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Análisis de la implicación.

Andrés Granese. Cursos Construcción de Itinerarios y Referencial de Egreso.


Montevideo – 2018.

Este texto surge de la necesidad de repensar el concepto de implicación a la luz de los cursos realizados en el
Módulo Referencial del PELP 2013, específicamente Construcción de Itinerarios y Referencial de Egreso.
Este concepto lo trabajamos en ambas instancias, con fines distintos en función de los objetivos de cada una,
pero entendiendo que es una noción central en la formación de los psicólogos.
Nos apoyamos especialmente en Lourau y Ardoino, pero aquí queremos retomar el concepto con un doble
motivo: para enriquecerlo y actualizarlo desde una perspectiva ontológica deleuziana y, en segundo lugar,
quisiéramos anclarlo, didácticamente, con las necesidades del curso y la vida cotidiana de nuestra Facultad.

Amaranta
Comencemos así:
Había huido de ella tratando de aniquilar su recuerdo no solo con la distancia, sino con un encarnizamiento
aturdido que sus compañeros de armas calificaban de temeridad, pero mientras más revolcaba su imagen en
el muladar de la guerra, más la guerra se parecía a Amaranta.
(Extracto de Cien años de soledad, GGM).

¿Por qué comenzar con un fragmento de Cien años de soledad? Primero: porque es bello. Segundo: porque
en su análisis podemos encontrar la punta de la madeja para comenzar a tirar de la idea de implicación.
Lo primero entonces: la belleza. Lo bello capta nuestra atención, nos saca de lo pragmático, lo obvio y
evidente y nos pone de frente a su presencia. Nos atrapa como Amaranta y la guerra han atrapado al sujeto
omitido de la cita. Con respecto al lenguaje, a las palabras, esa función (poner en presencia) la cumple la
poesía, en tanto acto de creación de lenguaje.
La poesía desterritorializa la palabra. La quita de su terruño, del lugar común que ocupa y nos pone de frente
a ella en una nueva zona, inexplorada, le da presencia y la deja allí, esperándonos, para ser vista y escuchada
por primera vez. Así se presentan las palabras en nuestra profesión: desterritorializadas y vueltas a poner en
presencia por primera vez.
Vuelva a la cita, relea, y encuentre la palabra que no conoce. Le doy un minuto… Eso es, sí, esa palabra es
“muladar”. No sea perezoso y búsquela en el diccionario. Puede descargar la app de la Real Academia
Española. Todo estudiante de psicología y todo profesional de psicología deben tener esta herramienta en su
celular, siempre a mano, para saber lo que las palabras quieren decir y, de ese modo y al mismo tiempo, saber
lo que el otro nunca nos está queriendo decir con esa misma palabra.

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Familiarizarse con la literatura es comenzar a habitar las tierras de la psicología. Leer. Leer lentamente. Leer
con detenimiento. Leer con el oído atento, diciendo la palabra, llenándose la boca con el gesto de su
pronunciación y saborearla, degustar su etimología, su pragmática, leerla olfateando lo entredicho, sintiendo
el papel en los dedos y el peso del libro en las manos. Finalmente leer con la intuición y la inteligencia
volcadas sobre la palabra. No lea por obligación y notará cómo aprende a leer.
En segundo lugar: el análisis de la cita. Cien años de soledad (léala), cuenta la historia de la familia Buendía.
Pero a través de ella cuenta la historia de toda civilización. Esto hace que su tema sea particular y universal
al mismo tiempo (Vargas Llosa, 2007). En un siglo vemos el origen de una estirpe, su génesis, un primer
tiempo paradisíaco, el desarrollo del pueblo y la comunidad, el auge y gloria donde es visitada y alabada, las
guerras políticas y civiles por control y poder, la invasión cultural de las multinacionales, la degradación de
la vida y el éxodo de sus habitantes y, finalmente, la desaparición de dimensiones apocalípticas.
Siete generaciones tejen una malla de innumerables acontecimientos. Aquí tomamos dos personajes: en la
cita se menciona a Amaranta y el sujeto omitido es Aureliano José, tía y sobrino que mantienen una relación
incestuosa. De cada uno de ellos iremos dilucidando su acontecimiento.
Adelantándonos al análisis deleuziano, pensemos un acontecimiento como un punto de inflexión, es decir
como un punto donde cambia el sentido de una línea: una circunstancia que tuerce el rumbo. Ahora bien, esto
no sucede de cualquier modo ni por puro azar, sino que hay un acumulado previo que lo desencadena, si
volvemos a la metáfora de la línea, ese acumulado son sus puntos ordinarios. Hasta aquí. Volvamos a los
personajes.
Aureliano José al crecer pasa de ser un niño a ser un hombre “de armas” y se enrola en el ejército
revolucionario. ¿Punto de inflexión? Amaranta termina la relación. Aureliano José se va a la guerra para
olvidarla. Lo que hace que esto sea verosimil y no sorprenda al lector son los hechos que tejen ese quiebre:
primero que nada, el contexto de guerra, Macondo (el pueblo) hace diez años que está levantado en armas; su
padre, a quien apenas conoce como tal, es el Coronel Aureliano Buendía, jefe del ejército revolucionario, el
hombre más buscado por el Gobierno, del cual se cuentan mitos sobre sus proezas bélicas, o sea, lo conoce
más por guerrillero que por padre; su tío Arcadio, quien se encargó de su crianza, fue un tirano que gobernó
Macondo y desde chico lo instruyó en el uso de las armas y el valor del partido liberal (representante del
ejército revolucionario). ¿Adónde iba a ir Aureliano José? Inverosimil sería si hubiese postulado a una beca
de Erasmus Mundus para estudiar en Europa.
Hasta acá, para quien ha leído la novela, el análisis es bastante obvio y lineal. Pero la belleza poética es lo
que nos hace dar saltos, es lo que hace de un buen libro una especie de isla llena de tesoros. La historia no
dice esta serie de tonterías que acabamos de señalar. Eso no es lo desterritorializado. Lo que se pone en
movimiento y se hace presencia frente a nosotros es otra cosa: mientras más revolcaba su imagen en el
muladar de la guerra, más la guerra se parecía a Amaranta. Aquí es cuando uno dice ¡¡¡pahhhh!!!, cierra el
libro y se va, embriagado, flotando y sabiendo que este mundo por el que camina es un poco falso, que la
gente que anda a su lado es, en parte, de mentira, algo irreal, y tiene la intuición y la certeza de que nada es
como antes, que un ser humano es también, algo más de lo que uno cree.
Trataré de justificar tanta pompa. El gesto poético permite comprender con nuevo sentido a Amaranta: ella se
parece más y más a la guerra a medida que se conoce más y más la guerra. Cuanto más Aureliano José
conoce la guerra, más comprende que la guerra es Amaranta. Solamente ahora uno entiende, junto con el
personaje, quién es realmente Amaranta, cuál es su sincretismo de mujer y mundo en la historia.
Repasemos los acontecimientos que tienen de protagonista a Amaranta a lo largo de la novela. Ella es la
metáfora de la guerra, es su arquetipo. Cerca de ella, la gente queda sola, sufre, muere de modo trágico, se
desespera, se suicida. No se casa con nadie, es decir, en tanto símbolo: no une, no multiplica, no hace del
uno, dos y, menos aún, la síntesis progenitora del tres, o sea, no crea vida. Da treguas, eso sí, como toda

