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El falso dualismo “deuda legítima frente a deuda odiosa”:

Entorpecimiento europeo del Estado liberal español decimonono,


sustracción europea de fuerzas y “vía española” a la acumulación
capitalista

1. EL NEGOCIO DE LA GUERRA

Nos hemos acostumbrado a oír hablar de deuda ilegítima y legítima;


mientras la primera no iría con nosotros, la segunda sí habría que pagarla tras
discernirla a través de auditorías científicas. Este dualismo se vuelve
problemático en relación a España, donde la deuda contemporánea se
precipita a través del siglo XIX acompañando la construcción del Estado liberal
y su liza con el carlismo. Franceses e ingleses no dejaron de dedicarse a armar
a ambos contendientes ni de proveer por los pasos pirenaicos a la Milicia
legitimista, practicando sobre España una “política del equilibrio” que prolongó
las contiendas civiles hasta hacer de ellas una auténtica “guerra de los 100
años”. El círculo dibujado por las potencias europeas era diabólico: el Estado
se endeudaba para comprar armas y el fratricidio sin fin contra un enemigo
artificialmente fortalecido iba debilitando al propio Estado en construcción,
quien así acentuaba su entrampamiento financiero y al que volvían a
vendérsele arsenales.
       Quedándose –pronto- las arcas vacías al ser atacadas por la estrategia de
la devolución con intereses, la fracción isabelina de la clase dominante
procedió a “vender los muebles”, convirtiéndose las fuerzas productivas en
“letra de cambio” o en garantía del pagaré. Así se nos fueron las minas y las
canteras mientras los europeos entraban en la composición de capitales en las
ferrerías, “suplían” el vacío de un banco nacional, exportaban su propia
maquinaria monopolizando a la vez las patentes de producción o los derechos
de uso, y se erigían en receptores titulares sobre el despliegue de
infraestructuras como puertos industriales o ferrocarriles.
Los timoratos intentos emprendidos por la fracción liberal, en pro de darse
un nombre en primera persona con respecto a la cuestión de las Fuerzas
Productivas, carecieron de toda proyección y fondo “competitivo”. ¿Cómo iban
a serlo bajo un marco bélico prolongado que desviaba la circulación de
presupuesto hacia la economía de guerra e instauraba una inestabilidad sin
visos de reflujo? Lloviendo sobre mojado, las Fuerzas Productivas eran tanto
más baratas cuanto mayores eran las necesidades militares de avituallamiento
y más arduo y acuciante el retorno de créditos, prosiguiendo el engranaje
imperialista de armar/ prestar/ adquirir factores de riqueza nacional/ debilitar y
así acentuar las necesidades financieras/ vuelta a empezar del proceso.

2. LA “VÍA ESPAÑOLA”

      La propia clase dominante española, cuanto más dependiente era de las
finanzas europeas, más parasitaria se volvía respecto de las inversiones y
colocaciones continentales de capitales físicos, y así, menos inclinada a
desarrollar tecnología propia con vistas a la creación de Valor. Acordando esta
división del trabajo en el seno del capitalismo internacional, la clase dominante
se auto-cosificaba en el absentismo de operaciones con factores de producción
potenciales (en principio propios), y ese absentismo la abocaba sin remisión al
entreguismo para nutrir de caudales a su particular vía de acumulación
capitalista: comercio, monocultivo colonial, renta de suelos, tratamiento de
materia prima lanera para textiles, venta mueble e inmueble, inversión bursátil,
tráfico de ultramar con Fuerza de Trabajo…, y por supuesto financiación a lo
grande del propio Estado liberal en construcción. No cabe duda de que todos
los Güell “patrios” hicieron carnaza recaudatoria con los asedios urbanos, las
disputas por los polvorines, el cobre para los cañones y las campañas de las
Partidas de Don Carlos María Isidro.
       Más importante aún: todas esas características determinadas por la
dependencia capitalista (parasitismo, absentismo de generación de Valor,
desentendimiento de edificar un aparato político estatal insubordinado a las
clases dominantes exteriores, entreguismo), fueron al unísono determinantes
de la propia dependencia financiera; pues se acometía la acumulación
contemporánea de Capital a través de la captación de Valor y de su
transferencia, mucho más que a partir de su (re)producción ampliada.
3. EL ABRAZO DE LAS CLASES

       El abrazo de Vergara entre los Generales Espartero y Maroto (aunque


puso fin nada más que a la primera guerra carlista) inmortalizará en lo
simbólico la conclusión de “la contienda de los cien años” española. Y es
entonces, al cerrarse el tercer y último episodio carlista, cuando las clases
sociales dominantes en liza se sintetizan en una resultante: lejos de
desmantelar el caciquismo agropecuario y la pequeña aristocracia rural, la
burguesía traficante e inversionista liberal “actualizará” todo aquel mundo
extemporáneo, lo desvestirá de Título y de pompa, para integrarlo bajo su
propia Racionalidad acumulativa. Así, por comunión de contrarios, fue como el
Capital español al fin se “fisiocratizó”, transformando, a la tierra, de viejo factor
de renta, en factor de producción, de transacción y de ganancia (con tantas
limitaciones como discontinuidades).
Dialécticamente, los amos agropecuarios se ponen a participar de las
nuevas relaciones de producción, bien como nuevos capitalistas directos, bien
como arrendadores (propietarios jurídicos) de terrenos puestos a cultivar por
los burgueses (propietarios reales) en pro de la lógica mercantil interna urbana
o exportadora intercontinental. Esta simbiosis de tierra capitalizada puesta en
empleo (y en venta) por una burguesía especuladora a cuyos caudales
acrecentados acude cualquier iniciativa, consigue dar a luz a la nueva clase
dominante española (la oligarquía financiera), que perdura hasta la fecha.

