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TEMA 5 El maltratador

Víctor Mesa Navarro

1. INTRODUCCIÓN
Para conseguir erradicar de una manera efectiva la violencia de género de nuestra
sociedad es necesario abordar esta problemática desde una perspectiva integral, y ello
implica, necesariamente trabajar a su vez con el agresor, es decir, con los hombres que
ejercen la violencia contra las mujeres. Antes de comenzar la lectura de este tema,
creemos pertinente recalcar que intervenir o realizar un tratamiento con el maltratador
no implica exonerarle de sus actos, sino que implica trabajar por el fin de la violencia, y
en concreto, de la violencia de género. A ello hacen referencia los autores de “Violencia
de género. Prevención, detección y atención”, de los que Jesús M. Pérez y Ana Montalvo
son coordinadores, señalando que:
“Tratar a un agresor no significa considerarle «no responsable». Los hombres violentos
son responsables de sus comportamientos, por lo que se pretende con el tratamiento es
controlar la conducta actual para que no se repita en el futuro. De esa forma lo que se
busca es proteger a la víctima o a las víctimas potenciales” 81.
En este tema nos centraremos inicialmente en exponer el modelo piramidal de Bosch
y Ferrer que a nuestro modo de ver se impone como uno de los mejores marcos explicativos
de la violencia de género. Posteriormente nos acercaremos a la figura del agresor y a sus
características para terminar aproximándonos al tratamiento e intervención de estos sujetos.

81. PÉREZ VIEJO, JESÚS M.; MONTALVO HERNÁNDEZ, ANA (Coords.), (2011). “Violencia de género. Prevención, detección
y atención”. Madrid: Grupo 5. Pág. 66.

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Tema 5. El maltratador
2. UN MARCO EXPLICATIVO DE LA VIOLENCIA EJERCIDA POR EL
AGRESOR EN LA VIOLENCIA DE GÉNERO: EL MODELO PIRAMIDAL
DE BOSCH Y FERRER
La violencia de género está cada vez más visualizada e identificada como un problema
social y de salud por el conjunto de la sociedad, y esto es en parte gracias a la reivindicación
de numerosos agentes de la sociedad como los son los movimientos feministas, y también
gracias a la cada vez mayor implicación de los organismos internacionales, supranacionales
y nacionales en la batalla por la erradicación de su violencia en todas sus formas. Por ello
y para afrontar esta problemática de tal manera que su erradicación sea posible y también
una efectiva realidad es necesario abordarla integralmente, y ello implica, necesariamente,
aproximarse al agresor, es decir, al marco explicativo de la violencia que ejerce este.
Para realizar un acercamiento a los mecanismos que explican la violencia de género,
pondremos aquí especial atención a los trabajos realizados por Esperanza Bosch y Victoria
A. Ferrer82 entorno a lo que han venido a denominar como “modelo piramidal”, que supone
una propuesta alternativa a la sucesión de modelos explicativos concebidos por otros
autores. Los motivos que nos llevan a centrarnos especialmente en el modelo piramidal
y no en otros marcos explicativos83 son los siguientes: pretende ser un marco explicativo
universal, es decir, aplicable a todas las formas de violencia contra las mujeres; además,
pretende ser integral y en cierta manera holística, pues pretende aunar de una manera
ordenada y jerarquizada todos los aspectos que a priori se pudieran o se han tratado como
factores separados en este sentido; y por último, y en palabras de las autoras “pretende
aportar claves explicativas para entender el proceso de filtraje, esto es, por qué muchos
varones, socializados igualmente en las normas del patriarcado, rechazan los privilegios
de género, y no utilizan la violencia, en ninguna de sus manifestaciones, en sus relaciones
afectivas.”84
El modelo propuesto por Bosch y Ferrer tienen una estructura piramidal y consta
de cinco etapas o escalones, de las cuales, las cuatro primeras supondrían el propio marco
explicativo de la violencia:
1. El sustrato patriarcal, que supone el primer escalón, se relaciona
directamente con el término “patriarcado” de Kate Millett (expuesto en
temas anteriores) y que engloba el concepto sobre la estructura social

82. Entre los artículos académicos en los que ambas autoras han expuesto su “modelo piramidal” como marco explicativo
de la violencia ejercida contra las mujeres destacamos y recomendamos especialmente: “Nuevo modelo explicativo
para la violencia contra las mujeres en la pareja: el modelo piramidal y el proceso de filtraje” y “Las masculinidades y
los Programas de intervención para maltratadores en casos de Violencia de Género en España”, cuyas referencias se
pueden encontrar en la bibliografía de este tema.
83. Modelos de tipo unicausal, multicausales, sociológicos, psicológicos...
84. BOSCH, ESPERANZA; FERRER, VICTORIA, A., (2013). “Nuevo modelo explicativo para la violencia contra las mujeres
en la pareja: el modelo piramidal y el proceso de filtraje” en Revista Asparkia: Investigació feminista, núm. 24. Castelló
de la Plana: Universitat Jaume I. Pág. 56.

