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GENÉTICA INDUSTRIAL-BURGUESA DE LAS CIENCIAS SOCIALES

DETERMINANDO SU DALTONISMO

Tamer Sarkis Fernández

1. Alienados en una moderna carrera por “desembarazarnos de la


producción”

Hablaba yo en un anterior escrito, de la cosmología física (materialista) de


la Grecia sobre todo pre-socrática. O, podríamos añadir, de la cosmología
inherente al animismo tribal o gentilicio. Ambas por oposición a la cosmología
judaica, teleológica, donde la materia se comporta jugando el juego de Yahvé
-relación idea-materia expresada por ejemplo en el mito hebreo del Golem. “En
el principio fue el Verbo” (Pentateuco: Génesis). Según está elucubración
inversiva idealista respecto de la realidad material y de su presunto origen,
resulta que la finalidad, la idea, el concepto que concibe realidad, aparece en el
Evangelio como fuerza genética o productiva. Este concepto del
comportamiento material sometido a una legalidad proyectiva es la antítesis de
la noción pagana de Cosmos (orden auto-consistente). Y la antítesis también
del pensamiento de Mao Tse-Tung, donde la materia en sí carece de origen, y
todo cuanto deviene lo hace de la materia por sí.

En las sociedades de estado estacionario de las fuerzas productivas


(grosso modo el arco histórico pre-capitalista), prima la ideología de la
producción alienada (“el Trabajo”) nada más que como Castigo que a la vez es
oportunidad: la producción laboralizada aunaría la dualidad de Castigador y de
Misericordioso contenida en el dios judeocristiano. El trabajo es el signo de la
culpabilidad de la vida a la vez que dicha culpabilidad remite al trabajo para
justificar la vida (atribución de sentido) y para redimirnos de la ingratitud
primitiva. Por el trabajo se iría hacia la conciliación. En el Pecado Original –en
aquella ancestral inconformidad caprichosa para con el Paraíso terrenal libre de
trabajo-, reside la penitencia.

En las sociedades de dinámica incesante de las fuerzas productivas (arco


histórico capitalista), la ideología que disfraza y justifica la producción
laboralizada no es ya la del diseño divino de un Mundo-Pecado que permite a
la vez limpiar el pecado con la aceptación de la inmensa suerte del pecador por
la oportunidad que da el trabajo. Se trata ahora de una ideología del progreso
que nos iría liberando, a través del trabajo -síntesis de penurias y grandezas-,
respecto de una producción a la que se representa irreductiblemente investida
de esa misma propiedad laboral: una producción en sí subsistencial, en sí
instrumental, mero medio en sí.

Así pues, la “trayectoria histórica” acabaría por coincidir con un sujeto


social que idealmente habría de tender a dar la mayor longevidad posible a la
producción objetivada consumible, por ser oportunidad de interrupción del
castigo cifrado no ya divino, sino ahora por Naturaleza (nihilismo: valoración
esencialista baja de la existencia). Esa mixtificación lleva al sujeto a afrontar la
cuestión de la producción armado con los criterios de conferir llaneza a la
producción, además de comodidad, fluidez no agónica, practicidad
metodológica y des-ritualización. El sujeto hará suyos, a su manera y
vulgarizándolos, los criterios económico-políticos válidos para el éxito y
Progreso efectivo de su alienación capitalista:

Criterio de rendimiento del volumen producido;

Criterio de rendimiento de las relaciones sociales objetivas (División del


Trabajo Social) o in situ durante el proceso de producción;

Criterio, en fin, de rendimiento de las herramientas (productividad).


2. La producción sometida a una economía de su propia rentabilidad:
de dicha alienación nacen las Ciencias Sociales

En Ciencias Sociales, tal razonamiento es un reflejo de la racionalidad real


capitalista de la producción, que tiene que estar disminuyendo constantemente
el tiempo de trabajo socialmente necesario por unidad mercantil producida, y
así hundir a una competencia que no pueda igualar los precios consecuentes a
tal disminución. Simétricamente, mediante la producción alienada en trabajo
hay que producir el mayor número de mercancías por unidad de tiempo a fin de
reinar en los mercados. Finalmente, hay que producir Unidades de Producción
y afianzarlas en el territorio antes que la competencia, relacionando los
territorios en una División del Trabajo Social cuya disposición está regida por el
resultado, en lugar de verse presidida por integrar las distintas capacidades en
una vivencia conjunta del proceso total de producción. La realización de estos
requisitos de la supervivencia competitiva de cada elemento o entente en el
seno de la burguesía, requiere de la investigación/aplicación incesante de
técnicas y de tecnologías. En esa encrucijada de exigencias, y con objeto de
responder a ella, nace la Ciencia Social como Economía Política y como
formación de los sujetos y ordenación territorial de las clases.