       Se comprenderá el Pecado Original en el núcleo de la acumulación


primitiva capitalista en España: se trató de una acumulación subsidiaria de
transferencias de Valor tanto como concentrada en negocios (mercantiles,
bursátiles…) sacados a flote a través de la entrega, al extranjero, de recursos y
materialidad. Materialidad de otro modo susceptible de haber sido reconducida
como masa de capitales inéditos sirviendo a engranajes productores de Valor.
Es tal relación de dominio inter-nacional y el consecuente vaciamiento nacional
de las fuentes directas e indirectas de Valor, aquello que determina la cuestión
del endeudamiento y parece “esencializar” a éste en tanto que rasgo casi
idiosincrásico.
       Por eso la deuda llamada “legítima” o “legal”, no existe. Porque la genética
de la deuda, o su simiente histórica, es nada menos que una relación de
avasallamiento externo conducida en el interior a través de los vende-patrias.
¿Qué deuda tiene una nación con ese pasado alienante ni con su
determinación que, como una bola de nieve, enrola en su descenso a este
presente nuestro de sub-fuerzas productivas soberanas? No poseemos
ninguna deuda en absoluto, ni con respecto al endeudamiento-matriz (o
desencadenante), que nosotros jamás decidimos, ni, por ende, con respecto a
la espiral contemporánea de endeudamientos sucesivos (determinados, en
última instancia, por el Pecado Original). Al revés: se nos sustrajo, antes de su
mismo inicio, una línea histórica de desarrollo independiente. Y nada más nos
habíamos lanzado a retomar las riendas (Gobierno Azaña, II República
Española, 1931), el imperialismo nos lanzó una insurrección militar y sus
rebeldes cínicamente llamados “nacionales”.
      

4. ¿IDIOSINCRASIA NUESTRA?

       Los estudios comparativos demuestran cómo los niños de barrios distintos
crecen en desproporción física, constitucional, de defensas fisiológicas y hasta
de disposición cerebral a la atención, porque mientras unos comen demasiados
carbohidratos otros comen las proteínas adecuadas y hasta las arrojan
diariamente a la basura. Haríamos mal en asignar a tal fenómeno la etiqueta
economicista de “desarrollo desigual”. Pues el fenómeno no obedece a una
especie de competición donde los niños discurran por carriles paralelos. Por el
contrario, los carriles interseccionan: la malnutrición de unos y la consecuente
desigualdad forman parte de una estructura de clases, permaneciendo ligados,
los aparentes “fenómenos”, tal y como lo están las caras de una moneda.
       Sucede lo mismo entre las naciones bajo el sistema imperialista, cuyo
“desarrollo desigual” no es más que mistificación: la expresión superficial y a-
politizada de un estado de dominio político entre las clases que las atraviesa a
éstas y determina su ordenación en una Cadena mundial. Como en una
cámara de imagen invertida, quienes nos hubieron sustraído toda reserva no
sólo presupuestaria con que arrancar procesos de desarrollo, sino también toda
propiedad nacional sobre la materialidad y así cualquier potestad de decidir en
el desarrollo de esa materialidad, son quienes a través de todas sus leyendas
negras vienen acusándonos de vivir a costa de sus grados de desarrollo,
subvenciones, fondos y transferencias técnicas (instrumentales, cognitivas…).
“Qué buenos son los ladrones con la gente despojada”.
       No es que los españoles seamos “vagos”, “bohemios”, “desentendidos de
la economía”, “ascetas”, “festivos” o “nacidos en el Mediterráneo”, como reza la
canción. El desarrollo imperialista nos amordazó, en pro de la consecución de
su monopolio sobre la valorización, a un desarrollo eminentemente deudor. Si
partimos de la premisa de que nuestro país fue vaciado de riqueza -y siendo, la
producción, el sostén de la vida social-, entonces la erección y mantenimiento
de una estructura social-reproductiva estatal sólo puede descansar sobre la
toxicidad del endeudamiento. La dependencia nacional se fundó con un acto de
enajenación que es per se injusticia; no importa qué usos ulteriores “legítimos”
o “ilegítimos” pueda dársele a la financiación exterior. Somos nosotros los
agraviados. La deuda (tanto histórica como ganancial) es, nadie se
equivoque, con nosotros.

Tamer Sarkis Fernández


En Barcelona, 24 de agosto de 2015

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