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para "Narrar el malestar"
Sitio: FLACSO Virtual
Curso: Diploma Superior en Psicoanálisis y Prácticas Socioeducativas Cohorte 15
Clase: Orientaciones para "Narrar el malestar"
Impreso por: Melisa Noelia Quiroga
Día: domingo, 28 de mayo de 2017, 18:54
Tabla de contenidos
Presentación
Introducción
I. Seleccionar qué contar, presentar al protagonista
II. Una historia, varias versiones
III. Las voces del relato
IV. A modo de cierre
Bibliografía
Presentación
Fernanda Cano*
La propuesta del Espacio de escritura sobre los Nombres del Malestar y sus Abordajes, es
acompañarlos, a través de una serie de consignas, en la escritura de un trabajo. Cada uno de ustedes
ha seleccionado ya un nombre del malestar que le interesa poner a trabajar a lo largo del curso, un
nombre que se presenta como una zona posible a indagar, una situación o una escena donde el
malestar emerge en alguna forma y requiere que nos detengamos a nombrarlo, a pensarlo, a
reflexionar sobre él. El trabajo a escribir consiste, entonces, en la exposición de esa situación, de esa
escena o escenas elegidas por ustedes, y su correspondiente análisis, que se entramará con las
reflexiones e ideas que la temática elegida les suscite. Y el Esapcio de Escritura será el lugar que nos
permitirá pensar juntos en las formas posibles de comunicar a otros esas indagaciones.
Se constituye así como un espacio en el que se podrá reflexionar sobre las maneras posibles de
exponer los temas, las problemáticas que se presentan mientras los van componiendo, sobre los
criterios que guían nuestras decisiones como escritores a la hora de redactar un artículo.
Para acompañarlos en ese recorrido, les presentamos esta clase que nos permitirá detenernos a
comentar artículos escritos por diversos autores, comparar las distintas estrategias que se ponen en
juego en la redacción de esos textos y aportar algunas herramientas y recursos que puedan poner en
funcionamiento en sus propias escrituras.
“Narrar el malestar” es una clase centrada en la problemática de la narración y acompaña la
resolución de la segunda consigna del Espacio de escritura sobre los Nombres del Malestar y sus
Abordajes, en la que se les solicita narrar una escena o una situación en la que se pone en juego el
nombre del malestar que han elegido; una narración que permitirá desplegar, ubicados todavía en el
instante de ver, dejando en suspenso por ahora juicios, explicaciones o respuestas, los pormenores de
una escena que dará pie a nuevas reflexiones e ideas.
Introducción
Ya en los primeros escritos de Sigmund Freud, los casos psicoanalíticos se presentan al lector bajo la
forma de una narración. En los trabajos que se escriben en la actualidad, también encontramos casos o
escenas narradas a partir de los cuales se circunscribe alguna problemática a analizar. En estos textos,
reconocemos un momento en que el autor nos presenta una situación o una escena a través de una
narración, de un relato.
¿De qué forma es más conveniente presentar esa narración? ¿Cómo seleccionar qué información es
necesario aportar al lector a lo largo de ese relato? ¿En qué orden contar los acontecimientos que
comprende? ¿Cómo distinguir las distintas voces presentes?
Estas son algunas de las preguntas sobre las que reflexionaremos en esta clase, en la cual la lectura de
algunos textos y artículos se combinará con los aportes que la narratología, esto es, los estudios que se
ocupan de las formas de la narración, nos ofrece.
I. Seleccionar qué contar, presentar al protagonista
Toda escritura, todo texto que componemos, es inseparable de sus condiciones de producción y de
recepción. Escribir esta clase, por ejemplo, supone tenerlos en cuenta, en principio, como futuros
lectores; supone atender a que se trata de un grupo de lectores dispuestos a una escritura, sin perder de
vista que pueden contar con estrategias diferentes para abordarla; implica desarrollar y exponer
conceptos e ideas que provienen de una disciplina específica, entre otras cosas. Siempre que
escribimos debemos tener en cuenta al lector al que nos dirigimos, pues toda escritura es una suerte
de “diálogo” con ese otro lector, un trabajo que supone prestar atención a zonas del texto que pueden
resultar confusas y precisan volver a ser explicadas para que el lector las comprenda, una tarea que
requiere atender a los debates y las ideas que en la actualidad se discuten, al contexto de recepción en
el que el texto viene a instalarse para decir algo nuevo, para presentar un aporte distinto, una mirada
diferente.
