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e Editorial UOC Capitulo II. Fundamentación de la teoría de la...

Capítulo II
Fundamentaciónde la teoría de la
. .,
comumcacion

1. Claves

1) Las principales perspectivas para el análisis de la comunica­


ción como disciplina científica.
2) El contexto en que se desarrolla la comunicación y los ele­
mentos que intervienen en los distintos niveles.
3) El concepto de comunicación y sus implicaciones.
4) Las acciones que se llevan a cabo en los procesos de comuni­
cación pública.
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2. Investigarla comunicación

En este capítulo nos adentramos por los caminos de la inves­


tigación en teoría de la comunicación, una ciencia que aún se está
consolidando. La investigación y la ciencia han de estar en con­
tacto permanente con la realidad social en la que se insertan. Por
un lado, toda investigación debe describir su objeto de estudio del
modo más riguroso posible. Por otro, la propia realidad, sometida
a cambios de todo tipo, también determina a su vez los derroteros
por los que avanza la investigación y plantea nuevos retos.
Cuando hablamos de la ciencia del derecho, nos remontamos a
más de 2.000 años de historia, desde el primitivo derecho romano

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hasta la legislación actual sobre piratería en internet. Los estudios


de medicina superan los 500 años. Los de comunicación, en cam­
bio, comienzan a principios del siglo XX con la publicística en Ale­
mania, y cuando surgen las primeras Escuelas de Periodismo en
Estados Unidos. En España, los estudios de comunicación se ini­
ciaron en los años ochenta, cuando lVLquel de Moragas publicó
Teorías de la comunicacióny Ángel de Benito Concepto, método,fuentesy
programa de la Teoría Generalde la Información. Nos encontramos, por
tanto, ante un campo de estudio joven, que aún no ha alcanzado
la madurez de otras ciencias. Es más, algunos aún dudan de que
la comunicación reúna los requisitos para ser una ciencia.
La teoría de la comunicación constituye el fundamento cientí­
fico de los estudios sobre comunicación. Es una materia que pre­
senta la investigación y los avances en el terreno de la comunica­
ción, tanto en lo que se refiere a los postulados y a los conceptos,
como a los métodos utilizados para obtener los análisis y resulta­
dos. En los textos básicos de las investigaciones sobre comunica­
ción, constatamos que el conjunto de conocimientos generados
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conforma cierta amalgama de escuelas teóricas, modelos y enfo­


ques desde las perspectivas más variadas, que a menudo no dia­
logan entre sí. Algunos autores, como Mauro Wolf (1987: 59), la­
mentan esta situación:

La larga tradición de análisis (sintéticamente indicada con el término


Communication Research) ha seguido los distintos problemas surgidos alo
largo del tiempo atravesando perspectivas y disciplinas, multiplicando
hipótesis y enfoques. De ello ha resultado un conjunto de conocimien­
tos, métodos y puntos de vista tan heterogéneo y disforme, que hace
no solo difícil sino tal vez insensato cualquier intento de ofrecer una
síntesis satisfactoria y exhaustiva.

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Por ello, cabe plantearse: ¿qué constituye el cuerpo teórico de la


comunicación? Parece obvio que necesitamos conocer cuáles son
las grandes perspectivas desde las que se ha afrontado el estudio
de la comunicación, pues sin duda todas ellas arrojan luz sobre el
objeto de estudio. Sin embargo, reducir la teoría de la comunica­
ción a una mera recopilación de conceptos, a un catálogo de ideas,
equivale a una erudición inútil. Es más, hablamos de estudiar las
«teorías de la comunicación», en plural, porque se trata de postu­
lados complementarios entre sí, que intentan explicar una misma
realidad desde diversos puntos de vista (Rodrigo, 2001: 11). A ello
nos ayudan los modelos que teorizan sobre cómo funcionan los
procesos comunicativos, según veremos en el capítulo IV
Hay profesionales que desprecian, porque lo consideran inú­
til, cualquier intento de fundamentar teóricamente la actividad co­
municativa. No es infrecuente que algunos periodistas menospre­
cien esta materia como «un conjunto de teorías obsoletas» o in­
cluso como «teorías sin ninguna utilidad real». Conviene, por tan­
to, plantearse la utilidad de la teoría de la comunicación de cara
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al ejercicio profesional. Como apunta Martín Algarra (2003), «¿es


