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Las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) son hijas legítimas de las Operaciones de Liberación de

la Patria (que curiosamente tiene siglas de OLP, la Organización para la Liberación de Palestina,
como el grupo palestino que tuvo acciones terroristas, cuyo miembro más famoso fue Yasir Arafat,
pues llegó a ser presidente de Autoridad Nacional Palestina, una vez acordada cierta paz o
estabilidad con Israel). La diferencia entre unas y otras está en que las primeras estás adscritas a la
Policía Nacional Bolivariana (PNB) y las segundas eran operativos conjuntos de la PNB, el Cuerpo
de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC), el Servicio de Inteligencia Nacional
(SEBIN) y la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), que se iniciaron en el 2015. Se puede decir que el
rasgo común es la letalidad de sus acciones, que justifican como enfrentamientos con peligrosos
delincuentes. Aunque según un artículo del periódico oficialista (por lo tanto, controlado por el
Estado) el Correo del Orinoco, la finalidad es de contrainsurgencia.

Por supuesto que, si se lee en el informe Bachelet, que el gobierno ha admitido unas 5000
ajusticiamientos extrajudiciales (en Venezuela no existe la pena de muerte), los números lucen
enredados.

“En 2018 el Gobierno registró 5.287 muertes, supuestamente por “resistencia a la


autoridad”, en el curso de esas operaciones. Entre el 1 de enero y el 19 de mayo del
presente año, otras 1.569 personas fueron asesinadas, según las estadísticas del propio
Gobierno” (Informe de ACNUDH, mejor conocido como Informe Bachelet, del 4 de julio de
2019)

Más si los números que maneja el OVV es de más de 7 mil y que eso es aproximadamente el 60%
de las muertes que ocurren en el país.

“En 2018, la data oficial registra 5.287 muertes violentas , en tanto que la ONG
Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV) notificó por lo menos 7.523 muertes
violentas de esa categoría” (Observatorio Venezolano de Violencia).

Para el 2018:

“Entre esas muertes hay 10.422 homicidios, que son aquellos casos en los que las
autoridades ya iniciaron una investigación. Destacan sobremanera las 7.523 muertes por
"resistencia a la autoridad", aquellas que se producen en enfrentamientos con los cuerpos
de seguridad y que, según expertos, es un término utilizado por el gobierno para
"esconder" ejecuciones” (El Mundo).

O sea, los cuerpos de seguridad, incluyendo al CICPC, matan más que la delincuencia.

Creo que estos datos, de por sí relevantes, necesitan ser acompañados de otros. De los recintos 41
recintos carcelarios del país, 12 se encuentran bajo el control del pranato. Pero esos 12
representan 53% de la población carcelaria: unos 24.981 de un total de 46.776. O sea, de grupos
de presos armados y organizados, como si se tratara de un castillo medieval de un señor feudal.
Solo que el señor feudal es un preso con poder, pues allí no manda el Estado. Se indica un
hacinamiento de un “125%, lo que cuadruplica los estándares del hacinamiento crítico. El retardo
procesal se ubica en 75% de acuerdo a las cifras de procesados y penados” (Tal Cual).
Humberto Prado, director y fundador del Observatorio Venezolano de Prisiones, habla de 87 y 100
centros de reclusión. Y Una Ventana a la Libertad, otra organización de DDHH, señala haber
observado 174 Centros de Detención Preventivo. Es decir, lugares que deberían ser de paso, de
unas 48 horas, cuando la persona es detenida. Esto antes de ser presentados ante el Ministerio
Público. Pues bien, en estos centros, que no tienen estructura adecuada para largas permanencias
ni personal adecuado, son centros de reclusión permanente con toda clase de contrariedades.

“Logramos observar 174 CDP, ubicados en 15 estados de Venezuela, los cuales agrupaban
para el momento del trabajo de campo a 16.719 personas detenidas en una capacidad
instalada para unas 5.332 personas (314% de hacinamiento promedio)”. (Informe anual
2018 de Una Ventana para la Libertad).

Habría que añadir que, según el Informe del Observatorio Venezolano de Prisiones, en cuanto a las
edades de los reclusos, “… se pudo conocer que el 40 % de la población reclusa es de 18 a 30 años
de edad, 30 % de 30 a 40 años, 20 % de 40 a 50 años y 10 % de 50 a 70 %”. Y en relación al delito
“el 65 % es por robo en sus distintas modalidad, el 20 % por droga, 10 % por homicidio y 5 % por
violación”.

