Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Curso
Descubre Don Quijote
de la Mancha
La presente es una guía de la estructura del MOOC Descubre Don Quijote de la Mancha de la Universidad Francisco Marroquín que
contiene una descripción detallada del contenido y actividades a desarrollar durante la Parte II del curso dividida en 3 módulos.
A través de ésta guía se pretende facilitar el proceso de mediación pedagógica de las instituciones educativas interesadas en la
enseñanza de la literatura y las humanidades por medio de la mejor novela de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha.
Parte I Parte II
1 - 52 1 - 74
Descripción
del curso
Descubre Don Quijote de la Mancha es un curso MOOC (curso gratuito, masivo, abierto y en línea) de la Universidad Francisco
Marroquín que tiene como objetivo impulsar la enseñanza de las humanidades por medio de la mejor novela de Miguel de
Cervantes, Don Quijote de la Mancha.
El curso consiste en una serie de glosas detalladas de la primera y segunda parte de la novela de Miguel de Cervantes y
Saavedra. El profesor Eric Clifford Graf presenta una serie de eventos y problemas importantes de la novela, ya que es un
texto magistral del renacimiento con alusiones a Platón, Aristóteles, la Biblia y la Escuela de Salamanca.
El curso se imparte de forma asincrónica a través de la plataforma Open Edx y diversos recursos educativos como: vídeos
disponibles en el canal de YouTube, transcripción de los vídeos en formato descargable, audios de las lecturas, evaluaciones,
foros de discusión y sesiones en vivo.
Acerca de
Universidad Francisco Marroquín
La Universidad Francisco Marroquín tiene como misión enseñar y difundir los principios
éticos, jurídicos y económicos de una sociedad de personas libres y responsables.
En los últimos años la universidad se ha preocupado por utilizar tecnologías innovadoras
para enriquecer la experiencia de aprendizaje dentro y fuera del campus de estudios.
“ El programa que ustedes ofrecen es verdaderamente increíble. En la matrícula del programa para el Adulto
Mayor en el Municipio de Rionegro Antioquia, Colombia nos hemos animado a inscribir a un grupo de
“
literatura donde empezaremos con Don Quijote de la Mancha. Es un grupo con algunas limitaciones visuales,
con poco conocimiento de Internet o baja lecto-escritura, pero la metodología que ustedes ofrecen, a través
de vídeos, nos permite adaptarlo a nuestro grupo de 2,800 personas. Quisiera que todos conozcan esta
magna obra de Miguel de Cervantes
Página web
http://ufm.academia.edu/EricGraf
División División
Palmerín de Inglaterra (Capítulos 1-14 del libro) Santiago Matamoros (Capítulos 1-23 del libro)
Tirante el Blanco (Capítulos 15-28 del libro) San Jorge (Capítulos 24-47 del libro)
Amadís de Gaula (Capítulos 29-52 del libro) San Martín de Tours (Capítulos 48-74 del libro)
Idioma Idioma
Todo el material del curso está disponible Todo el material del curso está disponible
en Español / Inglés en Español / Inglés
Certificación Certificación
Optativa Optativa
Específicas
• Habilidad de identificar los elementos simbólicos y su significado dentro de los capítulos del libro
de Don Quijote de la Mancha.
• Capacidad de análisis y síntesis del contenido dentro de cada capítulo de la novela.
Competencias
Interpersonales
• Habilidad para trabajar en forma autónoma.
• Valoración y respeto por la diversidad y multiculturalidad.
• Compromiso ético.
• Capacidad crítica y autocrítica.
Sistémicas
• Capacidad de aprender y actualizarse permanentemente.
• Capacidad para motivar y conducir hacia metas comunes.
• La inscripción, acceso a los contenidos y recursos educativos del curso son gratuitos y de uso libre
bajo licencias Creative Commons.
Costo
• El estudiante puede optar a una certificación de USD $20 por cada módulo del curso Descubre Don
Quijote de la Mancha.
• Se obtiene un certificado digital que puede compartirse con amigos y colegas a través del sistema
Certificación de Open Badges.
Capítulos 48 - 49 Capítulos 54 - 57
Lección 1: El encuentro entre don Quijote y doña Rodríguez 12 Lección 12: Ricote 41
Lección 2: La historia de doña Rodríguez 14 Lección 13: «Libertad de conciencia» 44
Lección 3: Doña Rodríguez pide ayuda a don Quijote 16 Lección 14: Sancho Panza y su asno caen en una cueva 46
Lección 4: Sancho resuelve tres casos 18 Lección 15: El combate entre don Quijote y Tosilos 49
Lección 5: La ronda de noche 20 Resumen: capítulos 54 - 56 51
Lección 16: Don Quijote y Sancho se marchan al palacio ducal 53
Capítulos 50 - 53 Lección 17: La queja de Altisidora 55
Capítulos 63 - 65 Capítulos 70 - 74
Lección 25: Don Quijote y «la cabeza encantada» 82 Lección 37: «¡Viva es Altisidora! ¡Altisidora vive!» 115
Lección 26: «La emprenta» y «los señores inquisidores» 84 Lección 38: La cura para el mal de amores es el trabajo honesto 117
Lección 27: Más galeotes 86 Resumen: capítulos 67 - 70 121
Lección 28: Ana Félix 88 Lección 39: La negociación final entre don Quijote y Sancho Panza 123
Resumen: capítulos 62 - 63 91 Lección 40: La séptima posada 125
Lección 29: La derrota final de don Quijote 93 Lección 41: Don Quijote se vuelve lúgubre y supersticioso 128
Lección 30: La conclusión de la historia de Ana Félix y don Gregorio 95 Lección 42: «Alonso Quijano el Bueno» 130
Resumen: capítulos 71 - 74 133
Capítulos 66 - 69
Actividades 134
Lección 31: El discurso de Ricote sobre la expulsión 98
Lección 32: Tosilos, cartero 100
Resumen: capítulos 64 - 66 103
Lección 33: Arcadia de nuevo 105
Lección 34: La parodia pastoril 107
Lección 35: Los cerdos en Don Quijote 109
Lección 36: Sancho, martirio de nuevo 112
Rodríguez busca la ayuda de DQ y lo visita en su habitación sin anunciarse. Según abre con llave la puerta, el primer pensamiento
del hidalgo, al igual que en el episodio de Maritornes, es que «la enamorada doncella venía para sobresaltar su honestidad». Le
hace un juramento neoplatónico a Dulcinea: «la mayor hermosura de la tierra... la que tengo grabada y estampada en la mitad
de mi corazón». También recuerda el tema de la metamorfosis que siempre acompaña a Dulcinea, y proclama su amor sin importar su
condición actual, bien siendo la campesina tobosona de DQ 2.10, bien una ninfa de Garcilaso, o bien la mujer de la Cueva de Montesinos
de DQ 2.35: «ora estés, señora mía, transformada en cebolluda labradora, ora en ninfa del dorado Tajo, tejiendo telas de oro y
sirgo compuestas, ora te tenga Merlín o Montesinos donde ellos quisieren». La técnica narrativa simultánea de Cervantes subraya
la relación entre el estado incierto de Dulcinea y la extraña visita de Rodríguez: «El acabar estas razones y el abrir de la puerta fue
todo uno».
El episodio tiene ahora implicaciones sexuales. Cuando Rodríguez se va a conseguir otra vela, DQ duda de su propia castidad,
arguyendo que el diablo esté tal vez intentando tentarlo. Gracias al acceso del narrador a los pensamientos más privados de DQ, nos
enteramos de que es virgen: «¿Y quién sabe si esta soledad, esta ocasión y este silencio despertará mis deseos que duermen,
y harán que al cabo de mis años venga a caer donde nunca he tropezado?». DQ salta de la cama para cerrar la puerta, pero ella
regresa. Ahora es su turno para sospechar de que puede haber algo sexual: «¿Estamos seguras, señor caballero? Porque no tengo a
muy honesta señal haberse vuesa merced levantado de su lecho». DQ le pregunta lo mismo: «Eso mesmo es bien que yo pregunte,
señora... y, así, pregunto si estaré yo seguro de ser acometido y forzado». Señala lo impropio de la situación: «porque ni yo soy
de mármol, ni vos de bronce, ni ahora son las diez del día... y en una estancia más cerrada y secreta que lo debió de ser la
cueva donde el traidor y atrevido Eneas gozó a la hermosa y piadosa Dido». Otra cueva tenemos. Y nótese cómo DQ es feminizado
de nuevo, y cómo Cervantes ha invertido el mismo encuentro entre Eneas y Dido previamente aludido por Altisidora. Esto es tan
hilarante y extraño que Cide Hamete realiza un comentario sarcástico. Para aquellos de nosotros que ya somos viejos, hay aquí algo
descorazonador.
La historia del matrimonio de Rodríguez y la muerte de su marido contiene términos picarescos. Su marido era un «escudero»
donde ella servía, pero dice que también era honorable: «hombre ya en días, barbudo y apersonado, y, sobre todo, hidalgo como
el rey, porque era montañés». Como en algún otro lugar en DQ, esta constante insistencia en la pureza cristiana hace que dudemos
de ella. Rodríguez tenía una aventura amorosa con este hombre, pero cuando su ama lo supo, le obligó a casarse con él. La frase que
Rodríguez usa aquí es un eco del campesino corrupto que realizó una petición en la corte de SP: «nos casó en paz y en haz de la santa
madre Iglesia Católica Romana». Recordemos que, en el caso del peticionario, las apariencias externas de su hijo y de Clara Perlerina
eran tan grotescas que su afirmación de pureza era ridícula. La historia de Rodríguez parece más realista, menos absurda, ¿pero es, en
realidad, tan diferente?
El abuso sufrido por el marido de Rodríguez deja ver el privilegio de las jerarquías que Cervantes tanto critica. El escudero gira su
mula hacia un magistrado de la corte como signo de respeto, pero esto hace enfadar a su ama, a quien Rodríguez llama «mi señora
doña Casilda», lo que es una alusión a santa Casilda de Toledo, una devota medieval de san Vicente de Zaragoza. Nótese la trayectoria
de la novela en esta alusión. La arrogancia de doña Casilda crece (como hemos visto recientemente con SP) hasta que ataca al marido
de Rodríguez. Como justicia poética, ella cae de la mula: «llena de cólera y enojo, sacó un alfiler gordo o creo que un punzón del
estuche, y clavósele por los lomos, de manera que mi marido dio una gran voz y torció el cuerpo de suerte que dio con su señora
en el suelo». El marido de Rodríguez busca atención médica «en casa de barbero» y doña Casilda se ve obligada a ir a casa caminando.
¿Recordáis cuando SP fue obligado a caminar en DQ 1?
«hombre ya en días,
barbudo y apersonado, y,
sobre todo, hidalgo como el
rey, porque era montañés»
Finalmente, Rodríguez le cuenta a DQ por qué está buscando su ayuda: «como yo tuviese fama de gran labrandera, mi señora la
duquesa, que estaba recién casada con el duque mi señor, quiso traerme consigo a este reino de Aragón, y a mi hija ni más ni
menos». Su hija tiene diferentes talentos, como Dorotea, y, otra vez, Rodríguez utiliza frases contradictorias para enfatizar su pureza
de sangre: «De su limpieza no digo nada, que el agua que corre no es más limpia». La hija se enamora del hijo de un rico granjero,
y, al igual que Dorotea y Fernando, «no sé cómo ni cómo no, se juntaron, y debajo de la palabra de ser su esposo burló a mi hija».
Rodríguez se ha quejado ante el Duque, pero él la ha ignorado –«hace orejas de mercader y apenas quiere oírme»– porque el rico
mercader le ha dado préstamos y le ha garantizado otros, por lo que no se quiere arriesgar a perder su línea de crédito: «es la causa
que como el padre del burlador es tan rico y le presta dineros y le sale por fiador de sus trampas por momentos, no le quiere
descontentar». Nótese aquí esta vuelta, tan típica de Cervantes, a la realidad materialista y burguesa.
Las contradicciones de ser un mandatario quedan manifiestas en Barataria. El camarero de SP le informa que la gente aprecia «el
suave modo de gobernar que en estos principios vuesa merced ha dado». Pero SP alude de nuevo al símbolo picaresco sine qua
non: «vuelvo a decir que se tenga cuenta con mi sustento y con el de mi rucio, que es lo que en este negocio importa». Entonces,
él mismo da pie a una patrulla noctura –«vamos a rondar» (Cf. El médico de su honra de Calderón)–, para purificar Barataria «de todo
género de inmundicia y de gente vagamunda». Esta alegoría es política: «la gente baldía y perezosa es en la república lo mesmo
que los zánganos en las colmenas, que se comen la miel que las trabajadoras abejas hacen».
De nuevo, SP resuelve tres casos específicos. El primero implica apuestas. Un testigo de un juego de cartas pide una propina a un
hombre que ganó 1.000 reales. El apostador le acusa al testigo de extorsión, y se niega a pagarle la tradicional propina. Los lectores
cuidadosos notarán que el testigo es corrupto. Y los lectores más cuidadosos aún notarán que, cuando SP decide que el apostador debe
Una vez más, Cervantes nos muestra los problemas sociales mientras nos distrae con complejos detalles narrativos. Los lectores
atentos notarán tres aspectos extraños en la historia de la joven. Primero, ¿por qué el hermano se viste de chica? Nadie lo dice. Segundo,
tal y como SP señala, la joven afirma que «la fuerza de unos celos ha hecho romper el decoro que a la honestidad se debe», pero
el tema de los celos no vuelve a aparecer en su historia. Tercero, la muchacha establece primero que su padre es «Pedro Pérez, el
arrendedor», pero luego cambia de opinión, insistiendo en que su padre auténtico es «Diego de la Llana... un hidalgo principal y
rico». La única explicación que da sobre esta confusión es que ese Pedro Pérez «suele muchas veces ir en casa de mi padre». Pero esto
solo nos lleva a la pregunta de por qué dijo primeramente que el tal Pérez era su padre. ¿Tuvo la mujer de Llana una aventura? Todo esto
es muy raro. Y, para colmo, el camarero de SP planea pedir al padre de la joven su mano en matrimonio y, encima, el mismo SP cree que
el hermano de la muchacha sería un buen marido para su propia hija, Sanchica.
La charla de Teresa y Sanchica en este episodio es un eco de la mezquindad de Altisidora y la Duquesa. Constantemente se regodean
de su nuevo poder y estatus. Teresa presume –«¡Gobiernito tenemos!»– y se imagina humillando a sus rivales: «¡tómese conmigo la
más pintada hidalga, que yo la pondré como nueva!». Sanchica fantasea con provocar la envidia de otros yendo a la corte en carroza
«como si fuera una papesa»: «¡Mal año y mal mes para cuantos murmuradores hay en el mundo, y ándeme yo caliente, y ríase la
gente!». Las dos mujeres incluso discuten sobre a quién corresponde el collar de coral enviado por la Duquesa. Sanchica: «mire que
me ha de dar la mitad desa sarta». Teresa: «déjamela traer algunos días al cuello».
Cervantes también apunta a la ortodoxia religiosa. El collar que la Duquesa le regala a Teresa es la parodia de un rosario: «son
corales finos las avemarías, y los padres nuestros son de oro de martillo». Del mismo modo, nuestro cura está tan estupefacto por
todas las contradicciones que se convierte en un Tomás dudoso: «por una parte, veo y toco la fineza de estos corales, y, por otra, leo
que una duquesa envía a pedir dos docenas de bellotas». El narrador nos dice que el cura y Carrasco se dan cuenta de que el paje
se está burlando de las mujeres de SP. Sin embargo, el mismo narrador nos cuenta que los dos hombres están tan asombrados por el
giro que han dado los acontecimientos que creen que han perdido la cabeza como DQ. Carrasco se dirige al paje en nombre de los dos:
«aunque tocamos los presentes y hemos leído las cartas, no lo creemos, y pensamos que esta es una de las cosas de don Quijote
nuestro compatrioto, que todas piensa que son hechas por encantamento; y, así, estoy por decir que quiero tocar y palpar a
vuestra merced, por ver si es embajador fantástico o hombre de carne y hueso». La respuesta del paje es doble. Repite lo dicho
por el narrador en DQ 2.10: «la verdad es la que he dicho, y es la que ha de andar siempre sobre la mentira, como el aceite sobre
el agua». Entonces, en latín, cita un pasaje previo del mismo texto bíblico aludido por Carrasco: «operibus credite, et non verbis», es
decir, demos crédito a las obras, no a las palabras (Juan 10.38).
Ahora SP se enfrenta a una adivinanza final. La última prueba de sus capacidades como gobernante es una paradoja filosófica,
planteada para paralizar la habilidad para razonar de SP e inmovilizarlo como el asno de Buridán. Un extranjero le habla a SP sobre la
finca de un noble, dividida por un río. Este señor ha colocado una horca y un tribunal en el extremo de un puente, y ha establecido
una ley que dice que cualquiera que desee cruzar debe declarar previamente sus intenciones. Si el viajero dice la verdad, puede pasar;
si miente, se le ahorca. Un hombre declara «que iba a morir en aquella horca que allá estaba». Esto es una paradoja: según la ley,
si el juez deja al hombre libre, lo tienen que colgar, pero si lo cuelgan, entonces deberían dejarlo libre. SP actúa primeramente como
Salomón cortando el bebé por la mitad (1 Reyes 3.16-28): «que deste hombre aquella parte que juró verdad la dejen pasar, y la que
dijo mentira la ahorquen». Pero esta hilarante sofistería solo matará al hombre, rompiendo, por tanto, la ley: «será necesario que el
tal hombre se divida en partes, en mentirosa y verdadera».
El mayordomo del Duque compara al gobernante, favorablemente, con «el mismo Licurgo» y SP está orgulloso de haber resuelto el
asunto de modo tan eficiente. Dice que «barras derechas», lo que significa “sin daño, no hay falta”. Tras la resolución de la paradoja del
puente, el narrador anuncia el fin del gobierno de SP: «el mayordomo... pensaba concluir con él aquella misma noche haciéndole
la burla última que traía en comisión de hacerle». Cervantes concluye la alegoría de Barataria con una declaración: el gobierno se
enfrenta inevitablemente a paradojas, y una solución para ello es mostrar piedad siempre que sea posible. Pero podemos preguntarnos:
¿A quién tiene en mente? ¿Y el mostrar piedad no hará que la gente se aproveche de una tendencia que se basa en no cumplir la ley?
