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LITERATURA MEDIEVAL

A modo de introducción a la literatura medieval se le puede hacer referencia al alumno de cómo


surgió y en qué contexto se daba. Para ello es importante mencionar a los juglares y el papel que
cumplieron a la hora de contar historias y a la hora de introducir la lengua vulgar.

La importancia de los juglares en los orígenes de la literatura española


por Menéndez Pidal

La razón de ser de toda juglaría es que ella procura el recreo, alivio indispensable del ánimo.
Arcipreste de Hita: “Palabras son de sabio e díxolo Catón, / que omne a sus coydados que
tiene en coraçón / entreponga plazeres e alegre la razón, / que la mucha tristeza mucho pecado
pon”.
El canto del juglar, como espectáculo público debió empalmar con el espectáculo público del
histrión (en la antigua Roma: actor, bailarín que acompañaba sus movimientos con la música
de una flauta) y el thymélico.
Que los juglares fueron los primitivos poetas en lengua románica y que por ellos inducidos
entraron los clérigos a cultivar el nuevo arte, lo confirma un hecho no bastante considerado: el
más antiguo clérigo que poetiza en romance español, Gonzalo de Berceo, y aun el autor del
Alexandre, se dieron a sí mismo el nombre de juglar por hallarlo en uso ya de antiguo con la
significación del latinismo “poeta”, totalmente inusitado.
El cultivo literario de toda lengua comienza siempre por el canto y por el verso, y no por la
prosa.
Como curiosidad y para completar el contexto de las lecturas medievales durante el curso, se pueden tratar,
aunque superficialmente, los temas que en este artículo se proponen, para que el alumno pueda hacerse una
idea del pensamiento y de las creencias que predominaban durante el medievo. En este sentido cobra una

especial relevancia el número 7, tan presente en la concepción y composición del mu ndo.

La imagen del mundo en la Edad Media


Por Etienne Gilson

De imagine mundi, Honorius (de Autun) Augustodunensis


Los cuatro elementos: Elemento significa a la vez hyle (materia) y ligamento. La tierra, el
agua, el aire y el fuego son la materia de que todo está hecho, y se ligan entre sí en el curso de
una incesante revolución circular.
La tierra, el más pesado de los elementos, ocupa la parte baja del mundo; el fuego, que es el
más ligero, ocupa el lugar más elevado; el agua se sitúa cerca de la tierra, y el aire más cerca
del fuego. La tierra soporta a lo que camina, como el hombre y las bestias; el agua, a lo que
nada, como los peces; el aire, a lo que vuela, como los pájaros; el fuego, a lo que brilla, como
el sol y las estrellas.
La superficie de la tierra está distribuida en cinco zonas o círculos. Las dos zonas extremas
son inhabitables a causa del frío, porque el sol nunca se acerca a ellas; la zona media es
inhabitable a causa del calor, pues el sol nunca se aleja de ella; las dos zonas medias son
habitables, porque están templadas por el calor y el frío de las zonas vecinas. Estas zonas se
llaman: círculos septentrional (norte), solsticial, equinoccial (ecuador), brumal (invierno,
norte) y austral (sur). El círculo solsticial es el único –que sepamos- habitado por el hombre.
Constituye pues la zona habitable, que se encuentra dividida en tres partes por el mar
Mediterráneo; esas partes se llaman Europa, Asia y África.
Los siete planetas por su orden: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter y Saturno.
Las siete esferas. Se dice que nuestros intervalos musicales se derivan de los de las esferas
celestes. Las siete notas de la escala proceden de ahí.
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(La música de las esferas ha apasionado desde siempre a los estudiosos del Universo. Para los
pitagóricos, los tonos emitidos por los planetas dependían de las proporciones aritméticas de sus
órbitas alrededor de la Tierra, de la misma forma que la longitud de las cuerdas de una lira
determina sus tonos. Las esferas más cercanas producen tonos graves, que se agudizan a medida que
la distancia aumenta.

Lo más hermoso era que, según ellos, los sonidos que producía cada esfera se combinaban con los
sonidos de las demás esferas, produciendo una sincronía sonora especial: la llamada “música de las
esferas”.