Si pensamos, por ejemplo, en las condiciones de producción en las que escribía Sigmund Freud,
debemos recordar que se trata de una época en la que el mismo psicoanálisis no estaba aún instalado
como disciplina, como práctica posible. De ahí que, en sus textos, podamos leer la necesidad de
persuadir a otros sobre la legitimidad del trabajo psicoanalítico. En la actualidad, las condiciones son
otras: la disciplina ya está instalada; la práctica, legitimada. Sin embargo, cada nuevo trabajo que
presenta un caso con vistas a exponer un análisis y una interpretación pretende una cierta adhesión del
lector. Ya sea que se trate de un recorte nuevo, ya sea que presente una mirada diferente sobre una
problemática, o incluso que proponga o reflexione sobre las modalidades de intervención en ciertas
situaciones, el escritor debe atender a ese lector, del que pretende capturar su atención y al que intenta
persuadir acerca de algunas ideas.
La narración del caso, el relato de las escenas elegidas, consiste en darle a conocer a ese lector los
pormenores de una situación, lo que supone recrear una escena o una secuencia de escenas para su
lectura. Una primera cuestión que, como escritores, se nos plantea es seleccionar qué narrar, qué
aspectos de una situación conocida para nosotros vale la pena contar, qué datos relativos al contexto
de la situación debe conocer el lector. No hay, ciertamente, una forma única que nos sirva como
modelo para el relato de una escena. Pero sí podemos enumerar algunos aspectos que se presentan en
la mayoría de esas narraciones, de manera que cada escritor pueda considerarlos.
En toda escena o secuencia de escenas, en toda narración, aparecen en primer lugar uno o varios
protagonistas. Por protagonista entendemos a la persona central sobre la que gira el relato, que puede
ser un niño, un joven o un adulto. ¿Cuáles son los datos del protagonista que el lector debe manejar?
¿Cuáles los que es necesario modificar con vistas a preservar la identidad de la persona? En el espacio
que se abre entre ambas preguntas el escritor debe tomar una serie de decisiones que implican
seleccionar qué información brindar al lector y cuál transformar u omitir a los fines de mantener
ocultos los datos que posibiliten el reconocimiento. La edad del protagonista, su condición social, si
transita la vida escolar, son algunos de los datos que suelen aparecer al tiempo que, por lo general, se
evita el nombre propio a través de una inicial o se lo reemplaza por otro. En algunos artículos, suele
explicitarse esa modificación a través de un giro o una fórmula del tipo al que llamaremos, seguida de
un nombre ficticio.
Dado que el protagonista es la persona central del relato, durante la narración aparecen una serie de
descripciones que permiten que el lector pueda representárselo. Esas descripciones pueden brindarse
al inicio del relato, en relación con el momento en que se conoce al protagonista; pueden aparecer
durante la narración, vinculadas a algún hecho o acontecimiento que se está contando; pueden formar
parte de la historia previa del protagonista, datos anteriores que se considera conveniente exponer
para comprender la situación narrativa que se despliega.
Junto al protagonista, aparecen otros sujetos o actores vinculados a la historia que se narra. Estas
personas que podríamos denominar personajes secundarios si tenemos en cuenta que nuestra
atención se focaliza en el protagonista cumplen por lo general algún rol decisivo en la historia. Sus
acciones colaboran con los deseos, objetivos o acontecimientos del protagonista o los obstaculizan.
De ahí que, de algunos de ellos, también debamos preguntarnos qué datos aportar y cuáles
transformar u omitir. Cuáles será necesario expandir y cuáles no es imprescindible relatar son
cuestiones que cada escritor debe definir teniendo en cuenta el rol que esas personas desempeñan en
cada historia particular en relación con el protagonista.
Veamos algunos ejemplos:
“Camila tiene 4 años. Cuando llega por primera vez a mi consultorio, entra casi
escondida detrás de su mamá. Contrastan ambas figuras: Lidia delgada, menudita y
Camila alta y gordita para su edad. “Parece una nena más grande”. La mamá me
cuenta que “la trae para un control”, para que tenga una pediatra que la conozca.
Empiezo a recorrer la historia de Camila, el embarazo, su nacimiento, la lactancia
materna interrumpida a los 20 días (“me quedé sin leche”, dirá Lidia) y las
enfermedades que se irán repitiendo (urticarias, broncoespasmos, otitis). La mamá habla
poco, retiene las palabras; me encuentro ante una historia a la que le están faltando
partes que todavía no voy a poder encontrar.
Camila no va al jardín porque a su mamá le da miedo, piensa que es muy chiquita
todavía, que el año que viene quizás… Cuando pregunto por el papá de Camila su mamá
dirá: no tiene papá, “quiero decir –aclara después de un silencio, que estamos
separados desde hace mucho tiempo y que la nena no lo ve”. En tanto Camila, que ha
permanecido detrás de su mamá, tratando de ocultarse, no lo logra porque su cuerpo
rebasa y excede al de su madre. Se presta sin resistencia al examen médico, pero esquiva
la mirada, y no habrá ninguna palabra.