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Tema 5. El maltratador
e ideología que crea y mantiene la dominación de los varones sobre las
mujeres reproduciendo a su vez un sistema de creencias y actitudes (que a
su vez, generan modelos de masculinidad y feminidad) que sostienen dicha
situación de dominación y sumisión. Siendo así, dichas creencias y actitudes
constituyen la primera clave explicativa del modelo piramidal.
2. Los procesos de socialización diferencial, suponen el segundo escalón. A
través de estos se difunden las creencias y actitudes generadas por el sistema
y la cultura patriarcal, de tal modo, que el aprendizaje se fundamenta en
los modelos masculinos y femeninos generados en la etapa anterior. Esto
condiciona el desarrollo de la persona que reproduce el rol para cada género
otorgado y fundamentad en los mandatos de género tradicionales, a su vez
que se interiorizan una serie de significados y “conocimientos” en torno a
su visión y funcionamiento de la sociedad (como por ejemplo en relación
al significado del amor o de cómo desarrollar una relación de pareja),
generando así, en palabras de las autoras, “un caldo de cultivo propicio
para la violencia de género”.
3. Las expectativas de control, que se corresponde con el tercer escalón. Esto
se relacionan con la expectativas de una persona de conseguir algo o que
algo suceda, es decir, se trata de “la estimación que hace una persona de
que una determinada acción producirá un determinado resultado”85. En
este sentido, en el marco explicativo del modelo piramidal se retoma, de
nuevo, el enfoque del sustrato patriarcal y consecuentemente los arquetipos
masculinos y femeninos generados a través de los procesos de socialización,
los cuales presentan la identidad masculina como autónoma, independiente
y controladora. Una identidad masculina que por contra para construirse
como tal necesita de quién asuma una identidad dependiente, relacionada
con el cuidado y el servicio, la cual se corresponde con el arquetipo femenino
dentro de los mandatos de género tradicionales. Lo resultante, entonces, es
que “Los varones que asumen el mandato de género masculino tradicional
(...) esperan mantener el control sobre las mujeres, sobre sus vidas, sus
cuerpos, su sexualidad, sus amistades, su economía,..., y consideran como
legítimas estas pretensiones”86.
4. Eventos o factores desencadenantes, el cuarto escalón. En palabras de
Bosch y Ferrer, “un evento desencadenante sería todo aquel fenómeno o
acontecimiento personal, social o político–religioso que activa el miedo
del maltratador a perder el control sobre la(s) mujer(es), que funciona,

85. BOSCH, ESPERANZA; FERRER, VICTORIA, A., (2013). “Nuevo modelo explicativo para la violencia contra las mujeres
en la pareja: el modelo piramidal y el proceso de filtraje” en Revista Asparkia: Investigació feminista, núm. 24. Castelló
de la Plana: Universitat Jaume I. Pág. 59.
86. BOSCH, ESPERANZA; FERRER, VICTORIA, A., (2013). “Nuevo modelo explicativo para la violencia contra las mujeres
en la pareja: el modelo piramidal y el proceso de filtraje” en Revista Asparkia: Investigació feminista, núm. 24. Castelló
de la Plana: Universitat Jaume I. Pág. 60.

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en definitiva, como excusa para que el maltratador ponga en marcha
las estrategias de control (y la violencia) que se considera legitimado a
ejercer”87. Por tanto, pueden ser desde eventos personales (como abuso de
alcohol, drogas; enfermedad mental, estrés, una situación laboral, etc…),
sociales (crisis económicas, modificaciones legislativas, etc…), político-
religiosos (integrismos, fanatismos, etc…), en definitiva, factores que por sí
solos no son causales de violencia de género, pero si pueden ser facilitadores
o desinhibidores.
5. Estallido de la violencia contra las mujeres, ya sea física, psicológica,
económica, sexual o en cualquiera de sus formas. El agresor, sintiéndose
legitimado de sus actos ejerce alguna o varias de estas violencias con el fin
mantener su “autoridad”, es decir, pretende no ceder ese espacio de poder
que entiende como suyo y legítimo.

Por último, tendremos que atender a lo que Bosch y Ferrer, denominan como “proceso
de filtraje”, que pretende explicar “por qué muchos varones abandonan el camino trazado
a través de los diferentes escalones de la pirámide, rechazan el uso de la violencia y, en
último término, renuncian a los privilegios de género”88. Añaden además, que esta salida
de la pirámide o fuga de la misma es una elección voluntaria y, por tanto, dejan claro que
aquel que no rechaza ejercer finalmente la violencia es plenamente responsable de sus actos.
Para exponer este mecanismo de fuga de la pirámide, recurren a tres modalidades
de identidad como patrón:
“La identidad legitimadora, que supone asumir a título individual la identidad
colectiva, diseñada por las instituciones sociales en una cultura; la identidad de resistencia,
que supone apoyar la individualidad como rechazo a la lógica dominante; y la identidad
de proyecto, que conlleva una redefinición por parte de la persona de su posición en la
cultura dominante a partir de la elaboración de nuevas propuestas que supongan una
transformación del contexto.”89
Siguiendo las tres modalidades, expuestas anteriormente, Bosch y Ferrer generalizan
a grandes rasgos sobre quienes mantendrían una posición dominante y violenta, aquellos
que a pesar de mantener una posición dominante rechazarían realizar un acto violento
y aquellos que rechazarían ambas tanto la ideología patriarcal en la que se visualizan