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guerra, pero tarde o temprano es letal. Teje: Amaranta dedica su vida entera a estar sentada en una mecedora
tejiendo su propia mortaja, la teje, la deshace y la vuelve a tejer, infinitamente. Amaranta permanece,
mientras el resto de los personajes entran y salen de la casa de los Buendía, del pueblo y de la historia, ella
permanece, siempre allí, sentada tejiendo.
Claro que todo esto ahora lo digo de golpe. De ningún modo es así en el libro. De hecho, Amaranta es una
niña más, juega como cualquiera, fantasea, crece, se enamora de un hombre que no la corresponde porque
está enamorado de una amiga de ella. Sufre el desamor, como cualquiera. Toda guerra nace de un desamor y
un enemigo. Siente gran envidia por su amiga y la amenaza con hacer todo lo necesario para evitar que se
case con su amado. Hasta aquí, si bien uno puede dar un juicio de valor y pensar que se le fue un poco la
moto con el dramatismo, dentro de todo, bueno, está bien, no es más que alguien que está muy enojada y no
tiene los mejores recursos para lidiar con la herida. Amaranta se quema la mano de pura furia y la lleva
vendada la vida entera: símbolo de una herida que jamás cierra. Permanece.
Se suceden un par de hechos menores por los cuales la boda es pospuesta en dos ocasiones. A la tercera,
cuando finalmente va a suceder, muere un familiar, por lo que se decreta un duelo indeterminado y la boda se
aplaza hasta que el mismo finalice. Amaranta se siente culpable: tanto había deseado que aquella boda no se
realizara que creía que Dios la había escuchado, pero a un precio muy alto. Pasan los años, seguirán
sucediendo cosas en torno a Amaranta, entre otras: aquel viejo amor es correspondido. El enamorado
finalmente se enamora de ella, pero ahora es ella quien no lo corresponde, pero tampoco lo rechaza. El
hombre desespera hasta el suicidio.
Cuando Gabriel García Márquez plantea la semejanza entre Amaranta y la guerra, lo que hace es subrayar
una línea de singularización: su acontecimiento. Entonces, en ese momento, se pliega su historia, y uno
revive cada instante suyo en clave de guerra y todo cobra un sentido nuevo. La guerra, desterritorializada
desde la poesía, se reterritorializa en Amaranta. Al igual que Aureliano José, ella también tiene sus puntos
ordinarios y sus puntos de inflexión. Ella es la guerra tejiendo su infinita mortaja para todos los que tomen
contacto con ella.
Por esto es que luego de leer ese fragmento, uno sale a la calle y siente que la gente es un poco distinta. Las
personas no somos solo huesos y carne y emociones y pensamientos y lenguaje. Somos también una
metáfora del mundo, más que una metáfora: somos un pliegue de la historia, de nuestra historia pequeña y
singular, con líneas de implicación de distinta naturaleza. Líneas que salen de los otros, del mundo y la
historia y, a su vez, salen de nosotros y envuelven al otro, como le pasa a Aureliando José con Amaranta.
Esta es una manera literaria de entender el concepto de implicación. Vayamos a otro ámbito.

El análisis institucional
Muy bien con la literatura. Pero la noción de implicación pertenece a un ámbito específico: el análisis
institucional. Esta práctica de naturaleza híbrida entre el psicoanálisis y la sociología se enmarca en una
corriente intelectual nominada socioanálisis. Nos situamos en Francia a partir de los años sesenta.
Seremos lo más concisos posible: epistemológicamente, el socioanálisis emerge del quiebre del dualismo
individuo - sociedad. Piensa al sujeto como un producto institucional que, inherentemente, produce, al
mismo tiempo reproduciendo y transformando, la institución que lo produce, reproduce y transforma a él
mismo. Por tanto, no se puede comprender a un sujeto por fuera de las instituciones. Esto llevado al plano de

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la intervención quiere decir: no se puede transformar al sujeto sin transformar la institución. El análisis es
institucional.
Vale una aclaración: como todo en esta vida, no nace de un soplo divino sino de un momento social y, por
ende, histórico. Años de posguerra. El mundo partido en dos. Todo el mundo tomando postura: o se está de
un lado o del otro, o con el bloque internacional comunista o con el capitalismo global yankie. No hay lugar
para la neutralidad. El mundo lo sabe: el hombre es el motor de la historia, nada es como es porque sí. Las
fábricas e industrias, las universidades, cualquier lugar donde la gente se reúna se transforma en caldo de
cultivo político. Los Beatles son la banda sonora del mundo y encarnan ellos mismos el proceso
revolucionario: de los ingleses de colegio, vestidos de trajes negros, con su cabello de peluquería londinense
y sus letras pop, a un devenir psicodélico, libertario y político, militante, multicolor, pregonando el amor
libre y el delirio místico.
En el seno del psicoanálisis esto tiene su impacto. El individuo y el yo estallan. Los psicoanalistas se
preguntan cuán ciegos han estado para no ver que sus prácticas clínicas reproducen el sistema capitalista.
Basta del individuo aislado con su neurosis en el diván. Aparecen los grupos. Hay que estudiarlos, ellos son
el eje, la bisagra entre el individuo y la sociedad. ¿Dónde están esos grupos? Son los sindicatos, están en el
mundo del trabajo y del estudio. Allí vamos con nuestros libros de psicoanálisis y nuestro interés por la
sociología y la política. ¿Cómo trabajar con estos grupos? Puesto que somos psicoanalistas, trabajemos con
nuestro psicoanálisis. No resulta. Precisamos conceptos nuevos, conceptos grupales, conceptos
institucionales. Bueno, es que tal vez esto que hacemos no sea un psicoanálisis, al menos no un psicoanálisis
clásico, es más bien algo como un análisis social, un análisis de lo social, un socio-análisis digamos. Sí, eso:
un socioanálisis. Y dentro de este campo teórico, su vertiente de intervención: el análisis institucional. Y
dentro del análisis institucional, para pensar la intervención, uno de sus principales herramientas técnicas y
conceptuales: el análisis de la implicación.
He aquí de dónde partimos (infórmese, fórmese, no se quede con esta ridícula versión ficcional de los
hechos). Tenemos en la bibliografía del curso a nuestros autores de cabecera: Loureau y Ardoino. Diríjase a
ellos. Aquí daremos una breve reseña de sus textos seleccionados para destacar algunos ítems 1.
La noción de implicación nace en el análisis institucional y solo tiene sentido dentro de él. Sin embargo,
como la idea de este trabajo es darle una arista ontológica, si se nos permite, vamos a hacerlo transitar por
otros lugares. Ya iremos a Loureau y Ardoino, pero antes de hacerlo, demos una vuelta por nuestras prácticas
cotidianas para sentir el peso profundo de lo que es estar implicado.
Usted se saca una selfie y la sube a facebook. En la selfie usted está comiendo un helado. Al día siguiente
sube otra, esta vez con su perro. La siguiente es usted sentado en el asiento de los bobos de un ómnibus
capitalino, haciendo una mueca de enojo y agrega un comentario sobre el sistema de transporte. Vendrá luego
otra estudiando o leyendo un libro. La siguiente es con amigos en la playa. Usted ha llegado al punto de
desearle feliz cumpleaños a una persona muy querida mandándole una selfie de ambos, con un texto que
exprese su amor o el amor mutuo. A veces, es posible que usted no se incluya en la foto, entonces sube solo a
su perro, con un comentario simpático tirando a gracioso. O le saca una foto a un extracto del libro que está
leyendo, y ofrece un aporte fundamental que enriquece la comprensión de la lectura, por ejemplo, ante un
texto de Foucault, usted agrega, “¡¡grande, pelado!!” o “para Bonomi que lo mira por TV” o, en un tono más
académico y político, “el poder se expresa en las acciones más pequeñas, estamos llenos de microfascismos,
hay que crear nuevos modos de educar!!!!!!!!”, así, con ocho signos de exclamación que remarquen el
énfasis de la lectura foucaultiana. Paulo Cohelo, Luca Prodan, Gilles Deleuze, Steve Jobs, Eduardo Galeano,
Julio Ríos, Lenin, algún chino haciendo yoga, Darwin Desbocatti, son los caramelos en el bollón de su
intelectualidad, usted piensa a través de ellos y nos comparte sus reflexiones. 2

