Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La Resolucion Del Enigma y La Escritura
La Resolucion Del Enigma y La Escritura
Literatura
argentina: cuatro cortes. Buenos Aires, Entropía, 2006 [ISBN 987-21040-6-9]
Daniel Link
Universidad de Buenos Aires
queda para el comentario son las transformaciones del género policial, antes que
las transformaciones de cualquier otro género industrial (la ciencia ficción, por
ejemplo, que en nuestro país nunca tuvo demasiado desarrollo aunque sí
ejemplares memorables: La invención de Morel, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, en el
período que nos ocupa). De las muchas opciones que la cultura industrial le
brindaba, la literatura argentina eligió investigar las versiones low tech.
La teoría de la verdad del policial, como muy bien sospechó Jacques
Lacan , escapa por completo a la política (y la literatura policial servirá en
2
1 Ver Link, Daniel. La chancha con cadenas. Buenos Aires, del Eclipse, 1994. Para una teoría
completa sobre el género policial ver Link, Daniel (comp.). El juego de los cautos. Buenos Aires, la
marca, 20033
2 Lacan, Jacques. “Seminario sobre La carta robada” en Escritos II. México, Siglo XXI, 1975
3 El cuento policial encuentra en Poe, es sabido, a su príncipe. La novela policial se desarrolla a
partir de La piedra lunar (1868) de Wilkie Collins.
Una versión levemente distinta apareció, con el título “Peronismo y misterio” en Leyenda. Literatura
argentina: cuatro cortes. Buenos Aires, Entropía, 2006 [ISBN 987-21040-6-9]
Héroes de la verdad
Si hay verdad (y no importa de qué orden es esa verdad), debe haber alguien
encargado de comprenderla y revelarla al lector. Es el caso del detective, un
elemento estructural inevitable en la constitución del género. El detective, como
señala Lacan, es el que ve lo que está allí pero nadie ve: el detective, podría
decirse, es quien inviste de sentido la realidad brutal de los hechos,
transformando en indicios las cosas, correlacionando información que aislada
carece de valor, estableciendo series y órdenes de significados que organiza en
6 La mejor definición de conflicto y enigma como categorías del relato está en Barthes, Roland.
S/Z. México, Siglo XXI, 1980.
Una versión levemente distinta apareció, con el título “Peronismo y misterio” en Leyenda. Literatura
argentina: cuatro cortes. Buenos Aires, Entropía, 2006 [ISBN 987-21040-6-9]
campos.
Paradigmáticamente, el chevalier Dupin de Poe es el que puede ver lo
que nadie (su parodia es el Isidro Parodi de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy
Casares: preso, es capaz, sin embargo, de verlo todo). Otros escritores
disimularán esa jactancia del detective mostrándolo como el que tarda en ver,
pero finalmente ve, lo evidente.
Juan Sasturain, uno de los principales cultores contemporáneos del género, ha
insistido en la dificultad que tiene la construcción del detective en el contexto de la
cultura argentina:
En rasgos generales, no hay muchos detectives ni muchas novelas policiales.
Ni mucho menos sagas de detectives. Los detectives en la Argentina tienden a
ser comisarios, tipos bonachones, policías comprensivos, confidentes. Pero
cuál es el problema: ese tipo de detectives tiene que ser de zonas rurales —
como esos pueblos en los que los pone a veces Walsh— o no sobrevive al
cambio de los tiempos: cuando a partir del ‘70 la policía se convierte
uniformemente en Maldita Policía, esa figura policíaca no sirve más. O está
obligada a permanecer fuera de la institución, en ambientes chicos donde se
manejan cosas chicas, cosa cada vez menos probable. En mi caso —y creo
que es algo más bien generacional—, escribir policial en la Argentina es como
lo de Oesterheld en los ‘50: trasladar la aventura; que las cosas que leíamos
pudieran pasar acá. Eso era todo un gesto de descolonización. Esa es la
lectura política. Aunque tengo que decir que cuando descubrí a Hammett y a
Chandler me gustaron. Me gustaba cómo escribían. Y en la práctica, empecé
a escribir policial como ejercicio de estilo, “a la manera de...”, como un molde
en el que calzarme, una forma de entrar en la literatura. Pero lo más
inverosímil era hacer un detective. Ahora todos te salen que con Yabrán se
puede hacer un flor de policial. No tiene nada que ver. Lo que uno quiere
escribir es un tipo que se dedica a ser detective . 7
complejo).