En información que recoge Tal Cual, Humberto Prado indica que existe un 85 % de ociosidad en las
cárceles y que los reclusos pueden estar mejor armados “incluso mejor que las autoridades”. Y
refiriéndose a los

“#InformeOVP “En los calabozos policiales, el mayor número de fallecimientos es por


violencia. El 95% es por arma de fuego de fabricación industrial, lo que desmonta la
versión de que el Estado tiene controlados los centros de reclusión” (Twitter
@oveprisiones).

Queda la sospecha de la impunidad de delincuentes pesados y con delitos de asesinatos, pues la


impunidad campea en el país (no hay un informe oficial de los muertos el fin de semana, sino que
los periodistas deben recogerlo de entre los familiares que se reúnen frente a la morgue en espera
de los cuerpos de los occisos).

Si se suma la letalidad de las FAES y lo que ocurre en los penales, como el de Tocorón, se puede
colegir una presunta política de exterminio y control social a los grupos supuestamente más
propensos a trasgredir normas, a estar armados y a usar las armas. Para el 23 de febrero de este
año, en el contexto de la pretendida incursión de la ayuda humanitaria, no solo se vio a Iris Varela,
llamada por el presidente Chávez como “Comandante Fosforito” y Ministra del Poder Popular para
los Servicios Penitenciarios desde el 2012, junto a miembros armados y algunos uniformados del
extremo venezolano del puente internacional Francisco de Paula Santander, en Ureña. También se
coló información confiable por las redes de la participación de reclusos para controlar y contener
la población. Por ejemplo, en Santa Elena de Uairén, en la frontera con Brasil. La etnia de los
pemones tuvo que huir selva a dentro, pues tenían la certeza que iban a por ellos. Algunos
consiguieron pasar la frontera. No se tiene certeza del número de fallecidos en esa oportunidad.

Se pudiera colegir que llegamos aquí por un proceso de desintegración social. Algunos pudieran
creer o negar los números y hasta justificar el método de saneamiento social, en caso que esa
fuese la intención. Cuestión por lo demás injustificable, desde el punto de vista de los Derechos
Humanos y de quienes formamos parte de cualquier organización para su defensa. Pero en días
pasados en la cota 905 se dio una situación singular. Efectivos del CICPC se enfrentaron con las
bandas de las zonas, mejor equipadas que los policías, que no solo repelieron a los cuerpos de
seguridad sino que, cuando estos pidieron refuerzos, circula la versión de que una orden del alto
gobierno pidió la retirada de los mismos.

De la misma forma se puede recordar que en el informe Bachelet se pide desmantelar a las FAES.
En días pasados Nicolás Maduro, que ejerce como presidente pese a la presión internacional, aupó
a las FAES y dijo que se mantendrían. Y en el camino se convocó al Foro de Sao Paolo en Caracas,
que dicen que tuvo una pigra participación, pero que representantes del partido colombiano
formado por las FARC y representantes del ELN se hicieron presentes.

¿Hay alguna forma de interpretar esta situación? Voy a permitirme presentar un intento de
explicación.

Si bien es cierto que desde hace décadas la política venezolana en relación con la delincuencia ha
sido errática (con cantidad de trasgresiones a la norma, funcionarios cooptados, procesos
judiciales lentos y personas encarceladas sin el debido proceso, si es que el proceso se hubiera
abierto), el presidente Chávez capitalizó las consecuencias. Es cierto que la mayor parte de la
gente de los estratos populares es honesta y trabajadora. Pero se basó en un sofisma en el que la
delincuencia está ligado a la pobreza (consecuencia de la opresión), por lo cual es justificable… o
es injusto criminalizar. Quise buscar la alocución, pues la escuché en los primeros años de este
milenio, pero me fui imposible localizarla. Al final es una utilización a conveniencia de un
argumento propio de la teología moral: el mal menor. Por lo que robar por hambre o para obtener
medicamentos, cuando la vida estaba en riesgo real de muerte, es legítimo. Me queda la duda si,
en el fondo, no fue un guiño a la delincuencia, como para propiciar convenientes acercamientos,
como los que después se dieron. Aunque hay expertos que consideran que el real acercamiento se
dio luego del 11 de abril del 2002, después del fallido golpe. Ante el resquebrajamiento de la
lealtad militar, los radicales civiles podían ser el bastión real.