1 Recomendamos también el Compendio de análisis institucional de Gregorio Baremblitt.

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La tesis es que esa red social lo ha transformado como sujeto. Veámoslo. Cuando uno se muda de casa, lleva
cierto tiempo adaptarse al nuevo espacio. La distancia entre el dormitorio y el baño, entre la cocina y el
living, etc. La altura de los muebles de la cocina. Si tiene espacio para colgar ropa o no lo tiene. Si la casa es
luminosa o no lo es. Todo esto (y tantísimas cosas más) va a diagramar sus movimientos y, por supuesto, su
ánimo. Si la casa es luminosa, puede que se le ocurra tener buenas plantas, estas se tornarán inmarcesibles 3,
si es oscura lo más probable es que desista de este gusto al verlas morir una tras otra. Si usted tiene espacio
para colgar ropa decide comprar un lavarropa, sino lo tiene, pero tenía lavarropas previamente, decide
venderlo y llevar la ropa al lavadero. Si la cocina tiene muchos muebles y además están a una altura
adecuada, usted no corre riesgo de tirar un vaso mientras intenta agarrar la polenta, en el único aéreo que hay
y que además está tan alto que se tiene que subir a un banco que tuvo que conseguir a propósito y que ahora
que el vaso se cae y usted intenta agarrarlo, pierde el equilibrio y se va de culo al piso con la polenta en la
cara que va a tener que sacarse, antes o después de levantar los vidrios del vaso deshecho.
Esto es parte de la vida: el oikos, la casa. Si Amaranta es la guerra, si Aureliano José es Amaranta, si usted es
facebook, también, todos y cada uno, somos nuestras casas. A ver si profundizo en esta complejísima idea:
hasta determinado punto, usted no es quien toma las decisiones, sino que es la casa la que toma las
decisiones por usted. Siguiendo con los ejemplos mencionados, si usted tiene una cocina amplia, que además
está integrada al living, le garantizamos (y le apostamos dinero) que tendrá más deseos de cocinar algo rico y
elaborado, que si su cocina, donde apenas tiene lugar para usted, está al fondo, y el living, donde se
desarrolla la vida familiar, está al frente, a varios metros y puertas de distancia.
Solo un movimiento de márketing puede caer en la banalidad de llamarle “casa inteligente” a una casa que
prende las luces (o apaga la heladera o enciende la calefacción) a través de una orden dada por el celular. Las
casas siempre han sido inteligentes y han hecho hacer cosas a la humanidad. El cuerpo, el pensamiento y el
deseo se acoplan al lugar en que se está; más aún, nacen y se producen en el lugar en que se está. Cuerpo,
pensamiento y deseo, son envueltos en las tramas invisibles del espacio vital.
Entonces, así como una casa lo hace tomar decisiones, también le moldea el ánimo y el cuerpo, o sea: la casa
lo atraviesa y lo constituye, es usted, y asimismo lo hacen las redes sociales. Usted va a sentir, va a pensar y
va a actuar a través de los hilados de esa red social en la que acaba de ingresar. Entonces usted se siente bien
al ver varios me gusta en la foto que acaba de subir o, por el contrario, siente ansiedad al no verlos. Usted
piensa, por ejemplo, que tal o cual persona tendría que haber dado ese me gusta y se pregunta por qué no lo
habrá hecho. Entonces decide hacer algo, por ejemplo, comentar la foto o etiquetar a alguien o subir otra foto
o cerrar el Facebook y simular que no le importa. Pero le importa, usted no puede engañarse.
Ok, todo esto son sentimientos, pensamientos y actos que se suceden cuando ingresa a Facebook. Pero ¿qué
quiere decir que una red social nos atraviesa? Quiere decir que no hace falta que usted entre a facebook para
sentir, pensar y actuar en modo facebook (ya ve cómo hemos elegido un recurso lingüístico propio de estos
tiempos: modo...). Ya cortó nuestra piel y se ha vuelto parte de nuestro tejido esquelético, conjuntivo y
nervioso. Tenemos facebook metido hasta el tuétano. Así como Amaranta es la guerra, usted es facebook.
Nuestro modo de ser se expresa con características de red social. Por ejemplo, estoy tomando mate en mi
trabajo, y veo que la yerba ha tomado un color verde brillante, el hecho me llama la atención, entonces
decido sacarle una foto y subirla, con el comentario “yerba radioactiva en Montevideo, atenti a las
mutaciones...”. O está en su casa, muy tranquilo, acaba de almorzar y ahora descuelga la ropa que ha dejado
secando en el balcón, de pronto: ¡los intestinos! un sonido de animal enjaulado sale del estómago, algo llama

2 Como usted puede observar, hablamos de Facebook y desde una lógica de funcionamiento propia de esa red social. Sabrá
disculparnos pero es lo que conocemos. Sabemos que la juventud de hoy se maneja con otras redes como Instragram o Snapchat, y
alguna más que ignoramos. No le hemos podido seguir el tren a ese mundo. Nos quedamos en Facebook, ni siquiera llegamos al
pretencioso Twitter. Entonces tomaremos facebook como paradigma y usted podrá hacer la extrapolación a la red que más le sirva.
3 Vamos, tome el diccionario una vez más. Enriquezca su vocabulario.

