las transformaciones de las sustancias. Así los
fenómenos del oído parecen tener un eco en el metabolismo. Re-
cíprocamente podríamos llamar a los procesos auditivos «metabo-
lismo sonoro», puesto que el sonido recibido, primero se descom-
pone y luego se vuelve a recomponer según las proporciones arit-
méticas musicales.

Forma oscilante de la membrana basilar.


Para mayor claridad se ha dispuesto la
espiral del caracol en una línea recta
(según v. Békésy).

87
Por lo tanto, nos encontramos un resumen de las leyes del movi-
miento de los líquidos, en el oído, este órgano que está fuera del
alcance de la vista. Los sonidos revelan al hombre, y hacen renacer
en su alma, la esencia íntima de los fenómenos. Los procesos del
oído interno encuentran, por así decirlo, su equivalente en el alma,
en un nivel superior del ser. Podemos decir en último término que el
hombre construye su cuerpo a partir de estas leyes y de estos pro-
cesos rítmicos; está totalmente penetrado y animado por ritmos y
leyes numéricas musicales, incluso hasta en los mismos procesos
metabólicos. El gran misterio de los líquidos en movimiento es que
la Armonía de las Esferas vibra y resuena en ellos. En el oído hu-
mano se han convertido en órgano sensorial concreto. Los fluidos
en movimiento son la «puerta» por la cual el hombre puede escu-
Repartición de la sensación auditiva en el
caracol del oído: los sonidos agudos
char el eco terrestre de la Armonía de las Esferas.
permanecen cerca de la ventana oval y del
estribo, los sonidos graves se localizan en la
cúpula del caracol.

El intestino

Hemos visto cómo en el órgano del oído se interpenetran los tres


principios: superficies helicoidales, membranas sensibles y proce-
sos rítmicos.
Gracias a la facultad de ser sensible, consigue construir un instru-
mento extremadamente diferenciado. En el intestino nos volvemos
a encontrar, naturalmente, estos principios, pero en beneficio de su
trascendental función, se inserta más en la dinámica que en las le-
yes formaíivas. Correlativamente, la conciencia y la percepción se
pierden en las tinieblas de los procesos metabólicos. Todo en el
territorio intestinal se encuentra orientado hacia la disolución, dis-
gregación y transporte de la materia alimenticia. Esta materia que-
da reducida rápidamente al estado líquido, lo que hace presumible
que la vía que va a recorrer es la de los movimientos esenciales del
agua. En la Naturaleza el agua fluye libremente describiendo mean-
El conjunto del tracto digestivo está articulado dros, tirabuzones, superficies curvas, y así va modelando su cauce
rítmicamente en zonas anchas y estrechas rítmicamente. Reencontramos todos estos elementos de construc-
(según Rauber-Kopsch; esquema). ción en el sistema digestivo.
Lo que predomina aquí son las superficies de demarcación, las cua-
les se enrollan, pero las formas originadas no se diferencian en de-
talle. La fuerza formativa se retrae en beneficio de los movimientos
y de la disolución de la forma.
Tomado en su totalidad y empezando por los labios, el tracto diges-
tivo se parece, más que a un tubo cilindrico a un sistema de articu-
laciones rítmicas cuyos segmentos principales son sucesivamente
anchos y estrechos. Así los procesos digestivos están subdivididos
en el espacio y en el tiempo. A este ritmo convertido en forma se le
añade la periodicidad de los movimientos peristálticos. Hemos visto
cómo el oído interno no tiene ninguna comunicación material con lo
que percibe, puesto que es ritmo y movimiento puro, pero en el Evolución del intestino en el Cryptoplax
intestino ocurre lo contrario: la materia alimenticia rellena el órgano oculatus (según Ludwig).
en cuyo interior será desmenuzada y «abierta» de la forma más
activa y variada. La materia se abandona completamente al proce-
so. Por el contrario, en el sonido la materia da a conocer su esencia
más íntima: lejos de abandonarse, se limita a expresarse.
La diversidad de movimientos que describe la materia en estado
líquido a lo largo del intestino puede ser estudiada en el reino ani-
mal. Lo ilustraremos con algunos esquemas: La figura de la página
22 muestra el tubo digestivo del pez Dipneusto; un pliegue en espi-
ral completamente formado dirige los movimientos de la materia
alimenticia. En el Cryptoplax oculatus se materializa mejor ese
movimiento, pues el intestino entero se retuerce en forma de hélice.
El intestino grueso de muchos animales, por ejemplo del conejo, se
muestra en forma de espiral bien diferenciada, la cual se vuelve a
Intestino y apéndice del conejo
abrir en el apéndice en sentido contrario. En el cerdo, el intestino (según Zietschmann).
grueso está formado por varias espirales siguiendo un eje helicoidal.
Finalmente, la vaca, que es el «rumiante» por excelencia, tiene una
espiral intestinal doble, análoga al caracol del oído.
De esta manera, se manifiesta en la vaca lo que en el hombre está
apenas esbozado en la extremidad del intestino en forma de pliegue
en espiral. La corriente líquida de los alimentos se desplaza en el
canal intestinal de la misma manera que las corrientes de agua. En
el hombre este proceso formativo desaparece pronto, puesto que su
misión no es la de los rumiantes. El reserva el uso de estas fuerzas
para otras actividades superiores.

Enrollamiento del intestino en el cerdo


(según Zietschmannj.

89
Cuando pensamos que los movimientos de un remolino líquido re-
producen en pequeño los del sistema planetario, y que el «quilo»
realiza movimientos de este tipo, como en el intestino de la vaca,
podemos entrever que esta sustancia será guiada desde la periferia
planetaria al centro solar, para volver a extenderse de nuevo hacia
la periferia. Durante todo este proceso la materia alimenticia sufre
transformaciones químicas muy sutiles, según las mismas propor-
1
ciones numéricas que las del mundo de los sonidos .

La vaca presenta un enrollamiento perfecto en


el intestino (según Zietschmann).

El corazón

El oído y el intestino se manifiestan como órganos polares, en tanto


que el oído participa en las funciones del sistema neurosensorial y el
intestino en las funciones inconscientes del metabolismo. El cora-
zón se sitúa espacialmente en el punto medio entre estos dos órga-
nos. Funcionalmente también, pues parece como si las dos corrien-
tes, la procedente de arriba y la procedente de abajo, se juntasen en
el corazón y una vez allí, llevadas a un ritmo primordial, encontrasen
el equilibrio.
Un esquema sencillo del corazón nos revela su movimiento básico:
la inyección de un líquido en otro en reposo, o el encuentro de dos
corrientes bajo la superficie del agua. Efectivamente, en ambos casos
observamos la formación de espacios internos y la alternancia de
expansiones y contracciones: se devela en primer lugar la afirma-
ción del espacio y después su negación (foto 47). La forma y fun-
ción del corazón nos las encontramos ya prefiguradas en estos pro-
cesos de diastole y sístole. El corazón de algunos animales inferio-
res reproduce todo esto en la materia, pues a menudo está formado
Esquema del corazón en estadios primitivos por una sucesión de cámaras separadas entre sí por estrechamientos
del desarrollo de los peces (según Nierstrasz). en cuyo interior la sangre se ve obligada a circular según un ritmo
de contracción y dilatación.

1
Corazón de la mariquita: sucesión rítmica de La Antroposofla habla, respecto de las relaciones existentes entre los números
cámaras pulsátiles (según Schmeil). musicales y las leyes numéricas de las reacciones químicas, de la actividad del éter
químico o éter de sonido. Este éter, como factor de los fenómenos químicos, actúa
q s o b r e todo en el elemento líquido y en el aire como agente de los fenómenos acústicos.
En este tipo de corazones primitivos, ia corriente pulsátil se rodea
de paredes materiales que permiten hacer visible el fenómeno. El
órgano late al ritmo de la corriente líquida a partir de la cual él se ha
formado y su pulsación no hace nada más que poner en evidencia el
ritmo que ya existía en el medio circundante.
Podemos hacer la experiencia siguiente: sumergimos en agua dos
cuerpos huecos y después los batimos al mismo ritmo, tal como lo
hacen las cavidades del corazón. Si añadimos partículas sólidas al
agua, éstas se ordenan en el campo de las corrientes que aparecen,
en canalículos transversales. En general, las partículas se disponen
de tal manera alrededor de las cámaras pulsátiles, que describen las
llamadas «curvas de Cassini». Con esta misma disposición se orde-
nan las fibras musculares alrededor de las cavidades cardíacas. Nos
damos cuenta que el movimiento pulsátil es inherente al agua flu- Alrededor de dos campos pulsátiles que laten
yente. Partiendo de semejantes hechos no hay la más mínima nece- según el mismo ritmo y que están rodeados de
agua, las partículas sólidas se disponen
sidad de comparar la actividad del corazón con la de una bomba. En
siguiendo la estructura de las «curvas de
el corazón humano, la forma y el movimiento se encadenan, entre- Cassini» en el campo de corrientes creado.
lazando el espacio y el tiempo en un proceso rítmico. El órgano es
una formación espacial y simultáneamente un movimiento en el fluir
del tiempo.
El corazón se comporta, por lo tanto, como el centro de succión de
un remolino, hacia el cual la sangre procedente de la periferia fluye
en una corriente cada vez más rápida, para después volver de nue-
vo a la periferia en un fluir más lento. Se trata de la imagen de un
sistema planetario cuyo centro solar está dotado de un poder diná-
mico infinito. La velocidad en el centro del remolino tiende a hacer-
se increíblemente grande, pero estas velocidades infinitas son
inalcanzables en el ámbito terrestre, por lo que en su lugar se mani-
fiesta una succión.
A menudo, los remolinos mismos son pulsátiles. Siguiendo un ritmo
muy estricto se ensanchan transversalmente y acortan
longitudinalmente para a continuación estrecharse transversalmente
y alargarse longitudinalmente. Estas pulsaciones del líquido se trans-
forman en el corazón en cavidades que encierran a un remolino
pulsátil aislado. Las fibras musculares de este órgano se disponen
como si fuesen eco, hecho forma, de los movimientos que acaba-
mos de definir.
Las fibras se dirigen siguiendo una trayectoria helicoidal hacia la
punta del corazón y vuelven a subir igualmente en la misma disposi-
ción. Ellas reproducen y ponen en evidencia el movimiento interno
del remolino. Disposición de las fibras en la cavidad
El pez dipneusto origina incluso en el seno del flujo sanguíneo, un izquierda del corazón humano (según
Benninghqff).
pliegue en espiral que divide la cavidad cardíaca en dos mitades en
las que los dos tipos de sangre fluyen separadamente. Una ciencia 91
finalista sólo ve en este hecho la ventaja de la separación de las dos
corrientes sanguíneas, la arterial y la venosa. Pero un conocimiento
que nace de la observación de los movimientos, comprueba que en
otras especies, incluso sin el pliegue, las dos corrientes permanecen
separadas, y se tocan a lo largo de una superficie líquida. En el
dipneusto, y siguiendo la escala filogenética, esta superficie líquida
aspira, en cierta manera, al material viviente y se transforma final-
mente en una pared visible. Este pliegue tiene forma de espiral; de
la misma manera, en un tubo elástico la superficie de contacto entre
dos corrientes gira en forma de hélice, dependiendo de la elastici-
dad del tubo (ver página 20).

Así, el corazón, este órgano rítmico, está edificado sobre la base de


superficies y de fibras en espiral que son, por así decirlo, la coagu-
lación de la corriente pulsátil que lo atraviesa. La corriente no re-
sulta en absoluto modificada por las formas, las cuales se limitan a
desarrollarse en el seno del molde en el que de forma invisible esta-
ban ya preformadas.
Es de esperar que además de la actividad rítmica, volvamos a ha-
blar de sensibilidad en la corriente sanguínea del corazón.
A l estudiar la formación del sistema en donde se origina el estímulo,
encontramos en corazones animales primitivos las zonas sensibles
allí donde cabría esperarlo, es decir, allí donde la corriente se ve
obligada a pasar por una «garganta» estrechándose y adquiriendo
una estructura finamente lamelada.
Todavía aquí ocurre como si la corriente sanguínea hubiese
«secretado» el órgano en ella latente en forma de movimiento puro
y lo hubiese condensado en forma de carne. En el corazón se hallan
distribuidos diversos tipos de «receptores», es decir, de centros sen-
sibles a las diferentes modalidades de la corriente y a la composi-
ción de la sangre. Todo el órgano está recorrido de una sensibilidad
sutil que le permite recibir mensajes que llegan de todo el organismo
por medio de la sangre. El corazón es como el «centro solar» del
Los centros de automatismo en el corazón de
organismo, el cual entiende y habla para después ordenar todo se- los peces se encuentran en puntos «sensibles»
gún un ritmo viviente. No nos sorprenderá, por lo tanto, que esté de la corriente: los estrechamientos
ligado al ritmo de la respiración por las mismas leyes del año solar, (extracto de Buddenbrock, según Skramlik).
el cual integra como ya hemos dicho anteriormente los movimientos
de los planetas en un todo.
No es nuestro propósito exponer aquí en detalle ni la estructura
anatómica ni la fisiología de los tres órganos considerados. No tra-
tamos más que de mostrar un camino para llegar a adquirir con-
ciencia sobre la génesis de las formas orgánicas. Por medio de nues-
tras consideraciones sobre estos tres órganos hemos intentado abrir
tal vía y demostrar simultáneamente cómo el agua en movimiento
contiene los «arquetipos» de la naturaleza tripartita del hombre. De
la misma manera, la sangre que se ha quedado en estado líquido y
amorfo lleva en ella estos arquetipos y los recrea a cada momento
a partir de su movimiento. La sangre es el órgano arquetípico del
estado fluido. Como fluido lleva en su seno las potencialidades de la
génesis orgánica. Pero también es la expresión del ser espiritual,
cuya idea se dispone sobre los órganos, los modela y armoniza con
el organismo global, el cuerpo, el cual sirve de habitáculo para este
ser.
Ya que la sangre es la expresión de una entidad superior, podría
surgir comparativamente la siguiente pregunta: el agua —sangre de
la tierra— ¿no será acaso también la expresión física de una enti-
dad espiritual?

