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JUSTIFICACIÓN SOCIO-CULTURAL DE LA “QUEMA DEL DIABLO”

EN ZACATLÁN DE LAS MANZANAS DURANTE EL


FIN DE SEMANA DE ASUETO DE ABRIL 2022

En Zacatlán de las Manzanas, Puebla, nos hemos dado a la tarea de recuperar la


identidad propia de los usos y costumbres de los lugareños que, habitando estas tierras
desde tiempos inmemorables, con su cultura propia y las culturas venidas del Occidente
europeo, lograron una fusión inconmensurable que dando sentido a la vida cotidiana de
estas comunidades forjaron el bagaje costumbrista que hoy nos distingue como un pueblo
mágico exclusivo y sinigual enclavado en la Sierra Norte del Estado de Puebla.

Sin embargo, en este esfuerzo por revitalizar lo propio, nos hemos percatado que en
algunas comunidades no se valoran las expresiones culturales, la lengua y la espiritualidad
de nuestros pueblos originarios, de modo que se ha recurrido a dos extremos: suprimir las
manifestaciones culturales que no se ajustan a las corrientes ideológicas y modas que
imperan en la época o, en caso contrario, folklorizar y banalizar su sentido más profundo.

De tal forma, en el ámbito de la identidad, la originalidad se va perdiendo lentamente; se


pone más énfasis en la obtención de un rostro desfigurado que en la de una vivencia socio-
cultural auténtica, que exprese el modus vivendi de quienes dan vida a nuestra población.
Todo esto ha traído consigo la pérdida del sentido trascendente de la vida y de las
expresiones culturales propias.

Así pues, este año se presenta la propuesta de realizar la tradicional “Quema del
Diablo” en la Explanada del H. Ayuntamiento Municipal de esta Heroica Ciudad de
Zacatlán como una manifestación de la vehemencia de nuestro pueblo que en estos días
vuelve su mirada a las verdades más profundas del hombre, contenidas en la fusión cultural
que lo caracteriza.

Hay que señalar, además, que esta cultura está impregnada y penetrada de un hondo
sentido de la trascendencia, y se conserva desde una expresión viva y articuladora de toda
la existencia. Realidad que se traduce en una sabiduría popular con rasgos contemplativos,

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que orienta el modo peculiar como nuestros hombres y mujeres viven su relación con la
naturaleza y con las demás personas, y también en el sentido de su propia dignidad.

La forma exterior acostumbrada en la que esta tradición cultural sucede (el espectáculo
pirotécnico que incinera un muñeco con figura demoniaca hecho en tela, papel o cartón)
evidencia, precisamente, la profunda raíz sensitiva de una cultura que, aún desde las formas
más empíricas, sabe distinguir entre lo que se corresponde con la perfección o degeneración
del ideal de felicidad y trascendencia por el que se vive y lucha cotidianamente en la faena
laboriosa de los hombres y mujeres lugareños, autores y protagonistas de la magia, cultura
y misticismo de nuestro pueblo zacateco.

En sentido amplio, el acontecimiento cultural propuesto es un reflejo del rechazo


colectivo que nuestra cultura tiene hacia todo aquello que degrada el valor inherente de la
persona y su entorno. Esto alcanza sus razones, inclusive, desde la conciencia social
prehispánica. Pues, en la ética náhuatl se había logrado establecer una diferencia entre una
forma de vida belicosa (dios de lo negativo: Tezcatlipoca) y otra pacífica y bondadosa (dios
Quetzalcóatl), siendo esta última el ideal de vida.

Esta clasificación mitológica dio paso una cierta moralidad cultural mexica desde la que
podría establecerse una relación entre el culto a ambos dioses y la existencia de diversos
ideales de persona en el mundo azteca, expresados o caracterizados a través de conjuntos de
virtudes. De hecho, Bernardino de Sahagún recoge en uno de sus textos un discurso
encabezado por uno de los dirigentes del pueblo, en el que se mencionan algunos
imperativos que pueden entenderse como normas morales que regulaban el mundo azteca.

Esta tipificación de los comportamientos de la conducta social alcanzó una


conceptualización más precisa al encontrase con la cultura y el lenguaje occidental que
definió claramente el binomio bien-mal, enseñando que el hombre está esencialmente
vinculado con el bien y la felicidad, cosa que no es compatible con el mal, mismo que se
encuentra a lo largo de la vida humana obstruyendo la realización plena del hombre, es
decir, en plan de adversario (diablo –etimológicamente–).

Es así, como en el proceso pedagógico y educativo de la formación de nuestros pueblos,


todo lo que se opone al bien común y al desarrollo colectivo es personificado con figuras

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demoniacas que se calcinan en los espacios públicos a fin de favorecer una conciencia
colectiva orientada al perfeccionamiento de la vida personal y social a través del ejercicio
integral de una vida virtuosa: identidad, cultura, espiritualidad, lengua y tradición propias.

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