87. BOSCH, ESPERANZA; FERRER, VICTORIA, A., (2013). “Nuevo modelo explicativo para la violencia contra las mujeres
en la pareja: el modelo piramidal y el proceso de filtraje” en Revista Asparkia: Investigació feminista, núm. 24. Castelló
de la Plana: Universitat Jaume I. Pág. 60.
88 y 89. BOSCH, ESPERANZA; FERRER, VICTORIA, A., (2013). “Nuevo modelo explicativo para la violencia contra las
mujeres en la pareja: el modelo piramidal y el proceso de filtraje” en Revista Asparkia: Investigació feminista, núm.
24. Castelló de la Plana: Universitat Jaume I. Pág. 61.
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como personas legítimamente dominadoras y además, rechazarían completamente un vía
violenta. Siendo así, Bosch y Ferrer, exponen que dichos “perfiles” se correspondían con
las anteriores modalidades de identidad de la siguiente manera:
a) La identidad legitimadora, que mantiene una actitud de aceptación de los
mandatos del patriarcado, y por tanto, aceptan “Los privilegios que se derivan de la
masculinidad hegemónica tradicional y el mandato de género masculino como la
legitimidad para ejercer violencia y castigar a aquellas mujeres que quiebran el mandato
de género femenino”90. Como podemos ver, estos se mantendrían en la pirámide.
b) La identidad de resistencia, que incluiría a aquellos que rechazan el uso de la fuerza
y la violencia contra la mujer, pero que sin embargo no llega a cuestionarse las bases del
patriarcado o entorno a los privilegios que ostenta por medio de la estructura patriarcal.
En este sentido, estas personas no ejercerían una violencia directa, pero si pudieran ser
proclives a ejercer violencias tales como los micromachismos.
c) La identidad de proyecto, que incluiría a los que sostienen que sea de cambiar la
cultura dominante y patriarcal, y que entienden que se ha de modificar las actitudes y los
privilegios de género y por tanto, tienden a promover y modificar sus propias acciones y
renuncian a las posiciones sociales que les otorga en este sentido. Estos no solo saldrían de
la pirámide sino que además promoverían su extinción en favor de una sociedad igualitaria.

3. ¿SE PUEDE HABLAR DE UN PERFIL DEL AGRESOR? UNA


APROXIMACIÓN A LA FIGURA DEL AGRESOR Y A LOS FACTORES
DE RIESGO
Como hemos podido observar en el epígrafe anterior, no se puede hablar de un
perfil concreto del agresor, es decir, entendemos que el agresor es una persona que inserta
en una sociedad patriarcal sumida en su ideología y que niega por rotundo alejarse de
esa posición irreal en la que se considera poseedor legitimo del poder y sus privilegios, es
decir, de su “dominio” de la mujer. Pero esto por sí solo no supone un perfil, sino que más
bien es una característica común entre los agresores que ejercen la violencia de género.
Tal como señalan los autores de “Violencia de género. Prevención, detección y atención”,
de los que Jesús M. Pérez y Ana Montalvo son coordinadores, parece más correcto asimilar
que no existe un único perfil del maltratador:
“No podemos hablar de un prototipo de maltratador. Puede pertenecer a cualquier
edad, nacionalidad, nivel cultural o social. La experiencia acumulada en los últimos años
apuntaba a una única característica común de los hombres que ejercen violencia de

90. BOSCH, ESPERANZA; FERRER, VICTORIA, A., (2013). “Nuevo modelo explicativo para la violencia contra las mujeres
en la pareja: el modelo piramidal y el proceso de filtraje” en Revista Asparkia: Investigació feminista, núm. 24. Castelló
de la Plana: Universitat Jaume I. Pág. 61.