Quedamos en volvernos a ver para ocuparme de lo que preocupa a la mamá. (…)”
Miriam A. Romo, “El silencio de Camila”, en: La infancia amenazada, Psicoanálisis y
el Hospital No. 25, Buenos Aires, 2004 (p. 96)
“Me consultan por un niño de 7 años. Los padres lo notaron inquieto desde el año. A los
tres años, durante una visita al dermatólogo, el niño emite una especie de quejido
prolongado que los padres interpretan como una equivalencia de cuando se cantaba a sí
mismo en la cuna. El médico recomienda una consulta al neurólogo. El
electroencefalograma resulta normal pero se les advierte a los padres que tendrán que
estar atentos, y se les sugiere consultar a los 5 años a una psicopedagoga. A esa edad, y
luego de una prolija aplicación de las escalas de diagnóstico de ADD, se certifica la
existencia del síndrome y se pronostica un mal rendimiento en la escuela primaria. A los
6 años se cumple el designio, el niño tiene altibajos y llega al extremo de no copiar
ninguna tarea porque ya sabe todo. Los padres llevan al niño a un prestigioso centro de
atención de enfermedades neurológicas. En la primera entrevista con la neuróloga, el
niño molesto porque su madre quiere mostrarle a la médica sus cuadernos incompletos,
se desnuda. La neuróloga diagnostica: el niño padece ADD o un trastorno bipolar.
Indica Ritalina y estudios de resonancia magnética. De acuerdo a la respuesta a la
medicación se llegará al diagnóstico diferencial.
Al padre le pareció que la médica se apresuraba. A ambos les produce malestar medicar
al hijo. Temen los efectos adversos y la dependencia al fármaco.
Me cuentan que un psiquiatra les dijo, en relación a aquel grito que motivó la primera
visita al neurólogo, que tal vez era un recuerdo de los primeros meses de vida del niño.
En esa época lloraba mucho, y después de distintas consultas con diversos pediatras y
gastroenterólogos se le diagnosticó una esofagitis por reflujo. Con la medicación
indicada todo pasó.
No todo, les dije, ahora siguen en la misma. Me miraron atónitos. (…)”.
Elena Lacombe, “El uso de psicofármacos en la infancia”, en: La infancia amenazada,
op. cit., (p. 24)
Los dos ejemplos son muy diferentes, pero justamente por ello pueden servirnos para observar las
diversas opciones con que contamos al momento de presentar a los protagonistas de una historia.
El primer ejemplo presenta a la protagonista a partir de una serie de descripciones vinculadas a la
primera vez en que la pequeña visita el consultorio, descripciones que se extienden también a la
madre que la acompaña y se detienen particularmente en los cuerpos de ambas, en el contraste entre
ambas figuras: una pequeña que “parece grande”, un cuerpo que “rebasa y excede” al de la madre.
Más adelante, una vez que la narración ha concluido y el texto comienza a analizar la escena
seleccionada, la autora volverá a ese detalle para mostrar cómo Camila, con su cuerpo, contenía a su
madre; cómo Lidia no podía con el “peso excesivo” que le causaba la pequeña.
En este ejemplo, la presentación de la protagonista a través del relato de esa primera vez que la
conoce permite al lector “asistir”, durante la lectura, a ese primer encuentro. Junto con las
descripciones de la pequeña y la madre, la autora elige incluir las propias primeras impresiones que la
escena misma le ha provocado (“me encuentro ante una historia a la que le están faltando partes que
todavía no voy a poder encontrar”). Esas impresiones corresponden al momento del primer
encuentro, no al momento de la escritura, pero la autora elige reponerlas tal como fueron percibidas
esa primera vez. Por otro lado, los datos aportados en las descripciones iniciales, como breves
pinceladas que posibilitan que el lector se represente esa escena, serán aquellos que el análisis de la
situación recuperará más adelante, datos significativos, podríamos decir, en función del tema del
trabajo; datos, en este caso, vinculados a las figuras de los cuerpos que contrastan.
En el segundo ejemplo, se presenta al protagonista a través de una historia anterior, que sintetiza seis
años en la vida del pequeño, cuyo nombre ni siquiera se menciona. La síntesis de esa historia obedece
a un criterio, pues el relato se organiza teniendo en cuenta las sucesivas visitas que el niño hizo a un
pediatra, varios neurólogos, una psicopedagoga, incluyendo una consulta a un psiquiatra y una visita a
un centro de atención de enfermedades neurológicas, del que sólo sabremos que es “prestigioso”, pero
cuyos datos no se revelan, como así tampoco los nombres de las personas que tratan sucesivamente al
pequeño.