En los años en que se consiguió que extendiese la polarización en base al cliché marxista de
enfrentamiento y lucha de clases (el pueblo contra la burguesía), el auge e impunidad de la
delincuencia pudo servir muy bien como amenaza, distractor y contenedor de la clase media,
bastión de la oposición. Políticas como el desarme al final afectaban a la clase media (Ley para el
desarme, del 2002, a escasos meses después del golpe; supongo que quien tuviera armas no las
entregaría), por mucha propaganda que se hiciera, y lo que se consiguió fue desarmar a las
empresas de seguridad (de forma clara en la Ley para el Desarme y Control de Armas y
Municiones, 2013, Art. 29, cuyo título reza así “Prohibición de tenencia de armas de fuego para el
traslado y custodia de bienes y valores”, pero en cuyo contenido no prohíbe aunque se haga de
facto) . De esta forma la desproporción de fuerza y vulnerabilidad era evidente.

En el camino de estos años se crearon las llamadas zonas de paz. Así como el contexto de la
primera Ley para el Desarme fue el año del golpe, y la segunda Ley fue la coyuntura (¿de
inestabilidad?) de la muerte de Chávez y las polémicas elecciones de Abril del 2013, cuando inicia
formalmente la presidencia Nicolás Maduro, en ese mismo 2013 se crean las zonas de paz. Fue
una iniciativa de quien era viceministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, José Vicente Rangel
Ávalos (hijo de uno de los tutores de Hugo Chávez, el conocido político José Vicente Rangel). Al
final Rangel Arévalo negociaba con bandas de barrios, en el marco del Plan Patria Segura y
Movimiento por la Paz y la Vida, el entregarles un espacio donde la policía no pudiera entrar. Esto
más allá si en esos espacios delinquiesen directamente o, por ejemplo, sirvieran de guarida para lo
que en otras partes se hacía ¿dónde podían estar quienes sufrieran secuestro? Importaba que
respetasen a los funcionarios de seguridad. La Cota 905 negoció su “zona de paz” en 25 de agosto
del 2017. “Formalmente” las enérgicas protestas de ese año habían terminado el 30 de julio, con
la cuestionada elección para la Asamblea Nacional Constituyente. Queda la pregunta sobre la
participación “anti-insurreccional” de las bandas criminales, además de los colectivos armados.
Porque mi impresión es que, por lo menos en cuanto a los robos, estos disminuyeron entre abril y
julio.

Los llamados colectivos armados, grupos más bien paramilitares, también han tenido el control de
territorios, además de hacer labores como de gobierno (en algunos sitios imprimieron dinero
propio). Es cierto que controlan la zona de cualquier otra banda. Pero también pueden controlar,
por ejemplo, el tráfico de estupefacientes, según parece. Colectivos armados como la Piedrita,
dirigidos por Valentín Santana en el caraqueño barrio del 23 de enero, creaban un frente de
contención armado que, inclusive amenazando con el uso de las armas en el caso de una victoria
electoral de la Oposición. Los Tupamaros, Frente Francisco de Miranda, Alexis Vive son alguno de
sus nombres.

Se dice que luego del 11 de abril del 2002, cuando Chávez fue momentáneamente desalojado del
poder por lo más parecido a un golpe (es cierto que hubo una situación atípica de vacío de poder,
pues hasta el ministro de la Defensa comunicó que Chávez había renunciado, sin que se viera el
escrito de su renuncia), que ideó apoyarse más en los grupos irregulares ligados más a la
delincuencia. Según Catherine Herridge, Chávez se inspiró en las brigadas iraníes Basij.