La otra variable que define el policial es, naturalmente, la Ley,
entendida en un arco que va desde las posiciones más formalistas (el caso de la
novela policial inglesa, el caso de Borges) a las sustancialistas (el caso de la
novela negra norteamericana). En la Argentina, podría decirse, la literatura policial
funciona en el arco que va de Borges a Walsh, por razones ideológicas, pero
también por razones institucionales (volveremos sobre este punto).
Que haya Ley no implica que haya Justicia o Verdad, problema que
articula, más bien, el caso jurídico. Simplemente garantiza que hay Estado, una
instancia cada vez más formal en las sociedades contemporáneas. Que haya
Estado es una hipótesis garantizada no tanto por la sustancia de la Ley como por
su carácter formal.
En la medida en que el detective permanece al margen de las
instituciones de Estado, y hasta se les enfrenta, su estatuto será cada vez más
sustancial y menos formal. A la legalidad formal de la policía (siempre predicada
por la inepcia), el detective opone la legalidad sustancial de su práctica
parapolicial (de ahí su imposibilidad en el contexto de las letras argentinas), sólo
sujeta a los valores de su propia conciencia.
Verdad, Ley, detective. Conflicto y enigma. He ahí todo lo que el policial muestra.
En sí, el género es un dispositivo para pensar las relaciones entre el sujeto, la Ley
y la Verdad que deviene modelo general de funcionamiento discursivo: de Poe
más bien irracionales ("es el llamado de Dios"), el policial semiotiza la muerte con
arreglo a un paradigma pseudocientífico, tal como Brecht observó
tempranamente13.
La única garantía que exhibe el policial es ésta: mientras haya muerte
(y ese parece ser el caso) habrá relatos.
La amenaza de la historia
fuerte: para empezar, es la única figura literaria dentro del género que
produce el catolicismo; además, es un inventor de tramas
extraordinario; y, en última instancia, al Padre Brown lo único que le
importa es el Otro: ¿por qué el criminal peca? Lo importante no es
salvarlo sino salvar el alma. Ésa es muy linda idea para un policial . 15
instalaron una demanda de relatos que participaran del género y que muchos
escritores se vieron llamados a llenar. Es significativo que muchos de los autores
hasta ahora mencionados -y muchos más de los que publicaron relatos policiales
(cuentos o novelas) durante la primera mitad del siglo XX en Argentina- lo hicieran
con seudónimo. Una práctica todavía vergonzante pero que formaba parte del
arsenal de posibilidades de profesionalización para los escritores de la Argentina
de comienzos del siglo XX.
Hacia fines de la década del treinta, editorial Molino lanza dos
colecciones: Hombres Audaces (acción y suspenso), que traduce a John Dickson
Carr y Sax Rohmer, entre otros, y Biblioteca Oro, que difunde en dos series la
producción ya exitosa en otras latitudes de S. S. Van Dine, Agatha Christie, Edgar
Wallace y Erle Stanley Gardner, por ejemplo.
Tratándose, como se trata, de un género de la industria cultural, el
policial no reconoce fronteras y, más allá de las declinaciones que cada cultura
nacional pudiera imponerle, se diseminó por igual en cualquier lengua y en todas
las culturas que contaran con un dispositivo industrial de producción y distribución
de géneros. Su función en cada contexto, sin embargo, fue específica.
