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Sin embargo, en este esfuerzo por revitalizar lo propio, nos hemos percatado que en
algunas comunidades no se valoran las expresiones culturales, la lengua y la espiritualidad
de nuestros pueblos originarios, de modo que se ha recurrido a dos extremos: suprimir las
manifestaciones culturales que no se ajustan a las corrientes ideológicas y modas que
imperan en la época o, en caso contrario, folklorizar y banalizar su sentido más profundo.
Así pues, este año se presenta la propuesta de realizar la tradicional “Quema del
Diablo” en la Explanada del H. Ayuntamiento Municipal de esta Heroica Ciudad de
Zacatlán como una manifestación de la vehemencia de nuestro pueblo que en estos días
vuelve su mirada a las verdades más profundas del hombre, contenidas en la fusión cultural
que lo caracteriza.
Hay que señalar, además, que esta cultura está impregnada y penetrada de un hondo
sentido de la trascendencia, y se conserva desde una expresión viva y articuladora de toda
la existencia. Realidad que se traduce en una sabiduría popular con rasgos contemplativos,
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que orienta el modo peculiar como nuestros hombres y mujeres viven su relación con la
naturaleza y con las demás personas, y también en el sentido de su propia dignidad.
La forma exterior acostumbrada en la que esta tradición cultural sucede (el espectáculo
pirotécnico que incinera un muñeco con figura demoniaca hecho en tela, papel o cartón)
evidencia, precisamente, la profunda raíz sensitiva de una cultura que, aún desde las formas
más empíricas, sabe distinguir entre lo que se corresponde con la perfección o degeneración
del ideal de felicidad y trascendencia por el que se vive y lucha cotidianamente en la faena
laboriosa de los hombres y mujeres lugareños, autores y protagonistas de la magia, cultura
y misticismo de nuestro pueblo zacateco.
Esta clasificación mitológica dio paso una cierta moralidad cultural mexica desde la que
podría establecerse una relación entre el culto a ambos dioses y la existencia de diversos
ideales de persona en el mundo azteca, expresados o caracterizados a través de conjuntos de
virtudes. De hecho, Bernardino de Sahagún recoge en uno de sus textos un discurso
encabezado por uno de los dirigentes del pueblo, en el que se mencionan algunos
imperativos que pueden entenderse como normas morales que regulaban el mundo azteca.
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demoniacas que se calcinan en los espacios públicos a fin de favorecer una conciencia
colectiva orientada al perfeccionamiento de la vida personal y social a través del ejercicio
integral de una vida virtuosa: identidad, cultura, espiritualidad, lengua y tradición propias.