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género: la idea que subyace de inferioridad de las mujeres, y por ello el abuso de poder
y la relación desigualitaria que establecen con ellas.”91
Siendo conscientes de ello, si es necesario, al menos, referirnos a una serie de
circunstancias y factores que por si solos no son determinantes para que el hombre agresor y
dominante ejerza violencia contra la mujer, y que, en consonancia con el marco piramidal de
Bosch y Ferrer expuesto anteriormente, se corresponden con factores que pudieran resultar
desencadenantes y/o agravantes de dicha violencia, y que deben, tenerse en observancia
como factores de riesgo. Incidimos, antes de exponer los mismos, que estos factores no
son determinantes, es decir, no son factores que causen la violencia de género sino que
estos factores asociados al carácter dominante del hombre pueden agravar, desinhibir o
en última instancia facilitar el florecimiento de la violencia.
En cuanto a los factores de riesgo y/o características de la personalidad del agresor,
que pueden desencadenar o agravar situaciones de violencia relacionadas con los eventos
personales de este, destacamos las siguientes:
a) Abuso de sustancias como el alcohol u otras sustancias tóxicas: recordemos
en primera instancia que no suponen un factor causante del maltrato, pero
si pueden ser facilitadoras y desinhibidoras de la violencia.
b) Enfermedad mental, que asociada al sustrato patriarcal puede facilitar el
estallido de la violencia.
c) Circunstancias que puedan aumentar el estrés o la frustración: matrimonio,
separación, la espera de un nuevo hijo/a, frustración laboral, problemas
económicos, demandas de mayor independencia por parte de la mujer; en
definitiva, cualquier situación inesperada o indeseada que genere sobre el
agresor una mayor sensación de inestabilidad.
d) Situaciones impredecibles: cambios vitales, enfermedades, etc...

3.1. Características que pueden poseer los agresores.


Basándonos en lo expuesto por los autores de “Violencia de género. Prevención,
detección y atención”, de los que Jesús M. Pérez y Ana Montalvo son coordinadores92,
y también en los trabajos de Quinteros y Carbajosa93 es necesario señalar algunas
características personales que pudieran manifestar los agresores a través de su
comportamiento, pensamiento y emociones, tales como:

91. PÉREZ VIEJO, JESÚS M.; MONTALVO HERNÁNDEZ, ANA (Coords.), (2011). “Violencia de género. Prevención, detección
y atención”. Madrid: Grupo 5. Pág. 101.
92. PÉREZ VIEJO, JESÚS M.; MONTALVO HERNÁNDEZ, ANA (Coords.), (2011). “Violencia de género. Prevención, detección
y atención”. Madrid: Grupo 5. Págs. 101-103.
93. QUINTEROS, ANDRÉS, (2010). “Tratamiento psicológico a hombres que ejercen violencia de género: criterios básicos
para elaborar un protocolo de intervención” en Revista Clínica Contemporánea, vol. 1, núm. 2. Madrid: Colegio Oficial
de Psicólogos de Madrid. Pág. 136.

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- ASPECTOS COMPORTAMENTALES:
a) Doble fachada: el hombre se comporta con normalidad, tanto en público
como en privado, cuando no se presenta ante él un conflicto que suponga
resquebrajamiento de su “autoridad”/“superioridad” sobre la mujer.
b) Déficit en el control de impulsos: impulsividad y pérdida del control de sus
actos.
c) Resistencia al cambio: no se sienten responsables de sus agresiones.
d) Repetición de la violencia con todas las mujeres: el maltratador, como ya
hemos insistido se siente superior y por tanto, aunque difiera en el grado o en
las formas de estallido de la violencia (psíquica, física, cultural, económica...)
es probable que la haya ejercido anteriormente.
e) Abuso de sustancias, ya sean alcohólicas o tóxicas.

- ASPECTOS COGNITIVOS:
a) Distorsiones cognitivas sobre la mujer y la relación de pareja: como hemos
visto anteriormente, estos sesgos cognitivos se relacionan con las creencias
otorgadas por el sistema patriarcal, produciendo que el maltratador
erróneamente otorgue roles de género.
b) Estrategias de afrontamiento: de cara a eludir su responsabilidad tales como
la negación de la conducta violenta, minimización de la misma, racionalizar
y fundamentar su actitud, la amnesia.
c) Rumiación del pensamiento y/o distorsión de la realidad: persistencia obsesiva
en su posición de poder, persistencia de ideas irreales (como “ella me engaña”)
que tienden a repetirse en su pensamiento.
d) Definiciones rígidas de lo masculino y lo femenino.
e) Pensamiento egocéntrico y autorreferencial.
f) Rigidez cognitiva: pensamiento tipo “todo o nada”.
g) Rigidez cognitiva: pensamiento competitivo, ganar o perder.

- ASPECTOS EMOCIONALES:
a) Inseguridad ante el conflicto, es decir, ante la posibilidad de que la mujer
resquebraje su “autoridad”/“superioridad” atentando así contra su “dignidad”.
b) Celos patológicos: es habitual en casos de violencia de género, el maltratador
mantiene la sospecha y la creencia de que su pareja está siendo infiel, por
lo que cualquier acontecimiento sin importancia genera una respuesta
desmedida de celos.

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c) Restricciones emocionales: dificultades en la percepción, reconocimiento y
expresión de las emociones. Puesto que asocian esto con la debilidad, como
tratamos anteriormente esto se relaciona con los mandatos tradicionales de
género.
d) Dependencia e inseguridad: gran dependencia afectiva con la mujer.
e) Egocentrismo y baja tolerancia a la frustración.
f) Baja capacidad empática: dificultad de ponerse en la situación de la mujer,
puesto que no la consideran como un igual.

