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01-Indice 28/9/11 11:58 Página 5

Índice

PRÓLOGO ................................................................................................................. 7

A PROPÓSITO DE TILLY: CÓMO ACERCARSE AL PERSONAJE Y A SU OBRA. María


Jesús Funes ...................................................................................................... 9

III. LA APORTACIÓN DE CHARLES TILLY


A LAS CIENCIAS SOCIALES

1. CHARLES TILLY Y EL ANÁLISIS DE LA DINÁMICA HISTÓRICA DE LA


CONFRONTACIÓN POLÍTICA. Eduardo González Calleja ....................... 33
2. LAS DOS LÓGICAS DE LA EXPLICACIÓN EN LA OBRA DE CHARLES
TILLY: ESTADOS Y REPERTORIOS DE PROTESTA. Ramón Máiz ................. 49
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3. DE LO MACRO A LO MICRO EN EL ANÁLISIS RELACIONAL DE CHARLES


TILLY. Salvador Aguilar y María Jesús Funes .......................................... 77

III. REVOLUCIONES Y ESTADOS NACIONALES

4. EL ESTADO EN CHARLES TILLY: ENTRE LA CENTRALIDAD Y EL OLVIDO.


Ana Haro González .................................................................................. 107
5. REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN: THE VENDÉE Y LAS RAÍCES
INTELECTUALES DE LA SOCIOLOGÍA HISTÓRICA DE CHARLES TILLY.
Marta Latorre Catalán y Héctor Romero Ramos .................................. 123
6. EL CONCEPTO DE REVOLUCIÓN DE CHARLES TILLY Y LAS REVOLUCIO-
NES DE COLORES. Jesús de Andrés y Rubén Ruiz Ramas ....................... 141

III. ACCIÓN COLECTIVA Y CONTIENDA POLÍTICA


CONTEMPORÁNEA

7. MOVIMIENTOS SOCIALES , ELECCIONES Y POLÍTICA CONTENCIOSA :


CONSTRUYENDO PUENTES CONCEPTUALES. Doug McAdam y Sidney
Tarrow ........................................................................................................ 161
8. COMPARANDO LAS ACTUACIONES CONTENCIOSAS. EL CASO DE LAS
MANIFESTACIONES CALLEJERAS. Bert Klandermans y Jacquelien van
Stekelenburg .............................................................................................. 179

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Índice

9. SÍMBOLOS EN MOVIMIENTO: CALENDARIO Y VAMPIRISMO SIMBÓLICO


EN EL NACIONALISMO VASCO RADICAL. Jesús Casquete ........................ 199

IV. EL ANÁLISIS DE LA VIOLENCIA POLÍTICA

10. EL ENFOQUE RELACIONAL DEL TERRORISMO EN CHARLES TILLY. Jeff


Goodwin .................................................................................................. 223
11. PUÑOS, PATADAS Y CODAZOS EN LA REGULACIÓN DE LA POBREZA
NEOLIBERAL. Javier Auyero .................................................................... 231
12. SIN EFUSIÓN DE SANGRE. PROTESTA, POLICÍA Y COSTES DE LA REPRE-
SIÓN. Diego Palacios Cerezales .............................................................. 247
13. SOBRE LA CAPACIDAD TRANSFORMADORA DE LOS ACONTECIMIEN-
TOS: CAMBIOS EN LA LEGITIMIDAD DE LA VIOLENCIA POLÍTICA EN EL
CONTEXTO DE LA GUERRA CONTRA EL TERROR. Laura Fernández de
Mosteyrín ................................................................................................. 265

IV. A MODO DE CONCLUSIÓN

14. RECOPILACIÓN Y REVISIÓN DE LA BIBLIOGRAFÍA DE CHARLES TILLY.


Alberto Martín Pérez .............................................................................. 289

BIBLIOGRAFÍA .......................................................................................................... 313

AUTORES .................................................................................................................. 345


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Prólogo

Hace ya algunos años, una serie de profesores e investigadores de las


áreas de ciencia política y de sociología, procedentes de la Universidad Com-
plutense y de la Universidad Nacional de Ecuación a Distancia, se unió para
formar el Grupo de Estudios sobre Sociedad y Política (GESP, UCM-
UNED). En un panorama en el que las ciencias sociales tienden a una cre-
ciente incomunicación, consecuencia en parte de la inevitable especialización
de sus trabajos pero también de tendencias que favorecen la fragmentación
de los estudios universitarios, su principal objetivo era trabajar por recuperar
la vieja mirada interdisciplinar que ha caracterizado la perspectiva de análisis
sociopolítico contemporánea, y que para muchos explica buena parte de su
riqueza. Por otra parte, el carácter interuniversitario del grupo venía a refor-
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zar de manera explícita el propósito de poner en común estrategias y trayec-


torias de investigación, en ocasiones artificialmente separadas entre sí por la
creciente obsesión institucional por los baremos, los rankings y la competen-
cia entre universidades. El resultado ha sido que el GESP (UCM-UNED) es
hoy reconocido como grupo de investigación consolidado de la Universidad
Complutense y de la Universidad Nacional de Educación a Distancia
A tenor de lo anterior, el grupo se formó, por una parte, para potenciar la
realización de investigaciones comunes que, desde esta mirada plural, fueran
capaces de abordar algunas de las principales transformaciones que están
afectando a la realidad social y política española, pero también para servir
como un foro de debate y de intercambio de ideas entre sus miembros. En
consecuencia, desde su creación, el GESP tomó la decisión de organizar
anualmente un seminario de reflexión sobre alguna cuestión considerada es-
pecialmente relevante para nuestras tareas docentes e investigadoras. Estos
encuentros nos han permitido difundir nuestros propios trabajos, al tiempo
que incorporar nuevas perspectivas de estudio, con la colaboración de cole-
gas de otras disciplinas.
Las jornadas Conflicto, poder y acción colectiva. Homenaje a Charles
Tilly, que tuvieron lugar en Madrid los días 7 y 8 de mayo de 2009, en las se-
des respectivas de las dos Universidades vinculadas al GESP, están en la base
del volumen que ahora se publica, y se enmarcan dentro de este tipo de acti-

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Prólogo

vidades del grupo. La propuesta de reflexionar «a partir de» la obra de


Charles Tilly partió de algunos de los miembros más jóvenes del grupo,
quienes las concibieron y, además, se encargaron con gran entusiasmo y efi-
ciencia de todas las tareas organizativas. Para todos nosotros, Tilly ha sido,
y continúa siendo, un autor clave para abordar aspectos muy distintos del
análisis sociopolítico: el desarrollo y las transformaciones históricas del Es-
tado, el conflicto político, la movilización colectiva, etc. Su generosidad in-
telectual y la riqueza de sus aportaciones hacían posible organizar no tanto
un homenaje tradicional a un autor recientemente fallecido, sino más bien
mostrar las potencialidades de seguir trabajando en las direcciones que con-
tribuyó a trazar y «más allá» de ellas. Es evidente que la figura y la obra de
Tilly encajan perfectamente en esta concepción interdisciplinar y multidi-
mensional de las relaciones entre sociedad y política que está en la base del
grupo de investigación.
La acogida de las jornadas superó nuestras expectativas. Los textos pre-
sentados —ponencias invitadas y comunicaciones— tuvieron un gran nivel
académico y dieron lugar a un vivo debate, y la asistencia de colegas y estu-
diantes fue muy numerosa. La idea de culminar en un libro de estas caracte-
rísticas estuvo desde el principio en la mente de algunos de nosotros, anima-
dos por la calidad de las presentaciones y por el apoyo recibido, desde el
principio, por algunos de los más relevantes colegas y discípulos de Charles
Tilly, si decidíamos embarcarnos en la aventura de este libro. Como es lógi-
co, ha habido que hacer una labor importante de selección, por lo que quere-
mos agradecer a todos aquellos que presentaron sus trabajos en las jornadas
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y que luego, por diferentes razones, no aparecen en estas páginas. Agradece-


mos de manera muy especial las aportaciones de Doug McAdam, Sidney
Tarrow y Javier Auyero, a los que invitamos a acompañarnos y que no pu-
dieron hacerlo por diversas circunstancias, pero que se mostraron dispuestos
desde el primer momento a enviarnos sus textos.
Solo nos queda expresar nuestro agradecimiento a las tres instituciones
cuyo apoyo financiero hizo posible la realización de las jornadas: el Centro
de Investigaciones Sociológicas, la Universidad Nacional de Educación a
Distancia y la Universidad Complutense de Madrid. Y, finalmente, recono-
cer públicamente el excelente trabajo organizativo de Laura Fernández de
Mosteyrín, Ana Haro, Marta Latorre y Alberto Martín, que ha culminado en
sendos capítulos de este libro.
Madrid, diciembre de 2010.

Grupo de Estudios sobre Sociedad y Política


(GESP - UCM/UNED)

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A propósito de Tilly: cómo acercarse al personaje


y a su obra

María Jesús Funes


UNED

En el mismo año de su fallecimiento, Charles Tilly recibía el premio


Abert O. Hirschman 2008, otorgado por el Social Science Research Council.
Tal como se detalla en la descripción de este galardón, con él se reconoce la
excelencia de una obra en relación con la investigación social, el aporte teóri-
co, la dimensión internacional e interdisciplinar, tanto como sus repercusio-
nes en la comunicación pública. Con este premio, Tilly conseguía al final de
su carrera un reconocimiento público del máximo nivel académico interna-
cional, confirmando su altura como pensador contemporáneo, sin menosca-
bo de la que le era reconocida antes de la recepción del mismo. Charles Tilly
nació en 1929 en Lombard (Illinois) y falleció el 29 de abril de 2008 en Nue-
va York. Tener noticia de la concesión de este premio me animó a comenzar
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la introducción de este libro uniendo a estos dos grandes de las ciencias so-
ciales de finales del siglo XX y principios del XXI. Comparar su obra y subra-
yar sus aportaciones podría suponer un libro entero; y aunque ello no puede
constituir el objetivo de esta introducción, no me resisto a obviar el hecho ni
a evitar la tentación de comenzar apoyándome en la figura de Hirschman
para resaltar la del que aquí homenajeamos. Por no extenderme en los aspec-
tos teóricos y académicos que ya son objeto de todo el libro, solo resaltaré
dos rasgos de confluencia que con seguridad habrán sido percibidos por
cualquier lector de ambos y que describen en buena medida su talante perso-
nal e intelectual.
Me refiero, en primer lugar, a la sencillez y humildad en la presentación
de sus logros, fundamentados en la asunción de la perfectibilidad de su traba-
jo y la ausencia de arrogancia y presunción, rasgos que con tanta facilidad
derrochan, sin embargo, tantos de sus/nuestros colegas. El modo en que va-
loraban a sus discípulos, a quienes se acercaban a ellos para aprender, esa in-
sistencia en la importancia de mejorar a partir de los errores propios asu-
miéndolos y reconociéndolos queda muy lejos de la sobreestimación de
tantos científicos universitarios. Como dice el propio Tilly: «El deseo de
convertirse en el Newton de los procesos sociales tienta a los científicos so-
ciales a llevar a cabo sus repetidos y vanos esfuerzos por descubrir la piedra
filosofal» (1991: 51). Otro aspecto en el que encuentro parecido entre ambos

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María Jesús Funes

es en el hecho de hacer explícita su preocupación por centrar su trabajo en la


vida y avatares de la gente común. Múltiples alusiones encontramos en sus li-
bros a esta forma de plantear su objeto de interés y de acercar a estos aspec-
tos el foco de atención de sus estudios. Por muchas de sus reflexiones y co-
mentarios parecería que no trabajaban tanto para obtener réditos en la
academia como para aportar conocimientos sobre las vicisitudes de personas
de carne y hueso, con la intención de que su obra ayudara a mejorar sus con-
diciones de vida. Los planteamientos teóricos, el análisis de inmensas series
de datos o las reflexiones abstractas con facilidad se concretaban en experien-
cias cotidianas. Este talante personal en la forma de presentar sus logros, de
nuevo, tanto les acerca entre sí como les aleja de la mayoría de los profesio-
nales de sus mismos ámbitos.
Presentar esta obra, que desde su inicio se concibió como una reflexión
compartida sobre el conjunto del trabajo de Charles Tilly, supone dificulta-
des específicas, casi tantas como alicientes y desafíos. La amplitud de miras
de su ingente producción, un autor de los más prolíficos de nuestro tiempo
en el campo de las ciencias sociales, lleva a asegurar que, sea cual sea la reco-
pilación realizada para el libro y cual fuere el contenido de esta nota intro-
ductoria, habrá cuestiones que queden fuera, temáticas por analizar y aspec-
tos en los que la profundización resulte a todas luces insuficiente. Vayan por
adelantado mis excusas al respecto y asumo, como responsabilidad solo atri-
buible a mi personal visión del autor, las ausencias y reduccionismos que
puedan encontrarse en esta introducción tanto como en el conjunto del libro.
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A lo largo de su trayectoria intelectual desarrolló enfoques diferentes de


aproximación a las cuestiones sociales. Aun cuando sus orientaciones más
conocidas le sitúan en los campos de la sociología y la historia —en unos
momentos el propio autor se define como sociólogo con inquietudes históri-
cas y en otros como historiador motivado por las cuestiones sociales—, su
perfil va mucho más allá de ambas disciplinas. Los politólogos no pueden ser
ajenos a su obra en absoluto, pero los antropólogos y los semiólogos no de-
berían descuidar el conocimiento de las obras de su última etapa. Esta con-
junción de miradas en un solo autor, en una progresiva apertura a lo largo de
los años de su quehacer intelectual, es uno de sus valores, en un gremio pro-
fesional mucho más dado a la reclusión tras las fronteras conocidas que a la
apertura y al intercambio. Solo los grandes pueden permitirse la inseguridad
previsible ante la caída de los muros protectores de las disciplinas.
No es fácil, en caso de que tuviera interés hacerlo, separar en su obra los
aspectos sustantivos, o entidades de análisis, de las reflexiones metodológi-
cas; la mayoría de las veces se encuentran entremezcladas. No reflexionaba
sobre métodos salvo en la práctica empírica y no especulaba sobre cuestiones
sustantivas más que analizando casos concretos. Es por ello por lo que a la
hora de hacer una clasificación y presentación de su sustanciosa obra, de casi
cinco décadas, tenemos que bucear en el análisis de las revoluciones para des-
entrañar las novedades metodológicas que va apuntando, o introducirnos en

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A propósito de Tilly: cómo acercarse al personaje y a su obra

la disección de una acción de protesta para comprender la evolución de su


posicionamiento epistemológico o desentrañar la matización de sus teorías.
Solo en algunas ocasiones encontramos breves piezas dedicadas a una cues-
tión en exclusiva o a otra, pero lo habitual es la mezcla, con la consiguiente
virtualidad explicativa que para el conjunto de su obra y para su objetivo fi-
nal ello supone.
A medida que avanzaba su tarea investigadora su planteamiento episte-
mológico se transformaba y enriquecía, llegando a adoptar al final de su vida
enfoques metodológicos muy alejados de los iniciales, tal como veremos re-
flejado en los capítulos dedicados a estos aspectos. Ahora bien, ateniéndonos
a sus propias reflexiones, la inquietud sobre las posibles carencias de los en-
foques metodológicos al uso y el cuestionamiento sobre los mismos parece
que estaban ya presentes en sus inicios (2008a: 2). El resultado es la plastici-
dad, que nunca le abandonó, para aprender e integrar perspectivas nuevas de
análisis. Este rasgo, muy probablemente, deba relacionarse con una caracte-
rística personal subrayada por quienes le conocieron, que reflejábamos ante-
riormente, su honestidad y humildad al reconocer los límites de sus análisis y
la perfectibilidad de sus hallazgos. Ello le permitía estar permanentemente
dispuesto a revisar sus enfoques y a aventurarse en terrenos poco conocidos,
algo que fácilmente puede descubrir quien se anime a ir más allá de sus obras
más divulgadas, y que se plasmaba en el reconocimiento de autores y teorías
muy alejados de sus planteamientos. La incorporación paulatina de aspectos
cada vez más alejados de lo que ha dado en llamarse el main streem de las
ciencias sociales, sin abandonar los que le eran más propios, le convierte en
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un autor peculiar.
Un sociólogo que es valorado por historiadores y politólogos, por antro-
pólogos, etnógrafos o economistas es claramente un rara avis en las ciencias
contemporáneas. Pero eso es lo que merece un investigador que apoyaba y es-
timulaba el análisis estadístico de los datos con McAdam, Tarrow o Kriesi y las
exploraciones en la sociología de las emociones de Amynzade (2008) o los es-
tudios antropológico-etnográficos de Auyero (2008). Durante décadas trabajó
y valoró con exclusividad la dimensión objetivista y la explotación de series es-
tadísticas de los estudios cuantitativos. Con el tiempo, incorporó la perspectiva
subjetivista reconociendo valor heurístico: al análisis cognitivo; a la interpreta-
ción científica de las interacciones en la vida cotidiana; a las expresiones y
construcciones del lenguaje común; en definitiva, a las definiciones subjetivas e
interactivas mediante las que los individuos configuran su realidad social prác-
tica y cotidiana. La aproximación al estudio semiótico de los acontecimientos
y al análisis conversacional, valorando las narrativas como un posible desarro-
llo de su propuesta de análisis relacional, son buena prueba de ello. Su recono-
cimiento de autores como Dewey y, por supuesto, Merton, o su análisis cuasi
goffmaniano de las narraciones y episodios de la vida cotidiana en el final de su
vida, muestran esa flexibilidad e inteligente interdisciplinariedad que es uno de
los rasgos, en mi opinión, más destacables (y a su vez menos destacados y co-
nocidos) de su obra, a los que aquí prestamos especial atención.

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María Jesús Funes

Sin embargo, esta pluralidad y apertura son atribuibles a las cuestiones de


método y a los enfoques y procedimientos de análisis, pero en lo relativo a
las cuestiones sustantivas, a los objetos de su preocupación, la variabilidad a
lo largo del tiempo fue mínima. Al menos esa es mi interpretación al estudiar
su obra con perspectiva e intentar ofrecer una lectura de conjunto; creo que
los distintos objetos de invstigación resultan más cohesionados de lo que en
una primera mirada pudiera parecer. Estudia muchas cosas, pero casi siempre
para comprender una sola, la convivencia humana encuadrada en unas es-
tructuras normativizadas, que son los modelos de configuración política de
cada momento histórico; y con unos objetivos precisos que tienen que ver,
según entiendo, sobre todo, con la emancipación de los seres humanos.
En el inicio fueron las luchas populares (The Vendée, 1964), estudió di-
versas revoluciones consolidadas —o fracasadas—, su proceso evolutivo y
consecuencias a lo largo de la historia en muy diferentes partes del planeta,
especialmente en la vieja Europa. Analizó los movimientos sociales de los se-
senta del siglo XX en nuestro continente y en Estados Unidos, interpretándo-
los como actores que arrojaron nueva luz a los discursos de emancipación e
impulsaron renovaciones importantes en los modos de concebir la vida y de
hacer política. Pero tampoco descuidó conflictos y tensiones en territorios
con configuraciones políticas y estructuras socioeconómicas muy dispares a
las citadas, como las movilizaciones de los años noventa en países africanos o
asiáticos. Asimismo, dedicó espacio y tiempo al estudio de instituciones nu-
cleares de nuestras configuraciones políticas como el Estado y la democracia,
por su interés en sí mismas como entidades sustantivas tanto como por sus
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consecuencias derivadas en términos de convivencia y oportunidades.


En definitiva, las luchas populares han sido su objeto central de análisis.
Cuando estudiaba la creación de los Estados, las revoluciones, o las diversas
manifestaciones de la acción colectiva, su punto de mira siempre se centraba
en las posibilidades de defensa y articulación de los intereses y necesidades
de la gente común, y en los esfuerzos para mejorar sus posiciones relativas de
poder e influencia. Como señala en una de sus últimas obras, el análisis de las
acciones contenciosas populares a lo largo de la historia y la formación y
desarrollo de las instituciones democráticas siguen caminos paralelos que
confluyen en un lugar común: «Explicar las distintas modalidades de la con-
tienda política es explicar también un resultado peculiar y contingente de
esta contienda política: la democracia» (2007e: 5).
Uno de sus discípulos más aventajados Sidney Tarrow (1997: 17) señala
que el poder de la gente de a pie ha sido minusvalorado en la producción aca-
démica de manera clara. Charles Tilly puede ser recordado, entre otras mu-
chas cuestiones que este libro colectivo quiere resaltar, como un autor extre-
madamente sensible a los logros y las dificultades de los más humildes. Las
posibilidades de influencia de los «no poderosos», la capacidad de incidencia
de la acción colectiva popular, tienen ya una historia respetada, consagrada
podríamos decir sin temor a exagerar, en el ámbito de las ciencias sociales y

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A propósito de Tilly: cómo acercarse al personaje y a su obra

es obligado subrayar la figura de Tilly como uno de los protagonistas de este


cambio. Su herencia marxista, reconocida y profusamente valorada por el au-
tor, es uno de los pilares que sustentan esta actitud y esta perspectiva.
Tan experto se mostró en los estudios de largos procesos históricos
como en el análisis de eventos y campañas de movilización concretas acota-
das en un período corto de tiempo; en los procedimientos para analizar el
pasado como en las cuestiones de mayor actualidad en su momento presen-
te. Se dedicó a pergeñar modelos formalizados de análisis, a sistematizar
marcos lógicos de interacción entre factores concomitantes aplicados al tra-
bajo empírico, incorporando enfoques y perspectivas cada vez más comple-
jos (completos). Con su propuesta de realismo relacional, nos dotó de he-
rramientas que facilitan la identificación de los elementos intervinientes en
cada proceso de conflicto y la interacción estratégica entre ellos, cuestiones,
todas ellas, en las que nos detendremos a lo largo de los diversos capítulos
de este libro.

CUESTIONES SUSTANTIVAS, CONCEPTOS Y DEFINICIONES


Aun siendo muchos los asuntos sustantivos objeto de su atención, creo
no errar si lo presento, ante todo, como un analista del conflicto y la contien-
da política. También es central su contribución en dos aspectos de la dimen-
sión epistemológica del análisis de la realidad social: la interacción entre so-
ciología e historia y las propuestas metodológicas aplicadas al estudio de
casos concretos. Antes de entrar en los aspectos sustantivos de su obra pode-
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mos dividir su abundante análisis empírico a grandes rasgos en dos líneas de


trabajo: procesos históricos desde el principio de la Edad Moderna hasta la
primera década del siglo XXI, y hechos concretos de la acción de protesta
propia de las sociedades avanzadas de Europa y EE. UU. desde mediados de
los sesenta del siglo XX hasta el final de sus días. Estudios históricos y con-
flictos actuales analizados en la especificidad de su carácter como la protesta
moderna.
No resulta fácil elegir un ámbito de estudio en el que sus análisis hayan
sido más fecundos o vivificadores. ¿Acaso podríamos decir si ha sido más
importante su estudio sobre la construcción de los Estados o sobre las causas
y efectos de las revoluciones?; ¿podemos considerar más relevantes sus apor-
taciones al estudio del cambio?; o, tal vez, ¿sería lo más original su diseño de
la teoría de la acción colectiva, y sus aplicaciones empíricas que han contri-
buido, de manera determinante, a la consolidación de un campo de estudio
específico denominado, hoy, la sociología de la protesta? En los cuatro ámbi-
tos citados ha sido sumamente fértil su trabajo, tanto por la realización pro-
pia como por la estela que ha prendido en otros autores que es constante-
mente reproducida y enriquecida.
Puesto que he concebido esta introducción como una síntesis indicativa
de su obra, aun asumiendo el riesgo por lo ambicioso de la intención, paso a

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María Jesús Funes

identificar los que considero campos sustantivos de su trabajo y a presentar


algunas definiciones de los conceptos centrales del mismo. He seleccionado
seis conceptos básicos. Incluso asumiendo que quedan fuera algunos de cor-
te metodológico, puesto que he optado por dedicar esta introducción a las
cuestiones de contenido 1 (y supongo que algunos otros, producto de sesgos
de mi propia interpretación de la obra), creo que abarcan los más conocidos
y valorados. Estos son: cambio social, conflicto político, acción colectiva, re-
volución, Estado y democratización.
Desde el punto de vista de la teoría sociológica, sus estudios sobre el cam-
bio social y sus reflexiones sobre la epistemología aplicada al mismo ocupan
un lugar relevante en la sociología contemporánea. Y ello, fundamentalmen-
te, por dos motivos. Por un lado, por su revisión de los postulados teórico-
metodológicos que han orientado el estudio del cambio social desde los ini-
cios de la sociología. El trabajo de depuración y superación de los mismos ha
puesto en evidencia lo que interpreta como sus efectos esterilizadores, al me-
nos a partir de la segunda mitad del siglo XX. Por otro lado, por su empeño
en redefinir lo que es realmente cambio social analizable y lo que no lo es, y
que solo conduce a generalizaciones poco fundamentadas. En relación con
este segundo aspecto apuesta por interpretar el análisis del cambio desde un
marco de realismo operativo (que en sus palabras cabría denominar realismo
relacional), lo que supone acotar la investigación a eventos concretos que, en
su buen hacer, no impiden la visión longitudinal y de largo alcance, sino que
la facilitan. Son muchas las obras en las que encontramos sus presupuestos
teóricos y metodológicos para el estudio del cambio, pero sin lugar a dudas
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hay que destacar As Sociology Meets History (1981), Roads from Past to Fu-
ture (1997a) y, sobre todo, Grandes estructuras, procesos amplios, compara-
ciones enormes (1991).
Tilly se ubica en la línea de autores que critican la dicotomía analítica en-
tre orden y desorden, censurándola como «análisis burgués equivocado» que
cristaliza en la interpretación (poco operativa) de los procesos de diferencia-
ción e integración como opuestos casi irreconciliables. En su visión integra-
dora, «la comparación sistemática de estructuras y procesos no solo nos per-
mitirá contemplar nuestra situación con perspectiva, sino que además nos
ayudará a identificar causas y efectos» (1991: 26). La estática y la dinámica
social, el espacio y el tiempo han de ser vistos al unísono, porque dónde y
cuándo suceden las cosas es parte de la explicación de cómo y de qué es lo
que ocurre. «El “cambio social” no es un proceso general, sino un término
que engloba procesos muy diferentes entre sí y entre los que existen cone-
xiones muy distintas unas de otras» (1991: 27-29).
En sus investigaciones conecta el estudio de episodios de transformación
más o menos dilatados en el tiempo, pero coyuntural y estructuralmente de-
1 Los capítulos 2 y 3 de este libro se dedican específicamente a los aspectos metodológicos de la

obra del autor. En la mayoría de los capítulos se presentan y analizan, también, cuestiones relaciona-
das con su método de estudio y con sus avances epistemológicos.

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Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
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A propósito de Tilly: cómo acercarse al personaje y a su obra

finidos, con la visión de medio y largo alcance. No en vano analiza períodos


de tiempo muy extensos, algo muy sorprendente en un sociólogo. Contienda
política y democracia en Europa, 1650-2000 (2007e) o Las revoluciones euro-
peas, 1492-1992 (1995a), por ejemplo, dan buena cuenta de su perspectiva
macro y longitudinal. Pero siempre subrayando que deben ser vistos como
«cambios» en plural y no como «cambio» en sentido sustantivo: «No existe
el cambio social en general. Existen muchos procesos de cambio a gran esca-
la» (1991: 51). Nunca como análisis del cambio en genérico, con independen-
cia de que se encuentren rasgos de transformación generalizados. Desde el
punto de vista epistemológico, esta visión responde a su rechazo a todo tipo
de monismos, que considera esterilizadores del pensamiento, en el sentido de
creación artificial de entidades inexistentes: el cambio, la sociedad, etc.
Al análisis del cambio social se unen sus estudios del conflicto político,
con lo que llegamos al análisis del segundo concepto seleccionado. Ahora, a
los interesados en la teoría sociológica y la sociología dinámica se unirían los
politólogos y sociólogos aprovechando sus estudios para analizar la política
contenciosa y las relaciones de conflicto que construyen y sostienen (o des-
truyen) los sistemas políticos. Según Tilly, nos encontramos ante un conflic-
to político cuando se reúnen las siguientes características: 1) un conjunto de
personas que defiende unas reivindicaciones frente a unos actores definidos
y concretos; 2) estas reivindicaciones han de ser colectivas, públicas y pre-
sentarse y defenderse de manera visible; y 3) de conseguirse estas afectarían
tanto a los intereses de los actores reclamados como de los reclamantes (en
definitiva, a los intereses de los sujetos de la reclamación y de los que son ob-
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jeto de la misma). Por último, para que podamos otorgarle a un hecho de es-
tas características la categoría de conflicto político ha de darse la condición
de que al menos «uno de los actores afectados sea un gobierno» (1998a: 30).
Uno de los aspectos que ha desarrollado, magistralmente, es la relación en-
tre conflicto y cambio: entre cambio social y conflicto político y entre con-
flicto social y cambio político, sin que ello haya de entenderse como un juego
de palabras, sino casi como un consistente programa de investigación de do-
ble entrada. Una vía de análisis la encontramos en sus estudios sobre la des-
igualdad social, la industrialización, la urbanización y su reflejo en conflictos
políticos concretos. La otra (y complementaria) se desarrolla a la inversa: los
conflictos centrados en el reclamo de cambios de régimen o la reivindicación
de derechos, conflictos netamente políticos, presentan consecuencias en tér-
minos de cambios sociales de carácter estructural, de disminución o aumento
de las desigualdades, de cambios en los estilos de vida, etc. Vemos así algunos
ejemplos de la facilidad con la que se movía en una dirección y en la contraria;
de la problemática del conflicto inmediato, acotado, limitado y preciso, al del
cambio estructural de largo alcance, causa y/o consecuencia de aquel en según
qué casos y circunstancias (Tilly y Tilly, 1975; Tilly, 1990a; 2000a).
En sus palabras podemos encontrarlo expresado del siguiente modo:
«¿Qué relaciones sistemáticas existen entre el cambio social a gran escala y

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María Jesús Funes

los cambios en la movilización política popular? o ¿Qué impacto tienen las


variadas formas de acción política popular sobre el curso del cambio social a
gran escala?» (1998a: 27). El paso de lo macro, de lo más amplio, a lo más
concreto —de la urbanización progresiva a lo largo de los siglos, o la exten-
sión del capitalismo, por ejemplo, a los acontecimientos precisos como una
campaña de movilización, una manifestación o una carga policial—, bajando
al detalle que identifica los factores implicados en un hecho específico. Es su
enorme capacidad para trascender y pasar de lo abstracto a lo concreto y des-
cender a lo específico y único. En esta línea de intentar conectar ambos itine-
rarios, el autor precisa que en las ciencias sociales está mucho más desarrolla-
da la conexión de ambos fenómenos en una dirección que en la contraria: hay
mucha más reflexión y evidencia sobre cómo el cambio social produce con-
flicto que sobre cómo el conflicto produce cambio social.
Los analistas del conflicto político han dedicado con demasiada frecuen-
cia su atención a casos específicos sin dar el salto que supone la proyección a
gran escala de los hallazgos obtenidos. Salto ciertamente delicado y arriesga-
do, qué duda cabe, y cuya escasez de casos pudiera explicarse entendiendo
que se trata, mayoritariamente, de sectores de la disciplina tal vez demasiado
jóvenes para exponerse a semejante aventura científica. Los sociólogos y po-
litólogos aplicados al estudio de los conflictos políticos se encuentran, prin-
cipalmente aunque no solo, entre los analistas de los movimientos sociales,
de la sociología de la protesta, de la acción colectiva, etc., campos relativa-
mente recientes en el panorama de las ciencias sociales, autores menos aveza-
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dos, quizá, en las extrapolaciones de resultados a gran escala. Pero Tilly se


aplica a explorar este itinerario menos explorado; muestra de ello es lo que
propongo considerar como uno de los ejes interpretativos de su obra, y que
planteo del siguiente modo: a medida que ponía en práctica la trayectoria
analítica, que recorre la secuencia del conflicto al cambio, va concretando sus
estudios sobre la democracia.
En definitiva, la conclusión, o mejor dicho el resultado, es la democracia,
con lo que llegamos al tercer concepto de los seleccionados para esta revisión
introductoria. Puestos a intentar ofrecer una imagen sintética de su obra po-
dría considerarse que sus estudios sobre la democracia son uno de los aspec-
tos nucleares de la misma, o un punto de llegada de su recorrido, según se
mire. Es más, si retomamos lo que he identificado como presumible meta de
sus investigaciones: la mejora de las condiciones de vida, la ampliación de
oportunidades, libertad y reconocimiento de derechos de la gente común,
cabe plantear la constatación empírica del acercamiento de la humanidad a la
democracia como interpretación —sintética— de su trabajo de casi cinco dé-
cadas. En una visión panorámica de su trabajo, este parece uno de los ejes-
guía y, al tiempo, uno de los que le ubica entre los grandes del pensamiento
social, pero de ello daré cuenta más adelante. Prefiero seguir ahora con la
descripción temática, por lo que paso, a continuación, a su definición de de-
mocracia, para lo que —más allá de reflexiones a lo largo de muchas obras—

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A propósito de Tilly: cómo acercarse al personaje y a su obra

los dos libros clave son de su última etapa: Contention and Democracy in
Europe, 1650-2000 (2004a) y Democracy (2007b).
Para la comprensión de su pensamiento resulta más pertinente una defini-
ción de democratización que de democracia, y así vemos que define esta
como «acción en proceso» donde tan importante es estudiar los avances ha-
cia la democratización como los retrocesos en forma de des-democratiza-
ción. De este modo manifiesta su interés por la marcha hacia delante y su
preocupación por la involución y marcha atrás. De los distintos indicadores
que se pueden aplicar para identificar el grado más o menos democrático de
las sociedades, en Democracy (2007b) resalta dos: las condiciones sociales
que están en la base de ambos procesos (democratización y des-democratiza-
ción), y los efectos que la democratización y la des-democratización tienen
en la vida de los ciudadanos. Es decir, cómo repercuten en aspectos concre-
tos como la libertad, la seguridad, la educación, etc. Como no podía ser de
otro modo, sus estudios subrayan la relación entre Estado y ciudadanos, y
para ello destacan la importancia de dos aspectos: la capacidad del Estado
para hacer cumplir sus políticas y el grado de democratización en la forma-
ción de gobiernos e instituciones.
Entiende por democratización: 1) el aumento de las relaciones entre los
agentes del gobierno y la población y de la igualdad en el desarrollo de estas
relaciones; 2) la extensión de la consulta vinculante 2 respecto a las personas,
los recursos y las políticas aplicadas; y 3) la protección de esa misma pobla-
ción (especialmente de las minorías presentes en su seno) frente a acciones
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arbitrarias de los agentes del gobierno. Clara y concisamente, lo plantea así:


«Para resumir, podemos hablar de aumentos o descensos de la “consulta pro-
tegida” y decir que es democrático un nivel elevado de “consulta protegida”»
(2007e: 13).
En cuanto a su aportación decisiva al campo de la teoría de la acción colec-
tiva valga decir que sus aplicaciones llegaron mucho más lejos de lo que pre-
vió en un principio. From Mobilization to Revolution (1978) es considerado,
sin lugar a dudas, como la primera y más lograda presentación de su teoría de
la acción colectiva en la que desarrolla los más importantes modelos de análi-
sis. También señala sus limitaciones, modelos aplicables principalmente a es-

2 Se utiliza el término «consulta vinculante» como traducción de binding consultation, concepto

que hay que distinguir del próximo, pero distinto, protected consultation, que se traduce como
«consulta protegida». Binding consultation es una de las cuatro condiciones que tienen que cumplir-
se para poder avanzar hacia la protected consultation. Por binding consultation el autor se refiere a la
obligación de los gobernantes de incluir en sus políticas las demandas de los ciudadanos. Además de
esta condición, el sistema tiene que garantizar otras tres condiciones más: igualdad entre los indivi-
duos, extensión a mucha gente y protección de los derechos y, en general, protección de los ciuda-
danos ante las arbitrariedades de las autoridades que manejen en cada momento el entramado insti-
tucional. La combinación de los cuatro componentes nos permite hablar de protected consultation.
Un grado alto de protected consultation muestra un nivel avanzado en el proceso de democratiza-
ción (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001; Tilly, 2004a y 2007b). (Según explicación y revisión de Ana
Haro.)

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María Jesús Funes

pacios y tiempos concretos y no necesariamente generalizables a cualquier


lugar o circunstancia. A lo largo de los años irá perfeccionándolos a fuerza de
redefinirlos (principalmente el modelo de la movilización y el modelo del
proceso político) para ampliar sus posibilidades analíticas y predictivas. Uni-
rá los procedimientos para la recogida y el análisis de la información, como
serían los catálogos de eventos, a la investigación de los mecanismos de fun-
cionamiento y a su caracterización de los acontecimientos. Con ello consigue
otorgar a los modelos iniciales la plasticidad y dinamismo de que carecían,
aprovechando su esquema analítico para lugares con distintos niveles de de-
sarrollo, urbanización y conflicto.
Tal como señala el autor, es difícil aportar una definición sustantiva y ori-
ginal de acción colectiva, demasiadas encontramos en los libros de sociología
y de historia. Son tantos los autores expertos en la materia y tantos los textos
que parece considerarlo una aventura un tanto arriesgada (1978: 5). Entiendo
que esta debe ser la causa por la que opta por ofrecer una definición operati-
va antes que sustantiva y así, en el texto citado, seminal como pocos sin lugar
a dudas, presenta su interpretación de acción colectiva identificando los
componentes básicos que han de hallarse en cualquier acción conjunta a la
que se atribuya dicho calificativo. Será acción colectiva la representada por
un conjunto de personas en la que puedan identificarse los siguientes com-
ponentes: intereses, organización, movilización y oportunidad (entendida en
términos de estructura de oportunidad política).
Los intereses identifican los objetivos que persigue el grupo de indivi-
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duos, las reivindicaciones si nos referimos a un caso de conflicto. La organi-


zación alude a los niveles de estructura interna y externa del/los colectivos
implicados, organización fundamentada en catness (categoría) y/o netness
(red). La unión de ambas en lo que denomina catnet constituye la urdimbre
de la organización, que adoptará muy diversas formas según los casos, pero
que siempre influirá de manera decisiva en la formación, sostenimiento o di-
solución de la acción colectiva. Al considerar la organización así referida
como componente básico introduce un aspecto muy importante a tener en
cuenta, y es la duración en el tiempo. Organización implica tiempo, por lo
que no será acción colectiva, en los términos en que Tilly considera, una ac-
ción espontánea, que no se mantiene, que no tiene continuidad. El tercer
componente es el de la movilización, y con él se refiere al tránsito de la pasi-
vidad individual a la implicación activa grupal, que se realiza mediante la
consecución y gestión colectiva de los recursos. El último componente, la
oportunidad, alude a la relación con el contexto y las facilidades o dificulta-
des que del mismo se derivan. Se trata de la recuperación y desarrollo del
concepto de Eisinger (1973) de estructura de oportunidad política, entendido
como el conjunto de variables del sistema político que favorecen o dificultan
la formación o consolidación de una acción colectiva.
A partir de aquí el desarrollo de los estudios de la acción colectiva tiene
una larga y fructífera historia, que cristalizó en una escuela primero y su de-

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A propósito de Tilly: cómo acercarse al personaje y a su obra

rivada posterior, aún más fecunda que la primera. La primera fue la teoría de
la movilización de recursos; la segunda, la teoría del proceso político. Im-
portantes representantes de las mismas, sus creadores, casi podríamos decir,
junto al propio Tilly, Doug McAdam y Sidney Tarrow, han colaborado en
este libro de homenaje. Analizan los distintos tipos de movilización (defen-
siva/ofensiva; proactiva/reactiva); las pautas de comunicación y recluta-
miento de los colectivos; los repertorios de acciones utilizados; las fracturas,
continuidades o discontinuidades en las líneas de estructura interna y exter-
na; las sinergias y desencuentros entre los actores en competencia en la poli-
teya (1978). Todo ello conforma un conjunto de interacciones que puede ser
estudiado de una manera comprensiva y satisfactoria gracias a la perspectiva
que propone: su análisis relacional, que concibe la interacción estratégica de
los actores como el resultado de decisiones racionales de los mismos. Ello no
supone, sin embargo, la inmersión en una teoría economicista de la racionali-
dad, como dice el propio autor: «Para utilizar modelos de acción racional no
es preciso suponer que toda acción colectiva está básicamente calculada, ele-
gida, deseada y que es factible y eficaz. Únicamente es preciso suponer, pro-
visionalmente, una serie coherente de relaciones entre los intereses, la orga-
nización, las creencias compartidas y las acciones de los actores» (1991:
47-48). Así se manifestaba en 1984. Con mucho más motivo matizaría poste-
riormente su concepción de racionalidad, cuando integre la definición subje-
tiva de la situación que hacen sus protagonistas al incorporar el análisis de
marcos.
En cuanto a su definición de otro concepto central en sus trabajos, el de
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revolución, reproduzco el que encontramos en Las revoluciones europeas,


1492-1992 (1995a), porque identifica los aspectos más relevantes del mismo y
me parece el más operativo para su estudio. Tilly considera que nos encon-
tramos ante una revolución cuando se produce «una transferencia por la
fuerza del poder del Estado, proceso en el cual al menos dos bloques diferen-
tes tienen aspiraciones, incompatibles entre sí, a controlar el Estado, y en el
que una fracción importante de la población sometida a la jurisdicción del
Estado apoya las aspiraciones de cada uno de los bloques» (1995a: 26). Mu-
chas son las obras en las que trata de modo específico el concepto y la activi-
dad revolucionaria, pero en la señalada realiza un esfuerzo conceptual por
caracterizar los procesos revolucionarios desde el punto de vista teórico, y
desde el metodológico para orientar su análisis. Distingue qué es revolución
y qué no lo es, situando la categoría en el marco más general del análisis, es
decir, entendiéndola como un tipo de acontecimiento político que puede dis-
tinguirse de otros como: conflicto, revuelta, guerra civil.
Distingue entre situación revolucionaria y resultado revolucionario, y se-
ñala que pocas situaciones revolucionarias terminan consiguiendo resulta-
dos revolucionarios, sin que por ello deje de tener el mismo interés estudiar
lo uno que lo otro. Las situaciones revolucionarias denotan un debilitamien-
to del Estado, al tiempo causa y efecto de la aparición de núcleos opositores,
que terminará afectando a la élite política dominante, incluso posibilitando

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María Jesús Funes

la consolidación de una nueva élite política. Tres elementos señala Tilly


como imprescindibles para identificar unos determinados sucesos como si-
tuación revolucionaria: 1) la aparición de contendientes, incompatibles con
el poder gobernante, con posibilidades e intención de controlar el Estado;
2) la obtención de un apoyo significativo de la población por parte de los
desafiadores; y 3) la debilidad del Estado para controlarlos. El paso de la si-
tuación revolucionaria al resultado revolucionario se consigue cuando se
produce la transferencia efectiva de poder. La distinción entre situaciones re-
volucionarias y resultados revolucionarios permite la identificación de dis-
tintos sucesos políticos, en función de dos variables: el grado de transferen-
cia de poder y la división de la comunidad política. La normalidad política,
en la que un importante grado de conflicto político es posible, por asimila-
ble, sería lo contrario de la situación revolucionaria. En el caso de la norma-
lidad política no hay ni transferencia efectiva de poder ni división significati-
va de la comunidad política; en el caso de la revolución se llega al máximo
grado en las dos variables.
Para terminar con esta revisión de conceptos y áreas temáticas, dedico
solo unos párrafos a resumir sus estudios sobre la construcción de los Esta-
dos. Dos son las obras más importantes en relación con esta cuestión: The
Formation of National States en Western Europe (1975a) y, quince años des-
pués, su Coerción, capital y Estados europeos, 990-1990 (1992). Propone una
definición del Estado más laxa que la del Estado-Nación, que abarca una
realidad previa y previsiblemente posterior a esta. Estudia el proceso de for-
mación de los Estados como configuración política relativamente original,
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los diferentes tipos posibles y las condiciones que llevan tanto a su forma-
ción como a su diversificación. Tilly estudia los conflictos civiles, sus causas
y sus consecuencias, señalando cómo se convertían con facilidad en conflic-
tos bélicos entre Estados, lo que muestra la frágil diferenciación entre proce-
sos internos y externos de violencia y confrontación (1992: 43).
En síntesis, su explicación atribuye la formación de los Estados al resulta-
do de la combinación de las variables bélica y económica. El arte de la guerra
está inextricablemente unido a la formación de los Estados. La guerra era
cara, lo que hacía necesario obtener recursos en términos demográficos y
económicos. El objetivo comienza siendo la recaudación, y lo que denomina
los tres techos fiscales de los nuevos Estados podrían considerarse techos
para la conformación de estos y condicionantes de su morfología. Estos tres
techos son: de tipo económico (generar u obtener recursos y riqueza para
afrontar los gastos de la guerra); administrativo (gestión, organización, re-
caudación, distribución); y político (consenso, convicción/persuasión, o re-
presión y coacción para obtener que los súbditos contribuyan a los gastos de
la guerra). Aquí se centra el argumento nuclear de Tilly: en función de la ri-
queza, o de la posibilidad de generarla (capital), o de la capacidad de convic-
ción o consenso, será más o menos necesario recurrir a la otra variable: coer-
ción. La acumulación y concentración de coerción, junto a la acumulación y
concentración de capital, serán las dos variables que explicarán el proceso de

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A propósito de Tilly: cómo acercarse al personaje y a su obra

formación y transformación de los Estados. Las diversas combinaciones de


ambos explican los diferentes tipos que de los mismos podemos encontrar
(1992: 40).
Con la aparición de nuevos núcleos de poder económico y la disminución
del poder de los ejércitos se constata un nuevo proceso: la conversión civil
del Estado. La reducción del porcentaje de riqueza aplicado a gastos milita-
res, a medida que la sociedad civil adquiere autonomía y mayor presencia,
lleva a que el Estado se transforme. La construcción de la soberanía interna
se reforzaba creando alianzas nuevas, asegurando privilegios entre los grupos
sociales emergentes, a los que el Estado protegía y reconocía sus demandas
socioeconómicas a cambio de cooperación. De esta forma, los niveles de pro-
tección y/o coerción definían el grado de evolución de dicha configuración
política. Se pasa de la línea de coerción a la búsqueda de consensos, y de la
represión a proponer y asegurar «protección». Según Tilly, uno de los facto-
res de poder de los nuevos Estados fue imponer el deber de protección (1992:
58). Asimismo, la concentración de población y el desarrollo urbano fueron
imprescindibles para la acumulación y concentración de riqueza, por lo que
determinaron la evolución política. Donde las ciudades eran pocas, aisladas y
con un bajo nivel de desarrollo económico autónomo los Estados privilegia-
ron la vía coercitiva. Cuando las ciudades eran centros económicos producti-
vos, con fuerza propia, los recursos económicos y financieros facilitaban so-
luciones de consenso y pacto entre el monarca y los súbditos. Por tanto, las
variables consenso, seducción, captación de voluntades y negociación entra-
ban en juego en función de la posición socioeconómica relativa de aquellos
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sobre los que el Estado trataba de imponerse. Los Estados nacionales se cre-
aron en una tensión contra el poder popular, pero, sin embargo, progresiva-
mente reformularon sus presupuestos, siendo más proclives a soluciones más
integradoras y menos autoritarias.

EL PROCESO DE DEMOCRATIZACIÓN: HILO CONDUCTOR,


CONCLUSIÓN O RESULTADO
Uno de sus últimos trabajos empieza con la siguiente dedicatoria:

«A mis nietos, con el deseo de que habiten (y difundan) un mundo más democrático»
(2007e).

Como señalé anteriormente: en definitiva, el resultado es la democracia.


Puestos a intentar ofrecer una presentación relativamente sintética de su
obra, una imagen comprensiva e integrada —cosa que creo posible aun pre-
sentando las inevitables excusas por la simplificación resultante—, esta sería
la que elijo como más pertinente. Si retomamos lo que identifiqué como ob-
jetivo y meta de sus investigaciones, la mejora de las condiciones de vida de
la mayoría, cabe plantear la constatación empírica del acercamiento histórico
progresivo a unas relaciones democráticas casi como resumen programático

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María Jesús Funes

de su obra 3. Confluyen en los resultados democráticos sus reflexiones sobre


la relación entre conflicto y cambio: la contienda política presiona en un
constante reclamo de derechos y respeto de libertades que cristalizan en
cambios democratizadores. Pero este es también el resultado de sus análisis
sobre la relación entre regímenes y repertorios: determinados tipos de régi-
men favorecen unos repertorios de contienda política y dificultan otros; la
relación también se cumple a la inversa, unos repertorios coadyuvan en un
proceso democratizador mientras que otros lo obstaculizan, siempre en
interacción contingente con la estructura de oportunidad política relativa,
claro está. En sus estudios sobre la construcción de los Estados y el desarro-
llo de las revoluciones explica la construcción progresiva del Estado inter-
pretando las movilizaciones y protestas ciudadanas frente al control estatal
como intentos de frenar el poder arbitrario del que este disponía. Gracias a
los efectos de la presión popular, entre otros factores que tampoco olvida, los
Estados van siendo progresivamente más comprensivos con las necesidades
sociales. El paulatino empoderamiento del pueblo se manifiesta en el control
de la gestión práctica de la acción colectiva.
Por todo ello cabe señalar que uno de los ejes-guía de su interpretación de
la historia —en el que confluyen sus tres grandes programas de investiga-
ción: los Estados, las revoluciones y la acción colectiva contenciosa— es que
la democracia se consigue a lo largo de los siglos como consecuencia de la lu-
cha popular de resistencia contra el poder, sea cual fuere la configuración do-
minante de este en cada momento histórico. La contienda política y la for-
mación de las instituciones democráticas devienen procesos convergentes y,
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en gran medida, equivalentes en sus consecuencias. Las diversas trayectorias


de la contienda política en la defensa de los intereses de las clases populares y
las presiones de las élites fluyen de manera paralela, y no casual, hacia la
construcción de las instituciones democráticas (2007e: 5). Ahora bien, su de-
finición de democracia se centra en la interacción de los individuos, conse-
cuencia inevitable de su enfoque relacional: «Las relaciones democráticas son
relaciones sociales activas y cargadas de significado entre individuos y gru-
pos que comparten su conexión con un gobierno específico» (2007a: 13).
Ello no significa, en todo caso, que ignore las dimensiones procedimental y
normativa de la misma. Las relaciones que resalta se producen en diferentes
arenas: en la política pública (con las instituciones y agentes públicos); en la
contienda política, incluyendo todo tipo de acciones reivindicativas en (y al
margen de) los procedimientos establecidos, y en la política no contenciosa
como acciones basadas en procedimientos legitimados por el poder político.
Dos de sus últimas obras (2004a y 2007b) están dedicadas a analizar las
posibilidades de alcanzar o consolidar la democracia y los variados grados de
su aplicación en el mundo. Utiliza para ello datos de una agencia de recono-
cido prestigio internacional, Freedom House, que mediante unos indicado-
3 Esta es también, en gran medida, la interpretación de Enrique Gil Calvo en su prólogo al texto

Contienda política y democracia en Europa, 1650-2000 (2007e: IX-XII).

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A propósito de Tilly: cómo acercarse al personaje y a su obra

res prefijados evalúa la evolución y grado democratización en el mundo. Si-


guiendo estos datos, Przeworski había presentado un balance, que calificaba
de positivo «con matices», según el cual: entre 1950 y 1990 se registraron
cuarenta transiciones de la democracia a la no-democracia y quince de la no-
democracia a la democracia. Teniendo en cuenta que el criterio utilizado re-
duce la democracia a su formato electoral, es decir: «Todos los regímenes que
celebran elecciones tales que la oposición tiene posibilidades de salir victo-
riosa y ocupar cargos públicos», no queda muy claro, como apunta Tilly, si
hay claros motivos para ese optimismo, incluso aunque se trate de un opti-
mismo «con matices» (2007a: 235). Como señalaba en The Politics of Collec-
tive Violence, informes como los de Freedom House o Human Rights Watch
son auténticos «antídotos contra la euforia» (2007a: 221).
Por otra parte, Tilly, en la medida en que es un demócrata convencido, es
un demócrata escéptico, no es un idealista al respecto ni presenta ingenuidad
de ninguna clase, sino que, tal como expresamente señala: «En todos los regí-
menes formalmente democráticos de que tengo conciencia existen minorías
estigmatizadas que han carecido de protección frente a las actuaciones arbi-
trarias de los gobiernos. Democrático significa simplemente menos no-de-
mocrático que la mayoría de los demás regímenes» (2007e: XIII-XIV). De
nuevo, nos encontramos ante esta sensibilidad siempre atenta a los más des-
favorecidos; es uno de los rasgos que lo singulariza frente a otros autores más
proclives a mantenerse en las cuestiones normativas y procedimentales de la
política.
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De todos modos, es pertinente señalar que ni en la realidad estudiada (tal


como él la interpreta) ni en su obra se busca la democracia como fin sustanti-
vo, como objetivo explícito. Antes que objetivo, parece resultado o conse-
cuencia sobrevenida. El fin de las luchas populares no suele ser la democracia
como una meta planificada por los implicados en la contienda, sino que suce-
de cuando resulta exitosa la lucha por alcanzar lo que son sus fines explícitos
y sustantivos. Lo es en determinados casos en los que los cambios políticos
son parte de las reivindicaciones, pero es más frecuente que los fines sean el
reconocimiento de derechos, o la defensa de intereses particulares. En estas
ocasiones el litigio entre los diferentes actores da como resultado medidas de
concertación e institucionalización de acuerdos, que concluyen en procesos
democráticos, ya que se generan normas y coaliciones entre actores que se
sustentan en la coordinación y la cooperación normativizada (2007e). Pero lo
mismo ocurre en su obra, en la que tampoco parece que su meta sea estudiar
los procedimientos para conseguir la democracia. En palabras del propio au-
tor: «Las investigaciones sobre el conflicto político nos llevan directamente a
problemas profundos de la teoría democrática» (1998a: 39). La democracia
parece más bien estación de llegada que intención de partida.
Para terminar con esta cuestión me parece consecuente señalar el interés
del apartado final de Contienda política y democracia en Europa, 1650-2000
(2007e), que titula: Para promover la democratización. Lo destaco, principal-

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María Jesús Funes

mente, por el grado de realismo que manifiesta dejando bien claro lo lejos
que queda nuestro autor de cierto voluntarismo idealista, demasiado fre-
cuente en algunos analistas de la protesta. Se dedica a revisar los procedi-
mientos habituales y las medidas que aplican los países democráticos en su
ayuda a países con regímenes autoritarios. Es decir, cuando se quiere expor-
tar/promover una «más o menos rápida» democratización, los exportadores
se dedican a: redactar constituciones, promover elecciones, implantar las es-
tructuras formales de las democracias consolidadas, estimular el asociacio-
nismo intentando crear una sociedad civil, etc. De su análisis cabe destacar
tres cosas. La primera, que hay que distinguir entre condiciones democráti-
cas y condiciones que «pueden» favorecer la democracia pero que no son en
sí mismas democracia. La segunda, la centralidad que atribuye a una de las
variables: la capacidad del gobierno. Un gobierno débil tiene grandes dificul-
tades para que lo que se implante desde fuera pueda prosperar; un gobierno
fuerte, incluso siendo autoritario, tiene capacidad para reconvertirse y posi-
bilidades de que sus políticas sean aplicadas y mantenidas. Y tercera, conocer
lo mejor posible las características de las redes de confianza en que se apoyan
los gobiernos y que pueden obstaculizar su gestión (los grupos que contro-
lan las principales redes de coerción, capital y compromiso), es un aspecto
básico para posibilitar un cambio duradero (2007e: 242-243).
Concluyendo, subrayo y justifico otra cuestión que expongo como sínte-
sis final: la persistencia antes que el cambio distingue su obra; una ingente
obra más caracterizada por las continuidades que las rupturas. No se puede
decir que la evolución de su pensamiento le lleve a cerrar temas y abrir otros
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nuevos. Más bien parecería que incorpora aspectos y métodos nuevos me-
diante los que iluminar su preocupación(es) inicial y última. Destaco dos
continuidades más para fundamentar este argumento. En primer lugar, la que
detectamos entre The Rebelious Century, de 1975, y The Politics of Collective
Violence, escrito casi treinta años después, en 2003. Son el principio y el final
de su carrera y, sin embargo, son textos muy próximos; y no porque no haya
evolución en los análisis, que sí existe, sino porque dicha evolución responde
en mayor medida al enriquecimiento de su material empírico y de su método
de investigación que a la cuestión sustantiva y a la forma de enfocarla.
A lo largo de sus trabajos pasó de considerar la violencia algo colateral al
fenómeno político: «Hemos considerado la violencia como un indicador de
la acción colectiva» (Tilly, Tilly y Tilly, 1998: 331), a interpretarla como algo
más central, coherente y congruente, incluso, con algunas formas del fenó-
meno político (2007a: XV). Treinta años después vuelve a ubicar la violencia
colectiva en el centro de su atención, haciendo un análisis más sistemático
en su obra de 2003. Aquí presenta un estudio metodológico más depurado,
centrándose en las formas de la violencia colectiva y su evolución; y en la
identificación de los mecanismos y procesos causales que reaparecen de for-
ma repetitiva. La violencia política es otro de sus grandes temas a los que
aplica su análisis de la lógica relacional y la interacción estratégica propuesto
en su teoría de la acción colectiva. Estudia cómo los distintos patrones de in-

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A propósito de Tilly: cómo acercarse al personaje y a su obra

terrelación social son causa de diferentes modos de violencia colectiva. Ya en


el texto de 1975 presentaba una incipiente descripción de los elementos de la
estructura de oportunidad política, que desarrollaría ampliamente en su obra
de 1978. También en su obra de 1975 señalaba ya la necesidad de considerar
la violencia proveniente de los gobiernos: «Ya hemos señalado que una con-
siderable parte de todos los muertos y heridos en la violencia colectiva fue-
ron causados por agentes profesionales del Estado» (Tilly, Tilly y Tilly, 1998:
300). Incluso la presentación es muy similar en ambos libros, les distingue
que en el de 1975 se centra en tres estudios de caso: Alemania, Italia y Fran-
cia, y solo la introducción y las conclusiones se dedican al método, mientras
que en el segundo (2007a) los casos aparecen tan solo para ilustrar la cuestión
sustantiva, la reflexión sobre conceptos y el enmarque teórico.
Segundo, la misma impresión de continuidad la encontramos en la centra-
lidad otorgada a la dimensión epistemológica, por ejemplo entre History as
Social Science (1971) y Explaining Social Processes (2008a), de nuevo, como
vemos, el principio y el final de su trabajo. Más allá del carácter recopilatorio
del último texto, en la introducción y el capítulo final —que sí son origina-
les— insiste en la centralidad de la dimensión epistemológico-teórica en su
obra. Continuidades y, muchas veces (tal vez demasiadas), repeticiones. Pro-
fundización en las mismas ideas con la mejora que la pericia y la depuración
del método permiten. Tan solo en los aspectos metodológicos encontramos
cambios que pueden considerarse relevantes, sí hay novedades en este cam-
po, reconversión epistemológica que no implica cambio radical pero sí una
vivificante apertura. Uno de sus últimos trabajos, Why? (2006a), es la mejor
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prueba de esta afirmación, como veremos con detalle más adelante 4. Con
ello termino esta visión de conjunto de su trabajo, que, lejos de pretensiones
de exhaustividad, intenta guiar y estimular la lectura del propio Tilly tanto
como de los capítulos que siguen a esta reflexión genérica en torno a su obra.

CONTENIDO Y ESTRUCTURA DE LA OBRA


Este libro se ha planteado como una reflexión sobre la obra de Tilly, es
decir, en cada capítulo el lector encontrará referencias concretas a varias (a
muchas) de sus obras y el estudio de, al menos, un aspecto específico de la
misma. En unos casos la reflexión sobre una parte de su obra se verá acompa-
ñada de aplicación a un caso práctico actual o histórico; en otros se tratará,
exclusivamente, de una revisión de parte de sus teorías, de un concepto, o de
algunos aspectos epistemológicos; pero en todos ellos la obra de Tilly no es
solamente una referencia, sino que pretende ser el argumento. Ciertamente,
de una manera más o menos clara según los casos. Así lo hemos querido,
puesto que no se trataba de presentar investigaciones en las que se partiera de
su trabajo, sino que el objetivo principal era, sobre todo, exponer, reflexionar

4 Concretamente, en el capítulo 3, Aguilar y Funes explican esta evolución metodológica resal-

tando la importancia de esta obra.

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María Jesús Funes

y desarrollar lo que él hizo. Es más, hemos sido, incluso, más ambiciosos, al


aportar aspectos poco conocidos de su obra. Con ello este libro adquiere la
originalidad de avanzar sobre lo más divulgado, y no solo por lo que supone
de análisis, revisión y desarrollo de sus teorías, sino por la incorporación de
cuestiones de carácter sustantivo muy poco conocidas y, a mi parecer, muy
relevantes.
Tres son, principalmente, las singularidades de esta obra colectiva. La pri-
mera, que es el primer libro en castellano dedicado explícita y exclusivamen-
te a reflexionar, aplicar y dar a conocer la obra de este autor de manera mo-
nográfica. La segunda, que, como consecuencia de lo anterior, es el texto en
que se encuentra un mayor número de obras tilleanas trabajadas, aparte de
una bibliografía completa de su trabajo, donde se especifican las distintas tra-
ducciones de cada texto disponibles. En consecuencia, tanto desde un punto
de vista intensivo como extensivo, este trabajo recopilatorio, fruto del es-
fuerzo de veinte profesionales de diversas partes del mundo, aporta el con-
junto más sintético, plural y ambicioso sobre nuestro homenajeado, al me-
nos en lengua castellana, y a lo que me alcanza hasta la fecha en cualquier
otra 5.
Se divide en cuatro partes. La primera presenta una revisión general de su
obra, ubicándola en los paradigmas dominantes de la sociología y mostrando
su evolución desde mediados de los sesenta del siglo XX hasta su fallecimien-
to. Se muestran las influencias recibidas de otros autores y sus aportaciones a
las ciencias sociales en aspectos teóricos y metodológicos, así como la apari-
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ción progresiva de las cuestiones sustantivas que fueron su objeto de estudio.


Este apartado se distingue del resto en dos aspectos: es el único que no inclu-
ye estudios de caso y en todos sus capítulos estudia la obra de Tilly de mane-
ra global. En la segunda parte entramos ya en los objetos de estudio específi-
cos y se dedica al análisis de las revoluciones y los Estados nacionales. La
tercera se centra en el estudio de la acción colectiva contenciosa, y la cuarta
en la violencia política.
Para ello hemos contado con importantes especialistas en la materia;
es más, con algunos de sus habituales compañeros de viaje, como Doug
McAdam y Sidney Tarrow, que colaboraron con él en innumerables ocasio-
nes. Si bien, ciertamente, hay una mayoría de autores españoles, junto a ellos
no faltan algunos de los más prestigiosos conocedores de su trabajo a nivel

5 Lo más parecido, publicado a la fecha de edición de este libro, es el monográfico de la revista

Social Science History, 2010; Special Issue: «In Honor of Charles Tilly». Sin embargo, destaca la ori-
ginalidad de los textos del libro presente, dado que el número de Social Science History recopila tra-
bajos de dos eventos previos. La primera parte: «Taking Stock and Moving Ahead», publica trabajos
del panel que tuvo lugar en 2007 en la Social Science History Association. El propio Tilly presentó
resultados de una investigación titulada «The Rise of the Public Meeting in Great Britain, 1758-
1834». No tuvo tiempo de darle forma de ensayo y es aquí donde se exponen las principales ideas de
este trabajo. La segunda parte recoge los discursos de homenaje leídos en la concesión a Tilly del pre-
mio Albert O. Hirschman, también publicados en Tributes to Charles Tilly; Social Science Research
Council: Albert Hirschman Prize and Lecture, 2008.

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A propósito de Tilly: cómo acercarse al personaje y a su obra

internacional, como Jeff Goodwin, Javier Auyero y Bert Klandermans. En


cuanto a la academia española está ampliamente representada, ya que han
participado autores de distintas orientaciones y disciplinas —como no podía
ser de otro modo dado el perfil del propio Tilly— que han permitido que la
visión de su obra sea, a mi entender, bastante completa. Desde especialistas
en teoría sociológica como Salvador Aguilar hasta politólogos de gran presti-
gio como Ramón Máiz, Diego Palacios, Jesús Casquete, Jesús de Andrés y
Rubén Ruiz, o historiadores con un importante y especializado currículo
como Eduardo González Calleja. En cuanto a la presencia de sociólogos
cuenta con algunos que están comenzando su recorrido académico: Jacque-
lien van Stekelenburg, Laura Fernández Mosteyrín, Marta Latorre, Héctor
Romero, Ana Haro y Alberto Martín, que han hecho un importante trabajo
y se han convertido en unos expertos cualificados de nuestro homenajeado.
Y, para terminar, María Jesús Funes, socióloga especializada en sociología
política que motivada por el lugar que ocupó Tilly en sus inicios profesiona-
les a lo largo de su carrera, ha optado por la arriesgada aventura de coordinar
y gestionar esta obra colectiva, además de incorporar sus reflexiones sobre
teoría y metodología acompañada por Salvador Aguilar.
Se abre el primer apartado con el capítulo de Eduardo González Calleja,
que ofrece la visión panorámica más comprensiva e integral que se encontra-
rá en este libro mediante un recorrido cronológico de su obra de carácter
descriptivo. Presenta la evolución de su pensamiento y la incorporación pro-
gresiva de temáticas al hilo de su biografía personal. Tal vez, lo más intere-
sante del capítulo de González Calleja es la ubicación de Tilly en la sociolo-
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gía de su época, partiendo de los paradigmas teóricos de sus inicios y


señalando cómo va resolviendo los conflictos teóricos que enfrenta en su
desarrollo intelectual. El capítulo segundo, correspondiente a Ramón Máiz,
investiga la obra del autor desde una perspectiva más analítica, centrándose
en su dimensión ontológica y epistemológica. A diferencia del anterior, más
que en la evolución genérica de su pensamiento, se centra en la progresión de
las lógicas explicativas que propone para la investigación. Es decir, lo caracte-
rístico de este capítulo es que coloca el acento en la morfología de la explica-
ción científica que paulatinamente va desarrollando Tilly, pero —tal como lo
hacía el propio autor— Máiz une el estudio epistemológico a las cuestiones
sustantivas que analizaba en cada período: las revoluciones, los Estados, la
contienda política contemporánea, los repertorios de la acción colectiva. El
siguiente capítulo, el tercero, escrito por Salvador Aguilar y María Jesús Fu-
nes, da un paso más en el mismo esfuerzo analítico e investiga, de modo ex-
clusivo, sus aportaciones teóricas y metodológicas. Para ello, sus autores des-
nudan la obra tilleana de objetos de estudio sustantivos —tarea no siempre
fácil en este autor— de modo que convierten lo sustantivo en el método y la
teoría, subrayando, en particular, las novedades del último Tilly. La originali-
dad de este capítulo en relación con los dos anteriores se encuentra en que
concentra su mirada en las obras que tratan exclusivamente los aspectos me-
todológicos, varias de ellas son de las menos conocidas y, desde luego, de las

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María Jesús Funes

menos divulgadas en España, lo que supone una aportación relevante al co-


nocimiento de Tilly en nuestro país. Por tanto, y aun cuando el lector encon-
trará similitudes inevitables, este apartado posee una premeditada lógica in-
terna, de la que hago partícipe al lector para ayudarle a identificar las
diferencias. Evoluciona de lo más genérico a lo más específico, cerrando pro-
gresivamente el foco de atención: desde una visión panorámica de amplio al-
cance de vida y obra (González Calleja), pasando por una visión de rango in-
termedio que combina el análisis de las lógicas de explicación científica con
los temas sociopolíticos a los que se aplican (Máiz), hasta llegar a la visión
más microanalítica focalizada exclusivamente en el método que encontramos
en el tercero (Aguilar y Funes).
El siguiente apartado, dedicado al Estado y las revoluciones, consta, tam-
bién, de tres capítulos. En el que hace el número cuatro del libro, Ana Haro
investiga la figura del Estado en la obra del autor, las distintas facetas y di-
mensiones que analiza del mismo a lo largo de su vida y cómo van cambian-
do las interpretaciones, centrándose en cada época en unas funciones deter-
minadas del actor estatal. Los dos capítulos siguientes, dedicados al estudio
de la revolución, son tan complementarios como diferentes. Marta Latorre y
Héctor Romero ofrecen, en el capítulo cinco, una nueva revisión de The
Vendée (1964), presentando un análisis bien interesante de la aportación de
esta obra y señalando la centralidad de este punto de partida para entender el
resto de sus estudios sobre las revoluciones. En el capítulo seis, Jesús de An-
drés y Rubén Ruiz repasan la teoría y el concepto/s de revolución en Tilly
para aplicarlos a un caso contemporáneo, lo que ha venido en denominarse
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revoluciones de colores, las que tienen lugar en los países del este de Europa
en la primera década del siglo XXI. En el último capítulo de Las revoluciones
europeas, 1492-1992 (1995a: 18-21), Tilly se pregunta si los cambios y con-
flictos políticos que acaecieron en el este de Europa de 1989 a 1992 pueden
ser considerados, en rigor teórico y metodológico, como revoluciones. Para
responder a esta pregunta bien vale estudiar con detenimiento la aportación
de Ruiz y De Andrés en este capítulo, por las similitudes de ambos procesos
de conflicto.
El tercer apartado se compone de tres capítulos dedicados a la acción co-
lectiva contenciosa. Y comenzamos con Doug McAdam y Sidney Tarrow,
que presentan en el capítulo siete un estudio aplicado en el que comparan la
acción de protesta con la práctica electoral. Es poco frecuente encontrar a dos
expertos de la acción colectiva, prototipo de estudios de política no conven-
cional, analizando aspectos de la pauta más convencional de la política: la
electoral. Resulta muy sugerente su invitación a estudiar la combinación de
los efectos de ambos tipos de prácticas, participando de la idea de que es más
correcto y útil comprender las formas de acción política en términos de con-
tinuidad y complementariedad que de antagonismo. A su vez, en la más pura
lógica tilleana, presentan un modelo de análisis integrando, bienvenido sea, el
estudio sobre elecciones al análisis de la protesta. Bert Klandermans y Jac-
quelien van Stekelenburg se centran en el capítulo ocho en una de las últimas

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A propósito de Tilly: cómo acercarse al personaje y a su obra

contribuciones de Tilly, aparecida, de hecho, con posterioridad a su falleci-


miento, Contentious Performances (2008b). Nos presentan, también en un
estudio de caso, una investigación en la que aplican las directrices de Tilly al
estudio de las manifestaciones que tuvieron lugar en cientos de países del
mundo el 15 de febrero de 2003 en contra de la guerra de Irak. Recogen datos
sobre manifestaciones en ocho países y aplican un modelo diseñado al efecto,
mostrando parte de los resultados del mismo. Para cerrar el apartado, Jesús
Casquete, en el capítulo nueve, partiendo de los modelos tilleanos, incorpora
los aspectos simbólicos y culturales, y desarrolla un estudio sobre la relevan-
cia de los mismos para la comprensión de los movimientos sociales, aplican-
do su esfuerzo a un caso concreto: el Movimiento de Liberación Nacional del
Pueblo Vasco (MLNV). El autor muestra la complementariedad entre los as-
pectos políticos institucionales y los culturales simbólicos, insistiendo en la
información que el análisis de estos últimos aporta al conocimiento de la ac-
ción colectiva de protesta.
El apartado cuarto investiga la violencia política. Es el único que cuenta
con cuatro colaboraciones en lugar de tres, pero el resultado no resulta des-
compensado ya que comienza con una reflexión de Jeff Goodwin, a modo de
introducción y significativamente más breve que el resto. Se centra en la
cuestión conceptual sobre violencia política y terrorismo, y en las diatribas
existentes sobre la pertinencia, o no, de la utilización de este último término.
Goodwin repasa, en el capítulo diez, las diferentes concepciones de terroris-
mo que se pueden extraer de los textos de Charles Tilly y aporta un intere-
sante análisis y una crítica perspicaz de las tesis del autor. Si bien nuestro au-
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tor no se dedicó en especial a lo que hoy se entiende por terrorismo,


contemplado como una forma tipificada de violencia, es incuestionable que
es una cuestión que le preocupó desde sus inicios. Sus reflexiones sobre la
violencia política, los diferentes tipos, raíces y consecuencias, y, sobre todo,
su posicionamiento claro al incluir desde sus primeros trabajos (ya en 1975)
al actor estatal (y sus profesionales especializados) como responsable/s de la
mayor parte de la misma, le ubican en una visión particular de un objeto de
estudio altamente controvertido. No cabe duda de que se trata de una visión
claramente coherente con la línea argumental personal que, como hemos vis-
to anteriormente, ha regido todo su trabajo. Javier Auyero ofrece un enfoque
muy peculiar en el capítulo once. Investiga tipos de violencia poco visibles, la
violencia cotidiana aplicada a las clases sociales más desfavorecidas. Su estu-
dio utiliza conceptos y líneas de investigación de Tilly, lo que denominó «co-
dos invisibles» (invisible elbow), para designar ciertos tipos de daño infligido
que son muy útiles de cara a la subordinación de determinados sectores so-
ciales, precisamente porque su carácter menos visible dificulta la reacción y,
por lo tanto, duplica su eficacia en obtener sumisión. Diego Palacios nos
ofrece, a continuación, una mirada muy interesante y original sobre el factor
de la represión estatal. En lugar de analizar lo más habitual, los costes de la
represión para los desafiadores en el marco de análisis de la estructura de
oportunidad política, analiza los costes de la represión que aplica el Estado

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María Jesús Funes

para el propio Estado, en términos de legitimidad, pero incluso en términos


prácticos de subsistencia. Vincula la evolución de las técnicas de represión, su
progresiva moderación y disminución de efectos letales, con los progresos en
la democratización de las sociedades, analizando casos concretos de repre-
sión del siglo XVIII a nuestros días. Para terminar, Laura Fernández Mostey-
rín, en el capítulo trece, analiza el cambio de los umbrales de tolerancia a la
violencia en la opinión pública y en los discursos políticos, y los niveles des-
iguales de legitimidad, más o menos explícita, de la misma. Para ello reflexio-
na sobre las teorías de Tilly que analizan esta cuestión y considera la necesi-
dad de complementarlas con otros enfoques. Subraya la relevancia de
enfocar adecuadamente el estudio de los «acontecimientos», aplicándolo a
los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos y sus conse-
cuencias.
Con el estudio minucioso que ha realizado Alberto Martín de «toda» la
bibliografía de Charles Tilly, y decir toda ya es decir mucho, cerramos este li-
bro. El lector podrá encontrar en este capítulo final una detallada y cuidada
relación de su obra y las traducciones disponibles de cada una de ellas. Es de-
cir, el objetivo ha sido terminar con una visión completa y referenciada de su
trabajo que pueda ayudar, a todos aquellos a los que consigamos convencer
del interés de leer a este autor, y a los ya convencidos, a encontrar sus trabajos
de la manera más fácil. Aun cuando razonablemente satisfechos, quedamos
expectantes de los comentarios que podamos recibir y que nos permitirán co-
nocer todos aquellos errores, o ausencias imperdonables, en que habremos
incurrido. Espero que nuestra satisfacción pueda ser extensible a quienes, leí-
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da esta introducción, decidan continuar con la lectura de lo que sigue.

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I. La aportación de Charles Tilly


a las ciencias sociales
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1. Charles Tilly y el análisis de la dinámica


histórica de la confrontación política

Eduardo González Calleja


Universidad Carlos III de Madrid

INTRODUCCIÓN
Charles Tilly ha sido el más sólido e influyente especialista del último
medio siglo en el análisis sociohistórico de la confrontación política en su re-
lación con los grandes procesos de cambio económico, urbano o demográfi-
co. A lo largo de su prolífica carrera, plasmada en más de seiscientos artícu-
los y 51 libros y monografías (currículo de marzo de 2008 en http://www.
ssrc.org/essays/tilly/wp-content/uploads/2008/05/bibliography-tilly-cv.pdf),
mostró su curiosidad por asuntos tan diversos como la urbanización, la in-
dustrialización, la acción colectiva o la construcción del Estado. Su estilo
«empresarial» de investigación, su permanente atención a los procedimientos
de análisis, su esfuerzo por sistematizar una ingente colección de datos histó-
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ricos y la importancia que siempre otorgó a la crítica, el comentario y la sín-


tesis distinguieron la labor de Tilly de la de otros sociólogos interesados en el
pasado (Hunt, 1984: 244-245, 255 y 257). Su audiencia mixta de historiado-
res, interesados por sus métodos de análisis innovadores, y de sociólogos,
que buscan modelos alternativos de acción colectiva y estrategias de investi-
gación histórica que den respuesta a las cuestiones sociológicas que se plan-
tean, se explica en buena parte porque empleó un lenguaje ambivalente, pero
razonablemente comprensible, y una metodología que siempre aspiró a si-
tuarse en el cruce entre la historia y la sociología (Hunt, 1984: 266).
Tilly formó parte de la segunda generación de sociólogos norteamerica-
nos de postguerra, que, bajo la influencia de maestros como Barrington
Moore Jr. o Reinhard Bendix, rechazaron el presentismo y el conformismo
campantes en el paradigma funcionalista y trataron durante los años sesenta
y setenta de responder a las grandes cuestiones sobre el cambio social con-
flictivo planteadas por el materialismo histórico. A su vez, también actuó en
los años ochenta y noventa como el puente necesario para que una tercera
generación de científicos sociales superaran el mecanicismo marxista y pusie-
ran el énfasis en la cultura, la conciencia y la interpretación, recuperando al
Max Weber que describió al Estado como un actor básico que lucha por sus
propios intereses y derechos (Tilly, 2006e). Al igual que Weber, Tilly consi-
deraba que las creencias, las costumbres, las visiones del mundo, los derechos

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y las obligaciones afectan indirectamente a la acción colectiva a través de su


influencia en los intereses, la organización, la movilización y la represión
(Tilly, 1978: 48). Sin embargo, se mostró muy duro con Durkheim, a quien
criticó su noción de anomia y el modo en que la hacía derivar de resultados
sociales no deseados. Sus invectivas se dirigieron, sobre todo, contra herede-
ros de la teoría durkheimiana de la patología y la desintegración social como
Samuel P. Huntington, Chalmers Johnson o Ted R. Gurr, a los que censuró
la falta de adecuación que existía en sus trabajos entre la evidencia histórica y
las hipótesis derivadas de sus investigaciones. En contrapartida, Tilly insistía
en la racionalidad e intencionalidad de la acción colectiva, y destacaba la im-
portancia de la creatividad y de la solidaridad —léase organización—, antes
que la ansiedad, la furia, la desintegración o la ruptura del control social, a la
hora de buscar los promotores de la acción colectiva (Tilly, Tilly y Tilly,
1998: 14-22).
Como apuntó Richard Hogan, su carrera puede ser contada como una
larga y difícil escapada desde el reduccionismo estructuralista hacia lo que él
mismo llamó «realismo relacional»; una nueva perspectiva de observación
donde las transacciones, los vínculos sociales y las conversaciones se conver-
tían en el tejido constitutivo de la vida social (Tilly, 2008a: 6-7, y Hogan,
2004). Tilly siempre rechazó la formulación de leyes generales de desarrollo
o la construcción de modelos generales acrónicos. Su objetivo, más modesto,
era vincular transformaciones sociales específicas en tiempos y lugares parti-
culares con los procesos generales de cambio, y por ello su programa de in-
vestigación abandonó las definiciones y las interpretaciones genéricas e inal-
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terables, para situar en su lugar los mecanismos y las dinámicas relacionales.


Su formación en tradiciones históricas y sociológicas tan diversas le per-
mitió seguir una línea ecléctica. La influencia de Stuart Mill se percibe en su
modelo de movilización, donde hace hincapié en la importancia de los inte-
reses y de la oportunidad para que la gente actúe colectivamente con el fin de
maximizar sus ganancias. La influencia marxiana resulta también perceptible
en tanto que, a diferencia de Weber o Durkheim, Marx propuso un análisis
de la acción colectiva en la que tenían protagonismo las reivindicaciones de
los grupos solidarios organizados alrededor de intereses articulados (Tilly,
Tilly y Tilly, 1975: 274, y 1998: 315): Tilly siempre enfatizó el conflicto sobre
el consenso, y destacó la dimensión política de la acción colectiva, así como
la dinámica del capitalismo para entender el desarrollo de las situaciones re-
volucionarias. Como él mismo recuerda, sus referentes en el marxismo y la
escuela de los Annales (que le transmitió una inclinación duradera por el es-
tudio de las grandes estructuras y de los procesos históricos multiseculares)
le alejaron inevitablemente de la sistematicidad parsoniana que dominaba la
sociología norteamericana durante los años cincuenta: «Mi fuerte implicación
con la academia francesa me permitió tomar gran distancia con el establis-
hment académico norteamericano. Me situé como miembro izquierdista de la
escuela de los Annales, cosa menos fácil en los años 60 y 70 de lo que sería más
tarde» (Alonso y Araujo Guimarães, 2004).

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Charles Tilly y el análisis de la dinámica histórica de la confrontación política

Tilly decidió, pues, estudiar el conflicto en un campo científico hegemo-


nizado por el funcionalismo parsoniano, que relegaba a la marginalidad aca-
démica incluso a figuras tan señeras como Barrington Moore, quien le sugi-
rió que acudiera a los archivos para ver cómo la gente ordinaria interactuaba
en procesos políticos concretos, como la extracción de recursos, la moviliza-
ción, la represión o la polarización. Con ese bagaje crítico, impregnado de
estructuralismo braudeliano, abordó la investigación que desembocó en 1958
en su tesis doctoral sobre La Vendée, publicada en 1964, donde describe el
levantamiento contrarrevolucionario del oeste francés desde un punto de
vista no ideológico o militar, sino centrándose en las tensiones suscitadas en-
tre los estratos provinciales por los cambios administrativos y sociales liga-
dos al proceso de urbanización, y convirtiendo la concentración de pobla-
ción en una metrópoli como París (con tantos paralelismos con los cambios
sufridos por las ciudades del tercer mundo en la segunda mitad del siglo XX)
en el paradigma de esa situación de inestabilidad (Tilly, 1964).

EL ESTUDIO DE LOS FUNDAMENTOS Y EL PROCESO


DE LA ACCIÓN COLECTIVA
En los años sesenta, una serie de nuevos programas de investigación fue-
ron precipitando el declive del paradigma funcionalista del comportamiento
colectivo violento como algo anormal, desorganizado o contagioso. Algunos
especialistas, como James C. Davies con su teoría de la «curva en J» o Ted R.
Gurr con su teoría de la «privación relativa», reactualizaron las viejas teorías
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de la revolución de Marx y Tocqueville, que podríamos denominar de «pri-


vación absoluta», y erigieron el incremento del nivel general de las aspiracio-
nes y la frustración de expectativas en factores clave del cambio sociopolítico
radical; es decir, presentaban la miseria y la explotación como causas y móvi-
les del descontento, pero situaban en primer plano la doctrina psicológica de
la frustración=agresión, menos «subversiva» que una explicación preponde-
rantemente socioeconómica como la marxista (Davies, 1962, y Gurr, 1971;
una valoración de estas teorías, en González Calleja, 2002b: 113-140).
Cuando los investigadores comenzaron a aplicar la perspectiva de la elec-
ción racional, sistematizada en 1965 por el economista Mancur Olson, las
viejas teorías psicologistas fundamentadas en la ira, la emoción o la frustra-
ción comenzaron a caer en el descrédito. Como señaló Tilly, al proyectar la
claridad de la lógica deductiva de la economía sobre los análisis inductivos de
los sociólogos, Olson hizo que el análisis de la forma en que los movimien-
tos sociales obtienen sus medios de actuación se convirtiera en una cuestión
relevante (Tilly, 1978: 85). Pero, a diferencia de él, pensaba que las personas
estaban motivadas directamente por el interés colectivo, no por cálculos ra-
cionales de utilidad puramente personal. No es creíble que cada actor colec-
tivo evalúe completa, cabal y continuamente cada una de sus acciones según
un escrupuloso cálculo de costes y beneficios. Tilly advirtió que «para utili-
zar modelos de acción racional no es preciso suponer que toda acción colec-

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tiva esté básicamente calculada, elegida, deseada, y que sea factible y eficaz.
Únicamente es preciso suponer, provisionalmente, una serie coherente de re-
laciones entre los intereses, la organización, las creencias compartidas y las
acciones de los actores» (Tilly, 1991: 47-48).
En los años setenta, Tilly se trasladó de la narrativa teorizada de The Ven-
dée a los análisis estadísticos sistemáticos de grandes series de acontecimien-
tos conflictivos, enlazando su énfasis original en la urbanización con los
efectos que podían tener amplios procesos históricos como el capitalismo y
la formación del Estado sobre la política de confrontación. En 1969 fue soli-
citado por el Committee on Comparative Politics, organismo dirigido por
Gabriel Almond especializado en la investigación comparativa sobre los Es-
tados recientemente independientes (que ayudó a elaborar, entre otras, la
teoría del nation building), para introducir a los historiadores en los debates
liderando un grupo especializado en la historia europea que elaboró el libro
The Formation of National States in Western Europe (1975). En contra del
optimismo desarrollista campante a escala internacional y el modelo domés-
tico de nation-building, este equipo advirtió que muchos Estados europeos
nacieron o desaparecieron en una feroz lucha global por la supervivencia,
donde la constancia de los conflictos y los desafíos bélicos tuvo un carácter
central.
Luego vinieron los análisis macrohistóricos de los Estados y las guerras, y
los procesos de conflicto basado en monumentales series de eventos de pro-
testa. Como hemos dicho, Tilly procedía de una tradición estructuralista,
pero en el curso de sus trabajos descubrió la necesidad de tener en cuenta la
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interacción estratégica. En el estudio de las huelgas en Francia de 1830 a


1868, que culminó en la obra realizada con Edward Shorter en 1974 y en el
análisis de la violencia colectiva en Francia, Italia y Alemania de 1830 a 1930,
que acabó desembocando en el peculiar libro familiar The Rebellious Cen-
tury (1975), volvió a situar las luchas por el control del Estado como el factor
desencadenante de la violencia colectiva que, a su vez, conducía a grandes
cambios estructurales. Este fue el origen del «modelo político» que desarro-
lló en From Mobilization to Revolution (1978). El principal objetivo de este
libro capital es el estudio de la acción colectiva, sistematizada en un modelo
de movilización secuencial ya clásico, articulado en torno a cinco grandes
componentes: desde la percepción de los intereses compartidos (ganancias y
pérdidas resultantes de la interacción) y la organización (aspectos de la es-
tructura del grupo que afectan a la capacidad de acción o a los intereses) a la
movilización (proceso en el que un grupo adquiere control colectivo sobre
los recursos utilitarios y normativos necesarios para la acción), y de allí a la
acción colectiva (actuación conjunta en busca de intereses comunes) cuando
surgen oportunidades concretas (relación entre el grupo y el mundo que le
rodea) para actuar eficazmente (Tilly, 1978: 7-10 y 52-55). La acción colecti-
va no es un fenómeno espontáneo, sino un proceso de evaluación de costes y
beneficios que surge del desarrollo lógico y de la interacción de los cuatro
factores anteriormente descritos. Es también un hecho histórico, y por lo

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Charles Tilly y el análisis de la dinámica histórica de la confrontación política

tanto dinámico, vinculado al desarrollo del capitalismo y del Estado moder-


nos, y que se va redefiniendo en el curso de la propia actividad reivindicativa
a través del despliegue de repertorios concertados de actuación.
Entre las aseveraciones más rotundas e influyentes de esta obra clave de
Tilly está el destacar que, en la mayor parte de los casos, la violencia brota de
acciones colectivas que no son intrínsecamente violentas, y que muestra una
implicación determinante de los agentes represivos del Estado, como policías
y soldados. Su evolución depende en buena parte de las estrategias de acción
colectiva que implementan los principales contendientes por el poder a nivel
local o nacional. From Mobilization to Revolution se convirtió en la referen-
cia para las nuevas corrientes de análisis de la protesta social conocidas como
«escuela de movilización de recursos» (John D. McCarthy y Mayer N. Zald)
y «escuela del proceso político» (Charles Tilly y Sidney Tarrow). Pero el
modelo de movilización propuesto en 1978 tenía el defecto de ser entera-
mente estático, como reconoció el propio Tilly en sus últimos años, cuando
apuntó hacia una renovación metodológica más atenta a las «secuencias y
combinaciones de mecanismos causales» (Tilly, 2001a).

LOS REPERTORIOS DE ACCIÓN COLECTIVA COMO CONSTRUCCIÓN


ESTRUCTURAL, HISTÓRICA Y CULTURAL

En la siguiente década, Tilly estudió las relaciones entre los diversos niveles
de confrontación y cómo formaban patrones de comportamiento que marca-
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ban particulares períodos de cambio a través de la historia. Tilly propuso un


esquema evolutivo del desarrollo de la acción colectiva contenciosa en tres ti-
pos sucesivos: primitiva (la desplegada por las comunidades y asociaciones ri-
vales antes del desarrollo del Estado centralizado, como las riñas gremiales o
escolares, las disputas entre ciudades, los pogromos o la violencia bandoleril y
milenarista…); reaccionaria (la resistencia de grupos comunales autónomos y
débilmente organizados que se levantan contra una presunta conculcación de
sus derechos adquiridos frente a la penetración del Estado nacional y de la
economía capitalista, como es el caso de las revueltas campesinas, la ocupación
de tierras y bosques, los motines antifiscales o contra la conscripción, los tu-
multos del hambre o el luddismo); y moderna, que es llevada a cabo por aso-
ciaciones especializadas y organizadas a escala nacional para desplegar reivin-
dicaciones políticas o económicas, como las huelgas, las manifestaciones, las
campañas electorales, las acciones revolucionarias, etc. Sus objetivos, relativa-
mente bien definidos, consisten, antes que en la resistencia, en el deseo de con-
trolar una mayor gama de objetivos, programas y demandas (Tilly, 1969a: 89-
100, y 1974: 271-302; y Tilly, Tilly y Tilly, 1975: 44-54).
Más adelante, Tilly realizó ligeros retoques a esta clasificación tripartita,
diferenciando la acción colectiva competitiva u horizontal (ejecutada sobre
los recursos reclamados por los contrincantes en el curso de la protesta), la
acción reactiva (prácticas de autodefensa frente a presiones exteriores, cuan-

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do los derechos reclamados fueron establecidos o disfrutados pero luego


revocados o usurpados) y la acción proactiva, en torno a reclamaciones
que han sido anunciadas pero que aún no han sido disfrutadas. La protesta
proactiva suele ser una forma de acción colectiva más organizada y extensa,
que sustituye la base comunitaria por otra asociativa (huelgas, manifestacio-
nes, pronunciamientos, etc.), y es la que más ha proliferado en la época con-
temporánea (Tilly, 1978: 143-149, y Tilly, Tilly y Tilly, 1998: 290).
Esta clasificación convencional que Tilly realiza de los modos de protesta
nos pone en relación con los repertorios de acción colectiva, es decir, con las
modalidades alternativas de actuación en común urdidas sobre la base de in-
tereses compartidos, que incorporan un sentido de regularidad, orden y op-
ción deliberada, que se van redefiniendo y cambiando en el transcurso de la
acción en respuesta a nuevos intereses y oportunidades, y que son interiori-
zadas por los grupos sociales tras un largo proceso de aprendizaje (Tilly,
1983a: 463; 1986b: 541, y 1986c: 176). Una de las grandes aportaciones de
Tilly es haber destacado la continuidad y la pluralidad de los repertorios de
protesta: las acciones colectivas son diferentes en función de los grupos, lu-
gares y épocas, pero dentro de este marco referencial las pautas de comporta-
miento de las multitudes cuentan con un alto grado de permanencia y son
bastante precisas, de modo que, dentro de ese repertorio, solo están permiti-
das contadas variaciones.
Un repertorio de acción es, pues, un concepto a la vez estructural, cultu-
ral e histórico. Las razones que aduce Tilly para los cambios de repertorio
son eminentemente históricas, y están vinculadas a la fluctuación de intere-
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ses, oportunidades y organización en relación con los cambios en las funcio-


nes y estructura del Estado moderno y el desarrollo del capitalismo a escala
mundial. Hasta el siglo XVIII prevalecieron formas defensivas de desacuerdo,
apoyadas en las redes de la comunidad rural y en las organizaciones de arte-
sanos, y que se basaban en teorías sobre derechos corporativos heredados y
las responsabilidades de su justificación. Este repertorio tradicional, caracte-
rizado por su carácter reactivo y violento, era desplegado por personas y or-
ganizaciones que habían perdido sus posiciones colectivas dentro del sistema
de poder, y trataban de poner en cuestión las premisas básicas de un Estado y
de un mercado nacionales. Tal repertorio era, a la vez, rígido, parroquial (los
intereses y la interacción se concentraban en una comunidad simple), localis-
ta (la acción se orientaba hacia objetivos y salidas locales antes que a preocu-
paciones nacionales), particular (las rutinas de acción variaban enormemente
de formato en función de cada grupo, situación y lugar), patronizado (sus
demandas se dirigían a un líder o autoridad local que podría representar sus
intereses, reconducir sus agravios, cumplir sus propias obligaciones o autori-
zar a actuar), bifurcado (con una amplia separación entre la acción dirigida a
objetivos locales y las peticiones para la intervención de las autoridades esta-
blecidas cuando se tratan cuestiones nacionales) y directo en la interacción
entre el grupo desafiante y el grupo desafiado, que por lo general era un ene-
migo local (Tilly, 2006b: 51-52).

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Charles Tilly y el análisis de la dinámica histórica de la confrontación política

En las décadas finales del siglo XVIII, la emergencia del capitalismo in-
dustrialista transformó las identidades e intereses de los principales con-
tendientes por el poder, al igual que la fisonomía de su acción colectiva.
Esta dinámica condujo a la radicalización de las formas tradicionales de
protesta que subyacen a los estallidos revolucionarios del período 1776-
1848, y a la aparición de nuevos tipos de acción colectiva, especialmente las
huelgas y la actividad electoral, basadas respectivamente en organizaciones
sociales renovadoras, como el sindicato y el partido político. En este com-
plejo proceso, asociaciones especialmente cualificadas, como los partidos y
los sindicatos, se transformaron en los más importantes instrumentos de
lucha por el poder, ya fuera por medios violentos como no violentos (Tilly,
1969a: 107). El moderno repertorio de acción de los movimientos sociales
que fueron surgiendo desde fines del siglo XVIII era general en vez de espe-
cífico, flexible y modular (las mismas rutinas clave de acción podían ser es-
grimidas por una gran variedad de actores sobre un amplio abanico de ca-
sos y en muy diversas circunstancias), cosmopolita (cubría un amplio
elenco de objetivos y procedimientos de orden nacional, no local), de ám-
bito nacional, autónomo respecto de los poderosos (los participantes de-
sarrollaban los objetos de su protesta en su propio nombre por vía de in-
terlocutores surgidos de sus propias filas, y no por la intercesión de
patronos), homogéneo e indirecto. Este nuevo repertorio constaba de tres
elementos característicos: un esfuerzo público sostenido y organizado para
dirigir las quejas colectivas a las autoridades (o, lo que es lo mismo, una
campaña que debía incluir un grupo autodesignado de reclamantes, un ob-
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jeto de sus quejas y un público de algún tipo), el empleo de formas combi-


nadas de acción política (el repertorio del movimiento social) y representa-
ciones concertadas de prestigio, unidad, número y compromiso (lo que
Tilly resumió con el acróstico WUNC: worthiness, unity, numbers and
commitment). La tipificación de repertorios antiguos o modernos no pre-
supone una mayor o menor eficacia de los mismos en su peculiar contexto
histórico. Las herramientas de uso de la protesta sirven para más de un ob-
jetivo, y la eficacia relativa depende de la coordinación entre utensilios, ta-
reas y usuarios. En todo caso, un nuevo repertorio fue apareciendo en el si-
glo XIX porque nuevos usuarios abordaron nuevas tareas y encontraron
obsoletas las herramientas disponibles para resolver sus problemas e incre-
mentar sus capacidades en ese momento histórico dado. Pero ambos reper-
torios coexistieron durante largo tiempo.
Los especialistas en acción colectiva aún tienen problemas a la hora de es-
pecificar las conexiones entre las grandes transformaciones estructurales,
como la industrialización y la urbanización, y las alteraciones en el carácter
de las luchas populares. Se ha planteado un intenso debate entre los partida-
rios de las percepciones y las identidades, que insisten en el modelado cultu-
ral de la acción colectiva, y los analistas de las oportunidades políticas, que
destacan el cálculo racional. Tilly, que se reconoce como historiador estruc-
turalista, critica al postmodernismo que reivindica el individualismo del co-

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nocimiento histórico, y reconoce la enorme importancia de las transacciones,


las interacciones y las relaciones interpersonales en los procesos sociales
(Mees, 1996: 156). A la vez contempla a la cultura, entendida como las creen-
cias compartidas y sus objetivizaciones, no como un residuo, sino como un
marco en el que tiene lugar la acción, y al discurso como un importante me-
dio de acción, pero niega que la cultura y el discurso sin agentes agoten la
realidad social existente. Señala que las intenciones de los actores no suelen
ser unitarias ni claras, ni son siempre previas a la acción, de modo que prefie-
re estudiar el cambio producido en la conciencia de los actores que deriva en
relaciones y en interpretaciones compartidas.

EL PAPEL DE LA VIOLENCIA EN LAS TEORÍAS DE LA ACCIÓN COLECTIVA


Una de las formas más comunes de acción colectiva en el mundo contem-
poráneo es el enfrentamiento (contention), que Tilly define como la acción
colectiva disruptiva dirigida contra instituciones, élites, autoridades u otros
grupos, en nombre de los objetivos colectivos de los actores o de aquellos a
quienes dicen representar. Este tipo de acciones rechazan la mediación insti-
tucional, provocan desorganización, interrupción de los procesos económi-
cos y políticos y de la rutina diaria; son expresivas, porque las demandas son
presentadas con cargas simbólicas fuertemente emocionales y en términos no
negociables; y son estratégicas en su elección de recursos, objetivos y mo-
mento de aplicación. Tilly advierte que términos como «violencia», «desor-
den» o «terrorismo» no sirven para indicar realidades sociales coherentes,
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sino la actitud de ciertos observadores hacia gestos sociales que desaprueban.


Por el contrario, la acción colectiva es un fenómeno histórico coherente, de
modo que no hay que estudiar directamente la violencia, sino los repertorios
de acción donde esa violencia adquiere centralidad (Tilly, 1983b: 51-52). Por
ello, su punto de vista resulta de alto valor para el historiador de la violencia:
«La organización de una población y su situación política —observa Tilly—
condicionan fuertemente su modo de acción colectiva y esta limita estrecha-
mente las posibilidades de violencia. Así, cada tipo de grupo participa en mo-
dalidades de violencia colectiva significativamente diferentes» (Tilly, 1969a:
38-39).
El moderno repertorio ofrece tres estrategias básicas de acción colectiva:
violencia (coacción a los rivales), la disrupción o protesta (acción contra insti-
tuciones, élites o autoridades que rechazan la mediación institucional y tra-
tan de crear desorganización e incertidumbre, rompiendo la rutina y abrien-
do el círculo de conflicto) y la convención (construcción o reforzamiento de
solidaridades internas a través de la acción en un espacio público). La violen-
cia colectiva, definida como un tipo de confrontación en la cual hay uso de la
fuerza contra bienes o personas, ha sido siempre un buen indicador de la
existencia de acciones colectivas de protesta, si bien únicamente una pequeña
parte de estas lleva dentro el germen de la violencia (Tilly, 1978: 92; 1986b:
529, y Tilly, Tilly y Tilly, 1975: 248).

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Charles Tilly y el análisis de la dinámica histórica de la confrontación política

A fines de los sesenta, Tilly percibía que la violencia colectiva era contem-
plada como una conducta extraordinaria, devastadora y mal delimitada, con
rastros fragmentarios, selectivos y sujetos a considerable distorsión. Por
aquel entonces se debatían con ardor cuatro tipos de orígenes de la violencia
colectiva, basados en las teorías de la frustración ante realidades injustas, el
control social (alejamiento respecto de las constricciones tradicionales de la
agresión o la protesta mediante la movilidad, los cambios en la estructura de
la comunidad, etc.), el poder (estrategia en la lucha por intereses, asumida
por Tilly) y la aspiración hacia nuevos fines con sus correspondientes e inevi-
tables insatisfacciones (Tilly, 1969b: 28).
Una de las grandes aportaciones científicas de Tilly a las teorías del con-
flicto es la normalización del factor violento. Al contrario de los irracionalis-
tas de fines del siglo XIX, que concebían la violencia como síntoma de la men-
talidad enfermiza de la multitud, o los funcionalistas del segundo tercio del
siglo XX, que la interpretaban como un hecho anómico, Tilly la percibía
como una manifestación de la búsqueda del normal interés colectivo, por
parte de grupos a los que se les negaba una participación más formal y ruti-
naria en la toma de decisiones políticas. En sus obras trató de demostrar que
los conflictos violentos se producían rutinariamente en la lucha por el poder,
y surgían directamente de los procesos políticos centrales de una población,
en vez de expresar corrientes difusas de descontento (Tilly, Tilly y Tilly,
1975: 280, y Tilly, 1978: 25). En lugar de constituir una ruptura radical de la
vida política «normal», las protestas violentas tienden a acompañar, comple-
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mentar y organizar las tentativas pacíficas ensayadas por la misma gente para
alcanzar sus objetivos. La violencia no es, pues, un fenómeno sui generis,
sino una salida contingente de procesos sociales que no son intrínsecamente
violentos (Tilly, 1969a: 87 y 113). Siguiendo la estela de la teoría comunicati-
va, Tilly asevera que la violencia es «un tipo de conversación, por muy brutal
o parcial que esta pueda ser» (Tilly, 2007a: 6).
Tilly afirma que la violencia no es sino una forma entre varias de acción
colectiva (Firestone, 1974: 125-127), de modo que su conceptualización debe
extraerse de las teorías más generales de la acción concertada que desemboca
en una dinámica conflictiva. En los años ochenta se reprochaba a Tilly que en
su modelo de movilización no estaba suficientemente especificado el nexo
causal entre la acción colectiva y la violencia colectiva (Zimmermann, 1983:
379). En su obra The Politics of Collective Violence (2003a) trató de dar una
respuesta plausible a estas cuestiones. Tilly pensaba que la violencia es una de
las formas más comunes de participación política; una especie de liberación
de la tensión que genera la lucha política cotidiana, aunque, de todos modos,
buena parte de las acciones reivindicativas tienen un componente inicial de
protesta no violenta. Es más, opinaba que ninguna forma de acción colectiva
es intrínsecamente violenta, sino que la agresión suele ser precipitada por la
presencia de agentes externos, como la represión ordenada por las autorida-
des (Tilly, Tilly y Tilly, 1975: 282).

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Eduardo González Calleja

En los trabajos que fue elaborando en la última década de su vida, Tilly


abordó el estudio de la dinámica de la confrontación como concepto que en-
globa distintas manifestaciones de violencia que antes eran consideradas
como sui generis, y ha prestado atención particular a mecanismos como la
presencia de agentes mediadores que instrumentalizan y dirigen la protesta
antes que a mecanismos cognitivos y del entorno. A diferencia de sus obras
de los años setenta, en The Politics of Collective Violence opinaba que existía
un número bastante reducido de mecanismos y procesos causales de la vio-
lencia colectiva (a la que define como episodios de interacción social que im-
plican al menos a dos actores colectivos, donde se inflige un daño físico in-
mediato a personas y/u objetos, que resultan al menos en parte de la
coordinación de dos personas que realizan esos actos lesivos, y que ocurren
al menos dos días seguidos en espacios accesibles al público [Tilly, 2007a: 3]),
así como que la evolución en las condiciones produce variaciones en el carác-
ter, intensidad e incidencia de los choques violentos (Tilly, 2007a: XV).
Se entiende por contienda política la interacción episódica, pública y co-
lectiva entre las personas que hacen reclamaciones y sus objetos cuando al
menos un gobierno es uno de los reivindicadores, o es parte de las reivindica-
ciones, y cuando estas, caso de ser satisfechas, afectarían a los intereses de al
menos uno de los reivindicadores (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001: 5, y Tilly,
2007a: 9). Tilly identifica cuatro mecanismos causales de la contienda políti-
ca, cada uno de ellos correspondiente a los ámbitos de los actores, las identi-
dades y las acciones, más uno relativo a la interacción (McAdam, Tarrow y
Tilly, 2001: 151-161): el arbitraje * o vinculación de dos o más enclaves socia-
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les desconectados gracias a un agente que media las relaciones de estos entre
sí o con otro enclave distinto (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001: 157); la forma-
ción de categorías que crean identidades diferenciadas; el cambio de objeto, o
alteración de las relaciones entre los reivindicadores y los objetos de sus rei-
vindicaciones producida durante la interacción estratégica de la contienda, y
la certificación, o validación de los actores, de sus actuaciones y sus reivindi-
caciones por parte de las autoridades.
La contienda política se libra a través de los regímenes, término que de-
signa los sistemas políticos vistos desde la perspectiva de las relaciones entre
los agentes del gobierno y los demás actores políticos. Existen tres variables
que inciden en su organización: la coerción (medios concertados de acción
que provocan pérdidas o daños a las personas o a las propiedades de los acto-
res sociales, medibles por su acumulación y concentración o control por un
solo agente), el capital (recursos tangibles y transferibles que, combinados
con cierto esfuerzo, son capaces de generar un aumento de su valor de uso,
así como la imposición de determinadas pretensiones a la titularidad de tales

* Nota de la Editora: El término brokerage, que aquí se traduce como «arbitraje», ha recibido di-
versas traducciones al castellano; otra posible sería «correduría». Optamos por traducirlo como «ar-
bitraje» por considerar que resulta más claro, más descriptivo, y con la intención de homogeneizar
las traducciones en los diversos capítulos.

