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8.

4 la vida como tarea


El proyecto vital se perfila cuando se encuentra la verdad que va a
inspirar los propios ideales (5.7). Corresponde más propiamente a la
juventud el diseño de ese proyecto. Por eso es el tiempo de la esperanza y las
expectativas. La madurez consiste en conocer, asumir y recorrer la distancia
que separa el ideal de su realización. En la madurez cabe: renunciar al ideal,
porque está demasiado lejos de la realidad asequible, o seguir realizándolo,
sin que la distancia que siempre hay de cualquier idea a su puesta en práctica
nos haga renunciar. Según se haga una cosa u otra se adoptará una postura
pesimista y pasiva, u otra optimista y constructiva.
Un buen proyecto vital y una vida planteada son aquellos que se articulan
desde convicciones que articulan la conducta a largo plazo, con vistas al fin
que se pretende, y que orientan la dirección de la vida, dándole sentido. Las
convicciones (5.9) crecer en el humus de la propia experiencia de trato con
las cosas, el mundo y las personas. Son como el depósito de esa experiencia,
una coherencia y constancia de propósitos en el modo de encarar la realidad y
decidir la conducta. Las convicciones contienen las verdades inspiradoras de
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mi proyecto vital . Con ellas se perfecciona el arte de vivir, que tiene
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carácter moral (3.6.4).
La realización de las pretensiones y de los proyectos vitales que nos harán
felices asume la forma de una tarea o trabajo que hay que realizar (5.7). La
propia vida humana puede concebirse como la tarea de alcanzar la felicidad.
Tiene la estructura de la esperanza, pues ésta se funda en la expectativa de
alcanzar en el futuro el bien amado arduo (2.4.2). El sentido de la vida
aparece entonces como la tarea que hay que realizar para alcanzar ese bien.
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En esa tarea se distinguen varios elementos fundamentales :
1) El primer elemento es la ilusión, que podemos definir como la
realización anticipada de nuestros deseos y proyectos. La ilusión
proporciona optimismo, y nos impulsa hacia delante. Su ausencia provoca
pesimismo y parálisis en la actuación, pues suprime la esperanza de alcanzar
lo que se busca al declarar que no es posible, que no hay nada que hacer. Por
el contrario, la ilusión produce alegría: nos induce a querer ser más de lo que
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somos, es el requisito para el verdadero crecimiento humano . La
ilusión se nutre de esperanza y gozo, de vitalidad, energía o «ganas» para
emprender la acción. Es una motivación para actuar. La motivación se nutre de
la ilusión, y nos da una percepción positiva, activa y gustosa del futuro
inmediato que nos espera.
2) Toda tarea necesita un encargo inicial, una petición de que la llevamos a
cabo, una orden que nos ponga en marcha, un misión que nos sea
encomendada. En realidad quien encarga es la verdad encontrada, puesta en
boca de aquel que la tiene. Cuando nadie encarga, no hay ninguna tarea ni
misión que llevar a cabo: faltan los objetivos y viene la desorientación (5.1).
Pocas veces sucede que el hombre se autoencarga la tarea y la misión que le
corresponde en la vida: otras muchas aparece como oportunidad ofrecida
(6.5). Los proyectos vitales son muchas veces fruto de una llamada que
alguien nos hace para que los asumamos, puesto que la vida humana no se
construye en solitario. En el inicio de toda tarea se da una ayuda originaria,
que es el acto de asignarnos esa tarea, algo propio de la autoridad política
(6.9). De ella depende la organización del trabajo y la puesta en marcha hacia
los fines del grupo o de la persona que recibe esa asignación. La ayuda
originaria o misión responde a la pregunta: ¿qué tenemos que hacer?
3) La ayuda originaria suele ir acompañada de la entrega de recursos, casi
siempre insuficientes (13.3), para llevar a cabo lo encargado. La realización
de los ideales es trabajosa y esforzada. Exige una creatividad, una inventiva
para encontrar el camino. Partimos de los recursos iniciales, pero necesitamos
más. Los recursos siempre resultan escasos para la tarea que queremos
llevar a cabo. Esto es una constante en el a vida humana: hay que
administrarlos bien, y atender con buena economía a su conservación e
incremento.
