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ÉTICA

UNIDAD Nº 2
Principios, valores y virtudes

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SEMANA 4

Introducción
Pese al trascendente hito que significó la proclamación universal de los
Derechos Humanos, llevada a cabo por las Naciones Unidas en 1948, y sus posteriores
convenios y pactos celebrados, en la actualidad somos testigos de constantes y graves
trasgresiones de los postulados una vez declarados. Los múltiples conflictos a lo largo
del orbe y la amenaza sistemática en la que viven millones de seres humanos nos
hacen cuestionar el real alcance que estos fundamentos poseen hoy. Otros derechos
relevantes como el derecho al trabajo, la seguridad social o a las condiciones justas en
el plano laboral siguen igual suerte y ponen en jaque a los trabajadores, atropellando
gravemente la dignidad de las personas.

Desde un punto de vista moral, este fenómeno debe preocuparnos. Hoy más
que nunca se hace necesario manifestar empatía y consideración por la realidad que
atraviesan distintas sociedades pues, pese al pesimismo que nos generan estos actos
de la cotidianidad y el abismo que separa lo enunciado teóricamente con la práctica de
estos derechos, siguen siendo estas proclamaciones un vestigio de aquella visión
moderna de compromiso con el deseo de un mundo mejor y una convivencia de todos,
sobre el fundamento de un mutuo reconocimiento.

El material de esta semana se aboca a la revisión de dos dimensiones


relacionadas directamente con la ética, especialmente en su aplicación a la profesión.
La primera de esas dimensiones la constituyen los Derechos Humanos, referente no
solo jurídico-normativo, sino, cuanto más, una prescripción a nivel de la moralidad de
las sociedades. Dentro de esta dimensión, se pondrá especial atención al concepto de
empatía como núcleo central y, al tiempo, requisito esencial para la actuación bajo el
criterio de esos derechos fundamentales. Finalmente, un segundo ámbito a revisar dice
mención con las Relaciones entre Profesionales y los distintos fenómenos implicados
en esta clasificación, a saber, la delimitación, subordinación e interacción entre
profesionales en sus respectivas jurisdicciones laborales con las tensiones éticas que
emergen de tal interacción.

Estos contenidos,-Relaciones entre profesionales y Los Derechos humanos como


farol moral de la humanidad-, ambos relativos a la segunda unidad “Principios, Valores
y Virtudes”, nos permiten retomar dos de los objetivos generales estipulados en nuestro
programa:

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 Conocer y comprender los rasgos específicos de la moralidad humana en su
práctica individual y social, valorando el significado de la dignidad personal, de la
libertad y de la autonomía moral en todos los seres humanos.
 Analizar críticamente la evolución del concepto de trabajo a través del tiempo,
los procesos que le han entregado su actual fisonomía y las principales
problemáticas y tensiones desde un punto de vista moral.

Junto con ello, abordaremos el siguiente objetivo específico:

 Comprender la importancia del ámbito laboral como el espacio de generación de


virtudes por excelencia, y las vicisitudes existentes en materia éticas en la
relación entre profesionales

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Ideas Fuerza
En cuanto a las ideas principales por su parte, el siguiente documento abordará:

 Los Derechos Humanos (DDHH): Definición, características, implicancias y tipos


de derechos por generación
 Origen histórico de los Derechos Humanos: Hitos y su situación en la actualidad.
Relación con la Ética y el concepto de Responsabilidad Social Empresarial
(RSE)
 La Declaración Universal de los Derechos Humanos: Pactos, convenios y
gestación. Principales críticas al concepto de DDHH
 La empatía: Definición y el rol que cumple en la moralidad y en las relaciones
entre personas
 Relaciones entre profesionales: Delimitación, subordinación y monopolio
profesional, y sus implicancias en la ética profesional

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Desarrollo
LOS DERECHOS HUMANOS Y SUS CARACTERÍSTICAS

Los Derechos Humanos constituyen en sí mismos principios de carácter ético y


se han vuelto un horizonte de orden moral para la humanidad. De acuerdo, al
planteamiento tradicional, poseen una serie de características que explican su
relevancia y trascendencia, siendo la primera de ellas, su naturaleza universal, pese a
que encontramos diversas expresiones de acuerdo a cada cultura, es decir,
corresponden a todos los seres humanos indistintamente de su raza, género u origen,
entre otros factores.