93
Sabiduría fluyente

Hemos avanzado lo suficiente en este estudio como para poder pa-


ramos momentáneamente en una objeción: los órganos del hombre,
de los animales y de los vegetales proceden sin duda del agua, pero
su desarrollo se hace en un «tiempo» mucho más lento que el de los
movimientos del agua. Las configuraciones del agua, semejantes a
órganos, se realizan en un instante para desaparecer unos segundos
más tarde. Por el contrario, las formas de los órganos, aun siendo
portadoras de la marca de las leyes del agua, necesitan disponer de
mucho tiempo para hacerse tangibles en la materia. Es difícil en-
contrar corrientes tan rápidas como las de los riachuelos; los fenó-
menos siempre van acompañados de desplazamientos mínimos. Lo
que en el agua nace y muere en un instante, en los órganos se va
modelando y transformando poco a poco. Parece como si el mundo
de las fuerzas que crea y forma los organismos tuviese leyes análo-
gas a las del agua en movimiento, pero de una forma invisible. Du-
rante mucho tiempo repiten la misma forma, con ritmos fluidos, y
ésta se incorpora poco a poco en la materia. La forma orgánica,
bañada y atravesada por corrientes invisibles, va entrando lenta-
mente en el mundo de lo tangible.
El estudio del desarrollo de los seres vivos nos lleva a admitir la
existencia de ese mundo de fuerzas. Éstas se sustraen en realidad a
la observación inmediata, a nuestros sentidos corporales, sin em-
bargo, podemos reconocer los jeroglíficos que este escritor invisible
traza en el agua y con el agua. La ciencia espiritual de Rudolf Steiner
otorga un nombre a este mundo de fuerzas invisibles suprasensibles:
lo denomina «mundo de fuerzas formativas etéricas» y «cuerpo
etérico» al cuerpo dinámico, vital de cada ser vivo.
El cuerpo etérico es, por lo tanto, el cuerpo de fuerzas que perma-
nece intangible e imperceptible a nuestros sentidos, que constituye
el fundamento de nuestro cuerpo material, que lo penetra y que a
cada momento le está impidiendo caer en el estado mineral y en la
muerte. En cuanto el cuerpo etérico se separa del cuerpo físico
éste sucumbe, quedando a merced de las fuerzas disgregantes de la
naturaleza mineral inorgánica, a la cual se incorpora totalmente. El
cuerpo etérico libra por consiguiente una lucha sin tregua contra las
leyes puramente terrestres.
Percibimos en él un organismo que opone a la gravedad la fuerza
ascensional, la liviandad, y a las fuerzas terrestres de presión, las de
la tensión y succión. Es el portador de las «fuerzas universales» que
1
se oponen a las «fuerzas centrales» de la tierra . El cuerpo etérico
participa en el lento cambio del acontecer celeste y gobierna, en
continuo movimiento, el flujo perpetuo de las formas cambiantes.
Los movimientos y las cualidades cósmicas del agua, que hemos
tratado de describir hasta ahora, siendo modelos de corrientes
etéricas, son también sus mediadores en el mundo material terres-
tre. Todas las propiedades del agua traducenfinalmenteel mundo
de las fuerzas etéricas, y hablan sin cesar de él. La naturaleza y las
leyes del mundo etérico se reflejan en el agua y mantienen con este
elemento un diálogo creador de formas. Visto desde otra perspecti-
va, podemos comprender cómo el elemento acuoso puede ser al
mismo tiempo el elemento del cosmos, las «aguas celestes» sobre 1
as que trazan sus rumbos, como si se tratase de una escritura, las
«naves de los dioses planetarios».
La formación de cada órgano está basada en la existencia de ese
mundo de fuerzas etéricas, las cuales reciben a su vez sus impulsos
formativos del espíritu. El mundo etérico se sirve del tan adecuado
medio acuático que vibra en resonancia con este mundo invisible
pudiendo transmitir así sus impulsos formativos al mundo material.
Sustraídas constantemente a nuestra conciencia de vigilia, las fuer-
zas etéricas gobiernan la formación de nuestro cuerpo en el seno
materno. Ellas envuelven nuestros órganos durante el tiempo que
dura nuestra vida. A decir verdad, ciertas fuerzas se liberan cuando
los órganos han alcanzado su máximo desarrollo y sólo necesitan
ser mantenidos en su forma y funciones. Uno de los grandes descu-
brimientos de Rudolf Steiner fue el observar que las fuerzas que
han sido utilizadas en la construcción del cuerpo, se liberan progre-
sivamente durante la infancia y entonces se manifiestan de forma
visible, sensible, permitiendo al niño aprender a mantenerse ergui-
do, a andar, a hablar yfinalmentea pensar. En todas estas activida-
des humanas, que emergen del mundo de las fuerzas etéricas, en-
contramos las huellas de este mundo. Más tarde estudiaremos la
facultad del lenguaje. Por el momento vamos a hablar brevemente
de las relaciones existentes entre el pensamiento y el mundo etérico.
El cerebro, como instrumento corporal del pensamiento, muestra
por su forma esférica un parentesco con el cosmos y los planetas.
Descansa en las «aguas de los mundos» y es substraído en gran
parte de las leyes gravitatorias terrenales gracias a las fuerzas as-

1
El término «fuerzas universales» se utiliza en el sentido de «fuerzas centrífugas» y
«fuerzas centrales terrestres» en el de «fuerzas centrípetas».
cendentes del líquido en el que está sumergido. Sus circunvoluciones
son volutas hechas órganos, movimientos del elemento etérico-acuo-
so hechos de forma, las líneas de corriente que este elemento ha
trazado. En este caso el tema fundamental del meandro se mani-
fiesta de una forma repetitiva. ¿No es admirable el que esta fuerza
formativa, una vez liberada de la tarea de modelar al órgano, reapa-
rezca en el fluir del pensamiento? ¿No vemos resurgir esta tenden-
cia a la repetición en la facultad que tiene el pensamiento de repro-
ducir continuamente lo que ha sido pensado ya una vez? A l igual
que el agua y lo etérico, el pensamiento se basa en la ley de la
repetición. En la memoria se manifiesta su tendencia a reproducir
tanto como quiera aquello que tuvo lugar una vez.
Este principio de la repetición se revela también en la estructura de
los seres vivos, por ejemplo en la formación de segmentos, de vér-
tebras, de órganos en serie tales como los ríñones primitivos. La
«reproducción» existe en el terreno de lo orgánico, en el fluir del
agua y en la vida espiritual del hombre. Para aprender una cosa
debemos, normalmente, repetirla rítmicamente; de esta manera se
grabará y convertirá en un recuerdo permanente o, mejor todavía,
en una facultad adquirida. La comprensión de algo será más preci-
sa cuanto desde más ángulos se observa y se «palpe». Esta capaci-
dad espiritual encuentra nuevamente su correspondencia en lo flui-
do que envuelve en su totalidad a los objetos, que tantea, rellena y
se fusiona con la forma a él expuesta.
La actividad de pensar encuentra sobre todo su equivalente en la
capacidad de «fluir». Solamente cuando el pensamiento se detiene
ante un contenido determinado, se fija dando lugar a una «represen-
tación». Como toda forma orgánica, la representación se origina en
el seno de una corriente, para convertirse en un movimiento fijado.
Cuando un ser humano tiene la capacidad de crear formas con agi-
lidad y soltura y de ligarlas de una manera armoniosa las unas con
las otras en una comente sin turbulencias ni divagaciones se puede,
entonces, hablar de «actividad de pensar fluida». Por el contrario,
cuando no se logra hacer esto, se habla se «actividad de pensar
viscosa» de «actividad de pensar lenta», etc. Un ejercicio dado por
Rudolf Steiner para dar movilidad y soltura a la actividad de pensar
consiste en reproducir y transformar mentalmente formas como,
por ejemplo, las de las nubes.
Gracias a su capacidad de amoldarse a todo, así como a la de re-
producir todas las cosas en sus representaciones, la actividad de
pensar participa en las leyes del mundo etérico formador del uni-
verso. Las leyes del pensamiento son las mismas que las del agua,
que renuncia a adquirir una forma propia, que está siempre dispues-
ta a adaptarse a todo, a ligarlo todo y a admitir cualquier cosa en su
seno.
Un pensamiento sin facilidad para penetrar en los detalles al no
poder crear ninguna forma duradera será arrastrado o arrebatado
por una corriente invisible y entrará en «fuga de ideas». Como con-
trapartida, un pensamiento detenido en «ideas fijas» se queda pri-
sionero de la forma, sin desarrollar corrientes asociativas hacia otras
posibilidades. Al igual que el agua, el pensamiento puede crear for-
mas como representaciones, intercomunicarías y ponerlas en rela-
ción mutua. Puede unir pero también separar y analizar. «Unir y
desunir» son las actividades materiales del agua que resurgen a un
nivel espiritual en el mundo del pensamiento.
Estas alusiones a la conexión existente entre el agua y el pensar,
muestran que la vida espiritual del hombre tiene bastantes caracte-
res comunes con la naturaleza del agua y que lo esencial de uno es
al mismo tiempo imagen del otro. Ambos pueden volverse hacia la
tierra así como dar cabida en ellos a las ideas del universo renovan-
do los lazos entre estos dos mundos. Aquello que vive en el pensa-
miento es la vida etérica del agua y aquello que vive en el seno del
agua es la sabiduría del universo. ¿No habrá dado origen acaso esta
sabiduría al elemento agua para que le sirva de instrumento?

97
Sobre la esencia espiritual del agua

«Realmente resulta vana la tarea de intentar expresar la esencia de una


cosa. Percibimos los efectos; una relación completa de estos efectos
abarcará, sin duda alguna, lo esencial de la cosa. En vano trataremos de
describir el carácter de una persona; reuniendo, en cambio, sus gestos y
sus acciones, aparecerá ante nosotros una imagen de su carácter.» (Goethe,
tratado de los colores.)
Consideremos ahora el agua desde este punto de vista.
Allá donde el agua aparezca, la vida podrá manifestarse en la materia, y
allá donde falte esto no será posible. El agua es, por lo tanto, el elemento
secreto de la vida. Allá donde puede, arrebata a los seres y las cosas de
la muerte. Ella es la gran sanadora de todo aquello que por haber perdido
el equilibrio se vuelve enfermo. El agua tiende siempre al equilibrio pero
a un equilibrio viviente y no a uno rígido en el que la vida, forzosamente,
se apagaría. Por doquier hace de mediadora entre los contrarios, los
cuales acentúan su disparidad cuando ella falta. Reúne aquello que esta-
ba separado o en oposición, haciendo brotar de esta lucha algo nuevo.
Disuelve toda forma demasiado fija para entregarla a la vida. En si mis-
ma es químicamente neutra, pero se une a otras sustancias para impedir
que lo sólido perjudique demasiado a la vida. El agua no desea nada para
sí misma. Ella se abandona a todo, nunca pregunta cuál va a ser la forma
que ha de adoptar, ya sea la de una planta, la de un animal o la del
hombre. Con la misma abnegación desempeña la función que sea nece-
saria Ella «renuncia» siempre, y cuando su servicio se ha acabado en un
lugar, se retira y se dispone para una nueva creación o mediación en otro
lado. Debido a que es esencialmente pura ella puede purificarlo, refres-
carlo, sanarlo, tonificarlo y vivificarlo todo... El agua es el elemento de la
abnegación... del perpetuo «ser para los demás». El agua no tiene otro
ser que el «ser para otros»... Su determinación es la de no estar todavía
determinada y a ello se debe el que antiguamente fuese llamada la madre
a
de todo lo determinado» (HegeL Filosofía de la Naturaleza, 2. parte).
El agua no se cierra a la luz tal como sucede con los sólidos; ella quiere
ser limpia y transparente. En el juego de colores del arco iris ella alcanza
el culmen de sus posibilidades. De forma absolutamente desinteresada
transmite al ojo las impresiones del mundo visible y al oído aquellas del
mundo sonoro. Pero se abre también a las armonías y órdenes de los
cielos y las comunica al germen del ser humano, al embrión, al cual ella
envuelve por completo. Comunica igualmente estas armonías y órdenes
al espíritu pensante del hombre por medio de una esfera de agua que
1
envuelve su cerebro . Liberada en gran medida de la pesantez, se en-
cuentra a mitad de camino entre la tierra y el cosmos, no se pierde jamás
en el uno o en el otro y a pesar de todo permanece ligada estrechamente
a ambos, enlazándolos en un circuito eterno. Ella se encuentra a sí misma
a mitad de camino entre los extremos de lo sólido y lo volátil, siendo
perpetuamente susceptible de cualquier variación. De ella procede la
inmensa riqueza de formas del mundo terrestre, que puede considerarse
como un eco de los incesantes cambios celestes. El agua no representa
para el hombre y el resto de los seres vivientes únicamente el fundamen-
to de su vida corporal, sino que aquello que el hombre se propone como
«fin» de su desairollo espiritual nos lo encontramos prefigurado como un
gran símbolo en las cualidades del agua. Nos encontramos efectivamen-
te en sus propiedades la misma imagen de las metas o fines que el hom-
bre persigue con su esfuerzo interior, a saber: en el pensar la renuncia a
toda forma fija, a todo prejuicio, a toda actitud intolerante contra aquel
que disiente de nosotros, la aptitud de comprender a los que nos rodean
partiendo de su propia naturaleza o esencia y a unir todos los opuestos en
una unidad superior. De esta manera alcanza el hombre el auténtico «ol-
vido de sí» en el contexto de una vida anímica pura, sana y lúcida. Si el
agua le ayuda a su entrada en el mundo terrestre, transmitiéndole las
fuerzas celestes, ella puede también conducirle a un renacimiento de su
esencia espiritual. Wolfram von Eschenbach hizo alusión a esto cuando
dedicó al agua los versos siguientes:
«Die Tauf im Wasser mied er «El se hizo bautizar en agua,
nicht, a la que Adán su rostro debe.
Der Adam lieh sein Angesicht. Del agua procede la savia de los
Vom Wasser kommt der Báurne árboles,
Saft, El agua fecundante da la fuerza
Befruchtend giht das Wasser a toda criatura de este mundo,
Kraft pues ella clarifica los ojos,
Aller Kreatur der Welt, y vuelve las almas tan brillantes,
Vom Wasser wird das Aug er- que ningún ángel lo puede igua
hellt, lar.»
Wasser gibt mancher Seele
Schein.
Dass kein Engel lichter mochte
sein.»
ParsifalXVI817
según la transcripción de K. Sinrock