posible llegar a hacer bien algo si no se sabe exactamente lo que
es? Sinceramente lo dudo; creo que la vida misma da muestra de
ello».
Por ello, dedicar un tiempo a pensar sobre la comunicación
resulta necesario para quienes nos dedicamos a ella como activi­
dad profesional y como campo de estudio. Precisamente porque
el periodista es un comunicador y antes que nada, persona. Co­
nocer la naturaleza de la comunicación supondrá la posibilidad
de participar más plenamente en ella ­en la comunicación bási­
camente se participa­ y de ejercer la actividad profesional con
resultados óptimos. Pensar la comunicación, reflexionar con «al­
tura universitaria», va más allá del mero ejercicio académico. No

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se reduce a un cometido exclusivo para las «ratas de biblioteca»


ni para los amantes de las teorías retorcidas, ni tampoco supone
una pérdida de tiempo. Se trata de un trabajo necesario para ser
un buen profesional.
Una idea generalmente aceptada subraya la enorme riqueza del
término «comunicación», con el que se expresan realidades muy
diversas. Puesto que se trata de un fenómeno presente en infini­
tud de acciones humanas, cualquier persona se considera capaz de
hablar sobre la comunicación, al menos de forma indirecta. Hay
quien afirma que «Risto Mejide te atrapa», «Ana Pastor comunica
muy bien», o que le gusta determinado programa de radio o que
tal periodista escribe mal. En palabras de Aubrey Fisher (1978):

Todos estamos demasiado familiarizados con la comunicación, de ma­


nera que cualquier persona se considera a sí misma algo así como un
experto en comunicación, en sus problemas y soluciones.

Cuando alguien se interesa por el proceso comunicativo, su cu­


riosidad no suele orientarse al concepto de la comunicación ni a
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sus implicaciones profesionales o éticas. Aborda el fenómeno con


un sentido práctico; su interés se centra en saber qué ha de hacer
para «comunicar mejor», Esto sucede porque, sin tener concien­
cia de ello, aprendemos a comunicar de forma innata, mediante
las propias experiencias, los éxitos y fracasos. Con la comunica­
ción siempre se consigue algo, desde los asuntos más importan­
tes y trascendentes hasta los más nimios. Por tanto, la comunica­
ción nos interesa a todos porque es un instrumento que usamos
de continuo, del que nos valemos para alcanzar nuestros objeti­
vos. Ahora bien, el hecho de que se utilice como un instrumen­
to no significa que la comunicación deba considerarse un mero
utensilio. Es también experiencia, aprendizaje, evolución biológi­
ca, desarrollo histórico y hasta conciencia.

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Además de estudiar la comunicación con sentido común, ne­


cesitamos hacerlo con la lógica y la metodología que exige el sa­
ber científico. Precisamente una de las causas de la supuesta debi­
lidad de la ciencia de la comunicación reside en la ligereza con que
se ha denominado «ciencia» a los estudios sobre los fenómenos
más diversos, porque un saber acerca de toda la realidad es lo más
parecido a un saber sobre nada (Piñuel y Lozano, 2006). Querer
abarcarlo todo conduce a la superficialidad y a la pobreza intelec­
tual. Esta también es la causa de la valoración negativa que a ve­
ces escuchamos del trabajo de los periodistas y comunicadores,
cuando se dice que «eso podría haberlo hecho cualquiera». Que­
de claro que el periodista debe ser un experto en comunicar, en
elaborar contenidos, aunque no siempre sea experto en la materia
sobre la que trata.