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Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
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Charles Tilly y el análisis de la dinámica histórica de la confrontación política

recursos) y el compromiso, o relaciones entre enclaves sociales que propician


el hecho de que se tengan mutua consideración, y que influyen en la frag-
mentación política en función de solidaridades. Los regímenes varían en rela-
ción con la violencia en dos dimensiones: la capacidad de gobierno (el grado
en que los agentes del gobierno controlan los recursos, actividades y pobla-
ciones dentro de un territorio) y la democracia, o grado en que los miembros
de la población mantienen relaciones generalizadas e igualitarias con los
agentes del gobierno, los controlan a ellos y a los recursos públicos y gozan
de protección contra sus arbitrariedades (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001:
295, y Tilly, 2006b: 21). Los factores organizativos condicionan la relación de
un régimen con su entorno: unos niveles intermedios y relativamente equiva-
lentes de coerción, capital y compromiso facilitan la capacidad gubernamen-
tal, y los bajos niveles de estos factores producen baja capacidad. En los luga-
res donde el capital y el compromiso superaban a la coerción, la capacidad
gubernamental se ve negativamente afectada. La capacidad y la democracia se
influyen mutuamente: un incremento de la capacidad conduce normalmente
a una ampliación de derechos cuando los recursos esenciales del gobierno
proceden de la población. En general, la violencia colectiva de los agentes del
gobierno aumenta cuanto mayor es la capacidad del mismo, al tener que su-
pervisar más acciones reivindicativas. Pero la violencia se reduce con la de-
mocracia, con dos excepciones: durante el mismo período de democratiza-
ción y cuando se usa la violencia contra los enemigos externos. Los
gobiernos reaccionan de manera diferente ante la protesta. Hay acciones
prescritas (que buscan la adhesión a través de ceremonias de lealtad, recluta-
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miento, etc.), toleradas (cuando no afectan de forma directa a los gobernan-


tes y los recursos del gobierno) y prohibidas (cuando suponen amenazas
contra los gobernantes y los recursos gestionados por el gobierno), que afec-
tan a la probabilidad de aparición de formas de violencia.
En función de las variables indicadas se puede hablar de cuatro tipos de
régimen: un régimen no democrático de capacidad alta alienta una gran canti-
dad de acciones prescritas, pero deja un estrecho margen a las toleradas y
prohíbe la mayoría de actuaciones técnicamente posibles, dando como resul-
tado un amplio control represivo que se manifiesta en niveles medios de vio-
lencia política; en un régimen no democrático de capacidad baja que tolera
una amplia gama de actuaciones debido a su baja capacidad de control, la
contienda política se produce fuera de las escasas actuaciones prescritas, pero
se extiende a un espectro amplio de acciones toleradas y prohibidas y existe
un alto nivel de violencia en las interacciones contenciosas; una democracia
de capacidad alta impone un número relativamente reducido de actuaciones
prescritas (como la conscripción o el pago de impuestos), pero vigila riguro-
samente su cumplimiento, canalizando enérgicamente los actos reivindicati-
vos a través de un conjunto modesto de acciones toleradas y prohibiendo
una amplia gama de acciones reivindicativas, lo que desemboca en bajos ni-
veles de violencia en las interacciones contenciosas; por último, una demo-
cracia de capacidad baja impone un reducido número de actuaciones prescri-

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Eduardo González Calleja

tas, tolera una variedad mayor de actuaciones y prohíbe relativamente pocas,


produciendo niveles medios de violencia en las interacciones contenciosas
(Tilly, 2006b: 81). En resumen, las actuaciones toleradas aumentan con la de-
mocracia y disminuyen con la capacidad de gobierno. La violencia es elevada
en regímenes no democráticos de capacidad baja, alcanza cotas moderadas en
regímenes no democráticos de capacidad alta y democráticos de capacidad
baja, y es reducida en regímenes democráticos de capacidad alta.
Tilly muestra que las formas características y la intensidad de la violencia
colectiva difieren dramáticamente de un tipo de régimen a otro, y que estas
variaciones resultan del hecho de que el control de los medios de violencia
colectiva varía grandemente a través de los distintos regímenes. La desigual-
dad patrocinada por los gobiernos y fuera de ellos a través de la explotación
o el acaparamiento de oportunidades incide profundamente sobre la violen-
cia. El carácter e intensidad de la misma dependen esencialmente de las rela-
ciones entre especialistas de la violencia y gobierno, en una escala que va des-
de su virtual independencia ante la supervisión del gobierno al estrecho
control estatal de los agentes. Son las transiciones de un régimen a otro las
que traen como corolario un aumento de la violencia: las innovaciones en las
actuaciones contenciosas se aceleran durante las espirales de confrontación
que aparecen vinculadas a este proceso de cambio, pero se ralentizan en los
períodos de pequeñas transformaciones políticas o de desmovilización. Du-
rante las aceleraciones en el ritmo del cambio, las actuaciones de los podero-
sos se hacen más rápidas, mientras que las de los desafiantes se hacen más fle-
xibles. Los diversos tipos de confrontación política (revoluciones, huelgas,
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guerras civiles, movimientos sociales, golpes de Estado, etc.) interactúan con


los cambios de un tipo a otro de régimen. En general, los regímenes demo-
cráticos sufren niveles mucho menores de violencia en su política doméstica
que los regímenes no democráticos, aunque los niveles de conflicto crecen en
los procesos de transición a la democracia (Tilly, 2005b: 33).
La violencia colectiva depende, además, de la mayor o menor coordina-
ción entre los actores violentos y la mayor o menor relevancia o proyección de
la violencia dentro de la interacción. Entre las condiciones y procesos que
promueven la centralidad o relevancia de la violencia colectiva se encuentran
el nivel de tolerancia del régimen, la participación frecuente de especialistas
de la violencia, el aumento de la incertidumbre y los obstáculos respecto del
resultado de las reclamaciones y la activación o supresión de las identidades
políticas (Tilly, 2007a: 50). Entre las condiciones y procesos que promueven
la coordinación de la violencia colectiva se encuentran la apertura de oportu-
nidades políticas, el control de las autoridades sobre los obstáculos para los
resultados de las reclamaciones, las conexiones entre individuos o grupos es-
tablecidas por los emprendedores políticos o la existencia de identidades que
dividen grandes bloques de participantes políticos (Tilly, 2006b: 127).
Tilly definió seis localizaciones de violencia colectiva en función de esos
dos factores clave que son la coordinación y la relevancia de los actos violen-

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Charles Tilly y el análisis de la dinámica histórica de la confrontación política

tos: los rituales violentos (que se producen cuando dos o más grupos relativa-
mente bien definidos y coordinados siguen un programa de interacción co-
nocida mediante la aplicación de daños contra los grupos rivales que compi-
ten por la primacía, el prestigio o el privilegio sociales en un espacio
colectivo reconocido por las partes, como ceremonias de escarnio, lincha-
mientos, ejecuciones públicas, rivalidades de bandas o algunas batallas elec-
torales). La destrucción coordinada (que surge cuando personas u organiza-
ciones especializadas en el despliegue de medios violentos emprenden un
programa de daños a personas u objetos, como los que se incluyen en la gue-
rra, la autoinmolación colectiva, el terrorismo, el genocidio o el politicidio).
El oportunismo (que ocurre cuando, para defenderse de la violencia y de la
represión rutinarias desplegadas por el Estado, algunos individuos o grupos
de individuos usan medios lesivos para obtener fines prohibidos, como sa-
queos, violación en grupo, piratería, bandidismo, asesinatos por venganza y
pillaje militar); reyertas (cuando, en una reunión no violenta, dos o más per-
sonas empiezan a atacarse de forma espontánea o a atacar sus respectivas
propiedades). Los ataques dispersos (que se producen cuando, en el curso de
una interacción a pequeña escala y generalmente no violenta, un número de
participantes responde a los obstáculos, desafíos o restricciones impuestos
por los poderosos por medio de actos lesivos segmentados, clandestinos y de
baja intensidad sobre personas, objetos o lugares simbólicos). Y las negocia-
ciones rotas, que se producen cuando las diversas formas de acción colectiva
coordinada y no necesariamente violenta generan resistencias o rivalidad en
las cuales uno de los contendientes trata de dirigir, contener o reprimir las ac-
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ciones de protesta cuya salida divide y polariza a los actores, que responden
por medio de la amenaza de la violencia, pero produciendo en ocasiones da-
ños físicos (represión, golpes militares, etc.) (Tilly, 2005c).
En un principio, Tilly pensó que la violencia colectiva surgía de interac-
ciones sociales no intrínsecamente violentas, aunque luego señaló que la vio-
lencia a gran escala y a corto plazo parece proceder en su mayor parte del
mundo de los especialistas en la violencia (soldados, paramilitares, mercena-
rios, policía, delincuentes mafiosos, etc.), y tiende a diferenciarse claramente
de las formas no violentas de conflicto. A pesar de todo, advierte que este
tipo de violencia acostumbra a surgir de las luchas por el poder, y que proce-
sos políticos con causas similares generan, bajo condiciones específicas, dife-
rentes violencias en gran escala. Pero, en todas sus formas, la violencia públi-
ca interactúa con las acciones políticas no violentas.
Como hemos podido comprobar, la violencia no es para Tilly el produc-
to de la frustración, la desesperación o la debilidad, sino un acto instrumen-
tal, destinado a impulsar los propósitos del grupo que la usa, cuando este
percibe que hay alguna razón para pensar que podría ayudar a su causa
(Gamson, 1990: 81). La violencia colectiva no es un epifenómeno, sino que
es un eficaz indicador de la acción colectiva. Quizá la violencia sea un sínto-
ma de grandes cambios, pero no es la causa primaria de los mismos. Como
dice el propio Tilly, la presencia o la ausencia de violencia marca pequeñas

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Eduardo González Calleja

diferencias en los resultados históricos, pero la acción colectiva que gobier-


na a la violencia es la verdadera materia de la historia (Tilly, Tilly y Tilly,
1975: 287-288).

LA REIVINDICACIÓN DEL CARÁCTER DINÁMICO


DE LA CONTIENDA POLÍTICA
En Dynamics of Contention, elaborado junto con Tarrow y McAdam,
Tilly reconocía que la teoría clásica de la movilización de recursos había exa-
gerado la importancia de las decisiones estratégicas deliberadas, e infravalo-
rado la contingencia, la emotividad, la plasticidad y el carácter interactivo de
la política de los movimientos, pero llamó la atención sobre los procesos or-
ganizativos en la política popular (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001: 17). La
agenda clásica de los movimientos sociales se centraba en relaciones estáticas,
y funcionaba mejor cuando se abordaban movimientos sociales de forma ais-
lada, pero resultaba poco eficiente en el análisis de episodios contenciosos
más amplios. Resaltaba más las oportunidades que las amenazas, y más la ex-
pansión que el déficit de los recursos organizativos. Además, estaba excesi-
vamente focalizada en los orígenes de la contienda, dejando de lado sus evo-
luciones posteriores. Tilly, Tarrow y McAdam trataban ahora de superar la
agenda clásica de la teoría de los movimientos sociales atendiendo, por ejem-
plo, a los procesos interpretativos de la interacción social, y señalando el ca-
rácter contingente, construido y colectivo de los actores, acciones e identida-
des en la contienda política.
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Los ingredientes clásicos de la teoría de la movilización fueron reinterpre-


tados desde esta perspectiva dinámica: respecto de los mecanismos dinámicos
de la movilización, más que ver el origen de un episodio de movilización, ha-
bía que centrarse en el proceso de movilización en general; se considera que
las oportunidades y amenazas no son categorías objetivas, sino algo sujeto a
atribución, que los participantes perciben o reconocen de forma diferente en
cada momento; los enclaves para la movilización pueden ser preexistentes o
crearse en el transcurso de la contienda, y ser apropiados de forma activa; el
enmarcamiento incluye la construcción interactiva de las disputas entre los
desafiadores, sus oponentes, los elementos del Estado, las terceras partes y
los medios de comunicación; los repertorios de acción colectiva no son rutinas
repetitivas, sino que evolucionan como resultado de la improvisación y la lu-
cha, y están siempre sujetos a innovación, al residir en las relaciones sociales,
y no en los actores o en las identidades individuales (McAdam, Tarrow y
Tilly, 2001: 161). En la formación de actores e identidades políticas, los partici-
pantes en la contienda política manipulan y crean estrategias, modificando y
reinterpretando las identidades de las partes implicadas. La movilización de
estas identidades es una parte importante de la reivindicación, y afecta pode-
rosamente a la acción colectiva y sus resultados. Los actores ya no son enti-
dades con límites precisos, sino que sufren modificaciones en sus límites y en
sus atributos según interactúan.

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Charles Tilly y el análisis de la dinámica histórica de la confrontación política

En Dynamics of Contention, la política de confrontación y la construcción


del Estado seguían siendo fenómenos estudiados de forma casi independiente.
Esa carencia fue solventada precisamente en la obra Regimes and Repertoires
(2006b) (donde Tilly estudia cómo el cambio y la variación de la capacidad y
democracia de los regímenes afectan a las formas y contenidos de la contienda
política, y viceversa) y, sobre todo, en su libro póstumo Contentious Perfor-
mances (2008b), donde abordó un estudio dinámico de la manera en que los
repertorios evolucionaron y se transformaron en la Gran Bretaña de los albo-
res de la contemporaneidad, en relación con las alteraciones en la estructura de
oportunidades políticas, los modelos de acción colectiva y la conexión entre
los grupos contestatarios. Este ensayo, concebido como el punto final a cua-
renta años de trabajo sobre la materia, constituía, a decir de su autor, «un am-
plio esfuerzo para explicar, verificar y refinar los conceptos asociados de ac-
tuación (performance) y repertorio» (Tilly, 2008b: XII), afirmando de forma
definitiva la interacción entre la construcción del Estado y la política de la
confrontación. Tilly borró la distinción artificial entre las aproximaciones cua-
litativas y cuantitativas, y superó el análisis descriptivo de los acontecimientos
de Sewell mostrando de qué modo los informes sobre los actos de confronta-
ción podían conducir a descripciones y análisis sistemáticos. A través de la na-
rrativa reconstruyó episodios como secuencias de interacciones, sin renunciar
a las secuencias analíticas para trascender un episodio particular, e identifican-
do acciones y relaciones recurrentes (Tilly, 2008b: 206).
Contentious Performances constituyó la etapa final de la evolución de Tilly
desde los estudios del impacto de la estructura social sobre la acción colectiva
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al estudio de los procesos de lucha política. En sus últimos años amplió el arco
de sus preocupaciones a la construcción de las fronteras sociales, las relaciones
interpersonales y las redes de confianza. Ya en los años noventa había declara-
do que la lucha tenía su historia parcialmente autónoma, que no se reducía a
ser un mero reflejo de los cambios en la organización de la producción o de
los cambios en la estructura del poder estatal, y que la experiencia de esta pro-
testa también tenía un impacto decisivo sobre estos cambios y sobre las sali-
das, actores, evolución y alternativas de la lucha popular (Tilly, 1995a: 37).
Las críticas más agudas que se pueden formular a este conjunto de hipóte-
sis sobre la contienda política y la violencia procedieron del campo de análisis
funcionalista: autores como Piven y Cloward pusieron en duda que la protes-
ta y la violencia fueran actividades políticas tan «normales» como las campa-
ñas o las reuniones electorales. En su opinión, eran acciones que ocurrían en
diferentes contextos institucionales y a las que debían aplicarse diferentes nor-
mas de actuación (Piven y Cloward, 1991: 435-458). Lynn Hunt reprochó a
Tilly que sus hipótesis a veces no se derivasen correctamente de la literatura
teórica, y que las implicaciones de sus investigaciones empíricas a veces no se
especificasen correctamente, como por ejemplo la relación entre la capacidad
de coerción y el tamaño de una organización. De hecho, Tilly siempre pareció
minusvalorar la acción procedente de los ámbitos local e internacional sobre
el nacional, que aparece como el entorno casi exclusivo del nacimiento, el

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Eduardo González Calleja

desarrollo y el declive de las protestas multitudinarias. Hunt concluía que las


hipótesis nuevas o reformuladas por nuestro autor a veces no eran mejores
que las que pretendía reemplazar (Hunt, 1984: 257-258). Theda Skocpol criti-
có a Tilly que convirtiera las teorías socioestructurales en sociopsicológicas, al
centrarse en analizar a los actores, frente a su propia propuesta de investigar
las condiciones estructurales que permitían que esa acción fuera posible, y que
consideraba al Estado como un actor más, no como el factor determinante por
su fortaleza o debilidad (Skocpol, 1984a: 31-33). En Tilly, el Estado aparece
exclusivamente como un instrumento de coerción controlado por los grupos
afines, y parece obviar que hay tipos muy diversos de formaciones estatales
que pueden influir de forma muy diferente sobre la acción colectiva.
A la altura de 1984, Tilly creía que ninguna teoría de la solidaridad-movi-
lización poseía el apoyo empírico necesario para resultar decisiva, y llegó a
afirmar que «aún es posible que un sofisticado argumento sobre la contin-
gencia que implique a unos actores conocedores de sus derechos e intereses,
pero acosados por unas circunstancias extraordinarias, sea capaz de ofrecer
una explicación de la violencia colectiva y de otras formas de conflicto mejor
que cualquier argumento que considere la violencia y el conflicto como sub-
productos rutinarios de la vida política» (Tilly, 1991: 73). Al final de su vida,
seguía haciendo un balance muy autocrítico de su trabajo personal: «En ver-
dad, nunca desarrollé una “teoría” de las movilizaciones colectivas, pero he
trabajado en su explicación a lo largo de toda mi carrera. No describiría mis
ideas recientes como resultantes de la incorporación de dimensiones culturales.
Diría más bien que he prestado más atención a las dinámicas relacionales en
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sus múltiples escalas» (Alonso y Araujo Guimarães, 2004).


Con todo, los trabajos de Tilly han tenido y tienen un enorme influjo en-
tre los científicos sociales preocupados por el cambio no pautado, al ofrecer
la síntesis interpretativa más completa de las estructuras y los procesos socia-
les que desembocan en una acción colectiva de protesta, integrando con for-
tuna la agencia humana dentro de un marco de análisis preferentemente es-
tructural. Su propuesta de análisis del conflicto político resulta de gran
interés por la atención que dispensa al proceso dinámico (interacciones entre
grupos), y por su explicación lógica de la violencia colectiva como un fenó-
meno condicionado por la movilización de recursos, la organización y los fi-
nes políticos que persiguen los grupos y las organizaciones sociales.
Tilly acostumbraba a asaetear a los investigadores que acudían a él con
preguntas de este tenor: «Además de este caso particular, ¿de qué trata su es-
tudio?»; «¿Qué pueden aprender de esta investigación aquellos a los que no
les interesa?» (Auyero y Fridman, 2008: 208). Son estas las buenas cuestiones
que los científicos sociales nos tenemos que seguir planteando y tratando de
responder, aprovechando la ingente cantidad de hipótesis, herramientas con-
ceptuales, métodos de análisis y recursos de investigación que Tilly fue ela-
borando a lo largo de su vida para ayudarnos a mejorar nuestra comprensión
de los procesos sociales complejos.

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2. Las dos lógicas de la explicación en la obra de


Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta 1

Ramón Máiz
Universidad de Santiago de Compostela

We come from a structuralist tradition. But in the course of our wok


on a wide variety of contentious politics in Europe and North Ame-
rica, we discovered the necessity of taking strategic interaction,
consciousness, and historically accumulated culture into account.
(Tilly, Tarrow y McAdam, 2001)

If the weaknesses of my approach inspire my readers to invent dif-


ferent and superior methods for investigating contentious perfor-
mances, I will cheer them on.
(Tilly, 2008b)

INTRODUCCIÓN
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La obra inmensa de Charles Tilly no solo ha realizado aportaciones deci-


sivas para el conocimiento de las revoluciones, las movilizaciones populares,
la aparición de los Estados, la democratización, etc.; contiene, asimismo, una
sustantiva reflexión sobre los paradigmas (approaches) de investigación en
ciencias sociales en los ámbitos ontológico, epistemológico y metodológico.
A Tilly no pueden reprochársele ninguna de las dos clásicas críticas de Gold-
thorpe a la «Gran Sociología Histórica» (Barrington Moore, 1966; Waller-
stein, 1974-1989; Skocpol, 1979; Perry Anderson, 1974; Mann, 1986); a sa-
ber: 1) la vaguedad de una conexión entre evidencia y argumento basada en
literatura secundaria y reducida a mera interpretación de interpretaciones;
2) la arbitrariedad explicativa resultante de la ausencia de una sistemática dis-
cusión de las cuestiones metodológicas, más allá de algunos elementales
apuntes en las páginas iniciales de sus obras (Goldthorpe, 2000: 39-43). Pues
bien, como veremos, nuestro autor, por una parte, construye minuciosamen-
te sus propios datos (events, contentious gatherings, episodes, etc.), esto es,
contrasta, diseña y refina sus evidencias de investigación y elabora como base
de sus inferencias «materiales que no existen previamente» (Goldthorpe,
2000: 31); por otra, dedica un creciente esfuerzo en su obra a elucidar de
modo sistemático cuestiones de epistemología y metodología. De hecho, en
1 El autor desea dejar constancia de su agradecimiento a las críticas y sugerencias recibidas por

Pedro Lago, María Jesús Funes y los participantes en el simposio A propósito de Tilly.

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Ramón Máiz

sus últimos años él mismo pudo constatar, no sin cierta sorpresa, que aproxi-
madamente un 25 por ciento de los cerca de setecientos ítems (libros, artícu-
los, ponencias) que integran su inabarcable catálogo de publicaciones tiene
que ver con «cuestiones de método y explicación» (Tilly, 2008a: 3).
En este capítulo trataremos de mostrar la estrecha conexión que existe en-
tre la evolución en el tiempo de su programa de investigación, los problemas,
preguntas e hipótesis teóricas que integran sus diseños, y la permanente re-
flexión autocrítica sobre la lógica y morfología de la explicación científica que
los acompañan. En concreto, argumentaremos en primer lugar que el aban-
dono del estructuralismo inicial daría paso a dos autónomas líneas de investi-
gación: la una centrada en los grandes procesos del capitalismo y la construc-
ción de los Estados, la otra en los repertorios de movilización popular, las
cuales se irían entretejiendo progresivamente hasta confluir en las últimas
obras. En segundo lugar, explicaremos que esta articulación última resultó
posible gracias a la sustantiva reflexión ontológica y epistemológica que le
condujo a la adopción de una explicación centrada en mecanismos causales y
procesos políticos (process-tracing). En tercer lugar, mostraremos cómo la
noción de mecanismos causales es formulada por Tilly desde una perspectiva
específica, por completo ajena al individualismo metodológico, la cual a su
vez se traduce en una concepción de proceso teóricamente construida, que se
diferencia de modo sustantivo de una mera explicación histórica.
Debemos, no obstante, evidenciar algunas limitaciones de partida inevita-
bles en nuestro cometido: 1) difícilmente podremos hacer justicia, en unas
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pocas páginas, a los matices necesarios en la exploración de este tema, el cual


por sí solo requería una monografía, en razón de una trayectoria tan comple-
ja y prolífica; debemos asumir, pues, una importante dosis de simplificación
en nuestro recorrido, señalando tan solo los desplazamientos de mayor inte-
rés en las obras de mayor relieve; 2) en todas las obras de Tilly, desde The
Vendée (1964) hasta Contentious Performances (2008), existe un desborda-
miento del paradigma principal, de tal suerte que su vasto conocimiento de la
literatura comparada y su propio y colosal trabajo de campo en perspectiva
histórica y comparada hacen que sus trabajos sean aún mucho más ricos e
iluminadores, rebosando «propiedades emergentes», que sus ya de suyo muy
ambiciosas hipótesis teóricas; 3) la evolución y creciente reflexión epistemo-
lógica de la obra de Tilly, por detrás de los aspectos teóricos internos que in-
tentaremos mostrar en estas páginas, resulta deudora de una actitud de rara
modestia intelectual y permanente debate y autocrítica, ajena a todo «nacio-
nalismo epistemológico», así como, y sobre todo, a cualquier sectarismo de
escuela. Ello resulta patente, por ejemplo, en su insólito vocabulario acadé-
mico: my mistakes, weaknesses, I have neglected, my calamitous typology,
deep flaws, etc. (Eden, 2008: 7).

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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

ESTRUCTURALISMO MONOCAUSAL: LA VENDÉE


El trayecto investigador de Tilly comienza con una clara impronta estruc-
turalista, heredada de su maestro Barrington Moore. Sus primeros trabajos,
que culminarían en una de sus, sin duda alguna, obras maestras —The Ven-
dée (Tilly, 1964)—, le descubrieron la «inutilidad» del método positivista,
abocado a la febril procura de leyes de cobertura y aun de las inherentes limi-
taciones de considerar como explicación las meras correlaciones entre varia-
bles. De ahí su declarado objetivo inicial: superar el generalizado descuido de
los procesos de transformación y la excesiva simplificación de la complejidad
social. El análisis histórico de la revuelta contrarrevolucionaria francesa le
urgió, por una parte, a constatar que los «sociólogos se han alienado ellos
mismos de una rica herencia al olvidarse de lo más obvio: que toda historia es
acción social pasada, que todos los archivos rebosan noticias de cómo los se-
res humanos solían actuar y cómo actúan aun ahora» (Tilly, 1964: 342). Por
otra parte, le suscitó una vocación, que ya nunca lo abandonaría, por vérselas
con la complejidad multicausal y las dinámicas de los procesos de cambio so-
cial y político.
Ahora bien, la narrativa histórica de la contrarrevolución de Tilly en los
sesenta es una narrativa dotada de una armazón teórica que trata de «situar la
Vendée en perspectiva sociológica». De hecho, se trata de lo que para mu-
chos constituiría en aquellos años una contradictio in terminis; a saber: una
historia estructural, inaugurando de este modo lo que seria el núcleo irre-
nunciable del resto de su trayectoria de investigador, el análisis de la relación
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entre los factores estructurales y la acción colectiva. Pero en 1964 la noción


de estructura posee para él un sentido bien definido y concreto: «Deliberada-
mente moldeé mi libro como un análisis de la estructura de la comunidad, de
la urbanización y de los procesos políticos conexos», dirá en réplica a sus crí-
ticos en el prefacio de 1976 (Tilly, 1976a: X).
La movilización contrarrevolucionaria en Mauges se explica no mediante
la usual contraposición entre campesinos atrasados y modernos burgueses, lo
que conduciría a una prematura búsqueda de los supuestamente inmutables
motivos de los contendientes en la revolución en el ámbito rural o urbano.
Tampoco priorizando la reacción ante las políticas anticlericales de la revolu-
ción o ante la conscripción forzosa de jóvenes para el ejército del rey. Sino
aduciendo causas estructurales socioeconómicas. El grado de urbanización de
las diferentes regiones y sus efectos sobre la estructura social (la distinción
crucial, por ejemplo, entre artesanos y granjeros) constituyen el factor clave
explicativo: la más potente estructura urbana de Mauges generaría una estruc-
tura social específica con intereses más proclives a su movilización contrarre-
volucionaria, de igual modo que la mayor desmovilización del Saumurois se
explica mediante los más bajos índices de urbanización e industrialización.
Debemos notar que no solo se trata de una perspectiva estructural, sino,
y pese a que la riqueza analítica y empírica del libro aporta muchas otras co-

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sas, de una explicación monocausal centrada en los índices de urbanización.


Resulta de interés comparar esta primera cadena causal de las revoluciones
en Tilly: estructural-urbana (urbanización-estructura social-movilización),
con la de Skocpol: estructural-estatal (presión internacional exigiendo Esta-
dos avanzados —reacción de grupos y élites al proceso de estatalización—,
estructuras organizativas con capacidad de movilización) (Skocpol, 1979;
Mahoney y Rueschemeyer, 2003a). En estos momentos iniciales, para Tilly,
aspectos fundamentales como el más amplio desarrollo capitalista en sus di-
ferentes dimensiones (procesos como proletarización del campesinado, por
poner un solo ejemplo) o la centralización del Estado (y la erosión de los
poderes locales, por citar un solo foco de tensión) son problemas que The
Vendée, como reconocerá él mismo años más tarde: touches, but only tou-
ches (Tilly, 1976: XII). Abordar estos temas mayores constituiría el paso si-
guiente de la investigación de nuestro autor.

ESTRUCTURALISMO MULTICAUSAL: DESARROLLO CAPITALISTA


Y CONSTRUCCIÓN DE LOS ESTADOS
En los años setenta tiene lugar un desplazamiento importante en la obra
de Tilly, y el interés por los procesos de urbanización deja paso a una óptica
mucho más ambiciosa: la eficacia causal de dos procesos de amplio aliento
—1) la expansión del capitalismo, y 2) la construcción de los Estados— so-
bre la movilización política. La intención es postular una alternativa expli-
cativa en toda regla a los modelos de la «privación relativa» de T. R. Gurr,
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quien, en su clásico Why Men Rebel, daba cuenta de la protesta como resul-
tado de la suma de dos factores: explotación/dominación (grievances) y
frustración de expectativas (Gurr, 1971; Skocpol, 1979: 31; Mahoney y
Rueschemeyer, 2003: 45, 17). Se inaugura así la época de The Rebellious
Century (1975), obra colectiva escrita conjuntamente con Louise y Richard
Tilly; Strikes in France (1974), escrita con E. Shorter, y, sobre todo, From
Mobilization to Revolution (1978).
En The Rebellious Century asistimos a un distanciamiento importante
del previo modelo explicativo estructural monocausal: la urbanización se
enmarca ahora en un más amplio espectro de factores y procesos de indus-
trialización y desarrollo capitalista, por un lado, y sustantivamente político,
por otro, en un estudio comparado de Francia, Alemania e Italia, en el que
las variaciones entre estos países se explican, en buena medida, por sus dife-
rentes estructuras políticas estatales: «En ninguno de los tres países fueron
las etapas o el ritmo de la urbanización o la industrialización los que dicta-
ron el ritmo de la violencia. En todos ellos, sin embargo, la interacción de la
transformación económica con la reorganización política produjo a largo
plazo cambios en el carácter y los participantes involucrados en la acción y
violencia colectivas» (Tilly, Tilly y Tilly, 1975: 280). En esta obra, el análisis
estructural se traduce en un modelo lineal por etapas: el cambio estructural
(económico) afecta a la violencia colectiva profundamente, pero solo a través

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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

de grupos que comparten intereses comunes (dimensión social), desarrollan


capacidad de movilización (acción colectiva) y provocan, a su vez, reaccio-
nes contundentes por parte de los Estados (represión). En suma, por un
lado, el desarrollo capitalista (siguiendo aquí a Marx: la industrialización
más que la urbanización) genera grupos sociales dotados de intereses com-
partidos; por otro, la sublevación misma desempeña un papel decisivo en la
génesis institucional de los Estados modernos. Pero, asimismo, la violencia
colectiva fue, en gran medida, una consecuencia de la creación del Estado:
reacciones varias y de diverso alcance a los específicos dispositivos de recau-
dación de impuestos, al reclutamiento forzoso para el ejército, al control del
uso de la tierra, a la limitación de otros poderes locales en competencia, etc.
Sin embargo, el peso último de la explicación estructural radica, una vez
más, en la economía, en el cambio estructural derivado de la industrializa-
ción del capitalismo. Los Estados intervienen solo como factor de refuerzo
y reactivo, a saber, medido por el grado de represión del régimen, si bien la
violencia estructural de los mismos se postula en continuidad con la obra co-
lectiva, iniciadora de una sustantiva investigación al respecto, The Formation
of National States in Western Europe (Tilly, 1975a). Se dibuja así progresiva-
mente en el horizonte teórico de Tilly la necesidad de un nuevo campo de
análisis, toda vez que «la formación del Estado y el desarrollo del capitalis-
mo se entrelazaron tan estrechamente que resulta difícil aislar sus efectos»
(Tilly, 1975a: 305) Queda como tarea pendiente abordar una investigación
en la que la propia estructura y dinámicas del poder político expliquen las
modalidades y fluctuaciones («repertorios», «ciclos», etc.) de las protestas,
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los conflictos y la acción y violencia colectivas.


Parecido es el caso de Strikes in France, 1830-1968, un amplio análisis
estadístico de las huelgas en Francia en un dilatado período de tiempo que
especifica una serie de «factores estructurales» (Shorter y Tilly, 1974: 348)
como causas principales de la movilización política huelguística. Para los
autores, el factor explicativo más importante es la evolución de la estructu-
ra industrial, la cual genera una paralela evolución de la «estructura de los
conflictos industriales»; pero a continuación se añaden factores como las
bases organizativas de la vida de las clases trabajadoras y la participación en
política de las mismas como causas coadyuvantes. De nuevo, el grueso del
trabajo explicativo descansa en variables económicas; de hecho, puede ob-
servarse cómo la evolución del capitalismo francés va marcando unilateral
y mecánicamente las distintas fases de las huelgas: de los artesanos tradicio-
nales de 1830, los artesanos de la construcción e industrias del metal en
1880, los trabajadores industriales de los años 1930, etc., hasta los trabaja-
dores intelectuales de 1960. Sin embargo, en el argumento general se habili-
ta un no pequeño papel al Estado que podemos sintetizar en torno a dos
puntos: 1) su papel en la regulación de las huelgas, poder judicial y labor
policial; 2) el decisivo argumento, reiterado en toda la obra, de que las
huelgas son instrumentos de acción política de las clases trabajadoras, esto
es, producto de un esfuerzo organizativo —y por lo tanto no meros fenó-

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menos sociales y espontáneos— y con objetivos netamente políticos y no


solo económicos (salarios, mejora condiciones de trabajo, etc.) (Shorter y
Tilly, 1974: 335).
Pero debemos notar que, pese a todo lo anterior, ya a finales de los años
setenta, si bien de modo parcial y discontinuo, Tilly comienza a distanciarse
del modelo de relaciones entre estructura y acción del marxismo (y el funcio-
nalismo). De especial interés a estos efectos es, por ejemplo, el concepto de
catnet (síntesis de categoría social y red), mediante el que postula que la ac-
ción colectiva no se deriva simplemente del hecho de compartir un grupo
humano unos rasgos e intereses comunes (clase, nación), sino de la adicional
presencia de estructuras relacionales que facilitan la construcción de identi-
dades colectivas, proporcionando de este modo los recursos cognitivos, sim-
bólicos y afectivos para la producción de la movilización y la superación de
los dilemas de la acción colectiva (Diani, 2007: 317).
Sin duda, el lugar clave de este inicial desplazamiento se encuentra en
From Mobilization to Revolution, otra de sus obras maestras, que posee el
objetivo explícito de dar respuesta a la pregunta que Marx había dejado sin
respuesta: ¿cómo afectan los grandes cambios estructurales a las pautas pre-
valentes de acción colectiva? Aquí Tilly postula un riquísimo análisis empí-
rico-teórico de la acción colectiva (mobilization model, contention model)
que articula cinco componentes explicativos fundamentales: intereses, or-
ganización, movilización, oportunidades y acción colectiva (Tilly, 1978: 7)
(gráfico 2.1). Pese a que el modelo desatiende las interacciones estratégicas
y posee el «defecto obvio de no dar cuenta de los modos en los que la ac-
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ción colectiva de los insurgentes afecta a sus oportunidades y su poder»


(Tilly, 2008a: 58), la relación interactiva entre acción (desdoblada en «movi-
lización» —adquisición de recursos— y «acción colectiva», propiamente
dicha, actuación de consuno en defensa de intereses comunes) y estructura
(en el amplio sentido de «Estructura de oportunidad política» que incorpo-
ra no solo el marco institucional, sino los actores en coordinación/compe-
tencia) faculta un innovador análisis de aspectos hasta el momento desaten-
didos. En primer lugar, como resulta bien conocido, la distinción clave
entre movilización y revolución (desdoblada a su vez entre «situaciones re-
volucionarias» —proceso político de construcción de una soberanía múlti-
ple— y «resultados revolucionarios» —desplazamiento de una élite gober-
nante por otra y, ya en menor medida, cambios estructurales—). En
segundo lugar, y de modo aún más decisivo, el cuestionamiento de la asun-
ción de que el punto de partida del análisis (gráfico 2.1), los intereses, están
dados y son previos a la acción: collective interests are given a priori. La hi-
pótesis, netamente marxista, que hasta el momento lo había acompañado
—la atribución de preferencias atendiendo a la relación entre segmentos de
población y los medios de producción— da paso a una novedosa atención a
los procesos mediante los que la movilización y la acción colectiva modifi-
can los propios intereses de los actores (y sus identidades colectivas) (Tilly,
1978: 229).

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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

GRÁFICO 2.1. Tilly: modelo estructural de movilización (1978)

Organización Interés

Movilización

Represión/
Facilitación

Oportunidades/ Poder
Amenazas
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Acción
colectiva

Fuente: Tilly (1978).

Pero estos temas, sin embargo, la obra de Tilly a estas alturas, de nuevo
touches but only touches. Los numerosos problemas empíricos (la fiabilidad
de las evidencias, de los datos sobre los que se basa el tratamiento estadístico)
y epistemológicos (el carácter escasamente interactivo, estático y no dinámi-
co del modelo) del diseño de investigación inicial darán lugar al ulterior y
más sustantivo desplazamiento de su trayectoria, tanto en lo que se refiere a
los problemas como a los métodos y la epistemología.

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EL LARGO ADIÓS AL ESTRUCTURALISMO:


EL REPERTORIO DE MOVILIZACIÓN
The Contentious French (Tilly, 1986a) y Popular Contention in Great Bri-
tain (Tilly, 1995b) suponen el punto de inflexión de la lógica estructuralista
de explicación de Tilly. Pero, además, en la primera de estas obras llama so-
bre todo la atención el abandono del tratamiento estadístico propio de los li-
bros de los años setenta, y el retorno de una narrativa histórica más parecida
a la empleada en su día en The Vendée. Ahora bien, a esta narrativa histórica
que abarca conflictos y movilizaciones populares durante más de cuatros si-
glos (1598-1984) y en cinco regiones de Francia, le subyace aún una lógica
explícitamente estructural o, más exactamente, dado el creciente peso otor-
gado a los actores sociales y a su papel en el cambio social, estructural-rela-
cional (Lloyd, 1986: 279): se busca ahora, en efecto, evaluar de modo siste-
mático el impacto causal de dos grandes e interdependientes factores
(capitalismo y Estado) sobre la transformación de la acción colectiva. Esto
es: «Procurar respuestas a una cuestión muy circunscrita: cómo el nacimien-
to del capitalismo y la concentración del poder del Estado Nacional han in-
fluenciado las formas en que el pueblo luchaba, con o sin éxito, a favor de sus
intereses comunes» (Tilly, 1986a: 14). El argumento se desarrolla como sigue:
1) las grandes transformaciones estructurales promovidas por el desarrollo
del capitalismo y la construcción del Estado, 2) modifican los intereses, las
oportunidades y las organizaciones de diversos grupos populares, y todo ello
3) altera, a su turno y significativamente, las formas de lucha de clases tradi-
cionales. Al hilo de este argumento a primera vista continuista, sin embargo,
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se iban a introducir novedades de no escaso relieve.


Por una parte, el capitalismo implicaba concentración de capital y trabajo
asalariado, siendo esta proletarización el factor decisivo (provocando el de-
clinar de las formas tradicionales de vida), y generaba de este modo sus pro-
pios conflictos: entre capital y trabajo, en pro de la apropiación de los recur-
sos escasos disponibles o en el mismo seno del mercado, etc. Por otra, el
Estado nacional implicaba un creciente control centralizado del territorio, y
ello en una doble dimensión: 1) crecimiento del aparato del Estado, y 2) pe-
netración territorial del mismo, con sus conflictos consiguientes: sustracción
forzada y contestada de recursos, erosión de los poderes locales, sus corres-
pondientes resistencias, etc. Ahora bien, la centralización del poder del Esta-
do promovió una «nacionalización de la política» que generó, a su vez, inédi-
tas oportunidades para la acción colectiva, pero también nuevos desafíos; por
ejemplo, organizativos y de coordinación.
Sin embargo, la eficacia de los factores estructurales mentados (capitalis-
mo, Estado) no agota aquí de modo alguno la explicación de la acción colec-
tiva: la movilización política posee sus propios determinantes culturales, lí-
mites que derivan de las tradiciones, usos, experiencias y hábitos de
movilización, esto es, del repertorio de la acción colectiva. Este concepto fun-
damental aparece en este libro por vez primera en la trayectoria de Tilly, si

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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

bien de modo por el momento muy poco preciso: un conjunto más o menos
establecido de «medios alternativos de acción común a partir de intereses co-
munes» (Tilly, 1986a: 526). El repertorio resulta considerado, a su vez, como
un efecto de factores causales varios: 1) hábitos cotidianos y organización in-
terna de la población; 2) tradiciones heredadas de derecho y justicia; 3) expe-
riencias de acción colectiva del pasado, y 4) los modelos estándar de repre-
sión empleados por parte de cada Estado. Se supera de este modo un
tratamiento adjetivo y residual de los formatos de movilización que se tradu-
cía, en From Mobilization to Revolution, por poner un ejemplo de entidad,
en la descriptiva e impresionista clasificación de la protesta en tres sucintas
modalidades: reactiva, proactiva y competitiva (Tilly, 1978: 144).
La central aportación de The Contentious French (1986a), a los efectos de
nuestro argumento, reside precisamente en detectar y explicar de modo siste-
mático un cambio del repertorio de acción colectiva que tiene lugar en el si-
glo XIX. En primer lugar, se constata que un primer repertorio parroquial
(centrado en el nivel local) y basado en redes de patronazgo (intercambio de
apoyo por favores), predominante desde mediados del siglo XVIII hasta me-
diados del XIX, se verá reemplazado posteriormente por un repertorio nacio-
nal (generalizado a todo el territorio del Estado) de acciones autónomas (aje-
nas a vínculos tradicionales de dependencia). En segundo lugar, tal cambio se
explica porque las transformaciones en los dos factores estructurales antevis-
tos, desarrollo del capitalismo y construcción del Estado —esto es, «el naci-
miento de un mundo capitalista, burocrático y especializado dominado por
gobiernos fuertes, amplias organizaciones y grandes extensiones urbanas»
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(Tilly, 1978: 144)—, modificaron: 1) los intereses en presencia (de las comu-
nidades religiosas a las clases); 2) las oportunidades disponibles (nuevos ca-
nales nacionales y apertura de un abanico de oportunidades plurales), y 3) los
formatos organizativos (consolidación de organizaciones más complejas, es-
tables y con miembros profesionales).
El punto de no retorno en el camino de progresivo alejamiento del estruc-
turalismo se sitúa, sin embargo, en el principal libro resultado del gran pro-
yecto de investigación sobre el Reino Unido: Popular Contention in Great
Britain, 1758-1834 (Tilly, 1995b). En esta obra se describe y se explica un
fundamental cambio del repertorio de movilización en Gran Bretaña entre el
siglo XVIII y el XIX. Ante todo, sin embargo, se refina el concepto mismo de
repertorio como «limitado conjunto de rutinas que son aprendidas, compar-
tidas y practicadas mediante un relativamente deliberado proceso de selec-
ción» (Tilly, 1995b: 198). Pero esto implica no solo mayor precisión, sino
una ampliación sustantiva de los factores explicativos favorecidos hasta el
momento por el autor, toda vez que los repertorios ahora: 1) son conceptua-
dos como modos establecidos de plantear protestas y demandas; y por lo
tanto 2) creaciones culturales aprendidas e insertas (embedded) en identida-
des colectivas establecidas y relaciones sociales especificas, que 3) se generan
en el seno mismo de las luchas políticas; 4) condicionan y restringen la ma-
triz de modos de interacción disponibles de las luchas populares; y, en fin,

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5) cambian de modo lento e incremental al hilo de las experiencias y las


transformaciones del contexto social y político. Resulta tentador ver aquí los
ecos del concepto de «estructura» que Sewell proponía por aquellas fechas,
en polémica con Giddens, distanciado del marxismo y el estructuralismo:
«Esquemas culturales y conjuntos de recursos que apoderan y constriñen la
acción social y tienden a ser reproducidos por tal acción» (Sewell, 2005: 151).
En segundo lugar, se analizan sistemáticamente, mediante un análisis esta-
dístico de más de ocho mil eventos (contentious gatherings), las característi-
cas de ambos repertorios. El repertorio del siglo XVIII es retratado como:
1) parroquial (desarrollado generalmente en el seno de una sola comunidad);
2) bifurcado (caracterizado por una permanente escisión entre los ámbitos
local y estatal), y 3) particular (con grandes variaciones de localidad a locali-
dad). Por el contrario, el repertorio de movilización del siglo XIX se caracte-
riza como: 1) cosmopolita (esto es, supralocal, coordinado en amplios espa-
cios territoriales); 2) modular (transferible y exportado fácilmente a otros
lugares); 3) autónomo (no mediado por lazos clientelares y locales, y dirigido
directamente a centros de poder en el nivel estatal). Tarrow ha llamado la
atención sobre cómo en torno al concepto mismo de «evento» o «aconteci-
miento» (event) Tilly inicia un itinerario propio alejado tanto de 1) la noción
de «Gran Evento» de Sewell —aquel que cambia drásticamente el curso de la
historia (i.e.: la toma de la Bastilla)— como de 2) la metodología del Event
counts de Kriesi o Olzak —recopilación de multitud de pequeños aconteci-
mientos susceptibles de tratamiento estadístico—. Por el contrario, se decan-
tará por un estudio de la dinámica interna de la protesta a través de una técni-
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ca de análisis automático de textos (noticias) que vinculan verbos y objetos,


lo que permite analizar las conexiones entre actores y los mecanismos inter-
nos (entre ellos: escalada, faccionalización, radicalización, etc.) (Tarrow,
2008a: 234). Posición que Tilly mantendrá y desarrollará, en colaboración
con Takeshi Wada, hasta su última e importante obra Contentious Perfor-
mances (Tilly, 2008b: 50-59).
Ahora bien, lo verdaderamente decisivo en este libro, desde el punto de
vista que aquí nos ocupa, es el desplazamiento de la lógica de la explicación a
que se procede en el mismo respecto a obras anteriores. En efecto, Tilly sigue
postulando la necesidad de dar cuenta del impacto que los dos factores es-
tructurales claves: la construcción de un Estado orientado a la guerra y el
crecimiento de una economía capitalista, ejercen sobre los repertorios de
movilización y su transformación. Y a ellos dedica las más de cuarenta pági-
nas del muy sólido capítulo II de este texto. Pero, y ello constituye una no-
vedad explicativa capital, la movilización política, reconceptualizada ahora
como lucha (struggle) —abanderando explanations of popular contention in
terms of struggle—, se considera como fenómeno dotado de propia autono-
mía, y no mero reflejo adjetivo de los cambios en la organización de la pro-
ducción o la estructura del Estado (Tilly, 1995b: 37). Pero esto reenvía, a su
vez, a una puesta en primer plano de las hasta ahora preteridas dimensiones
culturales de los repertorios. Este esbozo de giro culturalista evita, sin em-

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Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

bargo, explícitamente, deslizarse hacia un culturalismo constructivista post-


moderno que reduzca las experiencias sociales a un «texto sin sujeto» (agen-
tless text) y considere la cultura a modo de, en gráfica expresión del autor,
numinous cloud hovering over social life (Tilly, 1995b: 40). Pero permite a
Tilly, por vez primera, adoptar un innegable y explícitamente asumido cons-
tructivismo relacional-realista que inaugura toda una nueva perspectiva ex-
plicativa de esquiva complejidad: «Las conexiones de causa y efecto entre las
condiciones materiales, las identidades colectivas, las relaciones sociales, las
creencias compartidas, los recuerdos y experiencias, la interacción colectiva
y la reordenación del poder» (Tilly, 1995b: 39).
El concepto clave aquí, el que marca la diferencia, es el de interacción. De
este modo, por una parte, las transformaciones del repertorio se siguen expli-
cando, sobre todo, mediante las nuevas oportunidades abiertas por los facto-
res estructurales de la progresiva concentración de capital (desarrollo del ca-
pitalismo mercantil) y por el aumento y modificación del poder del Estado
(parlamentarización). Pero, sin embargo, se añade ahora un nuevo énfasis en
la interrelación de las organizaciones, movimientos y luchas con las autori-
dades, enemigos y aliados, la cual, a su vez, genera «grandes cambios en la es-
tructura británica de poder» (Tilly, 1995b: 16). La lucha popular incide, pues,
y de modo decisivo, provocando cambios de relieve, en la política nacional
en modos y direcciones varios; en abigarrada síntesis: 1) forzando negocia-
ciones con los gobernantes (ampliación de derechos, por ejemplo); 2) inci-
tando políticas represivas del Estado (creación de la policía metropolitana,
entre otros cuerpos); 3) transformando las alianzas políticas horizontal y
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verticalmente (Queen Caroline Affair); 4) estimulando contradicciones y en-


frentamientos en el seno de la élite dominante (reforma parlamentaria), y
5) alterando las estructuras estatales de restricción del poder (extensión de
sufragio).
De este modo, los factores estructurales: desarrollo del Estado, capitaliza-
ción, urbanización y crecimiento de la población, no cierran —constrained
but not determine— una explicación que añade un cuarto factor sustantivo
de carácter interactivo: la historia autónoma de creencias y recuerdos com-
partidos, precedentes de luchas, vínculos sociales, etc., que se consolidan me-
diante los repertorios de movilización. Tilly adopta aquí una concepción que
ya no es en rigor estructuralista, sino estructural-relacional, esto es, dual o,
mejor, dualista (Bhaskar, 1979: 44; Giddens, 1976: 161; Mouzelis, 1991: 37),
en la que las estructuras sociales (capitalismo, Estado) constituyen la precon-
dición y causa material y, a la vez, el resultado (no inmediato, no intencional)
de la agencia colectiva; y la acción y la movilización es consciente o incons-
cientemente producción creativa y transformadora o, en su caso, mera repro-
ducción (si bien necesaria) de las estructuras sociales existentes. Pero la des-
pedida del estructuralismo y la adopción de una posición dualista relacional
centrada definitivamente en la interacción, que hace su aparición en Popular
Contention in Great Britain (1995b), va a implicar, a su vez, un doble y muy
profundo giro temático y ontológico/epistemológico en la obra de Tilly; a

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saber: 1) la prioridad analítica reconocida a la política y al Estado; 2) el dise-


ño de una nueva morfología de explicación basada en mecanismos y proce-
sos. Veámoslo de modo sucesivo.

LA PRIMACÍA DE LO POLÍTICO Y LA CENTRALIDAD DEL ESTADO


Será en dos obras de los años noventa donde se producirán los cambios de
más relieve, un verdadero punto de inflexión, en el modelo de explicación de
Charles Tilly: la magistral Coercion, Capital and European States (Tilly,
1990a) y la de menor alcance European Revolutions (Tilly, 1993a). El interés
de Coercion, Capital and European States. AD 990-1990 (Tilly, 1990a), sin
duda una de sus obras mayores, reside precisamente en sancionar un doble
desplazamiento, que no ruptura, en su trayectoria: 1) la centralidad relacio-
nal del Estado y sus relaciones genéticas y constitutivas con la guerra; y 2) el
inicio de una nueva lógica explicativa que, más allá de la historia o la estruc-
tura, atiende a los procesos y los mecanismos implicados en los mismos.
Ahora bien, este desplazamiento, a su vez, resulta de todo punto decisivo
para iniciar un largo camino hacia la articulación en un mismo modelo de las
que constituían hasta ese momento las dos líneas mayores de toda su investi-
gación: movilización y protesta de un lado, construcción del Estado por
otro. Líneas que, en su calidad de estrecho colaborador a partir de estos años
y crítico amistoso a la par que autorizado, Sydney Tarrow le reprochaba, se
mantuvieron huérfanas de conexión durante algún tiempo, discurriendo en
ajenidad y diferentes ritmos, la una de la otra (Tarrow, 2008a y b).
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La tesis de que la guerra y la preparación para la guerra es la causa princi-


pal de la construcción de los Estados (y sus principales componentes insti-
tucionales), aún más, la hipótesis teórica de que la estructura del Estado es
una suerte de subproducto (resultado imprevisto) de los esfuerzos de los
gobernantes para hacerse con los medios precisos para hacer frente a las
guerras, reenvía a una nueva y sustantiva centralidad de la interrelación en-
tre estructuras y actores: 1) por una parte, entre Estados y súbditos/ciuda-
danos; y 2) por otra, a los enfrentamientos militares entre los Estados. La
fórmula resulta bien conocida: la guerra forjó Estados, y viceversa. Se supe-
ra así el residual instrumentalismo, la consideración del Estado como un
aparato al servicio de la clase dominante, característico de las fases previas
de la obra de Tilly, que con tanta agudeza criticara Skocpol en su análisis es-
tructural de States and Social Revolutions (Skocpol, 1979: 56). Para esta últi-
ma —en una perspectiva abiertamente política, organizativa y realista—, no
serían tensiones externas, sino internas y estructurales de los Estados, su
crisis y derrumbe, las que propiciarán las revoluciones, conjuntamente con
las estructuras sociopolíticas agrarias que facilitaron los levantamientos
campesinos contra los terratenientes (Skocpol, 1979: 154). De modo muy
revelador del itinerario de (auto)corrección del estructuralismo inicial de
Tilly, este criticaba en 1984 —en Big Structures, Large Processes, Huge
Comparisons—, pese a su indisimulada sintonía con las líneas generales del

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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

mismo, el argumento de Skocpol referido al caso de Francia, por minimizar


la irregular distribución de las luchas rurales contra la expansión del capita-
lismo, así como las diferencias organizativas y de intereses entre campesinos
arrendatarios (aparceros) y proletarios agrícolas, que facilitaron en última
instancia el triunfo de una coalición burguesa (Tilly, 1984: 124).
Los tradicionales factores estructurales de Tilly desde The Vendée hacen
su aparición aquí como causas explicativas: ciudades, capitalismo, Estados.
A ello se añade de manera residual la perspectiva estructural-funcional: serán
los requerimientos funcionales de la guerra los que expliquen la aparición de
la institución estatal, sus componentes principales y sus variaciones adaptati-
vas, como acertadamente le reprocharía Spruyt en una obra de referencia al
respecto (Spruyt, 1994: 32). Podemos reformularlo, por nuestra parte, de
modo mertoniano: el proceso de construcción de los Estados (hacienda, ejér-
cito permanente, administración, asambleas representativa, etc.) desempeña
funciones latentes (necesidad de poner en pie un ejército bien pertrechado de
hombres y recursos materiales y técnicos), no intencionales, no voluntarias
ni previstas, y se explica por ellas. Los formatos institucional-territoriales de
poder que mejor se adapten a ese escenario y provean esos requerimientos
funcionales serán los triunfadores en la competición militar sin tregua. Serán,
precisamente y sobre todo, las distintas combinaciones de recursos e institu-
ciones, de capital y coerción, las que expliquen no solo el surgimiento de los
Estados, sino —lo que constituye una aportación asimismo fundamental de
Tilly en esta obra— los diferentes tipos e itinerarios de surgimiento de los
mismos. Así, una eficacísima combinación de capital y coerción (coerción
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capitalizada), de integración de capital urbano y de movilización proto-na-


cional de los súbditos/ciudadanos, caracterizará los modelos más exitosos de
Francia e Inglaterra. Y esto a diferencia de lo ocurrido con los procesos más
lentos o fallidos, por unilaterales, de intensiva coerción, en regiones de pre-
dominio agrícola y pocas ciudades (Rusia, por ejemplo) o intensivas en capi-
tal, zonas de múltiples ciudades y predominio comercial (ciudades-Estado
italianas, por ejemplo). Una descompensación, de diverso origen, en el bino-
mio de la coerción capitalizada volverá a estos y otros formatos instituciona-
les mucho más precarios e ineficaces en la construcción de un Estado: preva-
lencia de la dispersión territorial del poder de la nobleza, en el primer caso;
inestabilidad estructural en razón de conflictos internos y fragmentación en
pequeños territorios, en el segundo.
Repárese, sin embargo, en un tema capital en relación a nuestro objetivo
en estas páginas: una lógica de la explicación estructural-funcionalista (Cau-
sa=guerra/Efecto=Estado) se da ya aquí la mano con una subyacente, si bien
implícita, morfología de la explicación funcional (Parijs, 1981) mediante dos
mecanismos macro: 1) mecanismo de selección natural (supervivencia de los
Estados con más territorio, recursos y adecuada institucionalización), y
2) mecanismo de refuerzo (desarrollo y generalización de instituciones —ha-
cienda pública, administración centralizada, ejército permanente, asambleas
parlamentarias, etc.—), que muestran un superior rendimiento funcional en

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el sistema competitivo de Estados. En esta primera aparición, no elaborada e


implícita, Tilly emplea un concepto en estado práctico de mecanismo como
algo más que una mera conexión causal dentro de unidades relativamente de-
limitadas que constituyen partes de una estructura más amplia. Debemos no-
tar, además, que nuestro autor postula ya en estos iniciales momentos meca-
nismos a nivel macro en completa ajenidad a: 1) la lógica de una explicación
de elección racional, y 2) la procura de microfundamentos para una explica-
ción que se desarrolla en lo fundamental en el nivel macro tanto en lo que
respecta a la estructura como a la acción. Precisamente en este último aspecto,
la guerra tendrá, además, un nexo causal adicional, con las revoluciones:
«Todas las grandes revoluciones europeas y muchas de las pequeñas se inicia-
ron con tensiones creadas por la guerra» (Tilly, 1990a: 261).
Pero a los factores estructural-funcionales Tilly añade otros estrictamente
relacionales (Bhaskar, 1979: 51) que conectan la acción colectiva con las estruc-
turas sociales y políticas; a saber: las luchas y negociaciones de los gobernantes
con los gobernados. La población se resistía a la toma directa de hombres, ali-
mentos y armas, lo que generó mecanismos indirectos de recaudación impues-
tos y la construcción de una hacienda pública. Pero, de esta suerte, tanto la re-
sistencia como la cooperación de la nobleza, la burguesía urbana, los artesanos,
los campesinos y otros actores crearon y recrearon la estructura del Estado a
largo plazo. Así, por ejemplo, las instituciones representativas no resultan ex-
plicadas en el argumento de Tilly desde una evolución autónoma de las estruc-
tura estatal, sino como efecto derivado, como concesiones de mecanismos con-
sultivos, inicialmente fiscales, arrancadas a los gobernantes en el proceso de
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enfrentamiento con los diversos órdenes y clases y en la permanente negocia-


ción por los medios necesarios (impuestos y levas) para la guerra.
Sin embargo, y al margen de la complejidad de los procesos de construc-
ción de los Estados que Tilly detalla, y cuyo alcance ontológico/epistemoló-
gico enseguida veremos, Coercion, Capital and European States adolece de
una patente falta de articulación entre la movilización y el conflicto internos,
por una parte, y la específica estructura institucional de los diferentes forma-
tos político-institucionales en competencia, por otra. Anderson, Spruyt y
Tarrow, entre otros, han apuntado que la atención a la guerra como motor
externo del proceso, que pone en marcha una serie de requerimientos funcio-
nales a responder institucionalmente —Tilly, de hecho, explica la guerra por-
que funciona: war functions— considerados como factores causantes de la
estatalización, debe completarse con la debida atención a las coaliciones polí-
ticas que rigen los destinos de los diversos sistemas políticos (ciudades-Esta-
do y monarquías territoriales centralizadas, por ejemplo) y con la capacidad
de las instituciones políticas de superar (o no) los conflictos de intereses. De
tal modo que resulta de todo punto decisivo el hecho de que estos irrumpan
ora de modo directo (Italia), ora indirecto (Francia) en el escenario político:
introduciendo incertidumbre, crisis de confianza y legitimidad, arribismo
sistemático y desembocando con mayor o menor facilidad en conflictos ex-
trainstitucionales (Anderson, 1974; Spruyt, 1994: 32; Tarrow, 2004).

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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

Pero hay todavía una última novedad referida a la morfología de la expli-


cación en Coercion, Capital and European States que supone una disconti-
nuidad en la trayectoria de Tilly, si bien todavía no debidamente sustantivada
a estas alturas de su obra. En síntesis: el abandono de una morfología estruc-
turalista de explicación y una lógica espacial (de causación «geológica» de
profundidad/causa hacia superficie/efecto) en favor de una lógica temporal,
y una correlativa morfología centrada en procesos políticos (process-tracing),
teóricamente informada y basada, como hemos visto, en mecanismos. Así, el
proceso dinámico de construcción de los Estados se explica mediante la con-
catenación, histórica y espacialmente diferenciada según los casos, de diver-
sos mecanismos que catalizan la relación genérica entre la causa (la guerra y la
preparación para la guerra) y su efecto (la construcción del Estado), intervi-
niendo secuencialmente y de modo estrechamente interactivo: 1) mecanismo
de extracción: levas, impuestos, etc.; 2) mecanismos de protección: defender a
los apoyos sociales de los ataques internos y externos; 3) mecanismos de ar-
bitraje 2 de las tensiones y conflictos entre los diferentes grupos sociales en
presencia; 4) mecanismos de redistribución: corrigiendo los fallos del merca-
do y las tensiones nacidas de la desigualdad; y 5) en fin, mecanismos de pro-
ducción: intervención del Estado para producir directamente, extraer deter-
minados minerales, controlar los mercados de determinados bienes de
subsistencia, etc.
Debe ponerse de relieve la muy innovadora aportación de Tilly mediante
la explicación atenta a los mecanismos, lo cual marca la diferencia en el seno
del conjunto de teorías basadas en los procesos y evolución del Estado de
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Hintze (1968) a Michael Mann (1986), pasando por Perry Anderson (1974).
Por su parte, el interés, a todos los efectos menor, de European Revolu-
tions, 1492-1992 (Tilly, 1993a) radica menos en su aportación sustantiva al
análisis de las revoluciones —relacionando aquí de nuevo el autor la estruc-
tura del Estado con la organización social, las constelaciones de actores en
presencia y la guerra—, muy por debajo en sofisticación de las obras de
Skocpol (1979), Goldstone (1991) o Brenner (1993), que en la clara reivindi-
cación, por vez primera, de una morfología de la explicación en términos de
procesos y mecanismos causales. En efecto, en este libro se rechaza, de entra-
da, la posibilidad misma de formular «leyes», «pautas y condiciones recu-
rrentes» (leyes de cobertura) de las diferentes revoluciones, para pronunciar-
se explícitamente por mostrar los recurrentes mecanismos causales que
intervienen en un amplio abanico de procesos revolucionarios. En breve, se
procede de modo muy claro y conciso en orden a demostrar (o «ilustrar»,
como prefería decir Tilly): 1) que determinados mecanismos (de sucesión, de
cooptación, de lucha, de resolución de conflictos, etc.) intervienen en la ma-
yoría de las revoluciones; 2) que esos mecanismos se sitúan principalmente
en los procesos del funcionamiento ordinario y la transformación de los Es-

2 Para comprobar la procedencia del término arbitraje y las razones de esta traducción al castella-

no, véase nota al pie 1 del capítulo 1.

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tados; 3) que operan e interactúan a pequeña escala y no en grandes secuen-


cias, en cambios lineales de vastas estructuras sociales o mediante fuerzas his-
tóricas universales; 4) que la variación en la naturaleza, desarrollo y efectos
de las revoluciones se explica por la modificación de esos mecanismos; y
5) que estos cambios de mecanismos se produjeron al hilo de las profundas
transformaciones que experimentaron las economías, los Estados y los siste-
mas de Estados europeos, pasando de situaciones revolucionarias comunales,
basadas en lazos clientelares y dinásticos, a situaciones revolucionarias basa-
das en el nacionalismo y las lucha de clases. Estos mecanismos causales, si
bien no son clasificados ni analizados aquí en detalle de modo sistemático en
ningún momento, los agrupa Tilly genéricamente en tres categorías: 1) los
que incentivan las reacciones contra el creciente control y centralización del
Estado; 2) los que condicionan el apoyo a tales movilizaciones; y 3) los que
regulan la relación de las élites con los desafiantes (Tilly, 1993a: 29). En este
orden de cosas, se analizan mecanismos causales tales como la conjunción de
estrategias fiscales y contexto económico en la génesis de la protesta popular,
la disponibilidad de aliados de los insurgentes en la consecución de alianzas
revolucionarias, las formas de sucesión o las crisis dinásticas como generado-
ras de vulnerabilidad de los Estados.
Debemos ahora prestar la debida atención a las características de esta nue-
va morfología de la explicación en la obra de Tilly y sus presupuestos onto-
lógicos y epistemológicos.
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REALISMO RELACIONAL Y EXPLICACIÓN MEDIANTE PROCESOS


Y MECANISMOS
Desde mediados de los noventa, Charles Tilly comienza a publicar una se-
rie de artículos de reflexión metodológica sobre su obra y las aportaciones de
otros colegas, que apuntan con claridad a una superación del estructuralismo
inicial, al tiempo que mantiene su tradicional distancia, siempre insalvable,
frente a la explicación mediante leyes de cobertura y las pseudoexplicaciones
estadísticas mediante correlaciones entre variables (pues, a su entender, corre-
lación no es explicación). Opción esta última ejemplificada por la importante
obra de Thomas Ertman Birth of Leviathan: Building States and Regimes in
Medieval and Early Modern Europe, la cual, mediante una metodología pro-
babilística, detecta tres variables en catorce casos, las cuales «dan cuenta de la
mayor parte de las variaciones»: 1) desarrollo administrativo; 2) competencia
geopolítica anterior o posterior a 1450, y 3) existencia o no de instituciones
representativas fuertes (Ertman, 1997). Muchos de estos artículos serán in-
cluidos por él mismo, con vocación sistemática y para subrayar la centralidad
de estos temas en su trabajo —reforzando estas seminales contribuciones con
nuevas aportaciones escritas ex profeso para ambos volúmenes—, en los dos
importantes libros que a cuestiones de método dedicará en los últimos años
de su carrera: Identities, Boundaries, and Social Ties (Tilly, 2005g) y Explai-
ning Social Processes (Tilly, 2008a).

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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

Creemos que reviste un especial interés, a los efectos que aquí importan,
subrayar y analizar el desplazamiento que en la concepción de la estructura
profunda de las ciencias sociales Tilly propone en estos años. A la pregunta
central de ¿por qué? nuestro autor desdobla la respuesta en dos niveles: 1) la
lógica de la explicación (X-Z): esto es, la necesidad de aportar una condición
de causalidad que postule la existencia de un vinculo causal entre dos hechos,
explanans y explanandum, y 2) la morfología de la explicación (X-Y-Z): la
necesidad adicional de proporcionar la particular condición de inteligibilidad
(Y) que proporciona un mecanismo causal plausible que conecta causa y
efecto (Parijs, 1990: 20). Por Causa entenderemos en lo que sigue, una con-
cepción minimalista a la vez unitaria y pluralista en sus criterios, aquel factor
o factores que elevan las probabilidades de que se produzca un determinado
evento (Gerring, 2005: 190).
Así, por ejemplo, en «To Explain Political Processes» (Tilly, 1995b) —a
partir de las críticas de Sewell, Sommers y Harrison White— dirige un durí-
simo ataque —calificándolo de a waste of time— a los estudiosos que, a la
hora de explicar procesos políticos de amplia escala, emplean modelos gene-
rales invariantes que caracterizan a unidades sociales autorreferenciadas se-
gún el modelo básico: 1) todos los fenómenos de tipo A (revolución, nacio-
nalismo, etc.) poseen las características X, Y, Z, etc.; 2) el caso N es de tipo
A; 3) luego N posee las características X, Y, Z. Tilly subraya que las regulari-
dades en la vida política no operan en forma de estructuras y procesos recu-
rrentes a gran escala. Siguiendo a Stinchcombe (1978), bien que interpretán-
dolo en clave ontológica (naturaleza del objeto de estudio) y no meramente
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epistemológica (condiciones de conocimiento), nuestro autor reclama inves-


tigaciones históricamente contextualizadas en busca de causas no observa-
bles a primera vista, operando en procesos, combinaciones, circunstancias y
secuencias varias, con diferentes resultados finales. De este modo, el trabajo
fundamental del investigador, a su juicio, no es la procura de similaridades,
sino la explicación de la variación que se aprecia en estructuras y procesos re-
lacionados (Tilly, 1995b: 1602). Además, frente a las insuficiencias causales
de las explicaciones mediante covariación, centradas en si un específico fac-
tor X es la causa de Y, las explicaciones mediante mecanismos que ahora
adopta nuestro autor se interrogan ¿por qué? y ¿cómo? X puede causar (o
impedir) Y.
En «Means and Ends of Comparison in Macrosociology» (Tilly, 1997b)
da un paso más, criticando en este caso los diseños de investigación de Big
Case Comparisons por «inadecuación ontológica» y remitiéndose específica-
mente —I claim to have practice what I preach— a sus propias obras de los
noventa (Tilly, 1990a, 1993a, 1995b). Rechazando explícitamente ahora el es-
tructuralismo (en razón de su holismo, la postulación de totalidades dotadas
de lógica inmanente) y el individualismo metodológico (por postular, para
toda explicación, el obligado reduccionismo a acciones de sujetos racionales
individuales), Tilly se adscribe a una posición ontológica de realismo relacio-
nal. A saber: las transacciones, interacciones, vínculos sociales e intercam-

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bios constituyen la estofa de la vida social a explicar. Esta posición ontológi-


ca conduce al investigador a concentrarse en el análisis de las conexiones en-
tre los individuos y los espacios sociales que agregan y desagregan estructu-
ras organizativas y condicionan, de este modo, las conductas.
Esta posición ontológica tiene consecuencias epistemológicas: el abando-
no del análisis estadístico de múltiples casos por una búsqueda alternativa de
mecanismos causales —«como aquellos que emplean los geólogos o los ecó-
logos»— que operan a diferentes escalas y procesos, elaborando así narrati-
vas casuales verificables, basadas en diferentes cadenas de causalidad cuya
eficacia pueda ser demostrada independientemente de aquellos relatos. Una
primera consecuencia de esto, puesta en práctica en los análisis de Coercion,
Capital and European States y European Revolutions, es que los nexos cau-
sales no operan en el nivel de entidades discretas y sustantivas (como los Es-
tados, por ejemplo) dotadas de una lógica esencial, sino que pueden descu-
brirse actuando a niveles inferiores (downgrading) e internos (creación de
una hacienda para satisfacer las necesidades económicas de la guerra) o supe-
riores (upgrading) y externos (competición militar en el sistema internacio-
nal de Estados). Esto permite seleccionar episodios, esto es, fragmentos de la
vida social para su estudio que deberán funcionar como hipótesis de trabajo
cuya consistencia tendrá que ser, a su vez, debidamente probada en el curso
de la investigación. La segunda consecuencia es que la validez de la investiga-
ción misma dependerá «no de la lógica experimental de Mill [en alusión a
Skocpol, R. M.], ni de deducciones de leyes generales [en alusión a Goldsto-
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ne, R. M.], ni de precisos análisis multivariados [en referencia a Gurr, R. M.],


sino de la demostrable presencia y robustez de los mecanismos causales que
incorporan» (Tilly, 1997b: 50).
A partir de este momento, Tilly defenderá la pertinencia analítica de tres
básicos conceptos: 1) eventos que alteran las relaciones entre varios elemen-
tos; 2) procesos como concatenaciones, combinaciones y secuencias de meca-
nismos, y 3) episodios como fenómenos delimitados hipotéticamente por ra-
zones analíticas, y de mayor o menor escala. Los tres, sin embargo, no serán
situados por el autor en el mismo nivel de prioridad epistemológica: Tilly
postulará una reorientación de la explicación desde los episodios a los proce-
sos, priorizando de este modo en su trayectoria mecanismos y procesos. En
síntesis, de las tres posibles variedades de causas y efectos (Gerring, 2001:
135), su obra se desplazará a lo largo de su recorrido desde 1) las condiciones
(estáticas), hacia 2) los eventos (dinámicos, momentáneos y discretos) y 3) los
procesos (dinámicos y lentos).
En la muy notable contestación —«Errors: durable and otherwise»— a la
multiplicidad de críticas que se le dirigieron a su libro Durable Inequality
(Tilly, 1998b), Tilly argüirá que tras la disputa subyacía, oculto tras las críti-
cas sustantivas a su visión de las causas de la desigualdad, un «desacuerdo en
torno a la explicación» (Tilly, 2000b: 492), que hasta el momento, sin embar-
go, el propio autor reconoce haber explicitado muy poco. Este desacuerdo

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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

es, a su juicio, de naturaleza ontológica/epistemológica, habida cuenta de que


se distancia abiertamente en aquel libro de los usuales modos de explicación:
positivista (mediante leyes de cobertura), individualista metodológico (ratio-
nal choice) y holista (estructuralismo), decantándose por una explicación
destinada a la procura de «mecanismos causales y procesos» de alcance gene-
ral en el seno de fenómenos sociales particulares. En este sentido, Durable
Inequality despliega sus análisis desde unos presupuestos ontológico/episte-
mológicos, que resultan ajenos a la mayoría de sus críticos (con la notable ex-
cepción de Olin Wright), en torno a específicos mecanismos relacionales
como causas recurrentes de desigualdad; entre otros: explotación, cierre de
oportunidades, emulación y adaptación. La desigualdad no resulta, pues, ex-
plicada por Tilly de modo estructural, sino mediante complejos procesos de
producción de fronteras sociales y de identidades colectivas, subrayando en
todo momento el carácter construido de todo grupo social: los sistemas de
desigualdad durable emergen a través de un conjunto de procesos de delimi-
tación de límites sociopolíticos y constante redefinición cultural, social y po-
lítica, mediante mecanismos como la explotación y el cierre de oportunida-
des (Tilly, 1998b: 154).
La plena clarificación sistemática de esta ontología realista relacional y
una epistemología centrada en mecanismos y procesos se producirá en dos
textos clave del inicio de la última década del siglo: «Mechanisms in Political
Processes» (Tilly, 2001a) e «Historical Analysis of Political Processes» (Tilly,
2002b), coetáneos ya de la decisiva obra conjunta con Tarrow y McAdam,
que supondrá la superación del horizonte de la agenda clásica de investiga-
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ción de los movimientos sociales: Dynamics of Contention (McAdam, Ta-


rrow y Tilly, 2001), hacia un modelo explicativo ya plenamente dinámico,
interactivo y relacional (gráfico 2.2). En todos estos lugares Tilly explicita y
discute sustantivamente estos temas, al tiempo que reconoce sus deudas inte-
lectuales con los principales investigadores (Elster, 1989; Coleman, 1990;
Stinchcombe, 1991; Hedström y Swedberg, 1998) que postulan la explica-
ción mediante mecanismos (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001: 25). Para enton-
ces ya pone especial énfasis, sobre todo, en resaltar como característica cen-
tral de su proceder de los últimos años una explicación selectiva de rasgos
destacados por medio de analogías causales parciales —selective explanation
of salient features by means of partial causal analogies (Tilly, 2001a: 24)—.
Este sesgo explicativo marca las diferencias capitales entre la perspectiva de
Tilly y la explicación mediante meras correlaciones estadísticas, leyes de co-
bertura u holismos estructuralistas o sistémicos; a saber: 1) la negativa a
aceptar la presencia de toda recurrencia sustantiva en procesos y estructuras
a gran escala, y 2) la atención a la variabilidad de los efectos de los mismos
mecanismos dependiendo de las condiciones y el proceso (o, en su caso, de la
copresencia de otros mecanismos).
Pero debe repararse en que esta nueva «persuasión» ontológica y episte-
mológica, que lo aleja tanto del estructuralismo como del crecientemente
hegemónico paradigma de la elección racional, lo distancia asimismo de la

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GRÁFICO 2.2. Tilly: modelo interactivo de movilización (2001)


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Atribución de Apropiación Acción colectiva


MIEMBRO amenazas/ organizacional innovadora
oportunidades
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Grandes Escalada de
procesos de incertidumbre
cambio percibida

Atribución de Apropiación Acción colectiva


DESAFÍO amenazas/
oportunidades social innovadora

Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
Fuente: McAdam, Tarrow y Tilly (2001).

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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

clásica lógica de la explicación de los análisis clásicos de los movimientos so-


ciales. En efecto, recuérdese que en aquellos se procedía mediante una expli-
cación basada en la incidencia causal lineal y superpuesta de diversas varia-
bles no siempre consideradas de modo suficiente en su interrelación y, lo
que es más importante a efectos explicativos, en su eventual multicolineali-
dad (King, Keohane y Verba, 1994: 127); en síntesis: 1) precondiciones so-
cioeconómicas; 2) estructura de oportunidad política; 3) estructuras de mo-
vilización; 4) procesos de enmarcamiento, y 5) repertorios de movilización
(McAdam, Tarrow y Tilly, 2001: 17). Queda pendiente, sin embargo, por
aclarar todavía, a estas alturas, la radicalidad de esta pretendida «superación»
de la agenda clásica en la práctica, y si la aportación de mecanismos supone
una ruptura o, más bien, un complemento a la misma.
En otro orden de cosas, es en este artículo donde Tilly ensaya por vez
primera una respuesta tentativa a su pregunta final de Popular Contention in
Great Britain —«What of Democracy?» (Tilly, 1995b: 385)— mediante me-
canismos causales: desigualdad, redes de confianza, política pública, etc., los
cuales, a su vez, descompone de forma muy detallada en otros submecanis-
mos más básicos (Tilly, 2001a: 34) y que desarrollará (y corregirá) más ade-
lante, con las innovaciones que señalaremos, en Democracy (Tilly, 2007b).
Pero debemos precisar algo más la noción de «mecanismo causal» que
emplea Charles Tilly, porque contiene algunos rasgos específicos que hacen
imposible reconducirla sin más a una supuesta morfología estándar de la ex-
plicación fundamentada en mecanismos. Creemos que hay al menos tres cua-
lificaciones, dos de ellas de índole ontológica y una tercera epistemológica,
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en el concepto de mecanismo de nuestro autor que deben ser tenidas muy en


cuenta. En primer lugar, para Tilly, «mecanismo» designa un factor o proce-
so (físico, social, psicológico) inobservable, a través del cual operan los agen-
tes dotados de poderes causales en contextos y bajo condiciones específicas.
Esto es, los mecanismos no resultan observables a primera vista, pero sin em-
bargo son reales, es decir, constituyen realidades ontológicas, y por lo tanto
no son equivalentes a teorías —conjuntos de hipótesis y modelos que sirven
para explicar el funcionamiento y efectos de determinados mecanismos—, tal
y como sucede, por ejemplo, en autores por él citados y a los que manifiesta
seguir. Así, para Hedstrom y Swedburg, por ejemplo, los mecanismos causa-
les constituyen «constructos analíticos que proporcionan vínculos hipotéti-
cos entre eventos observables» (Hedstrom y Swedburg, 1998: 13); y para el
propio Stinchcombe, un mecanismo es «una pieza de razonamiento científi-
co que resulta verificable de modo independiente y da origen, asimismo de
modo independiente, al razonamiento teórico» (Stinchcombe, 2005). Tilly,
por el contrario, adopta una definición realista de mecanismo que lo sitúa en
el nivel ontológico (realismo relacional), y no meramente epistemológico ni
metodológico. Y ello pese a que cuando hable de explicación mediante meca-
nismos y procesos sitúe la opción, estrictamente en lo que se refiere a la mor-
fología de la explicación, en el ámbito epistémico. Para ser más precisos,
nuestro autor sigue en esto, en líneas generales, la posición realista naturalis-

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ta de Harré, Bhaskar, Sayer (Harré, 1976; Bhaskar, 1979; Sayer, 1984) y otros,
para quienes: la construccion de una explicación, esto es, la producción del
conocimiento de un mecanismo que produce un determinado fenómeno, im-
plica la elaboración de un modelo del citado mecanismo, el cual, si existiera y
actuara en el sentido previsto, daría cuenta del fenómeno en cuestión. A Tilly
podríamos atribuirle a este respecto una concepción ontológica de mecanis-
mo muy semejante a la propuesta, entre otros, por George y Bennett: «Si so-
mos capaces de medir los cambios en la entidad generados tras la interven-
ción del mecanismo y en aislamiento temporal o espacial respecto a otros
eventuales mecanismos, estaremos en condiciones de postular que el mencio-
nado mecanismo ha causado el cambio observado en dicha entidad» (George
y Bennett, 2005: 137). En suma, mediante el análisis en clave ontológica, rea-
lista relacional, de los mecanismos, la ciencia social explicativa de Tilly aspira
a abrir la caja negra de los procesos políticos revelando sus engranajes (nuts
and bolts, que diría Elster) y su funcionamiento interno (Tilly, 2008a: 5).
En segundo lugar, debemos subrayar que la adopción del concepto de me-
canismo causal por parte de Tilly no implica, en su caso, un necesario sesgo
hacia la procura de microfundamentos individualistas, esto es, el obligado
tránsito de lo macro a lo micro entendido como la esfera de la acción racional
de los individuos; en el sentido de, por ejemplo, Daniel Little: «Las hipótesis
sobre mecanismos sociales deben ser construidas sobre la base de dar cuenta
de los “microfundamentos” de los procesos, es decir, los individuos eligiendo
en el contexto de circunstancias estructuradas son la máquina del cambio so-
cial» (Little, 1998: 198); o bien Jon Elster: «En las ciencias sociales la procura
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de mecanismos está conectada de modo muy próximo con el programa del


individualismo metodológico» (Elster, 1998: 47). Tilly no lo excluye, en abso-
luto; es más, muchos de sus análisis (en Contentious Performances o en De-
mocracy, por ejemplo) parecen reclamarlos como indispensables microfunda-
ciones de la lógica del conflicto de grupos o «dilemas del rebelde»
—coordinación, identificación, comunidad, creencias compartidas, jerarquía,
reclutamiento, etc.—, pero en general opta claramente, frente a Hardin, Lich-
bach, Kalyvas, Weinstein o, antes que todos ellos, el propio Coleman y su in-
fluyente modelo macro-micro-macro (Coleman, 1990; Hardin, 1995; Lich-
bach, 1998; Kalyvas, 2006; Weinstein, 2007), por mantenerse en un nivel
macro en cuanto a los sistemas, y esto es lo que lo diferencia del estructuralis-
mo y el funcionalismo, también en lo que atañe a los actores. Así: 1) unas
EOP o regímenes que enmarcan la 2) acción de actores colectivos que, a su
vez, 3) inducen cambios estructurales e institucionales. Desatiende así el aná-
lisis de los microfundamentos en términos individuales de la teoría de la elec-
ción racional y pone entre paréntesis dar debida cuenta del paso del yo al
nosotros.
Sus propias palabras no precisan, a estos efectos, ulterior comentario:
«¿Reclaman los mecanismos causales implicados en un proceso la reducción
en última instancia a las acciones racionalmente motivadas de individuos?
Algunos sí, pero la mayoría no. La mayor parte de los mecanismos corres-

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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

ponden a efectos complejos, contingentes y colectivos de la interacción so-


cial» (Tilly, 1997b: 49). La posición de Tilly es clara: concentrarse en la pro-
cura de microfundamentos explicativos, sin atender a la construcción de más
amplias estructuras teóricas, reviste el nada desdeñable peligro de ocultar la
presencia de las más amplias estructuras reales que condicionan de modo de-
cisivo la acción. En términos más recientes de Pierson: el precio de una exce-
siva atención a los mecanismos micro es la desatención manifiesta a los fenó-
menos macro y de larga duración, y es de todo punto preciso «que el
investigador sea sensible a considerar esa posibilidad desde el primer mo-
mento» (Pierson, 2004: 102).
Así, su profunda convicción, muy polémica desde luego con el main-
stream del rational choice, es que el concepto de mecanismos causales resulta
de inapreciable ayuda en una variedad muy amplia de contextos, y muy espe-
cialmente cuando la investigación es macroestructural (Gerring, 2007: 17).
Debe notarse que esto le permite a Tilly dar dos pasos en el mismo movi-
miento: 1) deshacer el equívoco de que la dimensión micro equivale a la ac-
ción y actores, y lo macro a estructuras: por el contrario, puede haber ma-
croactores (movimiento social, por ejemplo) y microestructuras (red básica
clientelar, por ejemplo) (Mouzelis, 1991:33); y 2) como postulan el propio
Elster (1998) o George y Bennett (2005) en obras recientes, la utilidad de mi-
crofundamentos individuales en modo alguno excluye la posibilidad (vetada
por definición para ciertas lecturas ortodoxas del rational choice) de explicar
y testar teorías en el macronivel, ni de postular y testar mecanismos macro en
el macronivel: «Si todos los individuos se comportan de la misma manera en
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la misma estructura social, la acción que interesa a efectos explicativos y cau-


sales se sitúa en el nivel de esa estructura social, incluso aun cuando deba
operar a través de las percepciones y cálculos de los individuos» (George y
Bennett, 2005: 142). Así, teorías estructurales o realistas relacionales pueden
perfectamente ser modeladas y verificadas en el nivel macro. La formulación
de hipótesis en el nivel micro no es, pues, un imperativo universal de la mor-
fología de la explicación científico-social, sino una elección teórica del inves-
tigador a validar, en todo caso, mediante los resultados de la investigación.
Precisamente la (muy criticada) clasificación de Tilly-Tarrow de los mecanis-
mos en medioambientales (que se refieren a condiciones y contextos), cogni-
tivos (que implican dotación de sentido, enmarcamiento, etc.) y relacionales
(referidos a conexiones entre grupos, redes, espacios, instituciones, etc.)
(Tilly, 2008a) tiene precisamente esa finalidad ontológico/epistemológica:
ampliar el concepto de mecanismo a la perspectiva macro (relacional, me-
dioambiental) más allá de un forzoso reduccionismo explicativo (procedien-
do a través de mecanismos cognitivos únicamente, por ejemplo) a las micro-
decisiones racionales de los individuos.
En tercer lugar, el concepto de mecanismo desde una perspectiva realista
y en el nivel macro faculta, a su vez, a Tilly (1997b: 43; 2008a: 24) a pasar del
nivel ontológico al epistemológico provisto de una nueva perspectiva, pues,
como han señalado Little y otros, los mecanismos causales apuntan a un mé-

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todo de investigación centrado en procesos (process tracing) (Little, 1998:


211). Lo cual permite, ante todo, a Tilly retener y consolidar teóricamente
una característica permanente de su entera trayectoria: la conexión entre so-
ciología e historia, proporcionar explicaciones plausibles de los procesos so-
ciales y situarlos en perspectivas históricas apropiadas. Ahora bien, a dife-
rencia de Little, Elster y otros teóricos y practicantes de una explicación
mediante procesos conectada a microfundaciones individuales, Tilly mantie-
ne en todo momento su foco de atención en el nivel macro. Precisamente, re-
cordando su anterior aportación As Sociology Meets History (Tilly, 1981),
afirmará en una de sus últimas obras: «Los procesos varían en función de
acumulaciones locales históricamente determinadas» (Tilly, 2008a: 3).
Pero, además, conjuntamente con el nivel ontológico y epistemológico ya
referidos, Tilly apunta con claridad a la existencia de un tercer nivel de dife-
rencia específica en su obra derivado de su formulación epistemológica de
mecanismos causales desde el nivel macro y ontológicamente realista relacio-
nal (y que suele brillar por su ausencia en los análisis micro): la necesaria con-
textualización, toda vez que los contextos históricos y culturales en que las
movilizaciones tienen lugar afectan significativamente a los repertorios, acto-
res, trayectorias, resultados y concatenaciones de mecanismos causales. Esto
nada tiene que ver, por tanto, como a veces erradamente se supone, con una
problemática obsesión por grandes estructuras y largas secuencias, sino con
la búsqueda de mecanismos causales recurrentes, concatenándose en el seno
de procesos causales y sus variaciones (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001: 33).
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Ahora bien, más allá de una simple explicación de tipo histórico —la cual
retiene, empero, su propio valor en absoluto desdeñable pese al tipo de evi-
dencia no diseñada que emplea (Goldthorpe, 2001: 21)—, la explicación de
procesos se elabora aquí como una explicación analítica más ambiciosa, apo-
yada en variables teóricas fijadas y elaboradas previamente en el diseño de in-
vestigación. Es más, la explicación de procesos —eso sí: minuciosamente deta-
llada etapa a etapa— resulta vital para la formulación/verificación de teorías:
trata de identificar, mediante uno o varios estudios de caso, la cadena causal y
los mecanismos causales entre la(s) variables(s) independiente(s) y el efecto
sobre la variable dependiente. Esta última es la vía de Tilly, conjuntamente
con una extensa observación empírica en perspectiva histórica y comparada,
para evitar la multiplicación y, sobre todo, la excesiva correlación entre las
varias causas potenciales y controlar, por la tanto, los riesgos de la ya aludida
multicolinealidad, siempre al acecho (King, Keohane y Verba, 1994: 131).
Por último, esta posición ontológica/epistemológica de Tilly posee en su
obra consecuencias metodológicas de no escaso relieve que al menos debe-
mos apuntar. Por una parte, conduce a la dilución de las fronteras tradiciona-
les entre los métodos cuantitativos y cualitativos de las ciencias sociales, ha-
bida cuenta que las narrativas en las que las recopilaciones de eventos de
protesta constituyen la base empírica de la investigación conducen por sí
mismas a las perentorias tareas de descripción, análisis y explicación sistemá-

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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

ticas de los mismos. Por otra, se traduce en la definitiva superación de la


artificiosa división disciplinar entre sociología, ciencia política e historia
(Tarrow, 2008a: 241).

TOP DOWN PLUS BOTTOM UP: LA FINAL ARTICULACIÓN


DE LOS PROCESOS DE CONSTRUCCIÓN DE LOS ESTADOS
Y LOS REPERTORIOS DE MOVILIZACIÓN

Solamente tomando en debida consideración este enorme esfuerzo de


análisis empírico histórico-comparativo (la investigación cuantitativa y cua-
litativa que lo condujo desde el impacto de la urbanización sobre la acción
colectiva a los procesos y repertorios de movilización) y de clarificación
epistemológica (la reflexión sustantiva sobre la lógica y morfología de la ex-
plicación), estamos en condiciones de valorar, situar y dar cuenta en toda su
novedad y relieve de las últimas obras de Tilly: Contention and Democracy
in Europe, 1650-2000 (Tilly, 2004a), Trust and Rule (2005a), Regimes and
Repertoires (Tilly, 2006b) y, sobre todo, Democracy (2007b) y Contentious
Performances (2008b).
En efecto, la sustantiva y coherente articulación de los procesos de cons-
trucción de los Estados y de los repertorios de movilización puede compren-
derse de modo cabal si, y solo si, atendemos al autocrítico proceso de eluci-
dación de la lógica explicativa que, presente en inquietudes epistémicas
rastreables desde el inicio de su itinerario, se radicaliza por parte de Tilly en
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los años noventa. Sin entrar en la riquísima aportación sustantiva al tema,


que aquí no nos ocupa, debemos llamar la atención sobre el hecho de que los
procesos de democratización y des-democratización en diversos países y
épocas son explicados mediante hipótesis teóricas que, si bien «se aplican
igualmente a Kazajastán o Jamaica» (Tilly, 2007a: 23), no dan lugar, empero,
a ninguna ley general de cobertura ni trayectoria única, como tampoco a la
confección de un catálogo de condiciones necesarias y suficientes. Por el
contrario, estas transiciones o involuciones se explican mediante mecanismos
recurrentes (eventos que generan similares efectos) que conforman determi-
nados procesos, los cuales combinan aquellos de modo específico con dife-
rentes resultados finales. Esta es la razón de la crítica a los modelos como el
de la poliarquía de Dahl que, pese a adoptar una novedosa explicación atenta
a los procesos políticos, proporcionan, sin embargo, un catálogo de rasgos
estáticos y no un conjunto de variables continuas e interrelacionadas o en
conflicto.
Esta óptica ontológica relacional explicativa de los procesos de democrati-
zación y des-democratización adoptada en Democracy asume un ángulo
nada sorprendente vista la evolución de nuestro autor: el permanente conflic-
to entre el Estado y los ciudadanos. Ahora bien, si la perspectiva es verdade-
ramente relacional, es decir, ni escorada hacia el Estado, en cuanto organiza-
ción (dimensión estructural) que controla los medios coercitivos, ni hacia los

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ciudadanos (dimensión de la acción), debe proveerse necesariamente un con-


cepto o conceptos que permitan operacionalizar en la investigación aquella
procura de procesos íntimamente interrelacionados. Pues bien, esta es la fun-
ción que desempeña en estas tres últimas obras de Tilly el capital concepto de
régimen; a saber: un conjunto dado de relaciones especificadas entre un Esta-
do (en su compleja y plural materialidad institucional) y los ciudadanos (in-
cluidos aquí los principales actores políticos en presencia). De este modo, el
espacio político de un régimen proporciona la posibilidad de analizar sistemá-
ticamente la relación entre el funcionamiento general de los gobiernos y las
acciones de contestación o protesta. La noción de régimen da cuenta, pues, de
modo realista de una doble asunción: por una parte, el Estado debe ser consi-
derado como un conjunto de estructuras y prácticas que preexisten, esto es,
que constituyen la condición de posibilidad de la movilización; por otra, estas
estructuras resultan reproducidas o alteradas por la acción colectiva de la con-
testación y la protesta. Nótese que el hiato ontológico realista que existe entre
Estado y acción colectiva nos evita, por una parte: 1) el voluntarismo de con-
siderar que el Estado es el producto adventicio de la acción colectiva, elimi-
nando así su autonomía institucional, la cual devendrá clave explicativa, como
veremos, en los procesos de democratización; 2) por otra, la reificación estruc-
tural de entender que el Estado posee una propia lógica interna institucional y
los ciudadanos resultan meros soportes (träger) o althusserianos «portadores
de estructuras». Por otra parte, el concepto realista-relacional de régimen se
vuelve con toda su productividad teórica hacia lo actores y facilita algo de
todo punto decisivo: considerar los repertorios de acción como entidades on-
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tológicamente reales, existentes en la práctica y no meras metáforas o concep-


tos teóricos. Así, los ciudadanos siguen, aprenden, heredan e innovan parcial
e incrementalmente los repertorios recibidos, como una suerte de herencia de
capital estratégico. Pero, de este modo, las políticas del Estado y las moviliza-
ciones de protesta, en mutua interacción, generan a su vez modificaciones de
los repertorios. Dicho de otro modo, las acciones (en el sentido teórico espe-
cífico, ahora, de performances) y repertorios son causalmente coherentes, de
tal modo que factores similares operan en una amplia gama de instancias, y a
la vez simbólicamente coherentes, pues una vez que existen adquieren sentido
propio, lo que facilita su transmisión e innovación.
De ahí, también, la posibilidad epistemológica de selección, muy precisa y
sistemática, de los principales procesos y mecanismos inherentes a cada uno
de ellos que explican la democratización (Tilly, 2004a: 25; 2007a: 50): 1) la in-
tegración de las redes interpersonales de confianza en el ámbito público (a
través de mecanismos como la desintegración de redes tradicionales, la expan-
sión de grupos excluidos del acceso al intercambio con redes, etc.); 2) la auto-
nomización de las instituciones respecto a las desigualdades de clase (procesos
económicos de igualitarismo, políticas públicas universales, funcionarización
del Estado, etc.; 3) la neutralización o eliminación de los centros de poder au-
tónomos competitivos con el Estado, lo que permite el mayor control de los
ciudadanos sobre las decisiones políticas (formación de coaliciones entre éli-

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Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta

tes y actores colectivos, cooptación de poderes intermedios, etc.) (Tilly,


2007a: 50). De especial interés resulta el nuevo concepto de redes de confianza
(trust networks) fundadas en relaciones y no meras disposiciones. Así, para el
autor, no toda red es una red de confianza en razón de que estas últimas re-
quieren una relación de mutuo reconocimiento entre sus miembros proyecta-
da hacia el futuro. De este modo, diferentes tipos de régimen diferirán en, asi-
mismo diferentes, relaciones entre las redes de confianza y los centros de
poder (segregación, integración o conexiones negociadas, por ejemplo) (Tilly,
2005a y 2005g).
Debemos añadir que los tres principales procesos especificados por Tilly
apuntan todos ellos a la autonomía relacional del Estado —en una línea que
conecta a estos solos efectos con la «óptica estructural» de Theda Skocpol
(1979) o del «poder organizativo polimórfico» de Michael Mann (1986)— y,
por ende, a la centralidad de su concepto de capacidad estatal; a saber: el al-
cance con que las intervenciones de los agentes estatales sobre las redes, re-
cursos o actividades no estatales modifican la distribución previa de esos
recursos, redes y actividades y sus mutuas relaciones. De ahí el difícil, por no
decir imposible, equilibrio: ninguna democracia puede funcionar si el Estado
es débil y carece de la capacidad de controlar la toma de decisiones y llevarlas
a la práctica en todo su territorio, al tiempo que un exceso de intervención y
control estatal puede muy bien erosionar la democratización. De este modo
se venía a cubrir definitivamente una laguna en la investigación inicial sobre
el Estado con la que el propio Tilly iniciaba su andadura en los setenta (The
Formation of National States in Western Europe), en los que la atención uni-
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direccional a la estructura impedía prestar la debida atención a las mediacio-


nes representativas entre la sociedad y el Estado y sobre el significado de la
capacidad estatal.
Sin embargo, como atestiguan las trayectorias de sus dos autores de refe-
rencia en Democracy —Robert Dahl, desde la investigación empírica en Po-
liarchy (Dahl, 1971) a la teoría normativa de la democracia en Democracy
and its Critics (Dahl, 1989); y Mark Warren, desde la teoría normativa de la
democracia a la necesidad contextualista de los análisis empíricos en Demo-
cracy and Trust y Democracy and Association (Warren, 1999, 2001)—, la in-
vestigación de la democracia suscita a Tilly un problema epistemológico que,
sin embargo, nunca llegaría a plantearse: la necesidad de explicitar y elaborar
los presupuestos teórico-normativos desde los que formular los problemas y
las preguntas de investigación.
Ahora bien, ni Estados ni regímenes agotan para Tilly la complejidad del
contexto político que debe ser analizado para dar cuenta del complejo esce-
nario en el que se desarrolla la interacción de los ciudadanos con las institu-
ciones. En este orden de cosas, en su última obra, Contentious Performances,
procede a una concreción de aquel en tres dimensiones de mayor a menor es-
cala: 1) regímenes; 2) estructura de oportunidades políticas, y 3) situaciones
estratégicas de los actores en conflicto.

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Ramón Máiz

Esta novedosa e iluminadora perspectiva estratégica, que resulta tan solo


postulada sin un verdadero desarrollo sistemático, patentiza la radicalidad de
su alejamiento del estructuralismo, el funcionalismo y el positivismo, devie-
ne resultado último, sin embargo, de la ontología realista relacional previa-
mente adoptada por el investigador y la nueva morfología explicativa facili-
tada por aquella. En apretada síntesis, un proceso interactivo ideal-típico
entre actores e instituciones procedería como sigue: desde arriba (óptica Top
Down), 1) las características del régimen condicionan la apertura o cierre de
2) la estructura de oportunidad política, la cual a su vez afecta de modo deci-
sivo a las 3) estrategias adoptadas por los actores colectivos. Desde abajo
(óptica Bottom Up), la experiencia previa de la movilización consolida 4) los
repertorios estables y en mayor o menor medida consistentes de moviliza-
ción que limitan las opciones 5) estratégicas disponibles efectivamente por
los actores, y las 6) variedades de la protesta en cada una de las coordenadas
espacio-temporales específicas; estas últimas (las variedades de protesta), a su
vez, abren 7) nuevas ventanas de oportunidad política, hasta el momento in-
existentes, y alteran, finalmente, 8) los regímenes originarios.
En conclusión: la superación del horizonte estructuralista y estructural-
funcionalista permitió a Tilly la final imbricación realista y relacional de sus
líneas maestras de investigación sobre 1) los mecanismos y procesos macro
que 2) explican la interacción entre la construcción y democratización de los
Estados y la acción colectiva y sus repertorios. Estrategias y diseños investiga-
dores durante algún tiempo ajenos la unos a los otros y cuya confluencia fue
solo posibilitada, como hemos tratado de mostrar, por una reflexión sustan-
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tiva sobre la lógica de la explicación paralela al ingente trabajo de toda una


vida. Precisamente este largo proceso autocrítico facultó a Charles Tilly al-
canzar, al final de sus días, las cotas más altas de su iluminadora aportación a
las ciencias sociales contemporáneas. Una vez más, pues esto fue una cons-
tante de su entera trayectoria, en sus últimas obras, las conclusiones de la in-
vestigación de nuestro autor abrían una nueva agenda, y la fecundidad empí-
rico-teórica de sus resultados apuntaba incansable a un nuevo programa de
investigación: la interacción entre las varias dimensiones más arriba citadas,
en procura de sus poderes causales a través de mecanismos y procesos. Pues,
en sus propias palabras, «una obra que no plantea nuevas cuestiones irresuel-
tas no vale la pena escribirla… ¡o leerla!» (Tilly, 2008b: 199).

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3. De lo macro a lo micro en el análisis relacional


de Charles Tilly

Salvador Aguilar
Universidad de Barcelona

María Jesús Funes


UNED

INTRODUCCIÓN
La parte más celebrada de la extensa obra de Charles Tilly se encuentra,
sin lugar a dudas, en los campos de la contienda política y la sociología histó-
rica. Sin embargo, su aportación a estos ámbitos, extremadamente consisten-
te, sería poco comprensible sin su preocupación paralela por la teoría y el
método. El capítulo que presentamos está dedicado a investigar, en exclusiva,
las dimensiones teórica y epistemológica de su obra; a ello dedicó el autor
una atención persistente y un conjunto de estudios que, aunque menos cono-
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cidos en los países de habla hispana de lo que cabría esperar 1, constituyen


una parte esencial de su contribución a la sociología. Ahora bien, la pregunta
es la siguiente: estando claro que ningún especialista en el análisis de las revo-
luciones europeas, la formación de los Estados o la acción colectiva puede
considerarse bien documentado sin conocer la obra de Tilly, ¿sería apropiado
decir algo parecido en lo que se refiere a la dimensión epistemológica de su
trabajo? A nuestro entender, la respuesta debe ser a la vez afirmativa y nega-
tiva. Negativa porque el propio autor pareció conceder una importancia rela-
tiva a esa parte de su obra, aunque como mínimo seis de sus textos más nota-
bles tratan de la cuestión (1981, 1984, 1997a, 2006a, 2008a y 2008c).
Afirmativa, sin embargo, porque ciertos aspectos estratégicos de la teoría so-
cial y de la forma de abordar los fenómenos sociales, como es el caso del es-
tudio de la dinámica social y de la vinculación entre sociología e historiogra-
fía, han quedado definitivamente influenciados por su obra y forman parte
de los fundamentos de la sociología del siglo XXI.
La aparente paradoja que acabamos de mencionar se explica señalando
que cualquiera que fuera el área en que estuviera trabajando no cesaba de
preguntarse por el método y la teoría, pero lo hacía en estrecho contacto con

1 Buen ejemplo de la menor atención prestada a esta parte de su obra es que son muy pocos los

textos traducidos al castellano sobre esta materia y son de los menos divulgados.

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Salvador Aguilar y María Jesús Funes

el análisis empírico que llevaba a cabo. Como resultado, los desarrollos teó-
rico-metodológicos de su obra se encuentran dispersos en la mayoría de sus
textos, por lo que hemos hecho un esfuerzo por entresacar, recoger y reflejar
esta información. Pero, junto a ello, hemos profundizado especialmente en
los dedicados con exclusividad a estas cuestiones. De los seis textos anterior-
mente citados como los más ajustados a estas temáticas centramos el trabajo
de este capítulo, principalmente (pero no sólo), en tres: Big Structures, Large
Processes, Huge Comparisons (1984), Why? (2006a) y Explaining Social Pro-
cesses (2008a). Se trata de tres obras muy diferentes, las dos primeras comple-
tamente originales (1984 y 2006a), mientras que Explaining Social Processes
es una recopilación de textos previos, artículos publicados y conferencias. En
este último, solo la introducción y el epílogo son de nueva creación, pero tie-
ne el valor de ser una recopilación seleccionada, editada y trabajada por el
propio autor al final de su vida. Además, es el lugar en el que reflexiona sobre
la importancia que ha tenido la epistemología en su carrera y lo que ha pre-
tendido aportar en este campo, por lo que puede valorarse como una especie
de premeditado testamento epistemológico.
En consecuencia, este capítulo deja a un lado las cuestiones sustantivas
que fueron objeto de sus análisis y dedica su atención a los modos y maneras
que propone sobre cómo hacer sociología, cómo observar, producir conoci-
mientos e interpretar los fenómenos sociales. Hecho el balance, nuestra con-
vicción es que su aportación es relevante en estos aspectos, aunque es mucho
más sistemática e influyente cuando trata de lo que no debe hacer la sociolo-
gía científica que cuando ofrece caminos epistemológicos nuevos en los que
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apoyarse. Tilly no es un metodólogo, en el sentido sustantivo del término; es


un estudioso que practica y que propone a la vez que experimenta. Tampoco
es un mero usuario de métodos y técnicas, sino que aporta originalidad y re-
flexión epistemológica, más allá de la puesta en práctica de determinados
procedimientos. No podemos afirmar que proponga un paradigma teórico
nuevo y completo en todos los aspectos que investigó, pero sus aportaciones
son notables en tres áreas estratégicas: el estudio del cambio social; la articu-
lación de la sociología y la historiografía; y el análisis de la acción colectiva.
Nuestro objetivo es destacar algunas de sus propuestas más sobresalientes
junto a otras que valoramos como relevantes y están, sin embargo, entre las
menos conocidas de su producción intelectual.

EL LUGAR DEL MÉTODO Y LA EPISTEMOLOGÍA EN EL CONJUNTO


DE LA OBRA DE TILLY

Reflexiones del autor sobre la dimensión epistemológica


de su trabajo
En el año 2008, pocos meses antes de su muerte, se publica Explaining
Social Processes, donde hace una reconstrucción de su recorrido teórico y
epistemológico. Comienza recordándose como aquel joven estudiante de

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

Harvard que se iniciaba en el camino de la sociología e intentaba comprender


las mejores maneras para dar explicación a las preguntas que le inquietaban.
Se inicia en un ámbito en el que dominaba la equivalencia entre los conceptos
de método y análisis estadístico, como él mismo señala: «En esos lejanos
días, método significaba análisis estadístico» (2008a: 2), reduccionismo que
ya en aquellos tiempos le inspiraba cierta inquietud 2. Ello le llevó a plantear-
se desde entonces una abierta actitud crítica hacia la sociología dominante,
cuestionamiento que resultará muy fructífero y que es una de las razones por
las que su ubicación como investigador es peculiarmente rica e interesante.
Repasando sus escritos de más de cincuenta años de vida, el propio Tilly
parece sorprenderse de la centralidad que el método ocupó en su recorrido
profesional, como una inquietud que no le abandonó y se concretó en per-
manentes explicaciones y argumentos al respecto (2008a: 3). El autor relacio-
na esta persistencia en la indagación metódica con su temprano encuentro
con la historia y la fascinación que le supuso, que le llevó a trabajar en los in-
tersticios entre ambas disciplinas. Descubrir las posibilidades de comple-
mentariedad de la sociología y la historia le permitió salvar la simplificación
de los estudios estadísticos interpretados como método. La fórmula con que
resume los claroscuros de su época formativa sintetiza el meollo epistemoló-
gico-metodológico de su carrera académica posterior: «Cuando todavía era
un estudiante de licenciatura, me encontré también con el análisis histórico y
me di cuenta de que la búsqueda constante de conjunción y correlación tenía
dos serios defectos: ignoraba los procesos de transformación y promovía
simplificaciones prematuras» (2008a: 2).
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Pero este interés por la historia no le llevó a asimilarse a los historiadores,


más bien al contrario, estimulaba a estos para que utilizasen los métodos de
la sociología. A pesar de sus críticas a la simplificación estadística, fue desde
el principio un gran defensor del análisis cuantitativo, lo que le llevó a animar
a sus «colegas» historiadores a utilizarlo en sus investigaciones. La necesidad
de la conexión entre ambas áreas de estudio fue para él una constante: «La
buena sociología se toma en serio la historia» (2008a: 133).
Es en este constante «nadar entre dos aguas» donde encuentra el autor la
explicación de haber dedicado tanta atención, más de la que pensaba, a la di-
mensión epistemológica del análisis social. Se veía obligado a enfrentarse a
preguntas, a dar, y darse, respuestas acerca de prácticas empíricas que se dan
por asumidas y aceptadas cuando el investigador se sitúa bajo el paraguas
protector de una única disciplina con límites más definidos (2008a: 3). Los
espacios fronterizos pueden ser más ricos pero siempre más incómodos y su-
jetos a discusión; los autores de un lado requieren explicaciones de unos as-
pectos y los del otro aspiran a comprender lo que no consiguen con sus pro-
pios métodos; ello le obligaba a una permanente indagación y justificación
metodológica.
2 Recomendamos al lector o lectora que, al respecto, compruebe en la p. 2 citada con qué profun-

da ironía y mirada crítica abordaba ya nuestro autor su propio aprendizaje.

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Salvador Aguilar y María Jesús Funes

Por supuesto, hay otra razón poderosa que emerge de sus análisis: cuando
el objeto mismo es parte de la dinámica social exige ese entrelazamiento dis-
ciplinar entre sociología e historiografía, tal como señala el autor:

La historia es importante para la ciencia social porque la historia es importante para


los procesos sociales: cuándo y dónde un proceso social se despliega afecta a cómo se
despliega. Todos los procesos sociales incorporan materiales culturales disponibles
localmente, tales como el lenguaje, las categorías sociales y las creencias localmente
compartidas. Los procesos, por tanto, varían en función de acumulaciones culturales
locales determinadas históricamente (Tilly, 2008a: 3).