La máquina cultural
uno de los mejores sistemas educativos del mundo. Al mismo tiempo, brindan
nuevas posibilidades laborales (como asesores literarios, directores de colección,
correctores de prueba y, sobre todo, traductores) a los intelectuales locales.
La máquina editorial es ya un aparato que funciona con posiciones y categorías
abstractas ante que con nombres. Para Emecé trabajan Borges (ya fogeado
durante los años previos en el trabajo periodístico), Mallea y Bioy Casares; Para
Losada, Francisco Romero, Guillermo de Torre, Amado Alonso y Pedro Henríquez
Ureña; para Hachette, más tarde, Rodolfo Walsh. Son los nombres que las
historias tradicionales de la literatura recuperan, pero lo que importa es la
cualidad del trabajo que realizaban.
Si, por un lado, se consolida el género fantástico (cuya vocación por lo
siniestro liga bien con las preocupaciones políticas del momento) , y se abandona
16
una disciplina de índole clásica. Aunque sólo fuera por esta razón,
comprometen nuestra gratitud .17
Pero no hay que pensar, ingenuamente, que Borges y Bioy hayan inventado el
policial en la Argentina. Más importantes que ellos en la creación de sus
condiciones de existencia en el contexto de la literatura nacional fueron
escritores que, como Conrado Nalé Roxlo, Anderson Imbert o Leonardo 18
Cinco asesinos que, entre otros cuentos de Chandler, incluye “Los chantajistas no
matan” (1933).
Cuando Borges y Bioy Casares crean para Emecé ese mismo año de
1945 la colección El séptimo círculo, el género policial (en sus variantes más
célebres: el policial analítico británico y la novela negra norteamericana) ya
estaba suficientemente instalado en la industria editorial y en la conciencia del
público lector como para garantizar el éxito de una colección que, por otra parte,
no hacía más que publicar las recomendaciones del Times Literary Supplement:
sofisticadas y elegantes ejemplares de “literatura de evasión”.
El séptimo círculo compite con las colecciones Rastros y Pistas de
Acme Agency, que incluye más escritores nacionales, y la series Naranja y
Evasión de Hachette, con las cuales colabora Rodolfo Walsh, en su múltiple
condición de lector, traductor, antólogo y autor. Para comprender mejor este
mapa, conviene citar, una vez más, a Juan Sasturain:
Muchos fechan el origen del policial en la Argentina en los ‘40, y eso es
bastante cierto. Entre el ‘41 y el ‘42 salen los primeros cuentos de Castellani
sobre el padre Metri, donde se ve la influencia del padre Brown de
Chesterton; sale el Isidro Parodi y una novela de Abel Mateo con su Inspector
Verano21. También por esos años se popularizan los policiales de bolsillo
modernos, que aparecen en librerías y quioscos. Por un lado, aparece la
tendencia a la inglesa, tanto en el objeto libro como en la temática: El séptimo
círculo, dirigida por Borges y Bioy, que titulan con un guiño culto, aludiendo al
infierno dantesco de los violentos. Esa colección forma parte de un proyecto
editorial de Emecé, que reparte las colecciones entre los intelectuales capos
que tenía: desde El séptimo círculo y La puerta de marfil con Borges y Bioy a
Cuadernos de la Quimera con Mallea (donde sale toda la novela tradicional
inglesa del siglo XIX y parte de la norteamericana). Al mismo tiempo aparece
Rastros, que en la práctica carece de mentores. Si el primer libro de El
séptimo círculo es La bestia debe morir de Nicholas Blake, con una tapa muy
abstracta, casi puramente geométrica, el primero de Rastros es Scarface,
firmado con seudónimo y con un gángster en la tapa, muy quiosquero y
popular. Y es en Rastros donde está mucho más presente el escritor
argentino. De hecho, ni Bioy ni Borges publican argentinos en sus
colecciones22. Después está Acme, con pockets que se hacen bosta y tapas
21 Se refiere a Con la guadaña al hombro (1940), firmada por Diego Keltiber (seudónimo de Abel
Mateo), Novela encuadrada, según Yates, en la tradición de las novelas fair play de Ellery Queen y
S. S. Van Dine de los años treinta. Cfr. Yates, Donald. “La novela policial en las Américas”, Temas
culturales, publicación del Servicio Cultural e Informativo de los Estados Unidos, III: 3 (Buenos
Aires: 1963).