3. Concepto y elementos de la comunicación


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Una primera aproximación para entender el concepto de co­


municación la ofrece su etimología. Comunicar procede del voca­
blo latino communicare, que significa «compartir algo, hacerlo co­
mún», y por «común» entendemos la comunidad; o sea, comuni­
car alude a «algo» que afecta al conocimiento sobre los demás. Su
etimología implica que la comunicación se compone de acciones
que vertebran las relaciones sociales. Ahora bien, ¿qué es ese «al­
go» al que aludimos? Tanto las personas como los animales es­
tamos constantemente recopilando datos sobre nuestro entorno,
los procesamos y compartimos con nuestros semejantes, esperan­
do que nos permitan satisfacer alguna necesidad. La comunica­
ción no es algo exclusivo del ser humano, ya que todos los seres

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vivos tenemos la capacidad de comunicarnos y de compartir in­


formación sobre nuestro entorno, lo cual nos ayuda a sobrevivir.
Los animales se comunican para encontrar comida, escapar de sus
depredadores y establecer relaciones jerárquicas que les posibili­
tan un orden dentro de su comunidad.
La comunicación se caracteriza por ser ubicua; se encuentra en
todas partes, ya que en cierto sentido todo ser vivo o inanimado
comunica algo o es capaz de hacerlo. El proceso comunicativo
se desarrolla a través de la emisión de señales que pueden ser so­
nidos, gestos, olores, etc., con la intención de dar a conocer un
mensaje, para que, a consecuencia de este, se produzca una acción
o reacción en quienes lo reciben. En el caso de los humanos, las
señales son más complejas que en los animales, debido a nuestra
capacidad intelectual; por ejemplo, mediante el lenguaje escrito o
sonoro.
El primer intento registrado por entender el proceso comu­
nicativo se remonta a la antigüedad clásica. Aristóteles (384­322
a.C.) fue uno de los primeros que diferenció la comunicación co­
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mo una relación que implica tres elementos básicos:


Emisor: el sujeto que inicia el intercambio, transmite el men­
saje, dice o hace algo con un significado.
Mensaje: la información o contenido que se transmite.
Receptor: quien recibe el mensaje.
Aristóteles planteó este esquema pensando en la comunicación
entre humanos, en la que el emisor no ha de mantener necesaria­
mente un contacto directo con el receptor; ambos pueden hallar­
se en diferentes lugares y tiempos. Esto también implica que el
mensaje puede perdurar más allá de la existencia del emisor, de
modo que alcance lugares donde nunca se sospechó que llegaría.
El mensaje puede adoptar múltiples formas: oral, escrito, me­
diante sonidos, imágenes, señales, olores, etc.; lo esencial no resi­

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de en su forma, sino en que contenga información que pueda ser


entendida por el receptor (Piñuel y Lozano, 2006). Otro elemen­
to importante ­­que complementa a los enunciados por Aristó­
teles­ es el código, que se refiere a un sistema de significados
compartidos tanto por el emisor como por el receptor, que les
permite entender el mensaje. Si uno de los actores no comparte el
mismo código, el proceso comunicativo fracasa porque la infor­
mación no llegará a ser comprendida.
En el proceso comunicativo, el emisor pretende que sumen­
saje cause un efecto en el receptor, una reacción o respuesta, de­
nominada retroalimentación o feedback. El emisor dice algo y el
receptor reacciona ante eso, asumiendo en ese momento el papel
de emisor, y enviando otro mensaje como respuesta al emisor ori­
ginal, que entonces adopta la función de receptor. El efecto del
mensaje no siempre es el deseado por el emisor; lo que este quiere
lograr a veces no se alcanza con la retroalimentación; sin embargo,
el hecho de que esta se produzca indica que el acto comunicativo
se llevó a cabo.
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Tanto los sonidos articulados como su expresión gráfica se


