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LOS BIZANTINOS

EL LEGADO DE BIZANCIO

Bizancio era una antigua colonia griega que se fundó unos 600 años (a. C) y lleva el
nombre de su fundador, el rey Bizas y los griegos se asentaron allí porque esa estrecha
franja de mar, conectaba el Mar Negro con el Mediterráneo; es el Estrecho del
Bósforo.
Bizancio fue durante mil cien años el salvador del mundo jurídico y literario occidental,
motor del cristianismo y cuna de artesanos y constructores.
Después de dos décadas de guerra civil, el emperador Constantino el Grande, nombre
que sin duda mereció, se hace con el control absoluto del Imperio Romano y fue un
dirigente que cambió el mundo, pues heredó el Imperio Romano dividido en dos
partes, Oriente y Occidente lo reunificó y gobernó. Quizás queriendo alejarse de Roma
y sus luchas intestinas a las seis semanas de su ascensión al trono, viaja a los confines
del imperio, a un remoto lugar de la actual Turquía y según nos cuentan en el
documental “Los bizantinos” del Canal Historia, en el que con seguridad se mezclan
historia y leyenda, con la pica de su lanza trazó en el suelo el plano de la ciudad que
pensaba construir y ante el asombro de su séquito por el tamaño de esta, se dice que
comentó “llegaré hasta donde aquel que me guía, me detenga”. Esa línea marcaría los
límites de la capital del gran imperio “Nueva Roma”, de ahí surgiría Constantinópolis o
la ciudad de Constantino, capital del nuevo imperio romano.
Pero Constantino se convirtió al cristianismo, muy en boga y con gran presencia en el
imperio, aunque a pesar de ello fue un emperador tirano y déspota, que incluso mató
a su hijastro y su segunda mujer durante un viaje a Italia. Reconstruyó y pobló
Constantinopla. Allí construyó, foros, mercados y edificios a semejanza de la antigua
Roma, pero el gran problema de la ciudad era la falta de agua potable necesaria, para
abastecer a todos sus habitantes.
Esta tarea recayó sobre el emperador Valente, 346 a 378 d.C. que implementó un plan
para construir el acueducto más grande del mundo, que terminado llevaría el agua a
640 km de distancia. La conducción principal empezaría en Tracia a 260 km de
Constantinopla y los ingenieros construyeron túneles y acueductos para hallar una
pendiente continua que llevase el agua a la ciudad. De los 60 puentes-acueductos que
construyeron los bizantinos, el mayor fue el de Cursunlumberme de casi 27 metros de
alto. En estas construcciones se encuentran piedras decoradas por los mamposteros
con símbolos cristianos. A 128 km de distancia, un acueducto aún mayor, llevaba el
agua a Constantinopla, actual Estambul y era una muestra del poderío de Valente.
Con el agua ya en Constantinopla, había que almacenarla y para ello se harían más de
150 depósitos subterráneos, el mayor de todos es la cisterna de Basílicas. Gracias al
agua la ciudad creció de manera inédita en una ciudad antigua y a finales del siglo V,
Constantinopla tenía 500.000 habitantes y era legendaria hasta para los que no la
conocían. Pero desde las estepas de Mongolia, Atila con su ejército llegó a Europa
arrasándola a su paso. Los romanos, huyeron a refugiarse a Constantinopla hasta
donde también llegó Atila, pero sin poder asaltarla, pues los bizantinos crearon el
sistema de murallas más complejo conocido hasta entonces; las conocemos como las
murallas de Teodosio, aunque en aquella época tendría solamente 12 años y el artífice
de la creación de las murallas fue su prefecto Artemio, que además las hizo construir a
prueba de terremotos. La muralla tenía más de 9 metros de altura por 5 de ancho, 96
torreones de vigilancia de más de 18 metros de ancho. En el año 477, varios
terremotos destruyeron parte de las murallas, y Atila aprovechó para ir contra
Constantinopla, pero los bizantinos, arengados por el propio Teodosio las
reconstruyeron más altas que antes y con una tercera línea de defensa, un foso
gigante, un parapeto y una muralla exterior seguida de la interior.
Atila y los hunos, pese a que nos lo presentan como a la gente más cruel, y terrible de
aquel tiempo, lo que nos da una idea del pánico que despertaba entre los demás
pueblos, nunca entró en Constantinopla y durante 1000 años las murallas salvaron al
imperio bizantino de cualquier ataque exterior. Después sólo les quedaba protegerlas
por mar y lo hicieron con una cadena gigante de 750 eslabones de medio metro de
largo cada uno, que flotaban sobre unos maderos y los barcos bizantinos la arrastraban
para cerrar el puerto.
Constantinopla era entonces la ciudad más rica del mundo; todas las riquezas
procedentes del comercio de Egipto, China y Rusia pasaban por allí rumbo a Occidente.
Los enemigos empezaron a asolar las zonas limítrofes para quedarse con una parte del