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desde dentro, usted aprieta su musculatura interna lo más que puede, apoya sobre la mesa la sábana que
acaba de descolgar para no tirarla al piso en un gesto desesperado, es líquido, se da cuenta que la cosa viene
líquida, larga los palillos que rebotan sobre el parquet al caer, acelera el paso, por suerte la puerta del baño
está abierta, está libre, pero aun así… se palpa los bolsillos para asegurarse de tener el celular consigo, no lo
tiene, entonces gira la cabeza en su búsqueda, ve que está sobre la mesa de luz y se dice: “recalculando” y se
dirige hasta allí para llevarlo consigo. He aquí el ser humano libre, independiente y racional que somos.
Los ejemplos pueden ser infinitos. Otro, especialmente importante para nuestro contexto: usted busca
información de la facultad en Facebook, intercambia con otros sobre la vida en facultad. El pensamiento de
Facebook tiene características de gratuidad, pseudo anonimato, irresponsable, reduccionista, y básicamente
estúpido, y usted aprovecha a dar y darse manija, a desinformar y desinformarse. Entonces usted, que ha
tomado la decisión de hacer una carrera terciaria, desarrollarse en ella, y ejercer esta profesión, es decir,
usted que ha elegido un camino de vida, resulta que lo pone jugar, a impregnarlo, a construirlo y a
retroalimentarlo en uno de los medios más imbéciles y violentos de nuestra vida cotidiana. No obstante,
quédese tranquilo, usted no es ni un imbécil ni un violento, de más está decirlo, simplemente las redes
sociales han desarrollado en usted un nivel de implicación sumamente elevado y lo hacen sentir, hacer y
pensar de acuerdo a su lógica de hilván.4 Usted tiene la necesidad profesional de deconstruirla.
Sienta el peso que tienen nuestros atravesamientos institucionales. Piense en cómo escribe: a las preguntas
no les pone el signo de interrogación de apertura. el “por” o el “para” se ha transformado en “x”, el “por/para
qué” ahora es “xq”, “también” es “tmb” y “beso” es “bs”. Piense en todo lo que dice a través de emojis,
vease a usted mismo imitando un emoji para expresar algo en una conversación cara a cara. Y recuerde que
nosotros pensamos con el lenguaje. Si su lenguaje es un emoji, usted piensa como un emoji.
Usted no entiende nada de instituciones en términos generales pero habla de la institución, usted ni siquiera
conoce cómo funciona la institución pero cree conocer dónde están sus problemas, usted ni siquiera se ha
dado cuenta que usted mismo es la institución. Tranquilo, nos ha pasado a todos.
Volvamos a la noción y demos algunos parámetros teóricos que son supuestos básicos de su comprensión.
Lo primero que advertirá Ardoino (1997) es que cuando hablamos de implicación estamos haciendo
referencia a una noción y no a un concepto. La diferencia que establece entre ambos es que un concepto tiene
una “fijeza” mayor, es más estable. Da como ejemplos algunos conceptos geométricos como el cuadrado o el
círculo. Las nociones, por su parte, son imprecisas debido a su polisemia, podríamos decir también que
tienen la característica de ser más “permeables” a los condicionamientos socio - históricos, da como ejemplo
la noción de democracia, de valores, etc. En este conjunto se incluye el término implicación.
Luego nos muestra tres ámbitos donde la idea de implicación tiene raíces: el jurídico, el lógico matemático y
el psicológico. No los desarrollaremos pues instamos a que el lector recurra al texto, señalaremos
simplemente que, a través de ellos, lo que el autor quiere demostrar es que esta idea remite a una ligazón
involuntaria (se padece, dice), que nos sobrepasa (nos contiene, dice) y es extremadamente fuerte (estamos
adheridos, dice).
Después introduce la idea de partenaires. Tampoco la desarrollaremos pues el texto se explica por sí mismo,
pero rescataremos algo fundamental: los partenaires son compañeros y adversarios. Y de esto vamos a
rescatar algo muy sutil y que es lo que más nos interesa. Cuando ejemplifica, habla de la institución
educativa y dice que de un estudiante sus profesores son adversarios, pero también lo son sus propios
compañeros, ¿por qué?, pues porque la idea de adversario habla de implicación. Ardoino explica, aunque sin
profundizar, que tanto estudiantes entre sí, como profesores y estudiantes, y profesores entre sí, comparten
algunas líneas de implicación, por supuesto, pero también están envueltos en otras y esto lo que hace, ni más
ni menos, es poner a cada uno frente a problemas distintos.

4 Sí, ya sabe lo que le vamos a sugerir: tome el diccionario.

6
Ejemplo paradigmático en facultad: los cupos. El estudiante quiere tener cupo para cursar, para formarse, sí,
pero también para avanzar más allá de la calidad de la formación (que me metan en un práctica aunque ya
vaya por la mitad, es mi derecho). El problema del docente también es de cupos, pero es otro: ofrecer una
intervención de calidad pudiendo trabajar con una cantidad razonable de estudiantes (no se pueden meter
veinte personas en una escuela, no se pueden supervisar sus procesos). La implicación: el problema varía en
función de nuestros atravesamientos institucionales. Uno mismo, como docente, transforma su perspectiva
con respecto a un mismo tema según el lugar desde donde lo pliega (utilizo esta palabra a propósito, ya
veremos por qué). No se trata de un débil posicionamiento teórico y mucho menos moral o ético, es un
problema completamente diferente según el atravesamiento.
Otro ejemplo entre docentes y estudiantes. Ante un texto manejado en las materias que tienen durante su
formación, ¿se han preguntado por qué ese texto en esa materia, en ese momento de la formación?
Hay preguntas que no se realizan. No por el hecho de que ustedes sean acríticos y acepten lo que les viene
sin más. Sino porque en toda institución operan, para funcionar, algunos sobreentendidos elementales.
Hay cosas que aceptamos sin cuestionamiento porque están en la base que sostiene la existencia de la
institución. Se supone que ésta sabe lo que ustedes precisan para su formación. Se supone que el docente ha
elegido ese texto, al menos con un triple criterio: 1- los estudiantes deben aprenderlo. 2- los estudiantes
poseen las herramientas cognitivas necesarias para lograrlo. 3- los estudiantes cuentan con los conocimientos
previos que la institución ya les ha otorgado y que son fundamentales para poder comprender el nuevo texto.
Ustedes, como estudiantes, se hacen preguntas sobre el texto en sí, no se preocupan por esta meta-
textualidad. Quien sí se hace estas preguntas es el docente. ¿Por qué? Simplemente porque docentes y
estudiantes pertenecen a una misma institución pero tienen problemas distintos. Y este es uno de los
principales ejes en el análisis de la implicación.
Otro tema. En una conferencia del año 1991 titulada Implicación y sobreimplicación, Lourau trabaja algo
crucial que treinta años después sigue vigente: ¿cuándo fue, y por qué motivos, que el concepto de
implicación tomó una desviación semántica que lo tiñe de utilitarismo?
Los estudiantes de facultad expresan este síntoma señalado por Lourau de un doble modo: primero, y a pesar
de lo que una y otra vez enfatiza la bibliografía del curso, no dejan de relacionarlo con la idea de
compromiso; segundo, cuando se les interpela sobre aquello que leen responden que leen lo que les es útil, lo
que les sirve para aprobar los cursos.
El primer punto expresa el yerro de modo directo: estar implicado NO es sinónimo de estar comprometido.
En el segundo aparece latente, podríamos decir, puesto en acto: el vínculo con el conocimiento está
totalmente tensionado por su utilitarismo, como llave para resolver el problema de una de las líneas más
duras en toda institución educativa: aprobar.
Entonces, yendo al puro utilitarismo, diremos: ¿para qué sirve el concepto de implicación? bueno, por
ejemplo, para deconstruir el hecho de que mi vínculo con el conocimiento esté fuertemente envuelto por la
instancia evaluatoria. Pero corresponde dar un paso más, puesto que cada vez que encontremos una línea de
envoltura, tenemos que ver cómo esa línea tiene existencia dentro de la institución que la produce.
Entonces, no podemos evitar reconocer que cuando la enseñanza universitaria se semestraliza, los estudiantes
atraviesan, en un periodo de cuatro meses, por una instancia de inscripción altamente estresante, una o dos
pruebas parciales y un examen. Es decir, con la semestralización, las instancias de prueba cobran mayor
protagonismo e insistencia. El utilitarismo del conocimiento le gana espacio al disfrute del aprendizaje.
Lourau es clarísimo: “Lo que para la ética, para la investigación [y agregariamos, para todo trabajo desde
nuestra disciplina], es útil o necesario, no es la implicación, siempre presente, sino el análisis de la
implicación” (Ibíd., p. 3).

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Con respecto al problema del compromiso. Cuando usted, como estudiante de psicología, escucha hablar de
participación, muchas veces oirá decir que los estudiantes no están implicados. Esto, que es aceptado desde
un punto de vista coloquial, es un error gigante en términos conceptuales. Pues tanto el estudiante que
participa en los espacios políticos de nuestra Universidad, como aquel que no lo hace, tienen igual necesidad
de analizar su implicación. Del primero sí podrá decirse que está más comprometido con la vida política
universitaria, ésto, por supuesto, es un juicio de valor, pero no otra cosa es el calificativo de compromiso.
Ambas acciones, participar activamente o no hacerlo, son solo eso, acciones, ni una ni la otra habla más, ni
permite dilucidar nada con respecto a la implicación de uno u otro sino se plantea la pregunta por el análisis
de la misma.
Se dice que los estudiantes de hoy son menos comprometidos que en la década del sesenta o en la reapertura
democrática en la construcción deliberada y consciente de los destinos de su Universidad. Esto, al mismo
tiempo, quiere decir que la misma, en este aspecto, está produciendo menos compromiso político en sus
integrantes. Pero la pregunta una vez más será, cómo construye líneas de compromiso político la Universidad
para implicar, desde ese registro, a su colectivo. Es decir, desde el análisis del síntoma, debemos siempre ir al
análisis de la institución.
Dados estos ejes del análisis institucional con respecto al concepto de implicación, vayamos ahora a lo que
quisiéramos aportar: un intento por definir cierto estatus ontológico del mismo. Nos apoyaremos en el libro
El pliegue. Leibniz y el barroco de Gilles Deleuze.

