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ENSAYO FINAL
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informáticas, se habla muchas veces del mundo virtual como aquel que sin existir,
permite que viajen las ideas de formas distintas a lo que hacemos en el mundo real.
Todo esto permite construir una noción de lo que significa verdaderamente la
virtualidad desde la educación. Carrera (2017) ofrece de este modo una definición
que se adapta muy bien a lo que aquí se desea expresar:
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tiene la educación costarricense es una adecuada formación docente en virtualidad.
Expresan Rodríguez (2015), Carrera (2017) y Bulla (2020) que para lograr que los
docentes lleven a cabo procesos de educación de calidad, bajo la concepción de la
virtualidad, se requiere que adquieran habilidades y aptitudes acordes a las
exigencias de los nuevos escenarios sociales. Esto implica, entre otras cosas, que
se debe superar muchas ideas anquilosadas acerca de cómo aprenden nuestros
estudiantes, acerca de las finalidades reales de la educación y sobre todo, del papel
del docente en los procesos educativos. Como se puede ver, educar en virtualidad
no solamente exige conocimientos en el uso de las herramientas tecnológicas que
tenemos a disposición, sino que demanda adecuados procesos de formación para
que los docentes, que han sido formados profesionalmente bajo concepciones
tradicionales, sean capaces de desarrollar habilidades de pensamiento crítico,
lectura de la realidad e innovación pedagógica. Este reto es importantísimo para el
MEP, como se mencionará más adelante.
El otro concepto fundamental para reflexionar en torno a los retos del sistema
educativo ante la nueva normalidad es el de tecnología educativa. Si partimos de
que el concepto de virtualidad exige no solo ver la tecnología como un medio para
hacer lo mismo, tenemos que considerar entonces la tecnología, al servicio de la
educación, más allá de su carácter instrumental: la tecnología educativa “se refiere
al estudio y la práctica ética de facilitar el aprendizaje y mejorar el desempeño,
creando, usando y administrando procesos y recursos tecnológicos apropiados”
(Fallas y Trejos, 2017, p.53). Nótese que esa definición incluye varios elementos
que, aunque no me referiré en detalle a cada uno, permiten obtener una noción muy
cercana al concepto de verdadera virtualidad al que hice referencia previamente. La
tecnología educativa, más que recursos, implica un proceso, una práctica que se
ejerce de manera responsable, sistematizada, orientada hacia resultados
determinados, bajo una concepción axiológica adecuada que permite tomar las
mejores decisiones, a nivel de política curricular y metodología pedagógica.
Sumado a esto, la tecnología educativa tiene un carácter amplio, que no está
supeditado a una asignatura curricular o a una modalidad de enseñanza específica.
Lamentablemente, haciendo una lectura preliminar de los antecedentes de
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implementación de tecnología educativa en Costa Rica, nos podemos encontrar con
otra situación. A nivel institucional, el MEP ha desarrollado, con importantes
esfuerzos, varios programas relacionados con tecnología educativa que no pueden
descartarse. Con el surgimiento de la Fundación Omar Dengo en 1987, y el
Programa Nacional de Informática Educativa (PRONIE MEP-FOD), se ha logrado
llevar equipo y programas de informática y robótica a un 85% de población educativa
en primaria y 80% en tercer ciclo (Estado de la Educación, 2019). Ciertamente esto
ha permitido dotar de recursos para que los estudiantes adquieran habilidades
informáticas que son sumamente importantes en el mundo actual. Sin embargo,
estas habilidades esperadas, se ven limitadas por rígidos programas curriculares
reducidos a una asignatura, por lo que, con algunas excepciones, los conocimientos
adquiridos son los básicos para defenderse en el mundo digital tal cual fue
concebido en los años noventa, pero no para las exigencias de la segunda década
del Siglo XXI. Además, a pesar de la implementación de iniciativas como los MOVI-
LABS, o los convenios con el ICE y el IMAS para los programas de Hogares
Conectados, la existencia de laboratorios de informática en las instituciones no
soluciona aún una serie de problemas estructurales que el sexto informe del Estado
de la Educación (2017) menciona: brecha digital amplia entre zona urbana y rural,
debilidades en competencias digitales de docentes de otras áreas académicas,
poco aprovechamiento de los recursos tecnológicos para el logro de experiencias
de aprendizaje significativas, infraestructura en rezago y con problemas de
mantenimiento. A esto se suma una realidad que el mismo informe menciona, y es
que un importante porcentaje de docentes se han resistido por varios años a la
implementación de nuevas metodologías, más participativas, que en un sistema que
sigue estancado en formas tradicionales y conservadoras de concebir la educación,
crean un muro en el que la innovación y el progreso casi no tienen éxito.