En el fragmento, son muy acotadas las descripciones vinculadas al niño: tiene 7 años, se le observó un
temprano “quejido”, tiene altibajos en la escuela y se presenta molesto en una visita en la que se
desnuda. Predominan, sin embargo, las descripciones de los sucesivos adultos que lo atienden, las
miradas que recaen sobre el pequeño y lo diagnostican. Si prestamos atención al título del texto,
podemos comprender la elección y el recorte que esta narración nos presenta: un trabajo que vendrá a
cuestionar, justamente, el uso de psicofármacos en la infancia y cuyo objetivo será, entonces,
persuadir al lector sobre la forma en que esos “personajes secundarios” actuaron en relación con el
protagonista del caso, el modo en que lo “observaron” y las conclusiones a las que abordaron a partir
de esa mirada.
Por otra parte, y volviendo a los aspectos que se presentan en las narraciones, pueden aparecer datos
relativos al contexto en el que transcurre la historia, información vinculada a un espacio y un
tiempo determinados en el que es necesario ubicar al lector. Algunas narraciones comienzan
describiendo ese contexto, mientras que en otras se trata de información que se va aportando a medida
que avanza la narración. Al igual que en el segundo ejemplo, el nombre de las instituciones suele
omitirse, pero cuando se considera una información relevante, se comenta si la escena transcurre en
una escuela pública, en el momento del recreo, en el gabinete escolar, en un hogar o institución que se
visita, en el consultorio del psicoanalista, entre otras posibilidades.
Teniendo en cuenta al futuro lector del texto, entonces, una primera cuestión a definir es la selección
de los datos vinculados a la historia que se va a narrar, datos, información y descripciones
relacionadas con el protagonista, con otras personas que aparecen en el relato, con el contexto en el
que transcurre la historia. Y junto con esa selección, conviene considerar la forma en que esos datos
irán apareciendo en la narración: los nombres que se utilizarán, las palabras que elegiremos para
describirlos, las modificaciones necesarias para evitar el develamiento de las identidades. Selecciones
y modificaciones que determinarán el modo en que cada lector pueda representarse la escena que se
narra.
II. Una historia, varias versiones
Una misma historia puede narrarse de diversas maneras. Una misma escena puede dar lugar a
diferentes relatos. Y no sólo por la selección de los acontecimientos que se elijan narrar. Una misma
secuencia de hechos puede ser presentada de diversas formas.
Freud lo sabía bien y, de hecho, al inicio de cada nuevo caso, suele explicar al lector la forma que
ha elegido para narrarlo, el modo en que ordenará y presentará los acontecimientos de la historia. Y
es ése un verdadero gesto de acompañamiento al lector, que consiste en una serie de frases que le
anticipan la forma de un relato y lo preparan para su lectura.
Veamos algunos breves ejemplos:
“Las páginas que siguen contienen dos cosas: en primer lugar, datos fragmentarios de la
historia clínica de un caso de neurosis obsesiva (…) Creo indispensable justificar un tal
índice para que no se suponga que considero perfecta y digna de imitación semejante
exposición fragmentaria de un caso clínico, cuando en realidad me es impuesta por
consideraciones extrínsecas e intrínsecas y habría sido, desde luego, más explícito si
hubiera podido. Pero no me es posible comunicar la historia completa del tratamiento
porque ello me obligaría a revelar en detalle las circunstancias personales de mi
paciente (…)”.
Sigmund Freud, “Un caso de neurosis obsesiva”, en: Obras Completas, Tomo XVI,
Santiago Rueda Editor, Bs.As., 1953 (p. 9).
“Para dar una idea precisa del estado del enfermo y de mi propia conducta médica, creo
ha de ser mejor transcribir aquí las notas diarias tomadas por mí durante las tres
primeras semanas de tratamiento”.
Sigmund Freud, “La Sra. Emma de N… (cuarenta años)”, en: op. cit. Tomo X, (p.23)
“Pasaré a exponer en qué forma he vencido en esta historia clínica las dificultades
técnicas de su comunicación. (…) Para mí constituye todavía un problema cómo fijar por
escrito, para su comunicación ulterior, la historia de un tratamiento de larga duración.
En el caso presente, vinieron en mi ayuda dos circunstancias: la breve duración del
tratamiento –tres meses y el hecho de que las soluciones del caso se agruparon en torno
de dos sueños, relatados por la paciente a la mitad y al final, respectivamente, de la
cura, anotados por mí al término de la sesión correspondiente (…)”.
Sigmund Freud, “Análisis fragmentario de una histeria”, en: op. cit. Tomo XV (p.1112)
Apelar a una exposición fragmentaria o comunicar la historia completa del tratamiento; transcribir las
notas diarias durante el tratamiento; centrarse en el relato de dos sueños y las anotaciones
correspondientes: tales son las preocupaciones que podemos leer en estos breves fragmentos. Tales
son, también, las decisiones de un escritor sobre la forma en que es más conveniente narrar una
historia. Cualquiera que haya transitado algunas páginas de Freud notará, inmediatamente, la
habilidad narrativa combinada con la explicación permanente que facilita la lectura de sus textos y, al
mismo tiempo, nos permiten disfrutar esa lectura. Y lo que estos fragmentos nos muestran es que se
trata de un escritor atento a las formas posibles de una narración.