Para los pitagóricos, por tanto, el Universo manifiesta proporciones “justas”, establecidas por
ritmos y números, que originan un canto armónico. El cosmos, a sus ojos, es por tanto un sistema en
el que se integran las siete notas musicales con los siete cuerpos celestes conocidos entonces (el Sol,
la Luna y los cinco planetas visibles). A estos planetas se añadían tres esferas suplementarias que
alcanzaban el 10, el número perfecto.

La misma armonía celestial fue descrita por Platón cuando, en Epinomis, declaró que los astros
ejecutan la mejor de todas las canciones. Cicerón también se refirió en el canto de Escipión a ese
sonido tan intenso como agradable que llenaba los oídos de su héroe y que se originaba en las órbitas
celestes, reguladas por intervalos desiguales que originaban diferentes sonidos armónicos.

La gran música del mundo

La tradición que consideraba al Universo como un gran instrumento musical se prolonga durante la
Edad Media y hasta el siglo XVII, en el que tanto Kircher (que hablaba de “la gran música del
mundo”) como Fludd (que concebía un Universo monocorde en el que los diez registros melódicos
evocados por los pitagóricos traducían la armonía de la creación), dejaron constancia de su vigencia.

Sin embargo, fue el astrónomo Kepler* quien estableció que un astro emite un sonido que es más
agudo tanto en cuanto su movimiento es más rápido, por lo que existen intervalos musicales bien
definidos que están asociados a los diferentes planetas. Kepler postuló, en su obra Harmonices
Mundi, que las velocidades angulares de cada planeta producían sonidos.

De hecho, Kepler llegó a componer seis melodías que se correspondían con los seis planetas del
sistema solar conocidos hasta entonces. Al combinarse, estas melodías podían producir cuatro
acordes distintos, siendo uno de ellos el acorde producido al inicio del universo, y otro de ellos el que
sonaría a su término.

Newton, mecanicismo y armonía

Casi un siglo después, Newton engloba dos visiones del mundo que parecían antagónicas: el mundo
mecanicista (el gran reloj universal) y el orden superior que rige al Universo. Su visión mecanicista,
que permitió la predicción de apariciones de cometas e incluso el descubrimiento de Neptuno
mediante operaciones de cálculo, reforzó la idea de que el Universo manifiesta una gran armonía.

De esta forma, desde los pitagóricos a la física moderna, todas las propuestas teóricas que han
pretendido explicar el mundo han utilizado la misma noción de armonía evocada por Newton.

Después de Newton, la armonía será invocada por los físicos para describir y comprender el mundo,
aunque de forma diferente. Einstein, por ejemplo, descubrió la Relatividad porque estaba convencido
de la armonía del Universo.

El nuevo lenguaje de la física y la astrofísica habla de espectros, frecuencias, resonancias,


vibraciones y de análisis armónico, según el cual una señal variable en el tiempo puede describirse
mediante una composición de funciones trigonométricas. *JOHANNES KEPLER: 1572 en Suabia)

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Los siete ingredientes del ser humano: Así como el mundo se compone de siete tonos, y
nuestra música de siete notas, igualmente nosotros estamos compuestos de siete ingredientes:
los cuatro elementos de nuestro cuerpo y las tres facultades de nuestra alma, que atempera
naturalmente el arte musical. Por eso se dice del hombre que es un microcosmos (un pequeño
mundo), pues forma una consonancia parecida a la de la música celestial.