1
El líquido cefalorraquídeo.
Agua y aire

En los capítulos precedentes hemos considerado el agua como la


representante de todos los líquidos, sin tener en cuenta el hecho de
que ella está siempre más o menos cargada de aire u otros gases en
ella disueltos. Esto significa que en los fenómenos que hemos
estudiado, el aire juega un cierto papel, si bien poco considerable, y
que las leyes del elemento aire intervienen en el elemento agua y
viceversa (fotos 79 y 80). Allá donde el agua corra y se convierta
en espuma, se arremoline, salte entre las piedras y se derrame en
cascadas, incluirá al aire dentro de sí. Cuanto más fría esté, mejor y
mayor cantidad de gas se disolverá en ella. Los principales gases
que ella admite son el oxígeno y el gas carbónico.
El oxígeno juega un papel importante en la autodepuración de las
aguas así como de los seres que en ellas viven. Nos daremos cuenta
de la importancia que tiene, al constatar que en ausencia de oxígeno
cesa todo vestigio de vida en el agua. Esto comienza a ocurrir en
cuanto el agua deja de agitarse lo necesario como para que el aire
se pueda unir íntimamente con ella (por ejemplo, esto sucede con
las aguas muertas), o cuando se acumula en el fondo tanto limo o
fango —a causa de las aguas residuales— que el oxígeno contenido
en el agua no es suficiente como para descomponer todos esos
residuos.
El agua fría disuelve mejor el oxígeno que la caliente. Esto es sin
lugar a dudas la razón por la cual, en ciertas regiones, antiguamente
se regaba más bien durante el invierno que en verano, obteniéndose
mejores resultados. La respiración de los animales acuáticos está
organizada en función de este oxígeno que está disuelto en el agua.
Ellos no pueden vivir cuando no hay suficiente oxígeno disuelto. Sus
branquias son como condensaciones de grandes superficies internas
de agua corriente, cuyo interés vital ya hemos reconocido antes.
Ellas tienen la misión de hacer penetrar el oxígeno disuelto en el
agua en los procesos vitales internos de los animales. Contrariamente
a esto, la vida de las plantas en los lagos y en los mares, está en
función de la presencia de gas carbónico en el agua; dependiendo
de la estación del año y siguiendo los períodos de la vegetación
general, el agua del mar inspira o expira el gas carbónico. Este es
un proceso generalizado en todo el planeta.
Cuando la atmósfera se enriquece de gas carbónico, así mismo
comienza el agua a absorberlo en mayor cuantía. Cuando disminuye
la cantidad de este gas en la atmósfera, las aguas lo restituyen justo
hasta llegar a que se establezca el equilibrio entre ambos. También
en otoño las plantas que se marchitan dejan de aspirar el gas
carbónico y además la descomposición de la sustancia vegetal, como
la de las hojas muertas, libera grandes cantidades de ese gas a la
atmósfera, Es entonces cuando los mares lo absorben. En cambio
en la primavera, el mundo vegetal renace y edifica su sustancia a
partir del gas carbónico del aire. Es entonces cuando las aguas liberan
la cantidad necesaria de este gas. El ciclo de destrucción y de
reconstrucción del mundo vegetal está completamente integrado en
el del gas carbónico, es decir, en el gran ciclo respiratorio del planeta
terrestre.
Por su capacidad de ser una reserva de gas carbónico, el agua se
muestra una vez más como servidora de la vida sobre la tierra. Ya
habíamos señalado que los mares son grandes reservas de calor
que gobiernan los climas. Ahora, además, vemos cómo cumplen la
función de ser los grandes reguladores de los procesos respiratorios
en todo el planeta. Sumado a todo eso, gracias a su capacidad de
disolver los gases, el agua realiza inmensos intercambios de
sustancias a través de los océanos. Gracias a que contiene gas
carbónico disuelto podrá atacar a los cuerpos sólidos. Por ejemplo,
un agua rica en gas carbónico contendrá más calcio que otra pobre
en él. Hay por lo tanto en el agua un ciclo de calcio que está ligado
al del gas carbónico, que tiene grandes repercusiones sobre la vida
en las aguas. También resulta que debido a su capacidad disolvente
de gases une o relaciona la vida que se desarrolla sobre la tierra
firme con la vida en el agua. Estas dos formas de vida son
dependientes la una de la otra y constituyen un todo. Una criatura
terrestre no puede ser comprendida de otro modo, más que a partir
de la vida de todo el planeta en el cual ella no es más que una
pequeñísima parte.
Las leyes del aire y de los gases actúan también en los procesos
más íntimos de los organismos. La difusión y la osmosis son su
expresión. Ellos se someten a esas leyes también cuantitativamente.
A pesar de todo, sigue siendo el agua la que acogiendo a los gases
y al aire en su espacio, continúa sirviendo a la vida, pues no quiere
decir que sean la difusión y la osmosis lo esencial de los procesos
de la vida, ya que en muchos casos serán éstos los que triunfen
sobre los procesos físicos. Pero el agua no se limita únicamente a
absorber .gas; está igualmente dispuesta en cualquier momento a
abandonar el estado líquido para convertirse en vapor; de esta
manera se puede decir que en la parte más baja de la atmósfera no
nay aire que no contenga algo de vapor de agua, constituyendo
justamente esto el detonante de todos los fenómenos meteorológicos.
En efecto, las más diversas formas de precipitaciones suceden,
prácticamente todas, a partir del agua que ha estado anteriormente
en forma de vapor en la atmósfera. El agua se evapora al contacto
con el aire justamente hasta que el aire haya alcanzado su punto
máximo de saturación o sea, hasta que no pueda admitir más agua.
Una cascada se disocia a lo largo de sus bordes en una miríada de
gotas finísimas que dan lugar a una suma inmensa de superficies.
Los dos elementos entran en contacto y el agua se entrega al aire.
Un fenómeno contrario a este tiene lugar allí donde el agua que
corre sobre las piedras va a parar finalmente a un estanque o a un
recipiente. El aire irá entrando entre las aguas inquietas, «perleando»,
fraccionándose en forma de pequeñas burbujitas, creando grandes
superficies de contacto y aireando el agua (fotos 2 y 4). También se
mezcla el aire incesantemente en los juegos del agua en movimiento,
mientras que el vapor de agua participa de los movimientos del aire,
tal como sucede en la nubes (foto 80).
El agua y el aire se interpenetran por lo tanto en un ámbito de
transición que es el vapor de agua, en el que predominan las leyes
de las corrientes líquidas. El las obedece en gran medida y
únicamente en circunstancias particulares afirma totalmente su propia
naturaleza. Se puede esperar por lo tanto encontrar en el aire
numerosas formas que ya hemos estudiado en los líquidos. Pero
siempre se observan en el aire dimensiones mucho más vastas y
velocidades más altas. Ya hemos visto cómo se forman las olas
cuando el agua corre sobre las piedras. Continuamente son
atravesadas por nueva agua. Lo mismo ocurre cuando el aire circula
sobre una cadena montañosa, Ahí se forman las olas del aire, que
son continuamente atravesadas de aire nuevo. Como es de esperar,
estas olas son invisibles en el aire transparente, pero frecuentemente
el vapor contenido en la cresta superior de esas olas se condensa
en forma de nubes: tan sólo las crestas se harán visibles, dando
origen a nubes alargadas en forma de peces. Entre cada una de
estas crestas se forma un valle en el que el vapor de agua, al
encontrarse a menor altitud, no se condensa (foto 77). Semejantes
olas, a pesar de ser continuamente atravesadas de aire, pueden
quedarse durante horas inmóviles, sin cambiar de emplazamiento,
hasta que cese la corriente de aire o ésta modifique su trayectoria.
La famosa bandera de nubes que corona la cima del Cervino es un
fenómeno de esta clase. Su forma permanece constante a pesar de
estar continuamente atravesada de nuevas oleadas de vapor.
A l igual que en el agua vemos aparecer en el aire las superficies
curvas helicoidales. Todos conocemos ya las volutas y formas que
el vapor o el humo describen cuando ascienden. Vapor y humo
hacen visibles los movimientos del aire, desde la simple ondulación,
1
pasando por la complejidad de las superficies de demarcación ,
hasta llegar al enrollamiento completo; distinguimos aquí todos los
estadios y modalidades ya estudiados a propósito del agua. Pero
todo aquello que es difícil de observar en el agua, lo puede observar
cualquiera en el aire, gracias al vapor de una taza de té o al humo
de un cigarro.

Corrientes cilindricas de aire dispuestas


horizontalmente sobre el desierto. Las aves
utilizan las zonas de aire ascendente para
volar (según Idrac).

Idrac observó este tipo de movimiento del aire a gran escala sobre
las lejanas y ardientes superficies del Sahara. Poderosas corrientes
cilindricas, cuyo eje es horizontal son puestas en evidencia por el
vuelo de las aves del desierto. Estos animales planean a millares en
bandadas en formación de estela que pueden llegar de uno al otro
extremo del horizonte y se sitúan siempre en la zona intermedia
entre dos cilindros de aire que es justamente por donde éste asciende.
También sobre la campiña se forman semejantes «rulos» de aire,
sólo que dispuestos verticalmente en cuanto a su eje. Las aves los
utilizan a menudo para ascender planeando, dejándose llevar por
ellas hasta grandes alturas.

1
Verwundene flachen: traducido literalmente significa superficies vulnerables.
(N. del T.) 103
Corrientes cilindricas verticales en el aire.
Los pájaros se dejan transportar, a menudo,
por ellas a grandes alturas (según Idrac).

A l igual que en el agua, aparecerán en el aire los torbellinos y la


cadenas de remolinos allí donde se vea obligado a contornear un
obstáculo. El viento da origen a los remolinos alrededor de los árboles,
de las ramas, de los tejados y las chimeneas. Pero debido a su enorme
velocidad, estos torbellinos se suceden a muchísima mayor velocidad
que en el agua. A velocidades tan altas, el viento empieza a revelar
algo de su propia esencialidad: la alternancia de los torbellinos, al
ser tan rápida, produce un sonido. La tempestad ruge en torno a los
tejados y las chimeneas y brama barriendo el bosque. Cada aguja
de abeto, cada ramita, dan origen a las cadenas donde los torbellinos
se alternan tan rápidamente que percibimos su silbido. Un bosque
de coniferas disocia el viento que lo atraviesa en un número
inimaginable de pequeños torbellinos. El resultado es una suma
gigantesca de «superficies sensibles» en las cuales hemos reconocido
ya los órganos receptores del agua. El tipo de movimientos es el
mismo en los dos elementos, pero en las grandes velocidades, el
aire, se distingue del agua por este carácter especial: se hace audible,
sonoro, mientras que el agua se queda muda. Aquello que en el aire
es un proceso sonoro, en el agua se aquieta y se queda en una
forma espacial.

104
El agua en la envoltura aérea de la tierra

Por doquier en la Naturaleza el aire y el agua se interpenetran en sus


juegos comunes extremadamente variados. Un sistema fluvial, un lago,
un mar constituyen unidades orgánicas que tienen sus propios ciclos,
pero a cada uno de ellos le corresponde una porción de atmósfera
determinada. Cada río, cada lago, cada costa marítima provocan sus
efectos en el aire hasta grandes alturas. Los días de neblina el avia-
dor puede ver desde las alturas largos bancos de niebla que señalan
cursos de agua. También en los días claros el comportamiento de su
aparato le indica si está sobrevolando un río o un lago y si está en un
momento dado sobrevolando regiones de bosques o sin vegetación.
Los límites de tales regiones se hacen sentir en la atmósfera. El aire
que recubre un paisaje terrestre tiene sus movimientos organizados
según este sustrato y forma con él un todo: sobre los lagos frescos,
sobre los bosques, durante el verano el aire circula siempre de arriba
abajo, mientras que sobre los campos recalentados asciende. Cuando
hay un fuerte enfriamiento nocturno puede ocurrir que los campos
estén más fríos que el bosque o las aguas de los alrededores. En cuyo Corrientes de aire sobre campos y bosques.
caso las direcciones de las corrientes aéreas se modifican según el
ritmo del día y de la noche. Siempre hay aire que asciende sobre la
zona terrestre más caliente y desciende sobre la más fría. El resulta-
do es que la atmósfera de un paisaje la constituyen corrientes circu-
lares de aire, que expresan de este modo algo de su vida. También en
el espacio aéreo del planeta nos encontramos estos circuitos. Lo que
ocurre a pequeña escala sobre los lagos y bosques nos lo encontra-
mos a gran escala sobre los océanos y lo que sobre los campos y
cultivos en pequeño, sucede en grande sobre los continentes. Duran-
te el invierno, esto se modifica tanto a pequeña como a gran escala,
debido a que en invierno el agua está relativamente más caliente que
la tierra. Estos movimientos ascendentes y descendentes del aire hacen
de la atmósfera terrestre un gran organismo. A los ritmos diurno-
nocturno de las corrientes aéreas sobre los paisajes pequeños, se
corresponden para la totalidad del globo losritmosestacionales. Du-
rante la estación caliente asciende el aire sobre los continentes calen-
tados, situándose sobre los mares (Monzón). En la estación fría suce-
de a la inversa. El ascenso del aire está, entre otras cosas, relaciona-
do con el nacimiento de las bajas presiones y el descenso del aire
relacionado con el de las altas presiones. De esta manera se forma
hacia el comienzo del verano la gran zona de bajas presiones que
recubre el centro del continente asiático y que hacia el comienzo del
invierno se convierte en una zona de altas presiones. Estos fenóme-
nos se hallan integrados en el proceso de la vasta respiración anual
del globo terrestre, tal como lo ha descrito Wachsmuth.
Las dilataciones y contracciones del aire van ligadas al ritmo estacional,
ellas son la consecuencia del frío y el calor. El meteorólogo habla de
una «respiración de los continentes». En las épocas de transición en-
tre el verano y el invierno, por lo tanto en primavera y en otoño, se
crea un reajuste de las grandes corrientes de aires llamadas
«estacionales» de altas y bajas presiones. El verano y el invierno
luchan entre ellos y de ese conflicto nacen los procesos rítmicos. Las
zonas de altas y bajas presiones no son simplemente aquellas en las
que el aire asciende o desciende: las masas de aire en razón de la
rotación terrestre se ponen a girar, apareciendo de esta manera gran-
des remolinos espirales donde vuelven a reaparecer a gran escala las
superficies helicoidales.

Zonas de altas y bajas presiones: altas, los


vientos descienden y se dispersan en el suelo;
bajas, los vientos convergen en el
suelo y se elevan.

Transportémonos con el pensamiento muy por encima de la superfi-


cie terrestre y admitamos que podemos percibir esas corrientes aé-
reas que en el verano ascienden sobre los continentes y descienden
sobre los mares; percibiríamos una imagen bastante compleja: inclui-
dos en esos vastos movimientos de la atmósfera nos encontraremos
con muchos «órganos», innumerables circuitos más pequeños deter-
minados por bosques, campos, lagos, ríos, montañas y valles. Esto
nos sugiere la idea de un inmenso organismo en el que los órganos
más pequeños tienen su lugar, cada uno de los cuales se comunica
con todos los demás en un conjunto unificado por el juego viviente y
106 alternante de las corrientes aéreas.
La imagen de un organismo semejante nos la habían sugerido ya los
movimientos del agua cuando estudiábamos el juego alternante de
fuerzas que emanan y de fuerzas que aspiran. Como resultado daban
origen a aquellas formas concretas y cuasiorgánicas. Aquí en el aire,
las corrientes ascendentes y descendentes, vistas desde lo alto, co-
rresponden a aquellas emanantes y aspirantes. Ellas traducen la vida
de un paisaje en un juego de ascensos y descensos. De este modo la
tierra, el agua y el aire se armonizan en un todo, en el seno del cual
cada elemento mantiene su propia naturaleza sin dejar de vibrar en
armonía con los otros según los ritmos grandes y pequeños de las
Viento en una zona de baja presión (según
estaciones y de los días.
Blanc).
Por otra parte a lo largo de un día cada proceso aéreo se encuentra
todavía disociado en ritmos: los pequeños ascensos y descensos del
aire no se realizan uniformemente, sino de forma entrecortada que se
repite a intervalos regulares. Éstas son como inspiraciones seguidas
de expiraciones, como «soplos» que el paisaje expresa.
Nos falta por resolver una cuestión: ¿dónde se hallan las superficies
de demarcación, las superficies formadoras de este gran organismo?
Hemos visto el papel esencial que desempeñan estas superficies en
el agua en movimiento. Es a lo largo de estas superficies donde se
forman los torbellinos y las olas rítmicas. Podemos encontrarlas igual-
mente en el aire; de forma invisible, se originan allí donde la corriente

Alta Baja

Zonas de alta y de baja presión en enero.


ascendente se desliza sobre la descendente. En el vuelo sin motor, el
piloto a menudo las atraviesa y las percibe como «cortinas» de sutil
turbulencia que de alguna forma están como «colgadas» en la atmós-
fera, por ejemplo, sobre las zonas limítrofes de los bosques con los
campos.
Encontramos tales superficies una vez más en los grandes movimien-
tos aéreos a escala planetaria. Son los «frentes» o límites entre ma-
sas de aire de cualidades diferentes y podemos decir que existen en
todas partes donde entran en contacto zonas de influencias contra-
rias. Ahí observamos las formas que hemos descubierto en el agua
en movimiento. Siempre en las fronteras de los «cuerpos aéreos»
aparece este juego de ondulaciones, de invaginaciones y enrollamientos
que recuerdan a los movimientos esenciales de la génesis orgánica.
Es todo un mundo de creación, de procesos formativos en un estado
de puro movimiento. Aparecen órganos esbozados, pero no llegan a
solidificarse: están retornando continuamente al movimiento que les
1
ha engendrado .

aéreo con forma de órgano, que se ha


cernido sobre Europa a gran altura.
Del 6/3/1943 (según Kleinschmidt).