Es cierto que podemos establecer una diferencia: Freud está narrando, en ocasiones, casos que se
desarrollaron durante un largo tiempo y está exponiendo esas narraciones en escritos extensos. El
trabajo que ustedes escribirán es un texto breve y la narración del caso quedará circunscripta a un par
de páginas. Esta limitación del espacio influirá en la escritura, en las selecciones que hagan y en las
decisiones que tomen. Pero será también un desafío reflexionar sobre cómo narrar una historia en ese
espacio acotado.
Para comenzar a pensar en la forma posible de presentar al lector una historia, me gustaría subrayar
una frase de Freud en particular: “cómo fijar por escrito, para su comunicación ulterior, la historia”.
Este es el tema que abordaremos a continuación.
La narración es el acto por el cual convertimos una historia en relato, seleccionamos y ordenamos
una serie de acontecimientos y los entramamos en una progresión que nos permite entender cómo un
hecho conduce a otro, nos permite prever cómo algo puede llegar a pasar. Si lo pensamos en nuestra
vida cotidiana, narramos toda vez que precisamos darnos una explicación a las cosas y al mundo, y es
el entramado de esos acontecimientos, el hilván que vamos construyendo entre un episodio y otro el
que nos permite darle o encontrar un sentido a la vida misma.
No he usado palabras al azar en esta breve explicación: hablé de “entramar”, de “hilvanar”. Cuando
una historia se narra o se relata, lo que hacemos es construir una trama para una serie de
acontecimientos: estamos diciendo que un hecho sucede antes que otro, que lo desencadena, que es
la causa de ese nuevo hecho. Dos cuestiones vale la pena notar aquí: la temporalidad y la causalidad.
La trama que construimos le dice al lector que un acontecimiento sucede antes, al mismo tiempo o
después que otro; le comunica que un hecho es causa o consecuencia de otro, que lo provoca, lo
desencadena, que a un acontecimiento se llega a través de otro ocurrido antes. Cuando escribimos un
relato, cuando narramos, estamos construyendo esa trama, una suerte de configuración de
acontecimientos que tiene un sentido que el lector va a seguir durante su lectura.
Un relato, entonces, puede construirse siguiendo el hilván cronológico en que sucedieron una serie de
acontecimientos. Un hilván que puede omitir algunos acontecimientos, porque no se consideran
relevantes, porque el lector puede reponerlos según sus conocimientos del mundo. Un ejemplo
sencillo puede servirnos para entender esto: si estoy narrando una cita amorosa, puedo evitar contar
que los personajes se dijeron “hola” en el encuentro. Relataré el saludo si el hecho tuvo alguna
significación particular: si fue en extremo apasionado e interesa notarlo; si fue esquivo e importa
advertirlo para entender una ruptura futura. Si se omite ese saludo y se pasa a desarrollar una
conversación entre los personajes, el lector podrá reponerlo.
El hilván cronológico puede alterarse, por ejemplo, para contar una historia anterior. En el ejemplo
que vimos antes, el relato del pequeño de 7 años, la historia vuelve atrás para aportar información
previa al encuentro de los padres con la psicoanalista.
Cuando narramos, entonces, definimos qué acontecimientos vamos a relatar y en qué orden se
presentarán esos acontecimientos. Y al hacerlo, estamos construyendo una trama. Teniendo en
cuenta la extensión posible para la narración del caso, el relato que ustedes escribirán puede centrarse
en una escena significativa. Aquí será necesario dar cuenta del motivo de tal significación, del interés
que recae sobre esa escena. Y el hecho de circunscribirse a una sola escena les permitirá expandir el
relato de los hechos, las descripciones de las personas y los diálogos que se mantienen. Otra opción es
seleccionar dos o tres escenas; por ejemplo, seleccionar dos o tres encuentros significativos que hayan
tenido lugar durante una serie de entrevistas o encuentros en un marco escolar, por ejemplo. En este
caso, convendrá que atiendan al hilván cronológico en que suceden esa breve serie de encuentros.
Veamos, entonces, un ejemplo para observar juntos cómo se construye una trama narrativa. Se trata de
un fragmento de un texto que toma en cuenta dos o tres casos. Cada uno de esos casos se presenta
bajo un subtítulo, lo que nos permite recortar uno de esos relatos y detenernos en su lectura:
Más allá del agujero, el calcetín
Erma es pedagoga en la “Casa, madre e Hijo” de Razgard. Nos habla de Vejdan, una niñita de tres
años y medio, abandonada a los siete días de vida. Esta niña presenta un cuadro grave de
hospitalismo: no puede dormir boca abajo ni boca arriba, se queda arrodillada en un rincón de su
cama; día y noche lanza gritos irregulares; sólo reacciona cuando se la mueve, si no, se queda inmóvil
sobre el suelo; no se conecta y le da la espalda a todo el mundo, no tiene preferencias por ningún niño
ni adulto en particular y no quiere comer con cubiertos, sólo toma el biberón.
