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IGUALDAD
Álvaro García Linera [1]
Una política de la igualdad real no puede ser una abstracción, una imaginación; al
contrario, tiene que ser una construcción real del mundo.
¿Pero cómo igualar políticamente a personas provenientes de condiciones sociales
tan diversas, de trayectorias unas tan distintas de otras? Cada persona es siempre un
universo singular.
La condición de clase, étnica, regional y de género, en cuanto relaciones de
dominación soportadas de manera similar, crea plataformas que pueden ayudar a la
producción de espacios comunes del impulso a políticas de igualdad. De hecho,
habilita cursos de acción más probables, más visibles para la producción de una
comunidad de iguales.
Pero no son suficientes para hacer emerger por sí mismas, de manera automática,
movimiento común por la igualdad real. Y decimos que no son suficientes porque
para las clases subalternas la similitud de condiciones de existencia entre individuos
pertenecientes a una misma clase social explotada o a una misma identidad étnica
sojuzgada, siempre es una asociatividad inerte, inducida externamente, esto es un
producto de relaciones de dominio y, por ello, siempre es, de inicio, una agregación
pasiva resultante de la subalternidad.
Esta similitud de condiciones padecidas por una clase o un colectivo social puede
devenir en una comunidad activa solo en la medida en que quienes soportan la
subalternidad aislados unos de otros, en competencia entre sí por una mejor tajada
dentro de la subalternidad, se sobrepongan a esa unidad delegada mediante la acción
práctica, mediante la voluntad política dando lugar a una nueva unidad acordada por
sí mismos como comunidad en lucha autoproducida. Entonces, la clase de
condiciones de existencia similar deviene en comunidad política o, lo que es lo
mismo, en una clase social movilizada. A esto es a lo que Marx se refiere cuando
afirma que en el caso de la clase obrera ella es revolucionaria o no es nada[4].
Y es que las clases subalternas siempre están en condiciones de dominación y
explotación; es su modo de constitución objetiva de clase. Esto hace que, por lo
general, actúen bajo el ímpetu de la dominación, incluso en sus expectativas y
esperanzas llegándose a ubicar frente a sus iguales de infortunio en una relación de
cálculo personal o de competencia silenciosa para salir adelante. La igualdad de las
injusticias y agravios soportados no es una igualdad política: es simplemente
dominación. De ahí que no hay ningún tránsito inevitable hacia la posición de clase
autoconvocada contra los agravios. Ello supone una ruptura con lo que es, muchas
veces dolorosa porque se trata de romper con una larga trayectoria de hábitos,
horizonte de expectativas personales y pequeñas satisfacciones que forjaron su
subalternidad.
La igualdad política de las clases subalternas es automovimiento emancipativo, es
hacer por sí mismo un nuevo sujeto social a partir de las sujeciones que la
dominación ha hecho en uno. La igualdad política solo se construye en lucha contra
las injusticias porque la lucha iguala de manera real; hace participar a las personas
de una comunidad real construida por ellos mismos en tanto sujetos sensibles. Sin
embargo, muchas veces esto puede tomar la forma de una igualdad corporativa que
busca en la fuerza colectiva la renegociación, en mejores circunstancias, de sus
condiciones de subalternización frente al gobierno o a las clases adineradas
(aumentos salariales, derechos sectoriales, entre otros).
La igualdad política para producirse ha de requerir, en primer lugar, que la
comunidad de lucha se involucre en la organización de la vida en común de una
sociedad, en los aspectos que atañen y afectan a todos, que viene a ser el espacio
natural del hecho político o dirección de la vida en común. La ruptura con la
subalternidad política es simultáneamente la producción de vínculos propios entre
los subalternos por encima, por fuera, por arriba o por debajo de la condición de
subalternidad y, en ello, el redescubrimiento o la producción cognitiva, lógica,
práctica, corporal de otra manera de organizar la vida en común de una sociedad, de
un país, hasta entonces monopolizada por las clases dominantes y sus saberes
patrimonializados.
Pero, además, la igualdad política supone, en segundo lugar, la capacidad de suturar
las fisuras, las segmentaciones, las distancias entre subalternos, fruto precisamente
de la subalternidad, para dar lugar a una nueva manera de experimentar, nombrar y
presentar el cuerpo del pueblo, o al menos a la mayor parte de él, con atributos para
ejercer una manera distinta de dirección de la vida en común. A esto es a lo que se
llama la capacidad de articular una cadena de demandas movilizadoras cuya virtud
no radica en su extensión o amplitud agregadora, sino en su capacidad de diseñar en
los hechos una manera distinta de dirigir los asuntos que atañen a todos con la
participación y el involucramiento de todos.
La igualdad política es el momento plebeyo de la política pues deja de ser un
privilegio del dinero, de los títulos o la estirpe para mostrarse como una
responsabilidad moral universalmente al alcance de cualquiera, de la obrera, del
ingeniero, del campesino, del cocinero, de la académica, del barrendero, del
comerciante, entre otros.
La igualdad política real o sustantiva no se abstrae de las diferencias entre las
personas, al contrario, las convierte en la pluralidad de voces y sentidos que fluyen
en los debates y las texturas de la gestión de las cosas que afectan y pertenecen a
todos: comenzando por el espacio público, la opinión pública, los recursos públicos,
la propiedad pública y demás.
De cierta manera, “la parte de los que no tienen parte” que a decir de
Ranciere[5]inaugura el acto democrático es uno de los momentos iniciales de la
construcción de la igualdad política, pero cuya radicalidad ha de suceder si es que se
amplía cada vez a más “partes”, tanto de los que se involucran en la dirección de los
asuntos comunes, como de los asuntos, o de la parte que se asumen como de
responsabilidad de todos.
La igualdad política no es, pues, equiparar la importancia numérica del voto de uno
con respecto al voto de otro. La equivalencia social no puede ser una tautología
numérica de 1=1 o el voto de Ricardo es igual al voto de Elsa. Igualdad política es
igualdad de condiciones para intervenir en el espacio público; es igualdad de
condiciones para influir en la conducción de los asuntos comunes y esta solo puede
ser verídica si la política no depende del poder del dinero desigualmente distribuido,
ni de los conocimientos ni las influencias jerárquicamente organizadas. Y eso sucede
precisamente si los momentos decisionales del Estado son resultado, cada vez de
manera creciente, de la democracia de las decisiones fruto de comunidades políticas
movilizadas en lucha.
Por ello es que no existe igualdad política real sin democratización continua de
decisiones sobre los asuntos comunes que afectan a una sociedad.