Cuando consideramos, por ejemplo, el fenómeno de la introducción


de las lenguas de aire frío polar en las masas de aire más cálido de las
regiones templadas, podemos ver en ello una imagen análoga a aque-
lla del desarrollo del «canal neural» o del bosquejo óptico en el em-
brión humano.
Podrá parecer una osadía el relacionar los fenómenos meteoroló-
gicos con los del dominio de lo orgánico. Pero pasemos la palabra
a un especialista reputado. En su obra «La dinámica de los

1
Se puede consultar, entre otras, la obra tan interesante de H. Teichmann para
aprender cuáles son los efectos que las explosiones atómicas tienen sobre las lábiles
superficies de la atmósfera (ver bibliografía).
ciclones»,P. Raethjen habla en los siguientes términos sobre las zo-
nas de bajas presiones (ciclones): el ciclón «posee una biografía típi-
ca, con fases de aparición, de evolución y de envejecimiento bien
caracterizadas, No se extiende en el espacio propagándose en forma
de onda, sino en la forma como lo hacen los seres vivos* así el naci-
miento de un joven "ciclón frontal" surge del seno materno (zona
frontal) de un ciclón central adulto (entendemos por "ciclón frontal" a
las grandes masas aéreas estacionarias de bajas presiones) (Nota del
autor), No olvidemos que este "morir y renacer" es una ley funda-
mental de los ciclones y que, en consecuencia, una teoría estática
sobre el equilibrio olvidaría su aspecto más importante». Por otra par-
te dado que la atmósfera se comporta como un ser vivo sólo llegare-
mos a comprenderla completamente cuando seamos capaces de ver-
la y de tratarla como un todo. Los problemas particulares no pueden
ser resueltos por separado, hay que tratar de armonizar los unos con
los otros en una visión global. Hace mucho tiempo ya que los
meteorólogos competentes tratan de llamar la atención sobre el vo-
cabulario biológico del que esta ciencia está continuamente obligada
a servirse.
Los ritmos de las cadenas de remolinos en la atmósfera tienen sus
leyes propias. El nacimiento de los torbellinos, es decir, de las áreas
de bajas presiones, se adapta a una curva anual de máxima y de
mínima.
A. Schmauss ha podido hacerse una idea de estas leyes a lo largo de
una vida enteramente consagrada a realizar observaciones meteoro-
lógicas día tras día y, por otra parte, les ha dado justificación matemá-
tica, según éste, el «año dinámico» comienza el 29 de septiembre con
un mínimo de actividad atmosférica. Por esa actividad él entiende los
movimientos de las perturbaciones que se intercambian entre el norte
de Inglaterra y Francia, midiéndose en diferencias de presiones
barométricas entre ambos lugares geográficos. Con el comienzo del
«año dinámico» el 29 de septiembre, comienza un impulso que va a
conducir la actividad de la atmósfera a un punto máximo (media cal-
culada sobre un gran número de años). La actividad baja entonces y Lenguas de aire frío se introducen en un área
alcanza un mínimo entre el fin de mayo y los comienzos de junio. más caliente (según Rossby).
Después asciende y se mantiene, con los ritmos, hasta el 15 de sep-
tiembre. A partir de esta fecha decae hasta el 29 de septiembre. En
este momento nace el nuevo impulso y la actividad crece hasta ene-
ro. Como se puede ver el ascenso y descenso de las áreas de altas y
bajas presiones, es decir, la «respiración de los continentes» están
diferenciados fina y rítmicamente como si se tratase de un lenguaje o
de una sinfonía. Schmauss dice de esto lo siguiente: «para el
meteorólogo que está familiarizado con estos fenómenos, el calenda-
rio de las corrientes aéreas tiene la misma significación que una or-
quesxa para la cuai se na escrito cuanao aeoe entrar caaa instrumen-
to. El instrumentista es posible que olvide su "entrada". En cualquier
caso el poder leer una partitura es un motivo de alegría.»
Observando estas «estaciones» del año dinámico nos impresiona no-
tablemente el comprobar que coinciden con las principalesfiestasdel
año cristiano. La Pascua no está particularmente puesta en evidencia
en tanto que se trata de una fase de desarrollo de las estaciones y de
la lucha entre los extremos del invierno y del verano. No llama la
atención como acontecimiento singular o especial. Sin embargo, la
fecha de Pentecostés, fiesta móvil dependiendo de la de Pascua, ya
es notable: ella se sitúa siempre en el período de mínima actividad
atmosférica que va del 20 de mayo al comienzo de junio. Este período
no comienza en una fecha concreta, como las otras «estaciones».
Siguen las fechas de San Miguel y la Navidad, la cual se celebraba
originariamente el 6 de enero, es decir, cerca del «punto singular» del
9 de enero, que marca un tope máximo de actividad. Entre las otras
«singularidades» que tienen la tendencia de volver todos los años nom-
braremos algunas como: las famosas heladas del mes de mayo con
los «santos de hielo», el veranillo de San Martín, etc.
¿Qué es lo que se expresa en este desarrollo de las formaciones
nubosas y las inclemencias del tiempo? Actualmente, cada vez más,
se va imponiendo la convicción de que se debe a la acción de ritmos
extraterrestres. Hoy en día se establece la relación existente entre el
nacimiento de torbellinos de bajas presiones y acontecimientos que
tienen lugar en el sol. La actividad de éste, por ejemplo, con la apari-
ción de las manchas solares, hay que interpretarla como una respues-
ta o resonancia del sol con los planetas y sus interacciones. ¿No nos
estará sugiriendo esto que el acontecer celeste interviene e influye en
las «superficies sensibles» de la atmósfera terrestre? Las leyes cós-
mico-planetarias hacen vibrar esas membranas, les hablan como si lo
estuviesen haciendo a múltiples oídos, armonizando en un todo la
diversificada superficie de la tierra. De esta manera los astros aco-
gen a la tierra viviente en su comunidad de vida.
Si pudiéramos observar desde una gran altura los continentes y los
mares, asistiríamos a la génesis de las cadenas de torbellinos de bajas
presiones a partir de la confluencia de diferentes masas de aire. Allí
donde se encuentran corrientes aéreas diferentes, se forman ondula-
ciones a lo largo de las superficies de contacto, a gran escala, por
encima de continentes y de océanos. Puede llegar a suceder que el
enrollamiento alcance las dimensiones de todo un continente. Noso-
tros no podemos asistir desde nuestro puesto de observación a esta
grandiosa evolución, sin embargo participamos a través de las varia-
ciones diurnas y nocturnas de las condiciones meteorológicas. Estos
grandiosos procesos provocados por el encuentro de masas diferen-
tes de aire —por ejemplo las procedentes del Polo Norte con las de
los mares ecuatoriales— se traducen a nuestra escala en «la lluvia y
el buen tiempo». Su imagen visible sobre nosotros es el juego de las
nubes que aparecen y desaparecen y el de las precipitaciones en
todas sus posibles variantes. Pero no sólo es importante esta obser-

Cadena de torbellinos sobre USA


(según Wexler y Namias).

vación desde el punto de vista de los movimientos y de las formas en


movimiento a las que aquéllos dan origen, sino desde el de las varia-
ciones térmicas que van ligadas a las contracciones y dilataciones del
aire, a la vaporización, a la condensación y caída del agua. Estos
últimos fenómenos relacionados con el agua son el resorte por exce-
lencia de la meteorología, pues van ligados a grandes absorciones o
liberaciones de calor, dependiendo de las líneas directrices que parten
del mundo planetario que está mezclado en estos juegos.
Los cambios meteorológicos, tan llenos de fantasía, representan ante
todo los juegos del agua en la atmósfera. En las zonas de climas
cálidos son absorbidas por el agua ingentes cantidades de calor exis-
tentes en la atmósfera. El agua las transporta hasta por debajo de las
altitudes árticas en forma de corrientes de agua caliente o bien las
arrastra en forma de vapor en el seno de las corrientes aéreas que
abrazan el planeta. Cuando el vapor caliente se encuentra con el aire
frío se condensa, tal como sucede al exhalar una bocanada de aliento
en el aire frío del invierno. Entonces se hace visible en forma de
bruma, de nubes y de precipitaciones. En ese momento el vapor libe-
ra grandes cantidades de calor (calor de condensación), calor que
proviene de las regiones cálidas. Allí donde el agua salga de lo invisi-
ble, se desprenderá calor. En esto todavía, el agua sigue siendo me-
diadora y creadora de equilibrio, pues ella libera a unas regiones de
calor excesivo para llevarlo a otras donde se necesita. Como porta-
dora de calor, es el agua, pues, la gran reguladora de la economía
térmica del globo terrestre. La expresión visible de dicha acción son
las nubes y el clima con todos sus elementos singulares de presión,
temperatura, humedad, viento, etc.
Cuando el calor se desprende en la atmósfera a partir de la conden-
sación del agua, ella ocasiona asimismo corrientes ascendentes de
aire. No siempre son las regiones recalentadas las que desencadenan
la formación de vientos ascendentes. El aire los produce también a
partir de sí mismo cuando el vapor de agua se condensa en forma de
nubes liberando calor, entonces el aire emprende el vuelo. Cuanto
1i 2 más se eleva más se enfría, lo que provoca una nueva aparición de
nubes. A partir del calor liberado se vuelve a formar y así sucesiva-
mente. Veremos a continuación el resultado de estos procesos que se
van reforzando progresivamente: son esas bellas y conocidas formas
de los cúmulos de verano (foto 71) que se van bosquejando a medida
que ascienden y adquiriendo formas redondeadas en forma de torre.
No es otra cosa que un juego combinado de corrientes emanantes
tipo «geiser» de las que nacen formas tan variadas y efímeras que
recuerdan a animales o a órganos. El motivo fundamental de la géne-
sis orgánica aparece aquí en toda su plenitud. Olas, estrías, formas
huecas se suceden periódicamente cuando el viento sopla sobre un
velo de nubes (foto 73) o sobre la periferia de nubes en movimiento
(foto 75). Se alternan los movimientos de emanación y de succión
con las superficies helicoidales, tanto en pequeño como en grande.
Los pequeños copos del alto cúmulo o de los cirrocúmulos correspon-
den al aire que se eleva y en la formación de los bordes se manifiesta
el aire que desciende. Una multitud de pequeños circuitos de aire
rellenan el campo de «ovejas» de esas nubes. Si llega un golpe de
viento soplando a dicho campo, las ovejas se deformarán, se disgre-
garán en fragmentos dando la impresión de empujarse unos a otros
como los hielos que van flotando en la corriente de un río y acabarán
creando formas acanaladas o estriadas como las que se forman en la
arena de las playas o en el lecho de los ríos.
Aquí debemos renunciar a describir esas formas en todos sus deta-
lles. Que nos valga el haber indicado que todas ellas son engendradas
por movimientos que en su mayor parte hemos considerado ya cuan-
do estudiábamos el agua.
El aire

Hasta ahora hemos venido tratando del juego recíproco del agua y
del aire, habiendo subrayado lo que ambos elementos tienen en co-
mún. Nuestro propósito a partir de ahora es el de mostrar aquello en
lo que se distinguen.
Ciertamente, las corrientes de agua y de aire tienen multitud de ca-
racteres similares-, pero cuanto más rápido corra el aire más se afir-
ma su naturaleza propia; no guarda un volumen constante, se dilata y
se contrae, se hace más o menos denso. Debe esta capacidad a la
elasticidad y compresibilidad que le caracterizan. El agua no puede
comprimirse notablemente más que en estado de vapor, es decir, pre-
cisamente cuando más se acerca a la naturaleza del aire. Dado que
el aire no manifiesta su carácter típico, la elasticidad, más que a gran-
des velocidades, podemos admitir en principio que las grandes veloci-
dades le pertenecen a él de forma más natural que al agua. Efectiva-
mente, esto nos lo confirma la observación. Ya las velocidades mode-
radas del viento sobrepasan con creces a las del agua corriente. Tam-
bién a velocidades lentas, el aire tiene que moverse, de todas formas,
mucho más rápido que el agua —alrededor de 14 veces más— para
hacer nacer cadenas de remolinos análogas y de dimensiones iguales
a las del agua. Por tanto, hay que contar entre las numerosas carac-
terísticas del aire, su tendencia a adquirir grandes velocidades y su
facultad de cambiar fuertemente de volumen por dilatación o por con-
tracción y, por tanto, cambiar de densidad. Pero todas estas acciones
del aire van acompañadas de matices calóricos; a cada modificación
de las condiciones térmicas, el aire reacciona inmediatamente des-
pués con un cambio de densidad. Manifiesta de esta manera un tipo
de «sensibilidad» y además propaga las más pequeñas sacudidas, los
más mínimos impulsos, a la atmósfera, mediante una serie de rítmicas
contracciones y dilataciones. Por otra parte cada aumento o descen-
so de densidad va acompañado de un proceso térmico muy sutil que
trae consigo nuevos cambios de temperatura. De este modo cada
onda sonora que recorre la atmósfera lleva consigo calor o frío. A
causa de su contracción y de su dilatación, el aire tiene un carácter
tridimensional que no es familiar al agua. Ésta, debido a su tendencia
a formar superficies externas e internas, se encuentra más cerca de
la bidimensionalidad.
Este estado de cosas tiene sus repercusiones sobre la respiración de
los seres vivos. Cuando los animales viven en el agua, su aparato
respiratorio se organiza únicamente sobre la base de grandes super-
ficies (branquias), mientras que en el caso de los seres terrestres a
ello se le suma una pulsación respiratoria, un ritmo de expansión y
otro de contracción, La elasticidad pulmonar y de la caja torácica
expresan este carácter tridimensional del aire.
A pesar de que no tenga que ver mucho con la respiración propia-
mente dicha, el ejemplo de las migraciones de los pájaros nos va a
servir para concretar e ilustrar este aspecto del aire.
En muchas latitudes, al llegar el otoño, muchos tipos de aves se agru-
pan para emprender juntas el vuelo hacia países más cálidos, a menu-
do en grandes bandadas, otras en pequeñas en las que reina un orden
riguroso. Es como si cada uno de estos grupos constituyese una nue-
va unidad orgánica y esto es, efectivamente, lo que sucede. ¿Qué
ocurre cuando vuelan los unos al lado de los otros, por ejemplo cuan-
do vuelan en forma de diedro abierto por un lado o en línea oblicua o
en pelotón aparentemente desordenado? Respuestas a estas pregun-
tas han sido ya dadas por R. Schieferstein en sus trabajos, lamenta-
blemente poco conocidos. El descubrió que las aves, volando en for-
mación triangular, están, por así decirlo, ligadas las unas a las otras
por el aire que las relaciona, o más exactamente por la elasticidad de
dicho aire. Semejante grupo de pájaros constituye un todo y el aire
que les sostiene forma parte de ese todo. La bandada se mueve en el
seno de una «forma aérea» creada por el mismo aire y que reacciona
a su vez sobre cada pájaro del grupo.
Una comparación nos ayudará a comprenderlo mejor. A menudo po-
demos observar en los estanques cómo un cisne que nada va dejando
una estela triangular de olas tras de sí, sobre las que a veces sus
polluelos se dejan transportar. Todo barco en marcha deja tras de sí
una estela semejante. En el transcurso de una expedición a África,
Idrac pudo comprobar cómo los indígenas de la Costa de Oro utilizan
semejantes estelas con sus pequeñas canoas. Ellos reman con sus
pequeños navios detrás del barco a vapor hasta haber alcanzado su
misma velocidad y después sitúan sus embarcaciones sobre la pen-

