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Alfonsina Storni (1892-1938)

La loba

Yo soy como la loba.


Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano.

Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,


Que no pude ser como las otras, casta de buey
Con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza!
Yo quiero con mis manos apartar la maleza.

Mirad cómo se ríen y cómo me señalan


Porque lo digo así: (Las ovejitas balan
Porque ven que una loba ha entrado en el corral
Y saben que las lobas vienen del matorral).

¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño!


No temáis a la loba, ella no os hará daño.
Pero tampoco riáis, que sus dientes son finos
¡Y en el bosque aprendieron sus manejos felinos!

No os robará la loba al pastor, no os inquietéis;


Yo sé que alguien lo dijo y vosotras lo creéis
Pero sin fundamento, que no sabe robar
Esa loba; ¡sus dientes son armas de matar!

Ha entrado en el corral porque sí, porque gusta


De ver cómo al llegar el rebaño se asusta,
Y cómo disimula con risas su temor
Bosquejando en el gesto un extraño escozor...

Id si acaso podéis frente a frente a la loba


Y robadle el cachorro; no vayáis en la boba
Conjunción de un rebaño ni llevéis un pastor...
¡Id solas! ¡Fuerza a fuerza oponed el valor!

Ovejitas, mostradme los dientes. ¡Qué pequeños!


No podréis, pobrecitas, caminar sin los dueños
Por la montaña abrupta, que si el tigre os acecha
No sabréis defenderos, moriréis en la brecha.

Yo soy como la loba. Ando sola y me río


Del rebaño. El sustento me lo gano y es mío
Donde quiera que sea, que yo tengo una mano
Que sabe trabajar y un cerebro que es sano.
La que pueda seguirme que se venga conmigo.
Pero yo estoy de pie, de frente al enemigo,
La vida, y no temo su arrebato fatal
Porque tengo en la mano siempre pronto un puñal.

El hijo y después yo y después... ¡lo que sea!


Aquello que me llame más pronto a la pelea.
A veces la ilusión de un capullo de amor
Que yo sé malograr antes que se haga flor.

Yo soy como la loba,


Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano.

(De La inquietud del rosal, 1916)

Tú me quieres blanca

Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.

Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas


Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone)
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone)
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques;


Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.

(De El dulce daño, 1918)

Cuadrados y ángulos

Casas enfiladas, casas enfiladas,


Casas enfiladas.
Cuadrados, cuadrados, cuadrados.
Casas enfiladas.
Las gentes ya tienen el alma cuadrada,
Ideas en fila
Y ángulo en la espalda.
Yo misma he vertido ayer una lágrima,
Dios mío, cuadrada.

(De El dulce daño, 1918)


Hombre pequeñito

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,


Suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame saltar.

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,


Hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás.

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto


Ábreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito, te amé media hora,
No me pidas más.

(De Irremediablemente…, 1919)

Bien pudiera ser

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido


No fuera más que aquello que nunca pudo ser,
No fuera más que algo vedado y reprimido
De familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente, medido


Estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
De mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...

A veces a mi madre apuntaron antojos


De liberarse, pero se le subió a los ojos
Una honda amargura, y en la sombra lloró.

Y todo eso mordiente, vencido, mutilado


Todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
Pienso que sin quererlo lo he libertado yo.

(De Irremediablemente…, 1919)

La armadura

Mujer: tú la virtuosa, y tú la cínica,


Y tú la indiferente o la perversa;
Mirémonos sin miedo y a los ojos:
Nos conocemos bien. Vamos a cuentas.
Bajo armadura andamos: si nos sobra
El alma, la cortamos; si no llena,
Por mengua, la armadura, pues, la henchimos:
Con la armadura andamos siempre a cuestas.

¡Armadura feroz! Mas conservadla.


Si algún día destruirla pretendierais,
Del solo esfuerzo de arrojarla lejos
Os quedaríais como yo, bien muertas.

