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TEMA PARA LA PASTORAL PERSONAL OCTUBRE DE 2020

RECONCILIÁNDONOS CON NOSOTROS MISMOS

Tenga en su mano una lámina de cobre o aluminio, donde su discípulo se pueda mirar (o algún
material en el cual al observarnos se distorsione la imagen). Pregúntele cómo se ve. Normalmente
la imagen se ve distorsionada, poco nítida. Pregúntele ahora ¿Cree que algunas veces podemos
estarnos viendo así delante de Dios?

El mes anterior decíamos que el hijo de Dios que sabe que es un nuevo hombre, entiende que el
verdadero sentido de la vida está en recibir y manifestar la perfecta vida de Cristo y que la victoria
para disfrutar de esa nueva identidad por siempre es rendir toda su vida a Él y estar dispuesto a
pagar el precio de hacer su voluntad en todo. Pero tenemos que reconocer que a veces hemos
dejado que nuestra vida se aparte de Él, y hemos perdido nuestra identidad y necesitamos
reencontrarnos con nosotros mismos.

Cuando nos hemos reconciliado con Papá Dios y vivimos como reconciliados, aprendemos a
vernos como Dios nos ve: amados, perdonados, con naturaleza divina, con unción y con autoridad
para extender su reino. La persona que se ha reconciliado consigo misma, vive sin mirar atrás; no
permite que nadie la juzgue, ni siquiera su propia conciencia (Romanos 8: 14-17). Para entender
esto, veamos por contraste, lo que es y lo que no es vivir “reconciliados con nosotros mismos”.

1. Lo que no es reconciliarnos con nosotros mismos (Romanos 7:7-25)

¿Qué cristiano no ha vivido este conflicto que el apóstol Pablo plantea en este pasaje?
Seguramente todos. Es como si, a pesar de existir un sincero deseo de obedecer a Dios y vivir
como hijos del Altísimo, casi instintivamente estamos inclinados a desarrollar pensamientos,
sentimientos y actitudes que en nada son compatibles con la nueva vida victoriosa y libre que
hemos recibido del Señor.

1.1 Seguir esclavizados a las culpas reales y ficticias, los complejos, la inadecuación, los temores y
una baja autoestima que se refleja en la pobre imagen que proyectamos de nosotros mismos,
es decir seguimos siendo esclavos de los pensamientos y costumbres adquiridas en el “Egipto”
en que estuvimos, antes de conocer al Señor. Ello significa que necesitamos todo un proceso
de “desprogramación” del pasado y una “reprogramación”, según nuestra nueva posición en
Cristo.
1.2 Reaparecen el miedo, la queja, el pesimismo, la incredulidad, la escasez, etc., Retomando las
palabras de Pablo, podríamos decir que “huele a muerto”, pues no nos estamos viendo como
Dios nos ve a través de Jesucristo, sino según nuestra propia condición.

2. Lo que sí es reconciliarnos con nosotros mismos (Romanos 8:1-39)

Afortunadamente, y para nuestro bien, después del Romanos 7, de derrota y conflicto, Pablo
escribió un Romanos 8, que muestra la victoria de aquél que se ha identificado totalmente en
Jesucristo y vive como resucitado; un hombre espiritual que se ve en la posición en la que ya Cristo
le colocó. Vivir reconciliados con nosotros mismos es:

2.1 Renunciar a esas actitudes miserables, egocéntricas, y de menosprecio hacia nosotros. Esto se
refiere a tener una conciencia limpia respecto de nosotros mismos, para luego practicarla con
los demás, porque si tenemos un sano concepto de nosotros, también lo tendremos en relación
con los demás.
2.2 Renunciar a las palabras necias acerca de nuestras capacidades; es dejar de depender de
nuestras habilidades o experiencias, para vivir cada día ejercitando la unción fresca del Espíritu
Santo.

2.3 Vivir una vida centrada en principios. Vivir por principios, más que por emociones. Nos
comprometemos en acciones que llevan respuesta a las necesidades de quienes nos rodean. No
esperamos una orden para poner en acción los talentos y habilidades. Nos consideramos
capaces, por el Espíritu Santo, de hacerle frente a las situaciones que Dios nos permite vivir.
Comprendemos que las adversidades no son situaciones que sólo nos suceden a nosotros, sino
que son la estrategia de Dios para formar un carácter especial: el carácter del Señor Jesucristo.

2.4 Llevamos la marca del liderazgo, el liderazgo puesto al servicio de los demás; pero
naturalmente, fundamentado en la experiencia de la plenitud del amor de Dios (Efesios 3:14-
19).

2.5 Doblamos nuestras rodillas, como Pablo, para que quienes nos sigan conozcan las excelencias
del amor de Cristo. Quien ha experimentado este reencontrarse con el verdadero amor, puede
distinguir perfectamente la excelencia de lo que vive y tiene en sus manos.

2.6 Nos perdonamos y aceptarnos con nuestros errores, aceptando nuestros fracasos, sin que ello
afecte la imagen que debemos tener de nosotros. De esta forma, ninguna situación logrará
afectarnos más allá de lo debido.

APLICACIÓN TEOTERÁPICA

En numerosas oportunidades podemos ver a cristianos bien desarrollados y maduros en la vida


espiritual, que no han tenido ese encuentro con la imagen que Dios tiene de ellos, por lo cual se
ven disminuidos ante otras personas y ante las circunstancias mismas.

Algunas veces tratamos nuestro cuerpo como si no recordáramos que somos templo del Espíritu
Santo. Entonces, cometemos ciertos abusos con nuestra salud y lo hacemos “por la obra de Dios,
por amor a la Gran Comisión”. Se nos olvida que Cristo murió para darnos vida, y vida en
abundancia; que somos fruto del derroche de amor de Papá Dios. Entonces damos una
desagradable imagen de Dios, se nos olvida que somos embajadores de Él en la tierra y lo damos a
conocer a todos los que nos rodean, presentando una pésima o una excelente imagen de Él.

El hijo de Dios que sabe que es un nuevo hombre, entiende que el verdadero sentido de la vida
está en recibir y manifestar la perfecta vida de Cristo y que la victoria para disfrutar de esa nueva
identidad por siempre es rendir toda su vida a Él y estar dispuesto a pagar el precio de hacer su
voluntad en todo.

Mirando los seis puntos de lo que sí es reconciliarnos con nosotros mismos, haga un
análisis de su estado, preséntelo delante de Dios y tome determinaciones que le lleven al
cambio.
Llevar en oración al discípulo(a), reconociendo en qué estado esta y apropiándose de las
características de aquel que se ha reconciliado consigo mismo, pidiéndole a Dios su
fortaleza para avanzar y no volver atrás.

Comparta este tema con sus discípulos.

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