Los indígenas sitúan sus canoas sobre las


olas transversales de la estela de un barco de
vapor y se dejan llevar (según Idrac).

115
diente anterior de la cresta de una de las olas, sobre la cual pueden
permanecer de forma estacionaria.
La ola les transporta a la misma velocidad que el vapor sin que se
tengan que molestar en remar. Ésta es, aproximadamente, la imagen
del vuelo triangular de los pájaros. Cada uno de ellos flota sobre una
«ola» que ha sido inscrita en el aire por el pájaro que vuela en cabeza.
Los movimientos de las alas siguen el vaivén de la ola y ponen en
evidencia la forma aérea invisible y vibrante que envuelve y transpor-
ta a todos estos pájaros. Schieferstein ha podido, a la inversa, deter-
minar la forma aérea en vibración a partir de las posiciones de las
alas de los pájaros. Así, cada pájaro vuela en un punto bien preciso de
la estela aérea que abraza y reúne a todos los miembros del grupo.
Cada pájaro debe gastar muy poca energía, dado que el movimiento
de la ola aérea le eleva y le baja las alas, por así decirlo. Si uno de
estos pájaros dispone de fuerza de sobra entonces hace algo más que
dejarse llevar, reforzará la ola a base de golpes de ala, aportando así
energía a la forma aérea colectiva, de la que se aprovecharán los
más débiles. Estos últimos obtienen energía a partir del «campo de
aire» en movimiento. Desde luego que el pájaro que marcha en cabe-
za también extrae de ahí energías. Schieferstein escribe: «El extendi-
do error de creer que el pájaro de la cabeza de la bandada debe
realizar mucho mayor esfuerzo que los demás debe ser rectificado.
La ola aérea del campo alternativo engendrada colectivamente por
los pájaros se propaga por el espacio a la velocidad del sonido adelan-
tándose a las aves que vuelan a velocidades muy inferiores a ésta.
De tal manera, el ave conductora puede tomar energía de ese campo
al igual que las demás, en caso de necesidad.
El vuelo en formación de la bandada constituye una totalidad, un or-
ganismo en el que los animales por separado son como los órganos.
Es un nuevo cuerpo, creado a partir del aire en el que —al igual que
en el cuerpo sonoro nacido de una orquesta— el instrumento particu-
lar se une en gran parte a la unidad superior para la cual es necesario.
Las aves, como elementos individuales de una bandada, están unidas
las unas a las otras por el aire que las envuelve como si fuese por
hilos elásticos. Schieferstein dice al respecto: «Podemos pensar que
los pájaros individuales están enlazados entre ellos por hilos elásticos
invisibles. Si uno de ellos realiza más trabajo del necesario para con-
tinuar volando, con ello tensa fuertemente los hilos que le mantienen
unido a su entorno, transmitiendo de este modo una cantidad de ener-
gía locomotriz de más a toda la bandada».
Si por el contrario una de las aves posee menos energía que la que se
necesita para poder mantenerse en dicha posición, aparecerá una
tensión en sentido contrario, es decir que esa ave recibirá la cantidad
de energía que le falta y podrá así seguir volando con las otras. Ve-
mos pues al aire asumir de alguna manera la función de un músculo.
De hecho es un medio elástico colectivo para todos esos pájaros.
Verifica la unidad entre esos animales individuales a partir de una
«entidad» que se cierne sobre ellos. Esta entidad no es otra que el
alma grupal de esas aves. Podemos decir que el alma-grupo se mate-
rializa justo hasta la densidad del aire y actúa a modo de aparato
muscular colectivo. De hecho las leyes de la tensión de las fibras
musculares son las mismas que las que corresponden a la elasticidad
del aire. En las fibras musculares están enteramente realizadas y
materializadas las leyes del aire. Todo esto nos hace comprensible el
que durante todo un viaje de más de mil kilómetros cada pájaro de la
bandada efectúe el mismo número de aleteos que los demás. El con-
junto del fenómeno evoca a un organismo aéreo, concreto y bien real,
que atraviesa el espacio atmosférico. El ave es un ser aéreo, es im-
posible que el aire la deje caer.
Schieferstein ha podido también demostrar cómo en una bandada de
aves aparentemente desordenada, cada uno vuela en comunión con
los demás y en vuelos largos realiza el mismo número de aleteos que
sus compañeros.
Consideremos ahora los movimientos que efectúa el ala de un pájaro
durante el vuelo. Nos encontramos, bien presente, el principio de la
superficie helicoidal. Esta torsión, esta rotación del ala alrededor de
su eje más largo en ciertas fases del aleteo, parece ser indispensable
para volar. Este carácter, como sabemos, es esencial para los movi-
mientos en el medio líquido.

Fases del vuelo de un pájaro (según Guidi).


En los numerosos mecanismos de vuelo que produce el reino vege-
tal vemos reaparecer algunas fases instantáneas del vuelo de los
pájaros, es decir, del movimiento de sus alas. Esto lo observamos
particularmente en las semillas aladas que las plantas o los árboles
confían al aire, el cual las transporta a grandes distancias. En el
vuelo de estos órganos vegetales reencontramos un buen número
de movimientos esenciales que han sido objeto de estudio en los
capítulos precedentes.

Las semillas aladas reproducen en sus formas


algunas fases del vuelo de los pájaros
(según R. Schmidt).

Ahora nos gustaría dirigir nuestra atención brevemente al mundo


de los insectos con el fin de observar el modo que tienen de mover-
se en el aire. Son necesarios algunos ejemplos. Los insectos incor-
poran formas de corrientes aéreas en sus estructuras, materializan
e inmovilizan aquello que en el exterior no es más que movimiento.
Formas de torbellino se reproducen en sus articulaciones, en las
membranas más o menos curvadas de sus alas. En el desarrollo de
las crisálidas nos encontramos, en primer lugar, un enrollamiento
seguido de un desenrollamiento por desigualdad en la velocidad de
su crecimiento. Gracias a sus antenas y al borde dentado de sus
alas los insectos voladores «peinan» el aire y lo hacen arremolinar-
se en velos extremadamente finos. Un inimaginable río de diminu-
tas cadenas de torbellinos pasa sobre sus élitros y cae en una in-
Una forma de articulación en los insectos
(según Eidmann). mensa lluvia de minúsculas «escamas de aire». Las membranas de
las alas de los insectos están organizadas hasta en sus capas
laminares más finas como si fueran un pequeño sistema cósmico de
torbellinos, de lo que resultan los juegos resplandecientes y colorea-
dos de las mariposas, criaturas que se han condensado en el mundo
118 visible a partir del aire y de la luz.
A todo esto hay que añadir ahora que muchos de los movimientos de
los insectos son sonoros: el sonido nos transmite algo de la esencia
interior de estos seres. En comparación con el mundo del agua, el del
aire nos procura por lo tanto la ocasión de experimentar algo comple-
tamente nuevo: la experiencia auditiva. En tanto que un sonido ema-
na de una criatura viviente, dotada de alma, aquél será su expresión.
Aquí el mundo de lo anímico empieza a expresarse por el sonido que
producen los animales, en particular el de los pájaros. El mundo sono-
ro entero vive y vibra en el seno del aire.

Formas de articulaciones en los insectos


(extracto de Eidmann, según Weber).

Corrientes aéreas sensibles

Cuando el viento sopla a través de un bosque de hojas o de coniferas,


se va dividiendo al contacto con cada hoja, con cada rama, para vol-
ver a cerrarse acto seguido con la formación de cadenas finas de
remolinos. Además de las enormes cantidades de superficies que
constituyen sus hojas, en la vida de un bosque entran enjuego asimis-
mo esas «hojas de aire» que se crean en la atmósfera; son, por así
decirlo, las estelas de las verdaderas hojas; cada una de ellas, al igual
que cada aguja de abeto da origen al nacimiento de esas «superfi-
cies» de demarcación que ya hemos descrito.
Lo mismo ocurre cuando un pájaro, mariposa, o algún otro insecto
vuela por el aire. También allí el aire es escindido en innumerables
superficies. Nos podemos imaginar este proceso en un bello día de
verano, cuando miríadas de insectos sobrevuelan una pradera. Surge
otra pradera invisible, hecha de aire, que aparece y desaparece a
cada instante, constituida por las alas de los insectos. Estas no son
más que lámelas de aire que giran creando remolinos, todavía más
complicados por el efecto de las antenas y del borde dentado de las
alas: cuando el aire es subdividido y abierto de tal manera, parece
como si se le dotase de una sensibilidad sutil. En realidad el aire
surcado así de vibraciones y de ruidos, se vuelve «sensible». A
menudo podemos observar un «cuerpo aéreo» que corresponde a
un enjambre de moscas o mosquitos que danzan en el aire al atar-
decer. Esta nube de insectos abre el aire con sus rápidos movimien-
tos de alas, en grandes superficies y lo tornan sensible. Si silbamos
o tarareamos una melodía alrededor del enjambre, podemos obser-
var como éste será de alguna manera influenciado como por una
mano invisible. Tan pronto se estirará a lo largo o se ensanchará o
se desplazará como una ola invisible alejándose y acercándose. El
aire y el enjambre están unidos en un solo «cuerpo». Cada insecto
individualmente se comporta como una célula en un organismo.
Podemos igualmente, en plan experimental provocar semejantes
formas aéreas sensibles. Nos es suficiente para ello proyectar; por
una ranura, un fino chorro de aire en el aire en calma. Esa lámela
de aire equivale a una superficie recortada en el aire por un ala de
insecto. Sabemos que esta ala delimita en el aire en calma una su-
perficie a lo largo de la cual nacen ondulaciones y enrollamientos.
La lámela de aire que sale de la ranura se comporta como la super-
ficie que origina un insecto o una hoja. A l contacto con el aire en
calma que le envuelve, ella se ondula y se enrolla. Podemos consi-
derar la pared de la ranura como un obstáculo, teniendo en cuenta
que las agujas de un abeto cuando el viento sopla forman entre ellas
hendiduras de este tipo y que al fin y al cabo cada aguja constituye
un obstáculo.
Además, una ranura puede ser considerada a priori como un obstá-
culo, pues ella representa para la corriente de aire que la atraviesa un
estrechamiento y por lo tanto una resistencia considerable. Aquí ocu-
rre de nuevo como en el agua: una corriente de agua que contornea
un obstáculo o que tenga que pasar por una hendidura da lugar a las
mismas cadenas de remolinos pero con un sentido de rotación inver-
so para cada torbellino, dependiendo del caso.
En vez de aire podemos hacer salir por la ranura un gas combusti-
ble al cual hacemos entrar en combustión, esto facilitará la visión de
los fenómenos internos y ofrecerá ventajas técnicas con miras a
poder fotografiar. Debemos este método sobre todo a P. E. Schiller
que fue el primero en aplicarlo al estudio minucioso de la «llama
sensible al sonido». Cada sonido, cada vibración aérea se inscribe
en estas llamas y les contiene una estructura exactamente igual a la
de un enjambre de mosquitos (las fotos 67 a 70 muestran las formas
que aparecen en las llamas sensibles bajo la acción de diversos
instrumentos de música que emiten la misma intensidad de sonido).
Cada instrumento tiene su sello especial el cual se expresa de for-
ma visible gracias a estas formas móviles. Hay que tener en cuenta
que en general, una nota emitida por un instrumento está compues-
ta por una multitud de notas —el tono fundamental y los armóni-
cos— que determinan el sello característico del instrumento; este
sello es el que se imprime en la llama. Pero la palabra humana
posee también un timbre (sello peculiar) que expresa la naturaleza
de la persona y el carácter espiritual de su alma (fotos 62 a 66). En
último análisis es el alma la que habla por la sutileza de la voz y por
su timbre. La llama es análoga a un órgano sensorial sutil del estilo
del oído.
Podríamos decir a la inversa que el órgano del oído, y particular-
mente el oído interno, representa un tipo de llama sensible al soni-
do, pero transportada al dominio de lo líquido. La lámela de aire en
movimiento que sale de la ranura, en la experiencia descrita ante-
riormente, se corresponde con la membrana basilar del oído inter-
no, la cual también oscila bajo la acción del sonido, dando origen a
remolinos a ambos lados de la misma. Vemos reaparecer en el
oído interno el motivo de una superficie sensible con sus cadenas
de torbellinos. Dependiendo del grado de agudeza del sonido la
generación de. torbellinos será más o menos acentuada en la parte
alta, media o baja de la membrana: abajo para los sonidos agudos,
en la proximidad de la ventana oval; arriba para los graves, cerca
de la cúpula del caracol (ver el capítulo sobre el oído). Todo esto
está prefigurado en la llama sensible: bajo la acción de sonidos
agudos se acorta y se despliega, sobre todo en la parte inferior.
Bajo la acción de sonidos graves se alarga y se estira en la parte
superior. Toda la forma de la llama sensible se enrolla, igualmente,
sobre sí misma, imitando la bien conocida forma espiral de la mem-
brana basilar del caracol. La llama se enrolla completamente como
una tira de papel que sostuviéramos por un extremo y
embobinásemos. Por otra parte, esta cinta de aire en espiral se va
ensanchando hacia su vértice, al igual que ocurre con la membra-
na basilar a medida que se va aproximando hacia la cúpula. (Sa-
bemos que al mismo tiempo va describiendo una espiral). Aquí no
podemos detenernos a desarrollar esta comparación de la llama
con la membrana basilar en todos sus detalles; lo que acabamos
de explicar permitirá comprender mejor lo que vamos a conside-
rar a continuación. Añadiremos sin embargo a todo esto que las
mismas vibraciones, los mismos movimientos animan tanto lo «pe-
queño» como lo «grande». Pues las grandes cadenas de remolinos
de la atmósfera con sus «frentes», son superficies sensibles que
se reproducen en miniatura en el oído interno del hombre. Son la
música de los mundos, las armonías de las esferas las que actúan
tanto sobre las membranas de aire de los «frentes» como en el
oído humano. «Nada hay dentro, nada hay fuera, pues aquello que
está dentro está fuera». En la experiencia expuesta anteriormen-
te, la sensibilidad de los chorros de aire está en función de la velo-
cidad de su corriente. La mayor velocidad se alcanzará experi-
mentalmente cuando el chorro empiece a zumbar, es decir, cuan-
do sea subdividido en una infinidad de minúsculos torbellinos como
en el caso del enjambre sensible de insectos. Entonces el mundo
de la sonoridad, que es de un orden superior, puede actuar desde
el exterior sobre ese cuerpo aéreo. El sonido se hace visible y se
nos presenta como una forma en movimiento. Hemos visto algo
parecido cuando estudiábamos las propiedades cósmicas del agua.
La armonía superior de los mundos estelares y planetarios trans-
forma las cualidades internas del agua que le son subordinadas.
Para el aire, así como para el agua, el movimiento se transforma
en sensibilidad y puede servir de instrumento a una entidad de
orden superior. El movimiento prepara todo acto de creación; al
igual que antes de dejar la semilla en la tierra hay que remover,
airear y labrar los campos.