Surge así la necesidad de una ayuda acompañante que proporcione nuevos
recursos para atender a las necesidades que van surgiendo al llevar adelante la
tarea. Se trata de evitar que se paralice. La ayuda acompañante adviene en
forma de amistad y compañía en el camino, de enseñanza y orientación acerca
de cómo superar determinados obstáculos y así ganar tiempo, de diálogo que
nos sostiene en los momentos duros, de préstamos de instrumentos necesarios,
de subvenciones y dotaciones económicas, etc.
4) Toda tarea humana encuentra dificultades y conlleva riesgos. La
libertad misma es arriesgada. Lo más normal es que se encuentre adversarios,
es decir, personas que se oponen a ella, o que de hecho la paralizan o
dificultan, aún sin proponérselo. Las dificultades de la tarea son
connaturales a ella (16.2): hay que contar con eso, porque casi todas
provienen de la escasez de los recursos y de las propias limitaciones. Toda
tarea humana concita amores y odios. Cuanto más alta es la empresa que
estamos llevando a cabo, mayores son esas relaciones. Sabemos (5.9) que hay
muchas formas de rechazar la verdad y aquí se experimentan.
5) Arrostrar todas las dificultades, eludir a los adversarios y perseverar en
el esfuerzo se justifica porque el bien futuro que pretendo no es para mí sólo.
El fin de la tarea es llegar adonde queríamos, conseguir el fruto, el resultado.
Pero la esperanza es incompatible con la soledad: en toda tarea hay un
beneficiario, una persona, distinta al sujeto que la realiza, que recibe los
beneficios que produce. A él se le otorga el fruto de nuestros esfuerzos.
Alguien sale ganando. Si no hay un beneficiario, alguien a quien dar, la tarea
se vuelve insolidaria y, a la postre, aburrida y sin sentido. La plenitud de la
tarea es que su fruto repercuta en otros, que mi esfuerzo se perpetúen en
forma de don y beneficio para los demás, para las instituciones y la sociedad
(9.6).
La vida humana tiene de ordinario los elementos que se acaban de describir:
es, básicamente, el trabajo de realizar una tarea. Cuando falta alguno de esos
ingredientes, se vuelve incompleta; entonces el sentido de la vida disminuye, e
incluso se pierde, y con él la felicidad. Si no hay un encargo inicial, no
sabemos qué hacer, y la determinación de «por donde tirar» nos lleva un
tiempo grande, hay vacilaciones, cambios de dirección, actitudes de
perplejidad, etc. en especial cuando falta ilusión. Sin encargo inicial el
proyecto y la ilusión por él no se consolidan. Si no hay ayuda, la tarea
naufraga por falta de recursos, por dificultades y por ataques de los
adversarios. Si no hay beneficiarios, ni siquiera tiene sentido empezar y
arrostrar el esfuerzo de llevarla a cabo: es mejor quedarse en casa
cómodamente y ser uno mismo el único beneficiario (17.1). Es lo que tiene
menos riesgo, pero es lo menos multiplica la riqueza (13.4).
La estructura que se acaba de explicar puede reconocerse en tareas grandes,
como la conquista de México por Hernán Cortés o el primer viaje de Colón, o
en tareas normales, como entrar a trabajar como enfermera en un hospital,
ingresar en una orquesta o hacer una tesis doctoral. Los ejemplos pueden
multiplicarse cuanto se quiera. La vida es una tarea, un conjunto de tareas con
estos ingredientes. Importa mucho captarlo. La felicidad aparece ya al inicio,
cuando hay ilusión y una labor por delante que da sentido al futuro: hay que
construirlo. Pero también aparece después, a lo largo de ella, y en especial
cuando la hemos concluido. Nada más feliz ¡por fin! Haber terminado, llegar
a casa, poder descansar después del esfuerzo. Entonces surge una nueva forma
de felicidad (8.6).