Con los años su versatilidad fue siendo mayor: no solo traspasará las
fronteras de la historia, sino que incorporará perspectivas bastante más aleja-
das de sus planteamientos iniciales. Este es uno de los aspectos más sorpren-
dentes de su obra: su flexibilidad, que le permitió considerar las posibilidades
del análisis del discurso, los juegos de la comunicación cara a cara o las prác-
ticas expresivas de la interacción escénica, a un autor mucho más conocido
por los análisis multivariables de grandes series estadísticas obtenidas de una
pluralidad de fuentes y sobre países diversos. Confía en la capacidad de enfo-
ques metodológicos muy diferentes para obtener explicaciones plausibles
—y en la medida en que las ciencias sociales lo permiten, también suficien-
tes— de los procesos sociales. Pero sitúa la diversidad de enfoques, como
debe ser, al servicio de la pregunta de investigación. Según sean las preguntas
de investigación y los ámbitos estructurales y culturales dominantes en la
época histórica donde se ubica el objeto de estudio, deberá inclinarse por un
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enfoque u otro, o combinarlos. Ahora bien, su creciente flexibilidad en rela-


ción con técnicas y métodos se ampara en su insistencia en el rigor lógico de
los procedimientos; la apertura funciona siempre que se mantengan unos re-
quisitos de control formal (2008a: 36-45). El punto extremo en esta apertura
lo encontramos en uno de sus últimos trabajos, Why? (2006a), del que dare-
mos cuenta in extenso más adelante.
El Tilly «metodólogo» que al final de su vida manifiesta como guía de tra-
bajo su intención de no caer ni en un ingenuo inductivismo ni en un subjeti-
vismo radical parece que consiguió mantener de modo coherente este juego
de equilibrios. Señalaba cómo para los científicos situados en el primer extre-
mo los hechos parecen reducirse a los datos que, supuestamente, hablan por
sí mismos sin consideraciones contextuales o culturales; mientras en el extre-
mo contrario se otorga a la cultura y las condiciones ambientales una capaci-
dad de determinación que prácticamente anula las posibilidades del análisis
comparativo entre culturas o países (2008a: 4-5). Ni el construccionismo que
deriva en relativismo invalidante, ni la reducción cuantitativista que simplifi-
ca la realidad a fuerza de sofisticar fórmulas cada vez más alejadas de los se-
res humanos, serán ámbitos en los que se encuentre el trabajo de nuestro au-
tor. Partiendo de un enfoque objetivista reconoce, progresivamente, el valor
heurístico de la dimensión subjetivista de la acción, otorgando cierta validez
a la visión de los propios sujetos y a sus peculiares explicaciones de los he-

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

chos. Pero rechaza el reduccionismo constructivista que valida toda explica-


ción de los actores por el mero hecho de serlo y que presenta las verbaliza-
ciones de los sujetos como representaciones vivas de los fenómenos sociales.
Es encomiable que un autor proveniente de los análisis de encuesta a gran
escala valide el estudio de la producción de los hechos y los significados a tra-
vés de la subjetividad interactiva. La respuesta de Tilly en su última obra al
inductivismo ingenuo y al subjetivismo radical se estructura en tres pasos:
1) buscar la identificación de regularidades que atraviesan los confines de-
marcados por individuos y culturas; 2) verificar empíricamente esas regulari-
dades; y 3) apoyarse en la observación (colectiva) del entorno desde diferen-
tes teorías y por diferentes analistas para «buscar verdades relativas».
Sostiene Tilly que «la verdad relativa es posible, pero siempre está sujeta a re-
visión hasta que aparece una mejor aproximación», y por ello cita aprobato-
riamente a Louise Antony cuando afirma: «La objetividad [...] no la garantiza
el trabajo escrupuloso de los científicos individuales, sino más bien los efec-
tos de la competencia entre las ideas de grupos de teóricos en liza» (2008a: 5).

Las relaciones sociales como unidades sociales básicas:


una interpretación del realismo relacional
Tilly ubica su obra en el paradigma del realismo relacional y sitúa esta co-
rriente en el centro del debate entre individualismo y holismo, siendo su sus-
tento teórico previo, principalmente: el estructuralismo marxista, la sociolo-
gía comprensiva weberiana y la obra de George Simmel. Las relaciones
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sociales, los vínculos y las transacciones constituyen el nudo de la vida social


y, como consecuencia, de la sociología y de las ciencias sociales en general
(Aguilar, 2009). Ni las entidades que se pretenden omnicomprensivas —como
la sociedad o el sistema social, lo que denominará el «monadismo» de la so-
ciología— 3 (Tilly, 1984; 2008a: caps. 1 y 2), ni las instituciones como conjun-
tos de normas y prácticas pautadas, ni tampoco los individuos particulares,
tienen entidad suficiente desde el punto de vista del estudio sociológico si no
se indaga en la interacción y las transacciones que en su seno se producen.
Esto supone adoptar una posición teórica y epistemológica nítida, la opción
por una sociología de la acción entendida como interacción estratégica.
La identificación de las relaciones sociales básicas que se producen con
una regularidad previsible permite comprender los fenómenos sociales. Esta
afirmación cristalizará en aportaciones metodológicas de uso práctico: lo que
denomina mecanismos —noción que procede de Merton y que se convertirá
3 «El monadismo implica la adopción de tres presupuestos estrechamente relacionados entre sí:

primero, que las unidades elementales de la vida social son mónadas autocontenidas y autodirigidas,
en especial individuos humanos, pero también agregados de individuos que en perspectiva ascenden-
te alcanzan el nivel de algo llamado vagamente “sociedad”; segundo, que las regularidades en el mun-
do social consisten en estructuras, secuencias y procesos direccionales de esas mónadas, y que se re-
piten esencialmente de la misma manera una y otra vez; y tercero, que la tarea principal de la ciencia
social, por tanto, consiste en crear modelos invariantes» (2008a: 120).

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Salvador Aguilar y María Jesús Funes

en uno de los útiles metodológicos nucleares de su práctica empírica— se


sustenta en esta afirmación sobre la centralidad de las relaciones sociales
como entidades significativas básicas del proceso explicativo (Tilly, 2008a).
Este enfoque nos acerca a las teorías que priorizan el concepto de agencia,
del que, como mínimo, se podría hablar de tres concepciones clásicas. Tilly,
al igual que Giddens (1984), considera que los sistemas sociales en tanto que
entes autónomos no presentan un valor heurístico, sino interpretados como
relaciones sociales que se organizan como prácticas ordenadas y con una re-
gularidad observable. Sin negar la influencia de la estructura en la acción in-
dividual, estima que la última palabra la tiene el actor, pero no el actor como
individuo, sino el actor en relación. Su visión de la estructura y de los condi-
cionamientos para los actores se acerca al Giddens que señala que más que de
estructura debemos hablar de propiedades o principios estructurales (1984:
180). Es decir, se trata de los elementos que afectan de manera determinante
la práctica social, que pueden contemplarse como recursos, por un lado, y
como reglas, por otro (Giddens, 1984). En segundo lugar, su enfoque de la
agencia recuerda la noción marxiana de la influencia contingente de la estruc-
tura en la conducta y la interacción: la estructura social define lo que hoy
llamaríamos «estructuras de oportunidad». Pero son los individuos y su
interacción, condicionados por los variables contextos históricos, los que
«resuelven» (Porpora, 1987) 4. Parece deudor, en tercer lugar, de la perspecti-
va de la lógica situacional al enfocar el contexto como un todo con lógica
propia (Popper, 1973), que no cabe reducir a la influencia de los factores ais-
lados, sino que el efecto se produce por la activación del conjunto 5. Cada in-
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dividuo es «uno» en su posición, pero solo cobra sentido sociológico en la


medida que actúa desde esta posición cristalizada en la interacción con otros:
es el movimiento y el intercambio relacional entre sujetos o entre sujetos e
instituciones lo que da lugar a los procesos de la realidad (Homans, 1958).
En la compleja concepción de Tilly los individuos se mueven en, y desde,
sus posiciones relativas, posiciones que no son otra cosa que entramados de
relaciones, marcos de acción e interpretación. Actores y personajes ubicados
en posiciones sociales que interactúan en marcos complejos de significados 6.

4 Lo ha visto muy bien Douglas Porpora (1987: 109-112): «Desde un punto de vista metateórico,

la ventaja de la concepción marxiana de estructura social consiste en que supera las oposiciones so-
ciológicas tradicionales entre estructura y agencia y entre fenómenos objetivos y subjetivos. Las rela-
ciones de clase per se son totalmente estructurales y objetivas; pero se pueden estudiar con provecho
solo como determinantes de actividades y conflictos que son de naturaleza completamente agencial y,
como tales, dependientes de fenómenos subjetivos. La agencia fundada en la clase es, así, un concep-
to que une estructura y agencia».
5 Para más información sobre la lógica situacional, su distanciamiento de los diversos individua-

lismos y el reconocimiento del lugar que corresponde en la acción a la intencionalidad y la racionali-


dad, cuestiones de relevancia para lo que nos ocupa, véase Salvador Giner (1978).
6 En este sentido es particularmente interesante el planteamiento de Miguel Beltrán (1991), fun-

damentalmente en su apartado «La realidad social como relaciones sociales»: «[…] lo observable con-
siste en una retícula de posiciones y distancias sociales que en parte es estable y equilibrada y en parte
está cargada de tensiones, con lo que dicha retícula está modificándose, rompiéndose y recomponién-
dose constantemente» (p. 75).

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

Al incorporar progresivamente a su mesa de trabajo los aspectos de la socio-


logía dramatúrgica, Tilly concede creciente importancia al contexto, no solo
desde el punto de vista histórico y cultural, que podríamos considerar con-
texto exógeno, sino desde la perspectiva interna de la relación entre los obje-
tos y la configuración de las acciones en el sentido de dramas, como actos
que adquieren su propia lógica en el funcionamiento (Goffman, 1959, 1963).
Desde este realismo relacional analiza los flujos de comunicación, dinámicas
de acción que se constituyen como relaciones de poder, tanto a pequeña
como a gran escala, provocando efectos a nivel macro y microsocial.

COMPRENDER EL CAMBIO SOCIAL, O LA LÓGICA HISTÓRICA


DE LOS PROCESOS SOCIALES COMPLEJOS: TEORÍA Y MÉTODO
PARA LOS ESTUDIOS A GRAN ESCALA
Con los antecedentes citados, no es de extrañar que uno de los capítulos
de la obra de Tilly de mayor impacto hayan sido su teorización y estudios
empíricos sobre cómo abordar el análisis de lo que Comte bautizó como di-
námica social y, en general, los fenómenos macrosociales o de escala agrega-
da. Ahí están, por ejemplo, sus influyentes obras de 1984 y 2008, así como
sus estudios empíricos sobre los Estados europeos (1990) y la contrarrevolu-
ción de La Vendée en 1793 (1964). Ese eje macrosocial es decisivo al menos
por dos razones. Una, porque esa confluencia analítica de la estática y la di-
námica social ha sido el terreno natural de trabajo de la mayoría de los gran-
des sociólogos: los clásicos, como Tocqueville, Marx y Weber, entre otros,
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pero también los gigantes de la sociología positiva de mediados del siglo XX,
como Merton, Blau, Lewis Coser, Moore y un largo etcétera. Y dos, porque
el nacimiento de la sociología va íntimamente ligado al despegue y apogeo de
la modernización, que introduce en la historia humana una aceleración de
gran calado que se traduce en que las transformaciones sistémicas, y por tan-
to el cambio social de orden estructural, ocupen desde entonces el escenario
central de los fenómenos que interesan a la sociología.
Los interrogantes que presiden el estudio sistemático de los fenómenos
macrosociales están relacionados con los siguientes asuntos: 1) la compren-
sión y correcto enfoque analítico de las estructuras que organizan a las co-
munidades humanas; 2) el papel de esas estructuras, que a su vez interaccio-
nan con factores de orden agencial, en la dinámica de esas comunidades, así
como la importancia relativa de unas y otros; 3) la ubicación adecuada en los
análisis del factor temporal y la correcta comprensión del espacio-tiempo; y
4) los niveles que pueden distinguirse en la estructuración y el cambio de las
sociedades exigiendo instrumentos analíticos, teóricos y metodológicos,
muy variados. El debate sobre la interacción entre estructura y agencia y la
importancia relativa de una y otra, sintetizan este conjunto de problemas
teóricos y metodológicos; en definitiva: ¿es el ser humano dueño de su com-
portamiento o, por el contrario, es un agente inconsciente de las grandes
estructuras sociales? ¿Es el cambio social previsible? ¿Es científicamente

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Salvador Aguilar y María Jesús Funes

comprensible? Charles Tilly dedicó una parte importante de su enorme ca-


pacidad intelectual a introducir claridad y fundamento científico en la res-
puesta a esos interrogantes; lo expone muy bien él mismo poco antes de fa-
llecer al decir que su carrera ha sido «el esfuerzo de toda una vida por
desarrollar métodos y explicaciones apropiados para procesos sociales com-
plejos y para ubicarlos en perspectivas históricas apropiadas» (2008a: 3).

Una pesada herencia intelectual


Tilly se estrena en el oficio de sociólogo en un momento en que la profe-
sión está en proceso de reorientar de manera drástica el conocimiento adqui-
rido sobre las materias citadas, siendo en parte algunos de sus maestros,
como Sorokin, Rokkan o Moore, muy críticos ya con el canon macrosocio-
lógico heredado. Al respecto, el mismo Tilly establecerá el siguiente catálogo
razonado de ese canon heredado, en tres puntos:

Teorías psicologistas del cambio social


Un modelo característico de abordaje deficiente de las transformaciones
estructurales lo suministran lo que Tilly denomina «teorías psicológicas». Al
interpretar los hechos revolucionarios en la Sicilia de 1848, lo describe del si-
guiente modo:

Podemos percibir una forma estandarizada de análisis histórico que consiste en iden-
tificar los principales actores, atribuirles los incentivos apropiados, puntos de vista o
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cálculos, y luego ponerlos en movimiento. La concepción es dramática: el escenario,


los jugadores, los impulsos, la acción. La revolución se convierte en una obra de arte
(1997a: 112).

Tilly señala que en este tipo de enfoque las transformaciones estructurales


de gran escala solo condicionan el escenario, los actores, los impulsos, la ac-
ción (1997a: 112). Como consecuencia, «tienden a incorporarse a la explica-
ción, vía teorías (implícitas o explícitas), según las cuales los cambios estruc-
turales afectan a las mentalidades, las mentalidades guían las acciones, y las
acciones acaban produciendo cambios estructurales adicionales» (1997a:
112). Estas teorías son de dos tipos. El primero —que alude a la teoría de la
modernización de Smelser y Huntington así como a los modelos de Ted R.
Gurr (1971) sobre «por qué se rebelan los hombres»— subraya el impacto
psicológico del cambio a gran escala en forma de desorientación, expectativas
crecientes, privación relativa y difusión de nuevas ideologías. El segundo
—con el que Tilly parece evocar los análisis de las revoluciones del funciona-
lista Chalmers Johnson, de 1966— se concentra en el «encaje» entre institu-
ciones políticas y situaciones sociales: donde aquel es débil la gente se vuelve
insatisfecha, resentida y rebelde, y a la inversa.
Nuestro autor demuestra lo inapropiado de esta suerte de «análisis dra-
matúrgico de acontecimientos particulares» y concluye lo siguiente:

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

Las teorías disponibles que tratan la protesta, el conflicto, la violencia y la revolución


como respuestas directas a las presiones del cambio estructural son erróneas; los po-
tentes efectos del cambio a gran escala sobre el conflicto se difunden por toda la es-
tructura de poder, en especial, mediante la reconfiguración de los medios y recursos
organizativos de que disponen los distintos contendientes posibles por el poder; y así
y todo, ciertos tipos de crisis de corto plazo tienden a promover el conflicto o inclu-
so la revolución (1997a: 113).

Causación social
En una perspectiva más general que la anterior, Tilly escudriña y des-
aprueba los enfoques hegemónicos disponibles para la explicación de la
«causación social»: el individualismo metodológico, el individualismo feno-
menológico y la teoría de sistemas, aunque también hace alusión al análisis
relacional y al análisis de redes. «Los dos individualismos» tienen la ventaja
intuitiva de que se corresponden más estrechamente que las teorías de siste-
mas y el análisis relacional con «las narrativas en las que ordinariamente los
seres humanos “empaquetan” sus explicaciones de los asuntos humanos». En
sus palabras resulta del siguiente modo:

La narrativa presenta casos que observan las unidades clásicas de tiempo y lugar den-
tro de las cuales números limitados de individuos automotivados actúan en respuesta
a la deliberación y/o al impulso, produciendo así todos los acontecimientos que vale
la pena mencionar, a la manera de una obra bien construida. La narrativa se presta
con facilidad a una lectura moral de la vida social, puesto que convierte a cada indivi-
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duo en responsable de sus propias acciones y sus consecuencias (1997a: 8).

En su valoración del individualismo metodológico señala que, además de


que en su variante de la elección racional produce un «retrato irreal» de
cómo los seres humanos toman sus decisiones —como señalan las críticas
más habituales—, es que «carece de una teoría de las consecuencias y cone-
xiones que vinculen una circunstancia de toma de decisión con la siguiente»
(1997a: 8). En el otro extremo, subraya la adecuación del análisis relacional,
generosamente practicado por clásicos como Marx y Simmel, reivindicando
sus señas de identidad: «La pretensión es que las pautas recurrentes de in-
teracción entre los ocupantes de las ubicaciones sociales (en lugar de, diga-
mos, modelos mentalmente depositados de estructuras o procesos sociales)
constituyen el material de trabajo de la ciencia social» (1997a: 7-8).
En la discusión con estos aportes y deficiencias de los enfoques dominan-
tes, Tilly da forma teórica a las innovaciones plasmadas en sus estudios empí-
ricos. En primer lugar, de forma quizá anecdótica pero muy reveladora, re-
conociendo cómo él mismo en su artículo sobre la «modernización» del
conflicto político en Francia —a pesar de su rechazo a la perspectiva moder-
nizadora—, adopta la «calamitosa tipología» (1997a: 10) que diferencia la
violencia colectiva francesa entre «primitiva», «reaccionaria» y «moderna»,
en la tradición de Eric Hobsbawm y George Rudé de distinguir entre acción

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colectiva popular «prepolítica» y «política» (ibíd.). De esta manera, reconoce


autocríticamente, «reinstauraba la teleología evaluativa y progresiva que aca-
baba de rechazar» (ibíd.). Más tarde introduce nociones como contention y
repertorio de acción colectiva, proponiendo un enfoque alternativo al «mo-
dernizador» para describir las formas de la acción colectiva popular.
Adicionalmente, Tilly introduce una nueva forma de enfocar los estudios
de la «causación social»: «El secreto del análisis social consiste en reseguir los
efectos que tiene la improvisación dentro de restricciones históricamente
acumuladas que se incrustan en la cultura y en las sociedades» (1997a: 6).
O dicho con su conocido sentido del humor y refiriéndose al ensayo evalua-
tivo de su obra de 1997 que hace Arthur Stinchcombe: «Lean a Stinchcombe
para enterarse de cómo ciertas representaciones inciertas del futuro, deriva-
das de la experiencia pasada, constriñen la interacción social actual. El ensa-
yo de Stinchcombe les ofrece jazz y ciencia al mismo tiempo» (1997a: 13).
Este enfoque de la cuestión aporta la clave sobre cómo ocurren el cambio so-
cial y la transformación de las estructuras, sobre cómo los individuos que vi-
ven en comunidades organizadas pasan del pasado al futuro. En palabras de
Stinchcombe en su review essay del libro de Tilly:

Las personas son animales intencionales y calculadores, que construyen la historia a


partir de sus imágenes del futuro. Esta es la proposición clave de Tilly acerca de la
historia, así como el problema de la ciencia social que pretende ser útil. No tiene sen-
tido ser racional si no es acerca del futuro, porque uno no puede hacer nada acerca
del pasado. Sin embargo, las imágenes que se hace la gente acerca del futuro siempre
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son erróneas (Stinchcombe, 1997: 387; incorporado a este como capítulo 13).

La innovadora perspectiva de Tilly consiste en identificar una noción su-


mamente pertinente, lo que denomina condiciones para el cambio, el material
principal de trabajo para el estudioso de la dinámica social sobre bases empí-
ricas. Veamos cómo lo explica:

Los procesos de estilo científico se apoyan en estructuras sociales complejas y relati-


vamente formales que aventan las innovaciones propuestas, seleccionan unas cuantas
y las adhieren al lugar apropiado por medio de rituales organizativos; la improvisa-
ción ocurre ampliamente pero en el margen de tales procesos fuertemente constreñi-
dores. Estas trayectorias las siguen no solo las disciplinas científicas, sino también las
legislaturas y las burocracias. Los procesos de estilo jazzístico reposan por lo general
sobre estructuras sociales más fragmentadas y variables, no establecen procedimien-
tos explícitos para monitorizar y seleccionar innovaciones, cambian de una forma in-
cluso menos unilineal y permanecen altamente abiertas a la difusión de estilos de ac-
tuación distintivamente nuevos; no solo el jazz sino también la conversación
amistosa, las relaciones sexuales y los gustos artísticos compartidos exhiben estas ca-
racterísticas. Entre el jazz y la ciencia se encuentra una cantidad de fenómenos que
conectan el cambio organizacional de gran escala con el flujo de relaciones sociales
más fragmentadas; por ejemplo, los repertorios de reivindicación contenciosa, las
interacciones patrono-cliente y la guerra de guerrillas. Todos estos géneros son de-
pendientes de una senda, en el sentido de que la historia previa de la actividad en

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

cuestión limita fuertemente lo que puede suceder a continuación. Pero la forma de


dependencia de una senda difiere significativamente de un extremo a otro de la ban-
da: en el extremo ciencia es fuertemente dependiente de instituciones que usan la or-
ganización como cemento, y en el extremo jazz es más fuertemente dependiente de
lazos personales intercompartidos. Las condiciones para el cambio, por tanto, varían
en forma paralela: en un extremo el socavamiento de los apoyos institucionales pro-
duce grandes impactos, y en el otro la fractura de los vínculos interpersonales produ-
ce una gran diferencia (Tilly, 1997a: 5).

Esta propuesta metodológica es creativa, y clara. Primero, el centro de la


sociología aplicada a la dinámica social es la interacción social —«las relacio-
nes constituyen las unidades sociales básicas» (1991: 45)—. Segundo, la in-
teracción social desencadena sus efectos por medio de improvisaciones de la
conducta, individual y de grupo, que se adaptan a unos «guiones» culturales
y que se despliegan dentro de los límites que marcan tanto las redes sociales
existentes como los «entendimientos compartidos» culturalmente. Tercero,
este enfoque contradice un «difundido punto de vista acerca de la vida so-
cial» (1997a: 5), a saber, que individuos y grupos: a) internalizan guiones para
la conducta en forma de normas y valores sociales; b) se gratifican y penali-
zan mutuamente según su conducta real se adapte o no a los guiones; y c) se
coordinan efectivamente en la medida que la conducta responde a las exigen-
cias de los guiones. ¿Cómo se aplica el enfoque? La posición integradora de
Tilly está bien expresada en su celebrado From Mobilization to Revolution:

Por lo que se refiere al terreno de la acción colectiva, es difícil construir modelos cau-
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sales que concedan atención seria a los intereses, los agravios y las aspiraciones de los
actores. Es asimismo difícil construir modelos intencionales que especifiquen las res-
tricciones que limitan la búsqueda de esos intereses, agravios y aspiraciones. Enton-
ces, ¿por qué no intentar una síntesis? ¿Por qué no combinar los modelos causales de
las restricciones con los modelos intencionales de las elecciones entre cursos disponibles
para la acción? 7. La síntesis es sorprendentemente difícil de realizar (1978: 6).

Postulados perniciosos
En su texto de 1984/1991, Tilly procede a un ataque sistemático y directo
al núcleo de la teoría sociológica clásica que analiza la estructuración y el
cambio de las sociedades. Visto desde la óptica de una generación después, el
pequeño gran libro que es Grandes estructuras, procesos amplios, compara-
ciones enormes sorprende por ser a la vez un texto ordenado y desordenado
que irónicamente trata del orden y el desorden (es decir, la estructuración y
el cambio). Es famoso porque expone los fundamentos de la teoría heredada
en forma de ocho postulados perniciosos que ponen de relieve que «el legado
del siglo XIX a los científicos sociales del siglo XX se asemeja a una vieja casa
heredada de una vieja tía: deteriorada, recargada, desordenada, pero proba-
blemente recuperable» (1991: 33). Estos postulados giran alrededor de varias

7 La cursiva es nuestra (Aguilar y Funes).

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concepciones erróneas: primera, que la diferenciación es el gran proceso


maestro que explica el cambio social a gran escala; segunda, que «el “cambio
social” es un fenómeno general y coherente explicable en bloc» (1991: 26);
tercera, que las sociedades humanas atraviesan una sucesión de estadios, que
constituyen en sí mismos el cambio social, unilineal y progresivo; y cuarta,
que los procesos de cambio excesivamente rápido desencadenan tensiones y
«comportamientos reprobables» como el crimen, el suicidio y la rebelión
(1991: 27).
A la vez que disecciona y denuncia, Tilly pone en claro el origen principal
del entuerto: «Para deshacer el embrollo debemos rechazar, en primer lugar,
aquellos falsos principios generales derivados de la reacción burguesa a los
cambios producidos en el siglo XIX» (1991: 33). En paralelo, lleva a cabo un
examen crítico minucioso de las nociones organicistas que esa teoría hereda-
da contiene, en particular la noción misma de sociedad; y finalmente subraya
la naturaleza ideológica de la idea de orden y desorden. Podríamos ilustrar lo
dicho observando el tratamiento dado a los fenómenos de protesta popular
que acompañan los grandes cambios del siglo XIX. Las nociones que introdu-
ce la ciencia social para sus manifestaciones más extremas están perfectamen-
te ancladas en estos «postulados perniciosos». En la senda de Gustave Le
Bon (1969), tanto la historia social como la sociología introducen las nocio-
nes de «turba» (mob, en inglés), «muchedumbre» (crowd) y «disturbio» o
«motín» (riot), que evocan una visión propia del mundo del desorden y las
clases peligrosas; a lo que se añadirá la idea de irracionalidad, una suerte de
acción patológica donde los individuos, refugiados en la masa y al margen de
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las normas, externalizan sus peores instintos. Freud contribuyó a alimentar


la idea de Le Bon (véase 1969: cap. II).
Ha tomado casi un siglo apartar a la ciencia social de esta aplicación parti-
cular de los «postulados perniciosos». El historiador social británico Edward
P. Thompson (1971) ha contribuido a deshacer el entuerto con su noción de
«economía moral de la multitud». Tilly dirigió buena parte de su esfuerzo en
esa dirección, consiguiendo que la ciencia social reciente inserte esos movi-
mientos populares en la protesta legítima y racional basada en intereses co-
lectivos y derechos ciudadanos. Según Sztompka (1995: cap. 12), el paradig-
ma heredado diseñado para estudiar el cambio, ligado al ascenso de la
burguesía del XIX, es de carácter ideológico, erróneo e inútil para la investiga-
ción.
A continuación mostramos las propuestas innovadoras y en positivo del
autor que, por conveniencia y limitación de espacio, abordaremos en dos
apartados. El primero expone los principios metodológicos que Charles
Tilly aporta a una «sociología del siglo XXI» 8. El segundo, los mecanismos
intelectuales que propone para erradicar los «postulados perniciosos».

8 Estas son las palabras que utilizó Adam Ashforth para situar la carrera de Tilly en su obituario:

«el padre fundador de la sociología del siglo XXI» (website de Columbia University).

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

Principios metodológicos innovadores


Numerosos y competentes sociólogos, como Teggart (1972), Bock (1978)
y Nisbet (1969), han puesto de relieve una llamativa anomalía de la teoría so-
cial occidental, desde Aristóteles a Parsons, que consiste en confundir la evo-
lución de las sociedades con el cambio social. Para ellos, la evolución es el
cambio social. La implicación de este postulado es profunda: en una noción
con fuertes raíces en las filosofías de la historia que preceden al surgimiento
de las ciencias sociales positivas, entre ellas la sociología, se sobreentiende
que el cambio social es una especie de fuerza inmanente que traslada a las so-
ciedades existentes hacia algún destino concreto; si logramos conocer sus en-
tresijos, el cambio social es previsible y se puede anticipar; la historia huma-
na, determinada por esas fuerzas, exhibe coherencia y direccionalidad: tiene
un sentido. La «sociología del siglo XXI», y en lugar preferente Tilly, niega
con rotundidad estos asertos. En su libro de 1984 (traducción de 1991),
Charles Tilly lo expresa de forma concisa pero memorable:

Resultaría pasmoso descubrir que un solo proceso social recurrente gobernara todos
los cambios sociales a gran escala. No existe el cambio social en general. Existen mu-
chos procesos de cambios a gran escala; la urbanización, la industrialización, la pro-
letarización, el crecimiento de la población, la capitalización y la burocratización son
todos ellos procesos que ocurren de maneras definibles y coherentes. El cambio so-
cial no (1991: 51).

Como vemos, todo un programa epistemológico y metodológico. Tilly


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pone en claro que no hay un proceso general de cambio que despliega poten-
cialidades inherentes de las sociedades y las conduce en alguna dirección pre-
determinada. Lo que sí hay abordable para la investigación empírica, y es lo
único (y no es poco), son cambios sociales específicos que ocurren en con-
textos históricos determinados. Ahí es donde la sociología científica tiene
mucho que decir (y que hacer). El análisis del cambio social tiene que dar
prioridad a la historia y la cuestión del espacio-tiempo (Wallerstein, 1997) se
convierte en fundamental. Y para que un análisis sociológico sea histórico
tiene que hacer algo más que considerar el factor tiempo:

Hay dos áreas del análisis sociológico que tienen mucho que ganar del giro hacia la
historia, los estudios acerca del cambio estructural de gran escala y la acción colectiva.
La búsqueda de modelos generales y atemporales sobre la industrialización, la raciona-
lización o el desarrollo político tenderán a dar preferencia al esfuerzo doble de identi-
ficar los procesos dominantes de cambio en épocas históricas particulares y conectar
las transformaciones específicas que ocurren en esas épocas con los procesos dominan-
tes de cambio. El intento de formular leyes generales de las revoluciones, de los movi-
mientos sociales o de la organización obrera dejará paso a una indagación sobre las re-
gularidades en la acción colectiva de eras históricas particulares (Tilly, 1981: 44).

Hasta aquí, una considerable reorientación de nuestra comprensión de los


procesos de cambio social, que sienta las bases para un segundo principio me-

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Salvador Aguilar y María Jesús Funes

todológico de la «sociología del siglo XXI» enunciado por nuestro autor. Para
ello, la pregunta pertinente es: admitiendo que las estructuras sociales produ-
cen algún tipo de condicionamiento o determinación de los fenómenos de gran
escala, pero también, como se ha dicho, que para la sociología positiva, en la
que se sitúa Tilly, la noción de que el curso de la historia está gobernado por al-
guna fuerza única carece de sentido, ¿qué es lo que determinan las estructuras?
Grandes sociólogos se han expresado sobre la cuestión, desde Durkheim
subrayando la completa subordinación de la conducta humana a las estructu-
ras sociales, pasando por el modelo de Marx, que contempla la influencia re-
cíproca entre estructuras y agencia cuya resolución depende de la contingen-
cia histórica, hasta un analista actual como Giddens que, en su teoría de la
estructuración, admite el peso de las estructuras pero también la capacidad de
estas para habilitar nuevas zonas de iniciativa para los actores. La respuesta
de Tilly confluye en este punto con intelectuales del último medio siglo (por
ejemplo, Ernest Gellner, 1988) y se puede enunciar, a nuestro entender, de
esta manera: la estructura social determina los problemas y las situaciones con
los que se enfrenta una comunidad humana 9, pero no la resolución de los mis-
mos. Entonces, ¿qué gobierna —y cómo— los procesos de resolución de
problemas y situaciones estructuralmente determinados? Tilly propone que
son dos los factores que efectúan continuamente esa selección. Por un lado,
las instituciones; por otro, la característica interactividad entre los intereses y
los actores en escena.
Por lo que se refiere al primer factor, Stinchcombe (1997) sintetiza muy
bien en su review essay la posición de Tilly:
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El contexto importa porque las redes que tienen aproximadamente la misma estruc-
tura transportan materiales diferentes, ideológicos y de otro tipo, en momentos y lu-
gares distintos de la historia. Es aquello que pasa a través de las redes, a su vez confi-
gurado por las instituciones, lo que configura el punto de vista de la gente acerca de
qué es una característica de la que dependa el futuro. Las causas, por tanto, no se ha-
llan tanto en la estructura de redes como en aquello que fluye a través de los vínculos.
Y eso está determinado por el contexto institucional (Stinchcombe, 1997: 396).

El segundo factor, que concierne a la interactividad, ha sido sobre todo


expuesto en las obras de Tilly dedicadas a la contienda política. Una buena
síntesis se encuentra en el estudio de McAdam, Tarrow y Tilly sobre la diná-
mica de la contienda política:

Provenimos de una tradición estructuralista. Pero en el curso de nuestros trabajos


sobre una amplia variedad de contiendas políticas en Europa y Norteamérica, descu-
brimos la necesidad de tener en cuenta la interacción estratégica, la conciencia y la
cultura históricamente acumulada. Tratamos la interacción social, los vínculos socia-
les, la comunicación y la conversación no meramente como expresiones de una es-
9 Recuérdense las palabras de Tilly citadas: «Todos estos géneros son dependientes de una senda,

en el sentido de que la historia previa de la actividad en cuestión limita fuertemente lo que puede su-
ceder a continuación» (1997a: 5).

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

tructura, una racionalidad, una conciencia o una cultura, sino como enclaves activos
de creación y cambio (McAdam, Tarrow y Tilly, 2005/2001: 24).

Los dos factores expuestos, que tratan de responder a las cuestiones sobre
qué determinan las estructuras y qué determina la resolución de los proble-
mas y las situaciones, dibujan una alternativa, original y clara, al paradigma
anterior. Es una perspectiva innovadora con consecuencias epistemológicas
fuertes, que se puede presentar del siguiente modo. Primero, las estructuras
no determinan lo que ocurre sino las condiciones de lo que ocurre. Segundo,
la historia no tiene una determinación inherente que permita anticipar los
cambios sociales, sino que es fundamentalmente abierta, producto de la
interacción y de resultados hasta cierto punto imprevisibles. Tilly da tanta
importancia a este punto que lo presenta haciendo explícita su posición teó-
rica preferente: «En el análisis relacional, la causación social opera en el inte-
rior del terreno propio de la interacción: la conversación transforma el len-
guaje, la lucha transforma las estructuras de poder, los intercambios
cotidianos en el proceso de producción transforman el carácter del trabajo»
(1997a: 7). Tercero, el factor fundamental lo constituyen los individuos y los
grupos que interactúan permanentemente en función de, como explicó Hirs-
chman (1977), las pasiones y los intereses que impregnan su vida en común.
Cuarto, la historia carece de «sentido», no «va» a ningún sitio, y es el pro-
ducto de procesos complejos gobernados por factores, al menos en parte, de
alta indeterminación. Y quinto, lo que debe hacer la sociología positiva es
abandonar los residuos de cualquier filosofía de la historia heredada y some-
ter a escrutinio empírico los factores que subyacen y «organizan» las condi-
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ciones señaladas del cambio social. Esta es su propuesta para que la teoría
que estudia el cambio social se desprenda del evolucionismo.
Ante la pregunta: ¿qué tiene más peso en los acontecimientos humanos, la
estructura o la agencia?, Charles Tilly contestaría seguramente: depende. La
buena sociología contemporánea viene a mostrar que ese tipo de pregunta
pertenece al viejo paradigma y carece de respuesta seria por su generalidad.
Nisbet, por ejemplo, sugiere que en condiciones de estabilidad y equilibrio,
cuando los individuos «pierden la atención» social (noción de W. I. Thomas),
las estructuras sociales tienden a gobernar los procesos; por el contrario, en
condiciones de crisis políticas y sociales agudas, el individuo «recupera» la
atención y «se hace consciente de sí mismo y de su poder» (de reconfigurar
las estructuras) (Nisbet, 1979: 34-45).
Finalmente, el tercer principio metodológico tilleano para una «sociolo-
gía del siglo XXI» señala el papel que juegan las ideas y las ideologías en la
transformación social. Nuestro autor, en congruencia con los principios an-
teriores, se manifiesta en contra de «la ideología como causa. Es la ideología
instituida la que es una gran causa» (Stinchcombe, 1997: 396-397), es decir, la
incorporación de un grupo de ideas a ciertas redes de interacción que final-
mente las trasladan a la «persona que actúa» (ibíd.). Estos principios meto-
dológicos acaban definiendo en la obra de Tilly unos innovadores mecanis-

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Salvador Aguilar y María Jesús Funes

mos de inferior nivel de abstracción, complementarios de aquellos, que son


los que propone para erradicar los «postulados perniciosos» del viejo para-
digma. Los examinamos a continuación.

Mecanismos erradicadores de los postulados perniciosos


Sociología de base histórica
Si lo que interesa a la sociología positiva es, no el cambio social en gene-
ral, sino los cambios sociales específicos en condiciones históricas determi-
nadas, se deriva de ello que la teoría social debe, no solo incorporar el factor
tiempo en el análisis, sino tener un sólido y sistemático fundamento histórico
(Tilly, 1981: 4). Algo nada sencillo según el canon heredado; veamos cómo
S. M. Lipset sintetizó en su día ese canon con precisión:

La historia debe ocuparse del análisis de conjuntos particulares de acontecimientos y


procesos. Donde el sociólogo busca conceptos que encapsulen una variedad de cate-
gorías descriptivas particulares, el historiador debe permanecer próximo a los hechos
reales ocurridos y evitar afirmaciones que, aunque vinculen la conducta en un mo-
mento o lugar a la acaecida en otro momento o lugar, puedan conducir a una distor-
sión de la descripción de lo ocurrido en el conjunto de circunstancias bajo análisis
(Lipset y Hofstadter, 1968: 22-23).

Esta concepción clásica es a todas luces poco conveniente y Tilly no tarda


en mofarse de ella: «La división del trabajo [sugerida por Lipset] recuerda la
división entre el micólogo y el buscador de setas, entre el crítico y el traduc-
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tor [...] La historia hace la transcripción y la sociología el análisis» (1981: 5).


Esta división del trabajo resultó paralizante y refleja la separación disciplina-
ria e institucional de ambas perspectivas. Lo captó bien Durkheim (1993 :83)
al decir que cuando la historia se convierte en una disciplina comparativa re-
sulta indistinguible de la «sociología dinámica» 10. Durante el siglo XX han
sido diversos los intentos de alcanzar esta síntesis disciplinaria, destacando la
escuela francesa de los Annales en la primera mitad del siglo (en la línea de
Bloch, Febvre o Braudel) y los historiadores británicos en la tradición de
Marx (destacadamente Hobsbawm y Thompson). Esas influencias han teni-
do un considerable impacto y han preparado el terreno para la síntesis más
efectiva hasta la fecha, producida a partir de los años sesenta del pasado siglo.
En esa síntesis, que dio a luz a la denominada sociología histórica 11, parti-
cipó ya nuestro autor. Encabezada por algunos de sus maestros, singular-
mente Stein Rokkan y, sobre todo, Barrington Moore (con su gran clásico de
1966), esta escuela ha exhibido una gran vitalidad y ha generado obras que
10 O, a la inversa, Raymond Boudon (1984) cuando considera el texto de R. Nisbet (1969) Cam-

bio social e historia, al subrayar que si se concede demasiada importancia a los factores exógenos la
sociología se convierte en algo muy parecido a la historiografía.
11 Para una buena consideración crítica, en algunos puntos exagerada a nuestro entender, de las

deficiencias metodológicas potenciales de esta escuela de la sociología histórica, véase Goldthorpe


(2000: cap. 2).

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

hacen añicos el paradigma evolucionista 12. En este proceso los análisis de


Charles Tilly fueron señalando las deficiencias que persisten, formulando
auténticos programas de investigación para superarlas, como el referido a la
escasa solvencia de los estudios historiográficos y sociológicos dedicados al
fenómeno de la proletarización:

La principal dificultad no es metodológica sino teórica. Los sociólogos continúan


usando datos y métodos que fracasan en su intento por esclarecer las realidades de la
proletarización debido a que sus modelos teóricos no dejan margen para ese proceso.
Necesitamos modelos fundamentados históricamente, tanto en el sentido de tener en
cuenta explícitamente el tiempo y lugar en que un proceso ocurre, como en el sentido
de que dirijan nuestra atención hacia datos sobre las formas en que ciertas experiencias
se transformaron a lo largo de considerables períodos de tiempo. Necesitamos mode-
los que destaquen el poder, la explotación, la coerción y la lucha (Tilly, 1981: 189).

Procedimientos para erradicar los postulados perniciosos


Tilly concibe dos enfoques para contrarrestar los postulados perniciosos
e introducir racionalidad científica en el estudio del cambio social: uno direc-
to y otro indirecto. Así lo explica:

De un modo directo, deberíamos seguir la pista de las fieras hasta su guarida, y batir-
nos con ellas en su propia guarida. Deberíamos examinar detenidamente las bases de la
lógica y la evidencia a la hora de hacer generalizaciones sobre el cambio social. Debe-
ríamos confrontarlas con casos históricos reales y con descripciones alternativas de lo
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que verdaderamente ocurrió. El enfoque indirecto facilita la tarea de encontrar los ca-
sos históricos apropiados y de elaborar explicaciones alternativas. Consiste en acoplar
los relatos de cambios ocurridos a generalizaciones con una base histórica (1991: 81).

El objeto se ha de tratar históricamente, pues, ya desde los propios mode-


los teóricos. Pero Tilly (1991: 82-86) nos advierte de que no hay un solo pla-
no al que aplicar la perspectiva. El investigador o investigadora tiene que ser
consciente de que la observación de base histórica de los cambios sociales
admite niveles distintos: nivel histórico mundial (como es el caso de la evolu-
ción humana o el auge y caída de los imperios); nivel sistémico mundial
(como las tradiciones historiográficas del estudio de las civilizaciones de
Toynbee o sociológico-históricas del world-system analysis de Wallerstein);
nivel macrohistórico (representado por ciertas estructuras y procesos, como
el análisis de la proletarización); y nivel microhistórico (representado por el
engarce de individuos y grupos con estructuras y procesos, como es el caso
de las relaciones entre grupos de capitalistas y trabajadores).
Solo con estas precauciones metodológicas y un firme rigor teórico la
perspectiva tilleana nos conduce al punto clave, final, de las estrategias de
comparación a las que dedica los capítulos 5 a 8 de Grandes estructuras: «La
12 Hacemos alusión a ellas, más abajo, al hilo del examen que hace Charles Tilly en su obra de

1984 en los capítulos 5-8.

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comprensión histórica tiene mucho que ganar de la construcción de una


ciencia social con una base histórica y comparativa» (1991: 109). Los capítu-
los citados revisan metodológicamente con gran detalle los trabajos emble-
máticos de la sociología positiva de la segunda mitad del siglo XX y los ubi-
can en los cuatro tipos polares de estrategias comparativas que identifica:
individualizadora, universalizadora, globalizadora (encompassing) e identifi-
cadora de la diferencia (variation-finding) 13.

LA ACCIÓN ESTRATÉGICA Y LA LÓGICA RELACIONAL:


MODELOS Y MECANISMOS FORMALIZADOS
Pero volvamos a la dimensión más específicamente metodológica y me-
nos pendiente de la historia comparada, centrándonos, a continuación, en sus
procedimientos para el trabajo empírico «microhistórico».

Las representaciones formales y la formalización


de los procedimientos
Si quisiéramos buscar dos palabras clave para explicar su posicionamiento
metodológico a este respecto, estas serían: formalización e interacción.
Comenzamos con la primera. La formalización entendida en el sentido de pri-
vilegiar el trabajo realizado con modelos formales, con representaciones lógi-
cas que puedan ser fácilmente verificables, pretende reforzar la sistematicidad
y el rigor en la investigación. Más allá del método elegido, más allá incluso de
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cuál sea el objeto de estudio, de trabajar con narraciones, experiencias vitales o


datos de encuesta, el rigor formal tipificado en modelos estandarizados y veri-
ficables será lo que para Tilly definirá el trabajo bien hecho.
Investigar a partir del diseño y la utilización de modelos formales supone
la exposición pautada del conjunto de elementos que componen cada caso de
estudio y de las relaciones entre ellos, concepción que podría ilustrarse con
su famoso «modelo de la movilización» que expuso en su obra de 1978
(p. 56). Se pretende, así, estandarizar, por un lado, los procedimientos de me-
dida y, por otro, las relaciones entre factores y su evolución dinámica a través
del espacio y el tiempo. Las interacciones pueden ser de muchos tipos, no
solo relaciones causales, sino que junto a ellas existen otras que posibilitan
explicaciones parciales, tales como relaciones de proximidad, simultaneidad
o similitud, cuyo análisis habrá que combinar para obtener resultados escla-
recedores (2008a: 37-38). Dichas interacciones pueden ser observadas y ana-
lizadas desde una perspectiva sincrónica (como un esquema congelado en
una foto fija) y diacrónica (recomponiendo su evolución, conectando los es-
tudios de antecedentes con las prospectivas hacia el futuro).
13 El cuadro de doble entrada que resume el análisis de Tilly sobre las estrategias comparativas

(1991: 105; 1984: 81) intersecta o coincide en muchos puntos con el modelo simétrico elaborado por
Theda Skocpol y Margaret Somers (1994: 83). Para una síntesis de estos elaborados argumentos me-
todológicos, véase Cécile Vigour (2005: 209).

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

Tilly propone que estas interacciones entre elementos sean representadas


en formas gráficas que permitan observar los datos, la aparición de los distin-
tos factores y la dinámica de acción estratégica entre ellos. Para ser modeliza-
das y representadas necesitamos identificar las partes en contacto y sus rela-
ciones, y estudiarlas con detenimiento y un control metódico riguroso. Con
estos datos podemos hacer mapas espaciales, modelos matemáticos, tablas de
correlación, gráficos basados en la teoría de juegos, secuencias biográficas o
modelos de simulación (Tilly, 2008a: 41). Cualquiera de ellos serviría; se trata
de conseguir la máxima adecuación entre, por un lado, los modelos, concep-
tos y teorías y, por otro, la recogida de datos, la codificación de los mismos,
el análisis y la presentación de resultados; entendiendo que todo constituye
un mismo proceso que debe estar sujeto a representaciones verificables.
Su posición metodológica, sobre todo la de la última etapa, en la que aboga
por conseguir la mayor complementariedad posible entre métodos cuantitati-
vos y cualitativos, se sostiene en su defensa de este rigor formal (Tilly, 2004f).
El rigor formal se convierte en el elemento común para la extracción de la in-
formación, la explotación, la presentación y la verificación, subrayando, muy
en particular, las posibilidades que la formalización abre a los trabajos compa-
rativos, a la comparación a gran escala tan valorada por el autor, sean cuales
fueren los tipos de datos. La formalización, en este caso, no supone adhesión
a un paradigma teórico ni metodológico único, ni a un tipo de técnicas, sino
que se superpone a todos ellos, o los subyace (Tilly, 2008a: 38-42).
Su intento de superar la separación cuantitativo/cualitativo ha producido
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admiración, pero también ciertas reservas. Puede resultar sospechosamente


comprensivo con las expresiones humanas y las verbalizaciones de los actores
para los más cuantitativistas, y poco profundo en la interpretación de los dis-
cursos para los etnometodólogos, por ejemplo. Pero en el fondo subyace la
idea difícil de rebatir de que la persona que investiga debe recurrir a todo el
arsenal de enfoques y técnicas que demande su pregunta de investigación y
sean aplicables, no al revés. La apuesta por identificar y analizar las formas
que la interacción social real adopta obliga a recurrir a las interacciones más
simples y más repetidas. Modelizar a través de ellas el estudio de los compor-
tamientos recuerda la influencia de Simmel (1977). La intención de Simmel de
aislar una cantidad limitada de formas de interacción que se repetían en una
amplia cantidad de escenarios y circunstancias sociales viene, inevitablemen-
te, a la memoria. Y si intentamos desentrañar la filosofía que sustenta su pro-
puesta de recurrir a mecanismos fijos y básicos de interacción recordamos lo
que Merton (1964) presentaba como tipos de interactores (Tilly, 2007c) 14.
Su planteamiento científico es extremadamente ambicioso. Tanto preten-
de modelizar los procesos de cambio que tardan siglos en producirse y reco-
rren espacios geográficos de grandísimas dimensiones, como la interacción
14 En 2007, en una conferencia dictada en el encuentro Conference Robert K. Merton: Sociology

of Science and Sociological Explanation, Tilly explicita la influencia de Merton en su propuesta analí-
tica basada en mecanismos de funcionamiento (citado en Koller, 2008).

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Salvador Aguilar y María Jesús Funes

cara a cara para estudiar comportamientos aparentemente triviales de la vida


cotidiana. En ambos casos pretende descubrir lógicas explicativas de los pro-
cesos sociales que se fundamenten en pautas de interacción con un grado de
previsibilidad relativo pero suficiente. Habrá que comprobar si estos meca-
nismos de acción también se relacionan entre sí y con las variables del con-
texto, en unas secuencias dinámicas y previsibles que permitan extrapolar los
resultados y aplicarlos a circunstancias similares y a ámbitos en los que se
puedan prever suficientes concomitancias entre los términos.

La visión estratégica de la acción: razón e intención


La acción estratégica como fundamento de las relaciones sociales concre-
tas es la base de la realidad social para Charles Tilly. El individuo que con-
templa en sus estudios es un ser complejo (y completo) que actúa en el mar-
co de una acción colectiva, en el que influyen tanto la realidad del pasado
como las estructuras del presente. Es un actor que procede con intención, se-
leccionando los recursos que le ofrece su medio y aprovechando las oportu-
nidades a su alcance, negociando sus posibilidades y creando lazos en el de-
sarrollo de la actividad. Un ser racional que analiza, calcula y decide, pero,
como hemos apuntado, no se trata del actor racional en su versión más eco-
nomicista ya que el autor reconoce la influencia del contexto, de la cultura y,
en un estilo paulatinamente creciente, de la dimensión más subjetiva del ser
humano (Tilly, 1978, 2008a, 2006a). Acción, razón e intención son tres con-
ceptos básicos para comprender su visión estratégica 15.
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Sus modelos tipifican esquemas lógicos de acción preparados para facili-


tar la recogida y análisis de la información del modo ordenado y sistemático
que hemos explicado. Lo que se pretende es construir relevantes y verifica-
bles historias causales que identifiquen con claridad las cadenas de relación,
historias que pongan de relieve las influencias de tipo contingente y de de-
pendencia de sendas específicas presentes en el fenómeno bajo observación.
La validez de las conclusiones extraídas se sustentará en la firmeza y la perti-
nencia de los mecanismos causales que encadenan unos aspectos a otros
(Tilly, 2008a: 89). Una de sus obras más conocidas y celebradas, From Mobi-
lization to Revolution (1978), ayuda a comprender esta forma metódica de
trabajar que, aunque aquí se aplica al análisis del conflicto político, posee una
mayor virtualidad expansiva. El modelo que se expone en esta obra, el mode-
lo de la movilización política (1978: 53 y 56) es, probablemente, el más cono-
cido de todos y nos sirve como ilustración de lo que nos ocupa. En él enu-
mera los elementos de toda acción colectiva y las relaciones que la
constituyen, y propone una manera para identificar las estrategias y las tácti-
cas de cada uno de los actores en liza. Lo más interesante del mismo es que
permite visualizar cómo el movimiento (la decisión) de cada uno afecta al
15 En este sentido cabe recordar la reflexión sobre una teoría estratégica integral de la acción co-

lectiva que aporta Rodríguez Ibáñez, en su texto de 1991, fundamentalmente sobre la relevancia atri-
buida a la intencionalidad en la acción racional.

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

conjunto, que considera como un sistema de actividad. Los grupos, los indi-
viduos, las instituciones, son vistos como actores dinámicos que negocian y
rivalizan por la distribución de unos recursos limitados y que aprovechan las
oportunidades del medio, lo que a su vez se traduce en nuevos (o más) recur-
sos y oportunidades.
Los cuatro elementos básicos de la acción colectiva que describe este mo-
delo: intereses, organización, movilización y estructura de oportunidad polí-
tica, se despliegan interfiriéndose mutuamente en el proceso de la dinámica
colectiva (1978: 56). Es decir, un tipo de intereses se expresará a través de
unas determinadas formas organizativas que producirán unas pautas de mo-
vilización concretas que se verán afectadas en mayor o menor medida por las
condiciones de cada estructura de oportunidad política. Si aplicamos este es-
quema, aparentemente simple, a los actores (individuos, colectivos, organi-
zaciones, instituciones, ámbitos de la administración, grupos desafiadores,
etc.) y a la relación entre todos ellos, reconstruimos el ámbito de la politeya y
podemos analizar los juegos de influencias que nos permitirán comprender
la acción.
Cada actor posee unos recursos materiales y simbólicos y los activa en
función del marco de posibilidades del contexto y de las influencias de los
demás actores, estableciendo sistemas de alianzas o relaciones de conflicto,
en cuyo contexto se producen el diseño de las estrategias y la selección de las
tácticas. La idea que hemos subrayado más arriba emerge aquí con claridad:
la interactividad entre los elementos del modelo tiene una capacidad deter-
minante, de categoría pareja a la de las estructuras sociales que definen las
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condiciones de la dinámica social. En el complementario polity model (1978:


53) se ubican unos actores dentro del marco de la politeya y otros en el exte-
rior de la misma que pugnan por romper las barreras de entrada (los desafia-
dores) y ocupar un lugar en el espacio público de interacción. Cada movi-
miento, cada estrategia de los de dentro o de los de fuera, ha de ser
identificada y analizada para estudiar los efectos previsibles en el objeto de
estudio que se esté investigando.
Tilly complementa los análisis causales fundamentados en la idea de va-
riable como causa con una visión explicativa basada en los mecanismos de
funcionamiento (Tilly y Tarrow, 2006: 201-210) 16. Para entender los proce-
sos, tan relevantes serían los mecanismos de interacción entre factores como
las causas valoradas como entidades sustantivas. Las relaciones entre factores
serían lo que denomina mecanismos de la acción. Si estudiamos estas formas
de relación: es decir, los mecanismos a través de los que se ligan las acciones
(y los actores), podemos considerar complementaria la explicación proce-
dente de causas sustantivas, que serían variables formales como la raza, la re-
ligión, el nivel educativo, etc. El autor define los mecanismos como conjun-
tos de interacciones que se desarrollan entre elementos y que producen
16 El análisis de los mecanismos de funcionamiento se desarrolla más ampliamente en el capítu-

lo 2 de esta obra.

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similares efectos en un amplio abanico de hechos o circunstancias (Tilly,


2001a); con independencia de cuáles sean las entidades sustantivas, se man-
tienen invariables las pautas de interacción entre ellas. Los procesos resultan
de la unión de determinados mecanismos en combinaciones y secuencias
concretas que producen efectos empíricamente contrastables. La distinción
entre mecanismos y procesos depende, en buena medida, del nivel de obser-
vación. Si observamos un fenómeno a mayor o menor escala podremos en-
contrar mecanismos menores que sostienen y fundamentan su evolución, o
mecanismos superiores que se sitúan por encima (por ejemplo: nivel de inter-
acción individual, nivel de interacción nacional o regional, etc.). Junto a ello,
entiende por episodios o eventos las secuencias de interacción delimitadas
espacial y temporalmente, lugares privilegiados para el análisis de estos me-
canismos (Tilly y Tarrow, 2006: 201-210).

LA ATENCIÓN A LO MICRO: ¿UN TILLY «DRAMATÚRGICO»?


La trama de lo social o cómo se negocian las relaciones humanas
Al final de su trayectoria, a menos de dos años de su fallecimiento, se pu-
blica un libro sorprendente: Why?: What Happens when People Give Rea-
sons and Why (2006a). Cuesta creer que se trate de una obra del mismo autor
que dedicó tanto tiempo y atención a defender los estudios históricos com-
parando revoluciones en el transcurso de cinco siglos, los procesos de cam-
bio a gran escala, las comparaciones «enormes», como él mismo decía, reco-
pilando datos de encuesta o de archivo que abarcaban siglos de historia. De
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pronto, en Why? nos encontramos a un Tilly que se interesa por el tipo de


explicaciones y justificaciones que cada ser humano da (y se da) ante las pe-
queñas o grandes decisiones de su vida cotidiana, ante los aspectos más mi-
croscópicos de la interacción personal. Por ejemplo, se dedica a estudiar
cómo un doctor plantea a un paciente la inesperada aparición de un cáncer;
cómo se dirige un piloto a los pasajeros de un vuelo para informarles de una
situación de peligro; o las incertidumbres que vive una multitud de personas
en la sala de urgencias de un gran hospital. No, no se trata de un texto de
Goffman traspapelado; no, es el propio Tilly.
El título de la obra, un escueto Why?, ya resultaba suficientemente suges-
tivo como para recalar en su contenido, pero seguir este impulso y adentrar-
se en ella no defrauda sino que ayuda a descubrir a un Tilly maduro, que
mira los fenómenos sociales desde una perspectiva enriquecedora (y enrique-
cida). Encontramos a un sociólogo que otorga categoría explicativa a la ur-
dimbre social en su dimensión más micro, que concede valor sociológico y
carácter de dato explicativo y heurísticamente relevante a la conversación en-
tre dos seres humanos, a la negociación verbal, a la interacción en su dimen-
sión convivencial más básica. Pasamos del investigador de los factores es-
tructurales, que han permitido, por ejemplo, el triunfo de una revolución o
que han hecho fracasar un proceso democratizador, a investigar cómo se en-
frenta una persona a una enfermedad incurable, o a una conversación rutina-

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

ria de la vida doméstica. La impresión del lector o lectora es que se encuentra


ante un análisis dramatúrgico o ante cualquiera de los ejemplos de análisis
conversacional de Sacks, Shegloff y Jefferson (1984).
Ciertamente, esta es una de las grandezas de Tilly. Su capacidad para com-
prender que puede hallarse explicación científica de la realidad en una multi-
tud de ámbitos; su sensibilidad para sentirse atraído por dimensiones muy
diversas de la investigación y para adaptar a ellas su mirada escrutadora, si-
guiendo esa especie de seducción por el objeto. Y, a partir de ahí, documen-
tar, teorizar y, sobre todo, no podía ser de otro modo, formalizar lo que en-
cuentra. Este libro se ubica en la perspectiva de la microsociología, al más
puro estilo goffmaniano; incluso se puede considerar que se introduce en la
perspectiva del análisis estructural semiótico recordando en algún punto al-
gunos análisis de Baudrillard (1974); o en sus observaciones sobre el lenguaje
a los planteamientos de Ricoeur y su explicación del valor de las narrativas:
«La actividad narrativa no consiste tan solo en añadir unos episodios a otros,
también supone la construcción de totalidades significativas más allá de los
eventos concretos» (Ricoeur, 1981: 278). En esta última parte de su vida, su
publicación en Qualitative Sociology (2006d) es otro ejemplo de su incursión
en los métodos cualitativos de análisis.
La lectura del libro puede llevar a plantearse qué lejos queda este nuevo
Tilly del crítico que previene de los excesos del construccionismo. Sin em-
bargo, la perplejidad es todavía mayor al comprobar en un texto posterior,
Explaining Social Processes (2008a: 4-5), que hasta el final de su vida manifes-
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tó dudas y desconfianza sobre ese tipo de sociología. Seguramente, su aclara-


ción ante esta aparente contradicción habría sido que hay que huir del cons-
truccionismo ingenuo y prepotente pero considerar las posibilidades que
brinda la fenomenología cauta e inteligente.
En este libro se sitúa del lado de quienes plantean que tan importante es
analizar la toma de decisiones (decision making) como las explicaciones me-
diante las cuales los actores «presentan» las decisiones tomadas (reason
giving), que, a su vez, motivarán otras decisiones. Con ello amplía el marco
de análisis porque supone estudiar no solo cómo se produce la acción sino
cómo se presenta. Poco importa para lo que nos ocupa si las razones que se
dan son correctas o incorrectas, plausibles o no, falsas o verdaderas; lo que
importa es que, sean cuales fueren, tienen efectos sociales, crean realidad; re-
cordando a Thomas (1923), importan, al menos, porque son reales en sus
efectos. El Tilly que estudia este reason giving nos recuerda al Mills de los
vocabularios de motivos (1964). No hay tanta diferencia entre los motivos
que Mills estudia para comprender las acciones, poniendo de manifiesto la
relación existente entre motivos aducidos y acciones resultantes, y las expli-
caciones o razones de los protagonistas de Why? Si el motivo, en Mills, es la
respuesta satisfactoria a preguntas sobre la conducta social, la razón/explica-
ción en Tilly es la justificación de la acción; aun cuando Tilly subraya en
mayor medida el referente interactivo, no hace más que remarcar lo que en

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Salvador Aguilar y María Jesús Funes

términos de Mills es el ejercicio del control social a través de la práctica del


lenguaje en la comunicación interpersonal (Beltrán, 1991: 140-141). Pero
también recuerda al Boudon de Raisons, bonnes raisons (2003).
El dar explicaciones no se contempla como algo espontáneo o no pauta-
do; al contrario, las maneras mediante las cuales explicamos lo que hacemos,
percibimos o sentimos, siguen modelos sistematizados aprendidos en las ex-
periencias de la vida cotidiana. Este aprendizaje se produce en la interacción
con nuestros más próximos y con el mundo social que nos rodea, integrando
los estímulos de agentes tan dispares como nuestros padres y los medios de
comunicación de masas, nuestros vecinos o las autoridades públicas. Los
modelos disponibles para el caso cambian según el contexto, evolucionan y
se transforman, pero siguen manteniendo una dimensión impositiva que ase-
gura que sean modelos compartidos, guiados por unos códigos de lenguaje
mediante los que se mantiene la comunicación y se desarrolla la vida social
con ciertas dosis de previsibilidad. El habla, el lugar de la palabra en los
acontecimientos sociales, cobra una relevancia inesperada en este texto. El
uso que se hace de la lengua, sobre todo el cómo se hace, aporta información
relevante sobre lo que queremos investigar. Ciertamente, Tilly disecciona la
estructura de la vida cotidiana en el más puro estilo dramatúrgico-estructural
(Goffman, 1959/1993), aunque también encontramos resonancias austinia-
nas (Austin, 1982) dado que también para él las palabras no son significantes
vacíos sino entidades performativas que prescriben la realidad.
En función de los modelos disponibles, los individuos construyen narra-
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ciones de lo que les ocurre y en esas narraciones se ubican a sí mismos en la


escena, distribuyendo responsabilidades y culpas entre los actores que esti-
man implicados en el acontecimiento de que se trate (Tilly, 2006a: 10-13).
Con ello se identifican actores y actuaciones y se otorga un orden coherente
con el que se intenta reducir la incertidumbre. El autor señala que, sean las
que fueren las razones y explicaciones dadas, en este dar y recibir explicacio-
nes los individuos están negociando sus propias vidas, dado que dichas razo-
nes son, ante todo, indicativas de la relación que desarrolla quien habla y
quien escucha, quien recibe (espera/reclama) explicaciones y quien las da o se
siente en la obligación de darlas. Es la propia relación entre hablantes lo que
se está definiendo, lo que se refuerza o debilita (Tilly, 2006a: 30). Es la propia
vida social lo que está en juego.
Tilly presenta cuatro modelos (modos) de procesar y formalizar estas ex-
plicaciones: las convenciones, las narraciones, los códigos y los informes téc-
nicos. Cada uno se diferencia entre sí por el tipo de relación que se establece
entre quien da las razones y quien las recibe, al tiempo que se ajusta al con-
texto comunicativo. Abarcan desde lo menos formalizado, lo más doméstico
(una convención puede ser pedir disculpas si empujas a alguien en el auto-
bús) hasta lo más elaborado, formalizado y sofisticado (las explicaciones que
aparecen en el informe de un estudio científico de alta complejidad). Pero lo
que subraya es que ninguna de ellas es espontánea en el sentido de no pauta-

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

da y que en todos los casos se expresa el lugar que cada uno reconoce al otro,
el sostenimiento de la relación o su deterioro, y la aceptación por parte de la
comunidad circundante de esa relación que le permite compartir los códigos
de comunicación mediante los que se interactúa.
Los casos prácticos analizados más extensamente, que no los únicos, son:
los atentados del 11 de septiembre (las conversaciones entre los pilotos, los
controladores aéreos, las explicaciones de los cargos públicos, los relatos de
los supervivientes, las crónicas de los periódicos, etc.); las relaciones en la
sala de urgencias de un hospital; las formas en que médico y paciente afron-
tan un diagnóstico difícil; y las explicaciones ante el asesinato de John F.
Kennedy. Precisamente, al ser tan diferentes permiten evidenciar que cuales-
quiera que sean los hechos lo relevante desde el punto de vista del análisis es
la lógica relacional que se establece, es decir, el intercambio. El autor repasa
la puesta en práctica de los cuatro tipos de negociación. Para explicar un mis-
mo fenómeno se puede emplear cualquiera de estos cuatro estilos narrativos;
qué es lo que cambia cuando se emplea uno u otro es lo que revela el estudio.
Un mismo hecho dará lugar a explicaciones bien distintas según si el receptor
es un funcionario, un damnificado, un científico o un periodista. En cada
caso los objetivos de la explicación son distintos. Más allá del contenido, la
forma adoptada y las posiciones que ocupan emisor y receptor determinarán
el significado resultante. Nos encontramos ante una auténtica sociología de
la comunicación, continuamos traspasando fronteras.
La revisión de la bibliografía que utiliza en el libro es ilustrativa de la ubi-
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cación epistemológica del autor en esta incursión en niveles tan finos del aná-
lisis cualitativo; por ejemplo, la incorporación de textos de Cicourel (2002) y,
sobre todo, mucho Goffman (1959, 1963, 1974). Tilly se ubica, sin lugar a
dudas, en una perspectiva fenomenológica y en una sociología muy cercanas
a la psicología social. Podríamos decir que desarrolla la línea de la sociología
cognitiva, a la que ya se había acercado antes al incorporar el análisis de mar-
cos, reconociendo la importancia de las definiciones de la situación como ac-
tos de negociación, que tienen efectos mensurables en las relaciones y conse-
cuencias en forma de acontecimientos.
La defensa del valor heurístico del lenguaje común le ubica en un lado de
la epistemología sociológica difícilmente imaginable para el Tillly de los años
sesenta o setenta del siglo XX, el que valora lo emic, en este caso «junto a» y
no frente a lo etic (Beltrán, 1991; Harris, 1980). Como él dice, «este libro en-
foca el lado social del proceso de dar razones, estudiando cómo la gente
comparte, comunica, contesta y colectivamente modifica razones (previa-
mente) aceptadas» (2006a: 9). ¿Qué es dar explicaciones u ofrecer razones
sino definir situaciones? Subjetivismo e interaccionismo (constructivismo e
interaccionismo simbólico, en definitiva), la realidad la construye el sujeto,
puesto que su vivencia personal es parte sustancial del resultado final. Pero
siempre en interacción con quienes le rodean, en comunicación permanente,
verbal y no verbal. Subjetivismo que no cae en individualismo de ningún tipo

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Salvador Aguilar y María Jesús Funes

—ni el individualismo metodológico ni sus derivaciones en términos de elec-


ción racional—, al tiempo que mantiene también distancia de los enfoques
psicologistas que siempre censuró, a los que ya hemos hecho referencia.
Lo presenta como una epistemología «de andar por casa» (street-level epis-
temology), considerando el conocimiento proveniente del lenguaje común se-
gún lo que Hardin (2002) define como teoría económica del conocimiento, que
complementa la teoría del conocimiento científico (2006a: 21). La teoría eco-
nómica del conocimiento es la que utilizamos para comunicarnos con nues-
tros vecinos y compañeros, para sobrevivir e integrar las dificultades y los
placeres cotidianos. Ahora bien, las experiencias no se valoran como vivencias
individuales sino como situaciones enmarcadas en posiciones, expresiones
que ponen en evidencia lugares sociológicos: «Todos nosotros desplegamos en
la vida cotidiana conocimiento práctico. Lo entresacamos no solo de la expe-
riencia individual sino también de los enclaves sociales en los que vivimos»
(2006a: 21). Se habla, se evalúa y se juzga «desde» las posiciones sociales en las
que se vive, en esa retícula de interacciones que forma la urdimbre de lo so-
cial. Como vemos, también en sus indagaciones a nivel microsocial, y esto es
importante no perderlo de vista, contempla tanto la dimensión estructural
como la subjetiva interrelacional. La plausibilidad reconocida a las razones se
justifica en la relación que se despliega entre los actores, who speaks to whom,
y en la adecuación al contexto comunicacional que enmarca los hechos
(2006a: 22).
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LAS DERIVAS DE SU POSICIONAMIENTO EPISTEMOLÓGICO


O LA EXTRAÑEZA ANTE UN TILLY ETNOMETODÓLOGO

A pesar de todo lo dicho, y de la sorpresa que supone el encuentro con el


estudio de 2006 citado, no parece que Tilly estuviera dispuesto a convertirse
en un etnógrafo, como muestran sus reticencias hacia la etnografía, manifes-
tadas con claridad también al final de su vida. Siguió señalando los peligros
de la etnometodología en lo siguiente: la implicación del investigador con el
objeto de estudio; las dificultades para mantener una distancia que evite la
confusión de planos; y la pérdida de la objetividad requerida (2008a). Pero,
también, en la dificultad que esta cercanía supone para seleccionar desde la
necesaria imparcialidad las distintas voces que pueden informar de un fenó-
meno (Auyero, 2008). A menor distancia, mayor dificultad para mirar con
perspectiva y para controlar los afectos, la empatía. Sin embargo, en su texto
publicado en Qualitative Sociology, también en 2006, detalla algunas venta-
jas de la etnografía política en relación con otros métodos del análisis socio-
lógico, porque la cercanía del investigador, a pesar de una peligrosa vertiente,
posee aspectos positivos, como el aprovechamiento de las intuiciones que fa-
cilita obtener pistas para enfocar la causa.
En definitiva, viendo su obra en conjunto tal vez haya más continuidades
de las que pudiera parecer. La valoración que hace en Why? de los relatos

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De lo macro a lo micro en el análisis relacional de Charles Tilly

personales de alguna manera recuerda a los principios de su trabajo (1964) 17.


¿Podríamos interpretar esta obra como una recuperación de la valoración de
las narraciones de sus inicios? Se necesitaría un trabajo en mayor profundi-
dad para responder a esta pregunta, pero no está claro que se aleje tanto
como en principio pudiera pensarse de los presupuestos epistemológicos que
defendió a lo largo de su carrera. En definitiva, las relaciones sociales siguen
siendo el nudo gordiano desde el que explicar los fenómenos sociales. El cen-
tro de su enfoque se encuentra, en todo momento, en el concepto de interac-
ción estratégica; y aunque investigue una conversación privada, el análisis
que propone no se aleja demasiado del de la interacción entre actores de su
polity model. La auténtica novedad, y de ahí nuestro interés en resaltar esta
obra, ciertamente una de las menos conocidas de su bibliografía, es su enfo-
que del lenguaje hablado —no de modo simbólico (o no solo) sino literal—,
desde su análisis relacional.
Ciertamente, se encontraba en el final de su vida cuando escribió este tex-
to y tal vez la relajación propia de quien se sabe próximo al trance fatal de su
desaparición pudo facilitar que se permitiera ciertas libertades. Nunca po-
dremos saberlo. Pero sí es necesario destacar esta incursión en lo que es casi
una microsociología de la vida cotidiana. Una sorpresa más al final de su ca-
rrera que completa de modo muy cualificado la semblanza del autor, y que
por su menor divulgación pasa a ser una deuda que es oportuno saldar en
una obra como la presente.
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17 Cuando en La Vendée (1964) destacaba el valor del análisis de las narraciones.

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4. El Estado en Charles Tilly:


entre la centralidad y el olvido

Ana Haro González

INTRODUCCIÓN
La obra de Charles Tilly es conocida por el tratamiento que hace sobre
varios objetos de estudio, entre los cuales destaca el análisis del Estado. Así,
la teoría de Charles Tilly sobre el Estado-nación y la guerra ha pasado a ser
una de las grandes referencias en el estudio de la formación de las estructuras
estatales. Bajo esta lógica, el análisis del autor acerca de cómo se relacionan
los agentes nacionales y los agentes internacionales y las presiones a las que
los somete el conflicto bélico se presenta como una guía fundamental para
adentrarse en las lógicas del Estado-nación. Sin embargo, la teoría del autor
va mucho más allá de estas reflexiones iniciales. Así, la perspectiva bajo la
cual Tilly se aproxima al Estado cambia rotundamente a lo largo de su tra-
yectoria, avanzando desde el análisis de sus origines y consolidación como
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agente institucional prioritario hasta el estudio del Estado como agente in-
terventor en la construcción de las nuevas democracias. Las diferencias ob-
servadas entre la primera etapa del autor y las últimas obras del mismo nos
llevan a indagar con cautela en las lógicas, los intereses y las respuestas que
dieron forma a los distintos argumentos de Tilly sobre el tema. En este senti-
do, en el siguiente capítulo se realizará un recorrido por las reflexiones del
autor sobre el Estado, explorando las dos grandes etapas de su contribución
y el legado que sus reflexiones deja para los estudiosos que continúan repen-
sando este objeto de estudio.

EL ESTADO: NATURALEZA PACTISTA Y EFICIENCIA INSTITUCIONAL


EN MOMENTOS DE GUERRA
La primera incursión realizada por Charles Tilly en el estudio del Esta-
do como tal la encontramos en la obra The Formation of Nation States in
Western Europe (1975a). Esta obra es en realidad un esfuerzo colectivo en el
que varios autores se cuestionan y debaten las condiciones que pudieron dar
lugar a la emergencia de los Estados-nación en Europa. Charles Tilly, como
coordinador del volumen, expresa el interés de los participantes por desgra-
nar un fenómeno que se demuestra tan crucial como complejo, destacando
como contribuciones especiales de la misma, por un lado, la puesta en común

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Ana Haro González

de las múltiples condiciones que descansan detrás de la formación de los Es-


tados y, por otro, su carácter prospectivo, es decir, el análisis de esas condi-
ciones teniendo en cuenta no solo su efecto sobre el producto esperado, sino
también su influencia en aquellos casos en los que el Estado no se pudo llegar
a conformar. En esta obra, Charles Tilly contribuye con un capítulo 1 en el
que analiza un factor particular de la formación del Estado, este es, las de-
mandas de regulación institucional de los bienes alimenticios; sin embargo,
más que por la condición analizada, la contribución del autor descansa en la
inspiración analítica del conjunto de la obra, la cual abrirá ya paso a la meto-
dología que definirá su trabajo posterior, esta es, la de las grandes estructuras,
largos procesos y comparaciones enormes. La obra The Formation of Nation
States in Western Europe (1975a) encendió, de esta manera, la inquietud del
autor por tomar al Estado como objeto de estudio principal de su investiga-
ción. Sin embargo, como el propio autor mencionó años más tarde en una en-
trevista (2007d) 2, dicho trabajo pecaba de dos grandes limitaciones. Así, por
un lado, la obra, que pretendía compilar en un solo volumen todas las refle-
xiones sobre el origen del Estado-nación, se centró excesivamente en factores
estructurales, abandonando, en cierta manera, otros factores dinámicos, so-
ciológicos y políticos que podrían tener igual importancia. Por otro lado, dirá
el autor, la obra guardaba cierta inclinación normativa, por la cual se entendía
que el estudio del Estado facilitaría la consolidación del mismo, dando así por
hecho que los triunfos alcanzados por los Estados europeos debían y podían
ser asimismo reproducidos por otras sociedades 3.
De manera consciente o inconsciente, Charles Tilly revisa sus postulados
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sobre la formación de los Estados-nación en su obra Coercion, Capital and


European States. AD 990-1992 (1990a), dando lugar con ello a una de las teo-
rías más aceptadas y valoradas sobre el tema. La obra aparece en un momen-
to en el que la reflexión sobre el Estado, su formación, su autonomía y sus
posibilidades, estaba en pleno auge. Los últimos años de la década de los se-
tenta y los primeros de la década de los ochenta habían presenciado, como
señala Michael Mann (1984), una creciente confrontación entre los enfoques
neomarxistas que denunciaban la falta de autonomía del Estado frente a las
clases pudientes (Poulantzas, 1972; Therborn, 1978) y los teóricos de lo coer-
citivo, apoyados en la literatura del Estado-militar (Gumplowicz, 1899). La
reducción del Estado por ambas corrientes a una figura o arena puramente
instrumental lleva a sociólogos y politólogos a reclamar una mayor atención

1 Véase Charles Tilly (1975b).


2 El autor accedió a varias entrevistas en las que hace un repaso a las motivaciones, los aciertos y
las debilidades de sus obras. Todas esas entrevistas son de acceso gratuito on-line en http://essays.
ssrc.org/tilly/resources.
3 Tilly admite al inicio de la obra Coercion, Capital and European States. AD 990-1992 (Tilly,

1990a: 12) la excesiva importancia concedida en el volumen The Formation of National States in Wes-
tern Europe (1975a) a los casos exitosos europeos, asumiéndolos como referencia y entendiendo, por
tanto, al resto como casos desviados. Asimismo, en Tilly (2007d), el autor reconoce que asumieron
un concepto de Estado-nación como el modelo correcto, entendiendo otras posibles formas como
metas no deseables.

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El Estado en Charles Tilly: entre la centralidad y el olvido

al Estado como entidad autónoma, como agente proactivo capaz de interve-


nir en la transformación de las sociedades y de mediar en el conflicto social.
Entre estos autores, destacan los esfuerzos de Peter Evans et al. en Bringing
the State Back In (1985) 4, una obra que abre un nuevo espacio para la refle-
xión, dentro del cual encuentra un lugar privilegiado el trabajo de Charles
Tilly.
La obra Coercion, Capital and European States. AD 990-1992 (1990a) es
un análisis de las diferentes trayectorias históricas que llevaron a distintas rea-
lidades a transformar sus estructuras políticas en Estados-nación. Así, desde
una perspectiva comparada, Charles Tilly analiza distintas realidades euro-
peas, observando la combinación de factores que caracteriza a cada una y tra-
zando diferentes caminos posibles en la consolidación de un Estado-nación.
El autor acompaña el análisis de las trayectorias europeas con comentarios so-
bre otras realidades, facilitando así la comprensión de los casos exitosos fren-
te a los casos fallidos. Se trata de un compendio complejo, liderado por una
perspectiva macro, en el que se sientan los dos grandes postulados que resu-
mirían la teoría del autor sobre los orígenes del Estado, estos son, por un lado,
la combinación de factores internacionales, cristalizados en la contienda béli-
ca, y de factores domésticos, caracterizados por el juego de alianzas entre gru-
pos sociales y élites políticas, como explicación de la emergencia de los Esta-
dos-nación, y, por otro lado, la existencia de diferentes trayectorias que,
exponiendo las distintas posibilidades del proceso, explican las ventajas com-
parativas que terminaron situando al Estado-nación como la organización
política más eficiente. Una mirada más precisa a cada una de estas ideas nos
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permitirá conocer la obra y el argumento del autor con mayor precisión.

El diálogo entre los factores externos y los factores internos:


la contienda internacional y la articulación de los actores
nacionales
En relación con el primer elemento, el autor entiende que la formación de
los Estados-nación no puede comprenderse sin un análisis previo de la situa-
ción de contienda internacional prolongada que sometió a las realidades eu-
ropeas a lo largo de la Edad Moderna. En este sentido, el autor parte de la
idea de que la ascendente competitividad internacional y el aumento del nú-
mero de guerras obligaron a los gobernantes de los territorios europeos a
construir cuerpos permanentes de administración, capaces de recolectar los
medios necesarios para el conflicto bélico y de planificar las capacidades tan-
to productivas como militares de cada territorio. De alguna forma, la guerra
se presenta como una coyuntura crítica prolongada a lo largo de los siglos

4 La obra Bringing the State Back In (1985) propone un nuevo paradigma en el estudio del Esta-

do, por el cual las instituciones estatales deben entenderse como un cuerpo de estructuras autónomas
que no está al servicio de ninguna clase. La obra alcanza tanta importancia que su título se utilizará
de ahí en adelante para referirse a una forma concreta de estudiar el Estado.

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Ana Haro González

que lleva a los legisladores a avanzar, de manera imprevista, hacia la confor-


mación de estructuras permanentes reconocidas, más adelante, como Esta-
dos-nación.
El análisis de la guerra como condición necesaria pero no suficiente de la
emergencia de los Estados sitúa a Charles Tilly en un diálogo directo con
otros autores que, en el mismo momento, rescataban de la historia interna-
cional las respuestas del presente. Así, encontramos una fuerte convergencia
entre la obra del autor y las reflexiones que realiza Theda Skocpol (1979) en
su libro States and Social Revolutions. En realidad, la obra de Skocpol toma
como objeto de estudio las revoluciones sociales, identificando las estructu-
ras estatales como factor condicionante de las mismas. Sin embargo, en el es-
tudio de estas, la autora desarrolla una reflexión profunda acerca de cómo la
situación de tensión y competencia internacional termina presionando a los
cuerpos políticos para que refuercen su presencia en el territorio, poniendo
así a prueba la solidez o las debilidades de las estructuras estatales que co-
menzaban a imponerse sobre el mismo. Se vislumbra así, tanto en Tilly como
en Skocpol, un fuerte interés por las exigencias marciales y su impacto en las
necesidades fiscales de un territorio, creándose a partir de ambas teorías una
especie de análisis secuencial de la historia europea en el que Tilly ahondaría
en la formación incipiente de los Estados-nación y Skocpol analizaría la
puesta a prueba de los mismos en un momento de enfrentamiento interna-
cional. Ambos autores encontrarán, sin embargo, sus diferencias en el análi-
sis del tipo de impacto que tiene el contexto externo sobre las estructuras es-
tatales, haciendo Tilly más énfasis en la movilización para la guerra y en las
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diferentes formas de expansión territorial que esta conlleva, y aceptando


Skocpol una visión más amplia donde el efecto internacional cubre tanto la
guerra como el intercambio y donde el condicionamiento del marco externo
parece tener la misma influencia sobre todos los territorios.
El análisis de la guerra y de la dialéctica internacional como factores con-
dicionantes en la formación de los Estados europeos pone, asimismo, en
contacto a Tilly con otros autores que también se preocupaban por analizar
la influencia de lo internacional en los asuntos domésticos. Así, en el mo-
mento en que Charles Tilly escribe su obra ya habían salido a la luz dos tra-
bajos, bastante cercanos a las inquietudes tilleanas, que marcarán el debate
sobre la conformación del sistema internacional de Estados. Por un lado, la
obra de Giddens (1981) se preocupa por conocer el impacto que tiene el con-
flicto bélico en el proceso de modernización y en el desarrollo del capitalis-
mo avanzado. Así, al igual que Tilly, Giddens entiende que una situación de
guerra sitúa a cualquier estructura política en una carrera de fortalecimiento
y reafirmación, lo cual exige una racionalización de los procedimientos, de
los recursos y de las estrategias. A partir de esta reflexión común, ambos au-
tores bifurcarán sus intereses, centrándose Giddens más en la forma en que
esa racionalización sitúa a cada Estado en el contexto de capitalismo interna-
cional, y preocupándose Charles Tilly más por las estructuras políticas inter-
nas que se derivan de las exigencias de la guerra. Por otro lado, en la misma

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El Estado en Charles Tilly: entre la centralidad y el olvido

lógica, el trabajo de Tilly coincide con el impacto de otra obra que, si bien
mucho más controvertida, encendió el debate sobre la posibilidad de trans-
formación de los Estados. Se trata de la obra The Modern World-System: Ca-
pitalist Agriculture and the Origins of the European World-Economy in the
Sixteenth Century, de Immanuel Wallerstein (1974), en la cual el autor, de-
sarrollando el sistema centro-periferia, denunciaba la hegemonía de las po-
tencias del centro para imponer y reproducir un entramado de desequilibrios
privilegiados y el consecuente sometimiento estructural de la periferia del ca-
pitalismo. Bajo esta lógica, entenderá el autor, el Estado se convierte en un
instrumento de las dependencias internacionales, siendo por ello poco pro-
bable que el mismo pueda desarrollarse de la misma manera en los países del
centro, en los que converge la construcción estatal con la disposición hege-
mónica de los recursos, y en los países de la periferia, cuyos esfuerzos refor-
madores se ven estructuralmente limitados por las escasas oportunidades que
les concede su posición periférica. La lógica bipolar de Wallerstein choca en
cierta manera con los esfuerzos comparativos y desagregadores de Charles
Tilly (1984) 5, lo cual termina situando a ambos autores en posiciones dife-
renciadas caracterizadas una por el determinismo y el imposibilismo estatal,
y la otra por el posibilismo histórico y la capacidad de las estructuras sociales
de repensarse y reconstruir su esqueleto institucional.
La reflexión que realiza Tilly sobre las necesidades creadas por la guerra
prolongada se combina con el análisis del elemento doméstico, en particular
con el diálogo entre el gobierno coercitivo y los agentes sociales con capital.
La guerra exige a los gobernantes disponer de recursos necesarios y de fuen-
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tes sostenibles de extracción. El filón de esos recursos se encuentra en manos


de los agentes económicos. De alguna manera, la creación de los Estados-
nación se explica por la necesidad que encuentran los gobernantes de crear
un sistema tanto de protección como de garantías comerciales y políticas que
les permita obtener el beneplácito de los agentes económicos en la sustrac-
ción de los recursos necesarios para la guerra. La introducción del elemento
coercitivo alinea a Charles Tilly con Weber; sin embargo, la combinación de
lo que el autor denomina esfera de dominación, relativa a la estructura políti-
ca, con la esfera de explotación, relativa a la estructura económica, permite al
autor abrirse un espacio propio en la teoría del Estado. Es cierto que uno de
los incentivos que, de acuerdo con Tilly, favorece el compromiso de las élites
económicas es la necesidad del reforzamiento de un sistema coercitivo que,
por un lado, defienda la soberanía del Estado y, por otro, acompañe al proce-
so de expansión comercial. Sin embargo, de la teoría de Tilly se deduce que
los incentivos que llevan a las élites a aceptar el cobro tributario van más allá
de la protección, esperándose, además, una repercusión positiva en términos
de servicios y controles y una mayor integración de las élites económicas

5 En la obra Grandes estructuras, largos procesos y comparaciones enormes (1984), Charles Tilly

analiza el enfoque metodológico de varios autores, entre los cuales destaca la figura de Immanuel
Wallerstein.

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Ana Haro González

emergentes en la toma de decisiones. Bajo esta lógica, se entiende que las ne-
cesidades fiscales de las organizaciones políticas del momento no solo de-
sembocarán en la construcción de una estructura coercitiva, sino que tam-
bién sembrarán la semilla de la institucionalidad democrática.
Una vez más, la introducción del elemento doméstico, cristalizado en la
negociación entre élites económicas y élites políticas, pone en diálogo a Tilly
con otros estudiosos del tema, entre los cuales destacan las teorías, de nuevo,
de Theda Skocpol (1979) y las reflexiones de Michael Mann (1984, 1986).
Como se comentó más arriba, Skocpol centra su interés en las revoluciones
sociales, lo cual, como se dijo, le lleva a analizar al Estado más como factor
condicionante que como objeto en sí mismo. Esto no le impide, sin embargo,
desarrollar una interesante teoría acerca del tipo de alianzas que facilitarán la
configuración y autonomía de los Estados. Bajo esta lógica, la autora enten-
derá que aquellas burocracias formadas por las clases terratenientes serán
más vulnerables que las burocracias profesionales, dado que, ante la emer-
gencia de una crisis social, las clases pudientes frenarán toda reforma que
ponga en peligro sus privilegios, impidiendo así a los Estados adaptarse a la
situación de creciente competencia internacional. La teoría de Tilly guarda
mucha similitud con las reflexiones de Skocpol. Así, como la autora, Tilly
entiende que la consolidación de un Estado fuerte exige la negociación con
las diferentes clases sociales, entendiendo, sin embargo, el autor que la con-
formación de las estructuras estatales sí puede y debe integrar al capital. La
divergencia de posturas entre los autores responde, seguramente, a la etapa
en la evolución del Estado que analiza cada uno, centrándose Tilly en el mo-
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mento fundacional, y por tanto en las dificultades del mismo, y Skocpol en el


momento de la consolidación, y por tanto en las potencialidades de la buro-
cratización autónoma de sus estructuras.
El interés por el estudio de las alianzas domésticas en un escenario de
contienda internacional alinea asimismo las reflexiones de Charles Tilly con
el pensamiento de otro autor fundamental en la teoría del Estado de ese mo-
mento, este es, Michael Mann (1984, 1986). De acuerdo con la teoría de este
último, el Estado se consolida como organización política primordial por-
que, en una situación de creciente competencia internacional, es la única en-
tidad capaz de centralizar las formas de actuación y de delimitar territorial-
mente el alcance de esas formas y procedimientos. El Estado, dirá Michael
Mann, no dispone ni de recursos militares, ni de recursos económicos, ni de
recursos ideológicos innovadores y únicos; sin embargo, el Estado ha encon-
trado su funcionalidad y legitimación en el manejo centralizado y territorial-
mente acotado de esos recursos, consiguiendo así que las diferentes clases so-
ciales lo acepten como cuerpo común, garante y responsable de la protección
y transformación del conjunto de la sociedad. Charles Tilly converge así di-
rectamente con Michael Mann en subrayar el éxito de la centralización de la
organización política en períodos de mayor exigencia internacional, desta-
cando ambos la estructura de incentivos que propone el Estado y la forma en
que dicha estructura es aceptada e integrada por la sociedad.

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El Estado en Charles Tilly: entre la centralidad y el olvido

El Estado-nación como estructura institucional eficiente


y las diferentes trayectorias para su formación
La convergencia entre la situación prolongada de contienda internacional
y diferentes combinaciones de coerción y capital nos lleva al segundo postu-
lado que cierra la teoría de Tilly sobre la formación del Estado, este es, la
existencia de diferentes trayectorias que terminan convirtiendo al Estado-
nación en la estructura política más eficiente para la situación de tensión béli-
ca prolongada. Charles Tilly, a lo largo de su obra, coteja las dificultades que
encuentran otras estructuras políticas, como el imperio o la ciudad-Estado,
con las ventajas comparativas del Estado-nación. Así, por un lado, el autor
entiende que las ciudades-Estado vieron minadas sus capacidades comercia-
les por la debilidad de sus componentes militares, los cuales, en mar abierto,
no eran capaces de enfrentar los peligros de la piratería. Por otro lado, el au-
tor expresa que los imperios no fueron capaces de integrar a las élites locales
en el proyecto político, perdiendo así su dominio sobre las mismas y sufrien-
do fuertes limitaciones para crear un proyecto económico sostenible. Frente
a la debilidad de estas estructuras, el Estado-nación se convierte en el refe-
rente improvisado para la situación prolongada de contienda internacional,
exprimiendo sus bondades a través del pacto y la programación.
La posición de primordialidad del Estado-nación manejada por Tilly se
acerca a la concepción de necesidad de Michael Mann (1986). Así, Charles
Tilly interpreta al Estado-nación bajo una lógica darwinista, concluyendo que
el mismo se impone porque es la entidad que mejor logra entrelazar las exi-
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gencias de lo internacional y las posibilidades de lo doméstico. El Estado-


nación se convierte así en una estructura resiliente, sobreponiéndose a las otras
propuestas políticas y reproduciendo los incentivos que llevan a las partes a
seguir manteniendo el pacto. La concepción de necesidad de Michael Mann,
por su parte, descansa, más bien, en las rentabilidades que la estructura centra-
lizada permite, entendiendo así el autor que las funciones de infraestructura,
relativas a la provisión de bienes y servicios, y las funciones despóticas, relati-
vas a la imposición de orden, conceden al Estado ciertas responsabilidades le-
gítimas que serían mucho más costosas si se encontrasen dispersas en la socie-
dad civil. En los dos casos, el Estado aparece como la mejor de las estructuras
posibles, lo cual explica su prolongación a lo largo de la historia europea.
Aceptado el punto de llegada común de las diferentes realidades euro-
peas, Charles Tilly analiza en Coercion, Capital and European States. AD
990-1992 (1990a) las diferentes trayectorias que siguen los territorios euro-
peos en la consolidación de sus estructuras estatales. Así, de acuerdo con el
autor, las trayectorias experimentadas por los diferentes Estados dependerán
del grado de acumulación y de concentración tanto de los recursos coerciti-
vos como de los recursos económicos. Por acumulación el autor entiende la
disponibilidad de muchos recursos, mientras que por concentración el autor
se refiere a la adjudicación de los recursos a un número reducido de actores.
Dicho esto, Charles Tilly sostiene que existen tres grandes trayectorias que

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Ana Haro González

pueden seguir las sociedades para consolidar un Estado-nación. Por un lado,


la trayectoria coercitiva tendrá lugar cuando los gobernadores del centro
acumulen recursos coercitivos y apenas existan contrapesos económicos con
los que el centro se vea obligado a negociar. El exceso de dominación dará
lugar a sociedades semiautoritarias que avanzarán más lentamente hacia el
pacto «capital por democratización». Por otro lado, la trayectoria capitaliza-
da se caracterizará por un alto número de agentes que disponen de recursos
económicos pero que no consiguen acumular y concentrar los recursos
coercitivos en una entidad superior común. En estos casos, suele tratarse
de sociedades civiles fuertes que precisan de una autoridad mayor que les
permita canalizar y proteger los frutos de la movilización. Finalmente, la
trayectoria intermedia se da cuando los gobernadores avanzan hacia una
concentración de los recursos coercitivos, apoyándose para ello en la nego-
ciación con los agentes que acumulan capital, los cuales cederán parte de su
control para obtener a cambio derechos políticos, de seguridad o económi-
cos. En estos casos, nos encontraremos con ciudadanías democratizables
donde el pacto económico-político desemboca, a largo plazo, en la consoli-
dación de Estados-nación democráticos.
El análisis de las diferentes trayectorias teóricas se apoya en una prolija
narrativa histórica. En este sentido, el análisis inductivo de Charles Tilly es
siempre un análisis complejo, pues la perspectiva macro, la de las grandes es-
tructuras, largos procesos y comparaciones enormes, termina integrando una
multiplicidad de variables que confunden la dirección del argumento. Sin
embargo, si el lector acepta un nivel mayor de abstracción, en el que existiría
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una gran tendencia compartida pero múltiples interpretaciones y adaptacio-


nes de la misma, el trabajo de Charles Tilly ofrece un buen mapa de los pro-
cesos, las oportunidades y las dificultades que caracterizan al proceso de for-
mación del Estado en general y de las experiencias europeas en particular.
Charles Tilly, en todas sus obras, acota grandes períodos históricos de
análisis, situando generalmente el punto de partida en la tardía Edad Media y
avanzando, en grandes oleadas, hasta nuestros días. La selección de grandes
períodos sirve al autor para analizar los avances experimentados secuencial-
mente por cada país, comparando en el mismo ejercicio las soluciones que
ofrece un territorio con las que ofrecieron otras sociedades coetáneas. Ejem-
plos de estos análisis diacrónicos en profundidad los encontramos en obras
como «Cities and States in Europe» (1989a) o European Revolutions, 1492-
1992 (1993a). El análisis de proceso permite así al autor entender cómo cier-
tas combinaciones que pudieron ser importantes en un momento condicio-
nan las etapas posteriores del proceso de conformación estatal; este análisis
comparativo y secuencial del condicionamiento es lo que facilita al autor la
identificación de grandes trayectorias que sintetizan la evolución experimen-
tada por los diferentes países europeos.
En particular, en Coercion, Capital and European States. AD 990-1992
(1990a), Charles Tilly identifica varios casos en los que las trayectorias coer-

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El Estado en Charles Tilly: entre la centralidad y el olvido

citivas, capitalistas o intermedias se observan con cierta claridad. Así, entre


los países que siguieron una trayectoria coercitiva se encuentran Polonia,
Hungría, Suecia, Rusia, Sicilia y Castilla. Los dos primeros se caracterizaron
por la pervivencia de nobles guerreros que conservaron la capacidad de po-
ner y deponer monarcas (Tilly, 1990a: 214); los dos segundos, estos son, Sue-
cia y Rusia, se caracterizaron por un solo poder que otorgaba grandes privi-
legios a los nobles y al clero frente al pueblo llano (Tilly, 1990a: 214);
finalmente, Sicilia y Castilla se caracterizaron por el mantenimiento de una
nobleza que coexistía con una burocracia cómplice que respondía a la volun-
tad de los primeros (Tilly, 1990a: 214). La característica común de todos es-
tos casos será la debilidad de los agentes del capital y la fuerza de la nobleza
para evitar el cobro progresivo de impuestos. Por su parte, entre los países
que siguieron una trayectoria capitalista encontramos los Estados de Flandes
y el norte de Italia (Tilly, 1990a: 215). Tanto Flandes como el norte italiano,
encabezado por Venecia, se especializaron en la actividad comercial. La ex-
pansión del comercio de gran escala, en el primer caso, y del comercio de
lujo, en el segundo, facilitó en estos territorios la emergencia de múltiples
centros de poder, relacionados todos ellos con el comercio internacional. La
creación del Estado, en estos casos, respondía más a las demandas de regula-
ción por parte de las burguesías emergentes que a las exigencias de statu quo
de las clases tradicionales. El Estado, en esta trayectoria, creó estructuras
coercitivas pero siempre supeditadas a las exigencias de su expansión comer-
cial. Finalmente, entre los países que siguieron una trayectoria intermedia
encontramos a Gran Bretaña y Francia. La característica principal de ambos
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países es su protagonismo en las guerras dinásticas de la Edad Media y de la


Edad Moderna. Esta situación de competencia bélica obligó a ambos países a
desarrollar fuertes estructuras burocráticas y a buscar fuentes de financiación
estables para mantener su posición de liderazgo. La combinación de los inte-
reses geoestratégicos y de las expediciones comerciales a zonas de ultramar
permitió a ambos países reforzar tanto su cuerpo coercitivo como su fortale-
za en capital (Tilly, 1990a: 226).

EL ESTADO: AGENTE INTERVENTOR EN EL PROCESO


DE DEMOCRATIZACIÓN

Resulta curioso cómo una vez que elabora su teoría sobre la emergencia
de los Estados-nación en Europa, Charles Tilly abandona al agente institu-
cional como objeto de estudio. Así, se puede constatar que a partir de Coer-
cion, Capital and European States. AD 990-1992 (1990a) el Estado pasa a un
segundo plano, entendiéndose más bien como el elemento detonador de la
contienda, como el catalizador de la misma, como el muro de contención de
las demandas y organización sociales. Observamos así cómo en obras como
Citizen-ship, Identity and Social History (1996a), How Social Movements
Matter (1999) o Stories, Identities and Political Change (2002a), el Estado
queda presentado como un «dado por hecho», como una especie de caja ne-

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Ana Haro González

gra que recibe demandas y lanza respuestas a la sociedad; sin embargo, sus
mecanismos, sus procedimientos y sus intereses quedan sin explicar 6. De he-
cho, la mayor crítica que se le ha hecho a Tilly desde la teoría del Estado es
precisamente esa: cómo después de haber desgranado tan bien el pacto políti-
co, social y económico que fundamenta al Estado-nación, el autor abandona
el análisis de sus engranajes internos, obviando así la función mediadora y la
responsabilidad transformadora de las instituciones.
El interés por el Estado como actor con agencia es recuperado, de alguna
forma, en las últimas obras del autor, más centradas en la democracia, sus ba-
ses sociales y la formación de su ciudadanía. Así, en las obras Dinámica de la
contienda política (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001), Contention and Demo-
cracy in Europe, 1650-2000 (2004a) y en Regimes and Repertoires (2006b), el
autor retoma el interés por conocer las posibilidades de transformación del
Estado como agente institucional y la responsabilidad que esta acción tiene
en la democratización. De alguna manera, sin una mención explícita, se ob-
serva en Tilly un cambio de perspectiva, por el cual el Estado ya no es perci-
bido como el producto de un pacto político-social necesario para sobrevivir
en una situación de contienda internacional, sino que se percibe como agente
interventor que, en su diálogo con la sociedad civil, tiene la responsabilidad
de insertar a todos los grupos sociales en el marco político (Tilly, 2007b). El
Estado es analizado entonces como factor condicionante de otro objeto aho-
ra prioritario, este es, la democracia; sin embargo, el redescubrimiento de la
importancia de sus acciones lleva al autor a desarrollar con mayor profundi-
dad las lógicas de su acción.
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La nueva concepción interventora del Estado guarda fuertes lazos con las
teorías originarias del autor. Así, el Estado sigue viéndose como un agente
coercitivo y como el responsable general del pacto. De la misma manera, el
Estado mantiene su rol como actor relativamente neutral, cuya labor es me-
diar entre los diferentes grupos sociales y cuyo compromiso es garantizar la
participación de esos grupos en el control de la nueva institucionalidad. Se
observa, sin embargo, una mayor atención a la responsabilidad igualadora e
integradora del agente institucional, sobre todo en relación al proceso de de-
mocratización 7. Bajo esta nueva lógica, el Estado ya no solo garantiza la par-
ticipación política de los grupos sociales económicamente estratégicos, sino
que además trabaja por incluir a todos los grupos e individuos en el proyecto
democrático. En cierta forma, el giro conceptual de Tilly sigue la trayectoria
de maduración de Michael Mann, el cual, en el segundo volumen de The

6 La reflexión acerca del tratamiento de «caja negra» que recibió el Estado en el ecuador de la

obra de Tilly fue sugerida por Ramón Máiz, participante en esta obra colectiva, en las jornadas que
dieron lugar a esta publicación.
7 La democratización es entendida en Tilly (2004a) como «el aumento en la extensión e igualdad

de las relaciones establecidas entre los agentes de gobierno y la población sujeta a ese gobierno, en la
consulta vinculante del gobierno hacia los gobernados sobre las políticas públicas, los recursos o el per-
sonal de gobierno, y en la protección que la población, y sobre todo las minorías, tienen frente a las po-
sibles arbitrariedades de los agentes gubernativos» (2004a: 13). La traducción es mía.

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El Estado en Charles Tilly: entre la centralidad y el olvido

Sources of Social Power (1993), al centrarse en etapas más avanzadas del Esta-
do-nación, ofrece una mayor atención a lo que él llama las funciones de in-
fraestructura del mismo, entendiendo con ello que la razón de ser de los Es-
tados contemporáneos recae ahora con más fuerza en la provisión de
servicios y en su capacidad transformadora que en la función despótica que
le caracterizó en sus inicios.
La nueva aproximación al actor estatal mantiene, como se mencionó, una
relación de condicionalidad con el proceso de democratización, y de manera
más concreta con la extensión de lo que Tilly y sus coautores en Dinámica de
la contienda política (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001) denominan consulta
protegida 8. De acuerdo con los autores, podremos hablar de un régimen de-
mocrático en la medida en que la condición de ciudadanía se encuentra gene-
ralizada, es autónoma e igual para todos, celebra consultas vinculantes a los
ciudadanos con respecto a las actividades del gobierno y de su personal y pro-
tege a los ciudadanos frente a actuaciones arbitrarias de los agentes de gobier-
no (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001: 295). La democracia se caracteriza por
cierta amplitud, entendida como el número de personas que forman parte de
un sistema político; cierta igualdad o garantías similares para todas las perso-
nas de una jurisdicción; cierta consulta o control de los miembros de un siste-
ma político sobre los agentes, los recursos y las actividades del gobierno; y
cierta protección o blindaje de los miembros del sistema político y sus votan-
tes frente a la actuación arbitraria de los agentes de gobierno (McAdam, Ta-
rrow y Tilly, 2001: 295). La combinación de la amplitud, la igualdad, la con-
sulta y la protección compondrá una nueva variable que los autores
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denominan consulta protegida; un proceso de consolidación democrática se


caracterizará, por tanto, por altas cotas de consulta protegida, guardando el
Estado, como se verá en los siguientes epígrafes, una fuerte responsabilidad
en el desarrollo de este proceso de democratización.

El Estado como agente interventor en la consolidación


democrática
El alcance de cotas altas de consulta protegida depende, en gran medida,
de la capacidad del Estado para extender los derechos ciudadanos y para pro-
teger a todos los individuos de aquellas arbitrariedades que podrían atentar
contra esa red de derechos. El Estado se convierte, como indicamos, en un
agente proactivo, tan protector como igualador. De acuerdo con los autores,
el Estado debe incidir en tres esferas muy concretas, estas son, las redes de
confianza, las estructuras de (des)igualdad y la elaboración de las políticas
públicas. El objetivo del Estado, dirán los autores, será impulsar una serie de
mecanismos causales que terminen extendiendo la consulta protegida. La
fortaleza de las capacidades gubernamentales será determinante para hacer
que mecanismos como la formación de coaliciones interclasistas, la coopta-

8 Traducción del concepto protected consultation, creado por los propios autores.

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Ana Haro González

ción central de los intermediarios, la disolución de redes patrón-cliente y el


impulso de la acción colectiva desemboquen en una profundización de la de-
mocracia.
En relación con la primera esfera de actuación, esta es, la intervención en
las redes de confianza, Tilly entiende en su obra Contention and Democracy
in Europe, 1650-2000 (2004a) que el Estado debe construir actuaciones que
desintegren vínculos excluyentes que impidan la integración de todos los
grupos de una misma sociedad. El desarrollo de actividades que fomenten
identidades compartidas y, sobre todo, moldeables facilitará la igualación de
todos los individuos, sin discriminación alguna, y garantizará el libre de-
sarrollo de sus derechos como ciudadanos. Los mecanismos causales que
pueden desencadenar las consecuencias democráticas esperadas son múlti-
ples, destacando el desarrollo de identidades cosmopolitas, la oferta de servi-
cios multiclasistas o la ruptura de situaciones de dependencia. Un Estado
fuerte, en este sentido, deberá actuar con determinación en los casos de mar-
ginación, fomentando y garantizando, en todo momento, la autonomía de
los ciudadanos que forman el sistema político.
Por su parte, en relación con las estructuras de desigualdad, el Estado,
dirá el autor en la misma obra (2004a), debe ofrecer las mismas oportunida-
des políticas y garantizar los mismos derechos al conjunto de la ciudadanía.
Así, la intervención del Estado, en conjunto con la sociedad, debe activar, en
este caso, mecanismos causales como la integración de los representantes de
todos los grupos en la toma de decisiones, la democratización de las relacio-
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nes intragrupales o la inclusión privilegiada de los grupos más marginales.


Un Estado fuerte pero democrático trabajará, por tanto, para reforzar aque-
llas arenas en las que los individuos de un sistema encuentran oportunidades
de partida similares y pueden optar por caminos convergentes de desarrollo.
Finalmente, Tilly (2004a) entiende que el Estado debe fortalecer los me-
canismos causales que permitan la integración de los ciudadanos en el proce-
so de toma de decisiones. Esta tercera esfera de intervención es, quizá, la
esfera más activa, pues exige al individuo que aproveche los cambios aconte-
cidos en las redes de confianza y en la estructura de igualdad para insertarse
en el proceso de consulta y decisión. El Estado, en estos casos, debe abrir es-
pacios y debe socializar a todos los individuos en los procedimientos que lle-
varán a las diferentes propuestas a convertirse en una política pública. Un
Estado fuerte, una vez más, fortalecerá las instituciones de participación y
exigirá el respecto a los mecanismos que ofrecerán voz y voto a los indivi-
duos que dan contenido y sentido a todo sistema político democrático.

