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1. EL NEGOCIO DE LA GUERRA
2. LA “VÍA ESPAÑOLA”
La propia clase dominante española, cuanto más dependiente era de las
finanzas europeas, más parasitaria se volvía respecto de las inversiones y
colocaciones continentales de capitales físicos, y así, menos inclinada a
desarrollar tecnología propia con vistas a la creación de Valor. Acordando esta
división del trabajo en el seno del capitalismo internacional, la clase dominante
se auto-cosificaba en el absentismo de operaciones con factores de producción
potenciales (en principio propios), y ese absentismo la abocaba sin remisión al
entreguismo para nutrir de caudales a su particular vía de acumulación
capitalista: comercio, monocultivo colonial, renta de suelos, tratamiento de
materia prima lanera para textiles, venta mueble e inmueble, inversión bursátil,
tráfico de ultramar con Fuerza de Trabajo…, y por supuesto financiación a lo
grande del propio Estado liberal en construcción. No cabe duda de que todos
los Güell “patrios” hicieron carnaza recaudatoria con los asedios urbanos, las
disputas por los polvorines, el cobre para los cañones y las campañas de las
Partidas de Don Carlos María Isidro.
Más importante aún: todas esas características determinadas por la
dependencia capitalista (parasitismo, absentismo de generación de Valor,
desentendimiento de edificar un aparato político estatal insubordinado a las
clases dominantes exteriores, entreguismo), fueron al unísono determinantes
de la propia dependencia financiera; pues se acometía la acumulación
contemporánea de Capital a través de la captación de Valor y de su
transferencia, mucho más que a partir de su (re)producción ampliada.
3. EL ABRAZO DE LAS CLASES
4. ¿IDIOSINCRASIA NUESTRA?
Los estudios comparativos demuestran cómo los niños de barrios distintos
crecen en desproporción física, constitucional, de defensas fisiológicas y hasta
de disposición cerebral a la atención, porque mientras unos comen demasiados
carbohidratos otros comen las proteínas adecuadas y hasta las arrojan
diariamente a la basura. Haríamos mal en asignar a tal fenómeno la etiqueta
economicista de “desarrollo desigual”. Pues el fenómeno no obedece a una
especie de competición donde los niños discurran por carriles paralelos. Por el
contrario, los carriles interseccionan: la malnutrición de unos y la consecuente
desigualdad forman parte de una estructura de clases, permaneciendo ligados,
los aparentes “fenómenos”, tal y como lo están las caras de una moneda.
Sucede lo mismo entre las naciones bajo el sistema imperialista, cuyo
“desarrollo desigual” no es más que mistificación: la expresión superficial y a-
politizada de un estado de dominio político entre las clases que las atraviesa a
éstas y determina su ordenación en una Cadena mundial. Como en una
cámara de imagen invertida, quienes nos hubieron sustraído toda reserva no
sólo presupuestaria con que arrancar procesos de desarrollo, sino también toda
propiedad nacional sobre la materialidad y así cualquier potestad de decidir en
el desarrollo de esa materialidad, son quienes a través de todas sus leyendas
negras vienen acusándonos de vivir a costa de sus grados de desarrollo,
subvenciones, fondos y transferencias técnicas (instrumentales, cognitivas…).
“Qué buenos son los ladrones con la gente despojada”.
No es que los españoles seamos “vagos”, “bohemios”, “desentendidos de
la economía”, “ascetas”, “festivos” o “nacidos en el Mediterráneo”, como reza la
canción. El desarrollo imperialista nos amordazó, en pro de la consecución de
su monopolio sobre la valorización, a un desarrollo eminentemente deudor. Si
partimos de la premisa de que nuestro país fue vaciado de riqueza -y siendo, la
producción, el sostén de la vida social-, entonces la erección y mantenimiento
de una estructura social-reproductiva estatal sólo puede descansar sobre la
toxicidad del endeudamiento. La dependencia nacional se fundó con un acto de
enajenación que es per se injusticia; no importa qué usos ulteriores “legítimos”
o “ilegítimos” pueda dársele a la financiación exterior. Somos nosotros los
agraviados. La deuda (tanto histórica como ganancial) es, nadie se
equivoque, con nosotros.