De esto se desprende su carácter innato e inherente, y por tal le es propio a


cada persona por su condición de ser humano. Además de ello, los derechos humanos
son inalienables e intransferibles, lo que implica la imposibilidad de renuncia hacia
estos pilares y libertades fundamentales y, menos aún, de su despojo o atropello. Son
indivisibles, en el sentido en que se encuentran concatenados, y no van unos en
desmedro de otros. Finalmente, son imprescriptibles y, por tal, el paso de los años no
afecta su ejercicio y exigibilidad, lo que los hace además inviolables

Pese a tener hitos importantes de proclamación, estos derechos poseen larga


data y responden a un proceso evolutivo: el proceso de toma de conciencia ética de la
humanidad. Como señaló en su momento el jurista italiano Norberto Bobbio, los
derechos humanos actúan a modo de síntesis del pasado e inspiración para el
porvenir. Sin embargo, intelectuales como Theodor Adorno consideran que estos
derechos humanos no surgen para un bien, de un estadio superior de la razón, sino
como freno o paliativo del mal y la barbarie inherente a esa razón. En este sentido
ético, los derechos humanos establecen límites y regulaciones en términos de la
convivencia y son portadores de los principios, valores y normativas para una ética
actual.

Las primeras líneas de este documento nos recuerdan un hito fundacional de


ese proceso. En 1789, en el contexto de la Revolución Francesa, la declaración gala
abordó explícitamente los derechos del hombre y del ciudadano. En esta declaración
se contiene la génesis de una idea –vaga en ese momento- de los derechos, que se
asociaba con la que, algunos años antes, se manifestaba en la Declaración de
Derechos del Buen Pueblo de Virginia en los Estados Unidos (1776). Con esto, las
clásicas discusiones filosóficas en torno a los derechos, que se remontaban al
Renacimiento, tenían un correlato en el ámbito político-jurídico.

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Pese a que la discusión fue ininterrumpida durante décadas, tendríamos que
esperar hasta mediados del siglo XX para reencontrarnos con una manifestación legal
en materia de derechos, ahora con residencia en el derecho internacional, lo que
llevaría a un cambio en materia de moralidad. El surgimiento de la Organización de las
Naciones Unidas, en 1945, y con ella de la Comisión de Derechos Humanos, posibilitó
la generación de la Carta de Derechos, adoptada por la Asamblea General de la ONU
el 10 de diciembre de 1948, el primer instrumento jurídico internacional y el principal
referente ético normativo de los derechos humanos contemporáneos.

Eleanor Roosevelt, ex primera dama norteamericana, sostiene una copia de la Declaración Universal de
Derechos Humanos, generada por el Comité de la ONU que presidió. Chile fue uno de los países que
votó a favor de la proclamación.

Esta declaración se uniría a otros pactos –el Pacto Internacional de Derechos


Civiles y Políticos (PIDCP) y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales
y Culturales (PIDESC)- para la conformación de la Carta Internacional de Derechos
Humanos, lo que posee enorme importancia pues la primera constituye un documento
referencial, de orientación, mientras que los pactos poseen carácter de tratado
internacional que obliga a los estados participantes a su irrestricto cumplimiento. Con
esto, el concepto de derechos humanos no solo se insertaría con mayor fuerza en la
opinión pública, producto del propicio clima intelectual, político y moral que reinaba en
los setenta, al promulgarse estos pactos, sino que se estructura de mejor forma, sobre
ejes esenciales.

Estos ejes lo constituyen, en primer lugar, un sistema de derechos, que vienen a


constituir la expresión de principios éticos enarbolados en diversas convenciones de
derechos humanos. Pero además, un eje es constituido por una serie de instituciones

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encargadas de la promoción y seguimiento de lo estipulado en los principios
mencionados, junto con divulgar este contenido en otras instancias, a modo de
similares convenciones. A estos dos ejes estructurantes, podemos agregar un mayor
desarrollo teórico en la propuesta de derechos, que termina por ordenarlos en cuanto a
generaciones.