El Estado y la consulta protegida: las diferentes trayectorias


hacia la democratización
El análisis de las nuevas formas de intervención del agente estatal lleva a
Charles Tilly y a sus coautores a identificar, nuevamente, tres trayectorias

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El Estado en Charles Tilly: entre la centralidad y el olvido

posibles en el proceso de democratización; las trayectorias identificadas de-


penderán, en esta ocasión, del diálogo que se produce entre la consulta pro-
tegida y las capacidades de los agentes institucionales. Bajo esta lógica, habla-
remos de una vía de Estado débil hacia la democratización cuando «en la
etapa inicial se expanda la consulta protegida, reforzándose la capacidad de
gobierno en etapas posteriores y consolidándose la condición de ciudadanía
desde abajo, esto es, a partir de la movilización inicial autónoma de la socie-
dad» (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001: 299). Por su parte, una vía de Estado
fuerte comprende «la expansión al inicio de la capacidad del gobierno, la en-
trada en la zona de autoritarismo, la expansión de la consulta protegida gra-
cias a una fase autoritaria de ciudadanía, para que por fin surja un régimen
menos autoritario, más democrático, pero que todavía mantiene una capaci-
dad alta» (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001: 299). Finalmente, una vía inter-
media se relaciona más con un tipo ideal en el que la consulta protegida y la
capacidad del gobierno avanzan de manera conjunta, alimentándose recípro-
camente, de manera que la actuación del gobierno sirva para proteger y fo-
mentar la consulta, y la consulta protegida sirva para controlar y hacer vir-
tuosa la labor de los agentes institucionales.
Como ya hiciese Charles Tilly en su estudio sobre la formación de los Es-
tados, el autor busca en la historia casos que se aproximen a las trayectorias
comentadas más arriba. Así, en la obra Dinámica de la contienda política
(McAdam, Tarrow y Tilly, 2001), Tilly y sus coautores exponen dos casos
concretos que responden a las trayectorias de Estado débil y de Estado fuer-
te, estos son, Suiza y México, respectivamente. La idea de los autores es mos-
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trar cómo dos casos tan distintos avanzan hacia un mismo producto, este es,
la democratización. La lógica de los más diferentes lleva a los autores a iden-
tificar variables presentes en ambos casos que, sin embargo, pueden compor-
tarse de manera distinta según la secuencia seguida. Este comportamiento di-
ferente hará que el producto final tome matices distintos en cada caso,
hablándose en una experiencia de una democratización desde abajo y en la
otra de una democratización desde arriba. Bajo esta lógica, el caso de Suiza es
entendido en Dinámica de la contienda política (McAdam, Tarrow y Tilly,
2001) como un proyecto de agregación en el que diferentes sociedades deci-
den establecer una autoridad común que les ampare. La naturaleza participa-
tiva previa de cada una de esas sociedades lleva al proyecto confederal a ab-
sorber el tipo de consulta protegida anterior, avanzando así hacia una
democracia, institucionalizada, donde el Estado es el garante de una ciudada-
nía ya consolidada. Por su parte, el caso de México, en la misma obra, es en-
tendido como un proyecto vertical, caracterizado por un período largo de
autoritarismo en el que el Estado frena durante mucho tiempo la emergencia
de una sociedad civil fuerte que pueda exigir avances en la consulta protegi-
da. La apertura del sistema político en las últimas décadas, de acuerdo con
los autores, habría facilitado la instauración de un nuevo régimen democráti-
co; sin embargo, dada la secuencia seguida, este estará caracterizado por una
fuerte presencia y control de los actores gubernamentales.

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Ana Haro González

El análisis de las diferentes trayectorias de democratización es desarrolla-


do, asimismo, por Charles Tilly en su obra Contention and Democracy in
Europe, 1650-2000 (2004a). En este caso, el autor vuelve a la historia europea
para observar las vías elegidas por los diferentes Estados para extender la
consulta protegida, encontrando, como en la obra anterior, casos más cerca-
nos a la trayectoria de Estado débil, casos más cercanos a la trayectoria de
Estado fuerte y casos que optaron por una estrategia intermedia. Se trata,
como en obras anteriores, de un estudio muy prolijo sobre las diferentes so-
ciedades, durante períodos históricos muy variados, que nos introduce, de
nuevo, en las grandes estructuras, largos procesos y comparaciones enormes.
En esta ocasión, Charles Tilly identifica a los Países Bajos como el ejemplo
base de la democratización desde abajo, destacando la emergencia de una so-
ciedad civil fuerte que, desde lo local, marca el ritmo y la dirección a las insti-
tuciones estatales. Frente a este ejemplo de consulta protegida temprana,
Tilly destaca las dificultades que encontró Castilla para reconocer la movili-
zación y participación de la sociedad, canalizándose así la intervención del
Estado fuerte más hacia la coerción que hacia el fomento de la inclusión. Una
vez más, Francia y Gran Bretaña aparecen como dos casos cercanos a la vía
intermedia, destacando en cada caso secuencias y estrategias diferentes que,
al relacionarse en todo caso con una ampliación coetánea de las capacidades
del gobierno y de la consulta protegida, desembocan en una democracia
equilibrada.

CONCLUSIONES: DEL PACTO A LA IGUALACIÓN


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Los dos apartados presentados en el capítulo nos sirven para conocer las
dos aproximaciones con las que Charles Tilly se ha acercado al estudio del
Estado. Así, en una primera aproximación, Charles Tilly se interesa por las
condiciones y trayectorias que llevaron al Estado-nación a imponerse como
la organización política más eficaz y recomendable para los Estados euro-
peos. En diálogo con autores como Giddens, Mann o Skocpol, Charles Tilly
destaca la importancia de la guerra en la aceleración del proceso de construc-
ción estatal y la importancia que tuvieron los pactos que los actores guberna-
mentales establecieron, primero con las clases más pudientes y después con
el conjunto de los ciudadanos, para consolidar una estructura que, si bien se
alimentaba de los impuestos extraídos a estos grupos, ofrecía unas condicio-
nes de protección y participación que resultaban rentables y favorables para
todos. La teoría de Tilly sobre la formación de los Estados se presentará, a
partir de entonces, como una de las referencias más importantes para los es-
tudiosos del tema.
La segunda aproximación que realiza Tilly al estudio del Estado se en-
cuentra en sus estudios sobre democratización. En este caso, si bien el foco
se centra en los procesos de expansión de la consulta protegida, el autor res-
cata al Estado como un agente fundamental en el mencionado proceso de
consolidación democrática. Esta nueva perspectiva llevará a Tilly a observar

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El Estado en Charles Tilly: entre la centralidad y el olvido

a los agentes institucionales como actores proactivos cuya función principal


es crear las condiciones para que el conjunto de los ciudadanos se pueda in-
sertar en el proceso de toma de decisiones. El Estado, en esta ocasión, pasa de
ser un agente mediador del pacto a ser un actor interventor que utiliza sus
propios recursos para ampliar las redes de la consulta protegida.
Al unir las dos aproximaciones de Tilly podemos observar tanto conti-
nuidades como cambios claros de dirección. Así, el Estado, en ambos casos,
se presenta como un actor autónomo que aprovecha las posibilidades de los
diferentes grupos sociales para crear un marco institucional compartido que
proteja a todos los individuos de amenazas externas. De la misma forma, el
Estado es una estructura tendencialmente democratizable ya que, en aras de
su sostenibilidad, precisa garantizar beneficios coercitivos y participativos
para que los grupos sociales acepten respetarlo y contribuir a su financiación.
Finalmente, en ambos casos, el Estado comparte sus funciones coercitivas
con sus funciones igualadoras, combinando la construcción de un marco de
protección con la consolidación de un marco de controles ciudadanos que
contribuyen a hacer más virtuoso el escenario de convivencia. Sin embargo,
las dos líneas de investigación desarrolladas por Tilly también dejan entrever
ciertas discontinuidades. Así, si bien el escenario internacional se presenta
como un factor determinante en el estudio de la formación del Estado-
nación, esta variable desaparece en sus estudios posteriores. De igual forma,
el Estado aparece en un primer momento como la contraparte de los agentes
con capital, mientras que, en los últimos estudios del autor, los agentes con
capital dejan de ser interpretados como componentes fundamentales del pro-
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ceso de consolidación democrática. Finalmente, se observa una mayor incli-


nación en los primeros trabajos por desgranar la función coercitiva del Esta-
do, mientras que, en los últimos estudios, esta función se diluye en las
actividades igualadoras del agente institucional.
En todo caso, más allá de las discontinuidades que puedan existir entre
unos estudios y otros, el trabajo de Charles Tilly sobre el Estado debe reco-
nocerse como una de las mayores contribuciones al estudio de este objeto. El
Estado es un elemento-actor complejo, por lo que la identificación de varia-
bles y trayectorias constantes se convierte en una labor ciertamente destaca-
ble. Charles Tilly, a lo largo de su obra, se esmera por desentrañar las condi-
ciones y mecanismos que rodean al agente estatal, buscando las semillas de su
formación y desarrollando, más adelante, las potencialidades de su interven-
ción. Es cierto que el Estado cobra sentido, en la mayoría de la obra de Tilly,
en relación con la acción colectiva, con la contienda; sin embargo, en aquellas
ocasiones en las que se aísla su estudio, las reflexiones de Tilly sobre este lo-
gran contribuir de manera muy valiosa al estudio del Estado como objeto en
sí mismo. Las aportaciones de Tilly, en este sentido, logran situarlo como
uno de los autores de referencia, uno de los autores a los que hay que acudir
si queremos entender y desentrañar las dinámicas que circulan alrededor del
actor estatal.

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5. Revolución y contrarrevolución:
The Vendée y las raíces intelectuales
de la sociología histórica de Charles Tilly

Marta Latorre Catalán y Héctor Romero Ramos 1

Los realistas, que veían a la nación harta de libertad, se la figuraban


dispuesta a volver al antiguo régimen. Es error que cometen siempre
los viejos partidos el de creer que, pues se odia a sus sucesores, se les
ama a ellos, sin darse cuenta de que a los hombres les resulta mucho
más fácil permanecer constantes en sus odios que en sus afectos.
(TOCQUEVILLE, Inéditos sobre la Revolución)

Stave: I think in The Vendée you say —this is thirty-plus years ago
now— but all history is past social behavior. Over the past
thirty-plus years, would you add anything to that?
Tilly: I would reverse that now. I would say that all social beha-
vior is history now.
(BRUCE M. STAVE, «A conversation with Charles Tilly:
Urban History and Urban Sociology», 1998)
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INTRODUCCIÓN
The Vendée. A Sociological Analysis of the Counterrevolution of 1793 es
el primer libro que publicó Charles Tilly, en 1964, como resultado de la revi-
sión de su tesis doctoral y en el que ofrece una relectura, desde presupuestos
teóricos y metodológicos de la sociología, de «la Vendée» o la «guerra de la
Vendée», el episodio más cruento y polémico de la contrarrevolución y gue-
rra civil en Francia, que catalizó la caída de la Gironda y la progresiva impo-
sición del Gran Terror jacobino.
The Vendée es hoy en buena medida un libro marginal en el grueso cuer-
po de las publicaciones de Tilly (no hay traducción al castellano, sí hay edi-
ciones francesa e italiana), o al menos ha quedado oscurecido por sus traba-
jos más famosos sobre repertorios de acción colectiva, movimientos sociales,
sociología histórica de las revoluciones europeas o sobre la construcción de
los modernos Estados nacionales. Es cierto que, aun con los necesarios mati-
ces, desde la aparición de The Vendée pareciera que Tilly se hubiera propues-
1 Queremos dar las gracias a Carlos Moya por leer el primer borrador de este trabajo y por per-

mitirnos citar sus inéditas Crónicas de la Revolución francesa.

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Marta Latorre Catalán y Héctor Romero Ramos

to avanzar en su programa de investigación en base a tirar y tirar del hilo:


desde el caso concreto hasta la perspectiva comparada; desde el análisis denso
hasta el extenso; desde el estudio de los procesos de urbanización hasta el de
los procesos de industrialización, proletarización y formación del Estado na-
cional; desde una región a un país, y desde un país a un continente. Pero de
los hallazgos y las insatisfacciones procurados por la redacción de ese libro
también derivan no pocas de las ideas permanentes que podemos encontrar
en la trayectoria intelectual de Charles Tilly, siendo como es el texto inaugu-
ral de uno de los más importantes fundadores de la sociología histórica con-
temporánea. Su énfasis en los procesos de urbanización y sus intuiciones en
el ámbito de la sociología histórica urbana le acompañaron durante toda su
carrera como investigador (y como docente: Tilly enseñó en la universidad la
asignatura de sociología urbana durante años); su distanciamiento de las teo-
rías de la modernización, que se gestó durante la revisión de The Vendée,
marcará buena parte de su obra posterior y será una de las señas de identidad
de una generación de investigadores en el ámbito de la sociología histórica; y,
por último, su preocupación metateórica acerca de los prejuicios heredados
del pensamiento social decimonónico y sus efectos perniciosos sobre el
modo en que entendemos los procesos de cambio social, no se debe única-
mente a una reacción antidurkheimiana o a su indisciplinada relación con los
clásicos, sino también a la constatación de que las explicaciones de que dis-
poníamos sobre la historia del siglo XVIII eran poco más que mitos elabora-
dos en el siglo XIX.
En este trabajo pretendemos mostrar alguna de esas líneas de continui-
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dad intelectual entre aquella primera investigación de Tilly y parte de su


obra posterior en el campo de la sociología histórica. Partiendo de un esbo-
zo de la atmósfera intelectual y académica en que se formó Tilly y en la que
elaboró su proyecto de tesis doctoral, trataremos de exponer cómo formula
por primera vez la crítica a las teorías de la modernización, en qué basó su
temprano intento de conciliar dos disciplinas tradicionalmente recelosas en-
tre sí como son la sociología y la historia, y hasta qué punto los problemas a
los que Tilly se enfrentó en su análisis de la guerra de la Vendée y la ruptura
teórica y metodológica que planteó frente a la historiografía tradicional de
la Revolución francesa, fundamentaron su crítica a la herencia decimonóni-
ca de la teoría social contemporánea y marcaron la pauta de su estrategia
analítica.

CHARLES TILLY Y EL «GIRO HISTÓRICO» EN LA TEORÍA SOCIOLÓGICA


NORTEAMERICANA DE LOS AÑOS SESENTA
En el año académico 1954-1955, tras haber interrumpido sus estudios
para ingresar en el ejército, Charles Tilly vuelve a la Universidad de Harvard
para doctorarse en Sociología. Se matricula en el curso de Crane Brinton so-
bre la Revolución francesa y se imbuye de la atmósfera intelectual de un de-
partamento en el que empezaba a aflorar la crítica al paradigma parsoniano

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Revolución y contrarrevolución: The Vendée y las raíces intelectuales de la sociología histórica...

dominante, lo que resultaba atractivo para un joven estudiante acuciado por


un vago compromiso político izquierdista. Aunque Tilly había acabado algo
hastiado de los cursos de historia que estudió durante los primeros años de
licenciatura (convencido de su incapacidad para retener fechas y lugares), los
cuatro profesores con los que trabajó de manera más estrecha, el profesor de
Ciencia Política Sam Beer, los que serían sus directores de tesis George Ho-
mans y Barrington Moore 2 y, especialmente, Piritim Sorokin (a quien está
dedicado The Vendée), le hicieron ver que la conciliación de la sociología y la
historia era viable y que el problema de la teoría sociológica parsoniana era,
precisamente, su ahistoricismo 3.
Impartiendo clases como profesor ayudante de Sam Beer, un alumno le
preguntó: «Pero si, como dice Georges Lefebvre, el Antiguo Régimen estaba
podrido y en cierto modo la gente apoyaba unánimemente la Revolución, y
se habían sucedido todas estas revoluciones…, ¿cómo es que nos encontra-
mos con esta gran contrarrevolución en el oeste del país?». La respuesta de
Tilly fue: buena pregunta 4. Su descontento acerca de cómo se enseñaba la
Revolución francesa le movió a reflexionar sobre las grietas de lo que des-
pués llamó explicaciones «motivacionales». Pocos años más tarde, en la in-
troducción a The Vendée, Tilly lo explicó así:

Lo que tienen en común estas explicaciones sobre la Vendée es que todas aseguran
identificar las motivaciones de los participantes en la rebelión de marzo de 1793. Sin
duda, toda reconstrucción de hechos históricos implica diversas proposiciones sobre
las motivaciones humanas; sin duda, una de las tareas del historiador es describir los
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motivos de los participantes en acciones cruciales del pasado. Sin embargo, es posible
poner el acento en otros aspectos. También se pueden plantear cuestiones acerca de la
organización y composición de los grupos que apoyaron la Revolución y la contra-
rrevolución, sobre las relaciones entre los principales segmentos de la población an-
tes y durante la Revolución, sobre la relación entre los rápidos y bruscos cambios de
la Revolución y la contrarrevolución y los procesos más graduales de cambio social
que tuvieron lugar en el siglo XVIII en Francia. Estas cuestiones se presentan de ma-

2 Quien entonces no había publicado aún Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia,

cuya primera edición es de 1966. De hecho, Moore, que prefiere enfatizar el carácter anticapitalista
de la contrarrevolución vendeana, elabora casi por completo el epígrafe 6 del capítulo dedicado al
caso francés («Los campesinos contra la Revolución: La Vendée», pp. 84-91 de la edición española:
Barcelona: Península, 3.ª ed., de 1991) a partir del libro de Tilly.
3 «Desde la sociología, Andrew Abbot señala que la vocación rebelde de muchos jóvenes soció-

logos les dirigió hacia enfoques históricos, lo que permitió la crítica de dos tendencias dominantes
por entonces, el funcionalismo parsoniano y el trabajo empírico ahistórico y huérfano de teoría:
“Teóricamente, la sociología histórica era para ellos una forma de atacar el paradigma parsoniano en
sus puntos más débiles —su propuesta del cambio social— y una manera de incorporar a Marx en la
sociología. Metodológicamente, la sociología histórica arremetía contra su modelo de estatus por su
análisis micro, su carácter antihistórico y antiestructural, su reificiación y su cientifismo”» (Adams,
Clemens y Orloff, 2005: 16; citando a Abbot, 2001: 94). Todas las traducciones son de los autores.
4 Esta anécdota, así como buena parte del material biográfico en el que nos hemos basado para

este artículo, está recogido en la entrevista con Tilly publicada por Bruce M. Stave en el Journal of
Urban History (Stave, 1998: 6 y ss.). Más escueta pero igualmente interesante es la entrevista realiza-
da por Ángela Alonso y Nadya Araujo Guimaraes para la revista del Departamento de Sociología de
la Universidad de São Paulo, Tempo Social (vol. 16, n.º 2, noviembre 2004: 289-297).

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Marta Latorre Catalán y Héctor Romero Ramos

nera natural para un sociólogo que se enfrenta con un movimiento social en plena
ebullición. Estas cuestiones han guiado mi investigación sobre los orígenes de la Ven-
dée (Tilly, 1964: 9).

En el curso 1955-1956, tan solo un año después de su vuelta a la universi-


dad, con el proyecto de tesis redactado y una beca del Social Science Re-
search Council, sin ninguna experiencia previa ni formación específica de in-
vestigación en archivos, Tilly viajó a Francia, a Angers, la capital de la región
francesa del Anjou, para llevar a cabo el trabajo de campo de su tesis doctoral
sobre la contrarrevolución de 1793. Trabajó durante un año en los archivos
regionales, orientado por historiadores franceses con los que coincidió de
forma puramente casual, como Marcel Faucheux («una especie de agente re-
gional de George Lefebvre», como lo calificará Tilly), y en 1958 defendió su
tesis doctoral en la Universidad de Harvard, que tituló «The Social Back-
ground of the Rebellion of 1793 in Southern Anjou».
El libro fue publicado por Harvard University Press en 1964. Tilly dedicó
alrededor de cinco años a la revisión y corrección de su tesis hasta verla pu-
blicada. Una tesis que había tardado un par de años en escribir. Durante el
proceso de edición publicó algunos avances de investigación en la revista
French Historical Studies: «Civil Constitution and Counter-Revolution in
Southern Anjou» (1959) y «Local Conflicts in the Vendée before the Rebe-
llion of 1793» (1961) 5.
The Vendée fue reseñado en las principales revistas científicas tanto del
ámbito de la sociología como del de la historia: American Historical Review,
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Current History, American Sociological Review; así como por prestigiosas


publicaciones de menor impronta académica, como The Times Literary Sup-
plement. Críticas, en términos generales, ciertamente positivas, pero que en
algún caso dejaban traslucir el terco recelo entre ambas disciplinas. Precisa-
mente la crítica del TSL, con amabilidad y, como el propio Tilly reconoció,
también con humor, remarcaba lo que Ramón Ramos (1995a) ha denomina-
do las «diferentes estrategias textuales» de sociología e historia («analítica»,
la primera, frente al carácter «narrativo» de la segunda), uno de los escollos, a
su juicio, que la sociología histórica no conseguía salvar:

El doctor Tilly, armado con una batería de brújulas, compases, prismáticos, altíme-
tros, tan cargado que su prosa cojea fuertemente de una demostración a la siguiente,
al final acaba más o menos donde otros viajeros, menos prudentes, más desordena-
dos, le han precedido, tras perderse por el monte, simplemente haciendo caso de su
olfato. Con el doctor Tilly nos sucede lo contrario; el autor no nos permite siquiera
empezar sin antes ofrecernos largas disquisiciones sobre la «urbanización» en Kansas
5 Estos dos artículos son los únicos que Tilly cita en The Vendée. También publicó durante

aquellos años «Some Problems in the History of the Vendée», American Historical Review, 67,
1961: 19-33; «Rivalités de bourgs et conflicts de partis dans les Mouges», Revue du Bas-Poitou et
des Provinces de l’Ouest, 4, julio-agosto 1962: 3-15; «The analysis of a Counter-Revolution», His-
tory and Theory, 3, 1963: 30-58; y «Reflections on the Revolution of Paris», Social Problems, 12,
1964: 99-121.

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Revolución y contrarrevolución: The Vendée y las raíces intelectuales de la sociología histórica...

City, y definiciones minuciosas de palabras tan difíciles como «ciudad», «distrito»,


«comuna», «afiliación»… (TLS, 28/04/1966, en Tilly, 1968: ix) 6.

Richard Cobb, uno de los más destacados historiadores del Terror, seña-
laba en otra recensión del libro: «Es un libro bueno y bien recibido. Podría
haber sido mucho mejor —y más corto— si alguien le hubiera sugerido al
doctor Tilly que se olvidara de su sociología, abandonase su jerga y se mos-
trara menos ansioso por cuadrarlo todo con esmero» 7.
Desde el punto de vista del historiador —y tiene razón Lynn Hunt cuan-
do asegura que The Vendée estaba dirigido a historiadores y no tanto a so-
ciólogos— 8 resultaba llamativo un libro de historia sobre la Vendée, sobre la
Revolución francesa, en el que su autor dedica siete capítulos al análisis de
los procesos de urbanización en el oeste de Francia, a las peculiaridades de la
estructura social de sus comunidades rurales deteniéndose en no pocos as-
pectos estrictamente demográficos, la cuestión religiosa, el desarrollo de la
economía rural y los procesos de modernización política y administrativa de
la zona durante los cincuenta años previos a la Revolución; otros cuatro ca-
pítulos estaban dedicados a describir las actitudes ante la Revolución y los
efectos inmediatos que esta tuvo al sur del Loira, las consecuencias económi-
cas, políticas y sobre la cuestión religiosa que la Revolución tuvo en los años
inmediatamente posteriores al estallido de la Revolución de 1789… y tan
solo un capítulo de los trece en que está organizado el libro (el último, 38 pá-
ginas de un total de 373) se ocupa de hablar estrictamente, es decir, a contar,
la historia de la revuelta de la Vendée.
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En todo caso y pasado el debido tiempo, es fácil comprobar cómo sus


conclusiones han sido asumidas por toda la historiografía contemporánea re-
levante sobre la Revolución francesa —como veremos al final del tercer epí-
grafe de este trabajo—. Desde la corriente de la historia de las mentalidades,
Michel Vovelle destaca el libro de Tilly entre los cuatro estudios fundamen-

6 En Times Literary Supplement, 28 de abril de 1966, p. 358. Citamos a través de Tilly, en el pre-

facio a la reimpresión de The Vendée (1968).


7 Citado en Hunt (1984: 267). La referencia en la bibliografía comentada que ofrece Lynn Hunt

al final de su artículo es: Cobb, Richard (1969): «The Counter-Revolt», en A second identity: Essays
on France and French History, Londres: Oxford University Press, pp. 111-121. Hunt destaca en su
artículo cómo los trabajos de Tilly de corte más sociológico eran entonces reseñados en revistas aca-
démicas de sociología por historiadores y no por sociólogos.
8 Véase Hunt (1984), que sigue siendo hoy el mejor estudio crítico disponible de las primeras

obras de Charles Tilly. El ensayo está incluido en el libro, editado por Theda Skocpol, Vision and
Method in Historical Sociology (Cambridge University Press, 1984), publicación fundamental —casi
fundacional— en la institucionalización de la sociología histórica como subdisciplina académica.
Una etiqueta, por cierto, la de sociología histórica, que aún por los primeros años ochenta no con-
vencía en absoluto al propio Tilly, como recuerda Hunt en su ensayo, recogiendo un pasaje del libro
As Sociology Meets History (1981): «No me refiero a algo llamado “sociología histórica”. Sería más
feliz si nunca se hubiera inventado esa expresión. Implica la existencia de un campo de estudio sepa-
rado —al estilo, digamos, de la sociología política o la sociología de la religión […] Me opongo a
tener sub-disciplinas que nacen de técnicas o enfoques más que de cuestiones teóricas coherentes»
(véase Tilly, 1981: 100; cit. en Hunt, 1984: 269).

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Marta Latorre Catalán y Héctor Romero Ramos

tales sobre la contrarrevolución 9; igualmente es considerado por la historio-


grafía revisionista: Furet lo incluye en la escueta bibliografía seleccionada
para la voz sobre la Vendée en su Diccionario crítico de la Revolución france-
sa; y lo mismo podemos decir respecto de los postrevisionistas, ya bien pasa-
do el catártico bicentenario de la Revolución: en La Revolución francesa,
1789-1799. Una nueva historia, de Peter McPhee (2007), The Vendée sigue
siendo considerado el libro de referencia sobre el tema.

ENTRE LA SOCIOLOGÍA Y LA HISTORIA: LA CRÍTICA A LAS TEORÍAS


DE LA MODERNIZACIÓN Y EL LEGADO HISTORIOGRÁFICO SOBRE
LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Pero The Vendée no fue estrictamente el producto editado de su diserta-
ción doctoral. El trabajo de revisión que Tilly hubo de realizar le llevó a re-
considerar algunas de las líneas fuertes de aquella investigación. Tilly estaba
demasiado embebido de las teorías de la modernización más convencionales
y, así, armó su argumentación histórica sobre la contrarrevolución en la Ven-
dée a partir de los tópicos de la historiografía clásica de la Revolución france-
sa, que identificaban la reacción a la Revolución como producto de la reac-
ción a la modernidad propia de la mentalidad rural, profundamente religiosa.
Da inicio así, desde su primer libro, a una de las querellas que dominan casi
toda su trayectoria intelectual y que comparte con buena parte de los investi-
gadores de la que se ha denominado «segunda ola» de la sociología histórica:
la crítica a las teorías de la modernización.
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Para justificar su giro histórico, los autores de la segunda ola se acercaron


a los clásicos de un modo muy particular. El canon académico en el que ope-
raban, filtrado a través de Talcott Parsons, había consagrado a Weber, Dur-
kheim y el último Marx como los autores clásicos de referencia. Los autores
de la segunda ola querían sacar a la palestra la desigualdad, el poder y los
conflictos que estos engendraban, y Marx se convirtió en la figura más im-
portante para ellos en tanto se otorgaban el papel protagonista contra la teo-
ría de la modernización, especialmente contra el postulado de que todas las
trayectorias del desarrollo iban de lo «tradicional» a lo «moderno» (Adams,
Clemens y Orloff, 2005: 15).
Esta «segunda ola» de la sociología histórica reúne a autores como
Barrington Moore, Reinhard Bendix, Seymour Martin Lipset, el primer
Charles Tilly y Theda Skocpol. Se caracterizan por plantear objetos de estu-
dio fundamentalmente históricos, por ser investigadores especialmente incli-
nados hacia las cuestiones de orden teórico, por compartir una visión crítica
de las teorías de la modernización y del presentismo imperante en la teoría

9 Vovelle, Introducción a la Revolución francesa. Véase su bibliografía, teniendo en cuenta que:

a) es una bibliografía selectiva; b) presta especial atención al enfoque de la historia de las mentalida-
des; y c) privilegia la bibliografía en lengua italiana (edición original italiana de 1979; 1.ª ed. en caste-
llano en Barcelona: Ed. Crítica, 1981; citamos en adelante por la reedición: Crítica, 2000).

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Revolución y contrarrevolución: The Vendée y las raíces intelectuales de la sociología histórica...

social norteamericana de los años sesenta y setenta, por el influjo que reciben
de la escuela histórica de los Annales, su interés por cuestiones relacionadas
con la economía y por su intento de reapropiación de Marx como autor clá-
sico de referencia.
Efectivamente, ese traje le sienta bien a Tilly. Por momentos parece inclu-
so que le hayan usado como patrón. Pero hay matices. Pues la categoría del
«Tilly joven», o el «primer Tilly», toma algunos aspectos de los trabajos más
importantes que este publicó durante la década de los setenta y asume que
forman parte de la estructura básica de su sociología histórica más temprana,
como si estos fueran los fundamentos, las raíces intelectuales de sus primeras
obras. Pero, insistamos, hay al menos un par de esas características que con-
viene matizar: especialmente la reivindicación de Marx y la herencia de la es-
cuela de los Annales y el estructuralismo de Fernand Braudel.
En The Vendée no hay una sola referencia a Braudel ni a su obra. Tam-
poco hay rastro de Lucien Febvre, ni de Ferro, ni de Le Goff, y tan solo
hay un par de referencias a Marc Bloch 10, aunque Tilly manejó sus trabajos
de los años cincuenta sobre historia rural de Francia, así como una signifi-
cativa recensión suya del ensayo de R. H. Andrews Les Paysans des Mau-
ges. Asumimos lo innecesario de que las obras aparezcan citadas o los auto-
res nombrados para reconocer su influencia intelectual, pero tampoco es el
caso. La herencia que recogió Tilly, en aquel momento, era otra, por más
que él mismo, años después y en retrospectiva, se viera como un represen-
tante de la escuela de los Annales en la academia norteamericana de los
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años setenta 11. Por otro lado, aunque se pueda apreciar el espíritu del 18
Brumario recorriendo puntualmente algún pasaje, las referencias a Marx en
The Vendée son también escasísimas. Una cita de la La ideología alemana y
un puñado escaso de menciones 12 que, por lo demás, son principalmente
críticas. En este sentido, parece tener razón Lynn Hunt cuando afirma que
el apego de Tilly hacia la obra de Marx lo irá adquiriendo pasados los años,
y que pasará más bien de ser vagamente marxista a ser cada vez más mar-
xiano 13.
Desde el punto de vista metodológico, este primer ejercicio de sociología
histórica de Tilly tiene resonancias positivistas y es claramente heredero de la
tradición francesa de historiografía jacobina, más de Lefebvre que de Soboul,
y en general de la lectura social de la Revolución de tendencia marxista que
arranca con la Historia socialista de la Revolución francesa de Jean Jaurès. La

10 Bloch era, de hecho, el autor que aquella generación de sociólogos consideraba el precursor de

la subdisciplina. A su obra está dedicado el capítulo inaugural del libro, editado por Skocpol, Vision
and Method in Historical Sociology (1984), quizá la obra más representativa del giro histórico prota-
gonizado por los autores de la segunda ola. Véase Daniel Chirot, «The Social and Historical Land-
scape of Marc Bloch», en Skocpol (1984: 22-46).
11 En la citada entrevista publicada en Tempo Social (vol. 16, n.º 2, noviembre 2004: 289-297).

Versión on-line disponible en http://essays.ssrc.org/tilly/resources.


12 Concretamente seis menciones, por cuatro que hace a Max Weber y otras cuatro a Tocqueville.
13 Véase Hunt (1984).

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Marta Latorre Catalán y Héctor Romero Ramos

inspiración que el joven Tilly encontró en la tesis de Lefebvre sobre los cam-
pesinos del norte de Francia, de 1924, es indudable 14.
En cuanto a la preocupación por los aspectos económicos, es cierto que el
libro de Tilly se integra de cierta manera dentro del debate clásico de la histo-
ria económica de la Revolución: la Revolución de la miseria versus la Revolu-
ción de la prosperidad. Las conclusiones de Tilly en este punto se acercan
más a la línea de Jaurès —la Revolución producto de la prosperidad burgue-
sa— y a la incipiente demografía histórica de Labrousse 15 (que por vez pri-
mera presta atención a los años inmediatamente anteriores a la Revolución
recogiendo materiales cuantitativos) y de Marcel Reinhard 16, además de los
trabajos coetáneos de Paul Bois (de quien Tilly recibió comentarios sobre el
borrador de The Vendée), el primero en defender la tesis del «campesinado
frustrado». El libro de Paul Bois Pyasans de l’Ouest. Des structures économi-
ques et sociales aux options politiques depuis l’époque révolutionnaire dans la
Sarthe se publicó en 1960, es decir, dos años después de que Tilly acabara su
tesis doctoral. Allí, en palabras de Françoise Furet:

Se examina la estructura de las comunidades rurales, la producción campesina y su


relación con el mercado, el peso de los gravámenes señoriales y la pobreza de los
campesinos, para compararlos con los mismos tipos de datos de las regiones republi-
canas situadas en la periferia del territorio rebelde. Pero ninguna de las tentativas he-
chas para descubrir los secretos de la insurrección en las estructuras particulares de la
sociedad o de la economía campesina ha escapado a la refutación (Furet y Osouf,
1989: 161).
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Abundando un poco más en el contexto académico en que apareció The


Vendée, es importante notar que la línea en la que se inscribe el trabajo de
Tilly fue, precisamente, la que no hizo demasiada fortuna entre los historia-
dores estadounidenses de la Revolución francesa. En el mismo año 1964 apa-
reció el libro del historiador británico A. Cobban The Social Interpretation
of the French Revolution, que, problematizando el concepto de «revolución
burguesa» y negándole a la Revolución el carácter de clase, fue ciertamente
mejor recibido, a la vez que haría, años después, el viaje de vuelta a Francia
de la mano de los historiadores revisionistas.
14 Hablamos de Lefebvre, G. (1924): Les Paysans du Nord pendant la Révolution française, Lille:

Robbe. Para Michel Vovelle, Lefebvre «hundía las raíces de la ruptura decisiva que representara la
Revolución francesa en las profundidades de la Francia provincial y del mundo rural. Historiador
también del Gran Miedo, estudió la conmoción que en el verano de 1789 sacudió el campo francés en
términos que constituyen el acta fundacional de la historia de las mentalidades revolucionarias» (Vo-
velle, 2000: 86). De Lefebvre, Tilly también manejó para la redacción del libro La Grande Peur de
1789 (1932), La Révolution française (1951), Questions agraires au temps de la terreur (1952) y Étu-
des sur la Révolution française (1954). Recordemos que la propia idea de la tesis sobre la Vendée sur-
gió a partir de la lectura de Lefebvre: las referencias a la edición en inglés, The Coming of the French
Revolution (Princeton University Press, 1947), son numerosísimas.
15 Labrousse, Ernest (1944): La Crise de l’économie française à la fin d l’ancien régime et au

debut de la Révolution, París: Presses Universitaires de France.


16 Tilly manejó su Histoire de la population mondiale (1949), pero no hace referencia a la Contri-

bution à l’histoire démographique de la Révolution française, de 1962.

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Revolución y contrarrevolución: The Vendée y las raíces intelectuales de la sociología histórica...

Un último matiz: para Lynn Hunt, más que una crítica de las teorías de la
modernización, la obra de Tilly muestra —o mostraba entonces, en 1984—
una «relación ambivalente» hacia ellas.

Casi todo lo que ha publicado desde principios de los años 1970 ha sido crítico con
los excesos de la teoría de la modernización […] Tilly rechaza la noción de leyes ge-
nerales de desarrollo o modelos atemporales, pero sí cree que el análisis sociológico
puede identificar lo que él llama «grandes procesos de cambio» en períodos históri-
cos determinados. Su propósito es conectar transformaciones específicas en un tiem-
po y lugar concretos con esos grandes procesos de cambio. Para ello, desglosa el con-
cepto de modernización en categorías más precisas, más fáciles de medir, como las de
urbanización e industrialización (Hunt, 1984: 247).

Esa relación ambivalente se deriva, según Hunt, de una tensión que subya-
ce a la apuesta teórica de Tilly, quien trata de reconciliar en el centro de su ob-
jetivo analítico último (la acción colectiva), de un lado, la capacidad creativa y
organizativa de las personas en la consecución de un interés común y, de otro
lado, los grandes cambios estructurales que definen y limitan los medios y los
fines de esas personas (Hunt, 1984: 246). Tensión clásica entre estructura y ac-
ción que, entiende Hunt, sustenta su crítica al evolucionismo implícito en las
teorías de la modernización, pero que le aboca a reiterar, camuflados entre al-
guna que otra precisión terminológica, esquemas analíticos aún teñidos por
esa terca pátina evolucionista. Como veremos un poco más adelante, The
Vendée supondrá tan solo una primera etapa tentativa en el proceso de distan-
ciamiento crítico de Tilly respecto del evolucionismo implícito en las teorías
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de la modernización. Crítica que finalmente plasmará con plena contundencia


en su libro Grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones enormes, pu-
blicado en 1984, el mismo año que vio la luz el estudio crítico de Lynn Hunt.

UNA ILUSIÓN RETROSPECTIVA DEL SIGLO XIX


La insurrección de la Vendée estalló en marzo de 1793, tras un levanta-
miento popular en la pequeña ciudad de Cholet, en la región de Mauges, en
el oeste de Francia y al sur del río Loira, donde un comandante de la Guardia
Nacional fue asesinado. La revuelta se extendió con rapidez por las áreas de
Poitiers y Tours, que tras la reorganización administrativa de 1790 habían
pasado a ser los Departamentos de Maine-et-Loire, Loira Inferior, Vendée y
Deux-Sèures. El detonante fue la orden de movilización forzosa de trescien-
tos mil hombres reclutados por sorteo entre los solteros de las distintas re-
giones. La situación crítica del ejército de la República en la frontera con
Austria había obligado a la Convención a ordenar la leva, intolerable para los
campesinos de la Vendée, a quienes esta forma de reclutamiento recordaba a
los modos de la Monarquía y que, además, detestaban a los funcionarios que
la imponían (y que estaban exentos de su cumplimiento) 17.

17 Véase McPhee (2007: 132 y ss.).

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La primera reacción desde París, donde subestimaron las posibilidades de


la revuelta, se produjo el 19 de marzo. Enviaron a la Vendée un grupo de dos
mil soldados voluntarios (otros historiadores hablan de tres mil) que fueron
rápidamente derrotados. En su huida fueron perseguidos por los sublevados,
que la noche del 21 de marzo atacaron en La Rochela a los supervivientes de
aquella primera escaramuza. Sus cuerpos fueron descuartizados y los genita-
les colgados en palos. «El ejército vendeano debe sus éxitos del verano a su
carácter masivo más que a su técnica o a su estrategia. Elije sus jefes que ha
ido a buscar a menudo entre nobles retirados de la región después de haber
servido en el ejército del Rey: Charette, d’Elbée, La Rochejaquelein, Lescure
y Bonchamps. Pero Cathelineau es carretero en Pin-en-Mauges, Stofflet
guardabosques en Maulévrier. Su autoridad, la de todos, es precaria como su
origen: en estos generales nombrados por sus tropas, el mando se mezcla con
la persuasión» (Furet y Osouf, 1989: 156).
La contrarrevolución se hizo fuerte en su territorio. Durante el verano de
1793 se sucedieron los intentos (desde un punto de vista estrictamente militar,
poco serios) de volver a controlar la región por parte de los ejércitos «patrio-
tas», que fueron una y otra vez derrotados. Pero la herida abierta por la guerra
civil y alimentada por una revuelta que se sentía en París como una traición ul-
trajante, sumada a la presión militar exterior, desestabilizan a la Convención,
que finalmente reacciona a la presión de la Comuna: entre marzo y mayo de
1793 se crearon el Comité de Salud Pública, el Comité de Seguridad General y
se aprobaba el decreto por el que se declaraba a los emigrados como «civil-
mente muertos» (McPhee, 2007: 139). «La Vendée llevó al paroxismo la crisis
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de la Revolución, precipitando también la caída de la Gironda» (Soboul, 1979:


222 y ss.). El 1 de agosto, el portavoz de la Montaña insta a la Convención a
acabar con la insurrección leyendo un informe de retórica incendiaria: «Des-
truir la Vendée y Valenciennes ya no estará en poder de los austríacos. Des-
truid la Vendée y el Rin será liberado de los prusianos. Destruid la Vendée y
los ingleses no se ocuparán ya más de Dunkerque [...]» (cit. en Furet y Osouf,
1989: 163). Se dio orden de convertir la Vendée en un desierto.
El 1 de agosto la Convención decreta la destrucción sistemática de la Vendée; ese
mismo día las masas parisinas destruyen las tumbas de los reyes franceses en el ce-
menterio de Saint Denis. Aunque jamás sería aplicada, el 4 de agosto fue ratificada,
plebiscitariamente, la Constitución jacobina: por 1 800 000 votos frente a 1700 en
contra. La guerra total, esa apocalíptica invención revolucionaria, domina el escena-
rio político. Los máximos estrategas militares de la República, Carnot y Prieur de la
Côrte-d’Or, entran en el Comité de Salud Pública el 14 de agosto; el 22, Robespierre
es elegido presidente de la Convención, que al día siguiente decreta la nueva leva en
masa del pueblo francés: «Desde este momento hasta que los enemigos hayan sido
expulsados del territorio de la República, todos los franceses están en leva permanen-
te para el servicio de los ejércitos. Los jóvenes irán al combate; los hombres casados
forjarán las armas y transportarán los víveres; las mujeres harán ropas y ayudarán en
los hospitales; los niños harán con las ropas viejas, vendas; los ancianos se harán lle-
var a las plazas públicas en talleres de armas, se limpiará el suelo de los sótanos para
extraer la suciedad. Las armas de calibre se entregarán exclusivamente a los que mar-

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Revolución y contrarrevolución: The Vendée y las raíces intelectuales de la sociología histórica...

chen contra el enemigo; en el interior, el servicio se hará con fusiles de caza y armas
blancas [...] Los jóvenes de dieciocho a veinticinco años, solteros o viudos sin hijos
constituirán la primera fuerza de la leva y marcharán los primeros. Serán, enseguida,
formados en batallones bajo un estandarte que llevará estas palabras: El pueblo fran-
cés en pie contra los tiranos» (Carlos Moya, De Jefferson a Napoleón Bonaparte. Cró-
nicas de la Revolución francesa, inédito).

El ejército «patriota», reforzado desde el final del verano de 1793 con los
soldados que habían sobrevivido al asedio de Maguncia, logra su primera y
decisiva victoria el 17 de octubre en Cholet, obligando a las tropas vendeanas
a dejar el territorio que habían hecho suyo y huir hacia el norte en busca de
la ayuda de los nobles emigrados y la armada inglesa, apostada en la costa
bretona. Mermados de efectivos y caídos no pocos de sus principales man-
dos, el plan se mostró inviable nada más cruzar el río Loira. Durante todo el
otoño sortearon distintas escaramuzas hasta que fueron severamente derro-
tados en Granville. Desde entonces, el intento de regresar a sus tierras se
cuenta por una sucesión de derrotas hasta la masacre definitiva en Le Mans,
el 13 de diciembre, «una de las jornadas más atroces de esta guerra sin pie-
dad: […] el ejército vendeano derrotado deja diez mil muertos en el terreno»
(Furet y Osouf, 1989: 157).
Una vez aplastada la insurrección y hasta la primavera de 1795 (no se fir-
mó ningún armisticio hasta la caída de Robespierre, el 9 Termidor), se aplicó
el plan de represión sobre la Vendée decretado el 1 de agosto, sucediéndose
los fusilamientos y ahogando en el río Loira a grupos de insurrectos o a todos
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aquellos susceptibles de ser acusados de apoyar la insurrección. «La guerra


civil acabaría exigiendo la atroz cifra de doscientas mil vidas a cada uno de los
bandos, tantas como las guerras externas de 1793-1794. Se ha calculado que
en estas comunidades, tras la represión en la Vendée, murieron 117 000 perso-
nas, el 15 por ciento de su población» (McPhee, 2007: 135). Entre los histo-
riadores franceses de la Revolución, la polémica acerca de si la represión de la
insurrección vendeana fue o no un genocidio sigue todavía hoy abierta.
¿Cuáles fueron las causas de la rebelión? ¿Cómo explicar lo que, en su in-
forme del 1 de agosto, Barère, el portavoz de la Montaña en la Convención,
ya calificó como «la inexplicable Vendée»? Una revisión de cómo las distintas
tradiciones historiográficas han atendido al fenómeno contrarrevolucionario
escapa a las posibilidades de este trabajo. Desde el momento en que la rebe-
lión vendeana fue definitivamente sofocada, la confrontación entre la historia
contada por los partidarios del Antiguo Régimen y los de la Revolución será
una constante. El episodio, como hemos señalado, es aún hoy susceptible de
polémica, y desde la sociología electoral a los estudios sobre cultura política
se remontan a la guerra de la Vendée para explicar comportamientos y tradi-
ciones enquistados en aquella región de Francia. La narrativa histórica ro-
mántica de la Vendée, sostenida desde la literatura de Balzac, de Victor Hugo
o Dumas, y especialmente por las sucesivas Historias de Michelet, Carlyle o
Taine, permeó cualquier acercamiento a la historia de la contrarrevolución

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hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. En ellas los campesinos de la


Vendée reaccionaban contra la Revolución y en defensa del Antiguo Régi-
men, bajo la bandera de Dios y el rey, porque en su ignorancia fueron mani-
pulados por curas refractarios y nobles oportunistas; porque su mentalidad
campesina abominaba de los señoritos de la ciudad; porque en su egoísmo no
estaban dispuestos a moverse un palmo de sus tierras para luchar por su pa-
tria y, en fin, porque en su fanatismo y su ceguera no alcanzaron a compren-
der los nuevos bienes que la libertad y la igualdad traían consigo.
La Vendée de 1793 comenzó el 10 de marzo. El día 1 los austríacos habían forzado
las líneas francesas y nuestras tropas retrocedían desordenadamente. El 10, por toda
Francia se proclama la requisición. Los guardias municipales, en nombre de la ley,
llaman a los franceses a salvar el país. ¿Quién responde al redoble de sus tambores?
La Vendée, la campana de San Bartolomé. ¿Qué significan estas campanadas? Que la
Vendée, antes que batirse por la República, se batirá contra la misma Francia: Las
Pascuas que se aproximan serán la fiesta consagrada a las víctimas humanas. Cuares-
ma santificada por la sangre, como en las Vísperas Sicilianas.
[…]
Es más, los vendeanos entre ellos se odian, se desdeñan y se desprecian, salvo las ma-
sas fanáticas que una propaganda especial organizó en la Bocage; los de arriba solo
usan un tono de burla al hablar de las ranas del Marais. Los Charette y los Stofflet se
lanzan unos a otros el apelativo de bandidos. No, escogeríais como jefes para batiros
contra ella a gente de la más baja categoría, vuestra revolución será baja, grosera, ig-
norante, no sois la revolución. Cometeríamos un crimen si diéramos tan hermoso
nombre a la Vendée. La Revolución, fueran cuales fuesen sus desvaríos, fue la lucha
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por la unidad de la patria. Y la Vendée, aunque tuviera notable apariencia democráti-


ca, representó la discordia. La Vendée afirmaba, de forma arriesgada, que representa-
ba la discordia antigua, los derechos opuestos de las distintas regiones y el viejo caos.
Este caos y esta discordia, ¿qué hubieran supuesto contra la coalición del mundo?
Nada más que la muerte de Francia. La discordia de la Vendée era la muerte nacional
(Michelet, 2008: II, 692 y 693).

Es la historiografía moderna posterior a la Segunda Guerra Mundial la


que acaba con la idea de una Vendée nostálgica del Antiguo Régimen. Tilly
no recoge en puridad esa herencia, pues su investigación parte de aquellas
tendencias que privilegian la historia social y económica, pero sí hereda la
manifestación moderna de la historiografía clásica: en la Vendée se enfrentan
las fuerzas del Antiguo Régimen contra las de la Revolución, el campo con-
tra la ciudad. En la Vendée reaccionan las viejas estructuras de poder local
contra la expansión de la República, es decir, del moderno Estado nacional
francés 18.
18 El trabajo precursor de los estudios modernos sobre la Vendée, el Tableau politique de la Fran-

ce de l’Ouest de André Sigfried (París, 1913), es quizá el mejor ejemplo de esa transición entre la na-
rración clásica de la revuelta y la consolidación positivista de las mismas conclusiones: se trata de un
estudio estadístico de la región sublevada que dibuja una sociedad reaccionaria y aislada. Tilly se
apoyó mucho en esta investigación de Sigfried y en un trabajo anterior suyo, «Le Régime et la divi-
sión de la propriété dans le Maine et l’Anjou», publicado en 1911. También recuperó su artículo «En
Vendée», publicado en el diario Le Figaro el 17 de julio de 1950.

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Revolución y contrarrevolución: The Vendée y las raíces intelectuales de la sociología histórica...

De acuerdo con esta perspectiva, la conclusión última del libro de Tilly es


que la comparación de los diferentes niveles de urbanización de aquellas
áreas del oeste que apoyaron la contrarrevolución y las que se mantuvieron
del lado de la nueva República —una comparación que establece para los
cincuenta años anteriores al advenimiento de la Revolución de 1789 y en los
tres años inmediatamente posteriores hasta la revuelta vendeana— muestra
cómo aquellas áreas donde de los datos analizados se desprende un mayor
grado de urbanización son las que en mayor medida apoyaron la Revolu-
ción, pero que no sucede estrictamente lo contrario, es decir, no es que los te-
rritorios con menos grado de urbanización sean contrarios a la Revolución,
sino que el descontento se produce en aquellos lugares donde el ritmo de ur-
banización es alto pero las condiciones socioeconómicas sobrevenidas tras la
Revolución lo ralentizan o dificultan, cuando no lo frustran. Que son aque-
llas áreas donde las formas de vida rural y urbana conviven de manera más
estrecha. Así, Tilly revisa y problematiza la idea de la Vendée como revuelta
campesina. Acerca del componente antiurbano de la contrarrevolución, fren-
te a la idea de que el conflicto entre el mundo rural y el urbano se debe prin-
cipalmente a su mutuo desconocimiento, a que son comunidades aisladas
que viven de espaldas las unas de las otras, Tilly defiende que el conflicto
solo puede darse precisamente en aquellos ámbitos en que ambos mundos
conviven. En la ciudad se forman las élites que dictarán las nuevas normas
que afectan a la organización de las comunidades campesinas, y es esto lo que
produce la tensión y no la incompatibilidad de sus mentalidades (véase Tilly,
1964: 61).
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Desde luego, ateniéndonos estrictamente a esta conclusión entendemos el


camino de Tilly hacia el desapego por las teorías de la modernización de tra-
zo grueso. Camino en el que The Vendée solo será una etapa, puesto que de
sus conclusiones se deduce un eje argumental aún muy deudor de estas teo-
rías: la relación entre el acelerado ritmo de cambio social en el sentido de una
mayor urbanización-modernización (aunque Tilly no aceptara la equipara-
ción entre estos dos conceptos en cuanto a sus posibilidades analíticas, la vin-
culación de fondo es ineludible) y el estallido contrarrevolucionario o, en fin,
el estallido de la acción (reacción) colectiva violenta.
Tilly fue matizando y problematizando sus propias conclusiones respecto
de la guerra de la Vendée y respecto de su libro. Si el prefacio a la primera
reimpresión en 1968 incidía en la crítica de los presupuestos en que se apoyó
en su tesis doctoral y contra las teorías de la modernización, en la siguiente
reimpresión, del año 1976, la endurece todavía más. No es que Tilly acabara
abominando de su propio libro, pero sucesivamente se aprecia una mayor
distancia crítica: dirá que su énfasis en torno al concepto de urbanización le
impidió comprender la importancia de los procesos de proletarización, de
industrialización y de expansión del Estado; dirá que la concepción de los
procesos de urbanización que sostiene en el libro era excesivamente mecáni-
ca (demasiado apegada a los trabajos de Kingsley Davis), que el concepto
aplicado era muy restrictivo (lo cual es, por cierto, muy discutible, pues se-

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Marta Latorre Catalán y Héctor Romero Ramos

gún cómo se lea puede resultar incluso bastante laxo) y, como señala Lynn
Hunt, Tilly criticará sin matices cualquier relación entre el rápido crecimien-
to urbano y la violencia colectiva. En su libro Grandes estructuras, procesos
amplios, comparaciones enormes (1984), Tilly habla de «los ocho postulados
perniciosos» que las ciencias sociales han heredado de prejuicios intelectua-
les del siglo XIX. El séptimo postulado dice: «Una amplia variedad de com-
portamientos reprobables —incluyendo la locura, el asesinato, la bebida, el
crimen, el suicidio y la rebelión— resulta de la tensión producida por un
cambio social excesivamente rápido» (Tilly, 1991: 27).
Cuando en su libro Las revoluciones europeas, 1492-1992, analizando el
caso francés, se detiene puntualmente en el episodio contrarrevolucionario,
leemos:

El movimiento contrarrevolucionario de la zona occidental de Francia fue una con-


secuencia directa del intento de los elementos revolucionarios de establecer un tipo
concreto de gobierno directo en la región. Una forma de gobierno que suponía la
desaparición de la nobleza y el clero como intermediarios semiautónomos, que hacía
que las exigencias del Estado en forma de impuestos, recursos humanos y obediencia
se dejara sentir en el nivel de las comunidades locales y los hogares individuales, y
que daba a la burguesía de la región un poder político que hasta ese momento no ha-
bía poseído […] Sin duda, el término bourgeois tenía una doble connotación para los
habitantes de la Vendée: indicaba una clase social determinada y, asimismo, la condi-
ción de residencia en un núcleo urbano, pero comprendía perfectamente que ambos
conceptos estaban íntimamente ligados. Los revolucionarios franceses que preten-
dían que la autoridad del Estado se dejara sentir en todas partes y que estaban dis-
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puestos a eliminar a todos los enemigos de esa autoridad, iniciaron un proceso que
había de prolongarse durante veinticinco años y que en cierto sentido aún no ha con-
cluido (Tilly, 2000a: 218-219).

Efectivamente, la expansión del Estado, el modo en que las reformas ad-


ministrativas afectan a los modos de organización de las comunidades locales
y, en fin, el proceso de centralización del poder, serán para Tilly, años des-
pués, las claves. Cuando por las mismas fechas escriba el ensayo «State and
Counterrevolution in France» para el libro colectivo, editado por Ferenc
Fehér, The French Revolution and the Birth of Modernity (1990b), con moti-
vo del enjundioso segundo centenario de la Revolución, abrirá el capítulo di-
ciendo «Tocqueville casi lo entendió» (Tilly, 1990b: 49).
Pero más allá de la insatisfacción de Tilly con su propio trabajo y de sus
consecuencias para el desarrollo de su obra ulterior, lo verdaderamente impor-
tante en el libro es cómo resuelve su interrogante inicial —¿fue la Vendée un
episodio efectivamente contrarrevolucionario, una revuelta campesina de cor-
te reaccionario que enfrentó a las fuerzas de la República contra los defensores
del Antiguo Régimen?— trazando un mapa riguroso de las condiciones socia-
les prerrevolucionarias e inmediatamente postrevolucionarias: «Es demasiado
fácil instalarse en la asunción de que la contrarrevolución de la Vendée fue
simplemente la respuesta natural a la Revolución por parte de una región atra-

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Revolución y contrarrevolución: The Vendée y las raíces intelectuales de la sociología histórica...

sada. Esta cómoda fórmula no explica nada. Falla porque pide a gritos que nos
planteemos tres preguntas cruciales: ¿Qué queremos decir con “atrasada”?,
¿cuál es el comportamiento político “natural” de las regiones atrasadas?, ¿era
la Vendée una región significativamente más atrasada que otras zonas de Fran-
cia que no se rebelaron?» (Tilly, 1964: 16). En la respuesta de Tilly a la última
de las tres preguntas se encuentra lo más valioso de su aportación. Pues los
campesinos de la Vendée, supuestamente apegados a sus antiguos señores, no
sostuvieron los primeros movimientos contrarrevolucionarios de los años
1791 y 1792; no se movieron de sus casas para defender a los sacerdotes refrac-
tarios ni para secundar a los nobles emigrados 19; porque el epicentro de la in-
surrección, la ciudad de Cholet, no era una región atrasada sino un núcleo ur-
bano emergente sostenido sobre el vigor de su industria textil. Industria que se
vio fuertemente sacudida por la quiebra de las relaciones comerciales con In-
glaterra que inevitablemente acompañó a la Revolución.
Lo que muestra el mapa social, económico y demográfico que Charles
Tilly detalla hasta el tedio es que las bases sociales que dibuja la narrativa clási-
ca sobre la Vendée no eran las de la región de Vendée a la hora del estallido de
la Revolución. Ni siquiera esa historia de la Vendée defensora del antiguo or-
den de las cosas, del Antiguo Régimen, era la Vendée en tanto que sociedad
campesina de la Vendée prerrevolucionaria. La imagen de la comunidad ven-
deana que sostenía aquel relato solo se verá en Francia en los cincuenta años
siguientes al episodio contrarrevolucionario. La Vendée de la contrarrevolu-
ción era la Vendée del siglo XIX, y no la del siglo XVIII: «No está nada claro que
las regiones “atrasadas” reaccionen al cambio político de manera reaccionaria
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[…] Tampoco podemos agarrarnos al principio implícito de que la moderniza-


ción no tiene vuelta atrás como una justificación para extrapolar ese atraso de
las políticas monárquicas, la dominación de los nobles y las inquietudes agra-
rias de la región en el siglo XIX a un panorama mucho más oscuro del siglo
XVIII. De hecho, fue durante los cincuenta años posteriores a 1793 cuando de-
cayó la industria rural, los nobles se instalaron en la zona, se desarrollaron las
políticas monárquicas y comenzó a florecer el mito de una rebelión de campe-
sinos indignados en defensa de la Iglesia y el Rey» (Tilly, 1964: vii).
Aunque los historiadores recientes de la Revolución francesa mantienen
como hipótesis fundamental el factor religioso y la influencia de los sacerdotes
refractarios 20, las conclusiones de Tilly son ampliamente aceptadas: así, para
19 «La crisis religiosa agitaba los departamentos del Oeste, de fe muy viva […] Los sacerdotes re-

fractarios, muy numerosos, explotaban el sentimiento religioso de los campesinos, haciendo que se
enfrentaran con la Revolución […] Los campesinos de la Vendée, no obstante, no habían sostenido la
revolución nobiliaria de agosto de 1791; no se movieron en 1792 para salvar a los buenos sacerdotes
de la deportación» (Soboul, 1979: 222).
20 «Todo muestra que el principal motor de la revuelta vendeana fue religioso, y no social, o sim-

plemente político. […] El heroísmo militar, cuando hubo heroísmo, pues el ejército vendeano tam-
bién fue propenso al pánico, fue inspirado por el fanatismo religioso y la promesa del paraíso. Esta
adhesión colectiva a la antigua fe y a la antigua Iglesia, percibidas como inseparables y amenazadas
por la Revolución, sobrepasa los límites del conflicto entre las ciudades y los campos» (Furet y
Osouf, 1989: 161).

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Marta Latorre Catalán y Héctor Romero Ramos

Michel Vovelle, «el sentimiento religioso, arraigado en estas comarcas, que du-
rante tanto tiempo se ha señalado como causa inicial, no lo explica todo».
A esta causa añade la, clásica desde Michelet, «hostilidad al gobierno central,
en un país que rechaza el impuesto y sobre todo las levas de hombres» y, final-
mente, señala cómo los nuevos historiadores han incidido en «la raigambre del
movimiento en un contexto socioeconómico en que el reflejo antiurbano y an-
tiburgués, esto es, antirrevolucionario, entre los campesinos, fue lo suficiente-
mente fuerte como para relegar a segundo plano la tradicional hostilidad res-
pecto de los nobles» (Vovelle, 2000: 46-47) —si bien, desde el punto de vista de
Tilly, la identificación de antiurbano y antiburgués con «antirrevolucionario»
resultaría discutible—. Para Peter McPhee, la causa de la rebelión también es
«un clero numeroso, activo y reclutado localmente, que desempeñó un papel
social preponderante», pero no tarda en apuntar a las «peculiaridades de la re-
gión y el impacto específico de la Revolución allí», para concluir: «La Revolu-
ción no aportó ningún beneficio aparente a los campesinos de la Vendée»
(McPhee, 2007: 133). Y, por último, en el Diccionario de Furet y Osouf leemos:

No es la caída del Antiguo Régimen lo que levanta a los vendeanos contra la Revolu-
ción, sino la reconstrucción del Nuevo régimen […] Si el pueblo vendeano puso a
Dios y al Rey en sus banderas, había en estos símbolos inevitables de su tradición
algo más que simple añoranza del Antiguo Régimen, al que vio morir sin pena […]
Lo que aparece más bien en la historia de las comunidades rurales vendeanas es una
hostilidad política creciente hacia los trastornos introducidos en la vida cotidiana por
las reformas de la Constituyente: la creación de los departamentos y los distritos, los
nuevos impuestos y la compra masiva de bienes nacionales por los burgueses de las
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ciudades […] En muchos departamentos del oeste, el antagonismo secular entre las
ciudades y los campos adquiere un impulso inédito en los conflictos entre el interven-
cionismo de poderes administrativos muy recientes y comunidades rurales celosas de
su autonomía y poco inclinadas a las innovaciones (Furet y Osouf, 1989: 155-156).

Hacia el final del prefacio de Grandes estructuras, procesos amplios, com-


paraciones enormes, Tilly cuenta que buena parte de las ideas que trataba de
ordenar en ese libro procedían de «insatisfacciones y pensamientos disper-
sos, acumulados durante largo tiempo, [que] se me echaron encima de repen-
te» (Tilly, 1991: 12). «Al intentar responder a estas preguntas —continúa po-
cas páginas después— […] la mayor parte de mis ejemplos están tomados de
la sociología y de la ciencia política. […] me disculpo por omitir alusiones a
la antropología, la economía, la geografía y, especialmente, la historia» (ibíd.:
31). El argumento central sobre el que gira el libro —quizá el trabajo de Tilly
de mayor alcance en cuanto a sus planteamientos estrictamente teóricos y
metodológicos y, a su vez, el menos sistemático— es que las ciencias sociales
se ven lastradas, a finales del siglo XX, por una serie de prejuicios intelectua-
les elaborados en el siglo XIX. «El siglo XIX pesa sobre nosotros como una
pesadilla», es la frase que inaugura el libro.
¿Cuáles son esos prejuicios intelectuales? ¿Desde hace cuánto tiempo
Tilly acumulaba esas insatisfacciones? En el repaso de las distintas perspecti-

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Revolución y contrarrevolución: The Vendée y las raíces intelectuales de la sociología histórica...

vas con que la historiografía moderna de la Revolución francesa había abor-


dado la guerra de la Vendée, Françoise Furet apunta (en lo que no es más que
un acopio bien sintetizado de los argumentos de Tilly, cuyo libro no cita en
el cuerpo de texto pero, como hemos dicho, sí incluye en la bibliografía):

En efecto, antes de rebelarse en contra en 1793, el campesino vendeano fue favorable


a la Revolución de 1789 y recibió con agrado, como el resto de la nación, la abolición
de los derechos feudales y el diezmo. En marzo de 1793, en cambio, llama a la puerta
del castillo para pedir ayuda: no con la aspiración de restablecer el régimen señorial,
sino para tener jefes militares. Y es en la guerra misma, más que en el Antiguo Régi-
men, donde se forma la nueva alianza entre el campesino y el ex señor. La cuestión,
pues, no es comprender por qué añora la antigua sociedad —pues esta «añoranza» es
una ilusión retrospectiva del siglo XIX—, sino por qué se ha vuelto, en un plazo de
cuatro años, un enemigo de la Revolución. La parte más interesante de la historiogra-
fía reciente de la guerra de la Vendée reside en este intento de distinguir lo que es an-
terior y lo que es posterior, y los orígenes de esta herencia (Furet y Osouf, 1989: 161;
la cursiva es nuestra).

* * *

El primer intento de Tilly de acercar sociología e historia, reconciliando


los objetivos de esta con los métodos de aquella, acabaría siendo un camino
de ida y vuelta. Tratando de convencer a una audiencia de historiadores de
que con herramientas sociológicas se podía alcanzar una mayor verdad, llegó
a explicar a una audiencia de sociólogos cómo las lecciones de la historia car-
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comían las vigas maestras de la teoría social contemporánea. En las últimas


líneas de la introducción a The Vendée leemos: «Si he hecho mi trabajo co-
rrectamente, para cuando lleguemos juntos al final, el lector sabrá algo más
sobre por qué estalló en el oeste de Francia una gran rebelión armada en
1793, qué relación tuvo con la organización social y el cambio social en esa
región y cómo una perspectiva sociológica ayuda a entender los turbulentos
hechos de la historia» (Tilly, 1964: 15). En buena medida lo logró. Y quere-
mos reconocérselo.

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6. El concepto de revolución de Charles Tilly


y las revoluciones de colores 1

Jesús de Andrés y Rubén Ruiz Ramas


UNED

INTRODUCCIÓN
Las páginas que siguen giran en torno a un eje principal: la consideración
de la idoneidad del concepto de revolución elaborado por Charles Tilly, con
especial atención a sus elementos epistemológicos y ontológicos, para su
aplicación al estudio de las denominadas revoluciones de colores, es decir, so-
bre la pertinencia de utilizar la conceptualización, metodología y plantea-
mientos teóricos utilizados por este autor a la hora de analizar dichos fenó-
menos históricos. Las conocidas como revoluciones de colores (básicamente,
la revolución rosa de Georgia, en noviembre de 2003; la revolución naranja
de Ucrania, en noviembre y diciembre de 2004; y la revolución de los tulipa-
nes de Kirguistán, en marzo de 2005) fueron procesos en los que, tras una
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fase de protesta desde distintos sectores de la sociedad civil ante la sospecha


o evidencia de manipulación de los resultados electorales, se produjo una
transferencia de poder no prevista en los cauces institucionales. Estos even-
tos, a los que denominaremos revoluciones postelectorales, estuvieron prota-
gonizados por coaliciones de opositores que desafiaron el poder estatal tras
celebrarse procesos electorales que fueron evaluados por diferentes organis-
mos domésticos e internacionales como fraudulentos.
Para la denominación de estos procesos se ha recurrido, tanto en los me-
dios de comunicación como en la literatura académica, a la utilización del
concepto revolución desde un primer momento. Así, han sido denominadas
como revoluciones naranjas, revoluciones de colores, revoluciones democráti-
cas, revoluciones postelectorales o incluso, pese a lo poco afortunado del con-
cepto, golpes revolucionarios (Lane, 2009). A la hora de analizar dichos pro-
cesos y de intentar ordenarlos conceptualmente, el recurso a la obra de Tilly
nos permite definirlos como acontecimientos diferentes a las revoluciones
sociales clásicas pero también distintos a los movimientos sociales reivindi-
cativos de tipo ortodoxo. Para ello, en la primera parte del trabajo analizare-
1 El presente texto se inscribe en el proyecto de investigación CSO2008-02225/CPOL: Las revo-

luciones postelectorales de Eurasia: Serbia, Georgia, Ucrania y Kirguistán. Un análisis comparado,


Ministerio de Ciencia e Innovación (Subdirección General de Proyectos de Investigación), VI Plan
Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica 2008-2011.

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Jesús de Andrés y Rubén Ruiz Ramas

mos la formulación que del concepto de revolución elaboró en su obra Tilly,


incidiendo en las características del mismo y en los debates que ha suscitado.
A continuación indagaremos en las características de las nuevas revoluciones
postelectorales, en los elementos que las definen y en la discusión académica
suscitada al respecto. Finalmente, consideraremos la pertinencia de utilizar el
bagaje conceptual y teórico de Tilly para explicar estos acontecimientos.

EL ESTUDIO DE LAS REVOLUCIONES Y EL CONCEPTO DE REVOLUCIÓN


DE TILLY
Coincidiendo con el período de formación como disciplina autónoma de
la sociología histórica, en los años sesenta y setenta, el estudio de las revolu-
ciones sociales vivió su época de mayor apogeo. Charles Tilly y Theda Skoc-
pol contribuyeron entonces, con algunos trabajos hoy clásicos, tanto al co-
nocimiento de los fenómenos revolucionarios de los siglos XIX y XX como a
la consolidación de una sociología histórica esforzada en aunar teoría social
y narración histórica. From Mobilization to Revolution (1978), de Tilly, y
States and Social Revolutions (1979), de Skocpol, son los trabajos más desta-
cados del debate por ellos emprendido. A pesar de tener una serie de caracte-
rísticas en común, entre las que destacan el análisis temporal de los procesos
sociales y políticos, dado el carácter cambiante de la realidad social, y la ex-
plicación de dichos procesos a través de la construcción de modelos teóricos,
la obra de ambos autores se levantó desde la diferencia. Mientras que Tilly
partió, en su análisis de los fenómenos revolucionarios, del estudio de la ac-
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ción humana, Skocpol, por su parte, lo hizo desde una perspectiva estructu-
ral. Lo que para Tilly se explica a través del estudio del conflicto político, de
la lucha por el poder de determinados grupos en el marco de una organiza-
ción estatal, para Skocpol no se puede interpretar desde el voluntarismo sino
que es necesario elevarse por encima de los puntos de vista de los participan-
tes para encontrar regularidades en situaciones históricas dadas. Esta disputa
sobre la hegemonía de la acción o de la estructura, y sobre sus distintos gra-
dos de interrelación, no solo ha sido elemento definidor de la postura de es-
tos dos estudiosos, sino que ha determinado buena parte de la discusión teó-
rica de los últimos lustros (Andrés, 2000, 2003).
Para Tilly, una revolución consiste en «una transferencia por la fuerza del
poder del Estado, proceso en el cual al menos dos bloques diferentes tienen
aspiraciones, incompatibles entre sí, a controlar el Estado, y en el que una
fracción importante de la población sometida a la jurisdicción del Estado
apoya las aspiraciones de cada uno de los bloques» (Tilly, 1978, 1995a). The-
da Skocpol, por su parte, recogiendo en su estudio comparado de las revolu-
ciones francesa, rusa y china el testigo estructuralista de su maestro Barring-
ton Moore (Moore, 1976), elaboró un modelo alternativo a los prevalecientes
en el momento de escribir su obra. Según esta autora, se deben establecer tres
principios de análisis: «En primer lugar, un adecuado entendimiento de las
revoluciones sociales requiere que el análisis adopte una perspectiva estruc-

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El concepto de revolución de Charles Tilly y las revoluciones de colores

tural, no voluntarista de sus causas y procesos [...]; en segundo lugar, no pue-


den explicarse las revoluciones sociales sin una referencia sistemática a las es-
tructuras internacionales y a los acontecimientos de la historia universal [...];
y en tercer lugar, para explicar las causas y los resultados de las revoluciones
sociales, es esencial concebir los Estados como organizaciones administrati-
vas y coactivas, organizaciones que son potencialmente autónomas» (Skoc-
pol, 1984a). Es decir, en su enfoque estructural deben analizarse varios casos
para delimitar sus coincidencias en lo económico, en lo político, en lo social
y en lo internacional. Del estudio de las similitudes y diferencias entre distin-
tas revoluciones podrán extraerse las condiciones necesarias para su puesta
en marcha.
En todo momento, Charles Tilly evitó una definición restrictiva del con-
cepto revolución al utilizarlo en sentido extenso, refiriéndose con él a «todo
cambio brusco y trascendente de los gobernantes de un país» (Tilly, 1995a).
Aunque elaborara con algo más de precisión la definición anterior, Tilly en-
globaba bajo esta denominación a procesos como los golpes de Estado, las
guerras civiles o las revueltas. Su reconocida compulsión hacia el orden y la
simplificación (expresada en las periodizaciones exactas y en las definiciones
amplias) no tenía más objetivo que intentar conseguir resultados prácticos.
Así, en su disección del fenómeno revolucionario distinguió dos componen-
tes del mismo: una situación revolucionaria y un resultado revolucionario,
división que procede del análisis de la revolución rusa de Leon Trotsky y de
su concepto de poder dual. Una situación revolucionaria resulta de la suma
de tres causas: la aparición de dos o más bloques contendientes que aspiran a
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controlar el Estado, el apoyo de los ciudadanos a esas aspiraciones y la inca-


pacidad de los gobernantes para suprimir la coalición alternativa. Un resulta-
do revolucionario tiene lugar cuando se produce «una transferencia de poder
de manos de quienes lo detentaban antes de que se planteara una situación de
soberanía múltiple, a una nueva coalición gobernante» (Tilly, 1995a). De esta
forma, la principal aportación de Tilly es su consideración de la naturaleza de
la revolución como un acontecimiento político, cuestión que privaría a las
grandes revoluciones del monopolio conceptual de la misma.
Si bien Tilly fue precisando la propuesta de su definición de revolución,
su sentido intrínseco no ha variado desde que la ruptura crítica en la concep-
tuación del término fuera puesta de relieve por Skocpol (1984a) al no aceptar
básicamente que «todo cambio brusco de régimen» fuera una revolución, ha-
ciendo referencia a, entre otros, los primeros trabajos de Tilly (1973, 1975,
1978). Este, desde el enfoque del conflicto político, analizó la relación entre
revolución y acción colectiva hasta perfilar la definición mencionada ante-
riormente. Para Tilly, la secuencia revolucionaria completa desde el punto de
vista ontológico abarca desde la ruptura de la soberanía y la hegemonía hasta
su restablecimiento bajo una nueva dirección (Tilly, 1995a). La secuencia ex-
plicativa que este autor elabora para los episodios revolucionarios —o que
pueden conducir a una revolución— atiende al surgimiento, al éxito y a
los resultados o alcances e impactos que la revolución provoca (McAdam,

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Jesús de Andrés y Rubén Ruiz Ramas

Tarrow y Tilly, 2005). No obstante, hay dos proposiciones epistemológicas


que separan a Tilly de Skocpol. En primer lugar, Tilly es partidario de una de-
construcción del episodio revolucionario en distintos procesos, cada uno de
los cuales requiere de explicación propia, en contraste a la concepción existen-
te en Skocpol, quien considera a las revoluciones como un todo, conjuntos
que deben ser explicados en su totalidad. En realidad, la primera posición
epistemológica de Tilly conduce por necesidad a la segunda, ya que la anterior
distinción invita a Tilly a introducir en el estudio de las revoluciones, a través
del método comparado, los casos en que habiéndose producido la emergencia
de lo que él llama una situación revolucionaria, esta no acabó desembocando
en un resultado revolucionario. Ello provoca una segunda ruptura de tipo
epistemológico, siendo Tilly partidario de equiparar el estudio de los procesos
tanto exitosos como fracasados. Este punto también le aleja de Skocpol, quien
prefiere limitar el objeto de la explicación a las revoluciones culminadas, aun-
que para ello debe observar qué sucedió con casos que partían de condiciones
estructurales similares pero no experimentaron una revolución social.
Ante el conflicto esencial entre las definiciones de revolución elaboradas
por Tilly y Skocpol, los estudios sobre las revoluciones han mantenido una
constante predilección por la transformación de estructuras políticas y socia-
les como condición sine qua non, rechazando una mera transferencia del po-
der por peculiar que sea. A medida que los estudios centrados en los proce-
sos revolucionarios modernos se multiplicaban e iban dando cuenta del
cambio en la naturaleza de los Estados y su influencia en la forma de las re-
voluciones, las nuevas revoluciones tenían cada vez mayores dificultades
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para encajar en el esquema elaborado por Skocpol. El tipo más común de


proceso revolucionario enfrentaba a guerrillas que perduraban en el tiempo
con Estados provistos de ejércitos y burocracias más o menos modernas,
aunque las revoluciones por medio de súbitos levantamientos no habían des-
aparecido, como bien muestra el caso iraní. Por otra parte, los estudios ad-
vertían de las similitudes que poseían revoluciones triunfantes y fracasadas,
así como las existentes entre procesos cuya trascendencia se alejaba de las
grandes revoluciones sociales. La necesidad de explicar en qué momento y
por qué una revuelta se convierte o puede convertirse en una revolución, o
incluso en una revolución social, se hizo patente en una fase de ebullición
revolucionaria. La complejidad de dar respuesta a tales interrogantes aten-
diendo únicamente a la estructura bien del Estado, bien de la sociedad, sin
atender a las dinámicas del conflicto político integradas en la secuencia revo-
lucionaria, alentó la profundización en este tipo de cuestiones ontológicas y
epistemológicas.
Tres trabajos ya clásicos en el estudio de las revoluciones frente a las dic-
taduras modernas 2 son los de Goldstone (1994), Wickham-Crowley (1991)
y Foran (1993, 2003 y 2005). Goldstone, desde un enfoque estructuralista
centrado en la transformación del Estado, fue el primero en introducir un
2 También denominadas revoluciones del tercer mundo (Parsa, 2000).

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El concepto de revolución de Charles Tilly y las revoluciones de colores

caso —como el filipino— que no se corresponde con una revolución social


ni fue protagonizado por guerrillas, y del cual todavía hoy se discute el grado
en que lo fue políticamente 3. Más recientemente, Goldstone subrayó además
que las revoluciones triunfantes no son un género diferenciado sino que
comparten características con los movimientos sociales, las revoluciones fra-
casadas y los ciclos de protesta (Goldstone, 1998): una conclusión que le
acerca a Tilly, quien considera que la escasa atención a la distinción entre las
revoluciones sociales y el resto de revoluciones fue uno de los problemas que
dejaron tras de sí las cuatro generaciones del estudio de las revoluciones
(McAdam, Tarrow y Tilly, 2005). Por su parte, primero Wickham-Crowley
y después Foran han elaborado estudios sistemáticos que se ocupan de los
casos con o sin resultados revolucionarios dentro de una amplia muestra de
situaciones revolucionarias, al igual que lo haría Tilly (1995a) en su obra Las
revoluciones europeas, 1492-1992. El primero de ellos se concentró en los
procesos revolucionarios latinoamericanos, entre los que estudió once casos,
de los que solo en Cuba y Nicaragua hubo un resultado revolucionario. John
Foran estudió treinta y seis casos, incluyendo algunos tan dispares como el
chino y el argelino, contrarrevoluciones (reversed revolutions) como los ca-
sos chileno y boliviano, e intentos revolucionarios fracasados como El Salva-
dor y Perú (Foran, 2005).
McAdam, Tarrow y Tilly, en su influyente y controvertida Dinámica de
la contienda política (2005), señalan varios problemas a superar por los estu-
diosos de las revoluciones: además de realizar un llamamiento a ampliar mi-
ras más allá de las revoluciones sociales, se advierte del fracaso a la hora de
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examinar los mecanismos transformadores que producen resultados revolu-


cionarios a partir de situaciones revolucionarias. Manteniendo el énfasis ana-
lítico en el acontecimiento político que caracteriza a Tilly, una explicación
teórica completa de las revoluciones requeriría, por tanto, responder a tres
preguntas progresivas:
1. ¿En qué condiciones y mediante qué procesos surgen unos conten-
dientes viables del poder estatal?
2. ¿En qué condiciones y mediante qué procesos consiguen dichos con-
tendientes desplazar al régimen implicado?
3. ¿En qué condiciones y mediante qué procesos la lucha sostenida por el
control de un nuevo Estado produce como resultado una revolución?
Más allá de la necesidad de una distinción teórica entre la emergencia de
una situación revolucionaria, la trayectoria revolucionaria y los resultados
revolucionarios, la manera en que eran formuladas las preguntas —con el én-

3 Goldstone, más interesado en destacar la vulnerabilidad de los regímenes neopatrimonialistas

hacia la revolución, relaja su atención a este tipo de diferencias. Por su parte, Parsa (2000), en su com-
paración de los casos iraní, nicaragüense y filipino, atendiendo a la definición de revolución social de
Skocpol, concluye que el acontecimiento filipino no es una revolución sino una categoría menor de
«movilizaciones populares».

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Jesús de Andrés y Rubén Ruiz Ramas

fasis en las condiciones y procesos— deja entrever el papel central que los
autores confieren al nuevo enfoque relacional con que se aspira a explicar la
dinámica de los episodios de contienda política, superando, por estática, a la
agenda clásica del estudio de los movimientos sociales que ellos mismos ha-
bían ayudado a construir. Las dos principales novedades teóricas que propo-
nen los autores son, por un lado, la centralidad de la que se dota al recién
acuñado concepto de contienda política 4 y, por otro lado, tal y como señalan
Pedro Ibarra y Salvador Martí en el prólogo de la edición española, «el es-
fuerzo de reconstrucción de la agenda clásica de las teorías sobre movimien-
tos sociales, desmenuzando sus aportaciones y aplicándolas en un contexto
dinámico» (McAdam, Tarrow y Tilly, 2005).
Al plantear cómo afecta este enfoque al estudio de las revoluciones hay
que señalar que en realidad los aspectos fundamentales que subyacen en esta
perspectiva ya habían sido abordados de antemano por el propio Tilly, iden-
tificando las distintas fases por las que pasa una revolución como proceso
político y —empujado por su énfasis en la acción colectiva conflictiva— si-
tuando en la emergencia de una situación revolucionaria el punto discrimina-
torio real de la revolución como episodio político. La obra acentúa una pers-
pectiva de estudio de este tipo de episodios históricos centrada en la
deconstrucción de los procesos y mecanismos causales que los forman y no
en el «todo» como conjunto, que en el caso de las revoluciones no permitiría
trasladar elaboraciones teóricas de las fases de emergencia de la situación re-
volucionaria a procesos que, estirando un tanto el argumento, no acabaran su
trayectoria con resultados de transformación social y política profundos, es
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decir, sustancialmente revolucionarios.

LA CONCEPTUACIÓN DE LAS NUEVAS REVOLUCIONES EN EL CAMBIO


DE SIGLO
A finales del mes de febrero de 1986, una oleada de protestas populares li-
deradas por la oposición, unida a la deserción de importantes elementos del
núcleo gobernante, anularon el intento de permanecer en el poder de Ferdi-
nand Marcos en Filipinas tras ser derrotado electoralmente. Este aconteci-
miento pronto fue bautizado como The People Power Revolution, en alusión
a la pacífica y decisiva movilización de la sociedad filipina (Mercado y Tatad,
1986). Pocos años después, con los acontecimientos de Praga en 1989 —la de-
nominada revolución de terciopelo—, de Berlín en 1989, de Yakarta en 1998 y,

4 Esta diferenciación entre la contienda contenida y la contienda transgresiva difiere del tipo de

distinción a la que se estaba acostumbrado entre acción colectiva convencional o institucionalizada y


acción colectiva conflictiva. Según los autores, la distinción la provoca la innovación y el uso de lo no
institucionalizado en el sentido en que el neoinstitucionalismo y el institucionalismo histórico entien-
den el concepto de institución, esto es, como un conjunto de normas y hábitos preestablecidos que no
necesariamente tienen que ser norma (Ostrom, 1990); de este modo, no se separan per se la moviliza-
ción social de otro tipo de acción colectiva, como puede ser la movilización del voto, ya que ambas
pueden ser, dependiendo del contexto, tanto contienda contenida como contienda transgresiva.

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El concepto de revolución de Charles Tilly y las revoluciones de colores

finalmente, de Belgrado en el 2000, el filipino pasó a ser considerado el primer


caso de una serie de revoluciones que exigían una nueva conceptuación. El
primer concepto usado, de forma tentativa, fue el de revolución democrática 5,
llegando después los de revolución electoral y revolución postelectoral.
El principal esfuerzo teórico por definir las revoluciones democráticas de
manera homogénea es el de Thompson (2004), quien las define como «levan-
tamientos populares espontáneos —pacíficos, urbanos y que reúnen en su
composición a distintas clases sociales— por las que se derroca a un dictador
y comienza un proceso de transición el cual conduce a la consolidación de-
mocrática». Así, los elementos destacados son el protagonismo de las movili-
zaciones sociales en forma de levantamiento —frente al carácter elitista de las
transiciones pactadas y de los golpes, estos procesos se deben a la oposición
social desde abajo—, el pacifismo frente al uso de la violencia en el repertorio
de acción colectiva utilizado, y el cambio de régimen que se produce por me-
dio de este tipo de revoluciones. Thompson identifica los problemas de algu-
nos estudios anteriores, pero, por otro lado, peca de cierto optimismo al
identificar tan estrechamente revolución con transformación democrática.
Además, critica la falta de perspectiva de aquellas obras que, centradas en el
análisis de las revoluciones frente a las dictaduras modernas, incluyeron el
caso filipino sin dar cuenta de las peculiaridades que este tiene, integrándolo
en marcos pensados para la revolución social (Goldstone, Gurr y Moshiri,
1991; Parsa, 2000; Goodwin, 2001). El propio Thompson matiza afirmando
que sería más preciso considerar únicamente la existencia de «tendencias re-
volucionarias democráticas», pero lo cierto es que al rebatir a quienes propo-
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nen la naturaleza de este tipo de procesos como revoluciones lo hace desde la


óptica de la transformación y no desde la del tipo de acontecimiento político
6. Ello es lógico ya que la obra en conjunto es un esfuerzo por reconciliar a

las revoluciones con el cambio de régimen hacia la democracia, por devolver


a la revolución el prestigio perdido ante el paradigma de las transiciones
como mecanismo capaz de conducir a democracias consolidadas. Thompson
asume la exclusión de meros cambios de gobierno en la definición de revolu-
ción —ya sean a través de las armas o de los votos—, pero no la acepta cuan-
do conduce a la transición de un régimen, a «un cambio político fundamen-
tal» (Thompson, 2004).

5 En Thompson (2004) se hace referencia a una larga lista de trabajos dedicados a estos y otros

casos donde se incluye la denominación de revolución democrática. Producto de la oleada de revolu-


ciones de colores, tanto la literatura teórica como la que se afana por describir casos concretos se han
hecho eco de este concepto aumentando significativamente el número de referencias a él. Uno de los
primeros ejercicios teóricos es el de Diamond (1992). En relación con los casos de países postcomu-
nistas: Katz (2004), Beissinger (2007), Kuzio (2006) y Silitski (2005).
6 Thompson discute a Parsa la exclusión del caso filipino de la categoría de revolución recordan-

do que Skocpol admite los procesos que conllevan transformaciones en las estructuras políticas
como revoluciones. De igual forma, disiente de la utilización de categorías ideológicas (sesgos), como
los que Habermas utiliza al referirse a las llamadas revoluciones de terciopelo como restauraciones del
liberalismo occidental, aspecto este que les invalidaría como revoluciones al carecer del ethos de pro-
greso que han de tener.

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El riesgo en que se incurre al situar el punto de discriminación de procesos


en la instauración y/o consolidación de —en estos casos— la democracia libe-
ral es claro. La cercanía temporal de los ejemplos de revoluciones democráti-
cas y las características complejas de muchos de los Estados y regímenes im-
plicados —a medio camino entre la democracia liberal y el autoritarismo—
hipotecan la corrección teórica de aplicar un marco de estudio dirigido a las
revoluciones, amén del acierto mostrado en ubicar a determinados regímenes
como en transición a la democracia o, más aún, en vías de consolidación. La
apuesta es a todo o nada: si el proceso se confirma con el tiempo como inicio
de una transición democrática, se trata de una revolución; si el cambio de régi-
men no se consuma, el proceso revolucionario queda disuelto 7.
Un estudio igualmente relevante sobre las revoluciones de colores es el de
Beissinger (2007), quien importa la denominación de revoluciones democrá-
ticas y aplica a su análisis la naturaleza modular del repertorio teorizada por
Sydney Tarrow (1998, 2005) 8. La modularidad de un repertorio de acción co-
lectiva contenciosa implica su disponibilidad a la representación en diferentes
escenarios y momentos, para objetivos diversos, no requiriéndose grandes
habilidades para su difusión y aprendizaje. El ejemplo que propone Tarrow
son las barricadas parisinas de 1848; el ejemplo de Beissinger es la revolución
bulldozer serbia. Los elementos que para él forman ese modelo son seis:
1. Uso de elecciones robadas (pucherazo) como ocasión para moviliza-
ciones masivas contra regímenes pseudodemocráticos.
2. Apoyo foráneo para el desarrollo de movimientos democráticos lo-
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cales.
3. Organización de movimientos juveniles radicales utilizando tácticas de
protesta innovadoras previamente a las elecciones, con el objetivo de
socavar la popularidad del régimen y su voluntad para reprimir en un
enfrentamiento final.
4. Una oposición unida establecida en parte a través de incentivos extran-
jeros.
5. Presión diplomática externa y una inusualmente amplia observación
electoral.
6. Movilizaciones masivas una vez se produce el anuncio de fraude elec-
toral y uso de tácticas de resistencia pacíficas tomadas directamente del
trabajo de Gene Sharp, el gurú de la resistencia pacífica en Occidente.
7 Thompson validaría así la opción de Skocpol de dar por acabada la revolución solo cuando la

transformación de las estructuras queda estabilizada, pero sin esperar de hecho a que ello ocurra o
dando por hecho que va a ocurrir un cambio de régimen. No obstante, la incorporación de ejercicios
de predicción se debe desaconsejar. Si se traspasa la definición amplia de revolución como un proce-
so concreto de transferencia del poder para calificar al proceso con un grado determinado de trans-
formación se debe tener la seguridad de que se trata de procesos consumados.
8 El repertorio es un concepto «estructural y cultural, que incluye no solo lo que los contendien-

tes “hacen”, sino lo que saben hacer y lo que los otros esperan que hagan» (Tarrow, 1998).

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El concepto de revolución de Charles Tilly y las revoluciones de colores

A pesar de que no sea objetivo de Beissinger, los elementos de su análisis


muestran que existe margen para ofrecer una conceptuación de las revolucio-
nes de colores más ajustada y diferenciada de las revoluciones democráticas.
Habiendo sido muy difundidas tanto la denominación de revolución electo-
ral como la de revolución postelectoral entre los estudiosos de los eventos
euroasiáticos, la mayoría de ellos no aportan una distinción teórica del con-
cepto de revolución democrática que se aplicó al caso filipino. Una de las ex-
cepciones la encontramos en Bunce y Wolchik (2006). Las autoras desarro-
llan el concepto de revolución electoral de manera paralela al de modelo
electoral de cambio de régimen. A través de estas revoluciones se habría pro-
ducido una ola de democratizaciones entre 1996 y 2005 en el espacio postco-
munista. La peculiaridad del concepto desde la perspectiva del estudio de las
revoluciones es que no se adscribe firmemente a ninguna de las dos dimen-
siones primigenias que discriminan a las revoluciones de otros procesos.
Según Bunce y Wolchik (2006), este modelo electoral de cambio de régi-
men habría surgido como tal en las elecciones presidenciales filipinas de
1986, pero también en el plebiscito de Chile en 1988. Más tarde se extendería
a otras regiones, destacando los Estados postcomunistas como Rumanía
(1996), Bulgaria (1997), Eslovaquia (1997), Serbia (1997 y 2000), Georgia
(2003), Ucrania (2004) y Kirguistán (2005). El modelo electoral de cambio de
régimen propuesto —las revoluciones electorales— puede comprender dos
fases. La primera es «la transformación de las elecciones celebradas en esce-
narios autoritarios en procesos genuinamente justos y competitivos con una
implicación popular sustancial» (Bunce y Wolchik, 2006). Si la victoria elec-
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toral cae del lado opuesto al candidato oficialista, las autoridades respetan el
resultado y se consuma la transferencia de poder, la revolución ha finalizado,
y el modelo electoral de cambio de régimen contará con un nuevo caso (Chi-
le, Rumanía, Bulgaria y Eslovaquia). En caso contrario —por medio de un
fraude electoral que permita al candidato oficialista permanecer en el po-
der—, una segunda fase se iniciaría con la denuncia del fraude. Si las protes-
tas populares unidas a otras presiones al régimen de distinto orden lograran
impedir que las autoridades hicieran valer su intención original conduciendo,
según el caso, al reconocimiento de la derrota, a nuevas elecciones o a la re-
nuncia al cargo, también se habría dado una revolución electoral (Filipinas,
Serbia, Georgia, Ucrania y Kirguistán). Para ello resultaría clave la prepara-
ción de una sofisticada campaña electoral de un candidato/s con suficientes
credenciales democráticas y liberales frente a la candidatura oficialista de un
régimen no democrático.
Paradójicamente, a primera vista, parece poder ubicarse la conceptuación
de Bunce y Wolchik en las dos perspectivas ontológicas principales a las que
hasta ahora se ha seguido el curso; sin embargo, con ninguna de las dos enca-
ja sin tensiones. En primer lugar, aparentemente se podría argumentar que
las autoras se basan en la dimensión de la transformación para denominar a
todo este tipo de eventos como revoluciones democráticas, debido a que el
cambio de régimen ocupa un lugar dominante en su marco teórico. Teniendo

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en cuenta que las autoras hablan de regímenes en los que las elecciones ya es-
tán institucionalizadas, la revolución se produce si hay transferencia del po-
der a una opción determinada que, en su opinión, va a proveer de una trans-
formación democrática. Sin embargo, Bunce y Wolchik reconocen que no en
todos los casos las revoluciones democráticas (transferencia del poder hacia el
candidato con retórica liberal) condujeron a crear auténticos órdenes demo-
cráticos, y ello les lleva a argumentar que lo que hizo «ser» a aquellas fue el
éxito a la hora de «derribar a líderes autoritarios del poder político». El caso
rumano ejemplifica este razonamiento: las elecciones de 1996 trajeron consi-
go una revolución electoral porque se reemplazó a un presidente con pasado
comunista, Ion Illescu, el cual volvería a ser elegido cuatro años después. Por
ello, y en segundo lugar, este acento en la transferencia del poder conduciría
a pensar que el concepto de Bunce y Wolchik encaja mejor en el marco pro-
puesto por Tilly, pero la sola consideración de determinados resultados elec-
torales como revoluciones —sea cual sea la interpretación sobre los cambios
en el funcionamiento de las instituciones y el tipo de políticas en que estos
pueden desembocar— anula tal posibilidad al no asimilar que la revolución
es un tipo de transferencia del poder con características de interpretación fle-
xibles pero previamente establecidas.

EL MODELO DE REVOLUCIÓN DE TILLY Y LAS REVOLUCIONES


POSTELECTORALES

Tal y como se adelantó al comienzo, uno de los objetivos del presente tex-
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to es considerar a las revoluciones postelectorales que han tenido lugar en el es-


pacio ex soviético como auténticas revoluciones siguiendo la definición de
Tilly (1995a), es decir, como un tipo de transferencia del poder. Para ello com-
probaremos el encaje de las revoluciones postelectorales analizadas con los
principales elementos de su definición: a) la incompatibilidad de los conten-
dientes, que conduce a la apertura de una situación de soberanía múltiple; b) el
apoyo de un sector importante de la población; y c) la transferencia del poder
por la fuerza. Entendemos, por tanto, que el elemento principal de discrimina-
ción en la definición del concepto revolución debe estar basado en las peculia-
ridades que posee como acontecimiento político de transferencia del poder.
Como punto de partida, y siguiendo en sus líneas generales el concepto
de revolución de Tilly (1995a), entendemos que una revolución postelectoral
es un tipo de transferencia del poder en el cual al menos dos bloques tienen
aspiraciones diferentes, incompatibles entre sí, a controlar instituciones cen-
trales del Estado como son el poder ejecutivo y el legislativo, llevada a cabo
por medios extraconstitucionales, y con la participación activa de un sector
significativo de la sociedad en forma de movilización social tras el no acata-
miento por una de las partes del resultado oficial de un proceso electoral.
Lógicamente, a esta definición tentativa se le pueden, y deben, realizar va-
rias aclaraciones sobre su relación con el concepto de Tilly, así como con

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El concepto de revolución de Charles Tilly y las revoluciones de colores

otras conceptuaciones de este tipo de procesos. Si bien se parte de una posi-


ción ontológica cercana a la de Tilly (1995a), se realizan varias matizaciones
sobre aquella: en primer lugar, la incompatibilidad entre las partes no está
vinculada al control del conjunto de los aparatos del Estado, sino a dos insti-
tuciones centrales, el ejecutivo y el legislativo. En segundo lugar, se sustituye
la ambigüedad de la toma del poder «por la fuerza», una vez que no es sinó-
nimo de violencia, por el recurso a medios extraconstitucionales. En tercer
lugar, no es suficiente el apoyo de un sector de la sociedad, sino la participa-
ción de un sector significativo en las movilizaciones (la cantidad que hace
significativa esta movilización dependerá del contexto de cada Estado). Por
último, se incluye el componente postelectoral de la revolución 9.
En cualquier caso, para comprobar la validez de la definición propuesta es
necesario contrastar los principales elementos de la definición elaborada por
Tilly con las características de las conocidas como revoluciones de colores:
a) «Al menos dos bloques diferentes tienen aspiraciones, incompatibles en-
tre sí, a controlar el Estado».
Esta situación implica un escenario de soberanía múltiple en el que dos o
más contendientes demandan tener legitimidad para ejercer la autoridad so-
bre un determinado territorio 10. En el caso de los desafiantes al gobierno o
poder establecido, obviamente un primer paso es no reconocer la legitimidad
de aquel para ejercer la soberanía al menos en las mismas condiciones que el
gobierno pretende; por otro lado, en lo que concierne a los participantes en la
contienda, la aspiración al control del Estado diferencia una acción colectiva
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revolucionaria de cualquier otra. Según Tilly, «cuando uno o más participan-


tes, distintos de los gobernantes en el poder, plantean la pretensión de hacerse
con el control del Estado, puede afirmarse que una simple reivindicación se
ha convertido en situación revolucionaria» (Tilly, 1995a). La referencia a la
incompatibilidad entre los contendientes, unida a la referencia a la fuerza en
el tipo de transferencia del poder, destacan la imposibilidad de negociación y
pacto para una salida a la contienda. Desde una perspectiva del cambio de ré-
gimen, este escenario opondría el carácter pactista que posee la transición
frente al rupturista que posee la revolución.
En los casos que hemos analizado, dada la variedad de métodos y estrate-
gias de acción colectiva innovadoras que pueden observarse, subrayadas por
varios autores, cabría pensar en una fuerte similitud entre los momentos y la

9 En relación con Bunce y Wolchik, como se ha explicado, se considera que su definición de re-

volución electoral no es correcta al no encajar con ninguna de las concepciones básicas del estudio de
las revoluciones, ni con la transformación, ni con el de un tipo peculiar de transferencia del poder.
Además, comparte con el concepto de revolución democrática de Thompson (2004) lo que aquí se
considera es un error: la introducción de un requisito de transformación de la estructura del Estado
por medio de un cambio de régimen. Una decisión que incorpora un aporte de predicción y llama a la
confusión.
10 La soberanía múltiple es la clave del concepto de situación revolucionaria que Tilly importa del

de poder dual descrito por Leon Trosky en Historia de la Revolución rusa.

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forma en que surge un momento clave en el proceso revolucionario como es


la declaración de una soberanía múltiple. Sin embargo, este no ha sido el
caso. Ni la denuncia de fraude electoral, ni la protesta por revertir los resul-
tados declarados por la Comisión Electoral Central (CEC), y tampoco el no
reconocimiento de los resultados por una fuerza política, abrieron una situa-
ción de soberanía múltiple. Sí pudo observarse en el caso de Ucrania, donde
el candidato opositor y oficialmente derrotado (Yushenko) se declaró vence-
dor y celebró en el Parlamento una ceremonia jurando su cargo sobre la Bi-
blia. Además, los consejos regionales de Kiev, Lvov, Ternopil, Vinnystsia,
Volinskiy, Ivan-Frankovsk, Truskavets y Drogobych, así como los consejos
de las ciudades de Jmelnitsk, Sambor y otras muchas del centro y oeste de
Ucrania, rechazaron reconocer los resultados de la segunda vuelta y declara-
ron presidente legítimo a Yushenko el 23 de noviembre, un día antes de que
se emitieran los resultados oficiales con la victoria de Yanukovich. En este
caso podemos decir que sí hay dos coaliciones demandando la soberanía de
un mismo territorio (Aslund y McFaul, 2006) 11.
Yushenko, como líder del Comité de Salvación Nacional, incluso «empe-
zó a emitir decretos, el Decreto número 1 llamó al pueblo a proteger el orden
constitucional, los siguientes decretos proporcionan la formación de un ór-
gano de treinta miembros para la toma de decisiones de urgencia y la crea-
ción de una organización de autodefensa del pueblo» (Krushenlnycky, 2006).
A pesar de que ese desafío mostraba la incompatibilidad de Yushenko con la
decisión de la CEC, el caso ucraniano es el único donde las partes alcanzaron
un punto de negociación que evitó una transferencia del poder por la fuerza,
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teniendo lugar de manera indirecta gracias a la repetición de las elecciones.


Un año antes, en Georgia, Saajashvili había exigido desde el primer mo-
mento como única salida viable la renuncia de Shevardnadze, no reconocien-
do su legitimidad como presidente, aun cuando las elecciones no ponían en
juego su cargo, y negándose por tanto a aceptar la repetición de elecciones
parlamentarias con Shevardnadze como presidente. La entrada en el Parla-
mento de Saajashvili acompañado por sus guardaespaldas y un sector de los
manifestantes impidiendo la toma de posesión de los diputados electos, junto
a la declaración de su aliada Nino Burjanadze, formalizaban la apertura de
una soberanía múltiple.

11 La Rada (Parlamento) llevó a cabo una sesión extraordinaria a las cinco y media de la mañana

la noche posterior a la jornada electoral. Yushenko esperaba obtener una declaración de no confianza
en la CEC, declarando los resultados ilegítimos. Timoshenko aseguró que «si la Rada no lleva a cabo
tal decisión —y tampoco el presidente— tendremos el derecho de tomar el poder. El poder en el país
pasará a las manos del pueblo»; ello implicaba la toma de la televisión, los edificios administrativos,
estaciones de tren y aeropuertos. Solamente asistieron 191 diputados ya que no lo hicieron ni la coa-
lición progubernamental ni los comunistas, invalidando una aprobación por mayoría. Con todo, Ti-
moshenko dijo: «¡Proclamemos a Viktor Yushenko presidente del pueblo, y él tomará el cargo y las
funciones hoy mismo! [...], tomemos el poder en nuestras manos sin pedir permiso o entrar en nego-
ciaciones con el gobierno criminal» (Krushenlnycky, 2006). Yanukovich tampoco carecía del apoyo
de sus regiones. El Parlamento de Crimea adoptó una declaración condenando las acciones de Yus-
henko. Lo mismo hicieron los consejos regionales de Donetsk, Lugansk y Jarkov.

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El concepto de revolución de Charles Tilly y las revoluciones de colores

Finalmente, el caso más diferenciado, sin duda, es el kirguís. El carácter


de conflicto regional y étnico que tuvo el comienzo del episodio de contien-
da, con la toma del control de varias ciudades del sur del país por parte de los
opositores, parecía presagiar una soberanía doble dirigida a fragmentar el Es-
tado. Sin embargo, aun cuando los líderes opositores no tenían una estrategia
unívoca: la reivindicación inicial mayoritaria se centró en exigir una repeti-
ción de los comicios, el resto, como la líder opositora Roza Otumbayeva, no
planteaban el control permanente de territorios segmentados del resto del
Estado, sino la renuncia del presidente Akayev. Conforme discurrieron los
días, la demanda de Otumbayeva sobre la renuncia presidencial pasó de ser
minoritaria a incluir al principal líder opositor de las regiones del sur, Baki-
yev, quien en un principio mostró voluntad de negociación con Bishkek. La
situación de soberanía múltiple emergería en el sur tres días antes de que la
revolución se consumara en Bishkek con la creación de órganos de gobierno
paralelos en Osh y Jalalabad 12. La oposición, cuando se produjo la concen-
tración decisiva en la capital, controlaba «dos tercios del país y un tercio de
su población, excluyendo las densamente pobladas oblast de Chui (Bishkek)
y Issyk-Kul» (Marat, 2006). Otumbayeva aseguraba: «No hay ningún punto
para la cooperación, el gobierno perdió el sur frente a los manifestantes y el
norte les está apoyando» 13. No obstante, la revolución llegaría a Bishkek,
donde triunfaría tras la unión de organizaciones juveniles del norte a las pro-
testas y el intento fracasado de represión de las autoridades.
b) «Un apoyo importante de la población».
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Sin salir de la ambigüedad, la afirmación muestra la necesidad de que la


facción desafiante bien se base en el poder de presión de las masas (sumán-
dose a revueltas y movilizaciones), bien cuente con el innegable favor de
ellas (por ejemplo, dando avituallamiento e información a grupos guerrille-
ros). La participación de las masas distingue a las revoluciones de procesos
cuya contienda política implique únicamente a la acción colectiva de las éli-
tes, produciéndose, además de por razones prácticas, por la necesidad de
cierta legitimidad social. En este punto es necesario diferenciarse de Tilly, ya
que entendemos que en el concepto de revolución postelectoral se debe aco-
tar más la cuestión del «apoyo significativo de la población», situándose en
la «participación ciudadana significativa». Aunque bien se pudiera argu-
mentar que tal enunciado mantiene un elevado nivel de ambigüedad, cum-
ple el objetivo de discriminar procesos que deben contar con algún tipo de
participación popular al margen de la acción de las élites, desestimando así
fenómenos como los golpes de Estado, impidiendo su confusión con las re-
voluciones.
Los repertorios de acción colectiva cambian con el tiempo, y cuando lo
hacen influyen directamente en los procesos revolucionarios. Se suele desta-
12 Asambleas populares (kurultai) que eligieron a «gobernadores del pueblo» que declararon que

«no cumplirían ninguna orden del régimen antipopular en Bishkek». Izvestia, 21 de marzo de 2005.
13 Ferghana.ru, 22 de marzo de 2005.

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Jesús de Andrés y Rubén Ruiz Ramas

car el paso del repertorio tradicional, caracterizado, como indica Tilly


(1978), por sus formas violentas, rígidas, locales y directas (en cuanto a las re-
voluciones, la barricada parisina es un ejemplo característico), al repertorio
nuevo (movilizaciones menos violentas, flexibles, nacionales e indirectas,
como las manifestaciones, las huelgas o los propios movimientos sociales 14).
Si se piensa en los repertorios utilizados en las revoluciones, las revoluciones
clásicas descansaron sobre todo en las revueltas del campesinado rural (Fran-
cia, 1789; Rusia, 1917, y China, 1911-1949), bien a través de tomas violentas
de instituciones centrales en la representación simbólica del poder del Estado
(la Bastilla y el Palacio de Invierno), bien (como en el caso chino) a través de
movimientos guerrilleros de largo alcance. Por su parte, frente a las dictadu-
ras modernas contaron con una participación más decisiva de las clases urba-
nas (Goldstone, 1994) 15. Las alternativas de repertorios de acción ante es-
tructuras estatales modernas, con burocracias y ejércitos modernos en lugar
de élites terratenientes tradicionales, eran dos: inicialmente se produjo la
proliferación de grupos guerrilleros que protagonizaron trayectorias revolu-
cionarias de largo recorrido como las estudiadas por Wickham-Crowley
(1992); posteriormente, con el caso filipino como primer ejemplo en regíme-
nes autoritarios que asumían mecanismos democráticos, el modelo de movi-
lización social no violenta y de corta duración se sumó a la lista del reperto-
rio de acción colectiva de las revoluciones.
Ahora bien, ¿cómo identificar las fronteras que definen el apoyo impor-
tante a las movilizaciones? Las cifras son una dimensión básica pero engaño-
sa si no se contextualizan correctamente, puesto que la cifra es relevante en
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función de la percepción de amenaza que ofrezca a quienes están en el poder


y de quienes participen en las manifestaciones (clases medias, obreras, urba-
nas, rurales, etc.). Para evaluar esta cuestión se deben tener en cuenta aspec-
tos relacionados con el contexto como la escasa tradición movilizadora de las
tres sociedades en las que tuvieron lugar las revoluciones postelectorales seña-
ladas, los mecanismos coercitivos que regularmente despliegan las autorida-
des de estos países frente a las movilizaciones, y la realidad de que estas mo-
vilizaciones estaban dirigidas a derrocar al gobierno, en la interpretación de
sus propios protagonistas, es decir, a hacer una revolución, con lo que ello
supone de cara a calcular la respuesta de las autoridades.
Por ello se puede convenir que la cantidad de movilizaciones no es lo más
importante una vez se consigue un mínimo de población que dé cobertura a la
interpretación del people power, aportando cierta legitimidad democrática a la
acción de desafío de las opciones electorales agraviadas, y eleve los costes de
su represión al gobierno. También facilita la certificación occidental. Sin em-
bargo, la petición de renuncia al cargo presidencial no se realiza en función

14 Tránsito que, según Tarrow (2005), se explicaría fundamentalmente por el desarrollo de la na-

ción y el capitalismo.
15 México en 1911, Cuba en 1959, Nicaragua e Irán en 1979, y Filipinas en 1986. En los casos ira-

ní y filipino las clases urbanas hicieron prácticamente todo el trabajo.

