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La loba
Tú me quieres blanca
Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.
Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.
Cuadrados y ángulos
La armadura
Buenos Aires
A Eros
Sus principios morales [de la mujer], sus principios religiosos, su armadura social,
pesan continuamente sobre su verdad íntima, y en cuanto ésta quiere salir a flote, ya
se ve ahogada por las trabas de la civilización. […] Este mundo moral en que la mujer
se escuda para salvaguardia de la moral colectiva, de la estabilidad de la familia, y,
por consecuencia, del Estado, es una de las causas más visibles de su complejidad.
Así podemos observar en la vida diaria que cuando una mujer desea realizar algo que
su mundo moral, falso o verdadero, le prohíbe, se vale hábilmente de recursos y
ardides que dejan a salvo ese mundo moral. […] en la mujer sin más dotes que ella
misma, su condición de ser sometido, económicamente, también aumentará su
complejidad. Porque todo sometido es más complejo que el sometedor. Los
servidores, pertenezcan a cualquier sexo, suelen tener idiosincrasia femenina. El
sometido, claro está, aguza su imaginación, llega a crear una enorme imaginación:
necesita de esta imaginación para estar en equilibrio con la fuerza del sometedor. A
la autoridad de éste se opone el ardid de aquel. […] Una mujer sencilla, es decir,
absolutamente ingenua, altamente pura en su verdad, sería hoy, más que nunca, una
mujer fracasada. […] Esto no quiere decir que no haya mujeres a quienes esta
complejidad parezca de calidad inferior y luchen por destruirla en sí mismas, por
limpiarse de ella, por no especular, en una palabra, con las ventajas de su sexo.