Más tarde encontraremos respuestas parciales. Por ahora nos podemos dar cuenta de que Cervantes está pensando en la nobleza
aragonesa de 1591 y en la población morisca del sudeste de España hacia 1609. Y recordemos el perspectivismo de nuestro autor: las
decisiones más duras de la vida no son, por definición, sencillas.
Típicamente, justo cuando localizamos una moraleja o nos identificamos con un personaje en DQ, Cervantes despliega su ironía y
otras perspectivas que hacen que nos cuestionemos nuestras conclusiones. Tomemos la carta de SP. Mientras que la carta de DQ sugiere
que el gobernante lo está haciendo bien, la respuesta de SP es ominosa. Ha ignorado algunos de los consejos de DQ en favor de la
humildad y en contra del linaje. Concretamente, hace gala de su estatus social al no cortarse las uñas y al decidir casar a su hijo con la
Finalmente, llegamos a los edictos que SP impone a los ciudadanos de Barataria: «Las constituciones del gran gobernador Sancho
Panza». Perspectivismo: como en otras ocasiones durante el reinado de SP, este documento legal manifiesta una extraña combinación
de sabiduría y estupidez. Las leyes de SP son prudentes, trágicas o absurdas, dependiendo del punto de vista. Tened en cuenta que
muchas de estas leyes se mantenían en el tiempo de Cervantes. SP crea el oficio de «alguacil de pobres», quien se asegurará de que
los mendigos no finjan su pobreza. Prohíbe las canciones eróticas y exige a los mendigos ciegos que documenten la autenticidad de
los milagros de sus canciones. Aquí se manifiesta la actitud escéptica de Cervantes hacia el pensamiento religioso. Pero los precios
y la interferencia gubernamental en el mercado están bajo un foco más importante. Las contradicciones legales de SP sugieren una
sátira política. Por un lado, prohíbe el acaparamiento y la especulación. No es una buena política económica. Por otro lado, permite
los precios de mercado en la importación de vinos, siempre y cuando estén adecuadamente catalogados: «para ponerle el precio
según su estimación, bondad y fama». Y más aún, ¡ordena que el fraude en la venta de vinos sea penado con la muerte! Sus leyes más
destructivas y profundamente irónicas incluyen la fijación de precios: «Moderó el precio de todo calzado, principalmente el de los
zapatos, por parecerle que corría con exorbitancia; puso tasa en los salarios de los criados, que caminaban a rienda suelta por el
camino del interese». Al igual que en el primer caso legal de SP, cuando el granjero le pidió al sastre que hiciera más y más gorros con
la misma cantidad de tela, SP ha reducido ahora la calidad y acceso al calzado de los ciudadanos de Barataria. SP también ordena que
haya un sueldo máximo para los sirvientes. Este es un gesto particularmente extraño, dado que nuestro escudero pide constantemente
un salario a su amo.
Justo cuando DQ va a dejar a los Duques, doña Rodríguez entra en el vestíbulo del palacio con su hija. El narrador nos cuenta que
Rodríguez está actuando por su cuenta, y que no es otro truco más de los nobles y sus empleados. Rodríguez habla “en fabla”, eso es,
según el antiguo dialecto caballeresco al que se refiere DQ. Ella le pide a DQ que obligue al Duque a casar a su vasallo con su hija:
«porque pensar que el duque mi señor me ha de hacer justicia es pedir peras al almo». Cuando el Duque acepta el duelo, usa un
lenguaje jurídico y contractual. Rodríguez y su hija coinciden en que todas sus reclamaciones en contra del Duque serán resueltas por
DQ: «pongan el derecho de su justicia en manos del señor don Quijote».
El duelo formal, o «repto», propuesto por DQ encarna la transición social del feudalismo al temprano mundo burgués moderno
que hemos estado delineando. Obras como Las mocedades del Cid (1618), de Guillén de Castro, o Le Cid (1637), de Corneille, marcan
también la domesticación de la nobleza en las cortes de los tempranos autócratas modernos (cf. La sociedad cortesana de Norbert Elias).
En estos trabajos, el derecho aristocrático a solventar diferencias mediante duelos tiene una aparición final antes de ceder el paso al
funcionalismo burocrático del estado moderno.
Así que tenemos una cadena de enfrentamientos sociales: La hija de Rodríguez es de la casta más baja, una trabajadora ilegítima,
aunque afirma que tiene sangre cristiana; DQ es de la casta más baja de la nobleza; y el Duque y la Duquesa son de la más alta nobleza.
Si recordamos la historia de Rodríguez en DQ 2.48, aquí parece que ella está pidiendo justicia para su hija a través de DQ como un
medio, a su vez, de vengar la muerte de su marido. La reacción de la Duquesa enfatiza este conflicto formal: «ordenó la duquesa que
de allí adelante no las tratasen como a sus criadas, sino como a señoras aventureras que venían a pedir justicia a su casa».
DQ está de acuerdo con abrir y leer la segunda carta, lo que manifiesta una grosera invasión de la privacidad de SP. La carta de Teresa
a SP continúa con el contraste entre los nobles y las masas: «cuando yo llegué a oír que eres gobernador, me pensé allí caer muerta
de puro gozo... A Sanchica tu hija se le fueron las aguas sin sentirlo de puro contento». Y de nuevo: «¿quién podía pensar que un
pastor de cabras había de venir a ser gobernador de ínsulas?». Teresa hace una extraña referencia a su esperanza de que SP llegue a
medrar hasta el convertirse en recaudador de impuestos. Esto recuerda al propio trabajo de Cervantes como recaudador de impuestos
Finalmente, Teresa informa de una serie de detalles anecdóticos sobre su vida en el pueblo. La primera hace referencia a la actitud
antimonárquica de Cervantes. Un hombre fue contratado para «pintar las armas de Su Majestad, sobre las puertas del Ayuntamiento».
Al final, «no pintó nada y dijo que no acertaba a pintar tantas baratijas». Esto suena como si fuera el mismo Cervantes con un toque
del mito de Cincinato, ya que el pintor devolvió el dinero y se convirtió en granjero: «ya ha dejado el pincel y tomado el azada, y va
al campo como gentilhombre». La segunda historia es religiosamente irreverente. El hijo de Pedro de Lobo se ha metido a cura, pero
«Minguilla, la nieta de Mingo Silbato», afirma que Lobo es el padre de su hijo. A continuación, Teresa da un golpe al ejército
y a las prostitutas del pueblo: «Por aquí pasó una compañía de soldados: lleváronse de camino tres mozas deste pueblo». En
comparación, Teresa revela entonces que su hija está generando ingresos y ahorrando dinero para su dote: «Sanchica hace puntas de
randas; gana cada día ocho maravedís horros, que los va echando en una alcancía para ayuda a su ajuar». Finalmente, un rayo ha
dañado la picota del pueblo y el río se ha secado, pero a ella no le importa.
Ahora viene otra representación de la guerra, como las que hemos visto en otros lugares, como en las montañas entre dos pueblos
orgullosos de sus rebuznos o en los bosques cerca del palacio ducal. La guerra llega a Barataria en la oscuridad de la noche. SP se
despierta «infinitas trompetas y atambores» y sale para encontrar «más de veinte personas con hachas encendidas en las manos y
con las espadas desenvainadas». Están en pánico: «¡Arma, arma, señor gobernador, arma, que han entrado infinitos enemigos en
la ínsula, y somos perdidos si vuestra industria y valor no nos socorre!». SP se compara a sí mismo con su amo: «Estas cosas mejor
será dejarlas para mi amo don Quijote». Él no está a la altura. Sus sirvientes le tiran dos escudos encima y él queda como si fuese
una tortuga: «Quedó como galápago, encerrado y cubierto con sus conchas». Las luces se apagan, SP es pisoteado y alguien se sube
sobre su concha y grita órdenes para defender el palacio. Cuando parece que todo está perdido, se declara la victoria, y ésta se atribuye
a SP: «¡Vitoria, vitoria, los enemigos van de vencida!... por el valor dese invencible brazo!». Pero SP desfallece y decide irse.
Estamos ante un gran momento: el experimento político de SP culmina en cinismo. Por consiguiente,
el discurso de SP alude a un motivo de Horacio: “Beatus ille qui procul negotiis” o “Dichoso aquél que
lejos de los negocios”. También es una referencia a la sobrina de DQ que discutía con su tío: «¿No será
mejor estarse pacífico en su casa?» (DQ 1.7). Y, mirando hacia delante, es una anticipación del Cándido
de Voltaire, quien insiste en que debemos preocuparnos de nuestro propio jardín. En España, el retiro
de SP de la política anticipa el famoso “Bene fac loco illi quo natus est” o “Hacer que el lugar para el que
naciste esté bien” del filósofo Ortega y Gasset. Finalmente, la abdicación del poder de SP es otra alusión
al mito de Cincinato, que tan famoso será entre los fundadores de EE.UU.
Dos puntos finales sobre el fin del gobierno de SP. Primero, él enfatiza en dos ocasiones que no
es corrupto en absoluto: «he gobernado como un ángel». Si somos escépticos, entonces el punto de
Cervantes se asemeja mucho a la visión de James Madison en El federalista 51: precisamente porque las
personas no son ángeles, los poderes del gobierno deben ser limitados. SP incluso se niega a someterse
al tradicional «juicio de residencia» o revisión del periodo de su oficio, afirmando que sólo el Duque lo
puede juzgar. Esto suena a corrupción. Segundo, en un gesto simbólico, Pedro Recio le ofrece a SP una
medicina que recuerda al bálsamo de Fierabrás en DQ 1.10: «yo le daré a vuesa merced una bebida
contra caídas y molimientos». Pero es demasiado tarde. SP lo rechaza: «¡Tarde piache!... Así dejaré
de irme como volverme turco». Parecería que no hay una cura absoluta para los problemas políticos.
Guerra, pobreza, crimen, corrupción y tiranía son hechos de la existencia humana.
Primero, nótese el ridículo subtítulo del capítulo cuarenta y cuatro: «Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra
alguna». Es absurdo y cómico, pero también señala este capítulo como fundamental. Irónicamente, el narrador pasa de la abdicación
del poder político a los eventos del palacio ducal. Resulta que el vasallo del Duque, al que doña Rodríguez quiere casar con su hija, está
en Flandes, lo que es una alusión subversiva a la aventura imperial más costosa de España en los Países Bajos, donde el hermano del
propio Cervantes, Rodrigo, murió en plena batalla en 1600. Así que un joven lacayo llamado Tosilos (una referencia a Toxilo, un esclavo
en la obra El persa de Plauto) debe tomar el lugar del vasallo en la justa con DQ. En un duro contraste con la trágica reacción de SP ante
la invasión de Barataria, DQ está ahora entusiasmado con probar «el valor de su poderoso brazo».
Entonces, dejamos el palacio ducal y volvemos a SP. Nótese de nuevo el uso inclusivo de Cervantes con la primera persona del plural:
«Dejémoslo pasar nosotros, como dejamos pasar otras cosas, y vamos a acompañar a Sancho que entre alegre y triste venía
caminando sobre el rucio a buscar a su amo». Aquí, Cervantes confronta a nuestro gobernador caído con la gran moral y el tema
político del momento, la expulsión de la población morisca del sur de España, que tuvo lugar entre 1609 y 1614. Ahora entendemos la
razón de la extraña fecha en la carta de SP a Teresa allá en DQ 2.36. Al dejar Barataria, SP se encuentra con seis peregrinos que le piden
limosna. Nótese que el narrador cita la descripción que Cide Hamete hace de SP como «caritativo» cuando éste les da pan y queso a
los peregrinos. Cuando le piden dinero, hablando en alemán –«¡Guelte! ¡Guelte!»–, él les indica, mediante señas, que no lleva nada
encima. El que hablen alemán es una forma de sacar a relucir el tema del imperio de los Habsburgo.
Ricote y su grupo son amigables: «son muy apacible gente». SP y Ricote dejan el «camino real» para conversar en privado, y
Ricote le dice a SP «lo que me ha sucedido después que me partí de nuestro lugar, por obedecer el bando de Su Majestad, que
con tanto rigor a los desdichados de mi nación amenazaba, según oíste». Eso es algo gordo. Algunos historiadores calculan que
los moriscos expulsados eran tantos como 300.000. La justificación de su expulsión fue formulada en los términos maquiavélicos de
“razón de estado”: España estaba siendo amenazada externamente por el turco, y los moriscos eran considerados enemigos internos,
una posible quinta columna. Si Cervantes vio la expulsión como necesaria, y esto ha sido un punto muy debatido, Ricote representa una
excepción que lleva a cuestionarse esta ley. Él es un vecino de SP, pero su nombre también hace referencia al Valle de Ricote en Murcia,
famoso por la lealtad y fe cristiana de su población morisca. De hecho, estos fueron los últimos moriscos en ser expulsados de España.
Inicialmente fueron exentos de la expulsión y, sólo cuando la oligarquía local insistió en expropiar sus propiedades, fueron enviados a
la costa berberisca en 1614.
Las ironías de esta escena son bien gruesas. Primero, Ricote y sus amigos son la antítesis de Pedro Recio. Le ofrecen a SP un generoso
banquete, completo con pan, sal, nueces, queso, jamón, olivas y hasta caviar, el cual es descrito al detalle por Cervantes: «Pusieron
asimismo un manjar negro que dicen que se llama cavial y es hecho de huevos de pescados». Finalmente, por un lado, si los
moriscos solo chupan los huesos del jamón, lo que alude a sus creencias islámicas, por otro lado, van en contra de su fe al ponerse
ciegos de vino: «Pero lo que más campeó en el campo de aquel banquete fueron seis botas de vino, que cada uno sacó la suya de
su alforja... y luego al punto todos a una levantaron los brazos y las botas en el aire: puestas las bocas en su boca, clavados los
ojos en el cielo, no parecía sino que ponían en él la puntería». Nótese el doloroso contraste entre compartir una comida y estar en
guerra, entre beber vino y el deseo de tener armas.
«¡Guelte! ¡Guelte!»
¿Qué está pasando aquí? Como poco, Ricote evidencia un síndrome de Estocolmo, al simpatizar con sus perseguidores. Viendo las
intenciones de Cervantes, la bondad inherente de Ricote triunfa sobre su propia adhesión a la expulsión. Puedo estar equivocado, por
supuesto. Sería más acertado decir que la ironía y el perspectivismo de la compleja narrativa de Cervantes rechazan las conclusiones
fáciles sobre este tipo de asuntos. Y nótese otra vez la atemporalidad de la ficción de Cervantes. Miremos al problema de la inmigración
musulmana en Europa. La historia no se repite; pero rima. Y aun así, no hay respuestas fáciles.
Las cosas se vuelven más trágicas y más complicadas. Ricote describe la agonía de los moriscos: «Doquiera que estamos lloramos
por España», porque «es nuestra patria natural» y «es dulce el amor de la patria». Relata entonces su viaje por Francia e Italia en su
camino hacia Alemania. De hecho, Ricote vive ahora en un lugar muy bonito del que los Habsburgo toman su nombre: «Dejé tomada
Más agonía. Sabemos que Ricote ha sido separado de su esposa y su hija, quienes están en Argel. Y SP afronta un último dilema
social y económico. Ricote afirma que su mujer y su hija son «católicas cristianas», aunque admite que él mismo es ambivalente:
«aunque yo no lo soy tanto, todavía tengo más de cristiano que de moro, y ruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento
y me dé a conocer cómo le tengo de servir». Recordemos esta matización neoplatónica sobre la teología. Ricote quiere que Dios le
muestre la luz para poder ser un cristiano auténtico. El problema al que se enfrenta SP es que Ricote propone que su amigo le ayude a
recuperar su tesoro escondido, para que así puede rescatar a su familia de Argel: «si tú, Sancho, quieres venir conmigo y ayudarme
a sacarlo y a encubrirlo, yo te daré docientos escudos, con que podrás remediar tus necesidades, que ya sabes que sé yo que las
tienes muchas». Nótese que, hablando figuradamente, el problema ético de DQ 1, el asunto de los 100 escudos que Carrasco trajo en
DQ 2.3-4, ha sido ahora doblado. Y nótese también cómo el robo del dinero de Cardenio por SP se relaciona ahora con la expropiación
de los moriscos por la corona española, la Inquisición y las oligarquías y los cristianos viejos que apoyaron la ley de expulsión.
Como “Sancho negrero” en DQ 1, “Sancho gobernador” en DQ 2 decepciona a los lectores modernos. Rechaza ayudar a Ricote.
Incluso si el morisco fuera a pagarle el doble, por adelantado y en efectivo, SP dice que no quiere traicionar a su rey: «por parecerme
haría traición a mi rey en dar favor a sus enemigos, no fuera contigo, si como me prometes docientos escudos me dieras aquí
de contado cuatrocientos». Es más, afirma que no es codicioso –«no soy nada codicioso»–, y ofrece como prueba el hecho de que
no ha defraudado dinero durante el tiempo de su oficio. Dado que SP está constantemente interesado en el dinero, en hacerse rico
rápidamente, en los sueldos, ¿cómo podemos creerle?
Al final del capítulo cuarenta y cuatro, Ricote le pregunta a SP por su gobierno, señalando cómicamente que «no hay ínsulas en la
tierra firme». SP insiste en que ha gobernado «como un sagitario», aludiendo a Quirón, el maestro de Aquiles, refiriéndose de nuevo
al género clásico de los manuales de consejos de príncipes, que son un tema fundamental de DQ 2. Ricote le dice a SP que deje su
fantástica charla sobre gobernar islas y acepte su propuesta de ayudarle a recuperar su tesoro. En este punto, SP dice «conténtate que
por mí no serás descubierto», aludiendo al hecho de que se arriesga a seis años en galeras por ayudar a un morisco. Finalmente, Ricote
le pregunta a SP si ha tenido noticias de su familia, y éste le informa de que un tal don Pedro Gregorio estaba cortejando a la hija de
Ricote. El tema favorito de Cervantes de los amantes pertenecientes a distintas clases sociales: Gregorio no es solo un español cristiano
viejo, también es el primogénito de una familia acaudalada: «aquel mancebo mayorazgo rico». Ricote expresa su confianza en que
«las moriscas pocas o ninguna vez se mezclaron por amores con cristianos viejos» y SP lo compadece, dadas las circunstancias
políticas: «Dios lo haga... que a entrambos les estaría mal». Entonces, SP y Ricote se abrazan una vez más y siguen caminos separados.
