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¡NOS HICISTE PARA TI!

“El Señor creó al hombre de la tierra,


y a ella volverá de nuevo.
Asignó a hombres días contados y un plazo fijo,
y les concedió también el dominio de la tierra.
Los revistió de una fuerza como la suya
a su propia imagen los creó.
Hizo que todo ser viviente le temiese,
para que dominara sobre las fieras y aves.
Les formó lengua, ojos y oídos
y les dio un corazón para pensar.
Los llenó de saber e inteligencia,
les enseñó el bien y el mal”

Sir 17,1-7

En esta ocasión volvemos la mirada al libro del Eclesiástico (o Sirácida)


recordando que las enseñanzas que aquí se recogen han sido puestas por el autor con
el fin de transmitir las sabias orientaciones de los mayores para alcanzar la felicidad.
Se reconoce en esta obra que es Dios quien interviene en la historia de la
humanidad, suscitando la actividad en el corazón de los hombres, y a la vez
respetando la libertad de cada uno, y la responsabilidad personal a la hora de elegir
un camino bueno o malo.

En nuestro texto, fijamos la atención en el capítulo 17,1-7; donde se nos hace


memoria del misterio de la creación del hombre. Dios, movido por su gran amor
crea a la más excelente de todas sus creaturas. Lo crea de barro, lo hace materia, no
obstante, el hombre es superior a su estructura física. ¡Somos soplo divino! Dios nos
comunica su hálito de vida y nos hace participar de su propio ser. Ben Sirá sigue el
orden del relato de Gn 1: creación de los astros, las plantas y animales, y por último
la creación del hombre, el cual se distingue entre las demás creaturas, a él se le han
fijado los días, le ha sido dado el poder para dominar la tierra, como también señala
el texto del Génesis.

¿De qué se trata entonces la superioridad del hombre frente a la creación? El


verso 3 señala “lo revistió de una fuerza como la suya, a su propia imagen los creo”,
para la comprensión de esta realidad, nos ayuda también el verso 7 “los llenó de
saber e inteligencia, les enseñó el bien y el mal”. Es decir, que entre los seres
creados, sólo el hombre es apto de distinguir lo bueno y lo malo, tiene habilidad de
gerenciar los acontecimientos que en torno a él suceden, y esta capacidad le ha sido
dada con el fin de que sintiéndose libre, pueda optar una y otra vez por vivir la vida
de su Creador a través de la fidelidad al proyecto divino, ha sido creado por el amor,
Dios lo ha constituido rey y señor de la creación, antes que él fueron creados los
astros y las demás especies, de manera que la naturaleza, engalanada y con las cosas
dispuestas y ordenadas, estuviese preparada para recibir a su rey, a quien ha sido
hecho a imagen y semejanza divinas, es decir, el único entre todo con naturaleza
racional, dotado de entendimiento y voluntad que lo acercan a Dios.

Aún en las peripecias de su existencia, Dios no se aparta de él, al contrario, lo


ha formado maravillosamente con lengua, ojos y oídos (es decir, capacidad sensorial
y motora) para que superando incluso cualquier realidad efímera, sea hábil y capaz
de elegir lo trascendente; le ha sido dada la lengua para que pueda alabar a Dios y
cantar sus maravillas; con ojos, para que contemple la grandeza de la creación; y
dotado de inteligencia para que pueda descubrir al Creador y logre cultivar y vivir en
la virtud. “Y les dio un corazón para pensar”. En la antropología hebrea, el corazón
es la sede de la inteligencia, -de ahí podemos comprender la razón por la que en
diversas ocasiones, la Sagrada Escritura remite a la importancia del corazón-. El
hombre ha sido creado con un corazón inteligente, un corazón que no duerme, y que
en el misterio cotidiano de la vida está intranquilo por consumar el deseo de volver a
su origen, de encontrar y reposar en la experiencia primaria de su creación, de volver
al goce inicial del paraíso, la bondad y la verdad con la que fue pensado. Por ello
nos atrevemos a afirmar que el hombre es corazón. Estamos hechos del corazón de
Dios, allí nos ha engendrado, en lo más íntimo de su amor.

Aceptando y asumiendo esta realidad podemos comprender al gran Obispo de


Hipona, San Agustín, quien con certeza sostenía “nos hiciste Señor para ti, y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Dios nos ha hecho para que nos
unamos a Él, sin embargo, este es un proyecto que requiere reciprocidad.
Únicamente cuando el propio ser humano se decida a corresponder al amor divino,
aún con sus limitadas fuerzas, la vida misma será consumada y plenificada en el
Creador, pues Él, habiéndonos creado para sí, no interfiere en la respuesta que cada
uno quiera ofrecerle. ¡Somos soplo divino, misterio de Dios, hecho para Dios!

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