botín, pues como dicen en el documental “era como una caja fuerte llena de tesoros,
que todos querían abrir”.
Mientras el Imperio Romano de Occidente, se deshace a manos de las tribus bárbaras
y en al año 476, abdicaba Rómulo Augusto, último emperador romano, el imperio de
Oriente iba al alza y en el año 527 Justiniano sube al trono, recopila todo el Derecho
Romano y se empeña en reconstruir Constantinopla y aunque nos lo representan
como un campesino que llega de Yugoslavia con su tío Justino en busca de fortuna, en
realidad es un hombre con una preparación intelectual impropia de un campesino.
Reinó 40 años con brillantez intelectual, épica sin parangón, a la vez que con una
enorme crueldad. Se casa con Teodora, descrita como una prostituta bella y tenaz, con
unos poderes ocultos a la que Justiniano nombra emperatriz el mismo día de su
coronación. Justiniano empezó a reconstruir Constantinopla, para lo que tuvo que
subir los impuestos con el consiguiente enfado de la población, que un día en el
Hipódromo se une en su contra, en el corazón del Imperio. Ese día acabó en disturbios
y en una insurrección, arrasando en una semana un tercio de la ciudad. Justiniano se
asustó y estuvo a punto de huir en barco de la ciudad, pero Teodora dijo: “He llegado
hasta aquí y no pienso rendirme ahora, quédate y lucha”. Justiniano así lo hizo y
convocó a los ciudadanos en el Hipódromo haciéndoles creer que va a llegar a un
acuerdo con ellos, pero cuando estaban todos dentro, cerró las puertas y el ejército
imperial, masacró y asesinó a más de 30.000 personas, convirtiendo el centro de la
vida pública de Constantinopla en un patíbulo. A continuación, Justiniano ordenó
reconstruir la iglesia de la Santa Sabiduría, hoy Santa Sofía y encargó la obra a Isidoro y
Antemio a los que dio carta blanca a cambio de rapidez y de que la iglesia fuera única
en la tierra. Con materiales y mano de obra suficiente, éstos, crearon una cúpula de
más de 30 metros de diámetro y 55 de altura, 9 metros más que la estatua de la
Libertad (comparación con EE.UU).
Para dejar clara su impronta, Justiniano hizo adornar las columnas con monogramas
suyos y de la emperatriz. Había creado un edificio que eclipsó a cualquier otro
monumento hecho hasta entonces y a finales de su reinado el imperio bizantino
alcanzó su mayor extensión, con Palestina, Siria, Asia Menor, Italia y Grecia, y toda la
costa norte de África y Egipto. Pero sus campañas militares, y su empeño en
reconstruir Constantinopla, llevaron a la ruina al Imperio Bizantino. Los emperadores
que le sucedieron en los tres siglos siguientes gobernaron un imperio cada vez más
pequeño, pero Constantinopla siguió en pie y a salvo y en el siglo X, los bizantinos se
cubrirían de gloria militar gracias a un arma ofensiva letal y a la mente militar más
aguda que haya portado la corona.
En el año 1000, en Europa dominan Francia y Alemania, con el Sacro Imperio romano;
mientras en Constantinopla los bizantinos sobrevivían a todos los ataques enemigos y
en el 1014 comienzan la conquista de la península balcánica, desde el Danubio hasta
Grecia. El artífice de esta recuperación fue Basilio, que todos los años salía a guerrear
contra los ejércitos enemigos. Pero su gran enemigo era el Zar Samuel de Bulgaria, que
lo derrotó en el 986. Basilio juró vengarse de la nación búlgara y lo haría un cuarto de
siglo más tarde. Mientras tanto ordenó a sus ingenieros diseñar un arma ofensiva letal
“la catapulta”, que podía lanzar piedras de 180 kilos a gran distancia. Entonces el 29 de
julio del 1014, Basilio atacó por sorpresa al ejército búlgaro apresando a 14.000
hombres y su venganza fue terrible, dejando ciegos a casi todos y de cada 100 dejó
uno tuerto para que los devolviese a Bulgaria. Al enterarse Samuel de Bulgaria, sufrió
un ataque y murió a los dos días. Con esta victoria, Basilio se ganó el nombre de
“matador de búlgaros.
A la muerte de Basilio, en 1025, los bizantinos estaban en el esplendor de su poder,
pero el imperio era vulnerable y no volvió a tener un emperador como él.
En 1453, los otomanos atacaron las murallas de Constantinopla, con fuego de artillería
que las destruyó. La pólvora y los cañones cambiaron las reglas de la guerra. Después
de 1100 años, Constantinopla se convirtió en Estambul y el Imperio Bizantino había
muerto.
El Imperio Bizantino era también un imperio cultural y gracias a las sacerdotisas y a los
monjes griegos y su pasión por la literatura antigua, se conservaron muchos textos
antiguos. Se dice que la caída de Constantinopla y la marcha de sus libros a Occidente
contribuyeron al comienzo del Renacimiento.
Rosa Muñiz Fernández, UO267180 – Historia del Arte.

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