Capítulo 55
y su asno caen
en una cueva
E
l capítulo cincuenta y cinco ofrece una justicia poética y política para el gobernador que ha rechazado ayudar a su amigo.
Estamos ante otro subtítulo absurdo y redundante: «De cosas sucedidas a Sancho en el camino, y otras que no hay más
que ver». El énfasis en la visión es importante. Recordemos la alegoría de la caverna en la República de Platón y la metáfora
del asno como ser humano en El asno de oro de Apuleyo. La brutal ironía es que SP muestra ahora una gran preocupación por su asno,
mientras que acaba de reprimir su simpatía natural hacia su vecino.
Vamos a tratar primero el aspecto apuleyano del episodio. La preocupación de SP es constante y el personaje del asno es fluido.
Cuando se cae en la cueva, SP se queja, «especialmente cuando oyó que el rucio se quejaba tierna y dolorosamente». SP habla
sobre sí mismo en tercera persona y usa un sugestivo quiasmo: «nunca Sancho Panza se apartó de su asno, ni su asno de Sancho
Panza». Ayuda al asno a levantarse y le da de comer, y se dirige a él «como si lo entendiera». Pensemos de este modo: el asno es
Ricote, y Cervantes copia la extraña preocupación de SP por su asno de esos personajes de la novela de Apuleyo que alaban a Lucio
el asno, quien es, en realidad, un ser humano: «¡Oh compañero y amigo mío, qué mal pago te he dado de tus buenos servicios!
Perdóname... que yo prometo de ponerte una corona de laurel en la cabeza, que no parezcas sino un laureado poeta, y de darte
los piensos doblados». SP se asegura de que su asno pueda moverse dentro de la cueva: «hizo lugar donde con facilidad pudiese
entrar el asno». Cuando DQ aparece por una apertura arriba, SP especifica que su asno está con él y, según el narrador: «Y hay más,
que no parece sino que el jumento entendió lo que Sancho dijo, porque al momento comenzó a rebuznar tan recio, que toda
la cueva retumbaba». Cuando SP es liberado, lo primero que hace es asegurarse de que su asno está cómodo: «no quiso subir a
ver al duque sin que primero no hubiese acomodado al rucio en la caballeriza». Si todavía creéis que el asno de SP es solo un
detalle gracioso, entonces sois unos filisteos; pero estáis en buena compañía, porque la mayor parte de los editores y comentaristas de
Cervantes están de acuerdo con vosotros.
A continuación, SP compara su dilema con el de su amo: «no seré yo tan venturoso como lo fue mi señor don Quijote de la
Mancha cuando decendió y bajó a la cueva de aquel encantado Montesinos». Pasa toda la noche en el agujero. El día trae «claridad
y resplandor», pero SP está todavía atrapado. Divisa «un rayo de sol» y se mueve hacia «una confusa claridad» en la otra punta de
la cueva. A mitad del episodio, al igual que vimos en la Cueva de Montesinos y, más recientemente, en la preocupación de DQ por
doña Rodríguez, vuelve el tema del purgatorio. SP grita pidiendo ayuda: «¿Hay algún cristiano que me escuche?». DQ está listo para
rescatar almas: «si eres alma en pena, dime qué quieres que haga por ti». Aquí apreciamos el humor cuando SP tiene que insistir
repetidamente en que todavía está vivo. DQ ofrece una cita hilarante de la doctrina católica: «si eres mi escudero Sancho Panza y te
has muerto, como no te hayan llevado los diablos, y por la misericordia de Dios estés en el purgatorio, sufragios tiene nuestra
santa madre la Iglesia Católica romana bastantes a sacarte de las penas en que estás». Recordemos que el Protestantismo rechaza
esta idea. Y recordemos también la ambivalencia de Ricote en cuanto a su fe y la burla a la ortodoxia católica en tantos otros lugares
en la novela.
La cueva es política. El episodio comienza con una versión política del ubi sunt, tópico heredado de Cicerón durante la Edad Media
(cf. Jorge Manrique). SP: «¿Quién dijera que el que ayer se vio entronizado gobernador de una ínsula, mandando a sus sirvientes
y a sus vasallos, hoy se había de ver sepultado en una sima?». Al igual que el último rey visigodo, Rodrigo, SP sólo encontrará
«sapos y culebras» en el agujero. Recordemos la anécdota de DQ sobre Carlos V y el Panteón en Roma en DQ 2.8. ¿Ha empujado
alguien a SP, figuradamente, desde la «cima» de la cúpula hacia dentro de la «sima»? El mismo SP dice que esto es un castigo político:
«un pecador enterrado en vida... un desdichado desgobernado gobernador». Una vez que escapa del pozo, SP afirma que ha
gobernado honestamente: «ni he tenido lugar de hacer cohechos ni de cobrar derechos... entré desnudo, y desnudo me hallo: ni
pierdo ni gano». Para parafrasear a Hamlet, nuestro gobernante “promete demasiado, me parece”. El narrador informa de que el Duque
planea compensar a SP: «él haría de suerte que se le diese en su estado otro oficio de menos carga y de más provecho».
Capítulo 56
don Quijote y Tosilos
E
l capítulo cincuenta y seis se hace eco del tema de la visión a través de su lúdico subtítulo –«De la descomunal y nunca vista
batalla»– y en los tempranos detalles de la justa: «infinita gente que esperaba ver el riguroso trance nunca visto». Se trata
de una extensión del simbolismo de la caverna de Platón del capítulo anterior. También es importante apreciar que Cervantes
enmarca el combate entre DQ y el lacayo Tosilos con la prohibición oficial de batirse en duelo. El Duque quita las puntas de acero de las
lanzas de los justadores a modo de precaución, y DQ dice que se siente satisfecho porque el Duque ha permitido este evento, a pesar de
que «iba contra el decreto del santo Concilio que prohíbe los tales desafíos». Recordemos que, desde la perspectiva de la nobleza,
es un mundo en decadencia, es decir, un mundo que ya no existe. Del mismo modo, Rocinante tiene, como siempre, una pinta patética,
y más ahora que Tosilos llega sobre un caballo de batalla de los Países Bajos. El detalle mundano se refiere también al uso que hacían
los Habsburgo de los españoles para reprimir esa región.
Al final, Tosilos se enamora de la hija de doña Rodríguez, quien se convierte en «señora de su libertad». Cervantes ofrece una
descripción detallada de Eros, o «Amor», perforando el corazón de Tosilos con una flecha. Es cómico, pero también es una visión
neoplatónica de la mecánica del amor. Resulta más importante que la declaración formal de rendición de Tosilos es una articulación
idealista de cómo solucionar los conflictos sociales y étnicos: «digo que yo me doy por vencido y que quiero casarme luego con
aquella señora... no quiero alcanzar por pleitos ni contiendas lo que puedo alcanzar por paz y sin peligro de muerte». Esto
contrasta con el Duque, quien, al principio, «quedó suspenso y colérico en estremo». Pero, finalmente, incluso el Duque se siente
satisfecho, tal vez porque, en lugar del hijo de su vasallo, un simple lacayo se casará con la hija de Rodríguez. Tres puntos finales: 1)
La rara religiosidad de DQ es una referencia a las objeciones ante la herejía de los caballeros errantes que hizo Vivaldo en DQ 1.13.
Mientras espera el combate, DQ confía adecuadamente «todo su corazón a Dios Nuestro Señor y a la señora Dulcinea del Toboso».
Después, incluso bendice el matrimonio de Tosilo mediante un lenguaje religioso: «pues Dios Nuestro Señor se la dio, San Pedro se
la bendiga». 2) Reaparece el tema de la metamorfosis. Rodríguez y su hija rechazan las «transformaciones» de un hombre rico en un
lacayo. Pero DQ y SP actúan como mediadores y la hija de Rodríguez está feliz a final de todo: «más quiero ser mujer legítima de un
lacayo que no amiga y burlada de un caballero». 3) Todo este respeto religioso y cohesión social contrasta con la sádica decepción de
las masas: «aclamaron todos la vitoria por don Quijote, los más quedaron tristes y melancólicos de ver que no se habían hecho
pedazos los tan esperados combatientes, bien así como los mochachos quedan tristes cuando no sale el ahorcado que esperan
porque le ha perdonado o la parte o la justicia». ¿Qué hacer con las masas? La moralidad es lo último que tienen en mente.
—Hechos 9.3-4
LECCIÓN 16
Capítulo 57
Don Quijote
y Sancho se marchan
al palacio ducal
E
l capítulo cincuenta y siete de DQ 2 narra la marcha de DQ y SP del palacio ducal. Su humor se centra en la queja de Altisidora,
quien canta una balada frente a todos los presentes. El narrador comienza subrayando el intenso deseo de DQ de partir: «se
imaginaba ser grande la falta que su persona hacía en dejarse estar encerrado y perezoso». Repite en dos ocasiones
el término «ociosidad», lo que significa “esparcimiento” o “pereza”, aludiendo al concepto abstracto latino del otium. El significado
de este término en DQ requeriría una disertación, pero al menos podemos señalar cuatro puntos al respecto. Primero, el estado de
desocupación de DQ es un reflejo del propio lector, al que se le denomina «desocupado lector» en el primer prólogo de 1605. Segundo,
en añadidura a este efecto circular, recordamos que al comienzo de su primera salida, DQ expresó la misma ansiedad por la necesidad
que el mundo tenía de él: «apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza» (DQ 1.2). Tercero, durante
el Renacimiento, el otium, un concepto heredado de Cicerón y Petrarca, era un ideal humanista asociado con el refinamiento intelectual
y el aprendizaje sobre la naturaleza y el hombre. Pero debido a que los humanistas eran habitualmente consejeros de duques y reyes,
el término tiene connotaciones políticas y, en los manuales de consejos de príncipes, podría tener connotaciones negativas: pensar
demasiado puede llevar a la melancolía y a la incapacidad para actuar. Por eso, cerca del final de la segunda parte, según DQ se va
volviendo más reflexivo, se vuelve más y más melancólico. Cuarto, y finalmente, como indica la etimología de la palabra, tanto los
nobles clásicos como los modernos mercaderes se referían el trabajo de una persona, el negotium, como la negación de su otium. Para
el mercader eso es positivo; para el noble no.
Un detalle interesante debilita las afirmaciones de inocencia de SP: «Estaba Sancho sobre su rucio, con sus alforjas, maleta
y repuesto, contentísimo porque el mayordomo del duque, el que fue de la Trifaldi, le había dado un bolsico con docientos
escudos de oro para suplir los menesteres del camino, y esto aún no lo sabía don Quijote». ¡WOW! ¿Qué hizo SP para merecer este
dinero? Rercordemos que SP rechazó exactamente esa suma de Ricote. ¿Y por qué se nos cuenta que DQ todavía no está al tanto de
esto? Parece que DQ está, sin saberlo, implicado en la corrupción de SP.
“Desnudo nací,
desnudo me hallo: ni
pierdo ni gano”
Pero la canción de Altisidora también es condenatoria de cuatro maneras diferentes. Primero, igualar a DQ con Eneas, quien escapó
de Troya pero también abandonó a Dido, es un gesto antiimperialista heredado del poeta Garcilaso. Segundo, cuando Altisidora maldice
a Dulcinea, dice «que justos por pecadores / tal vez pagan en mi tierra», lo que, como hemos visto en DQ 1.7, da voz a la crítica
principal de Cervantes sobre la Inquisición. Tercero, acusa a DQ de haberle robado el corazón, los gorros de dormir y las ligas usando
sus «garras» o zarpas y «cerras» o manos. Pero, en jerga, estos términos también significan “robos” y “bolsos”, lo que alude al «bolsico
La verdadera comicidad de este episodio, y una prueba más del genio humorístico de Cervantes, se da al final de la canción de
Altisidora, en la descripción que realiza el narrador sobre la reacción de DQ: «En tanto que de la suerte que se ha dicho se quejaba
la lastimada Altisidora, la estuvo mirando don Quijote y, sin responderla palabra, volviendo el rostro a Sancho le dijo: “Por el
siglo de tus pasados, Sancho mío, te conjuro que me digas una verdad. Dime, ¿llevas por ventura los tres tocadores y las ligas
que esta enamorada doncella dice?”». Como si no fuera suficientemente divertido que DQ preste atención pacientemente a la balada
de Altisidora, su instinto le lleva a acusar a SP de haber robado los gorros de dormir y las ligas. ¿Y cuál es la respuesta de SP?: «Los tres
tocadores sí llevo, pero las ligas, como por los cerros de Úbeda». Con esta frase, SP acusa a Altisidora de estar mochales. Pero ahora
nos debemos preguntar: ¿cómo diantres ha podido acabar SP con los tres gorros de dormir?
Y más humor: el Duque ahora sigue la corriente de este embrollo, e insiste en que DQ le debería devolver a Altisidora sus ligas, o
bien enfrentarse con él en combate: «si no, yo os desafío a mortal batalla». Esto toma por sorpresa a DQ, especialmente la acusación
de robo: «Yo, señor duque, jamás he sido ladrón, ni lo pienso ser en toda mi vida». Pero ¿es esto verdad? Un cierto barbero y unos
pocos pastores de cabras y posaderos allá por Sierra Morena pueden no estar de acuerdo. Al final, sin embargo, Altisidora confiesa
que ha mentido: «te pido perdón del latrocinio de las ligas, porque en Dios y en mi ánima que las tengo puestas, y he caído en
el descuido del que yendo sobre el asno le buscaba». Nótese ahora cómo Altisidora admite que, en realidad, lleva puestas las ligas.
Nótese, también, cómo usa el término legalista preciso de «latrocinio», que es el tema de su canción y que hace referencia a la esencia
de las críticas de Cervantes de la Inquisición y la expulsión de los moriscos. SP responde que él nunca mentiría sobre un robo –«¡Bonico
soy yo para encubrir hurtos!»–, lo que sabemos que es una mentira. SP también enfatiza desmesuradamente, una vez más, la pureza
de su gobierno: «Pues, a quererlos hacer, de paleta me había venido la ocasión en mi gobierno». Y con esto, nuestros héroes
marchan hacia la capital de Aragón: «enderezando su camino a Zaragoza».
“Pero cuando ya se
encontraba cerca de
la ciudad de Damasco,
le envolvió de repente una
luz que venía del cielo.
Saúl cayó al suelo
y oyó una voz que le decía:
‘Saúl, Saúl, ¿por qué me
persigues?’”
—Hechos 9.3-4
LECCIÓN 18
Capítulo 58
La libertad
y cinco santos
E
l capítulo cincuenta y ocho tiene tres movimientos. El encuentro de nuestros héroes con cuatro efigies de santos, una
encantadora aventura pastoral y, después, el enfrentamiento de DQ con una manada de «toros bravos». Antes que nada
de todo eso, leemos el famoso preámbulo de DQ sobre el tema de la libertad. Hemos visto la idea de libertad en varias
ocasiones: 1) como asunto relativo a la dignidad humana en el prólogo de DQ 1; 2) como un aspecto problemático de la relación entre
amo y sirviente a lo largo de toda la novela; 3) como característica particular de las meditaciones de Cervantes sobre la esclavitud,
tanto el nuevo comercio transatlántico de esclavos como la esclavitud de Viedma en Argel. Aquí DQ pontifica sobre la libertad como
una expresión de su huída del ambiente restrictivo y decadente del palacio ducal. Pero también eleva el tema a un nivel universal:
«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los
tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y por el
contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres».
DQ concluye planteando que la libertad consiste en liberarse de las normas feudales: «las obligaciones de las recompensas de
los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre». La ironía es que su oyente, SP, busca un
salario de su amo, eso es, busca liberarse de las ataduras recíprocas entre señor y vasallo. O, dicho de otra manera, el Duque es a DQ
lo que DQ es a SP. Y, añadido a esta ironía, SP le comparte a DQ un secreto: «Con todo eso... que vuesa merced me ha dicho, no es
bien que se quede sin agradecimiento de nuestra parte docientos escudos de oro que en una bolsilla me dio el mayordomo del
duque». SP también se da cuenta de que la compensación significa mucho en el mundo moderno: «que no siempre hemos de hallar
castillos donde nos regalen, que tal vez toparemos con algunas ventas donde nos apaleen».
Estos santos se relacionan inevitablemente con la profesión de DQ. Van todos a caballo, es decir, son caballeros cristianos: san Jorge,
san Martín, Santiago y san Pablo. Es una sucesión fascinante, y Cervantes quiere que comparemos y contrastemos su valor. ¿Pero cuál es
el ideal? Dos de los santos tienen connotaciones políticas: Jorge es el santo patrón de Aragón; Santiago es el famoso “matamoros”, santo
patrón de España. Recordemos que nos estamos acercando a Zaragoza y que Aragón fue subyugado por Felipe II en 1591. Y recordemos
que la expulsión de los moriscos se llevó a cabo en los años justo anteriores de la segunda parte. Los otros dos santos representan
alternativas pacifistas: Martín es famoso por compartir la mitad de su capa con un mendigo, y Pablo es famoso por haberse convertido
al cristianismo después de haberse caído de su caballo. Recordemos que SP iba a caballo cuando se encontró con Ricote, quien iba
vestido de mendigo. Y recordemos también que DQ citó a Pablo cuando bendijo el matrimonio entre Tosilos y la hija de Rodríguez. Las
descripciones del narrador y las explicaciones que DQ realiza de cada santo a caballo son una parte del juego del perspectivismo de
Cervantes. Jorge es como DQ: «fue además defendedor de doncellas». Martín representa una trayectoria civilizadora: «más liberal
que valiente». Santiago recuerda la cuestión morisca: «la espada ensangrentada, atropellando moros y pisando cabezas». Pablo es
el converso arquetípico del cristianismo: «fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios Nuestro Señor en su tiempo y el mayor
defensor suyo que tendrá jamás».