Pero en el trascurso de los años, y más con el derrumbe del precio petrolero y la corrupción, la
torpe política de dominación comenzó a mostrar sus costuras. “Los 'malandros' entrenados por
Chávez se rebelan contra el régimen para proteger al pueblo, La policía de Maduro asalta las casas
de los más pobres para atemorizarles y seguir contando con su apoyo”, es el nombre de un trabajo
periodístico de Ana Terradillos, de la cadena española SER. Una sociedad no productiva es una
sociedad que no es atractiva para saquear a través de diversos ilícitos. Es decir, aunque para el alto
gobierno supuestamente pueda financiarse (y financiar sus bolsillos) con el erario proveniente de
petróleo, narcotráfico y extracción de oro, para los socios más pobres eso no fue suficiente. De
hecho, la volatilidad del bolívar, que no se soportar en una robusta industria nacional ni tiene
respaldo del dólar de manera estable, hacía que el delinquir a cambio de bolívares no fuese
“negocio”. O sea, todas las políticas sociales, que servían para mantener la simpatía de la
población, se fue dando al traste, y los “socios” pobres comenzaron a no verle el beneficio de
contar con cierta impunidad. Supongo que para alguien formado para robar, por ejemplo, otra
sociedad es necesaria. De hecho, hay bandas armadas que se han “exportado” con la migración
forzada. O sea, junto con gente desesperada por trabajar y salir adelante, otros están queriendo
llevar su experticia criminal a otros países. Solo que en otros países no hay la tolerancia de parte
de las autoridades hacia la delincuencia.
Durante el 2017 se presentó algún hecho aislado, no ligado a las grandes manifestaciones, donde
presuntos delincuentes exhibieron sus armas contra cuerpos de seguridad. Y el 23 de enero en
zona popular de Petare, en Caracas, se registró algún tipo de enfrentamiento donde se usaron
hasta granadas.

Considero que es este el contexto donde puede explicarse la aparición de las OLP (2015) y las FAES
(2016), con su prontuario de asesinatos: manera de intimidar a la población para que evite que su
descontento genere en protestas incontrolables, forma de controlar a los grupos delincuencias
que se salgan del orden que el gobierno quiere imponer, y la eliminación (neutralización) de
elementos (personas) que representen cualquier oposición dentro de los barrios: "Colectivos
armados" llaman a defender revolución, en ANSA, y en el Correo del Orinoco, Miranda el estado
donde actúan el mayor número de bandas|Operativos de Liberación y Protección del Pueblo son
el martillo para aplastar el paramilitarismo en el país .

La decisión y exhibición de Nicolás Maduro de apoyar a las FAES en cadena nacional, el pasado 17
de julio, no creo que corresponda a un deseo de hacer alarde de fuerza. Creo que el gobierno
había apostado a un informe de Bachelet que fuera más benigno y, por lo tanto, que le sirviera
como para zafarse de las sanciones internacionales. Craso error. Perdió aun más legitimidad
inclusive con aliados que no asistieron al Foro de Sao Paolo en Caracas. No creo que la
bravuconada de Nicolás Maduro corresponda a una fuerza real. Apoyarse en grupo como las FAES
y los grupos paramilitares o colectivos armados. Si acaso a una exhibición de fuerza, en esta guerra
de posiciones en base a amagues que disuadan.

Por el contrario, creo que representan una exhibición de debilidad. Su seguridad no se basa en la
lealtad de la Fuerza Armada Nacional ni en los Cuerpos de Seguridad del Estado, sino en los
radicales. Radicales que tienen mucho de bandas criminales, pues también se benefician de
actividades ilícitas. Porque la justificación de grupos radicales de izquierda de comercializar con el
narcotráfico es que de esa manera debilitan a la juventud de las potencias del capital. La
justificación es propia de la guerra: destruir al enemigo. Es en el grupo de radicales y extremistas
(inclusive los apoyos de grupos terroristas internacionales) donde Nicolás Maduro cifra su
seguridad y protección. Son los que lo defenderían y resistirían con él hasta el final. Pues, si él cae,
todos caen. Unos por narcotraficantes, perdiendo el poder de las armas, otros por no tener
licencia para matar y tener que vérselas con la justicia sobre el asesinato de personas en ficticios
enfrentamientos.

El problema, por supuesto, es el engaño final. Porque Nicolás Maduro puede vender la idea
epopéyica de la resistencia hasta la muerte, como el último as de su juego de cartas. Pero Nicolás
Maduro tiene mucho más que negociar, si no quema todos los cartuchos. Por lejano que parezca,
siempre Nicolás Maduro puede negociar un exilio dorado. O sea, mientras él se despida de
Venezuela a bordo de un lujoso avión, por aquí quedarán los aliados queriendo ensamblar razones
para sobrevivir o enfrentar la justicia.

Cerrando este escrito corre una información por las redes: El Ministerio Público va a abrir una
investigación al Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) por haber
violado una zona de paz. Mientras tanto, y de momento, el Coqui, líder de la cota 905, baila. Hasta
el portal de noticias de línea chavista, La Iguana, lo reportó, supongo que con asombro, y tuvo o
decidió retirarlo…

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