En febrero de 1999, Vejdan cae y esta caída llama la atención. Erma la ve por primera vez, se
sorprende por la “cara de acero” de Vejdan, quien agarra con firmeza dos barrotes de su cuna; tiene la
boca entreabierta, los ojos grandes, abiertos, con una mirada vacía, “una mirada de acero” que se
dirige al techo. Reacciona al ruido y a la voz fijando, apenas, sobre Erma su mirada vacía y ausente.
(…)
Poco a poco, por un trabajo notable, Erma observa que Vejdan no acepta su presencia, y le hace un
gesto, que la sitúa a una distancia precisa, en un perímetro que hay que respetar. Por medio de una
expresión muy bonita, Erma observa también que de este modo Vejdan imprime a los acontecimientos
que ocurren alrededor de ella “un ritmo cósmico”, como una galaxia, siendo la niña su centro vacío.
Respetando estrictamente la estructura espacial que observaba, Erma le permite satelizar alrededor de
ella pequeños objetos, de los que comienza a acusar recibo en la vía significante que se le ofrece, por
medio de sonrisas y de secuencias rítmicas.
En este juego Erma constata que un objeto es aislado por Vejdan: “el calcetín”, no importa cuál. Este
objeto que es en principio la zona de contacto con el suelo, es también un objeto con el que ella
organiza un juego que consiste en “hacerlo caer frente a sus ojos y agarrarlo en el mismo
movimiento” riéndose muy fuerte. Recordemos que fue su caída lo que llamó la atención y causó un
interés particular en algunas cuidadoras. Erma entra en el circuito del calcetín, con el que se ponía en
marcha un infinito dejar plantado que desencadenaba la risa loca de Vejdan, y aparece en su lugar un
juego de intercambios transformando ese calcetín en un elemento significante, juego que está
puntuado por sonrisas.
El perímetro de Vejdan se precisa a medida que ella no ocupa más el estatuto de pura mancha
sometida a la mirada omnivoyeur del techo, que no tiene como pareja más que el suelo del que ella
pudo levantar el único objeto, el calcetín. Allí donde Erma estuvo, a la buena distancia, precisamente
a un metro de Vejdan, comienzan a producirse fenómenos singulares: un ruido la convoca, ella
observa las manchas sobre el suelo a esa misma distancia, los objetos pulsionales pueden así
presentarse a ella sin destruirla. Un día en que las cuidadoras hablaban de ella en su presencia, se
chupó lo dedos por primera vez."
Daniel Roy, “Nueva carta de los derechos del niño”, en: El niño, Revista del Instituto
del Campo Freudiano, CIEN, Barcelona, 2001 (pp. 1618)
Ahora que ya hemos leído el relato, podría parecernos que esa es la configuración “natural” del
mismo. Y sin embargo, otras podrían haber sido las construcciones posibles. La narración podría
haber comenzado con el juego del calcetín y, a continuación, relatar la caída para mostrar la relación
entre esos acontecimientos.
Con esto no quiero decir que la narración que leímos esté “mal” construida. Por el contrario, se trata
de un relato bello, un relato plagado de detalles que capturan la atención del lector, un relato que,
acercándose a los detalles, logra mantener la expectativa por saber qué pasará después y que transmite
tal vez, compartan conmigo cierta emoción por la forma en que Erma se comunica con la pequeña,
por los logros de Vejdan.
Lo que intento destacar es que siempre hay distintas formas posibles para construir un relato. Y cada
escritor, buscará la forma más adecuada para narrar una historia, para presentar una escena.
Pensando en esa escritura y a modo de sugerencia para la realización del trabajo, podríamos invertir el
proceso de lectura que hemos realizado hasta aquí. Cada uno de ustedes ha partido de un nombre del
malestar; ha considerado una escena, una secuencia de escenas o una historia breve para narrar. Esa
historia es ya una secuencia de acontecimientos, que podrían listar o enumerar a través de una serie de
nombres que les permitan reconocerlos (del mismo modo en que, antes, hablamos de “caída”, “juego
del calcetín”).
Una vez que hayan armado esa lista o enumeración de acontecimientos y antes de comenzar a escribir
la narración, podrían formularse las siguientes preguntas: ¿por cuál de los acontecimientos es
conveniente comenzar?, ¿cuál o cuáles de esos acontecimientos merecen que sean expandidos con
mayor detalle?, ¿cuántos párrafos es necesario destinarle a esa narración más extendida, a esos
detalles? ¿uno, dos, cuatro?, ¿cómo cerrar la narración?, ¿es preciso hacer un resumen, retomar cosas
que fueron dichas antes en el texto, volver sobre algún hecho para subrayarlo?