Este ordenamiento posiciona a los derechos individuales, civiles y políticos como


derechos de primera generación. Los derechos sociales, económicos y culturales
vendrían a conformar una segunda generación. Una tercera generación, por su parte,
la conformarían los llamados derechos de solidaridad, como lo serían el derecho a la
paz, al desarrollo o a la autodeterminación de los pueblos, entre otros. Lo común en
estos últimos sería su naturaleza colectiva y la función reivindicativa que jugarían,
constituyendo una nueva forma en el ejercicio de la ciudadanía. Finalmente, cabe
señalar que ciertos intelectuales han argumentado en torno a una cuarta generación
que derechos que estarían relacionados a nuevos tópicos emergentes, como el medio
ambiente e incluso el ciberespacio.

Hernán Santa Cruz, jurista chileno, miembro del importante comité que se
reunió en 1948 para redactar la Declaración Universal de los Derechos
Humanos. Desempeñó, además, cruciales cargos como embajador de Chile
ante la ONU, nombrado por Eduardo Frei Montalva y representante regional
para América Latina.

DERECHOS HUMANOS Y ÉTICA PROFESIONAL

Los derechos humanos, si bien se encuentran protegidos en este ordenamiento


jurídico, poseen una profundidad mucho mayor, que no la restringe a meras garantías
de orden político; constituyen un elemento central en lo que se concibe como un
sistema justo de convivencia. En ese sentido, se vinculan de mayor forma con la
disciplina ética y sus asociados. Uno de esos asociados lo constituye la deontología
profesional –ver material de la primera semana. Como todo código deontológico,
genera una influencia jurídica en la práctica profesional y cuanto en ella es permitido o
restringido.

En términos generales, los derechos humanos se vuelven un marco normativo


para las organizaciones en su globalidad. Como señalan Carvajal, Valencia y Cortés
(2013:14), los derechos humanos son un asunto vinculante con el desarrollo de la ética
de las organizaciones y, especialmente, con el concepto de Responsabilidad Social
Empresarial (RSE), siendo el Pacto Mundial de Derechos Humanos la iniciativa que

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mayor soporte le ha entregado al estipular una serie de principios fundamentales a
considerar, entre ellos las normas laborales, el respeto a la libertad de asociación y la
negociación colectiva, la eliminación del trabajo forzoso y el trabajo infantil, así como la
discriminación en el empleo y la educación, la protección del medio ambiente y la lucha
contra la corrupción.

La relación entre derechos humanos y derechos de los trabajadores, o la


inclusión de los derechos en materia empresarial, no son fenómenos nuevos: Los
movimientos de trabajadores a finales del siglo XIX o la misma Organización
Internacional del Trabajo (OIT), formada en 1919, son prueba de ello; más aún si se
considera la inclusión de la Responsabilidad Social como eje de la norma ISO26000,
entre otras medidas. Y pese a esta histórica relación existen problemas éticos
generados de la misma: vulneración a la integridad humana en las organizaciones,
cargas excesivas de trabajo, incidir de manera negativa en la motivación, etc.

Instigada por esta paradójica realidad, la misma organización adoptó, en 1998, la


Declaración sobre “Principios Fundamentales y los Derechos en el Trabajo” en donde
insta a la promoción de: a) La libertad de asociación y el reconocimiento efectivo del
derecho a la negociación colectiva; b) La eliminación de todas las formas de trabajo
forzado; c) La abolición efectiva del trabajo infantil, y d) La eliminación de la
discriminación con respecto al empleo y la ocupación. Sin embargo, estas medidas
persisten en lo que, a ojos de Martínez (2011), resulta una vital contradicción: sostener
un planteamiento acerca de los derechos de los trabajadores en gran medida de una
consideración de los derechos como algo colectivo mientras que la tradición de los
derechos humanos parte de estos como un fenómeno individual. Esta crítica no es
única y se suma a la amplia gama de cuestionamientos en torno a este documento
deontológico.

La crítica más fiera acusa a los derechos humanos de ser una mera palabrería,
carente de un real sustento teórico e intelectual, y poseer intrínsecamente una serie de
anomalías. La primera de estas anomalías sería su carácter occidental, lo que hace
sumamente cuestionable la universalidad de la propuesta. Desde su fuente originaria,
la Declaración de 1789, que se explicitan los derechos de los hombres, pero ¿qué pasa
con las mujeres?; se reconocen soberanamente los derechos de los ciudadanos
franceses, pero ¿qué hay de los extranjeros? Quienes sostienen estos
cuestionamientos argumentan que tales derechos nacen ligados no solo a una clase
social en particular –la burguesía-, sino también a una cultura –la europea occidental-,
a una raza –la blanca- y a un género –el masculino.