Esta meditación sobre el conflicto entre la Cristiandad y el Islam, con la referencia teológica a Hagar, profundiza en la relación de
este episodio con la cuestión morisca. Si algunos de los moriscos cristianos eran musulmanes infiltrados, entonces, como respuesta
a la consulta de SP, España debe resistir la invasión de sus enemigos. Sin embargo, quedan preguntas pendientes. Dados los papeles
pro-moriscos de Aldonza Lorenzo, Zoraida y Ricote, ¿es negativo este retrato de Santiago? ¿O es un reconocimiento trágico de la
necesidad de expulsar a una posible quinta columna? ¿O podría Cervantes estar diciendo que las mujeres musulmanas deberían ser
admitidas mientras que los hombres musulmanes deberían ser expulsados? Es difícil de decir, y tal vez sea ese, precisamente, el punto
de Cervantes. Todo depende de tu perspectiva. DQ subraya aquí la dificultad de un modo más intenso cuando alude al clan de los
Mendoza, quienes eran notoriamente contrarios a la expulsión de los moriscos, pero entonces alude a Escipión el Africano, quien
representaba la política antimorisca que los reyes de Habsburgo estaban llevando a cabo.
Vamos a rebobinar un poco. Otro santo sale a la luz aquí, después de la compleja revisión que se ha hecho de las efigies. San
Francisco entra en la breve discusión sobre la superstición. Francisco era famoso por su habilidad para hacer que se llevasen bien los
animales. ¿Es esto una referencia a los musulmanes, cristianos y judíos? Los animales son importantes a lo largo de todo el episodio.
Comenzamos con los caballos sobre los que van montados los santos, y ahora veremos pájaros, perros y toros.
En medio de su discusión sobre el amor, DQ queda atrapado en una red verde: «se halló don Quijote enredado entre unas redes
de hilo verde». Nos estamos acercando al entendimiento de Cervantes de los textiles. DQ recuerda la red que Vulcano usó para para
humillar a Venus y Marte, indicando de nuevo el conflicto entre el amor y la guerra. Aparecen ahora unas pastoras, y su vestido se
describe con gran detalle: «las sayas eran riquísimos faldellines de tabí de oro». Las muchachas suplican a DQ que no rompa los
hilos de sus redes: «Detened, señor caballero, el paso y no rompáis las redes». Este contraste entre nuestro caballero y las jóvenes
muchachas recuerda al encuentro entre el violento guerrero y la pequeña niña de Burgos en El poema de mio Cid. Nótese también cómo
Ahora DQ se compara a sí mismo como Acteón cuando espió a Diana (cf. las estatuas en Caserta). A pesar de que no los menciona,
la alusión nos trae a la mente los perros que devoraron a Acteón cuando Diana lo transformó en un venado. ¿Recordáis los extraños
perros del prólogo de DQ 2? Atentos a la nueva descripción que hace DQ sobre su profesión aquí: «no es otra la profesión mía sino de
mostrarme agradecido y bienhechor con todo género de gente». También se refiere al alcance global de España: «como estas redes,
que deben de ocupar algún pequeño espacio, ocuparan toda la redondez de la tierra, buscara yo nuevos mundos por do pasar
sin romperlas». Este intrincado concepto se refiere a la transición social del caballero guerrero al caballero cortesano, y, entonces, al
comercio global y la paz como los objetivos adecuados del imperio español. Esta Arcadia también incluye fuertes pistas de un ideal
trans-étnico. Las muchachas están cazando «pajarillos diferentes, que engañados de la color de las redes, caían en el peligro de
que iban huyendo». Es una imagen increíble, una alusión al color indeterminado de los pájaros en la poesía exótica y oriental de san
Juan de la Cruz.
Ahora DQ ofrece su arenga final de este capítulo, en esta ocasión en contra de la arrogancia y, lo que es más importante, en contra de
la falta de gratitud: «Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que
es el desagradecimiento». Finalmente, proclama su plan para realizar una proeza de honor como reconocimiento de su gratitud a las
jóvenes muchachas que le invitaron a unirse a su grupo pastoral: «digo que sustentaré dos días naturales, en mitad de ese camino
real que va a Zaragoza, que estas señoras zagalas contrahechas que aquí están son las más hermosas doncellas y más corteses
que hay en el mundo, exetando solo a la sin par Dulcinea del Toboso». Esto es entretenido, pero cuando SP alaba la discreción de
su amo, DQ estalla en furia: «encendido el rostro y colérico» y «con gran furia y muestras de enojo». Contrariamente a su pacífica
descripción de su vocación, nuestro loco hidalgo asume su anticuado papel belicoso. Al igual que en su descabellado ataque a los
penitentes en DQ 1.52, no hay una razón obvia para el comportamiento de DQ. De hecho, su audiencia arcadiana está tan confusa como
el lector: «haciéndoles dudar si le podían tener por loco o por cuerdo». Pero… un momento. Al igual que cuando se esforzó por
salvar a la Virgen de los penitentes, ¿no estamos ante la misma lógica? La objeción de DQ a SP suena bastante loca: «¿Quién te mete
a ti en mis cosas y en averiguar si soy discreto o majadero?». ¿Pero es acaso tonto afirmar y defender la dignidad de las mujeres?
El narrador resalta otra vez la sabiduría de SP: «las razones de Sancho más eran de filósofo que de mentecato». Hilarantemente,
DQ le dice a SP que, mientras su amo duerma, el escudero debería propinarse «trecientos o cuatrocientos azotes a buena cuenta de
los tres mil y tantos que te has de dar por el desencanto de Dulcinea». SP se mantiene escéptico y rechaza la idea: «Hay mucho que
decir en eso... esto de azotarse un hombre a sangre fría es cosa recia».
Ahora leemos otro breve episodio en la cuarta posada de la novela. El narrador da a entender que la locura de DQ se va reduciendo:
«Digo que era venta porque don Quijote la llamó así, fuera del uso que tenía de llamar a todas las ventas castillos». SP está
contento de que DQ actúe de manera racional por una vez. Presumiblemente, su estancia irá suavemente. De hecho, cuando SP le
pregunta al ventero por la cena, su respuesta es un buen augurio: «el huésped respondió que su boca sería medida». Esto recuerda a
Cuando DQ se sienta a comer de una manera muy afectada, Cervantes nos lanza en otro de esos momentos de mise-en-abyme
metaliterarios que anticipan uno de los tropos favoritos de la literatura modernista. DQ escucha a dos hombres discutir «la segunda
parte de Don Quijote de la Mancha», y está en shock: «Apenas oyó su nombre don Quijote, cuando se puso en pie y con oído
alerto escuchó lo que dél trataban». DQ está más que sorprendido cuando estos dos nobles, don Juan y don Jerónimo, mencionan
que el autor de este libro «pinta a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso». Encolerizado, DQ grita a través de las
paredes que él nunca podría olvidar a Dulcinea, y desafía a cualquiera que afirme lo contrario. Los otros le gritan de vuelta: «¿Quién
es el que nos responde?». Ahora SP responde que es el mismo DQ. Nótese cómo, durante este intercambio entre dos habitaciones
separadas en la venta, el verbo “responder” aparece tres veces en diez palabras.
La novela que los dos caballeros están leyendo es la continuación apócrifa de 1614 de Avellaneda, lo que hace de este un momento
maravilloso en DQ, así como en toda la historia de la novela como género. Uno de los dos hombres incluso pone el libro sobre las
manos de DQ. Hemos leído sobre personajes que han leído la primera parte, pero esta es la primera vez que los personajes han leído la
segunda parte. Ahora discuten y debaten los contenidos del libro de Avellaneda. Todo es desenfadado: Cervantes se deleita claramente
en la oportunidad de crear todavía más problemas alucinantes. Por ejemplo, DQ aprecia que el lenguaje de la segunda parte suena
demasiado aragonés, y que el autor confunde un aspecto importante de la historia cuando llama a la mujer de SP Mari Gutiérrez. Pero
lo que DQ afirma que son ejemplos de lenguaje aragonés en realidad no lo son; y el mismo Cervantes ya se confundió con el nombre
de Teresa en DQ 1.7, y no le llamaba Mari Gutiérrez sino Juana Panza. Otro ejemplo: los hombres afirman que Avellaneda llama a SP
alcohólico, pero, en este episodio, Cervantes hace que SP tumbe al ventero bebiendo, y el escudero se mantiene impasible, como una
nueva versión de Sócrates en El banquete de Platón.
En cualquier caso, Cervantes realiza ahora una clara distinción entre su narrativa y la de Avellaneda, haciendo que DQ renuncie
a su viaje a Zaragoza: «no pondré los pies en Zaragoza y así sacaré a la plaza del mundo la mentira dese historiador moderno,
y echarán de ver las gentes como yo no soy el don Quijote que él dice». Es extraño: sin Avellaneda, Cervantes pudo no haber
terminado su novela, y seguramente no habría producido este intercambio tremendamente creativo. Por consiguiente, sentimos cierto
respeto, incluso gratitud, por parte de Cervantes. Parece que hay algo más en marcha, algo antiimperial en este capítulo. Uno de los
caballeros observa que DQ es a Alejandro Magno lo que el escritor Cide Hamete es al pintor Apeles, es decir, un crítico leal. También,
al no ir a Zaragoza, DQ parece rechazar la conquista de Aragón por parte de Castilla en 1591. Consideremos, también, la frase en latín
altamente cargada que el narrador utiliza para describir a SP, sentado ante su comida «con mero mixto imperio», lo que significa “con
todos los poderes políticos y jurídicos”. Finalmente, nótese el giro final hacia el comercio, sugiriendo un nuevo tipo de Alejandro: «Pagó
Sancho al ventero magníficamente».
E
l capítulo sesenta trata el maravilloso encuentro con Roque Guinart, un bandolero de Cataluña, que es un personaje basado en
una figura histórica. El episodio es una alegoría política sobre la justicia, y ofrece un contraste entre el alto imperialismo noble
y sus alternativas más bajas. Como podemos ver, estas últimas incluyen la anarquía, sindicatos del crimen y el republicanismo
en su forma más cruda, es decir, las facciones. DQ comienza asegurándose de no pasar ni siquiera cerca de Zaragoza: «informándose
primero cuál era el más derecho camino para ir a Barcelona sin tocar en Zaragoza». Recordemos que Zaragoza fue nombrada por
César Augusto. Seis días después, nuestros héroes pasan la noche entre «encinas o alcornoques», una extraña vacilación entre árboles
sublimes y bajos, que el narrador atribuye ominosamente a la incertidumbre de Cide Hamete. DQ medita en las tres apariencias de
Dulcinea en la segunda parte: en la Cueva de Montesinos, fuera de El Toboso y en la hacienda del Duque y la Duquesa en compañía de
Merlín. Finalmente, DQ decide atacar a su escudero una última vez. Nótese la anécdota imperial que cita, que incluye el origen del lema
de los Reyes Católicos de España: «Si nudo gordiano cortó el Magno Alejandro, diciendo “Tanto monta cortar como desatar”, y no
por eso dejó de ser universal señor de toda la Asia, ni más ni menos podría suceder ahora en el desencanto de Dulcinea, si yo
azotase a Sancho a pesar suyo». Políticamente hablando, DQ recurre al imperio para justificar su abuso sobre la gente común.
Cuando DQ suelta el cinturón de SP, el escudero se despierta y se rebela. Primero, objeta por motivos legales: «Los azotes a que yo
me obligué han de ser voluntarios, y no por fuerza». Entonces, reacciona físicamente: «echándole una zancadilla, dio con él en el
suelo boca arriba». Recordemos la descripción de SP en la que se dice que tiene «zancas largas» en DQ 1.9. SP presiona con su rodilla
en el pecho de DQ, y sujeta sus brazos contra el suelo. Estamos ante un punto crucial: SP rompe los lazos orgánicos del feudalismo. DQ
está asombrado por segunda vez en dos capítulos: «¿Cómo, traidor? ¿Contra tu amo y señor natural te desmandas?». SP justifica
sus acciones mediante complejas e irónicas alusiones a la primera guerra civil de Castilla entre Pedro I (aliado con los municipios y los
El encuentro con Roque comienza cuando SP toca con su cabeza los pies de los cuerpos de los ahorcados en los árboles cercanos. DQ
explica que los hombres han sido colgados según la justicia brutal de los bandidos, por lo que deben estar cerca de Barcelona, famosa
en aquel tiempo por su faccionalismo. De repente, nuestros héroes se ven rodeados por más de cuarenta de los bandidos de Roque,
todos ellos hablando en catalán. Están particularmente interesados en en la faja y en las alforjas del asno de SP. SP está preocupado por
los escudos de oro que le dio el Duque. Por fortuna para SP, llega Roque. Tiene unos treinta y cuatro años, es de oscura complexión, y
lleva «cuatro pistoletes» o «pedreñales», un arma corta popularizada por los bandidos catalanes. La especificidad de las pistolas es
un tema importante en este episodio. También hay un doble conflicto social aquí. Roque les dice eufemísticamente a sus «escuderos»
que dejen tranquilo a SP, y le dice a DQ, quien se siente melancólico y vencido, que no se preocupe, afirmando que no es cruel como
Osiris. Esto es una contradicción, porque Roque alude al cruel rey egipcio Busiris. En ambos casos, DQ representa al Hércules castellano,
quien vengó la muerte de Osiris pero mató a Busiris. Roque consuela de nuevo a DQ: «el cielo, por estraños y nunca vistos rodeos,
de los hombres no imaginados, suele levantar los caídos y enriquecer los pobres». Nótese la inversión de papeles, con el bandido
representando el papel del liberador virgiliano o cristiano y DQ el del cautivo.
«Aquí morirás,
traidor, / enemigo de
doña Sancha»
La política en todo esto es bastante explícita: Claudia Jerónima busca la protección de Roque, ya que teme la venganza del clan de
los Torrellas; el padre de Claudia Jerónima es aliado de Roque, y representa a la facción de los Nyerros (conocidos como los lechoncillos);
mientras que los Torrellas pertenecen a la facción de los Cadells (conocidos como los cachorros). Tenemos, por tanto, una alegoría
sobre la inestabilidad tribal del republicanismo catalán. La visión de Cervantes de las facciones de Barcelona se hace eco de la visión
de Dante del conflicto entre güelfos y gibelinos de la Florencia medieval. La narrativa de Cervantes alude a los eventos de Cataluña
hacia 1600. Los «pedreñales» de Claudia Jerónima, por ejemplo, fueron legalizados por leyes como las instituidas por SP al final de
su reino en Barataria. Estas leyes fueron debatidas acaloradamente. Los Habsburgo las apoyaron, pero algunos grupos de nobles en
Barcelona argumentaron que las leyes no fueron apropiadamente aprobadas por las Corts, esto es, el parlamento barcelonés. De hecho,
la impresión propiamente dicha de estas leyes se retrasó por más de un año y medio después de que las Corts las aprobaran en 1599.
Recordemos esta intensa relación entre política e imprenta.
Ahora volvemos al asunto de la justicia. Roque regresa para encontrar a DQ intentando convencer a sus hombres de que se civilicen y
dejen el bandidaje. Es una escena hilarante porque nadie le entiende y Roque lo ignora. Pero también es un símbolo de los límites de la
ley. Nótese cómo la escena política toma un giro económico. Roque le pregunta a SP si sus hombres le han devuelto lo que tomaron de
su asno. SP responde que todavía tienen «tres tocadores que valían tres ciudades». Esto es muy cómico, porque nos recuerda que SP
robó los tres gorros de dormir a Altisidora en DQ 2.58. Esto también recuerda a la visión de la Escuela de Salamanca sobre la naturaleza
subjetiva del valor, ya que uno de los “escuderos” de Roque cuestiona la estimación de SP: «¿Qué es lo que dices, hombre?... que yo
los tengo y no valen tres reales». DQ expresa la teoría al respecto: «Así es... pero estímalos mi escudero en lo que ha dicho por
habérmelos dado quien me los dio». El problema, por supuesto, no es exactamente el valor sino los medios de posesión, para
lo que DQ omite convenientemente que SP robó los gorros de dormir.
Cervantes extiende sus reflexiones políticas y económicas sobre la justicia cuando Roque ordena a sus hombres
que muestren todo el botín robado, que luego él distribuye entre todos. Aquí hay un problema: como los bienes
han sido robados, la justicia distributiva de Roque, que dirige las obligaciones del individuo hacia la comunidad,
viola la justicia conmutativa, que dirige las obligaciones de los individuos hacia otros individuos. Esto se
debe a que los bandidos de Roque operan más allá del alcance del Estado español. Complicando las
cosas más aún, Roque hace un uso muy adecuado del dinero como depósito universal del valor que
facilita la división del botín: «volviendo lo no repartible y reduciéndolo a dineros, lo repartió
por toda la compañía, con tanta legalidad y prudencia, que no pasó un punto ni defraudó
nada de la justicia distributiva». Finalmente, SP cita irónicamente la noción de Cicerón
de “justicia entre ladrones”: «es tan buena la justicia, que es necesaria que se use
aun entre los mesmos ladrones». Pero, un momento, SP también es un ladrón.
72
LECCIÓN 23
Capítulo 61
La justicia
distributiva de Roque
E
l ejemplo de justicia entre ladrones de Roque amplía su ámbito cuando aparece un grupo de viajeros. Se dirigen a Barcelona
y Roque ordena a sus hombres que los secuestren. Mientras el robo sucede en el camino principal, DQ y Roque tienen una
interesante conversación un poco más atrás. Roque confiesa que está moralmente equivocado. Ha elegido la vida de bandido
porque tiene un extraño deseo de venganza: «el querer vengarme de un agravio que se me hizo, así da con todas mis buenas
inclinaciones en tierra, que persevero en este estado, a despecho y pesar de lo que entiendo». Recordando la comitiva de santos
en DQ 2.58, Roque alude aquí a san Pablo: “Porque no hago el bien que quiero; sino el mal que no quiero, éste hago” (Romanos
7.19). Por un lado, como en el Infierno de Dante, no hay puertas que mantengan a Roque en su infierno; es su propia decisión personal
quedarse ahí. Por otro lado, hay algo universal sobre cómo nuestros deseos colectivos de venganza llevan a la anarquía: «como un
abismo llama a otro y un pecado a otro pecado, hanse eslabonado las venganzas de manera que no solo las mías, pero las ajenas
tomo a mi cargo». El resultado es un eco del encuentro entre Cardenio y DQ en Sierra Morena. Hay otro laberinto que necesita una
luz guía: «aunque me veo en la mitad del laberinto de mis confusiones, no pierdo la esperanza de salir dél a puerto seguro».