Como explicábamos antes, las llamas sensibles también pueden reac-


cionar con la voz humana. Ésta con su enorme capacidad de producir
todo tipo de variaciones, puede influenciar la llama de la forma más
diversa. Podemos considerar que en el reino del aire, el verbo es un
verdadero creador de fuerzas.
Podemos variar las experiencias al introducir un pequeño obstáculo
en el chorro sensible de aire. Como consecuencia, el chorro de aire
Cadena de remolinos originada por un sonido j
s e d después de haber rodeado el obstáculo,
v i d e e n d o s p a r t e s q u e j

de órgano (según Corriere). s e i


v u juntar. Podemos también disponer de chorros aéreos
e v e n a

desde el comienzo, de tal manera que se encuentren formando un


ángulo más o menos agudo (Carriére). En ambos casos nacerán on-
das o cadenas de remolinos de una velocidad tan grande que resona-
rán, lo cual actúa a su vez sobre el chorro sensible. A partir de seme-
jante tipo de interferencia, comienzan a aparecer formas cada vez
más complejas que ponen todavía más en evidencia las leyes del ele-
mento aire. Volvemos a encontrarnos con figuras características que
aparecen en el mundo de los pájaros y de los insectos. En último
análisis resultan ser las leyes del aire las que crean los cuerpos de
estos animales y todo su comportamiento no hace más que manifes-
tarlo. También su forma de construir lleva fuertemente impreso el
122 sello de su origen aéreo o a veces acuático. A l estudiar este sector de
Convergencia de dos chorros de aire bajo
diferentes ángulos (según Corriere).

la naturaleza percibimos la inmensa riqueza de formas que la dispone,


de la que cada ser toma un elemento particular y lo «condensa».
Resumiendo: las llamas sensibles nos muestran cómo el aire es re-
ceptivo a todos los impulsos formativos que actúan en él o sobre él.
Cuanto más diversificado es el impulso, mayor será la diferenciación
del chorro de aire o de la llama. De todos los sonidos naturales, la voz
humana, el lenguaje humano posee la gama más amplia de variacio-
nes. En él nos encontramos con todas las formas que hemos descrito
anteriormente. ¿No es acaso como si la naturaleza misma nos estu-
viese mostrando que el verbo es la fuente de sus formaciones más
infinitamente diversificadas?

123
Sobre la esencia espiritual del aire

El orden según el cual enumeramos habitualmente los elementos


(sólido, líquido, gaseoso) nos revela ya algo sobre su esencia. Está
bien fundado el situar lo sólido en la base, pues su superficie está
recubierta en gran parte por las aguas; por encima de ella se eleva
la capa atmosférica, que va perdiéndose poco a poco en el espacio
cósmico. En tanto que lo sólido pertenece por completo al globo
terrestre, lo aéreo queda totalmente liberado de él y el agua se man-
tiene entre ambos, en el medio. Ella dirige todos sus esfuerzos a
traer lo sólido y lo aéreo a su esfera mediana, disgrega y disuelve lo
sólido, absorbe e incluye lo gaseoso. Se entrega a la atmósfera, la
penetra y la une íntimamente a la tierra mediante los fenómenos
meteorológicos. En razón de estas acciones y reacciones entre el
agua omnipresente y los otros dos elementos, es necesario que rea-
licemos un examen detallado para determinar cuál es el ser real del
aire.
Una diferencia característica se deduce del comportamiento de es-
tos tres elementos en aquello que concierne al movimiento. Mien-
tras que el aire tiene libertad de movimiento, lo sólido se mantiene
completamente inmóvil. Aquí todavía se mantiene el agua en el pun-
to medio entre lo sólido y lo aéreo, pues no realiza desplazamientos
demasiado rápidos; guarda una actitud intermedia entre la agitación
y la inmovilidad. Las velocidades demasiado rápidas —aquellas que
le imponemos, por ejemplo, al hacerla correr por el interior de un
conducto— son ajenas a su naturaleza. En las cascadas naturales
el agua que cae se disgrega inmediatamente en gotas y en brumas
que caen de esta manera suavemente hacia el suelo. El agua a la
que se le imponen velocidades excesivas se evapora y adopta las
leyes del aire. Las corrientes de aire, por el contrario, se inclinan a
tomar grandes velocidades. El aire puede desplazarse rápidamente
y en grandes masas debido a que el margen del cual dispone oscila
entre la inmovilidad y la rapidez más extremas. Mientras que para
el agua es natural el repetir sin cesar el mismo juego, por ejemplo,
alrededor de una piedra en un riachuelo, lo característico del aire es
hacer constantemente algo nuevo, variar su dirección, su tamaño, a
menudo de manera imprevisible, por esto se le puede considerar el
agente lleno de fantasía del viento, de las formaciones nubosas y de
las inclemencias del tiempo. A los calentamientos y enfriamientos
más débiles el aire responde espontáneamente con la dilatación y la
contracción.
Pero éstas representan para el aire pérdidas y ganancias de densi-
dad y por lo tanto cambios de peso. Esta es la razón por la cual
asciende y desciende en la atinósfera. Este ritmo es como un pro-
ceso respiratorio que recorre la totalidad de la envoltura aérea de la
tierra. Lo habíamos visto ya a gran escala cuando hablábamos del
proceso respiratorio de los continentes. En este respirar se encuen-
tran la esencia del aire con la esencia de lo anímico, de tal manera
que el aire se convierte en el sustrato corpóreo de lo anímico.
Entre la densificación y la pérdida de densidad, el aire tiene la capa-
cidad de vibrar en ondas muy pequeñas que le convierten en el
portador del mundo sonoro. A l igual que la gran movilidad del aire,
esta aptitud vibratoria descubre ante él inmensas posibilidades. La
multitud de sonidos y de ruidos es casi infinita, sin contar con los
que el hombre añade con su palabra y su música. ¿No percibimos a
través del sonido, de los ruidos y las voces, la esencia de un ser o de
una cosa? ¿No nos conmueve el bramido de la tempestad o el ver-
nos envueltos de pronto por el vuelo jubiloso de una alondra, o el
murmullo de los grillos en una noche de verano? Cada criatura se
expresa conforme a su especie y su sonoridad en un mensaje aní-
mico. Todo un mundo se abre, un mundo interior lleno de matices
anímicos. Pero el elemento anímico del aire no se expresa solamen-
te mediante sonidos, él habla además en los juegos de la luz y del
color; ¿cuántas metamorfosis vemos en la atmósfera cuando apa-
recen los esplendorosos colores de la aurora y del atardecer, así
como en los cambios atmosféricos con sus nubes, vientos y lluvias?
Estos son procesos anímicos que se expresan tanto a través de los
colores, como por los sonidos y las formas. El aire ha materializado
su propia vida en las criaturas que le pertenecen: los pájaros y los
insectos; hay algo del ser del aire que se hace visible a través de
sus colores, audible a través de sus emisiones sonoras. Todo obser-
vador de la naturaleza sabe lo extremadamente unidos que están
estos animales a su elemento. Ellos viven inmersos en el gran pro-
ceso respiratorio estacional de la atmósfera, así como en los ascen-
sos y descensos de las corrientes de aire. Forman parte del paisaje
y del alma del mismo. Hemos visto cuando estudiábamos el vuelo
de los pájaros y de los enjambres de insectos que tales animales
obedecen a las leyes del aire hasta en su estructura corporal. Sus
alas se mueven según éstas leyes y la elasticidad de los músculos,
en último análisis, no es más que una forma hecha carne de la elas-
ticidad del aire.
El alma de los animales, de alguna manera, juega sobre su cuerpo
de carne y su cuerpo de aire. El aire se convierte así en substancia
portadora de alma.
Los elementos están escalonados según un cierto orden. Siguiendo
este orden, el espíritu desciende en la materia y puede tomar cuer-
po. Las leyes de los planetas con su perpetuo orden matemático se
manifiestan en las leyes numéricas del sonido, después siguen des-
cendiendo al mundo líquido en el que se hacen mudas. Ahí entran
en el campo de los fenómenos visibles bajo la forma de las leyes
numéricas de la materia y de las formaciones orgánicas. Éstas son
las fuerzas del cosmos que descienden y que se imprimen en el
mundo terrestre por medio del aire y del agua.

126

•—• —ir
El verbo cósmico creador

«Habla, oh hombre,
pues hablando manifiestas el devenir de los mundos.»
Rudolf Steiner

A lo largo de este estudio hemos tratado de hacer comprender cómo


a través de la multiplicidad de los fenómenos de la naturaleza, se
transparenta un «ser» o una «esencia» que encuentra gracias a ellos
la forma de expresarse. Hemos tratado de mostrar mediante nume-
rosos ejemplos que tanto en el agua como en el aire se crean for-
mas, pero que son los movimientos los que las engendran. Esos
movimientos emanan de una esencia espiritual real que desciende
del mundo ordenado de los astros tomando cuerpo en las formas
estables de nuestro mundo terrestre por los movimientos envolventes
del agua y del aire. En todos los grados de ese descenso el movi-
miento en sí es siempre un instrumento del que se sirve lo espiritual
para actuar en los elementos.
Cuando considerábamos el desarrollo del embrión, es decir, de un
organismo naciente a partir de un estado líquido, nos veíamos im-
pulsados a considerar los movimientos que en él, alrededor de él y
sobre él tienen lugar, y que los van modelando según planes invisi-
bles. Estos movimientos no dejan siempre la marca perceptible en
el organismo terminado, ellos recuerdan a las hábiles manos del
alfarero que van trabajando la vasija por dentro y por fuera y que
desaparecen de la escena una vez que terminaron la obra. Esos
movimientos del agua proceden de la voluntad y del espíritu de un
«ser». Sin embargo, las fuerzas formativas a través de las cuales la
«idea» de cada forma se imprime en los elementos, influyen antes
sobre el tipo de movimiento; cuando la forma está acabada, el mo-
vimiento formador abandona su obra y reaparece en forma de fun-
ción que la criatura puede ejercer por ella misma a partir de ese
momento. La laringe humana nos ofrece uno de los ejemplos más
bellos del resurgimiento de los movimientos creadores a través de
las funciones motoras del órgano que ellos han creado. En el fun-
cionamiento de este órgano nos encontramos todas las formas de
movimiento que hemos descrito a lo largo de esta obra. Es decir,
todos los movimientos de los que se sirve la naturaleza para engen-
drar sus innumerables criaturas. Todos los movimientos que éstas
pueden realizar nos los volvemos a encontrar en la laringe en fun-
cionamiento como en una asamblea de entidades creadoras, pues
este órgano dispone de una gama motriz cuasiinfinita que le permite
matizar la corriente respiratoria e imprimir en ella las figuras móvi-
les que se convertirán en lo que es la voz, el timbre y la palabra.
Si examinamos la estructura de nuestra laringe y sus órganos anexos,
observamos que este conjunto está poco diferenciado en cuanto a
la forma, pero en cambio sus posibilidades motrices son de una va-
riedad inmensa. Una multitud de grupos musculares y articulares
está integrado en un sistema complejo con vistas a modificar la
corriente de aire y a transformarla en palabra. Esta corriente de
aire encuentra a su paso numerosos accidentes y obstáculos. Hen-
diduras, bordes elásticos, sacos anexos, ramificaciones, todos ellos
de una elasticidad y maleabilidad extremadamente diversa (cuer-
das vocales, epiglotis, velo del paladar, úvula, lengua, dientes, labios,
etc.). Cada uno de estos órganos contribuye a elaborar el soplo
respiratorio. Todos juntos le darán una configuración que puede te-
ner infinitas variantes.
Anteriormente hemos hablado del chorro sensible que constituye
una corriente de aire saliendo por una ranura estrecha. En la laringe
nos encontramos con el fenómeno correspondiente. El aire proce-
dente de los pulmones debe pasar por el estrechamiento existente
entre las cuerdas vocales (sería quizá más correcto denominarlas
«labios vocales»). El aire las hace vibrar y esta vibración repercute
sobre el mismo y lo subdivide en ondas rítmicas que son el origen
del sonido audible. Inmediatamente los diferentes órganos anexos
lo modifican a su alrededor. Según los cambios de forma de las
cavidades de la garganta y de la boca, el sonido se disociará en
numerosos armónicos. Algunos de ellos son reforzados, otros serán
debilitados y de ello resultará un timbre de cualidades peculiares al
que denominaremos «vocal». El origen de la vocal es, no obstante,
la parte estrecha de la laringe situada entre las cuerdas vocales.
Por lo demás, gracias al paladar, a la lengua, a los dientes y a los
labios, el hombre puede estructurar la corriente de aire en «conso-
nantes».
Las cuerdas vocales son el lugar donde toda la vida anímica del
hombre se adueña de la respiración y la transforma convirtiéndola
en su medio de expresión. La corriente amorfa de aire que sale del
pulmón ha sido engendrada por un acto voluntario. A nivel de las
cuerdas vocales es modelada por la vida de la conciencia del alma
que quiere comunicarse con el mundo exterior (articulación). El aire
que era amorfo todavía al salir del pulmón, se vuelve completamen-
te diferenciado al abandonar el órgano de fonación. Ha sido dividi-
do hasta el más alto grado de sutilidad en ondulaciones, vibraciones
y torbellinos: se ha convertido en una estructura concreta en conti-
nua metamorfosis, es la movilidad tan compleja del órgano de
fonación la que ha transformado el movimiento indiferenciado del
1
aire en un rico conjunto de figuras .
Hemos visto cómo, gracias a la elasticidad del aire, las vibraciones
finas estructuran «las llamas sensibles con el sonido». En la laringe
son los matices sutiles del psiquismo los que actúan sobre la elasti-
cidad de las cuerdas vocales. La «llama sensible» era influenciada
por una fuente sonora situada a cierta distancia. En cambio en este
caso la fuente de influencia se encuentra en las paredes mismas de
la ranura, es el alma la que comunica a las cuerdas vocales elásti-
cas sus tensiones y distensiones, sus simpatías y antipatías. Ella
tensa estos órganos o los relaja en diversos grados, los alarga o los
acorta, estrecha o ensancha la ranura según ritmos lentos o rápi-
dos. También es el alma la que desencadena los movimientos de los
órganos anexos.
Ya hemos visto que el aire puede ser portador del alma y que gra-
cias a sus propiedades elásticas puede convertirse en instrumento
de ésta con sus movimientos de expansión y contracción (simpatía
y antipatía). Hemos percibido en la laringe una maravillosa colabo-
ración de tres factores que son: el aire, el alma y la elasticidad. Las
cuerdas vocales y los grupos musculares de la laringe reproducen
el juego completo de elasticidad del aire atmosférico. Aquí, la rique-
za interior del alma humana se vuelve perceptible físicamente, pues Vista posterior de la laringe humana.
son auténticas figuras aéreas las que nacen con cada palabra. Po-
demos hacer visibles esas formas aislando ciertas fases del movi-
miento perpetuamente cambiante que tiene lugar en la laringe y
realizándolas en el exterior de forma experimental. Dado que el
aire y el agua tienen multitud de rasgos comunes podríamos, tenien-
do en cuenta ciertas reglas, transponer los movimientos rápidos del
uno por los movimientos lentos del otro.
Cuando el aire o el agua surgen de una abertura se originan en el
seno de dichos elementos las cadenas de remolinos que ya hemos
estudiado (foto 24). También podemos desencadenarlas moviendo
un bastoncillo en línea recta a través del aire o del agua. Una única
génesis de cadenas de remolinos en la laringe no corresponderá,
bien entendido, más que a una emisión sonora muy simple debido a
una posición determinada del aparato fonador (foto 29). Pero si el
impulso es repetido muchas veces seguidas, esto modificará su for-