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guías de aprendizaje autónomo surgen entonces como una alternativa para que los
docentes lleguen a los estudiantes que no tienen tecnologías o conectividad en sus
hogares. Pero ignora un elemento clave: si los estudiantes no han desarrollado
habilidades de pensamiento crítico, análisis, reflexión, mediación del propio
aprendizaje, entre otros, que se pueden adquirir con una adecuada educación
mediada por la virtualidad bajo condiciones idóneas, y al mismo tiempo los padres
de familia no tienen estas habilidades, es muy difícil que dichas guías puedan ser
bien desarrolladas. Autores como Murillo y Duk (2020) y Ruka (2020) han analizado
las consecuencias de esa brecha digital que ha crecido, no solo en Costa Rica, sino
en muchas partes del mundo, donde los estudiantes más afectados son los de
zonas rurales y los que tienen necesidades educativas especiales. Al mismo tiempo,
si un docente no está capacitado para procesos de educación a distancia, trata de
generar materiales para trasladar sus prácticas usuales de aula, al contexto del
confinamiento, lo cual no es solo difícil de conseguir, sino que metodológicamente
es inadecuado. Aún más, en las últimas semanas el MEP se ha enfrentado con los
docentes a un tema muy delicado: la evaluación. Ante procesos inadecuados e
improvisados de mediación pedagógica, los subsecuentes procesos de evaluación
se han visto entorpecidos. Un reto importante que surge de esta realidad es el de
capacitar a los docentes en la mediación de procesos educativos en los que la
importancia central se encuentre en el proceso y no en los resultados. Esto permite
no solo transformar las prácticas de aula, brindando habilidades y capacidades para
que los estudiantes autogestionen su aprendizaje, sino que además permite
transformar el modelo evaluativo, superando el enfoque sumativo que no refleja
realmente las nociones humanistas que están en los planteamientos teóricos de los
planes y políticas educativas que el mismo MEP propone.
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referente a las emociones, las experiencias, la empatía, los valores, la relación con
el otro, porque es la naturaleza humana. Son muchos los autores, expertos en
Teoría de la Educación, que han expuesto la importancia de generar espacios
educativos que privilegien las experiencias sobre la mera transmisión de
conocimientos. Y esas experiencias incluyen la relación no solo con el entorno, sino
con los otros sujetos que hacen de ese entorno una casa común. Esto implica que,
si la presencialidad no se puede sustituir en su totalidad, al menos cuando nos
referimos a los procesos de educación general básica, debemos reflexionar en lo
siguiente: ¿es necesaria la virtualidad?. A partir de lo que he expresado
anteriormente, considero que la respuesta es que sí. No se busca sustituir una
modalidad de mediación con otra, sino mejorarla, que se vuelvan complementarias.
Aquí entra en escena otro aprendizaje importante de esta pandemia: tanto docentes
como estudiantes son extremadamente creativos y tienen un potencial increíble
para adaptarse a las necesidades y realidades. Ferrante (2020) menciona al
respecto que cuando regresemos a la nueva normalidad, no podemos, como
docentes, olvidar las nuevas habilidades, metodologías, escenarios con que hemos
trabajado, sino, por el contrario, usarlos para transformar nuestro trabajo en el aula.
Por lo tanto, es tarea de las autoridades educativas proveer los recursos y
escenarios para explotar ese potencial al máximo. Leyendo y compartiendo
discusiones en redes sociales me he encontrado con una frase muy interesante: “si
la educación es gratuita y obligatoria, el acceso a internet también debe serlo”. No
es del todo descabellado pensar en que la conectividad para el 100% de la
población educativa deba ser una prioridad para el Estado, en alianza con empresas
y entidades públicas y privadas para dotar de herramientas y condiciones para que
tanto docentes como estudiantes puedan enfrentarse a nuevos escenarios
pedagógicos sin limitación.
Para recapitular, quiero hacer eco de una frase que Chavarría (2020) propone
para su reflexión: “Tenemos alumnos del siglo XXI, con profesores del siglo XX
enseñando con metodologías del siglo XIX”. La realidad de la pandemia nos ha
obligado, en el sector educativo, a reflexionar sobre la manera en la que propiciamos
el proceso de enseñanza-aprendizaje para nuestros niños y jóvenes. Y aunque
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efectivamente hay brechas importantes por superar, esa reflexión nos puede llevar
a replantear el modelo que queremos para nuestro sistema educativo. Los retos son
muchos, pero rescato en particular los mencionados a lo largo de este texto. En
primer lugar, la necesidad de reinventar el papel del docente, no solo para que se
ponga al día con las habilidades y capacidades que exige el mundo actual y los
estudiantes del siglo XXI, sino para considerar que nuestra tarea no es la de
transmitir conocimientos, sino propiciar los espacios para que los mismos
estudiantes sean los que construyan su conocimiento. Esto nos lleva al segundo
reto, que es transformar las políticas curriculares para que sean más flexibles y
permitan la implementación de metodologías que privilegien las experiencias y la
interacción con herramientas y recursos tecnológicos, para preparar ciudadanos
que puedan enfrentarse al mundo, al mismo tiempo que permitan transformar la
visión de evaluación hacia una de procesos y formativa. Finalmente, a nivel
estructural se crea un reto para las autoridades educativas, que implica de una vez
por todas dar un salto de calidad en la inversión y asignación de presupuestos para
educación, en alianza con entes de la sociedad civil, para proveer de recursos de
calidad y conectividad, que se puedan aprovecharse sin importar si vivo en la capital
o en la frontera, y que sean usados para transformar las experiencias educativas
más allá de una asignatura específica. El panorama es complejo, pero no por esto
debe ser complicado. Las condiciones están dadas, como dice el refrán, cuando
más oscuro se pone es cuando va a amanecer; es en las crisis cuando más
oportunidades y puertas se abren para reflexionar, repensar y transformar.
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Referencias Bibliográficas
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Nieto, R. (2012). Educación virtual o virtualidad de la educación. Revista historia de
la educación latinoamericana, 14(19), 137-150. doi:
http://dx.doi.org/10.9757/Rhela.19.06
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