La respuesta de DQ combina la idea cristiana de salvación a través de la penitencia con la metáfora platónica del consejo político
como medicina: «Vuestra merced está enfermo, conoce su dolencia, y el cielo, o Dios, por mejor decir, que es nuestro médico, le
aplicará medicinas que le sanen, las cuales suelen sanar poco a poco, y no de repente y por milagro». Nótese el moderno viraje de
DQ, alejándose de los milagros. En cualquier caso, le dice a Roque que se una a él y sufra la vida del caballero errante, ya que, de este
modo, irá directo al cielo.
Lo que sigue es otra escena moralmente conflictiva. Cervantes representa aquí a la mayoría de la humanidad como ladrones y
desvela la justicia como una combinación de magnanimidad hipócrita y brutalidad arbitraria. Roque calcula que el total del botín son
900 escudos y 60 reales. Extrañamente, pide a los demás que calculen la división, «porque yo soy mal contador». Como tiene sesenta
hombres, esto hace a 15 escudos y 1 real para cada uno. Los hombres lo vitorean y llaman ladrones a sus enemigos. Pero cuando el
grupo de los secuestrados lamenta «la confiscación de sus bienes», Roque da un paso atrás con su robo, haciendo que sea todo
más parecido a una extorsión. Eufemísticamente, pide a los soldados y a la mujer del magistrado que le “presten” 60 y 80 escudos,
prometiéndoles que los dirigirá sanos y salvos a Barcelona, y se niega a quitarles nada a los peregrinos. Aquellos que han sido robados
ven ahora a Roque como un modelo de «cortesía y liberalidad», una especie de noble: «teniéndole más por un Alejandro Magno
que por ladrón conocido». Su división del botín es aún más extraña. De los 140 escudos, le da dos a cada uno de sus hombres. Entonces
les da diez a los peregrinos y los últimos diez se los da a nadie más que a SP, ¡y todo para que el escudero hable bien de él! Para todos
vosotros los anarquistas, esto suena seguramente como una burla al estado, como si no fuera más que una panda de ladrones que
pagan a los moralistas y comuneros para que apoyen a su causa. Aunque suena aleatorio el beneficio obtenido por SP, tal vez esto diga
algo sobre la auténtica naturaleza de los gobernadores.
Como si todo eso fuera poco, cuando uno de sus «escuderos» hace un comentario sarcástico que va al grano de la cuestión de
exactamente de a quién pertenece lo que Roque está regalando –«Este nuestro capitán más es para frade que para bandolero: si
de aquí adelante quisiere mostrarse liberal, séalo con su hacienda, y no con la nuestra»–, el líder de los bandidos desenvaina su
espada y en un cerrón de ojos «le abrió la cabeza casi en dos partes». Después de esto, hace juegos de palabras con la idea de las
“partes”: «Apartóse Roque a una parte y escribió una carta a un su amigo a Barcelona». Más extraño aún, el bandido le escribe a su
amigo que mostrará a DQ en la playa de Barcelona, como si fuera mercancía para ser vendida. Le dice a su amigo que debe notificar a
los otros Nyerros, y se lamenta del hecho de que sus enemigos, los Cadells, también se deleitarán de la presencia de DQ y SP. Es como
si nuestros héroes fuesen ahora un bien común: «no podía dejar de dar gusto general a todo el mundo». Finalmente, un bandido,
quien sin problemas se transforma en un campesino, acompaña a nuestros héroes a Barcelona.
Capítulo 62
Quijote de la
Mancha»
E
n el capítulo sesenta y dos de DQ 2 nos enteramos de que el anfitrión de DQ en Barcelona se llama don Antonio Moreno.
Es otro noble rico y con una tendencia a las travesuras. En el balcón de su casa, Moreno expone a DQ ante los barceloneses
que se deleitan y «como a mona le miraban». Por su parte, Sancho se anticipa a la buena vida «por parecerle que se había
hallado, sin saber cómo ni cómo no, otras bodas de Camacho, otra casa como la de don Diego de Miranda y otro castillo como
el del duque».
En la cena el tema es SP. Don Antonio señala que todo el mundo ha leído que SP es un glotón: «Acá tenemos noticia, buen Sancho,
que sois tan amigo de manjar blanco y de albondiguillas, que si os sobran las guardáis en el seno para otro día». Esto se refiere
a una escena en la casa de don Álvaro Tarfe en el otro DQ. Una vez más Cervantes explota el contraste entre su novela y la apócrifa. SP
afirma que no es un glotón y que tiene buenos modales en la mesa. Haciendo referencia a su obsesión por las barbas, dice que incluso
podría maldecir la otra novela «si no mirara a las barbas honradas que están en la mesa». DQ atribuye los buenos modales de SP al
hecho de que su escudero ha gobernado una isla: «en el tiempo que fue gobernador aprendió a comer a lo melindroso: tanto, que
comía con tenedor las uvas, y aun los granos de la granada». Cuando don Antonio expresa su incredulidad, SP recuerda su decisión
de retirarse del gobierno: «perdí el sosiego y aprendí a despreciar todos los gobiernos del mundo». Incluso relata cómo se cayó en
una cueva y sólo pudo escapar gracias a un milagro. Es decir, todo esto alude a la La República de Platón.
Este tema político da paso a que don Antonio muestre una máquina mágica que ha comprado. Es un avance de la “encantada cabeza”
que va a conversar con nuestros héroes más adelante en el capítulo. Notad tres aspectos de este busto de bronce. En primer lugar, el
narrador lo describe en términos políticos, ya que se encuentra encima de una mesa «a modo de las cabezas de los emperadores
Ahora, en lo que nos llevará hasta el encuentro definitivo con la “cabeza encantada”, tenemos dos episodios en los que DQ es objeto
de burla. En primer lugar, don Antonio pasea con DQ por Barcelona montado sobre una mula, en su ropa de calle y con un letrero en la
espalda que dice «Este es don Quijote de la Mancha». Esto es cruel porque DQ piensa que la gente lo reconoce porque es realmente
famoso. Pero tened en cuenta la forma en que la escena también se lee como una nueva respuesta de Cervantes a Avellaneda. Un
hombre castellano en la multitud le grita a DQ de una manera que hace alusión al significado general del personaje más famoso de
Cervantes. Dice que DQ no sólo está loco, sino que hace que otros parezcan locos también: «tienes propiedad de volver locos y
mentecatos a cuantos te tratan y comunican». A continuación, repite lo que muchos otros personajes han argumentado, que DQ
debe volver a casa y atender sus propios asuntos: «Vuélvete, mentecato, a tu casa, y mira por tu hacienda». Don Antonio defiende
a DQ, llamándolo «cuerdo» y señala la hipocresía del hombre: «andad enhoramala y no os metáis donde no os llaman». ¿Es éste
el propósito de la sátira de Cervantes, es decir, utilizar a DQ como medio para revelar los defectos ilógicos de los otros en la sociedad
española? El hombre de la multitud parece reconocer que DQ es una especie de Cristo, que revela la vergüenza de los demás: «la
enhoramala que vuesa merced dijo sea para mí y para todos mis descendientes».
«como a mona
le miraban»
Al día siguiente, don Antonio y su esposa, DQ y SP y otras dos parejas van al encuentro de la “cabeza encantada”. Tened en cuenta
que las dos mujeres adicionales son las mismas que molieron a DQ en la pista de baile la noche anterior. También observad que don
Antonio sólo revela a sus dos amigos el secreto de que la cabeza está conectada por un tubo a la habitación de abajo, lo que permite a
uno de sus sobrinos producir respuestas a las preguntas de todos. La cabeza reconoce cuántos están presentes, lo que provoca asombro
en los presentes: «¡Aquí sí que fue el admirarse de nuevo, aquí sí que fue el erizarse los cabellos a todos de puro espanto!».
Procede a responder con sabiduría enigmática a una serie de preguntas. La mayoría de sus respuestas son “perogrulladas” o clichés,
pero en ocasiones son muy específicas. Le enseña a una mujer que la manera de ser bella es ser casta. A otra le dice que si quiere saber
si su marido la ama, debería considerar las acciones que él lleve cabo. Menciona el nombre completo del amigo de don Antonio «don
Pedro Noriz». Dice al otro hombre que su hijo mayor desea verlo muerto para que pueda heredar su fortuna. Le anuncia a la esposa de
don Antonio que va a disfrutar de muchos años con su marido porque «su salud y su templanza en el vivir prometen muchos años
de vida».
El narrador entonces nos explica con gran detalle cómo funciona exactamente la “cabeza encantada”. Es un caso muy técnico del
desencanto, uno de esos momentos en DQ durante los cuales la realidad supera a la fantasía a través de algo que raya en una explicación
científica. Por lo menos, pareciera como el final de una novela detectivesca en la que los esfuerzos del delincuente se revelan en su
totalidad. Observad que el narrador explica que Cide Hamete tuvo especial cuidado en poner de manifiesto «el caso»: «El cual quiso
Cide Hamete Benengeli declarar luego, por no tener suspenso al mundo creyendo que algún hechicero y extraordinario misterio
en la tal cabeza se encerraba». Lo más sorprendente aquí es el hecho de que, inmediatamente después de la explicación técnica, Cide
Hamete pasa a explicar que la “cabeza encantada” de don Antonio lo enfrentó a la Inquisición: «Y dice más Cide Hamete: que hasta diez
o doce días duró esta maravillosa máquina, pero que divulgándose por la ciudad que don Antonio tenía en su casa una cabeza
encantada, que a cuantos le preguntaban respondía, temiendo no llegase a los oídos de las despiertas centinelas de nuestra
fe, habiendo declarado el caso a los señores inquisidores, le mandaron que lo deshiciese y no pasase más adelante, porque el
vulgo ignorante no se escandalizase». Wow. ¡Nadie está a la espera de la Inquisición española! Este es un pasaje asombroso que revela
el poder general de la autoridad religiosa en España en ese momento, así como la naturaleza paranoica, vengativa y destructiva de
muchas de las personas que vivían bajo su supervisión.
Hay esencialmente tres fases de la visita de DQ al taller de impresión. Las tres están extrañamente relacionadas con el propio Cervantes.
En primer lugar, DQ se burla del poco conocimiento del italiano que tiene el autor. Conoce palabras sencillas como «juguetes», «ollas»,
«place», «más», «arriba» y «abajo». Es una lista extraña, ¿no? Al mismo tiempo, DQ nos deja saber que él ha memorizado unos versos
de Ariosto, y luego nos da una hermosa disquisición sobre el arte de la traducción: «me parece que el traducir de una lengua en otra,
como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque
se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen y no se veen con la lisura y tez de la haz». Sabemos de la primera parte
que Cervantes tenía gran respeto por Ariosto y que varios personajes asociados con Italia son de carácter autobiográfico. DQ también
señala que los mejores traductores, entre ellos Juan de Jáuregui, «felizmente ponen en duda cuál es la tradución o cuál el original».
De acuerdo con el prólogo de Cervantes a sus Novelas ejemplares (1613), este mismo Jáuregui fue quien pintó su retrato.
La tercera fase del episodio en la imprenta se refiere a dos libros que DQ identifica. El primero es Luz del alma, que DQ alaba:
«Estos tales libros, aunque hay muchos deste género, son los que se deben imprimir, porque son muchos los pecadores que
se usan y son menester infinitas luces para tantos desalumbrados». Al parecer, el libro alude al catecismo de Felipe de Meneses.
Teniendo en cuenta la preferencia de DQ por los libros de caballerías, su estima por un manual de instrucción religiosa es muy extraña.
Como señala Francisco Rico, sin embargo, el libro de Meneses fue fuertemente influenciado por Erasmo y más aún por el arzobispo
Bartolomé de Carranza, que pasó dieciocho años defendiéndose de los cargos de herejía en su contra. Una vez más, Cervantes parece
estar burlándose de la Inquisición y declarándose fan del humanismo erasmista. El segundo libro no es otro que la continuación de
Avellaneda, «Segunda parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha». Con ironía cómica, DQ dice que pensaba que el libro
«ya estaba quemado y hecho polvos por impertinente». A continuación, señala que su día vendrá, «su San Martín se le llegará
como a cada puerco», y añade, antes de retirarse, que la ficción creativa debería ser más verosímil. Irónico, ¿no?
«juguetes», «ollas»,
«place», «más»,
«arriba» y «abajo»
La galera principal da la bienvenida a nuestro hidalgo con honor. Un bote cubierto en terciopelo rojo los aleja de la orilla, cañones se
disparan mientras que la tripulación grita «¡Hu, hu, hu!» cuando DQ aborda y el general, «que era un principal caballero valenciano»,
expresa satisfacción por la visita de nuestro ejemplar caballero andante: «¡Este día señalaré yo con piedra blanca!». Observad la
diferencia entre las experiencias y las reacciones de DQ y SP. DQ está muy impresionado por haber sido tratado como un dignatario. Por
el contrario, SP experimenta una escena infernal. Se centra en los galeotes: «Sancho, que vio tanta gente en cueros, quedó pasmado,
y más cuando vio hacer tienda con tanta priesa, que a él le pareció que todos los diablos andaban allí trabajando». Lo que sucede
después es sumamente simbólico de la cuestión de la esclavitud: «comenzando de la derecha banda, le fue dando y volteando sobre
los brazos de la chusma de banco en banco, con tanta priesa, que el pobre Sancho perdió la vista de los ojos y sin duda pensó
que los mismos demonios le llevaban... Quedó el pobre molido, y jadeando y trasudando, sin poder imaginar qué fue lo que
sucedido le había». Por supuesto, reconocemos lo que ha sucedido como una parodia de lo que los galeotes de La Presa hicieron a su
malvado capitán cuando fueron alcanzados por La Loba en DQ 1.39. Es otro caso de justicia poética de nuestro gobernador de esclavos.
La reacción graciosísima de DQ indica su monomanía respecto a los azotes de SP. «¡Ah, Sancho amigo, y con qué brevedad y cuán
a poca costa os podíades vos, si quisiésedes, desnudar de medio cuerpo arriba, y poneros entre estos señores y acabar con el
desencanto de Dulcinea!». Gracioso, por cierto, pero esto también implica que nuestro hidalgo es un hombre que esclavizaría a SP.
Lo que sucede después revela una moral cristiana que emerge del horrible caos de la guerra. La galera se apodera de un barco de
vela más pequeño, un bergantín, y en el primer pase, el «arráez», o capitán, argelino trata de rendirse, pero dos turcos disparan sus
armas y matan a dos españoles. El general de la galera ahora planea vengar las muertes de sus soldados ahorcando a los turcos, así
como al capitán de Argelia desde la latina de la galera. Él planea ahorcarlos mientras está anclado de nuevo en la playa, lo que permite
que el virrey de Barcelona y algunos otros invitados aborden. Así que hemos accedido sin problemas a otra novela morisca, similar a
La historia del cautivo, en la que uno de los marineros de Argelia es un “renegado”, o cristiano convertido al Islam, que habla español.
La nueva narrativa tiene un toque bizantino, sin embargo, aquí existe una grave confusión de género. Esto nos recuerda la primera
aparición de Claudia Jerónima o la curiosa damisela con la que SP se encontró durante sus rondas nocturnas en Barataria. El capitán
de Argelia vuelto cautivo se revela como «uno de los más bellos y gallardos mozos que pudiera pintar la humana imaginación». El
Virrey está particularmente impresionado por la belleza del capitán y quiere perdonarlo. Cuando le pregunta acerca de sus orígenes, el
capitán de Argelia responde con una noticia impactante: «mujer cristiana».
Lo primero que notamos sobre la historia de la mujer cristiana es que afirma explícitamente que su intención es impedir que la
ahorquen. En este sentido, es muy parecida a la reina Sherezade del texto árabe Las mil y una noches: «Suspended... ¡oh señores!,
la ejecución de mi muerte, que no se perderá mucho en que se dilate vuestra venganza en tanto que yo os cuente mi vida».
Nuestro narrador principal interviene para enfatizar este punto –«¿Quién fuera el de corazón tan duro que con estas razones no
se ablandara?»–, curiosamente manteniendo la identidad masculina de la –en verdad– narradora llamándola «mancebo» y «mozo».
Con las manos atadas, la joven se identifica como morisca y pone de relieve el hecho de que ella no es como aquellas que fingen
su cristianismo, «sino de las verdaderas y católicas». Repite: «mamé la fe católica en la leche». Al igual que muchos moriscos, ella
se fue exiliada a África del Norte, o «Berbería». Antes de la expulsión, se había enamorado de «un mancebo caballero llamado don
Gaspar Gregorio, hijo mayorazgo de un caballero que junto a nuestro lugar otro suyo tiene». Esto nos recuerda a doña Clara y don
Luis. Para seguir a la joven, don Gregorio se disfrazó y viajó a Argel entre los moriscos exiliados, «porque sabía muy bien la lengua».
Frente al gobernador turco de Argel, ella le confesó que conocía la ubicación del tesoro de su padre y que ella podría recuperarlo para
él. Llegan noticias a la corte argelina de un hombre joven y bello y la joven de inmediato reconoce que debe ser Gregorio. Aquí tenemos
otra alusión a la reputación de homosexualidad de los turcos: «Turbéme, considerando el peligro que don Gregorio corría, porque
entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer, por bellísima que
sea».