consideran signos que construyen una representación de las ideas
que se pretenden comunicar; para ello se requiere usar un código,
que debe ser compartido por la audiencia. Dicho de otra forma,
el código es el conjunto de instrucciones que permite llevar a ca­
bo la codificación y descodificación de la información, de modo
que esta pueda ser intercambiada de forma comprensible entre el
emisor y el receptor.
La comunicación escrita es la representación gráfica de un sis­
tema de signos con los que interpretamos el mundo. Los signos
suelen agruparse formando sistemas que, al ser conocidos por los
integrantes de una comunidad, facilitan la elaboración de mensa­
jes y posibilitan la comunicación mediante ciertos códigos. Los

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códigos permiten construir el lenguaje informático, las abreviatu­


ras de Twitter, el Braille, las partituras musicales o el código Mor­
se. Existen formas de lenguaje con diversa complejidad, desde los
ideogramas chinos y los jeroglíficos egipcios hasta el alfabeto con­
temporáneo y las siglas; igualmente, podemos considerar el grajftti
y los logos publicitarios. Un caso particular es el lenguaje de se­
ñales estructurado y complejo que usan los sordomudos.

4. Comunicación verbal y no verbal

La comunicación verbal es aquella en la que interviene el len­


guaje. Por lenguaje se entiende primeramente un sistema de có­
digos con el que se designan los objetos del mundo exterior, sus
acciones, cualidades y relaciones. Los lingüistas prefieren usar el
concepto de «signo» en lugar de «código»; ambos conceptos se
analizarán más adelante, pero ahora debemos considerar que el ser
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humano ha establecido ciertos sistemas lingüísticos que otorgan


sentido al mundo que le rodea y que le permiten comunicarse. La
comunicación verbal va más allá de las acciones audibles (llanto,
risa, gritos, gemidos, etc.) y se basa en la palabra. Se estructura
mediante sonidos articulados que adquieren un significado, cuya
combinación puede expresar ideas más complejas. Este hecho se
conoce comúnmente como el acto del habla.
Una parte de la comunicación no verbal surge de forma inna­
ta y otra se aprende por la imitación de códigos socialmente es­
tablecidos. En una conversación, solo una parte reducida de la
información que damos o recibimos proviene de las palabras. Se
calcula que en torno al 90 °/o de la información que intercambia­
mos proviene del lenguaje no verbal. Según un estudio realizado

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por Albert Mehrabian, en el impacto de un mensaje las palabras


representan el 7 °/o, el tono de voz el 38 °/o y el 55 o/o restante
corresponde al lenguaje corporal. Es decir, la comunicación no
verbal puede representar hasta un 93 °/o de la interpersonal.
Flora Davis (2004) afirma que cualquier gesto corporal puede
convertirse en un símbolo universal. Davis fue una de las prime­
ras comunicólogas que señaló que los impulsos inconscientes eli­
minados del lenguaje verbal a menudo pueden detectarse en los
movimientos, posiciones y tensiones de las manos y del rostro. «Si
bien una persona puede dejar de hablar no puede dejar de comu­
nicar mediante el lenguaje corporal», asegura Davis (2004). Nues­
tros gestos, posturas, expresiones, miradas e incluso los accesorios
que usamos al vestir, proporcionan información a quienes nos ro­
dean. La mayoría de las veces, dicha información es una forma de
refuerzo o complemento de los mensajes que formulamos con la
palabra; en otras, estos pueden verse distorsionados. Este fenó­
meno se debe a que buena parte de la información que transmiti­
mos de modo no verbal está relacionada con nuestras emociones,
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más que con el intelecto.