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Por esto, algunos autores sostienen que es la Declaración de 1948 la única que
merece el calificativo de universal propiamente, lo que no la resta de cuestionamientos
en torno a su capacidad para hacer frente a demandas de procesos actuales, como la
globalización, sino, por el contrario, insta a otros a postular incluso la opción de
reescribir la declaración. La paradoja final es que nunca han coexistido como hoy en
día tantas normativas e instituciones encargadas de proteger la dignidad humana, y
nunca como hoy se han registrado tantas y tan atroces violaciones de las garantías
fundamentales en ellas prescritas. Quizá la clave se encuentre en superar o trascender
lo normativo y poner el acento y la atención sobre la disposición de los individuos hacia
otro. En esto, el papel de la empatía como núcleo de la habilidad relacional resalta
como esencial y de urgente necesidad.

LA EMPATÍA
Para la gran mayoría de las personas, la empatía sigue constituyendo la “simple”
idea de ponerse en el lugar, o “en los zapatos” del otro. La empatía, se ha dicho, es el
conjunto de los esfuerzos empleados para acoger a un otro con su respectiva
singularidad. Estos esfuerzos son consentidos y desplegados cuando se adquiere la
conciencia de la separación entre ese otro y el propio sujeto “y de la ilusión
comunicativa de la identificación pasiva con el otro” (Marandon, 2001: 95). Se
menciona que ese esfuerzo es el de trascender de la simpatía -“trata a los demás
como quieras que te traten a ti”- para adoptar la empatía, y actuar con los demás como
ellos actuarían consigo mismos.

La palabra empatía proviene etimológicamente de su raíz griega ∏αθεûv,


epathón, que significa sentir, y del prefijo εv, preposición que significa dentro.
Fue Tichener quien tradujo el término del inglés (Empathy) al alemán
(Einfühlung) y que vendría a significar “sentir adentrándose en el otro,
compenetrarse”.

Considerando lo anterior, es posible comprender el por qué la empatía es una


pieza fundamental para el reconocimiento de la autonomía de cada persona y la
consecuente valoración del otro como un ser merecedor de consideración moral. Para
Martín Hoffman, psicólogo norteamericano y principal autoridad en el estudio del
fenómeno de la empatía, la mayoría de los dilemas morales en la vida pueden activar la
empatía porque implican a víctimas vistas o no vistas, presentes o futuras y, dado que
la empatía se halla íntimamente relacionada con los principios morales, la activación de
la empatía debería activar los principios morales y así —directamente, o indirectamente
a través de estos principios— tener un efecto sobre el juicio y razonamiento morales.

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De acuerdo a lo anterior, Hoffman concibe la empatía como un atributo de la
conducta moral y la sitúa a la base de la construcción personal del principio moral de
justicia, aunque en ciertos casos, y ante una serie de legítimas demandas en conflicto,
la empatía no sea suficiente. Este enfoque se remonta incluso a Adam Smith, para
quien constituía una de las bases de los sentimientos morales, considerando la
empatía como motivadora del altruismo, favorecedora de conductas prosociales y la
cognición social, e inhibidora de la agresividad. En pleno siglo XVIII, Adam Smith ya
concebía la empatía como una capacidad humana para situarse en el lugar de otra
persona, que atraviesa una situación específica, e imaginarse lo que siente,
compartiendo así sus sentimientos mediante un acto de representación mental.

En la unión de esas dos creencias se encuentra la clase comprensiva en torno a


la empatía pues implica no solo un proceso de identificación-contagio sentimental, sino
también una operación ética compleja vinculada a una mentalidad abierta y en la que
intervienen tanto los sentimientos de compasión como las consideraciones acerca del
bien legítimo y el trato digno a las personas, en general y en situaciones particulares
(Gozálvez y Jover, 2016)

Desde la teoría de la socialización moral de Hoffman, el desarrollo moral se refiere a una transmisión del
niño de normas morales y valores por parte de la sociedad, en este caso la orientación “interna” refleja
una internalización de estas normas y valores. Esta internalización y motivación depende
fundamentalmente, del cultivo de un importante afecto moral o empatía. A partir de esta teoría, la
empatía puede contribuir sustancialmente al juicio moral y a la toma de decisiones.