Una confusión de sexo lleva a la otra en cuanto la chica le informa al gobernador de Argel que Gregorio es en realidad una chica: «le
hacía saber que no era varón, sino mujer como yo, y que le suplicaba me la dejase ir a vestir en su natural traje». A continuación,
convenció al gobernador de Argel de colocar a Gregorio, vestido como morisca, en compañía de «unas principales moras que la
guardasen y la sirviesen». Mientras tanto, ella iba a recuperar el tesoro de su padre al regresar a España en el bergantín, acompañada
por los dos turcos que habían disparado a los soldados cristianos. Aquí es donde están las cosas: «En resolución, don Gregorio queda
en hábito de mujer entre mujeres, con manifiesto peligro de perderse, y yo me veo atadas las manos, esperando o, por mejor
decir, temiendo perder la vida, que ya me cansa».
Tenemos ahora un caso clásico de “anagnórisis” o reconocimiento. Un viejo peregrino, quien había subido a la galera en compañía
del Virrey, se adelanta y revela que él es el padre de la chica: «¡Oh Ana Félix, desdichada hija mía! Yo soy tu padre, Ricote, que volvía
a buscarte, por no poder vivir sin ti, que eres mi alma». Curiosamente, el narrador se centra en la reacción de SP. Observad cómo
se despierta de un estado de auto-compasión y muestra profundo interés en su antiguo vecino: «se abrió los ojos Sancho y alzó la
cabeza (que inclinada tenía, pensando en la desgracia de su paseo) y, mirando al peregrino, conoció ser el mismo Ricote que
topó el día que salió de su gobierno». Ricote, a continuación, habla de su exilio y su viaje a Alemania en busca de libertad y concluye
con una petición general que nos recuerda el tema de la justicia: «Si nuestra poca culpa y sus lágrimas y las mías, por la integridad
de vuestra justicia, pueden abrir puertas a la misericordia, usadla con nosotros, que jamás tuvimos pensamiento de ofenderos».
Aquí Cervantes claramente apela a una política flexible de readmisión de, al menos, algunos de los moriscos exiliados. Por un lado, la
experiencia de SP de malos tratos recibidos a manos de los galeotes es una forma de justicia poética con una moral cristiana contra la
esclavitud y la expulsión. Por otro lado, notad que nuestro escudero sigue siendo cómplice de la política de Felipe III: «Bien conozco
a Ricote y sé que es verdad lo que dice en cuanto a ser Ana Félix su hija, que en esotras zarandajas de ir y venir, tener buena o
mala intención, no me entremeto».
Hay dos puntos de la conclusión de este reencuentro entre Ricote y Ana Félix. En primer lugar, el general de la galera todavía quiere
ahorcar a los dos turcos, pero continuando con el tema de la misericordia, el Virrey lo convence de que no lo haga. En segundo lugar,
el «renegado español» en compañía de Ana Félix ofrece volver a Argel para rescatar a Gregorio. Ricote revela su naturaleza liberal
mediante la producción de 2.000 ducados para el pago del rescate de Gregorio, aun aceptando pagar el rescate de los remeros cristianos
que puedan ser capturados durante la aventura. Este gesto, así como el hecho de que Ana Félix da fe de la honestidad del renegado,
deben recordar el complejo asunto de Viedma y de Zoraida que fue el escape de Argel en la primera parte. Por último, Antonio Moreno
muestra, además, su magnanimidad cuando lleva a Ricote y Ana Félix a su casa como invitados de honor.
El capítulo sesenta y cuatro se aparta del juego meta-literario y toma una mirada cómica, que
luego se vuelve seria, de la cuestión morisca. El maltrato de SP por los galeotes es más justicia
poética por los pecados del imperialismo español. Y Ana Félix despliega una narrativa bizantina
que una vez más aboga por el amor trans-étnico y el perdón. ¡Caramba!, incluso un par de turcos,
casi siempre perros asesinos en la ficción de Cervantes, están a salvo de ser ahorcados. Y para
colmo, el simbólicamente llamado Antonio Moreno da la bienvenida a una familia morisca en su
casa. Este gesto magnánimo no tiene un buen reflejo en nuestro escudero favorito.
Capítulo 64
de don Quijote
L
a derrota final de nuestro héroe en DQ 2 llega por sorpresa para la mayoría de los lectores en el capítulo sesenta y cuatro.
¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora? ¿Qué significado tiene? Cuatro aspectos del contexto de su derrota resultan importantes. 1)
De acuerdo con el narrador, la esposa de Antonio Moreno está encantada de tener a Ana Félix en su casa. Esto suena como
una crítica más a la expulsión de los moriscos. 2) De acuerdo con el mismo narrador, DQ es hiperbólico en su deseo de derrotar a los
moros. Haciéndose eco del tono y del contenido de su consejo en DQ 1, declara que es él quien va a salvar a Gregorio, y de forma similar
a lo ocurrido con la destrucción violenta del retablo de maese Pedro, compara su plan al rescate que Gaiferos hace de Melisendra en
Zaragoza: «sería mejor que le pusiesen a él en Berbería con sus armas y caballo, que él le sacaría a pesar de toda la morisma,
como había hecho don Gaiferos a su esposa Melisendra». La cuestión de qué tipo de política exterior desplegar es central. 3) SP
suena muy razonable, oponiéndose al plan de su señor por dos motivos. En primer lugar, la acción de Gaiferos se llevó a cabo en tierra,
mientras que el rescate de Gregorio requiere cruzar el mar. En segundo lugar, él confía en la figura intermedia del «renegado»: «yo me
atengo al renegado, que me parece muy hombre de bien y de muy buenas entrañas». En otras palabras, SP expresa una política
menos agresiva y señala que la Reconquista fue una cuestión territorial y que los tiempos han cambiado. 4) Cuando el general de la
galera parte, hacia el Mediterráneo en dirección Este, le ruega al virrey de Barcelona que lo mantenga informado «de lo que sucediese
en la libertad de don Gregorio y en el caso de Ana Félix». ¿Se trata de un pedido para “darle una oportunidad a la paz” como si una
fuerte defensa fuera importante, pero ya no se debería utilizar para la agresión?
En este contexto, consideremos la identidad del caballero que vence a DQ así como la ubicación de su batalla. En la playa de
Barcelona de nuevo, DQ «vio venir hacia él un caballero, armado asimismo de punta en blanco, que en el escudo traía pintada
una luna resplandeciente». Cuando este caballero reta a duelo a DQ, conocemos su nombre: es el «Caballero de la Blanca Luna».
Claramente, DQ se enfrenta al Islam en los límites finales de la geografía española. Agregando a este sentido de destino culminante,
también debemos recordar la batalla de DQ con el «Caballero de los Espejos» en DQ 2.14, cuya armadura estaba asociada con la Luna
–«muchas lunas pequeñas de resplandecientes espejos»–, así como su encuentro con el caballero alegórico en DQ 2.11, que también
era «un caballero armado de punta en blanco».
Me centro en cómo este episodio se relaciona con la crítica que Cervantes hace de la política y los valores españoles. Por el contrario,
los lectores románticos se centran en la causa manifiesta del enfrentamiento, que es, por supuesto, el hecho de que el Caballero de la
Blanca Luna afirma que su amante es más hermosa que Dulcinea. Lo gracioso aquí, así como el aspecto moral, de todo esto se deriva del
hecho de que la identidad de la amante rival no importa: «Vengo a contender contigo y a probar la fuerza de tus brazos, en razón de
hacerte conocer y confesar que mi dama, sea quien fuere, es sin comparación más hermosa que tu Dulcinea del Toboso». No veo
ninguna razón por la cual las implicaciones políticas del episodio no pueden conciliarse con las románticas. La identidad de la persona
amada no afecta su belleza. Es como si el Caballero de la Blanca Luna hubiera aprendido de la perspicacia de DQ en DQ 1.25 donde se
muestra que el origen étnico de la amada es irrelevante. Tal vez esta sea una razón por la que sale victorioso.
Así que el duelo tiene lugar ante don Antonio, el Virrey y una serie de otros caballeros. DQ es derrotado, y, anticipando el héroe
romántico, se niega a ceder, prefiriendo la muerte a tener que admitir que Dulcinea es inferior a cualquier otra damisela. Notad que
esta vez, frente a lo que ocurrió con el «Caballero de los Espejos», es DQ quien no puede levantar la visera. También ronda la fuerte
presencia del tema de la muerte: «Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con
voz debilitada y enferma, dijo: “Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de
la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado
la honra”». El Caballero de la Blanca Luna se niega a matar a nuestro héroe y, insistiendo en los términos de su acuerdo original, pega
la vuelta y entra en Barcelona.
SP está tan triste como el resto: «Veía a su señor rendido y obligado a no tomar armas en un año; imaginaba la luz de la gloria
de sus hazañas escurecida, las esperanzas de sus nuevas promesas deshechas, como se deshace el humo con el viento». Notad,
de todas formas, el chiste que está envuelto en su preocupación porque su señor haya sido «deslocado». Esto significa que DQ pudo
haberse dislocado un hombro o roto un hueso; pero también significa “desalocado”, palabra que alude a la idea de que DQ se haya
finalmente curado de su locura.
Por el contrario, después de la derrota de DQ, don Antonio y una horda de muchachos siguen a Carrasco hacia Barcelona, «hasta que
le cerraron en un mesón dentro de la ciudad». Es la quinta posada de la novela y no es otro que el Caballero de la Blanca Luna quien
se hospeda allí. Esto delata que la moral del comercio mundano es el antídoto a la agresión caballeresca. La misma idea aparece cuando
don Antonio ofrece ayudar a Carrasco, y éste afirma que el “negocio” va según lo planeado: «respondió que ya una por una estaba en
buen punto aquel negocio, de quien esperaba feliz suceso». El fin de la aventura militar está cercana cuando Carrasco vuelve a casa,
colocando simbólicamente su armadura encima de una mula: «hecho liar sus armas sobre un macho, luego al mismo punto, sobre
el caballo con que entró en la batalla, se salió de la ciudad aquel mismo día y se volvió a su patria».
Cervantes ahora teje la discusión filosófica y política entre DQ y SP con el resto de la trama morisca relacionada con Ricote
y Ana Félix. Don Antonio informa que todo está bien con don Gregorio: «¡Albricias, señor don Quijote, que don Gregorio y
el renegado que fue por él está en la playa! ¿Qué digo en la playa? Ya está en casa del visorrey y será aquí al momento».
DQ recibe la noticia con cierta satisfacción, pero observad cómo él todavía tiene fantasías de la violencia caballeresca y
cómo se lamenta de su propio destino como algo femenino: «En verdad que estoy por decir que me holgara que hubiera
sucedido todo al revés, porque me obligara a pasar en Berbería, donde con la fuerza de mi brazo diera libertad no solo
a don Gregorio, sino a cuantos cristianos cautivos hay en Berbería. Pero ¿qué digo, miserable? ¿No soy yo el vencido?
¿No soy yo el derribado? ¿No soy yo el que no puede tomar arma en un año? Pues, ¿qué prometo? ¿De qué me alabo, si
antes me conviene usar de la rueca que de la espada?».
Están ocurriendo muchas cosas aquí. La conclusión de la historia de don Gregorio recuerda la versión más pasiva de la
caballería modelada por Pérez de Viedma en La historia del cautivo. Y al igual que con Viedma, hay algo autobiográfico en
este retrato del caballero loco convertido en una hilandera (cf. Las hilanderas de Velázquez). Podríamos pensar en el contraste
entre un soldado y un escritor como la que existe entre un hombre y una mujer. En este sentido, como DQ, Cervantes se ha
feminizado. Esta misma idea conduce claramente toda la confusión de género en torno a Ana Félix, vestida como un capitán
de Argelia, y Gregorio, vestido como una morisca. Por lo tanto, el narrador pronto informa que Gregorio se ha transformado:
«aunque don Gregorio cuando le sacaron de Argel fue con hábitos de mujer, en el barco los trocó por los de un cautivo
que salió consigo».
Ahora Cervantes sutura la herida abierta del problema morisco. La imagen de la reunión entre Ana Félix y don Gregorio
es neoplatónica. Es como si las mitades femenina y masculina del alma española se reunieran: «El silencio fue allí el que
habló por los dos amantes y los ojos fueron las lenguas que descubrieron sus alegres y honestos pensamientos». Se
expande la resolución por el hecho de que Ricote demuestra su carácter liberal y el renegado se reincorpora a la Iglesia
Católica: «Finalmente, Ricote pagó y satisfizo liberalmente así al renegado como a los que habían bogado al remo.
Reincorporóse y redújose el renegado con la Iglesia, y de miembro podrido volvió limpio y sano con la penitencia y el
arrepentimiento».
Pensad en la complejidad radical de este pasaje. Cervantes ha expuesto una defensa elaborada de la expulsión de los moriscos en
la boca de Ricote, un morisco que pagó el rescate de don Gregorio y que compartió su comida y vino con su prójimo, SP. Los lectores
modernos deben sentir familiar el dilema sobre qué hacer con las oleadas de inmigrantes islámicos que llegan a Europa y los Estados
Unidos. Muchos críticos toman este pasaje como la rendición de Cervantes ante la política. Esto podría ser cierto, pero no hace que el
pasaje sea menos problemático. En mi opinión, yo diría que las cualidades liberales de Ricote hacen su discurso fuertemente irónico.
No es inconcebible que Cervantes estuviera abogando por una política de caridad hacia ciertos moriscos. Por lo menos, Cervantes nos
ha dado una paradoja social dolorosa: ¿cómo debemos actuar frente a los refugiados islámicos e incluso poblaciones islámicas internas,
sabiendo que algunos miembros quieren matarnos?
Ahora SP se queja de tener que caminar y sugiere que sigan la antigua costumbre de dejar el armamento del héroe colgado de un
árbol a modo de monumento. DQ concuerda e incluso cita a Ariosto (Orlando furioso 24.57): «Nadie las mueva / que estar no pueda /
con Roldán a prueba». Como una indicación de que las cosas se están cayendo a pedazos rápidamente, DQ está tan trastornado que
cambia rápidamente su opinión. SP se muestra de acuerdo con el cambio de planes a través de un refrán que alude a un problema
importante en la primera parte: «la culpa del asno no se ha de echar a la albarda».
En este punto, nuestros héroes llegan a la sexta posada de la novela, donde un grupo de personas se ha reunido. Se debate el caso
de un hombre gordo, «que pesa once arrobas», que ha desafiado a un hombre ligero, «que no pesa más que cinco», a una carrera. El
gordo insiste en que el hombre más ligero se verá obstaculizado: «dijo que el desafiado, que pesa cinco arrobas, se pusiese seis de
hierro a cuestas, y así se igualarían las once arrobas del flaco con las once del gordo». Es el juicio final de SP. Por el contrario, DQ
está tan melancólico que se ha prácticamente rendido ante la vida: «Responde en buen hora... Sancho, amigo, que yo no estoy para
Nuestros héroes continúan y ahora tenemos la prueba de la naturaleza arbitraria de la fortuna. Según el narrador, cuando menos se
lo esperan, un hombre aparece caminando «con unas alforjas al cuello», tal y como vimos a SP y Torralba hacer hace mucho tiempo en
la primera parte. El hombre parece ser un cartero. Él toma a DQ por el muslo derecho y declara que su señor, el Duque, estará feliz de
saber que DQ está de regreso a su castillo. DQ no reconoce a ese hombre, que resulta ser Tosilos, el joven que había hecho el papel del
caballero que se rendía ante DQ con el fin de casarse con la hija de doña Rodríguez. Esto parece repetir el papel del pastorcito Antonio
en la primera parte. Cuando DQ recuerda que los encantadores habían transformado a su enemigo en la justa en uno de los lacayos
del Duque, Tosilos lo hace callar y afirma la realidad: «Calle, señor bueno... que no hubo encanto alguno, ni mudanza de rostro
ninguna: tan lacayo Tosilos entré en la estacada como Tosilos lacayo salí della». Además, el Duque estaba tan enojado que él le dio
100 latigazos. Incluso nos enteramos de que doña Rodríguez ha vuelto a Castilla y que su hija se hizo monja.
Tosilos afirma que ahora está de camino a Barcelona para ofrecer «un pliego de cartas al virrey que le envía mi amo». Esto de
alguna manera parece relacionarse de nuevo con la historia de Ricote o tal vez la escena meta-literaria en el taller de impresión. Tosilos
a continuación les ofrece a DQ y SP vino y queso. DQ avanza, insistiendo que «este correo es encantado, y este Tosilos, contrahecho».
Como de costumbre, sin embargo, SP hace una pausa para unirse al lacayo en la comida y la bebida. Los temas son la paz y el comercio:
«él y Sancho se sentaron sobre la yerba verde y en buena paz compaña despabilaron y dieron fondo con todo el repuesto de las
alforjas». Un juego de palabras final subraya el regreso de DQ a la cordura como una cuestión económica. Tosilos observa: «Sin duda
este tu amo, Sancho amigo, debe de ser un loco». SP defiende a su señor: «¿Cómo debe?... No debe nada a nadie, que todo lo
paga, y más cuando la moneda es locura». La metáfora indica que, cuando se trata de la locura, su amo no está en deuda con nadie,
es decir, que la locura de DQ es toda suya y que equivale a una pequeña fortuna. Y sin embargo, hace alusión a la lección más grande
en la importancia de aprender sobre las realidades comerciales y financieras.
Hay una especie de sustitución de personajes cerca del final de la novela: Altisidora y Dulcinea se vuelven intercambiables. No
le toma mucho a DQ para volver del debate de Altisidora de nuevo a la cuestión del desencanto de Dulcinea. Él está enojado con SP
porque evita su promesa: «Dulcinea, a quien tú agravias con la remisión que tienes en azotarte y en castigar esas carnes que vea
yo comidas de lobos, que quieren guardarse antes para los gusanos que para el remedio de aquella pobre señora». También
vincula la deuda de SP a Dulcinea a la condición del escudero como su sirviente feudal: «los cielos te den gracia para que caigas en
la cuenta y en la obligación que te corre de ayudar a mi señora, que lo es tuya, pues tú eres mío».