22 Las únicas excepciones: El asesino desvelado (1945) de Enrique Amorim, Los que aman,
odian (1945) de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, El estruendo de las rosas (1948) de
Manuel Peyrou, Bajo el signo del odio (1953) de Alexander Rice Guinness (seudónimo de
Una versión levemente distinta apareció, con el título “Peronismo y misterio” en Leyenda. Literatura
argentina: cuatro cortes. Buenos Aires, Entropía, 2006 [ISBN 987-21040-6-9]
con mucho color. Consideremos que tanto en Acme como en Rastros el autor
casi no existe, es un tipo que firma arriba chiquitito. En cambio, en Emecé el
autor es un escritor que tiene una ficha biográfica. Y ahí, casi al final, aparece
la Serie Naranja, de Hachette, para la que trabaja Rodolfo Walsh, y que se
convierte en un bicho raro, porque publica Cornell Woolrich pero también
Ellery Queen, que tendría que haber sido de cabeza de Emecé. La oleada
siguiente, la que da un nuevo viraje y reabastece el stock23, es una colección
de editorial Fabril, El club del misterio. Es la que introduce sistemáticamente a
Chandler, del que Borges y Bioy habían apenas publicado unos cuentitos de
Asesino en la lluvia. Rastros sólo había metido Cinco asesinos, aunque había
publicado mucho de Hammett. Y con esa colección entra Ross MacDonald. 24
La década infame
Alejandro Ruiz Guiñazú), La muerte baja en el ascensor (1955) de Angélica Bosco y Sanatorio de
altura (1963) de Max Duplan (seudónimo de Eduardo Morera).
23 Hacia fines de la década del cuarenta y hasta finales de 1960.
24 op. cit.
25 Buenos Aires, Hachette, 1953, pág. 7
26 Buenos Aires, C.E.P.A. La segunda edición aparece en 1952 (Buenos Aires, Ediciones Sed), se
llama Las muertes del Padre Metri (es una “edición aumentada”) y lleva ya la firma de Leonardo
Una versión levemente distinta apareció, con el título “Peronismo y misterio” en Leyenda. Literatura
argentina: cuatro cortes. Buenos Aires, Entropía, 2006 [ISBN 987-21040-6-9]
Restaría explicar, para citar a Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera, por qué “la fecha
y el texto elegidos poseen indudable representatividad desde el punto de vista de
la historia del género, y señalan, por lo menos, un momento decisivo en el
proceso de su configuración en nuestro medio” . 27
Castellani.
27 Op.cit., pág. 13
Una versión levemente distinta apareció, con el título “Peronismo y misterio” en Leyenda. Literatura
argentina: cuatro cortes. Buenos Aires, Entropía, 2006 [ISBN 987-21040-6-9]
Es contra la literatura filo-nazi (de inspiración telúrica), pues, que el género estaba
proponiendo un modelo de legalidad y de racionalidad pero también un modelo de
cultura (la literatura cuenta, antes que un estado de la realidad, un estado de la
imaginación).
A comienzos de la década del cincuenta, toda ilusión de apoliticidad se
28 Edgardo Cozarinsky. “Borges: un texto que es todo para todos”, Cuadernos de Recienvenido,
11
Una versión levemente distinta apareció, con el título “Peronismo y misterio” en Leyenda. Literatura
argentina: cuatro cortes. Buenos Aires, Entropía, 2006 [ISBN 987-21040-6-9]
29 Yates, Donald. op. cit. Lafforgue y Rivera intentan desmentir la terminante afirmación de Yates
sin demasiado éxito. La recuperación del policial negro en la década del setenta por parte de
Ricardo Piglia y otros autores no alcanza, ciertamente, a devolverle al género un esplendor
perdido para siempre. El propio Borges abomina de su juvenil predilección por los artificios del
género en los “Interrogatorios” incluidos por Lafforgue y Rivera en su insuperable librito (op. cit.).
