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Una lectura minuciosa de un clásico de la literatura “El Nombre de la Rosa” del autor,
siempre grande y reconocido semiólogo, Umberto Eco; deja unas señales, unos indicios sobre
investigación que pueden servir de semilla para aquel neófito que quiera sumergirse en ese gran
piélago de incertidumbres y, además, para que tenga elementos medulares que lo lleven a
cosechar grandes frutos en el esclarecimiento de los dilemas que se proponga. Es importante
señalar que el autor a través de sus personajes protagónicos: Guillermo de Basquerville y, su
discípulo, Adso de Melk, hacen un recorrido por intrincados y siempre sinuosos caminos para la
demostración del problema a resolver. El autor a través de los protagonistas brinda claves agudas
para la tarea del desciframiento. En este texto se pretende mostrar, al igual que en la obra contada
en siete días, siete huellas o pistas sobre investigación.
Primera Huella: Claridad del Problema. Un problema bien definido es “la luz que
sobresale en el horizonte”, es tener un mirador determinado para saber el objeto de la
investigación y no perderse en el entramado de las incertidumbres. Cuando se tiene claro el
problema, el investigador se “sitúa en una posición que permite estudiar” desde diversos puntos o
miradas la cuestión a resolver o mejorar. Lo que hay que hacer, luego, son formulaciones que
lleven al investigador, con un poco de paciencia y determinación, a descifrar lo que en apariencia
era normal o indescifrable. A propósito de la palabra “problema” que desde su composición tiene
un sentido de acción en la búsqueda de algo, deja evidente que delimitar el problema es un gran
avance en su solución. El prefijo “pro” que en sentido amplio es estar o ir a favor o en busca de
un sentido. Por otro lado, “Blem” que significa obstáculo para llegar donde se desea y, por
último, el sufijo “a”, que en términos significa acción; entonces, “blema” es un obstáculo que se
presenta para llegar a donde se desea. El problema es lo que está obstaculizando entre lo que hay,
situación actual, y la situación deseada; el objetivo que se quiere luego de dirimir el obstáculo.
No sobra recordar que con la concisión del problema se sabe dónde buscar y que buscar, se sabe,
además, cuál es el camino a seguir para no perderse en la maraña tortuosa de la investigación, de
ir tras los vestigios dejados por un problema.
Segunda Huella: Agudeza del Pensamiento. Por su definición, es la agudeza, esa
capacidad de percibir los más finos detalles, la filigrana o delicadeza a la fijación de la mirada en
lo no evidente. Es el estar siempre atento al aprendizaje del reconocimiento de las huellas “como
hombre de intelecto” que busca saciarse al sumergirse en la bastedad de lo investigado. Esa
agudeza que despierta el deseo de la curiosidad. Dadas dichas necesidades y para esclarecer los
hechos de cualquier situación problema, se necesita ser un espía, “hurgar”, “mirar con ojos de
lince” en varias direcciones, incluso, hay que dejar que “hable el corazón”, “interrogar rostros” y
tener prudencia en los juicios que se hagan. La agudeza del pensamiento está en la línea de saber
mirar, saber fijar los puntos de observación de lo que se quiere investigar. En últimas, es situarse
en posición que permita un buen punto de fijación en relación con lo que se quiere demostrar.
Quinta Huella: El poder de las Teorías. Escoger las teorías es fundamental para pasarlas
por el cedazo de la experiencia. Dice Eco (2014), al respecto “Somos enanos – admitió
Guillermo-, pero enanos subidos sobre hombros de aquellos gigantes, y, aunque pequeños, a
veces logramos ver más allá de su horizonte” (p. 126). En las teorías se encuentran huellas como
improntas que sirven para descubrir lo que se busca, para cuestionar cada hallazgo, hacer
hipótesis e ir decantando la experiencia investigativa a través de la reflexión. Las anteriores
puntualizaciones marcan la relevancia de la documentación epistémica que debe tener el
investigador, puesto que sirven para “hacer distinciones” y con ello aclarar incertidumbres. La
fundamentación sirve de mirador para saber dónde buscar; “porque resolver un misterio no es
recoger un montón de datos particulares para inferir después…Equivale más bien a encontrarse
con uno, dos o tres datos particulares que al parecer no tienen nada en común” y tratar de
imaginar a partir de ahí posibles soluciones. En últimas, son lentes que sirven para ampliar
horizontes de comprensión desde la reflexión.
Sexta Huella: La Reflexión. Es un punto crucial de toda investigación etnográfica, de
enfoque cualitativo. Para llegar a este punto hay que apartarse de lo investigado “¡Así pueden
conocerse las cosas mirándolas desde fuera!” (Eco, 2014, p. 314) y de manera contemplativa,
zurcir fino todos los detalles que puedan dar luces al esclarecimiento del problema, por nimios y
disimiles que parezcan. De hecho, se puede afirmar que, “el misterio del laberinto –dice
Guillermo- nos ha resultado más fácil de aclarar desde fuera que desde dentro” (Eco, 2014, p.
456). En consecuencia, la reflexión sobre el problema es mejor que el investigador, en ciertos
momentos, tome distancia y use las teorías para iluminarla y, así, poder esclarecer lo que aún está
oculto, pero que se encuentra, ahí, implícitamente en los registros, en los insumos de la
observación. Esto conduce a plantear que sin reflexión no se podría llegar a dirimir o transformar
una realidad, no se podría ir de lo que sucede en la actualidad del problema a lo deseado, a la
búsqueda de mejorar ciertas circunstancias del fenómeno en cuestión. En conclusión, la reflexión
permite la trascendencia en la investigación como afirma Guillermo de Baskerville, “lo que más
placer me proporciona es desenredar una madeja bien intrincada” (Eco, 2014, p. 562). Toda vez
que de los resultados del discernimiento es que surgen las nuevas propuestas, nuevas miradas de
los fenómenos que perfilan cambios presentes y futuros en la educación.
Séptima Huella: La Convergencia. Algo más hay que agregar con relación a todo este
entramado de improntas sobre la investigación dejadas por Eco en su monumental obra y se
puede llegar a decir que “de todo eso que desaparece, sólo nos quedan meros nombres, es decir:
de la rosa nos queda únicamente el nombre” (Eco, 2014, p. 734). Así sucede con la investigación,
queda la satisfacción de haber aportado alguna mejoría o, al menos, se deja latente, puentes u
otros problemas dilucidados para emprender nuevas investigaciones. Queda, también, resultados
que sirven como improntas, huellas o rastros para otros que quieran sumergirse en el campo
fascinante de la investigación. O, por lo menos, si se traslada el título de la obra que hoy convoca
esta reflexión en clave de investigación, queda “El Nombre de la Rosa”, que vienen siendo esos
resultados que como evidencias se exponen en signos grafiados en un texto y en la
transformación de los investigadores con su experiencia.
Referencias
Eco, U. (2014). El Nombre de la Rosa. (R. Pochtar, Trad.) Barcelona, España: Bolsillo.
Eco, U., & Sebeok, T. (1989). El signo de los tres: Dupin, Holmes y Pierce. Barcelona, España:
Lumen.