1
Toda esta exposición concierne a la formulación de sonidos hablados y en absoluto
al contenido «pensado» de la palabra. 190
ma debido a que el segundo impulso superpuso alguna figura a las
de la primera y así sucesivamente (foto 31). Si en otro caso esos
impulsos difieren de naturaleza así como de intensidad (por ejemplo
las vocales y consonantes de una palabra), entonces en un tiempo
brevísimo aparecerán sobreimpresiones y superposiciones de una
extrema complejidad. (Foto 32.)
Recordemos ahora que para dar forma a un órgano, por sencillo
que fuese, se requería la colaboración de numerosas corrientes y
movimientos formadores: comprenderemos por qué la composición
combinada de los movimientos de la laringe da origen a multitud de
formas orgánicas en el aire. Podemos así ver con nuestros propios
ojos cómo del verbo nacen formas y figuras. En la foto 32 distingui-
mos claramente en el interior de una gran forma rítmica otras más
pequeñas que parecen órganos y todas están en comunicación las
unas con las otras. Es como una imagen calcada de las corrientes
invisibles de las fuerzas que armonizan entre ellas las diferentes
partes de un organismo viviente. Es verdad que lo que vemos en
esas fotografías no nos muestra más que estadios primitivos, sin
embargo nos ayuda a hacernos una idea, una imagen de las poten-
cialidades infinitas del movimiento (ver también las fotos 29 a 32).
Estas posibilidades son de una riqueza inimaginable tanto en la na-
turaleza como en la laringe humana. Dado que el hombre resume
en su organismo la creación terrestre, es capaz de engendrar en su
laringe no solamente la totalidad de formas existentes fuera de él,
sino más aún, su suma completa, es decir, la forma humana. Él
reproduce y reúne en el órgano de la palabra todos los movimientos
que le han creado a él mismo. Desde este punto de vista podemos
decir que lleva en su laringe «un segundo ser humano», un hombre
que es de movimiento puro. Éste es uno de los misterios profundos
del génesis bíblico, donde se dice que Adán podía dar un nombre a
todos los seres y a todas las cosas, al igual que a sí mismo, es decir,
expresar el secreto del hombre. Él poseía este don porque la Divini-
dad antes le transmitió su energía creadora, su «soplo». Y así le
modeló. Son el Verbo cósmico creador y el movimiento espiritual
original los que han creado al hombre y su laringe para resurgir en
Laringe humana vista desde elfrente. la palabra humana. No hay que sorprenderse, por lo tanto, de en-
contrar en la laringe misma las leyes del Verbo creador. El esquema
adjunto nos muestra una vez más los movimientos esenciales de las
corrientes fluidas que aquí se han densificado en forma de órganos
y se han dispuesto en las formas de músculos y cartílagos del órga-
no de fonación.
«Cada vez que un hombre habla, reproduce parcialmente aquello
que fue la creación del hombre en tiempos inmemorables. Él fue
antes una forma de aire modelada en las profundidades del cosmos
eterice-. Después se convirtió en una forma líquida y más tarde devino
sólida. Al hablar volvemos de alguna manera a los tiempos del naci-
miento cósmico del hombre...» (Rudolf Steiner, extracto de la con-
ferencia del 24-6-1924).
El río del Verbo mana del hombre como si se tratase de una espada
flamígera, aportándole revelaciones sobre el misterio más profundo
de sus orígenes. Es la «llama sensible» nacida de su voluntad; en
ella el hombre imprime su «meteorología anímica» y comunica esta
llama a su entorno, que la recibe y la comprende. Allí ella es recrea-
da por segunda vez en la actividad del oído que escucha. Por otra
parte constituye el fundamento tanto del oído como de la laringe. En
estos dos órganos ella es el verdadero instrumento creador, todavía
en estado amorfo y que mora en la esfera puramente funcional del
movimiento. Vive en un dominio intermedio donde nacen las for-
mas; es la «superficie de contacto» sensible, la puerta de entrada
por la cual pueden penetrar en el mundo de las substancias terres-
tres las acciones imponderables. Hemos encontrado superficies
sensibles semejantes a gran escala, en los frentes de las perturba-
ciones atmosféricas, con los fenómenos térmicos; ellos constituyen
allí arriba los «oídos» de la atmósfera que perciben las armonías
descendiendo de la bóveda estrellada, y son igualmente las laringes
por las que se expresa el cosmos estelar, dando origen a los matices
caprichosos meteorológicos inherentes al mundo terrestre. En es-
tos vastos «frentes» de aire, al igual que en nuestra laringe en mi- Corte sagital efectuado a nivel de los órganos
niatura, se crean formas que representan toda la gama de forma- encargados de la fonación (según Corning).
ciones naturales, gama que el hombre resume en sí mismo pues en
él confluye el verbo creador del universo: «... y todas las cosas
fueron hechas por el Verbo y sin él nada se hizo de cuanto ha sido
hecho».
Anteriormente citábamos las posibilidades motrices de la laringe.
Ahora vamos a llamarlas por su propio nombre. De entre las múlti-
ples posibilidades, se destacan algunos gestos primordiales típicos
que siempre se repiten y que tienen un nombre: las vocales y las
consonantes. Estos elementos originales pasan sin ser modificados
por todas las lenguas y por todas las épocas. Desde luego, la multi-
tud de movimientos de la laringe se originan en estos vocablos ini-
ciales procedentes de lo espiritual. Ellos son realmente los vocablos
que han dado nacimiento a todas las formas existentes en la natura-
leza. El verdadero nombre de una cosa no es pronunciado más que
cuando las vocales y las consonantes que lo componen engendran
efectivamente en el aire las formas móviles de esa cosa. No existe
nada en la naturaleza que no pueda ser nombrado por la palabra,
Aquello que el hombre nombra lo recrea en la atmósfera en la me-
dida en que su lenguaje participe todavía en el gran lenguaje primor- 131
dial. Todo aquello que nos rodea participa de estos gestos primor-
diales. En cambio, tan sólo el ser humano tiene todo el alfabeto
cósmico a su disposición.
En tiempos antiguos se sentía todavía la especificidad de cada uno
de estos vocablos, eran gestos de determinadas fuerzas astrales
que, en auténticas visiones, eran percibidas como formas anima-
les. Se ponía el mundo de las consonantes en relación con las
estrellas del zodíaco, mientras que el de las vocales se vinculaba a
los planetas más móviles. La palabra hablada por lo tanto hace
algo más que denominar intelectualmente a una cosa, es algo más
que un «nomen»: es una realidad espiritual concreta y creadora de
formas.
Hemos visto que la laringe contiene en sí misma todos los gestos
primordiales que cqnducen a la forma del cuerpo humano, o sea un
«segundo hombre» en estado de movimiento puro. Podemos por lo
tanto vernos llevados a hacer visibles estos gestos gracias a los
movimientos ejecutados por el cuerpo humano tomado en su totali-
dad. En este sentido fue creado un arte del movimiento que toma el
cuerpo humano como medio de expresión en concordancia con las
leyes de su génesis en el alfabeto cósmico. Rudolf Steiner creó este
nuevo arte y le dio el nombre de «Euritmia», al mismo tiempo que
revivificó la dicción, o el arte de la palabra sobre las mismas bases
espirituales. La euritmia es la plenitud de gestos primordiales etéricos,
siempre en movimiento, manifestados a los ojos por todo el cuerpo
humano. Estos gestos son idénticos a los movimientos ocultos por
los cuales la laringe modela el soplo de aire. Pero el ser humano no
posee únicamente el don del Habla. Es también productor de soni-
dos musicales y puede hacerlos también visibles mediante los movi-
mientos de su cuerpo en concordancia con todas sus leyes reales.
El lenguaje y la euritmia son una misma cosa en doble manifesta-
ción: una en forma sonora y la otra en forma visible. Aquello que dio
origen al universo y al ser humano fue la euritmia de las entidades
divinas. El lenguaje y la euritmia son dados al hombre porque es él
mismo el que está llamado a convertirse en creador a partir del
espíritu.
«El hombre tal como aparece ante nosotros es una forma acabada;
pero esta forma es una fuente de movimiento; ha sido engendrada
por formas arquetípicas que se plasman y después se independizan.
No es lo móvil lo que procede originalmente de lo inmóvil, sino lo
inmóvil lo que procede de lo móvil, y por la euritmia nos remonta-
mos a aquellos movimientos primordiales.
»¿Qué es lo que el Creador obra en mí como ser cuya naturaleza
humana ha sido extraída por Él de la esencia original del universo?
Las formas eurítmicas responden a esta cuestión:
»Dios euritmiza y el resultado de la euritmia divina es la forma hu-
mana.» (Rudolf Steiner, extr. conf. 24-6-24.)
Que hablemos del agua corriente o del aire en movimiento, de la
formación de los órganos o de los movimientos del cuerpo humano,
del lenguaje, de la euritmia, o aun de los movimientos ordenadores
de los astros, todo ello no es testimonio más que de una y misma
realidad: la de los gestos primordiales del alfabeto cósmico, la del
Verbo universal, que dan origen al hombre y a la naturaleza utilizan-
do un solo elemento: el movimiento.
Apéndice

Las formas de las corrientes en el arte

Los capítulos precedentes han tratado de mostrar lo que la natura-


leza nos pregunta como un abanico abierto, bien expuestos todos
los arquetipos de forma y movimiento que nos volvemos a encon-
trar en el hombre. Dijimos que las formas y los movimientos del
universo confluyen en el organismo humano, en el cual son reunidos
en una unidad superior pero el hombre puede reunir en torno suyo,
gracias a su palabra, un reflejo de esos arquetipos que le distingue
de las otras criaturas. Las sonoridades que emanan entonces de él
son ecos debilitados del Verbo creador. En épocas en las que se
conservaba todavía el conocimiento de este misterio se tenía la pa-
labra por algo sagrado. No se osaba utilizar, ni cultivar, ni transmitir
los poderes del verbo más que en lugares privilegiados. Más tarde
el poder creador de la palabra se perdió y el lenguaje devino en un
simple medio para hacerse comprender. Acerca del poder que el
lenguaje tenía antiguamente no sabemos mucho hoy en día. Aquello
que se practicaba secretamente en los santuarios ha desaparecido
sin dejar rastro alguno. Como mucho, reconocemos algunos vesti-
gios en obras de arte raras que nos permiten adivinar la fuerza con
la que el Verbo creador debió fecundar la vida espiritual de algunos
pueblos. En estas raras obras de arte volvemos a encontrarnos con
muchas de las formas que describíamos cuando estudiamos el agua
y el aire.
La foto 81 nos muestra una piedra del umbral de un recinto de
iniciación de la edad de bronce en Irlanda (New Grange). Podemos
presentir aquí a partir de qué fuerzas era realizada la iniciación so-
bre los misterios del universo en aquella época, así como el tipo de
impulsos civilizadores que debieron surgir de semejante lugar. El
complemento arqueológico de New Grange con los tres recintos
excavados hasta ahora, no deja de tener ciertas analogías con la
pintura mexicana que reproducimos en la página siguiente, titulada
las siete cavernas. Tanto en una como en otra hay «guardianes»
presentes a la entrada. En New Grange es el poderoso mojón gra-
bado con espirales. En la pintura mexicana hay numerosas figuras
humanas entre las cuales se encuentra sin duda el candidato a la
iniciación. Dos de los personajes se hablan, y la palabra, simboliza-
da ahí por los remolinos visibles, va del uno al otro.
Las siete cavernas, extracto del Mito Tolteca sobre la patria primordial (según Seler).
11S
Ornamentos y formas de animales desarrollados a
partir del remolino (según Schuchard).