30 En la "Noticia autobiográfica" incluida ahora en Walsh, Rodolfo. Ese hombre. Diario y otros
papeles personales. Buenos Aires, Seix-Barral, 1996.
31 Desde Croce, para quien las poéticas genéricas representan el "maggior trionfo d'ell'errore
intellettualistico", los géneros representa falsos universales y sistemas de constricción ajenos al
arte. Lo que debería quedar claro, en todo caso, es que el género se sobreimprime al arte, sin
Una versión levemente distinta apareció, con el título “Peronismo y misterio” en Leyenda. Literatura
argentina: cuatro cortes. Buenos Aires, Entropía, 2006 [ISBN 987-21040-6-9]
Glosa
Nacionalizar un género cultural (que, como tal, opera con prescindencia de las
variables nacionalitarias) es una operación colectiva compleja que involucra la
nacionalización de las temáticas pero también de los estilos. Suponer que el
género pueda sobrevivir a tales transformaciones puede ser un acto de
ingenuidad o un deseo utópico. Los norteamericanos y los franceses, en ese
orden, consiguieron imponerle al policial dinámicas diferenciales, pero tampoco es
indudable que en un caso o en otro se trate de lo mismo:
No me gusta la violencia que exhiben los norteamericanos. En general son
autores truculentos. Raymond Chandler es un poco mejor; pero los otros,
Dashiell Hammett, por ejemplo, son muy malos. Además, ellos no escriben
novelas policiales: los detectives no razonan en ningún momento. Todos son
malevos: los criminales y los policías. Lo cual puede ser cierto. (Borges, según
el testimonio reproducido en Lafforgue y Rivera. op. cit.)
En todo caso, el desafío para los argentinos del período pasaba por un lado por la
creación de una figura verosímil de detective o investigador y ya se ha visto que la
tarea fue y sigue siendo prácticamente imposible, porque esa figura chocaba
contra la vocación realista (que, justo es decirlo, habría aniquilado el género en
cualquier lugar del mundo). El Isidro Parodi de Borges y Bioy, que inaugura el
período de oro del policial en Argentina es un signo de esa imposibilidad. El
problema del detective no es sólo un problema de representación o tipo social. Es
coincidir con él, y éste es un rasgo del arte moderno en general, y en particular, de la literatura del
siglo XX.
Una versión levemente distinta apareció, con el título “Peronismo y misterio” en Leyenda. Literatura
argentina: cuatro cortes. Buenos Aires, Entropía, 2006 [ISBN 987-21040-6-9]
todos los géneros. Participa en política (es un fervoroso adherente del Partido
Nacionalista). Presionado por la Iglesia para que abandone la Orden Jesuita, es
recluido en Manresa (España) durante dos años, de donde escapa en 1949 para
volver a Buenos Aires. Expulsado de la Orden y suspendido como sacerdote, se
dedicará a un sinfín de actividades hasta que en 1966 se le restituye el ministerio
sacerdotal. Entre 1935 y 1946 publica las recopilaciones de cuentos Historias del
Norte Bravo, Martita ofelia y otros cuentos de fantasmas, El crimen de Ducadelia
y otros cuentos del trío y Las 9 muertes del Padre Metri, publicado en 1942 con el
seudónimo Jerónimo del Rey y reimpreso en 1952 como Las muertes del Padre
Metri ya con su nombre y una serie de textos (algunos tomados de El crimen de
Ducadelia)32.