Implicare, la envoltura, el pliegue.


Deleuze es un autor difícil y que con el correr del tiempo va convirtiéndose en una referencia obligada. Sus
estudios y propuestas cada vez impactan en más ámbitos, tanto en el arte, la ciencia y la filosofía.
Fue filósofo y profesor de filosofía. Nietzsche expresaba que ambas cosas eran incompatibles. Argüía que los
profesores no enseñaban a filosofar a sus alumnos sino que repetían la historia oficial de la filosofía,
volviéndose meros burócratas del saber.
Nietzsche no escribía dos párrafos sin armar polémica. Así funciona su filosofía. Intuyo que Deleuze estaría
de acuerdo con la observación nietzscheana y tal vez, por eso mismo, en su práctica docente y como
comentarista ejerció un constante acto de invención. Cada vez que tomó un autor lo hizo para llevarlo a su
propio plano de cración conceptual. Por este motivo, al hablar de Spinoza, Nietzsche, Bergson, Kant o
Leibniz, no debemos tomarlos sin aclarar que lo hacemos desde Deleuze.
A modo de introducción, pasaremos a vuelo de pájaro sobre su obra para plantear lo que aquí nos interesa.
Desde la finalización de sus estudios en 1948 hasta la publicación de Diferencia y repetición en 1968, hay
veinte años donde se dedica a comentar y realizar ensayos sobre autores clásicos. Sin embargo, pasando la
raya del tiempo, podemos decir que durante esas dos décadas estuvo cocinando una filosofía propia.
(He aquí una enseñanza de humildad. En estos tiempos de griterío y barullo, donde cada uno parece tener
algo super importante para decir, su experiencia muestra que para enunciar algo nuevo se requiere conocer la
tradición en profundidad y trabajarla con dedicación).
Digamos, someramente, que Deleuze necesitaba preguntarse qué es pensar. Tal vez esa fue su pregunta
siempre. Pasó por todos los autores que le daban una pista sobre el plano epistemológico que debía trazar
para poder formular esta interrogante.

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¿Qué acarrea preguntarse esto? Es deconstruir una imagen de lo que es y significa pensar arraigada en
nuestra cultura occidental. Imagen que emerge con Platón, recorre el tiempo y es reactualizada, en tiempos
modernos, con la doctrina cartesiana. Es deconstruir algo que es fundante y sostén de nuestro mundo.
Menuda tarea se propuso Deleuze. Como dijimos, esta pregunta se plantea en Diferencia y Repeticción, año
1968 y continúa en su siguiente libro: Lógica del sentido de 1969, y seguirá desarrollándose en toda su obra.
En los setenta inicia una amistad y colaboración con Félix Guattari, psicoanalista que, por otros caminos,
llegaba a un mismo punto de convergencia. Cualquier palabra para definir en qué consistió su colaboración
sería reduccionista. Fueron una máquina de producción conceptual donde no quedó espacio de la cultura sin
ser tensionado en forma radical.
¿Recuerdan que en el apartado anterior hablamos del institucionalismo francés? Pues bien, Guattari es uno
de sus grandes referentes. No hay análisis grupal e institucional que no pase por sus referencias. A partir de
este enlace (aunque hoy ya no solo) es que ambos autores se volvieron muy importantes para nuestra
disciplina.
Finalmente en 1991, ya viejo, Deleuze podrá preguntarse lo más básico de su labor: ¿Qué es la filosofía? La
aclaración de su vejez es porque él mismo dice que esa pregunta solo se formula de viejo, cuando uno puede
preguntase qué es lo que ha estado haciendo durante toda la vida.
En 1989 publicó el libro que nos convoca en este momento: Pliegue. Leibniz y el barroco. Allí toma la obra
del filósofo y matemático alemán para hacerse de la idea de pliegue: noción estética y desarrollada durante el
barroco. Veremos en qué medida este concepto le es necesario para el planteo de la pregunta qué es pensar y
de qué modo se vuelve importante para nuestra propuesta de análisis de la implicación. (Por supuesto: que se
me juzgue – perdón por el pasaje a la primera persona del singular – por la segunda intención, la primera
supera las posibilidades de este trabajo y las capacidades intelectuales y emprendedoras de quien escribe).
El barroco, decíamos, destaca por sus plegados. La materia se pliega. Imagen de pliegue: el afuera es
también su adentro. Entre interior y superficie no hay corte: en la capa superior del pliegues está implícita la
inferior, y lo que está por dentro del pliegue es lo que le da sentido. No hay pliegue sin el espacio envuelto
por él. El pliegue envuelve: implica.
Si usted está plegado en una institución, atravesado por ella, diremos pues, que, en cierta medida, no hay
separación entre usted y ella, sino continuidad: pliegue. ¿Rercuerdan que en el apartado anterior decíamos
que el análisis institucional nace del quiebre del dualismo individuo – sociedad? Bueno, he aquí su supuesto
epistemológico.
Etimológicamente implicar deriva de implicare, que quiere decir “envolver en pliegues”. La palabra posee el
prefijo in, que significa dentro o hacia dentro, y el término plicare, que significa plegar.
Leibniz imagina el mundo como una línea (por definición: infinita). Esta línea se pliega a partir de cada
nuevo acontecimiento. Entonces, primera pista: cada vez que hablemos de análisis de la implicación
estaremos haciendo referencia al análisis de una línea que nos envuelve. Amaranta para José Aureliano, la
Facultad de Psicología para nosotros.
El pliegue es el acontecimiento de la línea. Si decimos que el mundo es una línea estamos diciendo que solo
aquello que acontece es mundo. La pregunta es: ¿por qué acontece esto y no aquello? Partamos del siguiente
cuadrante.

Virtual Actual

Posible Real

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En la lógica leibniziana, el mundo es lo actual y lo real, pero en él quedan envueltos, contenidos, lo virtual y
lo posible. Lo virtual se actualiza en el alma y lo posible se realiza en el cuerpo. Expresado de otro modo:

Hay un infinito virtual y posible que queda envuelto en el pliegue. Lo que acontece y pasa a la existencia es
lo actualizado y realizado que se desprende de ese fondo oscuro. El paso de lo virtual a lo actual y de lo
posible a lo real es el acontecimiento: punto singular en la línea infinita. Es la inflexión, la curvatura, el
pliegue. De allí se sigue el despliegue, que no es su contrario, sino su continuidad a través de los puntos
ordinarios hasta un nuevo punto de inflexión (Ibíd., p. 14). Grafiquémoslo:

Dibujo 1: Imagen tomada de:


http://intranetua.uantof.cl/estudiomat/calculo/inflexion/inflexion.html

En la línea se distinguen dos movimientos de la curva: hacia arriba y hacia abajo. El cambio se marca en el
punto de inflexión: el acontecimiento, el pliegue. Le siguen los puntos ordinarios: el despliegue. Si
dibujáramos una tangente sobre el punto de inflexión y, desde allí, trazamos líneas perpendículares a aquella,
éstas definirán los puntos de vista del acontecimiento.
La línea podría haberse plegado en cualquier punto, sin embargo esto no es así, solo uno se ha actualizado y
realizado. Los demás quedan envueltos y ocultos, contenidos en el pliegue. Todos los puntos ordinarios
pertenecerán a esa inflexión y los demás quedarán en la zona oscura. Todos los puntos de vista de la tangente
pertenecerán a esta inflexión y los demás quedarán en el infinito virtual y posible. ¿Por qué ha sido ese punto
y no otro? Esto es lo que trataremos de entender.
“Pliegue sobre pliegue, pliegue según pliegue” (Ibíd., p. 11), así es el mundo. La materia se repliega una y
otra vez para ocultar y cerrar su interior, para proteger una zona que permanece oscura, “sin ventanas”, pero
que es la razón de los pliegues, es decir: esa zona oscura posee la ley de curvatura de los pliegues.
Punto de inflexión, puntos ordinarios, puntos de vista. Pero hay uno más: el punto de inclusión. En él se
ubica el alma. Recordemos: la materia se realiza, el alma se actualiza. La materia se repliega, pero para que

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haya pliegue el alma debe actualizar el acontecimiento. El punto de inclusión es aquel donde el alma
envuelve el punto de inflexión. Volvamos al dibujo: imaginemos una tangente y sus perpendiculares, cada
una es un punto de vista donde eventualmente podrá ubicarse un sujeto para hacer el pliegue, ese será el
punto de inclusión. Paradoja (así piensa Deleuze): el acontecimiento lanza sus puntos de vista, pero solo
cuando el alma lo pliega hay acontecimiento. Ambos se pertenecen recíprocamente.
De esto se desprende una importantísima consecuencia: por punto de vista no se entiende la perspectiva de
un sujeto, sino un espacio a ocupar por el alma. “El punto de vista no varía con el sujeto, al menos en primer
lugar; al contrario, es la condición bajo la cual un eventual sujeto capta una variación (metamorfosis), o algo
= x (anamorfosis)” (Ibíd., p. 31).
El punto de vista no pertenece al sujeto, sino al acontecimiento, y un sujeto se ubicará en él. Bajado a tierra:
cuando tenemos una perspectiva con respecto a un problema de la Facultad, nuestra mirada nunca es
independiente, originaria, autoengendrada; al contrario, solo tomamos posición dentro de un acontecimiento
construido institucional e históricamente. Podemos decir que analizar la implicación es analizar la
construcción de ese punto de vista que defendemos con tanto sentido de propiedad y, sin embargo, más
correcto sería decir que nosotros somos propiedad de ese punto de vista.
El alma está llena de pliegues, contiene el mundo. En otras palabras: el alma actualiza la virtualidad del
mundo, y este solo existe en el alma que lo expresa. Esto es una singularidad. Esa expresión es la zona clara
y distinta del alma, pero en ella resuenan los ecos de lo infinito virtual. “La serie infinita de las curvaturas o
inflexiones es el mundo, y el mundo entero está incluido en el alma bajo un punto de vista” (Ibíd., p. 37).
El acontecimiento es la inflexión. La inclusión es la predicación con que se toma esa envoltura: el predicado
envuelve el acontecimiento. A esta identidad entre el acontecimiento y el predicado, entre inflexión e
inclusión, Leibniz la nominará Razón Suficiente (Ibíd., p. 59). Nos desviamos apenas a un tema gramatical,
hablamos de verbo y predicado, ya hemos mencionado al sujeto. El verbo es la acción del sujeto en la
proposición, el predicado es lo que se afirma o niega de él, uniendo la acción del verbo al sujeto.
La primera vez que el acontecimiento fue digno de ser elevado al estado de concepto fue con los estoicos,
que no lo consideraban ni un atributo ni una cualidad, sino el predicado incorporal de un sujeto de la
proposición (no <del árbol es verde>, sino <el árbol verdea...>). Concluían que la proposición enunciaba
de la cosa una <manera de ser>, un <aspecto>, que desbordaba la alternativa aristotélica de esencia-
accidente: sustituían el verbo ser por <resultar> y la esencia por maneras. Leibniz realizó después la
segunda gran lógica del acontecimiento: el mundo es acontecimiento, y, como predicado incorporal (=
virtual), debe estar incluido en el sujeto como fondo, del que cada uno extrae las maneras que
corresponden a su punto de vista (aspectos) (Ibíd., p. 73).
Cada alma incluye el acontecimiento según el punto de vista que ocupa: realiza la predicación del
acontecimiento. Lo infinito virtual y lo infinito posible se reducen a la actualización en el alma y su
efectuación en el cuerpo. Como fondo sombrío queda el infinito. Cada alma contiene la totalidad del mundo
pero expresa una pequeña porción clara y distinta.
Ahora la pregunta (que aun no hemos contestado) de porqué este acontecimiento y no otro, se pliega con esta
otra pregunta: ¿si cada alma incluye en sí todo el mundo y el infinito virtual, es decir, si siempre está en
juego el infinito como posible, por qué tenemos la experiencia de expresar un solo y mismo mundo?
Responder esta pregunta nos ayudará a responder la primera. Para Leibniz el mundo son series que
convergen y se prolongan o divergen y crean nuevas series.
Prolongaciones o divergencias que se producen a partir de los puntos singulares de la curvatura. ¿Cuál es el
mundo que pasa a la existencia? El mejor mundo posible. ¿Qué es el mejor mundo posible para Leibniz?
Aquel en el que hay mayor continuidad entre las series. A esto lo llamará composibilidad, nombrando
incomposibilidad a las series divergentes, posibles sí, pero incomposibles en un solo mundo.