Las respuestas a estas preguntas serán, sin duda, variadas. Lo cierto es que les permitirán reflexionar
y elaborar un esquema de la narración a escribir, un esquema que sirva de guía y que esté sustentado
en los criterios que fundamenten las respuestas que cada uno se dará, criterios que estarán vinculados
con el tema y el propósito del texto y, también, con el estilo de escritura de cada uno.
III. Las voces del relato
En las narraciones, la voz que enhebra el relato, la voz que hilvana los acontecimientos que se van
sucediendo es la voz del narrador. Son sus palabras las que dan forma a esa trama, palabras que se
van entretejiendo con frases enunciadas por otros: por el protagonista o por otros actores vinculados a
él. Distinguir la variedad de voces que se presentan en una narración es fundamental para que el lector
pueda reconocer quién dice qué cosas en la historia.
Cuando el narrador relata los hechos, también se ubica a sí mismo en relación con la historia que se
cuenta. Y de esa ubicación depende, en ocasiones, la forma en que presenta los acontecimientos, una
forma que nos habla de la mirada del narrador, de una perspectiva, de una posición desde donde se
miran los acontecimientos.
Si releemos el fragmento del relato de Camila, aquella pequeña que visita a la pediatra y cuyo cuerpo
se describe por contraste con el de su madre, podemos advertir que la voz que narra está ubicada
dentro de la historia. El relato está contado por la pediatra, cuando madre e hija la visitan en su
consultorio, y manteniendo la perspectiva de esa médica cuando las ve por primera vez, con las
descripciones que nos sitúan en la escena e, incluso, con las impresiones que a ella misma le provoca
la escena. El narrador está, aquí, ubicado dentro de la escena que narra.
El relato de la pequeña Vejdan, en cambio, está narrado por una persona que visita la institución y que
entabla un diálogo con Erma (Erma es pedagoga en la “Casa, madre e Hijo” de Razgard. Nos habla
de Vejdan, una niñita de tres años y medio…). Erma relató la historia de Vejdan al autor del texto. Sin
embargo, durante la lectura, tenemos la impresión de que el narrador está presente en la habitación en
la que tiene lugar el juego del calcetín. Tal es así que “olvidamos” ese dato inicial que nos informa
sobre cómo el autor tomó conocimiento de la historia, él “nos habla de Vejdan”.
En este caso, podemos reconocer una decisión del autor del trabajo, una decisión vinculada a cómo
contar ese relato. El autor ha elegido un narrador que nos presenta una historia como si estuviera
dentro de la habitación, como si presenciara el momento en que el calcetín se acerca al espejo, desde
una perspectiva interna a la escena que relata, aún cuando se trata de una historia que Erma le contó,
una historia que conoce a partir de un relato de otro. Y el efecto que logra es que, como lectores,
también nos ubica dentro de esa habitación, cerca de la cuna, del calcetín, del espejo.
Por otra parte, en las narraciones es necesario distinguir las palabras, las frases enunciadas por cada
una de las personas que aparecen en el relato. Ya sea que el autor tome conocimiento del relato a
partir de otro, ya sea que lo presencie, cuando se narran una serie de encuentros con el protagonista,
una serie de conversaciones tienen lugar. Cuáles de esas conversaciones será necesario transcribir
literalmente, cuáles pueden ser resumidas y presentadas por la voz del narrador es una cuestión a
decidir en cada texto. Seguramente, se seleccionarán aquellas frases que se consideren más
significativas para citarlas tal como fueron pronunciadas en esos encuentros.
Veamos un nuevo ejemplo:
“A fines de febrero de este año la Dirección del Hospital solicita la atención de una niña
con intento de ahorcamiento. Se trata de Diana, de 11 años de edad, que ingresa
presentando “síndrome del ahorcado”: asfixia, traumatismo de cuello, etc. Es internada
en la sala de Traumatología y permanece dormida.
La mamá relata: «Quería ir a la cancha a ver jugar al hermano y el padre le dijo que no.
Él se fue a dormir la siesta, yo a lavar la ropa, los hermanos salieron a jugar y la niña
queda viendo televisión. De golpe, la hermana más pequeña grita “un muerto”, “un
muerto”. Ante su insistencia fui a ver –agrega la madre y la encuentro tirada en el piso:
se había colgado de la mora con un cable que la asfixiaba, se lo saqué y la llevamos al
Hospital de B. V.»
La madre continúa su relato, habla de Diana, de cómo es, de lo que le gusta, con quién
juega y a quién se parece. Allí dirá: “se parece a mí”. Es la que más se parece a su
madre de los cinco hijos”.