- ASPECTOS INTERACCIONALES:
a) Dificultad para establecer relaciones sociales profundas (amistad, pareja,
etc..), a pesar de que mantengan un círculo social en sus relaciones puesto
que este puede ser superficial.
b) Conductas controladoras y actitud posesiva.
c) Déficit de habilidades de comunicación, asertividad y de solución de
problemas: todos los conflictos cotidianos resultan fuentes de estrés.
d) Aislamiento.

4. LA INTERVENCIÓN Y TRATAMIENTO A LOS AGRESORES QUE


EJERCEN VIOLENCIA DE GÉNERO
4.1. Principios básicos en la intervención con los agresores.
Para exponer cuáles deben ser los principios o valores que han de guiar a los
profesionales y al equipo técnico al completo en cada una de sus acciones a la hora de
intervenir con los hombres que ejercen la violencia de género nos basaremos en el trabajo
desarrollado por Quinteros y Carbajosa (2010)94. En este sentido, estos principios son:
a) La violencia es instrumental y aprendida: tal como hemos señalado repetidas
veces, el agresor elige ejercer la violencia para dominar y mantener su
posición privilegiada ante la mujer. Por lo que es intencionada y deliberada,
supone un abuso de poder y genera riesgo y daño sobre quién la padece. El
profesional, en este caso ha de tener claro que esto es producto de un proceso
de socialización, y por tanto es una conducta que puede ser desaprendida.
El tratamiento debe enfocarse en este sentido, habilitando procesos de
aprendizaje sobre el autocontrol.

94. El propio Andrés Quinteros expone estos principios en su artículo académico: QUINTEROS, ANDRÉS, (2010).
“Tratamiento psicológico a hombres que ejercen violencia de género: criterios básicos para elaborar un protocolo
de intervención” en Revista Clínica Contemporánea, vol. 1, núm. 2. Madrid: Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.
Págs. 130-131.

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Tema 5. El maltratador
b) La violencia de género es causada por el desequilibrio de poder sustentado
por la cultura patriarcal. El profesional, debe ser plenamente consciente de
esto y no achacar de forma prejuicida esta violencia a otros factores que
como hemos visto anteriormente pueden ser complementarios o asociados
(como el alcoholismo o una enfermedad mental).
c) La violencia de género es una violación de los derechos humanos. Por ello, el
profesional y el trabajo que desarrolla no puede ser neutral en este sentido,
debe ser consciente de que el agresor ha cometido un delito que vulnera los
derechos fundamentales de las mujeres
d) El agresor es el único responsable de su conducta violenta. No hay justificación
posible a la violencia, el hombre que ejerce la violencia contra la mujer
debe asumir dicha responsabilidad y las consecuencias que ello conlleva. El
profesional debe trabajar en este sentido, es decir, hacer que el maltratador
sea consciente de sus hechos.
e) El principal objetivo es procurar la seguridad y la protección de la víctima.
El profesional que está interviniendo directamente con el maltratador debe
ser consciente que este es el objetivo primero, y que es por esto mismo por
lo que se trata al agresor, para modificar y erradicar la conducta violenta.
f) Los tratamientos son específicos, intensivos y con una perspectiva de género.
Puesto que la perspectiva de género es el núcleo que explica la violencia debe
ser incluida siempre en el tratamiento, independientemente del abordaje
terapéutico.

4.2. Criterios para la elaboración del procedimiento terapéutico.


En cuanto a estos criterios generales, debemos señalar que la exposición realizaremos
a lo largo de este epígrafe se basan, de nuevo, en los trabajos de Andrés Quinteros95.
Siendo así, también decir que el propio Quinteros estructura estos criterios generales para
la elaboración del procedimiento terapéutico en relación a los siguientes aspectos: a) Los
programas incluidos dentro de la red asistencial; b) La capacidad de los profesionales en la
intervención con los maltratadores; c) Los objetivos y la duración del tratamiento; d) Los
programas de tratamiento específicos; e) La evaluación integral, y f) Los ejes transversales
entorno al tratamiento.
Previamente, exponer que estos criterios están indicados para los programas que
intervienen tanto a las personas que se encuentran obligadas a acudir a un tratamiento a
causa de una condena como para aquellas personas que asisten de forma voluntaria. Esto
se debe a que, tal como señala Quinteros, a:

95. QUINTEROS, ANDRÉS, (2010). “Tratamiento psicológico a hombres que ejercen violencia de género: criterios básicos
para elaborar un protocolo de intervención” en Revista Clínica Contemporánea, vol. 1, núm. 2. Madrid: Colegio Oficial
de Psicólogos de Madrid. Págs. 131-137.

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“Es importante recalcar la importancia de desarrollar procedimientos que incluyan a
hombres que acuden de forma voluntaria y no esperar a que sean sentenciados penalmente
para intervenir. Si trabajamos con éstas personas antes de entrar en el sistema judicial,
aumentaremos las probabilidades de éxito terapéutico, puesto que presentan una mayor
motivación, son menos resistentes al tratamiento”96.

a) Programas incluidos dentro de la red asistencial.