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El concepto de revolución de Charles Tilly y las revoluciones de colores

del número de manifestantes, sino del fraude presuntamente cometido. Se jus-


tifica, para los actores que la protagonizan, por la pérdida de legitimidad para
ejercer autoridad. El número es una herramienta de presión y de certificación.
En Georgia las cifras oscilaron entre cincuenta mil y ciento cincuenta mil
personas en las manifestaciones más numerosas, una cifra nada deslumbrante
si consideramos el casi millón y medio de habitantes de Tbilisi; sin embargo,
probablemente sean las protestas con más poder de convocatoria de toda la
historia de Georgia (Nodia, 2005). En Ucrania fueron seiscientos mil los ma-
nifestantes en su punto máximo; de nuevo, si tenemos en cuenta los 48 millo-
nes del país y los casi dos millones y medio de Kiev, no deslumbran, pero se
trató de una movilización sin precedentes (Kuzio, 2006) 16. En Kirguistán las
movilizaciones más numerosas fueron en el sur, donde se reunieron hasta
cincuenta mil personas en Jalalabad; siendo entre diez mil y quince mil los
manifestantes en la capital el 23 de marzo de 2005, muchos de ellos llegados
desde otras regiones con la única intención de derrocar al presidente Akayev:
nunca antes el gobierno kirguís había sido presionado en la capital con tanta
intensidad (Marat, 2006).
c) «Transferencia por la fuerza del poder del Estado».
La transferencia del poder es la esencia de la definición y el momento fi-
nal del proceso revolucionario. Mientras en Georgia y Kirguistán se produjo
de manera directa, en Ucrania tuvo lugar de manera indirecta, como se seña-
ló anteriormente. En cuanto al método, la violencia es en muchas interpreta-
ciones un elemento sine qua non del hecho revolucionario (Gurr, 1971; Tilly,
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1978). Pero el análisis de las revoluciones más reciente debe llevar —en parte
ya lo ha hecho— a rectificar ese criterio. El propio Tilly modificó en su defi-
nición la consideración del uso de la violencia por la expresión, más ambi-
gua, del uso de la fuerza (Tilly, 1995a). Por su parte, los teóricos de las revo-
luciones democráticas hablan del uso de nonviolent strategies, y autores
como Tarrow trasladan el concepto a marcos que incorporan los casos euro-
asiáticos (Tarrow, 2005). De hecho, salvo alguna matización en el caso de
Kirguistán, las revoluciones del espacio ex soviético son comúnmente consi-
deradas ejemplos modelo de Nonviolent Revolutions o People Power Revo-
lutions (Binnendijk y Marovic, 2006; Lane, 2009). En este sentido hay que
hacer, por tanto, un par de aclaraciones. La primera dirigida a diferenciar en-
tre el recurso a la violencia, a la fuerza y al pacifismo como estrategias de una
acción colectiva concreta, y la segunda en orden a revisar la versión domi-
nante respecto a estos procesos.
En cuanto a las estrategias de acción colectiva, una vez se rechaza el
recurso a la violencia 17 existen dos posibilidades de acción: la vía pacífica,

16Según Gerhard Simon (2005), medio millón de personas se manifestaron en Kiev.


17La violencia, según define Tilly, es «toda interacción social como resultado de la cual hay per-
sonas u objetos que resultan dañados físicamente de manera intencionada, o a los que se amenaza de
manera creíble con padecer dicho quebranto» (Tilly, 1978).

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Jesús de Andrés y Rubén Ruiz Ramas

caracterizada por la desobediencia civil que rechaza el uso de la violencia


pero que tampoco incorpora el recurso a la fuerza (con Ghandi o Martin Lu-
ther King como señas de identidad), y aquella en que se hace uso de la fuerza
sin acabar recurriendo a la violencia. Es decir, entre la violencia y el pacifis-
mo hay un espacio amplio que es ocupado por el distinto uso que se haga de
la fuerza. Si pensamos en los procesos revolucionarios en cuestión, el núme-
ro de protestantes fue importante no solo por la legitimidad de la revolución,
sino como instrumento de intimidación. Se podría considerar un recurso a la
fuerza desde la teoría de juegos al no conocer el gobierno hasta dónde llega-
rán la oposición y los movilizados. La masa constituye poder, y si es utiliza-
da como arma para abrumar o aplastar al adversario, así como a la policía en
la ocupación por la fuerza de edificios públicos, la línea pacífica de la desobe-
diencia civil queda traspasada.
En estos casos, la movilización social no se produjo en idénticos términos
en todos los países. El caso ucraniano es el que más se acercaría al elemento
modular de la acción colectiva no violenta, si bien la permanente amenaza de
toma de edificios públicos e institucionales, e incluso de repetición del esce-
nario rumano, deben hacer que esta afirmación se tome con prudencia. El
mismo 23 de noviembre, los partidarios de Yushenko bloqueaban el edificio
de la administración presidencial y el gabinete de ministros. Por la tarde, los
manifestantes liderados por Yulia Timoshenko conseguían tomar el edificio
de la administración presidencial, quien amenazó con poner bajo arresto la
residencia de Kuchma. Solo la intervención de Yushenko frenó su ímpetu
(Krushenlnycky, 2006) 18. Además, el enfrentamiento violento, e incluso ar-
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mado, entre ambos bandos planeó en algún momento. Simon (2005) defien-
de que tanto Yanukovich como Medvedchuk presionaron a Kuchma para
que utilizara la fuerza para disolver las manifestaciones, pero la presencia de
los servicios de seguridad ucranianos a favor de la coalición naranja hizo re-
troceder a la entonces élite dirigente 19.

18 Timoshenko, de manera contradictoria, afirmaba: «Actuaremos pacíficamente, pero o ellos

rinden el edificio [de la administración presidencial] o lo tomaremos nosotros, no cesaremos hasta


que Yushenko ocupe su oficina como nuevo presidente de Ucrania» (Krushenlnycky, 2006). Krus-
henlnycky reproduce la frase de un pariente suyo, manifestante en el Maidan: «Si Yushenko da la or-
den tomaremos esos edificios por la fuerza. Si es necesario los tomaremos ladrillo por ladrillo».
19 El 25 de noviembre el líder opositor, Yuriy Kostenko, anunciaba a sus compañeros que los ser-

vicios de inteligencia ucranianos estaban de su lado y que se iba a crear una Guardia Nacional. Según
sus informes, había cientos de soldados y policías pidiendo ser reclutados y querían a Yushenko
como comandante en jefe. Unidades de policía de Ivano Frankovsk escoltaron a miles de manifestan-
tes durante cientos de kilómetros hasta que llegaron a Kiev, forzando su paso a la capital ante barre-
ras policiales para impedir su paso. El SBU tenía sus propias fuerzas armadas y cuando el régimen
anunció que el establishment de seguridad al completo estaba con el gobierno listo para actuar si así
se requería, los servicios de inteligencia rápidamente se distanciaron. Incluso dos altos cargos del
SBU, los generales Oleksandr Skybynetsky y Oleksandr Skypalsky, empezaron a acompañar a Yus-
henko en el Maidan durante sus apariciones, mientras Igor Smeshko, director del SBU, se había dis-
tanciado públicamente de Yanukovich. Entretanto, el general Myjailo Kunitsyn, comandante del
ejército de Ucrania Occidental, prometió que sus «soldados no actuarían contra su propio pueblo».
El 28 de noviembre unos quince mil efectivos del ejército rodearon la capital. Smeshko envió a cien-
tos de efectivos del SBU al Maidan y aseguró que sus hombres harían lo posible por defender a los

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El concepto de revolución de Charles Tilly y las revoluciones de colores

Por su parte, las actuaciones de Saajashvili y los suyos en los últimos días
del proceso fueron contundentes y, en opinión de varios analistas, rozaron el
golpe de Estado (Nodia, 2005). Mijail Saajashvili condujo a miles de manifes-
tantes desde el balcón de la administración municipal de Tbilisi en la Plaza de
la Libertad (él gano las elecciones municipales en primavera de 2003), lla-
mando a Shevardnadze a reconocer la victoria de la oposición y a dimitir; «de
otro modo el presidente de Georgia tendrá el destino de Ceaucescu». Según
los partidarios de Shevardnadze y él mismo, «cuando ellos entraron en el
Parlamento, el veintidós sábado, llevaban rosas, sí, pero también pistolas […]
fue un golpe de estado» 20.
En Kirguistán se recurrió al uso de la violencia en varias ocasiones para
obtener el control de varias ciudades del sur, tomando por la fuerza comisa-
rías e instituciones locales. En este sentido, como en otros, el modelo serbio
sirvió de ejemplo, pero no se puede hablar de una perfecta imitación de los
planteamientos de Gene Sharp (1971). Desde que en 2002 murieran en Aksy
seis manifestantes, el 20 de marzo hubo enfrentamientos sangrientos al en-
viar el gobierno tropas para suprimir las manifestaciones en Osh y Jalalabad.
Ciento sesenta personas fueron arrestadas, entre ellas los líderes opositores
Anvar Artykov y Dujshenkul Chotonov. Los manifestantes se reagruparon
y desplegaron mil setecientos hombres a caballo en las afueras de Jalalabad,
controlando la situación a la mañana siguiente con la toma de todos los edifi-
cios públicos, incluidos la comisaría y los juzgados 21. Durante esa semana
los líderes opositores perdieron el control de los manifestantes y de la propia
situación en muchas ciudades, los saqueos se reprodujeron por todo el terri-
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torio y cuando, definitivamente, Akayev salió del país, dieciséis personas ha-
bían perdido la vida; otras, incluidos seis líderes políticos, la perderían en los
meses siguientes.

CONCLUSIONES
Las aportaciones de Charles Tilly a la comprensión y disección del fenó-
meno revolucionario han sido reconocidas y ampliamente utilizadas por los
estudiosos del mismo. A partir de los años setenta, la disputa entre Charles
Tilly (1978, 1995a) y Theda Skocpol (1984a) contribuyó a perfilar el debate
sobre la cuestión: si para Tilly el análisis de las revoluciones debía centrarse
en el estudio de la acción humana, para Skocpol, por el contrario, era la pers-
pectiva estructural la que explicaba el fenómeno; donde Tilly hablaba de
conflicto político, Skocpol encontraba regularidades históricas; si para Tilly

manifestantes. Además, otros centenares de hombres del SBU ocupaban los tejados de emplazamien-
tos estratégicos de la ciudad. Según Krushenlnycky, Yanukovich y Medvedchuk esperaron a calibrar
la capacidad de Yushenko a la hora de reunir efectivos de seguridad; si lograba tener suficiente éxito
el asalto por la fuerza a la plaza debía ser abortado. Al parecer, el enviado del Kremlin a Kiev, Boris
Gryzlov, aseguró a Yanukovich que si se producía el ataque, la diplomacia rusa haría todo lo posible
por contrarrestar las esperadas críticas occidentales (Krushenlnycky, 2006).
20 Vremya Novostei, 1 de diciembre de 2003.
21 IWPR, 20 de marzo de 2005.

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Jesús de Andrés y Rubén Ruiz Ramas

los elementos principales eran la aparición de distintos contendientes con as-


piraciones a controlar el poder estatal, el apoyo popular a esas aspiraciones y
la resistencia de los gobernantes a las mismas, para Skocpol primaban las es-
tructuras nacionales e internacionales, así como la concepción organizativa
del Estado.
La elaboración de su concepto de revolución, desarrollada en constante
diálogo con otros investigadores sociales, incluye tres elementos principales:
la incompatibilidad de los contendientes y la apertura de una situación de so-
beranía múltiple, el apoyo de un sector importante de la población y, por úl-
timo, la transferencia del poder por la fuerza. A partir de ella, autores como
Goldstone (1998), Wickham-Crowley (1991) o Foran (1993, 2003 y 2005)
han contribuido al debate recurriendo a (o discutiendo con) las categorías de
Tilly. De igual forma, junto a McAdam y Tarrow (2005), el propio Tilly am-
plió el campo de estudio acuñando el concepto de contienda política y dando
explicación a las condiciones y procesos que se requieren para la aparición de
contendientes al poder estatal, para desplazar a este y que tienen como resul-
tado una revolución. Igualmente, los trabajos de Thompson (2004), que defi-
nen las revoluciones democráticas como levantamientos populares espontá-
neos que consiguen derrocar una dictadura; de Beissinger (2007), quien
traslada este concepto a su estudio de las revoluciones de colores, o de Bunce
y Wolchik (2006), quienes propusieron el concepto de revoluciones electora-
les, se han desarrollado sobre el terreno abonado por Tilly.
A la hora de estudiar las denominadas revoluciones de colores (la revolu-
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ción rosa de Georgia, de noviembre de 2003; la revolución naranja de Ucra-


nia, de noviembre y diciembre de 2004; y la revolución de los tulipanes de
Kirguistán, de marzo de 2005) el concepto de revolución de Tilly es especial-
mente idóneo. Su definición extensa —poniendo el énfasis en la dimensión
política del concepto—, su relación con la acción colectiva, la descripción de
la secuencia revolucionaria desde sus primeras movilizaciones hasta la trans-
ferencia del poder y, en definitiva, sus aportaciones epistemológicas y ontoló-
gicas son herramientas de gran utilidad a la hora de analizar dicho fenómeno,
esto es, protestas postelectorales que, tras una fase de contienda, consiguen
provocar una transferencia del poder por cauces no institucionales.
En este sentido, siguiendo la definición clásica de revolución de Tilly,
puede plantearse tentativamente una conceptuación de dichos procesos
como revoluciones postelectorales incidiendo en tres de sus elementos princi-
pales, si bien realizando las matizaciones oportunas: la incompatibilidad de
los contendientes y la apertura de una situación de soberanía múltiple, el
apoyo de un sector importante de la población y, por último, la transferencia
del poder por la fuerza, elementos todos ellos que han sido rastreados si-
guiendo lo ocurrido en Georgia en 2003, en Ucrania en 2004 y en Kirguistán
en 2005.

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III. Acción colectiva y contienda


política contemporánea
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7. Movimientos sociales, elecciones y política


contenciosa: construyendo puentes conceptuales

Doug McAdam
Universidad de Stanford

Sidney Tarrow
Universidad de Cornell

INTRODUCCIÓN
Hace tiempo que el estudio de la política acusa una profunda división en-
tre disciplinas. Hace cuarenta años, el estudio de las instituciones políticas
formales se consideraba el ámbito propiamente dicho de las ciencias políti-
cas, mientras que la investigación de los movimientos sociales se dejaba en
manos de los psicólogos o «psicólogos sociales, cuyas herramientas intelec-
tuales les permiten comprender mejor lo irracional» (Gamson, 1990: 133).
Los movimientos sociales se consideraban una forma de «conducta colecti-
va», una categoría de formas de conducta —entre las que se contaban modas,
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bogas, contagios de pánico y formación de multitudes— que eran definito-


rias de lo raro, lo exótico, lo irracional de la vida social. En pocas palabras,
los movimientos sociales no se consideraban una forma de política en abso-
luto.
Todo eso cambió con la turbulenta década de 1960. Una nueva generación
de estudiosos que habían estado implicados en los movimientos progresistas
de ese período, o que bien habían simpatizado con ellos, rechazó la teoría de
la conducta colectiva a favor de perspectivas más nuevas sobre los movi-
mientos sociales que ponían de relieve las dimensiones política y organizati-
va de estos. Las más explícitamente políticas de dichas teorías eran la del mo-
delo del «proceso político», en el campo de la sociología (McAdam, 1999
[1982]; Tilly, 1978), y la del estudio paralelo de la protesta dentro de las cien-
cias políticas (Lipsky, 1968; Piven y Colward, 1977; Tarrow, 1983).
Sin embargo, la figura crucial, cuya obra conectaba desde el principio la
política institucional y la política de movimientos sociales, fue Charles Tilly.
Desde su tesis doctoral revisada, The Vendée (1964), pasando por sus desta-
cadas obras sobre Gran Bretaña (1994) y Francia (1986), hasta la culminación
de su carrera con Contentious Performances (2008b), Tilly rechazó la divi-
sión en estrechas especialidades académicas y favoreció un concepto mucho
más amplio que él bautizó como «contienda política». En su última obra,

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Doug McAdam y Sidney Tarrow

Tilly mezclaba los enfoques estadístico y narrativo que había utilizado en


obras anteriores, y nos mostraba cuál era su enfoque de la acción colectiva,
qué era lo que él destacaba y cómo creía que debíamos proceder para dar lu-
gar a una correcta investigación.
Un lugar central en su perspectiva ocupa la afirmación de que los movi-
mientos sociales y los sistemas políticos institucionales se constituyen mu-
tuamente; que para comprender las vicisitudes de los movimientos sociales es
preciso contemplarlos, al menos en parte, como resultado de cambios en los
sistemas políticos institucionalizados, y que es igualmente cierto lo inverso:
los cambios en la política institucionalizada suelen llevar la impronta de los
movimientos sociales, una afirmación que, junto con Tilly, también nosotros
hemos sostenido en otros lugares (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001) y que él
amplió en su obra Regimes and Repertoires (2006b).
Tilly no ha sido el único que ha rechazado el aislamiento de los movi-
mientos sociales de la contienda política en general. Europeos como Hanspe-
ter Kriesi, tanto en obras con sus alumnos (1994) como en sus propios traba-
jos (2004), han defendido implícitamente que las fronteras entre las formas
transgresivas y contenidas de movilización popular son móviles y permea-
bles. Sin embargo, por influyente que haya sido la obra de Kriesi, no ha ido
lo bastante lejos. Inevitablemente, la insistencia en la movilización ha coloca-
do a los movilizadores en el centro de la atención teórica y empírica. En resu-
midas cuentas, el campo de estudio se ha vuelto decididamente «movimien-
to-centrista» en su foco de atención. Eso está más bien reñido no solo con la
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tradición «socioestructural» más antigua de la que procedían muchos de los


estudiosos de los movimientos sociales, sino también con la idea central de
los teóricos de los procesos políticos, que consideran que la contienda políti-
ca está fuertemente determinada por toda una hueste de otros actores: acto-
res estatales (a menudo enfrentados entre sí); medios de comunicación; gru-
pos contramovimiento; público circunstante, y gobiernos extranjeros.
Al entender los procesos electorales y los movimientos sociales como
formas de política mutuamente constituyentes, en este artículo pretendemos:
a) demostrar nuevamente el valor analítico de una perspectiva dinámica, recí-
proca, de la que Tilly fue pionero, y b) simultáneamente, ir más allá de la
perspectiva de Tilly hasta proponer un nuevo marco de análisis de la contien-
da electoral. Empezaremos, brevemente, por presentar pruebas de la mar-
cada «división disciplinaria del trabajo» que caracteriza el estudio de los
movimientos sociales, por un lado, y de las elecciones, por otro. A continua-
ción, describiremos cuatro modos en los que es posible conectar movimien-
tos sociales y elecciones, y concluiremos presentando un ejemplo único y ex-
tenso (la contienda política racial en los Estados Unidos) para ilustrar
nuestra perspectiva de la «contienda electoral».

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Movimientos sociales, elecciones y política contenciosa: construyendo puentes conceptuales

MOVIMIENTOS SOCIALES SIN ELECCIONES/


ELECCIONES SIN MOVIMIENTOS SOCIALES

Con algunas excepciones, si nos centramos en la Europa occidental (Por-


ta, 1995; Kitschelt, 1986; Kriesi, 2004; Kriesi et al., 1994), encontramos, sor-
prendentemente, poco interés por las conexiones entre movimientos sociales
y política electoral. El índice de The Blackwell Companion to Social Move-
ments (Snow, Soule y Kriesi, 2004), que podría considerarse la fuente defini-
tiva de nuestros tiempos sobre la materia, incluye exactamente dos páginas
de entradas para el término «elecciones». Por el contrario, «religión» cuenta
con veintiuna entradas; «emoción», con 32, e incluso «comunismo» tiene
quince entradas (Snow, Soule y Kriesi, 2004: 717-754). El artículo de mayor
relevancia «política» de la obra, el de Hanspeter Kriesi sobre «contexto polí-
tico y oportunidad», tan solo menciona los sistemas electorales en una única
ocasión (Kriesi, 2004: 71).
En justicia, hay que decir que las elecciones aparecen prominentemente
en las explicaciones empíricas de movimientos o episodios de contienda es-
pecíficos. Así pues, por ejemplo, en sus escritos tanto sobre el colapso de la
antigua Unión Soviética (2002) como sobre las llamadas «revoluciones de co-
lores» del período 2000-2005, Mark Beissinger (2007) describe las elecciones
y los movimientos de oposición democrática como fenómenos inextricable-
mente relacionados. En el primer caso, muestra que hubo un acusado pico de
actividad de los movimientos sociales en conexión con las elecciones de mar-
zo de 1989 al Congreso de Diputados del Pueblo (p. 98). En el segundo caso,
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unas elecciones reñidas fueron el eje central en torno al que giraron los movi-
mientos. En cada uno de los casos, los movimientos de oposición se prepara-
ron en previsión de las elecciones programadas y, después, utilizaron el des-
contento popular por lo que se consideraba ampliamente un fraude para
alimentar las movilizaciones de reacción que hicieron caer los regímenes de
Ucrania, Georgia y Kirguizistán.
Tampoco son esos los únicos casos en los que hallamos una cercana rela-
ción entre elecciones y activación de movimientos en el curso de episodios
de democratización. Las elecciones ocupan un lugar prominente en el análi-
sis de todo un número de otros casos, entre ellos el de la antigua Checoslova-
quia en 1989 (Glerin, 2001), el de España en 1976 (Pérez Díaz, 1993) y el
de las Filipinas en 1986 (Boudreau, 2002; McAdam, Tarrow y Tilly, 2001:
cap. 4). Los disturbios iraníes después de las reñidas elecciones presidenciales
de 2009 son solo el ejemplo más reciente de lo que se ha convertido en un fe-
nómeno muy común.
Sin embargo, si bien la literatura empírica sobre los movimientos sociales
está repleta de casos que llevan la inconfundible impronta causal de unas
elecciones y/o una política electoral, los teóricos de los movimientos sociales
han tardado en reconocer la importancia teórica general de las elecciones en
sus trabajos sobre la dinámica de los movimientos. Solo tenemos conciencia

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Doug McAdam y Sidney Tarrow

de unos pocos académicos que hayan identificado explícitamente las eleccio-


nes per se como fuente de oportunidades (o amenazas) políticas significativas
para los grupos de movimientos sociales (Boudreau, 2002; Imig, 1998; Dyke,
2003). Tal vez más revelador sea el hecho de que las primeras formulaciones
de la perspectiva de los procesos políticos no acertaran a mencionar las elec-
ciones como un importante catalizador de la actividad de los movimientos
sociales (McAdam, 1999 [1982]; Tarrow, 1983; Tilly, 1978). Es esta una omi-
sión que es preciso remediar.
Si las elecciones están por lo general ausentes de los estudios de los movi-
mientos sociales, lo inverso es igualmente cierto. Son pocos los analistas de
las elecciones que se ocupan de la presencia o la ausencia de movimientos so-
ciales (o, incluso, de grupos de interés) en las elecciones. El índice del Oxford
Handbook of Comparative Politics incluye entradas temáticas para las elec-
ciones y los sistemas electorales, pero en ninguna de ambas entradas halla-
mos remisión alguna a los movimientos sociales (pp. 555-581). El índice de
A New Handbook of Political Science presenta una ausencia similar de refe-
rencias cruzadas entre elecciones y movimientos sociales (Dalton, 1998: 808).
De los académicos dedicados al estudio de las elecciones que están represen-
tados en dicho volumen, solo Russel Dalton hace mención a los movimien-
tos sociales (pp. 336-371; véase también Dalton, 2005).
¿Por qué esa falta de atención a los movimientos sociales en los estudios
sobre los procesos electorales? En primer lugar, reiterando lo que decíamos
más arriba, las ciencias políticas se han centrado siempre de pleno en las ins-
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tituciones políticas y la política institucional, y esto es tan cierto en relación


con el «nuevo» como con el «antiguo» institucionalismo. En segundo lugar,
desde la década de 1960, los estudiosos de las elecciones han dejado de exa-
minar de cerca las redes sociales en las que se toman las decisiones electorales
y han pasado a ocuparse en profundidad de las dimensiones cognitivas de la
elección electoral (Pappi, 1998). Ambas evoluciones encajan bien con la cre-
ciente influencia del individualismo metodológico dentro de las ciencias po-
líticas, que deja poco espacio en la teoría de los movimientos sociales para re-
saltar la dinámica colectiva y los procesos de influencia apoyados en redes.

VÍNCULOS RECÍPROCOS ENTRE MOVIMIENTOS SOCIALES


Y ELECCIONES

Hasta aquí, nos hemos ocupado de documentar la mutua indiferencia que


existe entre quienes estudian los movimientos sociales y las elecciones. Da-
das las múltiples formas, con importantes consecuencias, en que los movi-
mientos sociales y las elecciones se influencian mutuamente, creemos que es
este un hecho sorprendente. Aunque los especialistas tienden a asociar a los
movimientos sociales con «formas no-institucionales» de política, la realidad
está bastante reñida con esa generalización. Aun siendo cierto que los movi-
mientos emplean con frecuencia formas de acción no-rutinarias, la enorme

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Movimientos sociales, elecciones y política contenciosa: construyendo puentes conceptuales

mayoría de los movimientos sociales de las sociedades democráticas se apo-


yan más en tácticas institucionalizadas que no-institucionalizadas y, por
ejemplo, dedican grandes esfuerzos a acciones educativas y de propaganda, a
tareas organizativas y de presión.
En este apartado presentaremos un marco sistemático para el análisis de
lo que podría denominarse la «contienda electoral». Por «contienda electo-
ral» nos referimos al conjunto de relaciones recurrentes entre las elecciones y
los movimientos sociales que condicionan fuertemente la dinámica de los mo-
vimientos y los resultados electorales. Apreciamos cuatro procesos de ese
tipo: en primer lugar, las elecciones como una táctica de los movimientos so-
ciales; en segundo lugar, la movilización proactiva por parte de los grupos de
los movimientos; a continuación, la movilización reactiva de los mismos; y,
en cuarto y último lugar, la incidencia, a largo plazo, de los cambios en los
«regímenes electorales» sobre los patrones de movilización y desmoviliza-
ción de los movimientos sociales.

La opción electoral como táctica de los movimientos sociales


Como hemos señalado previamente, se ha llegado a considerar que los
movimientos sociales son sinónimos de formas de acción no-institucionali-
zadas (y, con frecuencia, disruptivas). Según este punto de vista, los movi-
mientos sociales son una alternativa no-institucionalizada a las elecciones y
otras formas de política institucional. Sin embargo, las tácticas y las estrate-
gias que emplean los grupos de los movimientos sociales incluyen con fre-
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cuencia la «opción electoral». En el caso más extremo, podemos hablar in-


cluso de estados-movimiento, es decir, de movimientos sociales que
alcanzaron el poder por medios electorales. Por supuesto, la Alemania nazi y
la Italia fascista no son ejemplos que los académicos que estudian los movi-
mientos sociales se tomen la molestia de recordar. Y, no obstante, ambos lle-
garon al poder por medios electorales y parlamentarios (Linz y Stepan,
1978). En función de lo restringida o lo amplia que sea la definición que
aceptemos de los movimientos sociales, entre los ejemplos contemporáneos
de «estados-movimiento» democráticamente elegidos tenemos los gobiernos
de Corea del Sur, Taiwán, Irán, Sudáfrica, Venezuela y Bolivia.
Aun lejos de constituir estados-movimiento propiamente dichos, los par-
tidos políticos enraizados en movimientos sociales pueden ejercer conside-
rable influencia en la política nacional. Eso es especialmente cierto en los sis-
temas políticos basados en la representación proporcional. Es decir, en los
sistemas multipartidistas en los que no hay un solo partido que posea una
mayoría de escaños legislativos; incluso partidos pequeños pueden gozar de
un considerable poder como potenciales socios de una coalición de gobier-
no. En sistemas así, la opción electoral puede resultar muy atractiva para los
grupos de los movimientos sociales. Fue justamente de ese modo como los
Verdes alcanzaron prominencia política en Alemania (y, por extensión, en
Europa).

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Doug McAdam y Sidney Tarrow

A primera vista, el sistema mayoritario estadounidense (el ganador se lo


lleva todo) podría no parecer especialmente propicio a la movilización elec-
toral de los grupos de movimientos sociales. En la medida en que se cree que
las opiniones de los movimientos son extremas y estrechamente ideológicas,
la capacidad de estos para movilizar el tipo de apoyo amplio y centrista que
premia el sistema estadounidense parecería no ser muy elevada. Sin embargo,
al mismo tiempo, el sistema está tan descentralizado que ofrece a los activis-
tas muchas más oportunidades electorales de lo que a primera vista pudiera
parecer. En particular, puede esperarse que los grupos de los movimientos
sociales compitan por ganar las elecciones allí donde, debido a la escasa parti-
cipación de los votantes, un movimiento minoritario movilizado puede ejer-
cer una influencia desproporcionada.
A este respecto pensamos en dos tipos específicos de elecciones. En pri-
mer lugar, en las elecciones primarias, en contraposición a lo que sucede en
las generales. El segundo tipo son los certámenes electorales que habitual-
mente se deciden por un reducido porcentaje de todos los votantes cualifica-
dos. Entre estos figurarían las juntas escolares, los ayuntamientos y otras
elecciones locales. Todos esos cargos «menores» encajan perfectamente con
los objetivos fundamentales de muchos movimientos. Así pues, por ejemplo,
Amy Binder (2002) resalta el éxito de los creacionistas en la utilización de las
elecciones a las juntas escolares locales en su determinación por reformar la
educación en ciencias naturales en las escuelas.
Las opciones electorales que están abiertas a los grupos de los movimien-
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tos sociales tampoco se agotan con la búsqueda de cargos. De hecho, en los


Estados Unidos, actualmente los activistas tal vez dependan tanto de las ini-
ciativas populares de referéndum (ballot propositions) y otras medidas de vo-
tación popular como del respaldo a los candidatos a cargos electos. Por ejem-
plo, el contramovimiento opuesto al matrimonio entre personas del mismo
sexo se ha basado fuertemente en las iniciativas populares de referéndum
para derrocar las leyes que legalizan dichas uniones o adelantarse a estas.

Movilización electoral proactiva


La movilización electoral proactiva tiene lugar cuando los grupos de los
movimientos sociales incrementan su actividad en el contexto de una campa-
ña electoral. Este es uno de los dos procesos generales que Blee y Currier
(2006) documentan en su innovador estudio etnográfico sobre la conducta
de los grupos de los movimientos sociales (Social Movement Groups, o SMG
en sus siglas en inglés) de Pittsburg en la carrera hacia las elecciones presi-
denciales de 2004. Los SMG que veían en las elecciones una «amenaza» o una
«oportunidad» para avanzar en sus intereses de grupo incrementaron sus ni-
veles de actividad. Por otra parte, los que percibían las elecciones mayor-
mente como algo irrelevante para su identidad y su misión en calidad de gru-
pos populares progresistas permanecieron inactivos durante la campaña.

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Movimientos sociales, elecciones y política contenciosa: construyendo puentes conceptuales

Movilización electoral reactiva


La movilización electoral reactiva implica una escalada de las protestas
tras unas elecciones disputadas. Aunque no es un hecho desconocido en las
democracias (basta con considerar el reguero de protestas que tuvo lugar en
Florida en el año 2000, tras los discutidos resultados electorales en la disputa
electoral entre Bush y Gore), este proceso, como hemos visto, es mucho más
común en los países no-democráticos, donde la intimidación de los electores
y el fraude electoral están mucho más generalizados. De hecho, las elecciones
polémicas se han convertido en uno de los catalizadores más habituales de
movimientos de protesta en los Estados no-democráticos. Fueron las masi-
vas protestas que tuvieron lugar tras unas discutidas elecciones en Serbia las
que acabaron provocando la ruina de Milosevic en el país en el año 2000. En
2008, Zimbabue se sumió en un nuevo episodio de contienda violenta a corto
plazo cuando se acusó al eterno dictador, Robert Mugabe, de obstaculizar el
legítimo ascenso al poder del candidato de la oposición.
Más arriba hemos descrito otros tres casos de movilización reactiva: la
huelga general y las protestas callejeras que expulsaron a Marcos de su puesto
en las Filipinas en febrero de 1987; las masivas manifestaciones desencadena-
das por las polémicas elecciones presidenciales de 2009 en Irán, y las «revolu-
ciones de colores» que derribaron los regímenes autoritarios de Ucrania,
Georgia y Kirguizistán. De hecho, las elecciones tuvieron un papel tan cen-
tral en las revoluciones de colores que los líderes opositores acabaron por
considerar que eran el eje estratégico de los episodios de contienda que tenían
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la esperanza de poder orquestar (Beissinger, 2007). En otras palabras, los pla-


nificadores de dichas revoluciones sincronizaron sus esfuerzos para acompa-
sarlos a las elecciones convocadas de manera regular. Lo más importante que
esto sugiere es que el éxito de la movilización reactiva probablemente depen-
da de la presencia de al menos un cierto nivel de movilización proactiva.

Los regímenes electorales y su influencia, a largo plazo,


en la suerte de las familias de movimientos
Todas esas relaciones que hemos enumerado hasta aquí implican la exis-
tencia de una cercana conexión en el tiempo entre la actividad de los movi-
mientos sociales, por un lado, y las elecciones programadas. Aun así, nuestra
conexión causal última entre elecciones y actividad de los movimientos so-
ciales se desarrolla en un marco temporal mucho más amplio: los procesos
más graduales de movilización y desmovilización desencadenados por cam-
bios duraderos en la suerte electoral. ¿A qué nos referimos al hablar de
«cambios duraderos en la suerte electoral»? Pensemos en la historia de la po-
lítica presidencial a lo largo del siglo XX en los Estados Unidos. Tendemos a
pensar en la Casa Blanca como objeto de intensa competencia entre los dos
partidos cada cuatro años. Y es cierto que la cantidad de tiempo, energía, di-
nero y verborrea que se gasta en las campañas refuerza esa opinión. Sin em-

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bargo, cuando se las contempla a través del prisma de la perspectiva históri-


ca, las cosas no son tan competitivas como la creencia popular pudiera hacer-
nos pensar. Todas las presidencias del siglo XX se pueden agrupar en tres regí-
menes electorales generalmente estables:
— 1900-1932: dominio republicano. Solo Woodrow Wilson (1913-1921)
interrumpe el encadenamiento de seis presidentes republicanos.
— 1932-1968: dominio demócrata. De los cinco presidentes que sirvie-
ron durante este período, solo uno (Dwight Eisenhower [1952-1960])
es republicano.
— 1968-2008: dominan de nuevo los republicanos, que ocupan la Casa
Blanca durante veintiocho de los cuarenta años de este período.
¿Qué relación guarda esto con la actividad de los movimientos sociales?
Respuesta: toda. El establecimiento y la consolidación de un régimen electo-
ral duradero condicionan poderosamente las perspectivas de movilización
con éxito de todos los grupos de la sociedad. Eso es cierto por motivos tanto
sustanciales como psicológicos: en términos sustanciales, aquellos con quie-
nes el partido en el poder ha contraído deudas electorales pueden esperar go-
zar de un mayor acceso a las instituciones y de una mayor receptividad de es-
tas que los grupos opositores, lo que los anima a movilizarse; en términos
psicológicos, el hecho de encontrarse emplazado en los márgenes de la políti-
ca tiende a desmoralizar y acaba por fomentar la desmovilización.
Así pues, ¿debería acaso sorprendernos que el período de dominio demó-
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crata en las décadas centrales del siglo estuviera marcado por el ascenso del
movimiento obrero, por un considerable apoyo popular a los socialistas y
otros grupos de izquierdas, por el ascenso del movimiento por los derechos
civiles y, más tarde, por el total florecimiento del ciclo de protestas de la Nue-
va Izquierda? ¿Y es acaso una coincidencia que en los años de Reagan asista-
mos al ascenso de la derecha cristiana, a una breve efervescencia del movi-
miento de milicias, a un potente y sostenido movimiento por la vida y al
aumento del sentimiento antiinmigración? Todas esas oscilaciones en la fortu-
na de los movimientos sociales vinculadas a los alineamientos electorales es
justamente lo que predeciría la perspectiva de los procesos políticos 1. Es de
esperar que los movimientos progresistas de izquierdas prosperen en perío-
dos de política institucional liberal, mientras que los de derechas deberían es-
tar en alza cuando los conservadores ocupan el poder institucional. Las elec-
ciones, como símbolo y vehículo de esas transiciones institucionales, modelan
esa oscilación a más largo plazo de la movilización popular.

1 Por supuesto, existen excepciones a la tendencia general citada. El macartismo se produjo en

un período de dominio de los demócratas liberales. Y, como señala Deborah B. Gould (2010),
ACT-UP (AIDS Coalition to Unleash Power, grupo de acción para combatir la discriminación de los
enfermos de SIDA) prosperó en plena época de Reagan. Por lo general, los especialistas europeos
han hallado una relación inversa entre la elección de gobiernos de inclinación izquierdista y la suerte
de los movimientos progresistas. Véase, por ejemplo, Kriesi et al. (1994).

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ELECCIONES, MOVIMIENTOS Y LA POLÍTICA DE LA CONTIENDA RACIAL


Hasta este punto, nos hemos ocupado por separado de los escritos que
tratan de las elecciones y de los que estudian los movimientos sociales, he-
mos documentado su mutua indiferencia y, después, hemos argumentado
cómo, en realidad, los movimientos sociales inciden sobre los procesos elec-
torales, y viceversa. Ahora pasamos a ocuparnos de un ejemplo empírico ex-
tenso, diseñado para integrar e ilustrar mejor la perspectiva de la «contienda
electoral» que hemos intentado desarrollar más arriba. El ejemplo versa so-
bre la contienda racial en los Estados Unidos, narrada a través de seis «mo-
mentos» capitales en los anales de un tema tan crucial para la historia política
estadounidense.

Del abolicionismo al Partido Republicano: la opción electoral


Hoy en día, cuando pensamos en el Partido Republicano, pensamos en
un bastión del conservadurismo político y social. Sin embargo, vale la pena
recordar que este nació como uno de los dos únicos estados-movimiento en
la historia de la nación. (El otro fue el gobierno revolucionario instaurado en
Filadelfia el 4 de julio de 1776.) Y el movimiento que dio lugar al Partido, el
abolicionismo, fue uno de los más radicales en la historia de los Estados Uni-
dos. De hecho, muchas personas dentro de las filas del antiesclavismo recha-
zaban la opción electoral por no ser lo bastante radical cuando el ala más mo-
derada del movimiento contribuyó a la fundación del Partido en 1854. Al
mismo tiempo, casi el resto de la nación, y sobre todo los demócratas sure-
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ños, veían a los republicanos como un atajo de fanáticos morales de mirada


enloquecida dispuestos a imponer sus valores al resto del país (Klinkner y
Smith, 1999: cap. 2).
Dada esa opinión, no debería sorprendernos que la elección de Abraham
Lincoln en 1860 desencadenara el caso más trascendental de movilización
reactiva en la historia estadounidense. Nos referimos, claro está, a la movili-
zación de los secesionistas del sur, que condujo a la fundación de otro esta-
do-movimiento en forma de la Confederación. En pocas palabras, este pri-
mer «momento» lleva la impronta de dos de los cuatro vínculos que
describíamos antes. La elección de la opción electoral por parte de los aboli-
cionistas moderados dio pie a la creación de un estado-movimiento republi-
cano que, a su vez, desencadenó la movilización reactiva de los secesionistas
sureños, lo que llevó a la fundación de un estado-movimiento rival. ¿Es posi-
ble que las elecciones y los movimientos sociales, por no hablar de las pers-
pectivas de justicia racial en los Estados Unidos, se hallen más entrelazadas
que en este ejemplo? 2.

2 Nos hemos ocupado de forma más extensa de la intersección entre movimientos sociales y

elecciones en los prolegómenos de la Guerra Civil en McAdam, Tarrow y Tilly (2005: cap. 6).

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1876 y el final del estado-movimiento


Con la finalización de la Guerra Civil, los republicanos controlaban fir-
memente el gobierno federal y eran libres de imponer una radical Recons-
trucción a los Estados confederados derrotados. Había tropas federales esta-
cionadas en todo el sur para salvaguardar los nuevos derechos sociales,
económicos y políticos otorgados a los antiguos esclavos. Sin embargo, la
Reconstrucción y los derechos civiles que la acompañaron duraron única-
mente once años. Y, una vez más, la historia pivotó en torno a unas eleccio-
nes cruciales: las reñidas elecciones de 1876 (Klinkner y Smith, 1999: cap. 3).
En esas elecciones, el candidato demócrata, Samuel Tilden, se hizo con el
voto popular, pero no obtuvo suficientes votos electorales para vencer a su
oponente, el republicano Rutherford Hayes. En un exitoso intento por resol-
ver unas elecciones empatadas, los republicanos accedieron relajar la Recons-
trucción federal a cambio del apoyo del sur a Hayes. El efecto práctico inme-
diato de dicho pacto fue la retirada del sur de las tropas federales. El efecto a
más largo plazo fue que, nuevamente, la «cuestión de los negros» se convertía
en un tema de ámbito regional más que federal. Citando a Dahl (1967: 182), el
pacto de 1876 fue el paso clave en un proceso por el cual «la cuestión de los
negros liberados se desnacionalizó». O, si empleamos los términos aquí intro-
ducidos, el fin de la Reconstrucción puso fin al estado-movimiento republica-
no e instauró un régimen electoral que fomentaría la movilización sostenida
del Ku Klux Klan y otros grupos supremacistas blancos y la desmovilización
efectiva del republicanismo radical (Klinkner y Smith, 1999: cap. 3).
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1932 y el establecimiento del régimen electoral del New Deal


Si el pacto de 1876 dispuso de forma efectiva la salida de la cuestión racial
del ámbito de la política federal, el ascenso de Franklin Delano Roosevelt a la
Casa Blanca en 1932 marcó el inicio de un proceso que gradualmente devol-
vería dicha cuestión a la prominencia nacional. Hay que dejar claro que
aquellas elecciones poco o nada tuvieron que ver con el tema de la raza, y es-
tuvieron completamente vinculadas a la cuestión económica. Dicho esto, la
victoria de Roosevelt, las políticas que puso en práctica y el simbolismo del
que acompañó a su administración tendrían formidables consecuencias para
el naciente movimiento por los derechos civiles y, más en general, para la po-
lítica racial. Tal vez no lo pareciera en 1933, pero los días de Jim Crow 3 esta-
ban contados. Entre los trascendentales cambios que siguieron a la elección
de Franklin D. Roosevelt tenemos:
— La transformación del Partido Demócrata. Al abrazar políticas favo-
rables a los obreros y otorgar a los líderes obreros una voz considera-

3 Jim Crow laws, o «leyes de Jim Crow», es como se conoce en inglés al conjunto de leyes fede-

rales y locales vigentes entre 1876 y 1965 que establecían la segregación racial de jure en todos los lu-
gares públicos. (N. del T.)

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ble en el Partido, así como en los círculos políticos, Roosevelt amplió


drásticamente el ala norteña liberal y obrera del Partido y socavó el
poder de los «dixícratas» 4 en el proceso.
— El trasvase de los votantes negros del Partido Republicano al Parti-
do Demócrata como consecuencia de las políticas del New Deal de
Roosevelt.
— El realineamiento del Tribunal Supremo: Roosevelt pasó gran parte de
su primer mandato y parte de su segundo batallando contra un Tribu-
nal que rechazaba programas clave del New Deal. Tras los fracasados
intentos de ampliar el Tribunal para modificar el equilibrio de votos,
conocidos en inglés como el court packing plan, el presidente sencilla-
mente sobrevivió a los ancianos miembros conservadores del Tribunal
y transformó la corte suprema al nombrar a juristas liberales para cu-
brir las vacantes.
En consonancia con el argumento que presentábamos antes, los cambios
específicos que acabamos de documentar contribuyeron al fortalecimiento
del régimen electoral del New Deal y, además, fomentaron la movilización de
las fuerzas partidarias de los derechos civiles. Por ejemplo, cuando cambió la
composición del Tribunal Supremo, la NAACP diseñó su campaña a largo
plazo para derrocar el sistema de «segregados pero iguales». Había dado co-
mienzo el desmantelamiento de Jim Crow. Durante ese período se produjo
también un acusado aumento de militancia en la NAACP y otras organiza-
ciones de derechos civiles (Anglin, 1949; McAdam, [1999] 1982: 103-104).
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A la inversa, al enfrentarse a una administración inhóspita, los supremacistas


blancos se desmovilizaron durante la presidencia de Roosevelt. A partir de
una posición de prominencia nacional entre mediados y finales de la década
de 1920, el Ku Klux Klan decayó vertiginosamente en la década progresista
de 1930, y estaba casi moribundo en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.

1948: la revuelta de los dixícratas


A pesar de la gran significación que tuvieron los años de Roosevelt en la
presidencia, es importante señalar que él mismo, fundamentalmente, guardó
silencio con respecto a las cuestiones raciales a lo largo de sus cuatros años de
mandato, e incluso se negó a respaldar las leyes contra el linchamiento en las
numerosas ocasiones en que estas fueron llevadas al Congreso. Muy por el
contrario, el sucesor de Roosevelt, Harry Truman, casi inmediatamente des-
pués de tomar posesión, se convirtió en el primer presidente desde la Re-
construcción que defendía públicamente la necesidad de reformar los dere-
chos civiles. Lo hizo por primera vez en 1946, cuando creó un Comité
4 En inglés, dixiecrats, término formado a partir de dixie, nombre popular para designar a los

Estados del sur, y -crats, aféresis de democrats; se utiliza para referirse a los miembros del States’
Rights Democratic Party, una escisión en 1948 del Partido Demócrata en los Estados sureños prota-
gonizada por blancos opuestos a la integración racial. (N. del T.)

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Doug McAdam y Sidney Tarrow

Nacional de Derechos Civiles y le encargó la investigación de la situación de


los derechos civiles en el país y la recomendación de «remedios para las defi-
ciencias que se descubran». Dos años después, Truman promulgó dos histó-
ricos decretos-ley: el primero creaba dentro de la Comisión Funcionarial
(Civil Service Commission) una junta de empleo imparcial, y el segundo exi-
gía la gradual desegregración de las fuerzas armadas.
¿Qué es lo que impulsó a Truman a pasar a la acción cuando Roosevelt no
lo había hecho? La clave del misterio no está en la política nacional, sino en
las nuevas presiones ejercidas sobre los Estados Unidos por el inicio de la
Guerra Fría. Enzarzados en una intensa batalla política/ideológica con la
Unión Soviética por la influencia sobre todo el planeta, los Estados Unidos
no tardaron en darse cuenta del lastre considerable que suponía Jim Crow
para sus objetivos clave en política exterior. Eso dio pie a requerimientos
—primero del cuerpo diplomático y del Departamento de Estado— para la
reforma de los derechos civiles a fin de contrarrestar los esfuerzos soviéticos
por explotar el racismo estadounidense por su evidente valor propagandísti-
co (Dudziak, 2000; Layton, 2001; McAdam, [1999] 1982). En pocas palabras,
la Guerra Fría hizo insostenible la complicidad federal con el sistema de Jim
Crow y obligó a Truman a pasar a la acción.
Parecería que las consideraciones políticas nacionales tuvieron un escaso
o nulo papel en la «violación» por parte de Truman de la política federal, es-
tablecida desde hacía tiempo, de no intervenir en lo que respecta a la cuestión
de la raza. En realidad, la situación de Truman como presidente no-electo 5 lo
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hacía especialmente vulnerable a los ataques en la carrera hacia las elecciones


de 1948. Además, con unos votantes negros que en aquellos momentos pro-
porcionaban sólidas mayorías demócratas, Truman parecía que tenía poco
que ganar, y todo que perder, si se enajenaba el apoyo de esos extraños alia-
dos, aunque de importancia crucial, que eran los dixícratas del sur. Y eso, por
supuesto, es lo que le granjeó su defensa de los derechos civiles. Airados por
el apoyo proactivo de Truman a los derechos civiles, los segregacionistas es-
cogieron jugar la baza electoral y presentaron a su propio candidato a la pre-
sidencia: Strom Thurmond. Al final, Truman desbarató todas las previsiones
y sobrevivió a la revuelta dixícrata, pero la consecuencia de sus acciones fue
que dos elementos clave de la coalición demócrata —el movimiento por los
derechos civiles y los supremacistas blancos— entraron en curso de colisión
entre sí, con el Partido Demócrata y con el Estado de los Estados Unidos.

1964: el Verano de la Libertad como ejemplo


de movilización proactiva
El apogeo del movimiento de los derechos civiles llegó a principios de la
década de 1960, cuando dos demócratas liberales, John F. Kennedy y Lyndon
5 Truman había accedido a la presidencia en 1945 debido al fallecimiento del presidente electo,

Franklin D. Roosevelt. (N. del T.)

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Johnson, ocuparon la Casa Blanca. Los datos de las encuestas muestran que
el optimismo dentro de la comunidad negra con respecto a las perspectivas
de un cambio racial significativo era a la sazón mayor que en cualquier época
anterior o posterior (McAdam, [1999] 1982: 161-163). Eso alimentó una
fuerte expansión del activismo negro; crecieron las filas de las organizaciones
de defensa de los derechos civiles y las cifras de acciones colectivas aumenta-
ron drásticamente (McAdam, [1999] 1982).
La percepción que se tenía de Kennedy y Johnson como simpatizantes
del movimiento fue esencial para la dinámica estratégica central que alimentó
las principales campañas por los derechos civiles del período. «A falta de la
fuerza suficiente para derrotar a los supremacistas en un enfrentamiento lo-
cal, los insurgentes [defensores de los derechos civiles] intentaron extender el
conflicto induciendo a sus oponentes a perturbar el orden público hasta el
punto en que se hiciera necesaria una intervención federal que acudiera en su
apoyo» (McAdam, 1999 [1982]: 174). Esa dinámica característica fue eviden-
te en los Freedom Rides (viajes por la libertad) 6 (1962), en Birmingham
(1963) y en Selma (1965), entre otras campañas emblemáticas.
Sin embargo, por muy funcional que fuera esa dinámica para las fuerzas
defensoras de los derechos civiles, fue una pesadilla estratégica para los presi-
dentes demócratas, decididos como estaban a aplacar a los dixícratas a la vez
que procuraban dar cabida en su seno al movimiento. Los principales líderes
del movimiento por los derechos civiles, conscientes de dicho dilema estraté-
gico, aceptaron conceder una tregua en la realización de acciones directas du-
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rante la carrera hacia las elecciones presidenciales de 1964. El objetivo era


evitar la pérdida de apoyos en el sur blanco en vísperas de las elecciones. Sin
embargo, la organización de derechos civiles más radical, el Comité Coordi-
nador Estudiantil No-Violento (Student Nonviolent Coordinating Commit-
tee, o SNCC en sus siglas en inglés), consideró que las elecciones eran una
oportunidad para denunciar la continua denegación a los negros del derecho
al voto en el sur. El SNCC rechazó ese acuerdo informal y, por el contrario,
se enfrascó en una forma muy innovadora de movilización electoral proacti-
va: con la esperanza de inscribir a votantes negros antes de las elecciones
(primarias), el SNCC llevó a mil estudiantes universitarios del norte, básica-
mente blancos, a Misisipi en el verano de 1964.
Rápidamente, sin embargo, los blancos encargados de los registros deja-
ron claro que no estaban dispuestos a permitir que eso sucediera, lo que llevó
al SNCC a cambiar de táctica. Si Misisipi no permitía que los negros partici-
paran en el proceso electoral normal, el SNCC crearía un sistema paralelo.
Crearon el Partido Democrático por la Libertad de Misisipi (MFDP en sus
siglas en inglés), «inscribieron por la libertad» a miles de negros de Misisipi
6 Los Freedom Rides, o «viajes por la libertad», consistían en viajes en autobuses interestatales

con punto final en los Estados segregacionistas del sur, con el objetivo de poner a prueba el cumpli-
miento del fallo del Tribunal Supremo en el caso Boynton contra Virginia, según el cual la segrega-
ción racial era ilegal en el transporte de pasajeros entre Estados. (N. del T.)

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Doug McAdam y Sidney Tarrow

y, avanzado el verano, formaron una delegación del MFDP que acudiría a


Atlantic City para desafiar la asignación de asientos a la habitual delegación
del Estado, blanca como la nieve.
Por un tiempo, parecía que el desafío iba a tener éxito. Sin embargo, poco
antes de las elecciones generales de noviembre, Johnson, decidido a evitar la
oposición del ala sureña del Partido, consiguió repeler el desafío y ofreció los
asientos a la delegación normal de Misisipi. Johnson consiguió conjurar el
desafío, pero el Sur Profundo lo abandonó igualmente el día de las eleccio-
nes. Oculto en medio de la magnitud de la arrolladora victoria de Johnson
sobre Barry Goldwater está el hecho de que, por primera vez en la historia,
el Sur Profundo había abrazado el odiado Partido de Lincoln. De hecho, si
exceptuamos Arizona, el Estado natal de Goldwater, los otros cinco Estados
que apoyaron al candidato republicano estaban todos en el sur: Misisipi,
Alabama, Georgia, Luisiana y Carolina del Sur. En una de las grandes ironías
de la historia estadounidense, la restauración del derecho al voto de los ne-
gros en el sur, uno de los logros más enorgullecedores en la lucha por los
derechos civiles, preparó el escenario para la resurrección del Partido Repu-
blicano y la marginación nuevamente de la cuestión racial en la política esta-
dounidense.

1968: el sur (y los republicanos) se subleva otra vez


El descontento de los blancos por la cuestión de los derechos civiles no se
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limitaba al sur. Alarmados por los «desórdenes urbanos» de finales de la déca-


da de 1960, el espectro del black power y las amenazas que imaginaban para
sus barrios, sus escuelas y sus empleos, a los blancos del norte, sobre todo de
las clases medio-baja y obrera, también les inquietaba la cuestión. En la carre-
ra electoral de 1968, Richard Nixon intentó explotar ese creciente desconten-
to de los blancos concibiendo una estrategia diseñada para sacar provecho
tanto de la creciente división racial del país como de la asociación de los ne-
gros con el Partido Demócrata. Las estadísticas electorales revelan el éxito
que tuvo la estrategia republicana. De 1964 a 1968, la cuota demócrata del
voto popular cayó del 61,5 al 42,5 por ciento. Por lo menos el 50 por ciento de
las personas que votaron por Nixon en 1968 habían votado por Johnson cua-
tro años antes. Y, no obstante, más dramático aún fue el desglose del voto por
razas. Mientras que los negros se mantuvieron fieles a los demócratas, con un
97 por ciento del voto negro para Humphrey, solo el 35 por ciento del electo-
rado blanco votó por los demócratas (Converse et al., 1969: 1084-1085).
Las consecuencias políticas negativas que tuvieron para los afroamerica-
nos las elecciones de 1968 no se limitaron a las políticas sustantivas que si-
guieron al ascenso de Nixon al cargo. Igual de perjudicial fue por lo menos el
efecto que tuvieron las elecciones sobre las percepciones políticas y el cam-
bio de estrategia de los dos partidos principales. Tuvo una importancia deci-
siva en ello el notable éxito obtenido por la candidatura de George Wallace

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Movimientos sociales, elecciones y política contenciosa: construyendo puentes conceptuales

como tercer partido en juego. Cuando los dos grandes partidos se habían re-
partido a partes iguales aproximadamente el 86 por ciento de los votos, el
restante 14 por ciento de votantes que apoyaron a Wallace aparecía clara-
mente como potencial decantador del poder en futuras elecciones. Para los
republicanos, la estrecha victoria lograda por Nixon sugería que el futuro del
Partido no estaba en el 43 por ciento del voto popular conseguido, sino en el
57 por ciento que habían compartido con Wallace. Los estrategas republica-
nos creían que dicho total suponía una mayoría republicana potencialmente
dominante que, si se explotaba con éxito, bien podía asegurar el triunfo del
Partido en años venideros.
Tal predicción resultó ser verdaderamente profética. Con una rotunda
victoria sobre McGovern en 1972, Nixon iba camino de fraguar una coali-
ción «blanca centrista» cuando intervino el caso Watergate para enturbiar las
aguas a favor de Gerard Ford en 1976. Fue necesaria la victoria de Reagan en
1980 para sellar el pacto, crear el marco para veintiocho años más de dominio
republicano en la presidencia y orquestar la salida de las fuerzas defensoras
de los derechos civiles de cualquier papel significativo en la política estadou-
nidense.

CONCLUSIÓN
Hemos intentado con nuestro relato resaltar los diversos vínculos exis-
tentes entre las elecciones y los movimientos sociales en esos seis «momen-
tos». Aun así, tal vez sea útil poner fin a este escrito con un resumen general.
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Una explicación completa de los vínculos que aquí hemos especificado debe-
ría incluir:
— La utilización de la opción electoral por parte de las fuerzas de los mo-
vimientos sociales tanto en 1860 como en 1948. (De hecho, el triunfo
de los republicanos en 1860 llevó a la instauración no de uno, sino de
dos estados-movimiento: la Administración Lincoln, por un lado, y
los Estados Confederados de América, por otro.)
— La movilización proactiva de los grupos de los movimientos sociales
es una característica de la mayoría de las elecciones presidenciales; sin
embargo, por lo que respecta a la raza, dicho proceso fue especialmen-
te evidente en la Revuelta Dixícrata de 1948 y en la campaña del Vera-
no de la Libertad en 1964.
— Dos ejemplos bien trascendentales de movilización reactiva aparecen
entre los citados momentos. El primero es el movimiento secesionista
desencadenado por la elección de Lincoln en 1860. El otro es el histó-
rico rechazo del Partido Demócrata por parte de los blancos sureños
como reacción al desafío del MFDP en la Convención de 1964.
— Por último, también es visible en estos casos el impacto a más largo
plazo de los cambios en los regímenes electorales. Igual que el domi-

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Doug McAdam y Sidney Tarrow

nio de la coalición del New Deal entre 1932 y 1968 sentó las bases
para el ascenso y el triunfo del movimiento moderno de defensa de
los derechos civiles, el hundimiento de dicha coalición dio pie a un
período de conservadurismo sostenido que promovió una gradual
desmovilización de la izquierda y un aumento del activismo de la de-
recha. Provocó asimismo algo más: la polarización del centro-iz-
quierda estadounidense en una coalición centrada en las cuestiones de
la raza, la nueva política de identidad y, finalmente, la política sexual,
por un lado, y otra basada en valores demócratas más tradicionales
como la clase, la igualdad económica y las identidades étnico-blancas
más antiguas.
A partir tan solo de un sector de actividad de los movimientos sociales (la
contienda racial) en un único país (los Estados Unidos) creemos que hemos
mostrado algunas de las formas cruciales en que interactúan los movimientos
sociales y las elecciones. Haría falta un libro entero (o, tal vez, una biblioteca
de obras) para demostrar esas mismas relaciones en el caso de otros movi-
mientos sociales en Estados Unidos o en todo el planeta. Nuestro objetivo
era más modesto: sugerir que, a causa de la mutua indiferencia y la hiperes-
pecialización de los estudios de los movimientos sociales y los procesos elec-
torales, nuestra compresión de dichas interacciones se ha visto gravemente li-
mitada. Utilizaremos este apartado de conclusión para sugerir algunos de los
modos en los que los presentes esfuerzos de investigación pueden empezar, o
han empezado ya, a tender puentes entre el estudio de las elecciones y el de
los movimientos sociales.
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En primer lugar, ha revivido recientemente en la ciencia política estadou-


nidense una tradición anterior: el análisis histórico estadístico al estilo de
Rokkan (1970). Acemoglu y Robinson (2000) sostienen que es posible expli-
car la ampliación del sufragio como un intento de evitar la revolución; Prze-
worski (2008) afirma que ese tipo de innovaciones raras veces hace desapare-
cer los privilegios de las élites, pero que «pueden dejar suficiente espacio para
que los votantes se reafirmen en contra de toda manipulación [por parte de
las élites], para que hagan prevalecer su voluntad aun bajo coacciones» (2008:
23). Pese a que ninguno de ambos estudios se ocupa de los movimientos so-
ciales per se, su enfoque nos permite observar de qué forma los cambios en
los regímenes electorales (como, por ejemplo, la ampliación del sufragio) in-
ciden sobre la actividad real o potencial de los movimientos sociales.
En segundo lugar, abjurando del individualismo metodológico, la tradi-
ción de Columbia de estudiar las decisiones de voto como fenómenos socia-
les «incrustados» 7 ha sido revivida y mejorada por un grupo de especialistas
que utilizan un enfoque de red social (Huckfeldt y Spague, 1988; Zucker-
man, Dasovic y Fitgerald, 2007). El presente trabajo presenta un fuerte pare-
cido de familia con la rica tradición de la investigación de redes sociales por

7 En relación con la traducción de este término, emebededdness, véase nota 2 del capítulo 8.

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Movimientos sociales, elecciones y política contenciosa: construyendo puentes conceptuales

parte de los estudiosos de los movimientos sociales (Diani y McAdam, 2003;


Gould, 1993, 1994; McAdam y Paulsen, 1993), y proporciona otro puente
potencial entre ambos campos.
En tercer lugar, tanto quienes estudian las elecciones como los movimien-
tos sociales han empezado a prestar atención seriamente a internet como he-
rramienta de movilización. El éxito de la campaña de Dean en las primarias
de 2004 y el de la campaña de Obama en las primarias y en las elecciones pre-
sidenciales en 2008 muestran ambos cómo es posible movilizar a los activis-
tas de los movimientos sociales mediante el uso estratégico de internet. Los
especialistas en movimientos sociales y en elecciones deberían unir sus recur-
sos para examinar cómo internet puede estar borrando la frontera entre polí-
tica de movimiento social y política electoral.
Por último, nos gustaría instar a una mayor integración de los estudios
comparativos de los movimientos sociales y las elecciones. Solo en Suiza,
donde el referéndum representa un nexo empírico entre ambas formas de
participación, los especialistas han explotado tales relaciones (Kriesi et al.,
1995). El World Values Survey (Encuesta de valores mundiales) proporciona
una gran cantidad de información sobre la participación no-electoral y a tra-
vés del voto en todo el mundo. Sin embargo, los especialistas en movimien-
tos sociales no han sacado mucho provecho de ella. A partir de la obra de la
década de 1970 de Shorter y Tilly sobre las huelgas (1974), los estudiosos de
los movimientos sociales han elaborado largas historias de acontecimientos
de contienda política en toda una cantidad de países. Esos tipos de investiga-
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ciones podrían triangularse sobre la base del estudio de la interacción entre


movimientos y elecciones.
Las cuatro formas de interacción entre movimientos sociales y procesos
electorales que hemos propuesto aquí derivan de nuestros trabajos sobre los
sistemas políticos desarrollados occidentales, sobre todo los de los Estados
Unidos. Nos gustaría desafiar a los especialistas en participación electoral y
en movimientos sociales de otros lugares del mundo a utilizar estos mecanis-
mos para examinar sus muy diversos sistemas políticos. ¡Que dé comienzo la
integración!

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FIGURA 7.1. Un marco dinámico o interactivo para el análisis de la movilización en la contienda política
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Atribución de Apropiación Acción colectiva


Miembro amenaza/ organizativa innovadora
12:30

oportunidad
Doug McAdam y Sidney Tarrow

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Procesos generales
de cambio Escalada
de la
incertidumbre
percibida

Desafiador Atribución de
amenaza/ Acción colectiva
Apropiación
oportunidad innovadora
social

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Fuente: Elaboración propia.

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8. Comparando las actuaciones contenciosas.


El caso de las manifestaciones callejeras

Bert Klandermans y Jacquelien van Stekelenburg


VU University

INTRODUCCIÓN
La manifestación callejera es la forma de contienda política más frecuente
en todo el mundo. Siguiendo a Tilly, la mayoría de las actuaciones contencio-
sas obedecen a las reglas de lo que denomina los repertorios «fuertes» de la
movilización. Esto quiere decir que los participantes en estas actuaciones
contenciosas interpretan unos guiones disponibles, que solo permiten varia-
ciones menores. Como consecuencia, las manifestaciones callejeras son si-
multáneamente iguales y diferentes cada vez que se producen. En su Conten-
tious Performances, Tilly (2008b) reclama la investigación comparativa como
forma de comprobar estos supuestos. Este artículo presenta los resultados de
uno de tales estudios comparados. Comparamos las manifestaciones del 15
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de febrero de 2003 contra la guerra de Irak en ocho países distintos. Además,


presentamos un modelo teórico a fin de explicar las similitudes, las variacio-
nes y los cambios. El aspecto central es que cada específico contexto nacional
genera un específico contexto de movilización; que la interacción entre con-
texto nacional y contexto de movilización produce un tipo específico de
manifestación; y que cada tipo específico de manifestación atrae a un tipo
concreto de manifestantes a expresarse en las calles. Asumimos que la com-
posición de los colectivos de activistas, sus motivaciones y la manera en que
se movilizan son resultado de la interacción entre contexto nacional, contex-
to de movilización y tipo de manifestación. Atendiendo la propuesta de Tily
procedemos, con entusiasmo, a comprobar aquí la validez de estos modelos
en un auténtico estudio comparado de las manifestaciones callejeras, que
mostramos a continuación.
El 6 de junio de 2006, centenares de miles de personas salieron a la calle
en Madrid para manifestarse contra los planes del Gobierno español de ne-
gociar con ETA. En un intento de comprender por qué la gente participaba
en la manifestación, colegas de la Universidad de Santiago de Compostela
entrevistaron a cuatrocientos de sus participantes. Nuestros colegas no tar-
daron en darse cuenta de que las razones por las que la gente participaba en
la manifestación eran más complejas de lo que uno tendería a pensar basán-
dose en el tema de la manifestación. El asunto resultaba más claro cuando se

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Bert Klandermans y Jacquelien van Stekelenburg

tenía en cuenta el partido político con el que se identificaban los participan-


tes (el Partido Popular [PP] o el Partido Socialista Obrero Español [PSOE])
y su grado de identificación con la AVT (Asociación de Víctimas del Terro-
rismo), que organizaba la manifestación. Por supuesto, muchos de los mani-
festantes sentían una fuerte identificación con la AVT, y eso explicaba por
qué estaban presentes en la manifestación, aun siendo partidarios del PSOE
(el partido que estaba en el gobierno). Sin embargo, un buen número de ma-
nifestantes no se identificaba tanto con la AVT, sino que se identificaba
fuertemente con el PP (el partido que no hacía mucho había perdido las
elecciones tras los atentados contra los trenes de Madrid 1). De hecho, esas
personas no se manifestaban tanto contra las negociaciones en sí mismas
como, en términos más generales, contra el Gobierno del PSOE, al que acu-
saban de haber «robado» las elecciones al Partido Popular. Sus respuestas a
otros apartados de la entrevista confirmaban dicho supuesto. En realidad,
podría decirse que cuando una manifestación alcanza tales dimensiones, esta
tiene que ver con cuestiones que van más allá del tema central y guarda rela-
ción con una insatisfacción más general con el Gobierno del momento. Para
comprobar esta hipótesis, deberíamos comparar manifestaciones sobre dis-
tintas cuestiones en diferentes tiempos y lugares, un tipo de investigación
que apenas existe. En este texto discutimos los resultados del estudio com-
parado sobre manifestaciones aludido y proponemos un modelo teórico
que hemos desarrollado para la investigación comparativa de actuaciones
contenciosas.
El presente capítulo, su tema y su título son un homenaje a Charles Tilly.
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Contentious Performances es el título de la última obra de Tilly, aparecida en


2008, después de su fallecimiento. Las actuaciones contenciosas, siguiendo a
Tilly, lo son por las siguientes razones: son contenciosas porque están rela-
cionadas con reivindicaciones que afectan a los intereses y/o valores de otros
(a menudo de los gobiernos); son actuaciones porque siguen guiones consa-
bidos y con base histórica y aunque, como en cualquier actuación, existe es-
pacio para la innovación, esta se produce casi siempre de forma reducida. Ese
tipo de actuaciones, sostiene Tilly, se aglutinan en repertorios de rutinas rei-
vindicativas aplicables a las mismas parejas de reclamador-objeto de lo rei-
vindicado: los obreros tienden a hacer huelga contra sus jefes; los ciudadanos
tienden a desfilar contra sus gobiernos, y los antiglobalización tienden a pro-
testar contra las cumbres de organizaciones transnacionales. Los repertorios
varían de un lugar a otro, de un momento a otro y de una pareja a otra. Ade-
más, cuando la gente lleva a cabo reivindicaciones, innova dentro de los lími-
tes fijados por el repertorio ya establecido para ese lugar, tiempo y pareja es-
pecíficos. Los repertorios varían en cuanto a su rigidez, desde la ausencia de
repertorio alguno hasta repertorios rígidos que repiten las mismas rutinas
una y otra vez con la mayor exactitud posible. Tilly afirma que, en su abru-
madora mayoría, la contienda pública colectiva implica repertorios fuertes:

1 Se hace referencia al atentado perpetrado en Madrid el 11 de marzo de 2004.

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Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
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Comparando las actuaciones contenciosas. El caso de las manifestaciones callejeras

«Los participantes en la contienda interpretan unos guiones disponibles,


dentro de los cuales innovan, casi siempre de forma reducida» (p. 15). Nos
insta a elaborar catálogos de actuaciones, con sus características, y a dedicar-
nos al estudio comparativo para comprender la variación y el cambio en las
actuaciones. Contentious Performances es el intento de Tilly de documentar
lo que él y otros han descubierto en términos de variación de un escenario a
otro, de una cuestión a otra, de un momento a otro, y en términos de los fac-
tores que controlan esas variaciones y cambios. El contexto político es uno
de esos escenarios. El libro bosqueja la variación contextual de tres modos
principales: entre regímenes; dentro de los regímenes, entre estructuras de
oportunidad política; y dentro de las estructuras de oportunidad política, en-
tre las diferentes situaciones estratégicas que confrontan los distintos actores
reivindicadores.
Las manifestaciones callejeras son ejemplos de actuaciones contenciosas.
Tilly sitúa el origen de la manifestación callejera en Gran Bretaña entre 1758
y 1834. Esta se convirtió en la actuación por excelencia escenificada por los
movimientos sociales; no tardó en convertirse en una herramienta multiu-
sos, más que un instrumento destinado a un único objetivo o inclinación
política. Para la década de 1830, los activistas británicos habían aprendido a
organizar las tres variantes de la manifestación callejera que aún hoy nos
son familiares: la marcha por las vías públicas, la ocupación de un espacio
público para celebrar una concentración y la combinación de ambas en una
marcha hacia o desde un lugar de concentración. Cien años más tarde, apro-
ximadamente, las manifestaciones callejeras llegaron a Francia para conver-
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tirse en el medio principal de publicitar identidades y programas políticos


en la Francia de después de la Primera Guerra Mundial. En las dos últimas
décadas del siglo XX, el número de manifestaciones solo en París creció des-
de 200-400 al año a 1000-1500 al año. En definitiva, las manifestaciones en la
calle forman parte del modelo de repertorio de acciones de todo movimien-
to social.
Hace unos cinco años un grupo de científicos sociales de ocho países nos
comprometimos en un estudio comparado de las manifestaciones en contra
de la guerra de Irak, anticipándonos, sin saberlo, a la llamada de Tilly recla-
mando investigaciones comparadas sobre esta cuestión. Como este estudio
encaja en una larga trayectoria de trabajo comparado a gran escala sobre ma-
nifestaciones callejeras, debemos comenzar nuestra exposición retrocedien-
do hasta las propias manifestaciones contra la guerra de Irak. Subsecuente-
mente, también proponemos un marco teórico para ser utilizado en este tipo
de estudios comparados. Intentamos responder, de este modo, a la invitación
de Tilly a trabajar en esta línea.

Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
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Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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Bert Klandermans y Jacquelien van Stekelenburg

EL ARTE DE COMPARAR: MANIFESTACIONES EN CONTRA


DE LA GUERRA EN IRAK
El sábado 15 de febrero de 2003, más de veinte millones de personas, en
más de seiscientas ciudades diseminadas por más de sesenta países de todos
los continentes, se manifestaron contra la inminente guerra en Irak. Un co-
lectivo de investigadores de ocho países occidentales, coordinados por Ste-
faan Walgrave, aprovecharon la oportunidad para diseñar y realizar el pri-
mer estudio comparativo de las manifestaciones callejeras jamás realizado
(véase Walgrave y Rucht, 2010). En Madrid, Roma, Londres, Glasgow, Bru-
selas, Ámsterdam, Berlín, Berna, Nueva York, San Francisco y Seattle, los
entrevistadores acudieron a las manifestaciones, entrevistaron a los partici-
pantes y distribuyeron cuestionarios de encuesta para que los rellenaran y
los devolvieran a la universidad 2. Cerca de seis mil personas participaron en
nuestro estudio, lo que lo convierte en el mayor estudio de las manifestacio-
nes callejeras de la historia. Una manifestación contra una misma guerra, el
mismo día, representaba una oportunidad única para comparar, y para com-
probar la afirmación de Tilly de que las manifestaciones callejeras que obe-
decen a los repertorios fuertes son iguales y diferentes al mismo tiempo.
Nuestra investigación es un intento de identificar estas similitudes y estas di-
ferencias.
Como no es de sorprender, los participantes en las ocho manifestaciones
eran muy parecidos por lo que respecta a su oposición a la guerra (tabla 8.1).
En definitiva, todos ellos se manifestaban en contra de la misma guerra inmi-
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nente en Irak. Sin embargo, véase la enorme diferencia en insatisfacción con


los esfuerzos de sus gobiernos para evitar la guerra entre los cinco primeros
países de la tabla y los tres últimos: niveles muy elevados de insatisfacción en
los primeros, y niveles elevados de satisfacción en los últimos. Nuevamente,
eso resulta comprensible, ya que los Estados Unidos y el Reino Unido esta-
ban a punto de entrar en guerra con el apoyo de España, Italia y los Países
Bajos, mientras que los Gobiernos de Bélgica, Suiza y Alemania se habían
declarado contrarios a la guerra.

2 En total, 5772 personas enviaron el cuestionario cumplimentado, lo que supone una tasa de res-

puesta del 36 por ciento en el Reino Unido y el 54 por ciento en Holanda, una media del 46,6 por
ciento. Las preguntas giraban en torno a aspectos como las actitudes hacia los gobiernos, sus políticas
y sobre el reclutamiento para la manifestación. (Para una información más detallada, véase Walgrave
y Rucht, 2010.)

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Comparando las actuaciones contenciosas. El caso de las manifestaciones callejeras

TABLA 8.1. Opiniones sobre la guerra y los gobiernos

US UK ES IT NL CH BE DE Eta2

Oposición a la
guerra a 3,5 3,4 3,7 3,8 3,3 3,6 3,6 3,6 0,07

Insatisfacción con
los esfuerzos del
Gobierno para
evitar la guerra b 4,8 4,5 4,9 4,8 4,5 3,0 2,0 2,4 0,68

Satisfacción con el
funcionamiento
de la democracia b 1,8 2,1 2,3 1,5 2,5 2,7 2,6 2,3 0,25

N 705 1.129 452 1.016 542 637 510 781


aEn una escala de 1 («completamente no-opuesto») a 5 («completamente opuesto»).
b En una escala de 1 («completamente satisfecho») a 5 («completamente insatisfecho»).
Fuente: International Peace Protest Survey (IPPS) 2003.

El funcionamiento de la democracia
Pero aún hay más. Fijémonos en la última fila de la tabla 8.1. Pregunta-
mos a todas las personas cuál era su grado de satisfacción con el funciona-
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miento de la democracia en su país. Parece que hay tres grupos: por un lado,
los manifestantes de los Estados Unidos e Italia, que están extremadamente
insatisfechos; por otro lado, los manifestantes de los Países Bajos, Suiza y
Bélgica, que en promedio están moderadamente satisfechos, y los manifes-
tantes de España y Alemania, que ocupan una posición intermedia. Recorde-
mos lo que decíamos al principio con respecto a la protesta en España contra
ETA: si las manifestaciones alcanzan grandes dimensiones, hay más de un
tema central que moviliza a la gente. Eso resulta aún más claro si examina-
mos la siguiente tabla (tabla 8.2). En esta tabla comparamos la insatisfacción
con la democracia tal y como esta se manifestaba en 2003, a partir de las per-
sonas que respondieron a nuestras encuestas, con la insatisfacción con la de-
mocracia observada en los años 2001 y 2004 en muestras aleatorias de ciuda-
danos de los mismos países. En esta tabla y en la siguiente no aparecen los
Estados Unidos ni Suiza, dado que no contamos con datos comparables de la
población en general.
Al comparar las discrepancias entre los manifestantes y los ciudadanos
promedio, se crean dos grupos de tres países cada uno: el Reino Unido, Es-
paña e Italia, por un lado, con discrepancias relativamente grandes, y los Paí-
ses Bajos, Bélgica y Alemania, por otro, con discrepancias relativamente mo-
destas. Significativamente, los niveles de movilización en el primer grupo son
notablemente más altos que en el segundo, tal y como revela la última fila de

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Bert Klandermans y Jacquelien van Stekelenburg

TABLA 8.2. Insatisfacción con el funcionamiento de la democracia:a


porcentaje de no-satisfechos

UK ES IT NL BE DE

Encuesta manifestación Irak 70 62 93 40 37 58

Eurobarómetro 11-2001 27 30 60 26 31 36
Eurobarómetro 04-2004 34 29 60 33 35 48
Discrepancia con 2001b 43 32 33 14 6 22
Discrepancia con 2004b 36 33 33 7 2 10
Nivel de movilización manifestación Irakc 1,6 2,5 2,6 0,04 0,07 0,06
a Porcentaje de encuestados que están «no muy satisfechos» o «nada satisfechos».
b Discrepancia entre participante medio y ciudadano medio en 2001 y 2004.
c Dimensiones de la manifestación en porcentaje de la población.

Fuente: Eurobarómetro (2001, 2004); International Peace Protest Survey (IPPS) 2003.

la tabla 8.2. La fila inferior muestra el nivel de movilización de los seis países;
la dicotomía en cuanto a satisfacción con el funcionamiento de la democracia
se reproduce muy visiblemente en términos del correspondiente nivel de
movilización: cuánto más alta es la discrepancia, mayor es la participación.
La cuestión es si esta es una correlación real o falaz. Podríamos argumentar
que la oposición a la guerra era muy fuerte en Italia y España y que, por con-
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siguiente, los niveles de movilización en esos dos países fueron elevados,


pero la oposición también era fuerte en Bélgica y, sin embargo, la participa-
ción fue menor, mientras que las actitudes negativas hacia la guerra entre la
población del Reino Unido estaban al mismo nivel que en los Países Bajos y
Alemania, donde la participación fue significativamente inferior. Podríamos
argumentar también que el nivel de insatisfacción con los esfuerzos del Go-
bierno nacional por evitar la guerra era muy elevado en el Reino Unido, Es-
paña e Italia, pero también era elevado en los Países Bajos. Por último, po-
dríamos afirmar que la discrepancia en Bélgica era tan baja debido a que el
Gobierno belga era contrario a la guerra, pero el Gobierno alemán era igual-
mente contrario, y el Gobierno neerlandés no lo era. De estas y otras consi-
deraciones se ocupa la tabla 8.3. Esta tabla presenta un análisis de regresión
múltiple donde el nivel de movilización de un país es la variable dependiente
y las actitudes hacia la guerra y la política nacional son variables indepen-
dientes.
El número de casos de este análisis es muy reducido. Por ello, debemos
ser cautos con las interpretaciones y conclusiones. Aun así, el patrón es
coherente y permite llegar a una clara conclusión. Las diferencias en los nive-
les de movilización entre los seis países objeto de análisis se pueden explicar
casi completamente por la influencia conjunta de la oposición a la guerra y la
insatisfacción con el funcionamiento de la democracia. Nótese que es la dis-

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Comparando las actuaciones contenciosas. El caso de las manifestaciones callejeras

TABLA 8.3. Nivel de movilización y actitudes hacia la guerra


y la política nacional

Regresión múltiple:
beta estandarizada

Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3

Oposición a la guerra 0,56 0,64** 0,54**


Insatisfacción con la política del Gobierno 0,43 0,27** 0,25**
Insatisfacción con el funcionamiento de la democracia 0,26
Discrepancia con Eurobarómetro 11-2001 0,44**
Discrepancia con Eurobarómetro 04-2004 0,48**
Eficacia política

N=6

R2 ajustada 0,85 0,98** 0,99**

* p < 0,10; ** p < 0,05.


Fuente: International Peace Protest Survey (IPPS) 2003.

crepancia, más que el nivel absoluto de insatisfacción, lo que marca la dife-


rencia. En comparación con los países con niveles de movilización relativa-
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mente bajos, los países con niveles relativamente altos de movilización tenían
una proporción mucho mayor de participantes que estaban más insatisfechos
con el funcionamiento de la democracia en su país que el ciudadano medio.
Nótese también que el hecho de estar más insatisfecho con el funcionamiento
de la democracia, en lugar del hecho de estar satisfecho con los esfuerzos del
Gobierno para evitar la guerra, es lo que explica los diferentes niveles de mo-
vilización. A su vez, esa insatisfacción más general hizo que el nivel de movi-
lización se incrementara. Evidentemente, lo que incita a todas esas personas
no es solo el descontento con la política de su Gobierno con respecto a la
guerra, sino también la insatisfacción más profunda con la política de su país.

Incrustación/imbricación social (Social embeddedness) 3


Ahora bien, los países difieren entre sí también de otro modo. El poten-
cial de movilización de un movimiento no consiste en un conjunto de indivi-
3 El término embeddedness resulta complicado de traducir, por lo que procedemos a la siguiente

explicación. El concepto fue acuñado por Mark Granovetter, en su artículo ya clásico «Economic
Action and Social Structure: The Problem of Embeddedness» (en español, en Félix Requena Santos
[coord.], «Análisis de redes sociales: orígenes, teorías y aplicaciones», Madrid: CIS, 2003). La traduc-
ción del título reza así: «Acción económica y estructura social: el problema de la incrustación». Se
puede consultar, al respecto: http: //dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=846572. Augusto
Longhi (véase http: //www.aset.org.ar/congresos/7/12013.pdf) también alberga dudas sobre la mejor

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Bert Klandermans y Jacquelien van Stekelenburg

duos aislados, ni tampoco es algo aislado de otros aspectos de la sociedad.


Los individuos están insertos en redes y pertenecen a organizaciones que, a
su vez, están inmersas en campos multiorganizativos. Podemos describir el
potencial de movilización de un movimiento en términos del capital social
acumulado en este. Lin (1999: 35) definió el capital social como «los recursos
incrustados en una estructura social a los que se accede o se movilizan en ac-
ciones intencionales». Paxton (2002) argumentó que la vida asociativa acu-
mula capital social, que «aporta el espacio para la creación y diseminación de
discurso crítico con el gobierno a la sazón y proporciona una forma de incre-
mentar la oposición activa al régimen» (p. 257). Parte de la infraestructura
del potencial de movilización de un movimiento consiste en las redes que co-
nectan a individuos. Unos lazos débiles y fuertes y unos canales de comuni-
cación abiertos y cerrados tejen una red de conexiones que influye en la faci-
lidad o dificultad para alcanzar el potencial de movilización de un
movimiento. Los lazos fuertes son los vínculos directos con otras personas
que suelen utilizarse con frecuencia; los lazos débiles son vínculos indirectos
(el hecho de conocer a alguien que conoce a otra persona). Los lazos fuertes
son más influyentes, pero no van más allá del círculo más interno de una per-
sona; los lazos débiles alcanzan más lejos, pero son menos influyentes. Los
canales de comunicación cerrados poseen un público reducido (únicamente
los miembros de una organización o los suscriptores de una revista, etc.). Los
canales de comunicación abiertos no tienen tales restricciones; los medios de
comunicación de masas, como los periódicos, la radio o la televisión, están
abiertos a todo el mundo. Los canales abiertos llegan a más gente que los ca-
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nales cerrados, pero su impacto es menor.


Muchos de los participantes en las manifestaciones no tenían vínculo al-
guno con las organizaciones responsables de las mismas (tabla 8.4), pero
existen diferencias importantes entre los países a ese respecto: mientras que
en los Estados Unidos, el Reino Unido, los Países Bajos y Alemania en torno

traducción de embeddedness. Él propone «encastramiento», pero incluye una nota al pie con la expli-
cación del sentido del término en inglés. Otra propuesta es la de traducir embeddedness como «im-
bricación», tal como hace Enrique de la Garza Toledo (coord.) en Tratado latinoamericano de socio-
logía, Barcelona: Anthropos, 2006. Una ventaja de esta opción es que puede aplicarse bien a toda la
familia de la palabra en el sentido en que la utiliza Klandermans. En cuanto al significado del verbo
en inglés, de las definiciones del Merriam-Webster la que mejor describe el sentido de embed en su
uso sociológico es la siguiente: to make something an integral part of, en el sentido de que los indivi-
duos son parte integral de redes sociales (y no pueden aparecer al margen de estas), o son quienes in-
tegran las redes sociales, así como, para Granovetter, las actividades económicas de los individuos
son también parte integral de las redes sociales. Optamos por «imbricación» o «incrustación». «Im-
bricación» es un término casi perfecto para el caso de Granovetter y del presente texto de Klander-
mans. Sin embargo, no traduce bien otros sentidos de la misma palabra; por ejemplo, el significado
que la palabra tiene en Tilly cuando habla de embedded identities y detached identities. Considero
que «incrustación» podría funcionar adecuadamente para ambos usos del término (Klandermans/
Granovetter y Tilly). En definitiva, el problema es que no existe aún un término canónico para tradu-
cir una palabra cada vez más común en la sociología anglosajona, sobre todo entre los partidarios de
la teoría de redes. Supongo que no tardará mucho en estandarizarse una traducción de la misma;
mientras tanto, nosotros solo podemos hacer nuestra modesta contribución a ese proceso de fijación
del léxico. (Joan Quesada, traductor del texto.)

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Comparando las actuaciones contenciosas. El caso de las manifestaciones callejeras

TABLA 8.4. Vinculación con las organizaciones convocantes


de la manifestación (%)

US UK ES NL CH BE DE

Ningún vínculo 61,9 62,2 44,9 58,5 49,6 49,5 58,4


Vínculo débil 7,6 14,1 33,0 13,3 11,9 13,1 16,0
Vínculo moderado 11,2 6,9 15,3 7,1 11,7 12,1 9,0
Vínculo fuerte 5,7 5,3 5,6 6,6 9,6 8,6 5,1
Vínculo muy fuerte 11,5 11,5 1,1 14,5 17,2 16,7 11,5

N 666 1.116 448 528 629 503 769

NOTA: Chi-cuadrado 1086,47, df 28, p < 0,001.


Fuente: International Peace Protest Survey (IPPS) 2003.

al 60 por ciento de los participantes dijeron no tener ningún vínculo con las
organizaciones convocantes de la manifestación, en Suiza y Bélgica era la mi-
tad de los participantes la que declaraba encontrarse en esa situación, y en
España, el 45 por ciento de ellos. En España, por otra parte, una gran pro-
porción dijo tener un lazo débil o moderado. Los lazos fuertes figuraron con
especial prominencia en los Países Bajos, Suiza y Bélgica 4. En ausencia de
cualquier lazo, los medios de comunicación de masas fueron importantes en
los Países Bajos, España y Alemania, y los canales interpersonales lo fueron
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en los Estados Unidos, el Reino Unido y Suiza. Los lazos fuertes y los cana-
les cerrados fueron relativamente importantes en Bélgica, Suiza, los Países
Bajos y los Estados Unidos (tabla 8.5).

TABLA 8.5. Patrones de movilización (%)

US UK ES NL CH BE DE

Ningún vínculo + …
Medios de comunicación 15,0 15,7 27,2 25,3 14,1 16,5 24,6
Canales interpersonales 23,5 22,6 11,8 17,2 20,9 14,9 18,5
Vínculo (muy) fuerte + …
Organización, anuncios,
octavillas, etc. 12,6 10,3 1,5 12,8 13,5 15,4 9,5

N 666 1.116 448 528 629 503 769

Fuente: International Peace Protest Survey (IPPS) 2003.

4 Italia no aparece en esta ni en las siguientes tablas debido a que el equipo italiano empleó una

técnica de muestreo que hace que los resultados correspondientes a Italia sean difícilmente compara-
bles con los de los demás países.

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Bert Klandermans y Jacquelien van Stekelenburg

En apariencia, las estructuras que facilitaron la movilización de las perso-


nas para la manifestación variaron en los ocho países. Investigamos si las di-
ferencias en la estructura movilizadora podían relacionarse con la variación
contextual. La variación contextual de un país puede describirse en términos
de oferta, demanda y movilización (Klandermans, 2004). El lado de la de-
manda de la protesta hace referencia a las características del potencial de par-
ticipantes en las protestas (el potencial de movilización) de una sociedad; el
lado de la oferta se refiere a las características del sector de los movimientos
sociales de una sociedad; la movilización hace referencia a las técnicas y me-
canismos que se utilizan para hacer confluir la demanda con la oferta (Klan-
dermans, 2004). La variación contextual puede describirse en términos de los
factores de demanda y oferta. Los factores de demanda tienen que ver con las
características del potencial de movilización de un movimiento, es decir, con
la proporción de la población que simpatiza con la causa del movimiento. El
factor de demanda más obvio que debemos incluir en nuestro esquema es la
oposición a la guerra en la opinión pública de los siete países. Los factores de
oferta tienen que ver con las características del sector de los movimientos so-
ciales de un país. Incluimos dos factores de oferta en nuestros análisis: la
densidad del sector de los movimientos sociales, tal y como se desprende de
la de la actividad de los nuevos movimientos sociales, de la afiliación sindical
y de la afiliación a partidos, y el grado de contenciosidad 5 del sector de los
movimientos sociales, tal y como revela la cultura de manifestación y la acti-
vidad huelguista de un país 6 (tabla 8.6). Todos esos indicadores se correlacio-
naron simplemente con nuestros dos aspectos de la estructura movilizadora:
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la fuerza de los lazos y lo cerrado de los canales de movilización.


Encontramos aquí fundamento para nuestra hipótesis de que los patrones
de movilización están influidos por factores de demanda y oferta 7. De he-
cho, los patrones de movilización abierta tienden a tener más éxito en aque-
llos países en los que la oposición a la guerra era más fuerte: a los participan-
tes de dichos países se los movilizó con más frecuencia por medio de canales
abiertos. Además, como también era de esperar, a mayor densidad del sector
5 N. de la E.: Se entiende aquí el término como tendencia a la expresión de las demandas en forma

de litigio, de acción expresa de protesta o conflicto manifiesto.


6 El grado de oposición a la guerra de la opinión pública está basado en la encuesta de EOS Ga-

llup sobre la guerra realizada en Europa inmediatamente antes del 15 de febrero. Los niveles genera-
les de actividad de los nuevos movimientos sociales de los países derivan de la Encuesta Social Euro-
pea (no hay datos sobre los Estados Unidos y Suiza), que interroga sobre la participación en las
actividades de una organización humanitaria o ecologista/pacifista a lo largo de los doce últimos me-
ses. Las cifras relativas a la afiliación sindical general derivan del World Labour Report 1997-1998, de
la Organización Internacional del Trabajo (www.ilo.org). La cultura general de manifestación de un
país se basa en las respuestas del World Values Studies a preguntas sobre la participación en manifes-
taciones autorizadas. Los niveles de actividad huelguista se basan en datos de la OIT (Organización
Internacional del Trabajo), y toman la media anual del número absoluto de manifestaciones registra-
das en un país entre 1998 y 2003 y lo dividen por el tamaño de la población. La afiliación general a
partidos políticos de un país se basa en Peter Mair e Ingrid van Biezen, «Party Membership in
Twenty European Democracies, 1998-2000», Party Politics, 7 (1): 2001.
7 Debido a que el número de casos es muy pequeño (N=7), los coeficientes han de ser muy altos

para ser significativos. Por lo tanto, utilizamos un umbral de significatividad inferior al habitual.

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Comparando las actuaciones contenciosas. El caso de las manifestaciones callejeras

TABLA 8.6. Influencia de los factores de demanda y oferta en los patrones


de movilización (correlaciones de Pearson)

Oferta:
contenciosidad
del sector
De- Oferta: densidad del movimientos
manda sector movimientos sociales sociales

Oposi- Acti-
ción vidad Afilia-
a la de los ción
guerra nuevos de la Cultura Acti-
de la movi- Afilia- pobla- de vidad
opinión mientos ción ción a manifes- huel-
pública sociales sindical partidos tación guista

Fuerza de los lazos 0,24* –0,21* 0,48 0,50* 0,05** 0,36


Carácter cerrado de los
patrones de movilización –0,53* 0,57* 0,33 –0,19* –0,72** –0,43

* p < 0,20; ** p < 0,05.


Fuente: International Peace Protest Survey (IPPS) 2003.

de los movimientos sociales en un país, más cerrados eran los patrones de


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movilización. Resulta interesante que en los casos en que los nuevos movi-
mientos sociales se movilizaron para la acción, eso tuvo su reflejo en los ca-
nales de movilización empleados: lazos más débiles en combinación con ca-
nales de comunicación cerrados. Mientras que en el caso de la afiliación
sindical y a partidos políticos, el reflejo consistió más bien en la importancia
de los lazos fuertes para la movilización. Por último, cuanto más contencioso
era el sector de los movimientos sociales de un país, más tendió la moviliza-
ción para la manifestación contra la guerra de Irak a efectuarse por medio de
canales de movilización abiertos.
En la práctica, demanda y oferta interactúan a la hora de determinar los
procesos de movilización: altos niveles de demanda y un sector de movimien-
tos sociales contencioso contribuyen a la presencia de patrones de moviliza-
ción abiertos (canales abiertos, lazos débiles). España, Alemania y los Países
Bajos parecen seguir ese modelo. Un sector de los movimientos sociales den-
so y unos niveles relativamente bajos de demanda hacen que los patrones de
movilización sean más cerrados (canales cerrados, lazos fuertes). Bélgica y
Suiza se inclinan en esa dirección. Sin embargo, cuando aumenta el nivel de
demanda, las prácticas de movilización abierta pueden tener éxito igualmente.
Por lo tanto, el estudio de las manifestaciones contra esta guerra corrobo-
ra la afirmación de Tilly en relación con que las manifestaciones callejeras

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Bert Klandermans y Jacquelien van Stekelenburg

obedecen a las reglas de los repertorios «fuertes». Pero, volvemos a lo mis-


mo, las circunstancias divergentes producen diferencias, también. Estas di-
vergentes circunstancias son consecuencia de los distintos contextos. Inspi-
rándonos en la propuesta de Tilly hemos construido un modelo teórico que
permita dar cuenta de estas diferencias.

LA DINÁMICA DE LA CONTIENDA
Tal vez el hallazgo más importante de este estudio fue que el tamaño y la
composición (quién) de las manifestaciones contra la guerra de Irak, la moti-
vación (por qué) y la movilización (cómo) de sus participantes variaban
asombrosamente entre países. Al estudiar manifestaciones callejeras realiza-
das al mismo tiempo y en relación a idénticas cuestiones, encontramos signi-
ficativas diferencias entre países. Las campañas de movilización, las coalicio-
nes, la asistencia y las actitudes de los participantes individuales eran todas
ellas distintas. Si eso es así en el caso de una misma manifestación callejera,
las diferencias serán aún mayores cuanto se trata de manifestaciones distin-
tas, como han demostrado Walgrave y Verhulst (2010) al comparar diversas
manifestaciones en Bélgica. En consecuencia, sabemos que una misma mani-
festación en países diferentes y distintas manifestaciones en un mismo país
producen dinámicas de protesta divergentes. En este sentido, estos hallazgos
sugieren más diferenciación de la que el argumento de los repertorios fuertes
de la movilización de Tilly consideraba. Aparentemente, las manifestaciones
callejeras muestran mayores diferencias entre sí de lo esperado. Carecemos,
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todavía, de un conocimiento sistemático de cómo se producen estas diferen-


cias. En realidad, seguimos sin saber de qué modo cada contexto sociopolíti-
co nacional y cada contexto de movilización influyen en quiénes son las per-
sonas que protestan, por qué lo hacen y cómo se las moviliza. Por supuesto,
se han realizado investigaciones sobre los participantes en manifestaciones
específicas, por lo que podemos saber quiénes tomaron parte en una mani-
festación concreta, por qué lo hicieron y cómo se les movilizó. Sin embargo,
apenas sabemos si los participantes en diversas manifestaciones en un mismo
país, o en la misma manifestación en países distintos, son diferentes. Tampo-
co sabemos mucho sobre en qué medida la composición de los participantes
y sus motivos varían durante el curso de vida de un movimiento, ni de qué es
lo que causa dicha variación. En pocas palabras, debemos estudiar el contex-
to en el que se llevan a cabo las manifestaciones y averiguar de qué modo las
diferencias y cambios contextuales inciden sobre quiénes son los participan-
tes, por qué motivos participan y cómo se los ha movilizado. Y esto es, exac-
tamente, lo que Tilly nos pedía en su Contentious Performances.
Asumimos que los siguientes factores contextuales inciden sobre las carac-
terísticas de quienes protestan: 1) la nación, es decir, el sistema político nacio-
nal en el que se llevan a cabo las manifestaciones; 2) el contexto de moviliza-
ción, o sea, el lado de la demanda y la oferta de la protesta, y las técnicas de
movilización, y 3) la manifestación, es decir, las características de la propia ma-

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Comparando las actuaciones contenciosas. El caso de las manifestaciones callejeras

nifestación. Nuestro principio básico es que un contexto nacional específico


genera un contexto de movilización específico; que la interacción entre nación
y contexto de movilización produce un tipo específico de manifestación; que
un tipo específico de manifestación reúne a un grupo específico de personas
que protestan en las calles. Entendemos que la composición del grupo de ma-
nifestantes, sus motivos y la forma en que se los moviliza son consecuencia de
la interacción entre contexto nacional, contexto de movilización y tipo de ma-
nifestación. Eso es lo que muestra la figura 8.1. Los párrafos que vienen a con-
tinuación presentan una breve exposición de los elementos clave del modelo.

FIGURA 8.1

CONTEXTO DE
NACIÓN MOVILIZACIÓN MANIFESTACIÓN MANIFESTANTE

SISTEMA POLÍTICO DEMANDA QUIÉN


TEMA
CULTURA OFERTA POR QUÉ
CARACTERÍSTICAS
DE PROTESTA MOVILIZACIÓN CÓMO

Fuente: Elaboración propia.


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Naciones
Las naciones varían en cuanto a las circunstancias que crean para la pro-
testa política. Aplicando dos dimensiones —las características democráticas
y la capacidad de los gobiernos—, Tilly propone en Contentious Performan-
ces (p. 151) cuatro rudimentarios tipos de gobierno: no democráticos de alta
capacidad; no democráticos de baja capacidad; democráticos de alta capaci-
dad; y democráticos de baja capacidad, y cada uno de ellos responde de ma-
nera diferente a las expresiones de demandas colectivas. Kriesi (2004) señala
como elementos de la estructura de oportunidad política: la apertura del sis-
tema político a los desafiadores, los puntos de acceso a disposición de las
personas para defender sus intereses y expresar sus opiniones, la configura-
ción política temporal, todos ellos identificados como factores determinantes
de la incidencia y del tipo de protesta (Kriesi, 2004; Tarrow, 1998; Koop-
mans, 1999; Tilly, 2008b). La dinámica de la protesta viene determinada por
las características sociopolíticas de un país (véase Koopmans et al., 2005). En
los sistemas políticos abiertos, como por ejemplo los Países Bajos, existe un
espacio para la negociación, mientras que en los sistemas políticos cerrados,
por ejemplo Francia, existe mucho menos espacio para ello. Eso puede im-
plicar que los franceses tengan una mayor motivación para participar en pro-

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Bert Klandermans y Jacquelien van Stekelenburg

testas que los holandeses, y que la cultura de protesta de los dos países difie-
ra. En los Países Bajos las manifestaciones de protesta son raras, mientras
que en Francia se han convertido en la forma de contienda empleada con ma-
yor frecuencia. Eso también puede implicar que los temas de protesta se con-
viertan, en Francia con más frecuencia que en los Países Bajos, en una cues-
tión de principios más que de intereses.

Contextos de movilización
Como hemos dicho anteriormente, el contexto de movilización de un
país puede describirse en términos de demanda, oferta y movilización (Klan-
dermans, 2004). Nuestra propuesta es que la interacción de demanda, oferta
y movilización influye en la dinámica de la participación en la protesta.

Demanda
La demanda de protesta da comienzo a partir de los niveles de agravio
presentes en una sociedad (Klandermans, 1997). Para que dichos agravios se
conviertan en foco de la acción colectiva, las personas implicadas deben de-
sarrollar una identidad colectiva politizada. En el curso del proceso de politi-
zación, se desarrolla la conciencia de que los agravios son compartidos, se
define quiénes son los oponentes mediante el enmarcamiento de los adversa-
rios y se realizan intentos para movilizar a terceras partes o el apoyo público.
Cada vez más grupos de población utilizan la protesta como medio para co-
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municar sus agravios (Klandermans, 2001; Meyer y Tarrow, 1998). Al mismo


tiempo, la inmigración ha hecho que las sociedades occidentales sean más di-
versas (Koopmans et al., 2005). Los agravios también se globalizan, un hecho
que ilustra la creciente conciencia en torno a cuestiones como la justicia glo-
bal o la preocupación compartida por el clima. En definitiva, unas ciudada-
nías más diversas, con agravios también más diversos, optan cada vez más
por la protesta para comunicar sus quejas y airear su ira.

Oferta
El lado de la oferta de la protesta guarda relación con las características
del sector de los movimientos sociales de una sociedad, su fuerza, su diversi-
dad, su contenciosidad. Sin embargo, el sector de los movimientos no existe
en el vacío, sino que está incrustado en un campo multiorganizativo formado
por aliados y adversarios potenciales. Cuando el conflicto se intensifica, au-
menta el número de actores presentes en el campo organizativo que se sien-
ten retados a tomar partido por uno de los bandos. Tradicionalmente, el sec-
tor de los movimientos sociales se concibe como un conglomerado de
organizaciones de movimiento social (McAdam, McCarthy y Zald, 1996b: 3)
que aportan la infraestructura más o menos formalizada sobre la que se edifi-
ca la protesta (McAdam, 1988; McCarthy y Zald, 1976; Diani y McAdam,
2003). Sin embargo, cada vez más, vemos que la participación en las protestas

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Comparando las actuaciones contenciosas. El caso de las manifestaciones callejeras

tiene sus raíces en las redes cotidianas de los participantes y en los actores de
movimientos sociales implicados en redes difusas y descentralizadas (Duy-
vendak y Hurenkamp, 2004; Melucci, 1996; Taylor, 2000). Simultáneamente,
el incremento de la diversidad étnica ha creado un capital social étnicamente
divergente (Fennema y Tillie, 2008). Por último, estamos asistiendo a la emer-
gencia de «sectores de movimientos sociales globales» (Smith y Fetner, 2007).
Por eso, actualmente las organizaciones formales tradicionales más diversas
que abastecen de oportunidades de protesta se ven cada día más complemen-
tadas con unas estructuras de movilización asociadas de carácter más laxo.

Movilización
La movilización es un proceso que se desarrolla según unas etapas analíti-
camente identificables. Klandermans (1984) distingue entre la movilización
de consenso y la movilización para la acción. La movilización de consenso
tiene que ver con la diseminación deliberada de los puntos de vista del movi-
miento. El proceso de movilización de consenso ha sido estudiado más en
profundidad por Snow y otros colaboradores (Snow et al., 2000) hasta de-
sarrollar lo que se ha dado en conocer como alineamiento de marcos. La mo-
vilización para la acción convierte a los simpatizantes en participantes. Klan-
dermans y Oegema (1987) han estudiado más detalladamente el proceso de
movilización para la acción y lo han desmenuzado en su modelo de cuatro
pasos hasta la participación. Los ciudadanos han de convertirse en simpati-
zantes (movilización de consenso); hay que dirigirse a los simpatizantes para
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que conozcan el acontecimiento que se prepara; hay que motivar a los simpa-
tizantes para que participen; hay que motivarlos lo suficiente para superar las
barreras que aún se interponen para la participación.
Los procesos de movilización hacen confluir la demanda de protesta con
la oferta de oportunidades de protesta. La globalización, el desarrollo de la
sociedad red y la sociedad de la información han transformado radicalmente
las técnicas de movilización. Las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación (TIC), tales como internet, el correo electrónico, MySpace,
MSN o los teléfonos móviles, han cambiado la forma en que los activistas se
comunican y se movilizan. Las organizaciones tradicionales parece ser que se
apoyan más en canales de información tales como las octavillas o las publica-
ciones de las organizaciones dirigidas a sus miembros, mientras que, en las
redes, los canales que se utilizan son el cara a cara, internet, las redes sociales
online y los teléfonos móviles.
En el plano general, se supone que la demanda, la oferta y la movilización
están determinadas por el contexto nacional. En el plano específico, el con-
texto de movilización también está influido por las características de la mani-
festación, sobre todo por el tema. Poco se sabe de la forma en que varían los
contextos de movilización, de cómo está determinada dicha variación o de
cómo esta incide en las características de una manifestación.

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Bert Klandermans y Jacquelien van Stekelenburg

Manifestaciones
En primer lugar, y sobre todo, las manifestaciones difieren en cuanto al
tema. En su tesis doctoral, Verhulst (2010) propone distinguir entre temas
«antiguos», «nuevos» y «de consenso». Los temas antiguos son las cuestio-
nes socioeconómicas típicas, como la desigualdad, la seguridad social, los
conflictos industriales. Habitualmente, estos van de la mano de organizacio-
nes formales tradicionales que llevan a cabo la manifestación. Los temas nue-
vos son cuestiones de tipo moral, cultural, relacionadas con el estilo de vida,
como el género, GLTB [gais, lesbianas, transexuales, bisexuales], la defensa
de la vida, la defensa del derecho a elegir, los derechos de los animales y los
movimientos por la paz y contra la guerra. Es más frecuente que sean organi-
zaciones más laxas las que se encargan del proceso de movilización para las
manifestaciones relacionadas con estos temas. Los temas de consenso son
cuestiones que gozan de un apoyo masivo, como el movimiento contra la
conducción bajo los efectos del alcohol o las marchas contra la violencia ar-
bitraria. Este tipo de cuestiones con amplio apoyo requieren muy poca orga-
nización para sacar a las calles a una gran cantidad de personas.
Además, las manifestaciones pueden ser ritualizadas, pacíficas o violentas;
autorizadas o no; con o sin deliberaciones con la policía. Las manifestaciones
las lleva a cabo habitualmente una coalición de organizadores, pero la com-
posición de dicha coalición varía y, dependiendo de la coalición, también va-
ría la composición de la multitud que sale a la calle. Por ejemplo, la coalición
que organizó la manifestación contra la guerra de Irak en España estaba for-
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mada por grandes organizaciones políticas y sociales, mientras que en los


Países Bajos la formaban pequeñas organizaciones de izquierdas. En conse-
cuencia, la composición de las multitudes que se manifestaron en ambos paí-
ses era significativamente diferente. Varían el lugar y las condiciones meteo-
rológicas, y también la cobertura de los medios de comunicación. Como
carecemos de comparaciones sistemáticas, es difícil decir de qué modo inci-
den todas esas variaciones en la participación en la protesta. Evidentemente,
las poblaciones que se manifiestan difieren en tamaño y composición, pero
dista mucho de estar clara la relación que esto guarda con las características
de la manifestación.

Manifestantes
El último estadio de nuestro modelo de la dinámica de la contienda con-
cierne a los manifestantes. ¿Quiénes son y por qué participan en la protesta?
La motivación de los manifestantes también depende del contexto. El tipo de
manifestación, la interacción entre demanda, oferta y movilización y el con-
texto nacional influyen en la motivación de los participantes. Nosotros con-
cebimos la motivación en términos de identidad, agravios y emociones.