La Ciencia Social nace, pues, a la lumbre fabril de la revolución francesa y


de sus estelas subsiguientes revolucionarias liberales decimononas. Es ése es
el rasero genético de la Ciencia Social en sí, con el que ella parte para teorizar
el sentido de la producción. Dicho de otra manera: sus propios ojos científicos
se hallan (in)formados de daltonismo. En la encrucijada histórica de la
burguesía industrial, lo social se hace político. ¿Qué significa esto último?
Significa que la política deja de ser un agregado sobre lo social, tal y como
había sido durante el modo de producción feudal. Viejo y rancio agregado de
sustracción de plusproducto, de captación tributaria, de forzamiento orgánico-
social defensivo, de amenaza para arrancar plustrabajo al extenuado cuerpo
del campesino, de fijación a la tierra de servidumbre. La producción industrial
capitalista se inscribirá en la nueva condición integral de lo social como Fuerza
Productiva suscrita a su mismo ideal de optimización utilitaria. Ello contraviene
la idea de una “ontología” de lo social, o incluso de una “ontología” de “la vida”,
cifrada en “la política” y suscrita por cierto posmodernismo.

Las Ciencias Sociales surgen junto a una nueva clase que es fuerza de
trabajo libre. Fuerza de trabajo ya no sujeta a amparos y que ha perdido formas
de agregación que posibilitaban solidaridades objetivas, el proletario se sabe
también NO sujeto a fidelidades. Inextricablemente, la Ciencia Social surge con
la adquisición del poder político por otra clase, la burguesía, cuyos
componentes humanos tienden a reventar las relaciones sociales permisivas
de Reproducción Social, al poner constantemente al proletariado entre la
espada y la pared. Es en este momento histórico de disolución de las viejas
argamasas, acicates y conciliaciones materiales e ideológicas, cuando los
residuos burocráticos y científicos del viejo Estado serán el regazo de unas
ciencias que intentan ser estudio prospectivo de la anomia (ausencia de norma)
y de sus consecuencias, supuestas por ellos, de disolución social. Al tiempo
que arma aplicada contra la anomia y por la Reproducción Social en el nuevo
Ser capitalista: Orden y Progreso será, sin ir más lejos la divisa inaugurada por
el padre de la Sociología Augusto Comte.

Desde esa posición material de sus productores, desde ese carácter de


clase y, por tanto, desde esa posición político-ideológica, la ciencia social
naciente determina su propia epistemología, fundamentada en atender a las
dimensiones reales reproductivas de las prácticas sociales. Pues del estudio
científico y empleo de éstas en tanto que recurso, depende su propio combate
contra un supuesto curso histórico entrópico.

El estudio de la religión, por ejemplo en Durkheim (Las formas elementales


de la vida religiosa), se hará del lado dimensional reproductivo del Hecho social
religioso y se elevará a la Reproducción Social al rango de “El sentido” de “la
religión”, advirtiéndose de que “en sociedad” para el mantenimiento no basta
con la División del Trabajo Social. Inseparables serán los estudios de las
conciencias en la urbe y el llamamiento con ambición prescriptiva a los
gobiernos, a los alguaciles de pobres y a los patronos, a suministrar la religión
al proletariado. También el temor a la descomposición social parejo a la
disolución del viejo marco señorial de vínculos inter-estamentales y de
creencias tradicionales, inspirará los diagnósticos alertadores y de los antídotos
organicistas enunciados por los “abuelos” galos de la Sociología: Luis de
Bonald y Joseph de Maistre, ambos de expresa inquietud conservadora.
Estaban ambos convencidos de que para conservar el viejo orden anterior a la
ebullición de la dialéctica burguesía-proletariado, no valían ya las instituciones
sociales reaccionarias, debiéndose hallar científicamente otras claves
provisoras, eso sí, de idéntica función.