Quinteros señala que el tratamiento debe estar inscrito a una red asistencial como
un recurso más, estableciendo una red de trabajo interinstitucional, en el que los diferentes
dispositivos que intervienen (policía, justicia, programas de atención a la victimas, centros
sanitarios…) se encuentren perfectamente coordinados. Añade que se ha de tener en cuenta
también: el espacio donde se desarrollará el tratamiento, los procedimientos de derivación
que necesariamente implica un protocolo de coordinación con el resto de servicios.

b) Capacidad de los profesionales en la intervención con los maltratadores.


El equipo técnico no sólo tendrá que tener una alta especialización clínica, sino que
también lo debe estar en torno a la violencia e igualdad de género, señalando que se a
de estar al tanto de la perspectiva de género, realizar formación en violencia de género e
intervención con los maltratadores, formación en intervención con personas no motivadas,
manejo terapéutico de las resistencias, formación y experiencia en tratamiento grupal e
individual con personas agresivas, y por último, tener aptitudes de control de las propias
ansiedades y miedos.

c) Objetivos y duración del tratamiento.


Quinteros señala que, en general, en el caso español, los programas implementados
realizan intervenciones con grupos cerrados, los cuales están integrados de 12 a 17 personas,
y con un tiempo de duración del tratamiento que van desde los 4 a los 9 meses. En estos
casos, el tratamiento se enfoca a las características que presentan los maltratadores y que
una vez finalizado la duración del tratamiento se realiza una valoración final que determina
las altas o no de estas personas.
Sin embargo y por contra a lo anterior, Quinteros considera que marcar la duración de
esta forma y no por objetivos, es decir, por tiempos cronológicos en vez de lógicos presenta
inconvenientes puesto que al dar el alta a los agresores por cumplir la asistencia a cierto
número de sesiones no implica que éste haya mostrado una evolución real y menos aún

96. QUINTEROS, ANDRÉS, (2010). “Tratamiento psicológico a hombres que ejercen violencia de género: criterios básicos
para elaborar un protocolo de intervención” en Revista Clínica Contemporánea, vol. 1, núm. 2. Madrid: Colegio Oficial
de Psicólogos de Madrid. Pág. 131.

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que se hayan conseguido los objetivos que se pretendían con el mismo, es decir, eliminar
las conductas violentas hacía las mujeres. En este sentido, la intervención no puede ser
lineal ni secuencial, sino que habrá que avanzar a través de diferentes temas tratados de
forma transversal. En definitiva, el tratamiento y su proceso son los que han de marcar
los tiempos y su duración, interviniendo y dirigiéndonos hacia los objetivos marcados
incidiendo sobre cada una de las problemáticas que se presenten conforme los agresores
van expresando sus preocupaciones.

d) Programas de tratamiento específicos en los que se incluyan procedimientos


grupales e individuales.
Aunque el proceso grupal resulta a priori el modelo de tratamiento más idóneo
para trabajar con los agresores también se han de considerar los dispositivos terapéuticos
individuales, seamos conscientes que la población a tratar, aunque presente elementos
comunes, sigue siendo diversa, por lo que en cada caso tendremos que procurar que el
proceso más efectivo para poder lograr los fines del tratamiento, que no son otros que los
de erradicar las actitudes y comportamientos violentos, así como erradicar la percepción
irreal de superioridad que subyace en el maltratador.
Los supuestos bajo los que se recomienda realizar un tratamiento individual con el
agresor, según Quinteros, son los siguientes:
- Aquellos que hayan ejercido violencia circunstancia o generalizada.
- Cuando no se sienten responsables y/o no reconocen haber ejercido violencia.
El tratamiento individualizado sería inicial, incorporándose posteriormente al
tratamiento grupal siempre y cuando el individuo asuma su responsabilidad.
Esto se debe a que el sujeto, al negar y no sentirse responsable de sus actos
podría boicotear la terapia grupal.
- Cuando los sujetos presentan características particulares que hagan suponer
que su inclusión en la terapia grupal no sea recomendable. En este caso,
podríamos encontrarnos con personas que son incapaces de implicarse cuando
se encuentran en presencia de grupo más o menos numerosos; también
cuando se perciba que el sujeto puede presentarse como un líder negativo
ante el grupo, es decir, que bajo su liderazgo el tratamiento sea boicoteado;
cuando el sujeto presente una agresividad tal que sea conflictiva con el
resto del grupo; cuando los sujetos presenten una serie de patologías como
enfermedades mentales u adicciones, etc.
- Cuando se presente una situación de crisis o evento especial en el sujeto. En
este caso podría ser a solicitud del propio sujeto o por recomendación de
algún miembro del equipo técnico.