Resulta increíble la rapidez con que Cervantes produce una parodia concisa del género pastoril en la misma línea de lo que ya
había hecho hasta ahora con el género caballeresco. En primer lugar, DQ viene con nuevos nombres para él y su compañero, «el
pastor Quijótiz» y «el pastor Pancino». A continuación, revisa el tema del Siglo de Oro que encontramos en DQ 1.11: «Darános con
abundantísima mano de su dulcísimo fruto las encinas, asiento los troncos de los durísimos alcornoques, sombra los sauces,
olor las rosas, alfombras de mil colores matizadas los estendidos prados», etc. SP, por supuesto, está cautivado. Dice que sus
amigos Sansón Carrasco, Nicolás el barbero e incluso el sacerdote desearán unirse a ellos en su nuevo estilo de vida. Siguen unos
nombres graciosísimos: «el pastor Sansonino», «Miculoso» y «el pastor Curiambro». Por supuesto, todos ellos tendrán amantes sobre
quiénes lamentarse y mucha música que emana de los instrumentos tradicionales de pastoreo: «churumbelas», «gaitas zamoranas»,
«tamborines», «sonajas», «rabeles».
La parodia pastoril
O
bservad la bella manera en la que Cervantes logra tejer en su parodia pastoril el mismo problema del norte-sur que tan a
menudo teje en su parodia caballeresca. Al final de su lista de instrumentos musicales para su nuevo estilo de vida pastoril,
DQ añade un instrumento árabe. El hidalgo señala explícitamente que esto es extraño, pero, de acuerdo con la tendencia
pro-morisca de Cervantes, se deleita con la mezcla: «Pues ¡qué si destas diferencias de músicas resuena la de los albogues! Allí se
verá casi todos los instrumentos pastorales». De manera graciosa SP está perplejo por este último detalle: «¿Qué son albogues?».
DQ describe un instrumento de la forma de una flauta de varios tubos como acompañamiento problemático, aunque aceptable, para
los demás instrumentos: «hace un son, que, si no muy agradable ni armónico, no descontenta y viene bien con la rusticidad de la
gaita y del tamborín».
Estamos frente a una clara metáfora de las culturas mixtas de España, que Cervantes todavía considera que incluye a los moriscos
(Cf. Juan Manuel, Libro del Conde Lucanor 41). Confirmando nuestra interpretación del texto, DQ ahora lanza una larga lección sobre
la lingüística histórica que hace hincapié en la influencia árabe en el castellano: «Y este nombre albogues es morisco, como lo son
todos aquellos que en nuestra lengua castellana comienzan en al, conviene a saber: almohaza, almorzar, alhombra, alguacil,
alhucema, almacén, alcancía y otros semejantes, que deben ser pocos más; y solos tres tiene nuestra lengua que son moriscos
y acaban en í, y son borceguí, zaquizamí y maravedí; alhelí y alfaquí, tanto por el al primero como por el í en que acaban, son
conocidos por arábigos». ¿Recordáis las importantes funciones que ha desempeñado el árabe en los capítulos anteriores con el uso
de palabras como «alcázar», «aljófar» y «acémila»?
La conversación se vuelve aún más divertida cuando DQ critica el uso abusivo de los refranes de SP: «No más refranes, Sancho». Sin
embargo, el hidalgo termina usando un refrán, lo que provoca que SP señale su hipocresía: «Paréceme... que vuesa merced es como
lo que dicen: “Dijo la sartén a la caldera: Quítate allá, ojinegra”». Todo esto es muy divertido, pero en realidad tiene un significado
anti-autoritario, anti-inquisitorial y antirracista también. SP ha planteado la cuestión del mestizaje a través de su preocupación por su
hija. También ha indicado que hay hombres malos en todas partes. Y el escudero ha utilizado la misma cita de Horacio que Cervantes
usó en el primer prólogo para desafiar la naturaleza artificial de la jerarquía social. Esta frase de Horacio, por cierto, fue traducida por
una de las víctimas más famosas de la Inquisición, Fray Luis de León. Finalmente, el último refrán se refiere a la hipocresía moral y
posiblemente a la racial. ¿Cómo sabemos esto? Debido a que todo viene de la mano de una lección sobre términos moriscos y árabes
en el castellano.
Como si nos estuviera pidiendo reconsiderar el significado del último refrán, DQ ahora nos ofrece una definición de la importancia
filosófica de estas piezas cortas de sabiduría: «los refranes son sentencias breves, sacadas de la experiencia y especulación de
nuestros antiguos sabios». Con esto él dice que deben descansar esa noche: «retiremos del camino real algún trecho, donde
pasaremos esta noche». Con tristeza, SP recuerda las mejores comidas que recibió de Diego de Miranda, Camacho y Antonio Moreno
y, a continuación, se retira a dormir. DQ vigila.
Capítulo 68
Don Quijote
E
l capítulo sesenta y ocho tiene un subtítulo interesante: «De la cerdosa aventura que le aconteció a don Quijote». Esta es
una sutil frase porque “cerdo”, el eufemismo popular para puerco, no existía en la época de Cervantes. En su lugar, nuestro
autor ha tomado su nuevo adjetivo de la frase “ganado de la cerda”, que alude a las “cerdas”, o pelos gruesos que tienen esos
animales. O sea, Cervantes nos provoca a interpretar el significado simbólico de los cerdos en este capítulo.
La referencia mitológica inicial del capítulo a la Luna como Diana parece sencilla. El hecho de que Diana esté presente en el cielo,
pero no pueda ser vista, añade un toque morisco a las preocupaciones de DQ con respecto a cómo desencantar a Dulcinea. Un detalle
sociológico curioso aparece aquí: DQ ha dormido «el primer sueño», pero no puede dormir el segundo. Esto se refiere a la costumbre
temprano moderna de las personas que son activas durante la noche entre dos períodos separados de sueño. El narrador nos dice que
debido a que SP está sin preocupaciones, él no sufre de esta vigilia. Pero DQ despierta a su escudero de todos modos para quejarse
de los azotes que todavía se necesitan para liberar a Dulcinea: «Levántate, por tu vida, y desvíate algún trecho de aquí, y con buen
ánimo y denuedo agradecido date trecientos o cuatrocientos azotes a buena cuenta de los del desencanto de Dulcinea».
Cervantes está entretejiendo dos temas importantes: el salario de Sancho y la Inquisición. Una vez más, el hidalgo articula la
obligación de su escudero hacia él en términos feudales: «De buenos criados es conllevar las penas de sus señores y sentir sus
sentimientos». En el capítulo sesenta y nueve, veremos el feudalismo transformado en capitalismo cuando SP finalmente acceda a
realizar su penitencia por un precio. Tened en cuenta, también, que SP objeta azotarse esa noche con el argumento de que no es lo
suficientemente religioso: «no soy yo religioso para que desde la mitad de mi sueño me levante y me dicipline». De esta manera,
Cervantes nos prepara para el juicio inquisitorial simulado de SP, también en el capítulo sesenta y nueve. Observad cómo responde DQ
lamentando la ruptura de su relación feudal: «¡Oh alma endurecida! ¡Oh escudero sin piedad! ¡Oh pan mal empleado y mercedes
mal consideradas las que te he hecho y pienso de hacerte!». Todavía tiene esperanza, sin embargo, y cita la misma frase de Job 17.12
que se utilizó para describir la fuga de Zoraida en DQ 1.41 y que también se encuentra en el escudo de Juan de la Cuesta que aparece
en la portada de ambas partes de la novela: «post tenebras spero lucem». El efecto combinado une dos de los objetivos principales
de la novela: criticar la Inquisición y afirmar la relación empleador-empleado.
Por segunda vez en tan sólo tres capítulos, SP filosofa. Al comienzo del capítulo sesenta y seis, SP había descrito a la Fortuna como
una mujer borracha. Aquí se maravilla del poder del sueño para eliminar todos los problemas de la vida. Su metáfora es de carácter
económico: «moneda general con que todas las cosas se compran». También indica que el sueño es un gran igualador ya que afecta
a todas las castas de la misma manera. Por último, observa que la parte negativa del sueño es que se asimila a la muerte: «Sola una
cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy poca
diferencia». DQ está una vez más impresionado: «Nunca te he oído hablar, Sancho... tan elegantemente como ahora».
La discusión filosófica se ve interrumpida por «un sordo estruendo». SP intenta protegerse poniéndose debajo de su asno: «se
agazapó debajo del rucio, poniéndose a los lados el lío de las armas y la albarda de su jumento». Su acción falla, sin embargo,
y «sin tener respeto a la autoridad de don Quijote», una manada de seiscientos cerdos atropellan a nuestros héroes: «El tropel, el
gruñir, la presteza con que llegaron los animales inmundos, puso en confusión y por el suelo a la albarda, a las armas, al rucio,
a Rocinante, a Sancho y a don Quijote».
El episodio es otro caso de justicia poética. Nos lo dice DQ mismo: «esta afrenta es pena de mi pecado, y justo castigo del cielo
es que a un caballero andante vencido le coman adivas y le piquen avispas y le hollen puercos». El ataque metafórico de chacales,
avispas y cerdos es la antítesis de la fantasía pastoril del capítulo anterior. Pero el papel principal que tienen los cerdos sugiere el
problema específico de la ascendencia judía y morisca. Ya que tanto los judíos como los moriscos rechazan el consumo de la carne de
cerdo, cuando las personas de estas religiones se convertían a la cristiandad, usualmente hacían un espectáculo de su nuevo interés
por el jamón como prueba de su nueva fe. Cervantes se burla de la obsesión española por la pureza de sangre a lo largo de sus textos.
Aquí la derrota humillante de DQ y SP en la “cerdosa aventura” subvierte la autoridad y pureza ya que sugiere que nuestros dos héroes
son impuros.
Al final del capítulo sesenta y ocho, Cervantes transita de la lucha étnica particular de la “Aventura de los cerdos” hacia el escenario
más ancestral de la guerra entre los pueblos primitivos. A la tarde siguiente, «al declinar de la tarde», nuestros héroes están rodeados
por quince hombres que llevan «lanzas y adargas» y son «muy a punto de guerra». Estos hombres llevan a DQ y SP por el campo como
prisioneros. Tened en cuenta tres aspectos del encuentro. En primer lugar, una vez más, Cervantes pone de relieve la identificación de
SP con su asno humanizado. Cuando el escudero trata de hablar, uno de los hombres lo golpea con una púa, como si fuera un animal de
carga: «apenas daba muestras de hablar, cuando uno de los de a pie con un aguijón le punzaba, y al rucio ni más ni menos, como
si hablar quisiera». En segundo lugar, las distinciones étnicas colapsan por completo cuando los guerreros caracterizan a nuestros
héroes como salvajes primitivos: «trogloditas», «bárbaros» y «antropofagos». Por último, los guerreros acompañan a nuestros héroes
«a un castillo que bien conoció don Quijote que era el del duque, donde había poco que habían estado». Así que hemos vuelto
al palacio del Duque, excepto que esta vez, en lugar de experimentar «cortesía y buen comedimiento», DQ y SP son recibidos como
«vencidos», y, al entrar en el patio, «les dobló el miedo». Ved que es imposible no leer el siguiente capítulo.
“Cerdosa
aventura”
La escena ahora se transforma en una parodia explícita de un juicio inquisitorial de SP. Un sirviente lo viste como un hereje: «una ropa
de bocací negro encima, toda pintada con llamas de fuego, y quitándole la caperuza le puso en la cabeza una coroza, al modo de
las que sacan los penitenciados por el Santo Oficio». Tened en cuenta que el bucarán también se utilizaba para encuadernar libros
y que también la coroza de SP, «pintada de diablos», le hace un hereje impenitente, destinado a ser quemado vivo. Curiosamente, el
instinto de DQ es reír: «aunque el temor le tenía suspensos los sentidos, no dejó de reírse de ver la figura de Sancho». Hemos visto
muchos casos diferentes de risa en esta novela. Éste caso parece ser uno de los más sádicos.
Los dos reyes se dan a conocer como Minos y Radamanto, dos de los tres jueces del inframundo griego. ¿Quién es? o ¿dónde está el
tercero, Éaco? Los jueces declaran que Altisidora aún no está muerta y que el martirio ceremonial de SP puede rescatarla del infierno.
Ordenan a SP que se presente, comparándolo con el rebelde rey bíblico Nemrod: «Ablándote, tigre; humíllate, Nembrot soberbio, y
sufre y calla». El martirio de SP se compone de una serie de golpes cómicos y palmadas en la cara, así como pellizcos y pinchazos en los
brazos y en la espalda. En un primer momento, SP resiste, «bramando como un toro». Notad la alusión a la cuestión morisca: «¡Voto
a tal, así me deje yo sellar el rostro ni manosearme la cara como volverme moro!». Un freudiano añadiría que nuestro escudero le
teme a la castración: «que me toquen dueñas no lo consentiré si me llevase el diablo».
Un aspecto cómico fascinante de esta ceremonia se ve en la descripción prosaica de las mujeres que abofetean la cara de SP: «hasta
seis dueñas en procesión una tras otra, las cuatro con antojos, todas levantadas las manos derechas en algo, con cuatro dedos
de muñecas de fuera, para hacer las manos más largas, como ahora se usa». Al igual que el bucarán del traje de SP, los anteojos de
las mujeres hacen que toda la escena aluda al episodio de la quema de libros de DQ 1.6. Sus mangas recortadas, sin embargo, siempre
me han desconcertado. Por un lado, este detalle vincula el martirio de SP a la descripción de Altisidora del Infierno en el siguiente
capítulo. Sin embargo, hay algo aquí acerca de la ortodoxia religiosa como una especie de moda (ver el ensayo “Corn-Pone Opinions” de
Mark Twain). Del mismo modo, SP observa que una de las mujeres lleva una cantidad excesiva de maquillaje.
Es significativo que en este preciso momento, Altisidora resucita: «¡Viva es Altisidora! ¡Altisidora vive!». Observad el quiasmo
similar al de La novela del curioso impertinente, donde «Rindióse Camila, Camila se rindió». Notad también que DQ reconoce de
inmediato que el regreso de Altisidora a la vida a través del martirio de SP significa que su escudero también puede salvar a Dulcinea:
«Así como don Quijote vio rebullir a Altisidora, se fue a poner de rodillas delante de Sancho, diciéndole: “Agora es tiempo,
hijo de mis entrañas, no que escudero mío, que te des algunos de los azotes que estás obligado a dar por el desencanto de
Dulcinea”». Cervantes empuja la relación feudal a su punto de ruptura: SP ya no es el escudero de DQ, sino, más bien, su propio hijo.
El desenlace del capítulo hace tres cosas. En primer lugar, pone en relieve el carácter sacrificial primitivo de la ceremonia. Lamentando
el hecho de que siempre es un chivo expiatorio –«es que para curar los males ajeno tengo yo de ser la vaca de la boda»–, SP pide
ser arrojado en un pozo: «No tienen más que hacer sino tomar una gran piedra y atármela al cuello y dar conmigo en un pozo».
Recordad lo que Zoraida dice que su padre va a hacer con ella cuando descubra que su intención es huir a España. En segundo
«¡Viva es Altisidora!
¡Altisidora vive!»
Cuando DQ y SP se retiran a dormir, nuestro narrador se entromete con el fin de decirnos que Cide Hamete se entromete con el
fin de decirnos cómo el Duque y la Duquesa habían planeado esta última aventura: «Durmiéronse los dos, y en este tiempo quiso
escribir y dar cuenta Cide Hamete, autor desta grande historia, qué les movió a los duques a levantar el edificio de la máquina
referida». ¡Esto es cómicamente absurdo! ¿Hemos de creer que el personaje de ficción Cide Hamete aprovechó el momento en que
nuestros héroes de ficción estaban durmiendo para escribir su ficción? En cualquier caso, el narrador nos dice que Cide Hamete nos dice
que el bachiller Carrasco se disfrazó como el Caballero de la Blanca Luna y siguió el rastro de DQ al Ebro, donde el Duque le informó
que DQ había ido a participar en el festival de caballería en Zaragoza. Al no encontrar a DQ en Zaragoza, Carrasco se las arregló para
llegar a Barcelona, d onde derrotó a DQ según lo dicho anteriormente. De regreso a Castilla-La Mancha, Carrasco dijo al duque que había
derrotado a DQ con el fin de curarlo: «por ser cosa de lástima que un hidalgo tan bien entendido como don Quijote fuese loco».
Tened en cuenta que como la mayoría de los lectores, la mayoría de los críticos piensan que Carrasco es malo. Sin embargo, su actitud
concuerda con el papel erasmiano de Diego de Miranda como un hidalgo más ejemplar.
El aspecto más interesante de la larga digresión de Cide Hamete es su concluyente comentario moral en relación con el comportamiento
de personajes como Carrasco y el Duque y la Duquesa: «Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores como
los burlados y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos».
Esta evaluación resulta notablemente parecida a la del capellán enojado en DQ 2.32.
SP responde de dos maneras. En primer lugar, el escudero se asocia nuevamente con su asno: «Bien pudiera el amor... depositarlos
en los de mi asno, que yo se lo agradeciera». Esto conecta con el tema de Orfeo de rescatar a Eurídice del Infierno (un importante tema
de la lírica de Garcilaso) gracias a que los azotes de SP permiten la victoria sobre la muerte. En segundo lugar, el escudero le pregunta
a Altisidora sobre el Infierno, señalando que ya que ella se suicidó, debió haber terminado allí. Esto abre la puerta a la inserción de la
maravillosa historia de Altisidora sobre su visión del submundo.
Altisidora especifica que técnicamente ella no cruzó al Infierno. Si lo hubiera hecho, no habría sido capaz de volver. Sin embargo, ella
dice que cerca de la entrada al Infierno vio a un grupo de demonios jugando una especie de juego de fútbol (ver Berceo, “El sacristán
fornicario”). Su visión es surrealista y divertida al mismo tiempo:«La verdad es que llegué a la puerta, adonde estaban jugando hasta
una docena de diablos a la pelota, todos en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamencas, y con
unas vueltas de lo mismo que les servían de puños, con cuatro dedos de brazo fuera, porque pareciesen las manos más largas».
Notad la misma atención que se pone aquí a la moda, algo que vimos durante el martirio de SP. Los demonios son una declaración de
moda flamenca más modesta. Altisidora añade que nadie nunca gana en este juego: «todos gruñían, todos regañaban y todos se
maldecían». Cervantes se burla aquí de la diferencia entre católicos y protestantes.