Julia Margulis, “Formas de la resistencia”, en: La infancia amenazada, Psicoanálisis y
el Hospital No. 25, Buenos Aires, 2004 (p. 21)
Si comparamos el segundo y el tercer párrafo, podemos observar cómo, en el segundo párrafo, es la
voz de la madre de la niña la que predomina, su relato transcripto textualmente, mientras que en el
tercer párrafo, es la voz del narrador la que resume parte de una conversación y cita, textualmente,
sólo una breve frase. En un caso, se ha elegido que el lector conozca gran parte de ese relato “en
palabras de” la madre; en el otro, la información que aporta la madre se presenta resumida y sólo se
destaca un rasgo de la niña, el parecido con su madre.
Los signos de puntuación utilizados son los que permiten distinguir las voces de un relato. Sabemos
que las citas que se transcriben textualmente se entrecomillan para reconocer esa distinción. Si
volvemos al segundo párrafo, veremos que el relato de la madre incluye además otra voz, la voz de su
hija menor que grita “un muerto”. ¿Cómo se distinguen ambas voces, entonces, dentro de una misma
cita? Para eso se usan distintos tipos de comillas. El relato de la madre se enmarca a través de
comillas bajas o españolas (« »); la voz de la hija, con comillas altas o inglesas (“ “). Otra posibilidad
es usar comillas altas (“ “) y distinguir una frase textual interna a través de comillas simples (‘ ‘).
Decíamos al inicio que el narrador es la voz que enhebra el relato. Cuando se incluyen palabras o
frases textuales de otros, sean del protagonista o de otras personas, es el narrador el que “cede su
palabra” e introduce esas otras voces. Para hacerlo, suele utilizarse algún verbo equivalente a “decir”,
seguido de los dos puntos que anuncian la cita textual (La mamá relata: «Quería…») o bien se
pospone esa indicación a la frase citada («Quería…», relata la mamá.).
En relación con los verbos posibles para introducir las citas, mientras escriben el texto, pueden tener
en cuenta una breve sugerencia. Los “verbos del decir”, así se denominan los verbos que introducen la
palabra de otro, son muchísimos. Y cada uno aporta un matiz de significado diferente; consideren, si
no, los siguientes verbos, que son sólo algunos posibles: relatar, afirmar, negar, contradecir, insistir,
interrogar, advertir, asegurar, subrayar, gritar, exclamar, ordenar, argumentar, fundamentar, declarar,
aclarar, mencionar, etc. etc. Reemplazar el siempre a mano “dijo” por otro verbo no sólo nos evita
una cantidad importante de repeticiones, sino que también introduce variantes de sentido en el texto.
Considerar, entonces, las voces del relato implica reflexionar sobre la mirada del narrador, sobre la
perspectiva desde la cual se presentarán los acontecimientos, y también sobre el modo en que irán
apareciendo las voces de otras personas. Decidir quién va a enunciar qué en el relato, qué fragmentos
serán relatados por el narrador y cuáles se transcribirán textualmente es una cuestión a definir por
cada escritor. Y para ello cuentan con una variedad de formas de reproducir la palabra del otro.
IV. A modo de cierre
A lo largo de esta clase, hemos revisado y compartido algunos aspectos de la narración que,
seguramente, se pondrán en juego en la escritura de sus textos, una serie de decisiones que cada uno
debe tomar al momento de narrar una historia. Desde las elecciones vinculadas a qué contar, a
seleccionar qué narrar, a cómo presentar a los protagonistas, qué acontecimientos relatar y en qué
orden, qué descripciones expandir y cuáles obviar hasta las decisiones relacionadas con las voces del
relato, la perspectiva del narrador, la forma de introducir las palabras de otros en el texto son temas
que merecen una reflexión.
Cualquiera sean las decisiones que tomen, los criterios que encuentren para definirlas, la forma, en
fin, en que construyan cada relato, una cuestión a tener presente es el lector al que nos dirigimos, un
lector va a conocer una historia a partir de cómo nosotros la relatemos, un lector que puede interesarse
en ella, que puede seguirla de cerca, lograr representársela, un lector cuya atención podemos intentar
capturar a través de la escritura.
De hecho, todos podemos reconocer ese instante en que, como lectores, nos zambullimos en los
vaivenes de una narración, cuando nos dejamos llevar por una historia que sentimos estar
“presenciando”. Hay, ciertamente, un arte en la habilidad de contar historias, que va más allá de los
acontecimientos que se estén relatando, que se vincula, más bien, con la forma en que ese relato ha
sido construido, con las palabras de las que está hecho. Si, como escritores, mientras estamos
construyendo el relato, no percibimos ese interés por lo que sucede, esa intriga o incertidumbre por lo
que pasará después, difícilmente logremos que el lector los perciba. Y mucho de lo que “le pase” al
lector con nuestros relatos, tendrá que ver con lo que a nosotros mismos “nos pasa” cuando lo
estamos escribiendo.
Bibliografía
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