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EL LIBRO DE LOS PROVERBIOS: UNA LECTURA CRISTIANA

Sem. Arcangel Rafael Mendoza


armendozaramos@gmail.com

“En la senda de la justicia está la vida, el camino de la impiedad lleva a la


muerte”
Pr 12,28

Al adentrarnos al libro de los Proverbios, con los ojos de la fe cristiana, nos


disponemos a encontrar el sutil modo de responder a Dios con la sensatez y la
prudencia como legado que recibimos de los ancianos de Israel, quienes caminaron
con la esperanza mesiánica; a la misma vez también tenemos el firme y profundo
deseo de ser encontrados por el espíritu de la sabiduría, a fin de atender a la cultura
de la vida. A menudo nos cuestiona el binomio vida-muerte, nos preguntamos
¿dónde está la vida? ¿Cuál es su fuente? ¿Qué ocasiona la muerte?

En este segmento de la literatura sapiencial, el v. 28 del capítulo décimo segundo


puede ayudarnos a responder estas interrogantes, de modo que conociendo, sepamos
optar por lo que anhelamos y nos conviene. Con el apóstol Pablo podemos entender
el sentido profundo, tanto de justicia, como de impiedad; el primero que otorga la
vida, el segundo, que la arrebata.

En la senda de la justicia está la vida. Poner ante los ojos los frutos de la vida
virtuosa, se convierte en estímulo para cultivar la virtud. Esta senda de la justicia, de
la que habla el autor sagrado, comprende en sí misma la probidad, la equidad, es
decir, la práctica de todas las virtudes y huida de todos los vicios, y requiere
disciplina y corrección. En los tiempos entornantes a la elaboración del texto, los
hombres pensaban que todas las obras humanas tienen su retribución en esta tierra,
los buenos recibirían un premio, y por consiguiente, los malos un castigo.

La rectitud que implica practicar la justicia para alcanzar la vida, supera ésta
limitada forma del pensamiento humano. La verdadera justicia, Cristo la enseña con
su ejemplo, y Pablo comprendiéndola la explica en su Carta a los romanos:
“independientemente de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios de la que
hablaron la ley y los profetas. Se trata de la justicia que Dios, mediante la fe en
Jesucristo, otorga a todos los que creen –pues no hay diferencia; todos pecaron y
están privados de la gloria de Dios-. Éstos son justificados por Él gratuitamente, en
virtud de la redención realizada en Cristo Jesús” (3,21-24).

Sí, es cierto que la justicia abarca estos principios de conducta (prudencia y


discreción, de disciplina y corrección) para una vida recta y feliz que nos conduzca
al éxito en las diversas empresas y negocios de la vida, sin embargo, a ello no se
restringe y ordena. En el fondo, la justicia es el temor de Dios, enseña el arte del
buen vivir, no porque tengamos miedo de un castigo, sino porque nos mueve el
amor a Dios y su plan de redención por el que nos ha salvado en Jesucristo, así pues,
el proverbio trae consigo un consejo útil para la vida práctica, del cual su
inteligencia exige con frecuencia una atenta reflexión frente a los acontecimientos y
al querer de Dios.

Pablo dirige también una exhortación a los cristianos de su tiempo, y a los de hoy,
para que vivan religiosamente, “porque se ha manifestado la gracia salvadora de
Dios a todos los hombres, que nos enseña a que renunciemos a la impiedad y a las
pasiones mundanas, y vivamos con sensatez, justicia y piedad en el tiempo
presente” Tt 2,11-12. El autor sapiencial, afirma con certeza que el camino de la
impiedad lleva a la muerte. Lo antagónico a la vida piadosa es transitar los caminos
de este mundo sin la conciencia de hijos de Dios, esta realidad nos arrebata la vida,
puesto que perdemos el horizonte, avanzamos confiados en nuestras solas y
limitadas fuerzas, queriendo moldear la justicia a criterios humanos.

En el lenguaje bíblico, las palabras justicia y santidad se usan para describir al


hombre que ama a Dios, guarda sus preceptos e inclina su corazón con la voluntad
divina. Así pues, el hombre de fe que vive desde Dios y para Dios, al acercarse hoy
con el deseo de encontrar el secreto del buen vivir en los Proverbios bíblicos, debe
sobre todo, pedir al Espíritu Santo el don del temor de Dios, que es a su vez, el
principio de la sabiduría, reconocer que la verdadera justicia la ha hecho Jesús desde
su sacrificio pascual, y responder al amor de Dios a través del buen obrar y la
caridad cristiana. Buscar responder a Dios con una vida de justicia, sensatez y
fidelidad exigen del cristiano una conciencia plena de hijo amado y redimido del
Padre, sabiendo además que camina en dirección a recibir un premio que no perece,
sino que es superior a la corruptibilidad de lo que percibe. Este deseo, en la medida
que se hace práctica, es también un hábito virtuoso que no espera elogios ni
felicitaciones humanas, al contrario, las evita con la feliz esperanza del premio de la
eternidad.

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