Las relaciones comunicativas dependen de tres factores esen­
ciales: las palabras, el tono de voz y el lenguaje corporal. General­
mente, el componente verbal se utiliza para transmitir informa­
ción y el no verbal para comunicar estados de ánimo y actitudes
personales. Por ejemplo, si al afirmar algo decimos que sí pero
negamos con la cabeza, tiene más peso el gesto realizado con la
cabeza que las propias palabras. El tono de voz también resul­
ta fundamental. Una misma frase entonada de maneras distintas
puede entenderse como una súplica, una exigencia, un interro­
gante ... Comunicamos a través de nuestra voz. Por ejemplo, cuan­
do mandamos un correo electrónico o un wasap, a menudo no
mostramos claramente nuestros sentimientos. En cambio, cuan­

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do hablamos por teléfono usamos las palabras y la voz, por lo que


sí damos vía libre a nuestras emociones, que son detectadas por
nuestros interlocutores. Sin embargo, cuando hablamos por telé­
fono se pierde parte importante de la información, pues nuestro
lenguaje corporal puede estar emitiendo otro mensaje completa­
mente diferente.
Por ello, la comunicación más directa y transparente es aquella
que se realiza cara a cara, porque nos permite apreciar con detalle
el lenguaje corporal de los demás. Cuando alguien miente, evita
mirar directamente a su interlocutor; en cambio, si contamos al­
go que nos agrada, sonreímos y hablamos más rápido de lo nor­
mal. Por lo general, quienes dominan la comunicación no verbal
son hábiles socialmente, ya que refuerzan sus mensajes orales con
otros corporales. Esta habilidad llevada al extremo se da en los
actores, quienes pueden «meterse en la piel» de su personaje y re­
presentar emociones a través de su cuerpo.
La ropa también posee su propio lenguaje. Vestimos de modo
distinto según las circunstancias: cuando uno acude a una entre­
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vista de trabajo, una fiesta, un funeral o una excursión. En cierto


sentido, todos llevamos uniformes: de trabajo, deportivo, infor­
mal... La ropa se ha convertido en un código que las marcas se
encargan de explotar: un tipo de calzado, prendas que exhiben el
ombligo o el pelo rapado al cero. Todo ello dice mucho de una
persona.
Igualmente, existe un lenguaje del color. Los cálidos estimulan
la afectividad y provocan que las personas actúen de forma más
alegre o apasionada. Los objetos de color rojo, naranja o amarillo
destacan sobre el fondo y suscitan vigor, dinamismo y pasión. En
cambio, los colores fríos evocan calma, tranquilidad o amargura.
Azules, morados o grises se confunden con el entorno y sugieren
serenidad y quietud. Por ejemplo, las empresas eligen sus logos en

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función de la evocación cromática, potenciando los colores que


mejor representan a su marca.

5. Signos y señales

El signo lingüístico proviene de la combinación de significante


y significado, de modo que constituyen las dos caras de la moneda.
Según el lingüista Ferdinand de Saussure, el significante se refiere
a la estructura de sonidos o de imágenes con que representamos
las cosas, mientras que la idea o concepto constituye el significado.
El significante alude a la representación gráfica, oral o mediante
señales del objeto real; el significado alude al concepto o imagen
mental que el receptor recrea del objeto. También existe un tercer
elemento que forma parte de todo signo: el referente, es decir, el
objeto real al que el signo hace alusión.
Cualquier signo puede representarse de tres formas básicas:
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mediante iconos, índices o símbolos. Los iconos son representa­


ciones gráficas que guardan gran parecido con el objeto referido;
la imagen o representación sustituye al objeto mediante su signi­
ficado. De este modo, el icono es capaz de representar «algo» a
través de alguna semejanza con cualquier aspecto de ese «algo».
Los iconos son representaciones «universales» ya que, como sur­
gen a partir de las semejanzas con el objeto, puede entenderlos
cualquier individuo con un mínimo conocimiento de la cultura en
que se hayan creado.
Un signo se considera índice cuando la relación con los objetos
que representa es de continuidad con la realidad; por ejemplo, la
imagen de una nube con un rayo es índice de la tormenta, un par
de huellas de pisadas puede ser índice de que el camino va por ese

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