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Comparando las actuaciones contenciosas. El caso de las manifestaciones callejeras

IDENTIDAD, AGRAVIOS Y EMOCIONES


Los psicólogos sociales proponen la identidad, los agravios y las emo-
ciones como los mecanismos que ayudan a comprender por qué algunas
personas se sienten motivadas a participar en manifestaciones y otras no.
Hay que tener presente que no todo es cuestión de motivación. Recorde-
mos que la motivación es solo uno de los cuatros pasos hasta llegar a la par-
ticipación. Sin embargo, ahora toca centrarnos en la motivación. Sorpren-
dentemente, faltaba un marco unificador que integrara identidad, agravios
y emociones en un único modelo. Hace unos cuantos años que trabajamos
en el desarrollo de dicho modelo (Stekelenburg, Klandermans y Dijk, 2009
y 2011). El modelo que hemos desarrollado y hemos empezado a probar
asigna un papel central e integrador a los procesos de identificación. Para
que se forjen los agravios compartidos y las emociones compartidas que ca-
racterizan el potencial de movilización de un movimiento es necesaria una
identidad compartida.

FIGURA 8.2

Instrumental
(agravios X
eficacia)
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Ira de Fuerza
Identidad motivadora
base grupal

Ideología

Fuente: Elaboración propia.

La variable dependiente del modelo (la fuerza de la motivación para par-


ticipar en la acción colectiva) es el resultado de las emociones y los agravios
compartidos con un grupo con el cual se identifican los participantes indivi-
duales. Los agravios derivan supuestamente de unos intereses y/o principios
que se sienten bajo amenaza. Cuanta más gente sienta que los intereses y/o
los principios que el grupo valora están amenazados, mayor será la ira y más
dispuestos estarán a participar en la acción colectiva para proteger sus intere-
ses y/o expresar su ira.

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Bert Klandermans y Jacquelien van Stekelenburg

En la configuración de las motivaciones pueden destacar aspectos instru-


mentales (la gente participa porque cree que servirá de algo), aspectos ideoló-
gicos (la gente participa porque siente la obligación moral de expresar su opi-
nión) o aspectos identitarios (la gente participa porque siente la obligación
social de estar al lado de las personas con las que se identifica). Las emocio-
nes amplifican y aceleran. Cuanto mayor es la ira, más probable es que las
personas se impliquen en la protesta política.
Trabajos recientes sobre las identidades múltiples (véase Kurtr, 2002)
muestran que las diversas identidades que tienen simultáneamente las perso-
nas pueden entrar en conflicto y guiar la conducta en distintas direcciones.
Las personas pueden encontrarse sometidas a presiones cruzadas (Oegema y
Klandermans, 1994) cuando dos de los grupos con los que se identifican aca-
ban en bandos opuestos en una controversia (por ejemplo, afiliados sindica-
les que se enfrentan a la decisión de manifestarse contra su propia empresa).
De hecho, a los trabajadores que van a la huelga, o a los activistas de los mo-
vimientos que desafían a su gobierno, se los suele acusar de deslealtad a la
empresa o al país. González y Brown (2003) acuñaron el término «identidad
dual» para señalar el funcionamiento simultáneo de identidades. Estos auto-
res sostenían que la identificación con una entidad subordinada (por ejem-
plo, una identidad étnica) no excluye necesariamente la identificación con
una entidad supraordinada (por ejemplo, la identidad nacional). En realidad,
argumentaban que la configuración deseable es la llamada «identidad dual»,
ya que implica la posesión de la identificación suficiente con el propio grupo
primario como para experimentar una seguridad básica, y la identificación
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suficiente con el grupo abarcador como para descartar la divisibilidad (véase


también Huo et al., 1996). Estudios realizados con agricultores españoles y
holandeses, con ciudadanos sudafricanos y con inmigrantes en los Países Ba-
jos y Nueva York (Klandermans, Roef y Olivier, 2001; Klandermans, Sabu-
cedo y Rodríguez, 2004; Klandermans, Toorn y Stekelenburg, 2008) sugieren
que la posesión de una identidad dual estimula la movilización subgrupal, e
indican que es preciso un cierto grado de identificación con la nación para
movilizarse con vistas a la acción política. De hecho, nuestros estudios de los
inmigrantes turcos y marroquíes en Ámsterdam y Nueva York pusieron de
manifiesto que los inmigrantes que tenían una identidad dual (es decir, que se
identificaban tanto con su grupo étnico como con su sociedad de residencia)
estaban más satisfechos con su situación. Sin embargo, si estaban insatisfe-
chos, era más probable que participaran en acciones colectivas que quienes
estaban igualmente insatisfechos pero no tenían una identidad dual.

PARA CONCLUIR
Las manifestaciones callejeras se cuentan entre las formas de acción colec-
tiva representadas con mayor frecuencia. No pasa un solo día sin que los pe-
riódicos informen de manifestaciones en algún lugar del mundo, sea Irán,
Tailandia, Bolivia, Venezuela, Francia o España. Tilly ha argumentado que

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Comparando las actuaciones contenciosas. El caso de las manifestaciones callejeras

dichas actuaciones contenciosas responden a las reglas de los repertorios


«fuertes». Los participantes en las actuaciones contenciosas interpretan unos
guiones disponibles, dentro de los cuales innovan, casi siempre de forma re-
ducida. Como consecuencia de ello, las manifestaciones callejeras son simul-
táneamente iguales y diferentes cada vez. Sin embargo, nuestra investigación
permite defender que se diferencian entre sí más de lo que Tilly estaba incli-
nado a creer. Hemos presentado aquí un modelo teórico para explicar dichas
similitudes, variaciones y cambios.
El desafío para quienes estudian las manifestaciones callejeras es docu-
mentar todas esas regularidades en los cambios y las variaciones de la con-
tienda. Eso es más fácil de decir que de hacer. Los estudios de las manifesta-
ciones o los estudios más generales de las actuaciones contenciosas se centran
casi siempre en casos individuales. Por muy interesantes que puedan resultar,
los estudios de casos individuales eliminan inevitablemente toda variación
contextual. Es imposible decir si los hallazgos son característicos de un país
específico, de ese tema en concreto o de esa manifestación en particular. Solo
si se comparan los casos individuales con otros casos será posible desentra-
ñar qué es lo general y qué lo específico. Solo si comprendemos las peculiari-
dades de un contexto político, social y de movilización nacional podremos
dar sentido a los hallazgos para un país específico o una manifestación en
particular. Para verificar esa línea de razonamiento es preciso realizar investi-
gaciones comparativas; por lo tanto, secundamos absolutamente el llama-
miento de Tilly a la realización de investigaciones que comparen las actua-
ciones contenciosas en distintos lugares y momentos.
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En el capítulo de conclusiones de Contentious Performances (2008b),


Tilly reflexiona sobre cómo es posible llevar a cabo tales investigaciones. Se-
ñala la tensión entre los análisis que pretenden explicar retrospectivamente
cómo se producen los cambios en las actuaciones y en los repertorios, y
aquellos otros análisis que pretenden mostrar prospectivamente cómo las ac-
tuaciones y repertorios previamente existentes determinan las formas en las
que la gente efectúa reivindicaciones colectivas de carácter contencioso. Él
propone resolver esa tensión dialécticamente, mediante la confrontación y la
síntesis de ambas perspectivas:

Descomponer los episodios de contienda en interacciones particulares. Detectar los


conjuntos de interacciones comprendidos por diferentes tipos de episodios. Ver
cómo las actuaciones se agrupan para formar repertorios y campañas. Observar de
qué forma una campaña afecta a la siguiente. Después, analizar cómo los cambios in-
crementales de una campaña a otra se agregan en cambios de mayor escala de los re-
pertorios (Tilly, 2008b: 201).

Prosigue resaltando que el estudio sistemático de las actuaciones exige


describir de cerca la interacción entre los participantes, en lugar de la simple
identificación y cómputo de episodios enteros. Establece la distinción entre
enfoques epidemiológicos y enfoques narrativos. Los primeros analizan

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Bert Klandermans y Jacquelien van Stekelenburg

cómputos de acontecimientos de contienda tales como huelgas, manifestacio-


nes callejeras o atentados violentos; los segundos intentan reconstruir aconte-
cimientos individuales en forma de secuencias de acciones e interacciones. El
enfoque del propio Tilly en Contentious Performances identifica un terreno
intermedio entre la epidemiología y la narrativa: la descripción de cerca de
interacciones sucesivas dentro de episodios de contienda (2008b: 206).
Dado que nosotros somos psicólogos sociales, hemos intentado traducir
el llamamiento de Tilly al nivel del análisis individual; ofrecer una explica-
ción teórica de lo que los individuos deciden hacer cuando se enfrentan a la
opción de implicarse o desertar, de participar o marcharse. Según hemos ar-
gumentado, tales decisiones dependen del contexto, al igual que las dinámi-
cas psicológicas sociales que controlan las elecciones. En consecuencia, via-
jando de una manifestación a otra en el tiempo y en el espacio, esperamos
observar sus diferencias y sus similitudes. Encuestamos y entrevistamos a los
organizadores, los participantes y las autoridades utilizando para ello idénti-
cos instrumentos, y recogemos datos sobre los contextos sociopolítico y de
movilización. Con la recogida de datos en los niveles micro, meso y macro,
pretendemos comprender las regularidades y las variaciones entre manifesta-
ciones.
Para acabar, citaremos aquí el último párrafo de la obra de Tilly, que él in-
cluyó como un plan para nuevas investigaciones:

Los especialistas en la contienda política deberían abandonar el cómputo de aconte-


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cimientos clasificados y la narración de episodios individuales, y adoptar procedi-


mientos que rastreen las interacciones entre los participantes en múltiples episodios.
También deberían observar sistemáticamente cómo las variaciones en las oportunida-
des políticas, en los modelos disponibles para llevar a cabo reivindicaciones y en las
conexiones entre los potenciales reivindicadores provocan cambios en las actuacio-
nes y en los repertorios. Si las debilidades [del enfoque adoptado en esta obra] inspi-
ran a mis lectores a fin de inventar métodos distintos y superiores para investigar las
actuaciones contenciosas, yo los animaré a hacerlo (Tilly, 2008b: 211).

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Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
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9. Símbolos en movimiento: calendario


y vampirismo simbólico en el nacionalismo
vasco radical *

Jesús Casquete
Universidad del País Vasco e Instituto de Filosofía, CCHS-CSIC

LA IMPRONTA DE UN MAESTRO
Una perspectiva omnicomprehensiva (si es que tal empeño no está aboca-
do de antemano al fracaso, por pretencioso) para abordar la acción colectiva
debería atender necesariamente, de forma directa o tangencial, a diferentes
variables, subsumidas en la siguiente pregunta: ¿quién participa en qué,
cómo, cuándo y por qué? Sujeto, objeto, modo, momento y motivación: he
ahí las cuestiones más relevantes para el análisis. Hay autores y enfoques
para el estudio de los movimientos sociales que han efectuado aportaciones
sustantivas a una variable en particular, a varias en el mejor de los casos. El
enfoque del proceso político, por ejemplo, ha clarificado algunos de estos in-
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terrogantes atendiendo a la estructura de oportunidad política ventajosa que


invita a la acción (o, de forma correlativa, la desincentiva, cuando aquella es
desfavorable) 1. Ha contribuido a esclarecer el «cuándo» de la acción colecti-
va, pero también el «cómo», y ello en una doble dimensión: si los actores co-
lectivos recurren a formas más o menos convencionales o transgresoras de
intervención en la contienda política y si en la consecución de objetivos se
dotan de formas organizativas más o menos formales. Por otra parte, los au-
tores (casi siempre) heteroadscritos de manera difusa al enfoque de los «nue-
vos» movimientos sociales han aspirado a desvelar las transformaciones in-
ducidas por la nueva fase del desarrollo social en los planos individual y
colectivo desde la atalaya que constituyen las nuevas formas de alcanzar
bienes públicos y, de paso, de constituir identidades robustas en las socieda-

* Este trabajo forma parte de un proyecto de investigación subvencionado por el Ministerio de


Ciencia e Innovación que lleva por título «El nacionalismo vasco en perspectiva comparada: Imagi-
nario colectivo, mitos y lugares de memoria» (ref. HAR2008-03691/HIST), en el marco de un Grupo
de Investigación de la UPV/EHU dedicado al mismo tema (ref. GIU 07/16).
Varios amigos y compañeros han tenido la amabilidad (ellos insisten que también el placer) de
leer con ojo crítico este trabajo. Se trata de Carlos Carnicero Herreros, Santiago de Pablo, Gaizka
Fernández Soldevilla, Fernando Molina y Antonio Rivera. A todos ellos les estoy profundamente
agradecido por su ayuda, a pesar de que no siempre haya sabido recoger sus atinadas sugerencias.
1 Sobre la noción de estructura de oportunidad política, véanse McAdam (1982), Kriesi (1992),

Tarrow (1997), Casquete (1998: 81-98) y Tilly (2006b: 44; 2008b: 12, 95 y ss.).

Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
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Jesús Casquete

des «complejas» o «de la información». Esto es, han arrojado luz —tal y
como se encargó de apuntar Melucci (1985)— al «porqué» los movimientos
sociales adquieren relevancia en los planos cultural, social y político de la
fase contemporánea de desarrollo social.
Sin embargo, ningún autor ha contribuido a desenmarañar ese complejo
de cuestiones con la ambición y riqueza heurística de Charles Tilly. Su deli-
mitación analítica de la categoría de movimiento social y de acción colecti-
va ha dejado una impronta en este campo de estudio como pocos autores
han logrado; su subrayado de las formas en que amplios sectores de la po-
blación (la «gente sencilla» o «los de abajo», por recurrir a otra terminolo-
gía para apuntar al mismo sector social) han reaccionado ante los grandes
cambios estructurales que han acompañado a la modernidad económica
(capitalismo) y política (Estado-nación) sigue siendo una guía fundamental
tanto para los historiadores sociales como para los sociólogos con sensibi-
lidad histórica; Francia y Gran Bretaña han accedido a un mejor conoci-
miento de diferentes parcelas de su historia moderna y contemporánea gra-
cias a varias monografías a ellos dedicadas por nuestro autor; en fin, hoy en
día las nociones de «política de confrontación» o «de la contestación» (con-
tentious politics), «proceso» e «interacción» forman parte del vocabulario
de quienes dedican sus esfuerzos al estudio de la acción colectiva; por no
hablar de sus aportaciones al análisis de la violencia colectiva, las revolu-
ciones, la huelga, la democratización, la formación de los Estados-nación y
un largo etcétera.
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El análisis de las formas de actuar de consuno en aras de intereses com-


partidos y en confrontación con al menos un destinatario de la protesta, eso
que Tilly vino a denominar el repertorio de protesta, constituye otra de las
innovaciones introducidas por nuestro autor en el estudio de los movimien-
tos sociales y la acción colectiva 2. Siempre desde su rejilla epistemológica de
incorporar estructuras, procesos y comparaciones de aliento largo, la im-
pronta que el sociólogo e historiador estadounidense ha dejado en esta di-
mensión analítica resulta hoy en día incuestionable. Sin embargo, Tilly siem-
pre mostró una especial querencia por centrar la atención en la interacción
que se establece directamente entre los actores desafiantes y las autoridades,
pero menos por aquella que acontece entre los propios participantes o entre
actores sociopolíticos al margen de la estructura de autoridad de una socie-
dad como, por poner un ejemplo, la interacción violenta y sostenida entre
comunistas y nazis durante los años terminales de la República de Weimar,
esto es, los años inmediatamente anteriores a la toma nazi del poder en 1933.
Así, cuando define un movimiento social, sostiene que se trata del «desafío
sostenido y organizado a las autoridades en nombre de una población despo-

2 Tilly desarrolla su concepto de «repertorio de acción» en multitud de trabajos suyos. Dos ver-

siones en castellano se encuentran en Tilly (1995d, 2003b). Tres tratamientos extensos más recientes,
en Tilly (2004d, 2006b y 2008b). Su primera utilización se remonta a un trabajo de 1977, «Getting It
Together in Burgundy», p. 493.

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Símbolos en movimiento: calendario y vampirismo simbólico en el nacionalismo vasco radical

seída, excluida o tratada con injusticia» (2003b: 45; definiciones similares, en


1986a: 392; 1995b: 369).
Su carácter «político» viene dado porque los gobiernos protagonizan de
algún modo la demanda, bien como objetos, sujetos, aliados o árbitros
(McAdam, Tarrow y Tilly, 2001; Tilly, 2004d). Y cuando Tilly aborda una
forma particular del repertorio de acción moderno como es la manifesta-
ción, lo hace incurriendo en lo que Melucci denunció como «sobrecarga po-
lítica», sesgo que lastraba, a su juicio, al enfoque del proceso político del que
Tilly sería su máximo representante (1989, 1996, 1999): «Una manifestación
callejera —sostiene Tilly— consiste en reunirse deliberadamente en un lugar
visible y de relevancia simbólica, con exhibición de signos de compromiso
compartido en relación con alguna demanda a las autoridades, y luego dis-
persarse» (Tilly, 1995b: 373; 2003b: 37; 2006b: 188 y ss.; 2008b: 71 y ss.). Las
autoridades incorporan obviamente a los gobiernos, pero también a propie-
tarios, funcionarios religiosos y otros actores cuyas acciones o inacciones
afectan significativamente el bienestar de mucha gente. En su último libro,
Tilly todavía sostiene en lo esencial este punto de vista cuando afirma que
«las manifestaciones callejeras […] pertenecen a los repertorios de los acti-
vistas de movimientos sociales que comunican sus programas a las autorida-
des y al público general» (2008b: 18).
Sin embargo, y sin poner en cuestión lo fructífero de un enfoque centrado
en la dimensión político-institucional al analizar la interacción entre (al me-
nos) un par de actores que intentan hacer avanzar (o proteger) sus intereses,
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resulta instructivo interrogarse acerca de los recursos culturales o ideaciona-


les a disposición de los movimientos sociales para labrarse una identidad co-
lectiva. Nos interesa, en otros términos, indagar en los preliminares a la visi-
bilidad de los actores colectivos, esa fase en la que se forja la identidad de un
grupo alrededor de un programa. Los movimientos sociales no emergen de
forma cuasideterminista, de forma previa a la acción y a partir de unas condi-
ciones estructurales y motivacionales dadas, sino que son fruto de un proce-
so de socioconstrucción larvado durante un espacio temporal más o menos
dilatado. Atender a los factores que coadyuvan a dicha construcción es, pues,
de la mayor relevancia. La memoria colectiva es uno de los recursos ideacio-
nales o culturales que contribuyen a forjar un actor colectivo; los marcos
para la acción colectiva, otro; y los símbolos, en fin (aunque sin ánimo de ser
exhaustivo en la relación), un tercero.
Precisamente en los símbolos se focaliza la atención del presente trabajo.
¿Qué símbolos integran el repertorio simbólico de un movimiento social?;
¿son circunstanciales y efímeros, o resisten la prueba del paso del tiempo?;
en este último caso, ¿en qué grado?; ¿y cuál es la procedencia de estos símbo-
los? Estas son algunas de las cuestiones que ha de abordar todo acercamiento
al simbolismo de los movimientos sociales. En lo que aquí nos interesa, los
símbolos son «cualquier objeto, acto, acontecimiento, cualidad o relación
que sirve como vehículo a una concepción» (Geertz, 1973: 91). Los símbolos

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Jesús Casquete

vendrían a ser como las letras de un alfabeto que solo son capaces de combi-
nar de forma relativamente unívoca e inequívoca aquellos individuos que
disfrutan de sus claves de acceso porque participan de una misma comunidad
de sentido. Varias son las propiedades de esta forma de comunicación (Cas-
quete, 2003):
a) Conectividad: los símbolos denotan un tipo de relación en la que algu-
nos componentes existen en otro lugar, pero cuyos usuarios conectan
con otros que están presentes. En el ámbito político, el que aquí nos
ocupa, traen a la mente del espectador algo abstracto, cual es una ideo-
logía, por medio de algo más o menos sensible.
b) Condensación: los símbolos condensan ideologías (las simplifican) y
estimulan una cierta unanimidad interpretativa entre los espectadores,
es decir, proporcionan a primera vista una idea aproximada del mensa-
je que sus portadores intentan comunicar y difundir en la opinión pú-
blica.
c) Invitación a la acción: en la medida que facilitan y promueven una lec-
tura específica del mundo y desatan vínculos emocionales densos en
aquellos entre los que encuentran resonancia, los símbolos también
preparan el camino para la acción.
Una vez efectuadas estas consideraciones, pasaré a continuación a su apli-
cación a un actor específico: el nacionalismo vasco radical, representado por
el Movimiento de Liberación Nacional Vasco.
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CALENDARIO Y SÍMBOLOS DEL MOVIMIENTO DE LIBERACIÓN


NACIONAL VASCO
Ya he adelantado que me ocuparé del repertorio simbólico de los movi-
mientos sociales. En concreto, y con la intención de ilustrar el argumento,
abordaré el arsenal simbólico forjado durante las últimas décadas por un ac-
tor sociopolítico, el nacionalismo vasco radical articulado en el Movimiento
de Liberación Nacional Vasco (MLNV) 3. Este movimiento se autodefine
3 Hay una controversia acerca de la naturaleza última de este movimiento, si se trata primordial-

mente de un movimiento revolucionario anticapitalista de corte marxista o de un movimiento que


hace de la liberación nacional su principal seña de identidad. Una interpretación reciente en el primer
sentido la defiende Íñigo Bullain (2011), para quien en el ánimo del MLNV se esconde un movimien-
to socialista revolucionario. Insiste así en las tesis de una corriente interna del PNV de las décadas de
1970 y 1980 denominada Bultzagilleak, que defendía la tesis de que ETA utilizaba el nacionalismo
como banderín de enganche, siendo el marxismo y la lucha de clases su verdadera seña de identidad
(véase VV. AA., 1981). Para uno de los inspiradores de esta corriente, Antón de Irala, el marxismo se-
ría el elemento sustancial del ideario etarra, en tanto que el independentismo sería un elemento adhe-
rido (1997: cap. 2). Otros analistas, entre los que me incluyo, opinan que el mito movilizador de esta
comunidad es la formación de la gran Euskal Herria según parámetros que no dejan lugar a dudas de
la primacía de la causa nacional sobre la social. Pueden esgrimirse varios argumentos en apoyo de
esta interpretación. Igual que el MLNV asimila el todo (el pueblo) a la parte (ellos), Bullain confunde
una parte de la vanguardia dirigente del movimiento, que efectivamente airea un discurso anticapita-

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Símbolos en movimiento: calendario y vampirismo simbólico en el nacionalismo vasco radical

como «la o las forma(s) de expresión, la corriente social y política de amplios


sectores del Pueblo Trabajador Vasco que persiguen, como objetivo final, la
consecución de la Soberanía Nacional Plena para el conjunto de todo Euskal
Herria. Estos sectores, este Movimiento de Liberación, encuentra histórica-
mente su expresión concreta en el conjunto de organizaciones que, desde la
especificidad de cada una de ellas (en función de los campos de intervención
concretos), contribuyen al avance del proceso» 4. El MLNV es el paraguas
que aglutina al espectro nacionalista radical en Euskadi, Navarra y el País
Vasco-francés, ámbitos geopolíticos todos ellos agrupados bajo la rúbrica de
Euskal Herria. Cuenta con ramas en los campos del feminismo, el ecologis-
mo, la solidaridad internacional, la cultura vasca (incluyendo el idioma), la
juventud, los estudiantes, los derechos de los presos vascos por delitos de te-
rrorismo o el movimiento obrero. Entre 1978 y 1998 el MLNV concurrió a
las elecciones como Herri Batasuna. En 1998 sufrió una refundación y pasó a
denominarse Euskal Herritarrok, y en 2001, Batasuna. Dos años más tarde
fue ilegalizada, lo que les obligó a servirse de listas-pantalla, tales como
EHAK (Partido Comunista de las Tierras Vascas) o ANV (Acción Naciona-
lista Vasca, cuya fundación original data de noviembre de 1930, antes de la
II República —Granja, 2008—), asimismo sucesivamente proscritos en sus
actividades desde 2008. El apoyo electoral recabado en los comicios electora-
les que se han sucedido desde entonces ha permanecido relativamente esta-
ble: un 16,5 por ciento del voto válido en las elecciones autonómicas de 1980;
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lista extremo, con toda la vanguardia del movimiento y, peor aún, con todo el movimiento de masas,
que es en gran medida refractario a proyectos ni siquiera de lejos parecidos a los del socialismo como
modelo de organización social, ni mucho menos al socialismo real. Si se repara en las movilizaciones
del MLNV de las últimas décadas, bien sean de escala «nacional» o local, se observará que los moti-
vos que sacan a la calle a los seguidores de esta subcomunidad son siempre de tenor nacionalista (de-
mocracia para Euskal Herria, presos, independencia, ikurriña, etc.), rara vez revolucionario. Por lo
demás, si esa fuese la naturaleza del movimiento, quedarían refutadas las leyes de la sociología electo-
ral en Occidente, en el sentido de que no hay democracia en la que proyectos revolucionarios sean li-
bremente votados de forma mayoritaria en entornos rurales, como ocurre en comarcas guipuzcoanas
y vizcaínas con el nacionalismo radical.
Llevando aún más allá la argumentación, podría decirse que lo que se ha convenido (por los pro-
pios interesados, pero también por el resto del abanico ideológico sin excepción, en un insólito ejer-
cicio de unanimidad en la política vasca) como «izquierda abertzale» ni siquiera cuenta con un perfil
claramente de izquierdas, lo cual no es lo mismo que decir que no lo sean. Ningún ciudadano media-
namente informado tendrá dificultades en resumir el proyecto del MLNV acerca de la territorialidad,
el euskera o el estatus del País Vasco vis à vis España y Francia, pero se verá en aprietos para resumir
su opinión sobre política fiscal, inmigración, vivienda, mercado laboral, educación (neutralizando la
propuesta sobre qué idioma ha de tener preferencia), etc.; en fin, todos aquellos temas que histórica-
mente y hoy en día nos sirven para ubicar a los partidos en la escala izquierda-derecha. Distinto, por
abundar en la materia, es el caso de Aralar, una escisión del nacionalismo radical que condena la vio-
lencia de ETA y un partido indiscutiblemente reconocible como perteneciente a la tradición de iz-
quierda, tal y como se deduce de la lectura de su Línea Ideológica o de los planteamientos que defien-
de en sus campañas electorales (http: //www.aralar.net/aralar-partido/linea-ideologica, acceso 23 de
noviembre de 2009).
4 Cuaderno publicado por Herri Batasuna bajo el título «Atzo, gaur eta beti: Gora Euskadi As-

katuta, 1978-1988. Hamar urte askatasunaren aldeko burrukan» («Ayer, hoy y siempre: Viva Euska-
di libre, 1978-1988. Diez años de lucha por la libertad»; s.l.; s.f.). Sobre el MLNV, véanse Mata
(1994), Sáez de la Fuente (2002) y Bullain (2011).

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Jesús Casquete

14,7 por ciento en 1984; 17,4 por ciento en 1986; 18,3 por ciento en 1990; 16
por ciento en 1994; 17,7 por ciento en 1998, y 10 por ciento en 2001.
Dentro del organigrama del MLNV, la organización terrorista ETA juega
el papel de vanguardia armada del movimiento. Lo que el brazo político per-
sigue con los votos y las distintas organizaciones de movimiento social (fe-
ministas, ecologistas, etc.), con la movilización popular, esto es, un Estado
vasco, ETA lo persigue con las balas y las bombas. En la medida que este ob-
jetivo apunta a la configuración del todo social vasco (y español, en menor
medida también francés) mediante la torsión de la voluntad popular expresa-
da en sus instituciones representativas, su terrorismo presenta una naturaleza
inequívocamente política que se enfrenta a un entramado institucional de-
mocrático, ya hablemos del español o del francés. No hay analista que no
subraye que los medios empleados por las organizaciones terroristas son in-
trínsecamente brutales e inhumanos, como corresponde a una «política de la
atrocidad» (Rapoport, 1977). La violencia empleada en la confrontación con
y por el poder es el dato interpretativo clave para calificar a un actor como
terrorista, y no la radicalidad de sus fines: «el terrorismo —sostiene un repu-
tado analista en la materia— no supone tanto un extremismo de los fines
como de los medios» (Reinares, 1998: 31). Por eso en este trabajo hablaré de
nacionalismo radical para hacer referencia al entramado del MLNV: no por
sus fines, resumidos en la consecución de la independencia para el País Vas-
co, sino por violento en los medios empleados.
Hemos adelantado que los símbolos centrarán nuestro análisis. Sin em-
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bargo, no todo el abanico de símbolos será objeto de atención. Además de


banderas, himnos, monumentos, personajes o gestos corporales, hay otro
grupo de símbolos en el que me centraré: las fechas marcadas en rojo en el
calendario conmemorativo del movimiento. En tanto que ocasiones más o
menos formalmente institucionalizadas para fundamentar y fomentar una
pedagogía del recuerdo, los calendarios vinculan al grupo y preservan sus
fronteras sistémicas. Es preciso reconocer el estrecho vínculo existente entre
la organización del tiempo y la formación de grupos sociales y, más todavía,
que compartir un mismo mapa temporal es un poderoso cementador del
grupal. Disponer de un calendario propio en una sociedad con memorias co-
lectivas múltiples, según nos enseñó Halbwachs (2004a, 2004b), acentúa el
carácter diferencial del grupo en cuestión y contribuye a dibujar las fronteras
entre «nosotros» y «ellos».
Así pues, el objeto de interés será el arsenal simbólico de un actor socio-
político, el MLNV; dentro de dicho arsenal, me ocuparé de las fechas marca-
das en rojo en su calendario conmemorativo. Sin embargo, el campo sigue
siendo demasiado ancho; conviene delimitar aún más el campo de estudio e
identificar cuáles son esas fechas. Veamos en qué dirección.
En sus líneas maestras, el calendario del MLNV está poblado por todo un
abanico de momentos, o «fiestas» en la medida en que se abre una «morato-

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Símbolos en movimiento: calendario y vampirismo simbólico en el nacionalismo vasco radical

ria en la cotidianeidad» (Marquard, 1993), que, analíticamente, englobo en


cinco grupos (Casquete, 2009: 76-87):
1. Días ligados al martirologio comunitario. Este grupo lo integran fechas
de uso exclusivo del nacionalismo radical. En ellas se glorifica a héroes-márti-
res de ETA fallecidos en circunstancias más o menos épicas y se difunde el
mensaje de que el sacrificio último no ha sido infructuoso, y de que se trata de
ausencias presentes que integran al grupo. La muerte (individual) se revela
como fuente de vida (grupal) y como sangre nutricia de la patria. Entre las fe-
chas de este grupo cabe destacar el Gudari Eguna, que se celebra por toda la
geografía vasca cada 27 de septiembre para conmemorar el aniversario de los
fusilamientos en 1975 de Txiki y Otaegi en los estertores del franquismo, así
como el 20 de noviembre, cuando los políticos abertzales Santiago Brouard
(en 1984) y Josu Muguruza (en 1989) fueron asesinados por fuerzas parapoli-
ciales e incontrolados de extrema derecha, respectivamente. Hay otras fechas
menores, localizadas en barrios y pueblos de donde eran originarios los ho-
menajeados. Sirva de ilustración de lo que decimos el siguiente ejemplo: tres
décadas después de su asesinato, el exconcejal donostiarra Tomás Alba seguía
recibiendo a finales de septiembre de 2009, como cada año, un homenaje por
parte de la autodenominada «izquierda abertzale» (Gara, 29-9-2009).
2. Actos de bienvenida de etarras excarcelados o recién regresados del
exilio. Este grupo de fechas, asimismo privativo del calendario radical, se re-
fiere a los recibimientos públicos a etarras recién excarcelados en su calidad
de símbolos de la «represión» desencadenada por el enemigo español, de la
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firmeza de sus convicciones abertzales y de su adhesión inquebrantable al


ideario redentor de la religión política nacionalista. El ámbito en el que dis-
curren los actos de bienvenida acostumbra a ser local (barrio, pueblo), más
restringido por lo tanto que el culto a los héroes-mártires del grupo anterior.
3. Fiestas purificadoras. A diferencia de las fechas anteriores, las fiestas
purificadoras no giran alrededor de personas, poseen una índole marcada-
mente reactiva y no están necesariamente sujetas a un calendario fijado de
antemano. Estas ocasiones tienen como función impugnar algún rasgo con-
taminante del enemigo interpretado como impuesto. En este sentido, son
contra-fiestas que pretenden resarcir simbólicamente la intolerable profana-
ción de la sacralidad de la patria. Seguramente, el ejemplo más reseñable de
este tipo de fiestas sean las convocatorias a favor de la ikurriña (o lo que es lo
mismo: contra la imposición de la enseña española) durante las fiestas de San
Sebastián y, sobre todo, de Bilbao durante la década de 1990. Fuera de estas
fechas, el nacionalismo radical también ha realizado convocatorias esporádi-
cas, pero regulares, con el mismo fin. Otros ejemplos de este tipo de festivi-
dades son el 12 de octubre (Día de la Hispanidad) o el 6 de diciembre (Día de
la Constitución).
4. Actos de protesta vicarios, aprovechando la celebración de actos de masas
de carácter recreativo y cultural de cadencia anual, aunque sin contenido políti-

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co inmediato. Un ejemplo es la celebración cada septiembre de la segunda jor-


nada de las traineras de la Concha, en San Sebastián; otro es la Feria del Libro y
Disco Vascos, que tiene lugar a principios de diciembre en Durango (Vizcaya).
5. Y, por último, fechas con resonancias históricas de las dos tradiciones
de las que dicho movimiento se reclama heredero, es decir, la nacionalista y
la de izquierda. El Aberri Eguna, o Día de la Patria Vasca, celebrado cada
Domingo de Resurrección, es el mejor ejemplo de fecha bebida de la tradi-
ción nacionalista; el 1 de mayo y, como veremos a continuación con cierto
detalle, el 3 de marzo son ambas fechas que el nacionalismo radical hace su-
yas, bien que amoldadas a su particular cosmovisión.
Conviene insistir en que estas efemérides, a diferencia de las anteriores,
son compartidas con otros movimientos sociopolíticos. Y, precisamente por-
que son compartidas, resulta de particular interés prestar atención a una fa-
milia de símbolos, aquellos que han sido vampirizados por parte del etnorra-
dicalismo al nacionalismo tradicional representado por el PNV, por un lado,
y a las izquierdas, por otro. Las pautas de interacción entre el nacionalismo
radical y el histórico al hilo de la simbología es un tema del que me he ocupa-
do en otro lugar (Casquete, 2009). En lo que sigue centraré la atención en los
sucesos de Vitoria del 3 de marzo de 1976, que han dado lugar a un progresi-
vo, pero inexorable, proceso de vampirización de un capital simbólico del
movimiento obrero. Por «vampirismo simbólico» denoto la apropiación por
parte de un actor sociopolítico de un símbolo (con el valor añadido que este
incorpora: fuente de identidad colectiva, activador de emociones y palanca
movilizatoria) que tiene su origen en otro actor y contexto históricos. No es
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que se trate por fuerza de una apropiación absoluta, en el sentido de que el


nacionalismo radical sea el único actor que recurre a ellos. Resulta útil, llega-
dos a este punto, recurrir a la imagen de los vasos comunicantes para mejor
caracterizar la siguiente idea: vinculados por un circuito, un canal (el naciona-
lismo radical) succiona adaptándolos a sus necesidades, lenta pero inexora-
blemente, símbolos nacidos en el seno de otro actor sociopolítico (el naciona-
lismo histórico o la tradición de izquierda) con significados sustancialmente
distintos en origen. En el tipo perfecto de succión, estaríamos ante un juego
de suma cero en el que lo que gana un contendiente lo pierde el otro de forma
correlativa. Es el caso de la canción del Eusko Gudariak o la fecha del Guda-
ri Eguna. En otros casos, como el lauburu, el vampirismo es imperfecto
(Pablo, 2009). En el caso que nos ocupará a continuación, la fecha del 3 de
marzo, nos encontramos en una fase avanzada de succión próxima a la com-
pletitud. No es este tipo de vampirismo, sin embargo, el único que practica el
nacionalismo radical. Otro, que se puede denominar «temático», remite a la
«ocupación» de causas tales como el antimilitarismo o el ecologismo 5.
5 Jarrai, la organización juvenil del nacionalismo radical fundada en 1979 y declarada ilegal en

enero de 2007, pasó de recomendar a sus miembros la realización de la mili, con el fin de forjar cua-
dros del futuro ejército popular vasco, a postular después «la mili con los milis» para, por último, su-
marse al carro de la insumisión liderada por el Movimiento de Objeción de Conciencia (KEM-
MOC) a partir de finales de la década de 1980. Véase Casquete (2001).

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Símbolos en movimiento: calendario y vampirismo simbólico en el nacionalismo vasco radical

Cualquiera que sea la naturaleza de la fecha que precipita la celebración,


esta adopta indefectiblemente formas radicalmente modernas del repertorio
de acción: manifestaciones y/o concentraciones. Con dichas formas de pro-
testa, el MLNV ocupa la esfera pública tras el mensaje ad extra, pero tam-
bién ad intra, de que son numerosos, están unidos y comprometidos con su
causa y, por todo ello, merecen ser tomados en consideración (véase Tilly,
2006a). Ad extra, porque mediante dichas formas le trasmite a la opinión pú-
blica su mensaje, al tiempo que intenta ganarse su respeto y cooperación; ad
intra, porque la reunión física refuerza el compromiso de sus militantes con
la causa de la «libertad de Euskal Herria».

LA CELEBRACIÓN DEL 3 DE MARZO


Un Miércoles de Ceniza de 1976 teñido de sangre
Corría el 14 de noviembre de 1975 cuando el primer Consejo de Minis-
tros presidido por el príncipe Juan Carlos, con el dictador ya en su lecho de
muerte, aprobaba el Decreto de Congelación Salarial, conocido como «De-
creto Villar Mir» en honor a su ministro promotor 6. En un contexto infla-
cionario que había llevado a duplicarse el índice de precios en el lustro prece-
dente, la conflictividad sociolaboral adquiere en la ciudad de Vitoria, tal y
como comprobaremos a continuación, unas especificidades que la singulari-
zan con respecto al resto del Estado, marco político y económico en el que,
por lo demás, hay que entender el conflicto. En España, y por lo tanto tam-
bién en Álava, la mayor parte de los convenios colectivos en las empresas ha-
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bían sido negociados en 1974 con una vigencia de dos años, por lo que 1976
era el año de renovación de muchos de ellos. Este será el detonante inmedia-
to de la campaña protagonizada por la clase obrera industrial que culminará
con los trágicos sucesos durante la huelga general del 3 de marzo 7.
La vitoriana era una clase obrera que había visto crecer sus efectivos de
forma exponencial durante el cuarto de siglo precedente. De sumar 9564
obreros industriales en 1950 había pasado a 37 242 en 1975, gran parte de
ellos en el sector del metal. O, en términos relativos, había crecido de un 32
por ciento de la población activa total a un 59,51 por ciento. Se trataba, por
lo demás, de un incremento nutrido de la inmigración del medio rural de di-
ferentes regiones españolas. Era un colectivo que contaba con un exiguo ba-
gaje de experiencia en la lucha sindical y política que, por añadidura, o más
Por lo que al medio ambiente se refiere, baste recordar la intervención de ETA en conflictos tales
como los surgidos en torno a la central nuclear de Lemoniz (construcción iniciada en 1972, paraliza-
da en 1984), la autovía de Leizarán (terminada en 1995, tras seis años de obras) o el Tren de Alta Ve-
locidad en el nuevo milenio.
6 La crónica de los acontecimientos está minuciosamente detallada en las siguientes obras: Abáso-

lo (1987), Rivera (2008: 326-343) y Carnicero (2009a). Consúltense, asimismo, los resultados de la Co-
misión del Parlamento Vasco de 2008 sobre los hechos del 3 de marzo de 1976 en www.parlamento.
euskadi.net/c_temas_monograficos.html (acceso 15 de diciembre de 2009).
7 Tilly (2008b: 120) entiende una campaña como «demandas colectivas repetidas y coordinadas al

hilo de los mismos temas y destinatarios».

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bien como consecuencia, estaba poco concienciado políticamente (Abásolo,


1987: 62; Rivera, 2008: 328).
El decurso del conflicto sociolaboral vitoriano responde a los parámetros
de un ciclo de protesta in crescendo, con la extensión del conflicto de unas fá-
bricas a otras hasta abarcar una porción significativa del tejido industrial vi-
toriano y alavés, cifrada en unos siete mil trabajadores, y luego a toda la so-
ciedad, con otros sectores de la población (obreros de la construcción,
estudiantes, comerciantes, etc.) que se solidarizan con los trabajadores en
huelga. Este ciclo de protesta se desarrolla en el marco de una estructura de
oportunidad política crítica en el sentido gramsciano, esto es, acontece en un
orden franquista moribundo en la antesala de otro nuevo que, con el trans-
curso de los años, llegará a ser democrático. En ese estado liminal o de transi-
ción entre un régimen y otro se abre la posibilidad de que un actor colectivo,
en este caso el movimiento obrero en su especificación vitoriana, interactúe
con empresarios y autoridades gubernativas por hacer avanzar sus intereses
en un proceso que Tilly englobaría dentro de la «política de la confronta-
ción», esto es, aquella que tiene lugar «cuando grupos de personas efectúan
reivindicaciones consecuentes sobre otros grupos de personas o sobre acto-
res políticos relevantes en la medida que al menos un gobierno es un deman-
dante, objeto de las demandas o un tercero en la demanda» (McAdam, Ta-
rrow y Tilly, 2001: 5; Tilly, 2006b: 21; 2008b: 5-6).
No cabe duda de la naturaleza política de las movilizaciones en tanto en
cuanto, por un lado, las demandas eran públicas y colectivas y, por otro lado,
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tenían como protagonistas a un actor político que era el movimiento obrero


y al gobierno, este último en un doble sentido: como intermediario con los
empresarios pero también como destinatario de las protestas, por ejemplo
cuando se le exigía el reconocimiento de los interlocutores obreros al margen
del Sindicato Vertical o la puesta en libertad de los detenidos en el curso del
conflicto y la movilización. Este gobierno, por lo demás, procedía en su
interacción con los obreros haciendo uso extensivo de su principal recurso
político para hacer valer su voluntad, que es la coerción, esto es, «todos los
medios de acción concertados que por lo habitual causan pérdida o daño a las
personas, propiedades o mantenimiento de las relaciones sociales entre acto-
res sociales» (Tilly, 2006b: 19). Una coerción que se ejercía en el marco de un
régimen, el franquista, no democrático y provisto de una alta capacidad de
implementar su voluntad (high-capacity, nondemocratic) en el que cualquier
demanda colectiva se desenvuelve bajo estrictos constreñimientos impuestos
por el gobierno o en recovecos que escapan a la supervisión y control guber-
namental (Tilly, 2006b: 27 y ss.; 2007b: 18 y ss.; 2008b: 148-155).
En el caso que nos ocupa, las demandas quedaban condensadas en la Pla-
taforma Reivindicativa, que recogía unas exigencias básicas orientativas y
aplicables a la negociación en cada fábrica según las circunstancias y correla-
ción de fuerzas específicas: aumento salarial lineal de cinco mil pesetas; suel-
do íntegro en caso de baja o enfermedad; jubilación a los sesenta años, y

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Símbolos en movimiento: calendario y vampirismo simbólico en el nacionalismo vasco radical

reducción de la jornada laboral a 42 horas. Desde un planteamiento de demo-


cracia directa y asamblearia, el mecanismo de transmisión de las demandas de
los trabajadores orillaba al Sindicato Vertical y confiaba en una estructura or-
ganizativa de tres pivotes: unas «miniasambleas» de aquellos individuos más
concienciados dentro de cada empresa, a los que etiquetaré —por hacer mía
la terminología del enfoque organizativo de la teoría de la movilización de re-
cursos— como «empresarios del movimiento» 8; un nivel superior de asam-
bleas de fábrica que deliberaban y decidían sobre su proceso negociador, y,
por último; unas asambleas conjuntas, de carácter informativo, que reunían a
la clase obrera en conflicto y dotaban de coherencia y unidad a la lucha más
allá de los muros de cada factoría (Rivera, 2008: 329). Este modelo asamblea-
rio constituyó el rasgo más específico de la experiencia de lucha laboral vito-
riana de estos meses. A las reivindicaciones puramente «economicistas» en
primera instancia de los trabajadores se fueron añadiendo en el curso de la
contienda otras más «políticas», como era el reconocimiento de los represen-
tantes de las asambleas obreras como interlocutores en la negociación colecti-
va, soslayando de este modo al Sindicato Vertical y a sus enlaces y jurados 9.
En el curso de la confrontación, a la tabla reivindicativa se fueron sumando
exigencias «solidarias», como la readmisión en sus puestos de trabajo de los
trabajadores despedidos o la puesta en libertad de líderes obreros detenidos.
La Coordinadora de Comisiones Representativas de las empresas en
huelga había llamado a una huelga general para el 3 de marzo, Miércoles de
Ceniza, la tercera en el curso del ciclo de protesta que habría de alcanzar su
apoteosis en ese día 10. El paro de actividades fue absoluto. El aprendizaje
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previo de ocupación de la esfera pública durante los dos meses que se pro-
longaba el conflicto quedó de manifiesto en esta jornada, en la que se exhibió
una rica panoplia de formas de acción: realización de asambleas de fábrica;
columnas de «monos azules» avanzando hacia el centro de la ciudad desde
las tres zonas industriales principales; mujeres portando bolsas de la compra
vacías dirigiéndose a mercados también vacíos; escaramuzas y enfrentamien-
tos con la policía, que ya desde la mañana se saldaron con varios heridos de
bala; cortes de redes de comunicación; piquetes masivos; etc. A las cinco de
la tarde estaba convocada una asamblea conjunta, la decimoctava desde el
inicio del conflicto, en el lugar habitual, la iglesia de San Francisco, del barrio
obrero de Zaramaga. Ante la previsible asistencia masiva, numerosos ciuda-
danos se habían acercado con antelación a la iglesia, incapaz a esas alturas de
albergar a tal cantidad de gente. Muchos de ellos, alrededor de cuatro mil
personas (tantas como habían conseguido acceder al interior), no tuvieron
8 O, desde parámetros más militantes, de una vanguardia anticapitalista. Tal y como definía uno

de los protagonistas de las movilizaciones de Vitoria, esta vanguardia estaba integrada por «obreros
con conciencia y organización de clase, grupos organizados con una visión política clara» (Echave,
1977: 24).
9 La naturaleza política del conflicto es inmediata desde el momento en que el modo de resolu-

ción de conflictos es impuesto por el régimen autoritario. Véase Doménech (2002).


10 Las dos huelgas generales anteriores, de un seguimiento escaso, habían sido convocadas el lu-

nes 16 de febrero y una semana más tarde, el día 23.

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más remedio que permanecer a las afueras del templo, impedidos en su pacífi-
co discurrir desde poco antes de las cinco por unos cien efectivos de la Policía
Armada del total de quinientos desplegados en la ciudad, con refuerzos llega-
dos la víspera desde Miranda de Ebro y Valladolid. La tensión se hizo mani-
fiesta entre los congregados, sabedores de que se encontraban rodeados por
efectivos policiales, pero confiados al tiempo en su disposición porque el
Concordato establecía la imposibilidad de irrupción de la fuerza pública sin
el permiso de la autoridad eclesial competente o salvo caso de extrema urgen-
cia. Sin embargo, y ante la negativa del párroco a reconocerse en la urgencia y
dar así vía libre el desalojo, la policía, con el concurso del gobernador civil,
optó por apelar a lo excepcional de la situación e impedir por la fuerza la ce-
lebración de la asamblea. Lo hizo lanzando botes de humo al interior del
templo. Fueron unos veinte minutos de pánico y confusión a contar desde las
cinco y diez o cinco y cuarto, en los que la intervención policial provocó la
huida desordenada de los presentes. Comoquiera que gran cantidad de gente
se encontraba en los aledaños del templo, la policía se vio emparedada entre
unos y otros y recurrió al uso de armas de fuego para mantener la situación
bajo control. No está claro al día de hoy si lo hizo con premeditación o presa
de la improvisación, pero lo cierto es que el balance no pudo ser más trágico:
cinco trabajadores muertos como consecuencia de la brutalidad policial ese
mismo día o en los días y semanas siguientes; 42 heridos de bala, además de
las cinco víctimas mortales, y 39 por otras causas. Asimismo, un policía resul-
tó herido grave, veintiocho con lesiones y tres hospitalizados (Rivera, 2008:
342). La ciudad vivió en las horas subsiguientes un estado colectivo mezcla de
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rabia y de impotencia ante la tropelía sufrida, que se saldó al final de la jorna-


da con más de ciento cincuenta detenciones.
Esa misma tarde la Coordinadora de Comisiones Representativas declaró
una nueva huelga general. La inmensa mayoría de los trabajadores vitorianos
no se reincorporó a sus puestos de trabajo hasta el martes día 9, después de ha-
cerse público el laudo arbitral por el cual se readmitía a los trabajadores despe-
didos de una de las empresas motores del conflicto, Forjas Alavesas. Para en-
tonces, las muestras de solidaridad se habían concretado en una huelga masiva
el mismo día 4 en Pamplona, la primera ciudad en tomar una iniciativa de esa
naturaleza, y en el País Vasco el día 8, además de huelgas, manifestaciones y
actos de protesta en otros puntos de la geografía española como Pontevedra,
Vigo, Asturias, Madrid, Zaragoza, Valladolid, Barcelona, Sevilla o Santiago.
En el curso de estas protestas se produjeron dos muertos adicionales: uno en
Basauri (Vizcaya), al recibir un participante en las protestas un disparo en la
cabeza, y otro en Tarragona, al caer a la calle desde una azotea cuando huía de
la policía, a la que supuestamente apedreaba. El mismo día 5 se celebró en la
catedral nueva de Vitoria un multitudinario funeral por las tres víctimas que
hasta ese momento se había cobrado la intervención policial, con la presencia
del obispo, ochenta sacerdotes, ocho mil asistentes en el templo y otros veinte
mil en los alrededores. Como gráficamente recogía la crónica del diario ABC
del día siguiente, el paro en la ciudad era de tal magnitud que «no se puede en-

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Símbolos en movimiento: calendario y vampirismo simbólico en el nacionalismo vasco radical

contrar uno ni un palillo de dientes» (ABC, 6-3-1975, pp. 5-6). El día 8 se ofi-
ció otro funeral por un cuarto trabajador fallecido, concelebrado por cuarenta
sacerdotes y al que asistieron no menos de quince mil personas 11.
Las diversas versiones oficiales hechas públicas esos días presentaban un
panorama diametralmente diferente de los hechos. La misma noche del día 3,
el Gobierno Civil de Álava emitía una nota en la que se refería a la utilización
de botes lacrimógenos y balas de goma como «medidas disuasorias» que, al
mostrarse insuficientes por la actitud de acoso persistente por parte de los
«grupos tumultuarios», no habían dejado otra alternativa a la policía (ABC,
4-3-1976, p. 3). Otra nota oficial dada a conocer el día 9 se refería a los he-
chos del día 3 como «la culminación de una escalada de violencia que se pro-
dujo durante cincuenta y cinco días», de una «ininterrumpida acción subver-
siva» ante la cual las autoridades dieron «repetidas muestras de paciencia e
incluso de colaboración». La reacción policial en la iglesia de San Francisco
la fecha de los luctuosos sucesos habría sido, de seguir esta versión, de natu-
raleza defensiva ante la agresión inmotivada de «unas cinco mil personas,
muchas de las cuales iban armadas con palos, barras de hierro y botellas de
gasolina», las mismas personas que «rodearon a la Policía y la agredieron en
un enfrentamiento casi cuerpo a cuerpo, utilizando cuchillos, piedras y cris-
tales cubiertos con pañuelos» 12. Sintomático de la política informativa de las
autoridades, el balance policial de los hechos no hace mención alguna a los
cuatro fallecidos hasta ese momento ni mucho menos a las decenas de heri-
dos entre los trabajadores, pero sí al hecho de que «la fuerza pública registró
34 heridos, de los cuales tres tuvieron que ser hospitalizados» (Informacio-
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nes, 9-3-1976, p. 3). Manuel Fraga, a la sazón vicepresidente del Gobierno


para Asuntos del Interior y ministro de la Gobernación, adelantó en clave
admonitoria la suerte que correrían quienes osasen desafiar el control de la
calle a la autoridad en los turbulentos y claves momentos críticos: «La res-
ponsabilidad de los que siguen echando a la gente a la calle, con mensajes de
uno u otro tipo, les corresponderá íntegra, en cuanto a los resultados trágicos
que hemos vivido en Vitoria. Que este triste ejemplo sirva de gran lección
para todo el país en los próximos meses» (ABC, 9-3-1975, p. 3). Desde en-
tonces, Fraga figura indisociablemente ligado a su papel como principal res-
ponsable político de la represión de la protesta en el imaginario colectivo de
una parte del pueblo vitoriano y alavés.

11 La misma catedral vitoriana sería, cuatro años y medio más tarde, el escenario del funeral ofi-

ciado en memoria de Basilio Altuna, asesinado el 6 de septiembre de 1980 cuando disfrutaba de las
fiestas patronales de la localidad alavesa de Erentxun. Altuna era teniente de la policía durante los
acontecimientos del 3 de marzo. Un comando de ETA p-m reivindicó el atentado. Un ejemplo más
de la violencia mimética que atenaza al País Vasco desde finales de la década de 1960 hasta hoy. Agra-
dezco a Fernando Molina haberme puesto sobre la pista de este dato.
12 En escrito remitido a la Comisión Especial del Parlamento vasco sobre los hechos de Vitoria-

Gasteiz el 3 de marzo de 1976, el mando policial a cargo de la operación, Jesús Quintana Saracibar,
sostenía todavía en 2008 que «la policía no tuvo más remedio de defenderse de quienes les agredie-
ron con las barras de hierro, palos, herramienta con la que levantando [sic] todas las aceras, etc.».
Véase nota 6.

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Jesús Casquete

Lucha obrera, ¿y nacionalista?


El factor precipitante de los sucesos de Vitoria, ya ha quedado constata-
do, fue una serie de reivindicaciones de naturaleza socioeconómica, subsu-
midas en la Plataforma Reivindicativa, a las que en el curso de la lucha se fue-
ron incorporando otras de naturaleza política, como el reconocimiento de
los representantes sindicales elegidos al margen del procedimiento estableci-
do por el Sindicato Vertical o la puesta en libertad de compañeros detenidos
que se habían significado en las huelgas. Casi dos décadas después de los he-
chos, uno de los máximos líderes obreros, Jesús Fernández Naves, resumía el
espíritu del 3 de marzo de 1976 en los siguientes términos: «Un movimiento
anticapitalista que luchaba por una sociedad nueva y condiciones de vida
más igualitarias, movilizando a toda la sociedad: y organizados en torno a las
asambleas, con democracia directa» (Egin, 3-3-1995, p. 8). Es decir, que los
obreros vitorianos funcionaron de acuerdo a un modelo de toma de decisio-
nes asambleario para coordinar la movilización y ponerla al servicio de la
ruptura de los límites de compatibilidad del sistema capitalista, de su trascen-
dencia hacia un sistema más igualitario de variante socialista. Lo que nos in-
teresa añadir ahora es que en estos meses cruciales de finales de 1975 y co-
mienzos de 1976 las reivindicaciones políticas e identitarias ligadas al
nacionalismo se encontraban por completo ausentes. No sorprenderá esta
afirmación si recordamos que el origen de muchos de los protagonistas de las
huelgas de Vitoria hay que buscarlo en el agro español, a la fuerza alejado de
las luchas ligadas a la identidad nacionalista. Así, y a modo de indicador de la
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lejanía de las preocupaciones identitarias de la clase obrera vitoriana en aque-


lla coyuntura histórica, el número de participantes en Vitoria durante las
huelgas generales por el juicio de Burgos a finales de 1970 o, un lustro más
tarde, con motivo de los fusilamientos de Txiki, Otaegi y tres miembros del
FRAP el 27 de septiembre de 1975, no estuvo a la altura de la escala de movi-
lización de las otras provincias vascas y de Navarra. Es más: estuvieron in-
cluso por debajo de las cifras registradas en el conjunto de España (Núñez,
1977: 189-195; Abásolo, 1987: 23, nota 6; Pablo, 2008: 334; Carnicero, 2009a:
42; Rivera, 2009: 337). En este mismo sentido, un informe de la LCR-ETA
VI, organización política de orientación troskista, sostenía que la clase obre-
ra vitoriana adolecía de una falta de sentimiento del problema nacional (cita-
do en Abásolo, 1987: 46) que se traducía, por ejemplo, en que se mostraba
notablemente refractaria a las movilizaciones por la amnistía, reivindicación
en clave política que era central en la vecina Guipúzcoa. En este mismo sen-
tido, y según se recoge en el estudio más pormenorizado sobre las moviliza-
ciones obreras objeto de nuestro análisis, en la capital vitoriana los aspectos
relacionados con el «problema nacional» eran soslayados en las asambleas
(Abásolo, 1987: 62, 80).
No obstante la relativa desvertebración de que adolecía la clase obrera vi-
toriana, fruto de una industrialización acelerada y reciente que se nutría de
trabajadores directamente extraídos del medio rural, en gran medida foráneo,

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Símbolos en movimiento: calendario y vampirismo simbólico en el nacionalismo vasco radical

es posible (siguiendo en este extremo al mejor especialista en el estudio del


movimiento obrero alavés en el siglo XX, el historiador Antonio Rivera) iden-
tificar varias tendencias ideológicas y orientaciones estratégicas entre los líde-
res de los trabajadores, esos «empresarios de movimiento» capaces de impri-
mir un efecto catalizador a las dinámicas obreras. Rivera se refiere a cuatro
familias: socialistas, presentes a través de sus diferentes organizaciones secto-
riales (partido, sindicato, juventudes); un sector de CC. OO. controlado por
partidos de extrema izquierda con una visión leninista, o vanguardista, del
movimiento; otro sector de CC. OO., este controlado por el PCE; y, por úl-
timo, un sector denominado «anticapitalista», que jamás cuajó en una organi-
zación estable y que, en una de sus tendencias, subrayaba sobremanera la
función de la asamblea como creadora y recreadora de conciencia y acción de
clase, mientras que la otra tendencia insistía en el papel dinamizador de mi-
norías activas inequívocamente revolucionarias (2008: 330-335; Carnicero,
2009a: 44-45).
Sea cual fuere el posicionamiento de estas sensibilidades respecto al senti-
miento nacional vasco, parece fuera de toda duda que este no desempeñó
ningún papel en las luchas obreras de Vitoria durante los meses que duró el
ciclo de protesta, esto es, de enero a marzo de 1976. Una reciente monografía
sobre el tema concluye a este respecto de forma contundente que «plantea-
mientos de tipo separatista o a favor de la lucha nacional no se dieron en nin-
gún caso, llegándose incluso a marginar las reivindicaciones pro-amnistía ha-
bituales en las protestas obreras de las provincias vascas del norte»
(Carnicero, 2009a: 106). Este mismo autor recoge el balance que al respecto
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del tema que ahora nos ocupa efectúa un sacerdote ligado entonces y hoy al
nacionalismo vasco radical desde la Coordinadora de Sacerdotes de Euskal
Herria: «Entre los líderes sindicales había de todo, ¿no?, había gente más afín
a la lucha nacional, y otros que no tenían nada que ver con la lucha nacional
[…] Pero la gran masa obrera que participaron en aquello […], pues yo pien-
so que la procedencia de todos ellos era […], de todos ellos no, de la gran
mayoría, era emigrante. Por lo tanto, la conciencia nacional prácticamente
[…], existía, pero mínimamente, y en Vitoria todavía mucho menos desarro-
llada. Por eso, no creo que se puede mezclar, siendo fieles a los hechos histó-
ricos ambas cosas, hay que diferenciarlas» (Félix Placer Ugarte, citado en
Carnicero, 2009a: 106-107, nota 21) 13.

13 Los acontecimientos de Vitoria están en el origen de la Coordinadora de Sacerdotes de Euskal

Herria (CSEH), de la que forma parte Félix Placer. En efecto, en la denuncia de aquellas muertes y de
la situación del País Vasco encuentra su razón de ser el documento hecho público por 1055 sacerdo-
tes de las diócesis de Pamplona-Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria. Con este antecedente, se con-
vocó ese mismo año un encuentro de sacerdotes para fraguar una estructura estable, la Coordinado-
ra, a la que se invitó asimismo a sacerdotes de la diócesis de Bayona. El objetivo de dicha plataforma
era constituir una Iglesia Popular Vasca, esto es, «una Iglesia constituida a partir y al calor de la fe de
un Pueblo que lucha por su liberación nacional y social; una Iglesia identificada con su Pueblo, al ser-
vicio del mismo» (véase Placer, 2009: 53 y 61). Ni mucho menos todos los firmantes del documento
se integrarían en la Coordinadora. Prueba de ello es que desde muy pronto su peso específico dentro
de la comunidad eclesial menguó considerablemente. Así, a la I Asamblea, celebrada en junio de

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Jesús Casquete

El hecho de que las reivindicaciones identitarias ligadas al nacionalismo


vasco no se dejasen notar en los acontecimientos acaecidos en Vitoria en
1976 no obsta para que, ya desde los primeros compases de la fecha, se deja-
sen notar intentos de vincular las reivindicaciones obreras con las nacionalis-
tas. Así, en una muestra más de las múltiples recibidas de todo el Estado es-
pañol en solidaridad con los obreros en lucha, quinientos profesionales de
Euskadi constituidos en asamblea hicieron público un comunicado el día 7
en el que abogaban por «el reconocimiento de la soberanía nacional de Eus-
kadi» 14.

Hacia la vampirización simbólica


Ya he consignado que los sucesos originales de las movilizaciones rituali-
zadas de cada 3 de marzo estaban desprovistos de cualquier reivindicación
que tuviese que ver con el hecho nacional vasco, preocupación ajena a la ma-
yoría de los trabajadores que protagonizaron los dos meses de huelgas y pro-
testas. Trazaré a continsuación la cronología de la vampirización, vale decir
monopolización casi perfecta, por parte del nacionalismo radical del símbolo
de lucha obrera que es el 3 de marzo tomando como punto de arranque los
luctuosos hechos acaecidos en la capital vitoriana aquel día de 1976. Recurri-
ré para ello a la fuente que mejor recoge la visión del 3 de marzo por parte
del nacionalismo radical, que es el diario Egin, hasta su cierre judicial en
1998, y su sucesor, Gara, a partir de 1999, así como a otras fuentes escritas li-
gadas directa o indirectamente al nacionalismo vasco radical.
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La relevancia otorgada a la efeméride se revela ya en la atención que se le


dedica en la portada de esos noticiarios: desde 1978 (el primer número de
Egin vio la luz el 29 de septiembre de 1977) hasta 1991, incluido, el eco de la
fecha viene plasmado en la primera página de las ediciones de los días 3 o 4
de marzo (a veces de los dos), con mayor o menor prominencia. De ahí en
adelante las noticias generadas por la efeméride vendrán recogidas puntual-
mente en las páginas interiores, aunque no sistemáticamente en la portada 15.
No me detendré en demasía en especular sobre el número de participantes,
tampoco en señalar los actos convocados para la jornada, ni mucho menos en
el análisis de su decurso y discurso, pero sí en las desavenencias que empeza-
ron a asomar muy pronto entre las diferentes organizaciones políticas y sin-

1976, acudieron ciento treinta sacerdotes de las diócesis mencionadas; a la V, en septiembre de


1977, asistieron 85; la X, en 1980, reunió a 35; la XV, en 1985, a 45, la misma cifra que asistió a la
XXV Asamblea, en 1993; a la XIX, en 1996 (la última para la que Placer proporciona datos), fueron
treinta los clérigos congregados (Placer, 2000: 96-124). Este libro de Placer lleva el significativo título
de Creer en Euskal Herria; está dedicado a la CSEH y a las Comunidades Cristianas Populares, inte-
gradas por laicos, en ambos casos porque son el «lugar de esta experiencia de fidelidad a su Pueblo
desde la fe» (p. ii).
14 Hautsi 11, 1975.eko Martxoak 15, p. 24. En Documentos Y, vol. 17, p. 102.
15 En concreto, los años en los que no aparece noticia alguna sobre el 3 de marzo en la portada

son: 1992, 1993, 1994, 1995, 1997, 2000, 2002, 2008 y 2009. Es decir, la mitad de las veces posibles el
diario se hace eco de la jornada en su lugar más prominente.

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Símbolos en movimiento: calendario y vampirismo simbólico en el nacionalismo vasco radical

dicales por la apropiación del legado del 3 de marzo, con todo el capital sim-
bólico, emocional y movilizador que arrastra consigo.
Si se atiende a la forma de plasmarse la protesta constataremos que, no
sorpresivamente, los años inmediatamente posteriores a los acontecimientos
fueron ricos en formas y escala de movilización. Las convocatorias de huelga
en la ciudad o en la provincia, con seguimiento desigual, se repitieron duran-
te varios años (1977, 1978, 1980 y 1982). Durante los dos primeros años
mencionados, siempre en el convulso clima de la transición a la democracia,
se repitió idéntico esquema celebratorio: a las 11 de la mañana un acto reli-
gioso en la Catedral Nueva, escenario de los funerales masivos de 1976, y
manifestación subsiguiente a la salida con la iglesia de San Francisco, princi-
pal lugar de la masacre, como destino final. Ya desde los primeros compases
de la conmemoración afloraron las diferencias entre distintas interpretacio-
nes de la fecha. Así, en un mitin organizado en 1978 en el polideportivo de
Mendizorroza se produjeron por la tarde enfrentamientos, verbales y físicos,
entre «asamblearios» y partidarios de la celebración de un mitin al uso. Las
discrepancias se hicieron evidentes en la manifestación del año siguiente,
1979, cuando las organizaciones convocantes (los partidos PSOE, PCE,
EMK-OIC, ORT, así como las centrales CC. OO., UGT, ELA-STV, LSB-
USO, CNT, LAB y SU) 16 desfilaban bajo una pancarta unitaria y sin siglas
que rezaba: «3 de marzo: la lucha obrera continúa. Exigimos responsabilida-
des». Los miles de asistentes avanzaban en silencio cuando en un momento
del trayecto una parte comenzó a corear consignas como «Presoak kalera»,
«Policía asesina», «Caídos tres de marzo, solidaridad» y otras. A partir de ahí
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la manifestación se dividió en dos secciones, la primera de las cuales gritaba


«Que se vayan», «ETA mátalos», «Presos de Soria, solidaridad», «Amnistia
orokorra» («Amnistía general») y entonaba las canciones Eusko Gudariak y
Hator, hator, ambas de marcado significado nacionalista. Como consecuen-
cia de estas discrepancias, al año siguiente, en 1980, se forjaron los bloques
que perdurarán durante las movilizaciones del 3 de marzo en los años si-
guientes, hasta 1983 (incluido). Por una parte, en la manifestación conjunta,
que no unitaria, desfilaron, por un lado, los sindicatos CC. OO., UGT y
ELA-STV y, por otro lado, CNT, SU, el sindicato abertzale LAB y otras or-
ganizaciones del nacionalismo vasco radical (HB, KAS, Gestoras Pro-Am-
nistia) y de la izquierda extraparlamentaria (EMK-OIC y LKI, la sección
vasca de la Liga Comunista Revolucionaria). Una pista sobre la razón subya-
cente a la conformación de estos bloques la proporcionó el PCE cuando en
1982 se pronunció en contra de la convocatoria de huelga general porque
«no debe ser un día para hacer apología de la violencia». No en vano, desde
el bloque formado por el nacionalismo radical se habían dejado airear duran-
te los dos años anteriores eslóganes como los anteriormente citados o «Aba-
16 EMK-OIC: Euskadiko Mugimendu Komunista-Organización de Izquierda Comunista; LSB-

USO: Langile Sindikal Batasuna-Unión Sindical Obrera; ELA-STV: Euzko Langileen Alkartasuna-
Solidaridad de Trabajadores Vascos; LAB: Langile Abertzaleen Batzordeak, sindicato del nacionalis-
mo vasco radical; SU: Sindicato Unitario.

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Jesús Casquete

jo la Ley Antiterrorista», «Indar errepresiboak hormara» («Fuerzas represi-


vas al paredón»), «Gora ETA militarra», «Zuek faxistak zarete terroristak»
(«Vosotros fascistas sois los terroristas»), «Contra la represión, lucha armada
solución» y similares. Ese año de 1982, UGT convocó una manifestación en
solitario, con escaso éxito movilizador. Compartir espacio físico y causa con
quienes alardeaban consignas a favor del terrorismo se hizo inasumible para
las organizaciones sindicales y políticas que condenaban a ETA.
El año de 1983 será el último que asista a la dinámica de celebración uni-
taria pero dividida en dos bloques: uno dominado por el nacionalismo radi-
cal y secundado por organizaciones de extrema izquierda, donde era habi-
tual escuchar gritos de apoyo a ETA, y otro integrado por CC. OO. y UGT,
con el sindicato nacionalista ELA-STV ya descolgado a estas alturas. A par-
tir de entonces la fecha será patrimonializada por el nacionalismo radical,
acompañada en los primeros compases por las fuerzas políticas extraparla-
mentarias a estas alturas habituales (como EMK y LKI, que para entonces
solicitaban el voto para HB) y sindicatos minoritarios vinculados al anar-
quismo y a la extrema izquierda. Los sindicatos no nacionalistas CC. OO. y
UGT, por su parte, dejarán de participar en los actos de la jornada del 3 de
marzo y harán dejación prácticamente definitiva de este símbolo en su calen-
dario celebratorio.
En estos momentos, y estamos a mediados de la década de 1980, la vampi-
rización de los acontecimientos y de la fecha cobra carta de naturaleza. Así,
en el comunicado de los convocantes de 1985 (los sindicatos LAB, CUIS,
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CNT, STEE-EILAS, apoyados por los partidos HB, EMK, LKI, Auzolan,
UST, así como las Gestoras Pro-Amnistia y Aizan, entre otras) 17 se podían
oír las denuncias al PSOE y PNV, así como de la Policía y de la Ertzaintza,
exigiendo que «se juzgue a los asesinos de aquella masacre y también a los
que hoy continúan matando, torturando, atacando los intereses de la clase
obrera y de Euskadi» y la «puesta en libertad de nuestros presos, encarcela-
dos en verdaderos centros de exterminio y la vuelta a casa de los exiliados,
perseguidos y masacrados por ser consecuentes con sus ideales, querer la li-
bertad de nuestro pueblo y la emancipación de nuestra clase». El comunica-
do finalizaba afirmando: «Ocio, Barroso, Aznar, Castillo, Pereda [apellidos
de los cinco fallecidos], nosotros no olvidamos, como no olvidamos a Txiki,
Otaegi, Arregi, Ojeda [miembros de ETA fallecidos en trágicas circunstan-
cias] y a tantos otros caídos por las balas asesinas en la lucha diaria». Un año
más tarde, en el décimo aniversario de los sucesos de Vitoria, el protagonismo
estelar corrió a cargo de representantes cualificados del nacionalismo radical
tales como Joselu Cereceda y Rafa Díez, ambos miembros del Secretariado
17 La Coordinadora Unitaria de Izquierda Sindical, CUIS, era un sindicato ligado al EMK que se

transformó más tarde, hasta hoy, en ESK, Ezker Sindikalaren Konbergentzia; el Sindicato de Traba-
jadores de la Enseñanza, STEE-EILAS, está asimismo vinculado a la extrema izquierda; Auzolan era
una coalición electoral liderada por LKI; Unión Sindical de Trabajadores, UST, era un sindicato de
orientación troskista formado en 1984 tras su expulsión de la UGT; Aizan es una organización femi-
nista integrada en el MLNV.

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Símbolos en movimiento: calendario y vampirismo simbólico en el nacionalismo vasco radical

Nacional de LAB, así como de Txomin Ziluaga, secretario general de HASI,


partido integrado en KAS, y miembro de la Mesa Nacional de HB. En su in-
tervención, Cereceda hizo hincapié en que «somos conscientes de que cuan-
do a un pueblo se le niega la soberanía tiene derecho a defenderse con uñas y
dientes, y las armas si es preciso». A estas alturas, la central anarcosindicalis-
ta CNT ya formaba un bloque diferenciado del mayoritario en el que se co-
reaban consignas de apoyo a ETA, a la alternativa KAS y se exigía amnistía
para los presos de la organización terrorista (Egin, 4-3-1986, p. 3). Para en-
tonces, la iconografía y el arsenal simbólico habitual del nacionalismo radical
dominan el decurso de la jornada: txalaparta, alboka (ambos instrumentos
de música tradicionales), aurresku (un baile), ikurriña, Eusko gudariak, etc.
Buena prueba del ingreso del capital simbólico del 3 de marzo en la cuen-
ta del nacionalismo radical lo tenemos en los años 1987 y 1988. Las manifes-
taciones convocadas para ambos años se dividían en bloques comandados
por LAB y otras organizaciones ligadas al nacionalismo radical, por un lado,
y fuerzas de la izquierda extraparlamentaria, por otro. En 1987 la celebración
coincidió con el fallecimiento accidental del máximo dirigente etarra, Do-
mingo Iturbe, Txomin; el año siguiente, con el recibimiento en Tolosa del
cuerpo del miembro de ETA, fallecido en la cárcel, Mikel Lopetegi 18. En las
manifestaciones recordatorias del 3 de marzo en Vitoria, los participantes en
el bloque nacionalista rindieron homenaje a ambos etarras en un mar de iku-
rriñas con crespones. En el caso de 1988, por ejemplo, el diario Egin da cuen-
ta de que en la manifestación vespertina participaron alrededor de mil qui-
nientas personas repartidas en los dos bloques habituales: sindicatos ligados
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a la izquierda extraparlamentaria y al anarcosindicalismo e, inmediatamente


después, LAB. Este segundo bloque iba precedido por una ikurriña con cres-
pón sostenida por familiares de presos y refugiados y dos pancartas: una que
rezaba «Amnistiarik gabe, pakerik ez» («No hay paz sin amnistía») y otra
«3 de marzo, errepresioaren aurka, negoziazio politikoaren alde» («3 de
marzo, contra la represión, a favor de la negociación política»). Años des-
pués, en 2006, ocurrirá algo similar: la celebración ritual del 3 de marzo será
aprovechada para ensalzar a dos etarras, Igor Angulo y Roberto Sainz, falle-
cidos en prisión los días previos. En lugar prominente de la manifestación
podía verse una ikurriña con la imagen de ambos presos que avanzaba entre
gritos de «Herriak ez du barkatuko» («El pueblo no perdonará»), «Agur eta
ohore, eusko gudariak» («Adiós con honores, gudaris») o «Estado español,
Estado terrorista». El presidente de la Asociación de Víctimas del 3 de Mar-
zo, Andoni Txasko, será uno de los dos detenidos por la Ertzaintza por por-
tar dichas imágenes 19. En su alocución final, Joseba Álvarez, cualificado diri-

18 En una muestra más de la persistencia de la memoria, el 15 de marzo de 2009, esto es, veintiún

años después de su fallecimiento, un grupo de personas intentó celebrar un ritual recordatorio del
preso etarra en un monte de su localidad natal, Tolosa (Guipúzcoa), acto que fue impedido por la po-
licía autonómica. Véase Gara, 16-3-2009.
19 En el documental «Llach: La Revolta Permanent», de Lluís Danés (2008), que efectúa un repa-

so a la comprometida trayectoria del cantautor catalán con motivo de un concierto-homenaje en

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Jesús Casquete

gente de Batasuna, señaló que los etarras fallecidos «son parte de la misma
lucha» en la que treinta años antes la policía segó la vida de cinco trabajado-
res. Si entonces era el ministro Fraga la viva personificación del enemigo,
ahora lo es Balza, el consejero de Interior del Gobierno vasco.
A partir de mediados de la década de 1980, pues, se consolida la plantilla
de organizaciones sindicales que protagoniza hasta el día de hoy, y con los
matices que introduciré a continuación, la celebración del 3 de marzo. Se tra-
ta de LAB, como principal motor de la celebración en cuanto a capacidad
movilizatoria se refiere, secundada por los sindicatos ESK, STEE-EILAS y,
durante la mayor parte de la década de 1990 y luego, bien que puntualmente,
también en 2004, del sindicato de inspiración anarquista CGT. Sorprende la
presencia reiterada de este actor, primero porque su ideario internacionalista
no le hace proclive a priori a organizar actos conjuntos con compañeros de
viaje nacionalistas, máxime cuando contaba con experiencia acumulada de
que la jornada iba a girar alrededor de temas muy distintos a la vindicación de
la clase obrera y su lucha por la justicia social. Si su objetivo era transmitir a
la opinión pública una lectura retrospectiva y prospectiva propia de los acon-
tecimientos de Vitoria en 1976, el balance no puede ser más magro. Y sor-
prende, asimismo, porque ya en 1996 un cualificado portavoz del sindicato
marcaba las distancias con sus compañeros de manifestación de los años ante-
riores y siguientes declarando que la situación sociopolítica y económica ha-
bía evolucionado considerablemente desde los sucesos originales hasta 1996:
«Nada es igual, la izquierda radical dice que no ha cambiado nada, pero no es
así» (Egin, 2-3-1996, p. 2) 20.
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LAB, ESK y STEE-EILAS conforman, pues, el núcleo duro de la cele-


bración desde mediados de 1980 hasta la actualidad, los «fijos» de la convo-
catoria, por así expresarlo. Pero figuran asimismo otros convocantes más o
menos circunstanciales y anecdóticos. La sección vasca de Izquierda Unida
es uno de ellos, pues secundó la manifestación de 1995 y en la década si-
guiente en dos ocasiones, en 2005 y 2007 (siendo ya parte integrante de la
coalición de gobierno vasco junto al PNV y EA —Eusko Alkartasuna—),

Vitoria a las víctimas del 3 de marzo con motivo del treinta aniversario de los sucesos, se da implíci-
tamente a entender que algunos participantes en la manifestación recordatoria del 2006, entre ellos
Andoni Txasko, son arbitrariamente detenidos por la policía. Se establece así un vínculo entre la re-
presión que sufrieron los trabajadores vitorianos en 1976 y la que algunos sectores políticos sufren
todavía hoy. Una comprensión cabal de las imágenes que comentamos exige saber (lo cuál no se vi-
siona en el documental) que la persona mencionada era portador de la pancarta que glorificaba a los
etarras muertos. No fue, pues, detenido por recordar los hechos y las víctimas de la arbitrariedad po-
licial en 1976, sino porque exaltaba a los «gudaris» de hoy, esto es, a miembros de ETA.
20 Ese mismo portavoz aporta la siguiente explicación a la presencia de la CNT y la CGT junto al

bloque abertzale: «No había fuerza ni capacidad para decidir no ir; se iba en bloque aparte, pero cada
vez nos íbamos quedando más solos porque la extrema izquierda se iba con la IA [izquierda abertza-
le] […] se tenía claro que “la nuestra” era la del 1 de mayo y que la del 3 de marzo se cumplía porque,
además de importante, marzo cuadra más en el calendario anual de movilización obrera (negociación
de convenios) que mayo (para entonces los asuntos ya están cerrados o concluidos)». Y añade: «La
posición de la CNT y de la extrema izquierda tiene mucho que ver con el miedo a la soledad, que ex-
plica muchas cosas que han pasado aquí durante años». Antonio Rivera, comunicación personal.

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Símbolos en movimiento: calendario y vampirismo simbólico en el nacionalismo vasco radical

efectuó convocatorias en solitario ante el monolito recordatorio de las vícti-


mas sito junto a la iglesia de San Francisco. Otro actor circunstancial es EA,
que en 2001 apoyó la manifestación vespertina. Más interés tiene el retorno
de ELA a las movilizaciones, pues había estado presente en sus inicios, desde
1979 hasta 1983, cuando se manifestaba en el bloque de CC. OO. y UGT. Su
presencia continuada entre 2001 y 2010 junto al resto de sindicatos naciona-
listas adquiere sentido en el marco de la unidad de acción sindical forjada en-
tre LAB y ELA, escenificada en una multitudinaria manifestación que tuvo
lugar en Bilbao en 1994 para exigir un marco vasco de relaciones laborales y,
en lo político, un frente abertzale para conseguir el reconocimiento del dere-
cho de autodeterminación de Euskal Herria. Dicho frente se concretaría en
el Pacto de Estella, cerrado en la localidad navarra el 12 de septiembre de
1998 junto con otros partidos políticos y sindicatos nacionalistas y Ezker
Batua-IU.

CONCLUSIÓN
Descansando a hombros de gigante, en el presente trabajo hemos ensan-
chado la noción de repertorio de acción de Tilly hasta incorporar los símbo-
los al análisis de la contienda política. Los actores sociales efectúan sus de-
mandas a las autoridades y a la opinión pública, y en el curso de la
movilización forjan y refuerzan su identidad colectiva, sirviéndose para ello
de una serie de recursos culturales capaces de estimular una homogeneidad
interpretativa entre sus seguidores y aglutinarlos en aras de una causa. Tilly
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profundizó en las distintas formas de los repertorios de acción premoderno


y moderno, apuntó explicaciones del tránsito de uno a otro y desbrozó lo
que, a su juicio, era el hilo conductor de todas ellas, a saber: la pugna entre
grupos desafiantes y autoridades por intervenir en el proceso de cambio so-
cial desde la defensa de sus respectivos intereses. Es lo que en este trabajo he
denominado el repertorio simbólico de acción, un factor cultural que coad-
yuva a que un actor colectivo se convierta y reconozca como tal, al que Tilly
no prestó excesiva atención en sus investigaciones, más preocupado como es-
taba por la visualización de la protesta que por sus preliminares, esto es, por
los factores que cementan la cohesión grupal y hacen sentirse a sus miembros
partícipes de un actor colectivo.
Desde estas guías analíticas, en el presente trabajo he abundado en el capi-
tal simbólico del nacionalismo vasco radical: en su cartografía, en su funcio-
nalidad y en su origen. En concreto, me he detenido en levantar acta de la
vampirización de una fecha, el 3 de marzo, estrechamente ligada a una causa,
una reivindicación obrera en un marco autoritario que, en su origen, se pre-
sentaba vaciada de cualquier connotación nacionalista. La atribución nacio-
nalista la efectuó la familia radical después, a partir de la década de 1980, atri-
buyendo una motivación retrospectiva absolutamente ausente en los actores
que protagonizaron el ciclo de protesta en la capital alavesa en los primeros
meses de 1976. El capital emocional y movilizador de la fecha se prestaba a

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Jesús Casquete

servir de anclaje histórico «obrerista», a añadir al capital simbólico abertzale


ya succionado (de forma más o menos perfecta) al nacionalismo tradicional,
como en los casos de la canción del Eusko Gudariak, la figura del soldado
vasco o gudari de la Guerra Civil o la figura del militar jeltzale Kandido Sa-
seta (Casquete, 2009). Desde los primeros compases de la transición, y gra-
cias a su incontestable capacidad de movilización en la calle, el nacionalismo
radical ha conseguido apropiarse de la fecha y expulsar de su celebración a
otras fuerzas políticas y sindicales de izquierda que igualmente podrían lu-
char por su legado. Así, hasta alcanzar la situación actual y previsible para el
futuro inmediato: una fecha y una celebración con resonancias en primera
instancia obreras, pero que son solo la coartada para plantear reivindicacio-
nes ligadas al radicalismo nacionalista.
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IV. El análisis de la violencia


política
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10. El enfoque relacional del terrorismo


en Charles Tilly 1

Jeff Goodwin
Universidad de Nueva York

INTRODUCCIÓN
Las ideas de Charles Tilly sobre terrorismo incluyen diversas apreciacio-
nes importantes, sobre todo su idea de que el terrorismo hace referencia a
una estrategia que puede ser utilizada, y lo ha sido, por una amplia diversi-
dad de actores, incluidos los Estados. Asimismo, señala que el empleo del
término terrorismo no resulta útil para designar a un tipo particular de gru-
pos, Estados o individuos. A Tilly le preocupaba, con razón, que los analistas
descontextualicen y, por lo tanto, no comprendan correctamente el uso de
dicha estrategia y se centren demasiado en las características de los actores
que la utilizan, hasta excluir las relaciones dinámicas de estos con otros acto-
res. Ahora bien, las ideas de Tilly sobre terrorismo también están abiertas a la
crítica. Su definición de terrorismo resulta escasamente útil debido a su exce-
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siva amplitud, y su distinción entre los enfoques «relacional» y «disposicio-


nal» del terrorismo (y de la acción estratégica en general), así como su decidi-
da apuesta por el primero, no resultan convincentes.
Ciertamente, Tilly no escribió tan profusamente sobre terrorismo como
sobre otras muchas cuestiones que le interesaron durante su prolongada y
distinguida carrera. Sin embargo, la violencia política colectiva fue una de sus
preocupaciones duraderas y sí que produjo un cuerpo de obra significativo y
extremamente interesante sobre el terrorismo tras los atentados del 11-S. El
terrorismo es un tema recurrente en su importante obra Violencia colectiva,
de 2003, que finaliza con una discusión sobre la materia. Y dos de los últimos
artículos de Tilly también se ocupan del tema: «Terror, Terrorism, Terro-
rists», aparecido en una entrega especial de Sociological Theory (2004c) dedi-
cada al terrorismo (y reimpreso en el libro de Tilly Explaining Social Proces-
ses [2008a]), y «Terror as Strategy and Relational Process», publicado en el
International Journal of Comparative Sociology (2005d). El título de este úl-
timo artículo reproduce acertadamente el enfoque general de Tilly sobre el
terrorismo, tal y como explicaré a continuación. (Muchas de las ideas de
Tilly al respecto reaparecen en su obra Regimes and Repertoires, de 2006b.)

1 Deseo agradecer a Musfafa Emirbayer y Andreas Koller sus comentarios a un borrador anterior

del presente escrito.

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Jeff Goodwin

¿Cómo conceptualizó Tilly el terrorismo y cómo proponía explicarlo?


¿Y hasta qué punto son útiles y convincentes sus ideas sobre la materia? Des-
pués de resumir las principales afirmaciones de Tilly sobre el terrorismo, in-
cluida su apelación a un «enfoque relacional» del mismo, discutiremos algu-
nas de las fortalezas y debilidades de sus ideas.

TILLY SOBRE EL TERROR


Tilly realiza seis afirmaciones principales, o grupos de afirmaciones, sobre
el terrorismo:
1. El terrorismo es una estrategia política que han utilizado una amplia
diversidad de actores políticos por una variedad de motivos. «El terror es una
estrategia, no un credo» (2004c: 11). El terrorismo no es producto «de una
mentalidad uniforme», escribe Tilly, «sino una estrategia empleada por un
amplio abanico de actores cuyos motivos, medios y organización varían
enormemente» (2005d: 21). «Por norma general», de hecho, «tiene poco sen-
tido atribuir la causa del terrorismo al extremismo, el fundamentalismo o la
decepción» (2003a: 175 [trad. esp.: 174]).
2. La estrategia del terrorismo implica el uso de violencia y amenazas por
parte de un actor más débil contra un actor mucho más fuerte (o viceversa).
Esta estrategia del terrorismo la define Tilly como la «utilización asimétrica
de amenazas y violencia contra los enemigos por medios que están al margen
de las formas de lucha política que rutinariamente operan dentro de un régi-
men presente» (2004c: 5). Así pues, el terrorismo «es desigual, y suele en-
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frentar a gente relativamente sin poder contra enemigos muy poderosos, o


viceversa: a gente poderosa, sobre todo ejércitos o gobiernos, contra quienes
carecen de poder» (2005d: 27). Abarca «una gran variedad de interacciones
violentas»; entre ellas, «los espectaculares castigos ejemplares de algunos re-
gímenes, el asesinato de líderes políticos de otros, y los ataques a civiles en
general en algunos otros» (2003a: 175). Tilly describe el terrorismo, según su
definición, como una «estrategia recurrente de intimidación» que «se corres-
ponde aproximadamente con lo que muchas personas quieren decir cuando
hablan de terror» en el lenguaje común (2005d: 22).
3. El terrorismo no puede explicarse con una única teoría invariante.
Dado que «un considerable abanico de actores adopta en ocasiones el terror
como estrategia», Tilly insiste en que «no hay un conjunto coherente de
enunciados causa-efecto que pueda explicar el terrorismo en su conjunto»
(2004c: 11). «El terrorismo no es un único fenómeno causalmente coheren-
te» (2004c: 12). El terrorismo «consiste en una estrategia de conflicto de una
sola parte más que en una categoría causalmente coherente de violencia co-
lectiva» (2003a: 233 [trad. esp.: 235]).
4. Los terroristas cometen tan solo una pequeña parte de la violencia terro-
rista. Los llamados terroristas («actores políticos que dedican su vida plena-
mente al terror») «realizan tan solo una pequeña parte de todos los actos te-
rroristas» (2005d: 21). «Es un grave error, aunque habitual —afirma Tilly—,
«el asumir que una categoría de personas llamadas terroristas, motivadas por

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El enfoque relacional del terrorismo en Charles Tilly

el extremismo ideológico, realizan la mayoría de los actos de terror» (2003a:


237). De hecho, los agentes estatales han sido responsables de muchos más ac-
tos terroristas que los propios «terroristas».
5. La mayoría de los «terroristas» emplean también otras estrategias polí-
ticas; raras veces son sencillamente «terroristas». «La enorme mayoría de los
terroristas también practican otros tipos de política, o no-política, simultá-
neamente, con anterioridad y/o con posterioridad» (2005d: 21). De hecho,
escribe Tilly, «la mayoría de los usos del terror se producen en realidad como
complemento o producto colateral de luchas en las que los participantes, in-
cluidos a menudo los llamados terroristas, se dedican simultánea o sucesiva-
mente a otras variedades más rutinarias de reivindicación política» (2004c: 6).
6. El terrorismo surge de las interacciones y las relaciones dinámicas entre
actores políticos y, por lo tanto, es preciso explicarlo «de modo relacional». «Si
no adoptamos un enfoque relacional —escribe Tilly— no explicaremos el te-
rror» (2005d: 21). «Eso equivale a decir que el terror es una estrategia, que la
estrategia implica interacciones entre actores políticos y que, para explicar la
adopción de dicha estrategia, no tenemos otra alternativa que analizarla
como parte de un proceso político» (2005d: 21). Un enfoque así requiere, en-
tre otras cosas, que los analistas «conecten sistemáticamente la estrategia [del
terror] con otras formas de lucha política que tienen lugar en los mismos es-
cenarios y entre la misma población» (2005d: 21).

LAS IDEAS ACERTADAS DE TILLY


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Las ideas de Tilly sobre el terrorismo contienen, como es de esperar, di-


versos y destacados aciertos. Especialmente útil es la idea de que el terroris-
mo hace referencia a una estrategia que puede ser utilizada, y lo ha sido, por
una amplia diversidad de actores, incluidos los Estados; por el contrario, el
término terrorismo no es útil para designar una clase particular de grupos,
Estados o individuos. Tilly señala, como muchos otros, que la mayor parte
del terrorismo lo han perpetrado los Estados.
Esta idea libera a los especialistas de (o, al menos, los obliga a justificar) la
desafortunada tendencia a centrarse en un abanico relativamente estrecho y
nada representativo de actores que emplean la violencia, normalmente pe-
queñas organizaciones o redes no-gubernamentales. También libera a los
analistas del supuesto de que dichos actores no-gubernamentales emplean la
violencia de formas en cierto modo específicas. En realidad, la supuesta espe-
cificidad del terrorismo se ha utilizado para legitimar tanto un ámbito sepa-
rado de «estudios del terrorismo» como la búsqueda de una teoría diferen-
ciada sobre el terrorismo, cosas ambas que, desde la perspectiva de Tilly,
suponen una concepción errónea.
Resulta útil la advertencia de Tilly de que la búsqueda de una teoría uni-
versal invariante del terrorismo es una quimera, dada la gran variedad de acto-
res, con motivos y formas de asociación diversos, que utilizan a veces el terro-
rismo. Además, Tilly sugiere correctamente que el hecho de etiquetar a tales
actores de «terroristas» puede cegarnos ante el hecho de que lo normal es que

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Jeff Goodwin

estos empleen diversas estrategias políticas, no todas ellas violentas. Tal y


como hemos señalado, para Tilly, los terroristas raras veces son únicamente
terroristas. La etiqueta «terrorista» (al menos cuando se la aplica a organiza-
ciones o redes) es, por lo tanto, una forma de reificación, un mecanismo esen-
cializador, por así decirlo, que oscurece la naturaleza compleja y variable de
las estrategias políticas de los actores. Dicha etiqueta tal vez sea efectiva a la
hora de estigmatizar a un grupo político, pero, analíticamente, es bastante
problemática si lo que deseamos es comprender lo que están haciendo.
En respuesta a este problema, un especialista ha sugerido que «si la táctica
primaria de una organización es utilizar deliberadamente a civiles como blan-
co, esta merece la denominación de grupo terrorista, independientemente del
contexto político en el que opere, o de la legitimidad de los fines que preten-
da conseguir» (Richardson, 2006: 6; la cursiva es nuestra). Eso parece razona-
ble, pero algunos grupos políticos no siempre emplean una única táctica pri-
maria, y hay otros que cambian su táctica primaria cada año (o cada mes).
Según esa regla, la organización palestina Hamas tal vez fuera un grupo «te-
rrorista» en 2002, pero ciertamente no lo era en 2007. Estoy convencido, con
Tilly, de que resulta más razonable no aplicar jamás la etiqueta de «terrorista»
a grupos (ni Estados, ni individuos), sino a una estrategia política particular.
Así pues, a Tilly le preocupa, con razón, que los analistas simplifiquen y,
por lo tanto, malinterpreten la estrategia del terrorismo al no acertar a consi-
derar toda la gama de actores que la utilizan y toda la gama de estrategias (in-
cluidas estrategias rutinarias y no-violentas) que dichos actores emplean,
además del terrorismo. Pero, más que eso, a Tilly le preocupa especialmente
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que los analistas descontextualicen y, por lo tanto, no acierten a interpretar la


adopción y la utilización de dicha estrategia al centrarse demasiado en las ca-
racterísticas de los actores que la emplean (sean estos individuos o grupos)
hasta excluir sus relaciones dinámicas con otros actores.
Tilly teme, podríamos decir, un enfoque excesivamente «internalista» del
terrorismo (y de otras formas de acción estratégica), es decir, un enfoque que
se centre en las características de los grupos e individuos que utilizan esa es-
trategia. Entre dichas características estarían lo que Tilly denomina las «dis-
posiciones» de estos (ideas, ideología, hábitos y emociones), sus papeles o
funciones en el seno de un sistema social más amplio o sus características de-
mográficas (clase, etnia, edad, género, etc.). Tilly insiste especialmente en que
las explicaciones «disposicionales» habituales del terrorismo, incluidas aque-
llas basadas en las ideas, no nos llevan demasiado lejos, sobre todo aquellas
que resaltan el supuesto extremismo ideológico (o la ira, o la humillación) de
los actores que utilizan el terrorismo.
Para Tilly, el hecho de que un actor recurra a la violencia terrorista no se
debe tanto a las ideas o al odio per se como a las formas en que ese actor se
relaciona e interactúa con otros actores en el tiempo; de ahí la necesidad de
un enfoque «externalista» o «relacional» del terrorismo (y de la acción estra-
tégica más en general). En realidad, las características «internas» de los gru-
pos y los individuos están fuertemente condicionadas por sus relaciones di-
námicas «externas». Tilly insiste, por ejemplo y tal vez con excesivo hincapié

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El enfoque relacional del terrorismo en Charles Tilly

(véase más adelante), «en la importancia de la interacción social para que se


generen, se difundan y se lleven a la práctica las ideas que mueven a la violen-
cia» (2003a: 8 [trad. esp.: 8]). Tal y como hemos visto, de hecho, Tilly cree
que el terrorismo se emplea por lo común como complemento o producto
colateral de ciertos conflictos políticos en curso en los que los actores han
utilizado una diversidad de estrategias contra sus oponentes, incluidas estra-
tegias rutinarias, y se supone que han encontrado que eran insuficientes.

CRÍTICA
A pesar de todos esos aciertos, las ideas de Tilly sobre el terrorismo no es-
tán exentas de problemas y ambigüedades. Aquí me centraré en dos cuestio-
nes: la definición de Tilly del terrorismo, y su distinción entre los enfoques
«relacional» y «disposicional» del terrorismo y, más en general, de la acción
estratégica
En primer lugar, la definición de terrorismo de Tilly es inusualmente y, a
mi juicio inútilmente, amplia. Su definición de terrorismo no aísla una única
estrategia política, tal y como implican sus afirmaciones, sino que engloba
toda una cantidad de estrategias distintas que deberían desagregarse, como
suele hacerse.
Recordemos que Tilly define el terrorismo como una estrategia que im-
plica «la utilización asimétrica de amenazas y violencia contra los enemigos
por medios que están al margen de las formas de lucha política que rutinaria-
mente operan dentro de un régimen presente» (2004c: 5). Fijémonos en qué
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es lo que incluye esa definición: la violencia contra la propiedad (sabotaje);


las amenazas y la violencia no-letal (por ejemplo, el chantaje, el secuestro, los
disparos en las rodillas y la tortura); la violencia de actores no-gubernamen-
tales contra el Estado o contra actores armados patrocinados por el Estado
(por ejemplo, la guerra de guerrillas); la violencia de actores no-gubernamen-
tales contra cargos del Estado o contra políticos (por ejemplo, los asesina-
tos); la violencia del Estado o patrocinada por este contra actores armados
no-gubernamentales (por ejemplo, las tácticas de contrainsurgencia, desde
los arrestos hasta las masacres), y la violencia del Estado o patrocinada por
este contra no-combatientes (incluidos asesinatos, masacres e, incluso, el ge-
nocidio). No puedo estar de acuerdo con Tilly en que todas esas formas de
violencia equivalgan a una única estrategia que «se corresponde aproximada-
mente con lo que mucha gente entiende por terror» (2005d: 22). Por el con-
trario, todas esas formas de violencia tienen por lo común causas distintas,
objetivos diferentes y efectos también diferentes.
De hecho, muchos, si no la mayoría, de los analistas, incluido yo mismo
(Goodwin, 2006; también, Richardson, 2006), reservamos la etiqueta de «te-
rrorismo» exclusivamente para la violencia contra no-combatientes, un uso
que tiene su base en la legislación internacional en forma de doctrina de la
«inmunidad de los no-combatientes». El terrorismo, entendido en este senti-
do, no incluiría el sabotaje, las guerrillas ni la contrainsurgencia dirigida ex-
clusivamente contra rebeldes armados.

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Jeff Goodwin

Dentro del terrorismo, se puede establecer también una ulterior división


entre la violencia dirigida contra no-combatientes específicos (por ejemplo,
políticos, líderes políticos, jueces y periodistas) y la violencia dirigida contra
categorías enteras de no-combatientes (por ejemplo, grupos étnicos, nacio-
nalidades, clases sociales). Mezclar ambas formas de terrorismo es, por lo ge-
neral, poco útil a la hora de comprender la violencia que se produce en con-
flictos específicos, y subsumirlas bajo una categoría aún más amplia de
estrategias violentas, como hace la definición de Tilly de terrorismo, es, si
cabe, aún más problemático. Todas esas estrategias no son solo causalmente
heterogéneas y las utilizan actores muy diferentes, como el propio Tilly re-
salta, sino que, además, tienen también fines muy distintos, tanto a corto
como a más largo plazo. Por lo tanto, la suma de esos miles de formas de vio-
lencia no constituye un fenómeno ni causalmente ni ontológicamente cohe-
rente. Simplemente, no está claro qué se puede ganar, ni descriptiva ni analí-
ticamente, del hecho de reunir tantas formas de violencia bajo una sola
etiqueta y, sobre todo tratándose de una etiqueta con tanta carga política
como esa.
La definición de Tilly de terrorismo es problemática por otra razón adi-
cional. La «utilización asimétrica de amenazas y violencia contra los enemi-
gos» solo constituye un acto de terrorismo, según su definición, cuando im-
plica tácticas o «medios que están al margen de las formas de lucha política
que rutinariamente operan dentro de un régimen presente». Se sigue que,
para Tilly, hablar de «terrorismo rutinario» debe ser un oxímoron. Pero
¿por qué? Muchos grupos políticos armados, sobre todo Estados, como bien
comprendió Tilly, atacan y amenazan de forma rutinaria a sus enemigos per-
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cibidos. Y muchos conflictos implican una práctica del terrorismo transfor-


mada en rutina, por parte del Estado tanto como de sus oponentes o de algu-
no de ellos (como, por ejemplo, en el conflicto palestino-israelí). ¿Acaso no
deberíamos calificar dicha violencia de «terrorismo» cuando, en cierta medi-
da, se ha convertido en regular o rutinaria? Eso es lo que Tilly da a entender.
Sin embargo, seguramente sea más simple y más satisfactorio reconocer que
el terrorismo y otros tipos de violencia pueden ser formas tanto rutinarias
como no-rutinarias de conflicto político dentro de determinados sistemas
políticos.
La distinción de Tilly entre enfoques «relacionales» y «disposicionales»
del terrorismo (y de la acción estratégica más en general), y su decidida pre-
ferencia por los primeros, también son extremadamente problemáticas 2. Esa
distinción y esa preferencia son, diría yo, un problema más general de los vo-
luminosos escritos de Tilly en sus últimos años, en los que su apelación a las
explicaciones «relacionales» (o «transaccionales») en las ciencias sociales se
convirtió en algo parecido a un mantra. Tilly también escribió, aunque en
mayor brevedad, sobre las explicaciones «sistémicas», es decir, las explicacio-
nes funcionalistas, básicamente, pero él entendía que eran los enfoques dis-
posicionales los que constituían la alternativa principal a las explicaciones re-
2 Para una explicación general del pensamiento «relacional» de Tilly, véanse Diani (2007) y Ta-

rrow (2008a). Para una crítica del rechazo de Tilly a la perspectiva disposicional, véase Eden (2008).

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El enfoque relacional del terrorismo en Charles Tilly

lacionales, y lamentaba el hecho de que las explicaciones disposicionales de la


violencia colectiva (y de la democratización) «prevalecen en la actualidad»
(Tilly, 2005c: 15). Tilly llegó a describir su «ontología» como un «realismo
relacional»: «La doctrina de que las transacciones, las interacciones, los
vínculos sociales y las conversaciones constituyen la materia central de la
vida social» (2008a: 7).
Claro está que Tilly a veces insiste en las formas complejas en que interac-
túan los mecanismos relacionales y disposicionales (por ejemplo, cognitivos)
y determinan mutuamente los cursos de acción. Escribe, por ejemplo, que las
ideas son «medios» y «vehículos», así como productos, de la interacción so-
cial y que la violencia colectiva misma «equivale a un tipo de conversación»
entre actores (Tilly, 2003a: 6 [trad. esp.: 6]). Ciertamente, Tilly no descarta
completamente el papel de la cultura en la vida social en general ni en la vio-
lencia colectiva en particular. Escribe, por ejemplo, que «las ideas sobre el uso
adecuado e inadecuado de los medios violentos, sobre las diferencias entre
categorías sociales y sobre la justicia o injusticia es indudable que condicio-
nan la participación o no participación en la violencia colectiva» (2003a: 6
[trad. esp.: 6]). También reconoce que «la rabia, el miedo, las ansias, la gratifi-
cación y la empatía […] suelen dominar los sentimientos de los participantes
en la violencia colectiva» (2003a: 7 [trad. esp.: 7]). Y, por supuesto, el conoci-
do concepto de Tilly de «repertorios de contienda» es una «noción eminente-
mente cultural» (citado en Stave, 1998: 203), referida al conocimiento prácti-
co que un grupo posee sobre las formas y medios de protestar colectivamente
contra la autoridad.
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Sin embargo, es característico de Tilly insistir en que las ideas, hábitos y


emociones motivadores son ellos mismos producto de las relaciones e in-
teracciones sociales. Como hemos visto, él insiste «en la importancia de la
interacción social para que se generen, se difundan y se lleven a la práctica las
ideas que mueven a la violencia» (2003a: 8 [trad. esp.: 8]). Y argumenta que
«a pesar de tener su base en las predisposiciones individuales, unas emocio-
nes tan poderosas como esas surgen de la interacción social y responden a
cambios en el entorno social» (2003a: 7 [trad. esp.: 7]). En una línea similar,
Tilly resume su perspectiva del siguiente modo:
Las descripciones y explicaciones de los procesos sociales que prefiero eluden a los
sistemas y asignan un lugar fundamental a las transacciones. Sin embargo, también
reconocen que estas transacciones dotan a los enclaves sociales, incluidas las perso-
nas, los grupos y los vínculos sociales, de información, códigos, recursos y energías
que condicionan la participación de dichos enclaves en subsiguientes transacciones
(Tilly, 2005c: 15; la cursiva es nuestra).

No obstante, si las ideas, reglas y emociones condicionan de hecho las


«subsiguientes transacciones» de los actores (lo que solo puede significar to-
das las acciones desde que Adán conoció a Eva), entonces Tilly bien podría
haber resumido sus opiniones de la forma siguiente: Las descripciones y ex-
plicaciones de los procesos sociales que prefiero eluden los sistemas y asig-

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Jeff Goodwin

nan un lugar fundamental a las (pre)disposiciones 3. Sin embargo, en estas


mismas explicaciones se reconoce que las (pre)disposiciones de los enclaves
sociales (incluidas las personas, los grupos y los vínculos sociales) dotan a las
transacciones de cualidades que condicionan, a su vez, las subsiguientes pre-
disposiciones de dichos enclaves. Esta es una formulación parcial, pero ¿es
más (o menos) parcial que la de Tilly?
En pocas palabras, aunque la explicación interactiva de las (pre)disposicio-
nes de Tilly es persuasiva, por lo que respecta a esta, él nunca la complemen-
ta ni la equilibra enteramente, dialécticamente, con una explicación de las
interacciones basada en las (pre)disposiciones. Es decir, ignora esencialmente
la realidad de que las propias interacciones sociales vienen motivadas y con-
dicionadas por creencias culturales, hábitos y «estructuras de sentimientos»
(Williams, 1978: 2.ª parte).
Hay que cuestionar, además, la forma en que Tilly distingue conceptual-
mente entre interacciones y (pre)disposiciones. La idea de que las interaccio-
nes tienen lugar, de algún modo, fuera de la cultura (y después dan lugar a
esta) es claramente insostenible (Emirbayer y Goodwin, 1994). Tilly consi-
dera que las relaciones y las interacciones son una realidad «dura», estructu-
ral, «objetiva», mientras que las «predisposiciones», tal y como el término
sugiere, son para él estados mentales subjetivos. (Resulta revelador que él ca-
lifique su enfoque de «realismo relacional».) Así pues, el concepto que Tilly
tiene de las «disposiciones» subjetiviza (y agrupa) toda una gama de factores
culturales (ideas, ideologías, creencias, hábitos, emociones) que incluyen rea-
lidades intersubjetivas o estructurales que son exactamente igual de «duras»,
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persistentes y causalmente significativas (exactamente igual de reales) que sus


«relaciones» y «transacciones». Además, el concepto de «relaciones» de Tilly
objetiva (y agrupa) toda una gama de interacciones sociales que están en par-
te constituidas por estados mentales subjetivos. En pocas palabras, la distin-
ción de Tilly entre «relaciones» objetivas y «disposiciones» subjetivas no re-
sulta teóricamente útil. De hecho, yo la considero un dualismo pernicioso
cuyos términos agrupan (y especifican erróneamente) toda una cantidad de
conceptos que es preciso desagregar cuidadosamente.
¿Cómo respondería Tilly a estas críticas? Con inteligencia y perspicacia,
por supuesto. Tal vez incluso lograría convencernos de que están lejos de
dar en el blanco. Es una lástima que ya no pueda sumarse a los debates que
él tanto hizo por animar y dotar de profundidad. Echaremos de menos a
Charles Tilly.
3 N. de la E.: Con el fin de ajustarnos al sentido del texto se opta por traducir el término inglés

dispositions por (pre)disposiciones, en aquellos casos en que considero que este significado se ajusta
más a su correcta comprensión en castellano. Aunque el autor distingue entre dispositions y predispo-
sitions, la diferencia entre ambos términos en castellano es relativamente distinta a la inglesa, por lo
que puede dar lugar a confusión. El término inglés disposition se utiliza en estas explicaciones como
aptitud, capacidad, inclinación a la acción. Sería, más rigurosa la traducción: «disposición a actuar»
pero resulta excesivamente larga y dificultaría la comprensión de argumentos y frases ya de por sí un
tanto confusos. De cualquier modo, en los casos en los que Goodwin utiliza disposition hemos pues-
to el prefijo entre paréntesis (pre)disposición para que el lector pueda elegir el término/significado
que considere más pertinente.