(De Languidez, 1920)

Buenos Aires

Buenos Aires es un hombre


Que tiene grandes las piernas,
Grandes los pies y las manos
Y pequeña la cabeza.

(Gigante que está sentado


Con un río a su derecha,
Los pies monstruosos movibles
Y la mirada en pereza.)

En sus dos ojos, mosaicos


De colores, se reflejan
Las cúpulas y las luces
De ciudades europeas.

Bajo sus pies, todavía


Están calientes las huellas
De los viejos querandíes
De boleadoras y flechas.

Por eso cuando los nervios


Se le ponen en tormenta
Siente que los muertos indios
Se le suben por las piernas.

Choca este soplo que sube


Por sus pies, desde la tierra,
Con el mosaico europeo
Que en los grandes ojos lleva.

Entonces sus duras manos


Se crispan, vacilan, tiemblan,
¡A igual distancia tendidas
De los pies y la cabeza!
Sorda esta lucha por dentro
Le está restando sus fuerzas,
Por eso sus ojos miran
Todavía con pereza.

Pero tras ellos, velados,


Rasguña la inteligencia
Y ya se le agranda el cráneo
Pujando de adentro afuera.

Como de mujer encinta


No fíes en la indolencia
De este hombre que está sentado
Con el Plata a su derecha.

Mira que tiene en la boca


Una sonrisa traviesa,
Y abarca en dos golpes de ojo
Toda la costa de América.

Ponle muy cerca el oído:


Golpeando están sus arterias:
¡Ay, si algún día le crece
Como los pies, la cabeza!

(De Languidez, 1920)

A Eros

He aquí que te cacé por el pescuezo


a la orilla del mar, mientras movías
las flechas de tu aljaba para herirme
y vi en el suelo tu floreal corona.

Como a un muñeco destripé tu vientre


y examiné sus ruedas engañosas
y muy envuelta en sus poleas de oro
hallé una trampa que decía: sexo.

Sobre la playa, ya un guiñapo triste,


te mostré al sol, buscón de tus hazañas,
ante un corro asustado de sirenas.

Iba subiendo por la cuesta albina


tu madrina de engaños, doña Luna,
y te arrojé a la boca de las olas.

(De Mascarilla y trébol, 1934)


La complejidad femenina

Sus principios morales [de la mujer], sus principios religiosos, su armadura social,
pesan continuamente sobre su verdad íntima, y en cuanto ésta quiere salir a flote, ya
se ve ahogada por las trabas de la civilización. […] Este mundo moral en que la mujer
se escuda para salvaguardia de la moral colectiva, de la estabilidad de la familia, y,
por consecuencia, del Estado, es una de las causas más visibles de su complejidad.
Así podemos observar en la vida diaria que cuando una mujer desea realizar algo que
su mundo moral, falso o verdadero, le prohíbe, se vale hábilmente de recursos y
ardides que dejan a salvo ese mundo moral. […] en la mujer sin más dotes que ella
misma, su condición de ser sometido, económicamente, también aumentará su
complejidad. Porque todo sometido es más complejo que el sometedor. Los
servidores, pertenezcan a cualquier sexo, suelen tener idiosincrasia femenina. El
sometido, claro está, aguza su imaginación, llega a crear una enorme imaginación:
necesita de esta imaginación para estar en equilibrio con la fuerza del sometedor. A
la autoridad de éste se opone el ardid de aquel. […] Una mujer sencilla, es decir,
absolutamente ingenua, altamente pura en su verdad, sería hoy, más que nunca, una
mujer fracasada. […] Esto no quiere decir que no haya mujeres a quienes esta
complejidad parezca de calidad inferior y luchen por destruirla en sí mismas, por
limpiarse de ella, por no especular, en una palabra, con las ventajas de su sexo.

(Publicado en por primera vez en: La Nación, 14 de noviembre de 1920. Fuente:


Alfonsina Storni. Obras. Prosa: Narraciones, periodismo, ensayo, teatro. Tomo II
(Ed. Delfina Muschietti). Buenos Aires: Losada, 2002, pp. 966-968.

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