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El país de las despedidas

Me despedí de mi amigo. Mejor dicho, de mi hermano. Hemos compartido y, en ocasiones,


convivido en la misma comunidad durante 28 años. Sacerdote como yo, regresa a Perú, país de
donde vino cuando era apenas un adolescente. Y, como adolescente, algo de rabia habría tenido
su venida, dejando atrás el terruño, aunque con la posibilidad de reunirse con su tío y familia, en
este rincón norte de América del Sur. Viajó el jueves. Nos vimos el domingo pasado. Ya está en
Lima.

En la solitaria casa que ha albergado a mi comunidad, desde unos 20 años, me siento frente a la
laptop. El resto de los miembros está en Caracas. De momento está por allá. Allá no hay apagones
o racionamientos de luz, se consigue lo necesario, hay agua, las colas para poner gasolina son de
escasos 15 minutos. No así en Barquisimeto. Mi reloj interior ha comenzado a marcar la cuenta
regresiva con la habitual incertidumbre: ¿se irá a las 7? ¿o será a las 8? ¿o a las 9 de la noche?
Cuando tal cosa ocurra, la oscuridad será absoluta… o casi. Frente a la casa hay un centro
comercial y algunos locales están previstos de generadores eléctricos. Antes la oscuridad era total.

Con todo el ritmo se interrumpe. Cualquier plan tiene un paréntesis (¿o un hiato?) de 3, 4 o 5
horas. Actualmente puedo leer porque busco luz en el centro comercial. Antes se podía ir a otra
parte de la ciudad, si uno quisiera, pero ahora hay que ahorrar gasolina.

Porque la gasolina es otro tema. Y el agua. Pero la gasolina es de 2 a 5 horas en Barquisimeto. Pero
en los estados fronterizos son de días. Como en algunas partes es de días el que se restituya el
servicio eléctrico… por algunas horas antes que vuelva a ausentarse. Los alimentos no pueden
conservarse por métodos modernos. En ocasiones toca recurrir a las formas de antaño, como salar
las carnes…

En estos días en la ciudad de Maracaibo se dio un portento: una exitosa intervención quirúrgica
para separas a dos siamesas. Los números de la ciudad son de ciencia ficción… tanto que en
ocasiones no existen, porque la comunicación es casi que imposible con el mundo exterior. Pero
los números no retratan la experiencia de una ciudad que, según dicen, se está volviendo
fantasmal.

Hacer un inventario de la situación de los DDHH en el país es una tarea titánica. PROVEA está
presentando su informe del año pasado y la Red de DDHH del Estado Lara está preparando el
informe del segundo semestre. La desnutrición avanza con aires apocalípticos: en zonas del estado
Lara se detecta un 75 % de desnutrición infantil. Y no hay números oficiales. Los informes son
levantados por Cáritas, con reconocimiento internacional. Pero a ello se añade el problema de los
dializados, los trasplantados, los hipertensos, los pacientes oncológicos… Los pacientes
seropositivos viajan a la fronteriza ciudad colombiana de Cúcuta para consulta médica y
tratamiento. Un amigo arrastra una sonda desde hace más de un año, porque no consigue
completar el presupuesto para su operación de próstata, de unos 1200 dólares. Otro caso
corresponde a una dama con un tumor cerebral. El presupuesto para su operación es de 30.000
dólares. Con alegría pudo colocársele una válvula, que aliviara la presión intracraneal. Viajar a otro
país resultaría muy difícil o imposible. Por lo menos antes de esta intervención no hubiera podido
resistir los cambios de presión de una cabina de avión. Nuestros amables lectores podrán sacar sus
cuentas, si les digo que el salario mínimo mensual es de unos $ 6. Lo que llaman “salario integral”,
que incluye todos los beneficios que se pudiesen ocurrir (bono de alimentación, transporte, etc.).

Las protestas siguen, aunque se ha intentado calmarlas a sangre y fuego. Una persona murió hace
como un mes de un certero disparo en la parte posterior de la cabeza. Estaba protestando por gas.
Solo arrojó una piedra en contra de un piquete de un cuerpo de seguridad del Estado. Cuando les
dio las espaldas, cayó abatido. Un amigo me mostró otra protesta, en la que participó. Apenas los
cuerpos de seguridad lo vieron “armado” con su cámara fotográfica, se transformó en un blanco.
Lo salvó el zoom que acercaba más las imágenes y conservaba la distancia de las balas.

Mientras el presidente encargado sigue de gira por el país, las amenazas vuelven sobre la
Asamblea Nacional. No son pocos los diputados que están fuera del país, los que son huéspedes
en embajadas o los que están presos. Los medios de comunicación reciben el acoso que la
comunidad internacional creía exagerado, hasta que, además de la prohibición de ingreso al país
de Fernando del Rincón, o de poder trabajar, como Patricia Janiot, se une Jorge Ramos. El domingo
salió la entrevista confiscada que le hiciera el periodista de Univisión a Nicolás Maduro.