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Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
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11. Puños, patadas y codazos en la regulación


de la pobreza neoliberal 1

Javier Auyero
Universidad de Texas-Austin

INTRODUCCIÓN
Tres décadas de política económica neoliberal en Argentina han generado
masiva desintegración y sufrimiento colectivo. Esta «gran transformación»
ha generado diversos comportamientos disruptivos entre los pobres urbanos
(en forma de protesta callejera, usurpación de propiedades y formas diversas
de delincuencia) que, a su vez, han sido enfrentados por las feroces acciones
del aparato estatal. Como consecuencia de ello, el puño de hierro del Estado
argentino ha estado bastante ocupado durante las últimas dos décadas, repri-
miendo abiertamente la protesta organizada por los nuevos desempleados,
criminalizando persistentemente la acción colectiva beligerante, incremen-
tando dramáticamente el número de reclusos, incurriendo en altos niveles de
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violencia policial contra la juventud pobre, desplegando fuerzas de corte mi-


litar como la Gendarmería Nacional para proporcionar «seguridad» (pero en
la realidad para ocupar y contener) a los destituidos que residen en ciertas
áreas urbanas destituidas (y sumamente estigmatizadas), y aumentando brus-
camente el número de desalojos llevados a cabo por agentes del Estado en
propiedades privadas y de dominio público (CELS, 2003, 2009; Brinks,
2008a, 2008b).
Pero el puño visible no ha actuado solo. Las patadas clandestinas y los co-
dazos invisibles también han participado en la tentativa del Estado por con-
trolar las acciones de los pobres. En un intento preliminar para comprender
la rutina de producción política de la subordinación de los desposeídos, la
primera parte de este trabajo examina los puños y las patadas como encarna-
ciones de la violencia colectiva generada desde el Estado. Los que Charles
Tilly (2003a) denomina como «especialistas de la violencia» —esto es, acto-
res especializados en «infligir daño físico, como la policía, soldados, guar-
dias, matones, y pandillas»— juegan un rol trascendental, aunque a veces no
tan discernible, en los orígenes y en el curso de la violencia colectiva desple-
1 Agradecimientos: El autor agradece a Matthew Desmond, Rodrigo Hobert y Loïc Wacquant

sus comentarios a versiones previas de este trabajo. La investigación ha sido financiada con fondos de
la National Science Foundation (Award SES-0739217).
Traducción del inglés a cargo de Jorge Derpic, edición del autor.

Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
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Javier Auyero

gada por el Estado para lograr el dominio sobre los pobres. La segunda parte
de este trabajo extiende y adapta una noción menos conocida de Tilly (1991)
—los «codos invisibles»— para describir otra manera en la que el Estado
procura lograr la sumisión de los pobres. En su mayoría desprovistos de vio-
lencia física, los codazos son aplicados por burócratas de segundo orden del
Estado que generalmente trabajan para agencias de asistencia social con esca-
so financiamiento.
A continuación describo el funcionamiento de puños visibles, patadas
clandestinas y codazos invisibles como formas de regular la creciente pobre-
za generada por tres décadas de neoliberalismo económico. Argumento y de-
muestro que para una mejor comprensión de la relación entre la dominación
de los más destituidos y la política de violencia colectiva, deberíamos prestar
simultánea atención a la operación de estas tres fuerzas en la vida cotidiana
popular. Esto nos permite: a) integrar mejor a la violencia en el estudio de la
política popular, algo que, como Tilly sostiene, la mayoría de los análisis po-
líticos deja de lado (Tilly, 2003a; véanse también Wilkinson, 2004; Auyero,
2007), y b) iluminar la naturaleza productiva, y no meramente represiva, del
poder estatal (Foucault, 1979; Wacquant, 2009).
Este trabajo, basado en fuentes primarias y secundarias (trabajo de campo
pasado y presente, investigaciones periodísticas y reportes de derechos hu-
manos), describe los diversos encuentros de la gente pobre con el Estado 2.
Colectivamente, estas historias particulares —de complejos habitacionales
sitiados por la Gendarmería Nacional, de ocupantes desalojados por la poli-
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cía y por fuerzas paramilitares, de clientes en interminables esperas en la ofi-


cina del bienestar social del Estado— dan como resultado un paisaje general.
Este paisaje ilustra un encuentro modal entre el desposeído y el Estado ca-
racterizado por el truncamiento rutinario o la negación completa de la forma
más elemental de ciudadanía.
Para vislumbrar los principales puntos de este trabajo, comienzo con la
historia de un individuo —una composición creada a partir de varias histo-
rias recogidas en el trabajo de campo— que condensa algunos de las modali-
dades del poder que los pobres experimentan en sus encuentros diarios con
el Estado. La historia también sirve como hoja de ruta para la exposición que
continúa: se mueve de una descripción de formas abiertas de coerción del Es-
tado a la diseminación de una forma de dominación más sutil pero igualmen-
te relevante. En forma sintética, este trabajo argumenta que el poder esta-
tal—violencia encubierta y abierta y otras formas de poder más suaves— no
solo castiga a los pobres, sino que también intenta disciplinarlos mediante la
creación de lo que yo llamo pacientes del Estado.

2 Durante 2008 (agosto-diciembre) y 2009 (septiembre-diciembre) —y junto a tres asistentes de

investigación (Shila Vilker, Nadia Finck y Agustín Burbano de Lara)— condujimos trabajo de campo
en la sala de espera de la oficina de bienestar social de la ciudad de Buenos Aires y en las filas de espe-
ra formadas fuera del RENAPER (Registro Nacional de las Personas, donde la gente solicita carnés
de identidad nacionales).

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Puños, patadas y codazos en la regulación de la pobreza neoliberal

Jessica tiene diecinueve años, nació y creció en Argentina. La conocimos en la oficina


del Ministerio de Bienestar Social de la ciudad de Buenos Aires. Vino a renovar el
subsidio habitacional —un subsidio que otorga el Estado para gente que esté en si-
tuación de «emergencia habitacional»—. Ha estado esperando por cuatro horas y,
como mucha de la gente con la que hablamos en la oficina durante los primeros seis
meses de trabajo de campo, no sabe cuándo o si llegará a recibir el beneficio. «Uno
viene aquí y no sabe a qué hora saldrá». Mientras hablamos con ella, un agente del
Estado, desde el mostrador y en tono de maestro, le dice: «Quédese sentada». Ella
gira hacia nosotros y nos dice: «Si están de buen humor, te tratan bien».
Como muchos otros beneficiarios del subsidio habitacional, Jessica se enteró de esta
«ayuda» (como ella la llama) a través de un asistente social que estaba presente cuan-
do autoridades estatales y policías la desalojaban a ella y a otras quince familias con
hijos («éramos todas mujeres con niños a cuestas») de su pequeña casa precaria «de
madera y chapa», ubicada en un asentamiento (ocupación ilegal de tierras). Todavía
recuerda el día del desalojo como una experiencia altamente traumática —«ahí esta-
ban estos tipos, tirando todas nuestras cosas en los camiones de basura».
Jessica cree que el beneficio social es una «ayuda porque con lo que junto en la calle
(Jessica es “cartonera”, junta y vende cartón, plástico y vidrio), no puedo pagar un
cuarto. Actualmente, cuesta por lo menos cuatrocientos cincuenta pesos por mes (al-
rededor de ciento diez dólares) y con lo que junto en la calle reúno para el cotidiano,
no puedo pagar el alquiler». Si tiene suerte, el subsidio cubrirá seis meses de alquiler
en un hotel de bajo nivel en la ciudad. Después de esos seis meses, se quedará sin ho-
gar; el subsidio no puede ser renovado.
Repitiendo lo que escuchamos en varias ocasiones, Jessica dice que obtener el benefi-
cio toma «un largo tiempo… nunca se sabe cuándo pagarán». Y como muchos otros,
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concibe el tiempo de espera como un indicador de la perseverancia de los clientes y,


por lo tanto, de su «necesidad real». Si «realmente necesitan», ella y otras personas así
lo creen, «esperarán durante mucho tiempo», continuarán «viniendo» y mostrarán a
los agentes del Estado que son dignos receptores de la ayuda. Como ella lo pone:
«Uno tiene que esperar, esperar, y esperar… No te lo dan hasta que vengas tres, cua-
tro, cinco, diez veces, al control, a hablar, a pedir, con este o con el otro…».
Como mucha gente con la que hablamos, Jessica compara esta larga e incierta espera
con la del hospital público. En una afirmación que muestra de manera prominente la
forma en la que la gente pobre se relaciona con el Estado, añade: «Acá y en el hospital
te dicen lo mismo, “sentate y esperá” y (¿qué haces?), te sentás y esperás. Y si tenés un
poco de dinero, compras una coca cola y un sándwich» (el énfasis es mío). (Registro
del trabajo de campo.)
La historia de Jessica encapsula la secuencia narrativa de este trabajo: exa-
mina los puños visibles (el desalojo forzado), luego describe las patadas clan-
destinas (la acción de «los tipos», que, como veremos más adelante, son
matones que trabajan para el Estado), y finaliza con un bosquejo del funcio-
namiento de los codazos invisibles («siéntese y espere»). La historia también
ilustra el poder diferente de estas manifestaciones de fuerza (no hace falta
aclarar que no es lo mismo lograr el acatamiento de los pobres durante largos
períodos de espera que echarlos de sus hogares por medio de la violencia).
A efectos expositivos, este trabajo separa los puños, las patadas y los coda-
zos. No debemos olvidar, sin embargo, que estas fuerzas están profunda-

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Javier Auyero

mente entrelazadas en los encuentros diarios de los pobres urbanos con el


Estado. Una comprensión abarcadora de estas interacciones tiene que inte-
grar estas tres formas de regulación en un único marco analítico.

PUÑOS VISIBLES
Antes de describir los componentes principales del puño visible hago dos
aclaraciones. Primero, el endurecimiento del poder del Estado contra la gen-
te pobre —bajo formas de violencia, encarcelamiento, desalojos y control te-
rritorial— no obedece a un plan deliberado diseñado por las autoridades,
sino a una «convergencia objetiva de un conjunto de políticas públicas dispa-
res» (Wacquant, 2009: 29). En este sentido, la imagen de un puño puede ser
engañosa. No hay ni un plan deliberado ni un agente solo, monolítico, que
esté dirigiendo el puño hacia los pobres; más bien, se trata de una serie de
procesos que confluyen alrededor del intento por controlar su conducta. En
segundo lugar, al tratar con el subalterno, los agentes del Estado no siempre
realizan sus negocios a plena luz del día. Como veremos en el caso de los
desalojos emprendidos en la ciudad de Buenos Aires, la dimensión pública
del Estado democrático a veces desaparece al interactuar con las poblaciones
marginales; en efecto, se asemeja a las tareas secretas de un Estado dictatorial
que tiene aterrorizantes resonancias en la historia argentina. Es decir, cuando
se encuentra en los márgenes del orden social, el Estado opera de forma simi-
lar a los regímenes autoritarios (O’Donnell, 1993; Brinks, 2008a, 2008b). La
imagen de las patadas clandestinas intenta captar esta otra forma de accionar
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del Estado.

PROTESTA, REPRESIÓN Y CRIMINALIZACIÓN


Desde el retorno de la democracia en 1983, la represión del Estado hacia
los movimientos sociales de la gente pobre ha fluctuado. Durante la segunda
mitad de los años noventa y principios de los dos mil, la violencia del Estado
alcanzó su forma más extrema y brutal, con la represión de protestas organi-
zadas por desempleados (conocidos como piqueteros) y de manifestaciones
callejeras en diciembre de 2001 (Giarracca, 2001; Svampa y Pereyra, 2003;
Giraudy, 2007). Los cuerpos de seguridad hicieron uso rutinario e informal
de fuerzas letales en el contexto de protestas masivas, que significaron la im-
plicación del Estado argentino en serias violaciones a los derechos humanos:
entre diciembre de 1999 y junio de 2002, las fuerzas del Estado mataron a
veintidós personas y centenares fueron seriamente heridas en protestas pú-
blicas (CELS, 2003). Aunque la violencia del Estado contra los piqueteros ha
disminuido desde 2003, la criminalización judicial de la protesta persiste
(CELS, 2009). En la década pasada, miles de manifestantes han sido procesa-
dos por el Estado. El «enorme poder coercitivo desplegado contra esos acu-
sados en un proceso penal» ha sido utilizado «por la administración de justi-
cia como una herramienta auténtica para subyugar activistas» (CELS, 2003:
24; véase también CELS, 2009).

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Puños, patadas y codazos en la regulación de la pobreza neoliberal

Violencia policial
Veinticinco años de democracia, escribe el politólogo Daniel Brinks
(2008a: 12), han tenido «un impacto democratizante perceptible en las leyes
y constituciones escritas de América latina». Y continúa:

Si las leyes describieran la práctica, América Latina se estaría acercando a una utopía
democrática igualitaria, pero en la práctica, el mundo de violaciones y discriminación
de los derechos continúa rezagado respecto al mundo de jure de la igualdad de dere-
chos para todos. La violencia de la policía es uno de los lugares en los que la realidad
no cumple con la promesa de la democracia. Muchos países, incluso o especialmente
aquellos con una herencia de represión autoritaria, se han convertido en democráti-
cos, pero continúan violando los derechos individuales. Esos países no tienen más
como blanco a opositores políticos, pero su policía continúa torturando y matando a
gran escala para mantener el orden social (Brinks, 2008a: 12; énfasis mío).

Entre esos países destaca Argentina (junto a Brasil). Las fuerzas de segu-
ridad del país utilizan habitualmente la violencia letal como medio de con-
trolar el crimen (Daroqui et al., 2009). El reporte de derechos humanos pu-
blicado anualmente por el Centro de Estudios Sociales y Legales describe la
situación de esta manera: «Los niveles de violencia […] el uso abusivo de la
fuerza, las ejecuciones extrajudiciales de aquellos sospechosos de un crimen,
las detenciones arbitrarias, la tortura y los abusos físicos, la fabricación de
causas penales y las falsas imputaciones, siguen siendo fenómenos extendi-
dos en la Argentina» (CELS, 2009: 11). Entre 1995 y 2000, Buenos Aires
«tuvo un promedio per cápita del índice de homicidios de la policía (casi dos
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por cien mil) […] tan alto como el de São Paulo [ciudad perceptiblemente
violenta]». Constante (y generalmente impune [Brinks, 2008a; CELS, 2009;
Daroqui et al., 2009]), la violencia de la policía no es, está de más decirlo, de-
mocrática. Encuentra sus blancos privilegiados entre los pobres urbanos y,
entre ellos, la juventud que vive en villas, complejos habitacionales y asenta-
mientos ilegales (CELS, 2009).

Crecimiento de las cárceles


Otra cara del puño visible del Estado dirigido en contra de los desposeí-
dos es el crecimiento de la población en las cárceles. Argentina comparte una
tendencia con las sociedades avanzadas, a saber, una «hinchazón espectacular
de la población tras las rejas» (Wacquant, 2009: xiii). Aunque hay una dife-
rencia notable en los índices de encarcelamiento entre Argentina y Estados
Unidos (183,5 convictos por cien mil residentes en 2007, una figura que pali-
dece en comparación con los actuales setecientos sesenta por cien mil en los
Estados Unidos), ambos países han visto un crecimiento explosivo durante
las dos décadas pasadas. En los Estados Unidos, la tasa de encarcelamiento
creció de 138 convictos por cada cien mil residentes en 1980 a 478 por cien
mil en 2000 (Wacquant, 2009: 117). Desde el retorno de la democracia, Ar-
gentina ha sufrido un incremento casi cuádruple (el 398 por ciento) de la po-

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Javier Auyero

blación encarcelada en prisiones federales. En 1997, para citar el caso de la


provincia de Buenos Aires, había 14 292 personas en cárceles y prisiones del
Estado; una década más tarde, la población encarcelada casi se había duplica-
do (27 614) (CELS, 2009).
El Centro de Estudios Legales y Sociales se ha puesto a la vanguardia de-
nunciando públicamente las espantosas condiciones de vida dentro de las so-
brepobladas prisiones de Argentina y la violación sistemática de los derechos
de los internos. Una comparación entre el encarcelamiento en el norte avan-
zado y en el sur subdesarrollado está más allá del alcance de este trabajo. Sin
embargo, debe destacarse una convergencia funcional. En ambos casos, los
«índices del encarcelamiento sirven para neutralizar y almacenar físicamente
a las fracciones supernumerarias de la clase obrera [y debo añadir, siguiendo
a Nun (2001), “de la masa marginal”] y, particularmente, a los miembros des-
poseídos de los grupos estigmatizados […]» (Wacquant, 2009: xvi). O, como
reporta la CELS, la prisión es utilizada como una «respuesta generalizada del
Estado a las demandas y conflictos sociales» (2009: 279).

Ocupación militar
Otra manera particularmente ilustrativa en la que el Estado ha controlado
el comportamiento de los pobres urbanos mediante el uso de la fuerza ha
sido la ocupación de barrios enteros por la Gendarmería Nacional en lo que
representan verdaderos sitios territoriales. La Gendarmería Nacional es una
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fuerza de seguridad de origen militar, dependiente del Ministerio de Justicia,


Seguridad y Derechos Humanos de la nación argentina. En la actualidad, los
gendarmes hacen cumplir la ley y el orden dentro de los infames barrios de
La Cava y Carlos Gardel, en Buenos Aires. Pero es en el barrio Ejército de
los Andes donde los gendarmes han alcanzado notoriedad nacional. Aproxi-
madamente 35 000 personas viven en los 3777 apartamentos situados en el
barrio Ejército de los Andes, conocido comúnmente como Fuerte Apache. El
barrio está situado en Ciudadela, a algunas cuadras de la General Paz, la
autopista que divide el Gran Buenos Aires, o los suburbios —la zona metro-
politana que abarca treinta distritos municipales— de la capital de Buenos
Aires. Los tortugas ninja, como se conoce localmente a los soldados de la
Gendarmería, han ocupado este barrio (con la misión indicada de «mejorar la
seguridad») desde el 14 de noviembre de 2003.
Lo que sigue son los extractos de una crónica escrita por el periodista
Cristian Alarcón, en ocasión del asesinato de un gendarme en el barrio. La
historia completa revela que el asesinato fue motivado por venganza y, al
mismo tiempo, expone el carácter relacional y honorífico de una violencia
que los medios y las autoridades retratan como aparentemente sin sentido.
Los pasajes seleccionados ilustran vívidamente algunos aspectos clave de las
experiencias en la vida de la gente pobre con la violencia diaria ejercida por
los agentes del Estado:

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Puños, patadas y codazos en la regulación de la pobreza neoliberal

—Yo me iba a estudiar, hace como dos semanas. Estábamos comiendo pan casero
—cuenta P., veinte años, desocupado desde que lo echaron como repartidor de Las
Marías—. Entonces vinieron cinco o seis gendarmes, nunca entran de a menos, con
los palos para pegar. Andan con los cascos, con las armaduras esas que parecen las
Tortugas Ninjas. Te dicen: «No me mirés. Mirá para abajo. Tirate al piso. Ni mirés
pendejo de tal por cual», y después te sacan todo lo que tenés en los bolsillos. Si hay
plata, por ahí, según el gendarme, se la queda. Si no, te quitan la droga y lo demás te
lo dan.
El relato de P., se repite en la ronda. Y se repetirá en otros testimonios, de las formas
más variadas. Lo que se reitera es la orden de no mirar, y los borcegos [botas mili-
tares].
[…]
En cada [entrada] hay un puesto de gendarmería. En cada puesto, entre tres y cinco
uniformados. Los que custodian no lucen como los que caminan el barrio, visten la
ropa de fajina y tiene armas largas. Después de las diez de la noche, dicen, salen los
del Cuerpo Especial, o «cascudos», como los bautizaron […] La tensión con los gen-
darmes se siente en la oscuridad de la noche del viernes. Entre las paredes sucias de
uno de los monoblocks, una luz de linterna se mueve como buscando algo. Parece
uno de esos focos gigantes que se encienden en las cárceles cuando alguien se ha esca-
pado. Se distinguen las siluetas de las Tortugas Ninjas, que forman una tropa de seis
[…] Los gendarmes avanzan con armas largas en las manos y sin abrir la boca. Así,
con señas, sin emitir palabra, les indican a los pibes que encuentran que se pongan
contra la pared. Los hacen poner las manos arriba, abrir las piernas y proceden a re-
gistrarlos.
De Cristian Alarcón, «El Barrio Fuerte», Revista C, noviembre 2008; traducción
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mía.

Desalojos
Los desalojos de residencias ilegalmente ocupadas y de espacios públicos
por mandato del Estado se han elevado súbitamente desde el principio de la
década —especialmente en la ciudad de Buenos Aires—, debido al rápido au-
mento de los precios en propiedades inmobiliarias desde 2001, al proceso de
«gentrificación» 3 cada vez más intenso en áreas selectas de la ciudad, y a
cambios en la judicatura que acortan el proceso judicial civil. Cuando el ac-
tual alcalde de Buenos Aires se hizo cargo del gobierno, había ocupantes que
vivían en aproximadamente ciento sesenta espacios públicos (sobre todo en
parques y plazas); en menos de un año, el gobierno «limpió» (palabra usada
por los funcionarios) casi cien (Perfil, 16 de noviembre de 2008). Los desalo-
jos de edificios privados y de propiedad del gobierno también se incrementa-
ron a ritmo acelerado. En 2006 desalojaron a 34 personas por día; un año más
tarde, la figura se había duplicado: 76 personas al día eran expulsadas de los
lugares donde vivían (Clarín, junio de 2004, 2007). Para finales de 2007 ha-

3 Gentrificación se refiere al proceso por el cual una zona urbana cuyos residentes son mayorita-

riamente de clases populares o pobres pasa a ser habitada por los sectores de ingresos medios y
medio-altos.

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bían desalojado a 6700 familias en la ciudad de Buenos Aires (Clarín, 7 de


septiembre de 2007). (Según el gobierno municipal, hubo un incremento del
300 por ciento en los desalojos durante 2007 [CELS, 2009: 322].) Durante
2008, los desalojos ocurrieron a un paso incluso más rápido: un desalojo or-
denado por el poder judicial por día. Negando su velocidad pero reconocien-
do su ocurrencia, el jefe de gabinete del gobierno municipal lo expuso de esta
manera: «Los desalojos se están realizando lenta, y silenciosamente» (Pági-
na12, 4 mayo 2009; énfasis mío).
Naturalmente, el número de gente que vivía en las calles se duplicó en
menos de un año (de aproximadamente mil a dos mil personas que duermen
en las calles cada noche) (Página12, 4 mayo 2009). Mientras el gobierno mu-
nicipal extiende su brazo punitivo incrementando rápidamente los desalojos,
retrae al mismo tiempo su brazo de bienestar social: el presupuesto del Insti-
tuto de Vivienda de la ciudad (la agencia responsable de financiar la vivienda
desde el Estado) disminuyó cuatro veces —de quinientos millones de pesos a
ciento veinte millones de pesos.

Patadas clandestinas
—¡Dale, arriba, vamos! —fueron los primeros gritos que despertaron a María esa
madrugada. Tres hombres de buzo negro con capucha, rompían a palazos su rancho
debajo de la autopista.
—Dale, ¿qué te pasa? ¡Arriba! ¿O querés que te traiga a los de la barra? —María se
arrastró por el piso de rodillas, con la panza de ocho meses colgando y sin levantar la
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cabeza. Solo veía los pantalones estilo militar y las zapatillas que lo pateaban todo.
A unos metros, un camión de basura camuflado esperaba con el motor prendido la
señal de avance. El chiflido fue agudo. Adentro del camión los hombres tiraron los
colchones, las frazadas, la ropa y las tres bolsas de lienzo blanco con botellas de plás-
tico y cartones.
Se escuchó un forcejeo. De uno de los changuitos, estaba prendido el hijo de cinco.
Las manos se aferraban como garras a los metales.
—Soltalo, pendejo de mierda —repitió el hombre de capucha negra; tironeó más
fuerte y se lo arrancó en un empujón. María corrió desesperada y llegó justo para co-
merse el palazo. El golpe le costó varias hemorragias y una internación.
La patota se subió entonces al auto sin patente donde otros dos hacían el aguante por
si la cosa se ponía pesada. Ella, tirada en el piso, llegó a leer las letras de una de las go-
rras negras: UCEP (Unidad de Control del Espacio Público).
De Lucía Alvarez, «Desalojados».
http://aguilashumanas.blogspot.com/2009/09/desalojados-lucia-alvarez.html

Los desalojos son determinados por orden del Estado y generalmente son
realizados con ayuda de la policía. Pero durante las dos administraciones
municipales anteriores y la actual, el gobierno también ha desplegado una
fuerza especial cuya tarea es intimidar, y después expulsar violentamente, a
los «intrusos» (arrendatarios ilegales) de parques, plazas, calles, lotes debajo

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Puños, patadas y codazos en la regulación de la pobreza neoliberal

de autopistas y edificios de la ciudad. En 2009, un grupo de veinte a treinta


«hombres corpulentos y de pinta hostil» (Perfil, 16 noviembre 2008) fue ofi-
cialmente nombrado la Unidad de Control del Espacio Público (UCEP). To-
dos los miembros de la UCEP son empleados del Estado. Antes de la actual
administración, bajo gobiernos «progresistas» y autodenominados como de
centro-izquierda, el grupo era conocido informalmente como «los tiburo-
nes». La prensa ha documentado docenas de casos en los cuales estos agentes
estuvieron implicados en desalojos violentos, la mayor parte del tiempo du-
rante la noche, usando métodos que se asemejan tristemente a aquellos utili-
zados por autoridades militares durante la dictadura pasada para «limpiar» la
ciudad de los habitantes de las villas (Oszlak, 1991; Perfil, 16 noviembre
2008; Página12, 4 mayo 2009; Página12, 12 abril 2009; Notife, 3 agosto 2009).
Cuando fueron consultados sobre sus procedimientos de «limpieza», los
miembros de la UCEP aseguraron a los periodistas «que son pacíficos pero
que, a veces, tienen que mostrar sus dientes»: «Un día un intruso no quiso
irse y tuvimos que poner un camión de basura delante suyo y le dijimos que
íbamos a tirar todas sus cosas ahí. Entendió» (Perfil, 16 noviembre 2008).
Los funcionarios del gobierno y los propios «tiburones» dicen que todo
lo que hacen es «hacer cumplir [con la ley] a la gente [intrusos]»; buscan
«limpiar los espacios públicos de intrusos, en nombre de la ley» (Perfil, 16
noviembre 2008). Lo que ninguno de ellos admite es que lo hacen con méto-
dos ilegales y, como consta en más de un caso documentado, emplean la vio-
lencia absoluta, causando daño físico a los residentes pobres de la ciudad y
destruyendo sus pocas pertenencias.
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Los guardias de la UCEP, verdaderos «especialistas de la violencia» (Tilly,


2003a), ilustran la última y más reciente encarnación de las patadas que el Es-
tado genera de forma clandestina. También ilustran la operación continua de
lo que, en trabajos anteriores (Auyero, 2007; Auyero y Mahler, 2009), llamé
la «zona gris» del poder del Estado: la zona de relaciones clandestinas en
donde se vinculan quienes detentan el poder y quienes perpetran la violencia
colectiva.

CODAZOS INVISIBLES
Los gendarmes, la policía, las cortes, los «tiburones» de la UCEP y las
prisiones son, parafraseando la descripción que Loïc Wacquant hace del
abordaje punitivo que impregna al Leviatán neoliberal en sociedades avanza-
das, «la cara dura y severa» que el Estado argentino muestra a «las categorías
expropiadas y deshonradas atrapadas en los huecos de las regiones inferiores
del espacio social y urbano» (Wacquant, 2009: xviii). Para aquellas poblacio-
nes que viven en los márgenes de la estructura social y espacial, sobrevivien-
do en las grietas y rajaduras de una ciudad rápidamente gentrifying, y para
los que se atreven a rebelarse en contra de condiciones de vida opresivas, el
Estado argentino despliega formas de represión abierta, encarcelamiento,
violencia ilegal y expulsión «lenta y silenciosa».

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Javier Auyero

Junto al puño de hierro visible y a las patadas clandestinas, el Estado tam-


bién utiliza lo que denomino como «codazos invisibles» —un término que
tomo prestado y que adapto de Charles Tilly— para mantener a los parias
urbanos bajo control (Tilly, 1996b, 1997c). ¿Qué son? Para Tilly, la imagen
del «codo invisible» encapsula lo esencial de las interacciones sociales. La
interacción social, de acuerdo a Tilly, implica errores constantes seguidos de
intentos por corregirlos. Buena parte del orden en la estructura social y en
los procesos sociales es, entonces, el producto no de la acción racional, sino
de los intentos por (y los límites al) corregir errores. «Volviendo a casa desde
el almacén del barrio», escribe:

Con los brazos ocupados con bolsas repletas de comida, usted se apoya contra la viga
de la puerta, de alguna forma logra liberar una mano para abrir la puerta de la cocina,
entra en la casa y después, cierra ligeramente la puerta con el codo. Debido a que los
codos no son prensiles y, en esta situación, tampoco visibles, a veces usted cierra la
puerta de golpe, pero con elegancia, a veces deja la puerta a medio cerrar, a veces falla
totalmente en el primer intento, y a veces —como reacción a una de las calamidades
anteriores— derrama las compras por todo el piso de la cocina (Tilly, 1997c: 39).

Las propiedades sistemáticas de los actores y de las cosas implicadas en


esta familiar ilustración (puerta, codo, compras, y los compradores) delimi-
tan los resultados del intento de cierre. Tilly añade: «Luego de muchos viajes
al almacén del barrio, estos resultados forman una distribución de frecuen-
cias con probabilidades estables, modificadas por el aprendizaje. Con la
práctica, se conseguirá un promedio de 0,900 para cerrar la puerta» (1997c:
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39). Y aquí yace la clave del análisis de Tilly: interacciones erróneas y conse-
cuencias inesperadas impregnan las interacciones sociales, pero así también
se dan «correcciones y respuestas al error, a veces de forma casi instantánea, a
resultados inesperados» (1997c: 39). Colectivamente, los errores y las rectifi-
caciones, el aprendizaje y la práctica, producen «una estructura social siste-
mática y durable» (1997c: 38) incluso ante la ausencia de una intención unifi-
cada y consciente.
Con fines ilustrativos, volvamos a una escena típica de desalojo. Allí, jun-
to al personal de la policía, a funcionarios judiciales y/o agentes del orden de
la UCEP (la mano derecha y represiva del Estado), encontraremos agentes
que pertenecen a la mano izquierda del Estado (Bourdieu, 1999), es decir, los
funcionarios del Ministerio de Desarrollo Social. ¿Qué hacen ahí? En los
muchos casos revisados (a partir de entrevistas informales con oficiales del
Estado, trabajo de campo en dicho Ministerio, y de cobertura periodística) se
reveló una lógica básica. Esencialmente, los agentes de bienestar social —ge-
neralmente menos perceptibles que las fuerzas represivas— se hacen presen-
tes durante la mayoría de los desalojos para animar a los recientemente ex-
pulsados a solicitar un «subsidio de vivienda» disponible en la agencia de
bienestar del Estado. El monto efectivo de este subsidio varía de acuerdo al
número de miembros del hogar, pero normalmente no cubre más de seis me-
ses de renta en alguno de los apartamentos más descuidados de la ciudad.

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Puños, patadas y codazos en la regulación de la pobreza neoliberal

En ocasiones, el subsidio se utiliza como soborno para tentar a los intru-


sos a dejar la propiedad ilegalmente ocupada; cuando el soborno, por alguna
razón, no funciona, los guardianes de la UCEP comienzan su trabajo. El lec-
tor debe observar la ironía: en una forma que se asemeja al trabajo de un
chantajista, el Estado produce un peligro (con el desalojo produce una po-
blación sin hogar) y entonces, a cierto costo, ofrece un escudo (precario y li-
mitado) contra él (Tilly, 1985). El precio a pagar es la frecuentemente silen-
ciosa sumisión de los pobres a los mandatos del Estado.
En el período inmediatamente posterior a un desalojo, la ahora población
sin hogar comienza una nueva dura experiencia —una que es compartida por
otros que, por varias razones, terminan en la oficina de bienestar social y por
aquellos que se encuentran en los peldaños más bajos del espacio social y
cultural, quienes tienen que interactuar con una agencia estatal—. Durante
esta dura experiencia, la violencia física del puño visible ocupa el asiento tra-
sero y una forma menos evidente de dominación comienza a actuar. Codazos
que la gente pobre no ve, producen resultados que nadie pretende explícita-
mente: una forma sutil de dominación que logra la sumisión de la gente po-
bre no a través de la fuerza y del control de cuerpos y espacios, sino a través
de la manipulación del tiempo de aquellos en situación de necesidad.
De una forma que se asemeja de cerca a los juicios y a las tribulaciones ex-
perimentadas por Joseph K. en El proceso, de Kafka, cada vez que los despo-
seídos buscan una solución a sus acuciantes problemas (de vivienda y comi-
da, a las respuestas a los peligros medioambientales que les afectan [Auyero y
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Swistun, 2009]) en una agencia estatal (una oficina de bienestar social, una
corte, etc.), serán progresivamente enmarañados en una red de poder del Es-
tado —una integrada por salas de espera, pasillos y papeleo—. Aquí, con pa-
labras y acciones, los burócratas del Estado piden (y generalmente obtienen)
la sumisión sin quejas de los desposeídos haciéndolos esperar usualmente
por largos períodos de tiempo. El encuentro con el Estado es vivido por los
pobres como un espacio y tiempo de codazos invisibles que les hacen saber
que, si han de obtener una solución a sus urgentes necesidades, tienen que
«volver mañana… y seguir esperando». Estas acciones y palabras no tienen
ni la visibilidad ni la fuerza de los puños y las patadas descritos arriba. Nin-
gún soldado, policía, guardia o agente del orden controla las acciones de los
codazos del poder del Estado. Estos codazos, sin embargo, terminan creando
una forma muy eficaz de dominación —una que fabrica pacientes del Estado
que, como nos comentara Jessica al comienzo de este trabajo, «se sientan y
esperan» y «regresan y siguen esperando».
La espera, escribe Pierre Bourdieu en Meditaciones pascalianas, es una de
las formas privilegiadas de experimentar los efectos del poder. Según Bour-
dieu, «hacer que la gente espere… retrasar sin destruir la esperanza… aplazar
sin decepcionar totalmente» es parte integral del funcionamiento de la su-
bordinación. El limitado espacio de este trabajo impide una descripción
completa de las muchas interacciones que observamos durante el lapso de un

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Javier Auyero

año de trabajo de campo en equipo entre los pobres urbanos y el Estado.


Simplemente déjenme presentar la historia de una «esperante ejemplar», una
especie de Penélope de La Odisea de la oficina del Ministerio que caracteriza
las muchas facetas de las experiencias compartidas de la espera.

El juicio de Milagros
En la parte posterior de la sala de espera de la oficina de bienestar social, Milagros de
veintisiete años, juega con dos niños pequeños; uno de ellos es Joaquín, su hijo de
dos años. Milagros es peruana y ha estado «en esto» (la manera en la cual se refiere al
trámite en la oficina del Ministerio) por un año y medio. Es beneficiaria de dos pro-
gramas (un programa de transferencia de efectivo conocido como Nuestras Familias
y el subsidio habitacional). El subsidio está «atrasado» nos dice, «porque no hay día
de pago programado para los extranjeros».
A menudo camina hacia la oficina del Ministerio —es una caminata de tres kilóme-
tros pero le permite ahorrar su muy necesario efectivo—. Desde que dio a luz no
puede llevar mucho peso, así que los días en los que la abuela de Joaquín no puede
cuidarlo, Milagros tiene que tomar el autobús con él. El costoso precio del autobús
no es la única razón por la que ella evita venir con él. Esperar, dice, es «aburrido y
cansador» para ella y su hijo. Esperar, añade, es «costoso» —refiriéndose a los gastos
en que incurre cada vez que su hijo demanda «algo de beber o comer» del kiosco si-
tuado en la parte posterior de la sala de espera del Ministerio—. En su ajustada vida,
un viaje de treinta centavos en autobús y una golosina de cincuenta centavos de dó-
lar, son un lujo que no puede permitirse. De esta manera, y en muchos otros aspec-
tos, la historia de Milagros no es anecdótica. Durante una de nuestras primeras ob-
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servaciones, una madre regañó a su pequeña hija: «Ustedes me están haciendo gastar
una fortuna. No más. Les compraré un chocolate caliente por la tarde» —y docenas
de entrevistados nos contaron historias de características similares.
Milagros tuvo conocimiento de los beneficios sociales gracias a un asistente social en
el hospital donde dio a luz. Cuando intentó postular por primera vez, vino a la ofici-
na de bienestar social al amanecer. «A las cuatro AM, daban treinta cupos, y era el
número 32. Pensé que iban a atender[me], pero no lo hicieron». El día siguiente, vino
«más temprano… a las once PM (de la noche anterior). Esperé afuera durante toda la
noche pero había un problema y no abrieron la oficina ese día. Fue una larga espera».
Entonces esperó tres meses más. Un día, volvió al mediodía y le dijeron que venga
más temprano en la mañana. Hizo el trámite y recibió el subsidio de vivienda por un
mes. Como el dueño del apartamento que alquilaba «no tenía todo en orden» su sub-
sidio fue suspendido precipitadamente. Tuvo que recomenzar el papeleo para recibir
dos cuotas más —después de lo cual dejó de ser elegible.
Milagros gana nueve dólares americanos por día, cuidando a una pareja de adultos
mayores y no puede permitirse faltar al trabajo ni un día. Cuando viene a la oficina
de bienestar social, se encuentra con amigos, con los que habla de cómo los emplea-
dos del Ministerio «les dan vueltas». «Te desanimás», nos dice, «porque [los emplea-
dos] te dicen que vengas el día X. Pides permiso en el trabajo y luego descubres que
no depositaron el dinero. Pierdo un día en el trabajo… Creo que la ayuda es una bue-
na cosa pero… bueno, no pienso que sea justo hacernos esperar tan de largo y que a
veces te hagan venir al pedo… Te dicen, vení el Lunes, y luego el Miércoles, y luego
el Viernes... y esos son días de trabajo».

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Puños, patadas y codazos en la regulación de la pobreza neoliberal

Milagros no sabe si recibirá o no el subsidio hoy. La última vez que vino a esta ofici-
na se «fue sin nada». Se sentía «impotente» y lloró mucho en casa, nos contó, pero
«aquí no dije nada» (énfasis mío). Ella necesita desesperadamente la ayuda que el go-
bierno de la ciudad le ofrece para pagar la renta y para alimentar a su hijo.

La espera, nos enseña la historia de Milagros, es un proceso, no un acon-


tecimiento que ocurre una sola vez. La enorme mayoría de aquellos que en-
trevistamos en la sala de espera de la agencia de bienestar social había atrave-
sado por alguna versión de lo que, invocando otra vez a José K., podríamos
llamar «el proceso» del Ministerio. Como ilustra la historia de interminables
fastidios de Milagros, este proceso está impregnado por situaciones de incer-
tidumbre y arbitrariedad (y la frustración resultante), muy parecidas a las
descriptas por Kafka. La incertidumbre y el carácter arbitrario engendran un
efecto subjetivo particular entre aquellos que necesitan del Estado para so-
brevivir: cumplen silenciosamente con los mandatos (generalmente capri-
chosos) de las autoridades. La declaración de Milagros en una oración, con
relación a lo que hizo (o, mejor, a lo que no hizo) cuando tuvo que esperar
contra su voluntad, mientras se encontraba suspendida en la incertidumbre
(«aquí no dije nada»), y sus sensaciones de aquel momento («desanimada»,
«impotente»), resumen la relación entre la espera y la sumisión, que exami-
namos durante nuestro trabajo de campo. O como Jessica, citada al principio
de este artículo, expone: «Te dicen que te sentés y esperés… y uno se sienta y
espera».
Así, lejos de ser simplemente una práctica negativa, una combinación de
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palabras y de hechos que simplemente le dicen a la gente pobre que todavía


no es su tiempo, hacer esperar a la gente pobre tiene algunos «efectos positi-
vos posibles, incluso si estos parecen marginales a primera vista» (Foucault,
1979: 23). El mayor de estos efectos positivos es la fabricación diaria de suje-
tos que saben (y actúan en consecuencia) que cuando se enfrentan a las buro-
cracias del Estado tienen que cumplir pacientemente con los requisitos gene-
ralmente arbitrarios (siempre cambiantes y nunca bien definidos) del Estado.
Precisamente, la raíz latina de la palabra paciencia, «la calidad de ser paciente
en el sufrimiento» según el diccionario inglés Oxford, es pati —«sufrir,
aguantar»—. Desafortunadamente, en las recurrentes interacciones con el
Estado, la gente pobre aprende, mediante los sutiles golpes del codo tillyiano,
que será descuidada temporalmente, desatendida o pospuesta.
Con el tiempo, los viajes al almacén y las tentativas reiteradas de nuestros
codos nos hacen mejores para cerrar la puerta, dice Tilly (1997c). Los viajes a
las oficinas del Estado y las interacciones con las autoridades estatales (in-
teracciones que incluyen prescripciones —«siéntese y espere»—, consejos
amistosos y no tan amistosos —«vuelva en un mes y veremos»—, pero tam-
bién errores humanos, retrasos causados porque el sistema de la computado-
ra se cayó, errores de comprensión del lenguaje del Estado, etc.) le enseñan a
la gente pobre que para conseguir cierto recurso crucial para su superviven-
cia tendrán que cumplir con la espera. Diariamente, esta estrategia de domi-

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Javier Auyero

nación reconstruye la asimetría existente entre los moradores urbanos más


destituídos y los agentes del Estado, e intenta subordinar a los primeros «in-
duciendo ansiedades, incertidumbres, expectativas, frustraciones, heridas y
humillaciones» (Bourdieu, 2001: 110).
Aquellos que esperan en la oficina del Ministerio viven vidas constante-
mente «al límite» del desastre o en medio de él —han sido o están a punto de
ser desalojados, acaban de perder sus trabajos, están seriamente enfermos, sus
cónyuges los dejaron recientemente con tres o más niños pequeños que serán
cuidados sin una fuente de ingresos domésticos, y/o alguna combinación de
lo anterior—. Una vez que entran en la sala de espera de la oficina de bienes-
tar, la inseguridad no se detiene: «Nos pelotean», «Nos patean de un lado para
el otro». Sería difícil encontrar expresiones que den mejor con el carácter de
objeto con el que se sienten tratados. Esta simple declaración capta la incerti-
dumbre y el carácter arbitrario de la experiencia vivida de la espera. La mayo-
ría aplastante sabe cuándo ir («mientras más temprano, mejor») a la oficina; la
mayor parte, sin embargo, no sabe cuándo se irá: «Le dije a mi marido: “Voy a
la oficina de bienestar… no sé cuándo vuelvo”». De hecho, la incertidumbre
impregna tanto la cantidad de tiempo que pasarán allí como el resultado de la
visita. Más de la mitad (el 59 por ciento) de nuestros 69 entrevistados no saben
si recibirán el beneficio que vinieron a pedir o cuándo lo harán. Es decir, en la
espera indeterminada que define las interacciones entre la gente pobre y la bu-
rocracia de bienestar social, observamos la reproducción diaria de un modo
de dominación fundado «en la creación de un estado generalizado y perma-
nente de inseguridad» (Bourdieu, 1999: 85) que apunta —y en gran medida lo
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consigue— a forzar al indigente a ajustarse a los mandatos del Estado.

FORMAS DE DOMINACIÓN
La compleja relación entre grupos subordinados y el Estado ha sido un
tema de mucho escrutinio en la investigación histórica y etnográfica (véanse,
por ejemplo, Roy, 1994; Bayat, 1997; Wedeen, 1999; Chatterjee, 2006; Gold-
berg, 2007). En general, ha atraído la atención de la investigación empírica
cuando la relación se ha quebrado —es decir, cuando episodios de conten-
ción de masas o insurgencia explosiva entran en erupción (para una formula-
ción clásica sobre el tema, véase Joseph y Nugent, 1994) y/o cuando ocasio-
nan el despliegue del puño visible del Estado.
Sin embargo, hay mucho por explicar y entender sobre las otras formas
de relación entre el Estado y los grupos subalternos, en este caso los pobres
urbanos —ocultas, encarnadas en la perniciosa operación de patadas clandes-
tinas, rutinarias y corrientes, ilustradas por el funcionamiento de codazos in-
visibles que obligan a los usuarios del Ministerio de Bienestar Social a sopor-
tar largas e inciertas esperas.
Durante la década pasada, los periodistas de investigación y los científicos
sociales han documentado las maneras en las cuales los detentores del poder

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Puños, patadas y codazos en la regulación de la pobreza neoliberal

en Argentina han confiado en sus vínculos ilícitos con miembros del partido
y/u otros tipos de activistas populares para llevar a cabo el «trabajo sucio» de
la política. Este trabajo es variado; va de la intimidación o el escarnio público
de los oponentes electorales a la incitación de la violencia a gran escala. Los
saqueos de supermercados de diciembre de 2001 —donde las acciones e inac-
ciones de agentes políticos ligados al partido peronista y de la policía contri-
buyen en gran medida a explicar mucha de la destrucción ocurrida (Auyero,
2007)— son un ejemplo de lo último. En este trabajo extendí este universo
empírico examinando otras maneras en las cuales los actores del Estado con-
fían clandestinamente en especialistas de la violencia para encargarse de los
grupos subordinados: el uso de tropas de choque para desalojar ocupantes.
La mayoría de los analistas políticos —enfocados como están en el lado «res-
petable», «civilizado» (en el sentido que Elias le atribuye al término, es decir,
faltos de violencia) y fácilmente visible de la política, que tiene lugar en las
casas de gobierno, en los parlamentos y en su difusión a través de los medios
de comunicación— tienden a desatender lo que denominé como la zona gris
de la política, es decir, la zona de lazos (in)visibles y de actos (in)visibles y
clandestinos. Ven su existencia como una prueba de la sordidez general de la
política y de la influencia corruptora del poder, o como una muestra del
«atraso» de regímenes menos que democráticos. Aunque la zona gris de la
política pueda carecer del prestigio de un objeto legítimo de análisis político,
creo que constituye una dimensión crucial de la política que debe ser diseca-
da empíricamente y teorizada críticamente para entender mejor la actividad
política rutinaria. Es decir, como analistas políticos, debemos hacer un mejor
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trabajo integrando las acciones y relaciones de la «zona gris» (y en particular


las acciones de quienes Charles Tilly [2003a] denomina «especialistas en vio-
lencia») en el estudio de la política «normal».
La desatención a estas conexiones clandestinas tiene efectos análogos a la
falta de atención de las «instituciones informales» observada por los politó-
logos Gretchen Helmke y Steven Levitsky. En ambos casos, el análisis políti-
co «arriesga perder mucho de lo que conduce el comportamiento político y
puede obstaculizar los esfuerzos para explicar fenómenos políticos impor-
tantes» (Helmke y Levitsky, 2004: 725). Más que desechar tales actos como
fenómenos aberrantes o denunciarlos bajo argumentos moralizadores, el
desafío para un análisis científico social apropiado es incorporar tales actos
en nuestros modelos estándar de la acción política.
La espera de la gente pobre en la oficina de bienestar social ilustra otra ma-
nera en la cual el Estado se relaciona con el desposeído urbano. Ser un benefi-
ciario real o potencial del bienestar social significa estar subordinado a la ac-
ción de codazos invisibles. Esta subordinación se crea y se reconstruye en
innumerables actos de espera (el anverso es igualmente cierto: la dominación se
genera de nuevo haciendo esperar a los otros). En esos encuentros recurrentes
con los agentes del Estado, la gente pobre aprende a través de retrasos sin fin, y
de cambios al azar, que tiene que cumplir con los requisitos de agentes impre-
visibles. En pocas palabras, los pobres aprenden a ser pacientes del Estado.

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Javier Auyero

Los agentes del Estado no ponen demasiado énfasis en las «costumbres,


hábitos, formas de actuación y pensamiento» (Foucault, 2000: 209) de aque-
llos en situación de necesidad. Durante el curso del trabajo de campo, no
noté atención a —ni el intento de controlar— los más minuciosos aspectos
del comportamiento de la gente pobre; de gobernar sus cuerpos y sus almas;
de moldear sus «hábitos, comportamiento, o disposiciones» en las que la
«función rehabilitadora» del bienestar social en los Estados Unidos puso
mucho énfasis históricamente (Goldberg, 2007: 3; véanse también Gilliom,
2001; Hays, 2003). Más bien, las interacciones con el Estado descritas breve-
mente bajo la rúbrica de «codazos invisibles» introducen «economía y or-
den» (es decir, gobierno, en el sentido que Foucault le atribuye al término) a
través de la manipulación del tiempo de la gente pobre. Es a través de esta
práctica, a través de esta «técnica de gobierno» (Foucault, 1979: 198), que el
Estado crea la sumisión de los pobres. Interpretadas bajo esta luz, las «decla-
raciones mundanas [hechas] por administradores de menor importancia»
(Rabinow, 1984: 15) adquieren una significación sociopolítica más relevante,
más consecuente. Aunque mucho menos espectaculares que las tropas, los
matones y las cárceles, las aserciones aparentemente poco importantes y las
órdenes proferidas por burócratas de bajo rango y por aquellos sujetos a sus
órdenes deben también ser entendidas como indicadores del funcionamiento
del poder. Las palabras, justificaciones y prescripciones de autoridades esta-
tales, y las historias de resignación y frustración del subordinado, están lejos
de ser triviales; al contrario, ejemplifican la reconstrucción diaria de la domi-
nación política.
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En las vidas de la gente pobre, los puños visibles, las patadas clandestinas
y los codazos invisibles se encuentran y se enredan con frecuencia. Sería un
mérito para investigaciones futuras examinar empíricamente las variaciones
en su importancia material y simbólica, los espacios en los cuales actúan, y
las categorías y los escenarios relacionales que afectan. Por ejemplo: ¿son los
puños y las patadas más activos en algunos espacios urbanos (por ejemplo,
en las villas y en asentamientos ilegales) que en otros (barrios de clase traba-
jadora)? ¿Gravitan los codazos invisibles en ciertas categorías de personas
(por ejemplo, mujeres y ancianos) más que en otras (hombres y jóvenes)?
¿Protegen ciertas relaciones (por ejemplo, redes clientelares) a los pobres
contra los puños y patadas y las canalizan hacia el poder de los codazos? Una
comprensión completa de la producción diaria de la sumisión de los pobres
debería integrar estas fuerzas, y luego diseccionar empíricamente su acción
diferenciada.
En uno de sus últimos escritos, Charles Tilly (2003a) hizo una llamada
fuerte y bien fundada por la integración entre la violencia y sus agentes y la
política cotidiana. Este trabajo intentó llevar a cabo esta integración y, al mis-
mo tiempo, extender el universo de las formas de dominación a modalidades
más sutiles de poder mediante una adaptación de la noción tillyiana de «codo
invisible». Como queda claro después de este intento preliminar, es mucho y
muy variado el trabajo que queda por delante.

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12. Sin efusión de sangre. Protesta, policía


y costes de la represión

Diego Palacios Cerezales


Universidad Complutense de Madrid

REPERTORIO REPRESIVO DEMOCRÁTICO


Durante tres semanas de diciembre de 2008, las calles griegas se llenaron
de gente que clamaba contra el gobierno, la policía y la represión. La mayoría
protestaba pacíficamente, pero algunos grupos buscaban el enfrentamiento
físico con la policía o se dedicaban a destruir mobiliario urbano, escaparates
comerciales y cajeros automáticos. Todo había comenzado el 6 de diciembre,
cuando un policía mató a un quinceañero y la noticia desencadenó una noche
de correrías por el centro de Atenas. La policía y el gobierno ofrecieron ver-
siones contradictorias del episodio mortal, desacreditándose, y los medios de
comunicación y la oposición política también se movilizaron, esgrimiendo
contra las autoridades el estigma represivo, que en la cultura política griega
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funciona como la marca de ilegitimidad dictatorial y desde 1974 fundamenta


la superioridad moral de la actual democracia. El gobierno de Costas Kara-
manlis, para contrarrestar el desgaste que estaba sufriendo, ordenó conten-
ción a la policía: ante todo, que en el control de las protestas no hubiera más
muertos. Como causar nuevas víctimas parecía políticamente más costoso
que dejar desprotegidos algunos bienes públicos, permitir cortes de tráfico y
no perseguir la destrucción de propiedad privada, durante las semanas si-
guientes la policía se limitó a mantener posiciones defensivas, facilitando a los
grupos más movilizados ocupar las calles y expresar su insatisfacción y sus
exigencias mediante la violencia contra las cosas (Kalyvas, 2008). Así, tras un
primer exceso policial que desencadenó la protesta, la inflación coyuntural
del coste de la represión para el gobierno se había convertido en una oportu-
nidad para la movilización callejera y la acción directa contestataria.
La posibilidad y la realidad de la intervención de la fuerza pública forman
parte del escenario político. En 1978, en su From Mobilization to Revolution,
Charles Tilly incluía la represión estatal como una de las variables para estu-
diar la historia de la protesta popular, tratándola como un recurso de los go-
bernantes y un coste para la movilización (Tilly, 1978: 100-114). En el mismo
sentido, la escuela del análisis político de la protesta —en gran parte heredera
de aquel libro— ha incluido el grado y la forma de la represión como una de
las dimensiones de la estructura de oportunidades con la que se articulan las

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Diego Palacios Cerezales

movilizaciones sociales, junto con la apertura del sistema político a las exi-
gencias de los movilizados, la división de las élites o la presencia de élites
aliadas (Porta, 1999: 100-104; McAdam, McCarthy y Zald, 1999: 21-46). Sin
embargo, como se observa en los disturbios griegos, el uso de la fuerza por
parte del Estado no es ni un recurso siempre disponible ni un coste unidirec-
cional que solo afecte a los movilizados, sino que, en determinadas circuns-
tancias, también puede acarrear costes políticos para quienes la ordenan o la
ejercen 1.
La preocupación por la no letalidad de las operaciones de policía tiene una
larga historia acorde con una lógica propia, asociada al carácter problemático
de la legitimidad del uso de la fuerza en el control interno de las poblaciones,
incluso cuando un mandato democrático respalda a los gobernantes y a las le-
yes. En el siglo XIX, en casi toda Europa se usaban procedimientos militares
para combatir las movilizaciones populares y eran frecuentes los muertos. En
contraste, las autoridades de Gran Bretaña fueron pioneras, a partir de 1829,
en armar a su nueva policía con bastones y diseñar técnicas no letales para
dispersar multitudes, buscando fórmulas de aplicación proporcionada de la
fuerza que son antecesoras de las modernas panoplias antidisturbios: las car-
gas a bastonazos, los gases lacrimógenos y las coreografías disuasivas. El éxi-
to de los bobbies, que lograron controlar las manifestaciones de las décadas
de 1830 y 1840 sin apenas derramamientos de sangre, fue pronto conocido en
otros países, haciendo que la idea de usar una policía casi desarmada fuera
propuesta y discutida en muchos lugares. Sin embargo, las técnicas de la poli-
cía inglesa tardaron más de medio siglo en adoptarse en otros países europeos
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y en Estados Unidos, mientras que hasta la década de 1960 no se aceleró su


difusión internacional.
Como analizó el propio Tilly, en esa misma Gran Bretaña de comienzos
del siglo XIX donde se diseñaron los primeros dispositivos de orden público
con armas poco letales se estaba forjando una forma política nueva, el movi-
miento social, con su repertorio de peticiones, mítines y marchas multitudi-
narias (Tilly, 1995b). En ese proceso, nuevos grupos se incorporaban a la
consulta vinculante 2 y la protección frente a la arbitrariedad estatal que defi-
nen la democratización (Tilly, 2004a: passim). ¿Hay alguna relación entre las
transformaciones democratizadoras del espacio público, la construcción so-
cial de los costes de la represión para las autoridades y la adopción de técni-
cas antidisturbios incruentas? Las páginas que siguen exploran ese vínculo y
rastrean su historia.

1 La represión tiene dimensiones que en este texto no se tratan, como la prohibición de organiza-

ciones, la restricción de derechos o la persecución judicial (Goldstein, 1984). Aquí nos ocuparemos
únicamente de la dedicada a disputar el control del espacio público a la gente movilizada en manifes-
taciones, cencerradas, piquetes de huelga, sentadas, etc.; es decir, del «control policial de la protesta»
(Porta y Reiter, 1998).
2 En relación con la traducción de este término, véase nota 3 de la introducción.

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Sin efusión de sangre. Protesta, policía y costes de la represión

LOS COSTES POLÍTICOS Y EL DILEMA DEL ORDEN PÚBLICO


Siguiendo la definición clásica de Max Weber, el Estado es aquella organi-
zación que reclama con éxito el monopolio del uso de la fuerza legítima en
un territorio. Para asegurarse ese monopolio cuenta con varias burocracias:
los ejércitos, las fuerzas de policía, el sistema judicial y la infraestructura car-
celaria. Además, la especialización funcional de cada una de estas organiza-
ciones ha formado parte de la formación del Estado moderno (Giddens,
1985: 172-190). A la hora de acercarse a la formación histórica del Estado,
Charles Tilly se distanció de la noción de «fuerza legítima» y se sumó a la
propuesta de Arthur Stinchcombe de modificar la definición weberiana y
subrayar que la legitimidad supone la aceptación de un poder detentado de
hecho y que «para que un poder pueda considerarse legítimo no es tan im-
portante que cuente con la aceptación de aquellos sobre quienes el poder es
ejercido, como con la de otros detentadores de poder [power-holders]»
(Stinchcombe, 1968: 150). Así, este autor permite pensar el espacio social
como un campo estructurado en el cual hay «centros de poder» (policías, tri-
bunales, gobiernos, parlamentos) que actúan legítimamente en la medida en
que las decisiones de unos cuentan con una alta probabilidad de que otros
detentadores de poder las acaten, respalden o apliquen, configurando un es-
pacio institucionalizado (Stinchcombe, 1968: 150-155; Tilly, 1985: 171). Si
bien esta definición parece dejar fuera las creencias y preferencias de la ma-
yor parte de la población, la definición de democratización propuesta por el
propio Tilly —la incorporación de nuevos grupos o categorías sociales al
marco de la «consulta protegida» 3 (Tilly, 2004a)— permite entender que la
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democracia implica una multiplicación de los detentadores de poder, en la


cual nuevas categorías, como la oposición legítima, el público y el electorado,
pasan también a detentar cierto poder y formar parte de la constelación de
actores relevantes que definen la legitimidad. Como veremos, son esos suje-
tos, con su acción y omisión, los que toman parte en la construcción social
de los costes políticos de la represión.
Los gobiernos se ven llamados a usar la fuerza en múltiples situaciones.
Gobernar implica estar en condiciones de disuadir o repeler los actos ilegales
de los individuos y grupos que protestan, o que se movilizan agresivamente
contra sus adversarios. Aparte de las complicidades morales que implique,
desentenderse de hacer respetar las leyes o de proteger a una parte de la po-
blación atacada por otra (sea a los afroamericanos atacados por el Ku-Klux-
Klan en la Alabama de 1960, a la Iglesia por los anticlericales en la España de
1931 o a los sindicalistas por los paramilitares en la Colombia de hoy) supo-
ne hacer dejadez de la función de gobernar y, para un régimen que se quiere
democrático, puede suponer una deslegitimación añadida (Linz, 1987: 50).
Ahora bien, aunque la posibilidad de recurrir a la coerción sea inseparable
de la existencia de gobierno, la legalidad y la necesidad de cada uso concreto

3 En relación con la traducción de este término, véase nota 3 de la introducción.

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Diego Palacios Cerezales

de la fuerza pueden ser impugnadas. La complejidad de la arena política per-


mite que, en la opinión pública, la legitimidad de la coerción estatal sea un
permanente objeto de disputas, con controversias que atañen a la necesidad,
el alcance y la forma de cada intervención policial. Un análisis de las razones
que se esgrimen en esas controversias muestra que en las sociedades demo-
cráticas parece funcionar una pauta cultural según la cual la fuerza solo se
considera aceptable cuando es proporcionada —la mínima para superar una
resistencia— y sigue a un intento de conseguir los mismos fines policiales
mediante la persuasión y las advertencias (Brown, 1999; Wisler y Tacken-
berg, 2000; Wiatrowski y Pino, 2004). El peso de esas pautas culturales hace
que la dispersión enérgica de algunas manifestaciones o sentadas pacíficas
pero ilegales —por cortar el tráfico o bloquear el funcionamiento de un lu-
gar— resulte difícil de justificar ante la opinión pública. También explica que
la policía, preocupada por su reputación, para cumplir con sus órdenes de di-
solver una multitud prefiera a veces la ilegalidad y recurra a provocadores
encubiertos que, creando un foco de violencia, justifiquen una intervención
en la que se disperse al conjunto de los manifestantes (Fillieule, 1997: 341).
Los gobernantes, al usar la fuerza, argumentarán que las leyes y el mandato
de la comunidad hacen que ese uso sea legítimo; pero esa legitimidad puede
ser impugnada por la oposición, que puede acusar al gobierno de represor, de
insensible a la voluntad de los ciudadanos o de incapaz para convencer de la
bondad de sus decisiones. Con el oprobio de la opinión pública y la formación
de coaliciones antirrepresivas, el uso de la fuerza se puede traducir en un coste
político para los gobernantes. Muchos episodios represivos se convierten en
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casos célebres que estigmatizan el carácter de un gobierno, como sucedió en la


España de 1865 con la Noche de San Daniel, cuando la matanza, en Madrid,
de catorce ciudadanos que participaban en una manifestación por la libertad
de cátedra y expresión, aceleró la pérdida de apoyos de Isabel II y facilitó que
se fraguara la coalición revolucionaria de 1868. Otras matanzas pueden provo-
car movilizaciones funerarias en torno a las víctimas capaces de desestabilizar
a un gobierno, mientras que otros casos pueden incluso rememorarse e insti-
tucionalizarse como día de protesta, como sucedió con el 1.º de mayo celebra-
do por el movimiento obrero (Goldstein, 1984; Casquete y Cruz, 2009: 9).
Cuando maltratar a su propia población y, en último término, matarla su-
pone un desgaste político, los gobiernos se enfrentan a lo que denominare-
mos el dilema del orden público: por una parte, reprimir desórdenes supone
un coste; por otra, no hacerlo, también, pues significa abdicar del compromi-
so con la legalidad, de la protección de derechos de terceros y de la propia
determinación para gobernar. La solución de ese dilema implica buscar la re-
ducción simultánea de ambos costes, sin que la disminución de uno conlleve
al aumento del otro (figura 12.1).
La democratización, con el consiguiente reconocimiento del «derecho a
reclamar derechos» y la institucionalización de formas de protesta no violen-
ta, reduce el segundo coste —no reprimir—, pues permite asumir como legí-

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Sin efusión de sangre. Protesta, policía y costes de la represión

FIGURA 12.1. Dilema del orden público


Técnicas
Reprimir = Coste político
incruentas

Dilema del Búsqueda de soluciones


orden público (Reducción de costes)
Institucionalización
No reprimir = Coste político de la protesta

Fuente: Elaboración propia.

timas actuaciones colectivas que los regímenes autoritarios suelen identificar


como desórdenes (Cruz, 2000 y 2008). Este trabajo se va a centrar en el pri-
mer coste —reprimir— y muestra que la búsqueda de soluciones para el dile-
ma del orden público en contextos en los que el coste de la represión aumen-
ta es uno de los principales motores de la adopción de técnicas y armamentos
incruentos para la dispersión de los contestatarios.
Los costes políticos escapan a la medición linear. En perspectiva histórica,
el coste de la violencia estatal y, en último término, de las muertes en la re-
presión de conflictos colectivos ha fluctuado dramáticamente; ha sido próxi-
mo a cero en algunas ocasiones y, en otras, ha provocado escaladas de movi-
lización de las fuerzas de la oposición, fisuras en la solidaridad entre las
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élites, insubordinaciones de las propias fuerzas de orden público, desgastes


gubernamentales y dimisiones. No hay umbrales cuantitativos de represión
que determinen cuántos heridos o muertos van a deslegitimar al gobierno, y
su valor fluctúa, como lo hacen en general las monedas políticas (Abbott,
1988; Dobry, 1988: 105-133; Sewell, 2005: 76, 278). La variabilidad de los
costes es la norma, e incluso en países democráticos en los cuales la represión
era muy costosa internamente, como Gran Bretaña o Francia en la década de
1950, la fuerza pública ha recurrido a formas duras en los territorios colonia-
les, donde protagonizaron masacres similares a las imputables a dictaduras, o
contra poblaciones identificadas como enemigas, como el centenar largo de
argelinos asesinados en París en 1961 (Einaudi, 1991; Francisco, 2005: 66).
Esa fluctuación no impide analizar la estructura que determina los costes
de la represión en cada coyuntura, ni identificar algunos rasgos permanentes.
En mi base de datos para el caso portugués (1851-2000), el coste ha variado
en función del lugar geográfico, la naturaleza del conflicto colectivo, el com-
portamiento y la categoría social de las víctimas, guardando un vínculo ínti-
mo —aunque mediado por numerosos factores— con la incorporación de
diferentes grupos sociales al estatuto de ciudadanía (Palacios Cerezales,
2008). Pero, sobre todo, el coste político ha dependido de la movilización de
terceros actores relevantes que han dado valor y significado al acontecimien-
to represivo.

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Diego Palacios Cerezales

En definitiva, los costes políticos de la represión no dependen de una me-


dida humanitaria que trascienda al propio campo político. Los episodios re-
presivos no hablan por sí mismos, sino que se interpretan socialmente me-
diante marcos preconstruidos, muchas veces plurales y enfrentados, que les
dan significado y valor político (Wisler y Tackenberg, 2000). Así, los costes
de la represión fluctúan al sabor de la estructura del campo político y de las
tomas de posición de los diferentes sujetos que forman parte del mismo.
Buceando en la historia de las innovaciones policiales encontramos que el
impacto político de algunos episodios de represión sangrienta alimentó la
búsqueda de soluciones técnicas que permitiesen un control incruento de las
multitudes. En la creación de la policía metropolitana británica, la historio-
grafía destaca la importancia que tuvo la masacre de St. Peter’s Field en Man-
chester, en 1819, con once muertos, que la comunicación política transformó
en la Peterloo massacre para estigmatizar las formas represivas del gobierno
de Wellington (Waddington, 1999: 69-70; Emsley, 2005a: 21). En el caso fran-
cés, la masacre de mineros de Fourmies del 1 de mayo de 1891 levantó una
protesta de ámbito nacional y la historiografía reconoce su centralidad en la
adopción de nuevas técnicas antidisturbios en Francia, que eran presentadas
como acordes con el «republicanismo» y el respeto al derecho de manifesta-
ción (Berlière, 1993; Bruneteaux, 1996; Johansen, 2005). Simultáneamente,
otros episodios similares pasaron inadvertidos: su posteridad o su olvido de-
pendieron de la estructura de competición política en la que se producían,
que daba cuerpo a los costes políticos de la represión.
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LA NO LETALIDAD Y SUS ORÍGENES EN EL SIGLO XVIII


En perspectiva histórica, las tecnologías incruentas de mantenimiento del
orden público se definieron en contraste con las formas bélicas de aplicación
de la fuerza. A mediados del siglo XVIII, las principales monarquías europeas
habían adoptado un modelo común de ejército permanente. Los hombres
eran reclutados forzosa o voluntariamente por largos períodos; se les unifor-
maba, se les entrenaba en la institución y se alojaban en cuarteles (Herrera y
Mahken, 2003). El principal armamento de la infantería era el mosquetón
con bayoneta, y de la caballería, el sable. En muchas ciudades había milicias
locales, a menudo milicias burguesas, que se movilizaban para combatir los
pequeños disturbios rurales o los conflictos de mercado y podían estar arma-
das con armas de fuego, espadas o picas (Best, 1990; Denys, 2002). No obs-
tante, los ejércitos eran las fuerzas de orden público en los grandes distur-
bios, como los motines contra Esquilache en España (1766), la guerra de las
harinas en Francia (1775) o los Gordon Riots de Londres (1780) (Hobsbawm
y Rudé, 1968; Bayley, 1975; Rudé, 1994; Vilar, 1999).
En las principales capitales, además, había fuerzas militares formadas por
mercenarios extranjeros: la Guardia Suiza en París, la Guardia Valona en Ma-
drid o la Guardia Tudesca en Lisboa. La relación xenófoba entre estos cuer-
pos y la población de las capitales era una técnica común para prevenir la

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Sin efusión de sangre. Protesta, policía y costes de la represión

confraternización, es decir, asegurar la lealtad de las tropas hacia los gober-


nantes y su disposición a actuar violentamente contra los habitantes en caso
de disturbios, situaciones en las que las milicias locales no eran de confianza.
La necesidad de prevenir la confraternización también explica en parte el
conjunto de dispositivos de separación que convierten a los cuarteles en ins-
tituciones totales: el horario reglado, las jerarquías, la uniformidad y la satis-
facción de todas las necesidades dentro de los muros de los cuarteles. Para
asegurar que una tropa fuera leal a las autoridades se debía instituir una dis-
tancia social y moral con las poblaciones contra las que tuviese que actuar
violentamente (Chorley, 1943: 153-159; Traugott, 1985: 105-111; Mcneill,
1988: 145-48, y 1995: 3-9; Baumann, 1997). El éxito de los dispositivos de se-
paración permitió que en el siglo XIX cayera en desuso el recurso a guarnicio-
nes mercenarias, aunque para el control de motines se siguió recurriendo a
regimientos desplazados de localidades distantes y fue habitual que se evitara
que los gendarmes en Francia o los guardias civiles en España sirvieran en
sus localidades de origen.
Durante el siglo XVIII y la mayor parte del XIX, a los soldados, incluso en
las fuerzas urbanas y las gendarmerías, se les armaba y entrenaba para la gue-
rra y no para el mantenimiento del orden interno. Y no solía haber reglamen-
tos especiales sobre cómo actuar ante multitudes desarmadas. Cuando había
que usar la fuerza para dispersar a unos campesinos que protestaban contra
los impuestos, o a urbanitas alarmados por el precio del pan, se suponía que
se haría un uso reglamentario del armamento: descargas de fusilería, esgrima
de bayoneta y espadazos. Además, en la Europa continental a menudo se
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aplicaba la jurisdicción militar a los detenidos en estas ocasiones.


La letalidad en las intervenciones armadas preocupaba poco a los poderes
públicos, aunque en las culturas políticas de la época existía también una no-
ción de medida y desmesura en las intervenciones represivas que limitaba el
alcance de la represión (Brown, 1999). En general, no estaba reconocido el
derecho a reclamar derechos fuera de los canales de petición constituidos; las
«asonadas» y «motines» populares eran interpretados como lesa majestad y
las víctimas podían servir de castigo ejemplarizante.
Aunque los estudios sobre los motines del siglo XVIII relatan numerosas
matanzas por disparos de la infantería contra el cuerpo de quienes protesta-
ban, también hay informaciones sobre casos en los que los oficiales instruían
a sus hombres para disparar por encima de las cabezas de los «amotinados»,
buscando atemorizarlos y provocar su dispersión sin causar víctimas. Del
mismo modo, junto al uso reglamentario de la bayoneta, que causaba muer-
tes y heridas graves, en las fuentes aparece el uso del culatazo, contundente
pero menos cruento. También hay muchas noticias de maniobras ostentosas
de la caballería antes de cargar, destinadas a provocar el temor de los amoti-
nados e invitarlos a dispersarse antes de usar la fuerza. Asimismo, era fre-
cuente que la caballería usara la plancha del sable en vez del filo, provocando
cardenales y no tajos más peligrosos.

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El uso no letal del armamento de guerra (punterías altas, culatazos de


mosquetón y planchazos de sable) en el Antiguo Régimen y el siglo XIX no
cuenta aún con un estudio específico que dilucide su diferencia por países,
épocas y circunstancias, pero la historiografía lo documenta abundantemente
para Francia, Alemania, España, Gran Bretaña y Portugal (González Calleja,
1998 y 1999; Goldstein, 2002; Brophy, 2004; Emsley, 2005a). Ese uso no letal
formó parte de las prácticas represivas de los ejércitos, policías y gendarme-
rías europeas durante todo el siglo XIX y, aunque no estaba codificado en los
reglamentos militares, su conocimiento se transmitía por los canales infor-
males del oficio militar, que desaconsejaban usar el fuego y el filo en un pe-
queño motín de mercado o contra un piquete de huelga desarmado, revelan-
do el funcionamiento de la pauta cultural de la proporción en el uso de la
fuerza (Castro Alfín, 1991; Palacios Cerezales, 2011b: 157-163).
La pauta cultural de la proporción, aunque a menudo funcionaba, no des-
activaba la primacía del principio de autoridad, que cubría los excesos represi-
vos. Las cosas comenzaron a cambiar en Gran Bretaña, donde, por la tradi-
ción de la common law, el rechazo al ejército permanente tras la dictadura de
Cromwell y la afirmación del derecho de petición a partir de la revolución de
1688, se debatía la legitimidad del uso de la fuerza contra la protesta popular.
La common law no reconocía jurisdicciones especiales a las autoridades y, en
cambio, permitía acusar de asesinato a un soldado si mataba a alguien en la re-
presión de un disturbio. Igualmente, los acusados de atropamiento o asonada
podían defender ante los tribunales haber estado ejerciendo pacíficamente el
derecho de petición, que se consideraba inherente a las libertades tradiciona-
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les inglesas y se había consignado en el Bill of Rights. Para intentar aclarar la


situación, en 1714 el Parlamento británico aprobó la Riot Act (ley de distur-
bios), destinada a ofrecer una garantía a la fuerza pública: antes de que las tro-
pas usaran las armas, un magistrado debía leer una proclamación en voz alta,
en nombre del rey, conminando a la dispersión pacífica; si no era obedecido,
podía ordenar legalmente el uso de la fuerza sin preocuparse por los resulta-
dos (Maier, 1991: 19-26; Emsley, 2005a). Esta técnica jurídica ofrecía garantías
a las burocracias del Estado, pero también a los ciudadanos, y abría un espa-
cio inédito para la reflexión sobre las condiciones de la legitimidad del uso de
la fuerza pública contra los ciudadanos. Al tiempo, también en el continente
algunos reformistas ilustrados reflexionaban sobre los tumultos de la ciudad y
proponían formas de intervención en las que se consiguiera contener y disol-
ver a la multitud de modo incruento (Milliot, 2006). El comandante Jean-
François Bar, de la Guardia de París, proponía en 1772 esquemas que antici-
paban las soluciones que se emplearían en los siglos posteriores «para que la
policía se haga querer al tiempo que cumple sus deberes» (Péveri, 2006).

DEMOCRATIZACIÓN Y CAMBIO TÉCNICO


A pesar del legado de las reflexiones y las modificaciones jurídicas del si-
glo XVII, que se aceleraron durante la era de la Revolución (1789-1848), du-

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Sin efusión de sangre. Protesta, policía y costes de la represión

rante el siglo XIX los grandes cambios en las formas de controlar los conflic-
tos colectivos provinieron sobre todo del aumento de la capacidad del Esta-
do, de sus medios logísticos para observar la sociedad e intervenir en el terri-
torio. Gracias a las nuevas fuerzas de gendarmería, que patrullaban todo el
territorio, y a la mejora de las comunicaciones con el telégrafo, las carreteras
y el ferrocarril, se redujeron los espacios y tiempos de impunidad para aque-
llos que se resistían a las políticas públicas (Giddens, 1985: 172-190; Cruz,
1995; Emsley, 1999). En Francia, por ejemplo, si en las dos primeras décadas
del XIX en seis de cada diez movilizaciones rurales la multitud se imponía a
los gendarmes, en la década de 1850 solo lo hacía en dos de cada diez (Ligne-
reux, 2008: 55).
En las sociedades postrevolucionarias, al tiempo que crecía el Estado, la
afirmación de la soberanía popular y de los derechos de ciudadanía permitió
que se diera nuevo significado político a la acción de las multitudes, haciendo
más difícil legitimar el uso de la fuerza (Tilly, 1978: 210; Traugott, 1995: 154).
Igualmente, la invención y difusión de nuevas formas participación política
colectiva —como el repertorio del movimiento social—, que escenificaban la
amplitud del apoyo a una causa, la respetabilidad de quienes la respaldaban,
su unidad y su determinación, enmarcaban como acción política legítima lo
que desde otro marco interpretativo podía verse como una asonada o una se-
dición (Tilly, 2004d; Cruz, 2008). Después del oprobio por Peterloo, la expe-
riencia británica abrió el camino hacia la codificación del derecho de manifes-
tación y a la definición de las técnicas modernas de control de las multitudes.
A diferencia de los cuerpos especializados que existían en las capitales de
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otros Estados europeos, la nueva policía metropolitana de Londres de 1829


era plenamente civil y su armamento se reducía a un bastón de madera. Ya en
1831 fue utilizada en grandes grupos compactos para cerrar el paso a manifes-
tantes del movimiento cartista, y sus oficiales pronto aprendieron a organizar
las cargas a bastonazos de tal modo que los manifestantes supiesen hacia dón-
de podían correr para dispersarse (Emsley, 2005a y 2005b).
El éxito del modelo sorprendió a muchos. Cuando en otros países euro-
peos se discutía la introducción de una policía desarmada similar, se señalaba
que en Gran Bretaña había una cultura cívica especial y que en los otros paí-
ses no se respetaría a un agente desarmado (Ballbé, 1984; Palacios Cerezales,
2008: 82). Sin embargo, el pueblo británico había tenido fama de bravo e
irrespetuoso con las jerarquías y había protagonizado muchos motines du-
rante la segunda mitad del siglo XVIII; por ello, cuando el gobierno optó por
una policía desarmada, no estaba respondiendo a una cultura cívica pacífica,
sino apostando por ella y buscando una solución técnica a los costes de la re-
presión en uno de los países donde la politización popular y los lazos de in-
tegración vertical con la política nacional los hacían más elevados (Tilly,
1995b; Emsley, 2005b). Las investigaciones recientes señalan que en Gran
Bretaña la policía desarmada y su uso como fuerza principal ante los conflic-
tos colectivos rebajaron la violencia durante las manifestaciones y los pique-
tes de huelga, como si culturalmente se activara una noción normativa de

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Diego Palacios Cerezales

«liza justa» que impedía la violencia contra agentes inermes (Porta y Reiter,
1998; Emsley, 2005b). El sistema político británico se hizo muy sensible a la
represión y, por ejemplo, en 1867 las duras cargas contra una masiva movili-
zación pacífica a favor del sufragio, a pesar de incruentas, deslegitimaron al
gobierno y tuvieron un impacto en la aprobación de la ampliación del dere-
cho al voto (Gildea, 1996).
Pese al éxito del modelo británico, durante todo el siglo XIX se mantuvie-
ron en la Europa continental los reglamentos de orden público duros. La
práctica seguía siendo atemperada a menudo con el uso no letal del arma-
mento, pero el único procedimiento garantista que se generalizó, sobre todo
después de las revoluciones de 1830 y 1848 y el reconocimiento del derecho
de reunión, fue el de leer una proclama antes del uso de la fuerza, conminan-
do a los manifestantes a dispersarse (Rosanvallon, 1994; Houte, 2008).
En Francia parece que los ciclos cortos de inflación de los costes represi-
vos durante el siglo XIX no cambiaron la forma militar de mantener el orden.
Las protestas por la dura represión del movimiento obrero a comienzos de la
década de 1830 llevaron a que se ensayase el uso de las bombas de agua de los
bomberos para dispersar multitudes, pero esta técnica no se incorporó de
forma duradera al repertorio antidisturbios. Al contrario, la recurrente acti-
vidad insurreccional provocaba la formación de coaliciones termidorianas
por la ley y el orden, que blindaban al gobierno de los costes políticos de la
represión y no coartaban el uso antidisturbios del armamento de guerra.
Durante toda la segunda mitad del siglo XIX los militares siguieron siendo
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la principal fuerza pública que se movilizaba en la Europa continental para


contener las protestas colectivas, ante lo cual en toda Europa numerosas vo-
ces exigían que se reglamentaran los usos no letales de las armas del ejército y
se entrenara específicamente a los soldados para ello. Los militares se opusie-
ron por varias razones, favoreciendo en cambio la creación de cuerpos de po-
licía que les sustituyeran en esas tareas. En primer lugar, estos argumentaban
que la eficacia disuasiva de las tropas se basaba en la certidumbre de que, en
caso necesario, podrían escalar en el uso de la fuerza. Temían un envalento-
namiento de la población y creían que, si se oficializaba el uso no letal del ar-
mamento, las tropas perderían capacidad de disuasión y respeto. En segundo
lugar, si esas prácticas eran oficializadas pero un enfrentamiento violento exi-
gía el uso de las armas de fuego, era más fácil que se responsabilizase a los
soldados de alguna muerte. Finalmente, como decía un general portugués, el
prestigio era un valor fundamental para los militares y «a veces necesitaban
matar para mantenerlo»: si se quería una fuerza sin honor, que no respondie-
ra a los insultos y estuviera dispuesta a ser tuteada por los manifestantes, que
se usara a la policía (Palacios Cerezales, 2008: 308).
La fuerza de orden público preferida por las autoridades era la caballería,
que, por su maniobrabilidad, su imponencia y su fuerza de choque, solía te-
ner la mayor eficacia disuasiva y provocar desbandadas con el mero eco de
sus cascos resonando al trote sobre el pavimento, sin matar a nadie. «Con

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Sin efusión de sangre. Protesta, policía y costes de la represión

treinta soldados a caballo —decía Wellington— se puede dispersar una mul-


titud más fácilmente y causando menos daño que con cuatrocientos de infan-
tería». El reconocimiento de que la caballería era preferible a la infantería
hizo que las principales capitales europeas contasen con guarniciones monta-
das. En cambio, para las regiones rurales se consideraba caro movilizar a la
caballería, por lo que se enviaban fuerzas a pie, mucho más baratas, aunque
su intervención por medio de descargas de fusilería causara más muertes; el
distinto trato indica bien el diferencial de los costes de represión entre las po-
blaciones urbanas y las rurales.
A partir de la experiencia británica, y de las reflexiones que siguieron a
excesos represivos que habían provocado movilizaciones de la oposición y
aumentando los costes políticos del uso de la fuerza, comenzó a sistematizar-
se el conocimiento de los factores que facilitaban que el encontronazo entre
fuerzas del orden y manifestantes acabase con víctimas mortales. Inversa-
mente, también se reflexionó sobre los mecanismos de disuasión y las formas
de intervención que permitían el restablecimiento incruento del orden públi-
co. Ese conocimiento ya estaba sistematizado en la década de 1880 y demos-
traba que gran parte de las víctimas en conflictos de tamaño pequeño o me-
dio procedían de situaciones en las cuales la policía o los soldados habían
perdido el control, habían actuado en grupos pequeños, se habían visto ro-
deados de manifestantes agresivos y, empujados por el miedo, habían usado
sus armas de fuego. También se había demostrado que las cargas a bastona-
zos de la policía británica, como las de caballería en las principales capitales
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europeas, funcionaban como medio limpio y rápido de dispersión de multi-


tudes si se mantenía una coreografía de acción en retenes numerosos, con un
frente de carga avanzando hacia los manifestantes, y que dejase libre una vía
de dispersión, pues las «ratoneras» eran fuente de violencia (Berlière, 1993;
Johansen, 2005).
En Francia, cuando se estabilizó la III República y se apagó el eco de la
represión de la Comuna de 1871, se asentó la acción colectiva pacífica y aca-
bó la retahíla de insurrecciones urbanas comenzada en 1789, permitiendo
una redefinición de legitimidad de la acción colectiva de protesta (Traugott,
1995; Houte, 2008: 64). El movimiento obrero se incorporó al sistema políti-
co y aumentaron los costes políticos de la represión. El escándalo por la ma-
sacre de Fourmies de 1891 y la capacidad de movilización de las organizacio-
nes obreras en torno a los episodios represivos trágicos desembocaron en las
reformas del prefecto Lépine en la policía de París. Este adoptó las técnicas
de la policía británica, ensayó mejoras, armó con bastones a sus agentes y
convirtió a la policía parisina en un modelo de policía eficaz e incruenta que
mantuvo esa reputación hasta finales de la década de 1920 (Berlière, 1993).
Del mismo modo, el ejército también adaptó sus protocolos para conseguir
imponerse sobre piquetes de huelga en toda Francia sin causar víctimas mor-
tales, aunque supusiera organizar dispositivos disuasivos enormes y caros
(Johansen, 2001).

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Diego Palacios Cerezales

En Portugal, el reguero de manifestantes republicanos muertos entre 1907


y 1910 (dieciocho solo en Lisboa) se convirtió en un coste político para el
gobierno monárquico, que pasó a ser asociado con la represión. Después de
ensayos fallidos para usar el agua a presión, en 1910 el gobierno portugués
respondió a los costes represivos adaptando los protocolos de actuación in-
cruenta y oficializó el uso preferente de la caballería, la plancha de los sables
y los disparos al aire como medios antidisturbios (Palacios Cerezales, 2006).
Después de la I Guerra Mundial, la caballería militar siguió siendo muy
utilizada, pero se produjo un importante impulso en la creación de fuerzas
antidisturbios especializadas, como los pelotones móviles de la gendarmería
francesa, que fueron pensados como fuerza de reserva que permitiese limitar
la intervención del ejército (Bruneteaux, 1996: 52-64). En el mismo sentido,
en España, la creación de la Sección de Asalto del Cuerpo de Seguridad en
1931 por el gobierno provisional de la II República —una fuerza equipada
con matracas y gases lacrimógenos— pretendía acabar con el reguero de
muertes que causaba la intervención de la Guardia Civil con armas de fuego.
El nuevo régimen trataba de afianzar su legitimidad mediante una solución
técnica al dilema del orden público (Blaney, 2007; Palacios Cerezales, 2011a).

FIGURA 12.2. Letalidad potencial de cada fuerza de orden público

Zona de
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1
riesgo
mínimo Caballería Infantería
militar militar
Antidisturbios
modernos
Encuadramiento

Bobbies GB/
Lépine FR

Parejas de
Policía civil gendarmes
ordinaria
Zona de
máximo
Milicias y civiles riesgo
ad hoc
0

0 Letalidad del armamento 1

Fuente: Elaboración propia.

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Sin efusión de sangre. Protesta, policía y costes de la represión

La reflexión internacional situaba en dos planos la no letalidad de las in-


tervenciones represivas. Primero, en el uso de armas no letales y la renuncia
al filo de la espada y a los disparos. Segundo, en la utilización de formaciones
numerosas y bien encuadradas; es decir, entrenadas específicamente para esas
misiones y con oficiales al mando dirigiendo la operación desde el terreno y
controlando la acción de sus hombres. Ese encuadramiento debía prevenir
que los agentes se dejasen llevar por sus impulsos, cayesen en situaciones de
vulnerabilidad, o que en el enardecimiento de la acción cometieran excesos
de violencia. El objetivo debía ser el control del espacio y la organización de
las operaciones de dispersión en la forma de cargas, es decir, que no degene-
rasen en enfrentamientos cuerpo a cuerpo desordenados. A partir de esas lec-
ciones técnicas se puede proyectar hacia delante la historia de la reducción de
la letalidad de las operaciones de restablecimiento del orden, explicando el
establecimiento de fuerzas que puntúan bien en ambas variables: el uso de ar-
mamento no letal y un alto grado de encuadramiento, que caracterizan el éxi-
to del modelo de policía especializada antidisturbios que es común en la Eu-
ropa actual (figura 12.2). De hecho, la mayoría de las muertes causadas por
policías en las grandes manifestaciones del movimiento altermundialista del
siglo XXI han sido responsabilidad de agentes del servicio de patrulla, sin el
entrenamiento ni el encuadramiento adecuados, movilizados extraordinaria-
mente para funciones de orden público.

LA APARICIÓN DE UNA INDUSTRIA: LOS GASES LACRIMÓGENOS


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En torno a la I Guerra Mundial se afirmó también un nuevo actor en el


ámbito de la dulcificación de los medios técnicos, la industria de armamento,
que diseñó armamento químico para uso policial. El primer uso documenta-
do de gases lacrimógenos por parte de la policía había sido en París en 1913,
donde se utilizaron para rendir a un ladrón atrincherado en una casa. Su uso
como arma antidisturbios no se generalizó hasta acabar la Gran Guerra, du-
rante la cual los gases venenosos se habían convertido en uno de los iconos de
la crueldad y la industrialización de la guerra moderna. Tras la contienda, los
fabricantes no tardaron en proponer nuevos usos civiles para la postguerra,
mientras que en Estados Unidos los oficiales de las tropas federales —movili-
zadas para restaurar el orden público durante los agitados años de 1919-
1921— también consideraban que las granadas de humo experimentadas en la
guerra podían ser una buena alternativa a las armas de fuego (Jones, 1978).
Los laboratorios diseñaron gases irritantes en proporciones no letales que
obligaban a abandonar el lugar donde se lanzaran, y máscaras de protección
para los equipos policiales. También diseñaron protocolos de utilización en
espacios abiertos o cerrados, y ofrecían cursillos de formación para su uso
seguro. En Estados Unidos, las primeras iniciativas de usar gases, en 1919,
habían alarmado a la opinión pública por su capacidad de evocar los horrores
de las trincheras. En cambio, para los comerciales, «el gas usado inteligente-
mente, no solo es extraordinariamente efectivo, sino el método más humano

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Diego Palacios Cerezales

para dispersar a un grupo de amotinados, y para proteger la propiedad de los


actos incontrolados de las masas». A partir de 1921 se levantó la prohibición
del uso policial de gases poco tóxicos, y en 1923 más de seiscientos policías
urbanas de Estados Unidos contaban con ellos. Los medios lacrimógenos
aumentaron exponencialmente la capacidad de acción policial ante huelguis-
tas, manifestantes y amotinados, explicando en parte la disminución de la
movilización de la Guardia Nacional para este tipo de misiones y, sobre
todo, de las tropas federales durante las marchas de parados de la década de
1930 (Jones, 1978).
En España, aludiendo a su uso por la Guardia de Asalto, el médico militar
Pérez Feito señalaba que «todos los razonamientos a favor del uso de los ga-
ses se basan en las ventajas inherentes a la labor humanitaria, tanto bajo el as-
pecto de reducir el número de víctimas como para no crear mártires fácil-
mente explotables para perturbar con contiendas la llamada lucha de clases»
(Pérez Feito, 1932). La represión sangrienta acarreaba costes, mientras que la
tecnología podía ser buena alidada de los gobernantes.

HACIA LA GLOBALIZACIÓN ANTIDISTURBIOS


Después de la II Guerra Mundial se desarrolló en la Europa continental el
modelo de cuerpo antidisturbios paramilitar, con las Compañías Republica-
nas de Seguridad (CRS) francesas como referencia. Era un modelo que inten-
taba puntuar muy alto tanto en el uso de armas no letales como en el encua-
dramiento (figura 12.3). Sus innovaciones técnicas fueron enseñadas a otros
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cuerpos de policía, se multiplicaron las visitas de aprendizaje de oficiales de


otros países y se crearon unidades antidisturbios similares en Alemania, Ita-
lia, Portugal y España. El gran éxito de las CRS francesas se cifró en que los
duros combates callejeros de mayo del 68 se saldaran, en París, sin que la po-
licía matara a ningún manifestante.
En Estados Unidos, aunque se había generalizado el uso de gases en las
grandes ciudades, muchos cuerpos de policía, todos locales, solían estar dé-

FIGURA 12.3. Formulación del argumento

Δ competición Δ costes de la Dilema del


orden público
Adopción de
política represión técnicas incruentas
(véase fig. 12.1)

Incorporaciones Internacionalización
al sistema político del sistema político

Fuente: Elaboración propia.

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Sin efusión de sangre. Protesta, policía y costes de la represión

bilmente encuadrados y entrenados para actuar en desórdenes colectivos,


mientras que la Guardia Nacional no contaba con material antidisturbios.
Tras el escándalo causado por los disparos mortales de esta última fuerza
contra estudiantes y activistas de los derechos civiles, se crearon cuerpos es-
pecializados y cursos federales de «mantenimiento del orden» para las poli-
cías urbanas y la Guardia Nacional (Higham, 1989). Se repetía aquí la se-
cuencia que ya vimos en los casos de Peterloo y Fourmies, es decir, durante
una oleada de movilización en la que se afirmaban nuevos colectivos, la re-
presión sangrienta de una movilización pacífica se reveló un coste político
para las autoridades y estas buscaron no volver a incurrir en esos costes me-
diante una solución técnica: los medios antidisturbios no letales.
Sin embargo, no solo los regímenes democráticos estaban preocupados
por los costes de la represión. A partir de la década de 1960, en el sistema po-
lítico de algunos países dictatoriales, como Portugal y España, se incorporó
un nuevo sujeto internacional y transnacional: las opiniones públicas de las
grandes potencias occidentales, que exigían que sus gobiernos escogiesen sus
alianzas internacionales en función de criterios morales. Esa nueva estructu-
ración internacional externalizó los costes de la represión, que ahora podían
aumentar para determinados regímenes independientemente de que se pro-
dujese una democratización interna.
El Portugal de Salazar fue una de las primeras dictaduras que adoptó el
modelo «democrático» de las CRS francesas. Una serie de visitas de estudio a
Francia y Alemania entre 1958 y 1960 sirvieron para delinear lo que serían
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las «compañías móviles» de la policía portuguesa, que se estrenaron en 1961.


Un análisis exhaustivo del proceso de decisión muestra que los costes de re-
putación ante la opinión pública británica y estadounidense —aliados en la
OTAN y fundamentales para la defensa del colonialismo portugués en las
Naciones Unidas— fueron el factor fundamental. Se temía que las escenas de
represión como las del ciclo de contestación que siguió a la farsa electoral de
1958 volviesen aparecer en la prensa internacional y que las opiniones públi-
cas de esos países —la primera campaña de Amnistía Internacional atañía a
Portugal— exigiesen a los gobiernos comportamientos pautados por su per-
cepción de que el régimen portugués era un residuo de la era de los fascismos
y no podía ser un aliado decoroso. El éxito técnico se cifró en que la policía
antidisturbios portuguesa no matara a ningún manifestante entre 1964 y
1974, y eso que no trató con contemplaciones la importante movilización
contestataria de los últimos años de la dictadura (Palacios Cerezales, 2005).
La España de Franco también adoptó el mismo modelo francés de policía
antidisturbios a partir de 1970 en varias de las banderas móviles de la Policía
Armada, mientras que a finales de esa década la dictadura chilena exhibía asi-
mismo una panoplia represiva basada en agua a presión y bastonazos (Jaime-
Jiménez, 1996; Delgado Aguado, 2005).
La internacionalización de los costes políticos de la represión interna se
produjo por dos vías. Por la presión exterior para salvar la cara ante los alia-

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Diego Palacios Cerezales

dos (como en el caso portugués) y mediante la exportación de los costes po-


líticos, de modo que las misiones de asistencia militar occidentales a dictadu-
ras de países menos desarrollados podían prescribir la organización de fuer-
zas antidisturbios modernas para así reducir los costes de reputación de la
alianza, sin que eso supusiera ninguna apertura de esos regímenes (Wright,
1978; Omega Foundation, 2000; Rappert, 2003). Posteriormente, cuando
esos regímenes se democratizaron, los cuerpos de policía, técnicamente so-
fisticados, se han mostrado uno de los bastiones del autoritarismo más difíci-
les de reformar (Hinton, 2006).
La generalización internacional del modelo antidisturbios hizo que desde
mediados de la década de 1970 la panoplia técnica dejara de distinguir a las
policías de regímenes democráticos respecto a las policías de muchas dicta-
duras. En cambio, con la constante redefinición del uso legítimo de la fuerza
en los principales países democráticos, el reconocimiento del derecho de
protesta hizo que se tendiera a cambiar el modelo de intervención policial: se
pasó de la presencia disuasiva y la escalada en el uso de la fuerza a un modelo
basado en la búsqueda de negociación, por parte de la policía, del uso del es-
pacio con los movimientos contestatarios. Este modelo estaba ya bien insti-
tucionalizado a mediados de la década de 1980 en casi toda Europa occiden-
tal, Estados Unidos y algunos países latinoamericanos, donde a menudo
prima el derecho de manifestación por encima de otros derechos, o del es-
tricto cumplimiento de las leyes (Porta y Reiter, 1998: 6-8). Eso no impide
que haya casos de polarización política en los cuales, además de haber mani-
festantes irreductibles a la negociación, las autoridades tampoco albergan vo-
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luntad de negociación y, en cambio, prefieren organizar un dispositivo poli-


cial punitivo, como en la cumbre de Génova en 2001 (Porta, Peterson y
Reiter, 2006). Este último tipo de casos ofrecen un interesante material para
analizar cómo se definen los costes de la represión ante distintos públicos y
cómo, en el seno de regímenes democráticos, se construyen socialmente coa-
liciones por la ley y el orden dispuestas a aceptar el uso descontrolado de la
violencia por parte de la policía.

* * *
Si bien la represión es un coste para la protesta popular y los movimientos
sociales, como bien analizaba Charles Tilly, este trabajo muestra que la re-
presión no es simplemente un recurso a disposición de los gobiernos, sino
que, en la medida en que señala un fallo en la legitimidad, es un recurso que
implica costes, aunque costes variables que dependen de la estructura coyun-
tural de la competición política. A su vez, las herramientas de análisis políti-
co afinadas por el propio Tilly nos permiten pensar cómo esos costes políti-
cos se definen en cada coyuntura histórica.
Como hemos ido argumentando a partir de la experiencia histórica, la in-
flación de los costes de la represión en determinadas configuraciones de la
estructura de la competición política es el principal mecanismo que activa la

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Sin efusión de sangre. Protesta, policía y costes de la represión

búsqueda de una solución técnica para el control incruento de las multitudes.


Se producen grandes oscilaciones coyunturales de los costes de la represión
cruenta, pero su inflación estable a largo plazo está vinculada a la apertura re-
lativa del sistema político y a la incorporación al mismo de nuevos sujetos
colectivos.
En los países pioneros en la utilización de armamento policial incruento,
el aumento de los costes políticos estuvo vinculado al reconocimiento de de-
rechos de protesta y participación, a una democratización que se correspon-
dió con la elaboración de las diferentes piezas (encuadramiento, protocolos,
armamento) que convergen en los cuerpos antidisturbios contemporáneos
como tecnología de gobierno. A su vez, las empresas de armamento hicieron
suyo el discurso de la contundencia incruenta y presionaron para imponer
estándares técnicos de lo que era una policía moderna. A partir de la década
de 1960 muchos sistemas políticos se insertaron en redes internacionales
densas, y entonces fueron los costes de reputación internacional los que pe-
saron para que algunas dictaduras adoptaran técnicas antidisturbios moder-
nas, de manera que la tecnología se emancipó de sus precondiciones políticas
iniciales. En una ironía de la falta de dirección de la historia que podría haber
hecho sonreír a Charles Tilly, los mecanismos de cambio en el control poli-
cial de la protesta inicialmente desplegados en los procesos de democratiza-
ción crearon soluciones técnicas que a largo plazo se revelaron también ade-
cuadas para reforzar el control de los resortes del poder por parte de los
gobernantes de dictaduras.
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13. Sobre la capacidad transformadora


de los acontecimientos: cambios
en la legitimidad de la violencia política
en el contexto de la guerra contra el terror 1

Laura Fernández de Mosteyrín


Universidad Complutense de Madrid

¿POR QUÉ HABLAR DE EPISODIOS Y DE ACONTECIMIENTOS? 2


Una de las muchas virtudes académicas de Ch. Tilly ha sido la de desarro-
llar de una forma meticulosa el modo en que establece las hipótesis, reúne los
datos, emprende el análisis y establece conexiones causales en cada uno de
sus trabajos; es decir, sus reflexiones sobre el modo de indagación 3. A través
de la recurrente pregunta sobre el interés teórico de una investigación, Tilly
siempre ha defendido la necesidad de reflexionar más allá de los casos de es-
tudio.
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Asumiendo esta premisa, este texto trata un caso pero con el objetivo de
mostrar la pertinencia de utilizar determinados instrumentos metodológicos
para el estudio, más general, de la acción colectiva. Se reflexionará sobre los
aspectos culturales e ideológicos de la acción colectiva y, en particular, sobre
cómo abordar una dimensión de la misma: la legitimidad y aprobación públi-
ca del uso de la violencia en el marco de un conflicto. Se analizará el modo en
que determinados acontecimientos pueden transformar las condiciones so-
ciales y políticas de aceptabilidad de la violencia.

1 Este texto es una versión discutida y revisada de la ponencia «Consideraciones metodológicas

sobre la capacidad transformadora de los acontecimientos: cambios en la legitimidad de la violencia


en el contexto de la guerra contra el terror», presentada en las Jornadas Internacionales Homenaje a
Charles Tilly: conflicto, poder y acción colectiva, UCM-UNED, 7 y 8 de mayo de 2009.
2 Debido a la dificultad que plantea la traducción del término anglosajón event y dado que este

ensayo versará, entre otras cosas, sobre dos modos distintos de pensar y por tanto analizar los episo-
dios de acción colectiva, he optado por hacer la siguiente distinción. Me referiré a «evento» o «episo-
dio» cuando haga referencia al tipo de hechos y acciones colectivas que considera la escuela del lla-
mado «proceso político». Hablaré, sin embargo, de «acontecimiento» cuando me refiera a hechos
que tienen una especial significación para las audiencias; momentos efímeros e inesperados pero cu-
yas consecuencias son de algún modo significativas.
3 N. de la E.: A este aspecto se dedica la parte inicial de este libro, el primer apartado, y, principal-

mente, el capítulo 3. En alguna medida, este capítulo 13 dedica tanta atención al tratamiento de la
violencia, y a la influencia de Tilly al respecto, como a la cuestión metodológica, tal como señala su
autora.

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Laura Fernández de Mosteyrín

La discusión estará basada en la contraposición de dos modos de entender


e indagar en los episodios de acción colectiva y será ilustrada a partir de un
caso de transformación en la comprensión y el tratamiento de la violencia,
vinculado a un acontecimiento concreto: el 11 de septiembre de 2001. Por
tanto, este texto presenta tanto una reflexión metodológica como un caso de
estudio empírico, ambos relacionados entre sí, refiriendo todo ello a las
aportaciones específicas de Tilly.
¿Qué es legítimo hacer para determinados actores en el curso de una pro-
testa? ¿Qué es legítimo para sus audiencias? En buena medida, depende. De-
pende del momento histórico, depende de las sociedades, de los regímenes,
de los actores, de las culturas políticas, de las motivaciones, de las ideologías,
de la naturaleza de las organizaciones, de los recursos disponibles y de una
enorme variedad de variables. Dónde empieza la violencia política; hasta qué
grado es tolerada por los distintos actores implicados en un proceso de con-
flicto; qué usos de la violencia son aceptados y cuáles no; en qué medida
afectan los procesos de cambio social global a las definiciones oficiales, per-
cepciones públicas y tolerancias a la violencia como medio de expresión polí-
tica. Analizar algunas de estas cuestiones puede llevar a pensar que estamos
ante un contexto que ha variado significativamente en los últimos veinte
años y que no se parece mucho a lo que llamábamos «mundo bipolar» o
«contexto de guerra fría». ¿Qué ha cambiado y, sobre todo, cómo podemos
dar cuenta de ello? ¿Cómo podemos aproximarnos a lo que parecen ser
transformaciones en los discursos públicos sobre la violencia política en las
sociedades occidentales?
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Con el fin de contestar a algunas de estas preguntas, este texto pretende


discutir el papel de los acontecimientos «transformadores» en la alteración
de los umbrales de tolerancia pública a la violencia. Para ello dividiré el texto
en cuatro partes: en un primer momento, situaré el análisis de la violencia
política dentro de las categorías propuestas por el llamado modelo de «pro-
ceso político» 4. Y ello porque, a pesar de las fundamentadas críticas que
haya podido recibir (muchas de las cuales han sido consideradas en revisio-
nes posteriores de su agenda clásica), dicho planteamiento es esencial para
comprender la violencia dentro del marco de un conflicto: en tanto que la
considera como una estrategia políticamente motivada.
A continuación, presentaré de forma general algunas propuestas de la so-
ciología histórica y del modelo conocido como protest event analysis, así
como ciertas consideraciones sobre el modo en que dicha propuesta recoge
la evidencia empírica y ofrece explicación de los procesos de acción colectiva.
Esos argumentos serán discutidos partiendo de algunas aportaciones de la
nueva historia cultural y, concretamente, del trabajo de W. H. Sewell Jr. Plan-
tearé que los análisis de episodios propios de los estudios de acción colectiva,

4 Recientemente, este modelo ha sido redefinido por algunos de sus principales autores como

modelo de análisis dinámico de la contienda política. Véase McAdam, Tarrow y Tilly (2005).

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Sobre la capacidad transformadora de los acontecimientos...

concebidos en forma de catálogos, si bien conducen a generalizaciones y ex-


plicaciones sobre variaciones y cambios a gran escala en relación con factores
estructurales, tienen la limitación de no indagar en acontecimientos específi-
cos que pueden ser en sí cristalizadores de tendencias de largo recorrido y
transformadores de las condiciones en las que distintos grados de violencia
son tolerados por distintas audiencias.
El tercer apartado está dedicado a contrastar el esquema teórico discutido
enfatizando la necesidad de pensar determinados acontecimientos transfor-
madores en el marco de la sociología del conflicto. Ilustraré el modo en que
los episodios del 11 de septiembre de 2001, y el contexto ideológico surgido
bajo las condiciones de la campaña antiterrorista conocida como guerra con-
tra el terror, contribuyen a la cristalización de algunas tendencias de cambio
estructural e ideológico que ya se perfilaban al menos desde la eclosión del
mundo bipolar. Expondré por qué, a mi juicio, este es un caso de aconteci-
miento «transformador» de los marcos en los que se entiende la violencia y el
terrorismo, así como de las políticas a través de las cuales se maneja dicha
violencia, lo que en el debate público ha pasado a considerarse como estrate-
gias de tolerancia «0».
Finalmente, se recuperará el objeto inicial de este texto para subrayar, a
partir del caso expuesto, la relevancia del papel de los acontecimientos en la
transformación de «umbrales» de tolerancia pública a la violencia y, como
consecuencia, el interés empírico que supone para el análisis de la acción co-
lectiva una perspectiva que aborde estos en profundidad.
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LA VIOLENCIA POLÍTICA: ENTRE LA ACCIÓN Y EL CONTEXTO


Una aproximación a la violencia política en cualquiera de sus dimensiones
debe atender, al menos, al amplio conjunto de medios y estrategias disponi-
bles para actores concretos y al ambiente o contexto cultural e institucional
en el cual determinadas acciones son puestas en práctica.
La primera cuestión conduce a la noción de repertorio de acción colectiva
propuesta por Tilly a través de sus numerosos trabajos dedicados a compren-
der las condiciones, causas y desarrollos de la misma (Tilly, 1993b, 1995b). El
«repertorio» alude al «conjunto de medios que un grupo tiene para hacer vi-
sibles demandas de distinta naturaleza sobre distintos grupos o individuos»
(1993b: 265). Generalmente, el repertorio cambia en función de la racionali-
dad estratégica y de la interacción con otros actores. Por tanto, una acción se
pone en marcha, y no otra, en virtud de intereses concretos y dependiendo
no solo de lo que se pretende conseguir, sino también de lo que es posible ha-
cer, de los recursos disponibles, y de las capacidades y habilidades de los pro-
tagonistas.
La violencia como parte del repertorio es entendida como procedimiento
racional (en tanto que entraña un cálculo de costes-beneficios) por el cual

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Laura Fernández de Mosteyrín

distintos actores emprenden estrategias dinámicas de conflicto para hacer vi-


sibles sus demandas ante los oponentes. Así lo plantea Tilly en algunos de
sus textos. Y, sin embargo, los costes de la acción también están atravesados
por una dimensión simbólica que es una de sus características más distinti-
vas. La violencia es un mecanismo expresivo de visibilizar demandas que ge-
nera significados para las comunidades de legitimación de las organizaciones
que recurren a ella y para audiencias más amplias.
El concepto de repertorio posee entonces componentes estructurales,
históricos y culturales (Tilly, 1995b). Tanto si se considera su racionalidad
como su lógica expresiva, determinados tipos de acción están expuestos a
coerciones estructurales y narrativas que dan forma y afectan al modo en
que dichas acciones son puestas en práctica o no, hasta qué punto o con qué
límites.
En todo caso, con el fin de poder usar la noción de repertorio para com-
prender aspectos de la legitimidad atribuida a la violencia, la dimensión cul-
tural debe ser enfatizada. Y, por lo tanto, asumiré que toda acción humana, y
concretamente la acción política, es moldeada por e interpretada a través de
significados culturales. Entonces, el uso de la violencia o cualquier otro me-
dio de expresión del conflicto será mejor comprendido si consideramos el
amplio conjunto de creencias, valores y discursos que se vinculan al mismo
(Sewell, 1990), así como el lenguaje hegemónico en cuyo contexto dicha ac-
ción tiene lugar.
Respecto a la dimensión contextual de la acción, dentro de la corriente del
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llamado «proceso político» se ha subrayado la importancia del sistema polí-


tico como elemento condicionante de la acción colectiva. El concepto «opor-
tunidad(es) políticas» alude a las dimensiones del sistema político que pro-
porcionan incentivos para la acción o disuaden de la misma: busca vincular la
política institucional a la acción colectiva 5. La noción de «estructura del con-
texto» desarrollada por Rucht (1999) ayuda a superar ciertas limitaciones
empíricas que entraña la noción de oportunidades al ignorar que la acción no
está constreñida exclusivamente por las características del sistema político.
Partiendo de una idea tridimensional del contexto (factores sociales, cultura-
les y políticos), se puede abordar un entorno más amplio que el meramente
político-institucional y, a la vez, le permite comprender el papel central de
otros factores como las actitudes, creencias y valores relevantes en cada con-
texto.
Koopmans, por su parte, ha enfatizado la necesidad de un enfoque inte-
grado de las oportunidades que permita dar cuenta de la dimensión cultural
y comunicativa del contexto. Partiendo de elementos del análisis de los mar-
cos (Snow et al., 2000) y de los presupuestos del proceso político, este autor
lanza la idea de «oportunidades discursivas» con el fin de capturar el papel
5 Sobre la noción de oportunidad política y algunos de sus principales debates, véanse Tarrow

(1997) y Goodwin y Jaspers (1999).