El mismo motivo se repite entre dos personajes que se encuentran


en el interior de la caverna. La entrada a las siete cavernas y su
encuadramiento están decoradas con semejantes torbellinos. El ac-
ceso a los secretos de las siete cavernas está representado por
huellas de pasos. El camino pasa obligatoriamente por entre los
guardianes y sobre el umbral de la corriente verbal del lenguaje. Se
trata probablemente de la misma corriente verbal que está repre-
sentada sobre la piedra de New Grange. La foto 82 nos conduce a
las civilizaciones célticas de la Europa continental. Sobre la piedra
grabada de Pfalzfeld aparecen un gran número de formas primor-
diales que hemos estudiado en esta obra. Reproducimos también en
la cabecera de la página una pintura prehistórica europea: un ani-
mal, con sus movimientos característicos es desarrollado a partir de
motivos de remolinos.
Los iniciados cristianos de los primeros siglos conocían asimismo
los misterios del verbo creador que ha tomado la forma humana
(foto 87). Lo que en dicha foto vemos completamente realizado en
esa crucifixión del siglo vui, está tan sólo esbozado en la piedra
irlandesa de Reask (esquema adjunto). Con medios primitivos se ha
representado el movimiento del verbo cósmico emanado del sol. La
foto 88 muestra un capitel de la iglesia romana de Oberstenfeld en
Württemberg. Representa «los espíritus de los cuatro confines del
mundo» que hacen brotar a partir de su verbo el pan, el vino y el
árbol de la vida, simbolizado por la flor de lis. El motivo de la flor de
lis es la forma tardía de representar el árbol de la vida (Seitz). No-
sotros aquí, voluntariamente, nos vamos a limitar a presentar estos
pocos ejemplos característicos. Nos encontramos muchos otros en
pueblos cuyas culturas han sido una comunión vivida con las fuer-
Piedra grabada de Reask. (Irlanda.) zas universales creadoras.

136
En el transcurso de los últimos siglos, todo aquello que ha sido rea-
lizado en el dominio de las artes muestra que estos secretos se han
ido alejando poco a poco de la conciencia humana.
Pero, ¿no es acaso la nostalgia de los orígenes olvidados lo que en
nuestros días los artistas manifiestan retornando a los elementos
más simples de la forma y del movimiento? ¿No nos muestra acaso
una parte del desgarramiento del arte moderno algo sobre una lu-
cha interior para reencontrar la integridad de la imagen humana en
el Verbo creador? ¿No es una nueva visión del ser humano lo que
está tratando de aflorar desde las profundidades del inconsciente?
Nosotros opinamos que la ciencia espiritual de Rudolf Steiner apor-
ta una respuesta a estas cuestiones.
Ampliando de forma lógica y consecuente el pensamiento científico
actual hacia el proceso de la vida, la conciencia podría ampliarse
hasta llegar a percibir los misterios espirituales del universo. De
esta manera, el pensamiento se vuelve capaz de adquirir un nuevo
conocimiento del ser humano que hará brotar nuevas fuentes de las
cuales podrá también beber el artista. Esta vía lleva a percibir espi-
ritualmente al verbo creador originario, que hace confluir en él las
sonoridades del alfabeto cósmico para engendrar al hombre y a la
naturaleza.

Escudo de danza pintado sobre madera.


(Islas Trobriand.)
Museo Británico (Londres).

Fragmento de una puerta sobre vaina de


palmera. (May River.)
Museo de los pueblos (Basilea).

137
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Listas de fotografías

/. El movimiento fundamental del agua es fluir en meandros. Los grandes ríos


se dirigen hacia el mar describiendo bucles. Bassin d'Arcadon (sudoeste
francés).

2. Tras cada piedra en el lecho de un río, se forman olas que permanecen


siempre en el mismo sitio y son atravesadas constantemente por nuevas
masas de agua.

3. Un complejojuego de olas se origina por el hecho de que las ondas capilares


finas de un río son transportadas sobre olas más importantes procedentes de
las riberas.

4. Estruendosas, espumantes y arremolinadas corren las aguas del riachuelo


con fuerza elemental entre las piedras.

5. Los trazos de las fuerzas de los torrentes son grabados en las rocas más
duras enforma de «molinos» de glaciar o de marmitas de «gigantes», llamadas
también marmitas de «hadas». Estas cavidades han sido excavadas por la
acción de piedras puestas en constante rotación por el agua del torrente.

6. La superficie de un río se riza en ondas capilares finas originadas por


obstáculos menudos.

7. Cuando olas de orígenes diversos se encuentran y se interfieren, aparecen


formaciones muy variadas.

8. En la zona próximo a las orillas, una gran variedad de ritmos se reencuentran


e interfieren.

9. El aguafluyendosobre la arena deja esta impronta.


10. En marea baja, sobre la arena o el fango quedan impresas estas formas
ramificadas. (Vista área.)

11. El agua imprime sus múltiples ritmos en el relieve de una playa.

12. Los surcos y relieves dejados por la marea en reflujo sobre la arena provocan
sin cesar la aparición de superficies curvas (helicoidales).

13. Las formas inmóviles inscritas en la arena delatan el papel que jugó el
movimiento.

14. Una culebra nadando. Su cuerpo, su movimiento y la forma de las olas se


funden en una unidad.

15. El lenguado y sus aletas parecen un juego de olas que hubiese tomado vida
16. Los juegos del agua con la arena también dan lugar tanto a formas vastas
como a filigranas más finas.
144
/ 7. Zas arterias principales del reguero se ramifican en sus extremos. El mismo
principio se expresa independientemente de las dimensiones, hasta en las
ramificaciones más tenues. (Foto tomada de cerca.)
18. Las superficies curvas helicoidales del agua corriente se hacen visibles cuando
el agua fluye sobre limo muy fino. Aquí percibimos los caracteres de las
formas orgánicas todavía en el período de movimiento puro.
19. Dependiendo de la velocidad y del declive, se modificarán lasformas impresas
por el agua corriente sobre elfango.
20. Las aguas limosas saliendo por una abertura plana se van sedimentando en
capasfinasen forma de lenguas.
21. La concha de la ostra, con sus innumerables láminas de calcio parece haber
sido formada como a partir de movimientos de agua corriente. El conocedor
puede deducir de la forma de sus depósitos el tipo de movimientos del agua
a partir de los que se desarrolló su concha.
22. Cuando el agua ha de rodear el contorno de unapiedra sumergida, aparecen
detrás de ésta «campanas de agua» que se alejan con la corriente, haciéndose
visible si el agua lleva barrofino en suspensión, gracias a la peculiar manera
que tiene de sedimentarse.
23. Cadena de remolinos tras un obstáculo en un río revuelto.
24. Cuando el agua, surgiendo de una abertura entra en un recinto de aguas
calmas, los remolinos se suceden rítmicamente.
25. Las cadenas de remolinos se forman igualmente cuando desplazamos un
objeto sólido en línea recta en aguas en calma.
26. Los remolinos se articulan con el agua en calma que los envuelve. Con una
iluminación y exposición adecuadas conseguimos hacer evidentes unas finas
estructuras (líneas defuerza) que se prolongan más allá de las superficies de
articulación.
27. Cadenas de remolinos tras un bastón estrecho.
28. Cadenas de remolinos tras un bastón ancho.
29. Un bastoncillo avanzando lentamente y en línea recta en el seno de un liquido
viscoso da origen a ondulaciones, pero no a torbellinos.
30. Cuando el movimiento del bastoncillo es más rápido se originan ondulaciones
más amplias.
31. Dos perturbaciones que se suceden rápidamente dan lugar a estas formas.
32. Muchas perturbaciones sucesivas dan origen a torbellinos más complejos:
numerosas pequeñas formas imbricadas en la forma general con la que
permanecen en «fluyente» contacto.
33. Mediante un tiempo de exposición adecuado se puede hacer visible la estructura
interna de una cadena de remolinos: entre ellos la corriente va describiendo
sinuosidades en forma de meandros.
34. Las cortezas y los nudos de las ramas presentan a menudo formas análogas
a las de un remolino: tronco de ciprés.
35. Corriente turbulenta detrás de una serie de obstáculos en forma de rejilla.
36. Vetas sobre un tronco de olivo.
3 7. Torbellinos detrás de una plancha haciendo obstáculo a la corriente. Sentido
de la corriente de arriba a abajo de la foto.
38. Madera de roble de montaña. A pesar de la dureza del material las formas
demuestran que se han originado a partir de movimientos en lo fluido.
39. También en pleno mar pueden formarse poderosos remolinos que muestran
todo el dinamismo del centro de succión.
40. Hasta en la roca más dura, en donde vemos laformación de los «molinos»,
nos reencontramos con la huella del movimiento helicoidal del agua.
41. La foto de este remolino efectuada bajo el agua muestra la superficie de
demarcación en espiral entre el agua y el aire aspirado.
42-43. A pesar del largo tiempo que tardan enformarse, las conchas de los moluscos
gasterópodos expresan de forma bastante clara el dinamismo del remolino.
Corte longitudinal en ambos ejemplos.
44. Desarrollo de hojas de heléchos.
45. Muchas plantas presentan una primitiva forma de mitra que desarrollan
para dar origen al limbo de las hojas. Retoño del lirio de los bosques.
46-47. Desembocadura de un hilo de liquido bajo la superficie de aguas en calma en
dos estadios sucesivos.
48. La mínima variación de esta experiencia (46-47) da origen a una multitud de
nuevas formas.
49-52. Desembocadura de un hilo de líquido en aguas en calma. Evolución de los
primeros estadios.
53-54. Aquí son prefiguradas varias formas orgánicas en estado de movimiento
puro. Formas de transición entre el agua en movimiento y el agua inmóvil.
55-58. Un anillo de remolino que asciende en el seno del agua evolucionando en
forma de estrella, cuya estructura se revela entonces a partir del «choque»
con la superficie.
59. Cuando una gota de agua cae sobre agua en calma da también origen a una
forma estrellada
60. Ascensión de una «campana» de agua.
61. Efecto de un sonido «in crescendo» de órgano sobre una llama sensible.
62-66. Ensayos en el aire: una pequeña corriente de aire o gas, sensible al sonido
tomará formas diferentes según sea lafuente sonora. Efecto causado por las
vocales habladas: a, e, i, o, u.
67-70. Diferentes instrumentos musicales ejercen una influencia específica sobre la
llama sensible: una misma nota difiere según la cualidad del timbre. 67:
violín bien tocado. 68: violín mal tocado. 69: flauta; 70: cuerno de caza.
71. El aire cediente asciende desde la campiñayse condensa enforma de poderosas
«torres» de nubes.
72. Una borrasca aproximándose.
73. Nubes «aborregadas» comenzando a rizarse. Comparar con foto número 8.
74. Juegos de formas en las nubes.
75. Muchas de las formas del agua en movimiento volvemos a encontrárnoslas
en las nubes.
76. Precipitación de una nube de granizo.
77. Cuando las corrientes de aire rozan las cumbres montañosas se originan
olas de nubes a gran altura.
78. Aborregamiento invertido: en vez de ver los abultamientos, vemos las
cavidades.
79. El aire en el agua y el agua en el aire conducen siempre de diferentes maneras
a las mismas formas. El aire adquiere forma de perlas cuando entra en el
seno de la corriente de agua.
80. El agua condensada en el seno del aire también adquiereforma de perlas con
eljuego del viento.
81. Piedra del umbral del túmulo de New Grange (Irlanda).
82. Pilar celta de Pfalzfeld.
83. Piedra de Gotland (Suecia).
84-85. Monumentos funerarios de origen griego.
86. Arbol de Jesse (árbol genealógico de Jesucristo). Detalle de la puerta de
bronce de San Zeno en Verona.
87. Crucifixión. Relieve en bronce (Irlanda, s. vm).
88. Capitel romano de la iglesia de Oberstenfeld (Württemberg). Los «espíritus
de los cuatro confines del mundo» hacen surgir a partir de su Verbo el pan,
el vino y el árbol de la vida.

Apuntes sobre las fotografías.

Akademische druck und Verlagsanstalt, Grazz: motivo Tolteca de


las siete cavernas. Museo Arqueológico de Atenas: fig. 85. Museo
histórico de Estocolmo: fig. 83. K L M Aerocarto, Amsterdam: fig.
10 (vista aérea). Museo nacional de Irlanda, Dublin: fig. 87. K.
Paysan, Stuttgart: fig. 15. Ray Delvert, Villeneuve s. Lot: fig. 1
(vista aérea). Rheinisches Landesmuseum. Bonn: fig. 82. W.
Roggenkamp, Stuttgart: figs. 7, 8,11,12,13,16,17,36,38,42 a45,
84. P. E. Schiller, Dörnach (Suiza): figs. 61 a 70. K. Stiilcken,
Hamburgo-Rissen:fig.14. Ullsttein Bilderdienst, Berlin,:fig.39. Las
fotos 2 a 6, 9, 18 a 35, 37, 40, 41, 46 a 60, 71 a 81, 86, 88, fueron
hechas por el autor de esta obra.
Sobre la técnica fotográfica utilizada para las fotos 25 a 32. Para
hacer bien visible la génesis de las estelas de remolinos en el agua,
podemos disminuir la velocidad del fenómeno añadiendo al agua un
líquido espeso como la glicerina. El agua se vierte en un recipiente
de poca profundidad y se deja en calma. Con un bastoncillo vertical
describimos un movimiento rectilíneo horizontal. Para facilitar la
observación y la toma fotográfica salpicamos la superficie con una
substancia finamente pulverizada (por ejemplo, Lycopodium).
Dependiendo de la dimensiones del bastón y de la velocidad de su
desplazamiento observaremos en el agua estelas de remolinos más
o menos acusadas.
3

• ••••• •• .
6
7
8
12
14
19
20
21
23
26
35
36
37
39
40
à

BjBSm

41
42
43
46 47
48
«i»
57 58
60
61 Anschwellender Orgelton

62 A 63 E 64 T 65 O 66 U
ioline
gut
ioline
alsch
Flöte
aldhorn
angestrichen angestrichen
f : i %
, fi if ft

71
72
TI

73
74
76
77
78
80
Wem die Natur
ihr offenbares Geheimnis
zu enthüllen anfängt,
der empfindet eine unwiderstehliche
Sehnsucht nach ihrer würdigsten
Auslegerin, der Kunst.

Goethe
Sprüche in Prosa

Aquel al que la Naturaleza


comience a develarle su
secreto manifiesto,
experimentará un anhelo
irresistible por conocer a
su más digno intérprete: el arte.

Goethe
Máximas en prosa
81
86
El agua es el elemento indispensable que aporta la vida y
la mantiene. Hoy en día las industrias y los municipios en
Alemania hacen grandes esfuerzos para conservar su
pureza y su fuerza viva al servicio del hombre. Si estos
esfuerzos tuvieran éxito, el agua dejaría de ser considera-
da materia prima muerta, un instrumento técnico al servicio
de la industria que de la energía motriz o un líquido incolo-
ro, inodoro e insípido como es denominado por definición
en los libros de texto escolares, pues el agua tiene su
determinismo interno, su vida propia.
El libro que presentamos tiene por objeto hacer conocer
estas propiedades y revelar por medio de ellas la verdade-
ra naturaleza del agua. El agua no cumple solo funciones
esenciales en el organismo de la tierra, sino también en el
mundo animal y vegetal: en ambos sirve de intermediaria
de las fuerzas que son generadoras de formas. Soporte de
toda formación viva y también elemento plástico, el agua
se presta en todo momento a ser modelada desde fuera;
es tal como dice Novalis <un caos sensible>

ANTRQPQSQFICA

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