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Se llamará composibles: 1) al conjunto de series convergentes y prolongables que constituyen un mundo;
2) al conjunto de las mónadas [almas] que expresan el mismo mundo (Adán pecador, César emperador,
Cristo salvador...). Se llamará incomposibles: 1) las series que divergen, y que, por lo tanto, pertenecen a
dos mundos posibles; 2) las mónadas, cada una de las cuales expresa un mundo diferente del otro (César
emperador y Adán no pecador) (Ibíd., p. 82).
La serie donde Adán es pecador es composible con la serie donde César es emperador y es imcomposibles
con la serie donde César no lo es. Solo se actualizan las series de mayor contigüidad. Es el criterio de
composibilidad. Las divergencias no pasan a la existencia. Por el principio de razón suficiente, este mundo
es el mejor mundo posible por el simple hecho de que este mundo es. Comprendamos la consecuencia moral
de esto: este mundo no es porque sea el mejor, sino que es el mejor porque es, ni más ni menos, que aquello
que posee el criterio de composibilidad: mejor = convergencia, continuidad.
Nosotros no estamos en la génesis del acontecimiento. Si todos envolvemos un infinito posible pero tenemos
la sensación de habitar un solo y mismo mundo es porque solo viviremos aquello que el acontecimiento
despliegue para nosotros. Somo hijos de nuestros acontecimientos.
Se nos presenta el problema de la libertad: cómo conciliar un mundo donde las series convergentes pautan de
antemano la continuidad con la elección libre de cada uno. ¿Esta filosofía no implica un determinismo?
Pues no, el acto siempre es libre. ¿Por qué?, dos cosas: 1- sujeto y acontecimiento están en relación de
necesidad recíproca pero son irreductibles entre sí. 2- esto quiere decir que, si bien somos hijos de nuestros
acontecimientos, al mismo tiempo, no hay acontecimiento sin el sujeto que lo pliega. Allí se juega toda la
libertad. Porque cada alma expresa una parte clara y distinta, una zona que Leibniz llamará amplitud. El acto
será libre en tanto el alma amplíe lo máximo posible el acontecimiento a incluir. Este es el desafío moral de
Leibniz.
Conjurar las pequeñas tendencias del alma a ocupar un punto de vista reducido ampliando su zona de
claridad ante el acontecimiento. Cada acto implica la totalidad del alma, pero el alma no está determinada a
ocupar tal o cual punto de vista, ni a reducir o ampliar su grado de claridad y distinción, es decir, sus puntos
de singularidad. “Para cada uno la moral consiste en lo siguiente: tratar siempre de extender su región de
expresión clara, tratar de aumentar su amplitud, a fin de producir un acto libre que exprese el máximo
posible en tales y tales condiciones” (Ibíd., p. 98).
Entonces vuelve la primer pregunta, ¿por qué este acontecimiento y no otro? Ya lo sabemos: el criterio de
composibilidad. Pero ¿cómo, qué es, en definitiva, un acontecimiento?
Marca Deleuze que los primeros en elevar a la categoría de concepto al acontecimiento fueron los estoicos y
posteriormente Leibniz. Pero va a hacer intervenir a un tercer filósofo para elaborar las cuatro características
del acontecimiento, su nombre: Whitehead.
El acontecimiento es la diferencia entre el caos y lo existente. Dirá Deleuze, a través de Whitehead, que el
caos es pura abstracción, puro many, un eterno aturdimiento, el despliegue infinito e infinitesimal de nuestras
percepciones. Para pasar del many al one, a lo enunciable, hace falta que intervenga una criba: “El caos sería
el conjunto de los posibles, es decir, todas las esencias individuales en la medida en que cada una tiende a la
existencia por su cuenta; pero la criba solo deja pasar composibles, la mejor combinación de composibles”
(Ibíd., p. 102).
Esta continuidad es la extensión, el recorrido convergente entre puntos singulares: el mundo que se extiende
de un punto a otro a través de series convergentes. He aquí la primer característica del acontecimiento: la
extensión del mismo en un plano de composibilidad.
Ahora bien, si algo puede extraerse del many es por sus características intrínsecas. Hablamos de las
intensidades de la materia (color, temperatura, peso). Cada una de estas intensidades a su vez puede ingresar

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en nuevas series. Se desprende de esto un paso más en el acontecimiento: ya no solo podemos distinguir
entre un algo enunciable y el aturdimiento universal, ahora podemos designar: esto, aquello. La segunda
característica del acontecimiento son, entonces, sus intensidades, sus grados.
¿Pero cómo es que se produce la novedad en el mundo si cada cosa ya ha pasado por la criba que la hace
surgir del caos y posee, desde siempre, sus características intrínsecas? Cada acontecimiento tiene una
dimensión pública y una dimensión privada. Las partes extensivas y las intrínsecas han de ser prehendidas
por el sujeto. Se inscriben en él y el sujeto se conforma como tal a través de las múltiples prehensiones que
realiza de los acontecimientos. Todos los datos del acontecimiento ingresan en las prehensiones de otros
sujetos, son públicos; no obstante, hay una parte irreductible que es la prehensión de cada sujeto: todo
acontecimiento conlleva una dimensión subjetivante, es privado. Esta es la tercer característica del
acontecimiento: individualiza.
Ya no lo indefinido ni lo demostrativo, sino lo personal. Si llamamos elemento a lo que tiene partes y es
una parte, pero también a lo que tiene propiedades intrínsecas, decimos que el individuo es una
<concrescencia> de elementos. Una concrescencia es algo distinto de una conexión o una conjunción, es
una prehensión. (Ibíd., p. 103).
El mejor mundo posible, aquel de mayor continuidad es, también, el de mayor novedad, aquél que subjetiva
a través de las prehensiones del acontecimiento. Toda prehensión es la actualización y la realización única e
irreductible que realiza el sujeto.
Sin embargo, recordemos lo dicho al inicio de esta sección sobre El pliegue: lo virtual se actualiza, lo posible
se realiza. En todo acontecimiento es necesario que hayan elementos que aseguren junto con la novedad la
continuidad. Cualquier característica, extensa o intensa, que pase de lo virtual a lo actual en el alma y de lo
posible a lo real en la materia, le corresponde, a su vez, una permanencia. A esta permanencia en el flujo
incesante de los acontecimientos, Whitehead la llamará objetos eternos, y será la cuarta característica del
acontecimiento.
En esta perspectiva ontológica sobre la noción de implicación, debemos sintetizar que, si bien nuestro
análisis está restringido a lo institucional, este modo de entenderla nos podría llevar a cualquier ámbito de la
vida. Vemos ahora el peso que tiene la proposición: la implicación se padece, no se elige. Aquellas líneas que
nos atraviesan y nos envuelven, que nos pliegan y nos hacen ocupar tal o cual punto de vista ante un
determinado problema, son el punto de partida de todo análisis, de toda pregunta.

Finalmente… un espacio vacío lleno de blanco.


Si queríamos definir qué es pensar para Deleuze, no lo logramos con este texto. Pero sí podemos señalar una
característica a partir del mismo: pensar es un acontecimiento. Esto quiere decir que no es algo que emerge
del sujeto, como ser puro de pensamiento, como continuidad lógica y natural de un proceso contemplativo y
reflexivo. Sino de algo que primeramente lo captura y lo lleva al desafío ontológico de ampliar su zona clara
y distinta, es decir, a un acto de singularización, algo engendrado entre líneas de implicación de múltiple
naturaleza. Todo sujeto es, en realidad, parte del barullo caótico donde todo está plegado y confuso, y pensar
es un acto por el cual el sujeto se adueña del acontecimiento en donde se pliega: se hace digno de ese
acontecimiento.
El acontecimiento es algo que encarnamos, por eso es pre-individual y a-personal. En este marco, no
diremos que una persona es moralista; de una persona se dice que despliega los puntos que componen la
curva del acontecimiento moral: juzga, ajusticia, castiga, reprime, referencia autoridades trascendentales, etc.

