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Augusto del Valle escribe sobre la muestra Transmutaciones/Transmutación crepuscular de Juan

Carlos Zeballos y su obra…

Hace poco, en una conversación telefónica Juan Carlos Zevallos (Arequipa, 1976) me confesó,
sobre esta serie de pinturas, «Muchos de estos abstractos tienen como punto de partida las
paredes atiborradas y abigarradas de los afiches del metro [de París], los muros y la publicidad
dispersa resulta tan colorida que me recuerda a los afiches chichas del Perú». No será
sorprendente, entonces, lector, asistir al hecho de cómo Zevallos se perfila como un artista
residente en Francia, desde el año 2014; una vida en París que él ha asumido con sorprendente
naturalidad. En esta exposición Transmutaciones/Transmutación crepuscular, el espectador se
asoma a este universo de transformaciones, que van de la captación atenta de Juan Carlos
respecto de su entorno urbano —la ciudad pre pandémica— hacia sensaciones asociadas a la luz,
como un crepúsculo, o al ojo de una tormenta, como un vórtice, entre otras metáforas que él
utiliza en sus títulos para describir el vínculo secreto y subjetivo entre color y significado.

Conozco a Juan Carlos hace cerca de 15 años. Quizá fue en 2007, cuando me tocó hacer un trabajo
de campo sobre la acuarela de paisaje en el Perú, cuando lo entrevisté por primera vez en alguna
de esas cafeterías cercanas a la plaza de armas de Arequipa, cuyo local —lo recuerdo vivamente—,
era una vieja casona de sillar. Recuerdo también, tras el paso de los años, de nuevas visitas y
conversaciones en la ciudad blanca, haberme enterado de sus viajes a distintos países como Brasil
y China, entre otros; viajes que él asumía como parte de su vida de artista y que, de mi lado, los
veía como una interrogante abierta respecto de cómo situar, en mis ingenuas cartografías, su
trabajo como pintor y artista. El lector desprevenido quizá no tenga en cuenta, que la acuarela en
el sur andino en el Perú, concretamente en Arequipa, es una tradición que recorre todo el siglo
XX. Y que, en los últimos diez años dicha escena experimentó una internacionalización creciente,
llegando los cultores regionales de la misma —cuya excelencia técnica sorprende a cualquiera— a
participar, con éxito, de distintos concursos multinacionales en Europa y en otros lugares del
planeta.

Y, sin embargo, uno no puede dejar de preguntarse ¿Qué valoración se otorga a la práctica de la
acuarela y a sus cultores en el siglo XXI? ¿Se jerarquiza a la pintura según esta sea realizada con
óleo o acrílico por encima de otros materiales?, ¿O, más bien, esa tendencia a jerarquizar ya no
existe más en este mundo globalizado y pandémico?, ¿por qué destacar el material —la acuarela
— de estas pinturas, por sobre su sentido y significado? Estamos ante una selección de cerca de 15
pinturas de Zevallos, en las que sin reconocer representación figurativa alguna uno recibe el
impacto sensible de múltiples colores en tondos y rectángulos, en imágenes cuya fuerza inusitada
seduce a simple vista. Fuerza que se ha estabilizado en un estilo propio, en una gama que va de un
extremo al otro del círculo cromático, fácilmente reconocible para quien ha seguido su
trayectoria, pero de sorprendente solidez para quien no está acostumbrado (sobre todo pienso en
públicos contemporáneos) a la factura de una mano que ejecuta, con maestría sostenida en el
tiempo por la práctica cotidiana, pero reinventada cada vez por una imaginación vivaz, emocional
y crédula todavía; en un mundo que la ciencia ficción del siglo XX hubiera llamado distópico, sin
mayores rodeos.

Augusto del Valle Cárdenas.

2 de febrero de 2021

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