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Sobre la capacidad transformadora de los acontecimientos...

interviniente del discurso público en la movilización. Recurriendo a la pro-


ducción de significado del discurso público y a su capacidad de dar forma al
proceso de reivindicación de demandas, este modelo ayuda a evaluar el uni-
verso simbólico en el que la acción tiene lugar (Koopmans et al., 2005).
Expresadas de forma muy general, las dos dimensiones expuestas —por
un lado, la acción a través de la idea de «repertorio» y, por otro, el «contex-
to» entendido como ambiente más amplio que el puramente político-institu-
cional— sitúan el análisis en un terreno en el que tanto la acción como su
contexto pueden ser abordados de un modo sistemático atendiendo a la idea
de proceso necesaria para todo análisis del conflicto, central en la obra de
Tilly.
Con el fin de centrar el análisis de la violencia política en las categorías
propuestas por el llamado «modelo político» de análisis de la acción colecti-
va, querría señalar tres aspectos que resultan problemáticos para pensar en
las transformaciones contemporáneas de la legitimidad de la violencia, como
medio de acción política:
1. En primer lugar, se trata de una perspectiva con un marcado sesgo
estatalista 6. Considerar este aspecto, que ha sido señalado recientemente
(Porta, 2008; Maskaliunaite, 2008), es de interés medular para abordar el aná-
lisis de la relación entre dinámicas globales y locales del conflicto o la protes-
ta, tanto en sus aspectos ideológicos o culturales como en aquellos puramen-
te estructurales. A través de la incorporación del «contexto global» en su
doble dimensión institucional y cultural como un contexto de oportunidades
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para modos específicos de hacer política y reivindicar demandas, podríamos


avanzar en el análisis de los conflictos políticos domésticos. De acuerdo con
D. della Porta:

«En el análisis de las oportunidades contextuales para la violencia, un nuevo reto


surge de la dimensión global de las formas contemporáneas de violencia política y de
los discursos que se desarrollan a su alrededor. […] porque tanto el terrorismo como
el antiterrorismo son globales, y las cuestiones geopolíticas de la misma manera que
las guerras, las diásporas y similares, adquieren mayor poder explicativo» (Porta,
2008: 223).

Para ahondar en esta línea, tres dimensiones al menos podrían ser útiles:
en primer lugar, considerar el papel de los actores internacionales en la repre-
sión de la violencia; en segundo lugar, la adopción y el desarrollo generaliza-
dos, tanto en el nivel internacional como en el doméstico, de medidas legisla-
tivas y judiciales para facilitar la represión de dicha violencia, y, por último,
6 Sobre el «nacionalismo metodológico» se ha abierto en los últimos años un interesante debate

que cuestiona algunas de las categorías centrales del análisis sociológico y su capacidad para aprehen-
der determinados aspectos de una sociedad expuesta a dinámicas de transformación que son tanto
globales como locales. En el caso concreto del análisis del conflicto y de la acción colectiva, la necesi-
dad de elaborar nuevas herramientas y redefinir aquellas que tenemos disponibles es más que necesa-
rio, como han apuntado algunos autores a través de sus observaciones empíricas.

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Laura Fernández de Mosteyrín

el proceso de emergencia y la difusión de ideas y discursos sobre el uso de la


misma.
2. El segundo factor que resulta problemático para adoptar la perspectiva
clásica de la acción colectiva tiene que ver con los aspectos culturales e ideo-
lógicos de la acción o el contexto en el que dicha acción es entendida por ac-
tores y audiencias. Si bien es necesario tomar en consideración los postula-
dos del análisis de marcos, podría ser más provechoso a nuestro análisis si
esta dimensión fuera entendida como externa al movimiento; como el uni-
verso simbólico en el que ideologías y marcos tienen sentido y la acción es
concebida, aprendida y puesta en escena (Williams, 2004).
No podemos ignorar el significativo conjunto de transformaciones y pro-
cesos de cambio cultural que tienen lugar en el marco de lo que llamamos
«globalización». Entre otros aspectos, estos cambios suponen la emergencia
de nuevas formas de percepción social del espacio y del tiempo, que afectan
al modo en que lo internacional y global es pensado en los imaginarios de los
actores (Castells, 2005, 2009). Por otro lado, se puede constatar la emergen-
cia de nuevos modos de pensar la política vinculados al consumo, a lo coti-
diano (everyday life) o a la conexión global-local 7. En este contexto, lo que
público y actores consideran necesario, justificado, factible o legítimo con el
fin de reivindicar demandas, está atravesado por múltiples factores culturales
que están inmersos en un proceso de cambio que bien puede entenderse
como «glocal».
En este sentido, una de las limitaciones más significativas del enfoque de
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marcos para la acción colectiva estribaría, a mi juicio, en el hecho de conside-


rar la dimensión cultural de la acción como algo totalmente maleable por el
movimiento. Los marcos son «mapas cognitivos» a través de los cuales los
actores del movimiento social comparten definiciones de diagnóstico y pro-
nóstico (Snow et al., 2000). La resonancia cultural que se espera que tengan
para ser efectivos está ligada a la capacidad de los movimientos para llegar a
sus audiencias. Sin embargo, existe una cierta falta de atención hacia el papel
de las fuerzas y variables contextuales, incluidas las características simbólicas
sistémicas de los contextos culturales, el papel de los acontecimientos y epi-
sodios históricos y políticos a la hora de dar forma a los resultados de los
marcos (Hallgrímsdottir, 2006). Conocer el universo simbólico en el que
marcos concretos tienen sentido y la acción es comprendida es interesante en
la medida en que nos permite ampliar el espectro de análisis. Amplía el aba-
nico de actores cuyas acciones simbólicas pueden ser comprendidas. Permite
atender a un espacio en el que un variado conjunto de acciones sean evalua-
das como legítimas, efectivas, innovadoras, transgresoras o totalmente in-
aceptables. De acuerdo con Koopmans: «Gran parte del contexto cultural en
el que los movimientos sociales actúan está más allá de su esfera inmediata de

7 La idea de «pensar global, actuar local», tan difundida en buena parte del movimiento alter-

mundista.

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Sobre la capacidad transformadora de los acontecimientos...

influencia y puede ser por tanto caracterizada como estructura cultural de


oportunidad» (Koopmans et al., 2005: 19).
3. En último lugar y con el fin de dar cuenta de la vertiente más dinámica
de este «contexto», es necesario establecer un punto de vista histórico. La di-
mensión temporal y contingente de las configuraciones sociopolíticas, así
como la capacidad creativa de los acontecimientos históricos (Sewell, 2005),
son esenciales para este propósito. Solo si consideramos que el contexto es
contingente, y sujeto por tanto al cambio, podemos aproximarnos a él como
variable susceptible de afectar los repertorios de acción.

DEL «ANÁLISIS DE LOS EPISODIOS POLÍTICOS» AL «ANÁLISIS


DE LOS ACONTECIMIENTOS TRANSFORMADORES»

Los episodios son piezas clave para analizar la realidad del conflicto y así
son considerados en la obra de Tilly. En ellos se llevan a cabo acciones colec-
tivas que pueden ser comparadas con otras en distintas dimensiones y frente
a diferentes variables. Por esta razón hay toda una corriente de «análisis de
los episodios» en la familia de la acción colectiva. A lo largo de esta sección
trataré de plantear los principales argumentos metodológicos de Charles
Tilly a la hora de analizar los repertorios de acción colectiva y los confronta-
ré con las propuestas de W. H. Sewell Jr. que, a mi modo de ver, vigorizan el
marco de análisis de los episodios.
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Sobre la recuperación de episodios: los mecanismos causales


entre la sociología y la historia
En un pequeño artículo publicado en 1993 titulado «Contentious Re-
pertoires in Great Britain 1758-1834», Charles Tilly recoge muchos de sus
principales argumentos acerca del cambio social, los cambios estructurales
y las transformaciones de la contienda política (Tilly, 1993b). En él plantea
y discute la noción de repertorio tanto desde el punto de vista teórico como
metodológico y reflexiona, a partir de la evidencia generada en su trabajo
histórico en la Gran Bretaña de finales del XVIII e inicios del XIX, sobre el
modo de dar cuenta de dichos repertorios. En la primera sección lleva a
cabo una narración detallada de ciertos episodios de protesta comparando
los dos momentos históricos. A partir de la caracterización de las formas
de protesta, plantea la existencia de cambios fundamentales en las formas de
la misma. En este punto, Tilly apela a las propiedades culturales del concep-
to «repertorio»; esto es, a su naturaleza más aprendida y simbólica que «ra-
cional»:

[…] la gente en un momento y en un lugar aprende a desarrollar un número limitado


de rutinas colectivas posibles, adaptándose cada cual a las circunstancias inmediatas,
y a las reacciones de sus antagonistas, autoridades, aliados, observadores, objetos de
sus acciones u otras personas implicadas en su lucha (1993b: 265).

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Laura Fernández de Mosteyrín

Tilly desarrolla en distintos lugares reflexiones sobre el modo de abordar


el análisis de dichos cambios. Las preguntas, en definitiva, que guían su plan-
teamiento serían: 1) ¿cómo deja rastro el fenómeno investigado (el reperto-
rio)?; 2) ¿se pueden observar esos rastros en todas las acciones que compo-
nen el repertorio en un momento y en un lugar?, y 3) usando estos rastros,
¿cómo podemos reconstruir atributos específicos, elementos, causas o efec-
tos de dicho fenómeno? (Tilly, 2002c) En su análisis de 1993b, el cuerpo de
evidencia empírica proviene de un catálogo de episodios electrónicamente le-
gibles y extraídos de prensa y archivos históricos en un período de trece años
y contiene ocho mil «reuniones colectivas» 8. Un catálogo de episodios que
es definido en otro lugar como «un conjunto de descripciones de múltiples
interacciones sociales recogidas de un conjunto delimitado de fuentes de
acuerdo con procedimientos uniformes» (Tilly, 2002c: 249).
Estos catálogos, enormemente exitosos dentro de los estudios de acción
colectiva de tradición anglosajona, se pueden emplear al menos en tres senti-
dos. Por un lado, un análisis de agregación de aspectos específicos de los epi-
sodios (las bajas, por ejemplo) en categorías más generales de medida vincu-
ladas al tiempo y al espacio, para luego tratar de explicar las variaciones. Así
planteado, puede ser enormemente útil para buscar definiciones del fenóme-
no, pero tiene menos sentido para proporcionar «significados» del fenóme-
no. También se pueden llevar a cabo análisis de «incidencia» e indagar si de-
terminados aspectos fundamentales del fenómeno, medidos a través de
catálogos, varían junto con las características del lugar, del tiempo o de otros
episodios asociados. Esto es no solo útil, sino fundamental para un estudio
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del empleo de la violencia. Por último, puede aplicarse para la búsqueda de


«regularidades internas» como la secuencia entre episodios aparentemente
separados. Esto, sin embargo, requiere mayor sofisticación que el simple «re-
cuento» que a veces caracteriza a los catálogos de episodios. El analista no
tiene más remedio que partir de las narrativas y las descripciones sobre los
mismos, convirtiéndolas en elementos con los que se pueda ensamblar cone-
xiones causales (Tilly, 2002c). A tal efecto, Tilly ilustra sus argumentos per-
manentemente con la narración histórica de episodios concretos.
Aunque el propio autor señala cómo hay determinados episodios que ad-
quieren una significación especial y deben ser analizados en mayor profundi-
dad (Tilly, 2004c, 2005e), su trabajo se ha centrado en conceder una relevan-
cia similar a todos y agruparlos bajo criterios uniformes. Esto es así porque
se asume que los pequeños eventos se inscriben en un proceso más amplio y,
por tanto, deben ser «desmenuzados» para generar series temporales y espa-
ciales. En último término, este método cuantifica y compara cambios de
«largo recorrido», en los cuales un episodio concreto sería anecdótico dentro
de la observación de mecanismos causales entre gran cantidad de episodios.

8 Collective gatherings: esta noción puede resultar problemática a la hora de aprehender de qué

acción se trata en concreto (así como de los matices de las mismas). Tilly defiende la codificación
consensuada a partir de distintas nociones que aparecen en los archivos.

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Sobre la capacidad transformadora de los acontecimientos...

Al final de su análisis de los repertorios de conflicto en Gran Bretaña ofrece


una propuesta sobre la variable independiente: ¿qué explica entonces los
cambios en los repertorios? A través de la discusión sistemática de su varia-
ción explica cómo los cambios ocurren de forma gradual pero en un breve
período, y están vinculados a grandes procesos de urbanización e institucio-
nalización de la política parlamentaria británica, a la expansión del mercado
capitalista, al incremento de los gastos bélicos, etc. Poco a poco, el repertorio
se irá haciendo más público, menos violento, más enfocado al ámbito nacio-
nal y a las instituciones.
En este punto surgen, a mi modo de ver, tres cuestiones que me gustaría
plantear.
En primer lugar, Tilly desarrolla enormemente la idea del repertorio
como una noción cultural que implica aprendizaje y modos de acción ancla-
dos en las tradiciones históricas y culturales de los distintos países, y trata así
de superar parte de las críticas recibidas desde lo que se ha dado en llamar
«giro cultural» 9. Así, afirma que «la historia previa de la protesta, constriñe
las opciones de lucha disponibles» (1993b: 268) o «la acción cobra significado
y efectividad a partir de una comprensión compartida, memorias, acuerdos
entre distintos actores» (1993b: 268).
Sin embargo, a la hora de dar cuenta de forma empírica del repertorio, la
elaboración de catálogos se limita a una «cuantificación» del mismo. ¿Cómo
se aborda entonces el significado de una determinada acción? Si las acciones
cobran significado y efectividad a partir de la comprensión compartida, las
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memorias y las identidades de los actores, como por otro lado se ha puesto
de manifiesto en la perspectiva constructivista europea (Melucci, 1994; Tou-
raine, 1987), ¿cuál es el papel creativo y constructivo de los actores en los
cambios en las formas de protesta en Gran Bretaña? ¿Cómo se evalúa el pa-
pel de lo que está socialmente permitido, lo que está «legitimado» desde un
punto de vista político, lo que se puede hacer y lo que no (porque es del todo
transgresor)? Considerando concretamente tipos de acción que implican
violencia, ¿cómo podría darse cuenta de «qué es tolerado» por la sociedad y
el Estado en el curso de una protesta?
A pesar de la complejidad del modelo, este adolece, a mi modo de ver, de
algunas limitaciones para dar cuenta de la dimensión cultural en tanto que
interpretativa. En definitiva, el significado o la narrativa de los actores apare-
cen como secundarios a la explicación 10.

99 Para las críticas al modelo del proceso político, véase Polleta (1997).
10 Dentro de los análisis más recientes de Tilly y sus colaboradores (McAdam, Tarrow y Tilly,
2005) se ha tratado de recoger las críticas más relevantes recibidas desde la década de los noventa. En
concreto, algunos aspectos del planteamiento que propondré en este texto a partir del trabajo de
W. Sewell Jr. para considerar la centralidad de la dimensión cultural en la comprensión de la violen-
cia, han sido rescatados en el programa de investigación planteado en Dinámica de la contienda polí-
tica. Pero en este programa, aunque se exploran varios casos, no se aporta evidencia empírica siste-
mática sobre los mismos ni el modo de recogerla e interpretarla.

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En segundo lugar, las propias fuentes a partir de las cuáles se recoge la evi-
dencia empírica, como algunos autores han planteado, no son neutrales fren-
te al contexto. Trabajar a partir de archivos oficiales, policiales o municipales,
de índices de periódicos anuales, de narraciones de prensa 11, de listas públi-
cas de eventos compiladas por fuentes de prensa y similares, requiere atender
al hecho de que se producen bajo condiciones históricas y culturales deter-
minadas en las que discursos hegemónicos sobre los modos de hacer política
influyen en el modo en que determinados episodios son aprehendidos, perci-
bidos y, por tanto, narrados.
Una tercera cuestión se refiere al hecho de que, tal y como concibe Tilly
los cambios estructurales y de larga duración, la temporalidad es en cierto
sentido «rígida», dejando escaso espacio a la creatividad de los actores para
redefinir episodios concretos. Los actores son centrales a la protesta, pero,
tal y como se plantean los cambios, la coerción de las transformaciones es-
tructurales resulta, a mi juicio, excesiva. Asumiendo la relevancia de las tra-
yectorias de cambio estructural en la configuración del conjunto de acciones
disponibles para los actores, ¿puede haber un espacio para la reconfiguración
de lo que se entiende por determinadas acciones o de la legitimidad de las
mismas en el curso de un proceso de conflicto?
A partir de estas tres consideraciones y asumiendo aún que: a) este tipo de
análisis de los episodios arroja mucha luz sobre los procesos de conflicto
precisamente al establecer dinámicas estructurales de largo recorrido y al
aportar una visión de las trayectorias de la violencia sin la cual no se podrá
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comprender el uso de la misma, y b) que el enfoque del proceso político es


enormemente útil para situar el uso de la violencia en el terreno de la estrate-
gia política, ¿cómo podemos entender los acontecimientos de modo que
aporten algo acerca de la naturaleza simbólica de lo que se hace?

William H. Sewell Jr.: sobre la teorización de los acontecimientos


¿Qué significa bloquear el tráfico, manifestarse o participar en un boicot?
¿Qué significa para quienes lo llevan a cabo y qué significa para los objetivos
o las audiencias? Cada una de estas acciones conlleva un conjunto de narrati-
vas y legitimaciones (o deslegitimaciones) que las constriñen y facilitan tanto
como el marco institucional en el que se inscriben.
En su artículo «Collective Violence and Collective Loyalties in France:
Why the French Revolution Made a Difference?», William H. Sewell plan-
tea, a partir de los propios datos de Ch. Tilly, una dura crítica a la incapaci-
dad de este para comprender el sentido cultural y la capacidad transformado-
ra de los propios procesos de acción colectiva (Sewell, 1990). Toda la obra de
W. H. Sewell constituye una progresiva reacción contra la historia social y

11 Sobre las limitaciones del trabajo en prensa, véanse Franzosi (1987), Olzak (1989) y Oliver y

Myers (1999).

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estructural en la que los cambios de largo recorrido en las estructuras mate-


riales condicionan lo social (Sewell, 2005).
Dos son las cuestiones que me interesa rescatar del trabajo de este autor
para argumentar algunos aspectos de mi defensa de la necesidad de abordar la
dimensión simbólica de la noción de repertorio: 1) su idea acerca de la tempo-
ralidad de los acontecimientos, y 2) el énfasis en el significado de las acciones.
A través de la narración e interpretación de los acontecimientos conoci-
dos como la toma de la Bastilla en 1789, Sewell teoriza los «acontecimientos»
(events) como «acontecimientos transformadores de estructuras». Un episo-
dio se convierte en un «acontecimiento» cuando es en algún sentido reseña-
ble. Cuando los historiadores hablan de acontecimientos se refieren a aque-
llos que son transformadores; a los que suponen un antes y un después.
Sewell parte de una visión estructural de la vida social que entiende que «la
mayoría de las prácticas sociales, sean diplomacia internacional, insignifican-
tes finanzas o recreación cultural tienden a reproducirse con considerable con-
sistencia a lo largo de períodos relativamente extensos» (2005: 226) 12. Mien-
tras que los acontecimientos son culminaciones a veces de tendencias
estructurales de largo recorrido, sostiene que «generalmente hacen más que
simplemente generar reajustes necesarios en las prácticas para un cambio so-
cial gradual». Lo que hace a los acontecimientos históricos tan importantes
como para ser teorizados es que «redefinen la historia» alternando los nexos
causales en los que las interacciones sociales tienen lugar.
A partir de su estudio de caso-acontecimiento en la Bastilla, reconstruye
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transformaciones tan significativas en la violencia colectiva como la emer-


gencia de la moderna noción de «revolución» e insurrección popular (el pue-
blo contra el Estado). El modo en que los sucesos de la toma popular de la
Bastilla por medio de la violencia son reconstruidos socialmente en la «esfera
pública» (por lo que hoy llamaríamos opinión pública y «publicada») es rele-
vante en la medida en que, a pesar de no suponer una ruptura en el repertorio
de acción colectiva, son dotados de tal significado simbólico que «sobre la
marcha» se convierten en acto fundacional de la Revolución francesa (Sewell,
2005: 235).
Esta redefinición es atribuida por Sewell a dos procesos que son centrales
a la construcción social del acontecimiento: por un lado, a la emergencia de
un lenguaje concreto empleado públicamente en la Asamblea francesa (vin-
culado con las nociones de soberanía popular, voluntad popular, etc.). Por
otro lado, al recurso a formas específicas de violencia —las propias prácticas
violentas del pueblo de París—. Estos dos procesos confluyen en el momen-
12 La teoría dual de la estructura planteada por Sewell, a partir de las propuestas de Giddens y

Bourdieu, permite reconocer en la estructura tanto un plano material como un conjunto de esquemas
cognitivos y pautas sociales. Un desarrollo reciente de la misma está recogido en Logics of History
(2005). Aunque a lo largo de este capítulo se ha utilizado en varias ocasiones el concepto «estructu-
ral» aludiendo a la dimensión material de las estructuras sociales, comparto plenamente la concep-
ción cultural de las mismas.

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to en que oradores y masas se apoyan en teorías políticas de la soberanía para


justificar su propia acción. Entonces, lo que surge como un acto defensivo se
convierte en un acto de voluntad popular, generando así la noción contem-
poránea de «revolución».
Sewell examina la secuencia para ver el cambio en lo que se concibe como
«violento». Aquí, la narración forma parte de la explicación. Y lo hace a tra-
vés de la idea de temporalidad como hilo conductor. Para entender el aconte-
cimiento es necesario reconstruir la secuencia de acción e interpretación que
conduce de la ruptura (la toma de la Bastilla) a la rearticulación y codifica-
ción de una nueva concepción de la revolución que a la larga transformó el
concepto de soberanía nacional. Solo un cambio de vocabulario no generó
por sí solo tal transformación; la eficacia de los símbolos culturales se evalúa,
según M. Schudson (1989), en su fuerza retórica, en su resonancia para dis-
tintas audiencias y en la retención institucional que estimulan. Sewell señala
cómo la alteración de las prácticas y relaciones de poder institucional y mili-
tar (la modificación de los marcos legales y militares) es lo que genera la
transformación social y política. Es en la Asamblea donde la noción de «re-
volución» fue legitimada 13.
En el discurso político pre-Bastilla la violencia era considerada irracional,
contagiosa y punible. Con el transcurso de los acontecimientos, se produce
una alteración en el discurso sobre la violencia y esta pasa de ser una acción
inaceptable a su total legitimación en la Asamblea; en unos días de debates
políticos, la violencia se convierte en un forma de resistencia, fundadora de
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un nuevo orden, creativa/creadora, necesaria y legítima. «Dentro del campo


semántico y político creado por el concepto de revolución, la frontera entre la
legitimidad y la ilegitimidad de la violencia popular, entre revolución y rebe-
lión no pudo ser nunca marcada» (Sewell, 2005: 244).
Aquí estriba, a mi modo de ver, la diferencia fundamental entre Tilly y
Sewell para dar cuenta de cambios en los repertorios y estilos de la protesta
violenta. Mientras el primero apela a cambios estructurales de larga duración, el
estudio en profundidad de un acontecimiento (o sucesión de acontecimientos)
permite al segundo señalar cambios en la propia concepción de la violencia, en
lo que de forma sobrevenida se puede convertir en tolerable y justificable.
Entre las implicaciones teóricas de la narración de acontecimientos,
Sewell resalta las siguientes cuestiones:
1. Los acontecimientos históricos rearticulan las estructuras (prácticas
institucionales y discursivas).
2. Los acontecimientos históricos son transformaciones culturales: son
«actos de significación» (2005: 245) literalmente significativos porque «intro-
ducen nuevos significados de lo que realmente existe» (de lo que está bien, de
13 Sewell no es ciego a tendencias subyacentes de cambio estructural (material, por así decirlo).

Plantea más bien la cristalización de las mismas en el proceso transformador del acontecimiento.

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lo que es posible) y reconstruyen las categorías mismas de la cultura y la ac-


ción política. Esto implica que el proceso de interpretación simbólica es par-
te y todo del acontecimiento histórico.
3. Los acontecimientos están perfilados también por condiciones parti-
culares: por ejemplo, las condiciones semánticas a las que estaba sujeto el
concepto «pueblo» o el significado anterior de la «fortaleza», que ya era sím-
bolo de injusticia. Este conjunto de factores y condiciones locales previa-
mente existentes contribuyen a alimentar el acontecimiento.
4. Los acontecimientos son momentos de incremento desmesurado de las
emociones, momentos de «efervescencia colectiva» y actos de creatividad colec-
tiva: se elaboran nuevos argumentos, se generan improvisaciones, nuevas for-
mas de organización, circulan nuevas ideas y todo cristaliza en la esfera pública.
5. Los acontecimientos están salpicados de rituales y además generan
otros acontecimientos: la procesión con los vencedores, la visita a la asam-
blea, los ceremoniales. Se genera una percepción de comunitas que otorga
poder psicológico y social.
Finalmente, hay dos aspectos de la teoría de los acontecimientos de
Sewell que son interesantes de rescatar para avanzar en el análisis y que tie-
nen que ver precisamente con el modo de indagación. Para convertirse en
acontecimientos fundadores de cambios estructurales —en actos de signifi-
cación— deben ser sancionados por algún tipo de autoridad: todo lo narrado
por él solo obtuvo carta de naturaleza cuando la Asamblea francesa y los po-
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deres centrales lograron la aquiescencia del rey. Se producen reformas insti-


tucionales (un tratado, una firma, un documento, etc.) y todo ello cristaliza
en las relaciones sociales. Esta idea es más que interesante desde el punto de
vista metodológico ya que constituye a la vez la respuesta a la pregunta por
el «rastro» que dejan los fenómenos que se pretende estudiar. Por otro lado,
los acontecimientos son procesos temporales y espaciales cuya definición re-
quiere un acto de juicio: definir los límites de un acontecimiento dependerá
de aquello que se quiera explicar. No se puede explicar todo de un evento.
De hecho, Sewell solo explica la emergencia de la moderna noción de revolu-
ción y las implicaciones para la comprensión de la violencia colectiva.
En esta breve exposición espero haber aclarado los dos puntos que quería
recuperar para el análisis de los aspectos más simbólicos de la violencia y de
sus vínculos con la temporalidad. Está claro que el método narrativo emplea-
do por Sewell, si bien puede dar cuenta de la violencia de un modo más cer-
cano a lo simbólico, no es capaz (ni pretende) abarcar en esos términos el
análisis de tres siglos de violencia. Por esta razón, los análisis de Tilly siguen
siendo necesarios para comprender las trayectorias de violencia 14 en el espa-
cio y el tiempo.

14 Sobre métodos alternativos de abordar el análisis de la narrativa de la violencia desde un punto

de vista más histórico véase, Cerulo (1998).

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Laura Fernández de Mosteyrín

Complementados con el argumento de que hay acontecimientos que bajo


determinadas circunstancias contribuyen a cristalizar tendencias de largo re-
corrido, y que son a su vez transformados por los actores y transformadoras
en sí mismas, pueden ser de enorme utilidad.

EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001 COMO ACONTECIMIENTO


TRANSFORMADOR
La tercera parte de la exposición estará dedicada a aplicar la propuesta
teórica que he discutido en páginas anteriores a un caso: los episodios del 11
de septiembre y la emergencia de la guerra contra el terror, entendido como
acontecimiento transformador que produce un nuevo contexto ideológico-
institucional. El objetivo de esta sección es comprobar en qué medida esta
propuesta tiene potencial y cuáles son sus limitaciones para comprender
transformaciones en los umbrales de violencia socialmente tolerada.
Desde que en el Departamento de Estado de los EE. UU. se sustituyó el
vocablo guerra contra el terror por el de operaciones contingentes en el ex-
tranjero (overseas contingency operations) 15, pareciera que la obsesión de la
así llamada «amenaza global del terrorismo» y la necesidad de garantizar la
seguridad de los ciudadanos occidentales (de su modo de vida o de sus liber-
tades) por todos los medios, sean estos legítimos, ilegítimos, legales, ilegales
o alegales, se ha desvanecido. No parece un descuido de la Administración
Obama, sino una estrategia deliberada para afrontar la mala prensa del térmi-
no y lograr que todo permanezca bajo cambios menores. La guerra contra el
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terror parece continuar porque no se trata solo de la invasión ilegal de Irak o


legal de Afganistán, sino de un conjunto de prácticas y discursos sobre la se-
guridad, la amenaza, la violencia y los modos de enfrentarla que, si bien no
pueden comprenderse sin considerar dinámicas globales de cambio estructu-
ral de largo recorrido, parecen haber cobrado carta de naturaleza tras los he-
chos del 11S (Jackson, 2005).
Pippa Norris, aportando datos de la RAND Corporation y de los infor-
mes del Departamento de Estado de los EE. UU., ha planteado cómo el te-
rrorismo internacional tuvo su máximo impacto a lo largo de los años seten-
ta y ochenta. Esto es consistente con los análisis de Tilly (2003a) y otros
autores. Por tanto, argumenta, nada de la violencia que hemos percibido en
los últimos años (y que se ha dado en llamar global) es nuevo 16. Lo que sí pa-
rece nuevo es el impacto de dichas violencias: sus objetivos y, fundamental-
mente, el modo en que se habla de ellas (Norris, Kern y Just, 2003): la cons-

15 Fuente: The Washington Post, 25 marzo 2009.


16 Tanto si estos acontecimientos significan la emergencia de nuevas formas de violencia como si
suponen la rápida cristalización de tendencias históricas, es aún un tema muy debatido entre los in-
vestigadores. En todo caso, sí pueden señalarse algunos cambios significativos en la naturaleza de la
violencia política. Para una aproximación a los debates sobre la novedad de la violencia política glo-
bal, véanse Münkler (2005), Kaldor (2001) y Hoffman (2004).

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trucción pública del discurso de la guerra contra el terror que resuena en la


esfera pública generando amenazas y respuestas. Y esto no parece que vaya a
cambiar puesto que está cristalizando al menos de dos modos distintos: a tra-
vés del lenguaje público y por medio de la acción de los gobiernos.
No es mi intención hacer del 11S y de la guerra contra el terror un aconte-
cimiento como la toma de la Bastilla. Sin embargo, una aproximación a este
acontecimiento, que entiendo compuesto de sucesión de hechos más allá de
los atentados, es significativa para ilustrar dos de los aspectos planteados a lo
largo del ensayo: 1) que la violencia está sujeta a narrativas y discursos en un
momento histórico y en un lugar concretos, y 2) que aunque no podamos
hablar de cambios en el repertorio prevalente de la confrontación en los paí-
ses occidentales 17, sí podemos sugerir cambios en los umbrales de tolerancia
pública a distintas formas de violencia que pueden entenderse como parte de
un proceso más amplio de cambio cultural e ideológico en el contexto global,
pero cuya cristalización a través de la construcción social y política de este
evento parece obvia.
Sin duda, los episodios del 11S en EE. UU. y los siguientes similares en
Madrid (2004) y Londres (2005), así como las estrategias desarrolladas inme-
diatamente para hacer frente a tal amenaza, han modificado sustancialmente
el modo en que la violencia terrorista es concebida, enfocada y combatida.
Este proceso conlleva complejas transformaciones que parecen afectar a los
imaginarios y prácticas de viejas y nuevas organizaciones que recurren a la
violencia, pero también a los de los Estados, actores internacionales y, final-
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mente, de la opinión pública.

Sobre el enmarque de la violencia en el contexto


de la guerra contra el terror
En primer lugar, podemos señalar cómo parece haber un «antes y un des-
pués» en el modo en que la violencia es comprendida en el discurso público y
en el modo en que estos acontecimientos fueron socialmente construidos.
Terrorismo se ha convertido en una categoría omnicomprensiva y vagamente
definida bajo la cual se incluye todo tipo de violencias, aunque, en general,
no aquella que procede del Estado, tal y como el propio Tilly ha señalado
(Tilly, 2004c).
Las implicaciones sociopolíticas de esta reducción son más que significa-
tivas en la medida en que dicha categoría parece haberse instalado en el dis-
curso público y en el de la clase política. Académicos, expertos, políticos, in-
telectuales de todo tipo o medios de comunicación, todo el mundo escribió
«algo» inmediatamente después del 11S. Es más, debido al ciclo de violencia
global iniciado tras estos episodios, la cuestión ha cobrado una fuerza retóri-

17 No estrictamente vinculados a este acontecimiento pero sí a dinámicas globales de cambio so-

cial. Véase Porta y Tarrow (2001).

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ca (Schudson, 1989) considerable, convirtiéndose en parte del discurso polí-


tico cotidiano.
Parece como si el contexto ideológico y cultural en el que tiene lugar la
violencia estuviera sufriendo algún tipo de modificación (Norris, Kern y
Just, 2003); en otras palabras, que el uso de la violencia podría ser compren-
dido por públicos, audiencias, actores o expertos de modo distinto en el con-
texto de la así llamada guerra contra el terror de lo que lo era bajo la lógica de
la guerra fría y el mundo bipolar 18.
La expresión guerra contra el terror (acuñada por el ex presidente esta-
dounidense G. W. Bush) se ha integrado en el vocabulario internacional y tie-
ne implicaciones políticas y militares en el nivel internacional que sostienen la
tesis de que la guerra y el terror son amenazas globales. El unilateralismo de
la acción de los EE. UU. desde el 11S, invocando el derecho a la legítima de-
fensa frente a lo que se consideró un «acto de guerra» (Montgomery, 2005), y
las consiguientes campañas militares en Afganistán e Irak, lejos de hacer el
mundo más seguro, han abierto el debate sobre numerosas cuestiones que
tienen que ver con la legalidad internacional y el orden político y moral.
Una fuente importante de evidencia empírica de lo que estoy denominan-
do contexto ideológico de la guerra contra el terror la constituye eso que lla-
mamos comúnmente «opinión publicada»: todo aquello escrito con poste-
rioridad al 11S relativo a la violencia, la seguridad, las justificaciones de la
guerra, las justificaciones morales y políticas de las modificaciones legales en
los distintos países, etc. Como ha planteado Richard Jackson, «“la guerra
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contra el terror” consiste literalmente en miles de páginas de texto, palabras


y símbolos que forman la base y la racionalidad para la acción oficial» (Jack-
son, 2005: 18.).
Numerosos estudios han abordado el modo en que los acontecimientos
del 11S fueron enmarcados por la prensa internacional y en distintos contex-
tos domésticos, apuntando en su mayoría a claros cambios en el modo en
que se trata la violencia (Norris, Kern y Just, 2003; Ruigrok, Atteveldt y
Vliegenthart, 2008; Persson, 2004; Montgomery, 2005; Zizek, 2002). Con-
ceptos como «seguridad global», «guerra preventiva», «combatientes ilega-
les», «detenciones preventivas» o «derecho penal del enemigo» reflejan los
parámetros en los que se entiende la violencia, a la vez que evidencian altera-
ciones en los niveles de democracia como el balance constitucional y legal;
18 Algunos autores han señalado cambios en las percepciones de la violencia en el contexto con-

temporáneo. Así, parte de las justificaciones intelectuales de la violencia insurgente entre los intelec-
tuales de los sesenta hoy serían implanteables o, como dice Wieviorka, en Occidente «cualquier refe-
rencia positiva a la violencia está simplemente fuera de debate» (Wieviorka, 2005: 111). En el
contexto de la guerra fría se podían hacer distinciones entre violencias, tipos de violencias, significa-
dos de violencias (una revisión de la literatura de esas décadas lo evidencia). Asta Maskaliunaite
(2008) señala cómo las ciencias sociales en general en el período 60-90 tendían a analizar la violencia
como parte de un conflicto o crisis, proporcionando una visión instrumental o racional como medio
para lograr objetivos políticos. Hoy estas perspectivas han sido extensamente abandonadas como
«deterministas» y la violencia aparece vinculada a la afirmación de las subjetividades.

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las estructuras de poder sobre las que descansa el sistema internacional (Hu-
rrell, 2007); la tensión entre los derechos civiles y libertades públicas, por un
lado, o los requerimientos de la seguridad, por otro; o el uso de la fuerza en
el marco de la legalidad internacional (Görkay y Walker, 2003). Muchas de
estas cuestiones plantean problemas tanto en el nivel internacional como en
el marco doméstico de los distintos Estados.
Por otro lado, las movilizaciones ciudadanas contra la violencia se han con-
vertido en un fenómeno frecuente tanto en el nivel global como en el domésti-
co y ya sea para rechazar la violencia «terrorista», la violencia por parte de los
Estados o la guerra convencional. Las manifestaciones y protestas masivas di-
fundidas a lo largo y ancho del planeta contra la invasión de Irak en febrero de
2003 tuvieron un impacto global, poniendo de manifiesto altísimos niveles de
intolerancia a la violencia que parecen haber reforzado el clásico movimiento
pacifista dentro de la estructura de la protesta altermundista 19. El modo en
que se habla de la violencia en la esfera de lo público, la cual, además, podemos
considerar como cada vez más global, es relevante en la medida en que trans-
forma los imaginarios sobre lo que se puede y lo que no se puede hacer 20.

Sobre transformaciones en los marcos legales e institucionales


a través de los cuales se trata la violencia
Como he planteado, una de las consecuencias más significativas del ciclo
de violencia abierto tiene que ver con la emergencia en el debate público de
problemas de seguridad, y con las estrategias antiterroristas diseñadas y
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puestas en práctica desde entonces por parte de instituciones internacionales


y estatales.
Los episodios del 11S produjeron inicialmente un rechazo masivo entre las
sociedades y los Estados occidentales y un apoyo casi unánime hacia los
EE. UU. 21, respaldando su derecho a la legítima defensa, al menos en un pri-
mer momento. Este apoyo se materializó en una reestructuración de las agen-
das políticas de instituciones internacionales como las Naciones Unidas o la
Unión Europea, dentro de las cuales se activaron proyectos de seguridad con-
virtiendo la cuestión en un asunto de prioridad institucional absoluta, difun-
diendo el concepto de «tolerancia “0” con la violencia». Es más, muchos paí-
ses han desarrollado diferentes medidas legislativas, policiales y judiciales 22,

19 En el marco de la protesta altermundista, o así llamada «antiglobalización», es más que notable

el hecho de que las acciones llevadas a cabo sean más que frecuentemente recogidas en los medios,
aludiendo a su acción violenta. El enmarque de los medios suele ser en términos de «antisistema»,
«daños a la propiedad», etc. La alusión a la violencia minoritaria eclipsa la realidad de la protesta «de-
monizando» actores y contribuyendo a invisibilizar los conflictos que se pretende evidenciar.
20 Para un análisis en profundidad de las concepciones morales sobre la violencia a través de los

medios y la consiguiente legitimación de las mismas en la esfera pública, véase Cerulo (1998).
21 Este apoyo debe ser matizado atendiendo a regiones enteras del «sistema mundo». América

Latina, África y, mayoritariamente, el mundo islámico han mantenido posturas diferentes, ambiguas
y, en todo caso, complejas en este sentido.

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Laura Fernández de Mosteyrín

modificando sus estrategias y estructuras de defensa. El terrorismo se ha con-


vertido en uno de los principales problemas para la opinión pública en las so-
ciedades occidentales y una suerte de discurso de «seguridización», que se
materializa en prácticas concretas, parece cobrar cada vez más relevancia.
Ya desde los mismos orígenes de la internacionalización del terrorismo
contemporáneo a lo largo de los años setenta y ochenta, y debido en parte a
la creciente interdependencia y cooperación entre Estados durante los no-
venta, la comunidad internacional llevó a cabo el diseño de determinado
tipo de medidas en el campo de la seguridad con el fin de hacer frente a la
amenaza que entrañaba dicho proceso. En este contexto, surgieron debates
sobre la adopción de medidas militares defensivas fuera de los límites estata-
les para responder a dicha violencia. Asimismo, se dieron los primeros pa-
sos para una creciente cooperación en el marco de la multilateralidad y la bi-
lateralidad.
Los debates en el seno de la Asamblea General de la ONU en el otoño de
2001 y las consecuentes medidas adoptadas por el Consejo de Seguridad (las
Resoluciones 1368 y 1373, que establecían las principales áreas en las que ha-
bía que trabajar para el fortalecimiento de las estrategias antiterroristas) 23
son más que significativos del modo en que lo que podríamos llamar «tra-
yectorias de largo recorrido» son reelaboradas por los actores en el curso de
un acontecimiento.
En el marco de la política comunitaria la respuesta de los Estados miem-
bros contra el terrorismo global ha sido decisiva, en parte también por la re-
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lación directa e indirecta de Europa con el terrorismo. Las primeras iniciati-


vas tomadas por las instituciones europeas, compiladas en el denominado
«Plan de actuación» (9/001), contienen amplias medidas que han sido de-
sarrolladas para promover la cooperación entre los servicios de seguridad y
los departamentos de policía de los distintos Estados. Las principales líneas
de trabajo están vinculadas con la financiación del terrorismo, la cooperación
policial y aduanera, la seguridad de los explosivos, la cooperación entre ser-
vicios de inteligencia y la protección de infraestructuras críticas 24. Los episo-
dios del 11M en Madrid evidenciaron para la UE la necesidad de mantener
abierta la cooperación y armonizar las legislaciones de los Estados miembros
bajo una estrategia común de seguridad 25. La armonización de las legislacio-
nes de los distintos Estados miembros ha de verse en el contexto de cambios
más amplios. No se trata solo de la UE. Además de los obvios cambios en las
22 Entre los casos más significativos están Reino Unido, Australia, España o Colombia. Sobre

este tema, véase Thornberry (2003).


23 United Nations Security Council S/PV. 4370, September, 12, 2001; United Nations Security

Council S/RES/1368 (2001) September, 12, 2001; United Nations Security Council S/RES 1379
(2001), September, 28, 2001.
24 La adopción de estas medidas modificando los contextos domésticos de los Estados miembros

es de crucial importancia para conocer la evolución de la violencia política en los mismos.


25 Para un desarrollo en extenso de las distintas modificaciones, véanse Echevarría (2002), Thieux

(2004) y Boer (2003).

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Sobre la capacidad transformadora de los acontecimientos...

estrategias y marcos legislativos en los EE. UU., podemos comprobar dichos


cambios en otras regiones, como ilustra el caso de la Política de Seguridad
Democrática del gobierno Uribe en Colombia (Leech, 2004).
Estas estrategias, sean el resultado de cambios geopolíticos más amplios y
mucho más profundos enraizados en el final de la guerra fría o de las trans-
formaciones estructurales y culturales en el contexto del cambio global, bien
pueden haber cristalizado a través de la construcción social de una secuencia
de acontecimientos, tal y como plantea Sewell.
Muchas cuestiones de las planteadas resultan contradictorias ya que no se
trata solo de la intolerancia social a la violencia que podríamos llamar insur-
gente, sino, en determinadas regiones, de la tolerancia y apoyo social (aun-
que sea indirecto) a niveles de violencia represiva por parte del Estado consi-
derablemente altos, como pone de relieve el caso de la prisión alegal de la
Bahía de Guantánamo, o la visibilización de prácticas y justificaciones del
uso de la tortura en los EE. UU. y Reino Unido.
Esta complejidad sugiere la pregunta sobre qué violencias se legitiman y
cuáles no. Queda claro que la exaltación de Uribe o de John Howard como
«gendarmes» de la guerra contra el terror en América Latina y el Pacífico,
respectivamente, plantea problemas de cálculo a organizaciones que tradicio-
nalmente han recurrido a la violencia como medio de acción política en esas
regiones. Pero no solo querría señalar este tipo de cambios. ¿Qué es lo que la
gente no está dispuesta a tolerar? Y, por otro lado, ¿qué violencias sí estamos
dispuestos a aceptar para lograr objetivos políticos o estándares de seguridad
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ciudadana? ¿Cómo llegan medidas antiterroristas, que eventualmente aten-


tan contra los derechos de los individuos, a cristalizar incluso en las socieda-
des más «libres»? ¿Por qué no es admisible romper una ventana en el curso
de una protesta estudiantil o quemar un contenedor bajo riesgo de que se
apliquen medidas antiterroristas, mientras que otras violencias (más invisi-
bles o directamente visibles, como la tortura o la connivencia con procesos
de tortura) son legitimadas, aunque sea de forma difusa? 26.

ACONTECIMIENTOS TRANSFORMADORES Y UMBRALES


DE TOLERANCIA PÚBLICA DE LA VIOLENCIA
Este texto ha desarrollado una reflexión teórica sobre el papel de los
acontecimientos en la transformación de umbrales de tolerancia pública a la
violencia. Para ello ha enfrentado dos modos de indagar en los acontecimien-
tos: entendiéndolos como procesos de cambio social más amplio, como plan-
tea Ch. Tilly; y profundizando en lo que representan por sí mismos y las
consecuencias que se derivan de ellos, como sugiere W. H. Sewell.

26 Las reelecciones de G. W. Bush, T. Blair, John Howard o la alta popularidad de Uribe eviden-

cian este punto.

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Laura Fernández de Mosteyrín

Un análisis exploratorio de determinados acontecimientos y algunas de


sus consecuencias ha mostrado que estos son relevantes, en tanto que a
partir de ellos se generan diagnósticos y discursos sobre la violencia que in-
forman las estrategias de determinados actores (gobiernos e instituciones
internacionales). Se puede argumentar que una secuencia de acontecimien-
tos, el 11S y el contexto de la guerra contra el terror, han redefinido de al-
guna manera el modo en que se habla de la violencia y el modo en que se
maneja en la esfera pública, transformando el grado en que la violencia es
tolerada.
Si, como he planteado, esta secuencia de acontecimientos entraña un con-
junto de prácticas y discursos que se producen en el contexto global gene-
rando un nuevo marco ideológico e institucional, el análisis de la violencia
será más robusto considerando no solo una perspectiva de largo recorrido,
como plantea Ch. Tilly, sino adoptando un punto de vista cualitativo sobre
acontecimientos concretos que —operados por actores bajo la influencia de
dinámicas globales de cambio social— puedan ser en alguna medida trans-
formadores.
Los términos en los que el terrorismo y la violencia tienen lugar hoy per-
filan un escenario diferente al de hace dos décadas, y en este contexto la pers-
pectiva del «acontecimiento» es particularmente significativa, yendo, inclu-
so, más allá de los planteamientos señalados por análisis de episodios de
protesta clásicos.
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Tal y como se ha señalado, no todo es nuevo. Algunas de las transforma-


ciones señaladas en el contexto internacional parecen obedecer a trayectorias
de largo recorrido en cuya comprensión la obra de Ch. Tilly sigue siendo
fundamental. Sin embargo, concebir los acontecimientos en los términos de
Sewell proporciona una noción de temporalidad que, sin dejar de considerar
con Tilly que los cambios sociales son como corrientes de un río que fluyen
en el curso de un proceso de cambio estructural de largo recorrido, se detie-
ne en el análisis en profundidad de secuencias de acontecimientos que son en
sí transformadores. Asimismo, fortalece la idea de que las transformaciones
estructurales son tan relevantes como los cambios culturales bajo los cuales
se entienden; y, por último, justifica el interés de que determinados aconteci-
mientos deban ser examinados por los cambios que generan per se y no solo
atendiendo al proceso del que forman parte.
El análisis de la violencia a partir de esta perspectiva sobre los aconteci-
mientos permite argumentar que dicha violencia, en tanto parte del reperto-
rio, estaría también afectada por el universo de justificaciones morales y polí-
ticas que está disponible y es compartido en el ámbito de lo público; es decir,
por el grado en que es aceptada como medio de acción colectiva. Por otro
lado, permite también señalar que la legitimación o deslegitimación pública
que se confiere a la violencia se puede transformar en el curso de aconteci-
mientos concretos.

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Sobre la capacidad transformadora de los acontecimientos...

Finalmente, me gustaría plantear que esta perspectiva sobre los aconteci-


mientos y el caso expuesto invitan a abordar, entre otros aspectos, el modo
en que las dinámicas globales señaladas tienen un impacto perceptible en
procesos locales. Los dos conjuntos señalados de transformaciones vincula-
das al 11S —narrativos e institucionales— «resuenan» en los ámbitos domés-
ticos y podrían tener influencias interesantes en escenarios «clásicos» de vio-
lencia, consolidados como tales mucho antes de que estos fenómenos
aparecieran 27. Observar las estrategias de acción puestas en práctica por los
distintos actores (gubernamentales, de la sociedad civil o las propias organi-
zaciones clandestinas), asumiendo una transformación en la legitimidad del
uso de la fuerza como modo de hacer política, es interesante en la medida en
que ayuda a comprender lo que está disponible, es conocido, legítimo y
aceptado como medio para lograr objetivos políticos en distintos escenarios
sociopolíticos.
Si retomamos la consideración hecha al inicio de este ensayo acerca de la
pertinencia de la reflexión teórica más allá de los estudios de caso, espero ha-
ber argumentado con éxito la necesidad de reflexionar sobre los aspectos na-
rrativos, discursivos e ideológicos que definen los repertorios de la protesta,
así como sobre un modo posible de indagación válido para abordarlos.
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27 De especial interés son algunos «viejos» conflictos porque, a mi juicio, son instancias en las

que se podría lograr evidencia empírica de algunos de los cambios que estoy señalando, como es el
caso del conflicto vasco, el colombiano o el el palestino-israelí. En todo caso, muchas de estas cues-
tiones ya son observables en procesos de conflicto recientes, como pone de relieve la criminalización
de las protestas y contra-cumbres del movimiento altermundista. El uso de detenciones preventivas
masivas en el contexto de nuevas medidas de seguridad en la pasada Cumbre del Clima en Copenha-
gue 2009 evidencia este punto.

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V. A modo de conclusión
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14. Recopilación y revisión de la bibliografía


de Charles Tilly

Alberto Martín Pérez

INTRODUCCIÓN
La lista de referencias bibliográficas que se presenta en las páginas si-
guientes nace con vocación de constituirse en la recopilación más completa
posible de la amplísima y extremadamente prolífica producción científica e
intelectual de Charles Tilly.
El propio autor, en marzo de 2008, un mes antes de su fallecimiento, dejó
establecida y publicada en su espacio web en Columbia University una ex-
tensísima lista de publicaciones representativas en la que, sin embargo, ad-
vertía a sus lectores y estudiosos que en esta faltaban nada menos que
«doscientas cincuenta reseñas de libros, media docena de números especiales de revis-
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ta, veinte o treinta comentarios, réplicas e introducciones a simposios en revistas aca-


démicas, un registro de entrevistas publicadas y diálogos editados en revistas, más de
cien prefacios y presentaciones de libros (incluyendo sesenta volúmenes de Studies in
Social Discontinuity publicados por Academic Press y Blackwell entre 1971 y 1992),
prefacios en Sociological Forum entre 1986 y 1992, un buen puñado de artículos de
opinión, alrededor de treinta charlas y ensayos ocasionales publicados en prensa uni-
versitaria, numerosas reimpresiones, más de cien textos circulados en the Working Pa-
pers of the Center for Research on Social Organization (University of Michigan), the
Working Papers of the Center for Studies of Social Change (New School for Social
Research) y series similares, algunos textos en prensa, algunos versos publicados, y
probablemente cincuenta artículos publicados más como traducciones de artículos que
se encuentran en la lista».

A partir de la lista presentada por Tilly se ha intentado colmar al menos


algunas de las carencias señaladas. En primer lugar, la lista, cerrada en marzo
de 2008, dejaba como pendientes de publicación, en prensa o forthcoming,
algunos textos que han sido efectivamente publicados a lo largo de los años
2008 y 2009. Estas referencias han quedado, por tanto, incluidas en su biblio-
grafía, la cual es susceptible de ampliarse aún más en los próximos años, pues
alguno de los textos pendientes tiene prevista su publicación en revistas aca-
démicas o científicas y en libros colectivos en 2010 y, en algún caso, también
en 2011. Además, la que suponemos gran cantidad no publicada de discur-
sos, ponencias y aportaciones a conferencias garantiza la posible recupera-

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Alberto Martín Pérez

ción de «nuevos» trabajos inéditos de Tilly y su publicación en los años veni-


deros, con lo que la actual lista podría ampliarse, si cabe, aún más. A esto se
añaden las nuevas traducciones posibles, en las más diversas lenguas, de los
libros y artículos publicados a lo largo de su carrera.
En segundo lugar, se ha tratado de completar la bibliografía de Tilly con
las referencias existentes en las bases de datos de producción científica al uso,
incluyendo así algunos de los documentos más representativos publicados en
series de documentos de trabajo (working papers) de diversas universidades
y centros de investigación, algunas reseñas de libros publicadas en revistas de
máximo impacto (sobre todo en el American Journal of Sociology), así como
los textos del autor publicados en español en revistas y obras colectivas, de
nueva factura o traducidos a partir de sus publicaciones originales en inglés,
que el autor no incluía en su currículo.
La información que ha permitido actualizar la lista de referencias biblio-
gráficas proviene, por una parte, de los recursos electrónicos existentes como
«homenajes a Charles Tilly» que se reseñan al final de esta bibliografía. Ade-
más, se han utilizado preferentemente recursos de información bibliográfica
como las bases de datos de ISI Web of Knowledge (Social Science Citation
Index), Sociological Abstracts, International Bibliography of the Social
Sciences y JSTOR. Para la actualización de las publicaciones en español se ha
recogido la información de la Biblioteca virtual del Consejo Superior de In-
vestigaciones Científicas, así como de DIALNET.
En esta bibliografía se reseñan cronológicamente, en primer lugar, los li-
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bros publicados por Tilly como autor, coautor y editor, indicando las tra-
ducciones conocidas, existentes y, en algún caso, previstas en un futuro
próximo. En segundo lugar, se presentan, por orden de aparición, los ar-
tículos y capítulos de libro publicados por el autor, la mayoría de ellos dis-
ponibles en las bases de datos de producción científica empleadas para esta
recopilación. En tercer lugar, se presentan algunos textos inéditos de los úl-
timos años, algunos de ellos pendientes de publicación. Finalmente, se
aportan varios recursos electrónicos que permitan al lector completar el co-
nocimiento de toda la obra de Tilly, incluyendo recopilaciones de artículos,
grabaciones de conferencias y entrevistas, entre las cuales destaca la realiza-
da en diciembre de 2007 en la University of Michigan-Dearborn, referencia
ineludible para guiarse por toda la obra de Tilly a partir de los consejos del
propio autor.

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Recopilación y revisión de la bibliografía de Charles Tilly

LIBROS
1962 Recent Changes in Delaware’s Population, Newark, DE: Delaware Agricultu-
ral Experiment Station, DAES Bulletin, n.º 347.
1964 The Vendée, Cambridge, MA: Harvard University Press; Londres: Edward
Arnold. [Ediciones en rústica: Nueva York: Wiley, 1967; Cambridge, MA:
Harvard University Press, 1976].
Edición en francés: La Vendée: révolution et contre-révolution, París: Arthème
Fayard, 1970.
Edición en italiano: La Vendea, Turín: Rosenberg & Sellier, 1976.
1965 Migration to an American City, Newark, DE: Division of Urban Affairs and
School of Agriculture, University of Delaware.
(con Wagner Jackson y Barry Kay) Race and Residence in Wilmington, Nueva
York: Teachers College Press.
(con James Rule) Measuring Political Upheaval, Princeton: Center of Interna-
tional Studies, Princeton University.
1971 (con David Landes, editor y coautor) History as Social Science, Englewood
Cliffs: Prentice-Hall.
1972 (con Joe Feagin y Constance Williams) Subsidizing the Poor: A Boston Hous-
ing Experiment, Lexington, MA: D. C. Heath.
1974 An Urban World, Boston: Little, Brown.
(con Edward Shorter) Strikes in France, 1830-1968, Cambridge y Nueva York:
Cambridge University Press. [Nominado al National Book Award.]
Edición en español: Las huelgas en Francia, 1830-1968, Madrid: Ministerio de
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Trabajo y Seguridad Social, 1986.


1975 (editor y coautor) The Formation of National States in Western Europe, Prin-
ceton: Princeton University Press.
Edición revisada en italiano: La formazione degli stati nazionali nell’Europa
occidentale, Bolonia: Il Mulino, 1984.
(con Louise A. Tilly y Richard Tilly) The Rebellious Century, 1830-1930,
Cambridge, MA: Harvard University Press.
Edición en español: El siglo rebelde, 1830-1930, Zaragoza: Prensas Universi-
tarias de Zaragoza, 1997.
Edición en croata: Buntovno Stoljece, Zagreb: Jesenkski i Turk, 2002.
1978 From Mobilization to Revolution, Reading, MA: Addison-Wesley. McGraw
Hill (Ed.)
Edición en japonés: Tokio: Asahi Shobo, 1985.
(editor y coautor) Historical Studies of Changing Fertility, Princeton: Prince-
ton University Press.
1981 (con Louise A. Tilly, editor y coautor) Class Conflict and Collective Action,
Beverly Hills: Sage.
As Sociology Meets History, Nueva York: Academic Press.
1985 Big Structures, Large Processes, Huge Comparisons, Nueva York: Russell Sage
Foundation. [Seleccionado por Choice como uno de sus «Outstanding Acade-
mic Books of 1984-1985».]

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Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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Alberto Martín Pérez

Edición en español: Grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones


enormes, Madrid: Alianza, 1991.
1986 The Contentious French, Cambridge, MA y Londres: Belknap Press of Har-
vard University Press.
Edición en francés: La France conteste de 1600 à nos jours, París: Arthème
Fayard, 1986.
Edición en italiano: La Francia in Rivolta, Nápoles: La Guida, 1990.
Edición en chino: Taipei: Rye Fields Publishing, 1999.
1989 (coeditado con Philip E. Tetlock et al.) Behavior, Society, and Nuclear War,
Volume I, Nueva York: Oxford University Press.
(con Leopold Haimson, editor y coautor) Strikes, Wars, and Revolutions in an
International Perspective: Strike Waves in the Late Nineteenth and Early
Twentieth Centuries, Cambridge: Cambridge University Press.
1990 Coercion, Capital and European States. AD 990-1990, Oxford: Blackwell.
[Edición revisada en rústica, 1992.]
Edición en italiano: L’Oro et la spada: capitale, guerra e potere nella fornma-
zione degli Stati Europei, 990-1990, Florencia: Ponte alle Grazie, 1991.
Edición en francés: Contrainte et capital dans la formation de l’Europe, 990-
1990, París: Aubier, 1992
Edición en español: Coerción, capital y los Estados europeos, 990-1990,
Madrid: Alianza, 1992.
Edición coreana: Seúl: IPS, 1994.
Edición en portugués: São Paulo: Editora da Universidade de São Paulo, 1996.
Edición en turco: Ankara: Imge Kitaveni, 2001.
Edición en chino: Shanghai: Renming Publishing House, 2007.
Copyright © 2011. CIS - Centro de Investigaciones Sociológicas. All rights reserved.

Edición en griego: Atenas: Kyromanos Press, 2008.


1991 (coeditado con Philip E. Tetlock et al.) Behavior, Society, and Nuclear War,
Volume II, Nueva York: Oxford University Press.
1993 European Revolutions, 1492-1992, Oxford: Basil Blackwell. [Ganador en 1995
del European Amalfi Prize for Sociology and the Social Sciences.]
Edición en italiano: Le rivoluzioni europee, 1492-1992, Roma: Laterza, 1993.
Edición en alemán: Die europäischen Revolutionen, Munich: Beck, 1993.
Edición en francés: Les révolutions européennes, 1492-1992, París: Seuil, 1993.
Edición en español: Las revoluciones europeas, Barcelona: Crítica, 1995.
Edición en turco: Yayincilik A.S., 1995.
Edición en portugués: Presença, 1996.
Edición en griego: Ellenika Grammata, 1998.
(coeditado con Philip E. Tetlock et al.) Behavior, Society, and International
Conflict, Volume III, Nueva York: Oxford University Press.
1994 (con Wim Blockmans, editor y coautor) Cities and the Rise of States in Europe,
AD 1000-1800, Boulder: Westview Press.
1995 Popular Contention in Great Britain, 1758-1834, Cambridge, MA: Harvard
University Press. [Edición revisada en rústica: Boulder: Paradigm Publishers,
2005.]
(editor y coautor) Citizenship, Identity and Social History. Cambridge: Cam-
bridge University Press. [Publicado también como número especial de revista
en International Review of Social History, Supplement 3.]

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Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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Recopilación y revisión de la bibliografía de Charles Tilly

1997 Roads from Past to Future, Lanham, MD: Rowman & Littlefield.
1998 (con Chris Tilly) Work Under Capitalism, Boulder: Westview Press.
Edición en coreano: Hanul Publishing Co, 2006.
Durable Inequality, Berkeley: University of California Press.
Edición en español: La desigualdad persistente, Buenos Aires: Manantial, 2000.
Edición en sueco: Lund: Arkiv förlag, 2000.
(coeditado con Marco G. Giugni y Doug McAdam) From Contention to
Democracy, Lanham, MD: Rowman & Littlefield.
(con Joan M. Nelson y Lee Walker, editor y coautor) Transforming Post-Com-
munist Political Economies, Washington: National Academy Press.
1999 (con Michael P. Hanagan, editor y coautor) Extending Citizenship, Reconfi-
guring States, Lanham, MD: Rowman & Littlefield.
(con Marco Giugni y Doug McAdam, editor y coautor) How Social Move-
ments Matter, Minneapolis: University of Minnesota Press.
Edición en chino: Pekín: Jilin People Press.
2001 (con Doug McAdam y Sidney Tarrow) Dynamics of Contention, Cambridge:
Cambridge University Press.
Edición en español: Dinámica de la contienda política, Barcelona: Hacer,
2005.
Edición en chino: Shanghai: Yilin Press, 2006.
(con Ronald Aminzade et al.) Silence and Voice in Contentious Politics, Cam-
bridge: Cambridge University Press.
2002 Stories, Identities and Political Change, Lanham, MD: Rowman & Littlefield.
2003 The Politics of Collective Violence, Cambridge: Cambridge University Press.
Copyright © 2011. CIS - Centro de Investigaciones Sociológicas. All rights reserved.

Edición en checo: Praga: Slon, 2006.


Edición en chino: Shanghai: People’s Publishing House, 2006.
Edición en español: Violencia colectiva, Barcelona: Hacer, 2007.
Edición en turco: Phoenix Yayinevi.
2004 Contention and Democracy in Europe, 1650-2000, Cambridge: Cambridge
University Press.
Edición en ruso: Moscú: Olimp-Biznes, 2007.
Edición en español: Contienda política y democracia en Europa, 1650-2000,
Barcelona: Hacer, 2008.
Edición en italiano: Conflitto e democrazia in Europa, 1650-2000, Milán: Mon-
dadori, 2007.
Edición en chino: Shanghai: People’s Publishing House.
Social Movements, 1768-2004, Boulder: Paradigm Publishers [seleccionado por
Choice como uno de sus «Outstanding Academic Books of 2004-2005»]; se-
gunda edición (con Lesley J. Wood): Social Movements, 1768-2008, Paradigm
Publishers, 2009.
Edición en español: Los movimientos sociales, 1768-2008: desde sus orígenes a
Facebook, Barcelona: Crítica, 2009.
Ediciones en turco (Babil Yayinlari), griego (A & S Savalas), árabe (National
Translation Project, Egipto) y chino (Shanghai: People’s Publishing House).
2005 (con Maria Kousis, editor y coautor) Economic and Political Contention in
Comparative Perspective, Boulder: Paradigm Publishers.
Edición en griego: Epikentro.

Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
293
Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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17-Conclusión 28/9/11 12:51 Página 294

Alberto Martín Pérez

Trust and Rule, Cambridge: Cambridge University Press.


Edición en español: Confianza y gobierno, Buenos Aires: Amorrortu, 2010.
Identities, Boundaries, and Social Ties, Boulder: Paradigm Publishers.
Edición en chino: Shanghai: People’s Publishing House.
2006 Why? What Happens when People Give Reasons and Why, Princeton: Prince-
ton University Press.
Edición en italiano: Perché? La logica nascosta delle nostre azioni quotidiane,
Milán: Rizzoli, 2007.
Edición en turco: Detay Yayincilik.
(con Robert Goodin, editor y coautor) Oxford Handbook of Contextual Poli-
tical Analysis, Oxford: Oxford University Press.
(con Sidney Tarrow) Contentious Politics, Boulder: Paradigm Publishers.
Edición en italiano: La politica del conflitto, Milán: Mondadori, 2008.
Regimes and Repertoires, Chicago: University of Chicago Press.
2007 Democracy, Cambridge: Cambridge University Press.
Edición en italiano: La democrazia, Bolonia: Il Mulino, 2009.
Edición en español: Democracia, Madrid: Akal, 2010.
Ediciones en ruso (Moscú: Institute for Public Projects, 2007), turco (Imge Ki-
tabevi Yayinarli), chino (Cambridge and Shanghai People’s Publishing House)
y coreano (Strategy and Culture Publishing).
2008 Explaining Social Processes, Boulder: Paradigm Publishers.
Credit and Blame, Princeton: Princeton University Press.
Contentious Performances, Cambridge: Cambridge University Press.
Copyright © 2011. CIS - Centro de Investigaciones Sociológicas. All rights reserved.

ARTÍCULOS Y CAPÍTULOS DE LIBRO


1959 «Civil Constitution and Counter-Revolution in Southern Anjou», French His-
torical Studies, 1: 172-199.
1960 (con Arnold S. Feldman) «The Interaction of Social and Physical Space», Ame-
rican Sociological Review, 25: 877-884.
1961 «Occupational Rank and Grade of Residence in a Metropolis», American
Journal of Sociology, 67: 323-330.
«Local Conflicts in the Vendée before the Rebellion of 1793», French Histori-
cal Studies, 2: 209-231.
«Some Problems in the History of the Vendée», American Historical Review,
67: 19-33.
1962 «Rivalités de bourgs et conflits de partis dans les Mauges», Revue du Bas-
Poitou et des Provinces de l’Ouest, 4: 3-15.
1963 «The Analysis of a Counter-Revolution», History and Theory, 3: 30-58.
1964 «Reflections on the Revolutions of Paris: An Essay on Recent Historical
Writing», Social Problems, 12: 99-121.
1965 «Metropolitan Boston’s Social Structure», en Richard Bolan (ed.), Social Struc-
tures and Human Problems in the Boston Metropolitan Area, Cambridge, MA:
Joint Center for Urban Studies.

294
Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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Recopilación y revisión de la bibliografía de Charles Tilly

1966 «In Defence of Jargon», Canadian Historical Association Record, 1966: 178-186.
1967 «Anthropology on the Town», Habitat, 10: 20-25.
(con C. Harold Brown) «On Uprooting, Kinship, and the Auspices of Migra-
tion», International Journal of Comparative Sociology, 8: 139-164.
«The State of Urbanization», Comparative Studies in Society and History, 10:
100-113.
1968 «Race and Migration to the American City», en James Q. Wilson (ed.), The
Metropolitan Enigma, Cambridge, MA: Harvard University Press.
«Book Review: Duncan MacRae, Parliament, Parties and Society in France,
1946-1958», Social Forces, 47 (2): 233.
1969 «The Forms of Urbanization», en Talcott Parsons (ed.), American Sociology,
Nueva York: Basic Books.
«Methods for the Study of Collective Violence», en Ralph W. Conant y Molly
Apple Levin (eds.), Problems in Research on Community Violence, Nueva
York: Praeger.
«Collective Violence in European Perspective», en Hugh D. Graham y Ted R.
Gurr (eds.), Violence in America, vol. I, Washington, DC: U.S. Government
Printing Office [edición revisada de libro publicada en 1979: Beverly Hills,
CA: Sage Publications; versión completamente revisada del artículo en 1989].
1970 «Migration to American Cities», en Daniel Patrick Moynihan (ed.), Toward a
National Urban Policy, Nueva York: Harper.
«Clio and Minerva», en John C. McKinney y Edward A. Tiryakian (eds.),
Theoretical Sociology: Perspectives and Developments, Nueva York: Appleton-
Century-Crofts.
«The Changing Place of Collective Violence», en Melvin Richter (ed.), Essays
Copyright © 2011. CIS - Centro de Investigaciones Sociológicas. All rights reserved.

in Theory and History, Cambridge, MA: Harvard University Press.


(con Joe Feagin) «Boston’s Experiment with Rent Subsidies», Journal of the
American Institute of Planners, 36: 323-329.
«Book Review: Nathan Leites, The Rules of the Game in Paris», American
Journal of Sociology, 76 (1): 171.
1971 (con Edward Shorter) «The Shape of Strikes in France, 1830-1960», Compara-
tive Studies in Society and History, 13: 60-86.
(con Richard Tilly) «Agenda for European Economic History in the 1970s»,
Journal of Economic History, 31: 184-198.
(con Edward Shorter) «Le déclin de la grève violente en France de 1890 à
1935», Le Mouvement Social, 76: 95-118,
«Book Review: Jean Baechler, Les phénomènes révolutionnaires», American
Journal of Sociology, 77 (2): 348.
1972 (con James Rule) «1830 and the Un-Natural History of Revolution», Journal
of Social Issues, 28: 49-76.
(con David Snyder) «Hardship and Collective Violence in France», American
Sociological Review, 37: 520-532.
«Quantification in History, as Seen from France», en Val Lorwin y Jacob Price
(eds.), The Dimensions of the Past, New Haven: Yale University Press.
«How Protest Modernized in France, 1845 to 1855», en William Aydelotte,
Allan Bogue y Robert Fogel (eds.), The Dimensions of Quantitative Research
in History, Princeton: Princeton University Press.

Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
295
Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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Alberto Martín Pérez

«The Modernization of Political Conflict in France», en Edward B. Harvey


(ed.), Perspectives on Modernization: Essays in Memory of Ian Weinberg,
Toronto: University of Toronto Press.
«Book Review: Revolutionary Syndicalism and French Labor: A Cause
Without Rebels, by Peter N. Stearns», Industrial & Labor Relations Review,
26 (1): 732.
1973 «Does Modernization Breed Revolution?», Comparative Politics, 5: 425-447.
«Population and Pedagogy in France», History of Education Quarterly, 13:
113-128.
(con A. Q. Lodhi) «Urbanization, Criminality and Collective Violence in
Nineteenth-Century France», American Journal of Sociology, 79: 296-318.
(con Edward Shorter) «Les vagues de grèves en France», Annales: Economies,
Sociétés, Civilisations, 28: 857-887.
«The Chaos of the Living City», en Herbert Hirsch y David Perry (eds.),
Violence as Politics, Nueva York: Harper & Row.
«Do Communities Act?», Sociological Inquiry, 43: 209-240.
«Computers in Historical Research», Computers and the Humanities, 7: 323-335.
«Book Review: Louis M. Greenberg, Sisters of Liberty: Marseille, Lyon, Paris
and the Reaction to a Centralized State, 1868-1871», American Journal of
Sociology, 79 (1): 218.
1974 «Town and Country in Revolution», en John W. Lewis (ed.), Peasant Rebel-
lion and Communist Revolution in Asia, Stanford: Stanford University Press.
(con Lynn Lees) «Le peuple de juin 1848», Annales: Economies, Sociétés, Civi-
lisations, 29: 1061-1091.
«Foreword», en The Mafia of a Sicilian Village, 1860-1960: A Study of Violent
Peasant Entrepreneurs, Anton Blok, Blackwell Publishers.
Copyright © 2011. CIS - Centro de Investigaciones Sociológicas. All rights reserved.

1975 «Revolutions and Collective Violence», en Fred I. Greenstein y Nelson Polsby


(eds.), Handbook of Political Science, vol. III, Reading, MA: Addison-Wesley.
«Reflections on the History of European Statemaking», «Food Supply and
Public Order in Modern Europe» y «Postscript: European Statemaking and
Theories of Political Transformation» (capítulos 1, 6 y 9), en Charles Tilly
(ed.), The Formation of National States in Western Europe, Princeton: Prince-
ton University Press.
1976 «Rural Collective Action in Modern Europe», en Joseph Spielberg y Scott
Whiteford (eds.), Forging Nations, East Lansing: Michigan State University
Press.
«Peeping Through the Windows of the Wealthy», Journal of Urban History, 2:
131-134.
«Major Forms of Collective Action in Modern Europe», Theory and Society,
3: 365-375.
1977 «Getting It Together in Burgundy, 1675-1975», Theory and Society, 4: 479-504.
«Talking Modern», Peasant Studies, 6: 66-68.
«Collective Action in England and America, 1765-1775», en Richard Maxwell
Brown y Don Fehrenbacher (eds.), Tradition, Conflict, and Modernization:
Perspectives on the American Revolution, Nueva York: Academic Press.
«Introduction», en Bede K. Lackner y Kenneth Roy Philp (eds.), The Walter
Prescott Webb Memorial Lectures: Essays on Modern European Revolutionary
History, Austin: University of Texas Press.

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Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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Recopilación y revisión de la bibliografía de Charles Tilly

1978 «Migration in Modern European History», en William McNeill y Ruth Adams


(eds.), Human Migration: Patterns, Implications, Policies, Bloomington: India-
na University Press; publicado con posterioridad en Anthony M. Messina y
Gallya Lahav (eds.), The Migration Reader: exploring politics and policies,
Lynne Rienner Publishers, 2006.
«The Historical Study of Vital Processes» y «Questions and Conclusions», en
Charles Tilly (ed.), Historical Studies of Changing Fertility, Princeton: Prince-
ton University Press.
«Peasants Against Capitalism and the State», Agricultural History, 52: 407-416.
«Anthropology, History, and the Annales», Review, 1: 207-213.
1979 «Repertoires of Contention in America and Britain», en Mayer N. Zald y John
D. McCarthy (eds.), The Dynamics of Social Movements, Cambridge, MA:
Winthrop.
«Did the Cake of Custom Break?», en John Merriman (ed.), Consciousness and
Class Experience in Nineteenth-Century Europe, Nueva York: Holmes &
Meier.
«Book Review: James A. Geschwender, Class, Race, and Worker Insurgency:
The League of Revolutionary Black Workers», American Journal of Sociology,
85 (2): 444.
«Book Review: Conflits du Travail et Changement Social, by Gerard Adam
and Jean-Daniel Reynaud», Industrial & Labor Relations Review, 32 (2): 265.
1980 «Historical Sociology», en Scott G. McNall y Gary N. Howe (eds.), Current
Perspectives in Social Theory, vol. I, Greenwich, CT: JAI Press.
«Les Manchester du Nouveau Monde», Urbi, 3: 102-105.
«Two Callings of Social History», Theory and Society, 9: 679-681.
Copyright © 2011. CIS - Centro de Investigaciones Sociológicas. All rights reserved.

(con Louise A. Tilly) «Stalking the Bourgeois Family», Social Science History,
4: 251-260.
1981 «Introduction» y «The Web of Contention in Eighteenth-Century Cities», en
Louise A. Tilly y Charles Tilly (eds.), Class Conflict and Collective Action,
Beverly Hills: Sage.
«Sinews of War», en Per Torsvik (ed.), Mobilization, Center-Periphery Struc-
tures, and Nation-Building, Bergen: Universitetsforlaget.
«Review: Civilisation materielle, économie et capitalisme, XV-XVIII siècle, by
Ferdinand Braudel», American Historical Review, 86 (2): 368-369.
1982 «Britain Creates the Social Movement», en James Cronin y Jonathan Schneer
(eds.), Social Conflict and the Political Order in Modern Britain, Londres:
Croom Helm.
«Charivaris, Repertoires, and Urban Politics», en John Merriman (ed.), French
Cities in the Nineteenth Century, Londres: Hutchinson.
(con R. A. Schweitzer) «How London and its Conflicts Changed Shape, 1758-
1834», Historical Methods, 5: 67-77.
«Vecchio e nuovo nella storia sociale», Passato e Presente, 1: 31-54.
«Routine Conflicts and Peasant Rebellions in Seventeenth-Century France»,
en Robert P. Weller y Scott E. Guggenheim (eds.), Power and Protest in the
Countryside. Studies of Rural Unrest in Asia, Europe, and Latin America,
Durham: Duke University Press.
«Proletarianization and Rural Collective Action in East Anglia and Elsewhere,
1500-1900», Peasant Studies, 10: 5-34.

Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
297
Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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17-Conclusión 28/9/11 12:51 Página 298

Alberto Martín Pérez

1983 «Où va l’histoire?», [contribución a simposio] Le Débat (enero), 182-187.


«Violenza e azione colletiva in Europa. Riflessioni storico-comparate», en Do-
natella della Porta y Gianfranco Pasquino (eds.), Terrorismo e violenza politica.
Tre casi a confronto: Stati Uniti, Germania e Giappone, Bolonia: Il Mulino.
«Flows of Capital and Forms of Industry in Europe, 1500-1900», Theory and
Society, 12: 123-143.
(con Roberto Franzosi) «A British View of American Strikes», Industrial
Relations Law Journal, 5: 426-439.
«Karl Marx, Historian», Michigan Quarterly Review, 22: 633-642.
«Speaking Your Mind Without Elections, Surveys, or Social Movements»,
Public Opinion Quarterly, 47: 461-478.
«Book Review: Enzo Mingione, Social Conflict and the City», American Jour-
nal of Sociology, 88(5): 1071.
«Book Review: Craig Calhoun, The Question of Class Struggle», Social Forces,
61 (3): 926.
1984 «The Old New Social History and the New Old Social History», Review, 7:
363-406.
«Notes on Urban Images of Historians», en Lloyd Rodwin y Robert M. Ho-
llister (eds.), Cities of the Mind. Images and Themes of the City in the Social
Sciences, Nueva York: Plenum.
«Social Movements and National Politics», en Charles Bright y Susan Harding
(eds.), Statemaking and Social Movements. Essays in History and Theory, Ann
Arbor: University of Michigan Press.
«Les origines du répertoire de l’action collective contemporaine en France et
en Grande Bretagne», Vingtième Siècle, 4: 89-108.
«Demographic Origins of the European Proletariat», en David Levine (ed.),
Copyright © 2011. CIS - Centro de Investigaciones Sociológicas. All rights reserved.

Proletarianization and Family Life, Orlando, FL: Academic Press.


1985 «War and the Power of Warmakers in Western Europe and Elsewhere», en Pe-
ter Wallensteen, Johan Galtung y Carlos Portales (eds.), Global Militarization,
Boulder, CO: Westview Press.
«De Londres (1768) à Paris (1788)», en Jean Nicolas (ed.), Mouvements popu-
laires et conscience sociale. XVIe-XIXe siècles, París: Maloine.
«Retrieving European Lives», en Olivier Zunz (ed.), Reliving the Past. The
Worlds of Social History, Chapel Hill: University of North Carolina Press.
«War Making and State Making as Organized Crime», en Peter Evans, Die-
trich Rueschemeyer y Theda Skocpol (eds.), Bringing the State Back In, Cam-
bridge: Cambridge University Press; traducción al español: «Guerra y cons-
trucción del Estado como crimen organizado», Revista Académica de
Relaciones Internacionales [UAM, México], 5 (2007) [disponible en http://
www.relacionesinternacionales.info].
«Connecting Domestic and International Conflicts, Past and Present», en Urs
Luterbacher y Michael D. Ward (eds.), Dynamic Models of International Con-
flict, Boulder, CO: Lynne Rienner Publishers.
«Neat Analyses of Untidy Processes», International Labor and Working Class
History, 27: 4-19.
«Models and Realities of Popular Collective Action», Social Research, 52: 717-
747; versión original en francés: «Action collective et mobilisation individue-
lle», en Pierre Birnbaum y Jean Leca (eds.), Sur l’individualisme, París: Presses
de la Fondation Nationale des Sciences Politiques, 1987; versión en italiano:

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Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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Recopilación y revisión de la bibliografía de Charles Tilly

«Modelli e realtà dell’azione collettiva popolare», en Jean Cohen (ed.), I nuovi


movimenti sociali, Milán: Franco Angeli, 1988; versión en español: «Modelos y
realidades de la acción colectiva popular», Zona abierta, 54-55 (1990): 167-195.
1986 «European Violence and Collective Action since 1700», Social Research, 53:
159-184.
«Since Gilgamesh», Social Research, 53: 391-410.
«The Tyranny of Here and Now», Sociological Forum, 1: 179-188.
«Writing Wrongs in Sociology», Sociological Forum, 1: 543-552.
«Space for Capital, Space for States», Theory and Society, 15: 301-309.
«Linkers, Diggers, and Glossers in Social History», CSSC [Center for Studies
of Social Change, New School for Social Research], Working Paper 26.
«The Replay of Politics. A Review Article of Organizing Interests in Western
Europe: Pluralism, Corporatism, and the Transformation of Politics by Suzan-
ne D. Berger», Comparative Studies in Society and History, 28 (1): 114-118.
1987 «Scioperi e conflitti sociali in Europa» [contribución a simposio], Passato e
Presente, 12: 12-17.
«The Analysis of Popular Collective Action», European Journal of Operatio-
nal Research, 30: 223-229.
«GBS + GCL = ?», Connections, 10: 94-105.
«Family History, Social History, and Social Change», Journal of Family History,
12: 319-330; publicado también en Tamara Hareven y Andrejs Plakans (eds.),
Family History at the Crossroads, Princeton: Princeton University Press, 1988.
«Shrugging Off the Nineteenth-Century Incubus», en Jan Berting y Wim
Blockmans (eds.), Beyond Progress and Development, Aldershot: Avebury.
«Formalization and Quantification in Historical Analysis», en Konrad H. Ja-
Copyright © 2011. CIS - Centro de Investigaciones Sociológicas. All rights reserved.

rausch y Wilhelm Schröder (eds.), Quantitative History of Society and Eco-


nomy: Some International Studies, St. Katharinen: Scripta Mercaturae Verlag;
publicado también en Historical Social Research, 18 (2006): 111-119.
1988 «Misreading, Then Re-Reading, Nineteenth-Century Social Change», en
Barry Wellman y S. D. Berkowitz (eds.), Social Structures: A Network
Approach, Cambridge: Cambridge University Press.
«Social Movements, Old and New», en Louis Kriesberg, Bronislaw Misztal y
Janusz Mucha (eds.), Social Movements as a Factor of Change in the Contem-
porary World, Greenwich, CT: JAI Press. Research in Social Movements, Con-
flicts and Change, vol. 10.
(con Mark Granovetter) «Inequality and Labor Processes», en Neil J. Smelser
(ed.), Handbook of Sociology, Newbury Park, CA: Sage.
«Solidary Logics: Conclusions», Theory and Society, 17: 451-458 (número es-
pecial: «Solidary Logics», coeditado con Michael Hanagan).
«Future History», Theory and Society, 17: 703-712; publicado también en
Stephen Kendrick, Pat Straw y David McCrone (eds.), Interpreting the Past,
Understanding the Present, Londres: Macmillan, 1990.
1989 «State and Counterrevolution in France», Social Research, 56: 71-97; publicado
también en Ferenc Fehér (ed.), The French Revolution and the Birth of Moder-
nity, Berkeley: University of California Press, 1990.
«The Geography of European Statemaking and Capitalism since 1500», en
Eugene Genovese y Leonard Hochberg (eds.), Geographic Perspectives in
History, Oxford: Blackwell.

Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
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Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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Alberto Martín Pérez

«Gerarchie spaziali, mutamento economico, formazione degli Stati», en Fran-


co Andreucci y Alessandra Pescarolo (eds.), Gli spazi del potere, Florencia:
Istituto Ernesto Ragionieri.
«Theories and Realities» e «Introduction [to Part IV]», en Leopold Haimson y
Charles Tilly (eds.), Strikes, Wars, and Revolutions in an International Perspec-
tive. Strike Waves in the Late Nineteenth and Early Twentieth Centuries,
Cambridge: Cambridge University Press.
«Collective Violence in European Perspective», en Ted Robert Gurr (ed.), Vio-
lence in America, Volume 2: Protest, Rebellion, Reform, Newbury Park: Sage.
[Versión completamente revisada de los artículos publicados en 1969 y 1979
bajo el mismo título.]
«History, Sociology and Dutch Collective Action», Tijdschrift voor Sociale
Geschiedenis, 15: 142-157.
«Tkacze, Kopacze i Egzegeci w Historii Spolecznej», Historyka, 19: 33-45;
versión en polaco de «Linkers, Diggers, and Glossers in Social History»,
CSSC [Center for Studies of Social Change, New School for Social Research],
Working Paper 26, 1986.
«Cities and States in Europe», Theory and Society, 18: 563-584.
1990 «Transplanted Networks», en Virginia Yans-McLaughlin (ed.), Immigration
Reconsidered. History, Sociology, and Politics, New York: Oxford University
Press.
«How (and What) Are Historians Doing?», American Behavioral Scientist, 33:
685-711; publicado también en David Easton y Corinne S. Schelling (eds.),
Divided Knowledge Across Disciplines, Across Cultures, Newbury Park: Sage,
1991.
«George Caspar Homans and the Rest of Us», Theory and Society, 19: 261-268.
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1992 «Where Do Rights Come From?», en Lars Mjøset (ed.), Contributions to the
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Recopilación y revisión de la bibliografía de Charles Tilly

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en español: «Repertorios de acción contestataria en Gran Bretaña: 1758-1834»,
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Alberto Martín Pérez

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(ed.), Remapping Memory. The Politics of Time Space, Minneapolis: University
of Minnesota Press.
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1995 «Globalization Threatens Labor’s Rights», International Labor and Working
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Eric Hobsbawm y Lourdes Benería, y réplica de Charles Tilly, 47: 24-55.
«Stein Rokkan et les Identités Politiques», Revue Internationale de Politique
Comparée, 2: 27-45.
«To Explain Political Processes», American Journal of Sociology, 100: 1594-
1610.
«State-Incited Violence, 1900-1999» y «The (Non-Violent) Discussion Conti-
nues», acompañados de comentarios de Harriet Friedmann, Michael Barnett y
Timothy Wickham-Crowley, Political Power and Social Theory, 9: 161-225.
«Democracy is a Lake», en George Reid Andrews y Herrick Chapman (eds.),
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Press; Basingstoke: Macmillan.
«Macrosociology Past and Future», Newsletter of the Comparative & Histori-
cal Section, American Sociological Association, 8: 1, 3, 4.
«Citizenship, Identity and Social History» y «The Emergence of Citizenship
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cial History, Cambridge: Cambridge University Press; International Review of
Social History, Supplement 3 [publicado como libro y como número especial
de revista].
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Social Change, Nueva York: New School of Social Research.
Method in the Madness of History, CCSC [Center for Studies of Social Chan-
ge, New School of Social Research], Working Paper Series [versión electrónica
en Columbia International Affairs Online (CIAO): http://www.ciaonet.org].
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(con Doug McAdam y Sidney Tarrow) «To Map Contentious Politics», Mobi-
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«Estados y nacionalismos en Europa, 1942-1992: Dos formas de intervención
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Recopilación y revisión de la bibliografía de Charles Tilly

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(con Doug McAdam y Sidney Tarrow) «Towards An Integrated Perspective
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lumbia International Affairs Online (CIAO): http://www.ciaonet.org].
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Columbia International Affairs Online (CIAO): http://www.ciaonet.org].
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tional, and International - Including Identities. Several Divagations from a
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Society, 27: 453-480.
«Micro, Macro, or Megrim?», en Jürgen Schlumbohm (ed.), Mikrogeschichte -
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tein Verlag; Göttinger Gespräche zur Geschichtswissenschaft, vol. 7.
«Conflicto político y cambio social», en Pedro Ibarra y Benjamín Tejerina
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Madrid: Trotta, pp. 25-42.
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Barnett (eds.), Security Communities, Cambridge: Cambridge University Press.
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ton, DC: Congressional Quarterly, pp. 119-120.
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Brake (eds.), Challenging Authority. The Historical Study of Contentious Poli-
tics, Minneapolis: University of Minnesota Press.
«Westphalia and China», ponencia en Conference on Westphalia and Beyond,
Enschede, Holanda, julio [versión electrónica en Columbia International
Affairs Online (CIAO): http://www.ciaonet.org].
Regimes and Contention, Working Paper [versión electrónica en Columbia In-
ternational Affairs Online (CIAO): http://www.ciaonet.org].

Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva (Colección Academia, 33), CIS - Centro de Investigaciones
303
Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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Alberto Martín Pérez

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bia International Affairs Online (CIAO): http://www.ciaonet.org].
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«Book review: Conflits du Travail, Changement Social et Politique en France
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1999 «Why Worry About Citizenship?», en Michael P. Hanagan y Charles Tilly
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«The Trouble with Stories», en Ronald Aminzade y Bernice Pescosolido (eds.),
The Social Worlds of Higher Education. Handbook for Teaching in a New
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«Wise Quacks», Sociological Forum, 14: 55-62.
«Power - Top Down and Bottom Up», Journal of Political Philosophy, 7: 330-
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«Now Where?», epílogo de George Steinmetz (ed.), State/Culture: State-
Formation after the Cultural Turn, Ithaca: Cornell University Press.
«From Interactions to Outcomes in Social Movements», en Marco Giugni,
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«Durable Inequality», en Phyllis Moen, Donna Dempster-McClain y Henry
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nica en Columbia International Affairs Online (CIAO): http://www.ciaonet.
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2000 «Chain Migration and Opportunity Hoarding», en Janina W. Dacyl y Charles
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«Processes and Mechanisms of Democratization», Sociological Theory, 18: 1-16.
«Errors, Durable and Otherwise», Comparative Studies in Society and His-
tory, 42: 487-493.
«Violence Viewed and Reviewed», Social Research, 76 (3): iii-vii. Introducción
al número especial «Violence», ed. Charles Tilly.
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lumbia International Affairs Online (CIAO): http://www.ciaonet.org].
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Recopilación y revisión de la bibliografía de Charles Tilly

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truism? The Solidarity Movement in International Perspective, Lanham, MD:
Rowman & Littlefield.
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Peter N. Stearns (ed.), Encyclopedia of European Social History, Nueva York:
Scribner’s, 6 vols.
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(con Jack A. Goldstone) «Threat (and Opportunity): Popular Action and State
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(eds.), Silence and Voice in Contentious Politics, Cambridge: Cambridge Uni-
versity Press.
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«Welcome to the Seventeenth Century», en Paul DiMaggio (ed.), The Twenty-
First Century Firm. Changing Economic Organization in International Pers-
pective, Princeton: Princeton University Press.
«Anthropology Confronts Inequality» y «Relational Origins of Inequality»,
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«Historical Analysis of Political Processes», en Jonathan H. Turner (ed.),
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«Historical Sociology», en International Encyclopedia of the Behavioral and
Social Sciences, vol. 10, Ámsterdam: Elsevier, pp. 6753-6757.
«Justice and Categorical Inequality» [revisión-ensayo], Theory, Culture, and
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www.ces.columbia.edu/pub/Tarrow-Tilly_feb01.html].
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«Violence, Terror, and Politics as Usual», Boston Review, 27 (3-4): 21-24.
«Violence: Public», en International Encyclopedia of the Behavioral and Social
Sciences, vol. 24, Ámsterdam: Elsevier, pp. 16206-16211.
«Westfalia e Cina: un ragionamento controfattuale», Quaderni di Scienza Poli-
tica, 9: 211-220.
«Buried Gold» [comentario], American Sociological Review, 67: 689-692.
«Grossdimensionale Gewalt als konfliktive Politik», en Wilhelm Heitmeyer y
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den: Westdeutscher Verlag.

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Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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2003 «When Do (and Don’t) Social Movements Promote Democratization?», en
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Davis y Anthony W. Pereira (eds.), Irregular Armed Forces and Their Role in
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(con Lesley Wood) «Contentious Connections in Great Britain, 1828-1834»,
en Mario Diani y Doug McAdam (eds.), Social Movements and Networks. Re-
lational Approaches to Collective Action, Nueva York: Oxford University
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«Changing Forms of Inequality», Sociological Theory, 21: 31-36.
«Inequality, Democratization, and De-Democratization», Sociological Theory,
21: 37-43.
«Agendas for Students of Social Movements», en Jack A. Goldstone (ed.), Sta-
tes, Parties, and Social Movements, Cambridge: Cambridge University Press.
«Political Identities in Changing Polities», Social Research, 70: 1301-1315.
«Contention over Space and Place», Mobilization, 8: 221-226.
«Afterword: Borges and Brass», en Jeffrey K. Olick (ed.), States of Memory.
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Durham: Duke University Press.
«Unequal Knowledge», Graduate Researcher. Journal for the Arts, Sciences
Copyright © 2011. CIS - Centro de Investigaciones Sociológicas. All rights reserved.

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(con Valery Tishkov, Stathis Kalyvas, Mark Beissinger, Viktor Bocharov, Lev
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construction in Multiethnic Societies. Proceedings of a Russian-American
Workshop, Washington: National Academies Press.
2004 «Terror, Terrorism, Terrorists», Sociological Theory, 22: 5-13.
«Social Boundary Mechanisms», Philosophy of the Social Sciences, 34: 211-236.
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«Social Movements and Democratisation», en Anna-Maija Castrén, Markku
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Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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«Foreword», en Joe Bandy y Jackie Smith (eds.), Coalitions Across Borders.
Transnational Protest and the Neoliberal Order, Lanham, MD: Rowman &
Littlefield.
«Observations of Social Processes and their Formal Representations», Sociolo-
gical Theory, 22: 595-602.
«Contentious Choices», Theory and Society, 33: 473-481 [conclusión del nú-
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«Past, Present, and Future Globalizations», en Gita Steiner-Khamsi (ed.), The
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«Afterword: Lullaby, Chorale, or Hurdy-Gurdy Tune?», en Roger Gould
(ed.), Rational-Choice Controversy in Historical Sociology, Chicago: Univer-
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«L’Ingresso dei movimenti sociali nel ventunesimo secolo», Quaderni di Scien-
za Politica, 11 (4): 201-240.
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«Entrevista com Charles Tilly» [versión en inglés: http://essays.ssrc.org/tilly/


wp-content/uploads/2008/07/tilly-interview-2004.pdf] e «Itinerários em análi-
se sociológica», Tempo Social, número especial «Sociologia Econômica», 16
(2): 289-297 y 299-302.
«Organizaciones violentas», Sociedad y Economía (Cali, Colombia), 7: 17-24.
2005 «Repression, Mobilization, and Explanation», en Christian Davenport, Hank
Johnston y Carol Mueller (eds.), Repression and Mobilization, Minneapolis:
University of Minnesota Press.
(con Maria Kousis) «Introduction: Economic and Political Contention in
Comparative Perspective» y (solo) «Conclusion: An Opportunity to Speak»,
en Maria Kousis y Charles Tilly (eds.), Economic and Political Contention in
Comparative Perspective, Boulder: Paradigm Publishers.
«La democratización mediante la lucha», Sociológica. Acción Colectiva y Socia-
bilidad Politica, 20: 35-60.
«Ouvrir le “répertoire d’action”», Vacarme, 31: 21-22.
«Regimes and Contention», en Thomas Janoski et al. (eds.), The Handbook of
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bridge University Press.
«Terror as Strategy and Relational Process», International Journal of Compa-
rative Sociology, 46: 11-32.
«Joseph Strayer Revisited», prefacio para la edición clásica de Princeton de
On the Medieval Origins of the Modern State, Joseph R. Strayer, Princeton:
Princeton University Press.

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307
Sociológicas, 2011. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/universidadcomplutense-ebooks/detail.action?docID=3222592.
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Alberto Martín Pérez

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Recopilación y revisión de la bibliografía de Charles Tilly

«États forts, faibles et birnbaumiens», en Bertrand Badie e Yves Déloye (eds.),


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«Grudging Consent», The American Interest, 3: 17-23.
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«Poverty and the Politics of Exclusion», en Deepa Narayan y Patti Petesch
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(con Sidney Tarrow) «Contentious Politics and Social Movements», en Carles
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Oxford: Oxford University Press.
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2008 «Describing, Measuring, and Explaining Struggle», Qualitative Sociology, 31:
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«A General Introduction to the Special Issue: Introduction», American Beha-
vioral Scientist, 51 (10): 1467-1471.
«Memorials to Credit and Blame», The American Interest, 3 (5) [reprodu-
cido también en SSRC Tributes to Charles Tilly: http://essays.ssrc.org/tilly/
creditblame].
(con Doug McAdam y Sidney Tarrow) «Methods for Measuring Mechanisms
of Contention», Qualitative Sociology, 31 (4): 307-331.
(con Doug McAdam y Sidney Tarrow) «Progressive Polemics: Reflections on
four Stimulating Commentaries», Qualitative Sociology, 31 (4): 361-367.
«Mediterranean Political Processes in Comparative-Historical Perspective»,
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American Behavioral Scientist, 51 (10): 1467-1471.


«Comment: Disturbing Implications», Sociological Methdology, 38 (1): 85-89.
«Review: Infotopia: How Many Minds Produce Knowledge, by Cass R. Suns-
tein», Social Forces, 87 (1): 593-594.
«Review: Blood and Soil: A World History of Genocide and Extermination
from Sparta to Darfur, by Ben Kiernan», The Journal of Interdisciplinary His-
tory, 39 (2): 247-248.
2009 «Europe Transformed, 1945-2000», en Chris Rumford (ed.), The SAGE
Handbook of European Studies, Beverly Hills: Sage.
«The Limits of Work-based Social Support in the United States», Challenge,
52 (2): 81-114.
(con Robert E. Goodin) «Overview of Contextual Political Analysis: It De-
pends» y (solo) «Why and How History Matters», en Robert E. Goodin (ed.),
The Oxford Handbook of Political Science, Oxford: Oxford University Press.
«Democratic Theories», en Mark Haugaard y Stewart Clegg (eds.), The SAGE
Handbook of Power,Londres: Sage Publications.
(con Doug McAdam y Sidney Tarrow) «Comparative Perspectives on Conten-
tious Politics», en Mark Lichbach y Alan Zuckerman (eds.), Comparative
Politics, Cambridge: Cambridge University Press.
«Foreword», en I. Martin, A. Mehrotra y M. Prasad (eds.), The New Fiscal So-
ciology: Taxation in Comparative and Historical Perspective, Cambridge:
Cambridge University Press.

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OTRAS CONTRIBUCIONES, CONFERENCIAS Y TEXTOS INÉDITOS


2000 «Jumbo Speaks», discusión de Randall Collins, The Sociology of Philosophies.
A Global Theory of Intellectual Change, American Sociological Association
Annual Meeting, Washington, DC.
2001 «What happened, and what may follow», en openDemocracy, publicado en la
sección «New War» del foro online de SSRC «After September 11», 21 sep-
tiembre 2001 [disponible en http://www.opendemocracy.net/conflict-global-
justice/article_170.jsp].
2003 «Sociological Resources for the Study of International Relations», ponencia
del Congreso anual de la International Studies Association, Portland, OR,
febrero.
«Why Read the Classics?», ponencia para la sesión «The value of classical social
theory», American Sociological Association Annual Meeting, Atlanta, agosto.
2004 «Future Inequalities», conferencia, Concordia University, Montreal (Canadá).
«Périples de l’analyse sociale», discurso de aceptación del doctorado honoris
causa, Université du Québec, Montreal (Canadá).
«Democratization, De-Democratization, and Popular Struggle», conferencia,
North American Labor History Conference, Detroit.
2005 «Violent Repertoires», ponencia para el Congreso anual de la American Socio-
logical Association.
«Democracy, Violence, and What Else?», comentario para la reunión de la
Eastern Sociological Society.
«Trust and Predation», conferencia, Colgate University.
«Contention and Democratic State Structures», ponencia para el «Meeting on
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protest, contention, and institutional politics», Institut National des Sciences


Politiques, París, 1-3 junio.
«Uncommon Goods», contribución a la sesión «Author-meets-critics», Con-
greso anual de la American Sociological Association, Filadelfia, agosto.
«Sizing up States», comentario para la sesión «The Size of States», American
Political Science Association, Washington, septiembre.
«Why (and How) Things Happen», discurso en la London School of Econo-
mics en la inauguración de la Young Foundation, septiembre.
«Boundaries, Inequality, and Violence», conferencia, City University of New
York Graduate Center, octubre.
«Giving Reasons as a Practical Social Activity», conferencia, Society of
Fellows, Columbia University, octubre.
2006 «Intellectual Fields», comentario, Graduate Student Conference on «Power in
Thought and Practice: 50 Years of C. Wright Mills’ The Power Elite», mayo.
«Social Boundaries and Political Struggle», conferencia, New School for Social
Research, mayo.
«Democracy and the Experts», conferencia, Rothermere American Institute,
Oxford University, junio.
«Boundaries, Identities, and Violence», conferencia, University of Amsterdam,
junio.
«Philosophies of History and Social Science», ponencia en la Authors Meet
Authors Session (William H. Sewell Jr., Arthur Stinchcombe y Charles Tilly),
American Sociological Association Annual Meeting, Montreal, 11 agosto.

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Recopilación y revisión de la bibliografía de Charles Tilly

«Reasons for (and in) Organizational Performance», discurso en la New York


City Family Court Conference, New York County Lawyers’ Association,
octubre.
«Regimes, Repertoires, and Social Movements», conferencia, Emory Univer-
sity, 27 octubre.
«Awards, Credit, and Blame», discurso en la reunión trianual de Phi Beta Kap-
pa, Atlanta, GA, 28 octubre.
Prefacio de la edición en turco de The Politics of Collective Violence.
2007 «Revolutions and Democracy», discurso de clausura de la reunión anual del
Consortium on the Revolutionary Era, Arlington, VA, 3 marzo.
«Extraction and Democracy», discurso en la conferencia «The Thunder of
History: Taxation in Comparative and Historical Perspective», Northwestern
University, 4-5 mayo.
«Mechanisms of the Middle Range», ponencia en la conferencia sobre el traba-
jo de Robert K. Merton y sus implicaciones para la sociología y otros campos,
Columbia University, 9-10 agosto.
«When and How Do Revolutions Promote Democracy?», ponencia en la se-
sión «Revolutions and Democracy», Congreso anual de la American Sociolo-
gical Association, New York City, 14 agosto.
«Mobility, Inequality, and Democracy», discurso inaugural en «World Bank’s
Moving Out of Poverty: Cross Disciplinary Perspectives on Mobility», World
Bank, Washington, DC, 3 octubre.
2008 «The Rise of the Public Meeting in Great Britain, 1758-1834», ponencia para el
Congreso anual de la Social Science History Association, Chicago, marzo.
«Awards and Credit», discurso, University of Michigan Dearborn, 16 marzo.
«States, State Transformation, and War», en Jerry Bentley (ed.), The Oxford
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Handbook of World History, Oxford: Oxford University Press. Pendiente de


publicación.
Varios capítulos (dos como coautor) en John Coatsworth et al. (eds.), Global
Connections: Politics, Exchange, and Social Life in World History, Wadsworth-
Thomson Learning. Pendiente de publicación.
«The Blame Game». Borrador de artículo.
«Selected Readings on Political Change». Bibliografía anotada.
«Selected Readings on Identities, Especially Political Identities». Bibliografía
anotada.
«Readings on Research Design, 1988-2007». Bibliografía anotada.
«Selected Readings on Democracy and Democratization». Bibliografía anotada.
«Readings on Repression, Facilitation, and Violence». Bibliografía anotada.
«Selected Readings on Globalization and Transnational Processes». Bibliogra-
fía anotada.
«Readings on Social Boundaries». Bibliografía anotada.
«Selected Readings on Social Movements». Bibliografía anotada.
«Selected Readings on States and Relations Among Them». Bibliografía anotada.
«Organizational Fields in Contentious Politics, and Vice Versa». Bibliografía
anotada.
Reseñas en American Journal of Sociology, American Historical Review, Inter-
national Studies Review, International Migration Review, Journal of Southern
African Studies, Voluntas, Sociological Forum y Business History Review.

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Alberto Martín Pérez

RECURSOS ELECTRÓNICOS SOBRE CHARLES TILLY


Espacio web personal en Columbia University:
http://www.sociology.columbia.edu/fac-bios/tilly/faculty.html
Homenajes a Charles Tilly:
http://www.ssrc.org/essays/tilly/
Biografía de Charles Tilly reflejada en su currículo en marzo de 2008:
http://essays.ssrc.org/tilly/wp-content/uploads/2008/05/biographical-info-tilly-cv.pdf
Bibliografía establecida por Charles Tilly en marzo de 2008:
http://essays.ssrc.org/tilly/wp-content/uploads/2008/05/bibliography-tilly-cv.pdf
Libros de Charles Tilly:
http://web.gc.cuny.edu/dept/bildn/courses/tillybooks.shtml
Escritos de Charles Tilly sobre metodología (artículos y ponencias), algunos de ellos
recogidos en Explaining Social Processes, Boulder: Paradigm Publishers, 2008:
http://professor-murmann.info/index.php/weblog/tilly
Selección de las bibliografías anotadas por Charles Tilly entre 2003 y 2008:
http://web.mac.com/christiandavenport/iWeb/Charles%20Tilly/Annotated%20Bi
bliography.html
Cambridge Studies in Contentious Politics, editados por Doug McAdam et al. desde
2001:
http://www.cambridge.org/us/series/sSeries.asp?code=CSCO
CSSC Working Paper Series:
http://www.ciaonet.org/
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CRSO Working Papers:


http://deepblue.lib.umich.edu/browse?type=author&value=Tilly%2C+Charles&sor
t_by=1&order=ASC&rpp=100&etal=0&submit_browse=Update
Conferencia «Violence, Terror and Politics as Usual», Columbia University, 12 mar-
zo 2002 [texto publicado en Boston Review, 27 (3-4): 21-24]:
http://www.columbia.edu/cu/news/vforum/02/violence_terror_politics/charlesTilly.
ram
Conferencia en el World Bank, Washington, DC, 3 de octubre de 2007:
http://info.worldbank.org/etools/docs/voddocs/982/2189/hi.htm#
Entrevista en el Annual Meeting 2005 of the Eastern Sociological Society (ESS) en
Washington, DC, moderada por Javier Auyero y Ann Mische:
http://web.mac.com/christiandavenport/iWeb/Charles%20Tilly/Recordings.html
Entrevista con Daniel Little en la University of Michigan - Dearborn, diciembre
2007:
http://www.youtube.com/view_play_list?p=73ABDF5D9781DF91

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Bibliografía
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