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Tema 5. El maltratador
De cara a la intervención grupal, previamente a la formación o constitución de un
grupo se debe realizar análisis individualizado de los sujetos que pudieran ser susceptibles
de ser incluidos en el mismo. En este caso, se debería evaluar las características del sujeto,
analizar su motivación y las estrategias a seguir para adherirlo en el tratamiento, así como
establecer un vínculo terapéutico entre el sujeto y el profesional. De esta manera, a la hora
de realizar la selección de los integrantes se han de tener en cuenta los siguientes criterios
a) Que los sujetos tengan un mínimo de reconocimiento de sus actos y se sientan
responsables de ellos.
b) Que el sujeto tenga un vínculo de confianza con el profesional, por lo que
será necesario llegar a esta confianza a través de una serie de entrevistas
individuales.
c) Que en el grupo se incluyan líderes positivos, o al menos uno sujeto con estas
características, que pueda o puedan generar buenas dinámicas y actitudes
que resulten de ejemplo para el resto de compañeros.

Una vez seleccionados los sujetos propuestos para integrarse definitivamente en el


tratamiento grupal es necesario, también según Quinteros, implementar adecuadamente
la cohesión de los integrantes del grupo, por lo que se habrá de atender a los siguientes
criterios:
a) El profesional deberá presentarse inicialmente con un rol lo más activo y
directivo posible, generando y habilitando el dialogo entre los miembros
del grupo, marcando los tiempos de la sesión, controlando que la sesión se
enmarque dentro del respeto.
b) El profesional debe gestionar de forma efectiva los temas a tratar, de
tal manera que los temas conflictivos no generen la ruptura del grupo o
se generen por contra discursos que puedan bloquear los objetivos del
tratamiento (en dónde los sujetos responsabilicen a la víctima, por ejemplo).
c) Establecer un encuadre claro y adecuado que sea conocido por todos que
haga referencia a las normas grupales (respeto, prohibición de conductas
agresivas, etc..), a la puntualidad, a la confidencialidad, a la normas en relación
con las ausencias a las sesiones, etc.
d) El profesional debe observar y analizar la relación que se genera entre los
sujetos, intentando evitar la creación de grupos más pequeños dentro del
grupo. Y también, realizar un trabajo individualizado en el que analice las
problemáticas y resistencias de cada uno de los sujetos.
e) Se debe fomentar la empatía entre los integrantes del grupo, fomentar la
escucha activa e incluso la conexión emocional, generar que los sujetos

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Tema 5. El maltratador
relacionen el grupo con una red de ayuda entre sus integrantes, y por tanto
generar confianza entre los mismo.
f) El profesional debe marcar y distribuir los tiempos del grupo. Procurar
la participación de todos los integrantes, evitar que se monopolicen los
discursos.
g) Seguir trabajando las motivaciones de los integrantes para el cambio.
h) Implementar dinámicas que resulten atrayentes y a su vez permitan ir
consagrando objetivos, tales como actividades de rol, de introspección, de
expresión emocional, etc..
i) El profesional tiene que tener en cuenta que el inicio de la intervención
grupal supone también un inicio para el cambio, para un nuevo “yo” de los
sujetos integrantes, lo cual a ser cierto, pero es necesario también no dejar
atrás la propia historia personal de los participantes, ya que han de encontrar
un sentido a los actos que han llevado a cabo y servir como un fundamento
de lo que no representa ese nuevo “yo”.

e) Evaluación integral continuada y análisis de la motivación.


La evaluación continuada es una parte indispensable del tratamiento, y por
tanto, determinar a través de la programación la misma y determinar unos indicadores
de evaluación previos son tareas que no han dejarse de lado por parte del profesional.
Quinteros, por su parte, indica que esta evaluación debe ser integral y continuada, y que
para que sea así necesariamente habrá de elaborarse, al menos una evaluación inicial, una
intermedia y otra final.
En este sentido, la evaluación o valoración inicial habrá de comprender los siguientes ítems:
- Evaluación diagnóstica de las características de los agresores.
- Valoración del nivel motivacional de cara a la participación en el tratamiento
de cada uno de los sujetos.
- Evaluación del riesgo.
- Indicadores de evaluación respecto a los criterios de inclusión en el
tratamiento.
- Indicadores de evaluación respecto a los objetivos y fines del tratamiento.

Los sistemas de evaluación, a través de los cuales se realizarán el conveniente


seguimiento del cumplimiento de los objetivos y fines marcados en los indicadores de
evaluación que se desarrollaran en las siguientes evaluaciones intermedias y finales,
implican la realización de entrevistas individualizadas que no incluyen únicamente al
agresor sino también a su pareja o familiares (en los casos en los que sean posibles), así

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Tema 5. El maltratador
como la aplicación de test y cuestionarios, la observación-participante del profesional en
las sesiones, etc..

f) Ejes transversales en el tratamiento.