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¿Puede ser distinto este acontecimiento? Por supuesto, si también hay un infinito posible. A partir de la
pregunta puede nacer una novedad, un pensamiento, un sujeto.
De esta naturaleza son las líneas que intentamos dilucidar cada vez que hablamos de analizar la implicación.
Retomemos ahora nuestro segundo desafío: anclar esto en el marco del análisis de la implicación que
queremos ofrecer en nuestros cursos. Intentémoslo.
A partir de lo trabajado diremos que cada uno lee un problema según las líneas que lo envuelven, es decir, su
implicación. Recordemos: ningún punto de vista pertenece al sujeto, sino que este ocupa un lugar dado por el
acontecimiento. Tomemos, otra vez, uno de los grandes problemas de nuestra facultad: los cupos.
¿Son un problema los cupos? No, no lo son. Generan angustia, estrés, enojo y frustración. Sí, claro. ¿Pero
son un problema? No, de ninguna manera. Son parte de nuestra institución. Nosotros somos la falta de cupos.
Encarnamos este acontecimiento, como una espina que se nos ha clavado en el pie pero que con el tiempo ha
generado una callosidad. Esta callosidad es una defensa del cuerpo para impedir que la espina alcance mayor
profundidad. Con esta defensa, el dolor cede. De a poco, sin darnos cuenta, el callo plegó a la espina y ambos
pasan a formar parte de nuestro pie, de nuestro cuerpo. El callo es un pliegue, la espina, lo plegado.
La espina ya no es un problema: hemos generado nuestro propio callo. ¿Cómo funciona? Así: Inscripciones.
Estudiantes sin cupos. Estudiantes desesperados. Estudiantes se reúnen con sus representantes gremiales.
Otros estudiantes mandan al diablo a la Facultad. Estudiantes arman un formulario para identificar cuántos
quedaron afuera. Se abre una segunda vuelta de inscripción. Estudiantes que protestaban tienen lugar. Esos
estudiantes ya no protestan. Otros estudiantes siguen sin lugar. Estudiantes llevan el tema al Consejo y a
Comisión Carrera. Otros estudiantes también han mandado al diablo a la Facultad. Se abre una tercer ronda
de inscripciones. Los que quedaban afuera se logran anotar. Estudiantes ya no protestan. Estudiantes creen
haber luchado por su lugar y haber obtenido lo que reclamaban: su derecho a estudiar. Estudiantes no se ha
dado cuenta que esto ya es un mecanismo de funcionamiento naturalizado en la Facultad. Estudiantes no ha
ganado nada. No tenemos un problema de cupos porque ya hemos creado la solución alrededor del mismo.
El acontecimiento es la falta de cupos, pero cuál es su pliegue. Inventamos el problema en función de la
solución que le hemos dado. Por esto ya no es un problema. Ya no nos problematiza. Recordemos: el
acontecimiento lanza sus puntos de vista para ser ocupados por los sujetos, pero solo se vuelve tal o tal otro
acontecimiento al ser encarnado, incluido, por estos. Solución fallida, por supuesto, pero… hemos
sobrevivido un semestre más, nos vemos el próximo cuando repitamos el círculo. La Facultad y la
Universidad duermen tranquilas, también los parlamentarios que aprueban el presupuesto para la educación.
Plegados por el tema cupos, todos actuamos en función de nuestras líneas de implicación. Estudiantes:
quieren un lugar. Docentes: dan clases masivas e inventan (también fallidamente) dispositivos pedagógicos
compensatorios del desborde. Funcionarios: redoblan trabajo en el caos. Nadie pone el límite, nadie para.
¿Por qué? Porque nadie hace la pregunta. Pues hay preguntas muy profundas, difíciles de asumir por el costo
de hacerlas.
Hablamos de profundidad en la pregunta y lo hacemos parafraseando a Blanchot, quien, en un libro
maravilloso titulado La conversación infinita, explica, de modo muy bello, la necesidad imperiosa de realizar
La pregunta más profunda. Con un extracto de ese libro cerraremos este trabajo, pues entendemos que en su
propuesta está la clave de lo que buscamos producir en los estudiantes al hablar de análisis de la implicación.
Tomemos dos modos de expresión: <El cielo es azul>, <¿El cielo es azul? Sí>. No hace falta ser muy
experto para reconocer lo que los separa. El <Sí> no restablece en absoluto la sencillez de la afirmación
llana: el azul del cielo, en la interrogación, ha hecho lugar al vacío; sin embargo, el azul no se ha
disipado, al contrario, se ha elevado dramáticamente hasta su posibilidad, más allá de su ser,
desplegándose en la intensidad de ese nuevo espacio, con seguridad más azul que nunca, en una relación
más íntima con el cielo, en el instante – el instante de la pregunta en que todo está pendiente. No obstante,
apenas pronunciado el Sí, y en el mismo momento en que confirma, con su nuevo destello, el azul del

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cielo relacionado con el vacío, percibimos lo que se ha perdido. Durante un instante transformado en pura
posibilidad, el estado de cosas no vuelve a lo que era. El Sí categórico no puede devolver eso que durante
un momento solo ha sido posible; es más, nos retira el don y la riqueza de la posibilidad, porque afirma
ahora el ser de lo que es, pero, dado que lo afirma en respuesta, lo afirma indirectamente y de un modo
solamente mediato. Por lo tanto, en el Sí de la respuesta, perdemos el dato recto, inmediato, y perdemos la
apertura, la riqueza de la posibilidad. La respuesta es la desgracia de la pregunta. (p. 13).
Todo análisis comienza con una pregunta. Una verdad que cobra matiz de interrogante. Blanchot, al hablar
del vacío, es literal. No es una metáfora. Vean el texto, obsérvenlo. ¿Qué hay entre el signo de interrogación
y el “Sí” que responde? Un espacio. Ese espacio. Allí, dice el autor, todo es posible. No es lo mismo la
afirmación “llana” que la afirmación que responde la pregunta. Ese Sí no devuelve la pureza de la primer
afirmación. Cuando uno hace una pregunta ya nada vuelve a ser como antes. Pero deténganse en lo que dice:
en ese espacio se abre la posibilidad y, lejos de desaparecer la intensidad del azul, ésta está más vivo que
nunca. ¿Por qué? Porque una cosa es hablar por hablar, como hacemos todo el tiempo. Pero otra cosa es
cuando alguien pregunta por aquello que decimos: ¿El cielo es azul? ¿Los cupos son un problema? En ese
momento tenemos que hacernos responsables de nuestras palabras. Nunca ha sido más intensa la relación
entre el cielo y el color azul como en ese instante vacío que abre la pregunta. Porque en el momento del
vacío es cuando tenemos que pensar qué es el color azul y, sobre todo, tenemos que levantar la cabeza y
mirar al cielo y hacernos cargo, efectivamente, con la responsabilidad de nuestras palabras, de cuál es el tono
cromático sobre nuestras cabezas. ¿El cielo es azul?, ¿qué es azul? ¿donde termina el azul y comienza el
celeste? ¿es celeste? ¿de qué cielo hablamos? ¿literal o figurado? ¿el cielo sobre nuestras cabezas aquí, en el
patio de Facultad, o el de mi familia en el interior? ¿No es insondable el cielo acaso y, por tanto, no es una
pregunta imposible?. La respuesta mata la posibilidad, clausura el pensamiento. Es el terror del vacío. Es la
diferencia entre el blanco y el vacío. En el vacío no se pueden imprimir respuestas. El blanco, en cambio, ya
no está vacío, está lleno de blanco y eso se parece mucho a una hoja. Allí sí se puede estampar un Sí o un No.
El desafío para analizar la implicación es, en realidad, muy sencillo: abrir la pregunta.
¿Por qué es importante esto? Porque la psicología es un campo múltiple, donde no podemos buscar una
definición final de su naturaleza disciplinar, donde disentimos sobre su carácter de ciencia, de filosofía y
hasta de arte. Porque el modo de entender nuestra profesión se define con su ejercicio y su acontecimiento.
En el nuestro, en el modo de este equipo docente –de trayectorias e itinerarios variados en lo académico y
profesional, convocados actualmente por los cursos de Referencial (Itinerarios y Egreso)–, queremos
proponer una posible forma de comprensión: la psicología como disciplina que pregunta. Es importante
porque solo en el espacio abierto en medio del muladar de la guerra Aureliano pudo ver, con mayor claridad
que nunca, a Amaranta.

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Referencias.
Ardoino, J. (1997) La implicación. Conferencia dictada en la Universidad Nacional Autónoma de México.
S/E.
Blanchot, M. (2008) La conversación infinita. Madrid: Arena Libros.
Deleuze, G. (1989) El pliegue. Leibniz y el barroco. Barcelona: Paidós.
García Márquez, G. (2007) Cien años de soledad. Edición conmemorativa. Real Academia Española.
Asociación de Academias de la Lengua Española. Barcelona: Alfaguara.
Lourau, R. (1991) Implicación y sobreimplicación. Conferencia en “El Espacio Institucional. La dimensión
institucional de las prácticas sociales”. Buenos Aires: Asociación Civil “El Espacio Institucional”.
Vargas Llosa, M. (2007) Cien años de soledad. Realidad total, novela total. Edición conmemorativa. Real
Academia Española. Asociación de Academias de la Lengua Española. Barcelona: Alfaguara.

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