El detalle más extraño de todo, sin embargo, es que los demonios están jugando al fútbol con libros en lugar de balones. En
otro de los grandes momentos meta-literarios de Cervantes, Altisidora describe cómo uno de los libros que los demonios destruyen
resulta ser la continuación de Don Quijote de Avellaneda. Un diálogo entre los demonios critica el texto de Avellaneda: «“¿Tan malo
es?”, respondió el otro. “Tan malo”, replicó el primero, “que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara”».
Altisidora culmina explicando que su amor por DQ le hizo recordar esta escena: «por haber oído nombrar a don Quijote». La respuesta
de DQ no sólo es una burla a la existencia del mundo metafísico sino que también continúa el juego meta-literario: «Yo no me he
alterado en oír que ando como cuerpo fantástico por las tinieblas del abismo, ni por la claridad de la tierra, porque no soy aquel
de quien esa historia trata».
El capítulo termina cuando el Duque y la Duquesa llegan y DQ anuncia su partida. De manera significativa, antes de partir, tanto DQ
como SP recomiendan el trabajo honesto como la cura para el mal de amores de Altisidora. El comentario de DQ es particularmente
irónico porque se aplica para sí mismo también: «todo el mal desta doncella nace de ociosidad, cuyo remedio es la ocupación
honesta y continua». Sancho apoya la idea y recomienda un tipo específico de trabajo: «no he visto en toda mi vida randera que
por amor se haya muerto, que las doncellas ocupadas más ponen sus pensamientos en acabar sus tareas que en pensar en sus
amores». La Duquesa está impresionada: «yo haré que mi Altisidora se ocupe de aquí adelante en hacer alguna labor blanca, que
la sabe hacer por extremo». Propongo tres observaciones aquí: 1) los textiles y el trabajo honesto son la clave para terminar con el
sufrimiento diabólico de todo el mundo; 2) esto alude a la trágica expulsión de los moriscos, que diezmó la industria de la seda en el
sur de España; 3) esto también se refiere al arte de la escritura creativa, en especial la de Garcilaso, que constantemente se refiere a su
propia poesía como una especie de tapiz tejido. Irónicamente, Altisidora, como dice la Duquesa, es muy buena para el tejido.
Capítulo 71
entre don Quijote
y Sancho Panza
H
emos llegado a los últimos capítulos de DQ 2. Cualquier estudiante serio de la novela moderna o de la historia general
del género, debería poder dar cuenta de los pasajes finales de la obra maestra de Cervantes. Al final de la primera parte,
Cervantes utiliza la aventura caballeresca condensada del Caballero del Lago, la historia de Eugenio, Anselmo, Leandra y
Vicente, el encuentro de DQ con los penitentes que llevan la Virgen María y el descubrimiento de los libros de plomo para satirizar las
obsesiones de España con la pureza racial y la ortodoxia religiosa. La raza y el problema morisco están de nuevo presentes al final de
DQ 2, pero la cura definitiva de la locura de DQ es fundamental también. Esta cura implica un alejamiento del género caballeresco hacia
el pastoral, un encuentro con un personaje de la continuación apócrifa de Avellaneda y, lo más importante, una atención detallada a
asuntos mundanos como el salario de SP y el testamento de DQ. Ah, y encontraremos los últimos juegos meta-literarios también.
El capítulo setenta y uno sigue siendo una de las meditaciones más espectaculares de Cervantes sobre la base material de las
relaciones humanas y lo que esto tiene que ver con el arte. El enfoque inicial es la compensación del trabajo, específicamente, del
poder milagroso de SP para desencantar y resucitar a los muertos. Mientras DQ está triste por su derrota militar, se consuela con la
capacidad de su escudero: «Causaba su tristeza el vencimiento, y la alegría, el considerar en la virtud de Sancho, como lo había
mostrado en la resurreción de Altisidora». Por el contrario, SP permanece triste por su falta de compensación, «porque le entristecía
ver que Altisidora no le había cumplido la palabra de darles las camisas». El escudero se retrata a sí mismo como un médico
sin remuneración: «soy el más desgraciado médico que se debe de hallar en el mundo, en el cual hay físicos que, con matar al
enfermo que curan, quieren ser pagados de su trabajo, que no es otro sino firmar una cedulilla de algunas medicinas, que no
las hace él, sino el boticario, y cátalo cantusado; y a mí, que la salud ajena me cuesta gotas de sangre, mamonas, pellizcos,
alfilerazos y azotes, no me dan un ardite».
Y ahora a por las negociaciones del sueldo. SP comienza: «Dígame vuestra merced cuánto me dará por cada azote». Hablando
metafóricamente, DQ pone en juego el Imperio Español en su totalidad, aunque deja la primera oferta al escudero: «Si yo te hubiera de
pagar, Sancho... conforme lo que merece la grandeza y calidad deste remedio, el tesoro de Venecia, las minas del Potosí fueran
poco para pagarte; toma tú el tiento a lo que llevas mío y pon el precio a cada azote». El cálculo de SP es un milagro. Puede ser que
él sea un campesino ignorante que repite que no sabe leer, pero seguro que sabe de matemáticas cuando se trata de ser remunerado
por los azotes: «vengamos a los tres mil y trecientos, que a cuartillo cada uno, que no llevaré menos si todo el mundo me lo
mandase, montan tres mil y trecientos cuartillos, que son los tres mil, mil y quinientos medios reales, que hacen setecientos
y cincuenta reales; y los trecientos hacen ciento y cincuenta medios reales, que vienen a hacer setenta y cinco reales, que
juntándose a los setecientos y cincuenta son por todos ochocientos y veinte y cinco reales».
DQ está sorprendido por esta transformación –«¡Oh Sancho bendito, oh Sancho amable!»–, e incluso le ofrece un incentivo a SP:
«Y mira, Sancho, cuándo quieres comenzar la diciplina, que porque la abrevies te añado cien reales». Nuestro hidalgo cree que
está a punto de convertir su propio «vencimiento» en un «felicísimo triunfo». Una vez más, Cervantes se enfrenta a los lectores con
la lección primordial de cambiar la fuerza por el pago de los servicios, es decir, el ideal burgués que hemos estado considerando desde
la primera salida de DQ, cuando se encontró con las prostitutas de Sevilla, el primer ventero, Andrés y Haldudo y los mercaderes de
Toledo. Pero notad la maniobra figurativa: Sancho se encuentra ahora en la posición de las víctimas deshumanizadas como Andrés y
los esclavos de Micomicón, excepto por una diferencia importante: se le pagará por sus azotes. Observad también que los azotes del
escudero se refieren explícitamente al tema del asno de Apuleyo: «haciendo del cabestro y de la jáquima del rucio un poderoso y
flexible azote se retiró hasta veinte pasos de su amo entre unas hayas». Por último, tened en cuenta que el milagro de los azotes
a SP conduce a la transformación moral de DQ también. Nuestro hidalgo expresa gran interés en el bienestar de su escudero –«Mira,
amigo, que no te hagas pedazos»– y cuenta los azotes a SP en una forma que recuerda el simbólico “rosario” de galeotes liberados
en DQ 1.22 y el rosario escatológico utilizado para su propia penitencia en DQ 1.26: «yo estaré desde aparte contando por este mi
rosario los azotes que te dieres».
DQ insiste en retrasar el «negocio». ¿Qué negocio es este? Por un lado, pagar a alguien por nada más que su dolor suena como la
pesadilla marxista de la explotación capitalista. Por otra parte, aceptar un pago por trabajo falso suena como la pesadilla capitalista de
una sociedad gobernada por los trabajadores. Estos puntos de vista contrastantes sobre la relación empleador-empleado se mueven
entre visiones en las que ambas figuras son víctimas la una de la otra. ¿Existe un término medio?
¿Qué está pasando aquí? Una manera de darle un sentido a este capítulo es relacionar las maniobras legales con el asunto de los
azotes de SP. De esta manera, Cervantes nos indica que la solución contractual al problema de cómo distinguir entre el trabajo y la
esclavitud es lo que hace que su novela sea superior a la de Avellaneda. Por lo tanto, cuando SP menciona sus azotes, Tarfe es distante:
«No entiendo eso de azotes». Del mismo modo, SP completa lo que el narrador llama su «penitencia», «sacrificio» y «tarea» sin
ningún tipo de daño a sí mismo. En la superficie, estos detalles son explicables: Tarfe no conoce los acontecimientos de la novela
de Cervantes y SP engaña a su amo al azotar los árboles. Sin embargo, para los lectores familiarizados con El asno de oro, así como El
Lazarillo de Tormes, la transformación de la brutalidad de la esclavitud en un contrato de trabajo civilizado y humano es precisamente
la moral del género literario bajo nuestra consideración.
La trayectoria final del capítulo setenta y dos confirma la moral burguesa mediante la cual DQ debe dar su consentimiento para
pagar a su criado: «subieron una cuesta arriba, desde el cual descubrieron su aldea». El extraño apóstrofe de SP a su tierra natal está
lleno de contradicciones que contienen indicaciones irónicas del nuevo acuerdo económico: «Abre los ojos, deseada patria, y mira
que vuelve a ti Sancho Panza tu hijo, si no muy rico, muy bien azotado. Abre los brazos y recibe también tu hijo don Quijote,
que, si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo, que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que
desearse puede. Dineros llevo, porque si buenos azotes me daban, bien caballero me iba». Observad cómo SP se llama a sí mismo
pobre, pero más tarde rico y cómo su último comentario nos obliga a pensar una vez más en su mágico asno. Notad también el tema
cristiano y filosófico de la propia derrota.
Capítulo 73
vuelve lúgubre
y supersticioso
A
l comienzo del capítulo setenta y tres, DQ se vuelve lúgubre y supersticioso. Por casualidad oye a dos niños discutiendo,
uno de los cuales dice «no la has de ver en todos los días de tu vida». Él interpreta esto como que nunca verá de nuevo
a Dulcinea. Del mismo modo, a principios de la España moderna la aparición repentina de un conejo era un signo de mal
agüero: «venía huyendo una liebre, seguida de muchos galgos y cazadores, la cual, temerosa, se vino a recoger y a agazapar debajo
de los pies del rucio». Sancho toma la liebre y se la ofrece a DQ, quien reacciona con horror: «¡Malum signum! ¡Malum signum! Liebre
huye, galgos la siguen: ¡Dulcinea no parece!». Observad este sorprendente truco realizado por SP en relación con su rucio. Cervantes
mantiene el motivo de Apuleyo hasta el final.
Una vez más SP se muestra escéptico respecto a las supersticiones metafísicas. Afirma que ofrecerle la liebre a DQ debería ser un
buen augurio. También les pregunta a los niños de qué estaban discutiendo. Sobre «una jaula de grillos». Observad cómo SP responde
a propósito al pánico de DQ comprando la jaula y colocándola en manos de su amo: «Sacó Sancho cuatro cuartos de la faltriquera,
y dióselos al mochcacho por la jaula, y púsosela en las manos a don Quijote». Este momento simbólico al final de la novela nos
recuerda unos episodios anteriores: el viaje de DQ en una jaula a su casa al final de la primera parte y el triunfo de DQ sobre los leones
enjaulados en DQ 2.17. Por el contrario, no hay encantamientos o leones aquí, sólo grillos y un intercambio comercial prosaico.
Cervantes deja el símbolo más importante para el final. Este símbolo indica la comprensión que Cervantes tenía de su arte de
la novela como sátira social, en relación con la modernización de la picaresca clásica, es decir, el odio hacia la Inquisición, más la
metamorfosis del asno de Apuleyo como un signo de la humanidad de los demás. Cuando nuestros héroes se encuentran con el cura
y Carrasco, quienes están orando en un campo, el narrador hace hincapié en que SP ha vestido su asno como si fuera una víctima de
Ahora el tema del trabajo resurge. Como lo hizo al final de la primera parte, SP le explica a su mujer que él trae dinero: «Dineros
traigo, que es lo que importa, ganados por mi industria, y sin daño de nadie». Aparece una ambivalencia aquí, por supuesto,
porque SP tomó diez escudos del bandido Roque Guinart, porque sus 200 escudos recibidos del Duque parecían indicar la corrupción
gubernamental y porque los azotes que le vendió a DQ fueron fraudulentos. Por otra parte, el asno vestido como una víctima de la
Inquisición sugiere que toda la economía española está contaminada por el tratamiento injusto de los conversos y moriscos. Recordad
también cómo esto contradice la afirmación anterior de SP, que regresa a su casa «no muy rico». Sin embargo, su afirmación de que él
ganó su dinero «sin daño de nadie» es indicador de que el lucro logrado a través de la violencia es objeto de sátira de la novela.
Este penúltimo capítulo termina con una revisión del género pastoril. DQ explica sus planes a sus amigos y familiares: «tenía pensado
de hacerse aquel año postor y entretenerse en la soledad de los campos, donde a rienda suelta podía dar vado a sus amorosos
pensamientos, ejercitándose en el pastoral y virtuoso ejercicio». La impresión general es que un retorno a la calma atención del
entorno local debe reemplazar a la violenta aventura expansionista. Por lo tanto, el cura y Carrasco aprueban: «porque no se les fuese
otra vez del pueblo a sus caballerías, esperando que en aquel año podría ser curado, concedieron con su nueva intención y
aprobaron por discreta su locura». Estos aspectos antiimperialistas y anticolonialistas de DQ impresionaron enormemente a filósofos
posteriores como Voltaire y Ortega y Gasset.
Sin embargo, como hemos visto en los casos de Grisóstomo y Eugenio de la primera parte, la pastoral todavía contiene las semillas
de la rivalidad y la violencia. Por lo tanto, los excesos cómicos de la pastoral permanecen: «que cada uno escoja el nombre de la
pastora que piensa celebrar en sus versos, y que no dejemos árbol, por duro que sea, donde no la retule y grabe su nombre,
como es uso y costumbre de los enamorados pastores». Por el contrario, tal vez el consejo más sabio proviene de la sobrina y el ama
de llaves de DQ, que le instan a entrar en razón una vez y por todas. La sobrina está angustiada: «Ahora que pensábamos nosotras que
vuestra merced volvía a reducirse en su casa y pasar en ella una vida quieta y honrada, ¿se quiere meter en nuevos laberintos?».
El ama de llaves es insistente: «estése en su casa, atienda a su hacienda, confiese a menudo, favorezca a los pobres, y sobre mi
ánima si mal le fuere». Observad qué tan bien su consejo concuerda con el modelo de Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán.
¿Cómo sabemos que DQ recupera su cordura? El personaje expone los signos. Por ejemplo, duerme profundamente. El narrador
señala su «ánimo sosegado» cuando su médico le anuncia que la muerte se acerca. Finalmente, él mismo señala su cordura: «¡Bendito
sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los
pecados de los hombres». Una vez más: «Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre
él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías». Y de nuevo: «Dadme albricias, buenos
señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de
“bueno”. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias
profanas de la andante caballería».
Esta denuncia de los libros de caballerías se hace eco de la opinión sobre estos textos que se encuentran en los escritos de los
humanistas como Erasmo, Vives, y More. Hay otros indicios de un final humanista. Como lo hizo en el taller de imprenta en Barcelona,
DQ hace referencia a Luz del alma cristiana de Felipe de Meneses, diciendo que en vez de leer libros de caballerías, que debería haber
Igual de importante que este cambio ideológico es el retorno del orden interno. «Alonso Quijano el Bueno» recita su última
voluntad y testamento con gran detalle. Su primera prioridad es resolver su deuda con SP. Lo hace en su totalidad: «Iten, es mi
voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que porque ha habido entre
él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobre
alguno después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo». Entonces DQ deja sus bienes a su sobrina y le paga a
su ama de llaves: «Iten, mando toda mi hacienda, a puerta cerrada, a Antonia Quijana mi sobrina... y la primera satisfación que
se haga quiero que sea pagar el salario que debo del tiempo que mi ama me ha servido, y más veinte ducados para un vestido».
Este énfasis final sobre la economía hogareña tiene sentido, ya que uno de los síntomas de la locura de DQ era su incapacidad para
gestionar su patrimonio.
Tres puntos finales acerca de la muerte de DQ. En primer lugar, comiquísimo, DQ indica en su testamento que perdona a Avellaneda
por haber escrito una falsa continuación de sus hazañas. En segundo lugar, Cervantes nos da una dura nota del realismo humano al
presentar a los herederos de DQ no deprimidos ante su muerte: «Andaba la casa alborotada, pero, con todo, comía la sobrina,
brindaba el ama y se regocijaba Sancho Panza, que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la
pena que es razón que deje el muerto». Por último, en una novela conocida por su realismo, hay una vacilación maravillosa entre la
metafísica y los puntos de vista materialistas de la muerte: «dio su espíritu, quiero decir que se murió».
El aspecto más emotivo de la conclusión de la novela es la intervención de Cide Hamete. El extenso párrafo final está compuesto
enteramente de su voz. También es extremadamente complicado. Comienza como un apóstrofe dirigido a su pluma: «Cide Hamete dijo
a su pluma: “Aquí quedarás colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía”». Esta
pluma cósmica recuerda a una tradición morisca. Entonces, Hamete permite que la misma pluma hable. Señala el final de la Reconquista
al retrabajar unas pocas líneas de un romance sobre el sitio de Granada; afirma que él y DQ estaban hechos el uno para el otro –«Para
mí sola nació don Quijote, y yo para él: él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos para en uno»–; y le da una última palmada
a Avellaneda. Por último, Hamete reitera que ha sido su única intención contrarrestar los libros de caballerías: «no ha sido oro mi
deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías». Notad la
moral cristiana contada por Hamete a su pluma: «Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te
quiere». En esto, Cide Hamete parece ser más morisco que árabe.
Parte II
Actividades
Cápitulos 24 - 47
Instrucciones:
Instrucciones:
Instrucciones:
Instrucciones:
Instrucciones:
Instrucciones:
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-
Compartir Igual 3.0. (CC BY-NC-SA 3.0) Se permiten adaptaciones, distribución
y comunicación pública, siempre que se tenga el reconocimiento de la obra
y no se haga uso comercial de ella. Si se transforma o genera una obra derivada,
solo se puede distribuir con licencia idéntica a ésta.