8.5 el sentido de la vida
Apenas hemos dicho nada hasta ahora del sentido de la vida. Podemos
describirlo como la percepción de la trayectoria satisfactoria o
insatisfactoria de nuestra vida. Descubrir el sentido de la propia vida, es
pues, alcanzar a ver a dónde lleva, tener una percepción de su orientación
general y de su destino final. Si se ven las cosas a largo plazo, lo importante
es el final, el destino (17.1). Pero normalmente, como se ha dicho antes, la
vida tiene sentido cuando tenemos una tarea que cumplir con ella. Eso es lo
que, al despertarnos, introduce un elemento de estabilidad, de ilusión, de
expectativa concreta, y por tanto de una cierta felicidad para el día que
comienza.
«Cuando hay felicidad se despierta al día, que puede no ser muy grato, con
un previo sí. Si uno se despierta con un sí a la vida. Con el deseo de que siga,
de que pueda continuar indefinidamente, eso es la felicidad. En cambio, si esa
cotidianidad se ha roto o se ha perdido, si uno despierta a la infelicidad que
está esperando al pie de la cama, no hay más remedio que intentar
recomponerla, buscarle un sentido a ese día que va a empezar, ver si puede
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esperar de él algo que valga la pena, justifique seguir viviendo» . Esto
quiere decir que el sentido a la vida «no se identifica con la felicidad, pero
es condición de ella», pues cuando falta, cuando los proyectos se han roto, o
han llegado a existir nunca, comienza la persona tarea de encontrar un motivo
para afrontar la dura tarea de vivir.
Por tanto, la pregunta por el sentido de la vida y del mundo surge cuando se
ha perdido el sentido de orientación y de uso de la propia libertad, cuando no
se tiene una idea clara de adonde conducen las tareas que la vida a todos nos
impone, y sobre todo cuando disminuye el nivel medio de la felicidad de una
sociedad.
Hoy ese sentido aparece muchas veces como algo problemático y de
ninguna manera evidente, pues hay una fuerte crisis de los proyectos
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vitales , de los ideales y valore: faltan convicciones, no hay verdades
grandes ni valores fuertes en los que inspirarse de manera natural, sobreviene
la falta de motivación y la desgana, no se percibe ninguna orientación definida,
decae la magnanimidad (6.5) en los fines, el proyecto vital está constantemente
en revisión, los ideales no son suficientemente valiosos para justificar el
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aguantar las dificultades que conlleva ponerlos en práctica, etc. . La
ausencia de motivación y de ilusión es el comienzo de la pérdida del sentido
de la vida. Puede llegar a constituir una patología psíquica y ocasionar
sentimientos de inutilidad, de vacío, de frustraciones e incluso depresiones
(16.5)
Cuando no se encuantra el sentido del propio vivir, sólo hay dos soluciones:
«una posibilidad es la atomización de la vida, la equivalencia, siempre
fraudulenta, de los placeres o los éxitos con la felicidad; y esto conduce a la
inauntenticidad, a la vida en hueco; las personas que no encuentran sentido a
sus vidas y llenan de placeres o de éxitos como equivalentes, hacen trampa y
dejan introducirse la falsedad en su vida». Es lo que veremos enseguida
(8.8.2). La otra posibilidad es reconocer con sinceridad la pérdida de sentido:
esto es el nihilismo (8.8.1).
Responder de una manera convincente a la pregunta por medio del sentido
de la vida exige dos cosas: tener una tarea que nos ilusione y enfrentarse
con las verdades grandes (5.7, 15.3), con los grandes interrogantes de nuestra
existencia. Quien sabe responderlos, encuentra una dirección satisfactoria para
su vivir e incrementa tremendamente su expectativa de felicidad en la
realización de sus tareas ordinarias, pues sabe lo que verdaderamente le
importa, lo que se tomo en serio: «¿qué me importa de verdad? Es el camino
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para la pregunta por el sentido de la vida» . Dicho de otro modo: saber
cuáles son los valores verdaderamente importantes para mí es lo que hace
posible emprender la tarea de realizarlos. Dicho crudamente: se es hombre
cuando se tiene saber teórico y capacidad práctica para responder a estas
tres preguntas: ¿Porqué estoy aquí? ¿Por qué existo? ¿Qué debo hacer?
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. Encontrar la respuesta es uno de los empeños del libro.

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