Literatura y sociedad en la Castilla medieval (Cantar del Cid, Berceo, Libro de Buen
Amor)
Por Claudio Sánchez Albornoz

Mio Cid: el juglar de Medinaceli no desvía su atención de los bienes materiales, la riqueza, el
medro. Los ojos del juglar se encandilan por igual ante la lanzada heroica o la magnífica
estocada dada por el Cid o por alguno de los suyos, y ante los montones de riquezas que se
acumulan después de la victoria. Este leit motiv afirma el carácter popular de la épica
castellana, su condición de poesía para el pueblo.
En Castilla era posible ascender del villanje a la nobleza por el camino de la guerra, mediante
el simple ingreso en las filas de la caballería ligera o en una mesnada vasallática. Todos,
desde el infanzón al solariego, se hallaban habituados a soñar en adquirir riquezas a botes de
lanza y se hallaban prestos a ascender en la jerarquía social a golpes de audacia y de coraje.
El Cantar del Mio Cid rebosa rencor contra la alta aristocracia y férvida admiración hacia los
infanzones y caballeros, hijos de sus obras más que su estirpe y de su riqueza; no logra ocultar
una clara hostilidad al rey y descubre una vivaz enemiga a los judíos, muy explicable por la
creciente presión económica que ejercían sobre el demos al amparo de los príncipes.

Berceo: este autor descubre su concepción vasallática de las relaciones del hombre con Dios,
tan enraizada en la vida castellana de la época. Los piadosos cristianos de Berceo confían en
alcanzar la gracia del Dios-Hombre y su mmilagroso quebrantamiento de las leyes de la
naturaleza, mediante el servicio bucelarial (> Entre los visigodos, hombre libre que
voluntariamente se sometía al patrocinio de un magnate, a quien prestaba determinados
servicios, y del cual recibía el disfrute de alguna propiedad) a los señores de protección por
ellos elegidos- María o los santos. O a fuerza de ruegos insistentes, actos de devoción ritual,
promesas generosas, dones tangibles, luminarias (> Cantidad que se daba a los ministros y
criados del rey para el gasto que debían hacer las noches de luminarias públicas), etc.
La idea central del vasallaje hispano –servicio a cambio de protección- desbordó de la vida
social hacia la vida religiosa. Frente a la rígida vinculación feudal de allende el Pirineo, el
castellano buscó siempre libremente señor a quien servir y por quien ser protegido. Esa
práctica fue llevada por el exaltado y rudo hombre de Castilla al área de sus relaciones con las
potestades celestiales.
Berceo, en sus Milagros de Nuestra Señora fundamenta muchas veces el divinal prodigio en
una estrecha correlación de servicio vasallático y de protección señorial: de vasallático
servicio del pecador o del cuitado (>Afligido, desventurado) y de señorial protección de la
Madre de Dios. Ésta no es para Berceo blanda con quienes no figuran entre sus servidores y
llega a incurrir en iras y a castigar con dureza a quienes la desprecian o agravian; pero “sobre
sos vassallos- escribe el poeta-, es siempre piadosa”.
Juan Ruiz, Libro de Buen Amor: En cuanto tuvo de disidencia, de ruptura, de novedad frente
a lo teocéntrico, lo caballeresco, lo vasallático, lo señorial… el espíritu burgués empezó a
manifestarse mediante burlas, más o menos vivaces, de todo lo que había constituido allí el
eje de la vida medieval. Burlas ante ideas, instituciones, prácticas, usos, fórmulas… hasta allí
ancladas en el común asentimiento pero que empezaban a perder autenticidad vital.
Empezaban a ver las facetas cómicas y bufonescas del presente aún consagrado por el respeto
de quienes no eran capaces de alzarse críticamente frente a lo recibido de las generaciones
anteriores. Juan Ruiz se burló de la vida religiosa, de la vida cabaalleresca, de las prácticas
piadosas, de los ejércitos y batallas, de la justicia, de la clerecía, de los teoréticos rigores
morales y hasta del mismo buen amor. Con el Buen Amor sopla en Castilla por primera vez el
espíritu burgués en lo que tenía de ruptura crítica frente a las ideas, las instituciones, las
normas, los valores, las fórmulas consagradas por la tradición; en lo que tenía de cómica
captación de la inicial caducidad de muchos aspectos de la vida medieval.
La modernidad de la ironía de Juan Ruiz estriba en su bufo enfrentamiento con una sociedad
en trance inicial de crisis. Bajo el reinado de Alfonso XI (t 1350) se inició el giro decisivo
hacia una socieda ueva. Empezaron a caducar muchas ideas y muchos valores antes
inconmovibles y al parecer eternos.

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