Finalmente, cabe consignar dos aspectos que pueden llevar a confusión: en


primer lugar, la empatía, pese a su constante vinculación con la moral, sería de hecho
amoral en la medida en que, como capacidad, no es intrínsecamente “buena o mala”
aunque de ella sí se puedan derivar consecuencias útiles y relativas a la moral, lo que

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ha justificado su tratamiento en el estudio ético. La empatía no es necesariamente
compasiva, aunque sí puede ser la condición necesaria para la misma, por lo que no se
debe confundir la empatía con la compasión ni se debe relacionar forzosamente con
elementos como la beneficencia.

Y en segundo lugar, al concebir la empatía en términos de propiedad, algunos


autores sostienen que es la ausencia de ésta una característica distintiva de psicópatas
o de todo aquel que dañe a otro sin evidenciar culpa o remordimiento; esta “erosión de
la empatía” estaría a la base de la conducta sociópata. Para Cabezas (2007:91) “sin la
empatía no hay deliberación ni acción moral o, dicho de otro modo, una falta de
empatía lleva a un acto no moral (…) Si no se es capaz de empatizar, el sufrimiento
ajeno se convierte en indiferente, primero porque no se comprenderá en toda su
dimensión y con sus implicaciones para quien lo padece y, segundo, porque el
conocimiento no es suficiente para la deliberación moral.

Por el contrario, la presencia de la propiedad actuaría a modo de custodio de la


justicia, como el filósofo, político y economista inglés John Stuart Mill la llamó,
generando en nosotros una “Indignación empática”, es decir, aquel sentimiento natural
de venganza alimentado por la razón, la simpatía y el daño que nos causan los
agravios de que otras personas son objeto. Esta última idea renace en el filósofo
alemán Theodor Adorno –autor ya mencionado en el presente documento- para quien,
el deseo de la humanidad de que un hecho como el Holocausto no se repita, incide en
la necesidad de formular una nueva ética, sustentada en un impulso moral generado
por la indignación y la impaciencia frente a la injusticia, ante el trato inhumano infringido
a los seres humanos por otros seres humanos, ante la vulneración de la integridad
física, psíquica y moral de los individuos.

RELACIÓN ENTRE PROFESIONALES

Cada una de las profesiones que conocemos busca ejercer el monopolio del
ejercicio profesional en el ámbito de su competencia. Cuando este monopolio resulta
efectivo, en materia de abarcar la totalidad de un campo de actividad, podemos
reconocer una consolidación de la profesión como tal. Sin embargo, este monopolio no
se encuentra consolidado de la misma manera en todas las profesiones, lo que difiere
aún más si consideramos variables culturales para diferentes países o grupos
humanos. Por tal, la constante interrelación entre profesionales en determinados
espacios “no monopolizados” conlleva e impele a una constante mejora en los
estándares de excelencia del ejercicio profesional, criterios que se encuentran
identificados en los distintos códigos deontológicos

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Lo anterior sin embargo choca a su vez con las relaciones de competitividad que
emergen de manera natural y que ayudaron a consolidar, a través de tal competencia y
también colaboración, las competencias de cada profesión. Un ejemplo emblemático
de este tipo de relación lo encontramos en la historia interna de la cirugía y la medicina,
por siglos profesiones diferentes. La primera de ellas avanzó de tal forma que
representó una fuerte competencia para la medicina tradicional, conflicto que solo tuvo
término al momento de posicionar a la cirugía como especialidad de la medicina,
obligando así a los cirujanos a tener previamente la formación y condición de médicos
para posteriormente adquirir su área de especialización.