Surgen las dudas y conjeturas: ¿hacia dónde vamos? ¿se podrá desenredar la madeja que es
Venezuela? Presión tras presión, sanción tras sanción ¿conduce a algún sitio? Posiciones claras
como la OEA, que se refieren a Venezuela como dictadura, contrastan con Noruega, que sientan a
pares de un conflicto alrededor de una mesa. Se dice de guerra civil que no va a venir, pero se
acalla el problema de la presencia de rusos (dicen que van dejando el país, según Washington Post
y Trump), iraníes, cubanos, chinos, Ezbolá y ELN colombiano. La tradición belicista se enterró en
Angostura en 1903, año en que se termina en Venezuela el siglo XIX. Contrario a otros países,
cuando en Venezuela existía el servicio militar obligatorio y la recluta, quienes “pagaban” el
servicio (la “mili” española) eran los hijos de la vecina (o sea, los eslabones más débiles de la
sociedad, los indefensos). Buena parte de la población no hacía servicio militar, por obligatorio
que fuera, o porque no se dejaba atrapar o porque caía dentro de algunas de las excepciones para
hacerlo. Así que armas, a lo mejor tengan más de lo uno supone, pero entrenamiento militar no
existe en quienes desean desde el mundo civil cambiar la situación del país. En la frontera el ELN
entrena a civiles. Pero lo habitual es que los más adiestrados son los que forman parte de los bajos
fondos, de la delincuencia organizada. Esos que estuvieron con el gobierno, porque protegía sus
fechorías, pero que ahora sufren las calamidades. O no ven en el sucesor a otro Hugo Chávez Frías.

Así que ni las milicias ni los colectivos armados o paramilitares constituyen un problema tan grave
como que Venezuela puede transformarse en un campo de guerra entre facciones ajenas al país.
La posición del mundo militar es casi que irrelevante para estos juegos de guerra. Porque
pareciera ser incapaces de inclinar la balanza para uno u otro lado. Hay una cúpula, junto al poder
político, que se beneficia de transacciones ilícitas pero sustanciosas. Y mientras tanto, los de a pie,
sean policías o Guardias Nacionales, tienen patente de corsa para extorsionar y secuestrar, pues
también tienen ellos resolver el cómo vivir o sobrevivir.

El caos en Venezuela es, por supuesto, una cuestión inducida. Entre el robo de lo que se debió
invertir y el ocupar a la gente de cuestiones inmediatas, que no permiten pensar en nada más.
Cuando ocurrió el primer apagón, más allá de si fue o no fortuito, las protestas se estaban
incrementando. La manera como terminó el ingreso de la ayuda humanitaria del 23 de febrero no
consiguió calmar la calle. Los diversos racionamientos, después del jueves 7 de febrero, han
creado confusión en las filas que militaban en “la calle sin retorno”. El fallido movimiento del 30 de
abril y primero de mayo, junto con la despiadada represión, deja perplejo a más de uno.

En el país de las despedidas hay quienes abrazamos a quienes han compartido un buen trozo de
nuestra vida, y que buscan sobrevivir allende el mar o las montañas. Pero también nos
despedimos de la normalidad y cotidianidad. Del mañana y a veces del ayer. Nos despedimos de
los planes y proyectos, pues todo es inverosímil. Y hacemos un enorme esfuerzo para no
despedirnos de la esperanza, de los anhelos de justicia, de la lucha por nuestros enfermos, los
abatidos, los olvidados, marginados, desempleados, desnutridos… No se renuncia a ser
protagonistas de una historia silente, pero jamás silenciada. Se maniobra en la incertidumbre, sin
perder de vista el faro que indica la costa, en medio de la noche y ante las penurias de un
naufragio.

Hoy escuchaba una intervención de Susana Raffalli, trabajadora humanitaria, sobre la importancia
de dignificar a quien recibe la ayuda. Sobre la urgencia y el absurdo, de una crisis que en gran
parte la provoca quien debería ser el primero en resolverla. Pero también sobre la prudencia, que
a mí me sonó a esquivar las posibilidades del burnout. Por mucho que se corra, siempre va a haber
una urgencia. Somos necesarios y somos valiosos, al menos dentro de la coyuntura, ella como
trabajadora humanitaria, en mi caso como el de tantas personas con las que me encuentro, para
trabajar en favor de los DDHH.

El desaliento pero también el mal sueño y las preocupaciones. El sentirse hostigado o señalado. El
no conseguir digerir toda la información que día a día se genera, que mucha de ella no se sabe si
es o no real, que puede que tenga como puede que no tenga que ver con la del día anterior. El
poder distanciarse de los acontecimientos, para poder verlos de manera panorámica o en
perspectiva. Poder reencontrarse con el tiempo libre o la amistad o el tiempo detenido ante lo
eterno o lo bello.

Alguien preguntaba si existía alguna brecha entre Mons. Romero y la gente necesitada de El
Salvador. Y respondía que no, porque la gente no le pedía a Mons. Romero que pasara hambre,
pero sí esperaba de su compañía y palabra profética.

Quienes permanecemos en Venezuela debemos buscar evitar engrosar la fila de necesitados, pero
no por privilegio sino por preservar espacios para el trabajo por los demás. Es decir, solo si no se
está en el dilema entre morir y sobrevivir, es posible la donación. Donación que puede implicar
organización entre aquellos que tengan alguna necesidad para que colaboren en su resolución. Es
el aspecto mágico de las ollas solidarias de Cáritas. Una vez que el programa es implementado, los
mismos beneficiarios son quienes preparan la comida… Y esta magia necesita de manos amigas
más allá de las fronteras, que quieran estrechar sus corazones junto al de nosotros.

Es el país de las despedidas. No permitamos que sea el de la desesperanza.

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