De opiniones la mayoría de las veces exaltadas y desmesuradas,
Castellani llegó a sostener que “existen en la vida solamente 13 problemas
fundamentales; acerca de los cuales estoy escribiendo un libro, con la solución
exacta de cada uno”33. Sus gustos literarios eran la más brutal expresión de
ideología:
Con tal “estrategia” [se refiere a “El problema editorial”] se ha eliminado del
conocimiento público entre nosotros a escritores tan grandes como Guido
Spano (escritos políticos), Estanislao Zeballos, Rubén Franklin Mayer... el
cual murió tronchado y amargado por la “conspiración del silencio”. Esa
conspiración quiere eliminar también hoy día34 (impotentemente) a Manuel
Gálvez, cuyas eximias biografías han merecido bien del país, a Hugo Wast,
narrador nato, sano y ameno novelista popular de primer orden... y otros
conocidos que no hay para qué nombrar: en suma, está en contra del escritor
veramente argentino, del que edifica la patria, del que brega por sus más
altos intereses. Aborrece a los escritores criollos, los que no tienen aquí
“cónsules”. Nos inunda de literatura extranjera, mala por lo general.
La logrería editorial, la camarilla de los “snobs”, arribistas y despechados, y
(digamos la verdad) la desidia de los “buenos”, producen de consuno este
diluvio de traducciones extranjeras al rumbo, de libros argentinos estúpidos,
de literatura pseudocientífica y pseudofilosófica, de bodrios manifiestamente
antinacionales, de libros perversos de toda la gama hasta llegar a lo nefando
(literatura sodomítica), de bazofia intelectual, de cháchara herética, de
32 Primera edición: Buenos Aires, C.E.P.A. La segunda edición “aumentada” aparece en 1952
(Buenos Aires, Ediciones Sed).
33 En Notas a caballo de un país en crisis. Buenos Aires, Ediciones Dictio (Biblioteca del
Pensamiento Nacionalista Argentino), 1974.
34 El texto original fue publicado en Tribuna (San Juan: 20 de agosto de 1962)
Una versión levemente distinta apareció, con el título “Peronismo y misterio” en Leyenda. Literatura
argentina: cuatro cortes. Buenos Aires, Entropía, 2006 [ISBN 987-21040-6-9]
Hasta que una tarde, “la urbe resonó con la caballería del Ejército
marchando sobre la Casa de Gobierno. Horas después se anunció por radio que
una Junta de militares, presidida por el general Veintemilla, gobernaría
provisionalmente para salvar la patria”. Agotado el gobierno de Veintemilla, surge
un nuevo caudillo, “un general que acababa de regresar de la Italia de Mussolini
después de varios años de agregado militar en la Embajada”. El nuevo presidente
provisional es el general José Melgarejo.
Quiroga se hace colaborador estrecho y amigo íntimo del presidente de
facto, mientras prepara su crimen perfecto. En efecto, durante un acto proselitista
asesina a Melgarejo (la escena del crimen es un cuarto cerrado por dentro) y
hace desaparecer el cadáver. Cocina sus restos y los sirve como banquete a sus
seguidores. Desparecido Melgarejo, sin embargo, las pesquisas llegan
rápidamente a un punto muerto:
Antes de fin de semana todo el mundo sabía que el general Melgarejo había
desparecido. La oposición salió a la calle. Se distribuyeron volantes
revolucionarios. Se empapelaron las paredes con carteles contra el gobierno.
Hubo huelgas. Los estudiantes vociferaban. Tiroteos. Muertos. Un sector del
ejército aprovechó la confusión para dar un golpe de Estado. El nuevo dictador,
general Villa, desde los balcones de la Casa de Gobierno anunció que el
régimen de Melgarejo se había podrido; que hubo que cortar por lo sano y que
ahora el país estaba a salvo. El pueblo gritaba: “¡Viva el general Villa!” Alguien
en un café insinuó en voz baja que a lo mejor el general Villa había mandado
eliminar al general Melgarejo. Otro dio la conjetura por cierta.