Un segundo ejemplo lo encontramos entre dos áreas que velan por el


comportamiento y las emociones: Psicología y Psiquiatría. Aquí se evidencia un
problema de competencias compartidas. En este caso el colectivo que lleva más
tiempo de profesionalización, el de los psiquiatras, posee una ventaja: la posibilidad de
no ser increpado o culpado de intrusismo al inmiscuirse en áreas psicoterapéuticas, no
siendo el caso similar si es el psicólogo –licenciado en psicología y sin estudios previos
en medicina como el psiquiatra- quien intentase prescribir algún tipo de medicamento a
pacientes, lo que es de conocida función del psiquiatra. Con este caso podemos
evidenciar claramente un problema de Delimitación Profesional

Cuando se trata de asuntos complejos en el que intervienen distintos


profesionales o distintos especialistas, se plantean problemas de competencia y de
integración de diferentes actuaciones. Es comprensible que, cuando se trata de
aspectos sociales, lo ideal es abordar las diferentes problemáticas a través de equipos
multiprofesionales, con el riesgo evidente de generar una sobreintervención y una toma
de decisiones improvisada y espontánea –por ejemplo en el caso de un niño que, al ser
llevado a los servicios sociales víctima de malos tratos, presente, además, lesiones,
síntomas de malnutrición, requiera atención psicológica, intervención familiar, etc. Con
él trabajarán médicos, trabajadores sociales, psicólogos, pedagogos y juristas entre
otros profesionales.

En conclusión, con la proliferación de profesiones surgen una serie de


necesidades, entre las que se cuenta el establecimiento de límites en materia de
competencias profesionales y el establecimiento de espacios de reconocimiento mutuo
entre trabajadores, pues el diálogo interdisciplinar y la cooperación no llega a
establecerse si cada uno de los profesionales hace sólo su propio oficio desconociendo
la labor del otro y su propuesta en contextos de trabajo conjunto. Aspectos de
colaboración, coordinación, delimitación y subordinación de profesionales en contextos
compartidos son todos aspectos esenciales de la relación entre profesionales y
deberían ser todos elementos al servicio de las personas para las cuales se trabaja.

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Conclusión
Los denominados Derechos Humanos han sido objeto de profusa investigación y
debate. La reflexión acerca de su fundamento y protección, su condición ética, política
y jurídica, ha desempeñado un papel central en el discurso político y moral de toda
sociedad. Pero su discusión previa a la última década del siglo XX, resulta a lo menos
superficial.

Su declaración ilustrada no había logrado convencer, debido a la no inclusión de


todas las personas en su formulación, y los cuestionamientos, impulsados por la
globalización, en torno a la eficacia en la asignación de las responsabilidades sobre los
derechos se multiplican vorazmente. Actualmente, convivimos con la paradoja de
poseer cuantiosas normativas regulatorias sistemáticamente perfeccionadas y, al
tiempo, sumar día a día nuevos casos de atropellos a esos derechos por ellas
formuladas.

Al mirar por sobre el plano jurídico, el veredicto es claro: la necesidad de


empatizar con los otros se hace urgente como único medio de superación de esa
realidad contradictoria; empatizar con su realidad, con el sufrimiento y el dolor se
convierte en un piso moral para cada uno de nosotros. Si posicionamos al trabajo como
el campo de virtudes por excelencia, es precisamente éste un campo fértil para poner
en juego esa empatía en el modo en que los profesionales se interrelacionan, haciendo
del común desenvolvimiento laboral un espacio adaptado de esa justa convivencia

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Referencias
Arias, J. (2015) Filosofía y política de los derechos humanos: contribución a una teoría
crítica de los derechos humanos. Tesis para optar al grado de Doctor. México: UNED
Cabezas, M. (2007) Por una concepción integral de la bioética: igualdad y empatía.
Laguna: Revista de filosofía, 21, 81-96

Carvajal, J., Valencia, J. y Cortés, A. (2013) Derechos humanos y organizaciones: Una


reflexión sobre el tema. Económicas CUC, 34, (2), 83-100

Gozálvez, V. y Jover, G. (2016) Articulación de la justicia y el cuidado en la educación


moral: del universalismo sustitutivo a una ética situada de los derechos humanos.
Educación XXI. 19, (1), 311-330

Martínez, U. (2011) Los derechos de los trabajadores como derechos humanos.


Historia, Trabajo y Sociedad, 2, 119-144

Samper, P., Díez, I. y Martí, M. (1998) Razonamiento moral y empatía. Actas de la I


Jornada de Psicología del Pensamiento, 389-404

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