Quinteros propone 3 ejes centrales que han de ser abordados de manera transversal
en la intervención. Estos ejes centrales son los siguientes:
1. La construcción de una nueva identidad en la que se redefina la concepción
de género, y la historia personal y familiar. Esto tiene que ver con que el
agresor supere las irrealidades ligadas en su imaginario sobre el mundo que
han sido construidas por un proceso de socialización insertado en el modelo
patriarcal. Esto conlleva necesariamente la redifinición de la visión que tiene
de su historia personal y familiar, es decir, que tome consciencia de sus
comportamientos en el pasado de manera desligada a aquella legitimación
imaginaria sobre su papel y posición de género, valorando, entonces, el
comportamiento que tenía y que este comportamiento atentaba contra
una persona que es igual a él en dignidad, derechos, etc..
2. Conseguir una motivación real para el cambio.
3. El trabajo emocional. Implica que el agresor reconozca sus propias emociones
y afectividad, dejando atrás los mandatos tradicionales de género que
“normativamente” generaban que este considerará que lo masculino implica
reprimir silenciar sus emociones así como que por contra naturalice como
algo de todos aquello que desplazaba como emociones femeninas.

4.3. Contenido a tratar en las sesiones de intervención.


Siguiendo lo expuesto por los autores de “Violencia de género. Prevención, detección
y atención”97, de los que Jesús M. Pérez y Ana Montalvo son coordinadores, el contenido
a tratar en las sesiones de intervención con los sujetos que ejercen violencia contra las
mujeres han de integrar los siguientes temas (a los cuales se les debe incorporar de manera
transversal los ejes mencionados en el anterior epígrafe):
- Aceptación de la responsabilidad y de las consecuencias que generan o han
generado sus actos.
- Creencias erróneas que puedan tener en su imaginario debido al proceso de
socialización dentro de una estructura y sistema patriarcal.
- Dominio y control de la ira y la agresividad.
- Superación de la tristeza.

97. PÉREZ VIEJO, JESÚS M.; MONTALVO HERNÁNDEZ, ANA (Coords.), (2011). “Violencia de género. Prevención, detección
y atención”. Madrid: Grupo 5. Pág. 106.

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Tema 5. El maltratador
- Desarrollo de habilidades sociales y personales.
- Solución de problemas y tomas de decisiones. Aprender a afrontar los
conflictos de manera pacífica y efectuar una toma de decisiones consecuente.
- Prevención de recaídas.
- Control del consumo de alcohol y/u otras sustancias tóxicas.
- Promocionar un estilo de vida positivo. Implementar y promocionar la
motivación por el cambio de sus pensamientos, ideas y conductas.
- Desarrollar la empatía.
- Promover la libre expresión de emociones, es decir, sin las coerciones
adquiridas por los mandatos tradicionales de género.
- Control de las propias emociones, aprender a gestionarlas.
- Promover la asertividad y la comunicación.
- Tratar como gestionan las relaciones de pareja, las relaciones sexuales...
- Mejora de la autoestima.
- Identificación y afrontamiento de situaciones de riesgo.
- La gestión de sus tiempos, de sus prioridades, de sus responsabilidades, de
su vida, en definitiva.

4.4. Etapas por las que puede pasar el sujeto durante la


intervención.
Siguiendo, de nuevo, lo expuesto por los autores de “Violencia de género. Prevención,
detección y atención”98, de los que Jesús M. Pérez y Ana Montalvo son coordinadores,
expondremos cinco etapas por las que, generalmente, pasan los agresores durante la
intervención hasta lograr un cambio efectivo en el comportamiento y percepción entorno
a las mujeres que poseen estos hombres. Estas etapas se relacionan con su motivación para
el cambio, y son las siguientes.
1. Precontemplación. Etapa inicial en la que se niega el conflicto y la
problemática, lo cual conlleva que no se encuentren motivados a modificar
sus conductas y menos aún su percepción de las mujeres.
2. Contemplación. Segunda etapa en la que se muestran confusos ante la
posibilidad de modificar sus comportamientos, contemplan la posibilidad
de hacerlo pero sin llegar a comprometerse enérgica y firmemente.
3. Preparación. Tercera etapa, en la que se dejan atrás las dudas y el sujeto se
muestra motivado para modificar sus comportamientos y percepciones. Por
ello, son capaces de comprometerse consigo mismo y con la intervención

98. PÉREZ VIEJO, JESÚS M.; MONTALVO HERNÁNDEZ, ANA (Coords.), (2011). “Violencia de género. Prevención, detección
y atención”. Madrid: Grupo 5. Pág. 107

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Tema 5. El maltratador
para llevarlo a cabo. Asumen su responsabilidad y asumen su papel en la
toma de decisiones para el cambio.
4. Acción. Cuarta etapa en la que se obtienen progresos, el sujeto es consciente
de si mismo y modifica las conductas violentas. Obtiene habilidades sociales
para contener la explosión de violencia.
5. Mantenimiento. Última etapa en la que el sujeto ha cambiado su estilo
de vida, afrontando los conflictos de manera adecuada y reflexiva sin
posibilitar que las problemáticas deriven en un estallido de violencia contra
las mujeres. Dotados de técnicas, herramientas y habilidades sociales para
prevenir una recaída.

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