Juan XXII.
Decretal Docta sanctorum Patrum…
Docta sanctorum Patrum decrevit
auctoritas, ut in divinae laudis officiis, quae dubitae
servitutis obsequio exhibentur cunctorum mens
vigilet, sermo non cespitet, et modesta psallentium
gravitas placida modulatione decantet. Nam in ore
eorum dulces resonabat sonus. Dulces quippe omnino
sonus in ore psallentium resonat, quum Deum corde
suspiciunt, dum locuuntur verbis, in ipsum quoque
cantibus devotionem accendunt. Inde etenim in
ecclesiis Dei psalmodia cantanda praecipitur, ut
fidelium devotio excitetur; in hac nocturnum
diurnunque officium, et missarum celebritates
assidue clero ac populo sub maturo tenore distincta
gradatione cantantur, ut eadem distinctione
collibeant et maturitate delectent.
Sed nonnulli novellae scholae discipuli,
dum temporibus mensurandis invigilant, novis notis
intendunt, fingere suas quam antiquas cantare
malunt, in semibreves et minimas ecclesiastico
cantatur, notulis percutiuntur. Nam melodias
hoquetis intersecant, discantibus lubricant, triplis et
motetis vulgaribus nonnunquam inculcant adeo, ut
interdum antiphonarii et gradualis fundamenta
despiciant, ignorent super quo aedificant, tonos
nesciant quos nos discernunt, immo confundunt,
quum ex earum multitudine notarum adscensiones
pudicae, descensionesque temperatae, plani cantus,
quibus toni ipsi sercernuntur ad invicem,
obfuscentur. Currunt enim, et non quiescunt; aures
inebriant, et non medentur; gestibus simulant quod
depromunt, quibus devotio quaerenda contemnitur,
vitanda lascivia propalatur.
Nam enim inquit frustra ipse Boetius,
lascivus animus vel lascivioribus delectatur modis,
vel eosdem saepe audiens emollitur et frangitur. Hoc
ideo dudum nos et fratres nostri correctione indigere
percepimus; hoc relegare; immo, prorsus abiicere, et
ab eadem ecclesia Dei profligare efficacius
properamus. Quod circa de ipsorum fratrum consilio
distincte praecipimus, ut nullus deinceps talia vel his
similia in dictis officiis, praesertim horis canonicis,
vel quum missarum solemnia celebrantur, attentare
praesumat. Si quis vero contra fecerit, per ordinarios
locorum, ubi ista commissa fuerint, vel deputandos
ab eis non exemptis, in exemptis vero per praepositos
seu praelatos suos, ad quoa alias correctio et punitio
culparum et excessuum huiusmodi vel similium
pertinere dignoscitur, vel deputandos ab eisdem, per
suspensionem ab officio per octo dies auctoritate
huius canonis puniatur. Per hoc autem non
intendimus prohibere, quil interdum diebus festis
praecipue, sive solemnibus, in missis et praefatiis
divinis officiis aliquae consonantiae, quae melodiam
sapiunt, puta octavae, quintae, quartae et huiusmodi,
supra cantum ecclesiasticum simplicem proferantur,
sic tamen, ut ipsius cantus integritas illibata
permaneat, et nihil ex hoc de bene morata musica
immutetur. Maxime quum huiusmodi consonantiae
auditum demulceant, devotionem provocent, et
psallentium Deo animos torpere non sinant. Actum et
datum Avinioni Pontificatus nostri anno IX. (Corpus
juris canonici, II, Extravagantes communes, libro III,
capítulo 1, 1255-1257, ed. Friedberg, Leipzig, 1879)
La docta autoridad de los santos Padres ha
decretado que en los oficios de la alabanza divina, signo de
la sumisión que debemos a Dios, la mente de cada uno
permanezca atenta, que el discurso no tropiece y que la
modesta gravedad de los que cantan se exprese mediante
una modulación serena. “Pues de su boca resonó un dulce
son”. Este dulce sonido resuene siempre en la boca de los
que cantan los salmos cuando los que cantan llevan a Dios
en su corazón; mientras pronuncian las palabras, su canto
aumenta la devoción hacia Él. Si se ha decidido que en la
iglesia de Dios se salmodie, es con el propósito de estimular
la devoción de los fieles; en el oficio diurno y en el
nocturno, así como en la celebración de las misas, los
clérigos y el pueblo cantan una melodía distinta y pura sobre
un tenor escogido, de manera que ellos gustan de una misma
altura y se regocijan de esta perfección.
Pero algunos discípulos de una nueva escuela, se
dedican a medir el tiempo, inventan notas nuevas
prefiriéndolas a las antiguas. Cantan las melodías de la
iglesia con semibreves y mínimas y rompen estas melodías
con notillas percutidas. Cortan estas melodías con los
hoquetus, las ensucian con sus discantes, e incluso llegan a
añadir una tercera (triplis) y una segunda (motetis) voz en
lengua vulgar, de manera que perdiendo de vista los
fundamentos del antifonario y del gradual, ignoran sobre
qué han construido los cantos, desconocen los tonos que no
saben distinguir, por el contrario los confunden, y bajo esa
multitud de notas oscurecen los púdicos ascensos y los
descensos discretos del canto llano, en medio de cuyos tonos
los separan los unos de los otros. Así corren sin reposar,
embriagan los oídos en vez de reposarlos, imitan con gestos
lo que ellos profieren, y por todo ello, la devoción que
habrían debido buscar, es ridiculizada y se propaga la
corrupción que habrían debido evitar.
No es inútil lo que dice Boecio. “El alma
corrompida se deleita con los modos más corrompidos y
escuchándolos a menudo, se debilita y se relaja”. Hemos
pensado, pues, con nuestros hermanos que estas cosas faltan
a las reglas: también démonos prisa en prohibirlas, incluso
en expulsarlas, en limpiar eficazmente la iglesia de Dios.
Por ello y tras haber solicitado consejo a nuestros hermanos,
ordenamos que en adelante nadie ose perpetrar tales cosas o
semejantes en los mencionados oficios, particularmente en
las horas canónicas, y en la celebración de las misas. Si
alguien obra contrariamente, será castigado por la autoridad
de este decreto con la suspensión de su cargo por ocho días,
por los ordinarios de los lugares donde las hayan cometido,
o por los delegados, por aquellos que no están exentos, y por
los exentos y sus maestros o sus superiores, a quienes
compete reconocer el exceso de esta clase y otros
semejantes, así como la corrección y castigo de las faltas.
Por esta medida no deseamos impedir que, a veces, y sobre
todo en los días de fiesta, por ejemplo en las misas solemnes
y en el oficio divino antes citado, se hagan sobre el canto
eclesiástico algunas consonancias simples que realcen la
melodía, por ejemplo la octava, la quinta, la cuarta y las
consonancias del mismo orden, pero siempre de tal manera
que la integridad del canto permanezca intacta, que nada del
ritmo correcto de la música se cambie, y se recurra sobre
todo a lo que sosiega la mente mediante la audición de tales
consonancias, que provoquen la devoción y que no permitan
entorpecer el alma de los que cantan a Dios. Escrito y dado
en Aviñón el año IX de nuestro pontificado.
Traducción: Juan Carlos Asensio