3. El fetichismo de la materia y su idealismo de un telos material

La deuda genética de las Ciencias Sociales respecto de las Ciencias


Experimentales es patente. Durante la revolución científica del siglo XVII, la
inercia reaparece como principio de Reproducción Social (más tarde en el
Estructural-Funcionalismo). Por su parte, la fricción reaparecerá en el siglo XX
como principio de Entropía Negativa (Teoría de Sistemas). Pero el materialismo
mecanicista teorizador del “comportamiento natural” idealizaba la materia:
atribuía a la materia anidar unos principios naturales a-históricos de su
ordenamiento, de su futuro mecánicamente predictible y de su comportamiento.
Atribuía a la materialidad el ser receptora obediente de una fuerza (Vis), que
como concepto consistía en la importación científica del concepto político Vis
entendida como Imperium. Éste designaba la fuerza de ordenación y de
suscitación, propiedad del Estado absolutista, sobre realidades jurídica y
tributariamente sujetas a ser recursos a su servicio: demografía, matemáticas
aplicadas a las nuevas precisiones armamentísticas y a la técnica militar,
economía doméstica de taller y de pequeña manufactura convertida en célula
provisora de la salud presupuestaria.

El concepto científico de Vis recibía, dialécticamente, resonancias


procedentes del plano ideológico de la ya subrayada cosmología del
judeocristianismo, donde la materialidad de carne y hueso queda amorfa y sin
sentido abstracción hecha de la voluntad divina creadora, por la que dios
atribuye una misión a cada elemento del Plan ex nihilo. Entre inercia y fricción,
pero inserto en ese plano, el politicismo subraya las contradicciones y los
antagonismos, caso destacado de la Escuela de Frankfurt ya inmersos en el
siglo XX, quien no inscribe a la Reproducción Social en la teleología, sino en la
consecuencia de la ideología y del consenso. Esos freudomarxistas dirimieron
las prácticas sociales, cualquiera de ellas, en el terreno político, sean política
ideológica o contestataria, sea la práctica campo de disputa entre ambas por su
hegemonía.

4. Naturaleza social de la materia y de su producción en un orden: El


positivismo se lava las manos por “cientificidad”

El positivismo abordará las prácticas sociales rehusando enmarcarlas en


una teoría de la organización social de la producción, y, por ende, de la
distribución y el consumo, que defina el sentido de la práctica social estudiada
o del proceso social investigado con arreglo a qué relación de los sujetos
practicantes con los elementos productivos y con el producto (relaciones de
producción) corresponde. Ello por considerarlo un procedimiento especulativo o
“político” contrario a la neutralidad de la ciencia.

El positivismo por ejemplo en Arqueología, con su concepción


reductivamente física (y luego química, compositiva, de empleo, etc.) respecto
del Registro material, parte, para su explicación de la práctica social estudiada,
de la huella que ésta dejó, así como de los elementos, instrumental,
construcciones, que acompañaron a la práctica social en su transcurso y que
incluso fueron indispensables para su realización. Pero que son soportes o
incluso la base material de la práctica social misma, Y NO LA RAZÓN de su
acontecer.

El automatismo de este reduccionismo del “hecho” físicamente


operacionalizable, ordenable, analizable, correlacionable con distinta intensidad
en unos u otros restos de lo que fueron sujetos y por tanto dato para suponer
“distintos niveles de status”, etc., es un automatismo que toma la imprenta de la
práctica –lo tangible- POR EL PROPÓSITO de la práctica, y el propósito POR
EL SENTIDO de ésta, esto es, POR SU RAZÓN constitutiva. Pero son sujetos
concretos, en condiciones de existencia determinadas, los productores de la
práctica estudiada, que toma concreción de acontecimiento más allá de la
voluntad, compartida o en conflicto, de lograr unos efectos cualesquier, y
también con independencia de lo efectivamente originado.

En la medida en que muchas de las prácticas sociales no instrumentales,


especialmente las de gasto, no dejan registro físicamente constatable como de
rentabilidad, sino, a lo sumo, la huella de la consumación –como el Registro
químico de la combustión de aldeas en el Potlatch-, éstas se vuelven
insusceptibles de “explicación” positiva y, así, o pasa a aplicárseles el sentido
común esta vez no “inferido” del “hecho”. El positivismo cae así en la vulgaridad
propositiva de encaminarse a explicar estas prácticas sociales a tenor de sus
meros efectos y servicios, por ejemplo a la promoción del candidato a Gran
Hombre, o al amedrantamiento de otras tribus, o a persuadir a tribus terceras
de que lo mejor para ellas es aliarse o someterse a tribu tan poderosa con sus
recursos, etc. O bien se deposita a estas prácticas sociales no teleológico-
instrumentales, en el misterioso cajón de “lo irracional”.

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